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SOCIOLOGÍA RURAL 1 TEMA 1: PAISAJES Y SISTEMAS AGRARIOS DE ESPAÑA RAFAEL MATA OLMO 1.1 INTRODUCCIÓN Este capitulo es una contribución de síntesis al conocimiento del mundo rural español desde una perspectiva sistémica y paisajística. No hay consenso sobre el significado y contenido de una noción polisémica como la de paisaje, ni siquiera dentro de las dos disciplinas que han prestado mayor atención a su estudio, la ecología y la geografía. En los últimos años se advierten, no obstante, síntomas de convergencia por el interés emergente de los paisajes, en políticas europeas de carácter sectorial y por la ordenación del territorio. El estudio paisajístico de lo rural se da en una doble vertiente: la puramente analítica y la prospectiva o de ordenación del territorio. En un momento en el que el campo acrecienta su importancia ambiental y territorial, frente a su tradicional y predominante papel económico y productivo, el paisaje adquiere interés indudable como sistema de interpretación y representación y, en muchos casos, como patrimonio cultural. Los aprovechamientos agrícolas, pecuarios y forestales constituyen todavía la forma principal de gestión de grandes espacios y aportan una de las señas de identidad mayores a la ruralidad como imagen del territorio. De las convergencias que se advierten, algunas de ellas inspiran esta síntesis: la supremacía del espacio, que adquiere identidad y singularidad por la peculiar organización de los hechos físicos y humanos, y de medianas o grandes dimensiones; de ahí la heterogeneidad ecológica de las unidades paisajísticas frente a la homogeneidad dominante en los ecosistemas a escala de detalle. Una unidad de paisaje que se entiende como “un sistema ecológico”. Una segunda línea de fuerza en los estudios del paisaje es la aproximación holística: no basta con la acumulación y el catálogo de los múltiples atributos del paisaje y de los mecanismos de funcionamiento, han de investigarse también los nexos que los articulan en un todo organizado. Otro elemento de convergencia es la morfología del espacio rural, entendida no sólo como elemento característico o caracterizador de un paisaje, sino como “estructura morfológica”, como configuración del conjunto. Rehabilitar el estudio de las formas no supone subestimar los procesos. No hay interpretación del paisaje rural sin conocimiento de los procesos ecológicos, sociales y socioecológicos que producen y reproducen el paisaje rural. No hay paisaje sin espacio y sin historia, ni sin los tiempos y las historias de los distintos componentes que configuran el paisaje: procesos naturales, transformaciones técnicas y materiales, relaciones sociales, percepciones y valoraciones culturales del paisaje. Ordenar el paisaje exige saber que cualquier modificación de sus componentes ecológicos y sociales provoca cambios de distinto signo e intensidad en el conjunto del sistema y la búsqueda de un nuevo equilibrio. 1.2 BASES NATURALES DE LA DIVERSIDAD PAISAJÍSTICA Y SISTÉMICA DE LA AGRICULTURA ESPAÑOLA Primeramente es oportuno sintetizar el entramado de componentes físicos sobre el que descansa la diversidad de paisajes y de estructuras agrarias. Cada sistema y cada paisaje es fruto de una construcción humana, pero el medio natural (los componentes agroclimáticos,

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  • SOCIOLOGA RURAL

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    TEMA 1: PAISAJES Y SISTEMAS AGRARIOS DE ESPAA RAFAEL MATA OLMO 1.1 INTRODUCCIN

    Este capitulo es una contribucin de sntesis al conocimiento del mundo rural espaol

    desde una perspectiva sistmica y paisajstica. No hay consenso sobre el significado y contenido de una nocin polismica como la de paisaje, ni siquiera dentro de las dos disciplinas que han prestado mayor atencin a su estudio, la ecologa y la geografa. En los ltimos aos se advierten, no obstante, sntomas de convergencia por el inters emergente de los paisajes, en polticas europeas de carcter sectorial y por la ordenacin del territorio.

    El estudio paisajstico de lo rural se da en una doble vertiente: la puramente analtica y la prospectiva o de ordenacin del territorio. En un momento en el que el campo acrecienta su importancia ambiental y territorial, frente a su tradicional y predominante papel econmico y productivo, el paisaje adquiere inters indudable como sistema de interpretacin y representacin y, en muchos casos, como patrimonio cultural. Los aprovechamientos agrcolas, pecuarios y forestales constituyen todava la forma principal de gestin de grandes espacios y aportan una de las seas de identidad mayores a la ruralidad como imagen del territorio.

    De las convergencias que se advierten, algunas de ellas inspiran esta sntesis: la supremaca del espacio, que adquiere identidad y singularidad por la peculiar organizacin de los hechos fsicos y humanos, y de medianas o grandes dimensiones; de ah la heterogeneidad ecolgica de las unidades paisajsticas frente a la homogeneidad dominante en los ecosistemas a escala de detalle. Una unidad de paisaje que se entiende como un sistema ecolgico.

    Una segunda lnea de fuerza en los estudios del paisaje es la aproximacin holstica: no basta con la acumulacin y el catlogo de los mltiples atributos del paisaje y de los mecanismos de funcionamiento, han de investigarse tambin los nexos que los articulan en un todo organizado.

    Otro elemento de convergencia es la morfologa del espacio rural, entendida no slo como elemento caracterstico o caracterizador de un paisaje, sino como estructura morfolgica, como configuracin del conjunto.

    Rehabilitar el estudio de las formas no supone subestimar los procesos. No hay interpretacin del paisaje rural sin conocimiento de los procesos ecolgicos, sociales y socioecolgicos que producen y reproducen el paisaje rural. No hay paisaje sin espacio y sin historia, ni sin los tiempos y las historias de los distintos componentes que configuran el paisaje: procesos naturales, transformaciones tcnicas y materiales, relaciones sociales, percepciones y valoraciones culturales del paisaje.

    Ordenar el paisaje exige saber que cualquier modificacin de sus componentes ecolgicos y sociales provoca cambios de distinto signo e intensidad en el conjunto del sistema y la bsqueda de un nuevo equilibrio. 1.2 BASES NATURALES DE LA DIVERSIDAD PAISAJSTICA Y SISTMICA

    DE LA AGRICULTURA ESPAOLA

    Primeramente es oportuno sintetizar el entramado de componentes fsicos sobre el que descansa la diversidad de paisajes y de estructuras agrarias. Cada sistema y cada paisaje es fruto de una construccin humana, pero el medio natural (los componentes agroclimticos,

  • topogrficos y litoedficos) han estado siempre presentes en el proceso de produccin y reproduccin del espacio y de la sociedad rurales. Las formas de apropiacin de la tierra, la distribucin y dinmica de los usos del suelo, la organizacin del trabajo, las tcnicas, el sistema de asentamientos y, en definitiva, el sistema agrario en su conjunto son siempre resultado de la dialctica histrica entre las comunidades rurales y su medio.

    el factor agroclimtico o ecoclimtico constituye la base de la diferenciacin de los grandes dominios agrarios. El rgimen y el balance de humedad son los elementos ms relevantes, matizados por el rgimen trmico y el volumen de calor acumulado. La existencia o no de dficit de humedad y su intensidad y duracin, permiten diferenciar tres grandes mbitos agroecolgicos: los sistemas hmedos o atlntico-hmedos con supervit anual de humedad y ausencia o breve periodo de dficit veraniego (dominio de la pradera natural, del matorral hidrfilo y del bosque caducifolio); el mbito mediterrneo seco, con dficit anual y con un verano seco muy marcado de entre tres y cinco meses (cultivos tradicionales de secano, pastizales con agostamiento y monte de encinas); y el mbito semirido, con dficits anuales muy elevados y con un nmero de meses secos que iguala o supera la mitad del ao (est el lmite de la agricultura de secano y de las posibilidades del monte arbolado; las tcnicas de conservacin de humedad en el suelo permiten una agricultura de carcter extensivo).

    el factor trmico: matiza el rgimen de humedad y est estrechamente relacionado con l, pues la capacidad evapotranspirante de la atmsfera y el balance de humedad de cada zona depende, entre otras cosas, de las temperaturas. Precipitaciones escasas, sobre todo en verano, y temperaturas elevadas estn en la base de los muy elevados dficits de humedad de la mayor parte de los campos espaoles y de las altas exigencias de agua de las agriculturas de regado. Existen tres grandes mbitos: las reas mejor dotadas son aquellas con periodo de heladas inexistente o breve (tres meses o menos) y un alto volumen de calor acumulado (reas litorales y prelitorales del Mediterrneo y del golfo de Cdiz, incluidas las huertas de Murcia, Valencia y el valle medio y bajo del Guadalquivir, las vegas bajas del Guadiana, buena parte de las Baleares y las islas Canarias). El resto del interior peninsular tiene como principal limitacin agrotrmica un periodo de heladas de media o larga duracin (entre cuatro y hasta ocho o nueve meses en las ms elevadas parameras de la Meseta y en el alto Ebro), junto a un volumen de calor acumulado medio-alto o incluso alto que, con regado, permite una gama amplia de cultivos de verano relativamente exigentes en calor. Finalmente, las tierras atlntico-hmedas del norte y del noroeste, si bien no presentan limitaciones serias por heladas (periodo muy corto y baja intensidad), cuentan con una integral trmica relativamente baja como consecuencia de la suavidad del verano. Del cruce de los mapas de humedad y de calor se advierte cierto desencuentro: donde el potencial trmico es ms favorable (por ausencia de heladas y elevada integral trmica) los dficits de humedad anual y mensuales resultan muy elevados: al contrario, donde la humedad y el agua no son problema, el volumen de calor disponible no permite el desarrollo de cultivos bastante o muy exigentes en calor. La diferencia radica en que los dficits de agua pueden paliarse en mayor o menor medida dependiendo de tcnicas, capitales y rentabilidad de las operaciones, en tanto que las operaciones trmicas resultan ms difciles y ms costosas de solventar.

    el relieve es el otro componente esencial del medio fsico implicado en los sistemas y paisajes agrario. Altitud y altura, litologas superficiales, pendientes y orientacin matizan o incluso modifican las caractersticas agroclimticas zonales e intervienen tambin en la constitucin y propiedades fsico-qumicas de los suelos y en su potencial. El caso ms expresivo tiene lugar en la montaa. La agricultura y los paisajes montaeses espaoles tienen en comn aspectos esenciales de su organizacin social y agroecolgica que derivan del propio escenario montuoso.

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  • 1.3 SISTEMAS Y PAISAJES DE LOS SECANOS MEDITERRNEOS

    DE LABOR INTENSIVA No es fcil plantear una tipologa sistmica y paisajstica de la agricultura espaola, ni se dispone de un estudio definitivo de esta naturaleza, pues casi siempre los estudios se apoyan en un solo criterio y no en una concepcin integrada del espacio rural. A continuacin daremos cuenta de los principales agrosistemas espaoles, combinando el uso del suelo y la explotacin agraria como articuladora del conjunto. La concepcin de sistema y de paisaje agrarios como proceso lleva tambin a incorporar la dimensin temporal, histrica en cada uno de los casos analizados. Las tierras de labor intensiva de secano suman poco ms de 12 millones de hectreas en 1.997. Integran este grupo el ms importante en trminos superficiales los suelos en que se cultivan sin riego plantas herbceas como cereales, leguminosas, plantas industriales, forrajeras y pratenses, y otras plantas barbecheras, as como las tierras destinadas a barbecho y rastrojo en las alternativas de ao y vez y al tercio. La evolucin de este gran conjunto de tierras en el periodo clave de la agricultura espaola que va de 1.960 a 1.985 muestra una prdida de algo ms de los millones de hectreas, resultado del incremento paralelo de la superficie regada y de la ocupada por diversos cultivos leosos sin riego (viedos y olivares) a costa de los secanos herbceos. Tambin parte de los labrados ms marginales pasaron a engrosar la superficie forestal, tanto de matorrales y eriales a pastos, como la repoblada por iniciativa mayoritariamente pblica hasta fines de los setenta. Los cereales han sido tradicionalmente los protagonistas de las tierras de labor de secano, ocupando casi el 55% de las mismas y un 77% de la superficie efectivamente sembrada. La sustitucin de la cebada por el trigo como grano principal en muchas comarcas cerealistas es uno de los cambios ms sobresalientes y ms significativo de la transformacin reciente del sistema de cultivo. Una evolucin parecida, aunque de menor entidad superficial y econmica, afecta a las tierras sembradas con leguminosas en comparacin con la ocupada por cultivos industriales.

    La distribucin geogrfica de los secanos herbceos intensivos es relativamente aleatoria. Aparece casi sin excepcin en todos los sistemas y paisajes agrarios y a todas las escalas. Pero en los espacios en los que la labor intensiva de secano define el sistema agrario coinciden estos espacios mayores con las grandes cuencas sedimentarias interiores y son, por tanto, razones topogrfico-litolgicas, edficas y agroclimticas las que, desde el punto de vista fsico, explican esta distribucin.

    A la cabeza, y destacada, se sita la cuenca del Duero que alberga prcticamente en una gran mancha continua, rota slo por los nuevos regados, ciertos viedos de mbito local o comarcal y algunos enclaves de montes de frondosas y conferas, ms de la cuarta parte del secano herbceo espaol. Constituye un paisaje y un sistema agrario emblemtico, por el predominio de los cultivos herbceos y por la peculiar rotacin del sistema cultural y los cambios que ha conocido recientemente, por las caractersticas de la explotacin agraria y de su parcelario, por el sistema de asentamientos rurales, y por la propia organizacin de la sociedad agraria local, ntimamente vinculada al agrosistema dominante.

    Un lugar muy importante ocupa tambin el labrado herbceo de secano en las tierras castellano-manchegas, formando una gran unidad de paisaje agrario casi continua por el centro y el este de la depresin del Tajo y las tierras manchegas de Cuenca, Toledo y, especialmente, de Albacete. Como paisaje y como agrosistema tiene similitudes con los de la cuenca del Duero, aunque al sur del Sistema Central el peso de las grandes explotaciones tiende a acrecentarse y el poblamiento, concentrado como en la Meseta norte, lo es aqu en

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  • ncleos mayores y ms distantes, con repercusiones en la organizacin del espacio y en el funcionamiento de la vida local.

    Las dos grandes depresiones ibricas, la del Ebro y la del Guadalquivir, albergan tambin un volumen considerable de labrados de secano, aunque de caractersticas paisajsticas y sistmicas muy diferentes. Se encuentra, en general, altamente parcelada, en explotaciones pequeas y medianas, y cuenta con limitaciones muy severas de humedad, tanto por razones climticas como por la sequedad de los suelos. El labrado de las campias bticas est organizado en su mayora en grandes explotaciones acortejadas que aprovechan los suelos de mayor potencial productivo para plantas herbceas de la Pennsula Ibrica.

    Otras grandes manchas de escala ya comarcal o subregional: las cuencas sedimentarias de Extremadura, los altiplanos y hoyas del sureste peninsular y la Segarra leridana. El labrado est tambin muy presente en el sistema agrario de las tierras bajas y medias de Galicia (aqu dentro siempre de un policultivo complejo).

    Los secanos cerealistas de la Meseta norte y de las labranzas latifundistas de la Campia andaluza son dos sistemas que tienen en comn el protagonismo casi absoluto del cultivo de granos, ero responden a dos formas de organizacin socioecolgica muy diferente, a dos modos de vida locales y a dos imgenes simblicas de la agricultura ibrica.

    1.3.1. Las tierras de labor de secano de la cuenca del Duero Los abertales cerealistas de la cuenca del Duero se acercan a los 3,5 millones de hectreas. No es el componente edfico un factor limitante del sistema agrario. Es la dureza del clima la que histricamente ha condicionado una agricultura cerealista de rendimientos mediocres y aleatorios, necesitada de descansos reparadores del suelo y slo con una capacidad relativa de respuesta a las innovaciones productivas de los ltimos tiempos. La dureza y longitud del periodo fro y ms concretamente de las heladas, unido a la escasez de precipitaciones, al acusado dficit de humedad y a la irregularidad de las lluvias de comienzo de otoo, constituyen los mayores limitantes de los campos cerealistas castellano-leoneses. El sistema y el paisaje agrario secular, adaptado a esas duras condiciones, se rega por unas normas agronmicas, sociales y culturales que el paisaje agrario ha venido reflejando en su forma y estructura, contribuyendo a travs de su entramado fsico y de su propia carga simblica y cultural a reproducir el sistema. Entre los principales rasgos que definan el funcionamiento del denominado sistema tradicional estaban: la organizacin a escala local del terrazgo y de muchas de las prcticas agrarias, en unos trminos municipales de tamao medio y pequeo, de pocos miles o slo centenares de hectreas. La propiedad y la explotacin de naturaleza particular eran, en general, superior a la concejil, pero en la mayora de los trminos las tierras del comn estaban presentes, cumpliendo una funcin econmica y social no desdeable, e introducan una diversidad biolgica y formal, constituyendo manchas de suelo no labrado, de pastos, matorral y arbolado en un espacio dominado ya por el labrado. Las tierras particulares, tanto las de propiedad individual como parte de las del clero y de mayorazgos, se encontraban altamente parceladas para su explotacin, que, sin negar el peso de la propiedad amortizada, se encontraba ya bastante repartida en el Antiguo Rgimen. Este minifundio parcelario exiga una densa red de caminos y veredas para dar acceso a las fincas. En sus bordes era frecuente la presencia de rboles y matorrales que introducan en los campos otro elemento de naturaleza y de alternancia paisajstica. La clave agronmica, social y paisajstica era el sistema de cultivo a dos hojas o de ao y vez con barbecho blanco. Pese a las mejoras tcnicas que conoce ya desde la segunda

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  • mitad del XIX, el sistema de ao y vez con equilibrio entre barbechos y sembraduras y la integracin del ganado de renta y labor se ha caracterizado por una estabilidad y continuidad seculares hasta hace poco ms de tres decenios. El terrazgo de labor se divida en dos, cuatro y hasta ocho hojas de aqu en parte la dispersin y el minifundio parcelario , permaneciendo juntas dentro de una hoja las parcelas que se empanaban y juntas tambin dentro de su correspondiente hoja las parcelas en barbecho. El trigo fue siempre el cereal principal de la siembre, acompaado por otros cereales, como la cebada y la avena, para alimento del ganado de labor. El barbecho era eminentemente blanco u holgn, es decir, labrado pero no sembrado. No obstante, dependiendo del potencial agrolgico del suelo, de la humedad disponible y de las necesidades de consumo, el barbecho llevaba un porcentaje variable de leguminosas-grano, con algarrobas para pienso, garbanzos y lentejas para consumo humano. El sistema de ao y vez responda al tiempo a razones ecolgicas y econmicas. Las precipitaciones escasas e irregulares de comienzos del otoo, la aridez estival, la aparicin de encostramientos que dificultan el laboreo temprano y los prolongados fros invernales dificultaban la reconstitucin natural de la fertilidad en poco tiempo, impidiendo una siembra de otoo tras la tarda cosecha de julio. La necesidad de disponer de pastos para el ganado lanar aconsejaba igualmente no alzar los rastrojos hasta la primavera siguiente, con lo que resultaba tambin difcil sembrar leguminosas o cereales de ciclo corto. Si el sistema se hubiera intensificado con dos siembras en dos aos sucesivos habra precisado tambin de un tercer de total descanso. Esa rotacin trienal no resultaba beneficiosa para la economa triguera de la mayora de los campesinos. An a finales de los cincuenta y comienzos de los sesenta el consumo de abonos minerales era relativamente bajo en el agrosistema triguero del Duero. Hasta comienzos de los sesenta la labranza segua descansando como antao en el ganado de labor, fundamentalmente el mular. La Tierra de Campos, en el corazn de la cuenca y una de las ms dinmicas en el mbito regional, ejemplifica bien lo tardo del proceso de asuncin de nuevas tcnicas. En esa organizacin del sistema de cultivo el ganado de renta desempeaba un papel no desdeable agroecolgico y econmico a un tiempo. Las ovejas constituan el capital ms importante. Hasta los sesenta, los rebaos de lanar de las campias y pramos pertenecan generalmente a labradores acomodados, aunque tambin haba pequeos hatos de campesinos y ganaderos sin tierra. La gestin era rudimentaria y guiada por el criterio del mximo ahorro en gastos externos: la estricta reglamentacin a travs de las Hermandades de Labradores y Ganaderos del pasto espontneo y del aprovechamiento de los rastrojos de acuerdo con el reglamento de Pastos y Rastrojeras, pues los ganaderos intentaban reducir hasta donde les era posible la estabulacin y el consumo de pienso, inevitable en los meses centrales del crudo invierno meseteo. La orientacin del ovino termin siendo preferentemente lechera y, a gran distancia, crnica y lanar. Este sistema agrario conoce desde los sesenta cambios profundos, que pueden ejemplificar bien la evolucin reciente de los secanos herbceos del interior peninsular, all donde stos se encuentran organizados en torno a explotaciones de carcter campesino y familiar. Los abertales cerealistas de la cuenca del Duero han asumido un modelo energtico diferente del tradicional, con la sustitucin prcticamente absoluta de la traccin de sangre por la mecnica, el cambio de cultivos, la introduccin de nuevas semillas, el consumo generalizado y abundante de abonos minerales y la difusin del regado. Las profundas transformaciones del sistema no se entienden sin el cambio demogrfico desencadenado desde mediados de los cincuenta. El xodo masivo supuso una prdida neta de poblacin en las provincias castellano-leonesas de ms de 800.000 personas

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  • entre 1950 y 1970, pero no ha sido un fenmeno homogneo en trminos espaciales, sino que ha afectado ms intensamente a los ncleos pequeos y a las reas sin nuevos regados. La prdida de poblacin, jornalera y de modestos y medianos titulares de explotacin, contribuye a explicar el descenso del nmero de empresas agrarias, un fenmeno casi general en el cambio agrario de la Espaa de los sesenta, pero que en los secanos cerealistas del Duero es donde adquiere sus mayores proporciones. Los datos censales evidencian la magnitud del proceso que en apenas veinte aos (1962-1982) supone la desaparicin de casi un 45% de las empresas agrarias y un incremento importante del tamao medio, una modificacin de la estructura de las explotaciones que choca con un mercado de la tierra en propiedad muy rgido, con escasa oferta y precios muy por encima de la rentabilidad estimada para la tierra. El incremento del tamao de la tierra ha descansado en los regmenes de tenencia indirectos (arrendamiento). La reduccin del nmero de explotaciones y el incremento del tamao medio, base de los cambios tcnicos del sistema de cultivo, han estado acompaados de una merma considerable y de una remodelacin no menos importante del parcelario de propiedad y de explotacin. Pero el carcter de autntica revolucin predial no se entiende sin la poltica de concentracin parcelaria llevada a cabo por la Administracin, entre fines de los cincuenta y primeros setenta del siglo XX. En ese marco estructural transformado en sus bases jurdicas y territoriales hay que incardinar la transformacin radical del sistema de cultivo. El primer cambio es la expansin de la superficie regada, no slo en las vegas sino tambin en las campias y pramos. La transformacin ha afectado a todos los componentes del sistema: en primer lugar a los cultivos y a su rotacin, pero tambin a la traccin, a los sistemas de fertilizacin y al significado de la ganadera en el sistema agrario globalmente considerado. La sustitucin de la cebada por el trigo, la reduccin del barbecho blanco y la expansin del girasol en detrimento de las leguminosas tradicionales constituyen los indicadores ms relevantes del cambio del sistema de cultivo. La relacin trigo-cebada, que era de 4,6 a 1 en 1960, se ha invertido en apenas tres decenios, siendo hoy de 3 a 1 en beneficio de la cebada, que se ha expandido no slo a costa de la superficie triguera, sino de los barbechos tradicionales donde la cebada tresmesina ha hecho que aqullos pasen de barbechos enteros a medios barbechos. La superficie barbechera, una de las claves ecolgicas y econmicas del sistema agrario anterior, se ha reducido drsticamente: entre 1960 y 1980 se ha reducido en un 50%, ocupando hoy slo la cuarta parte del labrado. Una transformacin tan profunda de cultivos y rotaciones slo ha sido posible con un cambio paralelo en el funcionamiento energtico de las explotaciones. No es exclusivo, pero alcanza aqu una celeridad, generalizacin y excesos que resultan paradigmticos de lo que ha sido la mecanizacin de los secanos espaoles. La introduccin del tractor es un proceso muy concentrado en el tiempo, en el decenio de los sesenta, aunque la tendencia al crecimiento se ha mantenido despus hasta alcanzarse unos ndices de potencia por hectrea bastante por encima de los que tericamente se consideran adecuados. Razones psicosociales pero tambin de oportunidad en el funcionamiento de las explotaciones han contribuido a esta generalizacin excesiva, favorecida por la Administracin y las propias caractersticas estructurales de las explotaciones. El dilema real al que se enfrentaron los agricultores no fue el de estimar si la explotacin dispona de las dimensiones necesarias para optimizar el uso de la traccin mecnica, el dilema era tractor s o no. Y la respuesta fue afirmativa para adaptarse a las nuevas circunstancias de la produccin y del mercado de trabajo. La fertilizacin se ha intensificado tambin en este periodo reciente. Es otra de las claves de la ampliacin de la superficie sembrada. El estircol animal en muy poco ha

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  • cubierto la demanda de unos labrados cada vez ms intensivos y donde la ganadera se ha reducido mucho o ha desapareado por completo. En el contexto del cambio del sistema de cultivo hay que incardinar la reconversin ganadera a la que han asistido las campias y pramos castellano-leoneses en los ltimos veinticinco aos. La reduccin del barbecho, y, por tanto, de la superficie pastable, y la sustitucin de la traccin animal por la mecnica, han acarreado la modificacin de la cabaa y un cambio de los sistemas de gestin. La ganadera, toda ya de rente, sigue ocupando un papel no desdeable en el sistema agrario de la zona, pero mucho menos vinculada que antao al insumo de biomasa de las explotaciones. La cabaa ovina se ha mantenido en proporciones similares de nmero y peso a la de fines de los cincuenta: no obstante la gestin actual viene marcada por una orientacin preferente hacia la produccin de leche y carne con el consiguiente cambio de razas , la difusin del rgimen de estabulacin parcial o total, la reduccin de los desplazamientos a largas distancias, y el afianzamiento de los ganaderos propietarios.

    1.3.2 Las tierras de labor de la Campia Andaluza

    Las campias de labor de la depresin del Guadalquivir constituyen otro sistema agrario y otro paisaje emblemtico de las tierras de labor intensiva peninsulares. El predominio de los cultivos herbceos y los campos abiertos, las diferencias agroecolgicas, estructurales y paisajsticas con la Meseta son muy acusadas y definen un sistema agrario con personalidad propia, un modo de vida local y comarcal muy distinto tambin y una imagen simblica de los rural muy alejada de los pramos y campias cerealistas castellanos. Un primer elemento de personalidad deriva de las condiciones agroecolgicas de las labranzas bticas, concretamente de su posicin a escala peninsular y de la naturaleza fsica del factor tierra: el efecto es un rgimen trmico muy favorable para la agricultura, por la brevedad y suavidad relativa de los inviernos, y una alta disponibilidad de calor acumulado durante el verano, de modo que la gama de cultivos posibles es, desde el punto de vista trmico, amplsima. Las precipitaciones son moderadas o incluso medio-altas a escala peninsular, superiores a las de la mayor parte de los secanos ibricos. La limitacin viene dada por la acusada y prolongada sequa veraniega. Aqu interviene, de manera positiva, el factor suelo, concretamente la elevada capacidad de retencin de humedad de los mismos, que garantizan un suministro de humedad a los cultivos herbceos y leosos durante finales de primavera y comienzos de verano. La combinacin de elevadas precipitaciones en la estacin hmeda y la gran capacidad de retencin de los suelos permiten comprender los excelentes rendimientos medios de los cultivos herbceos de invierno, pero tambin y sobre todo, de los de primavera-verano, como el girasol. Como contrapartidas del suelo arcilloso btico: la tierra es difcil de labrar y exigente de una poderosa traccin, tradicionalmente bovina, ms lenta y menos manejable que la mular, pero ms vigorosa, sustituida hoy por tractores de gran potencia; la tierra es tambin menos y ms lentamente permeable, lo que ha sido causa de problemas de drenaje. El factor estructurante fundamental del sistema y del paisaje agrario en el pasado, en su evolucin y en su estado presente es la gran explotacin acortijada. El cortijo de labor, a un tiempo unidad de habitacin y clula articuladora de la explotacin de la tierra y de la organizacin de la vida local, es una constante en la historia del agrosistema de la Andaluca occidental. Con el paso del tiempo se ha modificado radicalmente la identidad y la composicin del grupo terrateniente, as como los regmenes de tenencia de los cortijos y el sistema de cultivo que durante siglos se ha llevado en las grandes labranzas. Pero como escenario de esas mutaciones siempre ha estado el cortijo. Estudiar la evolucin del cortijo es

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  • conocer buena parte de la organizacin, de las contradicciones y de los conflictos de las campias latifundistas del sur. Aunque las grandes explotaciones lo dominan todo, las pequeas no estn por completo ausentes. Aparecen siempre en los ruedos o aureolas prximas a los pueblos, mas parceladas y con aprovechamientos ms intensivos que los pagos alejados de los cascos. Tambin salpicando las campias acortejadas como herencia de algn repartimiento de tierras concejiles del XIX o de parcelaciones ms recientes. Se trata en general de minifundios-jornaleros, ms dependientes del trabajo y de las rentas de fuera de la explotacin que del producto de la propia finca. El sistema y el paisaje agrario de las grandes labranzas bticas presentan una secular estabilidad que no se quiebra en sus aspectos fundamentales hasta despus de los aos cuarenta de este siglo. El paso del sistema de cultivo al tercio al de ao y vez con barbecho semillado es un acontecimiento reciente en la larga vida de los cortijos, y una de las bases del cambio social de las tierras latifundistas del Guadalquivir. Pero antes, la gran propiedad asiste a mutaciones de otra naturaleza, sobre las que descansan las transformaciones productivas de este siglo. El XIX es aqu, como en todo el espacio agrario espaol, una etapa clave. La propiedad de los cortijos hasta el cuarto decenio de dicho siglo est casi por completo amortizada y vinculada, con unos niveles de concentracin superiores a los actuales. Dentro del grupo terrateniente, el protagonismo corresponde a la nobleza, encabezada por las poderosas casas de Osuna, Medinaceli y Alba, seguidas a distancia por otros propietarios de inmensas fortunas, pero en mbitos locales o comarcales. Despus de los cambios del XIX no ser fcil encontrar terratenientes burgueses con patrimonios de la cuanta de los grandes linajes del antiguo rgimen. El latifundio nobiliario no fue obstculo para la acumulacin de tierras por parte de la iglesia. En un mbito bien dotado para la agricultura, los poderosos, con el control de la vida local en sus manos, fueron apropindose de parte de esas fincas para su uso exclusivo. La desamortizacin civil de 1855 no acarrear por ello en la campia andaluza un trasvase significativo de bienes de propios. En ese contexto de propiedad altamente concentrada y mayoritariamente amortizada, el cortijo constitua la unidad bsica de explotacin. Propiedad y explotacin aparecan casi siempre separadas; la renta de la tierra era la expresin econmica de tal disociacin, y los grandes labradores o arrendatarios, los protagonistas de la gestin del suelo y frecuentemente los dirigentes de la vida poltica local, pues los terratenientes eran en su mayora absentistas. El siglo XIX supone en muchos aspectos una ruptura con el modelo de tenencia tradicional. La desamortizacin eclesistica primero y el amplio mercado de tierra propiciado por la liberacin de la propiedad nobiliaria suponen un inmenso trasvase de tierras latifundistas. La iglesia desaparece del panorama terrateniente; los bienes concejiles que se haban salvado de las estrategias acumuladoras de los poderosos y de las disposiciones enajenadoras de la primera mitad del siglo, se esfumaron tambin a partir de 1855. El latifundio de la nobleza ir desvanecindose tambin, aunque algo ms tarde y no en todos los casos de manera total. Desde el XIX hasta aqu se produce, pues, una remodelacin en profundidad del grupo latifundista campis, que benefici sobre todo a los grandes arrendatarios labradores, que se incorporan as a la tenencia plena de la tierra, y a un grupo ms heterogneo de comerciantes, profesionales liberales de alto nivel, financieros, etc. Qu ha ocurrido entre tanto con la explotacin de la tierra, con el sistema de cultivo? La desaparicin de la gran propiedad tradicional no implica la desaparicin del cortijo, de la unidad articuladora de la produccin y de las relaciones sociales. Los patrimonios se venden y transmiten, en general, troceados en sus unidades constitutivas, los cortijos. La

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  • incorporacin de nuevos terratenientes va propiciando la expansin y afianzamiento de la explotacin directa y la paralela reduccin del arrendamiento. La transformacin del sistema de cultivo sigue unos tiempos y unos ritmos distintos a los cambios de propiedad y de tenencia. La modernizacin del sistema agrario de las grandes labranzas bticas no es una consecuencia inmediata de la modificacin de la estructura de la propiedad, aunque sta cree un marco ms favorable para la asuncin y difusin de innovaciones. El sistema agrario se mantiene en su forma tradicional y con escasas modificaciones hasta comienzos del siglo XX; los aos veinte, treinta y cuarenta constituyen en muchos cortijos un periodo de transicin. El cambio se afianza y difunde bien entrada la dcada de los cincuenta. La transformacin consiste en el paso del sistema de cultivo al tercio, al sistema de ao y vez con barbecho semillado, exclusivamente agrcola y muy dependiente de energas externas. El sistema al tercio muestra una prolongada continuidad. Algunos de sus aspectos sustantivos, como la divisin y rotacin en hojas, la limitacin de siembre en barbechos y rastrojeras, la periodicidad de las labores de arado o la regulacin del uso ganadero, aparecen ya recogidas en escrituras de arrendamiento de la Baja Edad Media. En esencia es un sistema ajustado a labranzas de gran tamao, cerealista y subsidiariamente ganadero, energticamente equilibrado y exigente, como todos los sistemas tradicionales, de abundante mano de obra, pero con muy acusada estacionalidad de la demanda. El cortijo se divida en tres hojas o tercios, la de siembra o de pan, la de barbecho y la de rastrojo, erial o manchn. Esa divisin tripartita y la rotacin trienal consiguiente ha sido constante en la historia de los cortijos y en el paisaje de la campia; algunas diferencias se advierten, por el contrario, en el aprovechamiento de cada una de las hojas, con una tendencia clara a la intensificacin desde fines del siglo XIX y, sobre todo, en los primeros decenios del XX. Todos los cortijos disponan de una cabaa importante, integrada por vacunos y equinos de labor y tiro, por rebaos de lanares y por piaras de cerdos para engorde, que contaban con el pasto de los barbechos y rastrojos, con los espigaderos tras la cosecha de trigo y con las aportaciones suplementarias de otros granos de las partes sembradas del barbecho y del manchn. Un siglo ms tarde el tercio contina siendo el sistema dominante en los cortijos, pero se han producido ya algunas transformaciones importantes. La hoja de siembra sigue llevando trigo y algo de cebada, como haba ocurrido durante siglos; el cambio se est operando en la hoja de barbecho y en menor medida en la de erial: el 66% de la superficie barbechera se sembraba a comienzos de los aos treinta con garbanzos, maz, habas y otros granos; en el rastrojo la siembra llegaba al 35% (ms de las dos terceras partes de la superficie acortejada proporcionaba algn tipo de cosecha). Esta fase de transicin del sistema cultural se ha conocido como cultivo a dos tercios. Y es que el consumo de abonos minerales se haba difundido ya en los cortijos en el segundo y tercer decenio del siglo XX. La mecanizacin era, no obstante, muy escasa, y el sistema segua descansando en una abundante contratacin de trabajo fijo y eventual. Los aos cincuenta asisten a un cambio drstico en el agrosistema de las campias bticas y en su paisaje rural. La transformacin es aqu, si cabe, ms intensa que en las tierras de labor castellana, pues supone el abandono de la rotacin secular a tres hojas y su sustitucin por el sistema bienal de ao y vez, con la hoja de barbecho semillada. Las claves explicativas del cambio son similares a las de los labrados del Duero, slo que en un marco agrolgico social y paisajstico distinto. Los cortijos y los terratenientes, que apenas se han modificado respectivamente en su estructura y composicin despus de la Guerra Civil, asumen el cambio en una primera fase y en algunas explotaciones mediante la parcelacin en

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  • lotes familiares y la tenencia en aparcera, y posteriormente y de forma general con la asuncin de traccin mecnica de alta potencia, mecanizacin de todas las labores, incremento del consumo de abonos minerales y, en una segunda etapa, renovacin y mejora de semillas. El cambio, que en trminos econmicos no supone ms que un incremento muy notable de la produccin y de la productividad, y una reduccin al mximo de los riesgos empresariales, acarrea transformaciones de profundo calado en el sistema, en el paisaje y en la vida social campiesa. La hoja de siembra sigue llevando principalmente trigo; la hoja de barbecho se semilla al completo, pero en competencia con las leguminosas tradicionales, el girasol ha tendido a ocuparlo casi todo. La rotacin ms habitual en los cortijos es trigo-girasol, con medio barbecho entre agosto, en que se alza el rastrojo del trigo, y marzo, cuando se siembra la oleaginosa. El empleo ha cado en picado. La reduccin de mano de obra y el incremento de la produccin total en casi un 80% explican el crecimiento muy fuerte de la productividad y el que el excedente bruto de explotacin se multiplique por cuatro, a costa de un aumento muy notable de los gastos de fuera, en una proporcin mayor que la produccin. La ganadera, tanto de labor como de renta, ha perdido su razn de ser con la desaparicin del barbecho blanco y del rastrojo, y la sustitucin de la traccin de sangre por la mecnica. El balance es de signo contrario si se efecta desde la ptica de la eficiencia energtica. Las 23 kilocaloras obtenidas en el cultivo al tercio por cada kilocalora gastada, pasan a ser slo 2,43 en el ao y vez mecanizado, pues pese al incremento muy grande de la produccin, el consumo de fertilizantes y de energa no renovable, con respecto al tercio, lo ha hecho en proporcin considerablemente mayor (hasta 17 veces). No obstante, la eficiencia del trabajo crece pasando de 37 kilocaloras por cada una gastada en el tercio a nada menos que 4.110 kilocaloras en el ao y vez mecanizado. La densidad de personas/ha que el sistema puede mantener ha subido de 1,8 a 9,72. El paisaje actual de las campias bticas consta de parcelas de gran tamao, escasez de caminos y cortijos blancos enseoreando las lomas, prueba inequvoca de la estabilidad de la concentracin de la propiedad y de la explotacin. Una panormica de mediados de mayo muestra la reiterada y montona alternancia de trigales ya dorados y campos de girasol comenzando a florecer; la superficie cultivada lo ocupa todo, hasta las mrgenes mismas de los arroyos campieses, donde el tractor y el arado han acabado con las cintas de vegetacin natural que las poblaban tiempo atrs. En los ltimos aos y en el seno del cortijo se ha producido un cambio relativamente significativo en el sistema de cultivo, de claras consecuencias paisajsticas. Se trata del barbecho obligatorio el conocido como barbecho de la PAC establecido por las reformas de 1992 para los grandes productores de cereales, oleaginosas y proteaginosas, con el objetivo de reducir excedentes y contribuir a la liberalizacin de los mercados de tales producciones a escala mundial. Se trata de una respuesta rpida y bien visible en el paisaje a una poltica agraria de extensificacin, nueva e imperativa.

    1.3.3 Los secanos leosos mediterrneos: olivares y viedos

    Los cultivos leosos de secano constituyen una de las seas de identidad de los paisajes y sistemas agrarios mediterrneos. Olivos, vias y, a considerable distancia, almendros no faltan en muchos terrazgos, tanto litorales como interiores, de la Espaa mediterrnea seca. Con relativa frecuencia estos cultivos forman parte de sistemas complejos, asociados a otros aprovechamientos dominantes como las tierras de labor o de dehesa. Junto a esa situacin, no faltan en la Pennsula y en la isla de Mallorca reas de considerable

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  • superficie de monocultivo olivarero o vitcola. Las hay tambin de almendro, pero de dimensiones notablemente ms reducidas.

    El olivar, o mejor, los olivares espaoles, ocupaban en 1997 casi 2.300.000 ha. El olivar presenta un nivel de concentracin mayor que el viedo, en buena medida por razones agroclimticas. Andaluca cuenta con ms del 50% de la superficie olivarera nacional. Dentro de Andaluca una sola provincia, la de Jan, acapara ms de la mitad del olivar regional.

    El olivar define el paisaje, la organizacin socioeconmica y la vida local de los pueblos de las campias y de las sierras bticas jiennenses, del subbtico cordobs, de los Llanos de Antequera o de las zonas de contacto entre la sierra y la campia de Sevilla. Es el mundo de los olivos alineados a marco real o a tres bolillo hasta el horizonte y de los pueblos blancos destacando en los altozanos. Es el mundo tambin de los mayores rendimientos, por encima de los 2.000 kg/ha de aceituna en secano, aunque no siempre de las mejores calidades aceiteras.

    Junto a las grandes zonas de olivar del sur, hay tambin en la Pennsula otros enclaves especializados en el cultivo, de proporciones mucho ms modestas, donde el olivo y el aceite, ms por calidad que por cantidad, identifica la agricultura y la vida comarcales, constituyendo una fuente de ingresos fundamental de las economas agrarias familiares. Estos pequeos olivares de centenares o unos pocos miles de hectreas proporcionan unas producciones de aceite de alta calidad, aptos para el consumo virgen o para ser mezclados en los procesos de refino con los aceites habitualmente ms bastos de las grandes plantaciones del sur: los olivares catalanes de Les Garrigues o de Siurana, de las sierras castellonenses o de Mora de Toledo.

    El cultivo del olivar se asienta, por lo general, en dos tipos de explotaciones contrastadas: el minifundio y la gran explotacin. En la actualidad el olivar es una opcin dominante de pequeas y muy pequeas empresas agrarias. Ese carcter eminentemente minifundista y familiar del cultivo olivarero es propio no slo de las comarcas especializadas de fuera del sur peninsular, sino tambin de Andaluca y de Extremadura. El olivar ms tpicamente conocido es el de las grandes haciendas y cortijos sevillanos y cordobeses, pero esto puede ocultar el peso y el protagonismo real de las pequeas unidades olivareras que marcan la estructura de muchos municipios de Jan, de Crdoba o hasta de la propia sierra sur sevillana.

    El cultivo olivarero ha conocido en los ltimos decenios una modernizacin notable en las tcnicas de laboreo y de abonado; menos se ha transformado la recoleccin de la aceituna, que sigue en gran medida dependiendo del trabajo asalariado eventual. ste fue el factor desencadenante fundamental de la crisis del olivar de la dcada de los setenta, que provoc el arranque de numerosas plantaciones. Se trataba de una crisis de rentabilidad, provocada por los elevados costes de recoleccin, operacin en la que difcilmente puede prescindirse de jornales, y tambin, aunque en menor medida, por el crecimiento de los gastos de fuera derivados de la mecanizacin de las labores y el abonado qumico.

    El manejo tradicional del olivo fue poco exigente en fertilizacin y en labores de suelo. Las grandes plantaciones del sur haban conseguido un equilibrio aceptable entre potencialidad edfica, disponibilidades de agua casi siempre bajas y unos rendimientos moderadamente elevados gracias a plantaciones no muy densas, a unas tcnicas de laboreo adecuadas y a unos suministros de estircol de alrededor de 5.000 kg/ha.

    Ese equilibrio se rompe de manera generalizada a lo largo de la dcada de los sesenta, al menos en las grandes haciendas del sur; las pequeas explotaciones mantendrn durante algo ms de tiempo el laboreo con traccin animal o mixta, entrando, no obstante, en la mecanizacin total en el decenio siguiente. La sustitucin de traccin de sangre por mecnica despoj a las explotaciones de su fuente de aprovisionamiento autnomo de estircol,

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  • imposible de adquirir fuera por su elevado coste. Se prescinde tambin de una labor tradicional como la cava de los pies de los olivos, destinada a eliminar malas hierbas y a facilitar la percolacin de la humedad. Todos los esfuerzos destinados a reducir costes en mano de obra poco han podido incidir en la operacin ms exigente en jornales: la recoleccin.

    La crisis de rentabilidad se hizo patente y, pese a tratarse de un aprovechamiento arbreo de larga vida y de un alto volumen de capital acumulado en cada plantacin, fueron bastantes cultivadores los que procedieron al arranque de plantos.

    Pero lo que pareca a fines de os setenta una crisis y una reconversin irreversible, ha conocido en el ltimo decenio, con la incorporacin de Espaa a la UE, un cambio de signo sorprendente, aunque no en todas las zonas olivareras. En aqullas de rendimientos medios o elevados, con posibilidades de mecanizacin de todas las labores de suelo, el olivar asiste a un proceso de expansin o de reocupacin de muchas de las fincas de las que hace apenas veinte aos fueron descuajados en beneficio de los cereales o las leguminosas. Y lo ms significativo no es slo la expansin superficial, sino la difusin del regado en las nuevas y viejas plantaciones. El olivar demuestras as una capacidad de respuesta sorprendente, sobre todo teniendo en cuenta que se trata de un cultivo de elevada inversin en capital fijo.

    A diferencia del olivar, el cultivo del viedo ha formado parte, sin excepcin, de todas las agriculturas regionales. Su mayor versatilidad climtica ha permitido su presencia en los sistemas tpicamente mediterrneos, tanto litorales como continentales, pero tambin en los atlntico-hmedos y en las Islas Canarias. El viedo tradicional, adems de cultivo mercantil en las zonas de mayor implantacin, ha constituido tambin un aprovechamiento tpico de consumo familiar y local en el seno de unidades domsticas campesinas.

    Todas las provincias espaolas cuentan con alguna superficie vitcola, aunque la concentracin del cultivo es muy alta, consecuencia del proceso expansivo de los ltimos decenios en determinadas comarcas y la paralela reduccin en otras. Pero uno de los rasgos ms sobresalientes de la geografa del viedo y de su dinmica contempornea es la polarizacin manchega del cultivo, hasta hacer de La Mancha el viedo ms extenso no slo de la Pennsula Ibrica sino de Europa.

    Esas evoluciones comarcales y regionales muy contrastadas deben ser contextualizadas en la dinmica general del cultivo en el conjunto del pas y relacionada con la estructura de las explotaciones en la que se asiente el cultivo. Tras una leve cada coyuntural en los aos de posguerra, la superficie vitcola asciende hasta llegar a su mximo a comienzos de los ochenta, con 1.650.000 ha. Se inicia entonces una etapa de reduccin sistemtica, aunque de distinto significado regional, impulsada y favorecida en los ltimos aos por la poltica comunitaria de apoyo al arranque de cepas, afect primeramente a los viedos de Catalua, Castilla y Len, Aragn, Navarra, Valencia y Galicia. Con posterioridad las prdidas se han extendido a todas las regiones, incluso a las castellano manchegas.

    El descenso de la superficie vitcola espaola no es excepcional en el mbito de la Europa Occidental: los otros dos grandes pases productores de la UE han asistido tambin a una cada importante de la superficie del cultivo, ms intensa que en Espaa e iniciada bastante antes, hacia 1960 en Italia y en 1950 en Francia. Eso ha hecho que el viedo espaol se site superficialmente en la actualidad claramente por encima de Francia e Italia, aunque est muy lejos de alcanzar los valores de produccin de los vinos franceses e italianos.

    Esto remite a los rendimientos y a las tcnicas de produccin de los sistemas vitcolas espaoles y a las caractersticas de las explotaciones. El viedo ha sido tradicionalmente un cultivo de pequeas y muy pequeas explotaciones, una opcin de empresas familiares y de minifundios.

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  • Aunque los viedos espaoles han incorporado tcnicas modernas de laboreo, de abonado y de tratamientos fitosanitarios, la corta dimensin de las explotaciones ha sido un hndicap para la capitalizacin y una limitacin tambin para el desarrollo de los rendimientos. La modernizacin se ha producido y el incremento de los rendimientos ha sido notable. De hecho, el crecimiento sostenido de los rendimientos ha conseguido enjugar los efectos de la reduccin de superficie, de modo que la produccin se ha estabilizado en los ltimos veinte aos.

    A los problemas estructurales hay que aadir limitaciones de tipo natural que no pueden obviarse: los dficits de humedad que soportan los viedos espaoles, muy superiores a los de mayor parte de los viedos franceses e italianos. Y si ello fuera poco, las vias en Espaa han tendido a ocupar los suelos de peor calidad, en beneficio de los cultivos herbceos anuales, con lo que a la sequedad climtica se une cierta sequedad edfica y un dficit notable de nutrientes. Si los rendimientos han crecido en los ltimos tiempos de expansin, ello se ha debido precisamente, no slo a la mejora de las tcnicas de laboreo y a una dependencia creciente de inputs externos, sino al hecho de que las plantaciones han saltado de las tierras marginales y peor dotadas a suelos sensiblemente mejores.

    Los problemas y perspectivas de futuro del viedo espaol tienen que ver fundamentalmente con la reestructuracin y reconversin del sector dentro de la UE, tendente a la mejora de la competitividad, sobre la base de la calidad, y a la eliminacin de excedentes. Eso ha supuesto arranques importantes, sobre todo en las zonas en las que se generan los mayores excedentes con caldos de menor calidad. Parte de los ingresos que reportan los arranques se han dedicado a nuevas plantaciones de mejor calidad, lo que unido a las mejoras tcnicas y a la ms cuidada elaboracin de los vinos, sita al sector en un proceso de transformacin notable, que sintoniza bien con los objetivos que recoge el Reglamento que regula la nueva organizacin comn del mercado del vino en la UE: enfatiza en la competitividad de los caldos, manteniendo la prohibicin de viedos nuevos, si bien asegura a los Estados miembros nos derechos de plantacin de nueva creacin que cubran las necesidades de aquellas regiones con demandas superiores a la oferta. Todo ello est acompaado por medidas de apoyo a la reestructuracin y reconversin, con objeto de mejorar el potencial productivo de las reas y vinos que lo merezcan. Previsiblemente el viedo espaol proseguir el camino ya iniciado de concentracin espacial, de competitividad y bsqueda de calidad, frente a un panorama de grandes extensiones de baja intensidad productiva y de capital, y de calidades modestas en muchas zonas tradicionales 1.4 EL SISTEMA Y EL PAISAJE AGRARIO ADEHESADO

    DEL OESTE PENINSULAR Resulta prcticamente imposible cuantificar con cierta precisin la superficie que

    ocupan en Espaa las tierras adehesadas. El problema no es slo de naturaleza documental, sino tambin conceptual, pues no es fcil precisar el significado de dehesa y de superficie adehesada. Dehesa es un trmino polismico que se refiere a un tipo de propiedad, a un tipo de explotacin compleja agrcola, pecuaria y forestal, y a una forma particular de cubierta y paisaje fitogeogrfico, propio del mundo mediterrneo.

    En su primera acepcin, dehesa es el espacio acotado para pastos. ste es el nico aspecto comn generalizable a todas o casi todas las dehesas, su vocacin pastoril. Los pastos pueden ir o no acompaados de arbolado, preferentemente encinas y alcornoques, tambin de matorral, que puede contar con carga arbrea, y tierras cultivadas, generalmente en rotaciones largas o muy largas (al tercio o ms), como apoyo directo (granos forrajeros) o indirecto

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  • (limpia de leosas mediante la labor) al aprovechamiento ganadero. Es un agrosistema de evidente inters productivo, pero tambin de alto valor ambiental y cultural.

    La dehesa define el paisaje y ha caracterizado el modo de vida de millones de hectreas del oeste y, sobre todo, del suroeste peninsular. Como unidad de explotacin constituye la clula organizadora del espacio rural del zcalo ibrico peniplanizado. reas adehesadas por excelencia son la mayor parte de las tierras extremeas, del oeste salmantino y zamorano, el Campo de Calatrava y los Montes de Toledo en las provincias de Ciudad Real y Toledo, y la Sierra Morena andaluza en las provincias de Jan, Huelva, Sevilla y, sobre todo, Crdoba. Pero la dehesa aparece en otros casos: como fincas aisladas, definiendo paisajes de escala comarcal, en todo el mbito mediterrneo peninsular y en Baleares.

    Un rasgo agroecolgico es comn a todos los paisajes adehesados: la fuerte y prolongada sequa veraniega, que agosta los pastos entre mayo y octubre, con lgicas diferencias interanuales y locales. En compensacin dispone de una mitad del ao hmeda y relativamente suave, que permite el pastoreo libre durantes ese periodo. Los suelos son, en general, mediocres, delgados, a veces pedregosos, con una baja capacidad de retencin de humedad. Ha sido secularmente esa limitacin del factor edfico la que ha propiciado el uso ganadero de las dehesas, frente al uso agrcola dominante de las grandes cuencas sedimentarias del resto del interior peninsular.

    El modelo de dehesa como explotacin de gran tamao, orientacin predominantemente ganadera y subsidiariamente agrcola y forestal, y el aprovechamiento combinado e integrado de suelo y vuelo arbolado presenta variedades y matices resultantes de condiciones ecolgicas diversas, de orgenes y funciones histricas distintas y de dinmicas de uso y aprovechamiento recientes tambin contrastadas. Es difcil hablar de un modelo o tipo de dehesa. Slo por el uso del suelo cabra ya distinguir cuatro tipos de dehesas: unas ms agrcolas que ganaderas, sobre las zonas de mejores suelos; otras predominantemente forestales, all donde el arbolado est constituido en su mayor parte por alcornoques, con aprovechamiento corchero: y dentro de las ganaderas cabra distinguir las de reses bravas, escasas en nmero y superficie pero emblemticas del paisaje rural espaol y las restantes, que presentan especializacin segn comarcas entre ovino, porcino y vacuno.

    La penillanura extremea brinda los mejores ejemplos de dehesas ganaderas de Espaa, y puede ser tomada como exponente de la gnesis, evolucin y transformaciones recientes de los sistemas ganaderos extensivos peninsulares, fuera de los mbitos de montaa.

    El sistema ganadero adehesado se asienta en una estructura de propiedad latifundista, ms concentrada an y con patrimonios de tamao medio superior que en la Campia andaluza.

    A finales del Antiguo rgimen, la situacin patrimonial de las dehesas era y en parte contina sindolo compleja. Siguiendo con el ejemplo cacereo, extrapolable a otras reas de Extremadura, slo un 40% de las dehesas eran propiedad de un solo titular; en los casos restantes la propiedad apareca compartida por sociedades de propietarios, dado que existan normas que impedan su particin, adems de razones econmicas que aconsejaban su explotacin en coto redondo. El proceso de unificacin de la propiedad vendra impuesto por la ruptura del esquema tradicional ganadero y el arrendamiento generalizado.

    La propiedad corresponda en el Antiguo Rgimen a los estamentos privilegiados, con la nobleza e hidalgua a la cabeza, seguida por los concejos, las rdenes militares y la iglesia. De un peso muy notable en el suroeste en general era la propiedad concejil. La desamortizacin de esas fincas en la segunda mitad del XIX constituir un episodio fundamental en la consolidacin de la nueva clase terrateniente regional.

    La desamortizacin eclesistica y, sobre todo, la civil que se inicia en 1855 ocasiona un trasiego importante de tierras y la formacin de una nueva clase terrateniente regional. El

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  • devenir de las grandes dehesas concejiles de pasto y arbolado es un excelente ejemplo de la suerte que corrieron muchos montes de propios de encina y alcornoque del oeste peninsular. Se abri una etapa de considerable privatizacin de la tierra y de probable deterioro del monte adehesado pues, aunque es un asunto no suficientemente documentado, las ventas levaron aparejados un aumento del pastizal y de la labor, en detrimento de la cubierta arbrea.

    Las dehesas de titularidad pblica, concretamente las dehesas boyales, conservaron un peso destacado en el espacio rural regional. Consecuencia de la peculiar aplicacin de las normas desamortizadoras, el suelo, que es en realidad lo que permanece en manos de los ayuntamientos, es aprovechado por los vecinos gratuitamente o con el pago de un canon; el vuelo, al contrario, es aprovechado por particulares.

    El espacio adehesado ha conocido en los ltimos decenios mutaciones profundas y adaptaciones a las nuevas circunstancias del sector agrario y de la economa global. Esas mutaciones han resultado ms complejas y de distinto alcance que las operadas en sistemas ms agrcolas, pues el carcter esencialmente ganadero de las explotaciones y su forma de gestin extensiva, acorde con la estructura de la propiedad y las potencialidades productivas, resta capacidad de maniobra y versatilidad a las empresas y plantea mayores dudas a la clase empresarial sobre el sentido y la viabilidad de los cambios a introducir.

    El sistema de dehesa es, como se ha dicho, complejo y diverso territorialmente. En la regin extremea se han distinguido cinco grandes tipos de dehesas, en funcin de las particulares combinaciones entre el uso del suelo y el aprovechamiento ganadero: dehesas de labor extensiva arbolada con porcino; pastizal y labor extensiva arbolada con ovino; matorral arbolado con caprino; y pastizal arbolado con bovino. Las formas de gestin, los problemas y la evolucin del agrosistema difieren de unas explotaciones a otras, con lo que las generalizaciones siempre resultan comprometidas.

    Hasta los aos sesenta las dehesas presentan un sistema de aprovechamiento y gestin en equilibrio precario con las caractersticas y potencialidades del medio, sustentado en el consumo de recursos naturales renovables, y orientado a la produccin mercantil ovina, porcina y secundariamente, caprina y bovina. El cultivo parcial del suelo y sus largas rotaciones, la baja densidad de la cabaa, las caractersticas de las razas y los ciclos de produccin responden a la necesidad imperiosa de adaptar la explotacin al aporte de recursos de suelo y vuelo, limitados por las caractersticas agroclimticas (concretamente de humedad) y edficas de la zona, con una incorporacin muy reducida de inputs energticos externos. Ah radica tambin la clave del beneficio empresarial, es decir, en el mantenimiento de la autonoma econmica de las explotaciones, el reempleo de alimentos ganaderos y la reduccin al mximo de los costes de produccin. La labor est presente en muchas zonas y explotaciones, tanto ms cuanto mejores los suelos.

    El cultivo ha tenido tradicionalmente una funcin indirectamente pecuaria, consistente en la obtencin de granos forrajeros (ms avena, cebada y centeno que trigo) y en la limpieza de los suelos para la obtencin de pastos de calidad. Pero los pastos fueron y son el principal recurso renovable del sistema adehesado.

    La cabaa ganadera y su manejo se ajustaban en el agrosistema tradicional a los recursos pastables enunciados. Las carencias veraniegas han limitado siempre el tamao de los rebaos y han propiciado la seleccin de razas mejor adaptadas a las existencias de pastos y frutos, con una composicin muy distinta a la actual. Ovejas merinas y cerdos ibricos, especies y razas mejor adaptadas a las furas condiciones alimenticias de las dehesas, han constituido la base de la explotacin tradicional. El caprino estaba tambin presente en casi todas las dehesas, aunque orientado al consumo local, y el vacuno era un ganado de minora, con pocas fincas especializadas en su produccin, pues resultaba difcil su adaptacin a las

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  • disponibilidades pastables sin aportes complementarios importantes; si reciba cuidados especiales era por su dedicacin al labore, ms que por su produccin econmica.

    Algunos aspectos del sistema tradicional que conviene retener: las caractersticas fisiolgicas de las especies y razas autctonas predominantes en la cabaa, adems de un menor rendimiento crnico, implicaban una escasa precocidad y bajo ndice de conversin, que redundaba en la amplitud del ciclo productivo hasta que los animales alcanzaban el peso adecuado para el sacrificio; la adecuacin de la cabaa a las disponibilidades de pasto ha provocado tradicionalmente una concentracin de la oferta, coincidiendo con el agostamiento de los pastos o con etapas anormalmente secas durantes el periodo tericamente hmedo del ao agrcola. Esto explica que las dehesas occidentales de la Pennsula hayan sido simplemente un mbito de reproduccin ganadera sobre todo de ovinos y vacuno con destino a sacrificio o a cebo fuera de la regin de corderos y terneros.

    El comienzo de los setenta marca el inicio de la crisis del sistema adehesado descrito hasta aqu, y el desarrollo de distintas formas de adaptacin a nuevas circunstancias. En algunas zonas del oeste peninsular la crisis lleva a la pura sustitucin de los usos tradicionales, a la generalizacin del aprovechamiento cinegtico o a la repoblacin forestal. En otras, el espacio adehesado ha entrado en un camino de intensificacin relativa y de modernizacin que responde a un modelo de gestin y a un paisaje matizadamente distinto del vigente hasta finales de los cincuenta. Algunos rasgos de esa transformacin son:

    Un cambio apreciable en la orientacin productiva, con mayor peso relativo del sector vacuno de carne, frente a vejas y cerdos. La prdida del protagonismo del ovino hay que relacionarla con el hundimiento del precio de la lana y la cada de la demanda, el incremento de los salarios y la emigracin de los pastores, asuntos especialmente sensibles para el ovino, ms exigente en mano de obra que el vacuno, y la reduccin en muchas dehesas de la sementera de cereales en beneficio de los cultivos forrajeros. El porcino, que perdi posiciones en los sesenta del siglo XX como consecuencia de la peste y de la desaparicin de pequeas piaras familiares, se estabiliza en los setenta e incluso crece ligeramente ms tarde, aunque sobre la base de cruces con especies menos rsticas y menos grasas, y una prdida de importancia del encinar como proveedor de alimentacin en montanera. Reduccin o simple supresin de la carga arbrea ha sido, pues, uno de los costes ambientales de la intensificacin ganadera en amplias zonas.

    Tal modernizacin ha descansado tambin, no slo en la modificacin de la cabaa por especies sino en el cruce con razas forneas de mayores rendimientos crnicos. La reduccin de ciclos productivos y el incremento en rendimientos aumenta la dependencia en inputs externos y reduce el peso relativo del reempleo. Ello resulta especialmente evidente en el porcino, para el que la montanera ha dejado de ser la forma principal de cebo.

    El crecimiento de la produccin crnica y la reduccin muy importante en el nmero de jornales ha incrementado en ms del doble la productividad del trabajo. Todo ello hace que la mayor parte de las tasas convencionales de rentabilidad continuaran siendo a comienzos del decenio pasado favorables para el empresario, all donde los cambios han sido posibles. No obstante, la tasa neta de beneficio era ya entonces muy baja o casi inexistente, pues buena parte del excedente neto se distribuye entre la renta de la tierra y el inters del capital de explotacin, aunque en general es reducido en relacin con el capital inmovilizado. Pero en los ltimos aos hay que sealar la alta capacidad de respuesta de los pastaderos adehesados de mejor calidad al apoyo de la UE a la ganadera extensiva, especialmente a la ovina, superndose en algunas comarcas los niveles de carga admisible, con claros sntomas de sobrepastoreo. Finalmente, y dado que estos paisajes poseen elevados valores de biodiversidad y son, adems, bastante demandados por la poblacin urbana, parece

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  • conveniente y lgico considerar la nueva categora contable de valor econmico total, en la que junto al margen neto empresarial se aada el margen ambiental.

    1.6 SISTEMAS Y PAISAJES RURALES DE MONTAA

    Resulta prcticamente imposible precisar la superficie que ocupan los sistemas y

    paisajes agrarios de montaa, pero la cuanta supera probablemente los 10 millones de hectreas.

    Lo primero es destacar la existencia y las peculiaridades sistmicas de la agricultura o de las agriculturas de montaa. Lo que define a la agricultura de montaa es, precisamente, su desarrollo en un mbito y en un ambiente especfico, la montaa, un hecho geogrfico que se define por su altura, destacada sobre campias y llanos circundantes, por sus pendientes fuertes o moderadas, y por su discontinuidad.

    Es el hecho geogrfico montas el que ha propiciado histricamente unas formas peculiares de ocupacin y apropiacin del territorio, de articulacin productiva del espacio y de organizacin de la vida local. Es tambin la montaa la que asiste a la transformacin radical de sus modos de vida y de su paisaje, consecuencia de una fuerte intervencin exterior que ha modificado el significado econmico, social y cultural de los espacios montanos a escala global.

    Lo primero que introduce la montaa es diversidad y contraste, no slo con respecto a los llanos circundantes, sino a otras montaas y, dentro de cada una, entre sus distintos mbitos topogrficos constitutivos, matizados a su vez por su carcter de solana o umbra. La agricultura montaesa es, en Espaa, diversa por definicin: no todos los sistemas montaosos espaoles alcanzan el mismo desarrollo altitudinal, con lo que el escalonamiento, la diversidad de aprovechamientos y el mosaico de usos no presenta en todos ellos igual complejidad; adems, las montaas espaolas, al margen de su altitud, estn ubicadas en zonas climticas distintas, lo que introduce diferencias bioclimticas y agroecolgicas muy importantes de norte a sur.

    En general, a igual altitud, las montaas del norte suelen ser ms hmedas, ms fras y ms nivosas que las del centro y las del sur. Las del norte son asimilables al modelo alpino, con escalonamiento de usos completo, acorde con el distinto potencial ecolgico en altura: prados, huertas y agricultura en general en el fondo de los valles; bosques de frondosas y de conferas, salpicados de rasos para pastos en las vertientes, y matorrales y praderas alpinas supraforestales en las cumbres. Las montaas del sur, en parte por su menor altitud y por su posicin ms meridional, se distancian del modelo alpino: la superficie cultivada, incluso con plantas perennes, puede ascender hasta los 1.500 metros y hasta los 2.000 en la solana de la Alpujarra. El bosque ocupa, en genera, poca superficie; falta en muchos casos el piso supraforestal de matorrales y pastos de altura. La Cordillera Central y el Sistema Ibrico se comportan como montaas de transicin, mediterrneo-subhmedas, con corta pero perceptible sequa veraniega y escaso desarrollo de prados y matorrales supraforestales o de altura.

    Esas diferencias altitudinales y bioclimticas han llevado asimismo a distinguir tres sistemas de explotacin y, en cierto modo tambin, de organizacin social en funcin del mayor o menor peso de la agricultura o la ganadera: sistemas predominantemente ganaderos dominan en las montaas septentrionales (Pirineos y Cordillera Cantbrica), sin que haya faltado en el pasado una agricultura destinada al aprovisionamiento de la poblacin local y de parte de la cabaa, durante los meses ms duros del invierno; sistemas mixtos de ganadera y agricultura aparecen en el Sistema Central e Ibrico, en las sierras de Segura y Alcaraz o en montaas del interior valenciano, donde las pendientes y la dureza invernal del clima imponen

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  • limitaciones a la expansin generalizada de la agricultura, pero la posicin y altitud impiden o limitan tambin la existencia de pastos de verano en las alturas y de una carga ganadera considerable; finalmente, los agrosistemas de las montaas del sur, y concretamente andaluzas, han sido tradicionalmente ms agrcolas que ganaderos, pues las mayores disponibilidades de calor, los dficits de humedad y sus consecuencias sobre el pastizal, la menor dureza del invierno y la existencia de zonas edficamente aceptables lo han propiciado.

    Pero existen una serie de rasgos comunes de las agriculturas montaesas tradicionales y de su evolucin ms reciente. La montaa ha impuesto una forma particular y reiterada de organizacin territorial, econmica y social del espacio. El resultado ha sido la intensa humanizacin del espacio.

    Muchas montaas espaolas no constituyen espacios macizos y continuos, sino ms bien cordales montaosos, separados y articulados por valles interiores o perifricos. Los valles han articulado tradicionalmente el poblamiento y han constituido la base de la organizacin social y poltico-administrativa. El fondo de los valles es el asiento de los ncleos de poblamiento concentrado, de estructuras y tamaos diversos. Los valles han sido tambin unidades funcionales y poltico-administrativas. Un elemento bsico y comn a la mayora de las montaas peninsulares y a las ms elevadas de Canarias es la diferenciacin del espacio entre terrenos de propiedad y explotacin particulares y terrenos de propiedad pblica, casi siempre concejil, de explotacin colectiva o arbitrada. Los fondos de valle y sus inmediaciones acogen a las propiedades particulares, y las vertientes y reas cimbreas, con predominio de pastizales, monte forestal en distintos estados, praderas y matorrales, a la propiedad pblica.

    Lo importante a retener es la importancia de lo pblico, de lo comunal y lo colectivo en las agriculturas de montaa; fue sin duda un factor de cohesin y de complementariedad en el pasado, y ha sido en tiempos ms recientes una va de intervencin de los poderes y administraciones pblicas por encima o contra los intereses de las sociedades locales.

    El otro rasgo caracterstico de las agriculturas de montaa es el escalonamiento de los usos, con evidentes razones topogrficas y bioclimticas. Los equilibrios conseguidos en cada coyuntura, frgiles e inestables, han resultado casi siempre de la aplicacin de un alto volumen de trabajo relativamente cualificado, por lo que una reduccin del mismo tiene consecuencias muy importantes en la evolucin del paisaje.

    El fondo y el arranque de las vertientes de menor desnivel han sido en todos los valles montaeses mbito preferentemente agrcola: los huertos murados, anexos o en las inmediaciones de las viviendas, y los pagos cerealistas, donde tambin se sembraban patatas y lino, eran un elemento comn en el agrosistema y en el paisaje de montaa. Era adems un paisaje altamente parcelado y compartimentado, surcado de caminos entre cercas, setos y arboledas, de propiedad particular, aunque las fincas cerealistas, bajo una sola linde, estaban habitualmente sometidas al aprovechamiento colectivo ganadero del rastrojo y del medio barbecho.

    Las vertientes de los valles han sido dominio preferente del pastizal y del bosque, este ltimo de composicin y estructura diversas dependiendo de la altitud, la exposicin y los suelos, y de la explotacin humana de la que ha sido objeto. Fueron tambin en el pasado reserva de suelo agrcola, roturado y aprovechado en coyunturas de mayor presin demogrfica sobre los recursos, con una naturaleza temporal y complementaria y un carcter colectivo por la doble circunstancia de asentarse en terrenos comunales o concejiles y por el duro trabajo de acondicionamiento, ejecutado habitualmente por el conjunto de los vecinos.

    El mejor ejemplo de acondicionamiento de vertientes y de modificacin radical y permanente de la infraestructura natural es la construccin de bancales y terrazas. Con ellas se escalonan las pendientes, se transforman y utilizan en beneficio de la agricultura las

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  • condiciones del drenaje, y se crea suelo de relativa calidad. El ingente trabajo de creacin y mantenimiento de este paisaje construido slo se justificaba por la existencia de cultivos relativamente productivos para el consumo local e incluso para el mercado.

    Fuera de estos terrazgos cultivados en vertientes, el monte pblico era sobre todo espacio pastoril y forestal. En parte los pastizales correspondan al piso vegetal de prados y matorrales de altura o supraforestales, pero con frecuencia descendan a cotas ms bajas, abrindose sobre el piso forestal en funcin de las necesidades pasccolas del verano. Coincidan entonces en esos pagos los ganados transhumantes y los ganados locales que practicaban desplazamientos a escala comarcal o de valle.

    El monte arbolado acoga distintos usos y se encontraba por ello muy transformado en su estructura y composicin florstica, aunque sus especies arbreas integrantes eran naturales. El monte forestal segua siendo espacio pastoril y para ello era preciso aclarar, abrir el monte, dndole una fisonoma adehesada; los ms caractersticos y prximos a los pueblos, por su funcin principal de apacentamiento del ganado de labor, eran las dehesas boyales, presentes tambin en agriculturas no montaesas. Otros montes arbolados tenan prioritariamente encomendado el abastecimiento de combustible en forma de lea o carbn vegetal, aunque no por ello carecan de funcin ganadera. Eran cepedas y tallares de rebollo, roble, quejigo o encina.

    Haba, finalmente, montes autnticamente madereros de calidad, explotados regularmente por las comunidades rurales o por instancias externas que conservaban el aspecto y la estructura de monte alto o bosque en sentido estricto, pese a estar tambin intensamente antropizados. En algunos casos la demanda y el valor econmico de la produccin maderera resultaba tan grande que llegaron a definir econmica y socialmente algunas comarcas de montaa: tal ha sido el caso hasta nuestros das de la Tierra de Pinares entre Soria y Burgos.

    Por encima del piso forestal, en las montaas que por su posicin y altitud lo permiten, aparecen los prados y matorrales de altura. Han sido tradicionalmente y siguen siendo de propiedad pblica; hasta ellos suban los rebaos mesteos en verano y tambin los locales que practicaban y practican la transhumancia intraterminal o comarcal.

    Esa organizacin secular del espacio y de las sociedades rurales de montaa se ha visto profundamente alterada en los ltimos decenios por razones e intereses internos y externos a la propia montaa, no exclusivas, pero que aqu revisten especial significado y trascendencia: en primer lugar porque el complejo agrosistema montas ha descansado en la aplicacin intensa y continua de trabajo que ha humanizado considerablemente, mediante frgiles equilibrios hombre-medio, unos espacios en los que la naturaleza puede mucho. En segundo lugar, el acusado descenso de activos, en casos extremos hasta el puro despoblamiento, no ha podido ser sustituido como en los llanos por energa mecnica; la consecuencia directa es, bien la progresin de las dinmicas naturales, bien la sustitucin de usos introducidos por intervenciones pblicas o privadas, como repoblaciones forestales o acondicionamiento artificial del suelo para ocio y recreacin. En ambos casos el deterioro y/o cambio de paisaje humanizado y construido es una consecuencia lgica y frecuentemente negativa, tanto desde el punto de vista ecolgico como esttico. En tercer lugar, los espacios rurales de montaa presentan, a diferencia de la mayor parte de las llanuras agrcolas, una implantacin notable de la propiedad pblica con lo que la capacidad real de intervencin de las distintas administraciones es considerable. Finalmente, la montaa, que se ha vaciado de hombres y de mujeres, y de muchas de sus funciones productivas tradicionales, suscita ahora intereses y demandas mltiples, en ocasiones de signo contrapuesto. La montaa ha pasado a ser, sobre todo, un recurso ampliamente demandado como espacio residencial, de ocio y recreo, al tiempo que se ha convertido en objeto preferente de las polticas ambientales y de

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  • proteccin de la naturaleza, por la riqueza y diversidad biolgica que suele albergar y por la belleza de sus paisajes. La consecuencia ms inmediata en lo social es el proceso generalizado de aculturacin de estas zonas, que hace que el hombre de montaa cada vez se vincule e identifique menos con la diversidad ambiental de su territorio, clave de la organizacin tradicional.

    El descenso muy acusado de poblacin est en la base de la reorganizacin productiva de la montaa. En los espacios periurbanos las actividades pecuarias y forestales se han reducido mucho, hasta su casi desaparicin, aunque desempean todava un papel importante en la gestin y mantenimiento del paisaje rural, en reas menos afectadas por la ciudad, el sistema productivo ha tendido a cierta especializacin e intensificacin, muchas veces de espaldas a las potencialidades del ecosistema montas. El pastoralismo montas se ha reducido ostensiblemente y, por lo mismo, el sistema de transhumancia comarcal o de valle, con la subexplotacin consiguiente de los recursos pastables de las partes ms elevadas o menos accesibles.

    Desde el punto de vista geogrfico tiene mucho inters el conocimiento de las dinmicas naturales, tanto biogeogrfica como geomorfolgica, resultantes de los procesos de abandono total o parcial de los usos prcticas tradicionales. Por lo que respecta a la vegetacin cabra pensar en una colonizacin y progresin de la cubierta hasta la reconstruccin de formaciones similares a las que podran considerarse naturales en cada lugar. La realidad, sin embargo, es bastante ms compleja y cariada de lo que se podra pensar. La evolucin depende, entre otros factores, del estado de los suelos tras el abandono. Aunque en general se producen tras el abandono procesos de colonizacin vegetal, ello no siempre supone restauracin rpida y lineal del paisaje original. Probablemente el deterioro ms intenso en trminos productivos, ambientales y paisajsticos est teniendo lugar en las zonas de campos abancalados y aterrazados abandonados. En estos casos la progresin de la vegetacin no puede frenar las prdidas masivas de suelo como en otras vertientes menos transformadas por la actividad humana.

    1.7 PAISAJES Y SISTEMAS AGRARIOS DE REGADO

    Espaa cuenta en la actualidad con una superficie regada que supera los 3,4 millones

    de hectreas, es decir, un 15% de la superficie cultivada; dicha extensin aporta, sin embargo, alrededor del 60% de la produccin final del subsector agrcola. Un solo rasgo en comn presentan las tierras regadas: la aportacin artificial de agua, en cantidad, de origen y calidad diversos, dependiendo de las necesidades, de las disponibilidades y de las caractersticas fsico-qumicas del recurso. El aporte suplementario de agua mediante riego supone siempre, a partir de unos mnimos, el incremento de la productividad y de la produccin, y la regularidad de esta ltima, tan aleatoria en las condiciones naturales de una agricultura mediterrnea, sujeta a irregularidades de todo orden en materia de precipitaciones. Los regados espaoles se caracterizan ante todo por su diversidad: en su origen, en sus infraestructuras y en sus dimensiones; en las orientaciones productivas y en la estructura de las explotaciones; en su significado social y poltico en los espacios en que aparece; en sus caractersticas y problemas ambientales y en el tipo de paisaje que configuran.

    Y es que el agua de riego acta en primer trmino sobre medios rurales de caractersticas naturales muy diferentes, con ecoclimas, suelos y topografa contrastados, que marcan ya diferentes potenciales y limitaciones para la agricultura regada. Adems, el regado opera sobre estructuras de propiedad y de explotacin preexistentes a la llegada del agua.

    Una cuestin de carcter terico es el hecho de que la agricultura de regado se sustenta en el recurso natural renovable que es el agua, y ello conduce a plantear y responder

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  • una serie de cuestiones centrales sobre la propia consideracin conceptual del agua, sobre su propiedad, distribucin y asignacin, sobe las bases fsicas y sociales de la escasez del recurso, etc. Cabe aadir que el factor agua es un recurso desplazable territorialmente, trasvasable, con lo que su asignacin, ya no slo entre grupos y usos, sino entre territorios los sita en el centro del debate geogrfico y poltico de la agricultura y de la ordenacin territorial.

    Planteamos ahora una tipologa de los espacios regados atendiendo a los componentes principales del sistema agrario: el soporte fsico, los orgenes e infraestructuras, las orientaciones productivas dominantes, la estructura de las explotaciones y la dimensin ambiental y paisajstica del regado.

    Desde el punto de vista del medio fsico: buena parte de la Espaa peninsular y los dos archipilagos presentan buenas o excelentes condiciones agroclimticas para el riego.

    Tampoco los suelos constituyen un hndicap para la implantacin y expansin del regado. Exceptuando las tierras de pendientes fuertes y las situadas por encima de los 1.000 metros.

    El uso del agua se sita en el centro del sistema. Desde una perspectiva geogrfica y en trminos puramente descriptivos, lo primero a sealar son los acusados desequilibrios hdricos existentes entre cuencas, propio de un espacio en el que confluyen dos grandes mbitos climticos el templado hmedo y el mediterrneo , y la existencia de una reserva importante de caudales subterrneos, an no suficientemente conocida y que viene a compensar en parte los desequilibrios superficiales.

    En cuanto al origen de los regados espaoles y las formas institucionales de gestin, una tipificacin simple lleva a distinguir cuando menos tres grandes grupos: los regados histricos o tradicionales, existentes ya antes de 1900 y que vienen a sumar 1,2 millones de hectreas; los regados de iniciativa estatal, con una superficie similar a los tradicionales y ejecutados en su mayora por el rgimen franquista entre los aos cuarenta y setenta; y finalmente los regados de iniciativa privada, ms recientes en general y con mayor significado relativo de las aguas subterrneas.

    Los regados histricos, diversos en sus estructuras y paisajes, aparecen casi siempre en las vegas de los grandes ros peninsulares y, sobre todo, en hoyas y llanuras litorales mediterrneas donde los problemas de inundacin y de drenaje pudieron resolverse o paliarse histricamente. A este grupo pertenecen tambin muchos de los pequeos regados locales, existentes en las inmediaciones de casi todos los pueblos. En general su organizacin y la gestin del agua descansa en las Comunidades de Regantes, herederas en las llanuras aluviales levantinas y en algunos pequeos regados del interior de formas de organizacin social y de una cultura del agua de races bajomedievales.

    Los regados de iniciativa estatal constituyen una generacin de operaciones de gran envergadura en conjunto ms de un milln de hectreas . El marco normativo, propio de una etapa poltica y de un contexto socioeconmico muy distinto del actual, se caracteriz por la rigidez de los mtodos y el carcter imperativo de las transformaciones, la larga duracin de las mismas, la ausencia de criterios de racionalizacin del uso del agua y de evaluacin de la rentabilidad de las operaciones, y la tutela administrativa.

    Los regados de iniciativa privada, implantados en bastantes casos con ayudas y subvenciones pblicas, se abastecen preferentemente de aguas subterrneas o por tomas directas de caudales fluviales, cuyas concesiones, administracin y gestin corresponde a las Comisaras de Aguas. En general, la infraestructura hidrulica de estos riegos es privativa de cada explotacin. Los sistemas de regado predominantes son la aspersin y el riego localizado, que maximizan la eficiencia de unas instalaciones costosas y de unos consumos energticos elevados.

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  • La orientacin productiva contribuye con mayor claridad a definir los agrosistemas regados espaoles. El panorama general que ofrecen se caracteriza en trminos espaciales por su relativo extensivismo productivo y por su estrecha vinculacin con la ganadera una ganadera industrial, ajena en general a la biomasa directamente pastable y a la agroindustria en general. La participacin en el complejo agroganadero tiene lugar a travs de la produccin de maz, sorgo, de una parte de los cereales de invierno como cereales-pienso, y de la alfalfa.

    Ese panorama general presenta, no obstante, acusados contrastes territoriales. La tipologa que sigue se basa en la ubicacin geogrfica de los regados, con lo que ello implica en trminos de potencial agrolgico, orientaciones productivas y estructura empresarial: regados circunmediterrneos, de la costa suratlntica y de Canarias: en su mayora asentados sobre pequeos conos torrenciales, deltas, hoyas, llanos y vegas litorales y prelitorales, y vertientes aterrazadas de las montaas perimediterrneas y de Canarias, con lo que disponen por latitud, altitud y razones climticas locales del ms alto potencial trmico de Espaa. Su orientacin es hortofrutcola intensiva, con predominio de explotaciones campesinas, tcnicas sofisticadas de riego localizado y difusin de invernaderos, acusados dficits de humedad, conflictos de usos con la demanda urbana e industrial, tanto de agua como de suelo. Es una agricultura tradicionalmente comercial, abastecedora hoy tanto de la demanda nacional como, sobre todo, de la internacional. La diversidad de orientaciones productivas obliga a distinguir cuatro subsistemas:

    - fruticultura subtropical: se trata de un sistema basado en cultivos nicos en Europa (aguacate, chirimoya, mango y, sobre todo, pltano), de exigencias trmicas muy altas y de elevados consumos de agua, sobre todo en el caso del pltano, en los valles bajos y laderas de pequeos ros vertientes al mar de Alborn y mayoritariamente en Canarias.

    - fruticultura y citricultura mediterrnea: tanto los frutales de hueso y pepita como los ctricos. Es una parte importante de los valles medios e interiores de los principales ros levantinos, desde Murcia a Castelln los llanos litorales del golfo de Valencia. Se aprecia un claro contraste entre la especializacin citrcola dominante en las llanuras costeras o prelitorales, en el caso de Murcia, y la produccin frutcola de los valles medios. Se trata de cultivos con elevados consumos hdricos, aunque con notable expansin del riego localizado, relativamente poca competencia en el mercado exterior y problemas estructurales.

    - horticultura temprana intensiva al aire libre: ha perdido presencia en beneficio de los cultivos protegidos bajo plstico, pero contina siendo en superficie la horticultura dominante de los regados comerciales mediterrneos. Las tcnicas de riego se han modernizado notablemente en los ltimos aos, dominando ya el riego localizado en los nuevos regados litorales y prelitorales en Murcia y en Valencia. La estructura de la explotacin es mayoritariamente familiar o a tiempo parcial, aunque no faltan algunas grandes firmas productoras.

    - horticultura precoz bajo plstico: desde la primera experiencia en Canarias en 1958, la superficie ha crecido notablemente. Aunque supone no ms de la tercera parte del cultivo hortcola en regado, el potencial productivo del sistema, su capacidad de movilizar recursos y difundir innovaciones, de transformar espacios y sociedades locales, y los agudos problemas agroambientales a que se enfrenta lo convierten en un agrosistema fundamental del actual panorama agrario. Estamos ante un sistema altamente concentrado en el espacio. Aunque los plsticos

    han venido a situarse en muchos casos sobre reas ya regadas y dedicadas a la horticultura, revolucionando los ciclos y las rotaciones de por s ya precoces e incrementando el

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  • nmero de cosechas, el invernadero ha constituido tambin en otras zonas un elemento emblemtico del proceso de colonizacin integral de espacios hasta entonces improductivos. En todas las zonas en las que los plsticos se han difundido, el invernadero ha constituido un componente importante, pero no el nico, de un sistema agrario puntero en muchos aspectos: en materia de riego localizado, de estimacin de necesidades de humedad y de ensayos para la mxima captacin posible de energa calrica a travs del propio invernadero, de creacin de suelos y de expansin y difusin de cultivos hortcolas y variedades acordes con la demanda, sobre todo del mercado exterior. No en vano dos momentos expansivos fundamentales de la superficie de cultivos protegidos han coincidido con otros tantos episodios del proceso de incorporacin de Espaa a la Comunidad Europea: primero el Acuerdo Preferencial de 1970, que mejor la posicin de la produccin hortofrutcola espaola en el mercado comunitario y, ms tarde, la adhesin definitiva de Espaa en 1986. Regados hortofrutcolas de los valles interiores. La produccin hortcola al aire libre, por lo general con una sola cosecha anual, dada la incidencia de periodos de helada relativamente largos, se asienta en explotaciones predominantemente familiares, especializadas en un solo cultivo y bien integradas en el mercado. Los regados viejos o tradicionales, aunque con races muy antiguas y una estructura dominada por el microfundio, la pequea parcela regular y sistemas de riego tradicionales, han sabido integrarse en el nuevo sistema hortcola, alcanzando altos niveles de productividad y de calidad en su produccin. Regados extensivos cerealistas, forrajeros e industriales del interior. En superficie co