sobre violencia y hegemonía. luis alvarenga
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Sobre la violencia como factor que conforma la identidad salvadoreña y como dispositivo del poder hegemónico.TRANSCRIPT
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Autoritarismo y cultura de la violencia: Identidad o conflicto social?
1. Identidad y conflicto social
Las identidades son dinmicas, no son estticas. La dimensin conflictiva es inherente a ellas. Hay un
conflicto, por ejemplo, y este aparecer a lo largo de esta intervencin, que es el conflicto con el Otro.
Frente al Otro nos comparamos, nos mensuramos. Es por el Otro que podemos de-limitarnos.
No es ninguna novedad que esta relacin frente a lo Otro es, en Amrica Latina, conflictiva. La
identidad es conflictiva en los pases latinoamericanos. Su constitucin es el resultado de conflictos
sociales de distinto tipo. Lo que somos, sociedades culturalmente mestizas, es la muestra de lo que
decimos. El mestizaje fue violento y supuso la negacin y la subalternacin de un Uno frente a un Otro.
El hecho de asegurar que no tenemos ninguna identidad revela este conflicto. Tenemos introyectada
esa alteridad. Huimos de lo que somos, de los rasgos indgenas, negros o blancos que nos muestra el
espejo. Huimos hacia una presunta identidad pura, nos reafirmamos y refugiamos en ella, pero esto es
una autonegacin. Al afirmarnos como europeos, como indgenas, como negros, etc., negamos
partes importantes de nosotros mismos. Por qu es tan atractiva esa autonegacin? Porque refugiarse
en una identidad ya hecha, delimitada, refugiarnos en una tribu cerrada en s misma nos crea la ilusin
de preservarnos frente al choque de la alteridad, choque que es, a la par, explosin e implosin.
La famosa cita de W. Benjamin que dice que todo documento cultural es, a la vez, documento de
barbarie, es ms que aplicable en nuestro caso. Nuestra identidad cultural, o identidades culturales, son
el resultado de conflictos sociales cruentos.
Los conflictos sociales violentos, que han llegado hasta el exterminio del otro, son la columna vertebral
de nuestras identidades culturales.
2. Cultura de la violencia: identidad, historizacin y usurpacin.
Un polica trans es golpeado y vejado. Se le dice que si quiere parecer hombre, este es el trato que
recibir. Esta reaccin parece natural. Es natural que los hombres custodiemos la hombra, el gran Falo
Sagrado. Es natural que, en una identidad que pretende estar cerrada, se custodien sus smbolos frente
al Otro que invade, que trans-grede, que usurpa. Hay una novela de Phillip Roth, titulada La mancha
humana. El protagonista es un profesor universitario blanco al que han sancionado por haber hecho una
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referencia presuntamente racista en contra de un estudiante negro. Poco a poco se va dando cuenta uno
de que el profesor es negro. No por el color de su piel, sino por que su familia es negra, l ha sido
criado y tratado como negro durante su infancia y juventud, y que ha sido hasta un punto en que el
protagonista eligi ser blanco en que esta identidad se ha mutado. El conflicto interior es el peso de esa
identidad usurpada. En nuestro pas seguiremos teniendo conflictos a diversa escala en la medida en
que nuestra asuncin de ser nosotros sea tambin una usurpacin y no una apropiacin.
Nuestras identidades culturales, que son mltiples, que se traspasan mutuamente, que chocan entre s, y
no slo de clase a clase o de individuo a individuo, sino que tambin dentro de cada grupo social y
dentro de cada individuo son la huella de la cultura de la violencia. Marx deca que la mercanca, en
virtud de su fetichismo, oculta sus marcas de nacimiento. Siendo la mercanca la forma por excelencia
de los productos humanos en el capitalismo, podemos decir que los productos culturales, tangibles e
intangibles, ocultan en sociedades como las nuestras sus marcas de nacimiento. Nacimiento que ha
sido todo menos apacible, pues es el producto de una concepcin y alumbramiento violentos.
El sentimiento de usurpacin nace del olvido histrico. El olvido es reificacin. La forma de superar la
reificacin es la historizacin. La historizacin es anamnesis y proyeccin utpico.
Habra, por tanto, que historizar esos rasgos violentos que nos definen y que parecen naturales, pero
tambin historizar aquellos rasgos que son parte nuestra, pero que negamos como ajenos, que
rechazamos en nosotros mismos, como cuerpo social, as como tambin aquellos que, consciente o
inconscientemente usurpamos, en una especie de bovarismo identitario.
3. Autoritarismo y conflicto social
Violencia de las clases dominantes: la introyeccin de los rasgos autoritarios es lo que hizo innecesario
que el ejrcito salvadoreo tuviera que reclutar ms soldados para la matanza anticomunista del 32. Los
civiles respetables y ciudadanos honrados corrieron gustosos a aniquilar comunistas. Al igual que en
los ochenta: los ciudadanos bien nacidos, si era demasiado horroroso participar directamente,
financiaban escuadrones de la muerte para matar curas y violar monjas comunistas. Los ciudadanos
bien nacidos de hoy claman por sangre en las redes sociales. Su utopa es la de la sociedad pacificada
despus del exterminio del Otro indeseable. El pas como la tumba donde el Otro indeseable
terminar. Deberamos dejar de producir mrtires. Junto a los exiliados por hambre es otro de nuestros
productos masivos.
4. Autoritarismo y cultura de la violencia: la conflictividad social como vertebradora de la
identidad
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No nos une el amor, sino el espanto;
Ser por eso que la quiero tanto
JLB: Buenos Aires
El espanto es nuestro cemento social. Tal parece que esta es la nica forma de mantenernos unidos.
El espanto de la amenaza del Otro indeseable. Ubicuo. No en balde, en elecciones el espanto es uno de
los mejores publicistas.
La amenaza del Otro hace que nos refugiemos en la burbuja de una (supuesta) identidad estable. Nos
identificamos como salvadoreos honrados frente a los Otros que no lo son. Estas son las herencias de
la historia reciente. Firmamos la paz en los papeles, pero no sobrevino un reconocimiento de la historia
-anamnesis- ni un reconocimiento de la alteridad. La impunidad es hija de la desmemoria y de la
negacin del Otro. Estos son los cimientos de la cultura.
No puedo concluir en nada. Podra decir que habra que refundar la cultura sobre la base de la memoria
y el reconocimiento mutuo de nuestras diversas formas de ser y estar salvadoreos. Pero creo que es ya
muy tarde para los deseos. La transformacin en la conciencia, de los valores hegemnicos, que son
estos de la cultura de la violencia y el autoritarismo, en otros valores, ms solidarios, es una tarea
urgente. Sin embargo, estamos presos de la ilusin que dan los uniformes y el armamento de guerra,
que vuelven a presentarse como los redentores en este nuevo apocalipsis de posguerra. Esta ilusin es
el producto de la amnesia y la confusin. Habra que historizar las causas de las violencias que
vertebran nuestra cultura y poner a esta en una perspectiva radicalmente distinta. En esta historizacin
toma parte el elemento esttico: la recuperacin de la sensibilidad. La in-sensibilidad es, literalmente,
an-estesia. Recuperar lo esttico, lo sensible, es parte de esa anamnesis. Lo esttico es parte integrante
de los elementos ideolgicos, de la visin de mundo con que interpretamos la realidad y con la que
formamos nuestras relaciones. Que estas sean violentas y anuladoras de la alteridad, o que sean de un
signo distinto, de una forma hasta hoy apenas vislumbrada en el legado de gente como Monseor
Romero, demuestra esta relacin de la sensibilidad con la conformacin de la cultura.
La violencia hace cultura, pero esta cultura se devora a s misma. En tal sentido, no es radicalmente
cultura. Cultura es cultivo de la realidad: ampliacin y humanizacin de la realidad. La violencia es
naturalizacin de la realidad ya dada. Esas son las opciones. Y no tenemos ya mucho tiempo. Ni yo
tampoco, que con esto cierro esta intervencin.