sesboue, bernard - jesucristo el unico mediador 01

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II T

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BERNARD SESBO

JESUCRISTO EL NICO MEDIADOREnsayo sobre la redencin y la salvacin

KOINONIA 27

Bernard Sesbo S. J.

JESUCRISTO, EL NICO MEDIADOREnsayo sobre la redencin y la salvacinTomo IPROBLEMTICA Y RELECTURA DOCTRINAL Hay un solo Dios, y tambin un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jess, hombre tambin, que se entreg a s mismo conx> rescate por todos. (1 77m 2, 5-6)

SECRETARIADO TRINITARIO F. Villalobos, 82 37007 SALAMANCA (Espaa)

Tradujo Alfonso Ortz Garca sobre el original francs Jsus-Christ, Media teur Puede imprimirse: Jos Luis Aurrecoechea, Censor 5 de mayo de 1990 Imprmase: Mauro, obispo de Salamanca 12 de junio de 1990

Wtque

NDICE

PRESENTACIN (J. Dor) INTRODUCCIN: EL SALVADOR Y LA SALVACINi. JESS, ES DECIR, YAHVHSALVA

15 1919

La identidad del SalvadorII. LA NECESIDAD DE LA SALVACIN

2021

La buena nueva de la salvacin, corazn del misterio cristiano... Tenemos necesidad de salvacin? Las dos imgenes bblicas de a salvacin La salvacin, liberacin La salvacin, plenitud de vidaIII. LA CRUZ GLORIOSA DEL SALVADOR

21 22 24 25 3135

Ser salvado por alguien El misterio de la cruz: escndalo y locura La cruz del resucitado La marcha que proponemos

35 36 38 38

Descle, Pars 1988 Secretariado Trinitario F. Villalobos, 82 Telf. (923) 23 56 02 37007 SALAMANCA (Espaa)

PREVIERA PARTE: PROBLEMTICACAPTULO I: EL MALESTAR CONTEMPORNEOI. ALGUNOS TESTIGOS DE ESTE MALESTAR

4142

ISBN: 8 4 - 8 5 3 7 6 - 8 5 - 4 Depsito Legal: S. 614-1990

Hans Kngylas

interpretaciones

de la muerte de Jess

42 43 45 46 49 5152

La crtica psicoanaltica Una interpretacin Natham Lcitesyel Impresin y encuademacin: Grficas Cervantes, S. A. Ronda Sancti -Spritus, 9 y 11 37001 Salamanca

de Jacques Pohicr

La ilusin de la redencin cristiana: Oeorges More! no-sacricial del cristianismo: Rene Girard asesinato de Jess

La salvacin por revelacin de Frangois VaroneII. LOS GRANDES TEMAS DE LA CONTESTACIN

Por qu pasa por la muerte la salvacin cristiana?

53

8

ndice

ndice

y

Lo odioso de una justicia compensatoria y vengador Ei rechazo de la pretensin cristiana a la universalidad El malestar ante la idea de sustitucin Do Jess un sentido a su muerte?

54 54 55 56

El admirable intercambio II. LA MEDIACIN DE CRISTO EN LA TRADICIN TEOLGICA Mediacin de Cristo y recapitulacin en Ireneo La experiencia dla mediacin de Cristo: Agustn Del Cristo mediador al Cristo sacramento

103 104 104 106 jos no 111 113 115 120

CAPTULO 2: LA SITUACIN DOCTRINAL DE LA SOTERIOLOGIA 59 I. UN TESTIMONIO BBLICO MULTIFORME II. UN TESTIMONIO DOGMTICO REDUCIDO III. UNA DOMINANTE INVERTIDA DEL MOVIMIENTO DESCENDENTE AL MOVIMIENTO ASCENDENTE IV. LOS MECANISMOS DE LA DESCONVERSIN DEL VOCA BULARIO Dos esquemas no convertidos: la compensacin y la pena vindicativa El mecanismo de un corto-circuito El olvido de los tres participantes El desconocimiento de la metfora y de la metonimia V. UN FLORILEGIO SOMBRO Los reformadores del siglo XVI: venganza divina y compensacin Los catlicos en el siglo XVI: venganza divina y compensacin Siglo XVII: la dramatizacin del castigo divino Siglo XIX una enseanza corriente . Siglo XX bajo el signo de la velocidad adquirida VI. UNA REACCIN SALUDABLE 65 70 70 72 74 76 78 79 81 82 85 90 94 59

La unidad del mediador segn Cirilo de Alejandra Mediacin y soteriologa en la edad media La mediacin en la soteriologa moderna y contempornea

02 III. MEDIACIN, ALIANZAY COMUNIN INMEDIATA IV. UNA SOTERIOLOGA DE LA MEDIACIN

SEGUNDA PARTE: ESBOZO TEOLGICO DE UNA HISTORIA DOCTRINALCAPTULO 4: PRELUDIO: POR NOSOTROS, POR NUESTROS PECADOS, POR NUESTRA SALVACIN Por nosotros Por nuestros pecados Por nuestra salvacin

127 128 131 132

PRIMERA SECCIN: LA MEDIACIN DESCENDENTE 135CAPTULO V: CRISTO ILUMINADOR: LA SALVACIN POR REVELACIN 137 I. EL TESTIMONIO DE LA ESCRITURA Jess, maestro de verdad y revelador del Padre Mirarn al que traspasaron Epifana y teofania 137 138 139 140 141 142 143

CAPTULO 3: CRISTO MEDIADOR, REFERENCIA PRIMERA DE LA SOTERIOLOGA 99 I. JESS MEDIADOR SEGN EL NUEVO TESTAMENTO El nico mediador entre Dios y los hombres El mediador de una alianza nueva y el sumo sacerdote 100 100 101

La luzylas tinieblas La salvacin como conocimiento II. EL TESTIMONIO DE LA TRADICIN

10

ndice

ndice

1 1

En los padres apostlicos En los padres apologetas del siglo II En heneo de Lin En los padres alejandrinosIII. REVELACIN Y SALVACIN HOY

143 146 147 149151

heneo y el evangelio dla libertad Agustn: cuando la gracia libera al libre albedro Constantinopolitano III: la salvacin realizada por la libertad humanizada de Cristo Salvacin y liberacin del hombre en la sociedad III. ACTUALIDAD DE LA SALVACIN COMO LIBERACIN Cristo libera y cura nuestra libertad La solidaridad de las libertades Teologa y teologas de la liberacin CAPTULO 8: CRISTO DIVINIZADOR I. EL TESTIMONIO DE LA ESCRITURA Adopcin filial y don del Espritu El nuevo nacimiento del bautismo La vida nueva, participacin en la vida trinitariaII. E L TESTIMONIO DE LA TRADICIN

193 198 201 202 205 206 208 209 215 216 216 217 219219

El hombre y el conocimiento La revelacin como salvacin CAPTULO 6: CRISTO VENCEDOR: LA REDENCIN I. EL TESTIMONIO DE LA ESCRITURA La vida de Jess: un combate misterioso El pueblo que Dios se ha adquirido La redencin: liberacin y rescate De qu fue liberado el hombre? El precio y el rescate: cmo no llevar demasiado lejos a metforaII. E L TESTIMONIO DE LA TRADICIN

152 154 157 158 158 159 160 162 163166

El testigo privilegiado: heneo y la justicia hecha al hombre Se pag el rescate al demonio? El espritu de la liturgia Evolucin ulterior de la categora de redencinIII. RECUPERACIN CONTEMPORNEA DE LA REDENCIN

166 170 176 180182

La vocacin del hombre creado a imagen y semejanza de Dios Los grandes argumentos sotcriolgicos Presentacin Presentacin Presentacin Encarnacin sistemtica: el punto de partida, la regla de fe sinttica: doble solidaridad y mediacin sinttica: Espritu del Padre y del Hijo y/o misterio pascual occidental de la gracia

220 223 225 228 229 230 235 237 237 239 240 243 245 245 246

Una reevaluacin doctrinal Ser y no-ser del demonio Una teologa de la cruz y de la resurreccin El trabajo dla redencin en la historia CAPITULO 7: CRISTO LIBERADOR I. EL TESTIMONIO DE LA ESCRITURA ., Jess liberador La nueva alianza dla libertadII. E L TESTIMONIO DE LA TRADICIN

182 183 184 187 189 190 190 191193

La problemtica

III. HOY: DIVINIZACIN Y AUTOCOMUNICACIN DE DIOS Debates contemporneos en torno a la divinizacin La dialctica del deseo de Dios El nuevo vocabulario de la divinizacin CAPTULO 9: CRISTO, JUSTICIA DE DIOS I. EL TESTIMONIO DE LA ESCRITURA La justicia de Dios segn la Biblia Cuando Jess cumpli toda justicia

12

ndice

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13

El evangelio de Pablo Todos justificados por gracia II. EL TESTIMONIO DE LA TRADICIN La experiencia de Agustn Pelagioyla ilusin dla libertad Agustn y la soberana de la gracia El sola gratia y el sola fde de Lutero La sesin ff del concilio de Trento sobre la justificacin (1547) Las discusiones de los tiempos modernos sobre la gracia III. JUSTICIA Y JUSTIFICACIN EN LA TEOLOGA CONTEMPORNEA El problema ecumnico de la justificacin por la fe La cuestin de la justicia en la historia Justificacin por la fe y teologa de la liberacin

247 248 251 251 252 253 257 . 259 267

El sacrificio de Cristo en santo Toms de Aquino La doctrina sacrificial del concilio de Trento Amplificacin y desvio sacrificiales en los tiempos modernos IV. UN BALANCE: SACRIFICIO E IMAGEN DE DIOS De la ambivalencia a la conversin Sacrificio de Cristo y sacrificio cristiano El peso de las palabras

300 302 307 310 310 312 312

CAPTULO 11: LA EXPIACIN DOLOROSA Y LA PROPICIACIN 268 268 271 272 I. .LA EXPIACIN EN LA CONCIENCIA CONTEMPORNEA II. EL TESTIMONIO DE LA ESCRITURA El Antiguo Testamento: expiacin, intercesin y perdn La clera de Yahvh El Siervo doliente de Yahvh El Nuevo Testamento: Cristo, nuestra expiacin 2 Corintios 5, 21 y Calatas 3, 13 III. EL TESTIMONIO DE LA TRADICIN La expiacin de Cristo en los padres de la Iglesia Expiacin y reparacin de amor

315 315 317 317 320 321 326 331 333 333 339

SEGUNDA SECCIN: LA MEDIACIN ASCENDENTECAPTULO 10: EL SACRIFICIO DE CRISTO I. DEL SENTIDO COMN COTIDIANO A LA HISTORIA DE LAS RELIGIONES La leccin del sentido comn La enseanza de la historia de as religiones II. EL TESTIMONIO DE LA ESCRITURA El sacrificio del cordero pascual El ritual de os sacrificios y su significacin La crtica del sacrificio en los profetas Jess y el sacrificio El lenguaje sacrificial de Pablo El testimonio de la carta a los Hebreos III. EL TESTIMONIO DE LA TRADICIN Los padres de la Iglesia de los cuatro primeros siglos Agustn: una teologa del sacrificio Agustn: sacrificio de Cristo y sacrificio de la Iglesia 277 278 278 279 281 281 283 284 285 287 288

IV. UN BALANCE: EL SUFRIMIENTO Y LA EXPIACIN EN NUESTRO TIEMPO 341 La paradoja cristiana del sufrimiento 341 El sufrimiento de Dios, nico consuelo para el sufrimiento del hombre La expiacin: una necesidad del hombre 347 349

CAPTULO 12: LA SATISFACCIN 291 291 294 297 I. EL TESTIMONIO DE LA TRADICIN La entrada de la sasfaccin en la teologa San Anselmo: el horizonte del Cur Deus homo?

351 351 351 353

14

ndice San Anselmo: la argumentacin de base Justicia para san Anselmo Las ambigedades de una conversin en proceso El lugar de la satisfaccin en la soteriologa de santo Toms El concilio de Trento: de la justificacin a la satisfaccin II. UN DISCERNIMIENTO NECESARIO Yves de Montcheuil: una revalorizacin de a satisfaccin La reparacin, verdad de la satisfaccin 356 361 366 371 376 378 378 380

PRESENTACIN

CAPITULO 13: DE LA SUSTITUCIN A LA SOLIDARIDAD I. LA SUSTITUCIN Un elemento de verdad en la sustitucin Del siglo XVI al siglo XX en torno ala sustitucin penal Del siglo XlXal siglo XX la satisfaccin vicaria II. LA REPRESENTACIN Y LA SOLIDARIDAD La experiencia de la solidaridad Solidaridad y salvacin La solidaridad en la Escritura Solidaridad y universalidad de a salvacin La salvacin de todos por uno solo Universalidad de Jess y misterio de la Iglesia

383 384 385 386 391 393 393 394 395 398 400 403

SNTESIS: LA RECONCILIACINCAPTULO 14: LA RECONCILIACIN Y EL PERDN I. EL TESTIMONIO DE LA ESCRITURA La reconciliacin realizada por la cruz El mensaje de a reconciliacin II. LA RECONCILIACIN, NUEVO NOMBRE DE LA SALVACIN La salvacin, misterio de reconciliacin El ministerio de la Iglesia, ministerio de la reconciliacin TRANSICIN 407 409 409 411 412 413 416 419

1. La presente obra es la segunda que ofrece el padre Bernard Sesbo S. J., profesor en el Centro Svres de Pars en la coleccin Jsus et Jsus-Christ. Con los dos tomos que piensa consagrar a la exposicin del misterio de la redencin, esta obra se sita en la misma perspectiva que la anterior, dedicada igualmente al misterio de la encarnacin. Si la redencin es la obra del Verbo encarnado, es lgico que en varios pasajes el presente estudio remita al anterior, del mismo modo que la obra precedente, dedicada a una encarnacin que es redentora por esencia, valga la expresin, dejaba esperar y estaba pidiendo de suyo la continuacin que ahora se nos brinda. 2. Por tratar de la salvacin, estas pginas se refieren a un dato de la fe cristiana que presenta las dos caractersticas paradjicas siguientes: primero, la de estar en el corazn de la revelacin, a pesar de que nunca ha sido objeto de ninguna definicin magisterial expresa; segundo, la de superar totalmente la inteligencia humana, a pesar de haber dado origen a una gran diversidad de expresiones conceptuales que ninguna otra verdad dogmtica ha conocido en grado tan alto. Esta situacin est ya por s misma pidiendo una explicacin. Pero la necesidad de sta es mayor an si se observa que, a lo largo de los siglos y hasta la poca contempornea, se ha derivado de aqu toda una proliferacin de secuelas y deformaciones, acompaada de sus respectivas crticas y contestaciones... El autor, como se ver, es un excelente conocedor de la materia. Antes de proponer en una IH Parte (que formar el segundo tomo) su propia sntesis soteriolgica sobre bases neotestamentarias seguras, dedica una / Partea la definicin de una problemtica general. Para ello se remonta del malestar contemporneo a la referencia primera de toda soteriologa cristiana: la mediacin de Cristo o, mejor dicho, el Cristo mediador. De este modo delimita el terreno en el que se desplegar la investigacin a la que consagra lo esencial de este

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PRESENTACIN

PRESENTACIN

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primer tomo; se ser el terreno de toda la historia cristiana a travs de veinte siglos, que recorrer precisamente en una // parte titulada Esbozo teolgico de una historia doctrinal. 3. Queda de este modo planteado el examen atento de cada una de las principales categoras a travs de las cuales el pensamiento cristiano ha intentado expresar el misterio de la redencin, siendo esta ltima designacin (especialmente privilegiada, como es evidente) slo una de las varias expresiones a las que ha recurrido la historia de la fe y de la teologa. Se han recogido nueve categoras, a las que se aadir otra ms, la dcima, que se presentar in fine como sinttica: la de la reconciliacin. El autor las va ordenando cinco de un lado, cuatro del otro segn dos movimientos que estructuran el conjunto de la exposicin as como atraviesan el conjunto del desarrollo doctrinal: un primer movimiento que podemos llamar descendente y otro que, por contraste, se presenta como ascendente. Se nos muestra que, segn estos dos movimientos claramente distinguibles, es siempre la misma realidad fundamental la que aparece: esa mediacin salvfica de Jesucristo de la que se dijo desde el principio y se ha subrayado aqu mismo que constituye la referencia primera de la soteriologa cristiana. En cada una de las etapas se lleva a cabo la investigacin de tal manera que cubra toda la duracin histrica durante la cual se utiliz la categora respectiva. Una simple ojeada sobre el ndice de materias bastar, sin embargo, para observar una diferencia sugestiva en la exposicin de las diversas categoras, segn la seccin en que se han situado. En efecto, en la primera seccin (mediacin descendente) se notar que la secuencia es siempre sta: Escritura, tradicin, poca contempornea. En la segunda, por el contrario (mediacin ascendente) se invierte este orden y se parte esta vez de la situacin contempornea para referirse luego al testimonio de la Escritura (si es que existe), interrogarse luego sobre la tradicin y llegar finalmente a una valoracin ms reflexiva. Este simple dato, inscrito en el plan mismo de los captulos, se ver que es muy rico en sugerencias y que est cargado de consecuencias. 4. Sin embargo, no puede decirse ni mucho menos que la obra se limite a una encuesta, por muy exhaustiva y preciosa en resultados que pueda ser. En realidad, en este caso el anlisis va acompaado del diagnstico. Sin perdernos en laberintos y sin ceder jams a esa polmica tan poco elegante y en el fondo estril de la que la historia nos ofrece tantos y tan disuasivos ejemplos, el autor consigue no solamente identificar las diversas corrientes y derivaciones, sino destacar a la vez sus causas y sus efectos. En este contexto aparecen con frecuencia en su pluma, como se observar, estos tres trminos: para-

sitismo, cortocircuito y des-conversin. Esto significa hasta qu punto el acto teolgico se realiza aqu como discernimiento y como juicio. Vale la pena subrayar este hecho en una poca en la que, sin duda como en las dems, pero tambin con mayor generalidad que en las restantes, se hace sentir entre los creyentes la necesidad de una luz que les permita no engaarse ni en su fidelidad ni en su apertura. 5. El que tiene los medios de realizar los discernimientos necesarios para dar un juicio fundado sobre el pasado y el presente, es capaz igualmente de presentar las contraposiciones que se esperan y de abrir o reabrir caminos para una mejor inteligencia de los mismos. As pues, dentro de la lgica de este primer tomo vendr a continuacin otro para el que sirve de transicin la conclusin de ste, que ofrecer a los lectores una proposicin soteriolgica original. En l volver el lector sobre la Escritura para releer en ella la proclamacin, que hoy sigue resonando, de Jesucristo Salvador del mundo y Redentor de los hombres: Mediator Dei et hominum. Joseph Dor 25 febrero 1988.

Introduccin El Salvador y la salvacin

I. JESS, ES DECIR, YAHVH SALVA

No hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos (Hech 4, 12). Este nombre es el de Jess, cuya etimologa significa Yahvh salva. Por tanto, de este nombre es del que ha de partir y a donde tiene que volver todo estudio de la salvacin. Nuestra salvacin es el mismo Jess. Lo mismo que en otra poca Orgenes no dudaba en afirmar que Jess es el evangelio1, que es el reino en persona2, tambin hoy Karl Rahner nos habla del suceso de la salvacin que es Jesucristo mismo3. Esta luz debe iluminar toda nuestra reflexin e impedirnos caer en la trampa de una racionalizacin demasiado fcil de la causa y de los efectos de la salvacin dentro de un sistema en el que la persona de Jess sera tan slo un elemento. Jess es la salvacin dice tambin Rahner, no slo la ensea y promete4. Es verdad que sigue siendo necesario, recurriendo a la Escritura y a la tradicin de la Iglesia, analizar las diversas metforas y categoras a travs de las cuales se expresa la realidad de la salvacin en la revelacin y f n la fe. Pero estas categoras, a pesar de su solidaridad y complemetariedad, siempre sern en s demasiado pobres en comparacin con la persona misma de Jess a partir de la cual toman sentido. Quizs haya sido un error sustantivizarlas, hablando de redencin, de justificacin, de divinizacin, de sacrificio, de expiacin y hasta de satisfaccin, con el riesgo de cosificarlas y de olvidar que no son ms que cali1. 2. 3. 4. ORGENES, Comm. in Joh. I, V, 28-29: S.C. 120, Cerf, Pars 1966, 75. ORGENES , n Malt. XIV, 7 (comentando Mt 18, 23): G.C.S. 40, 289. K. RAHNER, Curso fundamental sobre la fe, Barcelona 1979, 343. Ibld, 349.

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ficativos de la persona y de la accin de Jess. San Pablo era muy consciente de ello cuando no vacilaba en decir que Jess en persona se ha hecho para nosotros justicia, santificacin y redencin (1 Cor 1, 30). La identidad del Salvador En un libro precedente de esta misma coleccin, Jsus-Christ dans a tradition de l'Eglise, part de reflexiones anlogas al desarrollar la frmula Jess es el Cristo. Porque el trmino Cristo, es decir Mesas, expresa ante todo lo que Jess es y hace por nosotros. Pero luego indica tambin el para Dios de Jess y por tanto su identidad completa. De esta forma la perspectiva soteriolgica est en el punto de partida de toda reflexin cristolgica, como demuestra claramente el desarrollo del dogma a partir de la cuestin reformulada continuamente: Quin tiene que ser en definitiva Jess de Nazaret para que pueda salvarnos de verdad? Por tanto, se puede decir con E. Schillebeeckx que Dios salva a los hombres por Jesucristo es una afirmacin de primer grado en la fe cristiana, y que la expresin explcita de la identidad de Jess es una afirmacin de segundo grado5. Porque Jess no puede salvarnos si no es, en la unidad de una misma persona, el verdadero Dios y el verdadero hombre que ha confesado la tradicin cristiana de forma cada vez ms precisa y hasta especulativa. Asumiendo igualmente esta solidaridad original entre la soteriologa y la cristologa, Karl Rahner opina que la cristologa debe encontrar el punto de partida fundamental y decisivo... en un encuentro con el Jess histrico6 y que la relacin entre el creyente y Cristo es la que tenemos con el Salvador absoluto, dado que la salvacin que l nos trae es la comunicacin de Dios mismo a la humanidad7. As pues, la soteriologa y la cristologa son inseparables; si se tratan en dos obras diferentes cada una de estas polaridades no es ni mucho menos para introducir entre ellas una escisin que sera irremediablemente mortal. Tan slo las limitaciones del lenguaje discursivo del hombre legitiman este doble tratamiento, ya que no es posible decirlo todo a la vez. El primer libro intentaba desarrollar, a travs de la tradicin y del recurso a la Escritura, todo lo referente a la identidad de Jess, el mismo que nosotros, pero a la vez distinto de nosotros y el Otro en relacin con nosotros. Y lo haca presuponiendo siempre y expresando ya en parte la realidad de la salvacin. Este libro presenta la5. E. SCHILLEBEECKX , Jess. La historia de un viviente, Cristiandad, Madrid 1981, 511-514.6. K. RAHNEX, O. C.,215.

otra cara de una realidad nica. Analizar los diversos aspectos de la obra salvfica de Cristo por nosotros a partir del lenguaje elaborado en el Nuevo Testamento y desarrollado en la tradicin eclesial. Partir de la identidad humano-divina de Jess que lo constituye nico Mediador entre Dios y los hombres. Antes se iba de la salvacin a la identidad; ahora se ir de la identidad a la salvacin. Dos procedimientos solidarios y complementarios, que estn en una situacin de prioridad recproca el uno ante el otro. La problemtica y el modo de la exposicin sern simplemente distintos, por razones que se deben a la vez al contenido y a la historia de las doctrinas.

n. LA NECESIDAD DE LA SALVACIN

La buena nueva de la salvacin, corazn del misterio cristiano La identidad concreta entre la persona de Jess y la buena nueva de la salvacin del hombre nos revela algo que est en el corazn de la fe cristiana. Porque se impone un hecho bien slido en el nivel de la revelacin...: es la fe en la salvacin ofrecida por Yahvh o por Jesucristo... lo que explica la formacin de la unidad literaria que es la Escritura, as como la constitucin de loque se presenta como el pueblo de Dios. En la revelacin la redencin no presenta nicamente el papel de un tema (como la creacin...), sino que tiene una funcin estructural: la fe, la eficacia de los sacramentos, gravitan en torno a ella o son su expresin. Este factor de orden soteriolgico es el centro de irradiacin del mensaje bblico: Pablo anuncia a Jess crucificado y slo a l! Pero esto constituye el centro de la enseanza de a Iglesia, as como de su vida 8 . Karl Barth, entre otros muchos, hace el mismo diagnstico cuando habla de la doctrina de la reconciliacin: Se trata del centro de lo que constituye el objeto, el origen y el contenido de la predicacin y por tanto de la dogmtica... A partir de aqu, se debe y se puede ciertamente pensar en una periferia. Pero slo puede pensarse en ella a partir de aqu. Cualquier error y cualquier laguna en el conocimiento del centro mencionado falseara inmediatamente el conocimiento de todo lo dems9. Ms recientemente Walter Kasper realiza este mismo discernimiento: La unidad de creacin y redencin es 'el' principio hermenutico fundamental para la eigesis de la Escritura10.8. E. HAULOTTE, La rdempion (a roneo), Lyon-Fourvire 1967, 5. 9. K. BARTH, Dogmatique IV, I, 1, 57, Labor ct Fides, Geneve 1966, t. 17, 1. 10. W. KASPER, Jess, el Cristo,Sigeme, Salamanca 19793, 247.

7. bid, 233s.

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El anlisis de los mltiples testimonios escritursticos de la redencin y de la salvacin ilustrar abundantemente estos juicios. Contentmonos por ahora con una alusin elemental. En el Nuevo Testamento la experiencia de la salvacin est ligada inmediatamente a la confesin de Jess, como Cristo (Mesas), Seor e Hijo de Dios, y por tanto Salvador. Todo el acontecimiento de Jess tuvo lugar por nosotros, por muchos (Me 10, 45; 14, 24), en una expresin ms detallada por nuestros pecados (1 Cor 15, 3), y en un lenguaje ms personal por m (Gal 2, 20). El evangelio de Juan subraya el amor de Jess por los suyos hasta el extremo (Jn 13, 1), ya que nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos (Jn 15, 13). El amor que Jess tiene por nosotros es el gran motivo de su venida, el corazn de su misin. La exgesis reciente ha podido inventar el trmino de proexistencia" para expresar el ser mismo de Jess. El smbolo de NiceaConstantinopla seala tambin este eje central del misterio cristiano, cuando introduce la secuencia relativa a la encarnacin, la vida, la muerte y la resurreccin de Jess con la mencin por nosotros los hombres y por nuestra salvacin. Tenernos necesidad de salvacin? Pero ante la repeticin de estas afirmaciones tradicionales se plantea enseguida una cuestin: tenemos realmente necesidad de ser salvados? Porque la salvacin no es una buena nueva ms que para los que sienten una necesidad absoluta y urgente de ella. Los boat people que van errando en esas frgiles embarcaciones a merced de las tempestades y de los piratas no tienen necesidad de grandes discursos para comprender lo que puede ser su salvacin. Si el comandante de un barco capaz de subirlos a bordo, de alimentarles y de llevarlos a una tierra acogedora les grita: os voy a echar una mano, subid!, les lanza la buena nueva de una salvacin cuya evidencia no se discute. Cuando esos hombres y esas mujeres le manifiestan su gratitud, le dirn seguramente: Es usted nuestro salvador. Sin usted habramos muerto; le debemos la vida. Pero puede considerarse esta situacin extrema como el smbolo de la condicin humana? Hoy se dejan or muchas voces diciendo que el hombre no tiene por qu plantearse las cuestiones ltimas. El desarrollo de las sociedades de consumo le permite responder a sus necesidades esenciales y hasta conseguir una calidad de vida desconocida hasta ahora. El hombre de hoy ya no vive en la angustia de11. H. SCHURMANN, Cmo entendi y vivi Jess su muerte? Sigeme, Salamanca 1982, 129-163.

la salvacin. Esa misma palabra ha quedado devaluada a sus ojos. La satisfaccin de muchos de sus deseos parece cerrar para l los horizontes ltimos de su existencia ms all del disfrute inmediato del presente. Reflexin fcil y demasiado superficial, que deja de lado no slo los dramas y el sufrimiento de nuestro tiempo, sino incluso la sutil metamorfosis de la angustia inherente a la condicin humana. El monstruo de iniquidad del que hablaba Pascal sigue palpitando en nosotros y arroja sobre nuestras mayores satisfacciones la sombra de unas cuestiones sin respuesta fcil: para qu todo esto? qu sentido tiene esta existencia? en qu consiste tener xito? cmo conseguirlo? La cuestin de la salvacin nos resulta tan insoslayable como la cuestin de Dios. Las dos son estrechamente solidarias. Dira incluso que la primera es ms insoslayable que la segunda, ya que es ante todo una cuestin sobre nosotros mismos. La prueba de ello est en que los humanismos ateos intentan tambin responder a la cuestin de la salvacin del hombre. La historia de las religiones manifiesta claramente hasta qu punto le preocupa al hombre la bsqueda de la salvacin a travs de la particularidad de sus culturas y de las variaciones de su historia. En todas las grandes religiones, antiguas o presentes, tanto en las csmicas como en las que se apoyan en una palabra revelada, y hasta en las manifestaciones contemporneas del retorno de lo religioso, prescindiendo de la ambigedad de algunas de sus manifestaciones sectarias, leemos siempre la expresin diferenciada de una respuesta a la cuestin de la salvacin del hombre. Segn una forma de investigacin diferente, pero muchas veces correlativa, de la perspectiva religiosa, la historia de la filosofa da testimonio de esta misma precocupacin: decir el sentido del hombre en el universo, plantear el problema de lo absoluto, intentar que la vida humana se logre. Esta preocupacin se expresa incluso en la crtica ms aguda del riesgo de proyectar los deseos del hombre en una realidad ilusoria Hasta las filosofas de la rebelin intentan salvar la dignidad y el honor del hombre enfrentado con un destino absurdo12. Hoy asistimos igualmente a la reaparicin de la gnosis, bajo la forma de una bsquedi de la salvacin por la ciencia Casi no es necesario repetir cmo el molimiento marxista, en su doble dimensin filosfica y poltica, constituye la propuesta, por no decir la imposicin, de una forma de salvacin colectiva mediante la fuerza mesinica que reside en la clase obrera.Sabemos hasta qu punto el tema de la liberacin de las diversas formas de opresin poltica es una poderosa palanca en muchos pases para movilizar a los pueblos con vistas a una salvacin que adquiere a menudo , a ttulo simblico, un valor absoluto. De forma con12. Por ejenplo, ALBERT CAMUS en L'homme revolty Le mythe de Sisyphe.

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movedora el hombre de buena voluntad que era Raymond Aron terminaba as sus memorias poco antes de desaparecer: Recuerdo una expresin que empleaba a veces cuando tena veinte aos, en mis conversaciones con los camaradas y conmigo mismo: "conseguir una salvacin laica". Con o sin Dios, nadie sabe al final de su vida si se ha salvado o perdido... Recuerdo esta frmula sin temor y sin temblor13. Si la salvacin cristiana est bien especificada en cuanto a su naturaleza y su contenido, la cuestin y la necesidad de la salvacin constituyen un dato antropolgico fundamental. Quizs nuestro tiempo ha cambiado su lenguaje, pero la verdad es que no se ha escapado de su realidad. Las dos imgenes bblicas de la salvacin Las races antropolgicas de la cuestin de la salvacin pueden maravillosamente ilustrarse por medio de las dos situaciones humanas fundamentales que sirven de referencia a la elaboracin del concepto de salvacin: la de la enfermedad, que se opone al bien elemental de la salud, y la de la esclavitud, opuesta a la condicin de libertad. La enfermedad, signo precursor de la muerte, pone en juego nuestra misma existencia. Amenaza con arrebatarnos el bien por excelencia que es la vida. Es el signo de nuestro ser para la muerte, es decir, de una finitud al mismo tiempo irremediable e inaceptable, mientras que hace zozobrar nuestras relaciones con el mundo y con nosotros mismos en el sufrimiento fsico y moral. Al contrario, la salvacin es la salud (en algunas lenguas, y concretamente en el griego bblico, estos dos sentidos coinciden en la misma palabra), es la vida. Del que sale de una grave operacin se dir que se ha salvado y hasta que ha resucitado. El convaleciente llamar de buen grado a su mdico su salvador. Tambin es ste el lenguaje de la Biblia: los salmos estn Henos de gemidos pidiendo la ayuda de Dios para recobrar la salud (Sal 6; 30; 38; 41; 102). Por Otra parte la enfermedad se presenta como signo de pecado y en ella se acumulan todos los tipos de adversidad. Tambin en los evangelios vemos a Jess lleno de compasin por los enfermos: cuando los cura, los salva, ya que el mismo trmino designa la vuelta a la salud fsica y la salvacin total de la persona ante los ojos de Dios, en particular la liberacin del pecado (Mt 9,22; Me 3,4; 5,23.24.28; 6,56; etc...)H. La recuperacin de la salud se convierte en el smbolo eficaz de la salvacin y de la entrada en el reino.13. R. ARON, Mmoires, Julliard, Pars 1983, 751. 14. Para la insistencia en el sentido espiritual, cf. Mt 18, 11; Le 7, 50; el vnculo entre los dos sentidos se subraya en Sant 5,15-20.

La otra situacin fundamental de miseria humana es la esclavitud; si la anterior estaba inscrita ante todo en las relaciones del hombre con la naturaleza, la segunda surge ante todo de las relaciones del hombre con el hombre. Las costumbres militares de los antiguos queran que el vencedor se llevara a su patria como prisioneros a los soldados vencidos, deportando a veces poblaciones enteras para hacerlas esclavos. Ese pueblo, desterrado de sus races, privado de su libertad, llevaba una existencia inferior, se vea de ordinario sometido al trabajo forzado, y soaba con su liberacin. Desgraciadamente, nuestra poca ha conocido y conoce todava situaciones de este tipo: deportacin de poblaciones, campos de concentracin, gulags, el trabajo que pretende hacer libres a los hombres15, secuestros, rehenes, situaciones de opresin econmica y poltica. Esta situacin fue en la que cay tambin el pueblo de Israel, desde el momento en que desapareci el faran que haba conocido Jos (Ex 1,8). Por eso la liberacin poltica de la esclavitud egipcia se vivi como el smbolo de una liberacin de todo mal y del acceso a la tierra prometida, es decir, de una vida feliz y tan larga como fuera posible. El paso del mar Rojo (la pascua) y la entrada en la tierra de Canan constituan para Israel el acontecimiento fundador de su historia, por el que haba conocido la experiencia del compromiso liberador de su Dios a su lado para salvarlo de la servidumbre. Las teologas de la liberacin han vuelto a encontrar n nuestros das el valor tan denso de este simbolismo. Estas dos situaciones de desgracia, la enfermedad y la muerte por un lado, la violencia que somete al hombre a su semejante por otro, se han cernido siempre sobre la humanidad de forma radical; pertenecen a la condicin humana. No conocen de este mundo ms que salvaciones provisionales. A travs de las vicisitudes de su existencia, por consiguiente, cada uno de los seres humanos se ve enfrentado con la cuestin de una salvation absoluta y definitiva, es decir, de una vida plenamente libre y definitivamente resucitada. La salvacin, liberacin Estas dos referencias bblicas nos permiten profundizar en la nocin de la salvacin segn sus dos connotaciones esenciales: primero una connotacin negativa, la de una situacin desgraciada de la que nos libra la salvacin; y luego una connotacin positiva, la concesin de un bien decisivo16.15. Es coincido el lema siniestro que acoga a los deportados en la entrada de los campos nazis: Arbeit macht fre. 16. Cf. Enyclopedia Umversalis, art. Salut,en donde se subrayan los dos sentidos d e las palabras emanas Erlsung y Heil,t. 14, 643.

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El interlocutor de una teologa actual es el hombre doliente, que tiene experiencia concreta de la situacin de infelicidad y es consciente de la impotencia y de la finitud de su condicin humana. Este sufrimiento puede revestir mltiples figuras: la figura de la explotacin y la opresin de la culpa, de la enfermedad, de la angustia, de la persecucin, del destierro y de la muerte en sus diversas formas. Estas experiencias del sufrimiento no son fenmenos marginales y residuales de la existencia, como el lado sombro del ser humano; se trata de la condicin humana como tal'7. Estas reflexiones de Walter Kasper expresan atinadamente la intensidad con que nuestro mundo cultural de estos finales del siglo XX experimenta el problema del sufrimiento y del mal en general, aun cuando el hombre se haya tenido que enfrentar desde siempre con l. Las atrocidades de nuestro siglo, perpetradas ayer y hoy en casi todos los continentes contra poblaciones enteras, vuelven a caer como una lluvia acida que viene a gangrenar la conciencia de cada individuo y ahondar su angustia; se trata del tema de vivir y pensar despus de Auschwitz. En este problema del sufrimiento y del mal resulta difcil establecer una distincin inicial entre lo que parece imponerse a todos nosotros como un destino o una fatalidad, o al menos como una condicin natural, y lo que es consecuencia de las decisiones libres del hombre y compromete por tanto su responsabilidad. Esta frontera tan difcil de trazar pertenece al misterio opaco del mal que se escapa de toda racionalidad. La actitud religiosa tradicional situaba el centro de gravedad del mal en el terreno de la libertad humana; los tiempos modernos insisten ms en la objetividad de nuestra finitud y de nuestra contingencia, cuando no sientan al mismo Dios en el banquillo. Es cierto que la cuestin de Dios y la cuestin del sufrimiento aparecen correlacionadas18 y que el problema de la justificacin del pecador se ha convertido a menudo en los tiempos modernos en el problema de la justificacin de Dios. Sin entrar aqu en todo el anlisis que merecera este tema, me gustara simplemente describir brevemente a continuacin la serie de divisiones que afectan al hombre, en virtud a la vez de su finitud y de su pecado, ponindolo en una situacin desgraciada respecto a las reconciliaciones correspondientes a las que aspira como a una liberacin. Est en primer lugar la divisin del hombre y de la naturaleza, un mal y un sufrimiento que se nos imponen como una evidencia. El hombre es un ser marcado para la muerte, absurda y escandalosa ante los ojos de su deseo de vivir plenamente y para siempre. La angustia de17. W. KASPER, El Dios de Jesucristo, Sigeme, Salamanca 1985, 189. 18. ltxd.,190.

esta muerte impregna toda su existencia. Est igualmente sometido a la enfermedad, anuncio de la muerte en el corazn mismo de la vida, como hemos visto. La medicina lucha cada vez mejor contra la enfermedad y la muerte, pero sus victorias ms espectaculares chocan con un lmite infranqueable; si cada vez gana ms batallas, acaba siempre perdiendo la guerra El trabajo del hombre, necesario para su supervivencia y para la trasformacin del mundo, es apasionante en muchos aspectos: creatividad, humanizacin del universo, realizacin del hombre a travs de su propia accin. Pero est tambin marcado por una valencia negativa: es duro, penoso, a veces alienante y peligroso; hace sufrir (no se llaman las salas de parto salas de trabajo?), en una palabra, es laborioso. Finalmente, pasamos hoy por la experiencia de la contradiccin: los esfuerzos ms legtimos del trabajo humano por transformar y hacerlo ms humano chocan con los lmites de la naturaleza y producen efectos negativos sobre nuestro mundo ambiental. Por otro lado, en su relacin global con la naturaleza el hombre experimenta siempre su fragilidad y su dependencia insuperable respecto a ciertas fuerzas naturales annimas; es peridicamente vctima de catstrofes geofsicas que se abaten ciegamente sobre l, prescindiendo de cul haya sido la parte que le toque a su responsabilidad (por ejemplo, cuando construye imprudentemente sobre terrenos expuestos a terremotos). Est adems la divisin de los hombres entre s, esto es, el mal y el sufrimiento que afectan a la esfera de la sociedad. Chocamos aqu con una implicacin entre lo sufrido y lo querido imposible de discernir. Aparece esta divisin en los tres terrenos-clave de la vida familiar, de la vida econmica y de la vida poltica. La familia es el lugar del ejercicio de la sexualidad, que engendra relaciones privilegiadas entre el hombre y la mujei, entre los padres y los hijos, entre los hermanos y hermanas. Puesto que la sexualidad humana se arraiga en la sexualidad animal, aunque distinguindose radicalmente de ella, supone a la vez una relacin del hombre con la naturaleza y una relacin inter-humana: el instituto de lareproduccinse convierte en deseo amoroso. Pues bien, este lugar por excelencia de la comunicacin y del amor es tambin un lugar de divisin, de antagonismo, de muros infranqueables y de incapacidad para comunicar. Aparecen en l muchas ambivalencias, fracasos (el nmero de divorcios...) y hasta perversiones en las relaciones; la relacin no dominada con la naturaleza repercute en las relaciones interhumanas, surgiendo la dominacin, la violencia, la posesin egosta. Muchas veces las personas son tratadas all como objetos (prostitucin). Puede decirse que el fracaso de la familia y el fracaso de la relacin hombremujer son de los problemas ms graves de nuestra sociedad.

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Resulta banal recordar el maleficio que se cierne sobre las estructuras econmicas y sociales, tanto bajo el nombre de capitalismo como de socialismo. El socialismo con rostro humano sigue siendo un sueo todava. Es el maleficio de la explotacin del hombre por el hombre, en el plano individual y colectivo, nacional e internacional; el maleficio de las estructuras de injusticia que afectan a las relaciones econmicas, por el hecho de estar gobernadas por el egosmo humano, fuente secreta de violencia. A los maleficios de siempre, a los que acompaaron el desarrollo industrial del siglo XIX, vemos aadirse ahora los que corresponden a la era de la sociedad post-industrial. El crecimiento rpido de los medios tcnicos de produccin es cada vez ms difcil de poner al servicio del bien comn y engendra una nueva forma de paro. La complejidad infinita de las relaciones econmicas mundiales las hace indominables, hasta el punto de que se escapan de toda racionalidad. El mismo progreso tcnico, a pesar de sus admirables xitos, exaspera la divisin norte-sur que atraviesa al mundo: algunos pases cada vez ms ricos se enfrentan con otros que estn sumidos en una pobreza inhumana. Pablo VI denunci ya este desequilibrio creciente 19 , ya que la cuestin social se h a convertido en una cuestin mundial. Asi, en la misma medida en que el hombre escapa de su alienacin frente a la naturaleza, vuelve a caer bajo la alienacin de lo que parece ser una fatalidad nueva, resultado de las decisiones de su libertad. Por otra parte, el modelo de una economa desarrollada y de una sociedad de consumo engendra eso que Paul Ricoeur llamaba en lenguaje teolgico la codicia, esto es la cautividad del deseo y la bulimia del consumidor 20 . La bsqueda de un cada vez ms en el orden del tener, del disfrutar y del poder, que ha adquirido un valor de modelo de civilizacin, es de hecho la bsqueda de un infinito malo que pervierte los valores humanos ms elevados y hace al hombre finalmente desgraciado. En la esfera de la vida poltica, la historia de los hombres atestigua sin duda algunos xitos debidos a un consenso social equilibrado y feliz. Pero fueron momentos de un equilibrio frgil y precario. Los pueblos felices carecen de historia, se dice, pero la historia de los hombres es de ordinario la de sus relaciones de violencia: dominacin y esclavitud, guerras cada vez ms mortferas, racismo, colonialismo, genocidios, torturas, campos de concentracin... El poder poltico es una necesidad para la regulacin de la vida en sociedad. Pero parece como si estuviera ligado un maleficio al ejercicio de todo poder que tiende a franquear sus propios lmites. Este maleficio de la voluntad de poder va19. En su encclica Populorum Progressiode 1967. 20. P. RICOEUR , Previsin conomique et choix thique: Esprit 346 (1966) 186-187.

creciendo en la misma medida que crecen los medios tcnicos. El hombre de hoy n o es peor que el de la sociedad tradicional; lo que pasa es que dispone de ms medios. El siglo XX ha tenido que pasar por la triste experiencia de la trgica eficacia que han dado a los regmenes totalitarios los medios de la racionalidad tcnica para la realizacin de la condicin inhumana 21 . Finalmente, todos los hombres se descubren divididos contra s mismos; en el corazn mismo de nuestra conciencia, en esa instancia secreta de nuestra libertad, pasamos por la experiencia de una contradiccin que se nos impone como una ley irremediable de nuestro obrar, pero de la que somos libremente cmplices. Nos parecemos a aquel hombre bajo la ley que describa Pablo: Realmente, mi proceder no lo comprendo; pues no hago lo que quiero, sino que hago lo que aborrezco... Querer el bien lo tengo a mi alcance, pero no el realizarlo, puesto que no hago el bien que quiero, sino que obro el mal que no quiero (Rom 7, 15.18-19). Esta alienacin secreta de nuestra libertad nos hace realizar la experiencia de lo que Solzhenitsin describe como malicia de una forma tanto ms conmovedora cuanto ms ingenua. Su hroe del Pabelln de los cancerosos, Kostoglotov, que acaba de salir del hospital, visita el parque zoolgico de la ciudad cercana. Descubre entonces la jaula vaca de un mono, en la que se lea este aviso, escrito a vuela pluma: "El mono que aqu viva se ha quedado ciego por culpa de la crueldad insensata de un visitante. Un malvado ha arrojado tabaco a los ojos del macaco rhsus..." Aquello le impresion! Hasta entonces, Oleg haba estado paseando con la sonrisa complaciente del que ha visto ya muchas cosas; pero entonces le entraron ganas de ponerse a gritar, a chillar, a alborotar todo el parque, como si hubieran tirado tabaco a sus propios ojos. Porqu...? Simplemente porque s...? Sin razn alguna? Ms que todo lo dems, era aquella simplicidad infantil de la redaccin del Ierren) lo que le oprima el corazn. De aquel desconocido que se haba marchado impunemente no se deca que era anti-humano, no se deca q u e era un agente del imperialismo americano. Se deca que era un mal/ado. Y esto era lo escandaloso! Por qu decir que era simplemente un malvado?22. S, per qu el hombre es malvado? Se trata de un hecho contra el que aparentemente no podemos hacer nada y que sin embargo nos compromete. Porque no basta con decir el mundo es malo o los otros s o n malos. Si quiero ser honesto conmigo mismo, he de reco21. Expusin de J. SoiiMET, L'honneur de la libert, Centurin, Pars 1987, 153. 22. A. SJLZHENITSIN, le pallon des cancreux, Julliard, Pars 1968, 666-667.

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nocer mi propia connivencia con la maldad ambiental: yo soy malo Realizo en m mismo secretamente lo que denuncio violentamente en los dems; ya lo indic certeramente san Agustn que, ya desde nio, le gustaba trampear en este juego: Qu cosa haba que yo quisiera menos sufrir y que yo reprendiere ms atrozmente en otros, si lo descubra, que aquello mismo que yo les haca a los dems? 23 . Yo soy malo y voluntariamente malo. Aquel nio, vestido antes con el traje de la inocencia, est tambin marcado por la violencia de conflictos afectivos, por la envidia (tan bien descrita por Agustn) 24 , por el egosmo. Hay un no s qu de perversidad en los nios. Y si observo mi pasado, me doy cuenta de que nac a m mismo en la connivencia con el mal, lo mismo que nac en la solidaridad del lenguaje recibido. No soy capaz de indicar el momento alfa de mi entrada en el circuito del mal. Como cualquier otro, ese mal es fuente de sufrimiento, pero este sufrimiento me llega a lo ms hondo, porque se me presenta como una lepra de mi propia libertad. Pobre de m! dice tambin san Pablo Quin me librar de este cuerpo que me lleva a la muerte? (Rom 7, 24). Llamada angustiosa a la liberacin de una situacin intolerable... Finalmente, el hombre realiza la experiencia de una ltima divisin, que recapitula todas las dems: est separado de lo Absoluto. Utilizo aqu adrede una expresin indefinida que se sita ms ac del reconocimiento explcito de un Dios personal. Estamos invenciblemente impregnados del deseo de lo Absoluto, sea cual sea el nombre que le demos: lo Absoluto de la felicidad, lo Absoluto de la vida en su calidad y en su duracin, concebido especialmente a partir de la experiencia del amor. La mayor felicidad de un gran amor pretende ser total y eterna. Nuestra situacin no nos causara sufrimiento, si no tuviramos al menos la idea latente de una existencia deteriorada y de una existencia lograda y plena, si no buscramos al menos implcitamente la salvacin y redencin. Porque aspiramos como hombres a la salvacin, sufrimos en nuestra situacin de desgracia y slo por eso nos rebelamos contra ella. Si no hubiera una "nostalgia hacia lo totalmente otro" (M. Horkheimer), nos contentaramos con lo existente y no aspiraramos a lo que no es 25 . Pues bien, toda la historia tanto de los individuos como de las sociedades atestigua que el hombre no puede alcanzar lo Absoluto por sus propias fuerzas; peor an, que sus relaciones con lo Absoluto estn de alguna manera cortadas. En nuestro mundo cultural esta alienacin de la Absoluto desemboca en la23. SAN AGUSTN , Confesiones I, XIX, 30: en Otras II, BAC, Madrid 1946, 357. 24. lbid.1, VII, 11: o. c.,583. 25. W. KASPER, El Dios de Jesucristo, o. c , 190.

toma de conciencia del sin-sentido de la existencia humana, bien diagnosticado por P. Ricoeur: Comprender nuestro tiempo es poner juntos en relacin directa los dos fenmenos: el progreso de la racionalidad y lo que yo llamara de buena gana el retroceso del sentido... Estamos tocando aqu el carcter de insignificancia que afecta a un proyecto simplemente instrumental. Al entrar en el mundo de la planificacin y de la perspectiva desarrollamos una inteligencia de los medios, una inteligencia de la instrumentalidad all es verdaderamente donde hay progreso, pero al mismo tiempo asistimos a una especie de difuminacin o disolucin de los fines. La falta cada vez mayor de fines en una sociedad que aumenta sus medios es sin duda la fuente ms profunda de nuestro descontento. En el momento en que proliferan lo manejable y lo disponible, a medida que se satisfacen las necesidades elementales de comida, de vivienda, de ocio, entramos en el mundo del capricho, de la arbitrariedad, en eso que podramos llamar el mundo del gesto cualquiera. Descubrimos que lo que ms les falta a los hombres es la justicia ciertamente, el amor sin duda alguna, pero ms an la significacin. La insignificancia del trabajo, la insignificancia del ocio, la insignificancia de la sexualidad, sos son los problemas en los que acabamos desembocando26. Esta enumeracin, quizs un poco rida en sus deseos de ser sobria, de la larga serie de divisiones que caracterizan a nuestra condicin humana se resiste a pactar con cualquier tipo de pensamiento. Pero por poco que logremos evadirnos de nuestras distracciones cotidianas, sos son precisamente los problemas con que chocamos. De todas formas, afectan a nuestra manera de vivir, porque estn ligados a la cuestin de la felicidad. No nos olvidemos tampoco de la frase de Pascal: L a grandeza del hombre es grande porque se sabe miserable; un rbol n o se sabe miserable 27 . Una vez ms esta descripcin, simplemente feromenolgica del sufrimiento y del mal dibuja lo que es el hecho de nuestra finitud y de nuestra contingencia (en dogmtica cristiana: lo q u e est ligado a la creacin) y lo que corresponde a la libertad y al pecado del hombre (en lenguaje cristiano: el pecado). Esboza en profundidad la doble razn por las que tenemos una necesidad radical de liberacin, de reconciliacin, en una palabra, de salvacin. La salvacin plenitud de vida Para e l hombre que se est ahogando, la salvacin consiste en ser llevado a tierra, en calentarse, en volver a la vida; para el enfermo, es26. P. RICOEUR , art. cit, 188-189.

27. B. PASCU., Pensamientos n. 114, en Obras, Alfaguara, Madrid 1981, 380.

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la curacin; para el prisionero, es la libertad, la calidad de vida entre los suyos. Porque si la salvacin es por un lado liberacin (Erlosung) del sufrimiento y del mal, es tambin la concesin de un bien decisivo (Heit). Si se quiere caracterizar el contenido de la salvacin del hombre en general, nos encontramos siempre con el trmino de vida: ser salvado es vivir, vivir plenamente y vivir para siempre. Vivir plenamente es vivir en libertad y en el amor, es poder realizar los deseos ms profundos. En otras palabras, es encontrar la felicidad. Para todo ser humano la cuestin de la salvacin es sin duda la del xito definitivo de su vida. Esta cuestin pasa inevitablemente por el compromiso de su libertad: qu voy a hacer con mi vida, la nica realidad de que dispongo? Tengo la responsabilidad de hacer que tenga xito o que fracase. Como dice claramente K. Rahner, en tanto el hombre como sujeto libre est encomendado responsablemente a s mismo, en tanto l ha devenido para s mismo como objeto de su autntica y originaria accin una de la libertad, la cual afecta al todo de su existencia humana, puede hablarse ahora de que el hombre tiene una salvacin y de que la autntica pregunta personal de la existencia es en verdad una pregunta de salvacin24. Pero al mismo tiempo, como muestra abundantemente la reflexin anterior sobre la salvacin como liberacin, el hombre realiza la experiencia de su incapacidad para realizar su salvacin basado nicamente en su libertad. Inmerso en el misterio de un destino que le supera, enfrentado sin cesar con los fallos de su propia libertad, aguarda la buena nueva de una salvacin que le revele la vocacin que tiene ms all incluso de su conciencia inmediata, y le conceda poder responder libremente a la llamada que se le dirige. Este deseo de la salvacin como plenitud de vida concierne evidentemente a nuestra existencia presente. El anuncio de una salvacin que no fuera capaz de dar sentido, valor y felicidad a nuestra vida actual y traernos una primera reconciliacin con el mundo, con los dems, con nosotros mismos y con Dios, no sera ms que opio del pueblo. Pero nuestra vida de aK.,719d-720a: o. c.,321. Ibid.,720b: o. c.,323. ID., la 2 Cor (5, 21): PG 74, 945a.

crituras, que l pone de algn modo en forma lgica para salvar la verdad de la encarnacin y de la salvacin. Es demasiado abusivo incluirlo en la lista de defensores de la sustitucin penal. Los excesos de ciertas teologas de la expiacin en los tiempos modernos han quedado ya suficientemente subrayados en el sombro florilegio del comienzo de este libro, para que sea preciso volver a ellos. Expiacin y reparacin de amor La tradicin eclesial ha visto desarrollarse continuamente a travs de los siglos una vena espiritual muy distinta a partir de la idea de expiacin. El carcter propio de este movimiento espiritual es entregarse a la reparacin de amor (en latn redamatio). No se trata en primer lugar de la reparacin por los pecados cometidos personalmente, con que nos volveremos a encontrar a propsito de la satisfaccin; pero es verdad que este aspecto no est nunca ausente, ya que ninguna dinmica de reparacin por los dems puede hacer olvidar a nadie que tambin l es pecador. La motivacin primera de la reparacin es la ingratitud y el olvido de los hombres siempre pecadores ante el amor de Dios que lleg a entregar a su propio Hijo por nosotros en la muerte ignominiosa de la cruz44. La escena bblica que expresa mejor esta falta de respuesta de los hombres al amor de Cristo es la de la agona, cuando Jess reza solo a su Padre en medio de una angustia mortal, mientras duermen sus discpulos. En la Iglesia la expresin litrgica del reproche de Dios a los hombres pecadores se encuentra en los improperios antiqusismos del viernes santo45. Ya Agustn haba sentido la exigencia que impulsa a los cristianos a devolver amor por amor al que nos ha amado primero y hasta el fin46. La antigua vida monstica, vida penitencial por excelencia, estaba tambin impregnada de esta preocupacin por la redamatio: No debemos ocuparnos solamente de nosotros mismos dice por ejemplo Teodoro Studita, sino afligirnos y rezar por el mundo entero47. Pero fue la Edad Media la que desarroll por primera vez una mstica reparadora, dentro del marco de una devocin muy tierna a la humanidad de Jess. El alma amante cristiana se44. Cf. la informacin tan rica que da T. GLOTIN , en el art. Rcparation en Dlct. de Spirt.,t 13, Beauchesne, Pars 1987, 369-413; la utilizaremos aqu. 45. Cf. supra, 178. 46. Cf. AGUSTN , Comm. in I Joh. 7, 7; el trmino de redamatio se encuentra en las Confesiones IV, 8, 13 y 9, 14.47. Citadopor E. GLOTIN , o. c, col. 378.

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senta movida a asociarse a los sufrimientos de Jess (las imgenes de la flagelacin, de la coronacin de espinas y de Cristo en la cruz tenan una gran importancia) y de su madre (con la imagen de la Dolorosa). El amor al crucificado se traduca por una parte en la oracin y la adoracin y por otra en las penitencias y maceraciones. Los dominicos y los franciscanos predicaron sobre el Tengo sed de Jess en la cruz, en el sentido de un amor sediento de amor. Las llagas de san Francisco de Ass representan un don de la gracia que corresponde al deseo de ser conformado por amor a la pasin de Cristo. Algunos grandes msticos (Matilde de Magdeburgo y Gertrudis de Helfta en el siglo XIII) se vieron favorecidos entonces con visiones del Corazn de Jess. El tema de la reparacin se extendi ms a partir del siglo XVI, dentro del espritu de la Contrarreforma. Se uni al culto eucarstico que propone, para reparar ciertas negaciones, largas adoraciones reparadoras (por ejemplo, las Cuarenta horas, que quieren expiar y reparar los pecados cometidos durante el Carnaval). La contemplacin de los misterios de la pasin aliment esta actitud, particularmente en santa Teresa de Jess. En el siglo XVII se ve nacer la devocin al sagrado Corazn propiamente dicha, que resume toda la espiritualidad reparadora en el smbolo del Corazn amoroso y traspasado de Jess. San Juan Eudes represent en ella un papel importante; tom el relevo santa Margarita Mara de Alacoque, religiosa de la Visitacin de Paray-le-Monial, cuyo mensaje dio origen a la extensin litrgica del culto al Sagrado Corazn en la Iglesia. Este mensaje peda devolver amor por amor al Corazn de Jess, a fin de reparar la ingratitud de los hombres, en particular con la instauracin de la fiesta litrgica del Sagrado Corazn. Muchas de las escuelas de espiritualidad del siglo XVIII apelan a esta misma mstica. Los excesos de la Revolucin francesa y sus secuelas, los progresos del atesmo, la prdida de influencia de la Iglesia en la sociedad movieron en el siglo XIX a los cristianos a multiplicar las formas de piedad expiatoria y reparadora. La devocin al Sagrado Corazn se difundi ampliamente en la Iglesia universal. Pero adquiere en estos momentos un tinte dolorista y su pesimismo hostil ante la revolucin de la sociedad moderna le confiere una dimensin poltica que le costar trabajo superar. El siglo XIX vio igualmente la fundacin de numerosas congregaciones religiosas, contemplativas o activas, cuyo nombre hace referencia a la mstica de reparacin. Como se ve, esta espiritualidad es una especie de contrapeso a los excesos de la teologa que se dejaba seducir en la misma poca por los aspectos ms ambiguos de una expiacin desconvertida. No

predica ya el aplacamiento de la clera y de la justicia divina dispuesta a la venganza; pide ms bien consolar con una reparacin amorosa, orante y sufriente, el corazn del Hombre-Dios, herido por la ingratitud y el olvido de los hombres. El que ama de verdad desea estar cerca del que sufre y sufrir con l. Lo que no supieron hacer los discpulos en la hora de la agona, quiere hacerlo ahora el cristiano. K. Rahner llega incluso a decir: La reparacin, lo mismo que la caridad, puede ser considerada (en el mundo del pecado y de la cruz) como la "forma" de todas las virtudes 48 . Segn esta perspectiva, el amor reparador integra en s todos los actos de la vida cristiana. Estamos aqu en presencia de una expresin autnticamente cristiana y convertida de la expiacin, en donde el amor y la intercesin ocupan el primer lugar. Solamente cabe lamentar que a veces se hayan colado ciertas ambigedades doloristas en la prctica del sufrimiento voluntario y en la interpretacin de su sentido, y que el amaneramiento de su lenguaje y de sus imgenes hayan contribuido a su deterioro. Ms adelante veremos cmo la actitud dominante de la conciencia contempornea es bastante diferente: el hombre que hoy sufre tiene necesidad de aplacarse y de consolarse con la contemplacin del sufrimiento de Cristo.

IV. UN BALANCE: EL SUFRIMIENTO Y LA EXPIACIN EN NUESTRO TIEMPO

La paradoja cristiana del sufrimiento La expiacin, aun convertida en intercesin y en reparacin amorosa, nos enfrenta una vez ms con el carcter oneroso y doloroso de nuestra salvacin. Porque el sufrimiento de Cristo da sentido al sufrimiento cristiano y por tanto fundamenta toda una teologa y una espiritualidad. Un tema muy grave, sobre el que deberamos dar la palabra a los que tienen ms experiencia de ello; un tema insoslayable, dado el lugar que ocupa en la vida de todos; un tema especialmente delicado, ya que se choca en l con la ambivalencia del sufrimiento. En efecto, hay un doble peligro: o no ver en l ms que un mal definitivamente opaco, o bien sacralizarlo y caer a propsito del mismo

48. K. RAHNER, Quelques thses pour une thologie de la devotion au SacrCoeur, en J. STIERLI, Le Coevi du Sauveur, Salvator , Mulhouse 1956, 180.

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en el corto-circuito tantas veces sealado en esta obra. El sufrimiento tiene dos caras; el pasar de la una a la otra pide una conversin. La actitud cristiana frente a l es paradjica: no lo niega en plan de superioridad como el estoicismo pagano, ni se resigna ante l, ni mucho menos lo desea por una especie de masoquismo morboso; sino que lo acoge en lo que tiene de irremediable, aunque combatindolo, e intenta darle un sentido positivo a la luz de la cruz de Cristo. Lo ataca con la fuerza del amor y lo convierte en combustible de la caridad , para darle as un valor salvfico49. Intentemos mantener juntos estos diferentes puntos de vista. 1. El sufrimiento es un mal. Este primer dato no debe olvidarse jams. El sufrimiento en cuanto sufrimiento es y sigue siendo un mal; en s mismo no tiene ningn valor positivo. Es un escndalo, capaz de provocar la rebelda; todo esfuerzo por querer explicarlo no conseguir jams acabar con los innumerables sufrimientos de los por qu. El hombre se ve enfrentado con los innumerables sufrimientos que le vienen de su relacin con la naturaleza: el sufrimiento fsico y moral, las pruebas y desdichas, la angustia de la muerte, una de las fuerzas ms poderosas de sufrimiento en el hombre>>, dice Max Scheler50; el sufrimiento que viene de los hombres, de uno mismo o de los dems, las depresiones, las violencias sufridas, las guerras, las persecuciones, las torturas, los campos de concentracin o de exterminio... Por qu es preciso que la civilizacin cree cada vez ms sufrimientos y penas cada vez ms profundas, a pesar de que nunca disminuye su lucha cada vez ms extensa y cada vez ms victoriosa contra las causas del sufrimiento?31. Y por qu tambin esa suma incomprensible de sufrimientos en los que no tiene parte alguna la responsabilidad humana? Por qu afecta ciegamente el sufrimiento a inocentes y culpables? Era la antigua pregunta de Job, que rechazaba las explicaciones demasiado fciles del sufrimiento como castigo de los pecados personales. Algunos se empearan en no ver en el sufrimiento ms que la otra cara de un mundo en crecimiento o el rostro inevitablemente sombro de nuestra finitud. Pero qu idea de Dios encierra esta perspectiva y por qu ese vnculo indestructible entre la desgracia y la felicidad, entre el sufrimiento y el amor? Parece ser que es imposible escaparse de la afirmacin bblica, segn la cual, por la in-

tervencin pecadora de la libertad original del hombre, por muy irrepresentable que sea, hay algo que se ha roto entre l y la naturaleza, es decir, que nuestra relacin con el mundo no es ya la que Dios haba puesto en el origen dentro del orden de una creacin en la que todo era bueno. Pero una respuesta semejante, aparte de parecer muy misteriosa, sera desesperante si no fuera la otra cara de un anuncio de salvacin. Sea de ello lo que fuere, la cuestin vuelve a plantearse: por qu permite Dios ese peso inconmensurable de sufrimientos que pesa sobre la humanidad? Ante semejante situacin siempre se busca a un culpable: la tradicin intentaba sobre todo salvar la inocencia de Dios; la actitud contempornea tiende a disculpar al hombre52. Antes de ser misterio, el sufrimiento es un escndalo opaco. Es preciso mantener este primer momento, antes de apelar a la luz de la salvacin. Si esto es as, el sufrimiento tiene que ser combatido con todos los medios al alcance del hombre. Esta es la enseanza ms comn del evangelio con su regla de oro: el mandamiento del amor al prjimo, la parbola del buen samaritano (Le 10, 29-37), la escena del juicio (Mt 25,31-46) que exalta la solicitud ante todo sufrimiento, fsico o moral, de los ms pequeos. Esta es la actitud de Jess, cuando curaba a los enfermos y devolva a sus padres a sus hijos muertos. En este mismo espritu, la Iglesia ha luchado siempre contra el sufrimiento de los enfermos. Hoy aprueba el progreso de la medicina que puede subrayar tanto los sufrimientos ligados al nacimiento como los de la muerte53. Lo mismo ocurre con los sufrimientos ligados a una penuria extrema, con el subdesarrollo cultural, con las injusticias y la violencia. Y no solamente el sufrimiento es un mal, sino que puede tener tambin efectos perversos. Cuando se presenta a la experiencia de un ser humano, es esencialmente ambibalente. Nadie puede predecir que vaya a ser asumido por una libertad capaz de convertirlo. Corre ms52. As, las nueve tesis sobre el sufrimiento de F. VARONE, Ce Dieu cens aimer a soufrance, Cerf, Pars 1984, 212-224, se explican como una reaccin unilateral contra la tendencia dolorista, una relacin exagerada que se establece entre el sufrimiento y el pecado y las diversas sacralizaciones del sufrimiento. Pero ellas a su vez eliminan demasiado pronto el problema de la relacin del sufrimiento con el pecado y lo consideran simplemente como algo que forma parte del universo material en devenir que Dios quiso y quiere sin cesar (p. 214). Se puede sin embargo aceptar, como punto de partida, la primera parte de la tesis 9: El sufrimiento no es portador de valor en s..., por si solo, sino que es ms bien puramente humillante y degradante (p. 215).- J. POHIER Quandje dis Dieu, Scuil, Pars 1977, 183, reacciona vigorosamente contra la sacralizacin del sufrimiento y de la muerte en el cristianismo. 53. Cf. Po XII , Problemas religiosos y morales de la analgesia: Doc. Cath 1247 (1957) col. 325-340.

49. Cf. JUAN PABLO II. El sentido cristiano del sufrimiento humano: Ecclesia2162 (1984) 200-215.-ST BRETN , Vers une thologie de la Croix, Clamart 1979, 11-35. 50. M. SCHELER, Le sens de la soufrance, Aubier, Pars, s.d., 25. 51. Ibid, 27.

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bien el peligro de destilar un veneno morboso, de engendrar la rebelda y de deprimir la libertad. Por tanto, no puede considerarse a priori como un medio de humanizacin, ni mucho menos como un medio de salvacin o de progreso espiritual. Por consiguiente, no se puede provocarlo deliberadamente en los dems. Con un sentido lleno de humanidad, Po XII hablaba as del sufrimiento de los moribundos: El crecimiento del amor de Dios y del abandono a su voluntad no procede de los mismos sufrimientos que uno acepta, sino de la intencin voluntaria sostenida por la gracia; esta intencin, en muchos moribundos, puede afianzarse y hacerse ms viva si se atenan sus sufrimientos, ya que stos agravan el estado de debilidad y de agotamiento fsico, ponen trabas al impulso del alma y minan las fuerzas morales en vez de sostenerlas. Al contrario, la supresin del dolor procura un relajamiento orgnico y psquico, facilita la oracin y hace posible un don de s ms generoso54. Muy atinadamente tambin el cardenal de Lubac nos recuerda que cuando uno sufre de veras, siempre sufre mal55. 2. El sufrimiento es una pregunta planteada a nuestra libertad. Ante el sufrimiento nuestra libertad se ve obligada a tomar posiciones, y lo har para bien o para mal. A nosotros es a quienes corresponde en definitiva dar o no sentido al sufrimiento que se nos impone. Lo que acabamos de decir muestra que no hay en ello nada automtico. Por otra parte, son innumerables las maneras de sufrir, que forman parte integrante del mismo sufrimiento: Podemos "abandonarnos" a un sufrimiento o resistirle; podemos "soportarlo", "tolerarlo", o simplemente sufrirlo; podemos incluso gozarnos en l, en la algofilia. Estos trminos significan que se trata siempre de unos modos cambiantes del sentir o de un querer injertado en ese sentir56. Hay adems en nosotros toda una jerarqua de reacciones, desde la sensibilidad fsica elemental hasta la actitud humana y espiritual, con infinitos matices. Como deca juiciosamente M. Blondel, el sufrimiento no puede producir en nosotros efectos felices sin nuestro concurso activo: Es una prueba, ya que obliga a que se manifiesten las disposiciones secretas de la voluntad. Deteriora, agria, endurece a los que no ablanda ni mejora. Rompiendo el equilibrio de la vida indiferente, nos pone en la disyuntiva de tener que optar entre ese sentimiento personal que nos lleva a replegarnos en nosotros mismos ex-

cluyendo violentamente toda intrusin, y esa bondad que se abre a la tristeza fecunda y a los grmenes que aportan las grandes aguas de la prueba57. De nosotros depende cambiar en misterio el escndalo del sufrimiento, dndole un valor educativo y hasta salvfico58. Porque es verdad que el que ha sabido atravesar el sufrimiento no es ya el mismo. Pero quin dar a nuestra libertad la fuerza de esta conversin? 3. Por su pasin y su cruz Jess convirti el sufrimiento. En efecto, la cruz de Cristo es la nica respuesta definitiva al sufrimiento. La cruz no es un discurso ni una teora, ni mucho menos una justificacin o una apologa. Es un acontecimiento: el encuentro de Dios mismo, del Verbo hecho carne, con el sufrimiento. Es un acto de libertad divina que mantiene juntas las dos caras del sufrimiento, su horror y su belleza. Su horror, porque se trata del sufrimiento del justo y del inocente, el ms escandaloso de todos, del sufrimiento que brota del odio y de la violencia, que desfigura y humilla y que suscita la queja eterna de los hombres: por qu? por qu? Pero tambin su belleza, ya que la manera de sufrir de Jess es ya una trasfiguracin y una victoria. Jess ama sufriendo y sufre amando. Vive as el sufrimiento segn los dos movimientos de su mediacin. Su amor filial al Padre y fraternal a los hombres lo condujo a la knosis de la encarnacin y de la cruz, le hizo asumir libremente nuestra condicin doliente. Se empe en hacerse solidario de todo sufrimiento humano, inocente o consecuencia del pecado, y quiso compartir la experiencia de la desgracia y de la obscuridad, del sin-sentido y del escndalo del sufrimiento: Habiendo sido probado en sufrimiento, puede ayudar a los que se ven probados (Heb 2, 18). sta es su respuesta, en un acto de don de s mismo que es una palabra existencial. Del arco tendido entre el amor y la knosis surge la revelacin de su gloria, es decir, del orden de belleza que es propio de Dios. En Jess el sufrimiento ha pasado a ser una cuestin de Dios59. Si el amor condujo a Jess al corazn del sufrimiento humano, su manera de sufrir convirti a su vez el sufrimiento en amor y en alimento del amor. A travs del sufrimiento su amor llega hasta el fondo de s mismo. Pero no es su sufrimiento en cuanto tal el que nos salva: es el amor con que lo acept, vivi y super. El combate de57. M. BLONDEL, L'Acticm (1893), P.U.F., Pars 1950, 381. 58. Cf. JUAN PABLO II, o. c,n. 27: p. 212; el titulo latino de la carta apostlica es Salvifici dolcris. 59. Cf. la obra de H. Uis von Balthasar en donde este tema es particularmente denso; J. MOLIMANN, El Dios crucificado, Sigeme, Salamanca 1975; F. VARILLN. La souBrance de Dieu, Centurin, Pars 1975.

54. /WJ.,338. 55. H. DE LUBAC, Paradoxes suivi de Nouvcaux Paradoxes, Seuil, Pars 1959, 138.56. M. SCHELER, o. c.,3-4.

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Jess con la muerte es tambin un combate con el sufrimiento: Cristo fue educado por l, ya que, aun siendo Hijo, con lo que padeci experiment la obediencia (Heb 5, 8). Si lo tom sobre s, fue para suprimirlo y a travs de l pasar al mundo de la resurreccin. La alquimia misteriosa que trueca el mal en bien, tantas veces evocada a propsito de la pasin de Jess, vale tambin para el sufrimiento. El sufrimiento de Jess ni justifica ni sacraliza el sufrimiento, ni hace de l un bien; anula su perversidad para sacar de l un bien. En Jesucristo el sufrimiento no es ni deseo malsano ni proeza triunfante; es una acogida humilde y obediente, sin quejas ni recriminaciones; es oracin desde lo ms profundo del abandono; es perdn para los verdugos, intercesin y propiciacin. Por eso, despus de la cruz, el trmino mismo de sufrimiento ha cambiado de sentido en el lenguaje cristiano. Por una metonimia de la que hemos de tener conciencia, designa en adelante el amor que sufre, el amor manifestado por el Cristo doliente y el amor que quiere estar con el Cristo doliente. Ese es el pathos de la cruz inaugurado por Pablo, que deseaba comulgar en los sufrimientos de Cristo y hacerse semejante a l en la muerte (Flp 2, 10). Esta metonimia pertenece al mensaje cristiano y ha atravesado la tradicin. Los textos esplndidos a que ha dado lugar pueden resultar insostenibles, si se les lee en corto-circuito60. 4. El cristiano es invitado a sufrir con Cristo. Los evangelios ponen en labios de Jess una invitacin a seguirle hasta en el sufrimiento: Si alguno quiere venir en pos de m, niegese a s mismo, tome su cruz y sgame (Me 8, 34). Esta llamada no se dirige hacia el sufrimiento, sino hacia el seguimiento de Jess. Pero en este mundo nadie puede seguir de verdad a Jess sin participar de sus sufrimientos. Pablo, como acabamos de decir, hace del deseo de estar con Cristo el de participar en sus sufrimientos: Ahora me alegro por los padecimientos que sufro por vosotros, y completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia (Col 1, 24). En efecto, Pablo revive lo que vivi Cristo; el cumplimiento de su ministerio y la justicia de su existencia provocan la contradiccin y lo conducen, a travs de una vida de sufrimientos y de debilidades, a una muerte semejante a la de Cristo. La tradicin espiritual le har eco. San Ignacio propone, por ejemplo, a sus ejercitantes, seguir a Cristo en la pena para seguirle tambin en la gloria61.60. Cf.Y.DE MONTCHEUIL, Legons sur le Clirisl, Epi, Paris 1949, 135-147.61. IGNACIO DE LOYOLA, Ejercicios espirtvales, n. 95.

Max Scheler ha diagnosticado muy bien esta relacin del amor a Cristo con el sufrimiento: La exhortacin a sufrir en la comunidad de la cruz, con Cristo y en Cristo, procede de la exhortacin, ms central, a amar con Cristo y en Cristo. Por tanto no es en la comunidad de la cruz donde se arraiga la comunidad del amor, sino que es la comunidad del amor de donde surge la comunidad de la cruz62. Como es lgico, esta entrada en el amor de Cristo y la participacin amorosa en sus sufrimientos son dones de la gracia que nos permiten cambiar el sentido de todo lo que es obra de nuestra condicin humana. Sin embargo, hay algo que nos separa del sufrimiento de Cristo. l era inocente y nosotros somos pecadores. El sufrimiento le vena del pecado de los otros; a nosotros nos afecta tambin por causa de nuestro propio pecado. El sufrimiento no tema nada que purificar en l, pero en nosotros realiza la purificacin de nuestro amor63. La lucha contra el pecado pasa tambin por el sufrimiento. Es aqu donde ocupa un lugar la ascesis y ciertas mortificaciones y hasta maceraciones que nos atestigua la tradicin espiritual. El asceta mortifica sus miembros antao pecadores y procura mantener el equilibrio siempre amenazado de su ser total, para guardar la primaca de la libertad espiritual sobre los impulsos inferiores. Pero hay que repetir adems que el grado o la cantidad de sufrimientos o de privaciones no tiene importancia. Por eso en esta materia se impone la mayor discrecin. Los ascetas del pasado conocan la tentacin del orgullo espiritual, que afectaba a una penitencia vivida como un record deportivo; los ascetas de los tiempos modernos sufren ms bien la tentacin del masoquismo. Lo nico que cuenta en definitiva es el amor, ese amor que hace discernir las cosas sin engaos, ese amor que tiene como signo la paz y hasta el gozo. El sufrimiento de Dios, nico consuelo para el surimiento del hombre En el sufrimiento de Jess nuestra poca no atiende tanto a su aspecto reparador y expiatorio que va del hombre a Dios, cuanto a la compasin con que Dios viene hacia el hombre para asumir en s todo el peso de su sufrimiento. Ante el acumularse incomparable de

62. M. SCHELER, o. c , 66. 63. Y. DE VIONTCHEUIL, o.c,

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sufrimientos 64 que caracteriza a nuestro tiempo, ya hemos podido apreciar la sensibilidad del hombre que sufre bajo la pluma de W. Kasper 65 Esta percepcin del sufrimiento, que afecta a la cuestin misma de Dios, es una llamada a la solidaridad divina con la miseria humana: La cuestin de Dios es para el doliente la cuestin de la compasin de Dios en el sentido literal de la palabra, de la identificacin de Dios con el sufrimiento y la muerte del hombre... La cuestin de Dios, cuando se plantea concretamente ante el mal y el sufrimiento, slo tiene respuesta a nivel cristolgico y estaurolgiCO

Si para el siglo XX el sufrimiento fue "la roca del atesmo", resulta que en nuestro siglo no hay nada que llame tanto nuestra atencin sobre Dios como sus derrotas en el mundo. El que Dios haya sido ofendido en el mundo, ajusticiado, expulsado y muerto por el gas, sa es la roca de la fe cristiana... Lo que tienen en comn los cristianos es la "participacin en el sufrimiento de Dios en Jesucristo"71. En esta percepcin de las cosas hay un acento autnticamente cristiano y un dato que pertenece al misterio de nuestra salvacin, con tal de que no hagamos de ello una exclusiva. Nos remite a la escena del juicio final (Mt 25,31-46), en donde Jess se identifica con los que pasan hambre y sed, con los que son extranjeros, con los desnudos, los enfermos y encarcelados. La expiacin: una necesidad del hombre Dios no tiene necesidad de nuestra expiacin, pero nosotros tenemos necesidad de reparar si tenemos por l un amor autntico... En todo el proceso de expiacin, no se trata de las relaciones de Dios con nosotros (o sea, de su amor siempre inmutable), sino de nuestras relaciones con Dios 72 . Al final de este largo recorrido por la expiacin, hemos de repetir sobre ella lo que Jreneo deca del sacrificio: Dios no lo necesita; no exige ninguna compensacin del peso del pecado por un peso de sufrimiento; la expiacin no est al servicio de una justicia conmutativa o vindicativa. Sin embargo, la expiacin, en su sentido convertido, es necesaria: no para Dios, sino para el hombre. Va en provecho del hombre y para honor del hombre. No es ni mucho menos un paso previo para el perdn de Dios; al contrario, est basada en su voluntad de perdn. Intenta responderle y corresponderle, a fin de que el perdn sea efectivamente posible para m aqu y ahora. Por tanto, est orientada hacia Dios y ordenada a la reconciliacin. Es la actuacin concreta y existencial de la conversin. Es intercesin y desarraigo doloroso de toda la parte de pecado que hay en m. No es un castigo querido arbitrariamente por Dios; es la consecuencia del mal que me han hecho mis propios pecados. Es voluntad de reparacin. Pero, sobre este fondo que ningn pecador puede olvidar, la expiacin puede finalmente y sobre todo convertirse

66 .

Tambin hemos encontrado esta sensibilidad en J. Moltmann a propsito de la justicia y de la justificacin 67 . En l el sufrimiento humano aparece ante todo como inocente, o sin proporcin alguna con el pecado. Por eso la pregunta que plantea a Dios no puede obtener respuesta ms que en la cruz. Y la cruz misma es revelacin de la Trinidad, alcanzada por la divisin del sufrimiento: la salvacin llega slo estando en Dios mismo toda perdicin, el abandono por su parte, la muerte absoluta, la maldicin infinita, la condena y el hundirse en la nada; slo entonces representa este Dios la salvacin eterna, la alegra infinita, la eleccin indestructible y la vida divina 68 . Este contraste llamativo expresa la conversin de todo el peso del sufrimiento humano en la dicha sin fin. Con su lucidez de testigo, N. Leites ha analizado bien esta percepcin. El hombre se ve consolado en su sufrimiento, porque Dios ha sufrido como l. Leites recoge esta ancdota: Un antiguo detenido de Auschwitz contaba: "En una ocasin colgaron a dos hombres y a un muchacho. Detrs de m o a un detenido preguntando en voz baja: Dnde est Dios? Unos instantes despus todava segua preguntando: dnde est Dios? dnde est Dios? Entonces se me ocurri esta idea: Est ah; colgado de esa horca"69. Y el autor comenta: lo que ms me ayuda en el sufrimiento es el pensar que hay u n Dios que sufre como yo... El hecho de que un Dios sufra como yo da dignidad a mi propio sufrimiento 70 .

64. JUAN PABLO II, o. c, n. 8: p. 207,

65. Cf. supra, 26. 66. W. KASPER, El Dios de Jesucristo, Sigeme, Salamanca 1965, 192 67. Cf. supra, 271-272.68. J. MOLTMANN, O. C, 348-349.

71. D. BOMHOEFFER, Resistencia y sumisin, Sigeme, Salamancsa 1983, citado porN. LEITES. O. C, 152-153.

69. Citado por N. LEITES, Le mcurtre de Jess moyen de salud, o. c. 151-152 70. Ibld

72. P. EDER, citado por P. NEUENZEIT, Encyclopdie de la foi, t. II, Ceif, Paris 1965, 139, art. tExpiation.

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en participacin de la expiacin amorosa de Cristo para la salvacin del mundo. La expiacin personal de Jess es paradjica, ya que es obra del Inocente, que convierte en intercesin, propiciacin y expiacin penitencial el pecado de los otros abatido sobre l. En Jess el hombre se vuelve hacia el Padre: Jess da a todo ser humano la posibilidad de realizar ese cambio, es decir, esa conversin. Cada uno recibe la posibilidad de interceder y de orar, pero tambin de poner todo su sufrimiento al servicio del amor y de conferirle una fecundidad reparadora. La expiacin nos dice que la reconciliacin pide de nosotros un esfuerzo, un trabajo doloroso ejercido con nosotros mismos gracias a Cristo. Nos hace tambin capaces de asociarnos, a travs de todo lo que vivimos, a la intercesin existencia! de Cristo por nuestra salvacin. Dicho esto, que es esencial, siempre tendremos que enfrentarnos a propsito de la expiacin con un problema de vocabulario. En nuestro mundo cultural est an lejos de haberse roto el engranaje de su desconversin. Pero esta palabra est en la Escritura. En ella se cristaliza todo un mensaje de la revelacin. Por consiguiente, resulta insoslayable para todo cristiano que desee leer la palabra de Dios y vivir de ella. La exgesis, la teologa, la catequesis y la predicacin tienen todava mucho que decir para devolverle su sentido cristiano. Este captulo ha intentado ofrecer una contribucin a esta tarea.

12La satisfaccin

Con la categora de satisfaccin tocamos ya un vocabulario que no pertenece a la Escritura. Este trmino proviene de la tradicin eclesial y conoci una gran fortuna en el occidente latino a partir de la Edad Media. En torno a l se organiz una teologa de la redencin y de la salvacin que poma el acento en la mediacin ascendente de Cristo. Guarda relacin con las ideas de sacrificio y de expiacin; el contenido que encierra comunica con ellas, a pesar de que conserva un carcter especfico que le viene de su origen jurdico. Su valor propio radica en que expresa que no puede haber reconciliacin entre Dios y el hombre sin que este ltimo intente reparar, en la medida que le sea posible, el mal que ha cometido. La satisfaccin es una exigencia de verdad para la conversin del hombre. Cede sin duda alguna en honor de Dios, pero tambin contribuye al honor y al bien del hombre. Pero lo mismo que la categora de expiacin pudo verse afectada por la idea de una justicia vindicativa, tambin la de satisfaccin puede contagiarse con la idea de una justicia conmutativa. Por esta razn ha dado lugar a las des-conversiones ya mencionadas. Fue san Anselmo de Cantorbery el que coloc la satisfacin en el centro de la doctrina de la salvacin. Su influencia fue decisiva en la Edad Media y en los tiempos modernos, aunque se retuvo de l una argumentacin simplificada en la que volva a introducirse sutilmente la idea de compensacin. As pues, le dedicaremos especialmente a l este captulo, para poder distinguir su doctrina propia de las interpretaciones posteriores. La enseanza de este recorrido histrico y doctrinal nos permitir trazar una especie de balance.

I. EL TESTIMONIO DE LA TRADICIN

La entrada fe la satisfaccin en la teologa El trmino de satisfacin viene del derecho romano. Lo primero que hay que sealar es que no expresa el pago total de una deuda o la

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compensacin rigurosa del mal cometido. Sats-facere quiere decir hacer bastante. En el derecho romano la satisfacin tena lugar con el pago de una deuda: el acreedor quedaba en paz con el deudor que haba hecho lo que haba podido, que haba hecho bastante. Tertuliano, abogado y jurista de formacin, que represent un papel muy imprtate en la creacin de una lengua teolgica cristiana en occidente, fue el primero que aplic el trmino de satisfaccin a la conducta penitencial del pecador, tanto antes del bautismo, como despus de l. Afligiendo la carne y el espritu, satisfacernos por el pecado y al mismo tiempo nos fortalecemos de antemano contra las tentaciones 1 . Lo has ofendido, pero todava puedes reconciliarte con l. Te las tienes que ver con alguien que acepta una satisfaccin y hasta la desea 2 . Tertuliano utiliza esta palabra de pasada y sin insistir en ella. A continuacin, la idea de satisfaccin se aplicar corrientemente a la disciplina durante la cual la Iglesia le pide al pecador arrepentido que manifieste a lo largo del tiempo su conversin mediante una conducta penitencial rigurosa. Cuando esta donducta haya sido considerada suficiente para expresar un desarraigo real del pecado, una superacin del mismo, un cambio afectivo de vida y el deseo de reparar en lo posible el mal cometido, la Iglesia reconciliar al pecador, que habr hecho ya bastante. Hay que esperar a san Ambrosio para que se utilice el trmino de satisfaccin a propsito de Cristo en la cruz. Relacionando dos versculos de los salmos: Muchos son los que sin causa me odian (Sal 38, 20) y Sin causa me odian (Sal 69,5), Ambrosio indica: Algunos piensan que estos dos salmos se dijeron de la persona de Cristo que satisfaca al Padre por nuestros pecados 3 . Cristo sufre por unos pecados que no son los suyos, porque satisface, como penitente, por los pecados de los otros. Ambrosio, que es uno de los testigos de la doctrina del rescate del demonio4, lee igualmente la satisfaccin dentro del carcter oneroso de la salvacin.

En las liturgias antiguas se utiliza el trmino de satisfaccin a propsito de la intercesin de los santos e incluso, alguna que otra vez, a propsito del mismo sacrificio eucarstico. As, por ejemplo, esta oracin de la liturgia mozrabe: Te ofrecemos, Padre soberano, esta (hostia inmaculada) por tu santa Iglesia, para la satisfaccin del mundo pecador, para la purificacin de las almas, para la curacin de todos los enfermos, para el reposo o la indulgencia en favor de los fieles difuntos*5. Este paso del contexto penitencial al contexto eucarstico en estos documentos antiguos es muy interesante, pero sigue siendo raro y se pierde a continuacin, volviendo el trmino de satisfaccin a su uso penitencial. San Anselmo: el horizonte del Cur Deus homo? Si ningn libro ha ejercido tanta influencia en la doctrina de la redencin en occidente como el cur Deus homo? Por qu un Dios hombre? de san Anselmo, tampoco hay ningn telogo de la tradicin que sea hoy un signo tan grande de contradiccin. Se puede hablar de un proceso intentado contra san Anselmo, despus de las crticas de V. Aulen, en el que acusadores y defensores se cruzan sus argumentos 6 . No es mi intencin pronunciar el juicio de absolucin o de condena contra san Anselmo, sin exponer lo mejor posible lo que l dijo y quiso decir, distinguiendo bien entre lo que le toca en propiedad y su interpretacin ms o menos degradada en la escolstica, que introdujo en la soteriologa ciertas ambigedades, por no decir elementos nocivos. Importa ante todo situar la argumentacin de Anselmo en el conjunto de las preocupaciones del autor, inserto a su vez en la cultura de su tiempo. En su dilogo con Bosn, el interlocutor que presenta a Anselmo las objeciones hechas contra el dato cristiano de la encarnacin redentora objeciones que vienen por una parte de algunos cristianos que creen sin comprender, y de otra de infieles que no creen ni comprenden, Anselmo intenta enfrentarse con una cuestin nueva que surge de la racionalidad humana, en la que coincide la

1. TERTULIANO, De bapt. XX 1: SC 35, 1952,95. 2. b . , De Poenit. VII, 14: Se 316, 1984, 17?. 3. AMBROSIO , hi Ps. XXXVII enarrao, 53: P 14, 1036 s. L 4. ID., EpisL 72,8: PL 16,1245c-1246a: El precio de nuestra liberacin era la sangre del Seor Jess, que necesariamente tena que pagar a aquel a quien estbamos vendidos por nuestros pecados.

5. Lber mozarabicus sacra mentor um, 13, cd. Frotin, Pars 1912, col. 55, citado por por J.RIVIERE, Sur les premieres applications du terme sasfactio a l'oeuvre du Christ, IV, Biillen de Litt. eccls., 1924, 364.6. Cf: H. CORBIN, en ANSELME DE C ANTORBERY, Lettre sur l'Incarnation du

Verbe. Pourquoi un Dieu-homnie, trad. intr. et notes par M. Corbin et A. Galonnicr, Cerf, Pars 1988, Introd. 17-23, que opone particularmente L. Bouyera H. U. von Bal-

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p r o b l e m t i c a de los u n o s y de los otros. En n o m b r e de qu razones se p u e d e justificar o afirmar c o m o necesaria la e c o n o m a de la salvac i n q u e condujo al Hijo de D i o s al suplicio de l a cruz? E n efecto, no parece esta e c o n o m a o d i o s a e indigna de D i o s , tanto de