Saxon Alasdair Grant

SECTASun murmullo subterráneo

de cadenas

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LA FE DE LOS DEMÁS

Cuando el general Franco pudo conciliar por fin el sueño eterno, se produjo en España el desentumecimiento de la democracia, visto desde fuera en la secuencia de bostezos y calambres musculares de la «transición»; el «destape», que ayudó a los ojos atónitos a cerciorarse de que la carne desnuda y macerada en pecados estuvo siempre bajo la ropa, y se hizo sentir nuevamente el escozor de lo metafísico, una especie de neurodermatitis del alma española. En vida de aquél, la Iglesia católica no conoció el conflicto de hallarse en tierra de nadie de los estados laicos, en donde los elementos no católicos le disputan la tenencia y legitimidad de las verdades reveladas y las variadas formas del cristianismo luchan con amargo afán por el goce del derecho a ser reconocidas.

Pero, muerto su capitán de la fe, España cedió bajo el ariete, como antaño Roma bajo los bárbaros, de los ebionitas judaizantes, el zoroastrianismo maniqueo y los gnósticos budistas, como se sabe, una de tantas conjuras internacionales, y las principales ciudades españolas cobraron el aspecto de los emporios sirios o del Asia Menor en tiempos de los cismas y los primeros disidentes. Curanderos, sanadores por la imposición de manos o el pase de energía, en la tradición célebre del Ze Arigó y Tibor Gordon, que extirpaban cataratas con las uñas, magos blancos de la línea de Umbanda, radiestesistas del péndulo, entrenadores del Control Mental, iridólogos, antropónomos, profesores de la vitacultura, arqueólogos de los aquelarres europeos, periodistas del más allá, ufólogos, astrólogos, satanistas, yoguis, macrobióticos, hipnotizadores, santones y naturistas, se reunieron bajo el árbol de la virtud para ofrecer al ciudadano un fruto que la Iglesia le regateaba o simplemente había guardado, sin darle demasiadas explicaciones, bajo llave. La televisión, cumpliendo con su misión de informar de una ligera ojeada, se interesó por ellos, y así se pudo ver en un programa de La Clave a la reina inglesa de las brujas. La expresión, quizá, de su más alto poder se produjo en las laderas del Montjuïc o, en términos de actos oficiales, en la sede del Palacio de Congresos, donde en 1978 se celebró un cónclave de ponencias internacionales con el título estético y provocador, o idóneo para tomar distancias, de Congreso de la Otra medicina.

Había habido denuncias sobre algunos monasterios que iban a ser sellados por falta de vocación, o de necesidad: la soledad de los peristilos apenas si era turbada por las preces y murmullos de chismes de un puñado de seminaristas, y era más costosa que majestuosa. Se decía que la juventud abandonaba los caminos espirituales que son habituales en Occidente y buscaba otros que apuntaban por lo general a la India, el «techo del mundo» y

Kātmāndu, un nuevo El Dorado para los conquistadores codiciosos de la droga.

Ciudadanos del mundo,un palmarés del siglo XX

Precisamente del techo del mundo llegó en septiembre de 1982 el Dalai Lama, que visitaba a España por primera vez rompiendo con la tradición de olvido y optimismo de su dinastía, que siempre había elegido países inclinados a ver las cuestiones religiosas en sus aspectos más favorables, para venir a este país pesimista, en donde hizo entrega al alcalde de Barcelona de la bufanda de lino blanco, condecoración a guisa de las que imponen los jefes de Estado, que elevó, según se interpretó en el momento, al rango de circunstancia histórica y acercamiento de culturas, tras el entierro en archivo del personaje «que no permitía», la presencia y mediación del Centro de Estudios Tibetanos Nagarjuna que había montado el tour.

Desde que el hombre dejó la vida nómada no ha perdido el tiempo, creando la organización de viajes, que convirtió en gira oficial por varios países lo que en tiempos lejanos eran migraciones impulsadas por catástrofes naturales. Detrás del colorido de ciudad ecléctica, de los congresos y mesas redondas donde se debate la dieta del hombre y las visitas de buena voluntad del papa asiático, se disimula una tupida malla de centros, sectas y organismos que financian los desplazamientos, dan techo a los invitados y llevan una vida institucional tan recatada como misteriosa. Poseen casas o apartamentos para sus reuniones y ceremonias, alquilan locales para eventos multitudinarios, contratan espacios radiales y se comunican con otras filiales del exterior por un sistema de solidaridad estremecedora que recuerda el de las hormigas cuando se hallan muy lejos del hormiguero.

En la calle Sant Pere més Alt, 27, 2.º, de Barcelona, donde duerme y despierta el Siddha Yoga Dham, un ejército de fieles trabaja pour la noblesse, o por la devoción, si en lugar de traducir el significado del altruismo traducimos el compromiso de la salvación, limpiando la casa —dos pisos monumentales en la síntesis de uno, por el derribo de algún tabique— y vendiendo comestibles piadosos y publicaciones dietéticas con la filosofía recíproca del «Todo está en ti, tú estás en todos». El lugar resplandece con retratos de Baba Muktananda, en escala, como los mapas; desde las paredes de piso en venta y la cubierta de los libros invita, con la sonrisa de muelles de los orientales, a buscar dentro de uno «el lugar que está más allá del placer y el dolor y que no pertenece a Oriente ni a Occidente» y las huellas, algo borradas, hay que reconocer, de una vaga y sospechosa fraternidad universal que, por lo que se echa de ver, reconoce sus orígenes en el culto desbordado a la personalidad.

Los diversos centros —nos abstendremos de llamarlos sectas todavía, que definiremos en otro capítulo, aunque en ocasiones no se distingan más que por la hipertermia de grandeza de sus dirigentes— tienen una raíz autoritaria común: un jefe, guía o maestro espiritual, según el grado de aprensión que se tenga respecto del libre albedrío, a cuya muerte, como sucedió con Swami Muktananda que parece ser que pasó a un estado etérico-bioquímico que nosotros no conoceremos, se produce una guerra rápida como una ecuación por la sucesión al trono en la que no participa la grey sino las filiales extranjeras más poderosas (ashrams); y una raíz económica, que se alimenta del trabajo gratuito-explotación amorosa que presta la grey.

Los métodos difieren, sin embargo, por lo que toca a centros y sectas; mientras éstas reclutan incautos, como veremos en el caso de los Niños de Dios, o prometen el reencuentro con cierto paraíso, como el Templo del Pueblo, ya que el que tomaron por asalto los Gigantes no se sabe dónde está, aquéllos aglutinan estudiosos en lugares de retiro, con cuotas de inscripción que van de las 1200 pesetas, por días sueltos, a las 21.000 por retiro completo, y el imán de la técnica de meditación del Intensivo, práctica para la cual no hay necesidad de «abandonar el mundo».

Pero a no ser por un infortunado encadenamiento de incidentes, recogidos por la prensa durante la última semana de abril y la primera de mayo de 1983 —la muerte, tal vez por exceso de celo, de varias personas y las denuncias hechas a la policía por algunos damnificados... tardíos—, uno seguiría pensando que la India es el país que tiene el clima que hace posible que broten las sectas como setas, todo lo que entenderíamos por secta se reduciría a lo que supiéramos de los thugs, que les retorcían el pescuezo a los extranjeros blancos que se extraviaban, y podrían haber seguido medrando en la sombra que proyecta la moda de superación de la humanidad.

2

EL NERÓN DE CATALUÑA

Las actividades bajo cuerda, como las redes de espionaje, suelen descubrirse por un desliz, y los imperios suelen comenzar a desmoronarse por un error de cálculo en el intento de abarcarlo todo.

En los medios esotéricos barceloneses, Raschimura era conocido indistintamente por el que no se agremiaba con nadie y llevaba solo sus asuntos, como por los sobrenombres compañeros de El Sabio, El Maestro, El Padre y la simple fórmula de Él, que le daba el discipulado; Siervo, que se daba él mismo, y el sobrenombre de

pasioncilla y sólido aborrecimiento de El Pelado —aludiendo a su cabeza expedita y rasurada, que hacía juego con sus sayos en los que combinaba la indumentaria del peluquero y el karateka y su postura física de gimnasta de la filosofía oriental— que le daban aquellos maridos tempestuosos que veían a sus esposas dejarlo todo para marcharse con él.

En realidad, ni era un ponente habitual en los congresos del género, ni se daba charol en las revistas que anunciaban consultorios con nombres de dioses egipcios, ni se llegaba a él más que por vía de una recomendación; el Instituto Imayam, en la calle Córcega número 239, cuartel general de los macrobióticos, que, en términos políticos, son los fascistas de la alimentación, mientras que los naturistas serían los socialdemócratas, no estaba, por cierto, tocado con la gracia forastera de los restaurantes chinos o decorado en la línea de ducho desaliño de los escaparates de las boutiques de bambula, sino que era, a todas luces, la entrada al número 8 de la Prinz Albrechtstrasse de Berlín, en la cual, por más que no fuera visible desde el exterior, podía adivinarse mediante obscuro presagio el letrero con la inscripción dantesca Lasciate ogni speranza, voi ch’entrate.

¿Y cómo es que se forma ese obscuro presagio?

El trotamundos

Raschimura nació en Melilla en 1939. Entonces llevaba, frente a la costa malagueña, un nombre de este extremo del mundo, Pedro Vivancos García, y sus padres tenían un restaurante, donde se ajetreaba ajobando y trotando, hasta los quince años, edad en la que al levantar los ojos al firmamento se ve por primera vez el vuelo migratorio de las ocas y los gansos salvajes. Confió a ellos sus cuitas de muchacho avispado y se fue a correr mundo dispuesto a aprender, pero sin estar preparado para nada. Como otros ilustres vagabundos, que descollaron en el arte o fueron tipógrafos cuando les tocó clarearse de hambre, Vivancos desarrolló su actividad en el campo demasiado amplio y benevolente de las inquietudes artísticas, enseñando guitarra clásica y ganándose la vida por sus puños en la bohemia de la danza y el cante, con retentiva y voluntad para todo ello.

Si bien se llegó a afirmar después que no fue primera figura en nada de lo que emprendió, es bastante significativo que se le recuerde, en la etapa anterior a su misión en la tierra como Raschimura, más como bailarín que como profesor de música, aunque lo que hiciese, en honor a la verdad, fuera simplemente mudar de chaqueta filarmónica. En aquella etapa como bailarín de la compañía de Antonio, recorrió toda España y gran parte de Europa, tuvo superávit en magnetismo personal, que luego invertiría para obtener ilimitados ingresos de seducción, y dio el salto al Asia, experiencia de

enriquecimiento biográfico de las «lejanas tierras» que es recomendable vivir para agregar a los impagables oficios del aventurero London las dotes del preclaro navegante Marco Polo. En fotos de la época, se le ve apuesto, con una gallardía un poco vulgar y un rostro en escorzo teatral ensombrecido fotogénicamente que tiene un aire a Marcello Mastroianni.

Pero fue en el Japón donde todos los dilemas y piezas del puzzle cuyo significado había permanecido oculto a sus ojos hasta ese momento se reunieron en una clave vital, y surgió el Caminante que Vuelve —tentación de la total ablución y regeneración sensoria a la que no han podido substraerse los espíritus inquisitivos, desde Blaise Cendrars hasta Richard Wilhelm—, con un concepto de la soledad justiciera, la violencia gobernada y el bien de todos los hombres, más tarde confirmado, de vuelta a España, en el papel del catecúmeno errante y último cowboy lacónico que encarnaba David Carradine en la serie Kung Fu. Esponjó su cerebro en filosofía oriental, no diferenciándose en esto de otras búsquedas occidentales como la del poeta Gary Snyder, compañero de generación de Jack Kerouac, que pasó largas temporadas recluido secretamente en las montañas niponas; pero el interés de Vivancos tiene un fuerte carácter motriz y se aparta de la contemplación, orientándose hacia la ascesis mecánica de las artes marciales —lo que Occidente ha recibido como víveres culturales de los boinas verdes, así como el soldado romano Acuas, que había luchado en Persia, introdujo el germen del maniqueísmo en el Imperio—, la acupuntura y las técnicas de la alimentación, más demagógicas.

La vuelta a casa

Con la cabeza llena de cuajarones de información, que constituye la urdimbre de la vida oriental, bordada con un hilo de tradiciones e idiosincrasias en una devanadera común, y el cinturón de 5.º dan, más fácil de conseguir, en proporción, regresa a España imbuido de la potencia que da la atmósfera por haber visto y vivido en el paisaje que hendía el filo de la espada samurái, ya con el flamante nombre de Raschimura y convertido, como ciertos espías que llegaron a ser leyenda temida en Oriente, en «el brazo más rápido de Tokio». Como decía Jan Struther, «el hombre que vuelve es el espectro de sí mismo», a lo que habría que añadir, tratándose de Raschimura, que vuelve de un mundo que se ha parado, a lo que sabe el occidental, como un reloj y en el que los cisnes ponen sus huevos entre los cerezos, a la orilla del lago de las fantasías, y, más que el espectro de sí mismo el que trae, vuelve a esta civilización angustiada por la vulgaridad el espectro de un samurái redivivo.

Se enreda sentimentalmente con Paloma Lago Jaraiz, nieta por vía materna de Pilar Franco. Es su primer botín de guerra, de los muchos que conquistará al conseguir de las mujeres que amontonen a sus maridos y, rendidas, le sigan. En 1980, considerará

conveniente evaporarse una temporada ante avisos maritales, y según rumores que circularon en el ambiente se va al extranjero. Con Paloma tiene tres hijos, de ocho, siete y tres años; y una hija de Paloma, reclutada a los dieciséis, corre idéntica suerte que la madre. La mujer administra un parvulario en un chalé, propiedad suya, cercano a la estación de Sant Cugat del Vallès; pero es sólo la cortijera, pues el verdadero dueño del cortijo es Raschimura.

En divergencia con la suciedad en que se tenía a los pequeños clientes, sus padres solicitan una asamblea con objeto de pedir explicaciones. Figura de bulto labrada imitando el natural en el debate que se estaba llevando a cabo, y tal vez creyendo que así daría un alocado golpe de efecto que sacaría a Paloma Lago Jaraiz del tremedal en el que está metida, se presenta en la reunión con la cabeza rapada, vestido de samurái y haciendo el gesto de obcecación de los mosqueteros de Dumas de desenvainar un palmo la espada.

El Imperio del Sol Brumoso

Mil novecientos setenta y tres es el año oficial del principio de su reinado. Los dineros del parvulario echan las bases de la Escuela de las Cuatro Artes, y, a través de ella, se multiplican las casas del ramo: un consultorio de masajes chinos en la calle Balmes, en Barcelona; una escuela de yoga y acupuntura, con beneficios superiores a las cien mil pesetas; una fábrica de alimentos de dietética; el restaurante macrobiótico El Duende, de la calle Rosellón, también de Barcelona, y la clínica de restauración de Sant Cugat, alcázar al que se ingresaba con muchos reparos, entre los que se había de contar el precio diario por internación y tratamiento, que era de 3000 pesetas, y que administraba José Ángel Roncero López, maestro de EGB y, sucintamente, director médico, que se había hecho cargo de la gestión a raíz de que su predecesora Carmen Cenzano muriera en inexplicables circunstancias en Guadalajara, después que Raschimura proyectó despojarla de su hijo.

Siempre con Raschimura detrás, sudando los hilos de la trama, que se extiende hasta Madrid, en donde Imayam tiene una sucursal en la calle Alvarado, y Estella, en la provincia de Navarra, los contactos suele establecerlos la doctora Isabel —de quien nadie sabrá otros datos personales hasta que su nombre salte a los periódicos el domingo 24 de abril y se descorra el velo sobre las muertes acaecidas en los consultorios de Mollerusa (Lérida) y Mataró—, el propio Raschimura, o por un intercesor simpatizante.

Al entrar en la fortaleza, y siguiendo un plan operativo que es corriente en este tipo de tratamiento y global para la mayoría de las sectas, la persona debe ceñirse al reglamento, que es de total incomunicación con el exterior. A partir de ahí se inicia la paliza del ayuno amenizada con tres lavativas diarias, cuya duración puede ser de veinticuatro horas, una semana o más, depende de la gravedad de

los hábitos alimenticios caóticos y la retención de heces, que dificulta la «limpieza de la sangre». El ayuno es interrumpido en su rutina por el examen de unos médicos sin cartera y el agua de hervir las cebollas, lo que no evitará que vaya a la muerte una anciana, cuando Raschimura ocupaba la dirección, entre 1975 y 1978, víctima del masivo y drástico método. La doctora Isabel Sánchez Reynaud, que al menos vivió un episodio universitario graduándose en historia, es el Kapo de la clínica, como aquella Konzentrationslager Arbeitspolizei de los campos nazis. Experta en artes marciales con igual suficiencia que Raschimura, apostrofa a los que se desalientan y reduce sobre el césped de la finca a los que intentan fugarse, tal como ocurrió con uno que, enardecido por el hambre, escapó de su aposento de cartuja y pretendió escalar la verja.

Raschimura, en tanto, no descansa. Ha fecundado a siete mujeres más, en edades comprendidas entre los dieciocho y los cuarenta años, y vive rodeado de ellas y sus hijos en Mas Blanc, una masía de Vilaseca-Salou. Todos esos hijos soportan una paternidad fraguada pues ha cargado el mochuelo a diversos discípulos suyos, padres repentinos sin haber tenido intervención.

La bomba atómicaque obliga a capitular

Por motivos que habría que achacar a un novato, Raschimura cometerá el mismo error que James Jones, el instigador de la matanza de Guyana, cometió con el matrimonio Stoen, al tratar de quitarle su hija a José Soria, un ex discípulo. El desertor, como hicieron los Stoen, acudirá a las autoridades, y las acusaciones, estimuladas por el ejemplo de Soria, empezarán a llover como castañas: falsificación de documentos, siete delitos de usurpación de estado civil, intrusismo médico, confirmado al efectuar el Servicio de Información de la 441.ª Comandancia de la Guardia Civil de Tarragona un registro combinado por sorpresa en la sede de Reus y en la clínica, por medio del cual salen a luz miles de fichas de sintomatología y diagnósticos firmados por la doctora Isabel y Juan María Carreras Draper, Śrī Suryakanan, un nuevo personaje, apoderado de las empresas de la secta y aparejador sin otra tesis.

Se descubre que los alimentos macrobióticos «exentos de productos químicos, pesticidas, colorantes o conservantes» se fabricaban con piensos para ganado, bien es verdad que hay que estar reconocido eternamente al folleto Macrobiótica es Raschimura (1979), en el cual se llama la atención sobre el error del vulgo de creer que el maíz, la cebada y el centeno son un privilegio para animales.

Los croissants estaban hechos con grasa pura de cerdo comprada a la Hispano Química Mosa, de la Zona Franca: dos kilogramos de una substancia sacrílega para el duodeno y el páncreas de las Cruzadas por cada 25 kg de masa.

En su cadena de restaurantes naturistas, se comía basura recogida en el mercado de mayoristas (Mercabarna), seleccionada, trasladada a las playas de Tarragona, limpiada, troceada y procesada en tostaderos para extraerle el agua y otras adherencias.

El champú Gené lo hacían ex abundantia cordis con el toque de sacramento y labor científica que ponían los meados de discípulos y doctores.

Del escudriñamiento policial de los escritos religiosos y textos poéticos de Raschimura surge, utilizando el envoltorio del aforismo, que por su estrechez doctrinal propone la regla, una opción extrema de violencia para dominar a la sociedad que no llega a tener el empeño de una técnica, o un asiento estomacal con la vieja imagen del fuego para purificarla: «Sólo seré feliz cuando, como Nerón, vea arder Sant Cugat a mis pies».

3

«TIENES QUE SER UN NIÑO»

Si Raschimura queda momentáneamente sin castigo, hábil para eludir la responsabilidad de actos que implican una situación desesperada de sus seguidores respecto de la ley y eclipsarse el tiempo que duren la tolvanera de las denuncias y la pasajera avidez periodística, otro tanto ocurre con David Brandt Berg, uno de los fundadores de la secta Niños de Dios y gallo galante tan parecido a Raschimura en psicología, costumbres, Weltanschauung y tono publicitario, siendo que ambos provienen de escuelas bien distintas.

Los Niños de Dios no son un fenómeno único en los Estados Unidos, en la «sociedad de la saciedad» del final de la década de 1950; pero sí se podría decir que son un fenómeno exclusivo. Las tropas norteamericanas han vuelto victoriosas de Corea, mancilladas en su interpretación de salvoconducto de la democracia, de Santo Domingo, y más tarde volverán zurradas del Vietnam; y al volver serán recibidas por madres que maldicen por hijos arrebatados, políticos que exigen una buena conducta en el frente, y una conciencia nacional avergonzada de unas razones estratégicas que han dado a la defensa del país el carácter de una agresión preventiva en tres de los cinco continentes. Los soldados licenciados no hallan colocación, se convierten en vicarios de la culpa por My Lai, los bombardeos de doce horas con napalm y el agente defoliador naranja, y se suman al paro... Y están los que no han ido a la guerra, los que rompieron las tarjetas de reclutamiento.

En el marco del pop art, las sopas Campbell y los carteles publicitarios de trama 80 del nuevo Toulouse-Lautrec Roy Lichtenstein, y cuando Andy Warhol exalta la brutal corporeidad del colt Magnum y el cuchillo de caza, y los hippies manchan las laderas de las escarpadas colinas que rodean los funiculares desde Hillsdale hasta Palo Alto proclamando con dramática imprevisión «¡El dinosaurio americano ha muerto!, ¡ha nacido la República Libre de Woodstock!», la repugnancia de la juventud —tildada muchas veces por los sociólogos de desorientación— hacia los ideales de un welfare state mantenido merced al atropello de otros pueblos, la posesión de bienes materiales, la religión de las maneras y la aniquilación de una generación por turno, le hará dar la espalda a los ofrecimientos de participación social de siempre y buscar en el sentimiento religioso un cierto mosaico, rajado por las guerras, de la América eclógica y «aún inocente» de Robert Frost, Emerson, Thoreau o Whitman.

A través de los Beatles, que dejaban el riel comercial con una actitud de desprecio que en aquellos tiempos no se le habría ocurrido a ningún cantante y tomaban la trocha angosta de un renacimiento músico-espiritual que los llevó hasta la India, penetra la figura paternal del gurú Maharashi, que tiene algo que decir a la juventud por merecer el respeto de sus ídolos. Con la Iniciación al Conocimiento del Gurú Maharashi, florecen y se desarrollan, sobre todo en la libérrima costa oeste de los Estados Unidos, muchas otras sectas de plataforma orientalista (Fe Universal Bahai, Misión de la Luz Divina, Iglesia de la Unificación, Hare Krishna, quizá la más conocida en España), aunque las hay también cristianoformes (Iglesia de Armagedón, Iglesia del Cordero de Dios, Templo del Pueblo), que aprovechan la lucha «antiburocrática» de Jesús y la hacen coincidir con las demandas de hermandad, nobleza en los medios para alcanzar el fin y desinterés de los jóvenes. Van a ser los jóvenes, en sus mejores horas de ideal, los que establezcan la disconformidad entre el galileo de la túnica, por quien sienten el amor patológico hacia la víctima impolítica, un amor que se dirige más a su persona que a sus principios, y la victoria temporal del dogma y su Iglesia acicalada y política.

La salvación impotente que ésta ofrece a los hippies hundidos en el infierno de las drogas será recogida del suelo donde la dejaran por David Brandt Berg, Moses David, Mo, un pastor metodista expulsado de su congregación, a su regreso del territorio de Arizona.

Moisés, el libertador,conduce de nuevo a su pueblo

Nieto de un ministro de los Discípulos de Cristo, hijo de una consejera radiofónica de las que reciben correspondencia de atribulados, Moses David parece simbolizar, como Bach, la consumación de una línea de persistentes virtudes genealógicas.

Se instala en Huntington Beach, expresamente llamado por su madre, que por su trabajo de corazón preguntón en la radio percibe los ecos del malestar social, para sentar las bases de la que sería la secta embrionaria de los Niños de Dios, los Teens for Christ, ‘adolescentes por Cristo’, y «llevar el verdadero mensaje del Evangelio a la juventud desilusionada, drogada y revolucionaria de los Estados Unidos». Se alía con Fred Jordan, director de un programa religioso televisivo, La Iglesia en el Hogar, y, hacia 1968, ambos conforman la secta, que se llamará con el nombre con el que hoy se la conoce un año más tarde. Si bien puede considerarse ex æquo el mérito de haberla fundado, Jordan ve solamente en ella una agencia de colocaciones que le provee, contra el pago de 1000 dólares mensuales, de testimonios de viciosos drogotas y conversos para su programa de televisión. Moses David, en cambio, es quien se beneficia de la publicidad gratuita que le brinda el programa. El primero sirve a su imagen de presentador de un programa renovador e inquieto, pero es el segundo el que sirve a los fines institucionales.

A principios de 1970, Jordan les facilita un rancho en Thurber, Texas, a 115 km al oeste de Fort Worth, que abandonarán con sordina y descontento a fines del año siguiente corridos por la aprensión de Jordan ante las diligencias emprendidas por los padres de los jóvenes reclutados y programados por la secta, quienes se han confederado, para hacerles la guerra, en una asociación fundada en San Diego en 1965, la de los Volunteer Parents, impulsada sin descanso por Ted Patrick, uno de esos enemigos por naturaleza. Representante especial de Ronald Reagan, entonces gobernador de California, Patrick gozaba de plenos poderes para investigar y reprimir el secuestro mental en ciertas capas de la población juvenil.

Obligados a replegarse, tentaron aún en dos oportunidades más asentarse masivamente, una en Dallas y otra en Seattle, antes de emigrar de los Estados Unidos, en un nuevo «cruce del Sinaí» que Moses David comparó con el de los israelitas de Egipto. El culto del rey David —como se hacía llamar— era perseguido y enaltecido con el galardón de la espalda nómada.

Pero aparte de la predestinación bíblica y Patrick que les hacía la vida imposible, había razones más vulgares y comprensibles para emigrar: 1973 fue un año accidentado para las sectas. La policía descubrió las conexiones existentes entre ellas y el quehacer bursátil de Wall Street, las propiedades de Moon, valoradas en varios millones de dólares, el tráfico de armas y drogas del Templo del Pueblo. Hannah Lowe, fundadora de la Confraternidad de Misioneros del Nuevo Testamento, debió escapar también de Egipto, en su caso a Bogotá (Colombia). El mismo Moses David fue acusado de evasión fiscal, delito embarazoso en los Estados Unidos que llevó a la cárcel a gángsters que habían matado más que Atila y Landru.

Las pesquisas se articularon en un informe de 65 páginas que constituyó, al mismo tiempo, un acto de desenmascaramiento y un toque de alerta, por cuanto no significaba el golpe de gracia; había sido redactado por el Departamento de Fraudes de Caridad, muy activo, el cual lo había pasado posteriormente al fiscal general de Nueva York Louis J. Lefkowitz, quien lo hizo público el 13 de octubre de 1974. En el informe aparecían por primera vez reunidas y sistematizadas las técnicas de secuestro mental y las actividades de la secta, tales como el lavado de cerebro —apoyado en el confinamiento, la fatiga, el lenguaje viciado, la incertidumbre y el terror— y el abuso sexual, que recibía en la jerga sectaria el nombre de prostitución bíblica, sobre la que volveremos más adelante cuando hablemos de la escuela que habilitaba para seducir.

De Egipto a Canaán

En Europa, la secta se ramificó por varios países, con suerte diversa. En Bélgica, Suecia y Alemania, prendió bien; establecida en Bromley bajo los auspicios directos de Moses David, no lejos de la capital inglesa, se atrajo las suspicacias de John Hunt, diputado conservador de la localidad que se parecía demasiado incómodamente a los sheriffs norteamericanos que quieren mantener su ciudad «limpia de vagabundos y basura». Scotland Yard, a petición de Hunt, que profesaba este extraño credo de recolector municipal, les abrió una investigación, obligándolos a irse a Londres. En Francia, luego de unos comienzos azarosos (del sótano de Notre-Dame, en donde acabildaban en 1972, fueron expulsados; consiguieron una vieja fábrica desocupada en el Pré Saint-Gervais), la secta llegó a poseer un piso con todas las características de una base militar, pues hasta contaban con una computadora. El jefe nacional es Bernard de Besnac, Mequido.

Análogamente a lo que sucedía con Hitler durante su ascensión al poder, que mientras sus tropas de choque les rompían la cara a los ciudadanos su advenimiento era saludado por monseñor Innitzer, primado de Austria, el arzobispo Grober y los estadistas del mundo entero como la «gran revolución política» que metería en cintura al comunismo «intrínsecamente perverso» que ardía en las llamas de la encíclica Divini Redemptoris, el brillo mundano de la secta, lejos de palidecer con los reveses de la fortuna y la incomprensión de las autoridades, daba un estirón y tocaba el cielo. Faith, una de las hijas de Moses David y ministra de la secta (al final del capítulo veremos la escala jerárquica), fue presentada el 4 de octubre de 1973 al papa Paulo VI por la superiora general de las Hermanitas de Jesús, conmovida por su labor apostólica; el 30 de marzo de 1977 participó en una audiencia colectiva que concedió el rey Juan Carlos I de España, y se entrevistó con el presidente Marcos de Filipinas.

La escuela de la perdición cortesana

Escarmientos y castigos

Su padre, mientras sucedían estos hechos, había permanecido viviendo de incógnito en Santa Cruz de Tenerife, donde había preferido perderse antes que quedarse en Londres y comprobar que a Scotland Yard no se le pierde nada.

Una carta de la discípula alemana Sabine Nussbaum, dirigida a sus padres en Rímini, que se apresuraron a hacerla llegar a los medios de prensa, reveló la existencia en Poggiosecco, en las cercanías de Florencia, de una escuela de iniciación a los misterios de Deméter, Dioniso y los cabiros, en la que se adiestraban «pececillos»; así llaman a las chicas que ofrecen sus favores carnales, tanto para sostener económicamente la secta, como para servir de cebo a los que ingresan en ella. La escuela estaba ubicada en una rica hacienda del Quattrocento, de fachada pintada al masicote, típico de la zona, rodeada de florestas y precedida de un cuarteto de estatuas de Pomona con sus amantes Vertumno, Silvano y Pico, un dios pájaro, de la que era propietario Emanuele Canevaro, duque de Zoagli y Castelvari. Las autoridades procuraron dilucidar cuán implicado estaba el noble en aquel putaísmo de altos estudios, teniendo claro el grado de complicidad del hierofante, su esposa Barbara, Reina Raquel, segunda en la jerarquía de la organización.

Desde su exilio canario, Moses David defendió la práctica de la prostitución religiosa, fustigó a las autoridades italianas que habían desarmado su tinglado de velos y perfumes y amenazó a sus adversarios con las diez plagas de Egipto. En todo el mundo se desató lo que podría denominarse cascar las liendres a los difamadores, guerra atizada por Moses David con sus circulares internas, escritas en forma de cartas, en las que se mezclan la oratoria apocalíptica de Elmer Gantry con el anticomunismo de la revista Selecciones, el capitalismo corrupto, el reino del Anticristo en 1986 y las llamadas de solidaridad para con el Tercer Mundo.

En Tailandia, Claudia Ross, una periodista estadounidense del Bangkok Post que había hecho contacto con red barredera en los tentáculos económicos de la secta allende las fronteras de origen, fue muerta el 29 de marzo de 1974 tras haber recibido una serie de amenazas y, consecuente con su cadáver, haber publicado un virulento artículo, desoyéndolas.

No sólo las indiscreciones; tampoco las deserciones eran perdonadas. Como ocurre con los toxicómanos que dejan la droga, los que dejaban la secta eran hallados muertos con fracturas internas industriosas, producto de una extraordinaria compresión en la espina dorsal, o eran arrastrados al suicidio por la encerrona psicológica resultante de girar en sentido inverso el dial del lavado de cerebro a que habían sido sometidos. Si en el ejemplo de la toxicomanía grave se produce el síndrome de abstinencia que, en

constituciones débiles, puede hasta acarrear la muerte, el diagnóstico médico en todos los casos de deserción de la secta era de muerte por «desprogramación».

Otro de los hijos de Moses David, Paul, murió de esta manera.

La secta, de arriba abajo¿Cuáles son sus planes para el futuro?

En España, fue la revista Interviu la que, con su habitual mordacidad, le dedicó encendidos elogios a su filosofía, que está a la vista en su organigrama.

En el vértice de la pirámide se encuentra el «padre, rey y profeta», naturalmente, una hipóstasis de Moses David; por debajo se alinean los ministros, consejeros cuando se trata de incorporar las enseñanzas al protocolo y contables cuando se encargan de la tesorería; a éstos responden los arzobispos, quienes, como en el episcopado común, comandan las feligresías nacionales; a los arzobispos, los obispos en número variable, y que vendrían a ser los gerentes regionales con que cuenta cada país, de ahí su número variable, en consonancia con la cantidad de regiones del país, y a los obispos, los pastores de distrito, un cargo peculiar del escalafón de las iglesias protestantes, con autoridad sobre varias colonias. En último lugar, el pastor propiamente dicho; y nunca pastor con tanto sentido cabal, puesto que apacienta un rebaño de entre seis y diez «ovejas» —despersonalización alegórica que gastan muchas otras denominaciones cristianas, incluso la Iglesia oficial— que dan testimonio en la vía pública.

El reclutamiento también se hace mediante métodos que emplean otras agrupaciones testimoniales, desde los mormones con aspecto de «joven si lo que busca es labrarse un porvenir» hasta el victoriano Ejército de Salvación. Así como los mormones suelen ir en parejas repartiendo folletos con la primicia de que Jesús estuvo en América y habló con Joseph Smith, los Niños de Dios utilizan la litificación —vocablo ficticio de enmarañada etimología, sin equivalente en castellano— para vender las cartas de Moses David a cambio de un donativo.

Han substituido la orquesta de los salvacionistas por el teatro callejero de protesta, aunque cumple la misma finalidad de imán y dramatización de un estado pecaminoso o de desconcierto social, e introducido la carnada del «pececillo» valiéndose de una manipulación dolosa del mensaje evangélico de la comunión con el desamparado.

Una vez enganchada la «nueva botella», otro nombre que recibe el adepto, pasa cuarenta horas vigilado sin poder dormir, sin llevarse bocado a los labios ni beber una gota de agua, tarado a charlas

obsesivas y grabaciones con la voz de Moses David que le recomienda, como artículo de suma necesidad: «Tienes que ser un niño». Al tercer día en vilo, se manda al coleto un desayuno consistente en leche y agua, con un puñado de harina de avena. Podrá dormir tres horas, después de haber memorizado cientos de versículos de la Biblia, pero sin que se interrumpan las grabaciones.

Los Niños de Dios cuentan con unos ocho mil fieles distribuidos en 800 colonias de 80 países. Moses David se jacta de tener en España 587 discípulos congregados en 55 colonias, los cuales reparten, por el método de la litificación, más de medio millón de folletos que hacen caer en los cofres de la secta una lluvia de doblones por valor de 7.000.000 de pesetas mensuales.

Tanto Interviu como el semanario alemán Stern alertaron sobre la vocación andariega de Moses David, quisquilloso de estar demasiado tiempo varado en un sitio, sobre todo si sus andanzas se ventilan en otro, y arriesgaron la posibilidad de que su próximo domicilio sería Libia, siempre que la segunda venida de Jesús no se produzca en 1993, según tiene dicho, lo cual alteraría los planes de todos. Allá tendrá que preguntar a los vientos de Muammar el Gadafi que varían, el anfitrión que se erige en una especie de propulsor de una Tricontinental de La Habana místico-religiosa.

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EL EDÉN ESTÁ EN GUYANA

En las sectas de tendencia cristiana, no solamente las técnicas de penetración en la mente de los adeptos guardan parecido; también episodios que son Leitmotiv en la Biblia y que sirven para ilustrar episodios personales en la vida y decisiones de los sectarios. Moses David cruzará el desierto, alejándose del faraón de la Casa Blanca. James Jones y su Templo del Pueblo persuadirán a las masas con la promesa incorruptible de un paraíso alcanzado bajo la línea de flotación.

James Warren Jones, reencarnación combinada y confirmada por él mismo de Buda, Jesucristo y Lenin, nació en Lynn, Indianápolis (EUA), en 1931, hijo de un ferroviario que militaba en el Ku Klux Klan. Su padre, no obstante pertenecer a la organización racista secreta con más rancia tradición de pogroms en América, le crió en el culto metodista, confesión que pasa por ser de las más liberales. Estudió pedagogía en la Universidad de Butler, una institución de enseñanza privada dependiente de la Iglesia de los Discípulos de Cristo, en la que se formó verdaderamente su carácter.

Anejo a la universidad había un pequeño cottolengo, del que pasó a hacerse cargo sin dificultades, por esa política de inercia desprevenida que confía a la persona solícita el control de los necesitados, y que transformó en un comedor para pobres y ancianos que le serviría luego como trampolín político cerca del calor del ala liberal del Partido Demócrata, y como antecedente en plaza de la fabricación de paraísos.

Origen de la secta Templo del PuebloMilagros y visiones

En 1956 fundó el Templo del Pueblo, y cuatro años después se afiliaba a los Discípulos de Cristo, federación de iglesias de signo conservador como la Iglesia Cristiana de Park Avenue, las iglesias experimentales, mixtas, haitianas, etc. Los caminos se bifurcan simulando alejarse, pero es posible desandarlos hasta hallar el punto de partida en la misma encrucijada: el abuelo de Moses David fue ministro de esa federación.

El único requisito que se exigía para entrar en la secta se endosaba a la propia conciencia y era el de creer en Jesucristo. Por otra parte, y coincidiendo con ciertos aspectos derivados de la postura de otras sectas históricas, especialmente las contemporáneas de Constantino y las posteriores a él, como los petripasianos o teopaschitas del Asia Menor con sus líderes Praxeas y Noeto, y los alogos, que San Epifanio menciona someramente y los sitúa a mediados del siglo V, Jones defendía la autonomía natal de Jesucristo con respecto a la Virgen María. Punto fácilmente deducible de la teoría de la identificación defendida por Praxeas, en la que la naturaleza de Jesucristo participaba de la divinidad en forma absoluta y componía una unidad absoluta con Dios, y determinado a priori por la sospecha práctica, común a todos los protestantes y de raíz calvinista, de la integridad de María después del parto. La inútil primavera de la integridad había sido la preocupación de Helvidio de Roma y los antidicomarianitas al sostener que, una vez nacido Jesucristo, María había seguido teniendo hijos con el carpintero. También negaba la Biblia como los alogos desaprobaban la doctrina del Verbo (Logos), oponiéndose a ella según y conforme la expone Juan en el capítulo primero de su Evangelio, en la medida en que el Libro Sagrado representaba eso, un libro sagrado, pero no sagrado en línea recta.

Tamaña postura, juzgando por la importancia que Jones daba a lo taumatúrgico en la capacidad de su propia palabra de obrar prodigios, podría parecer revestida de una aparente contradicción si no hubiera entablada una rivalidad o al menos un nuevo «tratamiento del tema» entre la taumaturgia del aquel Verbo que le bastaba con expresarse para crear lo visible, o con estar presente, y las visiones y milagros de Jones. En su haber figuraba la repetición del episodio bíblico de las bodas de Caná de Galilea, habiendo él también, con una conducta de epígono curiosamente paralela a lo

largo de toda la historia de los magos teloneros y las sectas heréticas, convertido el agua en vino, y aseguraba tener poderes contra el cáncer. (Deborah Blakey, una de sus ex ayudantes, confesó más tarde haber hecho de paralítica en una de aquellas ferias de rôle-playing de la Biblia.) Durante un sermón, informó de una visión digna de Mahoma en un alto de su viaje por el desierto de Siria: había visto dibujarse el holocausto nuclear y oído la nueva ignorada de que Indianápolis sería la nueva Hiroshima.

Algo de todo esto flotaba en el ambiente, porque en abril de 1962 se trasladó a Belo Horizonte, una de las nueve hipótesis geográficas señaladas por la revista Esquire que se salvarían de la resaca atómica, con el fin de reconocer los alrededores.

Jones como repúblico

A su vuelta del Brasil, se estableció en Ukiah, pequeño pueblo que era una dársena resguardada de las tormentas de la ley en el valle de las Secoyas, al norte del Estado de California. Pero la tranquilidad del escenario no era suficiente y fue entonces cuando se acercó al Partido Demócrata y a su hombre de California George Moscone. A la tranquilidad del escenario y sus fronteras se añadía la tranquilidad dentro de la secta, férreamente contorneada por un fiero grupo de ex convictos que le eran tan fieles a Jones como pueden serlo unos desocupados cuya vida ha sido colmada con una meta y un sueldo.

La secta estaba en el ápice de su florecer. Cuando Moscone alcanzó el puesto de alcalde de San Francisco, no se olvidó de quien le había apoyado lanzando a sus adeptos a la calle a corear consignas favorables a su candidatura. Jones fue recompensado en 1975 por su apuesta y fe en Moscone con el cargo de asesor del Servicio de Viviendas del Ayuntamiento, cargo muelle de un gran relieve social si se tiene en cuenta la densidad demográfica y el ritmo de construcción de una ciudad-puerto como San Francisco. Al igual que hacía Bugsy Siegel, el gángster del disfrute en el Sunset Boulevard y el melodrama de Hollywood, James Jones, entre portavoz de un área religiosa de opinión y funcionario municipal, se codeaba con las apellidadas personalidades del mundo de las finanzas, la política y los dormitorios.

El mismo Jerry Brown, gobernador del Estado, estaba cerca de él.

En un viaje que hizo a California, Rosalynn Carter, primera dama de la nación, resaltó su papel en la comunidad. Ocupaba un lugar de privilegio en la tribuna presidencial.

Como correspondía a un dirigente mundano en ese gran momento histórico de multiplicación de los panes y los peces, visitó a Walter Mondale en su avión particular, extendiéndose ampliamente sobre los gustos del electorado.

Pero aunque todo pudiere indicar que los tiempos eran venturosos, no se sentía relajado, no estaba conforme, y una vieja afección pulmonar agravaba su insomnio, sus vértigos y sus relumbrantes visiones de persecución. Recurrió a sus amistades e influencias, entre ellas a Hubert Horatio Humphrey, el derrotado sin gorigori por Nixon en las elecciones presidenciales de 1968, y al ministro de Bienestar Califano, obteniendo cartas de recomendación dirigidas a Forbes Sampson Burnham, primer ministro de Guyana, león negro en la selva de los No Alineados, postigo entornado de la zona.

La campaña de propaganda que acompañó su solicitud de autorización de asentamiento puso de manifiesto la necesidad de huir inmediatamente de una gran matanza de negros que se preparaba, de la persecución de la CIA, y edificar, en las tierras de confines que la Providencia tuviere a bien darle, el futuro de una comuna «socialista y cristiana».

El affaire Stoen

En el fondo de esta busca de un nuevo estilo de vida y estos aires de cambio estaba a punto de detonar un escándalo de considerables proporciones.

La historia comenzó cuando Grace Stoen, contable de la secta que había enrolado a su marido Timothy en 1970, desertó a hurtadillas, dejando en la secta a su marido y su hijo. Este hijo les había nacido estando ellos dentro y Jones había oficiado de padrino. Ambos estaban muy identificados con sus ideas y Timothy Stoen, como abogado, era uno de sus principales consejeros.

Tal como había hecho Raschimura con la hija de José Soria, y llevando quizá su favoritismo por Victor John Stoen, un niño de cuatro años, hasta sus últimas consecuencias, siendo que los Stoen no eran los únicos en la secta con hijos en condiciones de ser apadrinados, Jones puso pies en pared en la irrevocabilidad de conservarlo y se negó a devolverlo a su madre, que había iniciado causa de divorcio contra su marido, quien, al parecer, se hallaba cómodo en la secta.

Se suscitó entonces una situación de engendro legal. La mujer se querelló contra Jones también; el juez Donald King desestimó los papeles de cesión del niño que aquél argüía que los padres le habían firmado. Sea porque el fallo del tribunal no consideró la desavenencia del demandado en su justa medida, sea porque el plazo puesto por la ley para que se cumpliese el mandato de restitución era intimidatorio más que preventivo, Jones se adelantó a los acontecimientos, ganando por la mano, y a fines de 1976 se largó del país, llevándose al chico.

Todo esto ocurría mientras Jones, que ya había conseguido permiso para establecerse en tierras de Guyana, estaba embebido en la tarea de organizar una sosegada peregrinación, y cuando un artículo, aparecido en el semanario News West, desnudaba su personalidad megalómana, denunciaba a tambor batiente sus fraudes contra jubilados (65.000 dólares mensuales en cheques de pensiones) y citaba sus frases, en las que todo es una jugada a cara o cruz y la apuesta es terminar la vida como héroe o como perdedor: «Si tú no puedes ser Dios, no llegarás a las masas. Si ganas, eres Moisés; si pierdes, eres Charles Manson».

Lo que había pasado era muy sencillo. Siguiendo el ejemplo de Joe Valachi, que contó los secretos de la Cosa Nostra, Grace Stoen se había ido de la lengua, haciendo un prolijo relato al semanario. En él afirmaba haber participado en una operación denominada en clave por la secta como Noches Blancas. Eran ensayos progresivos de suicidio en masa.

Ryan interviene

Los Stoen —se había operado una reconciliación— no se conformaron con la orden interdictal impuesta por el juez a Jones a raíz de su huida, ni con la denuncia en medio de la plaza, y fueron a ver al diputado Leo Joseph Ryan, que acumulaba pistas y soplos contra la secta desde hacía tiempo, movido por otros miembros que también habían desertado y por la notoria pasividad del Departamento de Estado (de la que estaría enfermo el consulado norteamericano en Guyana cuando llegaran). Dispuesto a profundizar en la investigación con pruebas empíricas, y pese a que Jones, al enterarse de su propósito de ir a turbar la paz de su huella que creía haber cerrado bien, amenazó con realizar lo que hasta entonces habían sido solamente ensayos, el pedido de ayuda del matrimonio lo decidió. Con una partida de dinero aprobada por el Congreso y unos cuantos y aguerridos voluntarios de los medios televisados y escritos, formó una expedición de diecinueve personas entre las que había asimismo familiares de los que habían seguido a Jones a Guyana.

Al anochecer del miércoles 15 de noviembre de 1978 aterrizaron en el aeropuerto de Georgetown, en donde Ryan tuvo un presagio de la adversidad del ambiente y comprendió que la estancia en ese país se abriría muy pronto en grietas para ellos.

El jueves debieron vencer numerosos atascos burocráticos. Veían con malos ojos que una comitiva como ésa, aun con Ryan en calidad de huésped y congresista nominal, entrara a fisgar en su territorio, y con toda clase de presiones, pequeñas fechorías en el trato y hostilidad, les hacían ver que aquélla era una injerencia de claro matiz político en una decisión gubernamental que contemplaba la libertad de cultos. En realidad, la comitiva contaba con el

conocimiento de Jones de la visita, gestionada por los dos abogados de la secta: Charles Garry, que había sido el abogado de Angela Davis, y Mark Lane, que lo había sido de Ray, el que mató a Martin Luther King. A última hora, un grupo, con Sharon Amos —jefa de relaciones públicas de la secta— llevando las riendas de lo que se había convenido decir, les comunicó que la mayoría de los residentes juzgaban desagradable la visita y que Jones se encontraba enfermo. La presencia de los dos abogados fue decisiva para sacarlos de un brete sobre el que nadie les advertía.

Al mediodía del 17 volvieron a aterrizar, esta vez en Port Kaituma, un puerto pesquero a 250 km al noroeste de Georgetown. Allí los estaban esperando con una traca de gritos algunos de los guardaespaldas de Jones, que les hicieron señas con armas pesadas de que los siguieran. En tractores, cubrieron los 12 km hasta la comuna de Jonestown.

Entrevista al rey ególatra

Allí estaban las chozas hechas de carrizo, barro y mimbres en las que se hacinaban hasta treinta personas, después de que el número veterano de ochocientas que llegaron con Jones se viera incrementado con la llegada de unas cuatrocientas más en los dos años consecutivos.

La jornada laboral era de once horas, con diez minutos de descanso. Las penalidades por desobediencia o descansos improcedentes caían sobre las testas de los infractores según las poluciones nocturnas y la oronda jurisprudencia salomónica de Jones respecto del suceso considerado como más o menos inevitable. Los niños eran bajados con cuerdas a un pozo; los adolescentes al mismo pozo, pero con agua, y los viejos, quizá por hallarse más cerca de la experiencia biológica del otro pozo, pues de todo sacaba Jones una aplicación práctica, eran acostados en féretros y descabalados con sedantes. La duración de esos suplicios podía ser de varios días. El que intentaba fugarse la pasaba mal de malaventura: un corro de ayudantes que estaban para eso lo apaleaban hasta la inconsciencia mientras la multitud, obligada a presenciarlo, debía corear todo el tiempo “Kill the son of a bitch!”; luego abandonaban el cuerpo exánime en la selva.

James Jones se hallaba en un barracón con techo de hojalata y disimulaba la fiebre con el maquillaje de los párpados. Fueron invitados a comer; una banda tocó el himno nacional del país, y se cantó América, la bella. A los postres, Ryan quiso hablar con la gente, a lo que Jones no se opuso: todos parecían absortos. Acosado por los periodistas, más hábiles, perdió el control y empezó a gritar que odiaba el poder y el dinero y que querían matarlo los mismos que habían matado a Kennedy. Esa noche, los periodistas que lo

habían provocado debieron dormir en el bar Weekend de Port Kaituma, no así Ryan y los demás, que se quedaron en Jonestown.

En este clima irreal ajustado a las pautas de los cambios de humor y la tensión creciente, catorce personas malquistas con Jones fueron haciendo conocer a Ryan, por distintos conductos, su decisión de acompañarle cuando se fuera.

A las tres de la tarde del sábado, Don Sly, un guardaespaldas, atacó a Ryan con un machete. Lane consiguió desarmarlo y el agresor se hirió gravemente en la corta refriega, salpicando con su sangre al congresista. Impresionado por el cariz de fantochada e improvisación sanguinarias que tomaban los acontecimientos, Ryan contó a sus compañeros lo ocurrido y todos resolvieron marcharse cuanto antes.

Una camioneta los llevó hasta Port Kaituma, en donde aguardaban la avioneta Cessna de seis plazas y un Otter bimotor.

Port Kaituma, la víspera del fin

Mientras los motores se hallaban al ralentí, apareció otra camioneta con sicarios dueños de sí y como transfigurados. Se apearon y avanzaron hacia la comitiva según un pacto preestablecido y pacífico, tirando a dar.

La agresión fue tan sorpresiva y maquinalmente despiadada, que nadie pudo escapar ni precaverse.

Leo Ryan, malherido, fue rematado de un tiro en la cabeza, efectuado a quemarropa para desfigurarlo. También murieron, entre otros, Don Harris, de la NBC; el operador Bob Brown, que filmó su propia muerte, y el fotógrafo del San Francisco Examiner Greg Robinson, perseguido hasta la espesura, cercado y cazado como una fiera. Los heridos y una docena de supervivientes se arrastraron o quedaron tendidos en la pista, a la intemperie, atisbando con terror la selva de la que podían surgir nuevamente los asesinos, cubiertos de sangre, febriles y velando los cadáveres hechos jirones por la turba. Los soldados que estaban al otro extremo del aeropuerto no intervinieron para nada; después dirían que habían pensado que se trataba de una riña entre norteamericanos, «gente propensa a armar jaleo». La misma población les escatimó el agua y los socorros médicos, y tuvieron que pagarlos.

La masacre de Port Kaituma, aunque primitiva y dominada por la imprevisión de las consecuencias que traería, resultó ser, sin embargo, el prólogo de otra previsión. Tres cuartos de hora más tarde, Schacht, el médico de la comuna, empezó a repartir los vasos de plástico descartables con el refresco que contenía las cápsulas de cianuro y una generosa dosis de tranquilizantes para coartar las convulsiones. Con un megáfono, Jones llamaba a la calma, alentando

a morir con dignidad; las jeringas corrían de mano en mano y se iba inyectando a los niños el veneno. Las personas se juntaban en una rueda, sentadas o acuclilladas, y se tomaban de las manos, meciéndose en el laberinto de la conciencia colectiva del desastre, cantando coplas en tono de cuchicheo e inaugurando una muerte de escuela particular.

La multiplicidad de los espasmos agónicos, los vómitos y el pataleo impedía el paso por entre los cuerpos tumbados de lado o doblados en dos, que parecían árboles caídos de un otrora dichoso bosque talado. Los guardaespaldas, armados con pistolas, fusiles y armas indígenas (arcos y flechas y macanas caribes, garrotes con pedruscos incrustados), pasaban una pierna por encima de ellos, puntillosos, aplastando toda resistencia y obligando a los remisos a ingerir el veneno. El que se negaba y lo escupía era forzado a tragarlo una y otra vez, encañonado, insultado, sufriendo vahídos porque lo agarraban del pelo y le hacían abrir la boca por la fuerza.

La mayoría parecía morir confiada en la promesa que les había hecho Jones de que les devolvería la vida; pero los niños, asustados por los hipos, el clamor compacto que se extendía ya, interminable treno fúnebre que han entonado las masas camino de los fusilamientos huelguísticos, los bombardeos en las carreteras de la ciega fuga y las cámaras de gas, lloraban y sus familiares los apretaban contra el pecho hasta sofocarlos, dándoles una muerte intempestiva por amor, más suave que aquélla con denuestos que se acercaba. «No dejéis que los niños lloren —pedía Jones por el megáfono—, no estropeéis la belleza serena de la muerte.»

Versiones sin conclusionesy una conclusión que es introducción

Odell Rhodes, uno de los que consiguieron escapar a la matanza, adentrándose en la selva (los dos abogados también sobrevivieron, encerrados en una cabaña), dio el aviso a las autoridades. Doce horas después de que todo se hubiera consumado, tropas guyanesas se dirigieron al lugar.

Los teletipos de todo el orbe corrigieron, desorientados, las primeras y azoradas cifras de víctimas. James Jones había sido encontrado con tres balazos en la espalda, según unas fuentes. Según la versión del doctor Carlton Goodlet, su médico de cabecera, que salió al paso de las versiones de un suicidio que coronaba como una guinda el de todos, le había matado una bala con orificio de entrada por el temporal izquierdo, lo cual, si bien eliminaba la teoría del suicidio, ya que Jones no era zurdo, no contradecía el que hubieren podido dispararle por la espalda tres o todas las veces que les apeteciera y darle luego el tiro de gracia, cuya procedencia Goodlet no aclaraba.

Las derivaciones políticas no cesaron con su muerte, a pesar de que su orgullo había dejado de emitir.

La Guardia Nacional transportó los cuerpos a los Estados Unidos, en medio de una tremolina de medidas de seguridad y hermetismo sumarial.

Pravda hizo una cuestión de principios de lo sucedido; la Unión Soviética y Cuba habían recibido sendas solicitudes de Jones pidiendo asilo al sentir que su tiempo se acababa.

Burnham se lavó las manos de aquel chafarrinón.

Una semana más tarde, Moscone caía acribillado.

El cometa posee una larga cola, pero en su cabellera fueron cogidas por las piernas 914 personas, 180 de las cuales eran niños que quedaron describiendo una órbita de guasa en torno de sus padres que quisieron esa suerte para ellos.

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RECOJA SU TURNOELIJA UD. MISMO

Hemos hablado de las dos sectas más conocidas del gran público por los escándalos y tragedias que motivaron, que traspasaron la frontera de su país para internacionalizarse y cuyos fundadores parecen pertenecer a un linaje común del que son arquetipos, aunque no modelos únicos de serie.

Otras sectas, posiblemente menos conocidas porque vegetan en la sombra, como los hongos bajo los helechos, que conservan la antigua tradición de prosperar, cubren todas las necesidades de puestos de trabajo, violencia del medio y paz interior, y prueban la verdad del aforismo que dice que la divulgación de la calidad no hace al valor intrínseco de la cosa.

Hermano Julius. Esta secta minoritaria fue fundada por Julius Schacknow para predicar sus profecías catastrofistas. Nacido en Brooklyn en 1924, de origen judío, sufrió una crisis de conversión al catolicismo cuando contaba veintidós años y cumplía un destino militar en la isla de Guam, en el Arma de Marina. En aquella lejana isla, la más meridional del grupo de las Marianas, entre las palmeras achicharradas por los incendios de los bombardeos recientes, sintió el alfilerazo de la revelación: sería profeta. Estudió la Biblia hasta enloquecer, llevando una existencia aislada y delirante, según cuentan sus compañeros. Anunció un terremoto que asolaría a Nueva

York en 1971; para estar cerca del preludio, se trasladó a Dover, el gran puerto británico de viajeros, pero no pasó nada. También vaticinó que se produciría un brote epidémico de neumonía en el Brasil, y tuvo la visión del Arca de Noé, descubierta para mal de los hombres. La secta, unos cincuenta discípulos, no crece y hace de él la figura del orate desgraciado, impopular y que no da una en el clavo.

Iglesia de Armagedón. En la misma línea catastrofista, pero poniendo el acento en la desgracia que significa el cuerpo, se encuentra esta secta. Su solo nombre es funesto e insinúa lo que nos espera: Armagedón, ‘montaña de Megiddó’, alegoría del Apocalipsis, un gran valle al pie del monte Carmelo que fuera teatro de innumerables carnicerías en la Antigüedad y en el que Dios congregará a sus enemigos para destruirlos. La secta tiene puntos de contacto con sectas antiquísimas que se hunden en el pasado de la humanidad, cainitas y antitactos, procedentes de una rama de la escuela de Valentiniano y de la herejía gnóstica de los ofitas de Siria, incorporada a la historia de las religiones como herejía cristiana pero, en realidad, situada de forma imprecisa en una capa intermedia entre la mitología y el acceso a ella de un pensamiento inarticulado que, al rendir culto a la serpiente, se debatía entre continuar y desembocar en la locura o acabar con la muerte. Una porción de la luz del cielo habría quedado atrapada en las tinieblas del mundo inferior, por posible descuido y contra la intención del Creador, siendo el cuerpo el reflejo de esa congelación y una criatura —el Demiurgo— la responsable. Ya en la raíz del término antitactos se halla la actitud contra la sumisión a la ley moral creada por el Demiurgo para mantener la dualidad, que debe ser aniquilada en el cuerpo, su domicilio, mediante el desenfreno. En la Iglesia de Armagedón, los bebés son azotados con varas de mimbres, las comidas son a base de hongos y suelen someterse a prolongadas sesiones de electricidad para hacer del cuerpo un reducto y un lugar de penitencia. Las enfermedades no son más que el resultado de una falta de fe, y a las parturientas no las asiste nadie en el parto. Combaten el pensamiento, por considerar de extrema inutilidad salvar una facultad humana expuesta a la avaricia del Demiurgo y que será el verdadero Armagedón en donde se redimirá el Bien por el Mal. Mantienen estrechos lazos con los Niños de Dios. Están dirigidos por Paul Erdman, Love Israel.

Iglesia del Cordero de Dios. Hacia la segunda mitad de la década de 1960, dos hermanos, Ervil y Joel LeBaron, capitaneando una partida de mormones expulsados y recortándose contra el telón del cielo como una cruel pintura de Esaú y Jacob, abjuraron de la civilización y levantaron su aduar en Los Molinos, al sur de la ciudad de San Diego, en la Baja California, convirtiéndose en patriarcas de la Iglesia del Primer Nacido. Por diferencias, tal vez como las que separaron a los dos hermanos de la Biblia, Ervil, díscolo y pendenciero como lo era Esaú, fue expulsado de la secta, fundando

en 1970 la Iglesia del Cordero de Dios con una estructura bastante similar a la de los Niños de Dios y una reglamentación interna y despachos doctrinales que circulaban también bajo la forma de epístola. La grandilocuencia de Moses David había sido substituida por la violencia de garito del nuevo caudillo espiritual, que había añadido a las culpas de la humanidad el deber de aceptarle como representante de Dios —exigencia que, en la hermenéutica, le correspondía hacer al Anticristo—, so pena de morir a manos de sus seguidores todo aquel que no lo cumpliere. Sentenciado en 1972 a pasar doce años en la cárcel por el homicidio de su hermano, su caso fue sujeto a revisión y quedó en libertad. Buscado más tarde por otros delitos, y lanzado el FBI tras sus huellas, Ervil LeBaron, el Lobo de Dios, posiblemente pasó la frontera de México.

Confraternidad de Misioneros del Nuevo Testamento. Con esta secta, entramos en la rotulata de las que se enriquecen con el sudor de sus fieles y realizan maniobras de alto riesgo, frecuente práctica mafiosa, para burlar al fisco. Con todo, esta Confraternidad de Misioneros del Nuevo Testamento no realizó las maniobras de manera afortunada. En 1964, Hannah Lowe reunió a un grupo de cristianos para orar y estudiar la Biblia, sin carta orgánica ni templos externos. El entrenamiento no difiere del de los Niños de Dios e incluye el ataque «de rutina» a diversas instituciones (la universidad, el Gobierno, los padres), recomendado por todas estas sectas para quebrar la resistencia de jóvenes salidos de familias con valores e ideales burgueses. Como una moderna Kālī la negra, Hannah Lowe enseñaba la práctica ritual del robo e incluso el asesinato como canon de prudencia, en el caso de interponerse un enemigo de la secta. Cuando los adeptos habían cortado todo vínculo con el exterior y con su familia, y no tenían donde dormir, les cedía una habitación y les daba de comer a razón de 30 dólares semanales, lo cual, bien mirado, no es tan caro si uno es libre de elegir. Indagada por satanismo y evasión fiscal, huyó a Colombia en 1973 antes que la prendieran.

Si de la mención de las cuatro sectas precedentes haya podido deducirse un cierto patetismo por la escasez de medios y repercusión, hablaremos ahora de las cuatro que restan, que hemos escogido no precisamente por que den una impresión de debilidad o vesania, y agrupado en importancia progresiva de acuerdo con su poder económico y su gustosa utilidad política.

Hare Krishna. Viejos conocidos de los españoles, junto con los Niños de Dios, la secta como tal fue fundada por Swami Bhaktivedanta Prabhupada, un empresario bengalí multimillonario que se trasladó en 1965 a los Estados Unidos, falleciendo allí en 1976. Rápidamente extendida entre los drogadictos y los marginados, repasó en un vuelo sus orígenes underground y llegó a poseer la fábrica de incienso más grande del país e invertir una fortuna en publicaciones que dan varias veces la vuelta al mundo. Su

doctrina toma elementos del nirvāna búdico acondicionados al canto extático, que se entona in crescendo acompañado de atabales o dando palmadas en el suelo, único acompañamiento posible y democrático que se podía requerir en los parques abiertos de San Francisco. Patrick, el adversario irreducible de los Niños de Dios, asegura, algo exageradamente, que son comparables a la «familia» Manson.

Misión de la Luz Divina. Ya estamos en aguas de los tiburones azules. Obra del gurú Maharaj Ji, la luz divina de la secta es probable que venga de los escaparates de los muchos negocios que posee: tiendas de equipos electrónicos; una productora de películas sobre los móviles y viajes refrigerados del gurú; una editorial para la revista Y es Divino, que tira 150.000 ejemplares, y hasta una compañía aérea. Porque no vivir al nivel de estas posesiones sería una tontería y el pilluelo entiende que para vivir mejor pasarlo a qué quieres, boca, la secta tiene una espléndida vista nocturna de Denver desde su edificio de sesenta pisos, y además una mansión en Manhattan. Su doctrina es fundamentalmente pronto y ahora, experimental, no religiosa, de destreza, y enseña a obtener el control mental merced a técnicas externas de meditación. Aunque no es religiosa, en la medida en que trabaja con el espíritu pero no lo coloca en el trance de la adoración, las técnicas de meditación necesitan de la supervisión de un gurú o maestro y esto desemboca, a la postre, en un culto religioso a su personalidad, tal como mencionábamos en la introducción al describir el centro barcelonés de Siddha Yoga. Las técnicas son cuatro, muy sencillas:

1. Se mantienen los ojos cerrados hasta que desaparezcan las formas y volúmenes del mundo que nos rodea y luego el recuerdo de formas y volúmenes. Paulatinamente, una luz, que habrá pasado como una corriente eléctrica por el dedo diamantino del maestro, calculado entre los dos ojos, irá invadiendo el espacio cedido por el recuerdo.

2. Se practica voluntariamente el vacío auditivo, que consiste en cerrar y sellar el órgano del oído desde dentro, hasta quedar uno emparedado. Sobreviene entonces el sonido de una música, que es primeramente la de nuestros pensamientos que se atizan y entrechocan en su curso para separarse más adelante e ir como un leucocito a encargarse de un objeto de estudio o enigma del universo.

3. Se concentra toda la atención en el sonido de la propia respiración, que se siente fluir por todo el cuerpo y del cual la atención no deberá apartarse hasta que la conciencia pueda identificarlo como el soplo de vida insuflado en las narices de Adán.

4. Éste es, quizás, el paso más complicado de llevar a cabo. Se saca la lengua y se la fuerza hacia cada una de las fosas nasales hasta lograr, como el batracio, que la tiene protráctil, que entre y salga a

sus anchas del garaje. La finalidad de la técnica es la de probar y, en lo posible, alimentarse de la materia glutinosa, de la naturaleza del moco, que segrega la mucosa; recibe el nombre de aguas vivientes, y, según la secta, gracias a dominarla a la perfección pudo Jesús sobrevivir los cuarenta días y cuarenta noches en el desierto.

Iglesia de la Unificación. Poco conocida del gran público, no obstante sus conexiones políticas y su poderío económico, superior quizás al de la Misión de la Luz Divina, esta secta, que compagina elementos del maniqueísmo, el calvinismo y el antisemitismo nazi, fue fundada en 1954 por el industrial coreano Sun Myung Moon, expulsado de la Iglesia Presbiteriana de Corea del Sur por sincretismo herético. De tal compaginación brota la flor de un integrismo de índole casi podría decirse que administrativo-gerencial, afín al de Jones, quien fuera separado también del seno de los metodistas por idénticas razones; tanto se muestra munífico en la venta de la bienaventuranza (simonía) como exige de los miembros, los moonies, la puesta al día de los atrasos con una indemnización monetaria por pecados que cometieron sus antepasados. El entrenamiento de adopción, que se prolonga para todos los adeptos, sin distinción, por espacio de ciento veinte días, se encuentra minuciosamente asentado en un manual. La originalidad del enfoque racista reside en el papel jugado por Jesucristo, que habría sido asesinado y malogrado cuando estaba a punto de crear una nueva raza. Moon, Señor del Segundo Advenimiento, habría venido a la tierra para completar la misión que quedara trunca. Aquí es donde se produce la trabazón con la creencia en ciertas élites concebidas a partir de una lectura literal, en especial de la madeja simbólica del capítulo VII del Apocalipsis no todo lo adecuadamente estimada en las dificultades de exégesis que presenta, tal como la hacen los calvinistas, de los 12.000 elegidos por cada tribu de un vástago de Jacob. La secta religiosa de Moon —nombre que ha terminado siendo el único por el que se la conoce— no se conforma con la tibia incautación que los evangélicos hacían en todo el mundo, en plena «guerra fría», de ciertos terrenos religiosos de los cuales se retiraba la marea del catolicismo, y, como desenlace a los postulados de Truman y Rockefeller de unos usos religiosos aliados en la guerra y tutelares en la paz de la democracia de Occidente, mueve a la opinión pública y se consagra a su propio fortalecimiento económico para librar una batalla continental contra el comunismo. Cuenta con varias fábricas de su propiedad en la mejor tradición del monopolio, entre las que hay una de té, una de producción de titanio (metal pulverulento clave en el proceso de enriquecimiento del uranio), laboratorios farmacéuticos y la purgativa fábrica de municiones de Corea del Sur. La venta de rosas por la calle y en los portales de las iglesias deja a la secta unos tímidos beneficios anuales cercanos a los quince millones de dólares. Lo de tutelares no es, por cierto, una licencia literaria. Favores como los que prestaba Jones al alcalde Moscone, Moon los prestó primero al corrupto y dictatorial gobierno de Park Chung Hee y, cuando el escándalo Watergate, a un Nixon

jadeante que echaba mano de cualquier fórmula para que no se resquebrajase la severidad institucional. En la primavera de 1974, movilizó grandes contingentes de apoyo y desagravio a la política y la figura del presidente en Washington, donde sus fuerzas de choque —la Federación Internacional por la Victoria sobre el Comunismo, los Pequeños Ángeles de Corea, etc.— golpearon a los que llevaban pancartas abogando por la profundización de las encuestas. A principios de julio de 1983, los moonies se encontraban en Guatemala para dar un simposio y una conferencia de prensa sobre la situación en la zona. Habían traído a un invitado de excepción que iba a predicarles a los 150 periodistas allí presentes que no había que repetir en Centroamérica los errores que habían aliñado la caída de Saigón: Nguyên Cao Ky, el que se opuso a que Kissinger mantuviera las conversaciones de paz de París, el ex vicepresidente de Vietnam del Sur martillo de comunistas y casado con una mujer que era jefa de las unidades especiales y a la que no se conoce más que por su apodo de La Araña Negra.

Instituto Lingüístico de Verano. Nace en 1944 en Santa Ana, al sureste de Los Angeles, como filial para el extranjero de las misiones de los Wycliffe Bible Translators. Su misión es verter la Biblia a la mayor cantidad de idiomas posible, con una exposición amena, cubiertas de aspecto ganancial y una razonable inoculación ideológica. Tras la caída de Diên Biên Phu (7 mayo 1954), la CIA contempló la posibilidad de no desmantelar del todo la telaraña de sus núcleos de informadores en Indochina, aunque no hiciese una cuestión de ello, y dejó encargado al Instituto, que, desde 1959, pasó información de todo lo que ocurría en el país dividido a ambos lados del paralelo 17. Durante la guerra del Vietnam fue un centro de adiestramiento en investigaciones lingüísticas relacionadas con la quæstio policial (suplicio para arrancar información), y de allí salían las famosas Biblias a todo color con destino a los soldados survietnamitas. En febrero de 1967, quedó en una posición desairada al salir a luz pruebas de su participación, discrecional e informativa, en el operativo que se cerró con la matanza del poblado de Rach Kiên. Paralelamente, desarrollaba en América del Sur una serie de actividades que, a lo que parece, es para lo que tiene vocación, que van del etnocidio de diseño al tráfico y contrabando de piedras preciosas. Ideó un vasto plan de esterilización quirúrgica de las comunidades aborígenes de Lomalinda (Colombia), por el uranio y el plutonio que contenían sus tierras. En Ecuador, trabajó para las petroleras Gulf y Texaco en prospecciones que iban contra los intereses de los indígenas que repulsaban el desalojo hasta «la marca asignada por la toma de Septimania». Hacia 1970, el descubrimiento de un yacimiento petrolífero en territorio de araucanos, los venidos a mirar en su gesta como aucas, los ‘rebeldes’ que en el siglo XVIII habían señoreado en comarcas de dos países, desde las márgenes del Bío-Bío hasta la isla de Chiloé y luego en una curva de registro titánico hasta el sur de Buenos Aires, hizo que el punto de mira de la secta se volviera hacia ellos. Reconstituidos y

arrinconados en míseras reservas a lo largo de los Andes, la secta hizo un trabajo limpio contagiándolos y diezmándolos con el grupo de virus de la poliomielitis. La historia tiene otro compás en la selva brasileña, donde el ILV perpetra la extinción de la población nativa con el fin de dejar expedito el camino para el contrabando de uranio. Pero no siempre interviene directamente..., a veces lo hace, como en el Sureste asiático, por medio del esquema de borrador y el terrorismo de la propaganda: a mediados de 1978, más de doscientos indios perecen en la frontera brasileño-colombiana en una guerra de enemistad intertribal madurada por Sofía Miller, la Diosa Blanca del Amazonas, dirigente del ILV que tiene potestad sobre unas doce comunas, implantadas en un área de 400 km. El Ministerio del Interior sugirió a la secta coger la puerta e irse bendito de Dios, a finales de 1977. Muchos de sus miembros, bien atrincherados en puestos y cátedras de las universidades de São Paulo y Bahía, desoyeron la indicación. En 1975, el ILV operaba en veintitrés países. Su sistema de comunicaciones es verdaderamente formidable; en lo más hondo de la jungla amazónica restallan sus dos teletipos, cien transmisores de radio y una central telefónica con dos mil líneas. Goza de una especie de licencia de concesión, que el Ministerio del Interior no ha revocado, la cual le permite hacer uso de los 36 aeroplanos del Jungle Aviation and Radio Service (JAARS). Los pilotan hombretones veteranos del Vietnam. Por encima, recibe indirectamente aportes financieros de la AID, la tristemente célebre Agencia Internacional para el Desarrollo que es, o fue, una tapadera de los asesores militares y los expertos en contrainsurgencia en toda América Latina. Dan Mitrione, que enseñaba a la policía uruguaya a torturar, al que mataron los guerrilleros tupamaros, pasaba por ser un funcionario agrícola de la misma. Por debajo, y sirviéndole de soporte, se prodigan la gracia, la simpatía, la astucia y los variopintos recursos de un montón de fundaciones y sociedades culturales de investigación, tan fantasmales como remolonas, tras las que gusta parapetarse la esquiva Central de Inteligencia norteamericana: Cross Cultural Research, Inc., pantalla de la Operations and Police Research, una editora a través de la cual el ILV recibió una donación de 68.000 dólares de la Rabb Charitable Foundation, y el círculo se cierra en los dedos del titiritero.

6

CONCEPTO Y CLASIFICACIÓNDE LAS SECTAS

Los filósofos no se ocuparon en sus especulaciones de las sectas, lo que hace pensar que, como problema, nunca trascendieron los límites del orden religioso y moral, en el que habrían desempeñado un papel equivalente al del partido político y la escuela científica o artística, y el plano de lo sociológico, en el que las disputas son

numerosas a causa de la defensa y propagación en la sociedad de sus doctrinas. Es en este plano donde el problema se resarce de la inapetencia especulativa del filósofo, por cuanto todas las sectas defienden una doctrina en el campo de batalla de las ideas, una doctrina que es, en fin de cuentas, filosófica. Sus diferencias con las escuelas y los sistemas no están tanto en el punto de partida como en el lugar en que se encuentran en la cadena de relaciones. Una escuela puede englobar varias sectas, y un sistema, en cuanto conjunto de normas o principios vinculados unos con otros, constituir la doctrina de una secta.

El sectario

En la historia de la filosofía, que se ocupó, sin embargo, de ellas, las sectas parecen haber sido una degeneración de las escuelas, sacrificando, o perdiendo muchas veces por fogosidad teórica, la afición a la busca desinteresada de la verdad por el triunfo a cualquier precio de la doctrina. Ya el sentido vulgar reconoce esta distinción y da al partidario de una doctrina la nota de excepción del amor por un ideal, en tanto que reserva para el que pretende representar el verdadero espíritu doctrinal, excomulgando a los otros, el término sectario, que, por la frecuencia de su uso, inspira las dudas y temores de la exclusión y la silueta del criminal emboscado.

La distinción ha sido cobrada ideológicamente por cierta mentalidad conservadora que hace una vivisección del mundo, no dudando en aplicar la denominación a pensadores que, considerando trivial detenerse en la argucia del interés intrínseco de la doctrina, la utilizan para fines que le son impropios, fines filosóficamente desleales o espurios —el marxismo, que no cultiva la filosofía como pasatiempo y se vuelca a la lucha política para hacerse con el poder histórico—, de lo cual se deduciría, y siempre que el pensar con arreglo a conveniencia y beneficio fuere un deber, una situación de prevaricato. Escribía Leibniz a Malebranche, a propósito de la dignidad de la filosofía: «Quisiera yo que hubieseis escrito no sólo para los cartesianos, como vos mismo confesáis, porque me parece que todo nombre de secta debe ser odioso a un amante de la verdad». Lejos de estas pullas que a menudo esconden la vanidad martirizada del que espera aún vivir su hora de protagonismo en el panorama de las ideas del hombre, las sectas han florecido sin hinchazón en la filosofía oriental, que es en donde realmente existen como derivaciones de una concepción religiosa a la que jamás embargó la altivez inhumana cuando miraba hacia el cielo por el hecho de tener que alzar la cabeza.

Las sectas como problemade jurisdicción

En la historia de las religiones, las sectas no tuvieron originalmente el sentido odioso, sobre todo con el movimiento de la Reforma y la forja de las diversas parcialidades del cristianismo protestante, que rechazaban ser tratadas como tales por la etiqueta de desprecio o de inferioridad que se llevaban al aceptarlo, que llegaron a tener después. Fue a partir de su aparición cuando el nombre de sectas empezó a aplicarse para calificar a esas parcialidades de un modo genérico. El hecho de que se produjese un cuasidelito de omisión por parte de los historiadores canónicos, siendo que hubo sectas mucho antes de que Lutero fijara en las puertas de la iglesia del castillo de Wittenberg sus 95 tesis en latín, no se debe a una momentánea distracción erudita sino a que, hasta el espectáculo abigarrado del protestantismo, a nadie se le había ocurrido altercar con Roma por el monopolio de las verdades reveladas, exigiendo, al mismo tiempo, gozar del mismo derecho que ella a «declarar el conocimiento de Dios» bajo ciertas formalidades y a que esas formalidades fuesen reconocidas como confesión. La gradación odiosa del nombre y la displicencia con que se hizo extensivo muestran que todo se reducía, por tanto, a una mera cuestión de rivalidad y de turbación característica al sentir sus fronteras amenazadas.

Para el catolicismo, toda denominación cristiana adoptada fuera del seno de la Iglesia o a través de un trámite que no medite su autoridad, o simplemente se substraiga a ella, es secta; y secta en el sentido que subrayábamos al principio de partido religioso, puesto que, o bien rehúsa la autoridad de la Iglesia en el caso de haberse constituido fuera de ella, o bien no la reconoce, por considerarse independiente y ajena al fuero de esa autoridad. Desde el punto de vista de la doctrina, la cuestión de la rivalidad vuelve a plantearse y tomar un carácter temporal, dado que la Iglesia, además de tener un oído demasiado sensible para la algarabía de las confesiones, no admite el caudillaje humano que les ha dado lugar, un caudillaje no autorizado por ella misma, o que no sea el de ella misma. Según N. A. Weber, en The Cat. Cycl., XIII, la Iglesia católica no forma una secta, porque sus miembros no pertenecen a una fracción o a un partido organizado, con un jefe o caudillo humano, ni a una escuela doctrinal que jure por las enseñanzas de un maestro mortal. Anteponiendo la dignidad de lo divino a la dignidad de lo humano, la legitimidad de la Iglesia «abarca todo el mundo, al tiempo y la eternidad (tres conceptos del militante sufriente y triunfante)». Una legitimidad que hizo reputado el heroísmo de los cristianos de las catacumbas y les infundió valor para soportar las persecuciones romanas, pero que ya cuando Constantino, todavía pagano, derrota en las orillas del Tíber a Majencio y entra en Roma con el estandarte de la Cruz, obligará al gnosticismo, el maniqueísmo y el arrianismo a replegarse, introduciendo a partir de ese momento en todas las lenguas de la humanidad las palabras herejía y cisma para aplicar a la disidencia doctrinaria, no por una necesidad lexicológica, sino por una plañidera razón de Estado.

Breve análisis etimológicopara llegar al instinto de supervivencia

Al erigirse la Iglesia en único concesionario de las enseñanzas completas de Jesucristo, lo primero en resentirse fue la primitiva benevolencia que evitaba confundir el nacimiento «bienintencionado» de una secta con una disidencia incontestable en materia de fe y doctrina.

A lo largo de su historia ha podido verse que la Iglesia ha hecho un uso discrecional del anatema, al punto de que no resulta claro precisar las diferencias que existen entre un cisma y una herejía, lo que replantea el interrogante de si muchos no habrían podido marchar a la hoguera, empujados por una sentencia sumarísima que se limitó a «tomar precauciones».

La distinción, que los exegetas y la patrística dudan en atribuir al apóstol Pablo, no está más que en la intensidad y en la contumacia, que, como las otras dos palabras, se asocia y se menciona cada vez que se habla de sectas como formando parte de su naturaleza. El cisma es una disensión pasajera, sujeta al desafío del tiempo e incluso al cambio de las modas; la herejía supondría una vuelta de tuerca respecto del cisma, es una concepción «errónea» de la fe y, como tal concepción, varias veces estuvo amenazada, a su vez, por cismas que cumplían el mismo papel que cumplía ella en relación con el catolicismo. Es más radical. Es natural que la Iglesia la temiera más que al cisma.

En el substantivo derivado griego con sufijo de acción háiresis, en el que se hallan confundidas las dos palabras, secta y herejía, para componer heresiarca, el autor intelectual de la herejía, observamos dos niveles de significado que se leen uno como conclusión del otro. El primero recoge la acepción de Heródoto (Hist., IV, 1) y Tucídides (Hist., II, 28) de ‘acción de conquistar’, reflejada en el Nuevo Testamento cuando llama a la herejía la tendencia de los «falsos hermanos» a separarse de la Iglesia, persuadiendo a otros miembros a acompañarlos y formar otra. El segundo determina que la voluntad y la herejía se encuentren en el puente de su sentido metafórico de ‘elección’, ‘preferencia’. Hairéomai, que expresa en una simple predicativa, ‘Yo abrazo (escojo) un partido’, la transformación en la que participa el sujeto (en griego, el presente de indicativo se traduce por ‘soy abrazado’), completa la lectura de los dos niveles, al insinuar que con la elección sólo culmina una fase de la lucha, la puramente doctrinal, y que por la acción de conquistar las sectas se daban su propia alternativa para ganar un lugar bajo el sol.

San Agustín así lo comprendió, y, con ingenio de cazador frente a la presa escurridiza e incorregible, agradece, en De Civitate Dei (XVI, 2, 1), el que los herejes existan con este esmerado ultimátum: «el adversario brinda la ocasión para aprender». El Concilio Vaticano II,

en el decreto Unitatis redintegratio y con un talante más franco, generoso y reconocido a la ley de la herencia, consideró las diversas escuelas teológicas como riqueza propia.

Disparidad de opinionesElementos para una clasificación

No todas las sectas tienen un carácter religioso, aunque en el origen de sus ritos hay una cepa esotérica que tiene en común con la actitud religiosa la inhibición del conocimiento por parte del vulgo de una cantidad de ritos más o menos numerosa y enaltecida por su tonelaje simbólico (v. gr., los 33 grados de la masonería), que no debe trascender y que se conserva en las tinieblas de la iniciación y del secreto.

Tampoco la conducta o discernimiento heréticos, que, según apuntábamos, han llegado a entenderse como un síntoma familiar y constitutivo de su aparición y desarrollo, sirven para hacer un ensayo de clasificación de las sectas, no obstante el amplio solar que ocupan en la historia de las religiones y del que tomaremos una rápida fotografía aérea en el capítulo siguiente. Tienen, eso sí, analogías basadas en fines definidos —opuestos, en las sociedades secretas políticas, a los fines del Estado—; condiciones favorables, cuya perturbación fuerza a ciertas organizaciones llanas en tiempos de airada persecución a comportarse como sectas —los reformados franceses después de la revocación del edicto de pacificación de Nantes y el propio cristianismo en su espera bajo el Imperio romano—, y una duración limitada, en relación con su aislamiento esotérico —objetado actualmente por la buena comunicación popular de sectas como los Niños de Dios—, la conquista de sus fines y la única forma de existencia en la que parecen haberse concentrado espontáneamente desde que comenzaron a operar: la rodeada de un halo clandestino.

Esto lleva a muchos autores a hablar indistintamente de sectas y sociedades secretas y dejar fuera o borrar los límites de organizaciones oficialmente reconocidas, como la Inquisición, considerada a veces como sociedad secreta, sin serlo, o la Orden de los Templarios, con las riquezas materiales y el concierto orgánico de una secta. De este modo, A. Lantoine, en Les sociétés secrètes actuelles en Europe et en Amérique, distingue dos clases: las sociedades secretas políticas, que admitirían la tonalidad de las «sociedades con fines justicieros», y las sociedades secretas iniciáticas. En ambos casos, la iniciación, como «introducción en un mundo superior», constituye el mismo procedimiento de afiliación para las dos; el iniciado, forzosamente, entra en la organización, cualquiera sea, en condiciones estipuladas de clandestinidad, no sólo para la doctrina que le será enseñada, sino porque el secreto impregna todo el ámbito etimológico, y el nominativo initium, del que

procede la palabra iniciado, quiere decir ‘comienzo’ y, por extensión, ‘entrada’.

Por último, hay historiadores, aun cuando existan muchos que prescindan de considerarlas verdaderas sociedades secretas, entre ellos Lantoine, que clasifican las sociedades criminales dentro del grupo de las sociedades secretas políticas. El mismo Lantoine, sin embargo, incurrirá en contradicción cuando observe, con remordimientos de pertinencia gramatical, que sólo a estas sociedades criminales en la significación cabal del vocablo clandestinas corresponde el calificativo de secretas.

El ensayo de clasificación que haremos nosotros desechará las sociedades secretas, en virtud de que en las sectas para iniciados (por el instinto) deberíamos incluir, junto a las asociaciones criminales, como la mafia siciliana y la Garduña, la francmasonería, que es, teóricamente, una organización filantrópica, con literatura escrita, rituales gnósticos e interpretaciones astronómicas y de alquimia espiritual, y rechazamos que las sociedades criminales puedan serlo políticas, así y todo sus señas personales de nacimiento (la misma mafia, que se alzó para lavar el honor nacional de una joven novia afrentada por un soldado francés). Tomaremos de Lantoine el adjetivo de políticas y le añadiremos el de revolucionarias, para hablar de sectas que resolvieron el contraste de la «acción de conquistar» en términos netamente ideológicos, al transferirlo del campo del intelecto al campo de la contienda política con el pacto patriótico de liberar a su país de un yugo extranjero, transformar la sociedad con un proyecto político regional no censurado por la metrópoli o llevar «los principios sagrados de la Caballería», bajo la bandera de «la supremacía blanca y la castidad de la mujer». Nombraremos las más arquetípicas sin por ello dejar de pecar de injustos u olvidadizos:

a) El Mau-Mau, brazo armado de la KAU (Kenya African Union), dirigida por Deman Kimathi, Stanley Mtheenghi y el legendario Jomo Kenyatta (preso de 1954 a 1959), todos educados en Europa. Los antecedentes sociopolíticos de su estallido se encuentran en el establecimiento del protectorado británico sobre Kenya (1895) y el abatimiento de la condición nacional al pasar al status de colonia (1920), y en las relaciones de los colonos con los kikuyu, dueños de la tierra que aquéllos ambicionaban —Nairobi se edificó en terreno kikuyu— y convertidos en mano de obra de saldo. La especialidad del Mau-Mau fue el golpe de mano a depósitos de armas, acompañado de vandalismo y masacre de colonos blancos en el camino de las «esencias nacionales» de los bóxers de China, con un terror arrollador que prestaba la magia kikuyu, en el período de 1952 a 1953.

b) El Sinn Fein, surgido a fines del siglo XIX en Irlanda como resquicio a la languidez de los medios legales para obtener la

autonomía, viene de una expresión gaélica que significa ‘Nosotros Solos’. En un principio, siguió los procedimientos de lucha de Gandhi de la resistencia pasiva, pero terminó poniéndose a la cabeza del levantamiento armado de 1916 enfilado a la botadura de los ingleses de la isla. Aunque la revolución bolchevique se ha llevado las palmas de la publicidad por ser el primer movimiento insurrecto que tomó el poder, no hay que pasar por alto que la creación del Estado Libre de Irlanda fue también una creación del fusil.

c) Ante el peligro que representaban los negros manumisos con derechos electorales a estrenar en estados en donde eran mayoría, un grupo de oficiales del derrotado ejército confederado fundó en el lugarejo de Pulaski, Tennessee, el núcleo originario de lo que sería el Ku Klux Klan o «Imperio invisible», después de la guerra de Secesión. Con posterioridad a 1871, entró en un ciclo de decadencia que parecía irreversible, hasta que la «felonía» de los judíos llegados con la oleada inmigratoria y el avance del catolicismo latino, su aliado —una idea de Rosenberg en El mito del siglo XX—, bajaron del desván las capuchas y batas con la cruz céltica. La vivificación se produjo en 1916, cuando W. J. Simmons, ex pastor metodista, con 34 hombres más, clavó la cruz llameante sobre la montaña que domina la ciudad de Atlanta. Sus logias eran llamadas dens, ‘antros’. Se cree comúnmente que el nombre, ideado como todo para asustar a los negros con lo que tiene sonido y apariencia sobrenatural, es el calco onomatopéyico de la acción de meter una bala en la cámara del Winchester.

Hay un nivel intermedio en la clasificación que corresponde a las sectas que hemos tratado en profundidad en los capítulos dos, tres y cuatro, y a flor de tierra en el capítulo cinco; sectas que entienden la acción de conquistar en términos psíquicos, no en el sentido psicoanalítico moderno, sino en el de Psique, amante de Eros, que personificaba el alma. Cobran adeptos mediante una oferta de elevación / inversión espiritual —una operación matemática de transposición de dos elementos, sólo que en el plano del espíritu— o de un paraíso sin intrusos que tiene mucho de falansterio y de construcción ideal masónica, y sus líderes son perfectamente intercambiables, monótonos en la asimetría ideológica con que se creen todos el mismo Dios, no distintos dioses, y colosos venéreos enviados para castigar el escándalo de la carne con una sobredosis casi siempre mortal de su propia lujuria. Llamaremos a estas sectas mesiánicas, burlonamente cauterizadas por Antonio Tello con la tilde de «místico-económicas», porque es norma extensiva a todas ellas que al ingresar el adepto haga una cesión graciosa de su sueldo o pensión, pertenencias y propiedades.

Para terminar con la clasificación, nos quedan las sectas para iniciados, que coincidirían con las sociedades secretas iniciáticas de la clasificación de Lantoine, en las que solamente los ritos son secretos. Estas sectas llevan la acción de conquistar al terreno de los

bienes que interesan al instinto; en ellas se da con caracteres bien definidos la duración limitada, de la que hablamos al referirnos a la existencia de analogías entre las sectas y enumerar los puntos en que se basaban, y poseen aptitudes estructurales que favorecen en ocasiones, como ya veremos, su aprovechamiento, por parte del Estado, como organismos de represión paramilitar.

Con el mismo criterio que para las revolucionarias o políticas, citaremos al vuelo tal vez no las más clamorosas por la insolencia de sus hazañas, pero sí las más representativas dentro de su inescrutable oficio histórico.

a) La Garduña, versión andaluza de la mafia, criada en España bajo los Reyes Católicos. Aunque es posible que naciera como un precursor pronunciamiento autonomista frente a aquellos soberanos cuyo largo brazo llegaba a todas partes, pronto quedó arrinconado, como en el caso de su colega siciliana, por el exclusivismo de los fines delictivos, que la secta rodeaba del terror y la superstición ceremonial para mantener unidos a sus afiliados, que llegaron a ser 26.000. Adelantándose a un estilo de la mafia ítalo-norteamericana de los roaring twenties, hizo moneda corriente el soborno de alcaldes y magistrados con el dinero habido de saqueos, crímenes a pedido —piénsese en Murder, Inc., la constructora de asesinatos de Louis Lepke Buchalter, Meyer Lansky y Bugsy Siegel—, falsificaciones, pero, sobre todo, secuestros con pago de rescate, verdadera especialidad de la casa. Su influencia se extendía a toda el hampa, en una época que pasó a la historia como ejemplo de orden y reciedumbre monárquica, con sucursales en Toledo, Madrid, Valencia, Jaén, Málaga, Córdoba, pero un cuartel general que era el cerebro discursivo en Sevilla. En noviembre de 1822, empezó el principio del fin: una secuestrada, María de Guzmán, de buena familia, resultó muerta al resistir un intento de abuso. Los crímenes libertinos no se perdonan. La secta tomaba el nombre de un carnívoro de pequeño tamaño de la familia de los mustélidos, a la que pertenecen también el tejón y la nutria, que entra de noche en los gallineros y desangra a todas las aves.

b) Las Berliner Ringvereine son hijas de la derrota bélica, moral y económica de Alemania, que, al salir despedida del lomo de gloria de la primera guerra mundial, se encuentra con unos acreedores que tienen paginados los pagarés y unas deudas de juego que no puede pagar: 132.000 millones de marcos oro (33.000 millones de dólares); Alemania apostó fuerte y perdió. En este sentido, la secta es la materialización de tres recorridos convergentes que dictaba el código del instinto para esa hora sombría: sobrevivir, medrar y devolver golpe por golpe. Para no dejar lugar a dudas, la Comisión de Reparaciones declara en 1923 a Alemania «insolvente voluntaria» y el 11 de enero las tropas franco-belgas ocupan el Ruhr. Fundada bajo la apariencia legal de una sociedad de ahorro, la secta organizaba fiestas y excursiones, promovía el deporte y daba

cobertura jurídica a sus miembros cuando se hallaban en dificultades. Los atracos solían planearse en el curso de un baile de máscaras o una verbena parroquial. Su vida activa continuaba dentro de las cárceles, donde el «contacto», que vivía como un bajá, demostraba la conveniencia de una autocracia del delito. Organizada en Berlín por ex combatientes de los Freikorps que habían marchado sobre la república soviética de Baviera, y reclutando sus elementos entre jóvenes de corbata y cuello duro de la pequeña burguesía depauperada, reunía fatalmente los requisitos, al igual que otras huevas que puso el fósil socialdemócrata —tropas de Kapp y de la Reichswehr Negra, Casco de Acero (Stahlhelm)—, para caer seducida por el espíritu de revancha caritativa de las primeras SA.

c) La Santa Vehme, el temido tribunal cuyos fines justicieros son quizás el más antiguo antecedente en Europa de poder paralelo, nació a mediados del siglo XVIII en Westfalia, como respuesta al pandemónium social que siguió al destierro de Enrique el León, duque de Sajonia y Baviera y jefe de los güelfos, partidarios de los papas en contra de los emperadores alemanes. Entre el Rhin y el Weser, los bandidos saqueaban bajo un cielo sin nubes y el emperador Federico I se mostraba incapaz de contenerlos. Su organización era policlasista; tenía una ley que debía ser guardada como un sacramento, escrita y de finalidad incomunicable; las audiencias podían ser públicas o, algunas veces, estar presentes sólo el reo y los juramentados. La sentencia aparecía clavada con un cuchillo al árbol que había proporcionado escenario a la justicia. En la intransigencia de su apogeo llegó a tener las alas de más de cien mil dragones de siete cabezas floridas que ofendieron y mataron para ella, llamados Wissenden, ‘Los que saben’. La historia dio por hecho que la Santa Vehme desapareció tras la invasión de Alemania por las tropas napoleónicas, en 1811; pero, como el espíritu moderno de Drácula, la perspicacia de la sangre la ha hecho volver del espanto del siglo y hoy su capa va arrastrando en Guatemala, en donde una secta sale fiadora del general Ríos Montt, y precediendo en el tupido monte del Perú, como una visión, al reguero de la guerrilla Sendero Luminoso.

7

EL PENSAMIENTO RELIGIOSO ANTIGUODE SIMÓN EL MAGO AL ESPIRITISMO

En este capítulo hablaremos de las circunstancias anteriores a la aparición del fenómeno que dio origen a las doctrinas particulares, de cómo se multiplicaron los maestros célebres, guerreando entre sí para hacer que quedase una sola doctrina general en pie y fuera su doctrina particular, y de por qué los hombres han formado fila detrás

de los maestros célebres, para seguirlos, defender su doctrina particular y formar sectas.

Los dogmas comunes

Entre los pueblos de la Antigüedad más próximos a las deliberaciones de los estudiosos occidentales, como los caldeos, los egipcios, los celtas y los germanos, el pensamiento religioso no se hallaba sometido al reparto de competencias y mando teológicos en condiciones de hostil controversia. Un principio espiritual había sacado el mundo de la nada, la divinidad se había unido con la tierra, bien antes del acto de prestidigitación para henchir sus narices, bien después para regocijarse con su creación y mantenerla viva. Una manifestación de potencia que tomó la forma exterior de unas bodas conocidas por los mitologistas como hierogamia cósmica. La tierra, por tanto, era honrada en su retiro de mujer que concibe vástagos que serán dioses.

Éstos eran los dogmas comunes de aquellos pueblos. Su sorprendente trabazón, si no era la prueba de que el hecho prodigioso que tal pensamiento testimoniaba se había realmente producido, por lo menos demostraba que en un mundo sin comunicaciones en que el buey, la mula o el camello empeoraban las travesías y los trirremes llegaban con sus tripulaciones dos o tres años más viejas a los puertos, la estabilidad de esa comunicación religiosa sin las interferencias que se habrían deducido de las enormes distancias constituía ya de por sí un hecho prodigioso.

La aceptación de los dogmas comunes pasó como sedimento literario a los autores clásicos, y así podemos encontrarlos, con un fondo de precepto, en poetas como Homero, Hesíodo y Ovidio, historiadores como Heródoto y Tácito, políticos como Julio César y geógrafos como Estrabón.

¿Teísmo o politeísmo?Aristóteles versus Hume

El propio Aristóteles trasunta un deseo de reivindicación de la integridad de aquellos dogmas; en el capítulo octavo del libro XII de su Metafísica considera la mitología como una corrupción del pensamiento religioso antiguo. En términos modernos, el ojo mal educado como herramienta del espectador que sólo ha visto en reproducciones mecánicas las obras maestras de la pintura. Probablemente, la mitología tiende, por su ánimo narrativo de amenidad que pinta las andanzas de los dioses por el mundo de un modo prosaico y práctico, con las modalidades nacionales de cada país en donde el dios residió un tiempo, a embellecer un problema que debió de ser angustioso, al menos hasta la llegada del

cristianismo que, con su mensajero, venía teóricamente a informar de la solución del problema.

El problema primordial, que planteaba una dificultad en el campo de la antropología antes que la búsqueda de unos paradigmas, los mitológicos, y unos efectos dentro de la escala de valores y la corriente de las ideas estéticas (Apolo, director del coro de las musas, es más bello que Pan, el silencio profundo), era, a saber: ¿cómo llegaron esos pueblos, tan diferentes en gustos y costumbres, todos inmersos en una compleja consolidación institucional que no era la misma para todos y algunos sin saber de la existencia de los otros, a alcanzar y compartir la creencia de un alma universal que había producido el mundo y de un caos anterior a la tarea de producirlo?

Los creacionistas, que explican la cohesión ultrageográfica del pensamiento religioso antiguo por la índole de su naturaleza, formada de principios generales, sostienen que hubo un plan superior que veló para que tales principios generales se desdoblaran en verdades comunes, en una especie de hidrólisis de un solo sentido. Se habrían descartado así la casualidad y la ignorancia, que jamás hidrólisis alguna consiguió desdoblar del cuerpo compuesto del libre albedrío; y ante todo la ignorancia, que descompone los principios generales y construye con los pedazos las ideas particulares.

Evidentemente, este punto de vista debía servir de algún provecho en el litigio contra la usurpación cometida por Hume, quien, defendiendo el nacimiento biológico de la inteligencia, afirmaba que su modo natural de avanzar era por grados, y la veía como un niño urgido por crecer, torpe y sensible a los errores, cumpliendo el ciclo ineluctable de una perfección de servicio que no podía leerse al revés: «los palacios antes que las chozas y el geómetra precediendo al agricultor». Sin llevar la ciencia filosófica empírica a una confrontación sobre el terreno con el aristotelismo, simplemente dudando de que el teísmo fuera la doctrina predominante en el origen y el politeísmo, el empeño de figuración social que mostraban los dioses en la mitología, su degeneración, Hume parte, en las antípodas de Aristóteles, de un estado de rusticidad de la inteligencia en el que ideas tan bajas como groseras le impiden la determinación de un poder superior, y se hace la pregunta, reviviendo a sus antepasados sofistas y epicúreos, sobre cómo podría una inteligencia, en tal estado, reproducir la idea de ‘divinidad’, complementaria de la de un ‘espíritu puro, sabio, todopoderoso’, sin reproducirla antes como poder limitado, con sus mismas pasiones y apetitos.

Lo que debía haberse preguntado, en realidad, es cómo podría sin reproducir antes las condiciones empíricas de ese poder limitado, y transferir a ellas las pasiones y apetitos de la inteligencia, con lo cual

habría podido desplazar el interés de la pregunta hacia ese momento en el pasaje de la Edad Heroica a la noche y alborada de los tiempos en que, pisoteada por las migraciones, la inteligencia perdió el equipaje.

El cataclismo que vio NoéEl gran agujero negro culturalIctiófagos, hilogones, trogloditas...,los herejes de la vida

Una catástrofe indescifrable, pero lo suficientemente documentada en un momento de ruptura simultánea de varias culturas muy alejadas entre sí, debió disparar el mecanismo de las migraciones, perdiéndose el patrimonio común de las «diferencias familiares». Es posible. En la Biblia está registrada como un hecho meteorológico de moralidad por el que fue penada la unión de Adán con Lilit, según la demonología judía, un demonio hembra que fue su segunda mujer después de Eva, o amante de Adán siendo Eva todavía su mujer, y del que tuvo hijos demonios que poblaron la tierra y se unieron a las «hijas de los hombres», engendrando un reniego de raza que fue ahogada en el Diluvio.

La historia extrabíblica de los patriarcas y de las generaciones, aunque se vale de la perspectiva del relato de Noé, la tabla de los pueblos surgidos tras la dispersión del linaje de sus tres hijos y la erección de la torre de Babel, estudia la ruta y situación de la humanidad antes y después del Diluvio, distanciándose de un debate en el que se contiende si en el plan superior se intentó o no corregir por la ira un error de apreciación que creyó remediarse con el desalojo del hombre del Paraíso, y apuntando el reconocimiento de las causas generales del cataclismo en las guerras civiles y la desunión del clan provocada por la multiplicación de las querellas familiares.

Al abandonar su tierra de origen y trasladarse a otra, sus tradiciones sufrían un desvanecimiento, mezclándose con las tradiciones del lugar en el cual fijaban su residencia y de la comunidad que los asimilaba. Por fuerza, esas tradiciones, que se habían mantenido sin desintegrarse gracias a un delicado equilibrio interno, fruto de la transmisión oral, debían ir perdiendo la vivacidad de la crónica al retardarse el movimiento dentro de la memoria y dar del mundo una visión fragmentaria que ya no podían dar a través de una conciencia unitaria de creencias que se habían perdido sino por un exorcismo a la vida simbólica menoscabada.

Otra de las causas generales, que, sin embargo, está relacionada con la suplantación de la experiencia íntegra por trozos o fracciones expresivas de la vida simbólica, es la mudanza que se opera con la

religión, reducida a una fosilización y exteriorización práctica que sólo valora las ceremonias y los sacrificios.

Todas estas causas habrían preparado el camino a una astenia de la inclinación del hombre a vivir en agrupaciones con el recuerdo verbal y civilizado de un tipo de organización social a la que hacía responsable del desacierto. Las ideas adquiridas por la suma de la evolución habrían sufrido un retroceso, borrándose finalmente, y los residuos de civilización habrían sido tragados por un agujero negro cultural al elegir el hombre el retraimiento de formas de vida solitarias y brutales por aversión y luego por olvido de las formas colectivas y humanamente elevadas.

De esta suerte, los separados del género humano subscribieron la primera herejía, no formulada. Los ictiófagos no sabían hablar; vivían íntimamente con el becerro marino. Los hilogones, frugívoros y arborícolas, moraban en los pantanos. Trogloditas y garamantes, de los que hablan Plinio, Estrabón, Diodoro de Sicilia y otros viajeros, comían serpientes en los breñales de Iliria y de la Cólquide y, tatarabuelos de los tuareg, pelearon con carros en los ejércitos de Aníbal.

El conocimiento, convaleciente,hace pinitos

Mientras el concepto del alma universal parece resistir cómodamente en unos enclaves circunscritos a los centros civilizados de los valles más antiguos del mundo —en Caldea y Persia es el fuego; entre los parsis, el rayo; en la India, el agua, y en China, el tien o el ly, a quien deben la fecundidad de los desbordamientos—, la aparición de las primeras predicciones, vinculadas a la inspección de entrañas (los arúspices) y al vuelo y canto de las aves (los augures), revela la presencia, aun cuando hayan podido obtener un cierto régimen formal en los zigurats mesopotámicos, de un conocimiento azaroso y tentativo todavía afectado por el impuesto intelectual de las migraciones y la sensación retrospectiva de ruptura.

Los filósofos griegos son hijos probados de esas señas de identidad, y la línea hereditaria maestro-discípulo (Anaxágoras, Arquelao, Sócrates), incluso los prearistotélicos, desde Tales hasta la escuela jónica, deben más a la inspiración atomística que proporcionó la filosofía caldea o sistema de las emanaciones que a pesos iguales en una balanza que «en un solo y mismo instante elevan un platillo y hacen descender el otro», como habría dicho Descartes. La labor de los genios, para los filósofos de la Grecia clásica, en una naturaleza sin designio, exenta de destino y de deberes, vedaba el conocimiento dinámico que el filósofo pudiera tener de ella, quedando así envuelta en un misterio inescudriñable; al filósofo, pues, sólo le restaba engolfarse en figuras morales.

Más audaces, entre los druidas y los bardos se puede encontrar, en los confines de Europa, ese conocimiento dinámico que no halló cabida entre los griegos y que fomentó la actitud figurativa de los placeres del Ser supremo, medio de indagación absorta y deseo de asistencia y obsequio en el culto a las grandes piedras, los árboles muy altos, garitas del bosque, y las vastas y pánicas florestas.

Alejandro Magno, el conciliadordel universo

La irrupción en la historia, pues de eso se trató, de Alejandro Magno es el último intento, si no de restaurar el punto de ruptura, de llevar la luz de la civilización hasta el circuito más extremo del mundo conocido entonces, una civilización que para este capitán de Aristóteles era tan homogénea como los dogmas comunes del pensamiento religioso antiguo. Antes de morir, a los treinta y tres años, condujo la formación táctica de su ejército —la falange macedónica— hasta donde se lo propuso, sometiendo el Imperio persa y llegando hasta el Indo.

Cuenta Plutarco que estimaba ser un conciliador del universo; su faena no era la de combatir y asolar, que caracterizaba a otros conquistadores, sino una verdadera misión, la de aplicar y hacer fructificar su particular idea de la civilización, una combinación poco estable de autoridad y razón, no carente de sentido utópico, por la que enseñó a los naturales de la Sogdiana a cuidar de los ancianos y no dejarlos morir, y a los escitas a no comerse a sus difuntos. No careció tampoco del sentido práctico de los conquistadores, puesto que mandó ahorcar a algunos filósofos indios por resistirse a ser civilizados o porque estaba sobrentendido que no había razón para resistirse y los filósofos soliviantaban a las masas aboliendo el dilema.

Después de su muerte, cuatro de sus generales se repartieron su imperio precoz, comenzando con esta comisión por la espera la época helenística.

Ptolomeo Lagus y el esplendorde Alejandría

El más insigne de ellos, y el único que conservó el botín, que transformó en divisa de la humanidad, se llamó Ptolomeo Lagus. Vivió en Alejandría, cuyo esplendor, al apagarse para siempre con los árabes, señaló la solidificación del punto de ruptura.

En ella nació el neoplatonicismo, el último sistema filosófico que persiguió el espejismo de la unidad absoluta, con filósofos como Porfirio de Tiro y Jámblico, que conocían la teología secreta de los colegios sacerdotales de Egipto, de la que tomaron la creencia del

«sabio arquitecto», pero colocándole al lado los genios de la filosofía caldea.

De forma natural, la entonación, hecha por Porfirio, de los procedimientos prácticos para provocar el éxtasis, y la noción de que el Alma había sido engendrada por la Inteligencia (el Verbo que contiene las ideas de las cosas posibles), en oposición frontal con el dogma cristiano y que es un elogio a la actividad del dios demiúrgico Thot, inclinó la doctrina en la dirección de los primeros y más acendrados enemigos que tuvo el cristianismo, y a ella acudieron a beber los primeros heresiarcas.

Echar leña al fuego

Cuando Jesús Nazareno empezó a predicar, el vino de la ira religiosa, en Palestina, pasaba por una etapa de estacionamiento.

Los fariseos, fatalistas, si bien gozaban de mucho poder, se movían dentro de la estrecha contigüidad de los ritos, y en sus siete órdenes puede apreciarse hasta qué punto el rechazo de las tradiciones había empequeñecido la concepción religiosa a la higiene de las manías:

1.ª El que no obedece más que por la esperanza del provecho.

2.ª El que no levanta los pies cuando camina.

3.ª El que se golpea la cabeza contra un muro para hacer circular la sangre.

4.ª El que esconde su cabeza, cubriéndola con un capuchón.

5.ª El que pregunta a gritos: «¿Qué es menester que yo haga? Yo lo haré», «¿Qué ha hecho otro que yo no haga?».

6.ª El que obedece por amor a la virtud.

7.ª El que no pone en práctica los mandamientos de Dios si no es por temor al castigo.

Los saduceos, próximos filosóficamente a los epicúreos, por influencia procedente quizá del centro de Antioquía, también habían reducido la concepción religiosa a un marco estático y expectante, y, como los caraítas o escriturarios de la actualidad, que aún esperan al Mesías, porfiaban en que éste sería conocido por los caracteres con que los profetas lo habían anunciado antes que por sus milagros. Como se atenían a la palabra escrita, no contaban con mayores pruebas de la inmortalidad que las escritas y por eso no creían en ella.

En último lugar, stricto sensu, pues habían renunciado adrede a la satisfacción social que fariseos y saduceos hubieran podido darles, retirándose cerca del lago Moria, estaban los esenios, de los que bien poco se sabe, incluida la leyenda que dice que Jesús vivió en las ermitas esenias cuando se marchó al desierto, comiendo de su pan poco salado y de la planta llamada hisopo. Su filosofía, de raíz estoica, procuraba como fin último alcanzar el estado de impasibilidad con un vértice en el éxtasis, y exhibían un continente duro y receloso con los recién llegados al orbe milenario de las profecías.

Ninguno de los tres se habría entendido con Jesús; en otras circunstancias tampoco. Ya no por su estirpe amañada, sus obras, que no se ajustaban al reglamento, sino porque, al no compenetrarse de su mensaje, no percibieron que el mensaje llevaba implícita la «acción de conquistar», conquistar por amor, pero conquistar, en resumidas cuentas, y el provincianismo de unos y el elitismo asilvestrado de los otros habrían ahogado el cristianismo entre aquellas cuatro paredes.

El cristianismo, tercero en discordia

El estallido del cristianismo turbó la faz del mundo antiguo y modificó las propiedades de su concepción religiosa. Aunque originariamente era una doctrina que por la humildad de la gracia venía a tratar el dulce reemplazo del imperio de la ley, la del iracundo Jehová de los Ejércitos del Antiguo Testamento, y por la dádiva de la sangre, la unión fraternal de todos los hombres, pasó rápidamente de la condición de fenómeno histórico, en todo caso, nada excepcional si se lo compara con el de los demagogos y profetas repentistas contemporáneos de Jesucristo, que ya eran concurrencia, a la de fenómeno religioso alarmante, político local luego, más tarde institucional e imperial, y no se detuvo ni se desvió hasta serlo universal. Y es a la luz de las vicisitudes de su continuo rebasar obstáculos, y en esos diversos ámbitos en los que le tocó desenvolverse y a los que dejó atrás, como no se puede profundizar en su examen si se coloca en un plano secundario su importancia decisiva como fenómeno religioso para la lectura histórica del mismo, y sino es atendiendo a uno de los rasgos curiosos de su idiosincrasia, esto es, que habiendo venido para unir, se convirtió por antinomia en emblema de desunión y lugar de estrujadura para todas las sectas que, como ecos del caos que produjo su estallido, se lanzaron a la busca competitiva, de «libre mercado», de su propia identidad teológica.

Si aceptamos, por todo lo que se ha expuesto, la unificación de creencias del pensamiento religioso antiguo, y que las sectas, salvo algunas excepciones, acompañaron al poder en la ilustración de criterios convergentes religiosos y litúrgicos, o fueron en momentos de borrasca —la invasión de la mitad oriental del delta del Nilo por

los hicsos a comienzos del II milenio— las únicas formas críticas de supervivencia, tendremos que convenir en que fue con el cristianismo cuando nació el tema individual del acercamiento y acaparamiento de Dios, y que, a partir de él, las sectas se resabiaron y entraron en la liza por ver cuál satisfacía la cantidad establecida de puntos de congruencia doctrinaria para ocupar el cargo y dejar fuera a las demás. Disgustaron al poder, cuando la force des choses lo hizo sinónimo de cristianismo, y al final perdieron todo provecho e interés social al alejarse y senderear por andurriales de sus propias cuestiones batallonas.

En el capítulo anterior, al hacer la clasificación de las sectas, dijimos que no todas las sectas eran religiosas, y que no se cumplía la condición necesaria de que, para que la clasificación fuese válida, las sectas debían ser heréticas. No obstante, nos parece interesante e instructivo hacer un repaso histórico de las sectas específicamente religioso-heréticas larvadas en el cristianismo, puestos a hablar de las doctrinas particulares y los maestros célebres, y porque son esas sectas las que nos ayudarán, tal vez más que a comprender por qué los hombres crean las sectas, a tener un aspecto de conjunto del espíritu sectario.

A la desbandada

Los primeros disidentes van por una línea sin hendiduras: Dositeo, Simón, llamado el Mago, discípulo de Dositeo, y Menandro, discípulo del anterior.

El segundo quiso comprarle a San Pedro el poder de conferir el Espíritu Santo.

El valle del Éufrates fue un vórtice de mixturas religiosas; testimonios de misioneros que en 1917 viajaron por el oasis de palmeras datileras más extenso del globo afirman que los mandeanos, contra quienes se alzan las siete religiones infernales, entre ellas el cristianismo, sobreviven aún cerca de Basora, en Iraq. Los sucesores de Carpócrates, uno de los tres propagandistas del gnosticismo, no tomaron del maestro el término de la escuela ya acuñado, sino que, según Ireneo, lo inventaron ellos y se lo quedaron. Carpócrates creía en un Dios supremo, del que habían emanado los creadores del mundo; las almas habrían llegado a ese mundo tal vez a pagar culpas solidarias o arrojadas por la fuerza centrífuga, después de haber vivido entre las Ideas y en compañía de Dios. Los marcosianos introdujeron las especulaciones pitagóricas; los saturnianos, la concepción dual de Jehová, el principal de los siete creadores hechos por Dios, y de Cristo, el enviado para deponer a los siete. Esta doctrina fue desarrollada por Taciano, que celebraba el santo sacrificio con agua en vez de hacerlo con vino, por lo cual sus seguidores fueron llamados hidroparástatas o aquarii y también saccophori y accaophori.

El siglo IV dio de sí las más frenéticas teorías dualísticas de los gnósticos y los pedimentos de los que pedían justicia para sus teoremas de la unidad y la identificación. La teoría gnóstica de los arcontes o soberanos de los varios cielos, a la que se acoplaron doctrinas de los ebionitas (los había cristianos ortodoxos, agnósticos y los que encontraban refutable la divinidad de Cristo), identificaba a Jehová con el séptimo arconte y hacía del demonio un hijo suyo. Un descomedimiento similar puede hallarse entre los elcesaítas, quienes, por un gazapo idiomático, puesto que la desinencia de la palabra en hebreo lleva género femenino, creyeron que el Espíritu Santo era una mujer. En reacción a estas teorías se levantaron cavilosamente algunos griegos antidualistas, es decir, defensores de la unidad de la divinidad y, por consiguiente, adversarios de gnósticos y maniqueos, que recibieron el nombre genérico de monarquianos.

El cristianismo surcaba aguas menos reflectantes y más tibias.

Terminada la persecución de Decio, distraído por la ofensiva de los godos en el Danubio, fue arrastrado por una corriente que lo alejó de la burocracia que había crecido a orillas de la parsimonia doctrinal, corriente más bien fría hacia la rectificación de las costumbres y la restitución de la pureza. Frente a los que habían apostatado era necesario adoptar una actitud que no fuera de travesura retórica y una decisión respecto del problema de la readmisión en la comunidad cristiana. La tendencia de la incriminación (rigoristas) fue acaudillada en Roma por Novaciano; pero fue en Asia Menor y África, singladuras de los viajes misioneros del apóstol Pablo en que la apostasía se había dado a carta cabal debido al elevado número de bautismos, en donde los novacianistas tuvieron más trabajo. Un día sí y otro también, al término de la persecución de Diocleciano la situación porfiaba en el empeño de ser una y la misma; los rigoristas del momento que ponían como un guante eran los donatistas. Tanto unos como otros mantuvieron la disensión hasta la llegada de los vándalos, peligro que los unió bajo los antiguos y grandes temas.

Constantino el Grande debió enfrentar una amenaza al cristianismo que reunía los círculos concéntricos de la herejía teológica y el canibalismo político: el arrianismo, que negaba la divinidad de Jesucristo y era la religión de los visigodos y otros pueblos bárbaros. Apolinar fue el corazón de una polémica que abarcó a dimeritas, antropólatras, vitalianos, sinusiastas, tolemianos, sarcólatras y valentinianos, al igual que Orígenes, uno de los padres de la Iglesia y, con Pico della Mirandola, de los hombres de mente más poderosa que han existido, quien, a fines del siglo IV, negó que Dios tuviera forma humana, a lo que los antropomorfitas contestaron con un sobrecejo. Hubo una resurrección de las teorías antiguas relacionadas con la preocupación acerca de las secuelas que podían resultar del hecho de que la esencia se alterase o destruyese: el

Concilio de Constantinopla de 381 condenó a los vivificadores de las doctrinas de Sabelio y las máximas unitarias de Pablo de Samosata, como también la doctrina de Macedonio, que ponía al Espíritu Santo en el rango de las criaturas y lo tenía por un ángel más.

Todo aquel garabateo realizado para despejar el misterio que volvía inaccesible la naturaleza de las personas de la Trinidad creó un diluvio pedagógico al revés, y en el caso de Jesucristo, su vida entre los hombres llegó a obscurecerse casi hasta prescribir. Ni siquiera su cuerpo, como objeto de estudio, era el cuerpo que había pasado por la tierra del que habría sido relativamente fácil, dentro de lo que cabe, obtener pruebas, en parte porque el hombre pasa menos inadvertido que el ángel; y una desproporción singular, que no hizo ascos a la iniquidad política, dividió a los coptos (cristianos de Egipto) en dos bandos de explicaderas.

Julián de Halicarnaso, líder de uno, sostenía que por el constante ejercicio de la voluntad había desechado los atributos divinos. Los que así creían eran llamados incorruptícolas. Pero la doctrina, tal como la explica Esteban Niobes, nada dice de expeler los atributos sino que, habiendo fundido las dos naturalezas, su humanidad se habría desleído como un ingrediente, obteniendo el privilegio de ser increada.

Entonces la controversia empezó a girar plácidamente en torno a si había sido creada o increada.

El otro bando, que tenía por jefe a Severo, durante seis años patriarca de Antioquía, pero alejandrino por educación y residencia, parecía tener las cosas más claras, por lo menos en lo que toca a sus móviles políticos, que eran diáfanos cuando lo que estaba en juego era el laurel del patriarcado copto. Por lo demás, el cuerpo de Jesucristo era para ellos, los corruptícolas, un cuerpo más común que corriente.

La tendencia pasó a ocuparse de su madre. Las coliridianas (mujeres de Tracia que habían emigrado a Arabia) ofrecían pasteles a la Reina de los cielos.

El predicador de las doctrinas gnósticas y maniqueas en España fue Prisciliano, que reclamaba de sus seguidores, los abstinentes, ascetismo en unas relaciones sexuales al sesgo, puramente espirituales y desmayadas. Vigilancio escribió contra las oraciones de los santos, el celibato del clero y el monaquismo. San Jerónimo —no se sabe si burlándose— los llamó dormitantes y nictagos. Quizá las dos sectas que estimulen espontáneamente una nada razonable curiosidad, y que quedaron como crótalos entre las piedras del arruinado Imperio romano, sean la de los agonciclitas de los siglos VII y VIII que no se arrodillaban para orar y lo hacían bailando, y la

de los celícolas del Asia Menor, rebeldes a rendir un culto a las imágenes, que adoraban la luz.

En la Edad Media, las sectas reembarcan con miras, bien a ser independientes de Roma, o bien a profesar reformas desaprobadas por Roma. Entre las primeras, citaremos a las herederas de las doctrinas dualísticas orientales: bogomilos de los Balcanes y cátaros del mediodía de Francia, hermanos de sangre en el ardor y la agonía, y los panteístas, como los llamados Hermanos del Libre Espíritu. Entre las segundas, algunos milenarianos: wiclefitas, husitas, Hermanos de la Vida Común y valdenses.

La Reforma protestante, que desvalijó a la Iglesia (casi toda la Europa nórdica se perdió), se encuentra muy lejos ya del pensamiento religioso antiguo, incluso de los remansos de debates de aquellos heresiarcas que hacían echar chispas a los concilios. La Familia caritatis, fundada por el westfaliano Hendrik Niclaes, más próximo a la sensibilidad del moderno sectario, pues ya creía ser una encarnación de Dios en Jesucristo. Los labadistas, una rama separada del calvinismo que tomó el nombre del pietista Jean de Labadie, garantizaban la salvación de sus hijos al sostener que, celebrándose el lazo matrimonial entre regenerados, los hijos nacidos del vínculo venían al mundo sin la carga onerosa del pecado original. Un nuevo entusiasmo por los estudios bíblicos, la oración y la moral individual dio origen al pietismo en el seno de la Iglesia luterana a fines del siglo XVII. Su pujanza se prolongó en los hermanos moravos y los metodistas y enfiló el rumbo del pensamiento alemán hacia el individualismo y el racionalismo. En Rusia, marcó con una influencia aislada el período pietista del zar Alejandro I. Entre los pietistas, descolló Kelpius, uno de los que en 1683 emigraron al cenagal de América, en donde conjugó los deseos de asentamiento definitivo en la congregación Contented of the Godloving Soul. Del movimiento de los colegiantes y pietistas salieron los bautistas; su primera organización fue la German Baptist Brotherhood, que en 1908 tomó la denominación oficial de Church of Brethren. En América del Norte, principalmente en los Estados Unidos, las denominaciones protestantes se ramificaron y al hacerlo produjeron el hechizo de la denominación global, no fidedigna; hasta hoy se las conoce en un todo como evangélicas, y, junto con los metodistas, han formado la Evangelical Association of North America, la Church of God, la Evangelical Free Mission y otras. También en los Estados Unidos, en 1879, aparecieron los católicos reformados, que rehúyen todo contacto con Roma.

Fuera del protestantismo, las más importantes son las teosóficas, de raíces búdico-hinduistas, con la ambición dirigida al conocimiento directo de Dios sin menoscabo de la razón ni disyunción de la fe, y en la actualidad vueltas a la vida para difundir un tipo de fraternidad expresada en el crióforo del arte cristiano primitivo y en el trabajo como una idea moral de las corporaciones medievales; y el

espiritismo, nacido a mediados del siglo XIX en el Estado de Nueva York como corolario de las aspiraciones y práctica de una familia metodista, los Fox, y favorecido más tarde por las prácticas ceremoniales de los cuáqueros. Para el espiritismo, el alma cruza etapas designadas por la encarnación, el crecimiento y la desencarnación como un viajero que tuviere la particularidad de quedar cautivo en el halago melancólico o el dolor de los afectos de los que se ha despedido para siempre o de los seres queridos que no le olvidan. Esa «ancla a tierra firme», cuya cadena de eslabones serían los médium, la constituye un fluido universal denominado periespíritu.

Aunque la doctrina, por inexperiencia o desconocimiento, ha sido considerada mera continuación del remoto estatuto de evocar a los muertos, su verdadero legislador Allan Kardec, pseudónimo del lionés Léon Hippolyte Denizart Rivail, le dio precedencia de movimiento. Su ambición no era poca y venía a cumplir un deber pendiente: saludar un nuevo día que rayaba con la unificación de las creencias religiosas, tras la claridad de un crepúsculo que nunca terminaba.

El enigma es la razón,la naturaleza es la causay la aventura es el motivo

Esto trae a cuento, como reflexión final, que ya no es posible dar al diablo y embarullar con ligereza los conceptos de ‘secta’, ‘denominación protestante’ o ‘movimiento espiritual’, y que aun las sectas han perdido aquella dilatada fama de perverso modernismo que volvía mendaces los postulados cristianos en boca de liberales y racionalistas, y que causaba horror fóbico a la Iglesia defensiva de Pío X y L’Action française.

Lo que impulsa a los hombres a agruparse a espaldas de otros hombres no debe buscarse, a nuestro entender, más que en la propia naturaleza —¿descalificada de la luz?— de los hombres, que no son buenos «por naturaleza» (la Orden Negra de las SS que acudía, misericordiosamente, de noche, a recolectar la flor y nata de sus cachorros en las Napolas [escuelas de preparación] y en los Burgs); en un enigma que nunca se logrará esclarecer porque todos los archivos fueron quemados y los testigos oculares murieron (la mesa, los estandartes y los 13 sillones que quedaron abandonados en los Inválidos de París después del último capítulo o junta de los Caballeros de la Orden Teutónica), y en una aventura que concluye en la muerte o la amnesia (el comando devoto de Skorzeny al rescate del Santo Grial).

En 1924, en los preliminares de la tercera expedición de asalto al monte Everest o Jomokangkar, en la cual la mole lo engulló junto con

Irving, el alpinista británico George Herbert Leigh Mallory contestó, al preguntársele qué era lo que impulsaba al hombre a desafiar a la montaña: «Porque el Everest está ahí».

Barcelona, Sant Joan Despí,31 de mayo-28 de julio de 1983

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