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TURISMO JERONIMIANO EN UMBRÍAO BUSCAR LA AGUJA EN...

MIGUEL ÁNGEL VEGA CERNUDA

Poco a poco se va extendiendo el interés de traductores y traductólogos por la icono-grafía jeronimiana. San Jerónimo es el motivo iconográfico más abundante de la hagio-grafía cristiana. En todos los ámbitos de la cultura cristiana, de Coahtepec en México aTimisoara o Cluj en Rumania; de Colonia a Palermo, pasando por Guadalupe, León, Sevi-lla, París o Ñapóles, el supuesto cardenal —más bien asistente del Papa Dámaso—, eltraductor de las Escrituras y de «los griegos», el penitente de la Calcidia que para serlosólo tuvo que hacerse traductor, está presente en plazas, en monasterios, en pulpitos, pre-dellas, sillerías o dovelas con una iconografía que provoca admiración, agrado, recogi-miento y, en todo caso, simpatía por la personalidad de un intelectual que consiguió serlogracias a la traducción.

En el presente número abrimos una sección que espera las aportaciones de todos losque ven en esa iconografía una manera de interpretar la forma de ser y obrar de ese me-diador cultural que es el traductor. Sabemos de la ejemplar afición que el profesor Delisleanuncia por donde va. Valga la que aquí hacemos como llamada a los que nos lean paraque paseen por la Europa de los museos, de las pinacotecas y las catedrales con nuevosojos. Es gratificante. El producto de ello tendrá acogida en estas páginas.

Más que turismo habría que llamarlo pe-regrinación, lo que en último término, tam-poco desdice de un traductor, que algo depenitente tiene. En Umbría ir y estar a lacaza de motivos jeronimianos que docu-menten su presencia en la cultura occi-dental es como buscar la aguja... en cien-tos de pajares.

Efectivamente, la cantidad de chiese,chiesette e chiesine que pueblan lecittadine del paese es tan enorme comopara que uno renuncie de antemano a pei-narlas sistemáticamente en busca de Jeró-nimos. Hace tiempo que los chaplinescostiempos modernos barrieron de ellas tantoal cliente como al empleado, al feligréscomo al preste. Tele 5 o Telemaremma, lamafia y las manos limpias, la abigarradaconfusión de noticias políticas acerca de laPadania y Subpadania hacen de las igle-sias meros testigos de un pasado que ya apocos interesa. A Cortona c'e un sacco dechiese, me dice en la limítrofe Cortona unindiferente viandante al que pregunto por lalocalización de una de ellas. No creo queexista su catálogo ni en el respectivo obis-pado. Cuando en alguna de ellas uno en-cuentra —encontrarlas abiertas es también

cuestión de suerte— alguien que se res-ponsabilice de su «estar ahí», se percatade que el pobre cura de almas ya tienebastante con eso, con curar almas, comopara que, además, tenga que atender pre-guntas impertinentes de un tipo raro que hadesarrollado no se qué manía o curiosidadde coleccionista.

Dicho esto, permítaseme un apunte desociología hagiográfica, o si quiere, al re-vés, hagiografía sociológica. Si las iglesiasson los pajares, San Jerónimo es la aguja.Y de nada le sirve su categoría de padre dela Iglesia. La competencia es enorme.Siendo el motivo hagiográfico más fre-cuente de la iconografía cristiana, en Um-bría, la tierra de San Francisco, el segundode la lista, le resulta muy difícil afirmar susupremacía. La biografía de San Franciscoda iconográficamente para mucho más.Tanto arquetípica como compositiva o ca-racteriológicamente, San Francisco da paramucho más a la hora de convertirse enmotivo pictórico o escultórico: predicando alos pájaros, con el lobo de Gubbio, reci-biendo los estigmas, en sacra conversacióncon Santa Clara, en actitud de hiperdulíaante la Señora de los Ángeles... Frente a

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esta enorme variedad motívica en la que sematerializa la iconografía franciscana, elsupuesto anacoreta de Belén lo tiene crudo,pues el elenco de su tipología iconográficase reduce básicamente a cuatro motivos,tres de ellos como «tipo», uno de ellos co-mo «carácter»: el de penitente-traductor (yen ello muchas veces cuesta distinguirle deSan Marcos, de San Antonio Abad, de SanEmiliano o, incluso, del San Saturio soria-no), el de dignatario eclesiástico y comocomparsa con otros santos en torno a laVirgen Madre. En esas tres hipóstasis ico-nográficas, sus representaciones sólo leidentifican y caracterizan en el nivel obje-tual, es decir, mediante los atributos que leacompañan. Si prescindiéramos de éste,su expresión característica valdría lo mis-mo para San Andrés, San Onofre o SanBenito. Sólo el nivel atributivo del icono (elacompañamiento del león, el desierto, ellibro, el cálamo y el tintero, el capelo car-denalicio, los interiores con fondo arqui-tectónico en el caso de las representacio-nes del Renacimiento) alude de maneragenérica a su valencia fundamental comotraductor y penitente. A título de apunte deiconografía contrastiva: en la capilla de SanSaturio de Soria, donde están representadostodos los santos penitentes, entre ellos SanJerónimo, se podrá comprobar este extremo.

El cuarto icono es más variado y es élestrictamente biográfico: abandonando lacasa de sus padres (Sevilla), en compañíade Santa Paula (Guadalupe), etc. Pero enesto, en la imaginación iconográfica delpueblo, sus episodios quedan por debajode la iconografía franciscana: ésta es mu-cho más próxima, más conocida, más re-petida. No en vano San Francisco es unsanto popular y el nuestro, un santo anaco-reta, intelectual y contrarreformista.

Por si esto fuera poco, en Umbria lacompetencia no le viene sólo por parte delpoverello. En Umbria, región de santos, lacompetencia es fortísima. Casi se podríadecir que gran parte del santoral tiene co-mo patria esta región. San Ubaldo, SanEmiliano, San Herculano, San Rufino, San

Fortunato, San Faustino, Santa Rita, SanBenito, un sinfín de beatos (Gil, Ventura, —anacoreta él—, Ángela...), a los que la fan-tasía piadosa ha rendido el correspondientetributo iconográfico, hacen difícil que el in-telectual y extranjero Jerónimo se afirmedentro de un santoral local en el que lo queprima es la contemplación de la plácidanaturaleza como itinerarium mentís inDeum. Las órdenes religiosas tradicionales,abundantísimas, propagan su propia ico-nografía contribuyendo a desdibujar el per-fil de este santo, traductor y mártir (lo se-gundo por lo primero) que no tiene quien leescriba. Los dos monasterios masculinosde la orden jerónima actualmente existen-tes en el mundo —Yuste y El Parral— pocopueden hacer para competir en un terrenoen el que siempre jugaron fuera de casa.Además, en una Italia más traducida quetraductora y no carente de un fuerte chovi-nismo apenas disimulado —y que quedapatente incluso en el italianismo de la cortecelestial, plagada de santos italianos—, lafigura de esta personalidad foránea, a pe-sar de la paternidad eclesial que ostenta,no tiene las de ganar.

Pero, a pesar de esa enorme competen-cia, San Jerónimo no falta a su cita con lafantasía y la piedad populares, lo que nodispensa al peregrino jeronimiano, con sucuaderno de campo debajo del brazo y sucámara al cuello, del recorrido de miles dekilómetros y de las visitas de muchos tem-plos y musei civici —no deja de ser unagrata, aunque fatigosa, tarea— para al finlograr unos trofeos medianamente satis-factorios. Uno tiene que recurrir a guías, aavisados lugareños con memoria ancestrale, incluso, a conservadores y directores demuseos para, cámara en ristre, disfrutar delhallazgo que hace ver el resto del entornocomo contexto de un sanjerónimo. Fre-cuentemente, cierta toponimia jeronimiana—que se afirma frente a la manía calenda-ría (via XX Setiembre, XIV Setiembre, XXGiugno, etc.) o la manía por los héroes dela nueva italianidad (via Matteotti, Gramsci,Garibaldi, Cavour y Mazzini) del viario ita-

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Nano presente en cualquier ciudad italia-na— le dan a uno una pista que despuésse reduce al convencimiento de que lostiempos no pasan en balde y de que dondefue, ya no es. Como en España. La Via yPorta San Girolamo, por ejemplo, de Peru-sa prometen algo importante al peregrino,pero sólo le conducen a un antiguo con-vento convertido en hostería, que ha susti-tuido los sillones fraileros por el metacrilato.Dígase lo mismo de los monasterios quebajo la advocación del dálmata, han sufridouna pérdida de identidad a lo largo deltiempo y sus barroquizaciones y exclaustra-ciones. En el plácido eremitorio de San Giro-lamo de Spello, uno encuentra una comuni-dad ecuménica que ya ni siquiera tiene rela-ción con la denominación patronal.

En todo caso, donde menos se esperaestá —que no salta como liebre— la figura,amanerada o rigurosa, descarnada o afa-ble, del traductor epónímo. Un elenco desus apariciones iconográficas —en todo casoreducido a lo esencial— que guie al interesa-do comprendería los hitos o referencias que acontinuación indicamos y que nosotros lo-gramos fijar después de numerosas indaga-ciones, costosas peticiones y jugosas conver-saciones con el abigarrado y maravilloso pai-sanaje y tipología humana del país.

Empezamos nuestro recorrido por el sur,en los confines del Lacio: el industrial Terni,al pie de la Cascata delle Marmore, no esabundante en obras de arte y debemos lle-garnos al albornociano Spoleto para podercontemplar, en la catedral que preside laseñorial plaza del «festiva! de dos mundos»—a Menotti y su lío con la municipalidadhabrá que cargar la culpa si el festival nocontinúa—, algunas representaciones inte-resantes de nuestro santo penitente. Des-taca en la Capella Assumpta, de JacopoSiculo, no de Jacopo Eroli, fechada hacia1530. un sanjerónimo flanqueado de alego^rías muy renacentistas a la jurisprudencia ya los saberes humanos. No lejos, en elgüelfo y papal Orvieto, San Jerónimo dis-fruta de una situación de privilegio: desdela fachada de la catedral y dando escolta,

junto con los otros padres de la Iglesia alrosetón del Orcagna, contempla el mundilloturístico que se acerca a fotografiar elmagnífico facciatone.

San Jeró

En el balcón de la Umbria (ringhiera dell'Umbría), el vinícola Montefalco al margende las rutas turísticas de la región, perosorprendente por su placidez perugíníana,descubrimos la más numerosa serie de re-presentaciones jeronimianas en fresco: Enel antiguo convento de San Francisco —hoy en día museo municipal—, los lienzosde muros y lunetos representan escenas dela vida de San Jerónimo provenientes delpincel de Benozzo Gozzollí. No tienendesperdicio, además de por la originalidadcompositiva, por la riqueza de motivos. Elprograma iconográfico es de lo más elabora-do, ya que incluye, además del empareja-miento con el evangelista San Marcos —por el aquel del león—, seis motivos más,algunos de ellos repetidos. Jerónimo aten-diendo al león, que se ha acercado al mo-nasterio, pocas veces lo hemos encontra-do. Por lo demás, ei colorido de ese pincelpeculiar, próximo —en nuestra aprecia-ción— al del Angélico, hace de la visita aMontefalco una experiencia estética inolvi-dable. Las facilidades que nos brindaronlos responsables del museo para fotogra-fiar nos hicieron recordar el incidente delViaje italiano de Goethe en Malcesina,aunque en positivo. Gracias por ello. Dichosea de paso que las del Convento de SanFrancisco, no son las únicas representa-ciones jeronimianas que en esta ciudad se

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encuentran. Una par de ejemplares más alfresco y una imponente estatua en la Igle-sia de San Agustín, completan este yaci-miento jeronimiano.

San Jerónimo penitente (Spello)

En el místico Spello, a tiro de piedra deASÍS y en las faldas del Subiasso, su mu-seo cívico guarda un lienzo de Grecchi,pintor hispelliano, en la que nuestro santoabandona su desierto calcidico para pos-trarse a los pies de la Madonna. En lasafueras de esa localidad, el mencionadocenobio de San Girolamo, quintaesencia enpiedra de los ideales eremíticos, ha salva-guardado un fresco a la intemperie del Je-rónimo penitente. Al atardecer, desde laterraza de una trattoria que domina la cam-piña y cuyo nombre diríamos para apuntede turista vividores, la contemplación deese eremitorio nos hace olvidar la larga es-pera del carpaccio con el que pretendemosmantenernos en forma. El colega Rafael,volteriano de boquilla, siente la tentación deconvertirse a la vida cenobítica ante la pla-cidez del momento que la buena mesa po-tencia. ¡Menos lobos!

Enfrente de Spello, en la mercantil ciu-dad de Foligno, el interior del Duomo pare-ce una reunión de los Estados Generalesde la corte celestial. En enormes estatuasnichadas se encuentran los más peregrinosejemplares de la hagiografía: Santa Mesa-lina, San Heraclio, San Venancio, San Bon-

filio, San Tomasutio, San Valentin, San Pe-dro Crisci... y ni rastro de San Jerónimo.Uno siente la tentación de sacudir el polvode sus sandalias o amenazar a la impíaciudad con la maldición divina: «porque noeres ni frío ni caliente...» La Iglesia de SanAgustín —dedicada a la madonna del lugar,Nuestra Señora dei Llanto— del siglo XVIII,nos reconcilia con la ciudad al encontrar unenorme Jerónimo penitente en talla. Es im-presionante la fuerza expresiva de la mis-ma —perceptible en casi todos los Jeróni-mos barrocos, que tienen algo de migue-langelescos—, que contrasta con el con-vencionalismo de oficio de los otros padresde la Iglesia que le acompañan. Es sábadoy la ciudad se prepara para el correspon-diente giostra —especie de palio—, por loque la búsqueda y rastreo en las restantesiglesias de la ciudad resulta difícil. Decidi-mos seguir adelante.

En ese nido de espiritualidad y culturaeuropea que es Asís, el pobre Jerónimo seve un poco perdido entre la biografía alfresco del santo realizada por Giotto y lossuyos. Sin embargo, apartándose de lagran basílica que levantara Frate Elia, en laimpresionante —por lo austera— Iglesia deSanta Chiara, un fresco en la pared iz-

quierda de la capilla de San Jorge sobre-coge por su tremendismo al tiempo queregocija por su ingenuidad. La herida en elpecho que el santo acaba de producirsecon la piedra, que la mano izquierda des-plaza hacia afuera para repetir el intento,no tiene nada que envidiar las sanguino-lentas representaciones flamencas y ale-manas de la pasión. En la Basílica deSanta María de los Angeles, que en el ViajeItaliano de Goethe, pasó sin pena ni gloria,dos Jerónimos: uno en la capilla del Des-cendimiento —el término italiano sonaríaescandaloso a nuestros oídos: ia deposi-ción— formando equipo estatuario con loscuatro padres latinos, y en el intradós de tadel presepio, en fresco.

Asi llegamos a la capital de la región. Enla abadía de San Pedro de Perusa, hoy endía sede universitaria, dos Jerónimos nos

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sorprenden por su disposición: un mediore-lieve en el tríptico frontal del altar mayorrealizado por Mino da Fiésole en mármoldorado, con San Juan Bautista —extrañacompañía—, en actitud estante ante uncrucifijo y con el león a sus pies en actitudcanina, pues reposa sobre los cuartos tra-seros y las patas delanteras erguidas; elsegundo es una representación sobre lien-zo en la que hace de comparsa junto a SanLeonardo a una pietá. La composición delmotivo es inaudita, pues, a pesar del moti-vo central del cuadro —una pietá—, SanJerónimo, que viste roquete sobre el hábi-to, está sentado en pose de escriba en unfuncional pupitre —con tintero incluido—mientras consulta las distintas versionesbíblicas dispuestas en un atril giratorio.

En la Chiesa Nuova de San Felipe Neri,realizada en el más estricto estilo contra-reformista, advertimos un Jerónimo en elintradós del arco de una de las capillas late-rales. En la iglesia de los Carmelitas, igle-sia con un exterior de pintura nazarena yque alberga un bellísimo interior en estadode conservación decimonónico, pero con elcolorido y el calor de lo popular, tres repre-sentaciones jeronimianas: una en lienzo,copia de un original del Perugino realizadael sigio pasado para sustituir el original queacabó en lejanas tierras; otra en fresco —su autor; ni siquiera el preste carmelitano loconoce—, en el intradós del arco que orlala primera capilla a la derecha, representa-ción barroca llena de poderío; la tercera, unmediorrelieve en un nicho albergado en elinterior de la fachada, lado izquierdo. Lastres parecen encarnar ese anonimato alque tanto debe el arte y que ni siquiera lamás exhaustiva investigación de los archi-vos arzobispales o de la orden podrían qui-zás borrar. Por su parte, la Iglesia de SanAgustín, cuyas puertas nos abre amisto-samente el P. Fernando, guardián de lamisma, músico, musicólogo y gran aficio-nado al arte, guarda, como es natural en unaiglesia de semejante advocación, una repre-sentación iconográfica del eremita y traductor:un fresco de la Virgen entre San José y San

Jerónimo. Un lienzo realizado al alimón porPerugino y Caporalí se halla hoy en dia enBurdeos, según se informa en un aviso en lapared en la que anteriormente colgaba.

Esta iconografía «salteada» nos introdu-ce en la riqueza pictórica jeronimiana queguarda la Gallería Nazionale de la ciudad, ala que fueron a parar los Jerónimos que nose resistieron a la integración en el museo.La fatigosa subida de sus interminablesscalini —¡cuántas son y cuántas se hacencuando se suben con treinta y ocho gra-dos!— se ve compensada por la acogidade la responsable del museo que nos pre-para, previo pago de las tasas de repro-ducción, todas las existencias. La interven-ción de una profesora de la Universitá perStranieri nos sirve de presentación y decredencial de nuestras buenas intenciones.

Esta Galeria, surgida bajo el dominio na-poleónico para albergar los expolios de losconventos y monasterios, alberga unatreintena de representaciones que, prove-nientes de los antiguos conventos e igle-sias de la ciudad y su entorno, agradantanto por la originalidad de su contenidocomo por su disposición. A juzgar por loscuadros expuestos, parece que también elgenius loci, Pietro Vannucci detto ¡I Perugi-no, tuvo especial devoción a Jerónimo. Osus mandantes. El visitante llega a pensarque a partir del Renacimiento, quizás por laconnotación intelectual del icono, quizás porsu sentido contrarreformista, el penitente Je-rónimo se ondeó como reivindicación frente alpaganismo de la cultura o, incluso, frente a laactividad traductora de Lutero.

Reta, Benedetto Boni

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Destacan: por la composición del con-junto en el que se integra, la Madonna delPergolato de Pier Matteo detto Boccatti oBoccaccio, del cuatrocento tardío; por laausteridad de la representación, las dife-rentes tablas del Perugino que nos mues-tran al santo en un desierto sin fondo bos-coso, en cierta ocasión acompañando aSanta Magdalena, Políptico de San Agus-tín, de 1502; por su carácter seriado, laPala de Santa Maria dei Fossi, de 1495, delPinturricchio. Como cortejo de la madonnacentral del tríptico, un Jerónimo cardenalicioque sostiene una iglesia en el brazo dere-cho, mientras el capelo anda por los suelosy el león se asoma por detrás de un talarrojo intenso; debajo, en la predella de lamisma tabla, San Jerónimo hace penitenciaen un paisaje de gran perspectiva, mientraslos ojos del león nos manifiestan a la bestiaarrebatada por el fuego del espíritu quedesciende sobre su amo. Esa simpáticabestia se cuela también de rondón en laMadonna col bambino de Benedetto Bonfi-gli, mientras el niño, flanqueado por SanJerónimo, Santo Tomás, San Francisco ySan Bernardino, pretende jugar con nuestrocardenal, esta vez —a pesar de estar enpresencia de la divinidad— irrespetuosa-mente cubierto con el capelo cardenalicio.San Jerónimo, ante las pretensiones ju-guetonas del bimbo, vuelve el rostro en ac-titud de «no soy digno». La frecuente pre-sencia del león en las «sacras conversa-ciones» o en las «hiperdulías» hagiográfi-cas hace que nuestro Jerónimo recuerde aesas profesoras cursis que, con su perritoen brazos, advierten al llegar a la recepcióndel centro: o con mi perro o me voy. Sonlos gajes del oficio que el icono jeronimianodebe sufrir en aras de la piedad o de lafantasía creadora.

No haríamos justicia a las existenciasjeronimianas de la Galleria si no mencioná-semos una «pala» que, por haber figuradoen el ya inexistente monasterio de San Je-rónimo, extra muros de la ciudad, lleva pre-cisamente el nombre de nuestro santo tra-ductor. Se trata de la Madonna de G. B.

Caporali —1476-1560—, a la que hacencompañía dos santos franciscanos —SanFrancisco y San Antonio—, mientras SanJuan Bautista señala «al que ha de venir»que reposa en brazos de su madre. Por suparte, San Jerónimo, enfrascado en la lec-tura del texto sagrado, no presta atención nia la escena maternal, ni al bellísimo paisajeumbro —con el Trasimeno incluido— ni almagnífico dosel que da cobertura a la ma-donna. Bien es verdad que esta vez, almenos, ha tenido la cortesía de destocarse,pues se advierte que ha dejado, de maneracuidadosamente descuidada, el capelo enel podio.

Otros hitos de nuestra Wanderschaft ico-nográfica fueron Gubbio —Iglesia de SanPedro—, Nocera Umbra y Casia. En laiglesia de San Pedro de esta ciudad de pe-regrinación un tanto mercantilizada, el ba-teo de una criatura hija de padres tardíosnos impide fotografiar de momento el bellí-simo fresco del lienzo interior de la facha-da. Tanto el sacerdote como los felices pa-dres nos piden que hagamos de fotógrafooficial del evento. Al acabar nuestra tarea,justo tributo por nuestra intromisión en laceremonia, se nos permite fijar en las salesde plata un adorante Jerónimo.

Si tuviéramos que resumir nuestro ir yvenir por la Umbría jeronimiana, debería-mos decir que nos supuso una nueva ma-nera de descubrir, ver y gozar ese Eldoradode arte y la cultura que es // cuore verte deItalia. En medio, con escasos resultadosvenatorio-fotográficos, quedaron el oleícolaTrevi, Todi, Bevagna, las poblaciones delTrasimeno Pasignano y Castiglione del La-go con un centenar de iglesias, visitadas ensu interior o admiradas en su estructuraexterna... Gracias a la persecución de eseicono, persecución emprendida con elmismo entusiasmo con que el protagonistanovalisiano iba tras su flor azul, conocimoscon detalle la región que el Perugino supoplasmar como la quintaesencia de la placi-dez de la naturaleza.

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