seamos claros desde el inicio ¿cuál es el objetivo de esta
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1. Seamos claros desde el inicio ¿cuál es el objetivo de esta
invitación?
El objetivo de esta invitación es iniciar una serie de conversaciones para ver la
posibilidad de consolidar un movimiento político soberano y de horizonte
descolonizador en Chiloé.
• Soberano en el sentido de que será una herramienta política propia,
levantada por habitantes del territorio, luchando por fuera y por dentro del
Estado, para exigir el derecho del pueblo insular a decidir por su presente y
futuro territorial. Eso es la soberanía, el derecho del pueblo a decidir, y
trabajaremos en esta exigencia para todas las actuales y futuras políticas
públicas que se destinen para Chiloé.
• De horizonte descolonizador, en el sentido de que no solo luchará contra un
modelo económico capitalista y extractivo que despoja nuestro archipiélago
y nuestras propias vidas, sino también contra todo un sistema de violencias
raciales, económicas, sexuales, pedagógicas, espirituales, estéticas, entre
otras, que se han ido instalando como verdaderos nudos de la memoria
insular, las cuales también deben ser abordadas y trabajadas en un sentido
político. Algunas de manera reivindicatoria, otras de manera crítica, pero
siempre bajo un abordaje comunitario, colectivo, político.
“Si te organizas contra el
capital de manera racista,
sexista, eurocentrica,
cristianocentrica, ecologicida,
centralista, etc. reproduces
todas las lógicas civilizatorias
de dominación de la
modernidad y termina
corrompiéndose la propia
lucha contra el capital”
Ramón Grosfoguel
2. ¡Archipiélago de luchas, ya es tiempo de la disputa política!
Estamos a cuatro años del Mayo Chilote de 2016 y, probablemente, sean variados
los comentarios que leemos o escuchamos donde se refieren con desazón y derrota
frente a esta rebelión insular. Una de las más importantes en la historia de nuestro
archipiélago por lo demás. ¡No se consiguió nada! ¡Seguimos igual que antes!, son
parte de las frases recurrentes. Y es que el mayo chilote no es fácil de abordar y
evaluar. Si lo vemos en términos fríos y prácticos, claramente toda la maquinaria
gubernamental se dispuso para sofocar a un pueblo insular alzado, para dividirlo
entre bonos y migajas, para centrar todo en tecnicismos socio-ambientales. Sin
embargo todo chilweño sabe que lo vivido en 2016 fue mucho más que un conflicto
socio-ambiental específico o sectorial.
“Cuando llegamos ya estaban todas las barricadas listas, la gente se fue sumando,
se fue sumando. En las primeras horas la movilización fue muy focalizada, tenía que
ver con los Pescadores, pero ya a las 4 o 5 de la tarde dejó de ser de los pescadores,
ya fue de la comunidad chilota misma (…), y bueno, recuerdo que dijimos “¿dónde
están los pescadores?, nos llamaron a este tema para reportear, queremos hablar
con ellos, dónde está el vocero”… entonces dijimos “¿este movimiento de quién
es?”. Se radicalizó en ese momento, y ya fue global, entonces se unieron todos los
sectores, no quedó ninguno fuera” (A.N., locutor radial).
Los sentires, discursos, debates y posicionamientos políticos involucrados en
barricadas y asambleas contenían una serie de tramas y problemáticas que no solo
se vinculaban a diferentes sectores, sino también a diferentes tiempos históricos,
integrando pero a la vez rebasando lo coyuntural. Y es que el tapón de la memoria
insular estalló por esos días, y no podemos permitir que se vuelva a cerrar. La
densidad de nudos y reivindicaciones históricas dispuestas sobre 200 km de
barricadas en 2016 sobrepasarían, y así fue, cualquier intento de canalización.
Ningún dirigente, sindicato o asamblea podría haber dado una respuesta política a
un territorio en trance, inmerso en una catarsis de indignación histórica y
contingente que no le permitía nada más que el desahogo, la rabia, la pena,
atravesado por sensaciones que -cual espiral- viajaban del presente al pasado y
viceversa. Sabíamos que todas y cada una de las generaciones chilweñas estaban en
las calles por esos días. Las y los muertos en las encomiendas, en las guerras de
anexión, en la esclavizantes guardias cívicas estatales del siglo XIX, los muertos del
Baker de 1906, los de la Patagonia Rebelde, las y los abandonados tras el terremoto,
las y los despojados del mar. Era un mismo y largo trato que se quería partir en mil
pedazos. Un mismo y largo trato que se volvía consciencia colectiva. Chiloé estaba
privao´ de juicio entre una indignación que salía por sus pliegues a borbotones. Era
un momento para echar abajo todo, era necesario para nuestra dignidad territorial.
Pero hoy estamos en otro plano. Hoy sabemos que se necesitan con urgencia
respuestas políticas concretas a la serie de verdades, tramas y nudos dispuestos en
las variadas movilizaciones insulares, antes y principalmente después de mayo de
2016. No podemos dejar que un acontecimiento histórico de tal magnitud se vuelva
una anécdota, se convierta en algo para amenizar nada más que conversaciones.
Porque evidentemente hubo un quiebre histórico y Chiloé está en otra consciencia
política.
“Siento que en mayo como que estábamos tan privaos que no podíamos ni pensar
en cómo se podría solucionar una injusticia tan grande. Hasta creo que todos
sabíamos que esto no tenía mucha solución, porque viene de tanto tiempo, nose.
Tantas y tantas injusticias y ninguneos con nuestro archipiélago, y por cientos de
años po´” (L.T., dirigenta vecinal de Castro).
El nuevo ciclo político de Chiloé, abierto a partir de 2016, espera una respuesta
política adecuada, espera lineamientos estratégicos que cada vez se hacen más
urgentes y cuyo horizonte no podría ser otro que un horizonte territorial, nuestro,
propio. Un saldar cuentas con una memoria trastocada. Y es que el porvenir se
hereda en Chiloé, con sus claros y oscuros, con sus herramientas y con sus lastres, y
todo ello se debe trabajar, abordar y resolver en clave política hoy en día. La disputa
ya no puede ser testimonial, tiene que ser “política”, en términos de que esa
potencia raigal que nos habita la podamos materializar en lineamientos de vida
territorial. La podamos transformar en mallas curriculares, en formas de
ordenamiento territorial específicas, en una adecuada integración de las islas
interiores, en diversificación económica para nuestros campos, mares y ciudades
con “juicio” histórico.
Eso sí, esa disputa o respuesta política debe centrarse en los criterios o verdades
dispuestas en los últimos procesos de rebelión insular, en especial las claramente
exigidas en el gran levantamiento de 2016. Si las respuestas políticas no consideran
estas verdades dispuestas desde el territorio movilizado, no constituirían –en
absoluto- una respuesta política. Sería solo otra intentona de abordar nudos y
esperanzas territoriales con recetas foráneas, sin comprender la profundidad de lo
que está en juego y, nuevamente, todo quedaría trunco.
“Todo cambió después de mayo, como que se perdió el miedo a la autoridad, a los
pacos [policía], al Estado. Si imagínate po´, ya se han tomado como 5 veces la
rotonda acá en Chonchi por demandas justas, y antes eso no pasaba. Décadas en
que no pasaba nada de eso. Chiloé se sulevó” (R.C., dirigente vecinal de Chonchi).
3. ¿Cuáles son los nuevos criterios exigidos para dar una
respuesta política adecuada a las actuales luchas
insulares?
Pues bien, consideramos que la exigencia de avanzar hacia nuestra “soberanía
política territorial” se instala en el centro de las verdades dispuestas en los últimos
procesos de movilización insular. Y soberanía no es equivalente a ser
independentista, soberanía es equivalente al derecho del pueblo a decidir, lo cual
puede ser una solución federalista, independentista, descentralizada, participativa,
etc.
En otras palabras, la soberanía política territorial refiere a la capacidad que
tengamos para asegurar que las diferentes expresiones, saberes, tradiciones,
cosmovisiones, historia y horizontes que nos constituyen como territorio vayan
ganando espacio en la institucionalidad, una institucionalidad que –evidentemente-
condiciona nuestras vidas. En síntesis, disputar desde nuestro territorio y de manera
organizada, la forma y el fondo de todas las políticas comunales, provinciales,
regionales y nacionales que contemplen al archipiélago de Chiloé, por fuera y por
dentro del terreno estratégico del Estado. No podemos seguir confiando ilusamente
en el juicio, o mal juicio, foráneo. Somos nosotras y nosotros los responsables de esa
disputa. Responsables de volver más soberano nuestro presente y futuro insular. ¡Ya
es hora!
Sobre esto, consideramos que es momento de la salir de la ilusión de que solo a
través de protestas circunstanciales podremos cambiar nuestro destino insular. La
“(…) nosotros nos decimos Williches autónomos, nos decimos acá y allá, pero no hacemos
ningún tipo de soberanía real, solamente estamos cuando tenemos que alegar, pero de
soberanía real bien poco” (A.C., referente del cooperativismo insular).
“A los acontecimientos, si no se les da respuesta política, se quedan en algo anecdótico, a
pesar de que la gente cambie su subjetividad. Si no se traduce en un nuevo discurso y
práctica política que dé cuenta de la nueva verdad que emerge del acontecimiento, éste se
desvanece” (Ramón Grosfoguel, 2018).
impotencia tras el mayo chilote, la falta de respuestas políticas que realmente
cambien el estado de cosas, tiene que ver con esto. Es decir, con apostar todas
nuestras fichas políticas a la protesta por fuera de la institucionalidad estatal.
Debemos calibrar ambas disputas. Ambas son necesarias. La potencia de la primera
y la astucia de la segunda. La primera corre el cerco de lo posible, la segunda asegura
su establecimiento como política pública.
4. ¿Por qué se debe luchar por fuera pero también por dentro
del Estado?
En efecto, la fidelidad soberana no referiría a tratar de evitar las jerarquías o
instancias estatales, como si esto fuera posible, sino –al contrario- abordar estas
instancias para su radical transformación. En otras palabras, el horizonte político
soberano que viene siendo planteado en este despertar de la memoria insular no
implicaría un repliegue del terreno estratégico del Estado, sino más bien la
articulación de estrategias políticas por fuera y por dentro del Estado. Esto último,
ya viene siendo advertido desde los propios actores insulares tras el Mayo Chilote.
Hoy más que nunca, debemos tener la claridad para organizarnos políticamente y
empezar a desatar los nudos coloniales, capitalistas, extractivistas, centralistas y
patriarcales que se han regado históricamente entre los pliegues de nuestro
archipiélago. Y uno de los principales responsables de la reproducción de esos
“Yo siento que esos espacios son demasiado importantes (…), porque si nosotros
queremos lograr que nuestros temas sean puestos en tabla, en una mesa que se
debata sobre los temas, nuestras necesidades, nuestras problemáticas territoriales,
quien lo va hacer si no hay gente nuestra que esté ahí, y nadie va a sentir más que
nosotros, no van a sentir y si no sienten no van a poder defender lo que es nuestro”
(R.C., dirigenta insular).
“Yo creo que deben haber grupos que estén siempre trabajando por fuera del
Estado. Corriendo la frontera de lo posible todo el rato, en todos los temas tienen
que haber grupos que estén en la dura. Pero creo que también debe haber grupos
que estén disputando al interior de las instituciones del Estado. Que estén
disputando en procesos de incidencia y luchas concretas. Tienen que existir ambos”
(M.S., profesional asesor en procesos territoriales de Chiloé).
“nudos” es justamente el Estado. ¿Le daremos la espalda esperando que su
incidencia se detenga o lo transformaremos radicalmente haciendo valer nuestra
soberanía insular? Nos quedamos con lo segundo. Es hora de que nos reunamos a
conversar.
5. Sigamos siendo claros, ¿Qué implicaría luchar por fuera y
por dentro del Estado?
Luchar por fuera y por dentro del Estado implicaría, por ejemplo (algunas ideas):
• Seguir atentos, activos y comprometidos con las diferentes luchas y
repertorios de acción directa que se levantan en nuestro archipiélago para
sostener diferentes procesos de defensa y construcción territorial. De igual
forma, seguir comprometidos con los diferentes procesos que se levantan
frente a las diferentes jerarquías de este sistema de dominación (luchas
locales contra el racismo, el sexismo, la desigualdad y saqueo económico,
reivindicaciones pedagógicas, reivindicaciones espirituales, reivindicaciones
estéticas, etc.)
• Identificar y desplegar estrategias electorales para profundizar la lucha
política en cuestiones prioritarias para Chiloé (agua, ordenamiento
territorial, conectividad interna, salud, educación, etc.). Por ejemplo, se
podrían levantar una serie de candidaturas a concejalías para las elecciones
de abril de 2021 en algunas comunas de Chiloé. Eso iría posicionando a
nuestro movimiento a través de una disputa institucional concreta,
profundizando las capacidades para que el pueblo pueda decidir sobre
políticas públicas comunales en este caso.
• Conformar el primer partido político en la historia de la Patagonia, para no
estar pidiendo favores políticos a partidos foráneos en el caso –por ejemplo-
de la conformación de listas para diferentes contingencias electorales. Sería
solo una herramienta, un instrumento, para los diferentes movimientos
patagónicos de horizonte soberano.
“No solo defendemos una memoria y territorialidad propia, sino que bogamos para
que se transformen en política pública. Eso es soberanía en un sentido fuerte y
concreto. La capacidad soberana insular para generar disputas institucionales
concretas es, justamente, lo que hoy está en juego en Chiloé. Es nuestro gran
desafío político.
• Generar estrategias, por fuera y por dentro de la institucionalidad, para
asegurar la representatividad del Archipiélago de Chiloé en el proceso
constituyente.
• En fin, las estrategias que consideremos necesarias por fuera y por dentro de
la institucionalidad estatal.
6. Anexo:
Los nudos y exigencias de nuestra memoria insular que
debemos abordar en clave soberana, por dentro y fuera del
Estado.
Somos un archipiélago. Un conjunto de islas unidas por aquello que las separa. Un
territorio histórico, laberíntico, de caudal intenso, que durante estos últimos años
ha empezado a sentir la acelerada transformación del espacio, lugar y tiempo que
sustenta los significados y materialidad de vida que lo constituyen como pueblo
insular. Es una intranquilidad que se ha hecho patente, se conversa, se evalúa. Se
reconoce la alarma que entrega. Insta a la reflexión y acción. En ese sentido, es
claramente un vértigo movilizador, que –recordemos- impulsó la protesta territorial
más importante en Chile en 2016. Son tiempos de inestabilidad, de lucha, de
confusión, de conciencia e inconciencia territorial, de crisis al fin y al cabo, todo
superpuesto y combinado.
Podemos decir que la crisis es cuando lo viejo empieza a morir y lo nuevo aún no
puede nacer, y ese es un terreno delicado, que brinda peligros pero también grandes
oportunidades de cambio. “Hay un gran desorden bajo el cielo, y la situación es
excelente” vociferaba un viejo chino, refiriéndose justamente a los acantilados
históricos, que no perdonan repliegues ni retrocesos, que demandan de toda
nuestra astucia colectiva y comunitaria para lograr la ampliación de realidades
soberanas y democráticas en nuestros territorios. Hablamos de soberanía aquí en
un sentido amplio y sustantivo, es decir, como el derecho y capacidad de una
comunidad política, insular en este caso, a decidir sobre su presente y futuro, e
incluso sobre la significación o interpretación de su pasado.
Pero, ¿Qué es lo que empieza a inquietar colectivamente a Chiloé? ¿Qué es lo que
se ha comenzado a cuestionar, ya no tras la cocina o en la intimidad del hogar, sino
en asambleas, sindicatos, colectivos y organizaciones? ¿Frente a qué problemáticas
emerge este ensayo y error soberano que empezó a recorrer dérmicamente el
archipiélago de un tiempo a esta parte?
Pues bien, algunos sectores indican que las movilizaciones insulares emergen como
una postura crítica frente al proceso de transformación social y ambiental
experimentado en el archipiélago durante las últimas cuatro décadas, con
implicancias en las diferentes esferas de la vida social y ecológica. Eso habría
gatillado, indican, el Mayo Chilote.
No obstante, desde el año 2013 con el levantamiento de Quellón, así como durante
y después del Mayo Chilote de 2016, hemos podido corroborar que los sentires,
discursos y testimonios involucrados en las diferentes instancias de organización y
movilización política insular, contienen una serie de tramas que van mucho más allá
de las últimas 4 décadas y se vinculaban a diferentes tiempos históricos, integrando
pero a la vez rebasando –absolutamente- lo coyuntural.
La memoria larga irrumpe y se conecta con el presente, advirtiendo que las críticas
consecuencias de un modelo de acumulación extractivo actual, forman parte de un
trato histórico de muy larga data con el archipiélago: un trato de segunda categoría,
un trato colonial histórico. En efecto, la indignación insular, sería tan profunda como
su raíz colonial, sustento reivindicativo –por lo demás- del potencial ciclo político
transformacional que hoy experimenta Chiloé.
Ahora bien, y respecto a esa memoria larga, lo primero a tener presente es que
Chiloé es un territorio mestizo pero con un alto componente -e historia- indígena.
Actualmente hay cerca de 200 comunidades Williche que lo habitan (CESCH, 2018).
Este es un dato trascendental, especialmente cuando analizamos la historia y
constatamos que es en el proceso de colonización de América cuando se crea el
constructo mental de raza para normalizar y legitimar una estructura social en que
blancos dominan e indios son dominados. Fenómeno en constante reproducción
muy estudiado por las teorías latinoamericanas de la colonialidad del poder. Sin
embargo, hay que aclarar que el constructo mental de raza no refiere a la típica idea
de superioridad o inferioridad que ocurre en cualquier lugar donde se condensa y
estructura el poder, sino que refiere a algo muy específico y profundo, que tiene
relación con eso que se discutía en la debate de Valladolid en 1550 en que por una
lado estaba Bartolomé de las Casas y por otro Ginés de Sepúlveda, ¿qué se discutía
allí?. Las grandes preguntas eran ¿qué son estos que estamos subyugando y
sometiendo en el nuevo mundo? ¿Son humanos? ¿Son bestias? ¿Semi-bestias?
¿Tienen alma? Ese tipo de discusiones va construyendo y reproduciendo un “patrón
colonial de poder”, un imaginario sociopolítico que identifica a ciudadanos de
primera y segunda categoría, lo que ha permitido que hasta la actualidad la
dominación, despojo y saqueo vaya mucho más allá de lo económico.
Y es que lo que arribó a Chiloé en 1567 no sería únicamente un modelo económico,
dividido entre capital y trabajo, sino todo un sistema civilizatorio de dominación
que desborda este plano económico, jerarquizando fenotipos, sexos, prácticas,
estéticas, espiritualidades, etc. Lo que arribó y se consolidó en Chiloé a fines del
siglo XV fue una serie de dispositivos de poder establecidos en tiempo y espacio
por hombres, europeos, capitalistas, militares, católicos, patriarcales, blancos y
heterosexuales, representantes activos de una civilización específica, que se
imponía a sangre entre los laberínticos canales insulares.
El “jardín de la Iglesia” católica, del cual habla –por ejemplo- el cura Gabriel Guarda,
solo se hizo posible como devoción y alivio desesperado en las peores épocas del
abuso colonial. Iglesia y encomienda en lo local, modernidad y colonialismo en lo
global. Dos caras de una misma moneda, que equilibran intensidades. La cristiandad
es en Chiloé tan profunda como su abuso imperial.
Ahora bien, una segunda variable, que va particularizando nudos de la memoria
específicos para Chiloé, es el importante rol político-militar que este archipiélago
indígena tuvo en defensa de la corona española y en contra de los revolucionarios
chilenos. Recordemos que tras varias rebeliones Williches en Chiloé se da la
abolición de la encomienda en 1782, nueve años antes que la abolición en otros
territorios de la corona. De igual forma una serie de inversiones en la frontera del
siglo XVIII y XIX así como la ampliación de algunos derechos ciudadanos van
cristalizando una mejor convivencia entre españoles y chilotes, que por cierto había
costado sangre alcanzar.
Había por tanto, a comienzos del 1800, una mejor relación entre españoles y
chilotes. Y, poco después de 1810, la anexión a la naciente república de Chile
empieza a posicionarse para el habitante insular como una real amenaza. El Virrey
Abascal sabía que solo desde Chiloé se podría levantar una contra-revolución. Y,
justamente, con ese mandato llega en 1813 el brigadier Pareja al archipiélago. Se
inicia la guerra contra el naciente Estado chileno. Fueron principalmente batallones
chilotes los que triunfaron en el llamado “desastre de Rancagua” en 1814 y
continuaron abasteciendo con contingente y recursos al Rey durante toda la guerra
de independencia. En 1818, con la independencia definitiva de Chile, Chiloé se
resiste a la anexión. Expulsan a Cochrane en 1820 y Ramón Freire pierde su única
batalla en 1824, en territorio isleño. Chiloé recién se anexa a Chile en 1826.
Ahora bien, ¿qué es lo que allí se anexa?
Lo que se anexa es un territorio de “indios enemigos”. Es decir, ciudadanos
considerados de segunda categoría que además osan enfrentarse a la eurocéntrica
nación chilena. Una colonia interna que había y que hay que tratar como tal. Y así
ha sido. El Estado posterga al archipiélago post-anexión y de manera explícita la
historia oficial chilena empieza a tratar a Chiloé como un territorio extraño, lejano y
de habitantes inferiores. Diego Barros Arana, uno de los historiadores chilenos más
influyentes del siglo XIX, se refería a nosotros como “perezosos por naturaleza”
(Barros Arana, 1856). De Chiloé se empieza a hablar poco, es catalogado como un
archipiélago “indigno” de los favores del Estado (Urbina Burgos, 2002). Se va
reafirmando esa imagen de “mundo extraño”, incivilizado al fin y al cabo.
En consecuencia, el racismo y la discriminación se incrementan aceleradamente
sobre el archipiélago. Imaginario que se va imponiendo al habitante insular y que no
puede dejarlo indiferente. No se puede desprender de él como si fuera una cascara
fácil de desmontar. Terminó, muchas veces, por ir reconociendo estos retratos. La
acusación lo perturba, lo inquieta, pero también cada vez le es más familiar. Desde
la anexión, la humildad y la paciencia se fueron consolidando como mecanismos
de defensa, de resignación al trato colonial, especialmente cuando se da lejos de
su territorio insular. ¿No tendrán un poco de razón? ¿no seremos a pesar de todo
nosotros un poco culpables? Ese retrato mítico y degradante, difundido y
exportado por el imaginario republicano chileno, terminó por ser aceptado y
vivido en cierta medida –y por largas décadas- en Chiloé.
Tiempo después, a comienzos del siglo XX, la postergación y abandono de Chiloé era
tremenda; donde la moneda –además- va adquiriendo cada vez más importancia
para el intercambio en un archipiélago donde el trabajo remunerado era casi
inexistente. Se intensifican, por tanto, las migraciones a la pujante Patagonia
argentina y chilena. Chiloé es empujado a recorrer, poblar y trabajar del pacífico al
atlántico. He ahí nuestra ligación con la Argentina. Por ello tomamos tanto mate en
un archipiélago sin siquiera un árbol de mate. Por ello la mitad de nuestros primos
y primas viven en Comodoro, Ushuaia o San Julián. Los barcos se iban repletos de
chilotes que apenas sabían leer y escribir. Y para aquellos que en estas islas se
quedaron era un orgullo hablar de un pariente que estaba en la Argentina o vivía en
Magallanes.
No obstante, las grandes emigraciones a través de los vapores van despoblando
nuestros parajes. Los viajeros eran principalmente hombres chilotes. Jóvenes padres
de familia que iban en busca de trabajos y ahorro para que después, de regreso,
éstos se conviertan en yunta de bueyes, casa, campo, abono, siembras y abundante
cosecha. Por ello, frente a esta diáspora, en su mayoría masculina, es la mujer
chilota, la –generalmente- madre de numerosa familia, la que sostiene la
agricultura y economía insular en gran parte del siglo XX. Es ella la que se mantuvo
hilvanando las prácticas de autogestión y apoyo mutuo distintivas de este
territorio. Sin duda, todo un complejo sistema de producción y distribución de
alimentos que aseguraron la autonomía alimentaria por siglos. A falta de Estado
buenas son las mingas y los medanes, vital es el “ayudémonos entre nosotros”.
Sin embargo, poco a poco el contexto migratorio empezó a evidenciar, eso sí, que el
pueblo que migraba no era un pueblo cualquiera. Era uno de indios enemigos,
recordémoslo. Por tanto no tardaron en ir apareciendo prácticas concretas de
ejecución de un patrón colonial de poder con los viajeros y trabajadores chilotes.
Clarificadores son -por ejemplo- los silentes y trágicos acontecimientos de 1906 en
el actual sector de Caleta Tortel donde se abandonaron, y probablemente
envenenaron, a 209 trabajadores chilotes por la Compañía Explotadora del Baker1;
o los cientos de chilotes fusilados en las estancias de Santa Cruz (Argentina) en
1921, por años excluidos del relato histórico, y cuyos cuerpos no fueron siquiera
reclamados por el Estado chileno. Respecto a esto último, desconcertante es que
en el clásico “La Patagonia Rebelde” de Osvaldo Bayer, uno de los máximos
referentes del anarquismo argentino, se define a los chilotes, parafraseando -
irónicamente al parecer- el discurso dominante de los latifundistas, como “esa gente
oscura, sin nombre; rotosos que nacieron para agachar el lomo, para no tener
nunca un peso” (Bayer, 1993). Incluso para Bayer, los chilotes conformaban nada
más que la masa anónima de la movilización radicalizada. En los 4 tomos de su más
importante obra los chilotes son excluidos, y las pocas líneas dedicadas a éstos son
para discriminarlos.
1 El barco a vapor que debía ir a buscarlos después de 6 meses de faenas, nunca llegó. Las diferentes investigaciones que se han realizado de este indignante hecho histórico, concuerdan en que hay dos responsables: la Compañía Explotadora del Baker, a cargo del “enganche” (contratación) de los obreros chilotes, y el Estado chileno, que se desentendió por completo de la situación (Osorio, 2016; Martinic, 2008; Hartmann, 1984; Ivanoff, 2004; Mena & Velásquez, 2000). Claramente era una molestia el tema de los obreros chilotes, no obstante, eran abandonables y fue lo que se hizo. Respecto a la prensa, la reciente investigación de Mariano Osorio (2016) demuestra como “El Diario Ilustrado”, “El Mercurio”, de Santiago y de Valparaíso y “Las Últimas Noticias”, ocultaron por completo la información.
Cabe aclarar que recién a mediados del siglo XX adquiere mayor presencia el Estado
en el archipiélago. Pero no para compensar un siglo de postergación, sino para re-
fundar y consolidar su trato colonial interno con Chiloé a través de la intensificación
del modelo neoliberal-extractivo, sin consideraciones sustantivas –claro está- en el
ámbito social, ambiental, económico y territorial en general. Lo anterior se viene
materializando a través de la industria salmonera, el avance de monocultivos
forestales, mega-parques eólicos, conservacionismo de lujo, avance de concesiones
de exploración y explotación minera, puente sobre el canal de Chacao, entre otras
iniciativas privado-estatales.
Pareciera que estuviéramos juntando todo, pero lo verificable es que desde la
anexión se ha asegurado un estado de carencia para Chiloé, donde todas las
carencias se alimentan y sostienen entre sí. Ello explica que en la década del ´80 se
recibiera con los brazos abiertos al Estado y a la inversión privada, principalmente
salmonera. Eran muy pocos los que proyectaban amargas escenas. Y sin duda que
se han cubierto una serie de necesidades básicas, así como se ha asegurado el acceso
al empleo -precario por cierto- y a diferentes tipos de tecnologías y comodidades.
No obstante, ahora somos conscientes de que nos han hecho dependientes a un
modelo económico-social que se basa en la destrucción de nuestro propio territorio.
No obstante, y paradójicamente, ha sido la profundización de todo ello lo que viene
impulsando un despertar político soberano en Chiloé. En efecto, consideramos que
las grandes movilizaciones y despertar político soberano de este último tiempo, no
sólo hacen frente al insultante modelo extractivo, la arbitrariedad antidemocrática
de muchos proyectos (públicos y privados) o el permanente centralismo político,
sino que hacen frente a la estructura colonial de poder que los contiene y ejecuta
en Chiloé desde hace siglos. Es nuestra soberanía pisoteada por siglos la que emerge
en Chiloé durante estos últimos años.
El “Mayo Chilote” de 2016, en este sentido, marca el punto de mayor ahogo de
esta soberanía pisoteada, pero que a la vez abre la válvula histórica que permite
su emergencia. Las raíces de la protesta en Chiloé se volvían tan profundas como
su trato colonial, rebasando un conflicto en apariencia ambiental o sectorial.
La voluntad de vida de esta comunidad política insular, desatada completamente
durante Mayo de 2016, está –podríamos decir- guiada por una serie de sentires de
nuestra memoria larga, que van más allá de lo coyuntural. En definitiva, el llamado
“Mayo Chilote” constituye un punto de inflexión histórica, cuya potencialidad es
la de abrir un nuevo ciclo político.
Es, sin duda, un acontecimiento cargado de indignación histórica, pero que a la vez
delinea una serie de criterios político-territoriales, frente a los cuales toda
respuesta política actual tiene y en cuyo proceso deberá guardar fidelidad, de lo
contrario no constituiría –en ningún caso- una respuesta adecuada y ese “nuevo
ciclo político” quedaría trunco, volviéndose una anécdota. Cuestión que no
podemos permitir.
Pues bien, el principal criterio dispuesto por nuestra comunidad política insular en
este nuevo ciclo político, y especialmente en el Mayo Chilote, es avanzar -de una vez
por todas- hacia la “soberanía política territorial” de nuestro archipiélago. Dejar ya
la ilusa esperanza de justicia política, económica, histórica y cultural desde
movimientos, estructuras o partidos foráneos. Avanzar en la construcción de
nuestra soberanía política insular se instala, de un tiempo a esta parte, en el centro
las verdades dispuestas en Chiloé. Soberanía política territorial que brinda,
además, una contención cargada de potencialidad descolonizadora para una serie
de insularizadas jerarquías coloniales, que debemos problematizar.
Valga aclarar que hablamos aquí de un concepto ampliado de soberanía, no
restringido a lo independentista, propio de las definiciones reduccionistas. Como
indica Grosfoguel (2018), “soberanía no es equivalente a ser independentista,
soberanía es equivalente al derecho del pueblo a decidir, lo cual puede ser una
solución federalista, confederalista, independentista, autonómica, descentralizada,
etc.” Lo importante es que la comunidad política insular, el pueblo chilote, vaya
generando las capacidades políticas para elegir y definir sus propias líneas de
convivencia a nivel político, cultural, económico, espiritual, etc. La democracia sin
soberanía no puede existir, así como la soberanía sin democracia se puede confundir
con chauvinismo, localismo e incluso fascismo2. Se deben, por tanto, calibrar en
comunidad, pero siempre reconociendo al otro u otra como un legítimo otro u otra
en la convivencia política3.
De igual forma es fundamental comprender que el “soberanismo” insular, desborda
el plano identitario y se sitúa, principalmente, en disputas sociales, políticas e
2 En este sentido, es también recomenzar una existencia territorial ataviada de contradicciones. Cabe señalar que en los espacios políticos colectivos y comunitarios que emergieron en Chiloé, principalmente desde 2013 con el levantamiento de Quellón, se miraba con recelo la participación de afuerinos. ¡En esta asamblea solo hablan Chilotes!, se escuchaba el mismo 2013 en las masivas reuniones de la Asamblea Social de Ancud, y se sigue escuchando con un blando tono irónico en variados espacios, no solo asamblearios. Xenofobia latente que ciertamente hay que erradicar, la cual muchas veces se cuela en esta autoafirmación territorial. De un tiempo a esta parte -y justo al otro extremo del trato histórico recibido- el habitante insular se tienta a instalar su pasado insular, su cultura, todo lo que le pertenece, todo lo que lo representa, como una perfecta positividad. Una contramitología de su mundo, incluso de los elementos arbitrarios o inadecuados. Será necesario, por tanto, sincerar la complejidad de nuestra cotidianeidad política. De saber superar, no solo las categorías impuestas que nos han definido, sino también nuestras propias folklorizaciones. La complejidad de ensayar/construir -colectiva y comunitariamente- la relectura crítica y politizada de nuestra trama histórica y simbólica, con sus claros y oscuros. 3 En efecto, la noción de soberanía es también –y evidentemente- una disputa política, existiendo diferentes formas y sentidos atribuidos a esta noción. La defensa nuestra será siempre una soberanía democrático-territorial.
histórico-territoriales permeadas en un amplio abanico de problemáticas. No solo
defendemos una memoria y territorialidad propia, sino que bogamos para que se
transformen en política pública. Eso es soberanía en un sentido fuerte y concreto.
La capacidad soberana insular para generar disputas institucionales concretas es,
justamente, lo que hoy está en juego en Chiloé. Es nuestro gran desafío político.
Ahora bien, considerando que el principal criterio dispuesto durante estos últimos
años en Chiloé es avanzar en la soberanía política territorial, las estructuras
políticas foráneas no podrían, en ningún caso, dar una respuesta política fiel a la
médula de este despertar insular. No es tampoco su responsabilidad, es la nuestra.
Por ejemplo, la izquierda política presente en Chiloé, tanto la tradicional –vinculada
al Partido Comunista- como la nueva izquierda -vinculada al llamado Frente Amplio,
así como algunos sectores ligados al anarquismo, no escapan, ni han escapado, a
posturas universalistas que tensionan, cooptan y/o suprimen, potenciales
escenarios y/o procesos de soberanía política territorial insular. Por ello,
subestimando, relativizando o incluso invisibilizando una serie de reivindicaciones
(étnicas, políticas, epistémicas, territoriales, históricas, etc.) que estas instancias o
procesos trabajan y posicionan.
En efecto, el abordaje, profundo y concreto a las reivindicaciones insulares solo se
podría dar de manera adecuada desde la propia comunidad política insular. Es ella
la soberana y la que tiene la responsabilidad histórica de resolver y superar los
nudos de su memoria y de su presente. Es, hoy en día, una tarea de vida o muerte
para la misma.
Por último, la fidelidad soberana posicionada desde un territorio insular
movilizado, necesita –de manera urgente- una canalización articulada por fuera y
por dentro del terreno estratégico del Estado-Nación chileno. En efecto, que las
organizaciones políticas de un territorio insular que ha recibido un prolongado trato
colonial (o de segunda categoría) no consideren posicionamientos estratégicos en el
Estado, siendo éste uno de los principales ámbitos de dicha condensación de trato
colonial, sería no solo un despropósito, sino también una contradicción.
En otras palabras, la fidelidad soberana y descolonizadora de un movimiento político
insular, no referiría a tratar de evitar las jerarquías o instancias donde la colonialidad
se reproduce, como si esto fuera posible, sino –al contrario- abordar estas instancias
para su radical transformación. Por ello, en paralelo al despliegue y mantenimiento
de instancias de democracia directa y repertorios de acción política por fuera del
terreno estratégico del Estado, se deben acrecentar las disputas en instancias
estatales. Las y los actores movilizados en el archipiélago de Chiloé, están
comenzando a vislumbrar la necesaria articulación entre estos dos procesos,
condición -insistimos- para la construcción de una soberanía política territorial en
sentido fuerte.
¡ Es hora de organizarnos, es hora de luchar por
nuestra soberanía insular en un sentido fuerte !