sobre los hombres y sus acontecres · 2007-03-28 · portada: “mi parto difícil”. Óleo de...

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MIS ESCRITOS SOBRE LOS HOMBRES Y SUS ACONTECRES (FISIOLOGÍA HUMANA) Miguel García Vives

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MIS ESCRITOS

SOBRE LOS HOMBRES Y SUS ACONTECRES

(FISIOLOGÍA HUMANA)

Miguel García Vives

MIGUEL GARCÍA VIVES

CARMEN MARÍA GARCÍA MARTÍNEZ MIGUEL GARCÍA MARTÍNEZ

MIS ESCRITOS SOBRE LOS HOMBRES Y SUS ACONTECERES

(PARTE DE FISIOLOGÍA HUMANA)

Colección SOCÍNHIVE Córdoba 2002

Reservados todos los derechos. El contenido de esta obra está protegido por la ley, que establece penas de prisión y/o multas, además de las correspondientes indemnizaciones por daños y perjuicios, para quienes reprodujeren, plagiaren, distribuyeren o comunicasen públi- camente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, o su transformación, interpretación o ejecución artística fijada en cualquier tipo de soporte o comunicada a través de cualquier medio sin la preceptiva autorización Veintinueve de Julio del año 2002 ISBN: 607-5384-0 Depósito Legal: CO-1155-02 Córdoba Julio del Año 2002 © Miguel García Vives Portada: “Mi parto difícil”. Óleo de Carlos Ramírez de la Lastra Pinacoteca RAVI Editado en los Servicios de Reprografía Y Publicaciones de la Facultad de Veterinaria De la Universidad de Córdoba DON FOLIO RANK XEROX 3FK 212/7320201 Xerox 5390

Parte de fisiología humana

MIS ESCRITOS

SOBRE

LOS

HOMBRES Y SUS ACONTECERES

Equipo de investigadores y colaboradores de RAVI: (por orden alfabético) Julio Alcántara Roldán E. Javier de Alonso Hernández Felipe Carracedo Anula Juan Manuel Fernández Romero Antón García Martínez Carmen García Martínez Miguel García Martínez Miguel García Vives Arturo González Rivero Carmen López Casaseca Carlos Ramírez de la Lastra José Sebastián Reinoso Cuadrado Jaime Sanchez Montero i Fillol José Serrano Camarasa y Francisco Torrent Guasp

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DEDICATORIA

Tomando como ejemplos los términos de memoria, inteligencia, y voluntad, cuyos orígenes se pierden en la noche más oscura de la escolástica –y que hoy, sorprendentemen-te, constituyen términos fundamentales para los estudiosos del hombre--, Carlos Ramírez de la Lastra presentó en el año 1978, en la revista ESPIRAL, un análisis crítico sobre las programaciones percepto-neuro-musculares de los llamados especialistas del hombre, pro-gramaciones que el autor no dudó en calificar de incontroladas.

Y expongo este trabajo, al comienzo de este volumen de fisiología humana, porque tengo la obligación de rendir mi tributo de agradecimiento a su autor ya que, con la doctrina explícita en dicho trabajo, orienté el camino de mis futuras investigaciones, camino que he seguido desde entonces como demuestro en el presente volumen.

Gracias Carlos

M. G. V.

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CAPÍTULO XX MEMORIA, INTELIGENCIA, VOLUNTAD Y ETC. LA PATOLOGÍA DE LOS CIENTÍFICOS. DIAGNÓSTICO Y TERAPIA De Carlos Ramírez de la Lastra (Ponencia escrita para ser presentada, por el Sr. Ramírez de la Lastra, en el seminario titulado CE-REBRO Y LENGUAJE, dirigido por el Catedrático de Psiquiatría de la Facultad de Medicina de Madrid, Universidad Complutense, Dr. F. Alonso Fernández.) 1978 (Un resumen de esta ponencia fue leída en el Congreso de Cultura Andaluza en Córdoba) 1978

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EL FENÓMENO DE LA DISCONTINUIDAD FONËTICA

Tanto usted como yo, amigo lector, frecuentemente, en nuestro conversar cotidiano, hemos escuchado expresiones tales como las que transcritas al papel nos quedan así:

- “Es muy inteligente” - “Tiene buena memoria” - “Careces de voluntad” - “Ha sido una buena idea” - “Es un pensamiento elevado” - “Tengo conciencia de ello” - Etc., etc., etc. O interpelaciones tales como estas: - “¿Has entendido?” - “¿Has comprendido?” - “¿Tienes ya alguna idea?”

Al percibir dichas audiciones no solemos reparar en ellas sino que las escuchamos

sin que nos produzcan extrañeza. -- ¿Y por qué – me preguntará el lector— van a producirme extrañeza expresiones

tan usuales que casi las oigo a cada paso y las veo escritas en casi cada libro? Pues por lo siguiente: Si tenemos la oportunidad de hacer una pausa en la conversa-

ción (nosotros así lo hemos hecho) --cuando oímos que nuestro interlocutor nos estimula con una audición de esas con las que se designan acciones o cosas mentales: pensar, idea, pensamiento, entender, comprender, memoria, entendimiento, conciencia, etc., etc.--, para preguntarle a dicho interlocutor.

- ¿Qué quiere usted decir con eso de “entender”, de “comprender”, de “idea”, de

“memoria”, de “inteligencia”, de “pensamiento”, etc., etc.? ¿Podría explicármelo?. Si realizamos tal tipo de pregunta –repito—notaremos un acontecer sumamente pa-

radójico, a saber: Que nuestro interlocutor, que acaba de estimularnos con las tales expresiones, que

se ha valido de ellas para explicarse, incongruentemente con esto, no sabrá suministrarnos, de manera inequívoca, una explicación del término cuestionado, una explicación en la que

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la palabra “mental” no sea explicada en virtud de otras palabras “mentales” y por lo tanto equívocas. Por no poder explicarse, nuestro interlocutor no puede siquiera decir por qué unas veces emplea el término PIENSO –pienso en tal cosa-- en vez de RECUERDO –recuerdo tal cosa--. Como botón de muestra de cuanto decimos remitimos al lector a una prueba gráfica, al libro DICCIONARIO DE PSICOLOGÍA, escrito por un profesor de la Universidad Central de Venezuela: Alberto Merani.

Si buscamos en dicho DICCIONARIO la palabra “memoria” nos encontramos: “Memoria a breve término: Recuerdos que se establecen. . . etc.”. O sea; que el señor Merani remite la explicación de la palabra “memoria” a la pala-

bra “recuerdos”; veamos, pues, como explica dicha palabra, “recuerdos”, para lo cual bus-quémosla en su DICCIONARIO.

“Recuerdos: Imagen MNOMÓNICA o serie de imágenes. . . etc. O sea; el señor Merani remite la explicación de la palabra “memoria” a la palabra

“recuerdos” y ésta a la palabra “mnomónica" según el siguiente esquema: Memoria Recuerdos Imagen mnomónica Para desentrañar, pues, la explicación de la palabra “memoria”, tenemos la necesi-

dad de acudir a la explicación de la palabra “mnomónica”. Busquémosla en el DICCIO-NARIO del señor L. Merani.

“MNOMÓNICA: Que pertenece a la memoria”. O sea; que a partir de la palabra “memoria”, tratando de encontrar su explicación,

nos encontramos con el siguiente ciclo cerrado que no explica nada: Memoria Recuerdos Imagen mnomónica Memoria Si hacemos esta prueba, directamente, con un sujeto de experimentación, notaremos

que ante cualquiera de estas preguntas: ¿A qué denomina con el término memoria?. ¿Podría explicárnoslo?

ó ¿A qué denomina con el término conciencia?. ¿Podría explicárnoslo?

ó ¿Qué quiere usted decir con eso de entender, de comprender, etc.?

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Si hacemos estas preguntas notaremos que hemos colocado a nuestro inter-locutor en un molesto estado del cual trata de escabullirse formando igualdades en las que un término mental es explicado en virtud de ese mismo término mental o de otros términos mentales, tal cual copiamos a continuación

¿Entender? = Comprender, que entiende, que comprende, etc. ¿Pensamiento? = Una elaboración “mental”. . ., que “piensa” algo, etc. En definitiva, notaremos que nuestro interlocutor encerrado, en esa especie

de trampa que forman las palabras “mentales”, va de una palabra “mental” a otra, sin lograr romper ese círculo vicioso.

Siendo así la cosa, ¿Qué tipo de explicación nos suministra un señor que se

expresa de tal manera?. Muy sencillo. Si tenemos que, por ejemplo, con los grafismos “comprender”

designa, o debe designar, una acción, un ocurrir que transcurre en el ser del cual de-cimos que comprende, nuestro interlocutor soslaya la descripción de ese ocurrir para remitirnos a otras palabras similares, sinónimas a comprender, efecto que en R.A.V.I. denominamos como FLUCTUACIÓN SINONÍMICA. No ha pues, por lo tanto, explicado nada.

Siendo así la cosa, manifestando esta impotencia explicativa, ¿Cómo es po-

sible que haya pronunciado tales términos al intentar explicarse?. La respuesta a esta pregunta, como sucedía con la anterior, es muy simple:

Nuestro interlocutor se ha limitado a hablar tal cual ha venido haciéndolo desde siempre; tal cual le han enseñado desde niño; condicionado por su programación percepto-neuro-muscular nunca, jamás, se ha preguntado si tales expresiones, que luego no puede explicar (precisamente debido a esta circunstancia), deben ser con-sideradas como válidas; como válidas decimos, pues si resulta que no sabe explicar las tales expresiones, si ignora sus explicaciones, si cae en el artificio de explicar una palabra “mental” con otras palabras “mentales”, consecuentemente con esto, es-tá expresándose en cierta manera como lo hacen los loros: se halla imposibilitado para explicar lo mismo que dice.

Acosado por nuestras interpelaciones, nuestro interlocutor puede que nos di-

ga lo que nos dijo un cierto señor con el cual mantenemos frecuentes conversacio-nes, a saber:

“Pero tu entiendes lo que he querido decirte ¿verdad?; tú lo has comprendi-

do. Entonces ¿Qué otra cosa pretendes?. ¿Para qué más?. Las tales expresiones son útiles, me valen”

Quien analice las argucias de esta argumentación, notará lo siguiente:

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Que nuestro interlocutor, ante la imposibilidad de explicarse, prefiere eludir el problema; ve en nosotros un afán de rizar el rizo; supone que pretendemos reali-zar una especie de absurdo juego; un juego carente de lógica. Prefiere opinar esto –repetimos-- en vez de encarar el asunto de una manera bien distinta: considerándolo como una anomalía que transcurre en su propia persona. Opino, que lo peor del caso reside en el hecho de que la persona encuestada no se percate de su mal. Entonces, con ella, pocas posibilidades tendremos para rectificarla; pocas oportunidades ten-dremos para aplicarle una terapia adecuada; nuestro encuestado se mostrará ajeno a la cuestión, ajeno a su propio mal, incapaz para admitir una terapia idónea; nuestras explicaciones le estimularán de similar manera a como si le hablásemos en chino. Pocas personas consideraron que nuestro supuesto juego no era ni mucho menos un juego y que el asunto merecía que se le prestase las debidas atenciones; pocas per-sonas se percataron de que su IMPOTENCIA EXPLICATIVA constituye un sínto-ma mediante el cual se pone de manifiesto un mal que transcurre en ellos, en sus en-céfalos, en sus sistemas nerviosos, en esas mecánicas percepto-neuro-musculares fonéticas que poseen activadas, programadas. A este extraño, extendido y complejo mal, nosotros, en el Centro RAVI, lo denominamos con el apelativo de DISCON-TINUIDAD FONÉTICA. (Sobre este punto ya tratamos en un artículo anterior). Di-cha “discontinuidad fonética” es un fenómeno peculiar, característico, propio, de los niños que están aprendiendo a hablar; está pues enraizado con esas mecánicas per-cepto-neuro-musculares fonéticas mediante las cuales el homo sapiens logra expre-sarse, hablar. En efecto: Si a un niño, hasta una edad aproximada de cuatro o cinco años, le mostramos un objeto, una cosa que él apetezca, que le estimule convenien-temente, sea, por ejemplo, un caramelo, entonces nuestro niño, al verlo, puede que diga:

¡Caramelo! ó ¡Quiero caramelo! ó ¡Dame caramelo! Si ahora pedimos a nuestro niño que nos explique qué cosa es un caramelo, o

qué quiere decir con la palabra “quiero”, o con la palabra “dame”, nos encontrare-mos con que nuestro niño no sabe hacerlo; es más, que nuestro niño no capta nues-tra pregunta; que no se estimula convenientemente con ella; que en su encéfalo ca-rece de unas mecánicas que se estimulen pertinentemente con nuestra pregunta y mediante las cuales nos suministre, o trate de suministrarnos, las explicaciones pe-didas.

Los niños, como hemos dicho, hasta una edad aproximada entre los cuatro o

cinco años, no pueden suministrar explicaciones de las palabras que pronuncian, de las pronunciaciones que ejecutan. Presentan, por lo tanto, una total “discontinuidad

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fonética” que irá desapareciendo gradual y parcialmente conforme vayan creciendo; conforme en sus encéfalos se vayan estableciendo ciertas mecánicas neuronales que comanden, de manera conveniente, la musculatura de sus sistemas fonéticos; con-forme vayan aprendiendo a hablar. La presencia de estas mecánicas funcionales, su organización, su desorganización, está en íntima relación con esos síntomas que se designan con la denominación generalizada de afasias. Dicha “discontinuidad foné-tica” solo desaparece parcialmente, pues, como hemos visto, también la presentan los adultos respecto a muchas de las palabras que pronuncian, por ejemplo en aque-llas que son objeto del presente trabajo, o sea, en aquellas palabras que designan ac-ciones o cosas “mentales”. Podemos decir que los adultos se encuentran respecto a estas palabras, respecto a las mecánicas percepto-neuro-musculares fonéticas que sus pronunciaciones implican, en estado de involución, en estado infantil. (Más ade-lante veremos cómo el homo sapiens, ciertos homo sapiens, tratan de superar este estado de involución mediante lo que nosotros designamos como un “CORPORE EXPLICATIVO”).

Esta discontinuidad fonética puede llevar al individuo que la experimenta, si

seguimos presionando sobre él con nuestras preguntas, si seguimos estimulándole sus mecánicas involucionadas, infantiles, a un estado “suis generis”, característico de un desarrollo infantil, a un estado de rabieta, de irritación, de estrés, de simpatía. Tal aconteció con muchos de nuestros interlocutores y, de entre ellos, aquel particu-lar del cual venimos escribiendo. Cuando este interlocutor nos arguyó con eso de “Pero tú entiendes lo que he querido decirte ¿Verdad? Tú lo has comprendido”, no-sotros le replicamos que le pedíamos una explicación del término en litigio, del tér-mino “entender”; y no que volviese a repetirnos ese mismo término “entender” o su similar “comprender”. Con esta argumentación, con estas frases, con estas estimula-ciones ocurrió lo esperado, a saber: Llevamos a nuestro interlocutor a una molesta situación en la cual se notaba impotente para poder explicar una terminología que venía utilizando desde siempre; o dicho de otra manera: Llevamos a nuestro interlo-cutor a una situación en la cual los ciclos de activaciones nerviosas—respuestas musculares fonéticas no tenían la oportunidad de desarrollarse; le inervamos, por vía auditiva, unas mecánicas encefálicas para las cuales no podía generar respuestas musculares fonéticas; le estimulamos unas mecánicas encefálicas sin que al par le procurásemos la oportunidad de poder explicarse, porque las susodichas mecánicas estaban involucionadas, en estado infantil. Con ello, las corrientes bioeléctricas, que nuestras preguntas provocaban en las estructuras encefálicas, no se traducían, no podían traducirse, en movimientos, en respuestas musculares fonéticas. Sin poder, de momento, generar respuestas musculares fonéticas, las generaba con otros siste-mas musculares: piernas, brazos, manos, sin que esos movimientos consiguiesen la total liberación de la carga bioeléctrica acumulada en su sistema nervioso. La con-secuencia de ello fue esa fenomenología strésica a la cual podemos denominar con términos tales como “rabieta”, “irritación”, “enfado”, o cualquier otro similar. La si-tuación era tanto más insoportable cuanto que nuestro individuo se percataba de su imposibilidad de explicarse. Finalmente liberó su carga bioeléctrica por el sistema idóneo, el muscular fonético; y lo hizo en consonancia con lo que ocurría en su sis-tema nervioso, con la carga acumulada en éste: chilló, gritó, elevó el tono de voz. A

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través de su laringe, de sus cuerdas vocales, de la musculatura de sus labios y meji-llas, buscó el equilibrio de su sistema percepto-neuro-muscular.

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UNA D OBLE TERMINOLOGÍA

Tampoco los especialistas, cuyos trabajos versan sobre el homo sapiens, re-suelven satisfactoriamente los problemas que plantean los términos mentales. Basta, para convencerse de ello, con acudir a la lectura de esos tratados que han escrito los psicólogos, los psiquiatras, los fisiólogos, los neurólogos, etc. Y así, por ejemplo:

Los psicólogos, que se dedican a realizar medidas de la inteligencia, no han

resuelto, sin que dé lugar a equívocos, a qué “cosa” concreta denominan con los grafismos INTELIGENCIA.

Los neurólogos, que escriben sobre “memoria a largo y corto plazo”, sobre

los supuestos “mecanismos de la memoria” y sobre los fallos de la memoria o am-nesias, etc., tampoco han logrado resolver a qué cosa concreta denominan con los grafismos “MEMORIA”.

Los fisiólogos, que escriben frecuentemente sobre una musculatura volunta-

ria, o que se mueve a voluntad, tampoco, ni mucho menos, han logrado explicar a qué cosa concreta designan con el término VOLUNTAD.

Lo más extraño del asunto consiste en que estos especialistas, a pesar de no

tener resueltas las mencionadas cuestiones (cosa totalmente necesaria cuando se pre-tende pergueñar un tratado científico, o sea, que clarifique aquello que se pretende explicar), emplean en sus escritos, como factores comunes, los grafismos memoria, inteligencia, pensamiento, voluntad y etc., con tal insistencia que parece como si el homo no pudiese ser explicado sin que se utilicen para ello los tales términos.

Ante tales hechos: a) La utilización masiva y generalizada de los términos reseñados. b) La carencia de unas explicaciones inequívocas sobre los tales términos. Ante tales hechos –repito-- conviene preguntarse:

¿Qué fenómeno se oculta tras esta incongruencia, tras esta inconsecuencia, tras esta contradicción?

Podemos escribir, en primera instancia, para tratar de responder a esta pregunta, que

las explicaciones que versan sobre el espécimen humano están pergueñadas con una doble y contrapuesta terminología:

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a) La anatomo-fisiológica. b) La que puede denominarse como mental y de la cual estamos escribiendo. Este hecho de la doble terminología hace que nos formulemos la siguiente pregunta: ¿Ambas terminologías se complementan o se interfieren?

Nuestra respuesta a esta pregunta es como sigue: La terminología mental constituye el tope, el techo explicativo de los autores que se

han propuesto como meta desentrañar al homo. Si un determinado autor remite una deter-minada explicación, pongamos por caso, al término inteligencia, si no puede suministrar una explicación anatomo-fisiológica sobre dicho término, en ese punto queda detenida, rota, su explicación; al hacer ello, al escribir el término “mental”, en vez de explicar deno-mina; substituye la acción de explicar por la acción de denominar, con la triste suerte de denominar sin saber que cosa o acontecer es lo que denomina. Respecto a ello, nosotros, en el Centro RAVI, hemos realizado una experiencia a la cual hemos denominado EXPE-RIENCIA DE LA TERMINOLOGÍA DICOTÓMICA o BI, pues para realizarla nos hemos valido de frases que estaban compuestas de dos terminologías bien diversas: Una muy pre-cisa y, otra, la mental.

Veamos en qué consiste la susodicha experiencia:

PRIMERA PARTE: RESPUESTAS SEGURAS.

Consiste esta primera parte de la experiencia en someter a la consideración de per-sonas, como ya hemos dicho, especializadas en la materia “homo sapiens”, una cuartilla que lleva transcritas estas tres frases que copiamos a continuación:

¿El ácido glutámico interviene en la memoria? ¿La cafeína favorece la asociación de ideas? ¿Los músculos estriados son los voluntarios? Lo que se les pidió a las personas experimentadas fue: Conteste a cada una de estas

frases poniendo una cruz al lado de una de estas tres posibles respuestas: Sí No Lo ignoro Tras realizar la experiencia, los resultados que obtuvimos fueron concluyentes: El

100% de los individuos encuestados respondieron a las tres preguntas con un Sí.

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Conclusión: De los datos obtenidos parece desprenderse que los temas propuestos no encierran ningún problema, que los temas propuestos no encierran ningún problema, que las cuestiones resultan claras, que el asunto está previamente resuelto; o sea:

El Ácido glutámico Sí interviene en la memoria. La cafeína Sí favorece la asociación de ideas. Los músculos estriados Sí son los voluntarios. Pasemos pues ahora a describir la segunda parte de la experiencia.

SEGUNDA PARTE: LA INSEGURIDAD CONTRADICTORIA. Esta segunda parte, que complementa a la anterior, consiste en someter a la conside-

ración de los señores encuestados, que anteriormente contestaron Sí a las tres preguntas (ya hemos dicho que fue el 100%), estas tres cuestiones que transcribimos a continuación:

¿A qué cosa denomina con el término IDEA?. Explíquelo detalladamente. ¿A qué cosa denomina con el término MEMORIA?. Explíquelo detalladamente. ¿A qué cosa denomina con el término VOLUNTAD?. Explíquelo detalladamente. Dos fueron los efectos consecuentes a esta segunda parte de la experiencia; a saber: 1º) Los encuestados tardaron mucho más tiempo en elaborar sus respuestas y mien-

tras lo hacían dieron muestras de gran inseguridad, lo cual nos fue demostrado por las ta-chaduras que hicieron sobre el papel en el cual las transcribían, corrigiendo lo ya escrito como si no estuvieran conformes con lo hecho; como cambiando de opinión según avanza-ban en su escritura; como si necesitasen encontrar una explicación más idónea que la que ya tenían escrita.

2º) Las respuestas no fueron coincidentes en todos los encuestados, sino que por el

contrario fueron divergentes, de tal manera que si tomamos como patrón de comparación una cualquiera de estas definiciones, las otras resultan fragmentarias con respecto a ella, pues no contienen todos los datos expuestos en la patrón. Asimismo esta definición patrón resulta fragmentaria respecto a la mayoría de las otras.

Conclusión: Si comparamos estas respuestas con las obtenidas en la primera parte de la expe-

riencia ¿qué deberemos opinar del asunto?. A nuestro parecer, lo siguiente:

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1º) Los encuestados, que habían respondido con tanta rapidez y seguridad sobre las relaciones glutámico—memoria, cafeína—ideas, músculos estriados—voluntarios, no ma-nifestaron esta tónica en la segunda parte de la experiencia, ni supieron explicar de una ma-nera inequívoca y unívoca qué era eso de “idea”; eso de “memoria” y eso de “voluntad”.

Pues bien; ambas actitudes, ambos resultados, el obtenido en la primera parte de la

experiencia –respuestas rápidas, seguras y coincidentes en todos los individuos-- y el obte-nido en la segunda –respuestas lentas, inseguras, no coincidentes en todos los individuos-- son sumamente contradictorias.

2º) En la primera parte de la experiencia --puesto que los encuestados manifestaron

esa inseguridad en la segunda, puesto que en esta segunda parte no supieron explicar que es eso de “idea”, eso de “memoria” y eso de “voluntad”-- debieran haber respondido con cau-tela; en esa primera parte debieran haber respondido a las preguntas: ¿El ácido glutámico interviene en la memoria?, ¿La cafeína favorece la asociación de ideas?, ¿Los músculos estriados son los voluntarios?, con un LO IGNORO, queriendo decir con esta LO IGNORO que IGNORAN si la cafeína influye sobre las “IDEAS” puesto que no supieron explicar inequívocamente qué es eso de IDEAS; y lo mismo podemos decir de la relación glutámi-co-memoria y musculatura estriada-voluntaria.

De estos hechos podemos colegir una especie de ley que enunciamos de la siguiente

doble manera:

LEY DE LA TERMINOLOGÍA MENTAL: a) El homo sapiens habla y escribe con gran seguridad, de la memoria, de la

inteligencia, de la voluntad, de los pensamientos, de la mente, etc., etc., etc., siempre que no se le plantee el problema de tener que resolver la ex-plicación de tales términos.

b) Cuando el homo sapiens habla, escribe, y en general se explica con tér-minos tales como memoria, inteligencia, voluntad, pensamiento, mente, etc., etc. etc., lo hace de una manera EQUÍVOCA, o sea, suponiendo de-cir algo que luego, si indagamos en él, no sabe explicar.

A la vista de estos datos, de estos hechos, conviene formularse las siguientes pre-

guntas: 1ª pregunta) ¿Si los especialistas del homo sapiens (neurólogos, fisiólogos, psicólo-

gos, etc.) no han resuelto el problema de las explicaciones de los términos “memoria”, “in-teligencia”, “voluntad”, “idea”, “pensamiento”, etc., etc., ¿Por qué emplean tales términos en sus trabajos especializados que, precisamente por especializados, deberían ser escritos con una terminología muy precisa, unisignificativa y concreta?.

¿Por cuales causas los mencionados especialistas, consecuentemente, NO ABAN-

DONAN en sus explicaciones la tal terminología?

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Respecto a esta segunda cuestión, deberemos exponer un caso que nos ocurrió con un alumno del Centro RAVI, a saber: Dicho alumno nos formuló la siguiente pregunta:

-- ¿Qué diferencia hay entre MENTE y CEREBRO? La respuesta que se le suministró fue la siguiente: -- No pronuncies en adelante el término MENTE; haz como si jamás lo hubieses

leído u oído. Pues bien; ¿Por cuales causas los especialistas del homo no obran de igual manera,

con lo que sus explicaciones ganarían en claridad, para plantear con ellas problemas que se suponen científicos?.

2ª pregunta) ¿Es apropiada la terminología que hemos traído a colación, para plan-

tear con ella problemas que se suponen científicos?. ¿Son apropiadas las frases que nos sirvieron para realizar nuestra encuesta (o sea; el

ácido glutámico interviene en la memoria, la cafeína favorece la asociación de ideas, los músculos estriados son los voluntarios), siendo así que en dichas frases se entremezclan por una parte unas denominaciones que se corresponden con hechos tan concretos como son los compuestos químicos glutámicos, cafeína y los músculos estriados y, por otra, denomina-ciones que designan agentes –digámoslo así-- tan vaporosos, confusos e inexplicados como los que se pretenden denominar con los términos memoria, ideas y voluntad?.

A nuestro parecer esta terminología: memoria, ideas, voluntad, etc., etc., etc., viene

siendo mal utilizada. Los efectos que este mal uso provoca en un lector precavido son los siguientes:

Hace aparecer de entre los renglones de los libros, que tratan o intentan tratar técni-

camente del homo, un algo así como un cerebro mágico situado dentro del cerebro material, neuronal, del homo; un cerebro misterioso que comanda al sistema nervioso del homo y a su organismo entero. Las causas de este efecto, producto de una interpretación animista del homo, las estudiaremos en su momento.

Este extraño efecto se debe a esa doble terminología con la cual se escriben estos

tratados: la terminología fisiológica y la otra, la que hemos denominado como terminología mental: memoria, entendimiento, inteligencia, mente, pensamientos, etc., etc., etc.

Hay pues un pareado de terminologías para explicar un mismo asunto: el acontecer

del sistema nervioso humano; una doble terminología entre las cuales no se han sabido en-contrar las necesarias correspondencias. ¿Por qué?. ¿Cuál es la causa de ello?. A su debido tiempo contestaremos a estas preguntas. Veamos primeramente las causas por las cuales la terminología a la cual hemos denominado como mental es mal utilizada por los explicado-res; y para ello nos valdremos de un ejemplo que ya expusimos en uno de nuestros anterio-res trabajos:

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Cuando un botánico pretende componer un herbario sale al campo provisto de los útiles necesarios para recoger plantas.

Nuestro botánico camina, mirando hacia acá y acullá, por la tierra; y conforme va

viendo las plantas, las va denominando con sus respectivos nombres. Cuando encuentra una especie que le interesa, se agacha y ayudado por su instru-

mento la arranca cuidadosamente de raíz. Una vez en sus manos estudia las hojas, el tallo, la raíz, las flores o los frutos, etc.; y a partir de estos datos clasifica a dicha planta en un determinado orden, género, familia, etc. Finalmente denomina a la planta con su nombre y apellido: Dice por ejemplo:

-Portulaca oleracea-- o cualquier otra denominación. Naturalmente puede suceder que nuestro botánico, así, de momento, no sepa deno-

minar la planta que ha encontrado; entonces, llegado a su estudio y orientado por las carac-terísticas de la planta en cuestión, con ayuda de un manual apropiado, procede a situar la mencionada planta en su orden, género, familia y etc., correspondientes.

No resulta inusual el caso de que un determinado botánico se encuentre con que su

planta no ha sido aún clasificada por nadie y, en consecuencia, que no figure en su manual de botánica. ¿Qué es lo que hace entonces?. La respuesta es muy sencilla. Procede a situar a la planta inclasificada, según sus especiales características, en el grupo de plantas que pre-sentan caracteres análogos; la sitúa en un orden, género, familia, etc. Luego, a la variedad encontrada, le aplica un nombre latino particular que atiende, generalmente, a alguna carac-terística variante que acuse la planta.

Pues bien; esta manera de operar de los botánicos nos parece sumamente conse-

cuente, lógica, pertinente; y ello por la siguiente causa: Los botánicos TIENEN LA PLANTA, EL OBJETO, LA COSA; y posteriormente,

como consecuencia de ello, APLICAN UN NOMBRE a la susodicha cosa, al dicho objeto. Si un botánico procediese a la inversa, es decir, se inventase, de una manera que po-

demos denominar como PREVIA, un nombre de planta; y luego, como consecuencia de ello, saliese al campo a encontrar la planta designada con ese nombre inventado PREVIA-MENTE, de seguro que sus colegas le tildarían de loco, pues su manera de actuar sería de lo más inconsecuente: Ese nombre que él se ha inventado no ha de conducirle necesaria-mente a una planta inclasificada. Esta manera de operar de nuestro botánico le aproxima al peligro de que, condicionado por una denominación:

a) Trate de aplicar la tal denominación a una planta que no le corresponde;

que no puede corresponderle, pues la tal planta ya tiene su nombre. Nues-tro botánico, inconsecuentemente, se encontraría en este caso con un par de nombres que denominarían una misma planta con el consecuente con-fusionismo: Caso de la doble terminología que venimos exponiendo.

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b) Que vea plantas variantes donde no las hay, con lo que estaría constru-yendo una botánica mitológica. Caso de la terminología mental: pensar, pensamientos, memoria, recuerdo, etc.

c) Que persiga la búsqueda de una planta imposible; pero que al hacerlo, al buscarla, no se percate de este absurdo. Las explicaciones que pueda su-ministrar un botánico que opera de esta inconsecuente manera son de pre-ver.

Pues bien, con este ejemplo hemos querido manifestar que no resulta conse-

cuente saber escribir unas determinadas denominaciones, una determinada termino-logía y, por el simple hecho de poder hacerlo, tratar “a posteriori” de buscar las co-sas a denominar con ella. Tal es lo que les ocurre a los científicos que tratan de ex-plicar el homo a partir de términos tales como “memoria”, “inteligencia”, “ideas”, “pensamiento”, “voluntad”, “comprender”, “entender”, “volición”, “libertad”, “con-ciencia”, etc., etc., etc., que pueden escribir tales palabras cuando no pueden escribir el acontecer orgánico que los tales términos denominan.

¿Qué es lo que tales científicos hacen entonces? Punto 1º) Se afanan por EXPLICAR “a posteriori” esas denominaciones. ¿Y

para conseguir eso como elaboran?. Veámoslo: Si alguien trata de explicar un objeto, una cosa concreta, sea esta, por ejem-

plo, el fruto naranja, tiene: Puedo pronunciar el nombre NARANJA

Puedo suministrar explicaciones escritas del fruto (incluidas fotografías) Puedo suministrar explicaciones orales del fruto “naranja”

Objeto , cosa o fruto NARANJA. Puedo verlo, tocarlo, olerlo, etc

“corpore explicativo” del fruto NARANJA o “corpore explicativo· de una cosa concreta

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Como puede suponerse: a) El nombre, en este caso “naranja”, no afecta a la cosa denominada. Es so-

lo unos grafismos o unas pronunciaciones convencionales. b) Tanto las explicaciones orales como escritas tienen su punto de referencia

en visiones de naranjas, en tactos, en sabores, en olores, etc., de tal mane-ra que puede decirse que las tales explicaciones constituyen una traduc-ción del objeto, según el siguiente esquema:

Objeto físico naranja Estimulación de unas mecánicas Respuestas musculares.

encefálicas a partir de los exteroceptores En contraposición con esto, cuando alguien se refiere, por ejemplo, al “ente

memoria”, tiene: Puede pronunciar el nombre MEMORIA Puede suministrar explicacio-

¿ ? “corpore explicativo” nes escritas del ente memoria Ente Memoria de un ente mental, (no hay fotos) no concreto No puede verse, Puede suministrar explicacio- Tocarse, olerse, nes orales del ente memoria Etc. Como en el caso anterior: a) El nombre, en este caso “memoria”, no afecta a la cosa denominada: ni la

aclara ni la explica. b) Las explicaciones orales y escritas no tienen su punto de referencia en vi-

siones del ente memoria, ni en tactos, etc. Debido a esto las explicaciones sobre este ente serán de lo más vario.

Como puede suponerse estas explicaciones, que no se refieren a un acontecer

experimental, no son, a nuestro parecer, dignas de tenerse en cuenta para un elaborar que se precie de científico.

Punto 2º) A pesar de ello los científicos SE AFANAN POR ENCONTRAR

ESOS ALGOS EN EL ORGANISMO, EN LA ANATOMÍA DEL SISTEMA NERVIOSO.

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¿Y a qué consecuencias les conduce esta inconsecuente manera de operar?. A perseguir por entre los engranajes celulares del sistema nervioso unos escurridi-zos entes fantasmales, pues no saben a ciencia cierta lo que buscan. Debido a ello se suministran explicaciones tan peregrinas como estas:

“La memoria es una especie de almacén donde se acumulan los recuerdos.

Este almacén, situado en la porción subcortical, libera a los recuerdos que son dispa-rados hacia la región cortical donde se hacen conscientes” (Paul T. Libasi).

O esta otra disquisición: “Si los recuerdos forman una secuencia ¿Cómo admitir que parte de ellos se

encuentran en la región cortical y parte de ellos en la subcortical?”. (Sydney Ochs, de la Indiana University).

Para acabar con el presente capítulo diremos que, para explicar de una mane-

ra procedente el ocurrir de los seres vivos, deberemos operar al modo de los botáni-cos: relegar de nuestras explicaciones las “palabras previas”.

El estudioso del sistema nervioso debe argumentar de la siguiente manera: ¿Memoria? ¿Inteligencia?. ¿Qué me significan tales palabras?. ¿Responden,

denominan, a estructuras nerviosas o a procesos ocurridos en dichas estructuras?. Supongo que si me lee algún psicólogo, fisiólogo, neurólogo, etc., me argumentará que dichas denominaciones designan procesos. ¿Pero es consecuente denominar procesos orgánicos, fisiológicos, empleando para ello unos términos NO ANATÓ-MICOS, NO FISIOLÓGICOS?. Ello me parece algo así como explicar el funcio-namiento de un motor de un cohete interplanetario empleando para ello la termino-logía pertinente a un carro de tracción animal; o sea, una terminología no técnica, impropia, anticuada –luego veremos este dato-- Pero continuemos; el estudioso del sistema nervioso debe argumentarse:

¿Memoria? ¿Inteligencia?, etc. ¿son denominaciones previas, es decir, de-

nominaciones que no dimanan de un investigar en el sistema nervioso sino que las he aprendido a escribir previamente a este investigar?. Siendo así la cosa no deberé buscar en el sistema nervioso unos algos denominados con tales palabras sino pro-ceder a la inversa: Analizar el sistema nervioso y denominar posteriormente los pro-cesos que descubra en dicho sistema. A dichos procesos deberé denominarlos, para evitar confusiones, para evitar el efecto de la terminología actualmente previa, con-secuente con la estructura que investigo, con una terminología anatomo-fisiológica.

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3

LA PROGRAMACIÓN: CUESTIONES PREVIAS Hemos visto, en los capítulos anteriores, que los especialistas, que tratan de

explicar al homo, proceden de una manera que podemos calificar como inadecuada. Por ello, y con objeto de resolver el asunto, deberemos hacernos la siguiente serie de preguntas:

1º) ¿A qué extraño tipo de fenómeno se debe el hecho de que la maquinaria

percepto-neuro-muscular de tales especialistas opere, según el artificio, la manera, la mecánica, a la cual hemos denominado con la expresión de PALABRAS PRE-VIAS?.

¿Cómo es posible que unos especialistas que se consideran como científicos

experimentales, no teóricos, y por lo tanto descriptores de aconteceres: fisiólogos, neurólogos, psicólogos, psiquiatras, etc., operen a la inversa de cómo debieran ope-rar, o sea, buscando aconteceres condicionados por las palabras previas, como si unas palabras hubiesen, por necesidad, de llevarles a unos hechos, tal cual describi-mos con nuestro botánico inconsecuente, en vez de buscar los aconteceres y, poste-riormente, denominarlos.

2º) ¿Cómo es posible que estos especialistas hayan incidido en bloque en un

tipo de actuación que tan mal se compagina con un elaborar científico como es el “ocurrir de palabras previas”?.

3º) ¿Por cuales causas los mencionados especialistas NO PUEDEN SOS-

LAYAR de sus explicaciones la tal terminología previa cuando tratan de explicar al hombre, de tal manera que sin la susodicha terminología parece que los tales cientí-ficos se incapacitan para poder describir el ocurrir del sistema nervioso central del espécimen humano?.

4º) ¿Qué fenómeno ha hecho que esas tímidas voces levantadas contra el

término “inteligencia” no hayan abarcado a los otros términos mentales? Todas estas preguntas inciden en un mismo asunto, en un mismo acontecer,

que puede ser denominado con una palabra: PROGRAMACIÓN. Nosotros, en el Centro RAVI, denominamos con el término “programación”

a la progresiva puesta en actividad de las mecánicas percepto-neuro-musculares. Ba-jo este punto de vista, con el término programación designamos extremos tan diver-sos como pueden ser, por ejemplo, la activación de las mecánicas respiratorias pul-monares puestas en actuación al abandonar el ser el medio intrauterino y las mecá-

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722

nicas que comportan acciones tan complejas como son las que se designan con los términos hablar y escribir.

El hombre, cuando habla, cuando escribe, ejecuta respuestas musculares. Di-

chas respuestas devienen de una serie progresiva de fenómenos orgánicos a los cua-les se les denomina con el término genérico de “aprendizaje”. Este acaecer fisioló-gico, que se denomina de tal manera, es el asunto que expondremos a continuación.

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4

UNA PROGRAMACIÓN INCONTROLADA: SU ACONTECER FISIOLÓGICO En general se dice de un animal o de un ser humano que “ha aprendido”

cuando es capaz de ejecutar determinados movimientos, movimientos que nosotros percibimos y esperamos que tal ser ejecute.

Los típicos exámenes, tanto orales como escritos, que el homo obliga a reali-

zar al homo en colegios, institutos, universidades, etc., solo consisten, en síntesis, en la captación, por parte de los monitores, de estos movimientos, o de ciertos efectos producidos por estos movimientos:

a) En el caso de los exámenes orales, en la captación auditiva, por

parte del monitor, del fenómeno físico generado en el sistema fo-nético del examinado.

b) En el caso de los exámenes escritos, en la captación visual, por parte del monitor, de los grafismos consecuentes a la realización de movimientos hechos con brazos, manos, dedos.

El monitor puntúa estos movimientos y los aprueba o rechaza. Dice entonces que su

alumno ha, o no, aprendido. Bajo este punto de vista resulta evidente que tanto el científico, fisiólogo, neurólo-

go, psicólogo, etc., así como el homo no especializado en la materia “homo”, han aprendido a ejecutar las series de movimientos de brazos, manos y dedos que implica el grafiar sobre un papel la terminología a la cual hemos denominado como “mental”. De igual manera han aprendido a ejecutar con su aparato fonético una serie de respuestas musculares, las cuales son el origen de que nos estimulen, por vía auditiva, de unas determinadas maneras que si las grafiamos sobre el papel nos quedan así: Memoria, o inteligencia, o pensar, o etc. En otras palabras: el homo sapiens ha aprendido a hablar y escribir términos tales como inteli-gencia, recuerdos, pensamientos, ideas, etc., etc., etc. Siendo así la cosa no resulta extraño que el hombre se explique en virtud de tal terminología, de tales movimientos; en virtud de los movimientos que la tal terminología implica. Y ello a pesar de que la tal terminología por una parte sea previa; y por otra no tenga una explicación unívoca e inequívoca.

Pero el término “aprendizaje” no nos da las dimensiones del hecho por el cual un

individuo realiza movimientos muy específicos y particulares. Tampoco el término “movimientos” –realización de movimientos-- nos da la clave

del hecho.

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724

El término aprendizaje y el término movimientos solo encuentran su explicación en el estudio de la maquinaria viva según los siguientes pasos:

1) Puesta en actividad de ciertas mecánicas neuronales del sistema nervioso

receptor. 2) Actuación de estas mecánicas sobre el sistema nervioso efector. 3) Actuación de estas mecánicas sobre el sistema muscular. Contracciones y

relajaciones concatenadas de las fibras musculares. 4) Movimientos de órganos:

a) De laringe, cuerdas vocales, paladar, labios, mejillas, lengua, etc.:

Hablar. b) De brazos, manos, dedos: Transmitidos a un instrumento adecuado, lá-

piz, bolígrafo, etc.: Escribir.

Enfocado el asunto de esta manera, deberemos preguntarnos: ¿Cómo el sistema percepto-neuro-muscular se capacita para aprender, o sea, para

ejecutar las respuestas musculares que ejecuta?. ¿Cómo el sistema percepto-neuro-muscular adquiere su programa de actuación?. ¿Cómo el sistema percepto-neuro-muscular, a partir de un estado en el cual es inca-

paz de ejecutar determinados tipos de respuestas, se activa, se programa, para generar los tipos de respuestas que, progresivamente, va a poder ir generando?.

Estas cuestiones las consideramos substanciales, por lo que deberemos estudiarlas

aunque sea de una forma generalizada. Se ha llegado a decir que esa misteriosa caja negra que constituye el sistema neuro-

nal, del ser vivo en general y del espécimen humano en particular, es inaccesible y que ja-más llegarán a desentrañarse sus mecánicas. Y tal vez sea así, pero de lo que no cabe duda es que seguirá siendo así si no tenemos la osadía de lanzarnos en pos de hipótesis que ade-lanten una más minuciosa comprobación de los hechos. Si mañana se descubre que cuando hipotéticamente se dijo A, se debió decir A+B o simplemente B, nuestra labor no habrá sido inútil, pues habremos adelantado un esquema sobre el cual operarán otros científicos con más suerte, con mayores medios o mejor preparados.

Tras esta advertencia comencemos a exponer en qué consiste la programación del

sistema percepto-neuro-muscular; y para ello, como primera medida, describiremos lo que en el Centro RAVI denominamos como:

OBSTACULIZACIÓN SINÁPTICA

Resulta que el 10% del volumen del cerebro humano está ocupado por esos espacios a los cuales los fisiólogos denominan con el término “sinapsis”. Con dicho término se designan las hendiduras –anotamos estos datos para los lectores no técni-

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725

cos en la materia-- que establecidas entre dos células nerviosas, impiden, a pesar de su pequeño tamaño (dos millonésimas de centímetro), el transcurso de la corriente bioeléctrica entre ellas. Es pues una barrera –si consideramos una sola sinapsis-- o una múltiple serie de barreras –si consideramos una vía multisináptica-- que deben ser superadas para que se establezcan unas mecánicas, unos caminos que, desembo-cando en las motoneuronas que conectan con el sistema muscular, generen, en las fibras de este, las contracciones y relajaciones pertinentes para que el ser pueda rea-lizar una acción. Mientras esto no ocurra y mientras no se superen los aludidos obs-táculos sinápticos, el individuo se encuentra, respecto a estas mecánicas neuronales, sin programa específico, sin poder realizar unas secuencias de contracciones y rela-jaciones según unas determinadas pautas o, lo que es similar, sin poder realizar unas determinadas series de movimientos. Las mecánicas neuronales que posibilitan es-tos movimientos se encuentran, en este punto, indiferenciadas, sin actividad especí-fica.

Veamos como comienza a programarse el sistema nervioso y cuales son los

fundamentos de estas programaciones. Para ello expliquemos lo que en el Centro RAVI denominamos como:

LAS SINAPSIS PREFERENCIALES

Las corrientes bioeléctricas que llegan a cualquier sinapsis son siempre de-masiado débiles para saltar las dos millonésimas de centímetro de las hendiduras si-nápticas. El salto a través de dichas hendiduras se consigue de otra manera, median-te la ayuda de un mecanismo químico que comienza en la porción terminal de la cé-lula nerviosa que experimenta el proceso nervioso. Esta célula, estimulada por este estado, libera en la sinapsis un factor neurotransmisor que se extiende a través de la hendidura sináptica y se pone en contacto con los receptores postsinápticos de la otra célula, que se vuelven porosos y por tanto captores de los iones que flotan en la hendidura sináptica. Se produce entonces el paso de la corriente bioeléctrica. Con ello, en ese puente, se ha alcanzado el término feliz de la operación. Pero no siempre ocurre ello, o no al menos en todas las sinapsis que establecen las ramificaciones axónicas de la célula presináptica con las dendritas de las numerosas células postsi-nápticas, sino que hay sinapsis a las que podemos denominar PREFERENCIALES, más expeditas para el transcurso de la corriente bioeléctrica. Estas sinapsis preferen-ciales están establecidas a lo largo de la maraña de circuitos del sistema nervioso por lo que hay circuitos que se abren más fácilmente que otros, circuitos integrados por un gran número de sinapsis preferenciales o “CIRCUITOS PREVIOS” a otros. En definitiva, las sinapsis preferenciales son aquellas que poseen regulado el meca-nismo químico de tal manera que este se halla desplazado hacia la producción de substancias neurotransmisoras y hacia la permisibilidad de los botones dendríticos de la siguiente neurona.

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LOS CIRCUITOS PREVIOS

Los primeros circuitos activos, los primeros circuitos previos, posibilitan,

desde un principio, la vida de un individuo, pues operan desde el momento embrio-lógico en el que el sistema nervioso se pone en actividad y se van abriendo sucesi-vamente conforme lo va requiriendo la anatomo-fisiología del ser. Con ello se posi-bilitan, en su momento, los movimientos cardíacos, los movimientos de otras vísce-ras, y en definitiva todos aquellos movimientos que se requieren para mantener a un ser con vida. Las observaciones sobre el feto humano demuestran que éste puede realizar movimientos faciales, de manos y piernas, etc., lo cual implica una serie de circuitos puestos ya en actividad.

Cuando un ser nace, por ejemplo un niño, en su organismo ocurre una masi-

va apertura de circuitos: los que comandan la respiración, los que van a posibilitar el reflejo de la deglución, el peristaltismo intestinal, etc. Estos movimientos están co-mandados por un centro que ya, en este punto, posee una gran actividad: el bulbo. Podemos decir que estos circuitos previos se encuentran establecidos en las porcio-nes anatómicas más primitivas del sistema nervioso, en las porciones subcorticales, en el paleocerebro. Mientras estas estructuras anatómicas se encuentran en actividad específica, es decir, capacitadas para generar movimientos musculares coordinados, las porciones superiores del encéfalo, los sistemas neuronales que integran estas porciones superiores, aún no han logrado programarse para generar movimientos, esos movimientos que posteriormente, conforme el individuo crezca, le serán carac-terísticos: Mirar, volver la cabeza tras estimulaciones auditivas, mover coordinada-mente los dedos de la mano ante los ojos, coger objetos, . . .hablar, . . .escribir, etc.

PROGRAMACIÓN SINÁPTICA A PARTIR DE LAS SINAPSIS PREFE-

RENCIALES A partir de las células nerviosas con sinapsis preferenciales se va a conseguir

la apertura de nuevas sinapsis, lo cual implica la apertura de nuevos caminos, de nuevas vías o trozos de vías. Estas vías o trozos de vías nuevas, conectadas a las que ya están previamente funcionando, posibilitarán la ejecución de nuevas secuencias variantes de contracciones y relajaciones musculares, de secuencias variantes de movimientos.

Veamos como se consigue la apertura de nuevas sinapsis. La corriente bioeléctrica, la onda de despolarización de las membranas celu-

lares, comienza a circular por la intrincada malla de circuitos que constituye la es-tructura nerviosa. Este transcurso es fácil, por las causas reseñadas, en las sinapsis preferenciales, en los circuitos previos o activos, en cierto número de sinapsis que se van escalonando, de célula en célula, en un determinado camino o vía, pero se obs-taculiza en otras sinapsis de esas mismas células por las que transcurre la corriente nerviosa. Tenemos pues que, en una misma célula nerviosa ramificada en multitud

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727

de axones, la corriente nerviosa pasa por unos determinados puntos, por unas de-terminadas sinapsis; y queda detenida en el resto de las ramificaciones axónicas. En estas ramificaciones, posibles trozos de futuras vías, pero imposibilitadas en un de-terminado momento de un ocurrir continuo, se produce un proceso de excitación lo-cal axónico presináptico, una despolarización parcial de la membrana celular. Dicho potencial local comienza a extinguirse, en un principio, rápidamente y no da lugar, por lo tanto, a ningún ocurrir neuro-muscular pues no hay transcurso sináptico a ni-vel de ese axón-dendrita y mucho menos queda establecida una vía de CRONOSI-NAPSIS OPERACIONAL –serie de sinapsis que se abren escalonadamente a lo lar-go de una vía-- en la cual intervenga la porción axón-dendrita reseñada. Si conside-ramos estos hechos, podemos decir que se produce entonces lo que puede denomi-narse como UN APRENDIZAJE FRUSTRADO.

Sin embargo deberemos presuponer, como consecuencia de este aprendizaje

frustrado, de este potencial de excitación local, dos tipos de consecuencias: a) Una consecuencia sobre la química sináptica: El antagonismo

químico sináptico entre las sustancias neurotransmisoras e inhibi-doras se va reorganizando, condicionando, desplazándose hacia la producción, cada vez más preponderante, de sustancias neuro-transmisoras, facilitadoras del paso de la corriente bioeléctrica.

b) Una consecuencia estimulativa. En efecto: Ese potencial de exci-tación local producido en la ramificación axónica y del cual hemos dicho que se extingue en el punto axónico donde se produce, esca-pa, al tener obstruido el paso sináptico, de su vía, de su axón, y perfunde, como una ola quimioeléctrica, a través del tejido neuro-lógico, estimulando los axones o ramificaciones axónicas circun-dantes, produciendo en ellas potenciales de refuerzo, estimulati-vos, que refuerzan el fenómeno químico sináptico del que hablá-bamos anteriormente.

Con todo ello, estas ramificaciones axónicas, estas sinapsis axón-dendríticas, invia-

bles por el momento, se van preparando para: 1º) Rebajar el potencial que requieren para que un potencial de estimulación local se

transforme en potencial de acción con salto sináptico. 2º) Segregar, en los botones terminales, mayor cantidad de substancias neurotrans-

misoras que posibiliten el mencionado salto. 3º) Regular consecuentemente el mecanismo químico sináptico (presináptico y post-

sináptico) desplazándolo hacia la neurotransmisión. Podemos decir que, en cierta manera, esos puntos precisos del sistema nervioso que

constituyen las ramificaciones axónicas inactivas, los botones axónicos inactivos, las sinap-sis inviables, se van readaptando, condicionando, para especificarse y constituirse en trozos de vías funcionales, capaces de coordinarse con otras sinapsis escalonadas a lo largo de un

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728

circuito nervioso para constituir vías completas, es decir, con repercusión muscular, y pro-ducir con ello una consecuencia: La fenomenología movilizadora del animal, el aprendizaje del animal. Mediante este mecanismo, el homo sapiens se va capacitando para realizar las acciones que realiza; se va capacitando para realizar complejas secuencias de contraccio-nes y relajaciones musculares; y ello, naturalmente, de acuerdo con:

a) Su anatomía. b) Las mecánicas percepto-neuro-musculares que se le hayan ido estableciendo

progresivamente en su anatomía. Asimismo, mediante este mecanismo, el homo sapiens se va progresivamente capa-

citando para realizar acciones tan complejas que requieren una coordinación percepto-neuro-muscular tan sofisticada, como son las acciones que se denominan hablar y escribir; Se capacita, por lo tanto, para realizar unos determinados movimientos, los que conllevan la acción de explicarse en virtud de una determinada terminología, en el caso que nos interesa, de la terminología a la cual hemos denominado como MENTAL.

LA PROGRAMACIÓN SUBCORTICAL—CORTICAL

A partir de los “circuitos previos” subcorticales, integrados por un gran número de

sinapsis en las cuales el antagonismo químico entre las substancias neurotransmisoras de las corrientes bioeléctricas y las inhibidoras está desplazado hacia las primeras, constitu-yendo vías de CRONOSINAPSIS OPERACIONALES –o serie de sinapsis, como ante-riormente explicamos, que se van abriendo escalonadamente a lo largo de una vía--, a partir de estos circuitos previos, que ya están organizados funcionalmente, repetimos, se van es-tructurando, en las porciones inmediatas, aledañas, nuevas vías posteriores, las aún, de momento, no especificadas, las que se irán especificando, especializando, las que adquiri-rán esa regulación química que posibilita lo que hemos denominado CRONOSINAPSIS OPERACIONALES. Los reflexólogos aprovechan los circuitos previos, los circuitos que ya están abiertos y que movilizan el sistema digestivo, para elaborar nuevas vías córtico-subcorticales de cronosinapsis operacionales. Al resultado lo denominan, de manera un tanto inadecuada, como “implantación de un reflejo condicionado”, o más vagamente que el animal ha adquirido un “aprendizaje” o un “comportamiento”. Y decimos que las deno-minaciones “reflejo condicionado”, “aprendizaje” y “comportamiento” son inapropiadas porque no se ajustan a una terminología anatomo-fisiológica, técnica, que tenga en cuenta los elementos orgánicos de la maquinaria viva. Así como un motor de explosión queda ex-plicado en virtud de las piezas que lo componen, la maquinaria viva debe quedar explicada en virtud de la terminología con la cual se designan sus estructuras anatomo-fisiológicas.

Como escribimos anteriormente, a partir de los circuitos previos, subcorticales, ya

establecidos, que están ya en funciones, se genera, progresivamente, en los espacios anató-micos, primero aledaños y subcorticales y luego corticales, conforme el fenómeno de aper-turas sinápticas progresa, nuevas vías con cronosinapsis operacionales, estableciéndose una oleada de aperturas de abajo-arriba, a lo largo del sistema nervioso central, de programa-ciones que parten desde las porciones inferiores del encéfalo, vía tálamo-corteza, a las su-

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periores. Podemos decir que en este programa de aperturas, las porciones inferiores del encéfalo comandan, dirigen, controlan, a las superiores. Los potenciales que se elaboran en los exteroceptores y que en un principio requieren un umbral muy alto van rebajando este umbral conforme la oleada de aperturas se va aproximando a la corteza; es decir, conforme se van estableciendo, en las regiones más elevadas del encéfalo, zonas que contengan un mayor número de puntos receptoriales en actividad por unidad de volumen, zonas que reco-jan, comanden, dirijan, polaricen, los potenciales generados en los exteroceptores, rebajan-do el potencial que se requiere para que dicho potencial se transforme en potencial de ac-ción.

Una vez programados los circuitos superiores, corticales, el sistema nervioso se ca-

pacita para operar en sentido inverso a como fue activado, o sea, de arriba-abajo, ejercién-dose el comando de la encefalización. Ello es consecuente porque:

a) Las vías córtico-subcorticales se integran en vías con unidad de acción. b) Los potenciales de acción elaborados en los receptores operan, al menos par-

cialmente, mediante vías córtico-subcorticales.

Mediante la puesta en servicio de las vías córtico-subcorticales, los animales en ge-neral y el ser humano en particular, adquieren un complejísimo programa de acción que les capacita para realizar las secuencias de movimientos que realizan.

CONCLUSIONES DE LO QUE LLEVAMOS EXPUESTO

Esta manera de considerar los hechos nos lleva a que nos argumentemos respecto al asunto que nos interesa, la terminología mental o serie de movimientos fonéticos o gráficos que dicha terminología implica, lo siguiente: Que el explicado ocurrir fisiológico no es controlado por el mismo ser que lo expe-rimenta, que no es controlado por ningún técnico en el asunto; y debido a ello el ser huma-no se programa y opera como consecuencia de esta programación incontrolada, movido por unos aconteceres que escapan al propio hombre, al monitor que programa a su alumno y al alumno que es programado por su monitor. Siendo así la cosa no resulta extraño que:

Se hable y escriba sobre la inteligencia, la memoria, la voluntad, los recuerdos, los pensamientos, etc., pues dichos términos se corresponden con unas estructuras percepto-neuro-musculares que posibilitan su pronunciación y trascripción al papel. Tal terminología “mental” dimanada –ejecutada muscularmente-- de unas profundas causas fisiológicas –comandadas por el sistema nervioso-- conlleva a que el erudito se explique según esa ter-minología sin que se percate de su inconsecuencia pues no ha recibido una programación que le haga percatarse de ello, una programación que por una parte le desprograme de su programación usual y por otra parte –y consecuentemente con lo anterior-- le haga operar en diferente sentido.

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Una vez que el sistema nervioso, percepto-neuro-muscular, ha adquirido su progra-ma de actuación, el individuo experimenta las consecuencias de estas mecánicas específi-cas, es decir, se nos manifiesta de acuerdo consigo mismo, de acuerdo con su sistema ner-vioso, con su sistema percepto-neuro-motor. Ello debe resultar evidente para todo aquel que no considere al homo bajo un punto de vista animista. Para los señores que mantienen este punto de vista, toda explicación sobra.

Pero vayamos a lo que nos interesa; y hagámoslo mediante la exposición de un

ejemplo que nos aclare el caso. Veamos: Supongamos que un individuo ha establecido en su sistema nervioso unas mecáni-

cas, a las cuales y con fines explicativos podemos denominar como “VISIÓN MAR” o simplemente “MAR”. Si el individuo en cuestión, por cualquier tipo de circunstancias fisio-lógicas, estimula estas mecánicas en ausencia de la “cosa mar” experimentará un ocurrir consecuente con ello, es decir, podrá generar unas respuestas motoras que podemos trans-cribir así:

Recuerdo el mar. Pienso en el mar. Me estoy imaginando el mar. Se me ha venido a la memoria el mar. Etc., etc., etc. Como puede suponerse estas respuestas motoras: “Recuerdo, pienso, me estoy ima-

ginando, se me ha venido a la memoria. etc”., consisten tan solo en las consecuencias moto-ras del ocurrir nervioso, neuronal. Queremos decir con ello que el individuo NO PIENSA, NO IMAGINA, NO RECUERDA, NO SE LE VIENE A LA MEMORIA; estos términos describen desacertadamente, de manera inapropiada, no técnica, de manera mágica e im-propia –recalcamos-- lo que ocurre en su sistema nervioso, los procesos que ocurren y transcurren en su sistema nervioso. El individuo NO PIENSA, NO IMAGINA, NO RE-CUERDA, NO SE LE VIENE A LA MEMORIA, ETC. Toda esta abundante terminología son consecuencias del operar nervioso: respuestas musculares, denominaciones que no des-criben de manera pertinente, correcta, idónea, el ocurrir en el sistema nervioso. Por ello, con esta terminología y siguiendo las pautas a las frases que pudo decir el individuo, pode-mos establecer las siguientes igualdades:

Pensar = recordar = imaginar = venírsele a la cabeza = etc. . . En el sistema nervioso no ocurren acciones que puedan ser denominadas con estos

nombres; ello deberemos considerarlo si queremos elaborar explicaciones sobre el ser vivo, sobre el hombre, que sean consecuentes con su anatomía viva, con su maquinaria. En el sistema nervioso no se produce un ocurrir “memoria”, un ocurrir “pensar”, un ocurrir “re-cuerdo”. En el sistema nervioso lo que se produce es un ocurrir consecuente con las estruc-

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turas nerviosas. Por ello quienes explican al homo en virtud de la terminología “mental” se encuentran en el dilema de que no pueden diferenciar con precisión a qué asunto ellos de-nominan como “pensar”, como “recordar”, como “imaginar”, etc., etc. Para establecer dis-tingos entre estas palabras tienen que acudir a definiciones que poco o nada tienen que ver con el sistema nervioso.

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ARGUMENTACIONES Como consecuencia del capítulo anterior quedan planteadas unas preguntas de suma

importancia; a saber: 1º) ¿Hay alguna prueba de laboratorio que de alguna manera nos haga presuponer la

presencia de las mecánicas neuronales, de las que he venido escribiendo en el anterior capí-tulo, en el encéfalo del ser que opera?:

2º) ¿Dicha prueba demuestra la correlación percepto-neuro-muscular, o sea, la ac-

tuación de unos circuitos nerviosos sobre el sistema muscular de tal manera que éste sea capaz de generar respuestas específicas?. De ser ello así quedaría demostrado en gran me-dida:

1º) La presencia de los mencionados circuitos neuronales en el encéfalo humano. 2º) La correlación percepto-neuro-muscular en la anatomo-fisiología humana. 3º) Que las acciones humanas que se denominan con los términos hablar y escribir

son el producto consecuente de: a) Los circuitos neuronales. b) La correlación percepto-neuro-muscular.

Quizás se nos alegue que hemos adelantado demasiado en nuestros presupuestos y

que esas acciones que se denominan con los términos hablar y escribir habría que estudiar-las más despacio. Y quizás tengan razón quienes así nos argumenten, pero nosotros opina-mos que más vale teorizar basándose en factores comprobados que cruzarse de brazos y decir “hasta aquí llego”.

Y para acabar el presente apartado diremos que contestar a las anteriores preguntas

quizás nos conlleve a que, en el contexto global del presente trabajo, demos excesiva longi-tud a una parte del tema que tenemos en estudio –la programación inconveniente del homo sapiens que le hace explicarse en virtud de la terminología mental-- en detrimento de otras partes del mismo tema. No obstante aunque ello sea así, puesto que las causas fisiológicas, orgánicas, anatómicas, son las fundamentales, deberemos contestar a las anteriores pregun-tas aunque el conjunto de nuestro trabajo pierda el preciosismo del equilibrio.

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PRUEBA QUE DEMUESTRA LA PRESENCIA DE LAS MECÁNICAS FUNCIONALES Y SU CORRE-LACIÓN CON EL SISTEMA MUSCULAR

Para facilitar la lectura del presente trabajo plantearemos de nuevo la cuestión que

pretendemos demostrar: ¿Hay alguna prueba que demuestre la presencia, en el sistema nervioso, de esas

complejas mecánicas neuronales, las cuales comandan la realización de complejas secuen-cias de contracciones y relajaciones musculares y, en consecuencia, de unas, asimismo complejas, secuencias de movimientos?.

Un autor de prestigio, Jean Piaget, en un libro: “PSICOLOGÍA DE LA INTELI-

GENCIA”, opina al respecto de la manera que copiaremos casi de inmediato, pues antes deberemos detenernos un momento en el título del mencionado libro. ¿Qué quiere decir el señor Piaget con eso de “psicología de la inteligencia”?. Si el término “psicología” puede explicarse como “tratado sobre la psiquis” = “tratado sobre la mente” = “tratado sobre el sistema nervioso central”, podremos, en todo caso, escribir sobre la psicología del hombre, de la mujer o del niño, incluso sobre la psicología de tal tipo de mono o tal tipo de pájaro, pero escribir sobre la psicología de la inteligencia nos parece excesivo. La inteligencia no es un ser, una señora, doña Inteligencia, sino un término con el cual se pretende denominar un ocurrir animal o humano; por ello hablar o escribir sobre la PSIQUIS de la inteligencia nos parece excesivo. Si consideramos al homo, según la gradación que parece desprenderse del desafortunado título del libro de Piaget, nos podríamos volver locos. En efecto, veamos: Resulta que:

a) El homo posee sistema nervioso. b) Relacionado con el sistema nervioso está ese obscuro algo que se denomina

MENTE. c) En esta MENTE se encuentra otro confuso algo denominado con el término IN-

TELIGENCIA. d) Y ahora resulta, según se desprende del título del libro de Piaget, que la inteli-

gencia posee PSIQUIS.

Pero dejemos ya de comentar el título y pasemos a comentar el texto del libro de Piaget. Piaget, en la cita que transcribimos a continuación, parece referirse a las personas que opinan como nosotros, los miembros que integramos el equipo de trabajo del Centro RAVI. En efecto, veamos. Escribe Piaget:

“Para unos, los fenómenos mentales no se hacen inteligibles si no se relacionan con el organismo. Este criterio se impone, efectivamente, cuando se trata de funciones elemen-

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tales (percepción, motricidad, etc.) de las cuales la inteligencia depende en sus primeros movimientos. Pero nunca se ha visto que la neurología explique por qué dos y dos son cua-tro, ni por qué las leyes de la lógica su imponen al espíritu con necesidad”

No podemos dejar de comentar, antes de exponer nuestras pruebas, el párrafo tras-

crito del señor Piaget y ello porque implica una postura tan diversa a la nuestra que, o Pia-get lleva razón y nosotros andamos errados, o tiene que ocurrir viceversa.

Afirma Piaget, como prueba de su argumentación, que: 1º) “Nunca se ha visto que la neurología explique por qué dos y dos son cuatro”. 2º) “Las leyes de la lógica se imponen al espíritu con necesidad.” Contestar o rebatir a los señores que enfocan la explicación del homo –en este caso

Piaget-- de manera diversa a la nuestra es muy importante para demostrar que dicho homo solo puede ser explicado de una manera, de una manera práctica, acudiendo al estudio de la anatomo-fisiología de dicho homo; y elaborando las explicaciones con una terminología pertinente, no filosófica, no psicológica, no “mental”, sino anatomo-fisiológica. Así pues comencemos con los comentarios a Piaget:

Efectivamente, “nunca se ha visto –y nunca podrá verse-- que la neurología expli-

que por qué dos y dos son cuatro”. Nosotros estamos totalmente convencidos de ello. Si la neurología fuese una señora, doña Neurología, podría intentar explicar por qué dos y dos son cuatro, pero, desgraciadamente, la neurología no es ningún personaje: ni habla, ni es-cribe, ni puede explicarse. Lo que se llama “neurología” son unos libros, los libros de neu-rología; y quienes escriben esos libros son unos señores especializados en el estudio del sistema nervioso: los neurólogos. Quizás por esto, por estar especializados en el estudio del sistema nervioso, no han considerado conveniente explicar las causas por las cuales dos y dos son cuatro; quizás ellos han considerado que dicha explicación compete a los matemá-ticos. Lo que, desde luego, resulta evidente es que si a un homo sapiens no se le enseña, no se le programa, con el artificio de las matemáticas, no podrá contar, sumar, restar, multipli-car ni dividir. De este tipo de programa se encargan los profesores de primera enseñanza.

Contestemos ahora a la segunda argumentación de Piaget, contestemos a eso de que

“las leyes de la lógica se imponen al espíritu con necesidad”. Efectivamente, puede que tales leyes –nosotros, en el Centro RAVI, ignoramos

quien las ha promulgado, a qué juego corresponden y donde se hallan impresas-- se im-pongan al espíritu y lo hagan con necesidad. Desde luego no podemos demostrar que no se imponen al espíritu, como no podemos demostrar que “no quepan cien mil ángeles en la punta de una aguja”, o que no tengamos “un elefante inmaterial e invisible flotando sobre nuestras cabezas”. Las tales demostraciones requieren de seres espirituales y nuestros po-bres caminos se arrastran en pos de pruebas mensurables. Así pues, si las tales leyes se im-ponen en donde se imponen y ello lo hacen con necesidad, solo podemos decir que las tales leyes no son democráticas.

Parte de fisiología humana

737

En contraposición con esta postura, nosotros tenemos la nuestra, que expondremos a continuación para que el lector escoja entre las dos la que considere más convincente; para ello copiamos de nuevo la pregunta que constituye el objeto del presente capítulo; a saber:

¿Hay alguna prueba que demuestre la presencia, en el sistema nervioso, de esas

complejas mecánicas neuronales, las cuales comandan la realización de complejas secuen-cias de contracciones y relajaciones musculares y, en consecuencia, de unas, asimismo complejas, secuencias de movimientos, incluidos aquellos del sistema muscular fonético mediante los cuales un homo pronuncia lo que trascrito al papel queda como “dos más dos igual a cuatro”?

Nuestra respuesta es la siguiente: La presencia de estas estructuras nerviosas que comandan complejas secuencias de

movimientos –y que han sido programadas para comandar dichos movimientos-- ha podi-do ser demostrada en el laboratorio mediante el sistema de:

1º) ORGANIZARLAS. Para ello se OPERA sobre el sistema nervioso receptor,

sensor, hasta que el animal adquiere, genera, esos tipos de respuestas musculares a las cua-les se denominan como “condicionadas”.

2º) DESORGANIZAR esas estructuras percepto-neuro-musculares, para lo cual, y

como en el caso anterior, se OPERA SOBRE EL SISTEMA NERVIOSO. La desorganiza-ción de las mecánicas neuronales se evidencia porque el animal se incapacita para realizar las respuestas musculares que antes realizaba, que habíamos conseguido que realizase.

La experiencia fue hecha en cierta Universidad con el fin de comprobar una feno-

menología tan sutil como la que se denomina con términos tan poco consecuentes como “amnesia retrógrada” y “memoria a corto y largo plazo”.

Los investigadores que la realizaron, condicionados por la terminología mental,

programados para generar como respuestas la tal terminología, no profundizaron en el asunto, no interpretaron la cuestión en el único sentido que debe interpretarse: en virtud de la maquinaria viva. En efecto: ignoramos si la realización de la tal experiencia pudo demos-trarle a alguien la presencia del “ente memoria”, en femenino singular, “la memoria”, en el encéfalo de los seres experimentados; a nuestro parecer si la experiencia demuestra algo es un ocurrir en las mecánicas encefálicas y no en el “ente memoria”, no en esta denominación que tan mal se aviene con una terminología anatomo-fisiológica (más adelante estudiare-mos este asunto con detenimiento) y puntualizamos que hacemos este distingo entre una denominación tan improcedente, memoria, y las estructuras funcionales puestas en funcio-nes en el sistema nervioso central, porque estamos convencidos de que habrá quienes tras leernos, se afanen en decir, a pesar de los pesares, que lo que perdían los animales objeto de la experiencia, era esa memoria, esa especie de ente, esa denominación: “memoria”, en vez de las mecánicas que tales grafismos, memoria en todo caso, de manera convencional e impropia, pueden designar.

Parte de fisiología humana

738

Nosotros, del relato de la experiencia realizada por los investigadores de la mencio-nada Universidad, hemos variado lo único que podía variarse: la interpretación de los hechos y su explicación, en virtud de otra terminología, no mental, sino anatomo-fisiológica.

Pero comencemos ya con el relato de la tal experiencia. Se sometió a un lote de ratas a la adquisición de una respuesta condicionada. (o, ex-

plicado ello de una manera más idónea: a la puesta en funciones, en los encéfalos de dichos animales, de unas mecánicas tales que, al ser estimulados, diesen un determinado tipo de respuesta).

A los animales así programados se les dividió en dos lotes: A) Al primero de ellos, e inmediatamente después de generar la respuesta condicio-

nada, lo cual implica la estructuración, en sus encéfalos, de las mecánicas funcionales espe-cíficas, capaces de generar los tipos de respuestas determinadas, esperadas, de las que ve-nimos hablando y no el nacimiento de entre los tejidos neurológicos del “ente memorizan-te”; a los animales del primer grupo –repetimos-- tras generar sus respuestas condiciona-das, se les sometió a un choque eléctrico localizado en sus respectivas cabezas.

La consecuencia de ello fue que dichos animales dejaron de generar la respuesta

condicionada que habían “aprendido”; los animales perdieron ese tipo de respuestas que ejecutaban anteriormente, tras una determinadas estimulación, ante la inervación bioeléctri-ca de unas determinadas mecánicas específicas, concretas.

¿Que es, en definitiva, lo que ha sucedido? ¿Cómo explicar consecuentemente el

hecho?. En primer lugar deberemos puntualizar que anteriormente nos hemos explicado de

una manera un tanto “mágica” pues las respuestas “no pueden perderse”, como se puede perder una cajetilla de tabaco o un mechero, y que si hay algo que pudieran perder nuestras ratas deberemos buscar esa pérdida en los encéfalos de dichos animales, en la desorganiza-ción de unas estructuras neuronales que habían logrado establecer una organización funcio-nal tal que, al operar, al funcionar, generaba las mencionadas respuestas musculares.

La experiencia se repitió varias veces y siempre con idénticos resultados: adquirían

unas mecánicas encefálicas, se les organizaban en el encéfalo unas estructuras funcionales, lo cual se evidenciaba por la ejecución de un determinado tipo de respuestas y luego, tras el choque eléctrico, volvían a desorganizárselas.

b) A las ratas del otro lote se las dividió en dos sublotes a los cuales se les fueron

suministrando las descargas eléctricas con “intervalos de tiempo variable” –veremos de inmediato por qué entrecomillamos la frase anterior-- respecto al punto cero; o sea, empe-zando a contar con el reloj desde el momento en que el animal ejecutaba sus movimientos condicionados esperados.

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Conforme las descargas eléctricas se hacían más distantes respecto al punto cero, dicha descargas, siempre de la misma intensidad, influían menos sobre la respuesta condi-cionada esperada, de tal manera que transcurrida una hora entre el punto cero y la descarga eléctrica, esta descarga no interfería en la respuesta condicionada, en las mecánicas neuro-encefálicas elaboradas en los sistemas nerviosos de las ratas.

Esta experiencia que demuestra, como ya hemos dicho repetitivamente, a nuestro

parecer y por las razones apuntadas, la elaboración de unas mecánicas funcionales específi-cas, generadoras de un determinado tipo de respuestas, requiere de una serie de explicacio-nes que aclaren ciertos puntos que deben ser interpretados de la tal experiencia y que de-terminen extremos tales como:

1º) ¿Por qué las ratas perdían sus mecánicas específicas, esa organización determi-

nada funcional, de sus circuitos neuronales, con un choque eléctrico suministrado precisa-mente de inmediato a la puesta en servicio de dichas mecánicas, de generar sus respuestas condicionadas?.

2º) ¿Por qué las ratas no perdían esa estructuración neuro-funcional si el choque

eléctrico se les suministraba transcurrida una hora de producir su respuesta refleja, o sea, de haber puesto en servicio esa estructuración neuronal de la que venimos escribiendo?.

3º) ¿Por qué el tiempo que media entre la producción de la respuesta y el choque

eléctrico tiene un efecto diferente sobre las mencionadas respuestas?. Naturalmente no deberemos dejarnos engañar por el término “tiempo”: espacio re-

corrido por las manecillas del reloj sobre la esfera del mismo, suministrando una explica-ción fisiológica ocurrida en el encéfalo de las ratas en virtud de algo que ocurre en el reloj. Tal cosa implicaría que hemos confundido en nuestro encéfalo, establecido en él, unas me-cánicas que nos hacen generar unas respuestas mediante las cuales, de manera harto artifi-ciosa, explicamos a las ratas en virtud del reloj. Si ocurre algo en las ratas, la explicación de ello reside y hay que buscarlo, precisamente, en las ratas, en sus anatomías, en sus orga-nismos. El reloj es tan solo un artificio accesorio de medida; solo eso. Quizás se nos acha-que que tan largo párrafo sobre el reloj y las mecánicas neuronales es improcedente por lo que deberemos puntualizar que quienes se explican con harta naturalidad sobre “memorias a largo y corto plazo” –plazos de tiempo-- operan de la manera incongruente que hemos reseñado: Explican el ocurrir fisiológico en virtud del reloj, en vez de explicarlo en virtud de los propios ocurrires fisiológicos.

Pues bien, continuemos: A las ratas del primer lote se les ha suministrado la descarga eléctrica cuando tenían

en actividad bioeléctrica, en sus encéfalos, las mecánicas que habíamos logrado elaborar en dicho encéfalo y que por lo tanto presentaban una serie de puntos receptoriales en activi-dad. Ello implica la atracción, la orientación, de la descarga eléctrica suministrada en sus cabezas, hacia esos puntos receptoriales, hacia esas mecánicas activadas bioeléctricamente, hacia esos circuitos neuronales específicos. Ello implica el consecuente circular, por dichos circuitos, de una corriente cuyo potencial de acción, indiscriminado, no adaptado, desorga-

Parte de fisiología humana

740

niza todo el sistema sináptico de esas vías tan pacientemente elaboradas, especificadas, diferenciadas. Las ramificaciones axónicas, aún inoperantes pero predispuestas a abrirse, se abren bajo esta poderosa estimulación, por lo que todo el sistema se desajusta, se desorga-niza, deja de ser específico. Los electro-choques utilizados en la terapia humana del sistema nervioso consiguen similar efecto.

Las ratas, a las que se les suministró el choque eléctrico una hora después de gene-

rar su respuesta condicionada, poseían esas mecánicas en estado de inactividad. La corrien-te eléctrica producida por el choque eléctrico no era atraída por esas mecánicas neuronales, sino por otras, las que en ese momento estaban activadas en sus encéfalos.

El experimentador, entonces, observa que las ratas no pierden el tipo de respuesta

que previamente espera que pierdan; y las que las ratas pueden perder no las considera pues no las tiene previstas.

Conclusión: Con la exposición fisiológica suministrada he pretendido demostrar: 1º Que el acontecer muscular, lo que se denominan acciones, es producto de un ocu-

rrir nervioso. 2º Que este ocurrir nervioso debe ser explicado con una terminología que haga alu-

sión a dicho sistema nervioso y no con una terminología extraña a dicho sistema nervioso y en la que se encuentren términos tales como “memoria”, “voluntad”, “tiempo”, “inteligen-cia”, etc., etc., etc., etc.

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7

UNA PROGRAMACIÓN INCONTROL ADA: SU OCURRIR SENSIBLE

Se define con el término ROMANTICISMO “el predominio del sentimiento sobre la razón”.

Nosotros no vamos a poner en litigio a la tal definición, ni a sacar a relucir sus con-

secuencias, pero sí queremos hacer notar que quien haya leído novelas de la etapa denomi-nada romántica habrá notado que en ella abundan expresiones tales como estas:

“Se lo digo de corazón” “La amaba con toda su alma” “Eres la vida de mi vida” “Corazón mío” Etc., etc., etc. Quien tome tales expresiones al pie de la letra sólo puede soltar una enorme carca-

jada, pues decirle a otra persona que “es su corazón” es tan absurdo como decirle que es su hígado.

No son pues estas expresiones idóneas para ser tomadas al pie de la letra y mucho

menos para tratar de escribir con ellas un trabajo científico que requiere de una terminolo-gía sumamente precisa, concreta, clara, que remita a su comprobación experimental, a su análisis mediante esos órganos a los cuales se les denomina como analizadores, a su capta-ción mediante los exteroceptores.

Esquemáticamente el ocurrir, de quien endilga una de las tales expresiones, pode-

mos representarlo de la siguiente manera: Estimulación de ciertos mecanismos nerviosos El individuo experimenta un

ocurrir que podemos denominar como sentir Genera una respuesta muscular fonética (o gráfica) que, en el primer caso, traducida a grafismos, puede quedar, por ejemplo, así:

“Lo digo de corazón”. Con todo lo que llevamos expuesto queremos puntualizar que los términos que se

transcriben como “pensar”, “pensamiento”, “idea”, “memoria”, “entender”, “entendimien-to”, “voluntad”, “acto volitivo”, “recordar”, etc., etc., son respuestas motoras producidas en

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el individuo como consecuencia de haber experimentado en su anatomía lo que hemos de-nominado como un acontecer sensible. Entre este acontecer y la respuesta existe un nexo fisiológico orgánico, una programación percepto-neuro-muscular que escapa al individuo que siente. El individuo siente, experimenta ese ocurrir, sin apreciar en cambio el ocurrir químico, bioeléctrico, etc., que transcurre en sus circuitos neuronales. Siendo así el asunto no resulta extraño que sus explicaciones estén basadas en ese sentir y no en el ocurrir fisio-lógico, químico, etc.

Una persona, programada de una manera conveniente para ello, al estimulársele

ciertas mecánicas de su sistema nervioso, experimenta un acontecer al que se denomina sentir; y como consecuencia de la estimulación-sentir, puede generar con su sistema muscu-lar fonético lo que, traducido a grafismos, nos quedaría así:

“Pienso que. . . etc.” “Recuerdo que . . .etc.” “Tengo la idea de que . . .etc.” “Comprendo que . . .etc.” “Entiendo que . . .etc.” “La inteligencia me dice que . . .etc.” “Es de sentido común que . . .etc.” “Quiero hacer . . .etc.” “Tengo voluntad para . . .etc.” “Soy consciente de . . .etc.” O miles de expresiones similares, en las cuales están incluidos los términos a los

cuales hemos denominado como “mentales”. Lo absurdo del asunto es tratar de utilizar esa terminología “sensible” en trabajos

que se precien de científicos, o sea, de exactos, pues cuando un individuo dice, por ejemplo, “corazón de mi vida”, no puede tomarse esa frase al pie de la letra; de igual manera, cuando un individuo dice: “Se me ha venido a la memoria que . . .”, no quiere decir que a la memo-ria se le venga nada. Lo que en él ha acontecido es una estimulación de ciertas mecánicas nerviosas que le provocan lo que hemos denominado como un “sentir”, que no puede ser explicado por las complejas causas que expuse en mi artículo “MYSTERIUM CONCIEN-CIAE, y como consecuencia de ello genera una respuesta motora, muscular fonética o grá-fica, que no nos sirve para un elaborar científico. Si el homo genera esa respuesta es porque está programado de una determinada manera. Este ocurrir sensible, como le ocurría al transcurrir fisiológico –ambos son interpretaciones del mismo asunto, enfocado desde dos

Parte de fisiología humana

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puntos de vista diversos: desde el ser que experimenta el sentir o desde fuera de ese ser, desde el punto de vista del estudioso de la fisiología--, este ocurrir sensible, repetimos, tampoco ha sido controlado por el homo, tampoco es producto de una programación contro-lada. Por ello, ante un “sentir”, el individuo puede generar respuestas indiscriminadas y puede pronunciar:

--“Pienso que . . .”. --“Recuerdo que . . .”. Siendo ambas respuestas igualmente válidas sin que haya ningún tipo de matización

entre ese “pienso” y ese “recuerdo”. El homo que habla y escribe según el ocurrir sensible que transcurre en su organis-

mo supone que por el simple hecho de que él denomine recordar o memoria a una determi-nada manera de sentir, posee, en su interior, un algo, una especie de ente, al que denomina como memoria. Y al igual ocurre con los términos “pensar”, “pensamiento”, “idea”, “razo-nar”, etc., etc., etc.

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UNA PROGRAMACIÓN INCONTROL ADA: SU OCURRIR DENOMINADOR El filósofo Max Scheler escribe:

“. . . en los diez mil años de la historia humana, la nuestra es la primera era en la que el hombre se ha convertido en un problema para sí mismo”.

Si hemos copiado este párrafo de Max Scheler no quiere decir ello que estemos to-

talmente de acuerdo con él, pues Max Scheler apunta un hecho de suma importancia sin que por ello acierte a suministrar unas explicaciones totalmente correctas. En efecto; no es que, como afirma Max Scheler, “el hombre constituya un misterio para el hombre”, pues un determinado hombre mira a otro y le verá moverse, le oirá hablar, etc. O dicho con otras palabras, un hombre se estimula con otro hombre y de ese hecho no debe desprenderse, ni se desprende, ningún misterio, ningún problema. Los problemas empiezan cuando el hom-bre trata de explicar al hombre; y ello acaece porque las explicaciones que el homo-explicador suministra sobre el homo-explicado están elaboradas con una terminología su-mamente confusa, imprecisa, con la cual se plantean problemas insolubles pues son falsos problemas, problemas carentes de datos, problemas cuya cuestión solo radica en palabras, palabras que carecen de explicación.

Si un homo, por ejemplo, trata de explicarse cómo funciona el corazón o el hígado

de otro homo, puede que de momento no sepa explicarlo, pero a pesar de ello el problema ha sido planteado correctamente. Nuestro homo-explicador tiene que remitirse, para solu-cionar la cuestión, a las vísceras reseñadas. Otra cuestión muy diferente queda planteada cuando el homo-explicador se formula las siguientes preguntas:

¿Qué es pensar? ¿Qué son las ideas? ¿Qué es la memoria? ¿Qué es la inteligencia? Si preguntarse sobre el corazón o el hígado remite a la investigación de las estructu-

ras anatómicas de tales órganos y a su fisiología, el preguntarse sobre la memoria, la inteli-gencia, el entendimiento, el pensar, la razón, la memoria, etc., etc., no remite de necesidad al organismo, a investigar en él. Con ello tenemos que las tales preguntas han sido y son contestadas no por anatomistas y fisiólogos, sino por psicólogos, psiquiatras, filósofos, me-tafísicos, etc.; no son contestadas por señores que diseccionan y analizan sino por señores que teorizan.

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Pero el mal es aún más profundo. Debido a la deficiente programación que ha reci-

bido y recibe el homo sapiens, el especialista en anatomía, en fisiología, al encarar en sus trabajos al sistema nervioso, se encuentra con células, con tejidos y no con una “memoria”, con una “inteligencia”, con un “entendimiento”, con una “voluntad”, etc. Sin percatarse que las tales denominaciones constituyen lo que hemos designado, en nuestro ejemplo del botá-nico, como PALABRAS PREVIAS, se encuentra con que lo que ve, con que lo que explo-ra, no se corresponde con esa terminología usual que constituyen las palabras mentales. En sus observaciones recibe pues unos estímulos visuales –los correspondientes a la percep-ción del sistema nervioso-- y, como consecuencia de ellos, no puede generar unas respues-tas musculares fonéticas esperadas, sino las que transcritas al papel quedarían así: la inteli-gencia, la memoria, los pensamientos, etc. Esta discordancia, entre el estímulo y la respues-ta que se espera generar como consecuencia de dichos estímulos, les provoca un gran des-concierto. Desengañado parcialmente de sus observaciones del sistema nervioso, admite, a pesar de los pesares, las explicaciones teóricas que sobre la inteligencia y demás palabras mentales suministran los psicólogos, metafísicos, filósofos, etc.

¿Qué es lo que sucede con todo este asunto? ¿Cómo encontrarle la solución? ¿Dón-

de acudir para investigarlo? La pauta a seguir para conseguir estos objetivos van a dárnosla los trabajos de unos

especialistas que, aparentemente, nada tienen que ver con el sistema nervioso: los lingüistas semánticos.

Si atendemos a los trabajos de estos señores nos encontramos que, a través de las

sucesivas generaciones de homos, ha ocurrido un proceso, al cual, por denominarlo de al-guna manera, podemos designarlo como de INTERIORIZACIÓN. Dicho proceso, que ex-pusimos en nuestro libro LOS REFLEJOS LINGÜÍSTICOS, consiste en lo siguiente:

Si seguimos la pista a unos determinados grafismos, a una determinada palabra, a

través de los libros que han escrito las sucesivas generaciones de hombres, podremos perca-tarnos del hecho de que los tales grafismos, de que la tal palabra, no ha designado la misma cosa, el mismo asunto, a lo largo de estas sucesivas generaciones humanas. Debido a ello ha ocurrido con los términos mentales, el proceso de INTERIORIZACIÓN. La terminolo-gía mental ha pasado desde designar en un principio unos aconteceres, unas acciones su-mamente concretas, fácilmente explicables, a designar otras acciones sumamente inconcre-tas caracterizadas por la dificultad que presenta su descripción.

Aclaremos el asunto mediante la narración de un caso concreto. Supongamos a dos personas que se encuentran en la misma habitación. Una de ellas

–persona A-- está dedicada a un quehacer cuya descripción no nos interesa. La otra perso-na –persona B-- está contemplando fijamente un objeto, sea este por ejemplo el objeto va-so.

La persona B, estimulada visualmente por los agentes físicos “vaso”, genera en su

sistema nervioso una serie de fenómenos que podemos designar como “percepción de for-

Parte de fisiología humana

747

ma”, “percepción de contraste”, “percepción de color”. Movilizada por estas estimulacio-nes, nuestra persona B ejecuta con su sistema muscular fonético una respuesta motora que transcrita al papel puede quedar por, ejemplo, así: VEO UN VASO ROJO.

Ante este estímulo auditivo, el sujeto A activa en su encéfalo una mecánica audio-

visual. Si esta mecánica no está preestablecida, no está activada, o sea, si el sujeto A no ha reparado en el vaso rojo, su situación momentánea será de desconcierto, o sea, no generará una respuesta muscular que le lleve a la visualización del vaso rojo y tal vez necesitará, para moverse en ese sentido, de nuevas estimulaciones. Pero si dicha mecánica audio-visual está activada; o sea, si nuestro individuo B ha reparado anteriormente en el vaso rojo, ante el estímulo auditivo que ha recibido movilizará posiblemente sus sistemas visuales para situar en sus retinas el objeto vaso, para captar esos agentes físicos que le producen el acon-tecer fisiológico correspondiente.

Hemos escrito que la respuesta muscular fonética del sujeto B, transcrita al papel,

nos queda así: VEO UN VASO En esta frase, la palabra VEO, así como la frase entera, queda explicada en virtud de

una terminología fisiológica sin que el asunto presente otros problemas que los dimanados de nuestra impericia como narradores, o del hecho de tener que sintetizar un ocurrir muy complejo en pocas líneas.

Nuestra sujeto B ha nacido y crecido en un determinado lugar de la península Ibéri-

ca; con ello quiero decir que, puesto en la necesidad de transcribir lo que ha pronunciado, escribiría. VEO UN VASO.

Jamás se le ocurriría escribir IDEIN UN VASO, o IDEA UN VASO. Y no escribiría tales grafismos porque ellos no hacen frase, no siguen la programa-

ción percepto-neuro-muscular que nuestro individuo ha adquirido con su aprendizaje de la acción de escribir.

Pero si nuestro individuo hubiera sido un griego de la época de Pericles, la situación

sería diferente. Entonces en vez de pergueñar la palabra “VEO” –castellana--, hubiera per-gueñado la palabra IDEIN, con la que los griegos designaban la acción de VER:

Desde nuestro griego de la época de Pericles, que escribía IDEIN = VER, hasta el

sujeto B de nuestro ejemplo que escribe VER, algo ha sucedido, a lo largo de las sucesivas generaciones de homos, que ha conducido a éstos a escribir los grafismos IDEIN, o mejor dicho, los grafismos IDEA, desconectados de la acción de ver, de tal manera que IDEA y VER no guardan ningún tipo de relación, o mejor dicho que el homo no sabe encontrarle ya relación alguna. Ese suceso, ese algo, es el proceso de INTERIORIZACIÓN. La palabra idea no indica ya visión, ver, visualizar, etc., sino un acontecer que casi no guarda relación con el homo, con sus sistemas orgánicos, con su sistema percepto-neuro-muscular. La pala-bra IDEA se explica hoy en virtud de una o muchas definiciones, tal cual puede ser: “Con-

Parte de fisiología humana

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cepto ideal e inmaterial que poseemos de las cosas”. Este concepto –según explican los teorizantes: psicólogos, metafísicos, filósofos, etc. -- lo poseemos establecido en esa por-ción inmaterial, anímica, de la que está constituido el homo sapiens.

En contraposición con la acción de ver, que puede ser descrita en virtud de una ter-

minología anatómico-fisiológica, el término IDEA no puede ser descrito de tal manera, o al menos nadie lo ha intentado.

Al igual que sucede con la palabra IDEA – IDEIN – VER, sucede con todas las pa-

labras a las cuales hemos denominado como mentales. (Para más referencia léase nuestro libro LOS REFLEJOS LINGÜÍSTICOS).

El mal del asunto reside en que el homo sapiens programado, como hemos escrito,

de manera incontrolada, recibe, desde la más tierna infancia, una programación mediante la cual se le capacita para explicarse en virtud de tal terminología mental, dándose la incon-gruencia de que se explica en virtud de tal terminología cuando no sabe explicar lo que tal terminología le significa, le implica, lo que quiere decir con ella. Por ello, si a un sujeto que nos dice lo que trascrito al papel queda así:

“Estoy pensando . . .” “Tengo la idea de que . . .” etc. Si a un sujeto que se explica con tales términos --repetimos-- le preguntamos:

¿Qué es eso de pensar; quieres explicármelo?, o ¿Qué es eso de idea. Quieres explicárme-lo?, nuestro sujeto, tras nuestras preguntas, no podrá explicarse y se nos aparecerá como desconcertado, con ese síntoma al cual hemos denominado DISCONTINUIDAD FONÉ-TICA.

No queremos finalizar el presente trabajo sin mencionar al profesor Harvey, del

King College de Londres, con quien tuvimos la oportunidad de comentar el tema que hemos expuesto.

Se quejaba Mister Harvey de que la enseñanza del griego y del latín se estaba aban-

donando en todos los países. Si se tiene en cuenta que tales idiomas constituyen las raíces concretas de los abstractos idiomas actuales, el abandono de tales estudios conlleva a que los homos actuales dejen de realizar un ejercicio de concretización.

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UNA PROGRAMACIÓN INCONTROLADA: SU DEVENIR EVOLUTIVO

Si consideramos a los seres vivos bajo un punto de vista evolutivo, deberemos su-

ponerlos como maquinarias fabricadas en serie, a las cuales se les ha ido dotando, cambian-do y eliminando resortes y engranajes en los sucesivos y continuos lotes de fabricación.

Siendo así la cosa, no resulta extraño que tengamos un gran número de modelos va-

riantes, y que estos modelos variantes guarden entre sí unas ciertas analogías pues, como sucede en la industria, a partir de un modelo se construyen modelos levemente distintos y, a partir de éstos, otros, consiguiéndose con ello un abanico abierto de tipos parecidos y dife-rentes.

Asimismo, como sucede en la industria, los modelos más primitivos, los que sirvie-

ron para construir otros posteriores, más complejos, dejan de fabricarse y sus antiguos mol-des desaparecen; de dichos modelos quedan tan solo unas estructuras incluidas en otras estructuras.

Un modelo variante de seres, muy sofisticado, del patrimonio actual, lo constituye el

espécimen humano, caracterizado, si nos atenemos a su sistema percepto-neuro-motor, por-que en ciertas regiones de su organismo –las correspondientes a sus extremidades anterio-res: brazos, manos, dedos, etc.; y, asimismo, las que corresponden a su aparato fonético: lengua, laringe, labios, cuerdas vocales, etc.-- los axones de las motoneuronas se ramifican múltiples veces, con lo que inervan un gran número de fibras musculares, de tal manera que la relación fibra nerviosa—fibra muscular tiende a hacerse = 1, hecho que permite la reali-zación, con los sistemas reseñados, de secuencias de movimientos sumamente precisos, prolongados, delicados, complejos.

Estos movimientos, cuando se realizan con el sistema muscular fonético, se deno-

minan como acción de hablar. Si los movimientos se realizan, en determinadas condiciones, o sea, con un instru-

mento idóneo en la mano y sobre una superficie, con las extremidades superiores, se obtie-nen unos sistemas gráficos a los cuales se les denomina como escribir y pintar.

Hemos dicho que estas acciones son posibles porque las motoneuronas se ramifican

múltiples veces en los sistemas orgánicos reseñados, pero las motoneuronas corresponden a una porción, arbitrariamente escindida, del sistema nervioso total. Esta ramificación del sistema nervioso motor conlleva a una también abundante ramificación del sistema nervio-so receptor o sensor que comanda al motor.

Parte de fisiología humana

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Siendo así la cosa: abundante ramificación del sistema nervioso receptor que conec-ta con el motor de las extremidades anteriores y del sistema fonético—abundante ramifica-ción del sistema motor—sistema muscular. Siendo así la cosa no es extraño que el espéci-men humano::

a) Haya alcanzado una hiperespecialización de dichos sistemas motores. b) Que esta hiperespecialización la haya alcanzado progresivamente a lo largo de la

vida de la especie y a lo largo de la vida del individuo c) Que unos individuos enseñen, estimulen a otros, para conseguir esta hiperespe-

cialización motora, lo cual implica la estructuración, en el sistema nervioso re-ceptor, de aquellas mecánicas funcionales de las que hemos escrito en el capítu-lo 4º. Estas mecánicas se organizan en el encéfalo del homo al recibir estimula-ciones; las estimulaciones más repetitivas serán provocadas por los homos que constituyen su entorno: padres, hermanos, abuelos, monitores, etc.

Considerando el asunto tal como lo hemos hecho, deberemos señalar una serie de

puntos referentes a las programaciones que reciben los homo sapiens. Y así: 1º) Los hombres, en las sucesivas generaciones, han recibido y reciben su progra-

mación percepto-neuro-muscular, que les posibilita realizar las acciones de hablar y escri-bir, a partir de la programación percepto-neuro-muscular que poseen elaborada, en sus sis-temas nerviosos, las anteriores generaciones de hombres con las que aquellas están en con-tacto y por las que son estimuladas según se indica en el siguiente esquema:

Respuestas Respuestas Musculares musculares

Ocurrir consecuentes Ocurrir consecuentes Nervioso al ocurrir nervioso al ocurrir del monitor nervioso del alumno nervioso del monitor estimulan del alumno

Un monitor dirá que su alumno “ha aprendido” cuando las respuestas musculares que éste ejecute se le presenten como similares a las que realizan los otros congéneres.

2º) Que cuando los niños están siendo programados, por los homos que constituyen

su entorno, para que puedan realizar las acciones que se denominan como hablar y escribir, son RECEPTORES PASIVOS y que, por lo tanto, adquieren sus programaciones percepto-neuro-musculares sin poder realizar un análisis discriminatorio respecto a la programación que están recibiendo. No hay, por ello, posibilidad de rebelión, de activar mecánicas que, establecidas en su encéfalo, posibiliten dicha rebelión.

3º) Que los monitores fueron programados en su día de similar manera y, asimismo,

en su día mantuvieron la misma actitud pasiva.

Parte de fisiología humana

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4º) Que estos monitores adultos no han logrado rebelarse contra la programación que recibieron en su infancia; en caso contrario esta programación, seriada y encadenada de generación en generación, se hubiese ya roto. Solo parcialmente, con la programación que van adquiriendo en su vivir cotidiano, estos monitores han logrado compensar aquellas me-cánicas que adquirieron en su infancia.

5º) Que consecuentemente con lo que llevamos escrito --actitud pasiva del niño que

recibe su programación, no-rebelión del niño, no-rebelión del adulto contra dicha progra-mación-- las sucesivas generaciones de homos hemos recibido y estamos recibiendo una programación no dirigida ni controlada por nadie, no contrastada exhaustivamente, arbitra-ria, primigenia, confusa, en donde las deficiencias de los monitores son inculcadas a los alumnos; y éstos, al transformarse en monitores, ejercen su enseñanza, programan, de ma-nera similar a como están programados.

Esta continuidad en el mismo tipo de programación nos lleva a enunciar un hecho

sorprendente, pero no por eso menos doloroso con relación al asunto que traemos en litigio, la terminología “mental”.

Si se pudiese suprimir todo ese conjunto de vocablos previos que constituyen la

terminología mental, el homo sapiens apenas sabría intentar una explicación del ocurrir en el sistema nervioso de los hombres.

6º) Que esta programación defectuosa, realizada en serie, conlleva a que unos

homos sapiens contrasten, en otros y en los libros que han escrito estos otros, las mismas deficiencias que ellos poseen; y que debido a ello las tales deficiencias no lo parecen, sino que parecen un ocurrir normal, consecuente, válido. Y así, por ejemplo, si un homo sapiens dice a otro: “La cafeína favorece la asociación de ideas. ¿Has entendido?, el homo sapiens preguntado, responde: “Sí, he entendido”; con lo cual no quiere decir otra cosa sino que le han estimulado unas mecánicas encefálicas con la pregunta y que da su asentimiento a esta estimulación, a esa programación seriada que recibió en su día, sin penetrar que “ese enten-der” para que sea inequívoco implica poder explicar los siguientes términos: cafeína, idea, entender, y asociación.

7º) Que, como consecuencia de lo expuesto en el punto anterior, por una parte refor-

zamos nuestras programaciones y por otra vemos limitadas con ello las pocas posibilidades que poseemos de poder romper la programación defectuosa que nos han inculcado desde nuestra infancia.

Así pues, el fisiólogo, el neurólogo, el psicólogo, y en general todo científico, toda

persona especializada en el estudio del homo sapiens, antes de adquirir la programación que le hace ser especialista, ha adquirido, desde su tierna infancia, un aprendizaje percepto-neuro-muscular, un condicionamiento, una programación al uso, NO ESPECIALIZADA. Llega pues al estudio de su especialidad con una programación previa. Mediante esta pro-gramación previa nuestro hombre ejecuta unas pronunciaciones, las que pueden transcribir-se mediante los grafismos memoria, inteligencia, voluntad, ideas, pensamientos, etc. Y aprende asimismo a escribir tales grafismos. De estas mecánicas no logra desprenderse me-

Parte de fisiología humana

752

diante la adquisición y el ejercicio de una especialidad, pues esta especialidad la ha adqui-rido de señores que están programados de similar manera.

Nosotros hemos comprobado que los niños, desde una edad aproximada a los cinco

años, realizan pronunciaciones como las que traemos en litigio; y asimismo hemos com-probado que tales niños, que realizan tales pronunciaciones, no saben realizar otras las cua-les constituyan la explicación de las primeras (discontinuidad fonética).

El mal del “ocurrir previo” le viene pues, al homo sapiens especializado en el estu-

dio del hombre, desde antes de adquirir su especialidad, desde su lejana infancia. Y si de niño no sabía explicar la terminología objeto del presente trabajo, de adulto manifiesta, enmascarada bajo el camuflaje de unas definiciones, de un “corpore explicativo de unos entes abstractos”, la misma tónica.

Lo malo del asunto radica en que el homo sapiens, a pesar de no poder suministrar

una explicación consecuente de tales términos, no duda de que dichos términos sean correc-tos, consecuentes y necesarios para su especialidad; de que debe utilizarlos para poder ex-plicar al homo; de que deba dejar de utilizarlos. Muy al contrario, los escribe una y otra vez; pergueña con ellos sus tratados fisiológicos, psicológicos, humanistas, etc., como si en los tales términos no existiese ningún problema. Los escribe alegremente aunque no sepa explicar a ciencia cierta lo que ellos significan, lo que con ellos pretende decir, escribir, los hechos que a ellos corresponden; jamás ningún homo, ante la interpelación: “¿Qué son las ideas?” o “¿Qué es la inteligencia?”, o cualquier término similar, nos respondió: “Lo igno-ro”. Todos, absolutamente todos, nos endilgaron su explicación, su definición, su “corpore explicativo abstracto de tales entes”, aunque con ello, con tales explicaciones, no explica-sen nada.

Ante estas respuestas nosotros les replicábamos: ¿La palabra idea la ha inventado usted o se la han enseñado? ¿Y la palabra inteli-

gencia? ¿Y la palabra voluntad?, etc., etc. Las respuestas a estas preguntas fueron las previstas: Jamás ninguno llegó a decir-

nos haber inventado tales palabras; y en eso todos coincidieron; pero asimismo todos coin-cidieron en malinterpretar nuestras preguntas, en no calibrar lo que había tras ellas, pues debieran haber calibrado que pretendíamos decirles que habían recibido una programación incorrecta.

Como ya denunciamos en nuestro libro LOS REFLEJOS LINGÜÍSTICOS, el homo

sapiens posee respecto a su condicionamiento percepto-neuro-muscular lingüístico, respec-to a sus pronunciaciones y grafismos, una actitud, un estado, al cual podemos denominar como de FE CIEGA, o CREDULIDAD, sin que nada venga a alterar dicho estado de fe.

¿Y en qué hechos se sustenta esa fe por la corrección de las pronunciaciones que

realiza, por los grafismos que ejecuta, por la programación establecida en su sistema ner-vioso? ¿Posee acaso la evidencia de que por el simple hecho de poder dar respuestas mus-culares fonéticas o escritas, las tales respuestas han de ser necesariamente correctas, se han

Parte de fisiología humana

753

de corresponder con hechos experimentales, comprobables? ¿Posee acaso el ser humano motivos que le avalen para no poner en duda sus propias pronunciaciones, sus propios gra-fismos?

Para informarnos sobre tal extremo; con objeto de averiguar si esa firme FE que po-

see el hombre está basada en algún hecho que le avale en su certidumbre, en su seguridad, en su postura carente de dudas, hemos realizado una experiencia a la cual denominamos como MÉTODO DE LA IGNORANCIA.

Consiste esta experiencia en rogar a una persona que nos narre un acontecimiento de

su vida, lo más remoto posible y con el mayor número de detalles. Advertimos al lector que: a) Vamos a referirnos a un caso concreto, pero que la experiencia fue reali-

zada un número suficiente de veces y siempre con los mismos resultados, lo cual era de esperar.

b) Que las personas que seleccionamos para esta experiencia estaban entre aquellas que defendían más encarnizadamente el valor significativo de sus propias palabras.

c) Que no intentaremos exponer aquí, en todos sus detalles, el relato comple-to de nuestro experimento, pues ello, como se verá, carece de utilidad, si-no que lo resumiremos aunque empleando su misma terminología.

He aquí lo que nos contó nuestro experimentado: “Que cuando era niño caminaba hacia el colegio poseído por un gran pánico debido

a que todos los días tenía que llevar resueltos sus deberes. Como no los hacía por la tarde, entretenido por sus juegos, los iba confeccionando por la calle, camino del colegio. Pero ello no decrecía su temor, pues el maestro castigaba duramente a los alumnos que llevasen soluciones incorrectas. Este profesor –nos dijo-- era alto, de mal carácter, con grandes ga-fas, etc., etc.”

Cuando acabó se relato, le preguntamos: -- ¿Cuánto tiempo hace ya de eso? -- Veintiocho años –nos respondió. -- Su maestro –le replicamos-- llevaba grandes gafas, era alto, de mal carácter, cas-tigaba duramente y usted no hacía los deberes en su casa pues prefería jugar; cami-no del colegio iba lleno de temor escribiendo en su cuaderno, etc. Sus explicaciones las ha efectuado pronunciando unos términos a los cuales denominamos como pala-bras, frases, etc.; y con ellas nos ha suministrado una serie de datos. Sin dichas pro-nunciaciones le hubiese resultado imposible explicarse tal cual lo ha hecho. Nuestra pregunta es la siguiente: -- Puesto que nos ha suministrado tantos datos sin que el tiempo transcurrido –28

años-- sea obstáculo para ello, podrá decirnos igualmente algo sobre las pronunciaciones

Parte de fisiología humana

754

de que se ha valido para explicarse. Así pues, díganos: ¿Cuándo aprendió a pronunciar: maestro, profesor, grande, gafas, calle, deberes, castigar, jugar, incorrecta, llevar, solucio-nes, caminar, pánico, miedo, temor, etc., etc.? Si no puede decirnos la hora, el día, el mes o el año en que aprendió a ejecutarlas, díganos al menos una fecha aproximada.

-- ¿Asimismo—continuamos preguntando--, no es consecuente que todas esas pro-

nunciaciones las aprendiese a realizar simultáneamente sino que las iría aprendiendo de manera progresiva? ¿Puede respondernos, conforme con esto, cuales fueron las primeras pronunciaciones que aprendió a ejecutar de entre todas las que ha realizado, cuales las se-gundas y cuales las últimas?

-- Resulta asimismo consecuente –continuamos-- que dichas pronunciaciones no se

las enseñaría la misma persona sino que serían varias. Pues bien, respóndanos: ¿Quién le enseñó la palabra gafas, quien la palabra calle, quien la palabra temor, quien la palabra pá-nico, etc., etc.?

A todas estas preguntas nuestro encuestado no pudo contestarme sino con la vague-

dad de que el lenguaje se aprende de niño; que a él se lo enseñarían en su casa, sus padres, sus hermanos, o quien sabe quien.

-- ¿Y a usted –le replicamos-- que lo ignora todo respecto a sus primeras pronun-

ciaciones: el cómo, el cuando y el por qué. ¡Todo!; ¿Cómo es posible que mantenga esa firme postura respecto a lo que sus pronunciaciones indican? ¿Es que acaso lo único de lo que está seguro respecto a sus pronunciaciones es que las tales indican un acontecer correc-to, de que puede suministrar sobre ellas una explicación correcta?

-- Si yo le pregunto por lo que indica una explicación concreta, por la explicación de

palabras tales como gafas o cuaderno, usted, en último extremo, me enseñará unas gafas o un cuaderno, con lo cual el asunto queda resuelto a partir de esa visión –las gafas o el cua-derno-- usted puede realizar otras pronunciaciones las cuales constituirán la explicación de tales visiones. Pero ¿Cómo nos podría explicar palabras tales como memoria, inteligencia, voluntad, mente, idea, pensamiento, etc., etc., etc.

En resumidas cuentas: De su lejano pasado, acaecido hacía 28 años, podía manifestarnos multitud de deta-

lles concretos, específicos, menudos; sin embargo, de los elementos de que se valía para manifestarnos esos detalles, es decir, de sus propias pronunciaciones, utilizadas, realizadas por él día a día, no podía decirnos sino vaguedades, inconcreciones, generalidades insegu-ras; casi nada o nada. ¿Por qué?

Diríase que el aprendizaje de nuestras programaciones acontece en una época que

no es nuestra, que no nos pertenece y en la cual no somos nosotros mismos. Una época que está situada en nuestra propia prehistoria particular y que, por lo tanto, no tenemos de ella referencias de ninguna clase.

Parte de fisiología humana

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En conclusión: Que nos encontramos pronunciando y escribiendo sin saber cómo, cuando, de qué manera adquirimos esas mecánicas percepto-neuro-musculares.

¿Qué es lo que nos acontece? No nos gustan las analogías porque la mayoría de las

veces llevan a unas conclusiones totalmente alejadas del problema que se trata de analizar con el símil, pero ahora emplearemos una: Puede decirse que con los seres parlantes y sus mecánicas lingüísticas, mecánicas percepto-neuro-musculares lingüísticas, acontece lo que con los cerebros electrónicos y sus programas. Ambos –el cerebro electrónico y la maqui-naria lingüística-- dan sus respuestas una vez que han sido programados, pero de cómo lo fueron ni quienes les suministraron ese programa no pueden respondernos nada. No han sido preparados para responder a esas preguntas; ellas pertenecen a una época en la que la maquinaria era un engranaje de piezas sin función específica y el hombre una anatomía sin esa serie de complejos mecanismos que comporta una fisiología lingüística.

Los hombres adquieren su programación percepto-neuro-muscular fonética, me-

diante la cual se capacitan para poder hablar. En la elaboración de esa programación operan los seres que constituyen el entorno del ser programado, pero ¡y he aquí el defecto! a los homos se les suministra una programación sin que al par se les suministre un mecanismo fisiológico que les haga dudar del valor significativo y explicativo de la programación que están recibiendo. Si una persona ha sido programada, se la ha preparado para que pueda hablar y escribir con una terminología confusa, inconsecuente, carente de explicaciones (en este caso que nos compete, con las palabras idea, pensamiento, memoria, voluntad, recuer-dos, mente, etc., etc.), no tiene forma de evitarlo, no se apercibe siquiera de ello y por lo tanto no puede realizar, contra esa programación inconveniente, ninguna terapia que le re-suelva el problema. Los resultados serán perjudiciales para todas aquellas elaboraciones orales o gráficas en las que intervengan los tales términos, confusos, inconsecuentes. Son pocas, muy pocas, las personas que se preguntan, como la Julieta de Shakespeare: “¿Qué es Montesco? No es el brazo, ni la pierna, ni cualquier otra parte de su persona”; o sea, que traten de referir una palabra mental, un término inexplicado, a una serie de percepciones.

Para nuestras pronunciaciones, para nuestra terminología escrita, mantenemos el

más férreo e inmutable estado de credulidad. Bajo este estado de credulidad operamos co-mo los botánicos inconsecuentes: tenemos el nombre antes de encontrar la planta, sin tener la planta; operamos según ese ocurrir que hemos denominado “palabras previas”. Siendo así la cosa, nos incapacitamos para que un aprendizaje posterior venga a dar contenido pre-ciso a nuestra terminología. Para esta terminología, para explicarla, nos conformamos con definiciones buscadas, trabajosamente, a posteriori respecto a la palabra.

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10

LOS ORÍGENES DEL MAL

“De acuerdo con Watson y sus discípulos, los psicólogos no necesitaban postular la existencia del alma o de cualquier otra cosa no observable, para explicar las actividades o capacidades de los seres humanos tradicionalmente calificadas de “mentales” o “raciona-les” (Jhon Lyons).

Si hemos copiado este párrafo de un libro, del autor arriba mencionado, es para re-

saltar que, al contrario de lo que con él especifica –“no necesitaban postular la existencia del alma”—, los psicólogos, fisiólogos, neurólogos, etc., cuando se explican con términos tales como “memoria, voluntad, pensar, recordar, entender, inteligencia, etc., etc.”, están siguiendo, a pesar de los pesares, sin que se percaten de ello, una consideración animista del homo sapiens. Pero no adelantemos acontecimientos, vayamos por sus pasos contados. Lo primero que deberemos hacer es preguntarnos:

¿En qué arcaico fenómeno tiene su origen esa programación del homo sapiens me-

diante la cual, ante la inervación de ciertas mecánicas de su encéfalo, genera respuestas tales como “pensar, “memoria”, “recuerdos”, “entender”, “entendimiento”, “comprender” “inteligencia”, etc.?

¿Qué devenir primitivo ha ido pasando de una generación humana a otra, hasta lle-

gar al homo actual y lo capacite: 1º Para generar respuestas. 2º Para dar su aquiescencia, su asentimiento, a términos tan confusos como esos que

traemos en litigio; o lo que es lo mismo: ¿A explicarse con tales términos, con tal progra-mación?.

El autor confiesa que ha estudiado los orígenes del hecho, los orígenes de tal pro-

gramación, pero que, por no complicar la argumentación, tan solo afirma que la programa-ción se produce, que dicha programación podemos comprobarla en los homos actuales; y que su devenir es muy antiguo. En efecto:

Si estudiamos, por ejemplo, las antiguas sociedades egipcias, con sus embalsamien-

tos de cadáveres, nos encontramos que ya por aquella época el homo era considerado como un compuesto de dos porciones; una material, mortal; y la otra, por contraposición a ésta, calificada en negativo, como no mortal, como no material.

Parte de fisiología humana

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Siguiendo este tipo de programación, los cristianos afirman en el homo sapiens dos porciones con características totalmente contrapuestas:

a) Una porción material, el denominado cuerpo, vil materia deleznable, pas-

to de gusanos, polvo. b) Y otra parte designada, por contraposición a la anterior, como no mate-

rial, como espiritual. A esta parte espiritual se la describe aplicándole términos o vocablos en negativo:

no visible o invisible, no mortal o inmortal, no material o inmaterial, etc. Pero además de ello –y esto es lo que más nos interesa hacer resaltar, pues constituye el origen de la no-menclatura dicotómica, bífida o bi, a la cual anteriormente hacíamos alusión y que pode-mos sintetizar en los repetidos pareados “Glutámico-memoria”, cafeína-ideas” y “músculos estriados-músculos voluntarios”-- los filósofos animistas afirman, en la porción negativa del ser humano, o sea, en la porción no material o espiritual, la presencia de tres facultades o potencias: memoria, entendimiento o inteligencia y voluntad. Relacionadas con estas po-tencias pronuncian o escriben las palabras mentales: pensar, imaginar, razonar, etc., a partir de las cuales han dimanado los entes “pensamiento”, “imaginación” y “razón”.

Las tres facultades o potencias del alma, en un principio, apenas tenían que ver con

el cuerpo. El cuerpo veía, tocaba, gustaba, etc., pero era en definitiva el alma quien coman-daba al cuerpo. Posteriormente la simple evidencia, un cúmulo de pruebas irrebatibles, hizo que los filósofos cristianos diesen un giro a sus explicaciones. En efecto, el alma con sus tres facultades o potencias estaba en gran medida correlacionada con la parte material del homo, manifestándose dicha alma a través de la materia. Con ello se llegó a la interpreta-ción dicotómica del homo, de la cual ni aún los autores más materialistas –llamémosles así siguiendo la despectiva terminología usual-- ha logrado escapar. Esta interpretación dico-tómica constituye un punto muerto en el cual se han estancado las explicaciones que el homo suministra sobre el homo.

Si realizamos un pequeño gráfico para exponer en él la interpretación dicotómica

que del ser humano mantuvieron desde muy antaño y mantienen actualmente los animistas, tenemos:

/ Memoria Parte no material Entendimiento o Inteligencia Voluntad Operan a través de

HOMBRE Parte material

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759

Esta interpretación dicotómica --bífida o bi, del homo--, como la denominamos en el Centro RAVI, requiere de una doble terminología:

a) La parte material requiere, para poder ser explicada, de una terminología

anatomo-fisiológica. b) La parte no material requiere de una terminología suis generis, una ter-

minología no explicativa –el alma y sus facultades no pueden explicarse-- sino designadora o nominalizadora, con lo cual, recalcamos, NO SE EX-PLICA, SINO QUE SIMPLEMENTE SE DESIGNA O DENOMINA al alma, a sus facultades y a las acciones que, supuestamente, es capaz de realizar dicha alma.

Las explicaciones que los homo animistas suministran sobre el homo se caracterizan

por: a) DENOMINAR –como ya hemos dicho—sin explicar. Esto, denominar

sin explicar, es una inconsecuencia. En efecto, como afirma Bertrand Russell, “las palabras no son las cosas”. Si a cualquiera de nosotros al-guien nos dice “PUCHICUCO”, nosotros podremos escucharlo, podre-mos repetir su denominación: PUCHICUCO, pero con ello solo estare-mos pronunciando sin que con este pronunciar, con estos movimientos de la musculatura fonética, nos estemos refiriendo a cosa alguna. Por mucho que digamos o escribamos “puchicuco”, jamás lograremos otra cosa que hablar o escribir sin sentido, si nuestro hablar o escribir no viene avalado, no nos remite a visiones, a tactos, a olores, etc. Esto es, en principio, lo que ocurre con la terminología mental: pensar, pensamiento, inteligencia, razón, razonar, entendimiento, comprensión, etc.

b) DEFINIR. Si alguien nos dice que el “PUCHICUCO es una porción in-material del mineral de calcopirita” nos ha, en cierta medida, definido lo que designa con la palabra “puchicuco”. Nosotros podemos escuchar esa definición, podemos repetir esa definición: “El puchicuco es una porción inmaterial del mineral de calcopirita”, pero con ello, como en el punto a), solo estaremos pronunciando si que con este pronunciar, con estos mo-vimientos de la musculatura fonética, nos estemos refiriendo a cosa algu-na perceptible. Si tomamos un trozo de calcopirita en nuestras manos, por mucho que digamos o escribamos: “el puchicuco es. . ., etc., jamás logra-remos otra cosa sino pronunciar o escribir sin sentido, sin que nuestro pronunciar o escribir remitan a tactos, olores, visiones, etc., sino única y exclusivamente a audiciones –caso de oírnos decir “puchicuco es. . .”-- o a las visiones de los grafismos de la escritura –caso de leer “puchicuco es. . “--. Esto es lo que ocurre cuando se define la terminología mental: “pensamientos, ideas, recordar, razón, entendimiento, inteligencia, etc., etc . .”.

c) UN SOMERO INDAGAR INTROSPECTIVO que puede explicarse de la siguiente manera, con los siguientes ejemplos:

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Efecto de la memoria: Me acuerdo que el verano pasado estuve en la playa con Pe-pita.

Efecto de la inteligencia: Sé resolver tales problemas, de tales tipos. Efecto de la voluntad: Hago esto porque quiero. En definitiva, quien no se conforme con datos vagos, sutiles, vaporosos, sino que

quiera pruebas sólidas para atreverse a afirmar o negar algo, puede decir que posee las de-nominaciones MEMORIA, INTELIGENCIA y VOLUNTAD, que puede pronunciar y es-cribir tales nombres, cuando no sabe a ciencia cierta que es lo que con tales palabras deno-mina: cuando ignora que diferencias existen, por ejemplo, entre la tal memoria y la tal inte-ligencia que justifique este par de denominaciones diversas.

Si hacemos un poco de historia, averiguaremos que esta consideración DICOTÓ-

MICA, BI, nos viene, como hemos afirmado anteriormente, de muy antiguas generaciones de hombres. Quiere ello decir que en aquellas arcaicas épocas en las cuales se inició el pro-ceso, que de generación en generación se ha propagado a los homos actuales, la considera-ción fisiológica del hombre, de sus aconteceres nerviosos, aún no se había establecido por no haberse estudiado la anatomía nerviosa ni el papel fisiológico de esta estructura nervio-sa. Se explicaban, pues, los hechos de una forma que podemos denominar como mágica en la que no se correlacionaba, sino muy someramente, el acaecer humano sensible con el or-ganismo. Estos efectos mágicos y arcaicos aún los está padeciendo el homo sapiens actual, incluso en sus más doctos representantes.

No hace falta, pues, saber de fisiología para hablar de inteligencia, de memoria, o de

voluntad. El lenguaje usual del hombre de la calle, no especializado en la disciplina fisioló-gica, así lo demuestra. Todos hablan de memoria, de inteligencia, de voluntad. . . etc., desde el novelista al poeta, desde el niño al adulto, desde el analfabeto hasta el presidente de la Sociedad española de Lingüística, señor Quilis. Si consideramos esto, podemos decir que el fisiólogo, el psicólogo, el especialista que se explica según estos términos, han adoptado para su elaborar científico una terminología arcaica, mágica, no técnica.

Pero el asunto, hasta este punto, no encierra otro problema que el dimanado de los

efectos transcritos. Su complejidad deviene de otras consideraciones diversas, a saber: la de los filósofos materialistas. En contraposición con los filósofos animistas, cuya interpreta-ción del hombre hemos comentado, surge una interpretación diferente del hombre, también muy antigua, pero posterior: la de aquellos señores que han sido denominados, siempre despectivamente, materialistas. Estos señores afirman en la materia, negando la postura de los filósofos anteriores, una sola presencia: la materia; en consecuencia con ello, memoria, inteligencia y voluntad están integradas en esa materia. Naturalmente tampoco estos seño-res requieren, ni requirieron nunca, saber fisiología para lanzar tal afirmación; con ello nos encontramos, como comentábamos en el caso de los animistas, respecto a estas denomina-ciones, memoria, inteligencia y voluntad, con que sabemos:

a) Los nombres, o sea, memoria, inteligencia y voluntad.

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b) Sus definiciones, cuando las sabemos, que suelen ser tan encontradas e insatis-factorias como en el caso de las definiciones de los animistas.

c) Un somero indagar introspectivo En esta situación poco, pues, han adelantado quienes afirman que memoria, inteli-

gencia y voluntad son facultades materiales respecto a quienes afirman que no lo son sino que solo se manifiestan a través de la materia.

Los filósofos materialistas, siguiéndoles los pasos a los animistas, sin que se perca-

ten de ello, afirman, incongruentemente, contradictoriamente, la interpretación DICOTÓ-MICA, bífida o bi que tratan de negar. En efecto; veamos:

a) Por una parte afirman que todo es materia, es decir, células, tejidos, sis-

temas orgánicos y los procesos consecuentes ocurridos en ella. b) Pero, por otra parte y en contraposición con la afirmación anterior, asegu-

ran que en la materia se encuentran o se producen unos algos indefinidos, inconcretos, de los cuales sabemos, eso sí, sus denominaciones: memoria, inteligencia y voluntad. Este tipo de consideraciones, este tipo de termi-nología, mal se puede avenir con una interpretación y con una terminolo-gía fisiológicas.

Con ello, pues, han adoptado una doble terminología característica, a pesar de los

pesares, de la consideración animista. Si esquematizamos la postura de estos señores mediante un pequeño gráfico para

que podamos percatarnos más certeramente cómo siguen manteniendo la consideración bi, podemos hacerlo de la siguiente manera:

Memoria Entendimiento o Inteligencia Voluntad Operan en

HOMBRE Células = Tejidos MATERIA Sistemas orgánicos

Hacemos notar que aunque perezca que materialistas y animistas han adoptado una

postura totalmente contrapuesta, sus métodos explicativos son idénticos. En efecto; vea-mos:

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Los animistas afirman que memoria, inteligencia y voluntad operan A TRAVÉS de la materia. Los materialistas afirman que aquellas potencias operan EN la materia.

Planteado así el asunto, su resolución hay que ir a buscarla en un distingo pronun-

ciador, en la sutileza dimanada de pronunciar un “A TRAVÉS” o pronunciar un “EN”. Opinamos que los señores materialistas adoptan, según se desprende de su modelo

interpretativo, una postura sumamente inconsecuente pues, aunque afirman que el hombre constituye una unidad material, afirman asimismo que en esta materia están, de alguna ma-nera, incluidas las antiguas potencias anímicas: memoria, inteligencia y voluntad, postura similar a la que se obtiene de, por una parte negar el alma y por otra afirmar que el alma es material.

Total; que nos encontramos con que tanto los unos como los otros coinciden en la

secundario, en la terminología, en las denominaciones. Difieren, asimismo, en lo secunda-rio, en decir que las tales memoria, inteligencia y voluntad operan así o asá. Y relegan lo fundamental, a saber: una explicación inequívoca, diferencial, comprobable, experimental, de la tal memoria, de la tal inteligencia y de la tal voluntad.

Pero el gran pecado de los filósofos materialistas, si algo han aportado los señores

materialistas, es un torpe error del cual aún estamos pagando las consecuencias. En efecto; al presuponer que memoria, inteligencia y voluntad son cualidades o cosas materiales, se hace presuponer, han hecho presuponer, a la pléyade de investigadores cuyos trabajos inci-den en el hombre, que la tal memoria, que la tal inteligencia, que la tal voluntad, son cosas investigables, asequibles.

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EL AUTOR HACE UNA PROPUESTA

Opino como Claudio Bernard, el cual escribió que la “filosofía debe deshacerse de las trabas filosóficas que entorpecen su marcha. . . sin tener jamás temor por la forma bajo la cual pueda aparecer.”

Opino que para estudiar el sistema nervioso y las actuaciones que dicho sistema

produce, de una manera fructífera, deberemos: 1º Prescindir, de una vez para siempre, de esa consideración dicotómica, bi, etc. di-

manada de una interpretación religiosa del homo sapiens. Al igual que ningún fisiólogo puede tomarse en serio que el corazón sea el asiento de los sentimientos, los especialistas deberán abandonar la consideración que les hace, a pesar de los pesares, presuponer que el alma, o en todo caso sus potencias, se encuentran localizadas entre las estructuras del sis-tema nervioso.

2º Para conseguir evitar este efecto para el cual estamos programados desde niños.

Un buen sistema es el siguiente: a) Relegar las palabras previas: memoria, inteligencia, voluntad, recuerdos,

pensamientos, etc., etc., de los enunciados con los cuales nos planteamos problemas sobre el ocurrir en el sistema nervioso. Con ello adoptaremos la actitud sensata del botánico que sale al campo a estudiar las plantas.

b) Una vez hecho esto, indagar en el sistema nervioso, de la manera que ello sea posible, la serie de procesos que transcurren en él. Estos proce-sos, consecuentemente, deberán ser denominados en virtud de los órga-nos, sistemas, núcleos, que intervienen en dichos procesos. Un elaborar científico solo puede prosperar si se emplea para describirlo una termino-logía muy precisa. Si una anatomía es una estructura en la cual ocurren procesos, lo procedente es denominar esos procesos por las partes de la anatomía que han intervenido en ellos. Hacer lo contrario es buscar una nomenclatura no pertinente, artificiosa, arbitraria, que nada tiene que ver con la maquinaria que se trata de estudiar. Tal es el caso de los místicos términos de memoria, inteligencia, pensamiento, etc., etc., palabras pre-vias aprendidas por el homo sapiens en una época en la cual lo ignoraba todo sobre el sistema nervioso.

c) Al transcribir nuestras observaciones deberemos tener muy en cuenta el tipo de grafismos, verbos y nombres que empleemos. Unas estructuras orgánicas podrán ser denominadas con grafismos nombre, pero en cam-bio unos procesos deberán ser designados con unos grafismos verbo.

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LOS ESPECIALISTAS DEL HOMO. SU “OCURRIR DE PALABRAS PREVIAS”

“Este deterioro mental es más nocivo para la civilización que las enfermedades in-

fecciosas”. (Alexis Carrell en EL HOMBRE, ESE DESCONOCIDO. Vamos a exponer una serie de casos concretos en los que podremos percatarnos de

la falacia que cometen los autores cuando elaboran sus explicaciones según ese acontecer al cual hemos denominado como “ocurrir de palabras previas”. En las explicaciones de los autores comentados notaremos que:

Punto 1º Mantienen, a pesar de los pesares, a pesar de que pretenden estudiar la

anatomo-fisiología, el ocurrir orgánico del homo sapiens, una consideración animista de éste.

En efecto, los autores se expresan sobre la memoria, la inteligencia y la voluntad

como si estas palabras designasen las viejas potencias o facultades anímicas que se mani-festasen:

a) “A TRAVÉS” de la parte material del homo, principalmente del sistema

nervioso central: consideración animista. b) “EN” la parte material: consideración presuntamente materialista pero

dimanada de la animista. Con ella se niega el término alma pero se admi-ten sus potencias.

Esta manera de expresarse los autores demuestra que la consideración dicotómica o

bi, cuerpo y alma, es mantenida por los científicos debido a una doble terminología, en ple-no siglo XX, como una extraña superstición del pasado.

Punto 2º Que frecuentemente suministran dos diversos tipos de explicaciones: a) Unas que podemos considerar como correctas. Ello acontece cuando di-

chas explicaciones se elaboran con una terminología NO PREVIA sino dimanada de su previo buscar: terminología anatomo-fisiológica. El autor opera entonces a la manera del botánico que cataloga y describe una plan-ta después de haberla encontrado.

b) Otro tipo de explicaciones sumamente confusas: cuando el autor utiliza la terminología anímica: memoria, inteligencia, voluntad, entender, com-prender, recuerdos, etc., etc., dimanadas de una programación no contro-lada, no dirigida. Se nota entonces que el autor procede como el botánico

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inconsecuente que inventa, tiene, utiliza la denominación de la planta an-tes de haber encontrado la planta que pretende denominar y describir.

3º Que frecuentemente se trata de compaginar estas dos tan diversas termi-

nologías: la animista y la experimental. La consecuencia de ello es un batiburrillo explicativo en el que el homo aparece infestado por unos extraños entes maléficos que operan en su interior; unos entes NO fisiológicos pero que, supuestamente, co-mandan el organismo del hombre.

De estos entes, palabras sin hechos, denominaciones sin sujetos denomina-

dos, solo podremos saber, a ciencia cierta, sin lugar a equívocos, las denominacio-nes, los nombres. Pero vayamos de inmediato al análisis de los casos concretos que hemos anunciado. He aquí el primero:

Una explicación mágica para un diccionario de psicología.

Alberto L. Merani, profesor de la Universidad Central de Venezuela, discípulo de H. Wallon, ha publicado un libro con el título de DICCIONARIO DE PSICOLOGÍA. En la solapa de dicho libro se afirma que Alberto L. Merani “se aparta de las limitaciones “espiri-tualistas y pseudopsicológicas”; y en la página V el autor escribe:

“Desde siempre hemos acentuado la necesidad de dar a los estudios de psicología

base biológica. . . esto es, enfocar los problemas del devenir humano como fenómeno con-creto. En una palabra, hemos abogado por una antropología concreta”.

Animado por estas afirmaciones hemos buscado en dicho libro la explicación del

término “inteligencia” y nos hemos encontrado con lo siguiente: Inteligencia: Término que tiene tres acepciones principales:

1ª) Sirve para designar una cierta categoría de actos distinguidos de las actividades

automáticas o instintivas. 2ª) Se emplea para definir la facultad de conocer o comprender. 3ª) Significa el rendimiento general del mecanismo mental” Pues bien; después de transcritas las opiniones del señor Merani sobre el “ente inte-

ligencia”, pasemos a los comentarios. Primera crítica: Según el señor Merani, el término “inteligencia”, a falta de designar

un ocurrir concreto tiene nada menos que tres acepciones principales diferentes (ignoramos cuantas acepciones secundarias tendrá dicho término para el señor Merani pues él no lo especifica, pero suponemos, por suponer algo, que serán muchas más). Esta abundancia de acepciones no hará por cierto al término “inteligencia” más concreto pues es como si –sigamos con el ejemplo de los botánicos-- se pretendiese describir una planta y se suminis-

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trasen de ella tres descripciones distintas. Y esta abundancia de acepciones ocurre a pesar de que el señor Alberto L. Merani afirma “enfocar los problemas del devenir humano como fenómeno “CONCRETO”.

Segunda crítica: según EL señor Alberto L. Merani, la palabra “inteligencia” sirve

para designar “una CIERTA –así en inconcreto-- categoría de actos distinguidos de las actividades AUTOMÁTICAS”.

Si miramos una enciclopedia para leer la explicación de la palabra “automática” ve-

remos que deviene del término griego “automaticos” que se explica como “relativo al au-tómata”; y la palabra “autómata” proviene del término griego “automatos” que se explica como “que se mueve por sí mismo”.

Así pues, según el señor Alberto L. Merani, la palabra “inteligencia” designa “una

cierta categoría de actos distinguidos de las actividades que se mueven solas”. A esto debe-remos comentar que, aparte de que un “acto se mueva solo o no”, el señor Merani emplea para definir a la inteligencia el viejo truco o sistema animista, o sea, explica una cosa di-ciendo lo que no es y no lo que es. Y así, por ejemplo, los filósofos animistas suministran explicaciones tales como:

Inmaterial = no material, inmortal = no mortal, etc. Pues bien, de similar manera procede el señor Merani en su definición de la inteli-

gencia: Inteligencia = Actos que no son automáticos. Y ello a pesar de que el señor Merani “se aparta –o pretende hacerlo-- de las limitaciones espiritualistas”.

Pero substituyamos, en la definición del señor Merani, el término “automáticos” por

su explicación = que se mueve por sí mismo. Tendremos entonces: Inteligencia = Actos que no se mueven por sí mismos. Como primera providencia deberemos preguntarnos: ¿En qué consiste eso de actos

que no se mueven por sí mismos? Resulta difícil contestar a tal pregunta; y resulta difícil hacerlo:

a) Si nos apartamos de la consideración animista, pero si tenemos presente

esta consideración la cosa queda contestada de inmediato. b) La frase “actos que no se mueven por sí mismos” es sumamente confusa,

por lo que deberemos aclararla. Precisamente, si así lo hacemos, la consi-deración “animista” del señor Merani queda patentizada.

Empleemos, con la frase del señor Merani, el sistema RAVI de PRECISIONES

TERMINOLÓGICAS; para ello lo primero que deberemos preguntarnos es: ¿Esos actos, que no se mueven por sí mismos, quien los realiza? La respuesta resulta evidente, a saber, EL HOMBRE. Incluyamos pues a éste en la frase:

Inteligencia = “Actos realizados por el hombre, que no se mueven por sí mismos”.

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¿Pero ¿En qué consiste eso de actos realizados por el hombre y que no se mueven

por sí mismos? ¿Quiénes no se mueven por sí mismos? ¿Los actos? ¿El hombre? ¿Ambas cosas, actos y hombre?

Hagamos patente esta última consideración en la anterior frase, que nos queda así: “Inteligencia = Actos realizados por el hombre, el cual, el hombre, no realiza estos

actos por sí mismo”. Si esta transformación de la frase del señor Merani es correcta, deberemos pregun-

tarnos: ¿Quién comanda estos actos que el hombre no realiza por sí mismo?. La pregunta, si tenemos en cuenta la consideración animista, queda contestada de la

siguiente manera: Los actos que el hombre –materia-- no realiza por sí mismo están comandados por

la voluntad, o por la inteligencia, o por el alma. Tercera crítica: El señor Merani, en esta su tercera definición de la inteligencia, nos

afirma que “el término INTELIGENCIA se emplea para definir la facultad de conocer o comprender”

Como primer comentario a esta definición, un tanto al margen de la cuestión, debe-

remos decir que a un término, en este caso el término INTELIGENCIA, nunca se le puede utilizar para definir sino para denominar; pero este es un lapsus sin importancia que ha co-metido nuestro autor.

Lo que sí nos interesa destacar es que el término FACULTAD –o potencia-- que

utiliza el señor Merani en su definición, es el cualificativo que se le aplica, que los filósofos animistas han venido aplicando, a las “facultades del alma”, a saber: memoria, entendi-miento o inteligencia y voluntad. Es pues el término FACULTAD del más puro sabor ANIMISTA, del más claro devenir de la filosofía, de los filósofos espiritualistas.

Si buscamos ahora en el DICCIONARIO PSICOLÓGICO del señor Merani los

términos CONOCER Y COMPRENDER con objeto de dilucidar (en la frase “el término inteligencia se emplea para definir la facultad de conocer o comprender”) el término facul-tad, veremos que las explicaciones del señor Merani no son precisamente biológicas, a pe-sar de lo que nos afirma en su libro, eso de que “desde siempre hemos acentuado la necesi-dad de dar a los estudios de psicología bases biológicas”. En efecto, veamos:

“Conocimiento: cualquier cosa de la que una persona tiene saber o posee informa-

ción”. Si substituimos esta explicación del término “conocimiento” en la definición de in-

teligencia copiada anteriormente, tenemos:

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“El término inteligencia se emplea para definir la facultad de saber cualquier cosa de la que una persona posee información”.

Si ahora buscamos, en el DICCIONARIO DE PSICOLOGÍA del señor Merani, el

término “saber”, nos encontraremos: “Saber: Como verbo, poseer un conocimiento intelectual susceptible de ser comuni-

cado”. “Como sustantivo, conjunto de lo que se sabe por haberlo adquirido con una activi-dad mental continuada y organizada”.

No desaprovecharemos la ocasión de señalar que el término “mental” es del más

rancio sabor animista. No hay actividad “mental” sino actividad de un sistema orgánico preciso: el sistema nervioso.

Pero substituyamos esta definición de la palabra “saber”, como sustantivo, en la de-

finición de inteligencia: “El término inteligencia se emplea para definir la facultad de –substituyamos-- po-

seer un CONOCIMIENTO intelectual, susceptible de ser comunicado, de cualquier cosa de la que una persona posee información”. Pero, como anteriormente vimos que el señor Me-rani definía el término “conocimiento” como “cualquier cosa de la que una persona tiene saber”, substituyamos esta definición en la anterior definición; y nos quedará así:

“El término inteligencia se emplea para definir la facultad de poseer cualquier cosa

de la que una persona tiene SEBER intelectual, susceptible de ser comunicado”. Substitu-yamos en esta definición el término SABER por su definición:

“El término inteligencia se emplea para definir la facultad de poseer cualquier cosa

de la que una persona tiene –substituyamos-- un conocimiento intelectual susceptible de ser comunicado. . .”, etc. Como vemos; tratando de eliminar la palabra “conocimiento”, para aclarar lo que A. L. Merani pretende decir con ella, volvemos de nuevo a tenerla en su definición, de tal manera que se nos forma una especie de reacción reversible en la cual la explicación de una palabra (conocimiento) remite a otra (saber); y la de esta (saber) a la anterior (conocimiento).

Conocimiento Saber

Este efecto, como mostramos en la primera parte de nuestro libro LOS REFLEJOS

LINGÜÍSTICOS, esta tautología es típica de los filósofos animistas, pues dichos señores al operar con términos que no hacen referencia a hechos sino a otros términos – las facultades o potencias del alma, mentales, no admiten, por espirituales, explicación-- solo pueden elaborar explicaciones en las que unos términos substituyen a otros formando identidades, tautologías.

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13

UN SISTEMA NERVIOSO + UNA INTELIGENCIA = DOS ENTIDADES

O

“DICOTOMÍA CUERPO ALMA”

El profesor de Psicología de la Universidad Complutense de Madrid D. José Luis

Pinillos, en su libro PRINCIPIOS DE PSICOLOGÍA, página 485, escribe la frase que co-piamos a continuación: “Las bases biológicas de la inteligencia”.

Esta frase es el título de un largo apartado en el cual el doctor Pinillos va a estable-

cer: a) Por una parte, un “corpore explicativo” del “ente inteligencia”. b) Y por otra, va a tratar de compaginar el término inteligencia con el organismo

Este intento podemos evidenciarlo ya en la frase transcrita del mencionado autor y que copiamos de nuevo: “Las bases biológicas de la inteligencia”.

Esta frase, gramaticalmente, es correcta. Quiero decir con ello que fácilmente reali-

zamos su lectura sin que notemos, tras esta lectura, la anomalía que tratamos de reseñar, a saber: la consideración animista, la interpretación dicotómica, bi, del autor respecto del asunto. Para aclarar este extremo, como primera medida y siguiendo el método RAVI de “Precisiones terminológicas”, deberemos preguntarnos:

¿Qué explicación tiene la palabra BIOLÓGICAS? ¿Cómo poder explicar dicha pa-

labra? Conseguir este objetivo tiene gran importancia para nuestros fines, pues la tal pala-bra constituye, en la frase del doctor Pinillos, el nexo de unión de “la cosa inteligencia” (ente anímico) con el organismo”, el nexo de unión de dos terminologías muy diversas: la animista y la anatomo-fisiológica. Tratemos pues de hacerlo, tratemos pues de explicar el término BIOLÓGICAS. La palabra BIOLÓGICAS es un adjetivo procedente del término griego “biologicos” que se explica como “concerniente o relativo a la biología”. Biología se compone de la yuxtaposición de dos términos griegos, a saber: BIOS = vida; y LOGOS = tratado. Según esto podemos explicar la palabra BIOLÓGICAS como: “Tratado sobre la vida”.

Substituyamos, siguiendo el sistema RAVI de “Precisiones terminológicas”, esta

explicación en la frase del doctor Pinillos nos queda así: “Las bases que tratan de la vida de la inteligencia”; o de esta otra manera: “Tratado sobre las bases de la vida de la inteligen-cia”.

¿Qué pretende expresar, el doctor Pinillos, con esta frase?

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Si seguimos leyendo el texto de este autor, en el cual se relaciona a la inteligencia

con “el peso del cerebro”, con la “latencia de los reflejos condicionados ante señales de cierta complejidad, etc., notaremos que la palabra “biológicas” ha sido un pequeño lapsus del autor y que donde se dice “biológicas” se quiere decir “orgánicas”. Para comprobar este lapsus y la pertinencia de la palabra “orgánicas”, substituyamos, en la frase del doctor Pini-llos, la palabra “biológicas” por “orgánicas”. Nos queda así: (copiemos de nuevo la frase del doctor Pinillos: “Las bases biológicas de la inteligencia”. Substituyamos: “Las bases orgánicas de la inteligencia”.

A nuestro parecer, esta última frase refleja más exactamente lo que pretendía decir-

nos su autor. Pero el asunto no acaba aquí. Solo hemos dado el primer paso. Solo hemos conse-

guido poner a la frase lo suficientemente clara para que podamos dar un segundo paso, para que este segundo paso pueda realizarse.

Advertimos al lector (y hacemos esta advertencia para que luego no nos acusen de

lo que no es acusable) que el asunto no incide, como veremos, en una simpleza terminoló-gica, sino, muy al contrario, en poner de manifiesto esa consideración animista, dicotómica, bi, que viene arrastrando, como consecuencia de una inapropiada programación, el homo sapiens y que, tal vez inadvertidamente, mantiene el doctor Pinillos ya que le hace explicar-se de la manera que lo hace. Para poner ello de manifiesto, deberemos, a la vista de la frase del doctor Pinillos, formularnos la siguiente pregunta:

¿Qué implica eso de unas BASES de la inteligencia situadas en el organismo? ¿No

es ello acaso una metáfora? ¿Pero. . . por qué emplea el doctor Pinillos una metáfora? ¿Qué tipos de sucesos han llevado a este científico a expresarse como seguramente no ha tenido intención de hacerlo, empleando el artificio de la metáfora? ¿Por qué es una metáfora y que pretende decir con ella?

Contestar a estas preguntas es muy importante si pretendemos averiguar bajo qué ti-

po de consideración, de programación, opera el autor que estamos comentando. El doctor Pinillos, inadvertidamente, se ha expresado de manera metafórica porque

escribe condicionado por las mecánicas encefálicas que hemos denominado como PALA-BRAS PREVIAS, por la programación animista, dicotómica, con la que somos programa-dos los individuos que componemos la pomposamente denominada “cultura occidental” y que nos hace operar, respecto del asunto que traemos entre manos, a la manera del botánico inconsecuente que en su punto explicamos. En efecto, el doctor Pinillos puede escribir el término inteligencia y elaborar frases en las que intervenga el susodicho término inteligen-cia cuando carece, no puede explicar, el hecho orgánico preciso que la palabra inteligencia denomina.

¿Pero por qué la tal frase “las bases biológicas de la inteligencia” es una metáfora y

qué es lo que el autor pretende explicar con la tal metáfora? Veámoslo:

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Para desentrañar cualquier metáfora (que multitud de veces no lo parecen pues se presentan enmascaradas) nada mejor que considerarla al pie de la letra. Ello nos parece un método correcto pues con él se lee lo que el autor ha escrito literalmente y no lo que, implí-citamente, supongamos el autor ha querido decir. Pasamos con ello a leer lo que se dice y relegamos lo que suponemos se pretende decir, o sea, substituimos lo hipotético por lo con-creto. Así pues, consideremos la frase del doctor Pinillos “las bases biológicas, u orgánicas, de la inteligencia”, al pié de la letra, consideramos lo que en ella se dice y no lo que se pre-tende decir. Para ello hagamos incidir nuestro estudio sobre el término “las bases”.

Cuando un algo determinado, sea lo que sea: una estatua, una columna, una casa –en

este caso la inteligencia-- tiene unas bases, un fundamento, en el que se apoya la dicha cosa; tiene unas bases, repetimos, en un lugar determinado, cuando decimos eso, que tiene unas bases, hacemos una distinción, una diferenciación entre el lugar en donde está coloca-da la base –en la frase del doctor Pinillos, en el organismo-- y la propia base sobre la cual se eleva un algo diferente, la columna, la estatua, la casa –en la frase del doctor Pinillos, “la Inteligencia”--. Así pues, para el mencionado autor, “la inteligencia” tiene unas bases en el organismo, lo cual no quiere decir otra cosa sino que la inteligencia no es un organismo (imposición animista o bi). Esta posición animista, o bi, podremos mostrarla más fácilmen-te si substituimos, en la frase “las bases biológicas, u orgánicas, de la inteligencia”, la pala-bra inteligencia por otra palabra la cual indique, denomine, un sistema orgánico. Sea éste el sistema orgánico MANO. Entonces tenemos substituyendo: “las bases orgánicas de la ma-no”.

Pero ¿Es correcta esta frase? A nuestro parecer, gramaticalmente sí lo es, pero signi-

ficativamente no lo es, pues hace aparecer. Por una parte el organismo; por otra parte a la mano.

Hace aparecer el todo –el organismo-- y a la parte –la mano-- como cosas diversas.

Ello es una incongruencia pues organismo y mano son el mismo asunto. Esta incongruencia podemos clarividenciarla si nos expresamos correctamente con la frase siguiente: “Anato-mía de la mano” Con esta frase no se da pie para una consideración bi entre organismo y mano porque se identifica dicho sistema –la o las manos-- con el organismo.

Realizada esta serie de precisiones, practiquemos este trastrueque de frases, pero

que tengan el término “inteligencia”. Tenemos: “Las bases orgánicas de la inteligencia” (frase que encierra la consideración dico-

tómica). “Anatomía de la inteligencia” Pero ¿Es correcto hablar de la anatomía de la inteli-

gencia? A nuestro parecer no, pues la inteligencia no es ninguna estructura orgánica. No es una estructura orgánica como pueda serlo el hígado, el páncreas o el sistema nervioso.

Con estas explicaciones suponemos demostrado nuestro presupuesto; a saber, que el

doctor Pinillos, tal vez inadvertidamente, si que él se percate de que su manera de expresar-se pone de manifiesto este tipo de interpretación; que el doctor Pinillos –repetimos-- consi-dera al hombre escindido en esa DICOTOMÍA de materia y, otra cosa que no lo es, inteli-

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gencia, la cual opera a través de la materia: consideración bi o animista. En efecto, por una parte, recalcamos, el doctor Pinillos habla de organismo y por otra de inteligencia que aun-que tenga las bases en dicho organismo no se identifica con él. ¿No es ésta, acaso, la postu-ra de los filósofos animistas los cuales afirman que la inteligencia, facultad o potencia aní-mica, opera a través del organismo?

Para aquellos que no se hayan convencido totalmente con nuestra argumentación,

cuya dificultad deviene de que han sido programados, desde niños, a la manera escolástica, animista, con las palabras previas memoria, inteligencia, pensamientos, etc., formulamos las siguientes preguntas y rogamos que nos las respondan de una manera más consecuente a cómo lo haremos nosotros; a saber:

¿Cómo poder explicar que el doctor Pinillos haya escrito “las bases biológicas –u

orgánicas-- de la inteligencia”, en vez de escribir “La inteligencia es organismo?” ¿Por qué hacer esa distinción entre el organismo y unas bases situadas en él, implicando un algo dis-tinto a ese organismo? ¿Por qué no establece una igualdad, una identidad, entre el organis-mo y la inteligencia, como se establece igualdad entre el sistema nervioso y neuronas, entre estos dos y sinapsis, entre estos tres términos y los procesos quimioeléctricos que transcu-rren en ellos?

No tenemos más remedio que contestar a estas preguntas diciendo que el doctor Pi-

nillos, sin que se haya percatado de ello, programado según un modo surgido de la conside-ración animista del hombre, condicionado por sus palabras previas, sin poder alterar este tipo de programación según expusimos en nuestro “método de la ignorancia”, mantiene, a su pesar, la consideración bi del ser humano.

Si se habla de inteligencia, si se quiere relacionar a ésta con el organismo, la única

manera de que lo hagamos correctamente es expresándonos de tal manera que eludamos la interpretación dicotómica, bi, del homo sapiens; para ello se requiere partir de dos premisas difícilmente alcanzables pues estamos programados para que no consigamos ese objetivo:

a) Inteligencia = organismo; inteligencia idéntica a organismo. b) Buscar procesos orgánicos y una vez encontrados, como hacen los botánicos

consecuentes, denominarlos con la palabra inteligencia o con la que nos venga en gana; pero no al revés, no operar esgrimiendo, empleando, escribiendo la pa-labra previa inteligencia y, cual botánicos inconsecuentes, buscarle a posteriori el proceso.

Si alguien se explica, opera, desconsiderando estas premisas, mantiene, por mucho

que se esfuerce en superarla, la interpretación animista, dicotómica, bi, del hombre. Inad-vertidamente opera como no lo pretende.

Como el lector habrá podido advertir, lo que propugnamos es un asunto serio, a pe-

sar de lo que pueda opinar al respecto el presidente de la sociedad de lingüistas de España, señor Quilis.

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LA MEMORIA ES UN ENTE QUE VIVE EN LA CALLE SISTEMA NERVIOSO S7N

Pero pasemos a comentar a un nuevo autor, a Paul T. Libasi, quien en la revista

“The Sciences”, publicada en octubre de 1974 expone: “¿Dónde reside y como actúa la memoria en el cerebro?” Según vemos por la frase copiada, este autor, como el anterior, se explica en virtud

de la consideración DICOTÓMICA, BI, del hombre; o sea, considerando que el hombre se encuentra escindido en dos porciones, una de las cuales es el cerebro y otra que opera a través de, o en, dicho cerebro: la memoria.

Para que el asunto de esta DICOTOMÍA quede claro, conviene que nos pregunte-

mos, con objeto de desvelar la metáfora con la que se expresa el señor Libasi, lo siguiente: ¿Dónde reside la memoria? ¿Dónde reside este ente femenino singular, la memoria,

dentro del cerebro? ¿En que punto de él tiene situada su morada, su hogar, su casa, su hábi-tat? ¿Es dicho hogar confortable? ¿Cuántos huecos de ventana posee y hacia donde está orientada la fachada? ¿Cómo contestar a estas preguntas? A nuestro parecer de la única manera que ello puede hacerse, diciendo que la memoria no reside en el cerebro por las siguientes causas:

a) La palabra memoria es una palabra PREVIA, como lo demuestra el hecho

de que no se pueda explicar de manera inequívoca, ni diferenciar de otros entes previos como puedan ser la inteligencia o los pensamientos.

b) La palabra memoria no designa de manera técnica –tampoco de manera no técnica—a ninguna estructura nerviosa. Si consideramos que las pala-bras no son los hechos y que la palabra memoria es un nombre, una de-nominación, deberemos preguntarnos ¿A qué hechos del ocurrir nervioso designa la tal palabra?.

c) En todo caso convendría decir que la memoria = cerebro, es establecer una relación de identidad y no una dicotomía entre sistema nervioso y memoria.

Si seguimos leyendo el artículo de Paul T. Libasi veremos que, según esta manera

de interpretar el ocurrir humano, llega a formular afirmaciones tan incongruentes como la que veremos a continuación.

En efecto; después de exponer que “la cuestión de la memoria constituye un tema de

intensa actividad en muchos centros científicos de los Estados Unidos”, el señor Paul T. Libasi añade”Memoria a largo plazo que constituye EL ALMACÉN DE RECUERDOS”.

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Nosotros, ante esta afirmación, opinamos que según esta manera mágica de exponer un acontecer que se pretende fisio-anatómico, orgánico, el investigador, el explicador, se imposibilita a sí mismo para poder desentrañar de una manera científica, consecuente, los procesos que transcurren en el sistema nervioso; que el investigador está imposibilitado ya para obtener las dimensiones de los hechos. En efecto; si en el cerebro actúa algo –recalcamos-- no es la memoria –palabra previa denominadora de un acontecer confuso--, sino el propio cerebro, sus mecánicas neuronales, sus sistemas de células, las estructuras, los engranajes que éstas forman. Si podemos decir que en el cerebro hay algo no es desde luego, un ALMACÉN DE RECUERDOS, ni cualquier otra cosa rara, no anatómica, no fisiológica, no orgánica, sino células, estructuras, proteínas, etc.

Pero a todo esto podemos preguntarnos lo siguiente: ¿Habría alguna manera de

compaginar la palabra memoria con el ocurrir del sistema nervioso? ¿Cómo conseguir que las denominaciones, en este caso la palabra memoria, se avengan de alguna manera con lo que se pretende explicar? ¿Cómo conseguir que la palabra memoria designe, pertinente-mente, un ocurrir nervioso?

Resolver esta cuestión nos lleva a estudiar un acontecer que no ha sido señalado por

nadie –ni siquiera por el señor Quilis-- y que nosotros, en el Centro RAVI designamos como NOMINALIZACIÓN DE ACONTECERES. Veamos en qué consiste ello:

Cuando desde niños nos programan para poder realizar la serie de grafismos, los

cuales constituyen el efecto de la acción de escribir, lo hacen desconsiderando un hecho de suma importancia, a saber: no nos enseñan a considerar los diferentes efectos que se produ-cen como consecuencia de utilizar grafismos nombres, verbos, adjetivos, etc.

Debido a esta desconsideración podemos nominalizar una acción, emplear unos gra-

fismos nombre donde debieran emplearse unos grafismos verbos. Mediante este trastrueque en nuestras explicaciones gráficas, una acción puede aparecer como una cosa o un ente; un ocurrir puede aparecer como un objeto, con características de objeto. Tal acontece, por ejemplo, con la palabra nombre MEMORIA, LA MEMORIA, femenino singular, que así, nominalizada, se hace, en las explicaciones, cosa, objeto, ente, etc., con lo que va bien para designar esa mítica entidad, esa facultad o potencia, situada en la porción anímica del sujeto hombre; pero que, en cuanto pretendemos traerla al plano material, orgánico, anatomo-fisiológico, no se conviene con ningún algo, con ninguna estructura, sino más bien con pro-cesos, con ocurrires, con transcurrires; y que, por lo tanto, su transcripción gráfica requiere de una palabra no nominal sino verbal, no memoria sino memorizar.

Si los autores tuviesen en cuenta este efecto expositivo, si el señor Paul L. Libasi

hubiese tenido en consideración este efecto expositivo, no habría caído en la incongruencia de considerar a la “memoria” como un ALMACÉN, sino como un proceso, como un ocu-rrir, como una acción que se realiza en el sistema nervioso. Con ello su búsqueda, cierta-mente previa, con ese handicap, se facilitaría, daría lugar a la descripción de un proceso nervioso.

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Pero pasemos ya a comentar a un nuevo autor en cuyos escritos se manifiesta de manera patente la serie de efectos que hemos venido reseñando a lo largo de este trabajo. En efecto; veamos: El señor R. Doty, de la universidad de Rochester, USA, escribe:

“El primer problema estriba en averiguar en que parte del cerebro reside la memoria

ya que resulta difícil resolver el problema –de la memoria-- sin saber antes hacia donde dirigir la atención”. O sea que, según este autor, tenemos:

1º Una interpretación BI del hombre, dimanada de la consideración animista. Ello se

evidencia en la frase: “averiguar en que parte del cerebro reside la memoria”. Con esta frase el señor Doty parece indicar:

a) La presencia en el hombre de una parte material, el órgano cerebro. b) La presencia en el hombre de otro “algo” que va a operar en este cerebro: la

memoria; y a la cual hay que localizar. 2º Un acontecer de palabras “previas”. El señor Doty desde su tierna infancia posee una programación nerviosa tal que le

lleva a escribir el término memoria; y, como consecuencia de ello, se pone a investigarla, a buscarla por el sistema nervioso.

Lo curioso del caso es que el señor Doty afirma que “resulta difícil resolver el pro-

blema de la memoria”, con lo cual reconoce que ignora lo que tal palabra indica, que ignora su explicación; y a pesar de ello, de esa incongruencia típica del acontecer de palabras pre-vias, no rompe con este efecto de programación.

Y para concluir con los comentarios sobre este autor diremos que, por mucho que el

señor Doty dirija su atención al cerebro, jamás logrará detectar en él otra cosa sino células, estructuras, anatomía, procesos, etc. Jamás al ente memoria. A nuestro parecer el problema no consiste en resolver donde pueda residir la memoria en el cerebro (tal personaje, la me-moria, femenino singular, no tiene residencia en el cerebro; ello tan solo es una incongruen-te metáfora); el problema consiste en averiguar qué tipo de procesos se producen como consecuencia de las actuaciones de las mecánicas encefálicas. Ello requiere que el investi-gador se plantee el asunto problema con un término verbal que señalice convenientemente a tal proceso problema, a un ocurrir y transcurrir; y no con una palabra nombre: memoria, la memoria, que parece indicar una estructura, un algo estático, una cosa, un ser, un ente.

Carlos Ramírez de la Lastra

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MI CONCLUSIÓN A ESTE CAPÍTULO Y MI COMIENZO DEL PRESENTE VOLUMEN

Mi amigo y colega Carlos Ramírez de la Lastra, como he aventurado ya algunas ve-ces, es pintor, un extraño pintor. He reproducido alguno de sus cuadros; la portada de este libro es, por ejemplo, uno de ellos. Pues bien; voy a terminar este capítulo, comenzando el volumen de fisiología humana, mostrando otro de sus cuadros.

Que es este

Figura 122 En él vemos a un pintor aburrido, cansado, paleta en los cojones, sin saber que hacer

ya. Ha recorrido un amplio camino: paisajes, retratos, bodegones, etc; ha pintado cuadros impresionistas, abstractos, figurativos, etc. Le ha llegado el momento de hacerse una re-flexión, sobre todo lo que ha hecho, antes de continuar pintando

--¿Y ahora que pinto?-- parece decirse.

Recuerdo que hace años le mostré este cuadro a un pintor que me dijo al despedirse:

-- Me has destrozado. Y ahora ¿Qué voy a pintar yo? Ya no sé que voy a hacer.

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Los estudiosos del acontecer humano llevamos mucho tiempo preguntándonos sobre nosotros mismos. Llevamos muchos siglos cuestionándonos en qué nos diferenciamos de los animales. Desde los hombres prehistóricos que, en sus cuevas, sobre piedras, dejaron plasmados gráficamente sus saberes, hasta la publicación del libro ORIGEN DE LAS ES-PECIES hemos avanzado mucho en nuestras escritos sobre el yo humano. Pero, como el pintor de Carlos, desde Darwin hemos avanzado poco en nuestras inquisiciones, nos halla-mos repitiendo y repitiendo las mismas frases, definiendo y definiendo los mismos grafis-mos. Y así, a los que utilizan diariamente estos grafismos --personalidad, subjetivo, objeti-vo, mente, inteligencia, voluntad, libertad, democracia, arte, bondad, justicia, etc., etc., etc.-- les sucede como a la ardilla de la fábula; a ellos podemos preguntarles: “Tantas. idas y venidas, tantas vueltas y revueltas, quiero amiga que me diga ¿Son de alguna utilidad?”

Nos ha llegado el momento, como al pintor de Carlos, de reflexionar sobre nosotros

mismos y de iniciar una nueva manera de estudiar al hombre, de estudiarnos a nosotros mismos.

¿Cómo? Carlos lo ha manifestado de una manera muy simple y fácil de entender: explicán-

donos anatomo-fisiológicamente, dejando atrás nuestras programaciones previas. Hace ya muchos años –quizás en el año 1978, al leer por primera vez este trabajo de

Carlos para publicarlo en ESPIRAL— así lo entendí. Y desde entonces, hace ya muchos años, desprogramándome de todas mis palabras mentales comencé a autoprogramarme es-tudiando al hombre en sus aconteceres percepto-neuro-musculares y utilizando una nueva terminología, la anatomofisiológica.

Y procedí así (tal como me vais a leer en el presente volumen).

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CAPÍTULO XXI PREVIA AUTOCRÍTICA Según Germán de Argumosa, en su Prólogo a La Mecánica del Éter, Karl Popper, en una entrevista para el diario español ABC, publicada el 28 de Febrero de 1982, se manifestó así: <Yo no sé nada, no sabemos nada>... >, <el conocimiento científico en sí es solo por conjetura, no es más que hipotético>. De parecida manera comienzo el presente capítulo: Advirtiendo a los lectores que casi todas las teorías, que voy a exponer seguidamente, deben considerarlas como unas meras conjeturas verificadas empíricamente, como unas simples hipótesis razonadas, como una incipientes explicaciones argumentadas por el autor. Y que, en consecuencia, al leerme, no debéis admitir, como axioma absoluto, "a priori", nada de cuanto asevero, sino que por el contrario todo cuanto aduzco debéis verificarlo empíricamente, comprobándolo y razonándolo vosotros mismos. Y si, tras haberlo verificado empíricamente, tras haberlo comprobado y razonado, os resultase, a algunos lectores, que coincidís en algunos detalles con lo que yo manifiesto, debéis considerar que dichas coincidencias no demuestran más que este hecho: Dos hombres, cien mil hombres, o diez mil millones de hombres, pueden coincidir provisionalmente en alguna o varias de sus teorías empíricas. Nada más. Pues, no lo dudéis, más pronto o más tarde, surgirán otros hombres, otros estudiosos, que pondrán en entredicho a todas y a cada una de las teorías en cuestión substituyéndolas por otras teorías empíricas más pertinentes, más completas, mejor argumentadas, razonadas de nuevo, aunque asimismo provisionales, susceptibles de cambio, nunca finales. Resulta que así como los hombres actuales, los que constituimos nuestra generación, nos estamos diferenciando mecánica, procesal y funcionalmente de nuestros antecesores, asimismo, por las mismas razones, constituiremos el pasado para nuestros hijos y nietos que, a su vez, se habrán diferenciado mecánica, procesal y funcionalmente de nosotros, se habrán modelado hacia una mayor hominización. En consecuencia, nuestras actuales funciones de hominización --de pensar, de recordar, de comprender, de razonar, de espaciar, de temporalizar, de cuantificar, etc. nuestro entorno extrasomático y nuestro propio soma, cosificándolos--, necesariamente serán consideradas infantiles, incompletas, y hasta inconsecuentes, por nuestros hijos. Por otro lado, a pesar de mi firme propósito de no exponer teoría alguna que no haya verificado empíricamente, a pesar de mi decisión de escribir, tan solo, sobre cuanto, previamente, hubiese comprendido y razonado, me resulta que en la práctica --lo reconozco públicamente-- mi pretendido rigor empírico no puede consistir, hoy día, más que en una, siempre fracasada, casi caricaturesca, pretensión: La de desarrollar mis explicaciones y

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argumentaciones como efectos funcionales de aquellas estrictas mecánicas, activadas en mis áreas primarias y secundarias perceptoriales, corticales, al correlacionarme con mi entorno extrasomático y al recordarlo. Y comprendo que esta pretensión me es --hoy día, a mí, hombre de la generación humana de finales del siglo XX-- imposible de realizar, pues imposible me es el que mis espacios anatómicos subcorticales permanezcan casi completamente inhibidos, inertes, quimioeléctrica y electromagnéticamente, mientras experimento, mientras comprendo, mientras razono, mientras explico oral o gráficamente mi entorno extrahumano y mi propio soma que, en suma, también constituye mi entorno. Esta empresa me es, hoy día, imposible de realizar al estar, evolutivamente, comenzando a desarrollar mis funciones de hominización. Tal vez la consigan nuestros descendientes una vez que sobrepasen esta crítica etapa evolutiva; tal vez nuestros nietos o biznietos puedan desarrollar sus funciones razonadoras independientemente, totalmente aisladas, de sus sentires y, sobre todo, de su estupor gráfico. Resueltamente, pues, como prueba de mi actual corrección comprensiva, no me supongo neciamente como infalible en mis propias deducciones, en mis argumentaciones, en mis análisis empíricos. Y es por ello por lo que os sugiero que, como casi todas estas explicaciones han sido confeccionadas a partir de unas premisas verificadas empíricamente, precisamente por ello, no las admitáis sin más, dudad de ellas, pensadlas, argumentadlas vosotros mismos, verificadlas, corregidlas, supuesto que yo no las he expuesto, a partir de premisas crediticias, dogmáticas, como afirmaciones que hayan de ser aceptadas necesariamente por vosotros los lectores. Como conclusión a esta consideración general os reitero que, aunque he pretendido escribir este volumen, como el resto de la obra, con rigor empírico, no lo he conseguido enteramente pues, como hombre viviente entre el siglo XX y el XXI, inevitablemente, experimento procesos crediticios al par que intento desarrollar mis funciones comprensivas y razonadoras. !Ah! Me olvidaba de advertir al lector que los capítulos siguientes de este volumen constituyen mis explicaciones fisiológicas humanas sobre mi propio acontecer, independientes de las otras explicaciones que ya he suministrado. Pero, lo reconozco, aunque aislada, aunque independiente, cada una de las partes debe considerarse incompleta.

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1.- ABRO MIS OJOS Y . . . COMIENZO A COSIFICAR

Tengo los ojos cerrados.

Y, tal y como me han enseñado, cuando no desarrollo un panorama holonómico, digo: NO VEO.

Levanto mis párpados.

Y paso de mi oscuridad visual a mi claridad visual.

Recuerdo, en este momento, la apertura del telón al comienzo de una función de teatro.

Y afirmo que “este mi acontecer visual”, este transcurrir del NO VEO al VEO, debo

considerarlo como un hecho experimental, en el paso de no desarrollar panoramas holonómicos a desarrollar panoramas holonómicos.

Y comienza mi función visual, comienzo a cosificar y a “ver” las cosas que cosifico. Pero ¿cómo describir las experiencias del desarrollo de mis funciones visuales? Lo digo de manera rotunda en este momento: Nadie aún me ha aclarado con

precisión a qué aconteceres fisiológicos y físicos denomina “sus funciones visuales”. Ahora bien; todos, todos los videntes, pronunciamos NO VEO al cerrar los ojos, y VEO al abrir los ojos. Y nos referimos, en ambos casos, a que desarrollamos panoramas holonómicos, o a que no desarrollamos funciones visuales --viendo o no viendo cosas--.

Y ahora me pregunto: ¿Y por qué me planteo este problema? Lo he narrado ya en esta obra. También fue Carlos Ramírez de la Lastra quien nos puso en alerta a todos los

integrantes del Centro RAVI del gran problema irresoluto de nuestra percepción visual. Lo he enunciado en el primer volumen de esta obra, en el capítulo titulado EL

GRAN PROBLEMA. Y he resuelto publicar ahora, entero, de nuevo, dicho artículo. Y así lo hago.

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EL GRAN PROBLEMA

de

Carlos Ramírez de la Lastra

1.- PRESENTACIÓN DEL PROBLEMA.

Voy a presentar al lector un pequeño problema. Para ello hago el dibujo de un paisa-je. Helo aquí:

DIBUJO Nº 1

Dibujo ahora la cabeza de un hombre que afirma ver ese paisaje. Hela aquí:

DIBUJO Nº 2

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Reúno ambos dibujos en este:

DIBUJO Nº 3

Y expongo una cuestión: Si este hombre dibujado afirmase ver ese paisaje ¿A qué se referiría? ¿Sólo a algo que ocurre en el exterior de su persona y que en la frase “veo ese paisa-

je” está indicado con el término PAISAJE? Es una posibilidad. ¿Sólo a algo que ocurre en el interior de su persona y que en la frase “veo ese paisa-

je” está indicado en el término (Yo) VEO? Es otra posibilidad. ¿A una relación entre lo que ocurre fuera y lo que ocurre en la persona del vidente?

Es la tercera posibilidad. Y en este último caso sería necesario explicar: a) Qué aconteceres ocurren fuera del hombre. b) Que aconteceres ocurren en el hombre. c) Que relación guarda lo que ocurre fuera con lo que ocurre dentro del hombre.

Desconozco la opinión del lector al respecto, por lo que voy a valerme de las opi-

niones de unos cuantos autores que, representando las diferentes escuelas, se han pronun-ciado sobre el asunto.

Para ello comienzo copiando, de un trabajo titulado “MOORE Y EL LENGUAJE

COMÚN”, de Norman Malcom, un gracioso diálogo que este autor presenta entre el profe-sor Moore y un filósofo; diálogo en el que ambos interlocutores debaten el tema. Helo aquí:

El filósofo: “No hay objetos materiales”. Moore: “Ciertamente se equivoca, pues aquí tenemos una mano y aquí otra, de mo-

do que hay al menos dos objetos materiales”.

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(Expongo de nuevo el dibujo Nº 3, para que el lector contraste las afirmaciones de ambos platicantes).

DIBUJO Nº 3

El filósofo: “El espacio es irreal”. Moore: “Si usted quiere decir que nada está a la derecha, a la izquierda, encima o

debajo de otra cosa, entonces ciertamente se equivoca, pues este tintero está a la izquierda de esta pluma y mi cabeza encima de ambas cosas”.

El filósofo: “Nadie percibe jamás un objeto material”. Moore: “Si por percibir entiende oír, ver, tocar, etc., entonces nada más falso, pues

ahora estoy viendo y tocando este trozo de tiza”. El filósofo: “Ningún objeto material existe sin ser percibido”. Moore: “Lo que usted dice es absurdo pues nadie percibía mi dormitorio mientras

dormía la noche pasada y ciertamente no dejó de existir”. El filósofo: “Todo lo que uno puede ver cuando mira un objeto es parte de su propio

cerebro”. Moore: “Este escritorio que estamos viendo ahora ciertamente no forma parte de mi

cerebro y, en realidad, yo nunca he visto una parte de mi propio cerebro”. Norman Malcolm que, a mi parecer tergiversa ciertas cuestiones planteadas por Ber-

trand Russell, más adelante escribe: “Sostengo que lo que Moore dice como respuesta a las proposiciones filosóficas es en cada caso perfectamente verdadero; y deseo mantener ade-más que lo que dice en cada caso es una buena refutación que muestra la falsedad de la proposición en cuestión.”.

Voy a contrastar las opiniones de estos tres personajes –el filósofo, el profesor Moo-

re y Norman Malcolm— con el dibujo 3 que vuelvo a copiar.

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Según el filósofo, sucede: Que no hay objetos materiales; que no se perciben; que

el espacio es irreal; que los objetos no existen sin ser percibidos, etc., etc. ¿Qué pretende comunicar dicho filósofo?. ¿Acaso es un loco?. No; simplemente el tal filósofo ha preten-dido precisar algunas características de la percepción y no lo ha conseguido.

Aquellos científicos que -–al igual que este filósofo— se han pronunciado sobre el

tema del “hombre que percibe”, no han logrado formular enunciados idóneos para solucio-nar el problema. Unas veces prescinden de datos de los cuales no se puede prescindir, otras duplican datos, otras los inventan, etc.

Las explicaciones del profesor Moore y las de su abogado, Norman Malcolm, son

diametralmente opuestas a las del filósofo. Norman Malcolm no se ocupa del problema de la percepción sino que solo pretende defender una determinada manera de expresarse, la usual, la común –(Escuela de Oxford)--. El tema de la percepción le tiene sin cuidado. Esta postura coincide con la de aquellos homínidos que comentan esto y aquello, lo otro y lo de más allá, sin enterarse de que, en lo que comentan, hay problemas por resolver.

Retornando a considerar a aquellos estudiosos que, a pesar de sus afanes, no han

conseguido elaborar enunciados adecuados para solucionar el problema de la percepción o, más correctamente, del hombre que percibe, analizo a otro filósofo, Kant. Kant es citado textualmente por el profesor José Luis Pinillos en su libro “PRINCIPIOS DE PSICOLO-GÍA” (Alianza Editorial. Madrid 1975). La cita viene a cuento porque el doctor Pinillos, en su libro, analiza la génesis, evolución y actuación de los receptores y, mediante una nume-rosa trascripción de autores, presenta un amplio historial sobre el asunto de la percepción.

Comenta Pinillos: “Para Kant la “cosa en sí” es, por principio, incognoscible –al ser la cosa en mí ya

no es en sí— dado que la posibilidad y forma de su aparición están determinadas por las categorías puramente ideales y formas de intuición que constituyen su condición a priori. De la cosa en sí lo único que podemos afirmar es su existencia”

Pues bien; esta es la cita de Pinillos sobre Kant. Llevémosla ahora a nuestro dibujo.

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Figura Nº 4

Ello hace que este dibujo lo simplifiquemos en este otro.

Dibujo Nº 5

Si abrimos a este hombre la cabeza, nos encontramos con su sistema nervioso. Las explicaciones kantianas de que las cosas “son en mí”, debido a “categorías puramente idea-les y a formas de intuición” no explican satisfactoriamente la función del sistema nervioso. O sea; según Kant:

a) La cosa en sí se desconoce. b) La cosa –el paisaje— es una cuestión ocurrente en el hombre, pero ese ocurrir se

explica mediante términos extraños: “categorías ideales”, “formas de intuición”, etc., que es como si no se explicase nada.

c) Por otro lado, puesto que la “cosa en sí” existe, tampoco se explica que relación puede tener con la “cosa en mí”.

El doctor Pinillos continúa desarrollando el tema de la percepción. –tras co-

mentar a Kant comenta al biólogo K. Lorenz quien, en un trabajo titulado BLAT-

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TER FÜR DEUTCHE PHILOSOPHIE, trata de explicar a Kant--. Según cita de Pi-nillos, K. Lorenz escribe:

“El aparato apriorístico de la experiencia –anoto para facilidad del lector que ese aparato apriorístico era, según Kant, las categorías ideales y etc.— no es algo inmutable, definido por factores extraños a la naturaleza, sino UN SISTEMA NER-VIOSO tan real como la cosa que refleja con diversos grados de perfección, según la perfección de su estructura, pero dentro siempre de una correspondencia básica entre el conocimiento y lo conocido”.

Llevemos lo expuesto por K. Lorenz al dibujo. Según K. Lorenz sucede:

Dibujo Nº 6

Opino que, si K. Lorenz alude al sistema nervioso, debiera haber escrito, consecuen-

temente, una terminología técnica que hiciera alusión a dicho sistema nervioso. Escribir que el sistema nervioso “no es inmutable” es no decir nada del sistema nervioso.

Por otro lado, si el sistema nervioso REFLEJA, el pobre ser humano debe quedarse

estupefacto según el siguiente dibujo:

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Dibujo Nº 7

Sí, ya sé que Lorenz seguramente con la palabra “reflejar” quiso expresar otra cosa. ¡Pero que forma tan inadecuada de expresarla!: En el material orgánico del sistema nervio-so –neuronas, etc.— no se encuentran superficies pulidas reflejantes. Y si el denominado reflejo ocurriese como proceso fisiológico, la cosa externa se reflejaría en los músculos.

Finalmente Lorenz expone algo sumamente extraño y que podemos esquematizar en

el siguiente dibujo:

Dibujo Nº 8 A mí me resulta imposible escindir “el conocimiento” de “lo conocido”, como si fueran dos ocurrires que transcurren por separado. Opino que lo correcto, en todo caso,

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sería exponer que: Si EL CONOCIMIENTO tiene la facultad de CONOCER, no puedo separar esta facultad del ente facultativo; o sea, expondría la cuestión de este modo: El co-nocimiento –conoce--. Por otra parte si el conocimiento conoce algo, el asunto que conoce no puede separarse de ese conocer, pues si así ocurriese el tal CONOCIMIENTO no CO-NOCERÍA. Luego aparentemente, lo adecuado sería escribir EL CONOCIMIENTO –CONOCE— LO CONOCIDO. Total; el mismo término repetido con tres formas gramati-cales diferentes. Lo malo que tienen estos galimatías es que parecen explicar los asuntos sin que en realidad expliquen nada. La prueba de ello la tenemos en el autor que ha comentado a Kant y a Lorenz –en el doctor Pinillos--, quien como conclusión se manifiesta de la siguiente manera: “El problema de la comunicación perceptiva con el mundo exterior adquiere carac-teres de enigma indescifrable”. De parecida opinión a la del doctor Pinillos es la de David H. Hubel, quien, en su trabajo titulado EL CEREBRO, pregunta: “¿Puede el cerebro comprender al cerebro?. ¿Puede comprender la mente?”. El señor Hubel incide en el galimatías que ya hemos expuesto: elabora un enunciado incorrecto, confuso, en el que no considera los hechos que deben considerarse. En efecto. Para responder a la pregunta de si un cerebro puede comprender al cerebro, se requiere: Precisar fisioanatomicamente el funcionamiento denominado apriorísticamente COMPRENDER. David Hubel afirma más adelante: “Es muy posible que los seres humanos no puedan resolver todos y cada uno de los rompecabezas que el cerebro presenta”. Total, como Pinillos, este profesor considera imposible la empresa. Paul C. Johnson, en el libro titulado FISIOLOGÍA (Indiana University. Indianápolis E.E.U.U.) afirma refiriéndose a la percepción visual: “El ojo desempeña dos funciones dife-rentes aunque estrechamente relacionadas. En primer lugar es un sistema óptico capaz de recoger las ondas luminosas del exterior y de proyectarlas como imagen en la retina. En segundo lugar es un receptor que responde a las imágenes formadas en la retina y envía información sensitiva a las áreas visuales del cerebro”. Consideremos lo expuesto por Paul C. Johnson mirando un dibujo explicativo Según este autor sucede:

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Dibujo Nº 9

O sea, que el ojo, auténtico protagonista del suceso, opera así: 1.- “Recoge la luz”

Esta frase plantea el siguiente problema. La luz, ocurrir externo al hombre, antes de ser recogida por el ojo ¿En qué se dife-

rencia de eso que yo veo y que me hace afirmar VEO LUZ? ¿Ambas luces son la misma luz?. En caso afirmativo podemos exponer: Luz extraorgánica == Luz intraorgánica. O esto otro: Proceso extraorgánico ocurrente en el medio == Proceso orgánico ocurrente en mi anatomofisiología. Esta afirmación me parece aventurada pues en ella se presupone que un ocurrir del sistema nervioso es igual a un ocurrir en espacios donde no hay sistema ner-vioso. Ello sería análogo a suponer que la función clorofílica ocurrente en los cloroplastos se produce donde no hay cloroplastos. Matemáticamente esta suposición equivaldría a plan-ta = no planta. En el caso de que la luz extraorgánica y la luz intraorgánica sean diferentes, Johnson debería haber matizado su exposición de la siguiente manera: Ocurrir que acontece en mi persona y que denomino LUZ –-NO ES— ocurrir extra-orgánico y que por tanto no debo denominar LUZ, luego debo diferenciar ambos ocurrires.

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2.- Y una vez que el ojo ha recogido la luz, “La proyecta como imagen en la retina”.

Pregunto: ¿Cómo imagen de quien o de qué?

El término “imagen” implica, en quien le escribe, que diferencia una cosa de su imagen.

Johnson no escribe sobre la cosa, sino sólo sobre su “imagen”, pero al escribir este término –imagen—alude necesariamente a “la cosa”. Si tiene en cuenta –Vd. Lector, conmigo—esta duplicidad de “cosa” e “imagen”, podría escribir lo siguiente:

La imagen: La veo. La cosa: No la veo; es más, puesto que todos y cada uno de los hombres vemos

imágenes y no cosas, “la cosa” es un presupuesto hipotético jamás visto por nadie. Si tiene en cuenta –Vd. Lector, conmigo—que el término imagen implica una rela-

ción de similitud cosa-imagen, podría escribir: Proceso extraorgánico (cosa) –es similar—a proceso intraorgánico (imagen). Pero este presupuesto, si lo analizamos, hallaremos que es una elucubración de

quién lo plantea. En efecto; nosotros, según Johnson, vemos la imagen. Pero, como no vemos la cosa,

no podemos juzgar de similitudes. No teniendo elementos de comparación no podemos comparar. Jonson, carente de estos elementos, supone que lo que ve –imagen—es similar a lo que no ve –cosa--. En suma, con sus explicaciones duplica el acontecer visual.

a) Al acontecer en la retina lo denomina imagen. b) Y al acontecer extrarretiniano, que no ve, lo denomina “cosa” y lo considera con

similares características al anterior.

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3.- LA IMAGEN EN LA RETINA. (Analicemos esta frase de Johnson)

He aquí un dibujo basado en sus explicaciones:

FIGURA Nº 10

Según la frase de Johnson, que he aclarado con este dibujo, lo que califica como imagen en la retina, imagen en la retina de un hombre cualquiera, sería una imagen en su propia retina. Este ocurrir en su retina lo aplica a otros, como ocurrente en otras retinas. En definitiva podría presuponerse que todo el proceso puede esquematizarse con la fra-se:”Imagen en la retina del fisiólogo”; pero resulta que ni el fisiólogo, ni nadie, ve su propia retina; en todo caso vería la imagen de ella. Su afirmación, pues, es gratuita, un contrasen-tido más.

Estas argumentaciones, a mi parecer, dan poca verosimilitud a las “hipótesis de las

imágenes retinianas”. Resumiendo; quienes formulan las hipótesis de las imágenes retinianas incurren en

los siguientes contrasentidos. a) “Luz en el medio extraorgánico”. No se sabe si es igual o diferente a la

luz que vemos intraorgánicamente. b) “Luz que recoge el ojo y se metamorfosea en imagen”. Esta metamorfosis

no es explicada. c) “La imagen en la retina”. Resulta que es una imagen en la retina del fisió-

logo que no puede ver su propia retina.

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d) “La retina informa al cerebro de que en ella hay una imagen”. De esta in-formación se deduce que la imagen queda estancada en la retina y no llega al cerebro. Penfield demostró, estimulando las áreas visuales del cerebro –y no la retina— que el individuo veía lo que Johnson ha denominado imá-genes en la retina; y estas imágenes, vistas por los pacientes de Penfield, no deben ser denominadas como imágenes, ya que no se produce la rela-ción

cosa visión de la imagen de esa cosa

Luz

FIGURA Nº 11

En resumen; hay tantos pasos inexplicados, tantas contradicciones, que en RAVI nos hemos dicho: “El proceso visual no puede ocurrir de esa manera”. Y nuestra opinión coincide con la de Conrad G. Mueller que en un artículo denomina-do VISIÓN: ASPECTOS GENERALES (Enciclopedia Internacional de las Ciencias Sociales. Aguilar S.A. de Ediciones. Madrid 1977), aduce: “Si bien carecemos de una comprensión total de la neurofisiología del sistema visual, se ha avanzado mu-cho en los últimos veinte años, y ahora disponemos de algunos datos”.

Y paso a citar a otro autor, F.H.C. Crick, quien en su trabajo REFLEXIO-NES EN TORNO AL CEREBRO (Revista Investigación y Ciencia. Noviembre 1979), comenta:

“Lo que a todas luces hace falta aún es un amplio marco de ideas dentro del cual puedan interpretarse coherentemente todos estos enfoques distintos”.

Suponemos que con un marco de ideas (aclaro al lector que el término idea, con diferentes pero leves variantes, se explica así: “Representación que del objeto percibido queda en el ALMA”) no se soluciona el problema. Hace falta plantearse adecuadamente el asunto, a partir de los datos que poseemos.

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II.- EL ESQUEMA USUAL.

Pero debo empezar por el principio. Cuando yo era niño, el gran padre, para distraer a sus hijos, nos enseñó un sencillo

juego. Si, por ejemplo, íbamos al campo, solía empezar invariablemente por la siguiente pregunta:

-- ¿Dónde estamos, en la ciudad o en el campo?

Aquella pregunta poseía para mí un significado especial. Era la señal, el aviso, de

que iba a comenzar el juego. Mi gran padre, a ese sentir especial, que ocurría en mí y en mis hermanos, le deno-

minaba PROGRAMACIÓN SERIADA. Naturalmente, todos nosotros, respondíamos que en el campo. Mi gran padre, entonces, comenzaba el juego. Preguntaba, por ejemplo:

-- ¿Dónde veis unos cerros grises?

Todos respondíamos: --allí— y señalábamos con el dedo.

Mi gran padre seguía preguntando: --¿Dónde veis un árbol? ¿Dónde veis una nube? ¿Dónde veis el sol?, etc.

Las respuestas seguían siendo similares en todos nosotros. Alguna vez uno de noso-

tros puntualizaba: --El árbol está allí, detrás de los setos, a la derecha del arroyo. Mi gran padre entonces decía a quien se había explicado de tal manera, que su sis-

tema nervioso había operado con menos pereza y que ello era bueno; y añadías que, usual-mente, desde la niñez, suelen practicarse deportes para ejercitar el sistema muscular. Que si se juega al fútbol se desarrollan preferentemente tales músculos; que si se juega al tenis, tales otros; pero que son pocas las personas que saben ejercitar metodológicamente su sis-tema nervioso; que nadie ha establecido unas pautas idóneas para desarrollar conveniente-mente ese sistema.

Mi gran padre, a veces, realizaba el juego con colores. Preguntaba: -- ¿Dónde hay un rojo?

-- ¿Dónde un azul?

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-- ¿Dónde un amarillo? O con sonidos: -- ¿De donde viene esa voz? -- ¿De donde procede ese rumor? -- ¿Y ese zumbido? Y nosotros contestábamos: -- De allí, de allí. En cierta ocasión hice un dibujo y se lo presenté a mi gran padre. Algo así como el

que copio a continuación:

DIBUJO Nº 12

Mi gran padre me dijo que este dibujo lo había realizado según el ESQUEMA USUAL de los homínidos, programados de manera infantiloide o involucionada respecto a la relación MEDIO-HOMBRE.

¿Involucionada o infantiloide? –me pregunté ante tan extraña calificación, y quedé

decepcionado--: Yo opinaba que el dibujo era muy bonito y que representaba nuestro juego. Mas tarde he dado la razón a mi gran padre: este esquema, tal y como dijo, no expli-

caba nuestro juego.

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III.- CONSECUENCIAS DEL ESQUEMA USUAL: EL PAISAJE TIENE PRESENCIA “PER SÉ”.

Cuando se practica repetidamente un mismo juego, pronto llega a parecernos monótono y lo cambiamos con objeto de hacerlo más ameno. Y eso fue lo que hici-mos más adelante mis hermanos y yo. La variación consistió en lo siguiente: A con-tinuación de señalar la posición de las cosas, cerrábamos los ojos y volvíamos a preguntarnos sobre ellas. Realizábamos entonces las preguntas, substituyendo el término “ver” por el término “estar” y “haber”; y así:

-- ¿Dónde hay unos cerros grises? -- ¿Dónde hay una nube? --¿Dónde está el árbol?

--¿Dónde está el sol? Etc. Y tras cada una de estas preguntas –como ya he apuntado, con los ojos cerrados--,

señalábamos una dirección. O sea; una vez que habíamos visto la posición de las cosas, dábamos la misma respuesta, tanto si las veíamos como si no.

Mas tarde, ya adulto, llegué a la siguiente conclusión: -- El paisaje tiene presencia, existe, es. Y ello es así aunque yo no lo vea, aunque yo

no lo oiga, aunque yo no lo huela, gusta o tacte. Las cosas son, existen. Podía, pues, sentarme satisfecho a la puerta de mi casa y distraerme leyendo los libros de las ciencias del medio ambiente, ciencias que poseían las características de este: EXISTÍAN PER SE, ERAN. Todo estaba establecido con orden. Tenía seguridad, fe, en ello. Y me parecía bueno sentirme apoyado en mis creencias con las bases científicas. En efecto; La botánica era la ciencia del paisaje que trata de los vegetales. La astronomía era la ciencia del paisaje sideral. La geología era la ciencia de los materiales del paisaje.

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La física era la ciencia de los fenómenos que ocurren en el paisaje. Etc. etc. etc. Estaba satisfecho; todo estaba resuelto; no había asuntos pendientes. El término idóneo que avalaba este estado de satisfacción, ya lo he repetido varias veces, era el térmi-no EXISTE. Y así me decía: Las plantas denominadas criptógamas vasculares EXISTEN aunque yo no las vea. El planeta denominado Mercurio EXISTE aunque yo no lo vea. La luz camine, o no, a trescientos mil Km. por segundo, EXISTE aunque yo no la vea. Los sonidos que recorren trescientos treinta metros por segundo EXISTEN aunque yo no los oiga. Las cosas son olorosas aunque yo no las huela. El salmorejo sabe a salmorejo aunque yo no lo haya probado jamás.

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IV.- CONSECUENCIAS DEL ESQUEMA USUAL: EL HOMBRE TIENE PRESENCIA “PER SÉ”.

Sentado a la puerta de mi casa veía pasar a las personas. Ellas eran a modo de paisa-

je, lo integraban. Fue entonces cuando comencé a leer los libros de las ciencias que versan sobre el hombre.

Anatomía Fisiología Neurofisiología Psicología Sociología etc. Tenía, por lo tanto, dos grupos de ciencias. a) Las del paisaje

b) Las del hombre

Ambas eran, existían; y ambas trataban de cosas que eran, que existían. Se acepta como axioma que el hombre se encuentra situado en un medio. Pues bien;

con la lectura de los libros de ciencias que versan sobre el hombre, el asunto quedaba ente-ro, íntegro, total, cumplido, rotundo.

Por una parte estaba el medio. Por otra parte el hombre. Ello lo puedo esquematizar así:

MEDIO HOMBRE

DIBUJO Nº 13

Todo estaba concluso, cerrado, cuadrado y perfecto.

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V.- LA GRAN DUDA Me gusta resolver crucigramas; es más, me gusta confeccionar crucigramas. Debido a ello, un día, me planteé una cuestión que puedo esquematizar así:

MEDIO ----- HOMBRE

Este esquema, con el que pretendo indicar que el hombre está ubicado en un medio, es aceptado por todos como evidencia, como axioma. Y según este esquema, todos los homínidos admitimos que: 1º Son dos factores

MEDIO ---- HOMBRE 2º Que se relacionan En consecuencia, si tenemos por una parte las ciencias del medio y por otra las

ciencias del hombre, este hecho cumple con la puntualización Nº 1, a saber: Que medio y hombre son dos factores.

Pero no cumple con la puntualización Nº 2; o sea que medio y hombre tienen que

estar relacionados. Fue entonces cuando me di cuenta de que había estado leyendo libros de homo pro-

gramados de manera infantiloide e involucionada respecto a la relación medio-hombre. Fue entonces cuando empecé a dudar y recordé la frase de mi gran padre.

MEDIO HOMBRE

MEDIO HOMBRE

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VI.- LOS APRENDICES DE RELOJEROS Si admito como axioma que hombre y medio tienen que estar relacionados; mi es-quema anterior --- ----- Debo exponerlo así: ------ ------- Y ello implica que para explicar cualquier relación medio—hombre, cualquier rela-ción entre dos factores diversos, necesariamente se deben suministrar diferentes: 1º 2º 3º

Pero no sucede así: A) Muy por el contrario, aquellos científicos que han estudiado libros so-

bre las ciencias del medio. (botánicos, geólogos, químicos, astrónomos, etc.)

PRESCINDEN: a) DEL HOMBRE EXTROPECTADOR b) DEL SISTEMA NERVIOSO O MECANISMO QUE PERMITE EX-

TROPECTAR AL HOMBRE.

A los aprendices de relojeros suelen sobrarle, sobre la mesa, cuando montan un re-loj, algunas piezas; así, a estos científicos, como aprendices, les sobra indefectiblemente, en sus explicaciones, el hombre, su sistema nervioso. Ello es un hecho sin excepción alguna. Todos los libros de ciencia sobre el MEDIO están escritos por hombres, por maquinarias orgánicas humanas, que afirman relacionarse con el “medio externo” y que partiendo de ese

MEDIO HOMBRE

MEDIO RELACIÓN

HOMBRE

Explicaciones

sobre el

MEDIO

Explicaciones

sobre la

RELACIÓN

Explicaciones

sobre el

HOMBRE

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presupuesto, de esa “relación”, escriben sus libros de ciencia. Pero ninguno de ellos explica en que consiste el factor HOMBRE.

Me explicaré en detalle.

1) Cuando Oparín escribió su libro “EL ORIGEN DE LA VIDA”, sus ex-plicaciones ¿Cómo debemos considerarlas?

a) ¿Como ocurrires que transcurrieron en el medio? b) ¿Como ocurrires que transcurrieron en la persona de Oparín, en

su organismo, en su sistema nervioso? c) Si ambos factores intervinieron: Medio y sistema nervioso de

Oparín ¿De qué manera intervinieron? ¿Qué hechos escritos por Oparín corresponden al propio Oparín, a su sistema nervioso, y qué hechos al medio?

2) Cuando Einstein escribió sobre la luz ¿Sus explicaciones cómo debemos

considerarlas?

a) ¿Como un ocurrir que transcurrió en la persona de Einstein y que podemos exponer mediante la expresión: VEO LUZ? Esta interpretación es acorde con las experiencias de Penfield y con la ley de la “irritabilidad de Muller” pues en ambos casos el paciente o experimentado dice igualmente “VEO LUZ”. Pero esta interpretación no aclara el por qué de las explicaciones de Eins-tein sobre una luz extraorgánica, viajando a una velocidad cons-tante de 300.000 km./s.

b) ¿Como un ocurrir que transcurre en el medio –y que transcurrió fuera de la persona de Einstein—a la cual se denomina LUZ? En este caso tenemos que las experiencias de Penfield y las de Muller quedan inexplicadas, que la presencia de Einstein se hace innecesaria, que su sistema nervioso no interviene en el fenóme-no o no, al menos, de una forma que debamos considerar como imprescindible.

B) Los científicos que han escrito libros sobre las Ciencias del hombre.

(Fisiólogos, anatomistas, neurólogos, etc.) explican la bomba de sodio, los botones axónicos, las circunvoluciones hemisféricas, la transmisión sináptica, los conos y bastones, etc., pero en estas explicaciones les sobra, indefectiblemente, el medio, las cosas, todo aquello que explican los científicos del medio.

En definitiva y según el siguiente esquema:

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A quienes explican A quienes explican

?

Les sobra el sistema nervioso Les sobra el medio

Exactamente igual que los aprendices de relojeros.

Como conclusión represento a ambos grupos de autores científicos así:

Fauna: Elefantes, tigres, caballos, etc. Flora: Pinos, abetos, sauces, etc. Geografía: Montes, islas, marea, etc. Astronomía: Sol, sistemas planetarios, ga-laxia, etc Física: Luz, sonidos, ondas, etc. Química: SO4H2, NO3H, CO3 Na2, etc. Evolución humana: Oreopiteco, australopite-co, Cromagnon, Hombre, etc.

Sistema nervioso humano, Bomba de sodio, Sinapsis, Acetilcolina, Adrenalina, Etc.

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Dibujo Nº 13

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VII.- LOS RELOJEROS ENGAÑOSOS Hay relojeros que montan un reloj integrando en su caja todas y cada una de las

piezas; y sin embargo este reloj no funciona, no marca la hora correspondiente, se para. En definitiva o tiramos el reloj por cualquier alcantarilla o lo llevamos a otro relojero, con mayor experiencia, para que lo recomponga.

Tal es el caso de algunos científicos que diferencian: 1º.- El hombre y el medio como dos factores diversos. 2º.- Relacionan ambos factores. 3º.- Y, sin embargo, sus argumentaciones están defectuosamente montadas a pesar

de los muchos adornos –mente, psiquis, reflejo psíquico, etc.—con que las aderezan. Esta es la tónica general de los psicólogos y psiquiatras. Examinemos un caso, Piaget, en su libro titulado “SEIS ESTUDIOS DE

PSICOLOGÍA” (Barral Editores. Barcelona. 1976), escribe: “Puede decirse, a este respecto, que toda necesidad humana tiende: 1º.- A incorporar

las cosas y las personas a la actividad propia del sujeto, y por tanto a “asimilar” el mundo exterior a las estructuras ya construidas. Y 2º.- A reajustar éstas en función de las transformaciones experimentadas y por tanto a “acomodarlas” a los objetos externos. Desde este punto de vista, toda la vida mental, así como también la propia vida orgánica, tiende a asimilar progresivamente el medio ambiente; y lleva a cabo esta incorporación mediante estructuras, u órganos psíquicos, cuyo radio de acción es más o menos extenso: la percepción y los movimientos elementales (prensiles, etc.) dan en primer lugar acceso a los objetos próximos y en su estado momentáneo, y posteriormente la memoria y la inteligencia prácticas permiten simultáneamente reconstituir su estado inmediatamente anterior y anticipar sus próximas transformaciones. A continuación el pensamiento intuitivo refuerza estos dos poderes. La inteligencia lógica, bajo su forma de operaciones concretas y, en resumen, de deducción abstracta, da término a esta evolución convirtiendo al sujeto en dueño de los acontecimientos más lejanos, tanto en el espacio como en el tiempo”.

Y más adelante: “Este periodo consiste en una conquista, mediante las percepciones y los

movimientos, de todo el universo práctico que le rodea”.

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El mismo Piaget en su libro “PSICOLOGÍA DE LA INTELIGENCIA”, escribe: “La percepción es el conocimiento que tomamos de los objetos o de sus movimientos, por CONTACTO DIRECTO y actual”.

Estas explicaciones de Piaget las desgloso en las siguientes fases: PRIMERA FASE: DESCONEXIÓN OBJETO-SUJETO”. Respecto a dicha fase, Piaget escribe: “Puede decirse que toda NECESIDAD humana tiende” (SEIS ESTUDIOS DE

PSICOLOGÍA) Esta fase podemos representarla mediante el siguiente dibujo:

DIBUJO Nº 14

“SEGUNDA FASE: CONTACTO MEDIO-HOMBRE: ASIMILACIÓN”. Continúo transcribiendo a Piaget: 1º.- “A incorporar las cosas y las personas a la actividad propia del sujeto, y por

tanto a “asimilar” el mundo exterior” (SEIS ESTUDIOS DE PSICOLOGÍA). “Tiende a asimilar progresivamente el medio ambiente y lleva a cabo esta

incorporación mediante estructuras u órganos psíquicos, cuyo radio de acción es más o menos extenso: la percepción y los movimientos elementales (prensiles, etc.) dan en primer lugar acceso a los objetos próximos y en su estado momentáneo” (SEIS ESTUDIOS DE PSICOLOGÍA).

Más adelante, en el mismo libro Piaget puntualiza:

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“Este periodo consiste en una conquista, mediante las percepciones y los

movimientos, de todo el Universo práctico que le rodea”. Y en su libro PSICOLOGÍA DE LA INTELIGENCIA”, Piaget puntualiza aún más: “La percepción es el conocimiento que tomamos de los objetos o de sus

movimientos por CONTACTO DIRECTO y actual” Esta fase podemos exponerla mediante el siguiente dibujo:

“TERCERA FASE: CONOCIMIENTO”. Esta fase podemos representarla en el siguiente dibujo:

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DIBUJO Nº 16

“CUARTA FASE: TRANSFORMACIONES”.

DIBUJO Nº 17

“Las estructuras u órganos psíquicos construidos anteriormente a la “asimilación” se reajustan en función de las transformaciones experimentadas y se acomodan a los objetos externos porque:

La memoria y la inteligencia práctica permiten reconstruir su estado y anticipar sus

próximas transformaciones.

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El pensamiento intuitivo refuerza la memoria y la inteligencia práctica (que son dos poderes).

“La inteligencia lógica”, que adopta una forma especial de “operaciones concretas”

pero en resumen de “deducción abstracta”, da término a esta evolución convirtiendo al suje-to en dueño de los acontecimientos más lejanos en el espacio y en el tiempo”.

COMENTARIOS: Para que las explicaciones de Piaget queden esclarecidas se requiere: 1.- Que hubiese explicado a qué hechos denomina NECESIDADES del sujeto. Si

estas necesidades consisten en la serie de procesos fisiológicos que se desencadenan en el sujeto como consecuencia de que en él es una estructura orgánica, Piaget debiera haber remitido sus siguientes explicaciones a dichos procesos fisiológicos. No lo hace así.

2.- Asimismo debería haber explicado en qué consiste el mundo exterior y sobre to-

do el Universo práctico. 3.- Asimismo debiera haber explicado cómo se “asimila” este Universo práctico, las

cosas, las personas. El término “asimilación”, entrecomillado, indica que Piaget no sabe o no puede explicarlo. Y con su frase “contacto directo con los objetos” indica un absurdo: que las personas –en carne y hueso—y las cosas –con sus estructuras materiales—le pene-tran, al sujeto que percibe, por los ojos por ejemplo.

4.- No explica en qué consisten la memoria, la inteligencia práctica –que cualificada

de esta forma parece contraponerse con otra inteligencia “no práctica”--, la inteligencia lógica con forma de operaciones concretas y deducciones abstractas, el pensamiento intuiti-vo, etc.

En resumen: Piaget deja tantas cosas sin explicar. Introduce dentro del hombre tan-

tos seres fantasmales que operan bajo el cuenco óseo de su cráneo, que todo el conjunto, quizás muy bonito, parece una novela de ciencia-ficción o, mejor dicho, un magnífico reloj que no funciona.

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VIII.- LOS INTERIORIZADORES . En la línea explicativa de Kant y K. Lorenz, se encuentra Henri Laborit. Laborit en su libro titulado “INTRODUCCIÓN A UNA BIOLOGÍA DEL COM-

PORTAMIENTO”, escribe: “Todo lo que conocemos del mundo exterior no es en absoluto un entorno que se

asienta alrededor de nuestros organismos, sino solamente la actividad racional que las neu-ronas de nuestro sistema nervioso sostienen entre sí”.

“Cuando se produce en el entorno una variación cualquiera de energía capaz de in-

fluir en nuestros receptores sensoriales, pone en movimiento una sucesión de acontecimien-tos dinámicos en el seno de nuestro sistema nervioso y esta actividad es estrictamente fun-ción del tipo de variación energética que le ha dado nacimiento”.

Esquemáticamente la teoría de Laborit podemos exponerla así:

DIBUJO Nº 18

COMENTARIOS: Laborit escribe: 1.- “TODO LO QUE CONOCEMOS DEL MUNDO NO ES EN ABSOLUTO UN

ENTORNO”.

Esta frase, una vez analizada, la considero una perogrullada. En efecto; si con el término “CONOCEMOS” se indica un ocurrir humano según señalo en la figura 1, del di-bujo 19 y no un ocurrir extrahumano, según indico en la figura 2 del mismo dibujo, enton-ces sucede que ese conocimiento, que ese ocurrir humano, sea cual sea, --latín, matemáti-

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813

cas, glosario, botánica, etc.—es, puesto que así lo aduce el autor, porque es imposible que sea de otra manera, un algo que ocurre en el hombre y no fuera de él.

Dibujo Nº 19

2.- Laborit escribe, según hemos expuesto ya, que: “Todo lo que conocemos del mundo no es en absoluto un entorno”. Y por otra parte, contradiciéndose, que: “Cuando se produce en el entorno una variación de energía, etc.”. O sea: Por una parte afirma desconocer el entorno y por otra afirma conocerlo y

producirse en él variaciones de energía. 3.- “TODO LO QUE CONOCEMOS DEL MUNDO ES LA ACTIVIDAD RA-

CIONAL DE LAS NEURONAS DE NUESTRO SISTEMA NERVIOSO”. Si Laborit se refiere a su propio sistema nervioso sucede que, supongo, JAMÁS LO

HA CONOCIDO, o sea, visto, olido, tocado, gustado. Si se refiere al sistema nervioso del vecino, del paciente, entonces, siguiendo su ar-

gumentación, ese sistema nervioso “NO ES UN ENTORNO” sino la ACTIVIDAD RA-CIONAL DE LAS NEURONAS DE LABORIT, actividad que jamás él ha visto.

4.- “ACTIVIDAD RACIONAL QUE LAS NEURONAS SOSTIENEN”. Este tipo de actividad RACIONAL jamás ha sido explicado. Al término RACIO-

NAL se le define, en el diccionario, como “Perteneciente a la RAZÓN; y “RAZÓN” como “facultad de discurrir el entendimiento”. Total que, sin desearlo, a partir de la palabra RA-CIONAL, referida al sistema nervioso, nos encontramos en pleno campo filosófico, aními-co, metafísico.

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Opino que con lo expuesto queda demostrado que las explicaciones de Laborit no son satisfactorias, al menos para nosotros, los miembros de R.A.V I.

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FINAL

El problema del hombre que percibe, según he expuesto en este artículo, no ha sido

solucionado. Y no ha sido solucionado puesto que no ha sido planteado adecuadamente. En este

artículo he expuesto los diferentes fallos metodológicos en los que han incurrido quienes han tratado de enfrentarse a este problema.

A pesar de ello opino que, quienes se ocupan del problema del hombre que percibe,

tienen ya suficientes datos para poder planteárselo adecuadamente y resolver el enigma. En este trabajo tan solo he pretendido presentar el problema. Me he limitado a con-

feccionar una especie de crucigrama, aduciendo que no ha sido solucionado aún, pero que, con los datos de qué disponemos, es solucionable.

¿Cómo?. Mi solución, por su extensión, requiere el espacio de otro artículo. Pero, en el intermedio, a quién se interese el tema, le brindo la solución en RAVI,

Córdoba, España. Carlos Ramírez de la Lastra.

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2.- ABRÍ MIS OJOS Y . . . COMENCÉ A COSIFICAR

Continúo: Había comenzado a levantar mis párpados y, pasando de mi oscuridad a

mi claridad, del NO VEO al VEO, había iniciado el desarrollo de mis funciones visuales. Pero este mi acontecer visual, este hecho experimental, que estaba emprendiendo y

que hasta la fecha de hoy, aún, nadie me ha aclarado con precisión, necesitaba una explica-ción.

Así lo hago.

------------------------------- Pretendo iniciar mi explicación con la experiencia de los 18 cafés.

Experiencia de los 18 cafés

Esta experiencia se produjo, aproximadamente, en los primeros años de la década de los 70. Y me pasó en Sevilla, en La Macarena, cerca del Hospital de las Cinco Llagas, a unos doscientos metros del mausoleo del matador de toros Joselito el Gallo.

Entré en aquel mugriento café y, ya en el mostrador, le dije al camarero: -- Póngame 12 cafés solos. -- ¿Doce?— Me preguntó enarcando las cejas en señal de asombro.

-- Sí; doce. Esperé. Cuando me los puso delante, añadí: -- Y ahora otros seis. Sin respuesta alguna, mirándome de soslayo, se dirigió renqueando a la cafetera niquelada. Cuando me tomé seguidos, uno tras otro, los dieciocho cafés, experimenté lo que después he calificado como una amnesia profunda. Había quedado con Carlos en aquel café-bar. Y, cuando consideré que Carlos esta-ba a punto de llegar, comenzó mi auto experiencia En aquellos días había leído muchos tratados en los que sus autores exponían las etapas de recuperación lingüística, que habían experimentado numerosos pacientes, tras

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haber sufrido diversos tipos de afasia. Y, casi todos los autores decían: Primero; los indi-viduos afectados de afasia, al recuperarse, comienzan a denominar. . .

--O sea -me dije-, comienzan a activar sus significaciones perceptoriales. Así me sucedió. Carlos acudió al lugar de la cita a la hora convenida y me encontró, según me de-

claró después, incapaz de hablar y de caminar. Yo recuerdo, de aquellos primeros momentos, que me sentí muy solo, terriblemente

solo, angustiosamente solo; algo así, para explicarme plásticamente, como “El hombre solitario en su planeta”, óleo de Carlos Ramírez de la Lastra, que poseo en mi pinacoteca y que reproduzco a continuación:

Figura 123

Y, como inicio de mi recuperación lingüística, comencé a activar, efectivamente, en

primer lugar tal y como había leído en los numerosos libros a los que he hecho referencia, mis significaciones perceptoriales; y comencé a denominar cosas, conforme las iba viendo, aquellas cosas que comprendía visualmente; o sea, comencé a cosificar mi entorno.

Como quiera que Carlos me había llevado, para mi recuperación, a su farmacia de

San Jerónimo, pues resultó que allí, en la trastienda, fue donde inicié mi mejoría. Y prime-ro, activando mis significaciones perceptoriales, denominé de manera genérica, las “me-dicinas” de mi entorno, ya que éste se hallaba constituido por las inevitables vitrinas con las inevitables cajitas de cartón con las que los fabricantes de medicinas las presentan; y estas cajitas tapizaban las paredes de la trastienda y de la rebotica.

Así, pues, mirando a mi alrededor pronuncié -- Medicinas.

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Esta acción ahora la explico, detallándola más, así: --Comprendo visualmente parte de mi entorno –cosificándolo-- al pronunciar me-

dicinas. Cosifico funcionalmente mi entorno, al pronunciar “medicinas”, conformándolo con aquellas cosas, a las que me he condicionado, desde mi niñez, a denominar “medici-nas”. Es decir; comencé a convertir mi entorno incomprensible, nulo funcionalmente en mi estado de afasia, al activar mis significaciones perceptoriales, en un entorno conforma-do con un conjunto de cosas a las que genéricamente denominaba, pronunciando, “medi-cinas”.

Estos primeros hechos me acontecieron en la experiencia de los 18 cafés, al recupe-rarme de mi afasia. Estos mismos hechos, casi con seguridad, los experimenté en mi niñez al comenzar a escuchar y pronunciar. Y denuncio que estos hechos, tan usuales, no han sido explicados aún, con suficiente extensión y precisión, por algún psicólogo o lingüista. Y ello a pesar de que los experimentan todos los niños parlantes al comienzo de su aprendizaje lingüístico y deberían haber sido tratados con la suficiente extensión y precisión..

Pues bien; eso es lo que quiero explicar yo. Y dejo, por ahora interrumpida mi narración de la experiencia de los 18 cafés, pues

necesito antes, para que la comprendáis, exponeros antes mis opiniones sobre los simples hechos de activar significaciones perceptoriales (sobre todo las visuales) y no activar signi-ficaciones perceptoriales (sobre todo las visuales).

------------------ Pues, ¿En qué consiste el hecho de que un individuo active significaciones perceptoriales? En el volumen anterior de esta obra me he referido a este hecho así:

<<“. . . A qué circuitos plurineuronales denomino significaciones perceptoriales (nomi-nales) auditivas y pronunciadoras. Cuando a un hombre parlante, tras estimularse y percibir, de manera simultánea, auditiva, visual, digitalmente, etc., se le activan quimioeléctricamente las áreas de Wernic-ke, en ambos hemisferios --en el no dominante significativamente se le activarán prosecuti-vas conexiones Wernicke-Broca; activándose, en el dominante, tan solo, el área de Wer-nicke--, conectándose dichas activaciones con unas determinadas áreas corticales --áreas primarias perceptoriales y áreas postrolándicas perceptoriales--, denomino a las susodi-chas activaciones conformadas por circuitos repetitivos y variables, según las tres mecáni-cas de Kandel, SIGNIFICACIONES PERCEPTORIALES DE SUS ESTIMULACIONES AUDITIVAS Ó DEL ESCUCHAR.

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Niels A. Lassen me proporcionó una gráfica obtenida, en Copenhague, con el méto-do del Xenón133, que reproduzco seguidamente para argumentar empíricamente mi teoría. Se trataba de un sujeto, con el hemisferio izquierdo normal, al que, teniendo los ojos cerrados, se le dieron diferentes objetos en su mano derecha; y él los diferenció digi-talmente, y mostró esta diferenciación digital, de manera articulada, denominándolos. He aquí la reproducción del flujograma:

(Fig. 106) En primer lugar he de señalar que la conexión oído-laringe no aparece por tratarse de un individuo diestro y esta gráfica corresponde al hemisferio izquierdo --el dominante significativamente--, estando ello acorde con cuanto he expuesto al glosar CONEXIÓN OÍDO-LARINGE Y SIGNIFICACIONES. Y en segundo lugar puede verse que las significa-ciones perceptoriales --digitales-- aparecen claramente: El área postrolándica digital se halla fuertemente activada, conectándose con el área de Broca; lo que, según mi teoría, equivale a una activación de sus significaciones digitales pronunciadoras; y como se co-necta, a su vez, con el área de Wernicke también supone una activación de sus significa-ciones digitales al escuchar --al escucharse a sí mismo--. No me refiero a las activaciones del área premotora suplementaria y a las grandes y medianas activaciones del gyrus frontalis superior, puesto que con esta misma gráfica aludiré a ellas al glosar las Significaciones Perceptoriales Complejas y las Significaciones Plurales. El área de Wernicke, como he antedicho, está asimismo activada puesto que el individuo se escuchaba a sí mismo, ocasionándose significaciones digitales al escuchar. Así pues, en este flujograma se hallan representadas las significaciones perceptoriales del individuo (digitales), al pronunciar y al escuchar.

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Pero quiero aclarar más aún --y de manera sencilla-- a qué mecánicas denomino Significaciones Perceptoriales, al pronunciar y al escuchar: Si un día cualquiera, en el que estoy sentado en el jardín, al mirar y señalar a mi perra LINDA, pronuncio: LINDA, habré pronunciado debido a la activación de mis mecánicas significativas perceptoriales --visuales en este caso--. Y al escucharme, tras mi pronunciar, en mí se activarán, asimismo, mis significaciones visuales de escuchar.. .”

O sea; denomino significaciones perceptoriales, sobre todo visuales, a aquellos cir-cuitos neuronales, que se me activan cuando mi audición, o mi pronunciación, se corres-ponde con las audiciones o pronunciaciones que los lingüistas y gramáticos designan como NOMBRES.

Señalo que en el ejemplo que he propuesto, en el flujograma de Lassen, las percep-

ciones fueron táctiles. Pero, retornando a mi argumentación principal, puntualizo:

a) Cuando, desde mi perspectiva mecánica, comprendo visualmente a un hombre

que mira hacia su entorno, cosificando a dicho hombre, le denomino “VISUALIZADOR”. b) Cuando, desde mi perspectiva procesal, comprendo visualmente, cosificando a

los dos, al hombre que mira y al objeto X mirado, me expreso así: “el VISUALIZADOR mira al objeto X”. c) Y cuando, desde mi perspectiva funcional, me estudio a mí, como observador, como cosificador, del hombre visualizador y del objeto X visualizado, digo: “Yo compren-do visualmente, cosifico de manera conjunta, al visualizador mirando el objeto X”. En consecuencia, me digo, el visualizador no constituye una cosa aislada de la cosa visualizada, sino que ambos, el visualizador y la cosa visualizada, al hallarse como elemen-tos conformantes de una misma función, la visual, se hallan en relación funcional. No cabe un visualizador de x sin una cosa X visualizada, ni una cosa visualizada X sin un visualiza-dor.

Y resulta que, cuando llego a este punto de mis puntualizaciones, me acuerdo de Se-rrano Camarasa para quien todo el universo se hallaba constituido por ETER, no pudiendo aislar el éter presionado del éter ambiental, ni a ambos del éter total. Al analizar cualquier hecho funcional, por ejemplo el de un hombre “x” que visuali-za la cosa “y”, yo no puedo considerar al entorno del hombre “x”, a la cosa “y”, como aje-no, como elemento aislado del hombre “x”, sino que he de considerar que ambos, como elementos integrantes de una sola función visual, constituyen una sola unidad funcional. Si, en el caso de un hombre “x” que visualiza una cosa “y”, yo tapase los ojos al visualizador “x”, dicho visualizador “x” no podría desarrollar su función visual, no vería a la cosa “y”, no podría cosificarla. Y si suprimiese, del entorno del visualizador “x”, a la cosa “y”, el visualizador “x” tampoco podrá desarrollar su función visual, ni cosificar a “y”. No puedo, pues, considerar al visualizador “x” y a la cosa “y”, la cosa visualizada, como dos elemen-

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tos aislados: La cosa “y” comprendida visualmente por el visualizador “x” constituye el efecto de su función visual. Ahora bien; me reitero en que todas estas relaciones que estoy indicando, intrínsecas a mis funciones visuales, no me han sido explicadas, por alguien, de manera pertinente. En efecto; hasta el momento presente, nadie me ha explicado, de modo rotundo y definitivo, qué me sucede cuando hago esta manifestación: Yo VEO este bolígrafo en mi mano derecha. Pero analicemos despaciosamente los hechos. En mi experiencia de los 18 cafés cuando solo cosifiqué, en un principio, de manera genérica, aquellas cosas que comprendía visualmente, al pronunciar MEDICINAS, me ocu-rrió lo que, de manera detallada, voy a exponer en los apartados siguientes.

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3.- ¿Qué me sucede cuando abro los ojos y comienzo a cosificar?.

Por lo pronto solo puedo afirmar que, cuando abro los ojos, desarrollo ante mí, a

modo de abanico abierto, una especie de panorama, al que desde ahora voy a calificar como “panorama visual”.

Y asumo la calificación de holográficos para los panoramas visuales que desarro-llamos funcionalmente los hombres --propuesta por K. H. Pribam y J. Martín Ramírez en su obra CEREBRO, MENTE Y HOLOGRAMA-- por varias causas. 1ª) Hago alusión al fenómeno de la HOLOGRAFÍA, en oposición el concepto este-reoscópico que es el que ha prevalecido hasta ahora en todos los estudios sobre el acontecer visual humano. 2ª) Si el calificativo de HOLOGRÁFICO se utiliza en ingeniería siempre que los sistemas son razonablemente lineales en sus funciones; en este caso preciso --el de com-prender visualmente--, las mecánicas interneuronales que intervienen como causas de di-chas funciones, en mi opinión, han de admitirse como predominantemente lineales, al acti-varse las neuronas de manera lineal.

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4.- Admito unas limitaciones en mi Panorama Holográfico He de admitir limitaciones en mis panoramas holográficos. En efecto: a) Yo no puedo desarrollar funcionalmente una perspectiva visual holística sobre el Uni-verso.

Los hombres --y lo razono de inmediato-- estamos obligados, por las mecánicas y procesos ocurrentes en nuestro individual soma humano y por nuestra minúscula ubicación intrauniversal, a desarrollar nuestras funciones comprensivas visuales, sobre el Universo, de manera parcial, de manera incompleta. A los hombres nos es imposible comprender vi-sualmente, por entero --de manera natural o artificial--, ese “algo” al que denominamos Universo. No podemos conformarlo tridimensional o tetradimensionalmente como indivi-dualidad física, no podemos cosificarlo. Para poder comprender visualmente al Universo tendríamos que salirnos de él, y alejarnos lo suficiente para poder enfocarlo, denominándo-lo, y cosificarlo por completo, en una sola mirada. Ésta es, hoy, una acción humana imposi-ble de realizar.

Debido a dicha imposibilidad comprensiva visual sobre el Universo, Serrano Cama-rasa lo calificó de inmensurable, de imposible de precisar y acotar morfológicamente en tres y en cuatro dimensiones --en suma, de alimitado espacialmente y de atemporal--. En consecuencia, los hombres tan solo podemos contemplar –cosificar-- parcial-mente las porciones del Universo más próximas a nosotros, comprendiéndolas visualmente como diferentes parcelas, aquellas que, constituyendo nuestro entorno inmediato, denomi-namos y cosificamos al conformar nuestros precisos panoramas holográficos. b) Yo no puedo desarrollar funcionalmente una perspectiva visual sobre las elemen-tales partículas materio-energéticas que constituyen el Universo. He de añadir que hasta las mismas comprensiones visuales, de las muy diferentes porciones del universo más cercano a nosotros, las desarrollamos condicionados por nues-tro inevitable soma. Los hombres --y lo razono inmediatamente-- estamos obligados asi-mismo, por nuestro individual soma humano y por nuestra precisa fisiología animal, a des-arrollar nuestras funciones comprensivas visuales, sobre el Universo, de manera parcial, de manera incompleta. A los hombres nos es imposible comprender visualmente --de manera natural o artificial— las elementales partículas materio-energéticas, etéreas según Serrano Camarasa, que constituyen ese algo indefinido al que denominamos Universo. No podemos conformarlas tridimensional o tetradimensionalmente como individualidades físicas, no podemos cosificarlas. Para poder comprender visualmente las partículas elementales que conforman al Universo, tendríamos que poder enfocarlas, denominándolas y cosificándolas, una a una, en una sola mirada. Ésta es, hoy, otra acción humana imposible de realizar.

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c) No puedo desarrollar funcionalmente una perspectiva visual sobre todas las “co-sas” que pueden conformar mi panorama visual. En mi panorama visual, como nos ocurre con las cámaras fotográficas, solo puedo cosificar determinadas cosas, aquellas a las que denomino. El resto de mi panorama visual me aparece desdibujado indefinido, borroso.

d) En mi panorama visual sólo puedo cosificar tridimensionalmente aquello que denomino.

e) En mi panorama visual sólo puedo cosificar tetradimensionalmente aquello que verborizo.

f) En mi panorama visual sólo puedo aludir bidimensionalmente a aquello que adje-tivizo. Pero reconozco que, al escribir estos tres puntos finales, me he precipitado. Por lo tanto rectifico: Suponed que no los he escrito, ni vosotros los habéis leído. Voy a continuar mi escrito de manera pausada –debo hacerlo así--. Y sigo..

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5.- Fenomenología de mi Panorama Holográfico Cuando observo a un hombre de manera natural, y luego a otro, y más tarde a otro, y finalmente observo mis extremidades, confirmo mi convicción de que debo considerar a los hombres, al denominarlos y comprenderlos visualmente de manera genérica, al cosifi-carlos, como unidades morfológicas repetitivas. Y argumento esta repetición morfológica de los somas humanos al aceptar la teoría de que, desde una perspectiva genética, constituimos duplicaciones morfológicas unos hombres de los otros (el lector debe tener en cuenta, recordando lo leído en la parte filosó-fica de esta obra, que esta comprensión de una repetición morfológica, constitutiva y fun-cional entre los especímenes humanos, la obtenemos al desarrollar funcionalmente una perspectiva genética, pues si atendemos de manera perceptorial a cada espécimen humano, comprendemos individuos irrepetibles morfológica, constitutiva y funcionalmente). Pero ésta mi convicción de la iteración de los hombres se hace aún más manifiesta cuando examino a mis semejantes en su integridad --y no tan solo morfológicamente--, atendiendo a la pluralidad de sus aconteceres, pues al analizar, por ejemplo, la similar si-tuación y estructura de los sistemas visuales de muchos hombres comprendo que todos los hombres, al correlacionarnos visualmente con nuestros específicos entornos extrasomáticos, necesariamente, desarrollamos visualmente unos panoramas holográficos similares. Aún más; si analizo, recordándolas, las funciones visuales que he desarrollado en el transcurso de mis años, hallo que constituyen una prueba de que mis aconteceres visuales me ocurren repetitivamente pues todas mis funciones visuales han consistido en iterativos desarrollos de similares panoramas holográficos. Y paso a explicarme con un mayor detalle. Si ahora, aquí en mi despacho, me correlaciono visualmente con mi entorno; y lue-go, más tarde, en el laboratorio, tras un microscopio; y, más tarde aún, en el campo, miran-do al cielo, al horizonte o al suelo; y finalmente, con unos gemelos, mirando a la luna; siempre, en todos los casos estaré desarrollando visualmente un panorama holográfico simi-lar al que cada uno de Vds., lectores, desarrolla visualmente, mire lo que mire, en un mo-mento determinado u otro. Este panorama holográfico visual humano, que considero funcionalmente repetitivo al comprenderlo ontogénica, genética o filogenéticamente, queda representado gráficamen-te en la figura siguiente.

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(Fig. 124) El lector debe comprender que, aunque este dibujo debería haberlo efectuado tridi-mensionalmente, debido a las limitaciones del papel impreso y a mi torpeza de dibujante con el ordenador, sólo me ha sido posible efectuarlo bidimensionalmente. En esta figura, con ÁRBOL, MACETA y ROSA, simbolizo, corpuscularmente, las diferentes unidades morfológicas, tridimensionales, a las que, al comprenderlas visual y genéricamente, denomino como cosas diferentes. En la misma figura, en negro, simbolizo, corpuscularmente, las parcelas etéreas, tridimensionales, a las que, al comprenderlas genéricamente, denomino MEDIO del árbol, de la maceta y de la rosa. En la misma figura, con CAMPO VISUAL, simbolizo, en blanco, esquemáticamen-te, mi panorama holográfico visual en el que ubico los medios del árbol, de la maceta y de la rosa, más las diferentes cosas que denomino ÁRBOL, MACETA y ROSA. A este campo visual, con límites externos difusos, lo considero morfológicamente vario aunque normal-mente se halla conformado como paralepípedo.

En el ejemplo expuesto, al comprenderlo genéricamente, este campo visual consis-tió en una parte del jardín de mi casa. En efecto; como ya he advertido al referirme a mi torpeza de dibujante, normalmen-te, mi campo visual al ser analizado de frente, debe adquirir esta forma:

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(Fig. 125) Y puedo decir que posee forma de abanico. Pero, en campo abierto, y girando sobre mis talones, adquiere, al ser analizado des-de arriba, esta otra forma:

(Fig. 126) (Según Ramírez de la Lastra, a cada uno de nosotros los hombres, nos es imposible el desarrollar funcionalmente nuestro particular Campo Ciego, integrándolo en nuestro campo visual, pues se halla conformado por nuestro propio soma post-ocular que, al sernos invisible, no podemos cosificar directamente).

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Y, asimismo, mi campo visual, en campo abierto, al ser analizado lateralmente, ad-quiere esta otra forma:

(Fig. 127) Ahora bien, como he antedicho en la Fig. 124 --en el ejemplo del árbol, la maceta y la rosa--, en la práctica, mi campo visual actual se halla conformado, casi siempre, como paralepípedo, al ser delimitado. En mi ejemplo, por la tapia del jardín, según expongo en la Fig. 128.

(Fig. 128)

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Desde otra perspectiva visual; si observo, parcialmente, una partícula de la rosa, de la maceta o del árbol, por ejemplo con un microscopio, desarrollaré, de nuevo, un similar panorama holográfico, tal y como represento en la Fig. 129, al observar, microscópicamen-te, el líquido extraído de las hojas de la planta de la maceta.

(Fig. 129) El campo visual, en el que se encontraría incluso este nuevo panorama holográfico, quedaría conformado como círculo, como luz del microscopio, al ser delimitado por los bordes del ocular. En este último panorama holográfico he simbolizado, corpuscularmente, diferentes unidades morfológicas, tridimensionales, a las que, al comprenderlas genéricamente, de-nomino BACTERIAS. Y entre las bacterias, ocupando el resto de mi panorama holográfico, he simbolizado en blanco, parcelándolo, lo que denomino MEDIO DE LAS BACTERIAS. Y si me alejase de mi casa, por ejemplo, ascendiendo en una cápsula espacial, viaje-ro hacia la luna, desarrollaría visualmente, de nuevo, otro similar panorama holográfico, que gráficamente represento así.

(Fig. 130)

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En este panorama, he simbolizado, gráfica y corpuscularmente, diferentes unidades morfológicas, a las que, al comprenderlas genéricamente, denomino así: CONTINENTES, TIERRAS, MARES, etc. Y en el mismo panorama he simbolizado gráfica y corpuscularmente, la parcela etérea tridimensional a la que, al comprenderla genéricamente, denomino PLANETA TIE-RRA o medio ambiente de los corpúsculos continentales, terráqueos, marítimos, etc. El hecho, para mí indiscutible como acabo de mostrar, de que todos los hombres VIDENTES --miremos hacia donde miremos, en nuestra juventud o en nuestra vejez--, siempre, desarrollamos nuestras funciones visuales conformando similares panoramas holográficos, constituye un síntoma indicativo de que nuestros sistemas visuales humanos, al correlacionarse con nuestro entorno, funcionan iterativamente. Y la consecuencia, a la que hemos de atenernos en la práctica, consiste en que hemos de aceptar el hecho, com-prendiéndonos genéricamente, de que los hombres, al correlacionarnos con nuestro en-torno, siempre, desarrollamos unas similares funciones aferentes y eferentes, visuales, auditivas-fonéticas y digitales. Debo confesar aquí, en este momento, que mi comprensión genérica sobre la simili-tud de los panoramas holográficos desarrollados por los hombres videntes, la debo a Carlos Ramírez de la Lastra.

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6.- Mi primer encare sobre las cosas que tridimensiono A lo largo de esta obra lo he manifestado, pero, no obstante, vuelvo a recordarlo: Establezco una rotunda diferencia entre comprender perceptorialmente y entre recordar o comprender genéricamente (en el primer caso activamos significaciones perceptoriales; en el segundo caso activamos significaciones generales o recordatorias). Una vez recordado dicho párrafo, continúo con la explicación iniciada en el aparta-do anterior. Había dibujado unos modelos esquemáticos con los que, genéricamente, aludía a que los hombres desarrollamos nuestras funciones visuales según un repetitivo panorama holográfico, aplicable a cuanto comprendemos visualmente. Pero, si cotejamos detenidamente nuestros panoramas holográficos, advertiremos que, a pesar de constituirnos repeticiones de perspectivas visuales, nos resultará que a los elementos corpusculares que los constituyen, a las cosas que comprendemos visualmente, no podemos considerarlos, necesariamente, como repetitivas, sino que, por el contrario, debemos calificarlas de diferentes, de irrepetibles morfológicamente, pues siempre com-prendemos visualmente cosas distintas. Y paso a explicarme más detalladamente. Francisco Torrent Guasp, ha escrito esto que transcribo (En EXISTENCIA, REA-LIDAD Y SER, Espiral. Córdoba. 1981): <...cuando desde la ventana de mi estudio fijo mi atención en una naranja determi-nada de las que cuelgan del árbol, con lo que adquiero el conocimiento concreto de tal naranja, y después, sucesivamente, en otras naranjas que suscitan, cada una de ellas, la reaparición, una y otra vez, del mismo conocimiento concreto, pienso que aquella primera naranja se repite, pero todo cambia si bajo de mi estudio y, yéndome al huerto, me acerco a mi naranjo; al contemplar detenidamente una por una tales naranjas, con lo que adquie-ro diferentes conocimientos concretos --tantos como naranjas examinadas-- dado que no hay dos iguales, compruebo que aquella primera naranja observada no se repite, no es ubicua en el espacio supuesto por el naranjo. De ahí que, basándome en su singularidad, pueda, a tal naranja, asignarle un nombre, un arbitrario nombre propio --tan arbitrario como los que son utilizados para bautizar a las personas-- como, por ejemplo, el de Pepita; y a la segunda naranja observada el de Juanita; y así sucesivamente; con lo que se eviden-cia la falsedad de aquello que reza:

1+1=2 porque

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Pepita + Juanita = Pepita + Juanita

pero nunca

Pepita + Juanita = 2 Pepitas o, lo que viene a ser muy parecido

Pepita + Juanita = 2 Juanitas o, también

Pepita + Juanita = 2 naranjas porque, como hemos visto, el conocimiento abstracto de naranja es incorrecto para razo-nar dado que no corresponde a cosa precisa alguna: todos los objetos, todos los diferentes objetos, a los que convencionalmente llamamos naranjas, tienen, o pueden tener con el mismo derecho que asiste a los humanos cuando son con este o aquel rito bautizados, un nombre propio por ser distintas entre sí. Es decir, a todas y cada una de las naranjas sur-gidas en el mundo corresponde un respectivo y distinto conocimiento concreto pero nunca un conocimiento abstracto que supondría una igualdad entre todas ellas, la falsa igualdad que la distancia o mis cansados ojos prestan a los frutos que cuelgan de las ramas de mi naranjo.>

Del ejemplo propuesto por Torrent Guasp, resalto lo siguiente: Cuando Torrent Guasp, situado en una ventana, tras tres ojeadas, adujo que establecía "un mismo conoci-miento concreto de tres repetitivas naranjas", no encaró el problema de una manera correc-ta, pues de hecho, ni él, ni nadie, puede desarrollar visualmente --de manera concreta, per-ceptorial-- unos panoramas holográficos en los que pueda comprender repetitivas cosas tridimensionales. En efecto; leído rápidamente, parece que Torrent Guasp manifiesta, en la frase citada, que desde el balcón, frente al naranjo, él desarrolló, en sus tres ojeadas, un repetitivo panorama holográfico, que he conjuntado en una única figura, por no extenderme con tres figuras similares.

(Fig. 131)

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En la figura 131 he representado --según lo expuesto por Torrent Guasp-- tres cosas tridimensionales, aparentemente similares, simbolizándolas, corpuscularmente a las tres, con una denominada NARANJA, aparentemente repetitiva. Y en la misma figura he simbolizado, corpuscularmente, la repetición morfológica de las parcelas tridimensionales que constituían el medio ambiente de cada naranja, con un denominado NARANJO, aparentemente repetitivo. Pero, en mi opinión, Torrent Guasp, asomado a su ventana, necesariamente, tuvo que desarrollar visualmente tres diferentes panoramas holográficos en los que las naranjas no se repetían, pues se hallaban diferentemente ubicadas en las parcelas tridimensionales que les constituían sus respectivos medios ambientes, dicho de otro modo, en el denomina-do NARANJO, tal y como represento pictóricamente en la figura 132.

(Fig. 132) El mismo Torrent Guasp mostró síntomas de que no se había expresado correcta-mente al aducir que, desde la ventana, <adquirió un mismo conocimiento concreto de una repetitiva naranja ubicada en el espacio supuesto por el naranjo>. Y más adelante corri-gióse así: <Es decir, a todas y a cada una de las naranjas surgidas en el mundo corres-ponde un respectivo y distinto conocimiento concreto pero nunca un conocimiento abstrac-to que supondría una igualdad entre todas ellas, la falsa igualdad que la distancia o mis cansados ojos prestan a los frutos que cuelgan de las ramas de mi naranjo>. En resumen: Si Torrent Guasp hubiese manifestado, desde un principio, que, desde su ventana, contemplando un naranjo, tras tres sucesivas ojeadas, había desarrollado un conocimiento genérico --una compresión general o recordatoria de las denominadas NA-RANJAS--, habría, efectivamente, con entera corrección, aludido al fenómeno neuronal, ocurrente en su organismo, al que yo, desde hace varios años, denomino COMPRENDER GENÉRICAMENTE AL ENTORNO o RECORDAR, diferente al que he aludido al es-quematizar pictóricamente los tres diferentes panoramas visuales en la figura 132, pues en dicha figura he representado otro fenómeno ocurrente en los organismos humanos, al que

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denomino COMPRENDER PERCEPTORIALMENTE --en este caso visualmente-- EL ENTORNO. Las dos alusiones, que acabo de hacer, han de aceptarse como correctas. En efecto; podemos, sin cambiar nuestro entorno, comprenderlo, ora genéricamente, ora perceptorial-mente. En el primer caso comprenderemos --mejor dicho, recordaremos-- cosas y medios ambientes similares. En el segundo caso desarrollaremos panoramas holográficos diferen-tes. Lo importante, una vez detectados estos dos fenómenos visuales humanos, estriba en no confundirlos y, sobre todo, en comprender y explicar detalladamente los diferentes aconteceres orgánicos que nos ocasionan el que desarrollemos, independientemente, cada uno de ellos. Una vez en el huerto, aparentemente, no hay problemas; en el huerto, junto al naran-jo, Torrent Guasp manifestó que desarrollaba visualmente, tal y como dibujamos a conti-nuación, estos tres panoramas holonómicos diferentes.

(Fig. 133) En esta figura he representado, corpuscularmente, al comprenderlas perceptorial-mente, tres cosas tridimensionales diferentes, las denominadas NARANJA PEPITA, NA-RANJA JUANITA y NARANJA LOLITA. y, asimismo, sus tres diferentes parcelas am-bientales, sus denominados MEDIOS, conformados por diferentes ramas y hojas. Mas supongamos que cualquiera de Vds., lectores, hubiera visitado a Torrent Guasp en su huerto de Denia; y supongamos que el mismo Torrent Guasp, amablemente, le hubie-ra enseñado sus naranjos. Supongamos, en suma, que Vd., lector, frente a uno de los naran-jos, hubiera observado la naranja más cercana. Vd., indefectiblemente, habría desarrollado visualmente un panorama holográfico en el que el protagonismo se hallaría conformado por la naranja Juanita, tal y como repre-sento plásticamente, en la figura 134.

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(Fig. 134)

En la que simbolizo, corpuscularmente, la denominada NARANJA JUANITA y las hojas y rama que constituyen el MEDIO de la naranja Juanita. Ahora bien; si Vd., sin cambiar su posición, tras haber contemplado la naranja Jua-nita, hubiera apartado su mirada de la tal naranja y hubiera mirado hacia cualquier otro de-talle del árbol: una rama, una hoja, u otra naranja como, por ejemplo, la naranja Pepita; Vd. habría desarrollado visualmente otro panorama holográfico en el que el protagonismo, co-mo cosa tridimensional, de la naranja Juanita habría sido substituido por el protagonismo, como cosa tridimensional, de la naranja Pepita, tal y como pongo de manifiesto en la figura 135.

(Fig. 135) En la que he simbolizado, corpuscularmente, la naranja Pepita y su medio --en el que aunque, lógicamente se integra la naranja Juanita, como no se comprende visualmente, como objeto, como protagonista visual, no la he representado en la figura--.

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Es decir; sin cambiar nuestro entorno extrasomático, nosotros podemos desarrollar funcionalmente, de manera sucesiva, panoramas holonómicos diferentes, al comprender visualmente, en ellos, como protagonistas tridimensionales, a diferentes cosas; y, como no protagonistas, como fondos difusos, a diferentes medios. Estos nuevos fenómenos a los que acabo de aludir, consistentes en que, sin cambiar nuestro entorno extrasomático nosotros, los hombres, podemos desarrollar funcionalmente diversos panoramas holonómicos en los que intercambiamos, como protagonistas visuali-zados, a las cosas y a sus medios; estos nuevos fenómenos, repito, pueden, indiscutiblemen-te, ser explicados por un óptico al aducir que estas diferenciaciones visuales dependen de que cambiamos el "enfoque" de nuestras funciones ópticas --tal y como hace un fotógrafo con su cámara fotográfica--, intentando reducir el problema a una simple cuestión de lentes y de distancias focales. Más aún; en estas últimas décadas, la dualidad fenomenológica que estamos descri-biendo, con la ayuda de ejemplos y de dibujos, ha sido argumentada --aparte de su explica-ción óptica-- desde otro encare, el psicológico. Ni que decir tengo que estoy en contra de las explicaciones psicológicas. Por ello me extiendo en mis explicaciones En efecto; los psicólogos han detectado este fenómeno y se han interesado mucho por él. Y suelen aludir a estos fenómenos, de intercambio del protagonismo de los corpús-culos intrapanorámicos, con el apelativo de PREGNANCIA DE LAS PERCEPCIONES, sin llegar a comprender y explicar, de manera razonada, el por qué y el cómo acaecen las percepciones y, menos aún, el por qué y el cómo acaece la susodicha pregnancia. Es fácil de encontrar, en sus tratados, éstas y otras figuras:

(Fig. 136)

Imagen de Rubin. Se ve alternativamente una copa blanca sobre fondo negro, o los

perfiles de dos caras, una enfrente de la otra. (MANUAL DE PSICOLOGÍA. J. Delay y P. Pichot Barcelona 1969)

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(Fig. 137)

Figura ambigüé. Coupe à champagne ou monokini? Le même percept évoque ici deux concepts distincts

(d´aprés Shepard. 1978) (L, HOMME NEURONAL. Jean Pierre Changeux. París 1983)

He aquí una de las explicaciones suministradas por los psicólogos: <Toda FORMA tiene una cualidad llamada PREGNANCIA, que determina la fa-cilidad con la que es percibida como FIGURA en relación al Fondo...> (MANUAL DE PSI-COLOGÍA). Así pues, la PREGNANCIA, según los psicólogos, constituye una cualidad de cualquier forma; y esta cualidad --¿física?-- determina la facilidad que los hombres tenemos para "percibir" dicha forma como FIGURA. Según nuestras reglas gramaticales, no debemos nominalizar como sujeto, de mane-ra gratuita, la pronunciación FORMA, sino que tan solo debemos nominalizar a aquellas cosas que espaciemos al tridimensionarlas.

Las formas constituyen cualidades inherentes de las cosas físicas. Gramaticalmente, la pronunciación FORMA tan solo debe ser enunciada como predicado adjetival de una cosa física nominalizada y propuesta como sujeto. Y menos aún debemos atribuir a una Forma --sin aludir, nominalmente, como sujeto de la proposición, a cosa física alguna-- cualidades físicas. La forma debe considerarse, precisamente, como cualidad física de una cosa. En consecuencia, esta frase, enunciada, de muy diversas maneras, por los psicólogos de la Gestalt, debe desecharse, pues no cumplimenta nuestra primera regla gramatical. No; en nuestra opinión, los hechos en cuestión han de explicarse de este otro modo: Los hombres espaciamos, tridimensionalmente, unas determinadas cosas formales, al corre-lacionarnos con nuestro entorno extrasomático, no cosificando el resto del panorama holo-nómico al que, genéricamente, denominamos "fondo" o "medio ambiente" de las susodi-chas cosas. E, inmediatamente, espaciamos tridimensionalmente otras cosas formales; y, en seguida, otras.

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He aquí otra explicación psicológica hallada en el mismo trabajo que acabo de citar: <La percepción del mundo implica su estructuración y, en primer lugar, la segregación de los objetos que en aquél percibimos como figuras destacándose del fondo. Esta segrega-ción depende de las propiedades generales del campo, pero también de factores individua-les, que reflejan los diferentes componentes de la personalidad, adquiridos o innatos, inte-lectuales y afectivos. Cuando el campo está fuertemente estructurado, es él quién determi-nará, casi exclusivamente, la segregación del objeto. De este modo, el camuflaje intenta destruir la estructuración del campo, de forma que el objeto no tenga ninguna tendencia espontánea a destacarse como figura. A la inversa, la publicidad procura dar al campo una estructura tal, que el objeto sobre el que se desea atraer la atención se destaque fácil-mente como figura. Cuando el campo está débilmente estructurado, es la personalidad quien ejercerá la función esencial. Este hecho es utilizado en algunos tests psicológicos, como el de Rorscharch. El objeto percibido como figura tiene una cierta forma, un color, eventualmente un movimiento. La percepción de estas propiedades obedece a ciertas leyes del campo (en particu-lar el fenómeno de constancia) pero, al mismo tiempo, a la influencia de nuestras actitudes y de nuestras experiencias. Algunas veces aparecen conflictos entre los dos órdenes de factores, y la percepción que entonces tenemos del mundo es generalmente un compromiso entre las dos "influencias">

Estas dos explicaciones psicológicas, que acabo de exponer, deben calificarse de ambiguas. Ambiguas por cuanto, la primera, como hemos demostrado anteriormente, no fue expuesta, gramaticalmente, de manera correcta; ni el autor, por otro lado, cumplimentó la teoría de los morfofuncionismos al admitir una forma sin sujeto formal y sin función; y, en la segunda, los filósofos de la Gestalt, aluden a componentes de LA PERSONALI-DAD, ADQUIRIDOS, INNATOS, INTELECTUALES, AFECTIVOS, etc.; y nadie, aún, ha llegado a explicar, razonándolos, a dichos componentes --por otro lado, el CAM-PO, al que se alude en la segunda exposición, debe considerarse tan ambiguo como LOS CAMPOS DE FUERZA a los que aluden los físicos posteinstenianos--. He de afirmar, contradiciendo parcialmente estas dos opiniones ambiguas de los psicólogos estructuralistas --y las de muchos otros que no expongo por no extenderme en demasía--, lo siguiente: Así como los hombres comprenden, al activarse visualmente, de manera independiente, unas similares o unas diferentes cosas tridimensionadas, del mismo modo, la ubicación, en sus panoramas holonómicos, de diversas cosas y de diferentes fon-dos o medios ambientes, intercambiándolos, se debe, aparte de la cumplimentación de de-terminadas leyes ópticas, a la intervención del SISTEMA SIGNIFICATIVO que se activa según precisas leyes quimioeléctricas y electromagnéticas de excitación y de inhibición.

Resumen de lo expuesto en este apartado: Retornando a contemplar nuestros ejemplos pictóricos, Vd., lector, debe admitir que puede comprender visualmente una naranja, cosificándola como única, como irrepetible, pero también debe admitir que puede comprender genéricamente, al recordarlas, a varias naranjas como repetitivas, como similares. Esta fenomenología dual hemos de considerarla como prueba sintomática de que, frente a un mismo entorno, nos ocurren intrasomática-

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mente diversos aconteceres significativos, que en nuestro sistema significativo se activan dos clases de mecánicas significativas o significaciones: 1.- MECÁNICAS SIGNIFICATIVAS PERCEPTORIALES 2.- MECÁNICAS SIGNIFICATIVAS GENERALES O RECORDATORIAS. Con la activación de estas cuatro clase de mecánicas (dos significativas y dos funcionales) puede sucedernos: 1.- Que comprendamos visualmente una cosa (por ejemplo, la naranja Juanita). 2.- Que la recordemos (que recordemos a la naranja Juanita). 3.- Que cosifiquemos dicha cosa –o sea; que la tridimensionemos—(que tridimensionemos a la naranja Juanita). 4.- Y que, abstrayéndonos de la susodicha cosa –sin pasar a recordarla, cosifiquemos inme-diatamente otra cosa (por ejemplo que pasemos a tridimensionar la naranja Pepita). O sea; frente a un naranjo, Vd. lector puede comprender visualmente la naranja Juanita, como uni-dad morfológica tridimensional, rodeada confusamente de hojas, ramas y naranjas; y, se-guidamente, sin moverse, sin cambiar su entorno extrasomático, abstrayéndose de la naran-ja Juanita, Vd. puede comprender visualmente otra unidad morfológica, tridimensional, por ejemplo la naranja Pepita, rodeada confusamente de hojas, ramas y naranjas. Estos nuevos fenómenos duales hemos de considerarlos como prueba sintomática de que frente a un mismo entorno, nos ocurren intrasomáticamente muy diversos aconteceres mecánicos.

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7.- Mi primer análisis sobre las cosas tridimensionadas.

Mas todo lo que acabo de manifestar en el apartado anterior, Vds. los lectores, tras Einstein y tras Serrano Camarasa, deberían calificarlo como explicaciones incompletas.

Si yo, hoy, en el mes de Junio, voy a visitar a Torrent Guasp, este profesor no podría

mostrarme naranja alguna –ni Pepita, ni Juanita—pendiendo del árbol. Aquellas naranjas, Pepita, Juanita, etc., colgantes antaño de su naranjo, que comprendió genéricamente –como formas similares—y perceptorialmente –como individuales--, desde su balcón y al pié del árbol, han desaparecido. Tal vez el mismo Torrent Guasp las habrá paladeado como postre. Me refiero a que las cosas que espaciamos visualmente --todas--, nos cambian, se nos trans-forman, no nos constituyen cosas inmutables. Y, en consecuencia, hemos de considerarlas como mudables, como inestables, pues formal, constitutiva y funcionalmente nos varían incesantemente.

Ejemplo: Cuando contemplaba a Juanita, según he descrito en las páginas anteriores, esque-

matizaba mi panorama holonómico según el siguiente dibujo:

(Fig. 127)

Y si contemplo a Juanita, acabada de recolectar, para representarla pictóricamente, habré de efectuar este otro dibujo –en el que no se integran, en mi panorama holonómico como entorno de Juanita, las hojas, ramas y demás naranjas pendientes del árbol, pues ya estas cosas no constituyen su entorno--. Juanita se hallará, por ejemplo, rodeada por la ur-dimbre de un canasto y por otras naranjas ya arrancadas y guardadas.

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(Fig. 128)

Pero si hubiese contemplado a Juanita, cuando Torrent Guasp se la iba a comer, pa-ra representarla, habría de efectuar este otro dibujo.

(Fig. 129)

En el que he conformado, en mi panorama visual, la superficie superior de un plato, como medio ambiente de los diversos gajos de la naranja Juanita, ya pelada y desgajada, ya imposible de cosificar morfológicamente en un solo corpúsculo tridimensional. Si analizamos cuidadosamente los cambios experimentados por los elementos cor-pusculares –por las cosas y por los fondos—que integran estos tres panoramas holonómicos de la naranja Juanita –los que he representado en las figuras 127, 128 y 129--, hallaremos que estos cambios pueden calificarse de tres modos: 1º.- Como cambios morfológicos de los corpúsculos integrantes de los tres panora-mas holonómicos.

2º.- Como cambios funcionales que desarrolla la variable cosa protagonista –la de-nominada naranja Juanita—respecto a sus variados fondos.

3º.- Como cambios estructurales, o cambios del material constitutivo, de la naranja

Juanita. En el conjunto de estos cambios, en las variaciones formales, funcionales y constitu-

tivas de la naranja Juanita, que comprendemos perceptorial-complejamente al desarrollar

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sucesivos panoramas holonómicos al contemplarla, nos fundamentamos para aseverar que cosificamos tetradimensionalmente a la naranja Juanita.

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Mas estudiemos esta afirmación –la de que tenemos que aceptar una cuarta dimen-sión física para las cosas y medios ambientes que comprendemos perceptorial-complejamente—en sus más elementales detalles.

Imaginad que me pongo a contemplar a mi perra LINDA, allá en su corral de cría. Suponed que el corral de cría consiste en un cercado de estacas, ubicado dentro de una habitación que cierro herméticamente cuando salgo. En el momento en que comienzo a contemplar a LINDA, podría medirla tridimensionalmente, suponiéndola un volumen V; podría ubicarla en el corral, según expongo en el siguiente dibujo; y podría analizarla quí-micamente en sus variables respiratorias, deduciendo que su organismo contenía un volu-men X de CO2 Asimismo podría analizar químicamente el aire de la habitación deduciendo que en ella había una cantidad Y de oxígeno.

(Fig. 130)

Pero, como la perra respira y anda, podría acaecer que, inmediatamente, sin apenas tener yo tiempo para iniciar un breve parpadeo, LINDA, espirase y se trasladase de lugar, con lo que si, inmediatamente, yo la volviese a medir tridimensionalmente le hallaría un volumen V´ --menor al de V, en razón del CO2 espirado--; y, al ubicarla de nuevo en su corral de cría, al desarrollar mi nuevo panorama holonómico, hallaría que había cambiado de lugar en él; y, al analizarla químicamente en sus variables respiratorias deduciría que el volumen de CO2 de sus pulmones sería el de X´--distinto al de momentos antes en virtud de su espiración—Asimismo hallaría que el aire de su habitación había disminuido en O, aun-que mínimamente hallando una cantidad Y´.

En resumidas cuentas, tendría algo similar a lo que represento en el siguiente dibu-

jo:

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(Fig. 131)

Premeditadamente he caricaturizado las diferencias volumétricas de LINDA en las dos figuras precedentes para que el lector comprenda que aludo no solo a cambios espacia-les intrapanorámicos sino también a los cambios morfológicos o volumétricos de las cosas tridimensionales. Los cambios de su material constitutivo no puedo representarlos de mane-ra adecuada, pictóricamente, en el papel; por ello, como indicación simple, me he atrevido a cambiar su color (con el color blanco de LINDA indico su disminución de CO2 Su cambio espacial si lo he podido representar adecuadamente.

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Cuando Einstein aludía a las entidades físicas se expresaba así: <Los cuerpos prác-ticamente rígidos>. Hoy, pasados unos años, desde la publicación de la concepción etérea universal, de Serrano Camarasa, en LA MECÁNICA DEL ÉTER, la característica de rigidez, de inmuta-bilidad, tan solo puede atribuirse –y además de manera teórica, pues nadie ha podido verifi-carlo empíricamente— al hipotético éter carente de neutrinos, al éter total. Tras la exposición pública de la teoría etérea de Serrano Camarasa, nuestra concep-ción de una ineludible variabilidad de las cosas y de sus medios intrauniversales, puedo exponerla así: <Intrauniversalmente, en nuestros panoramas visuales holonómicos natura-les y en nuestros panoramas visuales holonómicos artificiales, no detectamos la presencia de cosas físicas o de campos ambientales físicos a los que podamos, de alguna manera, calificar de rígidos, de inmutables, de tridimensionales, sino de elásticos, de mudables, de tetradimensionales, dependiendo dichas variaciones de interrelación de sus diferentes es-tados de presión etérea.>.

Serrano Camarasa manifestó rotundamente en su libro titulado LA MECÁNICA DEL ÉTER: <La noción de elasticidad conlleva implícitamente la noción de cambio; los espacios físicos intrauniversales debemos, pues, considerarlos tetradimensionales o cam-biantes>.

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-------------------

Y, coincidiendo con este enunciado –argumentado tras la aceptación de un universo conformado por las correlaciones entre el éter presionado ambiental y el éter presionante cinético—un biólogo contemporáneo, Francisco Torrent Guasp, al proponer su teoría de los morfofuncionismos, independientemente, ha denunciado la ineludible conjunción, en cual-quier cosa física, de su morfología, de sus funciones y de su material constitutivo.

Según Torrent Guasp, la forma –variable—de cualquier unidad inorgánica u orgáni-

ca se corresponde, necesariamente, con la función que dicha unidad se halle desarrollando; y con el material, orgánico o inorgánico, que la constituye.

Pero el lector debe ser advertido que esta frase de Torrent Guasp la he expuesto de

manera heterodoxa. Expuesta ortodoxamente quedaría de este modo: <Así pues, según To-rrent Guasp, la forma –variante en cualquier momento determinado, en un ahora—de cualquier unidad inorgánica u orgánica se corresponde, necesariamente, con la función que dicha unidad se halle desarrollando respecto a su entorno –en el mismo momento—y con el material, orgánico o inorgánico, que la constituye –en el mismo momento-->.

Pasaré, casi inmediatamente, a explicar el por qué he suprimido, en el texto hetero-

doxo anterior, toda alusión al TIEMPO, como referencia precisa de simultaneidad.

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Finalmente manifiesto que yo mismo –de acuerdo, por un lado, con la teoría etérea de Serrano Camarasa y con la teoría morfofuncionista de Torrent Guasp. Y a partir, por otro lado, de determinadas aseveraciones efectuadas por el lingüista funcionalista André Martinet—he llegado a promulgar mis dos reglas gramaticales para precisar comunicativa-mente las proposiciones lingüísticas. Y el sentido normativo de estas dos reglas, fundamen-talmente, debe considerarse éste: <Cuando un hombre alude, en sus proposiciones lingüís-ticas, nominalizándola, a alguna cosa o parcela ambiental intrauniversal delimitada y aco-tada en su panorama holonómico, comprende perceptorialmente, cosifica, lo denominado Y, por necesidad, para que su proposición lingüística sea comunicativa, también ha de aludir, verborizando o adjetivando, conformando los monemas predicativos, a los aconte-ceres y a los estado ó características físico-químicas de la cosa aludida gramaticalmente como sujeto y comprendida morfológicamente>.

------------------------- Presupone, cuanto acabo de aducir, que hoy, ultimando de manera rotunda las ase-

veraciones que Einstein aventuró tímidamente, los estudiosos de los fenómenos intrauni-versales –debido a las expuestas argumentaciones físicas, biológicas y lingüísticas—han de

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aludir a las unidades intrauniversales desde una nueva perspectiva, considerándolas tetra-dimensionalmente. Sí; se debe desechar, como incorrecta, la frase de Einstein sobre “cuer-pos prácticamente rígidos” Pueden preguntarle, por ejemplo, a los constructores de raíles de vías de tren, si, en la práctica, califican a los raíles como rígidos, como invariables for-mal, funcional y constitutivamente.

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Y ahora, en este preciso momento, considero necesario el hacer públicamente esta pregunta crítica:

¿A qué se refieren los físicos posteinstenianos al aducir que hemos de calificar a las

cosas y a los medios físicos, como tetradimensionales? Yo, lo confieso, no estoy conforme con la mayoría de las explicaciones de los físi-

cos posteinstenianos cuando disertan sobre “la cuarta dimensión”, calificándola de tempo-ral. Por ello, a partir de las enseñanzas de Serrano Camarasa, de Torrent Guasp y de andré Martinet, voy a exponer unas nuevas argumentaciones sobre la denominada cuarta dimen-sión, a partir de dos hechos empíricos y, sobre todo, a partir de las argumentaciones de Ra-mírez de la Lastra,

Los dos hechos empíricos son estos: 1.- Los hombres espaciamos tridimensionalmente nuestro entorno. 2.- Los hombres espacio-temporalizamos tetradimensionalmente nuestro en-

torno. Y paso a exponer, ahora, mis opiniones sobre las funciones de espaciar tridimensio-

nalmente y las funciones de espacio-temporalizar tetradimensionalmente nuestro entorno, que desarrollamos todos los hombres parlantes. (más tarde expondré las teorías de Ramírez de la Lastra, a las que también he hecho mención).

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8.- Sobre el espaciar tridimensionalmente

En mi opinión, cada animal, tras nacer, comienza, considerándolo ontogénicamente, a correlacionarse perceptorial y sensitivamente con su entorno extrasomático; en cada ani-mal, tras nacer, sus correlaciones perceptoriales y sensitivas se hacen progresivamente más y más precisas, hasta llegar a desarrollar sus funciones de conocer perceptorial y sensitiva-mente, de manera acorde con sus específicos morfofuncionismos. Estas funciones de corre-lación cognitiva a las que, genéricamente, denomino ESPACIAR ANIMAL, constituyen, para cada animal, su precisa, individual y adecuada modelación precepto-neuro-muscular respecto a su vario y específico entorno, posibilitando, con dichas correlaciones precepto-neuro-musculares, con esta su espaciar animal específico, la cumplimentación de sus im-pulsos biológicos de alimentarse y comunicarse “para poder conservarse, crecer, multipli-carse y separarse”, tal y como dice el profesor J. Prada Pascual en DEFIENDE TU VIGOR (Madrid, 1958); o sea, en resumen, para cumplimentar su supervivencia ontogénica, genéti-ca y filogenética.

Los hombres comienzan a correlacionarse cognitivamente con su entorno, tras su

nacimiento, muy débilmente; y van aumentando sus correlaciones cognitivas muy lenta-mente –hemos de aceptar el hecho fisiológico de que los especimenes humanos nacen pre-maturamente--. Atendiendo, precisamente, a la debilidad inicial y a la lentitud del desarro-llo con que establecen los hombres sus correlaciones con su específico entorno, me he per-mitido, con fines explicativos, el calificar separadamente éstas sus correlaciones funciona-les como ocurrentes en etapas secuenciales claramente diferenciadas. Conste que esta clasi-ficación de tiempos graduales constituye una argucia de autor, pues el desarrollo, en los hombres, de sus funciones de espaciar su entorno, se produce de manera ininterrumpida, continua, desde su concepción.

------------------------------------- Aludo, en primer lugar, verborizándolas y adjetivándolas como ESPACIAR AN-

TROPOIDE, a todas aquellas correlaciones perceptoriales y sensitivas –sobre todo visua-les, auditivas y digitales—que cumplimentan, tras su concepción, todos los niños, al con-tactar con sus entornos –sin la intervención de sus, aún no conformados, sistemas significa-tivos--.

Dado que el sistema significativo se activa y modela, en los niños, a partir de sus

nueve meses de edad, aludo, como ESPACIAR ESTEREOSCÓPICO ANTROPOIDE, a aquellas conexiones visuales, auditivas y digitales, que los niños activan desde su concep-ción hasta alcanzar dicha edad, en cuanto dichas conexiones contribuyen, de algún modo, a que dichos niño desarrollen funcionalmente sus panoramas estereoscópicos, conociendo visual, auditiva y digitalmente.

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Y dado que los niños, tras haber alcanzado sus nueve meses de edad postnatal, pue-den continuar –y de hecho continúan—correlacionándose visual, auditiva y digitalmente con sus respectivos entornos, sin la participación activa obligada de sus sistemas significa-tivos, desarrollando panoramas estereoscópicos, manifiesto que, en mi opinión cualquier hombre, tenga la edad que tenga, puede, intermitentemente, continuar espaciando su entor-no, tal y como lo hacen los demás antropoides, desarrollando funcionalmente diversos pa-noramas estereoscópicos. Claro es; siempre que al correlacionarse visual, auditiva y digi-talmente con su entorno, no se la active simultáneamente su sistema significativo. Al desa-rrollo de estas funciones, asignificativas, las denomino CONOCER VISUAL, AUDITIVA y DIGITALMENTE, tal y como expuse en el segundo volumen de esta obra, en el volumen de fisiología animal (y señalo que, en dicho volumen, al CONOCER AUDITIVO ANI-MAL, también le denominé MEMORIZAR)..

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Añado, en segundo lugar, verborizándolas y adjetivándolas como ESPACIAR TRI-

DIMENSIONAL HUMANO, a aquellas correlaciones perceptoriales –sobre todo visuales, auditivas y digitales—que se activan en los hombres –ya experimentando procesos lingüís-ticos—al contactar con sus entornos, desarrollando panoramas holonómicos conformados por diferentes unidades corpusculares (cosas figurativas respecto a fondos difusos).

Los hombres, pues, para poder ESPACIAR TRIDIMENSIONALMENTE DE

MANERA HUMANA, han de experimentar, simultáneamente, procesos lingüísticos. En mi opinión, desde el preciso momento en que los niños comienzan a experimen-

tar sus elementales procesos lingüísticos, desde el momento en que comienzan a denominar objetos, cosificándolos, con tal proceder, transforman sus informales panoramas estereos-cópicos en panoramas holonómicos integrados, precisamente, como protagonistas tridimen-sionales, por aquellas unidades corpusculares ya denominadas, ya cosificadas.

Tengo la firme convicción de que esta característica humana, que he expuesto, con-

siste en que nosotros, los hombres, a diferencia del resto de los antropoides, modificamos nuestros panoramas estereoscópicos, pues los metamorfoseamos, conformando holonómi-camente unos denominados corpúsculos, aquellos que denominamos –corpúsculos que de-limitamos, cosificándolos, escindiéndolos, como protagonistas del resto del panorama que queda difuso, como fondo--, comprendiendo, en suma, cosas morfológicamente tridimen-sionales; esta característica, en mi opinión, constituye uno de los sucesos más importantes y más misteriosos que nos ocurren en nuestra hominización. Me refiero, claro está, al hecho de pronunciar, denominando ALGO, comprendiéndolo visualmente como objeto, como COSA.

He aquí una prueba empírica de cuanto estoy diciendo, que, Vd. Lector puede efec-

tuar ahora mismo. He afirmado que nosotros, los hombres, espaciamos como los demás antropoides,

conociendo, desarrollando continuos panoramas estereoscópicos, al contactar perceptorial y sensitivamente con nuestro entorno. Y he afirmado, por otro lado, que nosotros, los hom-

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bres, espaciamos de manera diferente a los antropoides, desarrollando panoramas holonó-micos, si al contactar perceptorialmente con nuestro entorno, al mismo tiempo, activamos significaciones, experimentamos procesos lingüísticos. En resumen, los animales conocen y nosotros, los hombres, comprendemos cosas.

Pues bien, levante la cabeza, dejando de mirar esta hoja de papel, desarrolle hacia

delante su panorama visual estereoscópico --esfuércese en no denominar nada, ningún obje-to de los que se hallen frente a usted; procure no experimentar proceso lingüístico alguno, incluyendo, en esta inhibición significativa, aquellos procesos lingüísticos que no se tradu-cen en movimientos pronunciadores--; Vd. se hallará espaciando como el resto de los an-tropoides, conociendo cosas.. Y ciertamente Vd. podrá caminar; y no chocará con objeto alguno; y podrá comer. . . Vd. conocerá visualmente; y percibirá y sentirá visualmente, y se movilizará como los antropoides, adecuadamente, pero no podrá comprender visualmente, conformándolo tridimensionalmente, delimitándolo como unidad, como cosa, objeto algu-no.

Ahora bien; si Vd., en un momento preciso, denomina algo, aunque no llegue a pro-

nunciar fonéticamente, se hallará, en dicho momento, espaciando tridimensionalmente de manera humana, desarrollando un panorama holonómico, pues el algo denominado lo esta-rá cosificando corpuscularmente como protagonista de su panorama holonómico. Su conti-nuo panorama estereoscópico se le transformará, en el momento preciso en el que comience a denominar algo, en un panorama holonómico, interiormente discontinuo, pues se hallará conformado, como protagonista, por un corpúsculo, por una cosa, la denominada, la delimi-tada tridimensionalmente del resto del panorama; en su panorama holonómico se hallará diferenciando, como cosa, el ALGO denominado de alguna manera (sea pronunciando o sea no pronunciando) por Vd., rodeada por el resto del panorama estereoscópico que, como fondo difuso, permanecerá tal y como lo había espaciado primitivamente, tal y como lo espació estereoscópicamente a la manera de los antropoides. Vd. se hallará, ahora, com-prendiendo visualmente, cosificando, conformando tridimensionalmente, el ALGO deno-minado, diferenciándolo morfológicamente del resto del panorama holonómico que Vd. desarrolla funcionalmente. Como he manifestado ya, la causa fisiológica de esta cosifica-ción física, diferenciadora de corpúsculos tridimensionales en nuestros panoramas holonó-micos, depende, elementalmente, de la activación, simultánea, de nuestras mecánicas de cosificación y de abstracción, junto con la activación de nuestras mecánicas significativas perceptoriales.

------------------------ Aludo, en tercer lugar, verborizándolas y adjetivándolas como ESPACIAR TÉC-

NICO, a aquellas funciones de ESPACIAR TRIDIMENSIONAL DE MANERA HUMANA, a aquellas correlaciones perceptoriales –sobre todo visuales, auditivas y digita-les—que los hombres desarrollan, al contactar con su entorno, una vez que denominan CO-SAS, si posteriormente determinan y acotan, cuantificándolas, dichas COSAS Dicho de otro modo: si, en suma, las miden tridimensionalmente, posibilitándose, con ello, para in-dustriarlas y transformarlas. Como veremos más adelante, la causa fisiológica de nuestro

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ESPACIAR TÉCNICO depende elementalmente de la activación, simultánea, de nuestras mecánicas de cosificación y de abstracción, junto con la activación de nuestras mecánicas perceptoriales, perceptoriales complejas y generales o recordatorias, al contar o medir di-chas cosas.

--------------------------------- Aludo, en cuarto lugar, verborizándolas y adjetivándolas, como ESPACIAR MA-

TEMÁTICO y ESPACIAR FILOSÓFICO, a aquellas funciones de espaciar abstrac-tamente, que los hombres desarrollamos, abstraídos de nuestro entorno –sobre todo ante papeles--, con abuso de guarismos o con abuso de grafismos, imposibilitándonos, con ello, simultáneamente, en el mismo momento, para espaciar técnicamente, para comprender e industriar, transformándolo, nuestro preciso entorno.

En los capítulos anteriores he explicado como se activan en los hombres sus diferen-

tes mecánicas significativas –perceptoriales, perceptoriales-complejas, sensitivas, sensiti-vas-complejas, generales o recordatorias, plurales y abstractas--. También me he referido, al menos por dos veces, de manera extensa, al ESTUPOR GRÁFICO. Mas adelante demos-traré empíricamente cómo desarrollan los hombres sus funciones de ESPACIAR MATE-MÁTICA y FILOSÓFICAMENTE. imposibilitándose, con ello, para comprender tetra-dimensionalmente su entorno y, por ende, para industriarlo, transformándolo pertinente-mente.

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Así pues, tengo la convicción de que el conjunto de los hombres –considerados filo-genéticamente— y cada uno de nosotros –considerado ontogénicamente (ya me he extendi-do en la parte filosófica de esta obra, explicando a qué me refiero al escribir “considerar ontogénicamente” y “considerar filogenéticamente”; más adelante lo argumentaré razona-damente atendiendo a la fisiología humana)-- evolucionamos y nos modelamos, respecti-vamente, al contactar con nuestros entornos extrasomáticos, hacia una cada vez mayor hominización, merced al desarrollo progresivo de nuestras funciones comprensivas, razo-nadoras, industriosas, etc., consiguiendo, en consecuencia, día a día, una mayor eficiencia técnica sobre nuestros entornos, transformándolos industriosamente en nuestro provecho para nuestra supervivencia ontogénica, genética y filogenética.

Efectivamente, en un principio, al correlacionarnos funcionalmente con nuestros en-

tornos, los hombres desarrollamos, funcionalmente, panoramas estereoscópicos, conocien-do perceptorial y sensitivamente, tal y como les ocurre a los demás antropoides.

Mas tarde, conforme iniciamos el desarrollo de nuestras funciones de hominización,

al comenzar a activar nuestras mecánicas significativas, al experimentar los primeros mo-nemas de escuchar y pronunciar, espaciamos tridimensionalmente, comprendemos percep-

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torialmente, aquellas determinadas cosas que, al denominarlas, hemos cosificado como protagonistas de nuestros panoramas holonómicos.

Y más tarde aún, al determinar y acotar cuantitativamente (tras aprender a contar) a

las susodichas cosas y a sus interrelaciones, llegamos a espaciar técnicamente nuestro en-torno, posibilitándonos el transformarlo.

Y ciertamente considero que el conjunto de los hombres –considerados filogenéti-

camente-- y cada uno de nosotros –considerado ontogénicamente-- alcanzamos un mayor desarrollo en nuestras funciones de espaciar técnicamente nuestro entorno cuando –tras haber aprendido a leer y a escribir-- determinamos y acotamos CUANTITATIVAMEN-TE las cosas tridimensionadas y sus interacciones –en verdad, cuando determinamos y aco-tamos cuantitativamente las interacciones ocurrentes entre las cosas tridimensionadas y sus entorno, es cuando comenzamos a comprenderlas tetradimensionalmente--; entonces, así lo considero, las comprendemos perceptorial y perceptorial-complejamente.

Pero asimismo tengo la convicción de que todos los hombres –considerados filoge-

néticamente-- y cada uno de nosotros –considerado ontogénicamente-- continuamos evo-lucionando y modelándonos, cambiando; y en esta evolución , en este modelado, en estos cambios, incurrimos desgraciadamente en una anomalía patológica que nos obstaculiza el correcto desarrollo de nuestras funciones de hominización.

Y paso a explicarme.

------------------------------ 1º) En primer lugar manifiesto que, en mi opinión, el abuso cuantificador que ejerci-

tan muchos estudiosos y el abuso filosófico que, asimismo, ejercitan muchos estudiosos, aislándose excesivamente de su entorno, espaciando y temporalizando abstraídos excesi-vamente de su medio, no sirve para que dichos estudiosos comprendan y razonen sobre las cosas físicas y sobre las correlaciones funcionales que desarrollan entre sí las susodichas cosas físicas. Efectivamente –y lo manifiesto rotundamente-- los hombres no debemos continuar espaciando matemática y filosóficamente de manera excesiva, suponiendo que, aislados de nuestro entorno, abstraídos de él, podemos comprenderlo y argumentarlo de manera razonada.

Y he argumentado, razonándola, la causa fisiológica de esta imposibilidad compren-

siva y razonadora, en varios capítulos en los que he aludido a las mecánicas de credulidad, a las mecánicas significativas abstractas y al estupor gráfico.

Ahora, como argumento de autoridad coincidente, recuerdo lo que expuso Einstein

en GEOMETRÍA Y EXPERIENCIA: <. . . en la medida en que se refieren a la realidad, las proposiciones de la matemática no son seguras y, viceversa, en la medida en que son seguras, no se refieren a la realidad>.

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Esta frase de Einstein, corregida en conformidad con nuestras dos regles gramatica-les, queda así: Las proposiciones de los matemáticos no deben considerarse correctas aun-que sí prácticas, cuando con ellas se alude a cosas y a aconteceres comprendidos percep-torial y perceptorial-complejamente. Y pueden calificarse como correctas pero inútiles, por incomunicativas, cuando con ellas no se alude a cosas y a aconteceres comprendidos per-ceptorial y perceptorial-complejamente.

--------------------------------------

2º) Y en segundo lugar declaro que, en mi opinión, hemos de abandonar, de una vez

por todas, nuestra credulidad en que podemos: 1.- Medir cuantitativamente, representar tetradimensionalmente –ateniéndonos a las

métricas geométricas--, de manera exacta y absoluta, de manera objetiva –así se suele de-cir--, todas las dimensiones, estructuras y funciones de las cosas o parcelas ambientales intrauniversales que comprendemos visual, digital, perceptorialmente en suma.

2.- Razonar –ateniéndonos a nuestras definiciones y argumentaciones metafísicas-- de manera exacta y absoluta, de manera objetiva –así se suele decir-- las esencias y exis-tencias de las cosas o parcelas ambientales intrauniversales que comprendemos visual, digital, perceptorialmente en suma.

Hoy día debemos calificar como empresas ingenuas, imposibles de cumplimentar,

todos los intentos de medir cuantitativamente, de manera absoluta, las dimensiones volumé-tricas, las variaciones constitucionales y los cambios funcionales de las cosas y de sus me-dios ambientes, suponiendo que dichas medidas son constantes y absolutas, pues hemos de haber asumido ya –tras Serrano Camarasa y tras Torrent Guasp-- que todas las cosas y to-dos sus medios, que acotamos y precisamos cuantitativamente, nos constituyen apariencias multiformes, elásticas, cambiantes constitutivamente, no rígidas, morfofuncionismos, en suma, imposibles de cuantificar de manera absoluta.

Y, por otro lado, hoy día debemos renunciar a todas nuestras atávicas presunciones

–teológicas y metafísicas-- de que comprendemos las REALIDADES, lo que SON las co-sas, al definirlas o al argumentarlas cuantificando y filosofando. (Vuelvo a notificar que la explicación fisiológica de cómo se desarrollan, en los hombres, sus funciones de espaciar tridimensionalmente y de espacio-temporalizar tetradimensionalmente, la efectuaré más adelante. Ahora, simplemente, me estoy limitando a señalar críticamente los síntomas fe-nomenológicos que evidencian la necesidad, que tenemos, de abandonar las teorías enun-ciadas por los físicos posteinstenianos, por cuanto, en ellas, suponen aludir a parámetros cuantitativos válidos para medir, de manera absoluta, las tres dimensiones de las cosas.

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Y me explico nuevamente: Tras Einstein, con las dos nuevas teorías, la de los morfofuncionismos y la del éter –

éter presionado ambiental, éter presionante cinético y éter total-- se nos ha demostrado,

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definitivamente, que todas las concepciones matemáticas o filosóficas sobre unas supuestas cosas rígidas, perdurables, deben calificarse como incorrectas, como inaceptables. Quienes todavía persisten en medir tridimensionalmente –utilizando los sistemas geométricos ma-temáticos-- los morfofuncionismos intrauniversales, los discretos corpúsculos físicos y las parcelas de éter neutrinizado, se hallan, absurdamente, abstrayéndose de su entorno, ya que toda cosa y toda parcela ambiental nos aparece panorámicamente, al comprenderla percep-torial-complejamente, variando, cambiando incesantemente, en sus funciones, en su morfo-logía y en sus materiales constitutivos.

Así pues, actualmente, al efectuar nuestras mediciones volumétricas de unas deter-

minadas cosas físicas o de unas determinadas parcelas ambientales intrauniversales, hemos de atender, como ineludibles factores a tener en cuenta, estas tres nuevas variables:

1.- Sus cambios morfológicos. 2.- Sus cambios funcionales. 3.- Sus cambios constitutivos. Y, en vez de continuar midiendo tridimensionalmente sus morfologías, hemos de

comenzar a espacio-temporalizar sus cambios morfológicos, funcionales y constitutivos, comprendiéndolos tetradimensionalmente, aludiéndolos verbalmente.

En efecto; nuestros aconteceres visuales –al activársenos nuestras mecánicas signi-

ficativas perceptoriales-complejas-- nos ocasionan el desarrollo de panoramas holonómi-cos cambiantes, o sea, panoramas tetradimensionales, en los que, a las tres dimensiones volumétricas cartesianas, añadimos una cuarta dimensión consistente en que las susodichas tres dimensiones formales cambian –no podemos fijarlas nunca geométrica o matemática-mente-- en razón de sus variantes funciones y estructuras. Todas las apariencias estáticas, todas las imágenes fotográficas inmóviles, todas las proyecciones morfológicas cuantifica-das, todas las hipótesis sobre supuestas cosas estatuarias, hemos de considerarlas arcaicas y engañosas, falaces, construidas matemática y filosóficamente, en abstracción respecto a nuestro entorno, pues no se corresponden con nuestras experiencias, ya que, los hombres, de manera inexorable, comprendemos, perceptorial-complejamente, cosas tetradimensiona-les, a las que no es imposible delimitar y fijar como rígidas, como permanentes, como invo-lutivas e inmoldeables, como inmóviles, e incluso como repetitivas.

Recuerde el lector, más adelante, esta alusión a la imposibilidad –comprendiendo

perceptorial-complejamente, a las cosas tetradimensionadas-- de delimitar y precisar sus morfofuncionismos como repetitivos, pues esta imposibilidad nos constituye un argumento definitivo para suprimir, en todas nuestras argumentaciones, el concepto de “simultanei-dad” y, por lo tanto, el concepto de “tiempo absoluto”.

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9.- Sobre el espacio-temporalizar tetradimensionalmente.

Acabo de manifestar que los hombres, de manera inexorable, comprendemos per-ceptorial-complejamente las cosas y las parcelas ambientales, como cambiantes, como te-tradimensionales. Y he aludido, como complemento necesario a las tres dimensiones carte-sianas, a una cuarta dimensión. También he afirmado que nunca he estado conforme con los físicos posteinstenianos cuando disertan sobre esta cuarta dimensión, desde el momento en que la califican y cuantifican como temporal.

Me ha llegado la hora, por lo tanto, de explicar mis opiniones al respecto.

----------------------------------

De acuerdo con mi teoría antropocentrista declaro, en primer lugar, que no comparto las afirmaciones dogmáticas de los físicos que me han precedido cuando manifestan que las cosas físicas, o que las parcelas ambientales físicas, “SON”, “EXISTEN” tridimensional-mente; asimismo rechazo las afirmaciones dogmáticas de aquellos físicos modernos, pos-teinstenianos, que aseguran que los cambios ocurrentes en y entre dichas cosas y parcelas pueden medirse definitivamente, atendiendo al factor “TIEMPO”; y, menos aún, cuando califican al “TIEMPO”, cuantificándolo, como la cuarta dimensión.

En mi opinión, nosotros, los hombres, cuando nos correlacionamos con nuestro en-

torno, al comprenderlo perceptorialmente, al espaciarlo humanamente, al cosificarlo, lo transformamos en nuestras cosas merced a la activación, por un lado, de nuestras mecánicas de cosificación y de abstracción; y gracias a la activación, por otro lado, de nuestras mecá-nicas significativas perceptoriales.

Y asimismo, nosotros, los hombres, cuando nos correlacionamos con nuestro entor-

no, al comprenderlo perceptorial-complejamente, al espacio-temporalizarlo tetradimensio-nalmente, lo transformamos en nuestras cosas cambiantes, merced a la activación, por un lado, de nuestras mecánicas de cosificación y de abstracción; y gracias a la activación, por otro lado, de nuestras mecánicas perceptoriales, perceptoriales-complejas y generales o recordatorias.

Así pues, en mi opinión, debemos aludir a nuestros entornos físicos, como efectos

inmediatos del desarrollo de nuestras funciones humanas, como resultados finales del desa-rrollo de nuestras actuales funciones de hominización.

Los hombres, tras desarrollar panoramas holonómicos, espaciamos humanamente

las diversas cosas tridimensionales y sus interrelaciones, conformando nuestro entorno téc-nico.

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Los hombres, tras espaciar técnicamente, espacio-temporalizamos los cambios ocu-rrentes en y entre las diversas cosas y sus diversos fondos y medios, conformando nuestro entorno funcional.

Cuanto acabo de manifestar, precisándolo más, al correlacionarlo con la teoría eté-

rea de Serrano Camarasa y con la teoría de los dismorfofuncionismos de Torrent Guasp, lo expongo así:

Considero arcaico e irrazonado el continuar refiriéndonos a las cosas y a sus am-

bientes, aludiéndolos como corpúsculos formales absolutamente rígidos e independientes, substancialmente estáticos y estancos, matemáticamente discretos, posibles de medir tridi-mensionalmente con absoluta precisión cuantitativa, posibles de individualizar geométri-camente según las métricas cartesianas, riemanianas y demás métricas geometro-matemáticas en moda, pues todos estos quehacer es cuantitativos y geométricos nos ocasio-nan, en contradicción con lo manifestado en la moderna teoría etérea, y en contradicción con lo sugerido en la teoría funcionalista de Torren Guasp –en oposición, en suma, a los logros comprensivos más transcendentales obtenidos en estos últimos años--, el admitir la existencia de cosas y campos físicos estáticos y discontinuos, el seguir admitiendo una completa rigidez y una matemática discreción de las cosas y ambientes intrauniversales.

En mi opinión, los físicos coetáneos y futuros, una vez razonada la presencia intrau-

niversal de la unidad funcional etérea --éter presionado ambiental, éter presionante cinético y éter total--, no deben, en adelante, elucubrar sobre la aparente discontinuidad estadística cuántica –formal, funcional y constitucional— de los corpúsculos ciclónicos etéreos y de las parcelas etéreas ambientales.

Los biólogos actuales han llegado a la convicción de que, necesariamente, han de

comprender las funciones orgánicas en conjunción con sus particulares medios; esta inci-piente norma que ya han aceptado los biólogos, ampliándola, deben cumplimentarla los físicos en todos sus estudios sobre las cosas y ambientes intrauniversales, ya que el éter presionado ambiental y el éter presionante cinético –en sus diversas manifestaciones (torbe-llinos ciclónicos y anticiclónicos, fotones, neutrinos, rayos cósmicos, rayos x, partículas antimateria, etc.)-- forman –nos aparecen como-- continuas unidades funcionales a las que nuestros antecesores, muy correctamente, denominaron, con concepción unitaria, UNI-VERSO.

Así pues, en mi opinión –a partir de las dos transcendentales teorías enunciadas en

estos últimos años--, los fenómenos que, al espaciarlos matemática y filosóficamente, hasta ahora, se han considerado como protagonizados por elementos discretos, en adelante, al espacio-temporalizarlos, habremos de considerarlos como una continua interrelación fun-cional del elemento etéreo que detectamos en continua variación –formal, constitutiva y funcional--. Es decir; los estudios matemático-geométricos que nuestros antecesores han efectuado sobre unos supuestos corpúsculos tridimensionales, rígidos y discretos, hemos de substituirlos, en adelante, por otros estudios –razonados-- sobre las prosecutivas funciones que, en adelante, variando su forma y su material constitutivo, desarrollan aquellas porcio-nes del éter intrauniversal, que nosotros, al espaciarlas tridimensionalmente, habíamos su-puesto discretas.

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------------------------------------ Asimismo, a partir de la publicación de LA MECÁNICA DEL ÉTER, los estudio-

sos han de reconsiderar todos sus trabajos en los que, espaciando matemática y filosófica-mente, han llegado a la conclusión especulativa de que los cambios ocurrentes en y entre las cosas físicas (o corpúsculos de éter presionante cinético) y su entorno físico (o parcelas de éter presionado ambiental) pueden medirse de manera absoluta, objetiva, definitiva, uti-lizando como baremo una constante matemática, supuesta por la constante de la velocidad de la luz en el vacío. Es decir, los trabajos que los físico-matemáticos y los filósofos con-temporáneos están efectuando al cuantificar y definir los cambios ocurrentes en y entre los corpúsculos tridimensionales, midiéndolo “científica”, “objetivamente”, según un baremo constante matemático temporal, han de substituirse, en adelante, por otras argumentaciones –razonadas-- en las que hanse de considerar que las medidas temporales –al igual que las medidas volumétricas, presionales, calóricas, etc.-- constituyen medidas relativas, varia-bles, dependientes de las precisas e irrepetibles correlaciones presionales que, en continui-dad, variando su forma y su material constitutivo, se ocasionan en y entre aquellas porcio-nes del éter intrauniversal que nosotros, al espaciarlo tridimensionalmente, hemos supuesto unidades discretas y con movimientos repetitivos, periódicos.

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No se me oculta que este nuevo enfoque, que me hallo propugnando, presupone un

rechazo, primero, hacia el uso abstracto de la estadística cuántica y de los sistemas de coor-denadas; y segundo, otro rechazo hacia la teoría de la relatividad restringida. Pero, la des-consideración de las matemáticas y de la física como métodos comprensivos –definitivos, exactos y objetivos-- ya se está generalizando entre los estudiosos actuales. El mismo Eins-tein, como he expuesto páginas atrás, así se manifestó.

El ejemplo que he trascrito en un apartado anterior de este mismo capítulo, el de To-

rrent Guasp contemplando las naranjas de su huerto, constituye otra muestra de esta actual desconsideración sobre el uso abstracto de las matemáticas. No estoy, por lo tanto, aventu-rando nada sorprendente.

Y respecto al rechazo de la relatividad restringida, Serrano Camarasa manifestó

abiertamente en LA MECÁNICA DEL ÉTER; << El principio filosófico de la relatividad, interpretado en el sentido de que las

magnitudes –definitorias de los diversos aspectos de todos y cada uno de los fenómenos universales-- son variables en función de la forma y punto de contemplación, y del estado evolutivo, tanto del objeto considerado como del patrón medida utilizado, es válido, e in-cluso más generalizable que lo que el mismo Einstein explícitamente proclamó (tal y como yo mismo he postulado al eliminar la constancia de la velocidad de propagación de la luz).La teoría de la relatividad absoluta es pues una consecuencia del análisis físico del proceso de evolución por un lado y del análisis de nuestras individuales formas y puntos de contemplación por otro lado.

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El error de los einstenianos es dogmático, de principio. Ellos, al no descubrir expe-rimentalmente un modelo físico plenamente satisfactorio para comprender unitariamente al universo, recurrieron a las matemáticas y forjaron un modelo abstracto, considerando un espacio universal, al que calificaron de vacío (era casi prácticamente vacío de materia o éter presionante cinético, aunque no del éter presionado ambiental) y al que atribuyeron unas características evolutivas reguladas por ecuaciones matemáticas.

Han concebido, por lo tanto, un modelo universal matemático que, constituyendo

una explicación abstracta, correcta matemáticamente, no han podido verificar práctica-mente.

En efecto; hoy día: a) Los einstenianos consideran al ESPACIO como un campo vacío, camino

ancho y expedito por el que circulan y se propagan proyectiles y ondas. b) El espacio etéreo que propugnamos y el ESPACIO VACÍO einsteniano no

pueden identificarse. c) En cualquier ESPACIO VACÍO no pueden detectarse características físi-

cas –velocidades de la luz, geometrías curvas, etc.--. Un ESPACIO VA-CÍO –LA NADA-- es una mera elucubración forzosamente inexperimen-table.

----------------------------------

No es posible, tras la publicación de los libros LA MECÁNICA DEL ÉTER y EL

FENÓMENO UNIVERSAL, tras la incuestionable admisión de una unidad etérea intrauni-versal –conformada por éter presionado ambiental y éter presionante cinético--, el teorizar una absoluta independencia física entre cualquier corpúsculo ciclónico –éter presionante cinético—y el resto del éter –integrado por éter presionante cinético y éter presionado am-biental— que lo circunscribe y que lo conforma como tal corpúsculo ciclónico. Y no es posible, tras la aparición de los trabajos citados, tras la incuestionable admisión de que el éter –éter presionante cinético y éter presionado ambiental-- se halla evolucionando, cam-biando cíclicamente –aunque no de manera absolutamente periódica-- en continuidad acti-va, el teorizar que los cambios ocurrentes en y entre las cosas físicas pueden ser medidos y comprendidos con rotunda precisión, definitiva, mediante los métodos usuales cuantitativos y los sistemas geométricos, al correlacionarlos con la supuesta constante matemática uni-versal de la velocidad de la luz en el vacío.

Los sistemas de coordenadas y los sistemas matemáticos, al aplicarlos a las cosas fí-

sicas y a las parcelas etéreas, nos hacen comprenderlas, medirlas, como unidades discretas, discontinuas, corpusculares --tridimensionales--. Las medidas temporales matemáticas, al aplicarlas a los cambios ocurrentes en y entre las cosas físicas y las parcelas etéreas, nos hacen comprenderlos, medirlos, como cambios morfológicos –e incluso de situación-- dis-cretos, discontinuos, corpusculares –asimismo tridimensionales--. Pero debemos admitir que nunca los cálculos matemáticos, las representaciones geométricas y las medidas tempo-rales nos podrán proporcionar una comprensión holística de la unidad etérea intrauniversal en sus continuas variaciones funcionales, ya que la cuarta dimensión que nosotros propug-

Parte fisiológica humana

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namos –los cambios funcionales-- no pueden medirse cuantitativamente con un baremo temporal universal, ni representarse gráficamente con sistemas de coordenadas, ni razonar-se rigurosamente con argumentos metafísicos y definiciones.

Conste que no estoy oponiéndome a la utilidad PRÁCTICA, cuantificadora, geomé-

trica y temporal, necesaria, hoy día, a los hombres para espaciar técnicamente, sino que me opongo a que continúe el abuso de las cuantificaciones, proyecciones geométricas y cálcu-los temporales abstractos, sobre el papel, que desgraciadamente constituyen, en los momen-tos presentes, el orgullo científico de sus defensores. Me estoy refiriendo a aquellos excesos que he calificado como ESPACIAR MATEMÁTICAMENTE (y por supuesto a aquellos otros excesos que he calificado como TEMPORALIZAR MATEMÁTICAMENTE).

Y conste, asimismo, que no estoy oponiéndome a la utilidad práctica, argumentado-

ra, necesaria, hoy día, a los hombres, para espaciar técnicamente, sino al abuso de las pero-ratas abstractas –sin que nadie verifique empíricamente cuanto aduce, contentándose con definirlo--, que desgraciadamente constituye, en el presente, otro orgullo científico para sus defensores; así pues, me estoy refiriendo, también, a aquellos excesos que he calificado como ESPACIAR FILOSÓFICAMENTE (y claro es, TEMPORALIZAR FILOSÓFICA-MENTE).

Significa, cuanto estoy exponiendo, que, en mi opinión, los hombres hemos de mo-

dificar nuestras proposiciones lingüísticas, procurando razonar cuanto afirmamos. En consecuencia, para poder explicar a qué me refiero cuando escribo que los hom-

bres espacio-temporalizamos las cosas y los medios que comprendemos perceptorial-complejamente, voy a utilizar un nuevo método explicativo.

---------------------

Helo aquí: He afirmado, en un apartado anterior de este mismo capítulo, que, al correlacionar-

me con mi entorno extrasomático desarrollo visualmente PANORAMAS HOLONÓMI-COS, en los que espacio unas irrepetibles cosas tridimensionales inmersas en unos ambien-tes difusos.

Asimismo he afirmado que, debido a unas mecánicas significativas –a las que he

denominado MECÁNICAS DE COSIFICACIÓN y MECÁNICAS DE ABSTRACCIÓN--, activadas en mi organismo, yo ubico, destacándolas tridimensionalmente en mis panoramas holonómicos (es decir, tridimensionalizo), determinadas cosas y abstraigo de dicho prota-gonismo, por el contrario, al resto del panorama holonómico, respecto al cual tan solo expe-rimento procesos cognitivos, sin comprenderlo visualmente, como impreciso fondo.

Y también afirmé que, para poder explicar mis hipótesis sobre la cuarta dimensión,

había de aludir nuevamente a mis APARIENCIAS VISUALES. Note el lector que desde este momento, nuevamente, continúo refiriéndome al FACTOR HUMANO, mejor dicho, a

Parte fisiológica humana

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mi organismo orgánico y a mi entorno como al factor necesario, indispensable, para com-prender los aconteceres de los hombres.

---------------------------------

Yo, en este momento, estoy en el jardín de mi casa, observando un naranjo. Como

Torrent Guasp, allá en su huerto, al mirar a mi naranja Juanita, desarrollo un panorama holonómico que esquemáticamente dibujo así:

Figura 132 En este dibujo he simbolizado, corpuscularmente, a mi naranja Juanita y, como fon-

do, he simbolizado las hojas, ramas y tronco del naranjo. Como quiera que mi naranja Juanita ya me aparecía de color obscuro (es una naran-

ja de sangre), la he arrancado y la he colocado en el frutero, con lo que, al desarrollar un nuevo panorama visual, puedo dibujarla así:

Figura 133

En la que he representado a la naranja Juanita, como protagonista, sobre el frutero y

rodeada de otras frutas, respecto a un fondo difuso que no me he molestado en dibujar.

---------------------------------- Para poder explicar gráficamente los cambios ocurrentes a la naranja Juanita voy a

adoptar el truco empleado por los dibujantes de tebeos: el de dibujar sucesivas viñetas que permitan al lector, al contemplar dichas viñetas en el orden expuesto, el comprender vi-sualmente los aconteceres ocurrentes a mi protagonista.

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Para representar que la naranja Juanita ha sido recolectada, transportada, puesta en

la mesa y, finalmente desgajada, un dibujante de tebeos procedería, más o menos, así:

Figura 134

------------------------------ Pues bien; mirando, en el orden expuesto, estas cuatro viñetas, el lector comprende-

rá que los cambios ocurrentes a la naranja Juanita deben exponerse así: 1.- En primer lugar, el lector, al observar sucesivamente las cuatro viñetas, en el or-

den expuesto, desarrolla cuatro sucesivas funciones perceptoriales visuales--, cuatro pano-ramas holonómicos diferentes. En suma; desarrolla prosecutivamente varias funciones per-ceptoriales que en su conjunto constituyen una función comprensiva perceptorial compleja de la naranja Juanita.

2.- En segundo lugar, el lector desarrolla una comprensión genérica o recordatoria

de las variancias, observadas en las viñetas, de la naranja Juanita. a) Como cambios del material orgánico constitutivo de la naranja Juanita.

En efecto; la naranja Juanita, tras haber sido arrancada del naranjo –primera a se-

gunda viñeta--, ya no activa sus mecánicas nutricias aferentes y, en consecuencia, cambia sus materiales orgánicos. Más tarde, al haber sido colocada, siendo una de las primeras, en el cesto –segunda viñeta--, sufre una presión que repercute en sus materiales constitutivos, aparte de que no se constituye en protagonista del panorama holonómico. Más tarde aún, al estar varios días en el frutero –tercera viñeta--, la naranja Juanita altera su estructura. Fi-nalmente, al haber sido pelada y desgajada, al carecer su pulpa de corteza exterior, se expo-ne a sucesivos intercambios físico-químicos con su medio y, en consecuencia, altera nue-vamente sus materiales orgánicos constitutivos.

Por lo que, substancialmente, la naranja Juanita de la viñeta 1ª difiere de la naranja

Juanita de la 2ª viñeta; y ambas difieren de la naranja Juanita de la 3ª viñeta.. El protagonis-ta visual de la 4ª viñeta ya no puede denominarse naranja

b) Como cambios formales de la naranja Juanita.

Parte fisiológica humana

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En efecto; la naranja Juanita, redonda, tersa y brillante en el árbol, se va alterando,

poco a poco, perdiendo su brillo y tersura, ablandándose, con lo que su forma esférica se va perdiendo. Al final, en el plato, pelada y desgajada, poco recuerda, en su forma, su redon-dez y brillo inicial.

Por lo que, formalmente, la naranja Juanita de la viñeta 1ª difiere de la naranja Jua-

nita de la 2ª viñeta; y ambas difieren de la naranja Juanita de la 3ª viñeta. El protagonista de la 4ª viñeta ya no puede denominarse naranja.

c) Como cambios funcionales de la naranja Juanita. Resulta claro; al ser arrancada del naranjo se le inhiben sus funciones nutricias: Y,

finalmente, las funciones de aislamiento, respecto a su entorno, ocasionadas por su corteza y la piel de sus gajos, desaparecen, al ser mondada y pelada.

Por lo que, funcionalmente, la naranja Juanita de la viñeta 1ª difiere de la naranja

Juanita de la 2ª viñeta; y ambas difieren de la naranja Juanita de la 3ª viñeta. El protagonista de la 4ª viñeta ya no puede denominarse Juanita, Pepita o Lolita; es más, ya no puede de-nominarse naranja.

---------------------------------

Ahora pregunto: ¿Estos cambios materiales, formales y funcionales de la naranja

Juanita, han de ser necesariamente –o pueden ser, con exactitud absoluta--, de algún modo, cuantificados en relación con una constante temporal, para ser comprendidos tetradimen-sionalmente?

No; resueltamente no. Estos cambios, para ser comprendidos tetradimensionalmen-

te, deben ser analizados, argumentado y razonados como consecuencias de nuestras espa-cio-temporalizaciones humanas.

Y a eso voy.

Parte fisiológica humana

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MIGUEL GARCIA VIVES

CENTRO R.A.V.I. AVDA. BRILLANTE, 72

14012-CORDOBA TFNO.00 34 957 27 34 05

e-mail: [email protected]; [email protected]

En el año 1976, fundé en Córdoba, en unión de Carlos Ramírez de la Lastra, el Centro

R.A.V.I. y fuí nombrado presidente de él. Los componentes del Centro de Investigadores del Aconte-cer Humano (RAVI) estábamos interesados en cuestionarnos anatomofisiológicamente cómo desarro-llan los hombres sus funciones de comprender, razonar, pensar, etc. En un Simposio Internacional de Lingüistas Funcionales, que se celebró en Oviedo, expuse la teoría de que, al igual que los anatomistas y los fisiólogos consideraban la presencia en los cuerpos humanos de un sistema respiratorio y de un sistema circulatorio, se debía estudiar la presencia de un sistema significativo en los hombres. Los lingüistas funcionales me contestaron que, para aceptar ellos dicha teoría, debía demostrar empírica-mente la presencia del sistema significativo en los espacios anatómicos humanos y, aún más, debía deducir cómo se activaban las mecánicas orgánicas en dicho sistema significativo. En consecuencia, durante algunos años me dediqué a analizar todos los adelantos técnicos que me pudiesen ayudar a demostrar, razonando, la presencia del sistema significativo en el soma humano. En el sistema nervio-so de los hombres debería detectarse, al experimentar éstos sus diferentes procesos lingüísticos de escuchar, pronunciar, leer y escribir—y al desarrollar sus diversas funciones de recordar, razonar, comprender visualmente, etc--, las activaciones, en diversas áreas corticales y subcorticales, de especí-ficos, por humanos, circuitos quimioeléctricos. De la misma manera, en los hombres, al escuchar, pronunciar, leer y escribir proposiciones nominales, verbales, adjetivales, etc. deberían activarse dife-rentes espacios corticales y subcorticales. Si estos aconteceres los detectaba físicamente, la demostra-ción de la presencia de un sistema significativo en los hombres quedaría cumplimentada. Después de muchas tentativas fracasadas, en el año 1978, tuve conocimiento de un nuevo método analítico. Fue al leer un artículo publicado en Investigación y Ciencia, firmado por los doctores Niels A. Lassen, Da-vid H. Ingvar y Erik Skinhoj. En el artículo, titulado Función Cerebral y Flujo Sanguíneo, los auto-res mostraban gráficamente sus resultados. Pues bien; el profesor Niels A. Lassen, en el Bispebjerg Hospital de Copenhague, con el uso de un isótopo radioactivo, el Xenón

133, había obtenido unos flujo-

gramas indicativos de las actividades quimioeléctricas multineuronales ocurrentes, corticalmente, en sus pacientes, cuando éstos experimentaban procesos lingüísticos de pronunciar, escuchar, leer y escri-bir; y cuando experimentaban y desarrollaban diversos procesos y funciones—de pensar, de abstraerse, de comprender, de razonar, etc.--; al obtener, en suma, representaciones topográficas de las significa-ciones corticales ocurrentes en los hombres, cuando estos experimentaban diferentes procesos lingüís-ticos y cuando desarrollaban diferentes funciones de hominización. Estudié los logros obtenidos por los investigadores daneses. Y, previa cita con el Profesor Niels A. Lassen, fuí al Bisperjerb Hospital, de Copenhague. Los flujogramas obtenidos con el isótopo Xenón

133 me sirvieron, efectivamente para demostrar, de manera razonada la presencia de un Sistema Significativo en los hombres. Más tarde, he explicado las diversas significaciones, los diversos circuitos quimioeléctricos y campos electromagné-ticos, activados en el Área de Broca, área de Wernicke, Fascículo Arqueado, Áreas premotoras suple-mentarias, etc. de uno o de ambos hemisferios, con lo que delimité orgánicamente las significaciones verbales, las nominales, etc. Éstos han sido los cimientos de mis trabajos. Mis relaciones, constantes durante todos estos años, con Carlos Ramírez de la Lastra, han contribuido de tal manera en mi queha-cer de investigación que, en verdad, no sé si este libro es de Carlos o es mío; seguro que ha sido escrito por los dos. El descubrimiento de la discontinuidad de las neuronas por Ramón y Cajal y el hallazgo de las “neuronas de mando” por Erik R. Kandel me han permitido explicar el lábil proceder creativo de los hombres. Los flujogramas de Lassen me han posibilitado las explicaciones fisiológicas del aconte-cer del hombre loquens y de su estupefacción gráfica. La teoría etérea de Serrano Camarasa ha influido en mi concepción funcional humana. Todo avance en mis investigaciones está correlacionado con avances precedentes o coetáneos de otros investigadores. Pero he de insistir en que mi correlación con Carlos Ramírez de la Lastra ha sido permanente durante más de cincuenta años en investigaciones conjuntas. En verdad, lo repito, no sé si este libro es de Carlos o es mío. Ahora bien, lo publico, a todos los efectos, como mío por consejo del mismo Carlos Ramírez de la Lastra. MIGUEL GARCÍA VIVES