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Seis cuentos y el viaje a China Bernardo Kordon Club de lectura Los Lectores Salvajes

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  • Seis cuentos y

    el viaje a China

    Bernardo Kordon

    Club de lectura Los Lectores Salvajes

  • 2Seis cuentos y el viaje a China

    Bernardo Kordon

    Club de lectura Los Lectores Savajes

  • 3SeiS CuentoS y el viaje a China

    de Bernardo Kordon

    Fuimos a la ciudad y un da menos son dos de los cuentos de todos los cuentos. editorial Corregidor, Buenos aires, 1975. la ltima huelga de los basureros. este cuento se encuentra en Cuentos regionales argentinos ediciones Colihue, 1983.los ojos de Celina. Pertenece al libro un taxi amarillo y negro en Pakistn, Buenos aires, Sudamericana, 1986.Sin maana es un cuento de la antologa Crnicas fantsticas editorial jorge lvarez, 1966.un poderoso camin de guerra este cuento pertenece al libro antologa del cuento extrao (rodolfo Walsh) editorial hachette , 1976expedicin al oeste pertenece al libro domingo en el ro , Palestra, 1960el remolino pertenece a los navegantes losada, 1972.la entrevista a Mao es de 1958

  • 4FuiMoS a la Ciudad

    todo empez cuando mi hermana volvi a casa. Pap la vio venir y salt de la sillita de paja. agarr la muleta y sali con cara de cabrero. no fue lejos: all qued bajo la sombra del espinillo. en cambio mi mam grit Florinda y se abraz con mi hermana. vena con un vestido verde cotorra y zapatos nuevos. Se vea linda con la cara blanca de polvo, y la boca colorada y jugosa como tajada de sanda. Pareca la seorita de la escuela, o la hija del boticario; en fin, una de esas que andan a los saltitos y parecen tan buenitas. Pero mi hermana es diferente. dijo que tena que hablar con mam y me ech del rancho. Siempre fue as. Cuando bamos a la estacin a vender quesillos me cargaba con todo. ella caminaba adelante, sin otro trabajo que mover el culo y arrastrar los pies en la tierra, gozando el fresco de la noche. despus esperbamos el tren, a veces horas enteras, pero ella no charlaba con las otras vendedoras, sino que se trenzaba con los muchachos y en especial con el Cholo, dejndome el cuidado de los quesillos, y ojo con alejarme de la canasta, porque podan robarme y entonces pobre de m. Siempre quise saber lo que haca mi hermana, y sobre todo ver la cara que pona. Pero al volver a casa la desgraciada ya no iba adelante, sino detrs de m y entonces no poda ver lo que haca con el Cholo, que siempre la acompaaba hasta cerca del rancho. apenas me detena o daba vuelta la cabeza, me gritaban que siguiera adelante, as como se asusta a un perro, y me tiraban piedras para hacerme correr. lo que me daba ms rabia era que el cascotazo en la espalda o en las piernas me lo acertaba el Cholo, pero ms senta la risa de mi hermana, una risa alargada que no terminaba nunca, que me duraba en los odos hasta despus de llegar al rancho. as era mi hermana hasta que un da alguien se la llev, y no fue el Cholo, quien sigui en el pueblo repartiendo pan en su carrito, sino un camionero de rosario, y para colmo casado, que la dej en mitad de camino, en Crdoba. desde all se fue sola a Buenos aires. el problema era tener una pieza: se puso de sirvienta y todo arreglado. y al llegar las vacaciones vino de visita al

  • 5rancho porque tena ganas de vernos a todos. esto le cont a mam mientras yo escuchaba acurrucado debajo de la ventana. y mam le dijo que todo segua igual que antes, mejor dicho algo peor, porque slo quedaba yo para vender quesillos en la estacin. tambin dijo que el viejo no perdonaba a Florinda; ya no se venda tanto y no era lo mismo, porque una muchacha que sale de noche a ofrecer quesillos al paso del tren puede vender mejor y siempre encuentra el modo de conseguir una ayudita ms. Por eso el viejo andaba sentido de tanta ingratitud y slo quedaba yo para traer unos pocos pesos que cada da alcanzaban para menos. Mi hermana contest que el viejo era un egosta, que nunca le import que sus hijas anduvieran sin zapatos y se les formaran costras en las patas, y por eso se fueron todas. Que quiz yo me quedara, pero solamente hasta que me hiciese grande, y eso porque era muy pelotudo, pues a mi edad otros chicos del pueblo saban rebuscrselas muy bien y sin ayuda de nadie, y yo apenas si saba malvender y dejarme robar los quesillos ms frescos del pueblo. no me gust que mi madre no dijese nada en mi defensa. entonces levant la cabeza y espi por la ventana: mi madre mova la cabeza como diciendo que s, que yo era muy pelotudo. algo haba de cierto, porque no baj la cabeza a tiempo, y mi hermana me vio, grit sinvergenza y busc algo en el suelo para tirarme a la cabeza. tuve que salir corriendo. otro golpe en el lomo! esta vez fue un zapato viejo. Me di vuelta y vi a mi hermana con los labios y los ojos apretados. ahora no se rea como cuando el Cholo me acertaba con un cascotazo, y esa cara me pareci peor que la risa. no me atrev a acercarme otra vez para espiar y no supe cmo sigui la charla. Fui al fondo. all estaba pap dando vueltas los quesillos que se secaban al sol. la tierra reseca me quemaba los pies. en cambio el viejo pareca lo ms campante. el solo pie que tena era rugoso, negro y lleno de grietas, igual al fondo del ro cuando la gran seca. Pero ese pie tena el grosor y el aguante de dos, como si all guardase la fuerza de la pierna que le llev el tren cuando yo an no haba nacido. en cambio el viejo era flojo de los ojos y eso que tena los dos. Le lagrimeaban por cualquier cosa; por el sol o cuando se le iba una hija. Me pidi que le diese la mano. Me lo dijo de modo extrao, como queriendo hablar de hombre a hombre. en realidad no haba gran trabajo que hacer, de modo que no comprend en qu poda ayudarlo. ah est la Florinda me dijo. tus otras hermanas se fueron para siempre. a qu mierda volvi sta?

  • 6Me encog de hombros. lo que haba escuchado no fue gran cosa, pero esa cara apretada de rabia no era para esperar cosas buenas de mi hermana. Prefer no decirle nada al viejo y silenciosamente acomodamos los quesillos frescos en la canasta. al caer la noche mam nos llam a comer. Fuimos despacito, como si no ocurriese nada nuevo, el viejo adelante, con esos saltos que daba sobre la muleta que l mismo se tall en algarroba. esa mesa pareca de velorio, dos botellas de vino y muchas cosas ricas que mi hermana trajo de Buenos aires, pero nadie se mostr alegre. todos comimos callados hasta que empez mam. Florinda nos trae los saludos de la herminda. Qu hace? gru el viejo sin levantar la vista del plato. vive en Buenos aires y tiene dos hijos. dos hijos de quin? Mi madre no supo o no quiso responder. le dio con el codo a mi hermana, para que ella continuara. est lo ms bien y les manda recuerdos sigui Florinda. dice que sera lindo que nos juntramos de vuelta toda la familia. el viejo hizo como si no escuchase nada y torci la vista hacia mam: Qu hace la herminda en Buenos aires?dicen que tiene una casita. Por qu no le pregunts a Florinda? es ella quien la vio. el viejo pas por alto la alusin, llen el vaso de vino y lo tom sin un respiro. Seguimos en silencio y casi sin mirarnos. Finalmente dije: voy a la estacin con los quesillos. entonces el viejo me mir, creo que con agradecimiento, y eso me llen de orgullo. invit a mi hermana. Me acompas? a dnde? y se le torci la jeta pintada. a la estacin. ests loco! Mi padre se revolvi en la silla como si le hubiesen escupido en la cara. antes te divertas en la estacin le record a mi hermana. antes fui una estpida. Si me acompas vas a encontrarte con el Cholo. Siempre me pregunta por vos. Bah! se ri ella. Pobre piojoso!

  • 7entonces me convenc que la Florinda haba cambiado. ah estaba tan dura como la muleta del viejo, pura algarroba fra en lugar de un corazn caliente. antes me hubiese gustado ver lo que haca mi hermana, y la cara que pona con el Cholo cuando venan agarrados detrs de m y de pronto desaparecan en el monte y se los tragaba el canto de las chicharras. esto recordaba mientras caminaba hacia la estacin con la canasta de quesillos en el brazo. las chicharras en la tierra y las estrellas en el cielo: tal como debe ser. Solamente mi hermana haba vuelto ms rara que nunca y con ganas de revolverlo todo. en la estacin se me acerc el Cholo. Me contaron que en el mnibus lleg tu hermana. Por qu no vino a verme? no quiere venir a la estacin le cont. dice que no volvi al pueblo para ver a ningn piojoso. el Cholo aguant las ganas de sacudirme una bofetada: as me contaron. Que volvi hecha una porquera: hasta con sombrero. Pero vas a ver: aqu le vamos a ensear. Ganas tuve de ofrecerle ayuda, pero el Cholo se dio vuelta y busc a sus amigos. al rato todo el grupo comentaba en la parte ms oscura de la estacin, por la punta donde aparece el tren de Buenos aires. Solamente les vea chisporrotear los cigarros de chala con ans. Me acerqu con cuidado, dando vuelta a la letrina. el Cholo pareca cabrero, pero los otros rean.esto se arregla fcil le escuch al gordo roque. la esperamos todos en el camino y la aprovechamos bien aprovechada. y despus que siga hacindose la porteita noms! haba podido escuchar ms, pero siempre esas cosas me salen mal. yo estaba bien escondido; la macana fue que dej la canasta a la vista. Qu hacs ah? me ret el Cholo. ands espiando? Me duele la barriga se me ocurri. entonces entr en el servicio, no lo hags afuera. Por suerte lleg el tren de tucumn y corr a vender los quesillos. Pero ya me haban robado unos cuantos. Seguro que fue el gordo roque. Sin embargo no le tuve bronca, porque me pareci bueno su plan. Cuando volv a casa la conversacin segua adelante. Mi hermana hablaba con tono triunfal y al viejo le lagrimeaban los ojos. Pero esto le pasaba casi siempre y lo realmente importante me lo dijo mi hermana: nos vamos todos a Buenos aires.

  • 8Qu les parece? pregunt mam. Mi padre hizo no con la cabeza. Quiso hacerse escuchar. Pero quien habl fue mi hermana, con esa voz prepotente que trajo de Buenos aires: Para empezar la herminda nos ofrece su casa. Qu ms quieren? en su lugar otros estaran bailando en una pata. all hay trabajo y plata para todos. Mi padre no dijo nada. agarr la muleta y sali afuera. nadie le hizo caso. Mi madre me reclam la plata. la cont y le pareci muy poca. no vendistes nada? tuve que decirle que me haban robado algunos quesillos. y que cuando lleg el tren yo estaba en la punta de la estacin, porque me dola la barriga, y entonces los otros vendedores me madrugaron. no te dije, mam? explot mi hermana. es muy pelotudo! ni abr la boca y me sent en el banco del rincn. all qued calladito, mirando el suelo, rogando que no fallase el plan de roque y los dems. al da siguiente apareci el Cholo con su bicicleta nueva. una hermosa mquina, toda niquelada y llena de cintas. a mi hermana no le pareci nada del otro mundo. recibi al Cholo y a su bicicleta con cara de palo: a qu vens? a saludarte. Se te olvid que somos amigos? el tipo se haba endomingado con pauelo al cuello. Bajo el sol le chorreaba la gomina. Sonrea como un artista de cine. Pucha que te ves linda!no me digas? se burl mi hermana. vengo a invitarte. a ver pasar el tren? Se ve que ahora sos forastera: esta noche no hay tren. lo que quiero es llevarte a la confitera. Desde cundo vas a la confitera? desde que dej el reparto de pan. ahora soy empleado, sabs? no saba. Y bueno, a eso vengo, a invitarte para la confitera. Podemos ir esta tarde. a la noche es mejor propuso el Cholo. hay baile y es ms pituco. ven a buscarme noms. al anochecer mi hermana se pint y se puso el vestido verde y los zapatos nuevos. Me vio dando vueltas por el rancho y me advirti:

  • 9vos ya sos grande para andar detrs de m. as que nada de chiquilinadas. entendido? Me fui al fondo, a ayudar al viejo. Cuando volvimos al rancho mi hermana ya haba partido. Mam sirvi la sopa. la tom tan apurado que me quem la lengua. Me escabull y ech a correr por el camino del pueblo. despus de pasar el cruce vi un bulto en el costado del camino y ah qued clavado como un burro empacado. era la bicicleta del Cholo. ...dnde diablos estaban? nunca tuve tantas ganas y tanto miedo de ver lo que pasaba. Me fui metiendo en el monte. en un claro se vean las siluetas silenciosas y cabizbajas, seguramente alrededor de mi hermana, como si velaran a una difunta. Parecan un grupo de caballos pastando en la oscuridad del monte: silenciosos, lentos y a veces quejumbrosos. retroced para no ser visto, aunque algo cada vez ms fuerte me tiraba hacia adelante. el corazn me golpeaba como un tambor y las rodillas empezaron a temblarme. Me abrac a un rbol y me pareci que ese tronco tambin comenzaba a temblar y a sacudirme cada vez ms fuerte. estuve a punto de gritar y entonces mord el tronco. de pronto el rbol y yo quedamos quietos y ca al suelo, aliviado del ahogo, pero tan cansado que me cre morir. desde all sent los pasos de los muchachos que salan al camino. Mi hermana vena atrs. largaba un lloriqueo de nena y de pronto puteaba a todos con alma y vida. el Cholo mont en su bicicleta y parti adelante. los otros lo siguieron con la cabeza gacha, sin esa alegra que tenan en la estacin. yo segu en el suelo y los dej alejarse. despus me fui detrs de mi hermana. haca mucho calor y el viejo dorma bajo el alero. al lado estaba mi catre. Me acerqu a la ventana y escuch:Mir cmo me dejaron el vestido! chillaba mi hermana. ojal ahora mismo revienten todos los del pueblo! levant la cabeza para espiar por la ventana. Mi hermana estaba de espaldas. en pura enagua revisaba los rasgones de su vestido nuevo. la lmpara de querosene le iluminaba el pelo lleno de abrojos y la parte del culo con tierra y hojas secas. De pronto se dio vuelta y me mir muy fiera: Qu te pasa ah? Me sent muy tranquilo: a m no me pasa nada. y a vos? Me mir con cara de loca. Pucha que estaba fea! Fue ella quien apart la

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    vista. Me acost bajo el alero, al lado de mi padre que se haca el dormido. de pronto mi hermana pareci retomar fuerzas, se asom a la ventana y nos grit: nos vamos para siempre de este pueblo de mierda! y as no ms fue. en un par de das llenamos las bolsas con ollas, platos y otros trastos y envolvimos los catres. el viejo segua hacindose el dormido cada vez que le hablaba Florinda. a m me dio lstima dejarlo con su sola pierna y esos ojos que le lagrimeaban por cualquier cosa. tambin me daba pena dejar la estacin y el pueblo, y nunca ms vender quesillos en el tren de tucumn lleno de gente soolienta y bromeadora. Pero tambin era cierto que me creca una gran curiosidad por conocer Buenos aires y eso lo senta como cosquilla, igual a las ganas de otros tiempos de ver cmo lo haca mi hermana con el Cholo. en cambio el viejo no quera saber nada de nada. ni siquiera fue a la estacin a despedirse. Se qued en el catre, hacindose el dormido. yo le dije: ahora me voy con Florinda y mam. Maana viene la hortensia y el Pancho. les expliqu que usted queda solo. Me prometieron acompaarlo a la estacin todos los das. as lo ayudan, porque de algo tiene usted que vivir. eso les dije y me prometieron venir todos los das. entonces dej de hacerse el dormido y me dijo que yo era un buen hijo. estuvimos a punto de abrazarnos, pero en ese momento mi hermana me grit que se haca tarde, y tenamos que cargar los bultos hasta la estacin. al llegar all nos esperaban todos: desde el Cholo y el gordo roque hasta las viejas vendedoras de empanadas. nos dio lstima dejar ese pueblo donde nos queran tanto. hasta mi hermana se vea emocionada en el momento de partir el tren. Pens en el viejo: a lo mejor tena toda la razn al no querer abandonar su rancho. el tren empez a andar y todo result peor: haba mucha gente y ninguna cara conocida. Me sent como si no fuese nadie, apenas un bulto ms en el vagn repleto.Cuando amaneci ya no haba montes, sino la pampa verde llena de trigo, maz y muchas vacas. Qu grande es el pas! y las ganas de llegar a Buenos aires se derretan con el calor y se olvidaban con el cansancio. en verdad no fue nada divertido. despus de una noche largusima y un da entero de tren, se deja atrs Crdoba y rosario y de vuelta aparecen mucha gente y casas grandes que no terminan nunca y entonces es Buenos

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    aires. Pero ya era noche otra vez. en la estacin retiro nos esperaba mi otra hermana, la segunda, con un muchacho compadrn que manejaba una camioneta. y seguimos viajando, ahora por la ciudad, hasta que llegamos a la casa de la herminda. eso de casa es un decir, porque se trataba de una casilla de madera. ya no se vean casas grandes, ni tantas luces. nos rodeaban otros ranchos, apretados unos contra otros como ovejas con miedo. Quise preguntar muchas cosas, pero en seguida me mandaron a bajar los bultos del camioncito y despus a la cama. Quien me explic algunas cosas fue tito el Patas Chuecas. viva en un ranchito vecino y al principio no supe por qu le llamaban el Patas Chuecas. tuve ganas de preguntarle, pero me aguant. tito tena la maa de mover siempre la boca como si comiese todo el da. hablaba a toda velocidad y por la nariz. el primer da no le entend nada, pero igual nos hicimos amigos. Quiso saber de dnde venamos y qu hacamos. estos porteos siempre preguntan cosas y es para burlarse de uno. no le cont nada. das despus me pregunt si quera ir al centro. le contest que s pero que no tena plata. entonces me entreg cincuenta pesos: agarr esto y me lo devolvs despus. Subimos en el mnibus 150 y nos bajamos en Congreso para caminar por la calle rivadavia. de pronto tito comenz a revolear las piernas como si le fallasen las visagras, y a ladear el cuerpo como un contra-hecho. extendi la mano y en ese mundo de gente no faltaron quienes le dejaron unas monedas. al principio me dio susto verlo renguear; me acord que lo llamaban el Patas Chuecas y me entraron ganas de rerme. Pero la gente es rara: ni susto, ni risa. nos miraban como si no existiramos, a veces con un poco de lstima y nada ms. estir vos tambin la mano me murmur tito. no lo quise hacer, pero el otro era ms grande y me ech una mirada de bronca: no te hags el delicado y ped sin asco! Compuse mi mejor cara y estir la mano. todos pasaban sin mirarme, pero de pronto me encontr con una, dos, tres monedas. Casi me atropellaban, como si no me viesen pero a veces se paraban y volvan atrs para darme algo. Comprend entonces que esos tipos no tenan ganas de dar limosnas, pero que al pensarlo un poco vean la conveniencia de hacerlo, porque despus seguan su camino con la cara de haber hecho un buen negocio con una sola moneda. esto me dio nimo, porque algo les estaba dando, sin contar que me

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    resultaba ms provechoso que vender quesillos. al rato volv a encontrarme con tito a mi lado y me dijo que ya estaba bien. nos sentamos en una lechera. Pedimos caf con leche y doble porcin de medialunas con dulce de leche. despus contamos la plata.Como siempre, tito no dejaba de mover la boca, pero ahora pona la cara de masticar algo muy amargo: te das cuenta? hicistes ms que yo. Me clav una mirada fra y venenosa: Claro: sos ms chico. y con esa cara de recin cado del catre! le quise devolver los cincuenta pesos que me prest, pero me dijo que no, porque ramos socios. en cambio me reclam la mitad de lo que tena. le contest que esa plata era ma y solamente ma. no nos peleamos porque le pagu los dos cafs con leche y todo lo dems. despus caminamos hasta Plaza once. entramos en una heladera. Comimos helados tras helados, de siete clases, hasta sentir la panza hinchada y dura como un tambor. ya era noche cuando fuimos a sentarnos en la plaza. aunque tambin los helados los pagu yo, el tito todava pareca cabrero. Me mostr la plaza inmensa y la ciudad que nos rodeaba como un monte de luces: Por aqu siempre anda tu hermana. la Florinda? le pregunt. a lo mejor ella tambin viene. Pero a quien veo siempre es a la herminda. o no sabs que sale a yirar todos los das? Saba de qu se trataba, pero me hice el desentendido. tito no se dio por vencido y empez a explicarme con lujo de detalles. Claro que lo hizo adrede para humillarme; me cont el recorrido que haca mi hermana por rivadavia, desde Congreso hasta once, y despus por Pueyrredn hasta Sarmiento. tuve ganas de preguntarle otras cosas, pero la calle terminaba de ensearme la leccin: calladito y con cara de ngel todo iba a salir de lo mejor. esa noche mam me esperaba con susto. dnde estuvistes? no le cont nada. dej hablar a la vieja. la pobre no pareca nada contenta. tena la obligacin de cuidar los hijos de la herminda, dos mocosos roosos y llorones, y lavar y planchar toda la ropa, y cuidar la casa todo el santo da y buena parte de la noche, porque mis hermanas llegaban siempre muy tarde. Pero estamos en Buenos aires y todo va a cambiar para mejor, verdad hijo? imit al viejo: me hice el dormido y no contest nada.

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    das despus la herminda dijo que el tipo del camioncito poda darme trabajo, claro que ganando poco. Contest que no, y cuando me preguntaron por qu no dije nada y mir a otro lado. la herminda me amenaz: no penss pasarla de vago, verdad? aqu todos debemos arrimar el hombro! esa tarde sal a escondidas como siempre con el tito y fuimos a limosnear por Congreso. Por Callao llegamos hasta Santa Fe, y seguimos hasta retiro. volvimos en un mnibus 150, muy cansados pero con los bolsillos repletos de guita.al da siguiente salt la bronca al atardecer. la herminda vino a buscarme en el baldo donde me encontr mirando un partido de ftbol. Casi arrastrndome por el suelo me llev al rancho. ah me esperaba toda la familia. la herminda comenz por sacudirme un par de bofetadas que me soltaron los mocos. apret los dientes para no largarme a llorar como lo hacan los dos mocosos de mi hermana en el fondo del rancho. Porquera! me chill. el Cacho lo cont todo! te vio limosneando con el tito y los sigui con el camioncito varias cuadras. ni abr el pico para decir ay y eso desesper a mi gente. Cunta plata hicistes en todos estos das? me pregunt la Florinda. Me agarr de una oreja y empez a retorcerla. dnde esconds la guita? y la herminda me sacuda el brazo como si quisiera arrancarlo. Mam se puso a implorar: Por qu hijito no entregs esa plata? no contest a los golpes de mis hermanas; menos me doli el ruego de mi madre. la herminda me sacudi otro par de bofetadas y se apart como para verme mejor la cara: Ya s: te dejastes cafishear por el Tito. Qu clase de maricn sos? ah, pero el tito no se me hace el vivo! lo voy a buscar ahora mismo! entonces se me solt la lengua: al tito nunca le di nada. toda esa plata la gast yo. en helados, masitas, naranjadas, y tantas otras cosas. Gastastes todo, todo? se lamentaron como si los golpes los hubiesen recibido ellas y no yo. Cerr la boca y esper que se cansaran de chillarme y pegarme. Al fin me dejaron solo con mam, por si ella me haca hablar con sus lloros. Pero yo us el remedio que aprend del viejo: me hice el dormido, con la boca abierta y la cara de chango bueno: el mismsimo gesto que usaba

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    para pedir limosna. Mientras tanto pensaba que ya haba llegado el momento, y esto no lo saba el tito, ni nadie. apenas si yo poda sospechar lo que ocurrira en adelante. todo resultaba como tantear un camino en la noche que ya caa sobre la villa miseria. era necesario hacerlo ahora que mis hermanas salieron al centro y mam se caa de sueo. esper que se quedara dormida en la cama grande, junto a los dos cachorros de la herminda. entonces me levant. ya tena la costumbre de caminar de noche por el rancho como si no pasase nada, igual que un gato o un ladrn. Con los ojos cerrados o abiertos a la oscuridad saba llegar hasta el gallinero vaco del fondo. all levant uno, dos, tres ladrillos. debajo tena escondido los puros billetes de cien pesos en una bolsita de nylon. no llev nada de mis hermanas para mostrarles mi superioridad y escupirles mi desprecio. Solamente la ropa puesta y esa plata que era bien ma. Por suerte conoca el camino y lo que deba hacer: el mnibus 150 me llev a retiro. a lo largo de Callao me desped de Buenos aires sin pena ni alegra. eso quedaba para siempre y para otra gente.yo iba a lo mo: pas la noche en la sala de espera del ferrocarril y en la maana tom el tren para el pueblo. todo esto ocurri muy rpido, pero lo cierto es que llegu demasiado tarde. ni tuve necesidad de llegar al rancho: apenas baj del tren me encontr con el Pancho y la hortensia. ella abri su boca sin dientes como un agujero mojado: no te contaron? tu pobre viejo estaba en el desvo vendiendo quesillos cuando de repente apareci el expreso frutero. Claro que con una sola pata el pobrecito no pudo saltar muy lejos. no qued nada entero del viejo ni de su canasto de quesillos. ustedes no supieron? nada le respond. y yo que quise darle la sorpresa de volver para ayudarle! hubiera sido lindo para l dijo el Pancho. eso justamente lo tena jodido: que lo dejaron solo. igual que a pap empez a bajarme el agua de los ojos.

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    un da MenoS

    la luz resplandeciente y clida inund el mbito de un mundo perdido y al fin recuperado. La playa y la lnea de vegetacin se extendan hasta perderse en el horizonte del sur. inmediatamente reconoc el ro de mi infancia. all me esperaba mi hermano Sam, y como fue nuestra costumbre apenas nos saludamos con un breve qu tal. Me pareci ms alto que antes. Con ademn desganado me seal los rboles de la costa y all fuimos. andando detrs de l lo observ gil y huesudo. Solamente vesta un pantaloncito de bao, y como siempre que tomaba sol se vea colorado, los hombros ampollados y la nariz descascarada (nunca alcanz a broncearse como fue su deseo). de pronto record que mi hermano haba fallecido. en consecuencia yo tambin estaba muerto, puesto que transitaba por su mundo. hace aos que mi hermano muri, y ahora me dejaba conducir por l. tuve entonces la revelacin de que mi muerte era reciente. en ese momento no recordaba cundo, ni cmo se produjo el hecho, sealndome la poca trascendencia que tienen las circunstancias de una muerte. en cambio vala esa luz vibrante y el ro cobrizo que marc mi vida y volva a encontrar ya muerto. ah se deja la ropa. haba varios montculos de ropa: as la dejbamos cuando bamos a baarnos en el ro. Me quit los zapatos, los pantalones, la camisa, y qued con el pantaln de bao. Corremos? propuse. echamos a trotar por la playa, sintiendo en los pies la elasticidad de la arena barrosa y las delicadas ondulaciones que dejan las crecientes. rfagas de alegra me sacudan el cuerpo desnudo como golpes de viento que hinchan el velamen de una fragata. de pronto dej de correr. Qu te pasa? me pregunt mi hermano. volv sobre mis pasos, pero ya sin alegra, con la angustia de llegar tarde. Me detuve otra vez bajo los sauces. Me tranquiliz ver que todos los montculos de ropa seguan en su lugar. de qu tens miedo? me reproch Sam, aqu nadie roba nada!Busqu mi ropa y solamente me tranquilic del todo al palpar el dinero en el

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    bolsillo del pantaln, y los documentos la cdula de identidad y el registro de conductor en el bolsillo de la camisa de sport. despus me vest apresuradamente. Seguimos corriendo? invit mi hermano. Bueno acept. Pero dejs todo tirado de este modo? Sin esperar respuesta revis su ropa. Slo le encontr la cdula de identidad otorgada por la Polica Federal. te la llevo le dije. tom su cdula, revestida de material plstico, y la guard en el bolsillito delantero del pantaln. echamos a correr, esta vez directamente hacia el agua. ya iba a meterme en el ro cuando record que ahora estaba vestido, y en un esfuerzo desesperado endurec los msculos para detener mi carrera. entonces despert. Sal al corredor de la vieja casa. Mi madre preparaba la mesa para almorzar. le cont que terminaba de soar con Sam. Pero fue slo un sueo? Me domin la duda. Met los dedos en el bolsillito delantero del pantaln y all encontr una cdula de identidad. lentamente la llev hasta mis ojos y vi el nombre de mi hermano y su foto. entonces s: la revelacin me llen el pecho con una esperanza infinita. Contuve un grito de horror y alegra al comprobar que haba vuelto con un testimonio del ms all. Me promet guardar el secreto para siempre. lo jur de mil modos, sabiendo que la menor flaqueza rompera el sortilegio. Lo importante era aguantar ese grito que creca en el pecho. apret los dientes, pero todo result intil: finalmente grit el secreto y entonces despert por segunda vez. Estaba solo en la cama y comenzaba un nuevo da. no estaba mi hermano, ni la playa, ni la vieja casa. Solamente un da menos de vida, y ningn golpe de viento para henchir la vela de una esperanza.

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    la ltiMa huelGa de loS BaSureroS

    el hecho se produjo en la maana del 22 de diciembre. el camin dodge unidad n 207 de la direccin General de limpieza se encontraba en plena labor por la calle arenales. Su equipo de cuatro peones se distribua a razn de dos hombres por acera. el vehculo estaba detenido en el centro de la calzada y este detalle provoc la protesta de isidoro Camuso, industrial de 45 aos, que conduca su valiant chapa 597.905 de la ciudad de Buenos aires.isidoro Camuso hizo sonar repetidas veces la bocina para exigir que el camin le cediera el paso. Su conductor asom la cabeza por la cabina y ech una mirada distrada al irritado automovilista, sin mover una sola pulgada su pesado vehculo. justamente en ese instante los recolectores transportaban los enormes tachos pertenecientes a los edificios sealados por los nmeros 1856, 1858, 1845 y 1849 de la calle arenales, que no cuentan con sistemas de incineracin de residuos. Si hemos sealado que el conductor detuvo el camin en medio de la calzada, obstruyendo el paso al trfico y se mostr impasible a los requerimientos del automovilista demorado, debemos por otra parte considerar algunas normas de principios laborales. en medio de la calzada el camin se mantiene a igual distancia de los peones que trabajan en cada acera, detalle de importancia cuando se considera que los tachos de basura son tan pesados como molestos de cargar. Por supuesto, nunca un conductor de camin recolector de basura explica sta u otras razones a los automovilistas impacientes, limitndose a echarles indiferentes miradas desde una cabina que los eleva unos cuatro metros del suelo. y no por habitual esta conducta dej de irritar a isidoro Camuso. a los toques de bocina agreg varios improperios y puso en marcha su automvil, resuelto a todo.Al finalizar el ao aumentan la temperatura ambiente y la tensin nerviosa en Buenos aires. esto se produce en todos los niveles y en cada individuo. los peones de limpieza an no haban recibido el aguinaldo y corra el rumor sindical de que la administracin ni siquiera contemplaba la posibilidad de pagrselo ese ao. en cuanto al industrial Camuso, proyectaba entrevistarse ese mismo da con varias entidades bancarias para solicitar los crditos

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    que le permitieran pagar los aguinaldos de los obreros que amenazaban ocupar su fbrica. dominado por tales preocupaciones, prob una maniobra desesperada. Gir al mximo el volante, subi el cordn de la vereda con las dos ruedas laterales y de este modo logr pasar al lado del camin detenido. Pero antes de proseguir la marcha, el industrial Camuso no resisti a la tentacin de cantarle algunas verdades al camionero. asom la cabeza por la ventanilla y grit: Basuras! tendran que ir adentro del camin! el hombre de la cabina no tena tiempo de reaccionar ni poda perseguirlo con su pesado camin. todo estaba bien calculado por el irritado automovilista. lstima que en ese instante apareci un pen que cargaba un tacho de basura sobre la cabeza. Con un leve y preciso movimiento de brazos, igual al de un basquetbolista, introdujo el repleto recipiente en el valiant a travs del ventanal trasero.isidoro Camuso sinti el estrpito del vidrio y de inmediato pens: lo paga el seguro. Pero al girar la cabeza comprob algo que escapaba a toda posibilidad de indemnizacin. el honor no tiene precio y el industrial se vio vejado en el smbolo de su prestigio social. un tacho de basura desparramado en el flamante tapizado. El hedor de humillacin y muerte llen su coche y le desgarr el corazn. detuvo el motor y salt del coche para encarar al culpable. ste era un hombre joven e impresionantemente musculoso el industrial no se dej intimidar por este detalle. lo hara arrestar. iba a ensearle a ese animal. aunque le costara la maana entera o todo el da. Pero el tipo que le arroj el tacho de basura se mostr increblemente astuto. agrand los ojos con gestos de inocencia y abri los brazos para deplorar:Perdone, don. Se resbal el tacho. Qu macana! llam a sus compaeros:vengan muchachos, que aqu pas un accidente! Camuso se vio rodeado de cuatro gigantes con ojos resueltos y bocas sarcsticas. Sinti tanto pavor como odio. volvi a meterse en su coche, pero las carcajadas de esos hombres fueron tan insoportables como si le inyectaran un cido en el cerebro. retir el revlver de la guantera y nuevamente sali del coche para encarar a los peones. dispar al que le haba tirado el tacho. lo vio caer como si resbalara en el suelo y despus nada ms. isidoro Camuso fue derribado y pisoteado. le machacaron la cabeza con un tacho de basura. despus subieron al joven herido en la cabina y arrojaron el cuerpo de Camuso en la caja trasera. el conductor hizo funcionar la paleta prensadora y el camin basurero engull al industrial Camuso.la polica fue alertada. un radio patrulla desemboc a toda velocidad por la

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    avenida Belgrano y persigui al camin basurero que hua hacia el sur por la calle Combate de los Pozos. a la altura de la avenida independencia los policas lograron adelantarse al camin. en el cruce de la avenida San juan el auto patrullero se atraves para cortarle el paso, pero el camin ni siquiera aminor su velocidad. los testigos declararon que, en vez de frenar, el dodge aceler para embestir con mayor fuerza al coche policial. de sus planchas retorcidas se retiraron tres cadveres y un herido grave. el camin sigui corriendo rumbo al sur, y otros patrulleros fueron lanzados en su persecucin. dos coches policiales lograron alcanzar el camin en fuga y abrieron fuego con pistolas y metralletas. Se produjeron cuatro muertos (entre los transentes), pero protegido por su estructura de acero el camin prosigui su carrera. Se extendi entonces el rumor que por razones polticas y sindicales haba orden de detener o balear a todos los basureros. inmediatamente la noticia fue divulgada por una radio uruguaya y todos los camiones recolectores de basura que se encontraban en las calles de Buenos aires se dirigieron apresuradamente hacia los basurales del sur. veinte, cincuenta, trescientos camiones basureros llegaron de toda la ciudad. llenando el ancho de la avenida alcorta se hicieron fuertes en el estadio del Club huracn, en los basurales vecinos y alrededor del gasmetro que eleva su mole sombra en el barrio Patricios. ya los patrulleros no se animaron a acercarse a los camioneros, que se mantenan en formacin de combate, con los motores en marcha y dispuestos a embestir con sus poderosos blindajes, mientras una reunin de delegados obreros de la direccin General de limpieza declaraba que el gremio fue injustamente baleado, primero por un oligarca y despus por la polica, resolviendo en consecuencia la huelga por tiempo indeterminado. reunidas a su vez las autoridades municipales, se escuch al intendente. Guiando el ojo en direccin a los representantes de la prensa asegur que lo ms inteligente es dejar pasar estos das de fiesta y mientras tanto que se pudra la huelga.transcurrieron los das de ao nuevo, que como es sabido en Buenos aires se festejan comiendo a rajacincha. en todas las esquinas se levantaron montculos con las sobras de las fiestas. Se orden encenderles fuego, pero resultaron fogatas fallidas, que en vez de arder arrojaron un espeso humo rastrero que apest peor que los residuos. revelose as la calidad indestructible de la basura de Buenos aires, como tambin su curiosa propiedad de aumentar en proporcin geomtrica. entonces las alarmadas autoridades municipales corrieron a consultar a las Fuerzas armadas. el ejrcito se neg a recoger

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    la basura por estimar que eso era labor exclusiva de los civiles. adems, era del conocimiento pblico que se preparaba un golpe militar para los prximos meses: no era pues el momento indicado para adelantarse a sacar las tropas a la calle y menos en una tarea tan fatigosa como denigrante. invitado a bombardear el reducto de basureros facciosos, el Comandante de las Fuerzas areas hizo saber que la espesa humareda que cubra la ciudad imposibilitaba cualquier accin por el aire. En cuanto a los seores oficiales de la Marina de Guerra se encontraban de vacaciones en distintos balnearios y estancias del pas.a falta de fuerzas, las autoridades se vieron obligadas a recurrir a las leyes. un decreto prohibi arrojar la basura en la puerta de calle, bajo pena de crcel no redimible por multa. Pocas ocasiones hubo de aplicar esa ley, pues nadie arrojaba la basura frente a su casa, prefirindose siempre la puerta del vecino. la promulgacin de medidas ms rigurosas apenas si provoc una inslita consecuencia comercial: en pocos das se agotaron en los negocios los papeles floreados y las cintas de colores y dems artculos que sirven para envolver regalos. Todo el mundo sala de sus casas con cara de fiesta, cargando paquetes coquetos y canastillos primorosos. invariablemente el contenido era el mismo: basura (enviada annimamente o con nombres supuestos a amigos o familiares). en verdad nadie se quedaba con su propia basura, en cambio todos chapaleaban en la basura ajena. ocurri pues al revs de lo calculado por el intendente: no fue la huelga sino la ciudad entera la que comenz a podrirse. resolviose entonces enviar a un funcionario a parlamentar con los basureros en huelga. a su vuelta aport noticias nada tranquilizadoras. los basureros ya no se consideraban tales. la zona ocupada por los huelguistas reluca de pura limpieza. en vez de ser como antes un basural en medio de la ciudad era una zona asptica en medio del inmenso basural. eran tantos los peones de limpieza congregados en ese sector, que la consciente aplicacin de su profesin apenas les demandaba una hora al da. el resto del tiempo lo ocupaban en reflexionar.Quiere decir que ya se encuentran camino del arrepentimiento? se ilusion el intendente.no lo parecen respondi apenado el delegado.inform a los huelguistas sobre el estado de la ciudad?Se mostraron poco sorprendidos. dicen que ya haban observado en su trabajo que cada da la basura produca ms basura, demasiada basura, y solamente basura. ahora se niegan a recogerla. dicen que ya es demasiado

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    tarde.nous soummees foutues exclam el Secretario de Cultura, y luego de adjudicarse el Gran Premio de Poesa desapareci del Palacio, sumando a tantos males el desamparo espiritual de la comuna.despus de tanta acumulacin las montaas de residuos comenzaron a desmoronarse. avanzaron por las calles como un aluvin, convirtiendo en basura todo aquello que atrapaban en su marcha, as fuese monumento, semforo, transente, inspector o cualquier otro objeto municipal. los pobladores de Buenos Aires prefirieron no salir de sus casas, y si bien esto mereci largas y laudatorias editoriales sobre la recuperacin de las sanas tradiciones hogareas, la verdad es que desde entonces la basura comenz a crecer tanto en los interiores como en las calles. ambas corrientes se unan en puertas y ventanas con un siniestro sonido de deglucin. este beso de la basura anticipaba nuevos y crecientes ciclos de reproduccin. Se prohibi la impresin de diarios y revistas, por entenderse que el papel impreso constituye siempre la parte ms abultada de la basura, sin contar que como ya hemos visto serva de envoltorio y disimulo para el contrabando de residuos. esta restriccin a la libertad de prensa produjo una conmocin internacional y los telegramas de protestas del S.I.P. significaron toneladas de papeles que casi cubrieron el Palacio Municipal.Fue cuando apareci ese viejo apenas cubierto con una sbana andrajosa. el vagabundo o profeta se empin en lo alto de esa humeante montaa de basura y seal hacia el oeste. nunca se supo lo que dijo (en caso de haber dicho algo), pero entonces se form una larga fila de retirantes que abandonaban la ciudad. los encumbrados funcionarios que en seal de protesta se quemaron vivos (a la usanza de los bonzos vietnamitas) no lograron otra cosa que enriquecer con sus cadveres la variedad de residuos y hedores, pero sin lograr detener con tales gestos el xodo de los contribuyentes municipales.Cuando en las afueras de la ciudad la caravana desfilaba frente a las torres radiotelefnicas, escucharon la ltima informacin oficial: En plena etapa de recuperacin econmica, la poblacin de la capital se ha lanzado alegremente en viaje de merecidas vacaciones... La voz del locutor se quebr y finalmente se produjo un penoso silencio en el instante que la basura cubri totalmente las torres de transmisin. Mareas viscosas confluan para volver a unirse en la vuelta redonda de la serpiente que se devora a s misma. Sin comienzo ni fin brotaba la materia fundamental de la galaxia y el colibr: trmula fuerza fosforescente sin pesantez engull a la caravana de fugitivos y fue borrando

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    el recuerdo de la ciudad. y una llanura pura y desolada tal como la soaron los basureros en huelga qued a la espera de una nueva fundacin de Buenos aires.

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    loS ojoS de Celina

    en la tarde blanca de calor, los ojos de Celina me parecieron dos pozos de agua fresca. no me retir de su lado, como si en medio del algodonal quemado por el sol hubiese encontrado la sombra de un sauce. Pero mi madre opin lo contrario: ella te busc, la sinvergenza. stas fueron sus palabras. Como siempre no me atrev a contradecirle, pero si mal no recuerdo fui yo quien se qued al lado de Celina con ganas de mirarla a cada rato. desde ese da la ayud en la cosecha, y tampoco esto le pareci bien a mi madre, acostumbrada como estaba a los modos que nos ense en la familia. es decir, trabajar duro y seguido, sin pensar en otra cosa. y lo que ganbamos era para mam, sin quedarnos con un solo peso.Siempre fue la vieja quien resolvi todos los gastos de la casa y de nosotros.Mi hermano se cas antes que yo, porque era el mayor y tambin porque la roberta pareca trabajadora y callada como una mula. no se meti en las cosas de la familia y todo sigui como antes. al poco tiempo ni nos acordbamos que haba una extraa en la casa. en cambio con Celina fue diferente. Pareca delicada y no result muy buena para el trabajo. Por eso mi mam le mandaba hacer los trabajos ms pesados del campo, para ver si aprenda de una vez.Para peor a Celina se le ocurri que como ya estbamos casados, podamos hacer rancho aparte y quedarme con mi plata. yo le dije que por nada del mundo le hara eso a mam. Quiso la mala suerte que la vieja supiera la idea de Celina. la trat de loca y nunca la perdon. a m me dio mucha vergenza que mi mujer pensara en forma distinta que todos nosotros. y me doli ver quejosa a mi madre. Me reproch que yo mismo ya no trabajaba como antes, y era la pura verdad. lo cierto es que pasaba mucho tiempo al lado de Celina. la pobre adelgazaba da a da, pero en cambio se le agrandaban los ojos. y eso justamente me gustaba: sus ojos grandes. nunca me cans de mirrselos.Pas otro ao y eso empeor. la roberta trabajaba en el campo como una burra y tuvo su segundo hijo. Mam pareca contenta, porque igual que ella, la roberta para machitos para el trabajo. en cambio con Celina no tuvimos

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    hijos, ni siquiera una nena. no me hacan falta, pero mi madre nos criticaba. nunca me atrev a contradecirle, y menos cuando estaba enojada, como ocurri esa vez que nos reuni a los dos hijos para decirnos que Celina deba dejar de joder en la casa y que de eso se encargara ella. despus se qued hablando con mi hermano y esto me dio mucha pena, porque ya no era como antes, cuando todo lo resolvamos juntos. ahora solamente se entendan mi madre y mi hermano. al atardecer los vi partir en el sulky con una olla y una arpillera. Pens que iban a buscar un yuyo o un gualicho en el monte para arreglar a Celina. no me atrev a preguntarle nada. Siempre me dio miedo ver enojada a mam.al da siguiente mi madre nos avis que el domingo saldramos de paseo al ro. jams se mostr amiga de pasear los domingos o cualquier otro da, porque nunca falt trabajo en casa o en el campo. Pero lo que ms me extra fue que orden a Celina que viniese con nosotros, mientras roberta deba quedarse a cuidar la casa y los chicos.ese domingo me acord de los tiempos viejos, cuando ramos muchachitos. Mi madre pareca alegre y ms joven. Prepar la comida para el paseo y enganch el caballo al sulky. despus nos llev hasta el recodo del ro.era medioda y haca un calor de horno. Mi madre le dijo a Celina que fuese a enterrar la damajuana de vino en la arena hmeda. le dio tambin la olla envuelta en arpillera:-esto lo abrs en el ro. lav bien los tomates que hay adentro para la ensalada.Quedamos solos y como siempre sin saber qu decirnos. de repente sent un grito de Celina que me puso los pelos de punta. despus me llam con un grito largo de animal perdido. Quise correr hacia all, pero pens en brujeras y me entr un gran miedo. adems mi madre me dijo que no me moviera de all.Celina lleg tambalendose como si ella sola hubiese chupado todo el vino que llev a refrescar al ro. no hizo otra cosa que mirarme muy adentro con esos ojos que tena y cay al suelo. Mi madre se agach y mir cuidadosamente el cuerpo de Celina. Seal:-ah abajo del codo.-Mismito all pic la yarar-dijo mi hermano.observaban con ojos de entendidos. Celina abri los ojos y volvi a mirarme.-una vbora -tartamude-. haba una vbora en la olla.Mir a mi madre y entonces ella se puso un dedo en la frente para dar a

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    entender que Celina estaba loca. lo cierto es que no pareca en su sano juicio: le temblaba la voz y no terminaba las palabras, como un borracho de lengua de trapo.Quise apretarle el brazo para que no corriese el veneno, pero mi madre dijo que ya era demasiado tarde y no me atrev a contradecirle. entonces dije que debamos llevarla al pueblo en el sulky. Mi madre no me contest. apretaba los labios y comprend que se estaba enojando. Celina volvi a abrir los ojos y busc mi mirada. trat de incorporarse. a todos se nos ocurri que el veneno no era suficientemente fuerte. Entonces mi madre me agarr del brazo.-eso se arregla de un solo modo -me dijo-. vamos a hacerla correr.Mi hermano me ayud a levantarla del suelo. le dijimos que deba correr para sanarse. en verdad es difcil que alguien se cure en esta forma: al correr, el veneno resulta peor y ms rpido. Pero no me atrev a discutirle a mam y Celina no pareca comprender gran cosa. Solamente tena ojos -qu ojos!- para mirarme, y me haca s con la cabeza porque ya no poda mover la lengua.entonces subimos al sulky y comenzamos a andar de vuelta a casa. Celina apenas si poda mover las piernas, no s si por el veneno o el miedo de morir. Se le agrandaban ms los ojos y no me quitaba la mirada, como si fuera de m no existiese otra cosa en el mundo. yo iba en el sulky y le abra los brazos como cuando se ensea a andar a una criatura, y ella tambin me abra los brazos, tambalendose como un borracho. de repente el veneno le lleg al corazn y cay en la tierra como un pajarito.la velamos en casa y al da siguiente la enterramos en el campo. Mi madre fue al pueblo para informar sobre el accidente. la vida continu parecida a siempre, hasta que una tarde lleg el comisario de Chaaral con dos milicos y nos llevaron al pueblo, y despus a la crcel de resistencia.dicen que fue la roberta quien cont en el pueblo la historia de la vbora en la olla. y la cremos tan callada como una mula! Siempre se hizo la mosquita muerta y al final se qued con la casa, el sulky y lo dems.lo que sentimos de veras con mi hermano fue separarnos de la vieja, cuando la llevaron para siempre a la crcel de mujeres. Pero la verdad es que no me siento tan mal. en la penitenciara se trabaja menos y se come mejor que en el campo. Solamente que quisiera olvidar alguna noche los ojos de Celina cuando corra detrs del sulky.

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    Sin Maana

    lo molesto ocurre al comienzo. los familiares alborotan todo en el preciso momento que uno ansa y alcanza la tranquilidad. Felizmente en ese mismo instante nos separa de la vida un velo de apretada trama y un cristal ms duro que el acero. desde el otro lado contemplamos las ltimas imgenes de la vida, que se desvanecen como sombras y humo. un fogonazo gris se traga a los que lloran y rezan. ya estoy muerto y mi ltima imagen del mundo de los vivos es la de ese joven desconocido que vi asomado en la puerta de mi dormitorio. Simplemente un intruso que mir con ansiedad y conmiseracin al moribundo. Ese gesto se instala en m, se identifica conmigo. Comprendo que ese desconocido que me observa detrs de toda mi familia soy yo mismo. es l quien siempre me sigui paso a paso, y me espi da y noche. ahora se instala en m. en el momento de morir soy como un guante vaco, que se inmoviliza y enfra. entonces una mano se introduce para darle nueva vida. ya no somos dos, sino uno solo. ahora soy ese otro que nunca conoc. y ya es tarde para encontrarle cualquier semejanza. lo tengo dentro de m. no tiene rostro. yo tampoco lo tengo. estamos uno dentro del otro. tensos y reposados, esperamos la partida. igual que en un avin. a travs del duro cristal y del tupido velo observamos las sombras del mundo de los vivos. Siguen acumulando flores, llantos, palabras y ms palabra. Yo veo a travs de los ojos del otro, y el otro mira a travs de mis ojos. a ambos nos sorprende esa desesperada e intil dispersin de gestos y ms gestos. Me domina el orgullo de estar muerto y creo que la expresin de mi mscara no lo disimula.en esta ltima espera me acompaan jirones de recuerdos. Surgen como pantallazos en blanco y negro. Pues detrs del apretado velo y el duro cristal dejamos colores y sonidos. ahora las imgenes son esencias y smbolos: no necesitan palabras. Podemos saltar con la velocidad de la luz y alcanzar cualquier imagen de las millones que dejamos como una estela en nuestro paso por la tierra. Muchos muertos vuelan y de pronto quedan inmovilizados, aferrados en el duro cristal que separa los dos mundos. Permanecen fascinados ante una imagen, hasta que se desvanecen en ese espacio sin tiempo. Son

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    seres que no vivieron plenamente en la vida, y que tampoco se realizan como muertos. Mientras me conducan al cementerio los he visto debatindose como moscas contra el cristal que nos separa de los vivos. tambin alcanc a ver los barrios opacos de mi ciudad, el hormiguear de los hombres, el tedio de las calles iguales. un recorrido parecido al que se cumple para llegar al aeropuerto de ezeiza, un paseo aburrido que invita a viajar pronto y muy lejos.a travs del duro cristal me llegaba la confusa imagen de algn rostro familiar. en especial mi mujer y mi madre trataban de traspasarlo. adivin sus presencias, sin lograr verlas. esto tambin me hizo recordar el aeropuerto, cuando el avin se dispone a partir, y los que quedaron se despiden agitando los pauelos, pero ya sin saber quines son y a quines saludan. entonces la corta espera se hace tan fastidiosa, hasta que el avin parte, o el atad es depositado en la fosa, y al fin comienza el viaje, y se tiene la suerte de hendir el mundo sobre el cielo y bajo la tierra.Percibo una vibracin intensa, como la de una turbina de avin. yo y el otro, los dos dentro del atad, iniciamos el viaje con un arranque de inaudita velocidad. ya estamos a muchos kilmetros del espeso velo y el duro cristal. atravesamos ocanos, continentes, mundos. no me separo de ese otro que llevo adentro. imposible saber si viajamos por el centro de la tierra o por los espacios csmicos. hendimos las tinieblas en una lnea recta, como un tren subterrneo que nos llevase a las antpodas. a veces el viaje se matiza con sorpresivas eclipses. reconozco la curva ascendente del subte de Buenos aires al pasar la estacin alberti en la lnea a, y vuelvo a recorrer la lnea d cuando se tuerce graciosamente entre tribunales y Callao. de repente iniciamos un recorrido vertical, y caemos como plomo en un pozo que abarca el mundo entero.no s si el atad se desliz un par de centmetros, o bien terminbamos de recorrer aos luces en la galera. lo cierto es que domin la seguridad de haber llegado. todo estaba absurdamente quieto, como cuando despertamos en un tren y lo encontramos detenido. entonces me incorpor. Me result muy fcil subir a la superficie.Salgo a la luz y me encuentro en el cementerio. ya no veo el velo espeso. Comprendo que ese viaje cuya duracin no puedo estimar me ha vuelto a situar al otro lado del cristal. ahora no slo reconozco los detalles de mi tumba, sino que a una distancia de cincuenta metros diviso el regreso del cortejo que me acompa hasta mi ltima morada. Pero mi ltima morada es el universo que

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    ahora crece y tambin se empequeece en nuevas dimensiones. de un solo impulso estoy encima del cortejo. Los contemplo uno a uno: insignificantes y lamentables como todos los vivientes.vuelo hasta mi casa, y ah los sorprendo en mi velorio. Me molesta el olor de las flores. Entro entonces en mi dormitorio y all estoy agonizando. Salgo a la calle y me veo andando en mi ltimo paseo. Cmo estoy avejentado! nunca me di cuenta de ello. Salto pues al parque de Palermo y me veo pedaleando en mi bicicleta de media-carrera. Qu joven soy! Pero jams tuve conciencia que era joven. nunca pens en m, sino en el maldito maana. Por qu? Se lo pregunto a quien llevo conmigo, y ese otro me lo pregunta a m. Por qu? en la vida no hice otra cosa que esperar maana, ese cncer del mundo de los vivos. Qu es el maana? Se lo pregunto al otro, lo grito al viento, y el viento lo ulula al mundo. Qu era ese maana que devor mi vida? aqu nadie lo sabe. no existe maana en el mundo de los muertos! Solamente hay un presente tenso como un cable de acero que sujeta todo el universo.ahora me resulta fcil conocer el pasado, esa secrecin de los hombres, una baba ligeramente fosforescente que dejan en su arrastrada y engaosa marcha. no necesito escuchar sus voces. veo por transparencia como los muerde la angustia del tiempo. realmente no deseo reencarnarme en ninguno de esos desdichados. Prefiero elegir a uno para liberarlo de ese maldito maana, un guante vaco donde introducirme, y conmigo ese otro, que a su vez lleva otro y otro dentro de s, seres que nunca nos conocimos en el reino de la Dispersin y somos Uno en el negro diamante del presente infinito.

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    un PoderoSo CaMin de Guerra

    tuvimos un primer ademn, casi imperceptible, de sorpresa y de recelo. era como si hubisemos preferido pasar inadvertidos. Pero debimos desechar esta fcil solucin. haca varios meses que no nos veamos y nos dimos la mano en ese vrtice de la recova de Plaza once. en un instante, pude observar detalladamente a alejandro aguilera. Se vea plido bajo las poderosas luces. torca ligeramente la boca al hablar.y yo no poda escucharle bien. Pensaba en nuestra amistad. a veces dejamos que se rompan los lazas de una vieja amistad, y ste es el sntoma seguro de que comenzamos a renegar de nosotros mismos. nunca faltan los pretextos. en este caso fueron determinadas y enconadas discusiones polticas. una forma como cualquier otra de comprobar nuestra debilidad. dejamos de vernos.y all estaba otra vez con mi viejo amigo alejandro. reaccion para captar el sentido de su conversacin. Contaba cosas de su vida, respondiendo, quiz, a alguna pregunta convencional que le formul.-... tambin puedo decir que estoy de paso, ya que en mi nuevo oficio...-Tens una nueva ocupacin? -le interrump, con el doble fin de mostrar inters y de afirmarme en la conversacin.-S. Una vez ms cambi de oficio.-y ahora cul es? Con mangas de lustrina o de hormiga del intelecto, como ser monaguillo del libro Mayor o corrector de pruebas?-nada de eso. el uniforme es el .que sigue: cuello duro, traje bien cortado, pero empolvado por el camino; el gesto despreocupado; y la risa y la charla fciles. esta sociedad que algunos insensatos pretenden trastornar, est tan extraordinariamente organizada, que anoto pedidos y cobro mis comisiones con slo llevar en mi carpeta etiquetas de vino y envases vacos de yerba. no es necesario que el comerciante observe la yerba ni pruebe el vino: es suficiente que contemple los colores firmes y vivos de las etiquetas. No es esto un real avance en la marcha de los siglos, un evidente premio al ciego empecinamiento humano?

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    recorro una provincia y una gobernacin. despus las vuelvo a atravesar. los pueblos son parecidos, sus calles llevan los mismos nombres. nicamente varan los hoteles: los hay regulares y psimos. vala la pena que corriese tanta sangre para convertir un hermoso desierto en una llanura tan progresista y apagada?-y qu dice la gente por all?-hablan de cotizaciones y barajan posibilidades de hacer dinero. Suean con la ciudad. Qu otra cosa pueden hacer? lo mismo hago yo cuando me encuentro en el campo.Se detuvo un instante. Pareca medir algo. entonces, dominado no s por qu impulso, le dije: -Cuando hablabas de viajar y viajar, te acords?, tenas la seguridad (le llegar a ser un trotamundos. y te encuentro ahora convertido en un trotaprovincias.-hago lo que puedo -me respondi tristemente- Adems, ahora todo me da lo mismo. Esa tristeza contradeca la suficiencia que barruntaba en sus palabras anteriores. Me sent conmovido.y yo, que comenzaba a enrostrarle su fracaso, con esa crueldad que slo puede gastar otro fracasado!-Por qu no buscamos un lugar tranquilo para seguir charlando? -propuse. echamos a andar por la avenida Pueyrredn, pero nos molestaba esa avalancha humana que trotaba para hundirse en las entradas del ferrocarril subterrneo. doblamos por Cangallo. los oscuros y silenciosos depsitos del Ferrocarril oeste parecan fortalezas abandonadas. Como un poderoso fantasma ulul una invisible locomotora. alejandro consult su reloj.-Faltan tres minutos para que parta el Pampero, el nocturno a Santa rosa -fu el comentario del viajante de comercio-. un hermoso rpido. Generalmente duermo de un tirn hasta Pehuaj. all me despierta la sensacin de que el tren se ha detenido, el estrpito de los topes que chocan en alguna maniobra y ese vibrante fro que anuncia el amanecer. y yo agonizo mientras espero que el rpido prosiga su carrera. entonces es cuando me domina el miedo. en cualquier momento espero escuchar el ruido del motor del camin ...-Pero de qu camin ests hablando? -le interrump alarmado. volv a contemplarlo. La culpa no era de los tubos de luces fluorescentes. Aqu, en los flancos mal iluminados de la estacin ferroviaria, lo segua viendo plido. Y como no me contestara pronto, y quiz temiendo que lo hiciera, le pregunt: -no te sents bien?-lo que se dice muy bien, no estoy. ya te explicar. Con decirte que me

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    encontraba en Plaza once para tomar ese tren. y ya ves: lo dejo partir. hice bien? Creo que s. Pero ya escuchaste cmo se desesper recin esa maldita locomotora. era como un llamado, verdad? Pero no pongas esa cara de asombro, que ya voy a explicarte todo esto! nos instalamos en una modesta fonda de la calle anchorena, en los alrededores del mercado de abasto. Pinchbamos en un plato repleto de pequeas aceitunas cubiertas de aj molido, que ayudaban a apurar el vino grueso y spero de tres brricas alineadas en la entrada, servido en jarras de descascarada loza. y ese vino chispeaba ahora en los ojos de alejandro aguilera y tea levemente sus demacradas mejillas. -Cuando se ha vivido en distintas ciudades - comenz a decir-, algo se aprende: muchas verdades inconstantes y pocas otras inconmovibles. una de estas ltimas es que toda ciudad conserva, protegida con el halo de verdura descompuesta de sus grandes mercados, cierta zona aun ms profunda que la portuaria, con algunas calles de apariencia rural y otras del medioevo, donde alternan el caballo cansado y las tumefactas coliflores, el changador borracho y el delicado fruto que baja del trpico. Si hubieses sido ciclista - como lo he sido yo- tendras en el cuerpo el recuerdo de algn golpe, por pasar por el mercado de abasto. Sobre esos pavimentos viscosos, donde patinaba mi bicicleta, merodea firmemente, en cambio, la Aventura, atrada por el olor de especias. Qu puede hacer la aventura en las calles de una gran ciudad como Buenos aires? hace el ridculo y nada ms! entonces viene hacia estos lados (como vienen algunos noctmbulos hastiados), porque es el rincn donde la vida -aunque slo sea la del vegetal- conoce esa desnuda intensidad de vivir, apetecer y pudrirse al mismo tiempo. Por eso es necesario buscar los grandes mercados. en sus alrededores te darn de comer bien y bebers un vino, si no fino, al menos extrao, y en todo caso barato. Cuando el mercado no te reserve emocin alguna, y sus fondas te mezquinen la novedad de un plato y un pasable vino de barrica, entonces querr decir, querido amigo, que todo anda definitivamente mal.volc en su vaso el resto del vino de la jarra (la segunda que le servan) y lo apur como si repentinamente le quemase la sed.-es lamentable necesitar a veces la ayuda del alcohol, pero mayor desgracia es no sentir nunca lo inefable y desconocer la aventura de contemplar el mundo con los ojos limpios y sorprendidos de un nio. aqu estoy en esta fonda del mercado, y para m este momento compensa el tiempo perdido en un mes de trabajo productivo. S, en mi cochina y tediosa lucha por la vida

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    irrumpe una poderosa y luminosa rfaga de magia.recorri con la vista las paredes decoradas con botellas polvorientas y jamones colgantes y ristras de salamines a modo de guirnaldas, antes de proseguir: -Generalmente me domina la sensacin de moverme de un lado hacia otro, vaco y perdido como un sonmbulo. Pero he aqu que despierto: he tomado el noble vino y nuevamente estoy instalado frente a la vida, contemplando un espectculo tan viejo como el mundo y tan nuevo que no hay escenas repetidas. as estaba hace una semana en ese pueblo de Choele- Choel, con un codo apoyado en la mesa y el otro en la tapa de un viejo piano. encima del piano (a mi espalda), una sucia pantalla cinematogrfica ocupa una pared. enfrente, la casita del operador, de madera verde oscura, y con doble ventanilla para el paso de la luz. Cundo y qu tipo desusado de cine se pasa en este hotelucho de Choele-Choel? un antiqusimo aparador de trabajada madera, alto hasta el techo, y cuadros de frutas y aves que sobrevivieron varias guerras. aqu estoy, en un viscoso y profundo agujero, bajo el limpsimo cielo de Choele-Choel, en una cueva a orillas del ro negro. Sobre la sufrida valija del muestrario diviso el sufrido e inacabable talonario de pedidos, donde asoman, lastimosamente arrugadas, como viejas orejas de elefantes, los papeles carbnicos de copia. en ese mal juego de los adultos, a m me toca tomar mi valija y recorrer los desiertos y las praderas, ofreciendo tanta cosa que se considera necesaria, para la vida: yerba, bombachas, licores. en un rincn come el mozo que me termina de servir. Sobre la sopa, muerde la galleta de campo y tambin l toma largos sorbos de un vinillo casero, turbio y espeso, con un, sorprendente gusto a uva. y despus llegan paisanos de tez terrosa, apagados y lastimosos como sus ponchos. Contemplan el juego en la mesa de billar, donde se lucen dos vecinos hijos de las islas de Choele-Choel. el muchacho que come, revuelve la sopa con la cuchara, hace balancear el lquido de su vaso y despus da vuelta al bife en el plato, con evidente satisfaccin. es el gesto de quien asegura: he aqu mi vino. y ahora comer esa sopa y este bife. y yo me embriagaba lentamente con ese vino joven y rstico, hasta que se me revela que todo entra, en un clima mgico... ah estamos reunidos un grupo de vencidas criaturas, en la fonda del aplastado casero. yo con mi talonario de pedidos de yerba y ese muchacho encantado de su sopa y maravillado del vino. y esos sufridos peones que juegan al billar. Me entran ganas de abrazar a todos y ponerme a llorar, pero no tanto de tristeza como de simple ternura y piedad, hacia ellos y hacia m mismo.

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    Cuando viene el muchacho a retirarme el cubierto, le pido otra botellita de ese extrao vino. vuelvo a llenar el vaso y entonces pregunto por un amigo, el flaco Muiz, que trabaja en Vialidad, en la construccin de los puentes que atravesarn l ro negro por esas islas. el muchacho sacude el mantel: uno delgadito, que viste siempre de negro, verdad? S, seor, saba comer aqu. Primero paraba en Choele, despus vena del campamento de la isla Lamarque, y finalmente pas a Pomona. Queda lejos?, le pregunt. Unas cinco leguas. y desde entonces no lo veo ms, me responde. y el rostro, del muchacho adquiere esa extraa inmovilidad de piedra encantada de algunas estatuas. el recuerdo le suaviza la expresin y sus ojos parecen traspasar esos muros y perforar la aplastadora noche del desierto. Buen muchacho, eh?, digo por decir algo, recordando la suave timidez de artista del flaco Muiz. Pero el otro ya ha penetrado en la zona del encanto y dice lentamente: tocaba el piano. Saba tocar muy bien. tengo el codo apoyado en el piano y lo retiro. ah est el lustroso y silencioso mueble olvidado, y ese mozo que parece perforar la noche con el recuerdo confuso de algunos sones que llegaran al alma. Finalmente sacude la cabeza como si espantase una mosca. despus dobla el maltratado mantel y se retira. Pero all queda la presencia del flaco Muiz, porque hay evocaciones suficientemente plsticas como para cristalizar imgenes ya esfumadas. Entonces veo entrar al flaco Muiz. Pasa inadvertido entre esos criollos, cetrinos, flacos y callados como l. uno de los que tiraban carambolas lo salud sin dejar de pasarle tiza al taco. El flaco se sienta al piano. Y repentinamente algo extrao sacude a esos impvidos y vencidos campesinos, como si un poderoso viento llegado de muy lejos los arrancase de su antiguo sopor. el mozo limpiaba copas en un tacho de cinc, detrs del mostrador, y clavaba la vista hacia un punto tan lejano como el origen de ese extrao viento. Pero eso slo duraba un instante. los sones del piano mueren y la fonda retorna a su normalidad. el muchacho llena un vaso de caa para un nuevo parroquiano y todos vuelven a atender las fallidas carambolas de los improvisados billaristas. El flaco se incorpora y cierra cuidadosamente la tapa del piano y tal vez no sepa que un hlito inefable se ha prendido durante un breve instante en esa cueva aplastada por la noche del desierto...alejandro se detuvo nuevamente, como si necesitase orientar su relato y tomar aliento antes de proseguir. adems, aprovech la pausa para pedir otra jarra de vino. era evidente que se dispona a contarme lo ms importante. -Entonces me domin el deseo de ir a visitar al flaco en el campamento de

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    Pomona. abandon la mesa para averiguar la salida del colectivo rural a Pomona. Maana a las nueve sale uno, me inform el mozo. y sealndome a un jugador de billar, agreg: ese muchacho trabaja en el campamento de lamarque; quiz pueda informarle mejor. el tal muchacho vino a nuestro lado al sentirse indicado. -Conoce usted a Muiz? -le pregunt. Claro que s. Trabajaba en la oficina de Personal. Pero pas a Pomona, de camionero. -De camionero? -as es. Se produjo una vacante de camionero y Muiz se ofreci. ah anda manejando un poderoso international. ahora que me acuerdo, la ltima vez que lo vi en lamarque, con su camin, me dijo que en estos das tendra carga para traer de Choele-Choel. a lo mejor, aparece maana, quiz esta misma noche... un extrao fro me recorri el cuerpo. no, no me mirs as, que no divago. a las dos de la madrugada tom el tren que me devolvi a Buenos aires. Claro que te sorprends. . . Pero te voy contar. S que un buen da voy a encontrarme con el camionero. un camin conducido por una persona que me va a resultar conocida. Quin no conoce el rostro de la Muerte? y la Muerte anda ahora sobre un poderoso camin. ya ves: iba a visitar a Muiz en Pomona. Me llamaba, crendome ese impulso loco. una sirena no lo hara mejor. y me esperaba con el camin! te das cuenta? -y qu te pas esta noche?-ah, esta noche! tena que salir para iniciar mi jira por el circuito Santa rosa, General acha y Baha Blanca. dej mi equipaje en el depsito de la estacin once. repentinamente me domin la angustia y tem realizar el viaje. ech a andar por la iluminada recova de Plaza once y entonces te encontr. ahora estoy aqu tomando y alegrndome. y alejandro se rea como si terminase de engaar al mismo demonio. Fu entonces cuando en la fonda del mercado entr el hombre de la casaca de cuero. en el mercado de abasto convergen diariamente cientos y quiz miles de camiones, y la entrada de un camionero no hubiese llamado nunca mi atencin, especialmente en este momento, que me dominaba la penosa impresin de comprobar el evidente desequilibrio de mi amigo. Pero no pude dejar de contemplarlo detenidamente, pues su presencia tuvo la virtud de hacer palidecer a alejandro hasta convertirlo en un verdadero espectro. el camionero avanz hacia el mostrador. Su gesto denotaba agotamiento fsico, lo que poda explicarse, ya que son muchos los conductores que deben aguantar jornadas abrumadoras para traer sus cargas al mercado. Cierto que la mscara sudada y crispada del camionero de gastada casaca de cuero mostraba la misma palidez de mi amigo, pero alejandro no clavaba su mirada en el recin llegado, sino que no la separaba

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    de la puerta, por donde se vea la parte trasera de un poderoso camin de color verde oliva. Se trataba de uno de esos imponentes y maltratados armatostes que despus de servir en la ltima guerra transitan en las calles de Buenos aires en trabajos de paz. en la mesa tenamos tres jarras de vino vacas. y yo pregunt: -Qu pasa en ese camin? alejandro balbuceaba, ya en pleno delirio. - Pude verlo antes que se estacionase. estaba lleno de muertos. Parecen soldados. algunos van destrozados. a otros les cuelgan los brazos, como si quisiesen aferrarse al suelo para no seguir viaje. yo tampoco me encontraba del todo bien, pues comenc a admitir: -no cabe duda que ese camin llev miles de soldados y carg toneladas de cadveres, alejandro. y esas imgenes no se pueden borrar as no ms. ah quedan, junto con esa pintura color de campo martirizado y las abolladuras producidas por alguna explosin. Pero quers ir a ver lo que lleva ahora? Seguramente un cargamento de zapallos rojizos, o de fresqusima lechuga... alejandro movi obstinadamente la cabeza con el gesto temeroso y angustiado de un nio que se niega a cumplir un castigo. yo gir la cabeza para divisar al camionero. terminaba de tomar una copa en el mostrador de cinc y abandonaba el local. Pas al lado de nuestra mesa, detrs de m. no pude ver si el hombre hizo un gesto, pero lo cierto es que alejandro se incorpor y con pasos de alucinado sali detrs del camionero de la casaca de cuero. Cuando sent arrancar el poderoso motor pude reaccionar. atin a dejar un par de billetes en la mesa, entre las jarras vacas, y llegu hasta la puerta. el camin y alejandro haban desaparecido. tena frente a m esa extraordinaria bveda de cemento, con imponencia y belleza de catedral, de nuestro mercado central. Filas interminables de camiones entraban lentamente por sus puertas de ciudadela. Sent miedo y ech a andar con paso rpido hacia las luces del centro de la ciudad.

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    el reMolino

    el remolino es lo mejor para pescar le enseaba el Beto Parece peligroso pero es lo ms seguro.el Beto la agarraba del brazo o del vestido para que no resbalara al ro.tira la caa por ese lado.hermenegilda esperaba que picara un bagre, ojal un pac, y dejaba que el Beto le corriera la mano por el brazo y se metiera en el pecho. lo que realmente importaba era pescar algo. Si apareca en casa con un dorado la mama le sonrea y segua sonriendo cuando llegaba el viejo y todo iba de lo mejor con el humo de pescado asado. lo malo era llegar al rancho con las manos vacas.anduvistes con ese atorrante del Beto? le reprochaba la vieja. Con Beto andaba siempre. a veces se conformaba con manosearla mientras pescaban, o se le echaba encima al borde del terrapln de donde se dominaba el remolino del ro. resultaba cmodo ese terrapln de abundante pasto mullido y escondedor. Pero el Beto nunca le dijo que la llevaba all para aprovecharla, sino que le ense:ah donde el remolino la pesca es mejor.aqu en la ciudad encontr el remolino en las estaciones ferroviarias, en algunas plazas y en muy pocas calles. la multitud era un cuerpo cerrado y aplastado, igual que el ro, tan ajena a su carne y a su pensamiento como fue el ro de su infancia. Pero de pronto esa multitud compacta y hostil entraba en un remolino, girando en un movimiento que permita penetrar en esa masa cerrada y tomar contacto con tanta ajenidad.el remolino arranca al hombre de su ciega embestida. vacila un brevsimo instante antes de dejarse tragar por la estacin ferroviaria. no hace falta entonces magnificar una sonrisa. Para pescar basta un leve parpadear, un casi imperceptible rictus de la boca. el remolino traa peces y tambin la muerte al menor descuido. aqu en la ciudad el peligro se dice hacer bandera, es decir llamar la atencin. el remolino humano trae solitarios hombres-peces, secos bagres o grasosos pacs, pero tambin tiras pechadores y charlatanes

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    de vana degeneracin que preguntan y desaparecen. lo peor es la gente joven, su daina y trmula curiosidad, la perversa bsqueda de un dilogo al puro cohete. hay que seleccionar bien y el remolino de Plaza once permite barajar el torbellino de jetas con pantalones.un tipo de portafolio en la mano. ella le hace un gesto y se detiene mirando una vidriera. el hombre se vuelve y la aborda. usa sombrero como para ocultar la cara. vamos? propuso ella. hay cerca un lugar barato?aqu a la vuelta -y lo encamin a travs del remolino.al tirar el portafolio sobre una silla hay un ruido de hierros. no llevas armas o algo as?instrumentos replic el hombre. y dndose importancia:Soy tcnico. de qu?televisin y todo eso. Ganas bien, verdad? Me vas a dar entonces un buen regalito?el hombre le alcanz un papel de mil pesos. ella lo dej sobre el velador y pidi ms. el hombre le dio otro billete.Con el gesto automtico del cierre relmpago se quit el vestido y qued en calzones y sostn blancos que contrastaban con el cuerpo cobrizo, casi negro. el hombre la contempl detenidamente. negra con pies grandes y piernas anchas, de niez descalza y caminadora.al soltarse el corpio resbalaron los pesados pechos de enormes pezones morados. aquello prometa como un inerme objeto sexual si no fuese que negro sobre negro, los ojos de la mujer relucan como dos animalitos indciles y vigilantes. esa mirada resultaba contradictoria con el cuerpo abundoso y quieto: esa mirada era el remolino negro y profundo de un ro chato y calmo. el hombre pens que ella vena de lejos. de dnde sos?a la mujer no le gustaba nada esa pregunta. la humillaba que la encontraran cambiada de lugar.de aqu cerca: santafecina soy.Poda decir chaquea o formosea para mayor exactitud, pero prefera quedarse por ah noms: santafecina le gustaba, algo ms cristiano que decir chaquea, ser provinciana pero no india.El hombre gimi y rog que lo besara en el final que se precipit ms de

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    lo deseado. ella le apart la boca y despus se incorpor. Guard los dos billetes en la cartera. el hombre la vio hacer con una mirada de hurfano. Se vea triste. as que sos de afuera, verdad?la mujer no contest. empuj los dos billetes al fondo de su cartera. esto ahora es mo como mi cuerpo y mi boca y me llevo todo y te dejo ms solo de lo que te encontr, con la tristeza del bicho flcido y dos papeles de mil pesos menos en el bolsillo.el hombre mir ansiosamente a la mujer, con la intencin de detener el tiempo. de pronto se le revelaba la exuberancia y el misterio de esa mujer. Pero el remolino giraba vertiginosamente y se sinti inerme frente a los movimientos mecnicos y exactos de la mujer morena. le bast un solo movimiento para encerrar los enormes pechos en el corpio y otro gesto, oblicuo, de autmata, para encajarse los calzones. aun sin los pezones morados y el poderoso trapecio del sexo a la vista, el cuerpo presente segua llenando la habitacin con su luz aterciopelada. Cmo te llamas? pregunt el hombre en otro vano intento de detener el vrtice del remolino que ya lo tragaba.Mientras se pona los zapatos ella dijo nelly o Betty, cualquier nombre de batalla que no significaba gran cosa y totalmente ajeno a las piernas macizas, a esa carne morena que igual que un sol iluminaba esa pieza con mayor intensidad antes de desaparecer.el hombre pens que esa impresin le vena por la sorprendente blancura de la ropa interior de la mujer. Sin un solo adorno: blancas y sencillas, amplias y henchidas como las velas de una fragata.Finalmente la mujer se puso el vestido floreado y apret la cartera bajo su brazo redondo. apur al hombre:termina de vestirte y vamos.el tipo lo mir con resentimiento: Cabecita, eh?Cabecita, cabecita negra, salida de la tierra y color tierra como un gusano, el pensamiento torcido de quien viene a arrebatar la tranquilidad y los bienes y hasta la salud del hombre blanco de la ciudad. Cabecita, eh?Merodeadora solapada, patas polvorientas de tierra adentro.el porteo es limpio, rosado, rico, hospitalario, Su ciudad fue el templo de virtudes consagradas en todo el mundo, hasta que el cabecita trajo la doblez,

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    la rapia, el resentimiento social, todo aquello oscuro como su piel. Con los dos billetes bien metidos en la cartera, ah estaba lista para partir con su vestido floreado ajustado al cuerpo moreno, los ojos negros relucientes de animal nocturno. Quizs le haba encalado alguna enfermedad. Por qu no? Cabecita, cabecita negra, color tierra en el cuerpo y en el alma.una cabecita con ganas de escapar como chinchuda y ladrona que seguramente era: Salimos o no?al salir a la calle ella quiso tomarlo del brazo, as como hizo al entrar al hotel, pero esta vez l la rechaz.Para disimular insisti la mujer. Siempre andan tiras por aqu, sabes?eso le faltaba. Que lo interrogara la polica. Que lo metieran en cana. Que todo el mundo lo viera en la calle de brazo de esa cabecita negra.aqu en la esquina nos separamos.el apur el paso y ella sigui detrs como si lo remolcara, hasta que lo perdi de vista. todo desapareca pronto en el remolino. ese movimiento vertiginoso terminaba por marear.vio una mesa recin desocupada en el caf de Pueyrredn y Sarmiento y all se sent. era en el reservado para familias, caso contrario no se hubiera atrevido a entrar. Buenos aires le haba enseado a ser prudente: no hacer bandera por nada en el mundo.resultaba impropio que una mujer entrara en el caf repleto de hombres. otra cosa era en el reservado para familias. Por encima de una tarima los hombres podan mirarla y quizs intercambiar algn gesto.la mujer morena pidi un vaso de leche, bien calentita por favor, con tonada provinciana que hizo sonrer al mozo. le gustaba cmo servan la leche en el caf, con un soporte metlico firuleteado. Bebi con sorbos cortos y esper. Por el ventanal veagirar el remolino de la calle. una o dos vueltas ms, pens la mujer. Con los sorbos de leche se filtraba la confianza como un vino tibio. No temi como otras veces llegar tarde a la villa donde viva. resolvi dar otra vuelta antes de volverse a casa. le toc caminar mucho. el remolino de la estacin once abarcaba la avenida Pueyrredn hasta llegar a Corrientes, y por rivadavia hasta Congreso. el remolino de pesca daba vueltas en toda la ciudad y en todo el recorrido de su vuelta en casa. remolino de Plaza Flores, y segua girando con mayor volumen y velocidad en liniers. remolinos de gente y luces en el cuerpo presente de la ciudad estaqueada de este a oeste en la

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    noche pampeana. la mujer comi una porcin de pizza y un vaso de moscato en las delicias. despus tom otro colectivo que bajaba por la avenida Perito Moreno. Baj en el cruce con la autopista del aeropuerto de ezeiza. altas torres coronadas con focos iluminaban la zona con una poderosa luz naranja que resultaba ms peligrosa que la oscuridad del suburbio. all arriba de la autopista silbaban los autos y camiones lanzados a toda velocidad. la mujer apur el paso para protegerse en las sombras. de lo alto gir un coche con los focos encendidos. Pas a toda velocidad y retom el camino en trbol que bajaba y ascenda a la autopista. Con una chirriante frenada se detuvo al lado de la mujer.era un Fiat blanco. iban dos muchachos de pelo largo. Qu haces aqu?a casa voy dijo ella y sigui andando.Prate grit el que manejaba. era un tipo gordo, de polera colorada. el otro era flaquito. y si no quiero?te conviene hacerme caso sigui hablando el gordo. Mira que podemos atropellarte con el coche.Me esperan en casa.y te van a seguir esperando.ella se detuvo. Qu te parece? pregunt el gordo.Bien poco vale la negra respondi el otro con voz aflautada.a m me gusta. no vamos a esperar a los otros?esos ya no vienen coche.Quedamos en encontrarnos de doce en adelante.Pero ya son cerca las tres. te digo que no vienen. Queda la picada para otra vez.la mujer pretendi escapar por un lado pero el gordo salt a tierra y la agarr del brazo.-a no avivarse. a vos te necesito y aqu te quedas. Qu miedo tenes? no te hagas la delicada. un ratito conmigo y te vas.Se dirigi a su compaero:Mostrale el bufoso a la negra para que aprenda.El otro asom una cara plida y afilada. Los tres inmovilizaron la mirada en el arma que reluca con las luces anaranjadas de las torres de la autopista.

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    ya te dije que te conviene.empuj a la mujer por la puerta trasera del coche.est bien acept ella-. Pero hace pronto.Se quit el vestido y con l envolvi la cartera para esconderla. tema que esos tipos le robaran, justo en la noche que traa ms plata que nunca.deja esa negra de mierda y vamos a la Panamericana se lament el flaquito. Se me ocurre que nos esperan por all.aqu nos citamos y de aqu no me muevo.Larga esa cabecita rog el flaquito. No es para nosotros.Para vos no ri el gordo. ni sta, ni ninguna otra.ayer no me hablabas as. te consegu la guita y hoy el coche. Por qu no sals a estirar las piernas? Me echas de mi coche?Con vos al lado no puedo hacer, Cllate al menos!El flaco se asom al asiento trasero:larga la negra o te quemo.El otro gir la cabeza y le sorprendi encontrarse con esa mirada fija y desesperada, las pupilas abiertas y vidriosas. le temblaba el revlver en la mano.Guarda eso, turrito. andas pichicateado verdad?-no guardo nada. Salgan de ah o los cago a tiros. dale el vestido a la negra y que salga rajando.la cartera reclam la mujer a los gritos. Quiero mi cartera. ladrones!Bajle dijo el flaquito. Ahora agarra tu vestido. No te da vergenza? Pontelo. y raja pronto y lejos.Pero la mujer qued parada al lado del coche. extenda la mano y gritaba para que le dieran la cartera y entonces el flaquito dispar dos veces. La mujer gir suavemente sobre s misma y cay de rodillas en el asfalto. el coche arranc y aceler a todo motor al subir el trbol que llevaba a la autopista: un remolino rugiente (el ltimo) alrededor de la mujer abundosa y morena que se extendi en el asfalto como una mancha de aceite, y los altos focos anaranjados velaron el cuerpo presente hasta el amanecer.

    expedicin al oeste

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    todo comenz as: el doctor arturo dusol me invit a visitarlo y tombamos un primer whisky en el balcn de un octavo piso. all abajo se quebraba la avenida Callao en una profusin de farolas y columnas doradas. yo contemplaba la calle entre distrado y fascinado, como lo haca de nio, cuando durante das enteros miraba pasar los pesados carros y los lustrosos coches fnebres que desfilaban por la calle Potos. Entonces los carros eran bellos y profusamente decorados. los caballos cadeneros avanzaban con compadrita arrogancia, y los carreros rostros joviales y voces broncaslos imitaban cuando detenan las chatas en la esquina de yatay, e iban contonendose a tomar la ginebra en el boliche de don juan. de los coches fnebres, en cambio, no guardo ninguna opinin, salvo que me intimidaba la gravedad de los cocheros galerudos. desde entonces me disgusta la gente solemne, la que va detrs de los muertos como paja condenarlos. aclaremos. Soy un hombre de ciudad. antes fui un nio de ciudad. y una ciudad se compone de calles, donde generalmente se producen hechos. en realidad es lo nico que me interesa: la calle y los hechos. en resumen: la vida. lo dems son suposiciones, comentarios, teoras, derivados, aadidos, ensayos. es decir convencionalismo, retrica, impotencia, vanidad, hipocresa, trivialidad y resentimiento. en una palabra: literatura.la calle me revel el mundo de la poesa y la aventura.Decir la calle significa definir un sentido mgico y vital. rentrons dans la ru, dice (no recuerdo cuando) el Gavroche de vctor hugo. justamente eso: entremos en la calle como quien penetra en un templo para buscar la verdad, o como quien busca su casa para baarse y sentirse menos lamentable.al principio cre que el doctor dusol me haba invitado con el nico propsito de sorprenderme con su generosidad, Quin soy yo, efectivamente, para tomar un segundo whisky en una terraza del octavo piso, y con la avenida Callao a mis pies? hay momentos en que el mundo debiera detenerse un instante para descanso y deleite de sus tripulantes. Comenzaba a sentirme francamente eufrico. el viejo Zeus no tuvo una avenida Callao en el olimpo, con una botella de whisky al alcance de la mano!dusol, renombrado psiquiatra y conocido crtico de arte, hablaba de Pars. recordamos algunos nombres y situamos determinados lugares. en realidad, hablbamos de Pars como dos viajantes de comercio pueden conversar sobre venado tuerto, recordando hoteles y notabilidades locales. Pero al tercer whisky, y debidamente afirmado mi ego, ca en la cuenta de que si en ese

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    momento caba generosidad en uno de nosotros, ese era yo y ningn otro. Pues mientras el doctor dusol hablaba de arte con trminos de alienista, desenmascaraba al mismo tiempo el profundo rencor que cultivaba hacia un tal Pasten, mdico tambin, y muy entendido en filosofa.Al principio se refiri a l con cuidadoso tono neutro, pero cada vez que volva al tema y en el fondo no le preocupaba otro lo haca con creciente animosidad. de amigo ligeramente criticable, el tal Pasten pas a ser un mediquillo mediocre, despus un ser repudiable, y finalmente un peligroso rufin. Me preocup en estimular la viviseccin de ese desconocido Pasten, y en esa forma el doctor dusol procedi a servirme el cuarto whisky.Siempre resulta conveniente para incrementar las relaciones sociales, que alguien se descubra una llaga. de tal modo se ofrece al interlocutor la posibilidad de meter el dedo y hurgar un poco con la ua. Mire qu hermosa lcera tengo!, pareca decirme el doctor dusol. ahora hablaba de s mismo y no pude menos que admirarlo. Su vida, si no muy intensa, era al menos edificante. Sobre todo mostraba los difciles ribetes de triunfador. Pues era nada menos que conocido en esta ciudad que tanto se empecina en desconocer a sus genios.--Pensar que el ao pasado recibimos un ao nuevo en Pars! record con repentina nostalgia. Suspir antes de proseguir:--Fue como recibirlo en el centro de los acontecimientos.en cambio este ao ser aqu. . . Maintenant cest dans la banlieue du monde...este crtico miente, pens, lamentndome que hubiese abandonado el tema de su odiado colega. Pues rascando la llaga estaba seguro de que terminaramos la botella de whisky. Pero todo estaba perdido si volva al tema del arte. no hay whisky en el mundo capaz de sazonar la disertacin de un crtico de arte.adems, este dusol exageraba cuando suspiraba por los sucios grises de Pars. Buenos aires nos mostraba sus altos colmenares de cemento y mrmol, coronados de chirimbolos, torres, cpulas, buhardillas de pizarra o abiertas terrazas rabes, todas las ocurrencias de los ricos pobladores de esta ciudad absurda, reprimida, desorbitada y catica. Posiblemente no exista otra en el mundo tan vulgar y promisora a la vez, como un dios inacabado que balbucea antes de sentirse un adulto poderoso.hasta ese balcn llegaron rfagas del viento de la pampa y del ro, silbatos de locomotoras y tres largos bramidos de un barco que se dispona a partir

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    trmulos y familiares llamados de la aventura. Filtrndose a travs del trfico enloquecido de mi ciudad, me pareci escuchar el croar de los sapos y el canto de los grillos. era como si todo el murmullo menudo y dominante de la llanura argentina invadiese la atmsfera de Buenos aires, hasta la ms alta terraza, all donde una sirvienta provinciana se asoma al vaco para mirar la noche, como una inmigrante solitaria en lo alto de un transatlntico.ahora brindar por cualquier cosa, para llenar los vasos de nuevo, se me ocurri, cuando un timbrazo seal otra visita.--esperaba a una dama y creo que ha llegado me explic dusol con embarazosa sonrisa. era la seal de que tena que retirarme. Cuando mi anfitrin fue a abrir la puerta, tuve ganas de vaciar la botella de whisky. dusol entr inmediatamente con una rubia mal teida y de cara redonda.--la seorita ethel rivera; un amigo...el doctor dusol culminaba su exhibicin. insinu un saludo de despedida y el muy canalla lo aprob de inmediato. Fue entonces cuando se me ocurri visitar al doctor Pasten. Por qu no? nada saba de l, pero podamos mantener una larga conversacin con el tema de ese miserable dusol. y ya no sera cuestin de entreabrirle delicadamente la lcera, sino de rascrsela a cuatro manos y con veinte uas. aun quedaba media botella de autntico scotch, pero no caba otra posibilidad que retirarme.--encantado, seorita... me desped de esa ethel que no saba sonrer, y al querer hacerlo mostraba