san blas atempa - facdearq 10

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1 FACDEARQ 2014 Los mortales habitan en la medida en que reciben el cielo como cielo. Dejan al sol y a la luna seguir su viaje; a las estrellas su ruta; a las estaciones del año, su bendición y su injuria; no hacen de la noche día ni del día una carrera sin reposo. M. Heidegger (1889-1976). En San Blas Atempa las casas están despiertas Foto: Stefany Tremblay / 2008

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"En San Blas Atempa las casas están despiertas" de Abraham Rasgado González y "San Blas Atempa y el Río de la Vida" de Bernardo Olmedo - Facdearq 10

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Los mortales habitan en la medidaen que reciben el cielo como cielo.Dejan al sol y a la luna seguir su viaje;a las estrellas su ruta; a las estaciones del año,su bendición y su injuria; no hacen de la noche díani del día una carrera sin reposo.M. Heidegger (1889-1976).

En San Blas Atempa las casas están despiertas

Foto: Stefany Tremblay / 2008

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COMUNIDADES

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ABRAHAM A. RASGADO GONZÁLEZ*

De dónde ha salido este misterioso pueblo. Un pueblo que ha resistido el tiempo, orillado a encerrarse en sí mismo, a aislarse en pleno cen-

tro de un poderío cultural hoy en decadencia.San Blas Atempa, antiguo barrio de Tehuantepec,

hoy está doliendo al nacer, porque su parto ha que-dado en suspenso, poco a poco, este doloroso y feliz alumbramiento se consumará para que el pueblo no se extinga en la niebla de la historia.

La ciudad de Tehuantepec y su antiguo barrio, hoy villa independiente, San Blas Atempa, han seguido rutas diferentes, pero han permanecido firmemente unidas a pesar de los encuentros y los desencuentros en el transcurrir histórico.

Tehuantepec le apostó al progreso, pero ese progreso fue mal interpretado. El progreso que Te-huantepec propuso fue ese viento huracanado que va devastando todo por donde transita. Como nos enseña el filósofo judeo-alemán Walter Benjamin en su Tesis IX.Sobre el concepto de historia:

El ángel quisiera detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo destruido. Pero un huracán sopla desde el paraíso y se arremolina en sus alas, y es tan fuerte que el ángel ya no puede plegarlas. Este huracán lo arrastra irresistiblemente hacia el futuro, al cual vuelve las espaldas, mientras el cúmulo de ruinas crece ante él hasta el cielo. Este huracán es lo que nosotros llamamos progreso.

San Blas Atempa es un pueblo que, como mu-chos, hoy se debate entre el ayer y el ahora. Hasta hoy el “hoy” ha ganado la batalla, pero el Ángel de la Historia nos advierte: el progreso no cesará de in-tentar. San Blas Atempa se resiste al futuro, voltear la mirada y ver los escombros de un pueblo que trata de vivir en la autenticidad de su cotidianidad. No quie-ren, con La Llorona, decir: “ayer maravilla fui y ahora ni sombra soy”.

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Pero desde dónde se puede lograr ese afán de avanzar sin retroceder, de avanzar sin devastar. Desde la toma de consciencia de la cosmovisión, de desen-trañar la sabiduría que encierra su cultura.

Decía el filósofo alemán Martin Heidegger:

La concepción del mundo está determinada por el ambiente: pueblo, raza, posición, grado de desarrollo de la cultura […] No se la conserva en la memoria como un conocimiento, sino que es el objeto de una convicción coherente que determina, más o menos expresamente, la acción y la elección. (Heidegger, 2000: 30)

Este impresionante filósofo, que potenció su tra-bajo a partir de la sangre y la tierra, supo ver bien cómo el ser humano (Dasein, le llamaba) construye su mirada a partir de la mirada de todo lo que deter-mina al ser humano.Un filósofo alemán decimonónico lo decía en otros términos:

«El mundo es mi representación» […] [el ser humano] no conoce un sol o una tierra, sino sólo un ojo que ve el sol y una mano que siente una tierra; que el mundo que lo rodea existe sólo como una representación, es decir, sólo en relación a otro, al ser que se lo representa, que no es sino él mismo.(Schopenhauer, 2010: 27)

Las cosas, el mundo, los objetos, el todo, no existen sin un sujeto que los conozca. Pero este su-jeto adopta la mirada de su entorno, es decir, si un pueblo tiene unas gafas de color rojo ante su mirada, verá toda la realidad de ese color; si verde, de ese color percibirá al cosmos.

Eso es la cultura muchas veces: las gafas de color que nos permiten interpretar el todo a partir de don-de estamos parados, de con quienes estamos para-dos y de cuándo estamos parados.

Es difícil decirlo, pero yo no pertenezco al San Blas de hoy. San Blas estaba dentro de la mirada tehuana, pero quisieron fundar su propia mirada, su propio co-lor y sus propios anteojos para contemplar el mundo.

Foto: Juan Cortázar / Vista panorámica desde el cerro del Tigre

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Porque este pueblo binnizá tiene sus sostenidos y bemoles como cualquier otro pueblo. Su sociedad es un devenir de la historia tehuana que tomó un rumbo diferente y que sigue, al mismo tiempo, el mismo camino.

Pasar de un pueblo a otro es un asunto de percepción. Por-que las divisiones son administrativas, y ahora, también cultu-rales; nada es lo que separa a estos dos pueblos: sólo el tiempo.

Aunque dentro de San Blas también se está creando un ol-vido. No obstante su existencia, es olvidado: el barrio de Shihui, que no se quería ir de Tehuantepec. Dos veces tuvieron que tirar de la cuerda para que este barrio tehuano dejara de serlo hoy se haya disuelto en el alma sanblaseña. (Ortiz, 2008: 18 ss.)

La calle que va del barrio Jalisco, de Tehuantepec, rumbo a San Blas, es reducida, inapropiada para automotores: destila decadencia, arquitectónicamente son verdaderas joyas que el tiempo ha estado demoliendo, ayudado por las manos inactivas de los pobladores.

Los que recorremos continuamente el camino atempeño porque vamos recurrentemente de Tehuantepec a San Blas en el aire sentimos la diferencia. En San Blas el viento parece que te observa más atentamente, porque estás entrando ahora, en pleno siglo XXI, a un mundo de la medianoche del siglo XX te-huano.

Las casas guardan la idiosincrasia de sus habitantes. Porque los binnizá de San Blas habitan y construyen, pero ¿para qué lo

hacen?. Nos responde el mismo Heidegger en un trabajo sobre estos asuntos: “¿Cuál es la esencia del habitar? […] estar satisfe-cho (en paz); llevado a la paz, permanecer en ella […] preserva-do de daño y amenaza”. (Heidegger, 2001: 110)

Pienso en cierta tranquilidad, un resguardo, que este pue-blo se niega a perder y por eso sigue morando bajo el cielo que le tocó habitar.

El filósofo Enrique Dussel, nos habla en algunas de sus obras de la relación que puede existir, y que de hecho existe, entre la filosofía y la arquitectura, entre la construcción y la estética. Las viviendas, nos dice siguiendo a Heidegger en su ensayo “Cons-truir, habitar, pensar”, nos muestran el espíritu de la época. Las casas hoy son pensadas, muchas veces no para las necesida-des del que va habitar, sino de todo un sistema que requiere darle un lugar a un grupo de personas en el engranaje de su cadena humana: tu lugar es éste, así tienes que vivir, porque así se requiere. Las casas de las grandes urbes, que achicando los espacios, empequeñece el alma de sus inquilinos, son el me-jor ejemplo de esto: son pequeñas, frágiles, cuasidesechables, sin un lugar para la recámara del abuelo, del familiar que será excluido. Una representación práctica de lo que está haciendo un sistema con toda una sociedad: prescindiendo de lo que no “produce”.

Interpretamos como sucias o como descuidadas, las casas reflejan las artes y los oficios de sus moradores.

Foto: Manuel de Mata / Rumbo a San Blas Atempa

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Los campesinos, en este pueblo, se llevan su milpa a la casa: la carreta y los bueyes afuera, ama-rrados, esperando la faena de la siguiente madruga-da. Adentrito nomás, apenas pasando, está toda la mazorca amontonada sobre una pared. A un lado, está la señora con los hijos o nietos, desgranando los dientes del elote.

Pasas un poco más adentro. Está el bastidor, con el proyecto de incendio en un huipil de tehuana: sí, incendiar los ojos a punta de colores. En la pared cuelgan los títulos de los hijos que han desertado del arado, que se han vuelto profesores, médicos, ingenieros, abogados, para ya no caminar tantos días bajo el sol. El consuelo de las madres y de las abuelas: mi hijo ya no abrasará su piel con tanto sol, ya no tendrá las marcas de las espinas en su piel. Su futuro ahora es olvidar su duro pasado.

Los pollitos andan con singular alegría entre la gente. Junto con Santa Cruz Tagolaba, un barrio de Tehuantepec, es de los últimos lugares donde se pue-de oír el canto de un berelele en horas de la tarde: lelelele… La respuesta está en el viento.

Hay casas de material que nos muestran la mo-dernidad antiestética: ahora la casa es de dos pisos, de un agua, (no importa, pero de material y de dos pisos).

Como cualquier pueblo que se aprecie de una profundidad inexpugnable, San Blas Atempa también tiene sus contradicciones, sus secretos inconfesables, sus casas silenciosas, que callan ante la mirada ajena, pero que en ese silencio se revela su esencia.

No puedo decir que las calles de este pueblo al que me siento también muy unido, sean hermosas, pero sí me atrevo a decir que son místicas, no por su forma, sino por quienes las caminan, las trabajan y las disfrutan. Ante tanta revoltura, se ha creado un pueblo totalmente inexplorado en su espíritu.

Pero también hay otro San Blas, aparte del mis-mo pueblo y su barrio shihueño. Están sus agencias, esos lugares alejados que se pierden en la exuberan-cia de sus árboles, de sus sombras, de sus zanjas, de sus caminos de tierra y lodo, de sus carretas, de sus sembradíos, de su sol abrasador y su pozole refres-cante. Ahí están mirando pasar el tiempo sin verlo. Olvidados de la modernidad y de su progreso devas-tador. ¡Cuánto mundo hay olvidado en esos lugares!

Ir a San Blas Atempa es ir a otro multiverso, que ve al mundo desde unas gafas indecisas: son San Blas Atempa, pero aún están en la fuerte disyuntiva de romper con su alma tehuana o conservarla a su modo. Mientras, ambos pueblos, Tehuantepec y San Blas, siguen unidos por dos calles, un cerro, una le-yenda y toda una historia.

Cada día, las casas de este pueblo nos recuerdan que están muy vivas y despiertas, están hablándo-nos. Esperemos, como decía el profeta hebreo, que a diario nos levantemos con ojos para ver y oídos para oír. Mientras tanto, seguiré disfrutando de mis días y mis noches en San Blas, para no dejarlo esca-par de mi alma…

Tehuantepec, Oaxaca, septiembre de 2012.

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Virgen intervenida por Guillermo Rito

GUILLERMO [email protected], nace en San Blas Atempa, Oaxaca. Graduado en la escuela de Bellas Artes de la U.A.B.J.O. y The Art Student League of N.Y.Ha realizado exhibiciones individuales en México, E.U.A., Islandia e Italia en foros como: The Armory show centre, Museo de Arte de Miami, Artin General, NY. Ha sido galardonado con los premios: the Merith schol-arship, The ASLofNY, el Pheloship for The Robert Black-burn foundation, The Work Student Program por The Art Student League of N.Y. y el Premio a la Juventud Oaxaqueña. Actualmente es Catedrático de la EBA en la sección Artes Plásticas de la UABJO

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BERNARDO OLMEDO*A Anna

Hace cuatro años tuve que viajar hasta acá para participar en un proyecto de cine y teatro. La obra a presentar era El Río de la Vida, con la compañía

canadiense Dragon Dance. Las imágenes que conservo de San Blas Atempa son calientes, mojadas, plagadas de invenciones propias... de algún modo alteradas por el olvido, pero son al menos propias.

El sabor dulce, ligeramente terroso, de los totopos de panela y el calor sofocante bajo la sombra de los flamboyanes de la plasita pintada de verde me lleva-

ron a una conclusión que monté en el 2008: la vida en los pequeños pueblos de México es mezquina y a veces aburrida, pero en ocasiones es indeciblemente bella e inesperada. Me acompaña un cuadro melancólico: la lluvia pareja y gris; las calles sucias, llenas de caras hoscas; muchos perros; el ruido sordo y estruendoso de los motocarros; los diversos e incansables anuncios que salían de los altavoces en las esquinas; el calor so-focante y húmedo de aquel día todavía me incomo-da. Ahora casi no hay perros ni basura. Las casas de la calle principal están pintadas con colores vistosos, parecen alegres, y la villa de San Blas Atempa me da la impresión de ser más limpia y tranquila. Sin embargo,

San Blas Atempa y el Río de la Vida

Foto: Chente Desales

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*Querétaro, 1988, ealizó estudios de Lenguas y Letras en la Universidad Autónoma de Querétaro. Interesado en temas de historia y política. Viajero constante con rumbo al sur.

conserva para mí un sentimiento de profundo des-orden y violencia, una jaula de barro que guarda un animal adentro. Presiento, árboles funestos de raíces injustas y manchadas con la sangre de generaciones completas. Algo sucede aquí como en la canción de Bersuit: “parece que envenenarlos no es violencia, pero es violencia su desesperación”.

Recuerdo sobre todo la boda del hermano de nuestra anfitriona Maira Jiménez Desales: actriz, escritora, dramaturga y maestra incansable de se-cundaria. A los que participamos en el proyecto de Dragon Dance, nos tocó una experiencia envidiable; apreciamos como se desenvuelve el entramado tan rico y complejo de las tradiciones sanblaseñas: el robo casamentero de la muchacha; la visita a la casa de los padres de ella; la visita a la casa de los padres de él y las largas comitivas familiares cobijadas por la noche en un ambiente resbaladizo de algarabía y silencio.

La fiesta empezó, por decirlo de alguna manera, en la iglesia pequeña y simple de San Blas. La misa

católica se celebró por la mañana con escasa asisten-cia de familiares y amigos. Al salir de la iglesia ocurrió la detonación de una celebración expansiva, como si la misa hubiera sido el dinamitero serio que anuncia-ra el inicio de una carrera. La banda de viento con-tratada nos indicó el camino hasta la cancha de bás-quetbol donde iba a ser el baile y la presentación de regalos. Llegamos en una comitiva organizada en dos partes: los hombres a la cabeza y al final las mujeres.

Había un conjunto sonidero en la cancha. Era un atronadero de cumbias, salsa, banda y duranguense, retumbando en las altas paredes del local. Los novios estaban ubicados en un extremo de la cancha y la gente se acercaba hasta ellos con dinero que dejaban en unas cubetitas a los pies de los recién casados. Advertí varios tipos de regalos: ollas, cucharones, charolas, sartenes, platos, vasos, cubiertos, cubetas y otros trastes necesarios para la casa.

Los novios, con una sonrisa estática, agradecían y abrazaban a la gente. Desde luego que se bailó

AcuarelaGuillermo Rito

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mucho: en parejas y en corrillos. Los niños, a su aire, revoloteando sin descanso por aquí y por allá. En algún momento, Sam y Katah, directores de nuestro proyecto, se pusieron a bailar a su estilo. Resultó una especie de tango provisto de llamativos trancos que abarcaron toda la pista. La gente los miraba divertida y les abría espacio para su extraña danza. Incluso, la banda dedicó para ellos una canción.

Terminado el baile nos fuimos a casa de doña Lambertina, mamá del novio y excepcional cocinera. Fue entonces cuando me di cuenta de que la mayo-ría de las mujeres llevaban un montón de oro en el cuello, en las orejas, en las manos y en los huipiles rojos (algunos bastante simples, pero otros profu-samente bordados). Aquellos motivos textiles pre-sentaban una pequeña fiesta de pájaros y flores de hilos de colores detenidos en un momento precioso. Las mesas estaban afuera de la casa y se extendían casi una cuadra completa; las más cercanas a la ca-becera estaban reservadas para la familia directa de los novios y para los shuanas (los viejos del pueblo, los contenedores de la sabiduría ancestral). No había una lista de invitados, sino que todo el pueblo venía y platicaba, felicitaba a los novios, comían barbacoa, mole con arroz y frijoles y tortillas. Todo el mundo entraba y salía sin parar de la fiesta. Habían apilados, en la sala, ciento cincuenta cartones de cerveza. Ade-más, las decenas de botellas de mezcal que pasaban

de mano en mano en el mar de gente. Entiendo por Maira que la fiesta se convierte en

una representación y reproducción de lo sagrado, en un ritual comunitario que le da sentido al modo de vida particular de San Blas. También significa resis-tencia para perdurar en la memoria y las costumbres de su propia gente para no desaparecer. La generosi-dad como regla, expresada en sus celebraciones, en el cuerpo redondo y cadencioso de sus mujeres, en su lengua de aves, en sus risas escandalosas, en las casas pobres y sucias de las orillas (si es que hay orillas en San Blas), en la felicidad y el agradecimiento por la lluvia, en su amor por la tierra.., son un montón de pequeñas cosas que sustentan la cosmovisión de estos hombres y mujeres de las nubes, que hablan el es-pañol como segunda lengua, con un viso de desdén.

La existencia en San Blas parece espinosa y no se reduce a lo visible, parece venir de algún lugar os-curo, desde adentro de los cuerpos o del centro de la misma tierra. Se necesita toda una eternidad para conocer y entender un modo de vida tan complejo; esos destellos sorprendentesz están ahí para quien los quiera ver con tripas y corazón, en cada esquina, en cada casa, en la celebración del santo patrono San Blas Apostol, en la ascensión al cerro del Tigre (desde donde se ve el mar como una línea de bruma gris). La inminente decisión de la gente de seguir vi-viendo como sus padres y abuelos a pesar de todo.

Foto: Luis Villalobos

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