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A GRICULTORES DE PAZ Y CAZADORES - RECOLECTORES DE GUERRA : LOS TOBOSOS DE LA CUENCA DEL RÍO C ONCHOS EN LA N UEVA V IZCAYA Salvador Álvarez Universidad Autónoma de Ciudad Juárez De entre las muchas denominaciones que el Norte colonial novohispano ha inspirado entre historiadores y antropólogos, las de "Gran Chichimeca", "tierra de los chichimecas" y hasta "mar chichimeca" se encuentran entre las que más estimulan la imaginación del especialista. Pero aunque los chi- chimecas y demás congéneres irrumpen con frecuencia en los estudios so- bre el Norte novohispano, en realidad, es poco lo que se sabe de ellos: sus géneros de vida nos son casi por completo desconocidos. El problema no es tanto la falta de estudios etnohistóricos, sin menoscabo de cualquier consi- deración sobre las dificultades de usar la documentación de los siglos xvi al XVIII como "fuentes etnohistóricas", los trabajos existen. Ya en el siglo xix, un autor como Orozco y Berra 1 intentaba poner un cierto orden en los datos documentales sobre los indios, entre ellos los del Norte, y más tarde, durante las décadas de 1920 a 1940, autores como Miguel Othón de Mendizábal en México, 2 y Kroeber, Beals y Sauer, en Estados Unidos, intentaron crear varias síntesis "etnohistóricas" que incluían a los pueblos del Norte novo- hispano, donde enfatizaban el periodo del contacto. 3 El gran vacío se encuentra del lado de la arqueología. A pe$ar de las décadas transcurridas desde los estudios pioneros de aquellos antropólo- gos, la arqueología del periodo colonial en el Norte sigue siendo práctica- mente inexistente, tanto para el caso de la sociedad española como para las sociedades indígenas de antes y después del contacto. Esta situación es producto de una larga y bien enraizada tradición, muy propia de los ar- queólogos especialistas en el Norte, quienes han concentrado lo mejor de sus esfuerzos no en el estudio de las culturas "autóctonas" del norte, sino 1 Manuel Orozco y Berra, Geografía de las lenguas y carta etnográfica de México, México, 1886. 2 Miguel Othón de Mendizábal, Influencia de la sal en la distribución geográfica de los grupos indígenas de México, México, Imprenta del Museo Nacional de Arqueología, His toria y Etnografía, 1928, 226 p. 3 Ralph Beals, The Comparative Ethnology of Northern México Before 17so, Berkeley, Ibe roamericana núm. 2, University of California Press, 1932, pp. 93-225. Cari Sauer, The Dis- tribution of Abohginal Tríbes and Languages in Northwestern México, Berkeley, Ibe roamericana núm. 5, University of California Press, 1932; Aboriginal Population of Northwestern México. The Evidence and its Use, Berkeley, Iberoamericana núm. 10, Uni versity of California Press, 1933, pp. 1-83, Alfred Louis Kroeber, Cultural and National Área of Native North America, Berkeley, University of California Press, 1947.

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AGRICULTORES DE PAZ Y CAZADORES-RECOLECTORES DE GUERRA: LOS TOBOSOS DE LA CUENCA DEL

RÍO CONCHOS EN LA NUEVA VIZCAYA

Salvador Álvarez Universidad Autónoma de Ciudad Juárez

De entre las muchas denominaciones que el Norte colonial novohispano ha inspirado entre historiadores y antropólogos, las de "Gran Chichimeca", "tierra de los chichimecas" y hasta "mar chichimeca" se encuentran entre las que más estimulan la imaginación del especialista. Pero aunque los chi-chimecas y demás congéneres irrumpen con frecuencia en los estudios so-bre el Norte novohispano, en realidad, es poco lo que se sabe de ellos: sus géneros de vida nos son casi por completo desconocidos. El problema no es tanto la falta de estudios etnohistóricos, sin menoscabo de cualquier consi-deración sobre las dificultades de usar la documentación de los siglos xvi al XVIII como "fuentes etnohistóricas", los trabajos existen. Ya en el siglo xix, un autor como Orozco y Berra1 intentaba poner un cierto orden en los datos documentales sobre los indios, entre ellos los del Norte, y más tarde, durante las décadas de 1920 a 1940, autores como Miguel Othón de Mendizábal en México,2 y Kroeber, Beals y Sauer, en Estados Unidos, intentaron crear varias síntesis "etnohistóricas" que incluían a los pueblos del Norte novo-hispano, donde enfatizaban el periodo del contacto.3

El gran vacío se encuentra del lado de la arqueología. A pe$ar de las décadas transcurridas desde los estudios pioneros de aquellos antropólo-gos, la arqueología del periodo colonial en el Norte sigue siendo práctica-mente inexistente, tanto para el caso de la sociedad española como para las sociedades indígenas de antes y después del contacto. Esta situación es producto de una larga y bien enraizada tradición, muy propia de los ar-queólogos especialistas en el Norte, quienes han concentrado lo mejor de sus esfuerzos no en el estudio de las culturas "autóctonas" del norte, sino

1 Manuel Orozco y Berra, Geografía de las lenguas y carta etnográfica de México, México, 1886.

2 Miguel Othón de Mendizábal, Influencia de la sal en la distribución geográfica de los grupos indígenas de México, México, Imprenta del Museo Nacional de Arqueología, His toria y Etnografía, 1928, 226 p.

3 Ralph Beals, The Comparative Ethnology of Northern México Before 17so, Berkeley, Ibe roamericana núm. 2, University of California Press, 1932, pp. 93-225. Cari Sauer, The Dis- tribution of Abohginal Tríbes and Languages in Northwestern México, Berkeley, Ibe roamericana núm. 5, University of California Press, 1932; Aboriginal Population of Northwestern México. The Evidence and its Use, Berkeley, Iberoamericana núm. 10, Uni versity of California Press, 1933, pp. 1-83, Alfred Louis Kroeber, Cultural and National Área of Native North America, Berkeley, University of California Press, 1947.

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en la delimitación de lo que pudieron ser las manifestaciones del "área cultural mesoamericana", más allá de sus fronteras. Salvo excepciones, y como consecuencia de lo anterior, una parte muy considerable de los tra-bajos sobre la arqueología del Norte se ha concentrado sobre la estrecha franja temporal que va de los siglos vin al xiv de nuestra era, que son, po-co más o menos, los límites en los que se desenvolvieron culturas como las de Chalchihuites, La Quemada y Paquimé,4 dejándose casi siempre de lado los periodos y también las regiones carentes de elementos netamen-te "mesoamericanos". En otras palabras, salvo excepciones,5 hasta la fe-cha el "chichimeca histórico" prácticamemte no ha sido objeto de estu-dio arqueológico alguno.

No deja de llamar la atención, sin embargo, que pese a este virtual vacío de conocimientos, el "chichimeca", indio de guerra, aparezca de

^ Charles J. Kelley, "The Chronology of the Chalchihuites Culture", en Phil C. Weigand y Michael S. Foster, The Archaeology of West and Northwest Mesoamerica, Boulder y Lon-dres, Westview Press, 1985, pp. 269-287. 'The Mobile Merchants of Molino", en Joan Ma-thien y Randall H. McGuire, Ripples in Chichimec Sea, Carbondale y Edwardsville, Sou-thern Illinois University Press, 1986, pp. 81-104.

5 Actualmente Marie-Areti Hers desarrolla un interesante esfuerzo por ligar los puntos de vista tradicionales de la arqueología "mesoamericanista" del Norte, con el estudio de so-ciedades no necesariamente mesoamericanas: Marie-Areti Hers, "¿Existió la cultura Loma de San Gabriel? El caso de Hervideros, Durango", Anales del Instituto de. Investigaciones Estéticas, núm. 6o, México, UNAM, 1989, pp. 33-57; "Presencia mesoamericana al sur de Chihuahua", en Actas del II Congreso de Historia Regional Comparada, Ciudad Juárez, UACJ, 1990, pp. 56-70; Marie-Areti Hers y María de los Dolores Soto, "Arqueología de la sierra Madre durangueña: Antecedentes del proyecto Hervideros", en Actas del IV Congreso de Historia Regional, Ciudad Juárez, UACJ, 1995, vol. 1, pp. 69-85. Igualmente tenemos los importantes trabajos de Leticia González acerca de los cazadores-recolectores del Bolsón de Mapimí y Coahuila desde épocas remotas, hasta el periodo del contacto, ver en especial su compilación Ensayos sobre la arqueología en Coahuila y el Bolsón de Ma-pimí, Saltillo, Archivo Municipal de Saltillo, 1992. Igualmente "El discurso de la conquista frente a los cazadores-recolectores del norte de México", en Actas del I Congreso de Historia Regional Comparada, Ciudad Juárez, UACJ, 1989, pp. 77-94; "El patrón de asenta-miento en el área del Bolsón de Mapimí", en Actas del IV Congreso de Historia Regional, Ciudad Juárez, UACJ, 1995, vol. 1, pp. 33-43. Para el caso de Chihuahua pueden citarse los trabajos de Arturo Guevara, los cuales, por desgracia, se han quedado al nivel de propues-tas de rescate y no han dado pie, hasta la fecha, a proyectos arqueológicos de mayor enver-gadura, entre ellos: Los athapascanos en Nueva Vizcaya, México, INAH, Dirección de Ar-queología, Cuaderno de Trabajo núm. 6, 1989,- "Algunos aspectos de la aculturación de los grupos conchos del centro del estado de Chihuahua", en Actas del II Congreso de Historia Regional Comparada, Ciudad Juárez, UACJ, 1990, pp. 71-79,- "Un sitio arqueológico aldeano de Namiquipa Chihuahua", en Actas del III Congreso de Historia Regional Comparada, Ciudad Juárez, UACJ, 1991, pp. 41-45. Pueden consultarse también los siguientes trabajos de Charles Kelley: Settlement Patterns in North Central México, Viking Foundation Publications in Anthropology núm. 23, 1956; igualmente: Jumano and Patarahuey Relations at La Junta de los Ríos, Anthropological Papers Museum of Anthropology Uni-versity of Michigan núm. 77, Ann Arbor, 1986 ,18o p. (primera edición: 1947).

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pronto con toda naturalidad en los trabajos arqueológicos como un ras-go característico del paisaje norteño, y que incluso se esboce la idea de que la agresividad del nómada norteño actuó como una especie de "fac-tor limitante" para el desarrollo de las culturas mesoamericanas fuera de sus fronteras.6 En la base de este tipo de interpretaciones se encuentra toda una serie de ideas muy propias del evolucionismo y la ecología cultural de la década de los setenta, acerca de las supuestas y radicales diferenciaciones culturales e incluso étnicas que se habrían operado en su momento, entre grupos nómadas dedicados a la caza-recolección y aquellos que adoptaron la agricultura y por lo tanto transitaban hacia un patrón de asentamiento de tipo "aldeano".7 Sin embargo, no puede menos que decirse que se trata de un punto de vista excesivamente teórico de la cuestión. Más que un "factor explicativo", la supuesta diferenciación entre, pongamos por caso, agricultores incipientes y "verdaderos" cazadores-recolectores, debería ser un aserto a demostrar. Cabría incluso preguntarse si no es que, finalmente, ante la falta de conocimientos de primera mano, esta imagen del "chichime-ca" prehispánico ha sido calcada con demasiada facilidad y fidelidad de la que nos presenta la literatura histórica.8 En realidad, creemos que así es. 6 Así, por ejemplo, en 1971, Charles Kelley, resumiendo una larga serie de trabajos anterio

res, argumentaba que después de varios siglos de expansión infructuosa, no fue sino hacia el año 1000 de nuestra era que los grupos mesoamericanos que ocupaban la parte norte de la sierra Madre Occidental, lograron establecer una "frontera" estable con los "bárbaros" [sic] guerreros chichimecas que los asolaban y añade que esa suerte de ''pacificación" fron teriza permitió de alguna manera el florecimiento de culturas como las de La Quemada y Chalchihuites. Por su parte, el eventual y ulterior repliegue de las mismas, añade este au tor, bien pudo ser causado tanto por causas climáticas como por invasiones de esas mis mas hordas "chichimecas": Charles J. Kelley, "Archaeology of the Northern Frontier: Za catecas and Durango", en Robert Wauchope, comp., Handbook of Middle American Indians, vol. 11, Archaeology of Northern Mesoamerica, 2a. parte, Austin, University of Texas Press, 1971, p. 768.

7 Ver por ejemplo las consideraciones al respecto de David R. Wilcox, "The Tepiman Con- nection: A Model of Mesoamerican-Southwestern Interaction", en Joan Mathien y Ran- dall H. McGuire, Ripples in Chichimec Sea, Carbondale y Edwardsville, Southern Illinois University Press, 1986, pp. 134-154. Igualmente Kent V. Flannery, "The Origins of the Vi- llage as a Settlement Type in Mesoamerica and the Near East: A Comparative Study", en Peter J. Ucko, Ruth Tringham y A. W. Dimbleby, Man Settlement and Urbanism, Lon dres, Duckworth, 1972, pp. 23-53.

8 Para un ejemplo de las imágenes del chichimeca del norte que se desarrollaban en la lite ratura histórica de los años setenta, consultar muy especialmente los trabajos de Phillip Wayne Powell, quizá los más influyentes en el tema: War and Peace on the North Mexi- can Frontier: A Documentary Records, Madrid, José Porrúa Turanzas, Colección Chima- listac núm. 32, 1971; para antecedentes de los mismos, Joaquín Meade, "Chichimecas en el norte de la Nueva España", Divulgación Histórica \, 1939-1940, pp. 364-366. Igualmen te Poole Stafford C. M., "War by Fire and Blood. The Church and the Chichimecas", The

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Sea como fuere, un hecho indudable es que también dentro de la li-teratura histórica propiamente dicha se ha generado una imagen simpli-ficada al extremo del llamado "indio nómada7' del Norte novohispano, llámesele chichimeca o no. De entre los trabajos de etnohistoriadores acerca de los indios nómadas de guerra del Norte, los de William Griffen son sin lugar a dudas los más acuciosos y documentados, y a pesar del tiempo transcurrido desde su publicación, los únicos en haberse ocupa-do de los indígenas de las planicies orientales de la Nueva Vizcaya: se trata, pues, de una referencia obligada.9 El trabajo de este autor se divide en dos grandes ejes: uno, el análisis de un amplio fondo de documenta-ción acerca de las guerras con los indios de la Nueva Vizcaya, y dos, un esquema general de interpretación acerca de la dinámica social de los ca-zadores-recolectores del Norte, inspirado en la ecología cultural de El-man R. Service, Marshall Sahlins y sobre todo fulien H. Steward. Según Griffen, los indios de las planicies áridas del Norte novohispano, en par-ticular los del Bolsón de Mapimí y el río Conchos, se hallaban en el ni-vel de lo que Steward llamó las "bandas" u "hordas" patrilineales. Esto es, se trataba de grupos con tecnología precaria, establecidos sobre terri-torios de escasos recursos alimenticios, y cuya principal actividad era la caza de pequeñas especies no migratorias junto con la recolecta ocasio-nal de alimentos salvajes.10 Según Steward, este tipo de sociedades se ca-racteriza por su permanencia sobre un territorio bien delimitado, sobre el cual han desarrollado adaptaciones específicas en cuanto a tecnología, conocimiento del medio y patrón de asentamiento,- los recursos de caza son explotados entonces por pequeños grupos que establecen vínculos de parentesco y alianzas entre sí. El uso consuetudinario de un espacio común por parte de un grupo de bandas patrilineales da origen, en este tipo de sociedad, a una noción bien distinguible de "propiedad territo-rial": los recursos de caza y recolecta son entonces protegidos en común por el grupo extenso de parentesco, y cualquier intrusión de un grupo ex-traño a este territorio ocasiona tensiones y rivalidades que pueden des-embocar en una guerra.11 Griffen, en efecto, retoma estas ideas y añade

Americas xxn, núm. 2, octubre 1965, pp. 115-137. Ver también su obra más importante: La guerra chichimeca (I^$O-ISOO), México, Fondo de Cultura Económica, 1975.

9 William B. Griffen, Culture Change and Shifting Populations in Central Northern Méxi co, Anthropological Papers of the University of Arizona núm. 13, Tucson, The University of Arizona Press, 1969. Igualmente Indian Assimilation on the Franciscan Área of Nueva Vizcaya, Anthropological Papers of the University of Arizona núm. 33, Tucson, The Uni versity of Arizona Press, 1979.

10 Julien H. Steward, The Theory of Culture Change. The Methodology of Multilinear Evo- lution, Urbana, The University of Illinois Press, 1976, pp. 134-137. Steward emplea el término landownership que aquí hemos traducido simplemente como "propiedad terri torial".

11 Jbid., pp. 135-136.

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que para los nómadas norteños la guerra servía como un mecanismo más de adaptación al medio, cuya función consistía en mantener la posesión del "territorio tribal" y además como vía de adquisición de recursos su-plementarios. Desde ese punto de vista, la intrusión de los españoles en sus dominios desencadenó una respuesta típica: la guerra.12 Más adelante argumenta este autor que debido a décadas de hostilidades con los espa-ñoles, así como a la introducción del caballo y el ganado europeos en sus territorios, estas bandas de cazadores desarrollaron una cultura guerrera, que las transformó en grupos esencialmente depredadores, dedicados al saqueo de los asentamientos y posesiones de los españoles e indios se-dentarios/3 en un proceso muy semejante al que Steward describe para los grupos shoshoni de California y Utah.14

De acuerdo con este esquema de interpretación, Griffen afirma en su primer trabajo que uno de los principales problemas para el estudio de los grupos indígenas del Norte novohispano es su identificación. La región, nos dice ¡en este caso se refiere al Bolsón de Mapimí), se hallaba ocupada por varios "grupos tribales" mayores, cada uno de los cuales se hallaba subdividido en grupos menores "llamados bandas".15 La dificultad derivaría del hecho de que los españoles con frecuencia empleaban el "nombre" de alguna "banda" en particular para designar a un "grupo tribal mayor", o a un conjunto o asociación de bandas (cluster of bands), de manera que la tarea consistiría en distinguir en la documentación cuándo los españoles se referían a "bandas específicas" y cuándo a "grupos tribales mayores".16

Pero más allá de este problema analítico y documental, remarquemos que todo sucede en el trabajo de Griffen como si lo esencial de la organización social de los grupos nómadas se reflejara de manera directa y casi transpa-rente en la documentación colonial. Sistemáticamente elimina términos españoles de la época tales como "ranchería" o "parcialidad", y los reem-plaza por "bandas", sobreentendiendo que se trataba de unidades políticas y de parentesco que mantenían su cohesión e identidad interna, sea cual fuere la situación histórica en que se encontraran. Correlativamente, si el "nombre" de una banda deja de "aparecer" en la documentación, el autor asume que el grupo de parentesco como tal ha sido físicamente extermina-do. Pero como bien lo señala Chantal Cramaussel, detrás de la larga lista de 167 nombres de grupos indígenas del altiplano norteño que Griffen en-contró dispersos en la documentación, en realidad es posible encontrar una gran variedad de criterios de identificación y diferenciación, de entre

12 William Griffen/ Culture Change..., p. 3. 13 Ibid., p. 119. 14 Julien Steward, op. cil, p. 113. 15 William Griffen, Culture change..., p. v, introducción. 16 ídem.

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los cuales los vínculos de parentesco y territorialidad, tal y como los en-tendían los propios indios, se contaban entre los menos importantes.17 Lo mismo, poco más o menos, puede decirse del análisis que Griffen propone de la "territorialidad" de estos grupos. Siguiendo dentro de la misma lógi-ca, el lugar donde era avistado un grupo, por principio, debía corresponder con su "territorio tribal" pues, recordémoslo, teóricamente a cada banda patrilineal correspondía un ámbito geográfico bien delimitado: se refugia-ban para hacer la guerra en sus territorios tradicionales de caza. Así, la geografía de los encuentros y mutuas persecuciones entre españoles e in-dios rebeldes terminó convirtiéndose en el mapa de la distribución de los llamados grupos nómadas del Conchos y el Bolsón de Mapimí.

LAS BANDAS DE TOBOSOS

William Griffen basa esencialmente su trabajo en reportes y relatos de capitanes, soldados y gobernadores, así como en un gran número de infor-maciones de testigos relacionadas siempre con campañas punitivas y pa-cificaciones de indios. La idea de privilegiar esta documentación de gue-rra parte del principio de que es en ella donde aparecen mencionados de manera más sistemática los grupos indígenas, en lo que supuestamente debieron ser sus territorios tradicionales. En otras palabras, se trata de la búsqueda de una cierta "autenticidad" etnohistórica. Pero incluso si se tomara a la guerra como un elemento, por así decirlo "connatural" a la dinámica de estas sociedades, el procedimiento no deja de ser cuando me-nos riesgoso. El uso privilegiado de un solo tipo de información le impri-me necesariamente un sesgo particular al análisis: se sabe poco más o menos cómo trataban y cómo llamaban a los españoles cuando había guerra, pero se olvida y se ignora casi todo lo que sucedía en situaciones y tiempos de paz, como si esos indios fueran sólo de guerra, lo cual es falso la mayoría de las veces. Se deja pues de lado el estudio del tipo de víncu-los que indios y españoles establecían entre sí, e igualmente se pierde de vista su evolución en el tiempo. Esto es precisamente lo que sucede con los célebres tobosos, uno de los grupos más aguerridos, temidos y perse-guidos del siglo xvn norteño y del que, sin embargo, se sabe muy poco, salvo justamente que eran muy aguerridos y temibles.

¿Quiénes eran los tobosos? El estudio del caso toboso bien podría ser-vir de ejemplo de cómo se han construido en la historiografía muchas de las imágenes sobre los indios "bárbaros" y de guerra. Retomemos enton-ces los trabajos de William Griffen para ello. Este autor califica a los tobo-

17 Para un análisis pormenorizado del problema de los "nombres" atribuidos a los indios ver Chantal Cramaussel, "De cómo los españoles clasificaban a los indios. Naciones y encomiendas en la Nueva Vizcaya Central", en este mismo volumen.

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sos como una de las grandes "bandas" o "conjuntos de bandas" (band clustei) que habitaban el extremo norte del Bolsón de Mapimí, y añade que eran cultural y territorialmente muy cercanos a los salineros y distin-tos a su vez de los indios conchos.18 Revisemos un poco la manera como llega a esta definición etnohistórica. Griffen relata que después de algunos breves contactos en el siglo xvi, la verdadera irrupción de los tobosos en la escena neovizcaína fue hacia 1610, cuando se hace mención de ellos como asentados en Atotonilco, cerca del valle de San Bartolomé,19 y añade que comienzan a aparecer en la documentación como desert raiders, aunque sin mencionar ningún caso concreto. Enseguida menciona que en 1612 los tobosos huyen de su reducción y permanecen prófugos hasta 1618, cuando en el curso de la gran rebelión tepehuana toman definitivamente el sende-ro de la guerra, en compañía de los salineros;20 añade finalmente que si bien en 1624 había tobosos asentados en Atotonilco,21 a partir de esas fe-chas el Bolsón de Mapimí se convertiría en su ámbito preferido de gue-rra.22 Luego los tobosos vuelven a desaparecer por dos largas décadas de los registros de Griffen, quien argumenta que tan sólo en 1640 los men-cionan nuevamente como gente de guerra, al igual que a los salineros,23

hasta que una vez más, en 1643, aparecen reducidos en Atotonilco. Afir-ma que ninguna de estas pacificaciones fue duradera, y para demostrarlo, Griffen hace enseguida un detallado recuento de los ataques perpetrados por los tobosos y salineros durante los dos años siguientes en regiones tan alejadas de Atotonilco como Cuencamé, Las Bocas e incluso Mapimí y Pa-rras.24 Nos comenta igualmente Griffen que en 1645 una "banda" de to-bosos se asienta en Atotonilco, bajo el cuidado de su cacique, un indio lla-mado Cristóbal Zapata, el cual, añade, desaparece al poco tiempo de los registros, para sólo reaparecer una década después como jefe de guerra, sólo que no en Atotonilco, sino en la región de La Laguna.25 Este evento par-ticular, la súbita desaparición y reencuentro del cacique Cristóbal Zapata, al parecer resulta muy reveladora para el autor, pues de ella deduce que el cacique escapó de Atotonilco acompañado de varios miembros de su grupo de parentesco, es decir, su banda patrilineal, y que eligió como refugio una zona cercana al que debió ser su territorio de origen, es decir el Bolsón de Mapimí, donde se alió con otros indios comarcanos para atacar a los es-pañoles. Este acontecimiento, unido a los continuos ataques que registra

18 William Griffen, Culture changa..., p. 77 e Iridian assimilation..., p. 5. 19 William Griffen, Culture change..., pp. 9 y 77. 20 Ibid. e Indian Assimilation..., p. 4. 21 Ibid., p. 9. 22 Ibid., p. 77. 1 3 Ibid. , p. 10. 24 Ibid., pp. 12, 14 y 79. 25 Ibid., pp. 79 y 82.

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de parte de los tobosos unidos a los salineros en la zona que va de Indé a Parras/6 le permite deducir que el ámbito territorial de origen de los tobo-sos no es otro sino la región norte del Bolsón de Mapimí y que se trataba, por lo tanto, de un grupo culturalmente ligado a los "salineros" y cocoyo-mes de esa misma región.27

Así, mientras por un lado los españoles hacían esfuerzos por asentar-los, ellos adoptaban un patrón de guerra esencialmente depredador e iti-nerante, atacando sin cesar los asentamientos españoles y desplazándose enseguida a sus refugios en el Bolsón de Mapimí. Ello se demuestra una vez más en 1645, según nos dice, cuando los españoles llegan a perseguir-los en la llamada sierra del Diablo, al tiempo que nuevamente se hablaba de ellos con frecuencia como compañeros de correrías de los indios sali-neros y ejecutando ataques en regiones del Bolsón,28 al igual que en la Tarahumara, o en lugares tan distantes como Julimes.29 Finaliza el autor detallando cómo los ataques se repiten bajo este mismo patrón de disper-sión geográfica durante el resto de la centuria.3° Es interesante revisar có-mo para Griffen el patrón de dispersión geográfica que presentan los ata-ques de los tobosos opera como un revelador de la dinámica social de los grupos indígenas del Norte. Todo sucede como si, con el paso del tiempo, las guerras lejos de disminuir el vigor demográfico de las bandas patrili-neales tobosas lo acrecentaran, así como su ámbito de acción. De acuerdo siempre con los registros de nuestro autor, durante las décadas de 1660 y 1670, por ejemplo, se ve a los tobosos cada vez con mayor frecuencia en zonas situadas al norte de la cuenca del río Conchos,31 y pronto alcanzan también territorios tan al oriente como la provincia de Coahuila, e inclu-so ya durante el siglo xvín, en Nuevo León, que sería, a la postre, el últi-mo lugar donde se sabría de ellos antes de desaparecer.32

Sin embargo, para ese punto el análisis del autor se ha vuelto ya difí-cil de seguir,- a su abigarrado método de presentación de persecuciones y batallas, añade un sistema de identificación de "tribus", "grupos de ban-

26 Atacan, de acuerdo con estos registros, en río del Norte, Indé, río Angosto, Parras Guapa- gua, Las Cruces, Los Palmitos, El Gallo, Las Bocas, Los Charcos, Canatlan, y otros pun tos más. Ibid., pp. 19, 21, 24, 30, 77 y 112.

27 Ibid., pp. 76-79. l9> Anota ataques en Cuencamé, Mapimí, La Laguna, Indé, Parral, El Gallo, Parras y Las Bocas,

ibid., pp. 12, 14, 22, 24, 28, 29 y 79. 29 Ibid., pp. 22 y 25. 3° Así , por ejemplo, en 1655 se reportan ataques de tobosos en Las Cruces y Los Palmitos

(p. 29), Parral (p. 136], San Felipe de Tarahumaras, San Juan del Río y Canatlan (pp. 29 y 30). En 1 6 5 6 en Cerro Gordo, Cuencamé, Los Palmitos, Ocotlán, río Nazas, San Juan del Río, San Pablo de Tepehuanes y se les persigue nuevamente en la s ierra del Diablo (p. 30). El mismo patrón se repite para 1657: pp. 17, 30 y 136.

11 Se les ve en Encinillas y Tabalaopa, ibid., pp. 11 y 44 , y para 1658, p. 86. 32 Ibid., pp. 40, 43, 44 y 72.

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das" y "bandas particulares", donde datos documentales y deducciones ligadas a ellos se encadenan en una secuencia demasiado compleja. Pero, lo que es más importante, no siempre son claros los criterios a los cuales recurre para seleccionar o eliminar datos. Un ejemplo de lo anterior lo te-nemos en su análisis de los vínculos culturales que pudieron existir entre tobosos y cocoyomes. Al respecto nos dice que en 1748 un intérprete es-pañol intentaba interrogar en lengua cocoyome a un testigo sisimble y éste no logró comprenderlo; de ello concluye, aunque con reservas cierta-mente, que la lengua tobosa y la lengua chisa, y por lo tanto la concha, eran distintas entre sí, pues ya antes había dejado establecido que, siem-pre de acuerdo con este tipo de encadenamiento de deducciones, los si-simbles eran una "banda" perteneciente a la "tribu" de los chisos, los cuales a su vez eran conchos, mientras que los cocoyomes eran una "ban-da" de origen toboso.33 Admitiendo lo vaga que resulta cualquier conje-tura sobre las lenguas de este tipo de sociedades, simplemente consigne-mos que el propio autor presenta muchos otros ejemplos y testimonios que permitirían emparentar la lengua tobosa con la de los conchos y los chisos, ejemplos que sin embargo descarta sin demasiadas explicacio-nes.34 En realidad, lo que le da esa apariencia caótica y desordenada a estos trabajos es la ausencia de algún tipo de tratamiento serial, e incluso cronológico de la información, así como la ausencia de criterios que per-mitan colocar mínimamente en su contexto los materiales empleados. Toda la información es tratada de la misma manera, venga de donde ven-ga, lo mismo el sesudo y elegante reporte dirigido al virrey por algún go-bernador o visitador, que una información de testigos o la carta anual de un jesuita: todos son "informantes" al mismo título, siempre y cuando exista algún elemento "presencial" en sus afirmaciones. Pero, sobre todo, el problema es que nunca llega a profundizar en la situación de ninguna región ni de ninguno de los grupos indígenas en particular. Así, los tobo-sos que tan repentinamente "aparecen" en la escena hacia 1612 en la pro-vincia de Santa Bárbara, súbitamente se borran de los registros, aparecen de pronto en una u otra región, sin más explicación que los avatares de la guerra y finalmente desaparecen hacia finales del siglo xvn o principios del XVIII, tan repentinamente como llegaron.

LOS TOBOSOS Y LAS REDUCCIONES TEMPRANAS DEL RÍO CONCHOS

Más que el detalle de las identificaciones grupales o lingüísticas, lo que interesa aquí es acercarnos al tema de si es realmente posible hacer una lectura puramente etnohistórica de los datos histórico-documentales, y

33 Ibid., p. 135. 34 William Griffen, Culture Changa..., p. 41 y p. 135.

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en especial, los de las guerras con los indios. Numerosas preguntas surgen de la lectura de estos trabajos. ¿Por qué, por ejemplo, los tobosos "apare-cen" y "desaparecen" con tanta facilidad de la escena? ¿Por qué, en lo más álgido de las guerras contra ellos, lejos de disminuir, parecen multi-plicarse en número y extender su territorio? ¿Por qué, finalmente, desa-parecen de la escena tan lejos de los lugares donde fueron encontrados originalmente por los españoles? Tan sólo pensemos en los más de 600 km que separan la cuenca del río Florido de Nuevo León. En realidad, un simple análisis de la información más pormenorizado permite despejar muchas de estas dudas. Por principio de cuentas habría que adelantar que no hubo tales "desapariciones": los tobosos siempre estuvieron allí. Por otro lado, tampoco extendieron su territorio. Lo que sí se transformó, en cambio, a lo largo del tiempo, fue su situación dentro del contexto de la sociedad española local, y cambió también el significado mismo del tér-mino toboso: no es lo mismo, en absoluto, el toboso de principios del si-glo xvn que el de finales, cuando la palabra tenía ya una connotación muy distinta.

Pero comencemos por el principio. La historia de los contactos entre los españoles y los que después ellos mismos llamaron los tobosos no se inicia eni6n-i6i2, e incluso podría decirse que ni siquiera en 1582, sino mucho antes, a principios de la sexta década del siglo xvi, cuando a partir de 1563 los colonizadores españoles por primera vez se asientan en el lla-mado "valle de los conchos" estableciendo allí tres pequeños enclaves —la efímera villa nombrada La Victoria— y poco después, en 1567, los reales de San Juan y Santa Bárbara.35 Muy a pesar de que en algunas fuentes poste-riores los conchos adquirirían fama de pacíficos y maleables, en realidad no hubo necesidad de esperar la irrupción de las bandas de "nómadas" in-dómitos provenientes de recónditos rincones del desierto, para que la vio-lencia guerrera pasara a formar parte permanente de esas relaciones: eran los propios vínculos que ligaban a indios y españoles los que la gestaban por sí mismos y de manera casi automática, inmediata.

Pequeña y todavía frágil demográficamente, desde los primeros tiem-pos los traslados de indios del centro del virreinato habían sido un autén-tico sostén para el poblamiento en las más importantes fundaciones del norte,- tal había sido el caso en lugares como Durango, Nombre de Dios, Chiametla36 y en el propio "valle de los conchos". Sin embargo, eso no bastaba,- otra práctica legal, corriente y perfectamente sistematizada con-sistía en reducir, en repartimientos y encomiendas, a los indios de las zo-

35 Chantal Cramaussel , La provincia de Santa Bárbara en Nueva Vizcaya 1563-1631, Ciu dad Juárez, UACJ, Estudios Regionales i , 1990, pp. 18-20.

36 Salvador Alvarez, "Chiametla: una provincia olvidada del siglo xvi", Trace, núm. 22, di ciembre de 1992, pp. 10-13.

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ñas aledañas a las nuevas fundaciones. Esto fue también lo que sucedió en este caso con los conchos de la provincia de Santa Bárbara, pero poco tiempo resistieron bajo semejante yugo. Para 1575, la villa de La Victoria había sido ya destruida y abandonada, y en el mismo trance se hallaban Santa Bárbara e Indé, debido a que los indios, según rezaba un documento de la época, ;/se rebelaron, huyeron a la sierra y mataron a españoles in-dios y ganado".37 Pero aun amenazados e incluso hostigados por los indios de guerra, poco a poco, durante el resto del siglo, estos primitivos asentamientos se fueron consolidando,- aparecieron explotaciones de gra-nos y ganado, e incluso minas. Durante la década de 1580, por ejemplo, se verificó incluso un efímero auge minero en Santa Bárbara. Pero la otra cara de la moneda era que con todo ello, zonas cada vez más amplias, en este caso, toda la cuenca del bajo río Conchos y su afluente el Florido, es decir, la zona donde más tarde se hablaría con mayor frecuencia de los ataques e incursiones de los "tobosos", se convertía en coto privado para partidas de cazadores de esclavos que se internaban en ellas para trasladar gente de servicio hasta los establecimientos españoles.38 Más tarde, este caótico método de traslado forzado de mano de obra fue reemplazado por otras formas más estables y formalizadas, aunque igualmente violentas. En lugar de la venta de cautivos al mejor postor, la cual era ilegal en tiempos de paz y fomentaba que fueran extraídos de la provincia, se esta-bleció un sistema de repartimientos y encomiendas del cual podían bene-ficiarse los vecinos de mayor mérito, sin necesidad de depender de terce-ros.39 Una de las características más interesantes del sistema de encomienda y repartimiento de la Nueva Vizcaya fue que para su funcio-namiento siempre dependió del traslado y reubicación de indios muchas

57 "Relación hecha por Juan de Miranda, clérigo, al Dr. Orozco, presidente de la Audiencia de Guadalajara sobre la tierra y población que hay desde las minas de San Martín a las de Santa Bárbara", en Joaquín Pacheco, Francisco de Cárdenas y Luis Torres de Mendoza, Colección de documentos inéditos relativos al descubrimiento, conquista y organización de las antiguas posesiones españolas de América y Oceanía, Madrid, 1864.

38 Chantal Cramaussel, La provincia..., pp. 32-49. De la misma autora Diego Pérez de Lu jan: las desventuras de un cazador de esclavos arrepentido, Ciudad Juárez, UACj-Gobier- no del Estado de Chihuahua-Meridiano 107, Serie Chihuahua. Las Épocas y los Hombres, núm. 3, 1991. Igualmente, "Encomiendas, repartimientos y conquista en la Nueva Viz caya", Historias 25, julio de 1992, pp. 73-92.

39 Como bien nos lo explica Chantal Cramaussel en diversos trabajos, ambas instituciones —el repartimiento y la encomienda— existieron en realidad en la Nueva Vizcaya desde su fundación, aunque en un principio los tributos y servicios eran establecidos directa mente por los gobernadores,- sin embargo, a partir de 1582 quedó establecido que los anti guos tributos que los indios pagaban, o debían pagar en especie, serían conmutados por tres semanas de servicios personales por año y por tributario, aunque a cambio de esa res tricción se eximió igualmente a la provincia de pagar tributos a la corona. Chantal Cra maussel, Encomiendas..., p. 73.

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veces originarios de regiones muy alejadas. En épocas tempranas, era co-mún que los españoles establecieran sus haciendas y estancias cerca de las rancherías de los indios, a los que tomaban directamente en enco-mienda; sin embargo, ante la necesidad de incorporar indios de regiones cada vez más lejanas, se estableció un sistema mediante el cual la gente de servicio, tanto de repartimiento como de encomienda, debía ser saca-da anualmente y por tandas de sus reducciones y rancherías, para después ser devueltos por medio de caciques nombrados por los propios españoles hasta sus lugares de origen. Si bien este sistema de traslado anual funcio-nó en muchos casos, también fue usual que se organizaran partidas de cautiverio para sacar indios gentiles de regiones circunvecinas, para asen-tarlos a todos juntos en reducciones, o bien para depositarlos directamente en las haciendas de españoles.40 El secreto del éxito o del fracaso de este sistema se cifraba entonces en la capacidad de los propios españoles para mantener "de paz" a los indios capturados. Los españoles crearon para ello, a lo largo del siglo xvi, varias reducciones de indios conchos en la región del río Florido,- la primera, el llamado pueblo de Santa María,41 y la segunda, con mucho la más durable e importante, apareció hacia 1574 cuando se fundó el convento franciscano de la villa de Santa Bárbara. La nueva reducción no se asentó directamente en ese lugar, vacío por enton-ces, sino sobre el río San Bartolomé, que se estaba convirtiendo en la zo-na más poblada de la región; allí fueron asentados, juntos, indios mexica-nos e indios conchos. Después de varios abandonos y desplazamientos, el pueblo de indios o reducción terminó, hacia 1590, por establecerse de manera definitiva a orillas del río San Bartolomé, en el punto donde más tarde se levantaría el poblado español del mismo nombre.^2

Cabe insistir a este respecto en que este tipo de reducciones alberga-ban no sólo a indios sin encomendero, sujetos a repartimiento, sino tam-bién a los de encomienda. De acuerdo con los títulos de encomienda que se otorgaban por entonces en la Nueva Vizcaya, los encomendados eran entregados en depósito a sus encomenderos, quienes adquirían la obliga-ción no sólo de instruirlos y catequizarlos, sino también de defenderlos,

40 Ibid. Ver igualmente las instrucciones dictadas al respecto por Rodrigo de Vivero el 17 de junio de 1600, en Si lv io Zavala , El serv ic io personal de los indios en la Nueva España 1600-163 5, tomo v, pr imera parte , México, El Colegio de México-El Colegio Nacional , I99O/PP* 584-585.

41 Este pueblo fue fundado poco antes de 1575 sobre el r ío San Bartolomé y tuvo una exis tencia ef ímera: Chantal Cramaussel , "El pueblo de Santa María y el plei to sobre el agua de 1572 en San Bartolomé", Raíces 10, octubre-noviembre de 1990, pp. 8-12.

42 Chantal Cramaussel , "San Bartolomé colonial . Sis tema de r iego y espacio habitado", en Clara Bargel l ini , comp. , Arte y sociedad en un pueblo colonial norteño: San Bartolomé, hoy Valle de Allende, Chihuahua, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Estéticas, 1998.

S a l v a d o r Á 1 v a r e z

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a cambio, desde luego, de sus servicios personales y de guerra. Este últi-mo aspecto, el de la obligación del encomendero de mantener armas y ca-ballos para la guerra, y hacer uso de sus encomendados y gente de servi-cio en general, para situaciones de guerra, no era un mero recurso retórico, o un arcaísmo derivado de la reconquista, sino un hecho real, una necesidad de la que no podían eximirse los españoles. Puede decirse incluso que, vista en perspectiva, la participación de hacendados y enco-menderos y el uso constante de auxiliares indios armados provenientes de reducciones y haciendas en la defensa del territorio, la vigilancia de caminos, e incluso en el castigo y persecución de los indios de guerra, tu-vo un peso específico mucho mayor que el de los propios presidios.43 No existía pues ningún impedimento formal, antes al contrario, para que los indios pasaran a vivir con su encomendero, o de preferencia, en esa épo-ca, en las reducciones, donde podían disponer de lo necesario para vivir cultivando ellos mismos sus parcelas, ya que las haciendas eran todavía pequeñas, con pocas tierras labrantías y muy dispersas. De ese modo también, la tarea de vigilarlos y controlarlos se compartía entre los veci-nos y los frailes franciscanos.

Un excelente ejemplo de lo anterior es justamente el de los tobosos, quienes fueron originalmente uno de los muchos grupos de encomienda asentados a principios del siglo xvn en San Bartolomé. El primer título de encomienda de indios tobosos de que tenemos registro fue el extendido a Tomás del Río por Juan de Gordejuela Ibargüen, el 26 de julio de 1600.44

Por la fecha en que se expidió el documento nos aporta informaciones su-mamente interesantes acerca de las condiciones bajo las cuales los llama-dos indios tobosos fueron incorporados a la vida neovizcaína. Recalque-mos, por principio de cuentas, que se trata del primer texto colonial hasta ahora rescatado, donde se hace referencia concreta a indios tobosos, en fecha posterior al escueto relato de Antonio de Espejo. De acuerdo con el título de la encomienda, los indios de esta "nación tobosa" habitaban en un conjunto de rancherías que se hallaban "delante de donde llaman Las Salinas", donde colindaban por un lado con gente de "nación con-

43 Salvador Álvarez, "La hacienda-presidio en el Camino Real de Tierra Adentro", en Me morias del Primer Coloquio "El Camino Real de Tierra Adentro, Historia y Cultura", UACj-iNAH-National Park Service, en prensa.

44 Aunque desafortunadamente aún no ha sido posible localizar el original del título, conta mos sin embargo con un traslado parcial del mismo, en Silvio Zavala, El servicio perso nal de los indios en la Nueva España 1600-1635, El Colegio de México-El Colegio Nacio nal, tomo v, primera parte, México, 1990, pp. 590-591. Este traslado se realizó en 1624, con motivo de una reasignación de esta encomienda solici tada ese mismo año, ante el entonces gobernador Mateo de Vesga, por parte de Juan de Solís, quien había adquirido una serie de estancias de labor en el valle de San Bartolomé, con las cuales se incluía el servicio de los indios tobosos de encomienda.

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cha" y por la otra con los de "nación tepehuana"; añade el documento que los tobosos nunca antes habían sido encomendados, por lo que no ha-bía impedimento en depositarlos. No era extraño en la época que indios que habitaban cerca de una salina, en este caso las llamadas Salinas de Santa Bárbara, fueran entregados en encomienda a mineros. Tomás del Río se contaba, en efecto, entre los principales mineros y hacendados de Todos Santos, real de minas que por esa época había reemplazado a Santa Bárbara como el más importante de la provincia. Era hijo de Tomás Ro-dríguez del Río, quien fue "primer poblador" en Durango, y él mismo fue "primer poblador" de la villa y real de Santa Bárbara, donde había sido minero,- poco después se trasladó a Todos Santos, donde vivía al momento de recibir la encomienda. Se sabe también que Tomás del Río, además de minero, era estanciero,- trocó su hacienda en Durango por otra en la provincia de Santa Bárbara, propiedad de Lorenzo de Vera, la cual se con-virtió en una de las más importantes de la zona. Se cultivaban allí el trigo y el maíz, y se sabe también que abastecía a los reales de Santa Bárbara y Todos Santos con productos diversos,45 entre ellos muy seguramente la sal: de allí que obtuviera indios de la zona de las salinas en encomienda.

Durante esos primeros años del siglo xvn, la región del valle de San Bartolomé había experimentado un notable crecimiento,- nuevas estan-cias y haciendas fueron apareciendo a lo largo de las riberas del río y nue-vos indios también, como fue el caso de los tobosos, iban siendo asenta-dos allí. Una muestra de ese crecimiento la tenemos en la importancia que fue cobrando también la primitiva reducción de San Bartolomé. En pocos años el asentamiento se consolidó; además de una pequeña capilla, se construyó también una acequia y se abrieron parcelas de riego para los indios, los cuales subsistían de sus propios productos, al tiempo que asis-tían a trabajar en las haciendas de los españoles.46 Como corolario de todo ello, en 1604 la primitiva reducción de San Bartolomé dejó de ser una simple visita del convento de Santa Bárbara, para reemplazarlo en ese cargo. Se le asignaron dos frailes permanentes encargados de administrar directamente a los indios, e igualmente se abrió una nueva reducción de indios como visita de aquella, nombrada San Buenaventura de Atotonil-co.47 Ese mismo año, los encargados del nuevo convento de San Bartolo-

45 Chantal Cramaussel , La Provincia. . . , p. 62. 46 Chantal Cramaussel, Sistema de riego... 47 De acuerdo con fuentes franciscanas, la fundación de este nuevo pueblo de indios se re

monta a los años de 1601-1603, bajo el nombre de Santa María de Atotonilco; sin embar go, no hemos encontrado ninguna otra referencia a un poblado de ese nombre en la re gión: "Información de los conventos, doctrinas y conversiones que se han fundado en la provincia de Zacatecas, año de 1602", Colección de documentos para la historia de San Luis Potosí, publicada por Primo Feliciano Velázquez, San Luis Potosí, Archivo Históri co del Estado de San Luis Potosí, 1897-1898, t. 1, p. 153. Sin embargo, dadas las discre-

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mé informaban al virrey acerca de la apertura de la citada reducción, soli-citándole un estipendio especial para su sostenimiento. La respuesta del marqués de Montesclaros llegó por medio de un mandamiento del 7 de julio de 1604, donde se ordenaba al gobernador de la provincia que se les entregaran bueyes y aperos de labranza a los indios de Atotonilco, lo cual nos habla de que se trató de una fundación que albergaba un número con-siderable de indios. Éstos quedaron así bajo la tutela de los franciscanos, y del que era por entonces "protector de los indios conchos y de los con-ventos franciscanos", el capitán Diego de Morales, así como de varios ca-ciques indios, los cuales recibieron incluso cargos de justicia. El principal de ellos era don Cristóbal, quien recibió el título de "gobernador de los indios conchos"; con él estaba otro de nombre Francisco de Alanzuaco, quien fue nombrado "alcalde de los indios conchos de Atotonilco"; otro, de nombre Esteban, recibió el título de "alcalde indio"; Bautista, el de al-guacil indio, y había igualmente otros tres "caciques indios": el primero don Andrés, el segundo Maopa y el tercero, uno llamado Juan Díaz Ca-pe.48

Aunque en diversos documentos posteriores se indica que Atotonilco fue fundado con el propósito expreso de servir como reducción de indios tobosos, como puede verse claramente en el documento anterior San Bue-naventura de Atotonilco se fundó originalmente para albergar a indios conchos, sin que se hiciera ninguna referencia explícita a los tobosos. De cualquier modo, en efecto, hubo tobosos en Atotonilco prácticamente desde su fundación. En 1604, por ejemplo, Atotonilco aparece como "pue-blo de indios" en el censo de la provincia mandado a hacer por el goberna-dor Urdiñola y se consigna también que había ya tres vecinos españoles: Tomás Rodríguez del Río, hijo de Tomás Rodríguez, primer encomendero de los tobosos y dueño de la única estancia de labor en los alrededores de Atotonilco, y otros dos que vivían bajo su amparo: Juan Ruiz de Cabrera y Francisco de Olivia.49 Se sabe que para esas fechas Tomás del Río había muerto flechado por los indios (no se indica cuáles) y que su hijo, el citado Tomás Rodríguez del Río, había comprado la estancia de Atotonilco en 1602,5° donde se instaló con sus encomendados. Este antecedente sirvió, sin duda, para que más tarde los tobosos fueran concentrados en ese lugar.

pancias en el nombre, existe la posibilidad de que se trate de una confusión entre San Buenaventura de Atotonilco y el ya para entonces desaparecido pueblo de Santa María, o bien de que en un principio se haya pensado en Atotonilco para reemplazar a aquél. Ver igualmente Chantal Cramaussel, Sistema de riego...

48 A G Í , Contadur ía 925 , Cuentas de la Rea l Ca ja de Durango 1604-1605 . 49 A G Í , Guadala jara 28, Censo de la Provincia de la Nueva Vizcaya por e l gobernador Fran

cisco de Urdiñola, minuta de Santa Bárbara. 50 Guillermo Porras Muñoz, "Datos sobre la fundación de Ciudad Jiménez", Boletín de la

Sociedad Chihuahuense de Estudios Históricos, t. 4, núm. i, 1946.

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De acuerdo con lo visto hasta el momento, los primeros contactos di-rectos entre tobosos y españoles se desenvolvieron de manera muy seme-jante a lo que ocurrió con la mayor parte de los indios de la Nueva Vizcaya y del norte en general. Cabría preguntarse ahora si realmente es posible averiguar, a través de las fuentes, qué tipo de vida llevaban estos primeros tobosos antes de acercarse al yugo colonial, y si eran distintos en algo de los llamados "indios sedentarios" del septentrión, como los te-pehuanes, los tarahumaras y los propios conchos. Lo primero que hay que decir es que ni en estas ni en otras fuentes posteriores se caracteriza de manera especial a los tobosos. Sus primeros encuentros con los espa-ñoles, por ejemplo, no dieron pie a más violencia que la normal en ese momento en todo el Norte. Entre 1600 y 1604, en realidad toda la cuenca del Conchos se hallaba convertida en territorio de guerra, y numerosos indios fueron desplazados de sus lugares de origen al cabo de largas e in-tensas campañas de pacificación.51 Éstas culminaron con la fundación de otra reducción más, dependiente del convento de San Bartolomé, llamada inicialmente San Francisco de Comayaos y más tarde San Francisco de Conchos. Era la tercera reducción de indios conchos que se fundaba en la provincia, esta vez en una zona todavía muy poco poblada de españoles, pero donde, de acuerdo con los fundadores de la nueva misión, los indios eran numerosos,- fray Alonso de la Oliva reportaba en 1604 que había al-rededor de 4 000 posibles neófitos allí.52 Es probable que esos cálculos no estuvieran del todo equivocados, en vista de que durante los años subse-cuentes las reducciones de los conchos siguieron prosperando,- así, en 1610 San Francisco fue ascendida a la categoría de convento independiente, con dos religiosos53 y en 1611 y 1612 nuevamente se repartieron bueyes, obejas y aperos de labranza para las reducciones de conchos, incluyendo la de Atotonilco, donados por los labradores de San Bartolomé.54

Este periodo de relativa estabilidad fue roto por el gran levantamiento de los tepehuanes de 1616-1618. Aunque en un principio los conchos se habían mantenido al margen del conflicto, participando únicamente como auxiliares de los españoles, en 1617 los tobosos de Atotonilco de-sertaron de su misión y se lanzaron a la guerra. En realidad, sería difícil saber si la escapatoria de los tobosos tuvo alguna relación directa con las guerras tepehuanas de esos años, pero lo que sí es seguro es que los espa-

51 "Probanza de Miguel de Barraza residente en las Indias de Nueva España en la Villa de Durango de los servicios hechos a SM en los reynos de Vizcaya y Galicia", 1618, en Char les W. Hacket t , Histor ical Documents Relat ing to New México, Nueva Vizcaya, and Ap- proaches there to IJ J S , Washington, Carnegie Ins t i tu t ion, 1923-1937, vol . i , p. 96 .

52 Wigber to J iménez Moreno , Estudios de h is tor ia colonia l México , I N A H, 1958 , pp . 146- 147.

53 AGÍ, Contaduría 925, Cuentas de la Real Caja de Durango, 1610-1611. 54 AGÍ, Contaduría 925, Cuentas de la Real Caja de Durango, 1612-1613.

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ñoles así lo temieron, de allí que reaccionaran como si fuera así. Se orga-nizó entonces una expedición punitiva contra ellos al mando del capitán Pedro de Mosquera, la cual se dirigió hacia el oriente del río Conchos, hacia unas salinas denominadas Del Machete, donde se hallaban refugiados los fugitivos, e hizo gran cantidad de cautivos de guerra, los cuales fueron vendidos como esclavos en diferentes puntos de la Nueva Vizcaya. En uno de los pasajes del reporte consecutivo a esta expedición punitiva, en-contramos un elemento sumamente interesante acerca de cómo conside-raban, o mejor dicho, de cómo los españoles clasificaban en ese tiempo a . los tobosos: "El capitán Mosquera ha tenido [entradas] contra los indios que llaman salineros y contra otras dos naciones, conchos tobosos y ño-ñoques, ha hecho dos buenas presas en ellos;/.55

Como puede verse por la cita anterior, tobosos y conchos eran vistos como parte de una misma "nación".56 Los tobosos huidos de Atotonilco fueron reubicados allí, junto con otros llamados acoclames, nonojes y xi-pocales, y algo semejante sucedió con los fugitivos de las reducciones de San Bartolomé y San Francisco de Conchos. A partir de esa época la situa-ción interna de las reducciones del río Conchos tendió de alguna manera a degradarse. Las escapatorias masivas de haciendas y reducciones se hi-cieron más frecuentes que antaño y no fueron pocos los caciques y prin-cipales indios que pagaron con su vida su colaboración en las sacas de in-dios para los repartimientos y encomiendas. Bien vale la pena seguir un poco más de cerca algunos aspectos de este proceso.

Un buen marco de referencia lo podemos encontrar en las rebeliones de 1621 y 1624. La primera estalló en las reducciones jesuitas (o pueblos de misión, como se prefiera) de San Pablo de Tepehuanes y San Ignacio, ambas ocupadas por conchos, tepehuanes y tarahumaras, quienes huye-ron juntos y atacaron diversas estancias de la provincia de Santa Bárba-ra.57 La reacción no se hizo esperar y los estancieros de la provincia, co-mandados por uno de ellos, el capitán Francisco Montano de la Cueva, salieron en busca de los alzados, acompañados por un contingente de au-xiliares de San Francisco de Conchos y en poco tiempo dieron cuenta de los alzados. Más interesante que la rebelión misma resulta ser el proceso de pacificación que le siguió. Todavía el temor de un nuevo alzamiento general, semejante al ocurrido en 1616, se hallaba fresco en la memoria, y

55 "Relación breve y sucinta de los sucesos que ha tenido la guerra de los Tepehuanes desde el 15 de noviembre de 1616 hasta el 16 de mayo de 1618", en C. W. Hackett, Historical Documents..., vol. 2, p. no; el énfasis es nuestro.

56 Acerca del uso del término nación referido a los indios del septentrión novohispano, véa se Chantal Cramaussel, "De cómo los españoles...".

57 La rebelión y el proceso de pacificación que le siguió se hallan consignados en "Papeles del almirante Mateo de Vesga 14 dic. de 1620 a 19 mayo 1622"/ pp. 118-136, en C. W. Hackett; Historical Documents... vol. 2, p. 122.

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dado que en esta asonada habían participado tepehuanes, que eran consi-derados la máxima amenaza en ese tiempo, el gobernador Mateo de Ves-ga decidió convocar a sus mejores capitanes y distribuirlos por los cuatro rincones de la provincia y hacer él mismo un recorrido por las principales reducciones de la Nueva Vizcaya para confirmar con sus caciques las pa-ces pactadas unos años atrás.58 El gobernador visitó de preferencia las re-ducciones tepehuanas,*9 aunque también se ocupó de los conchos, y en particular de los tobosos de Atotonilco, quienes por medio de fray Alonso de la Oliva y en nombre de sus caciques don Jacobo, don Jusepe y don Cristóbal, dieron la paz, sin gran problema, prometiendo "que habían de bajar a la siega del Valle de San Bartolomé" junto con los "nonojes, xipo-cales y achaclames".60 Pero eso no fue todo: aprovechando la movilización general que se había provocado por el temor a los tepehuanes, el go-bernador ordenó asentar de paz, por la fuerza desde luego, a otros dos grupos recalcitrantes que, aunque ajenos a la rebelión de San Pablo y San Ignacio, se hallaban también en guerra y huidos de sus respectivos pue-blos,- ellos eran, por un lado, una partida de tepehuanes de la villa de Du-rango y, por el otro, los conchos que habitaban río abajo de la misión de San Francisco de Conchos.

En el caso de los primeros, se trataba de antiguos rebeldes que sim-plemente habían permanecido alejados de los españoles desde la rebelión dei6i6-i6i8y que fueron reducidos fácilmente,- en el de los conchos, en cambio, existían razones mucho más específicas. Unos meses atrás, al tiempo que estallaba la rebelión en San Pablo y San Ignacio, la justicia de San Bartolomé había enviado a don Alonso, un indio que portaba el pom-poso título de "cacique de la nación concha",

tierra adentro a llamar a los indios conchos para que fuesen a trabajar las la-bores y haciendas del dicho Valle como lo acostumbran cada año y que ha-biendo llamado y juntado algunos indios y queriendo volverse al dicho valle los que así había juntado se alzaron, rebelaron y flecharon e hirieron al dicho don Alonso cacique.61

58 En el documento se asienta que, terminada la campaña contra los indios de San Pablo y San Ignacio, el gobernador Mateo de Vesga "vino visitando [...] los pueblos y rancherías de indios tepehuanes que estaban de paz en la gobernación y con ellos confirmó las paces que tenían asentadas", "Papeles del almirante Mateo de Vesga", en C. W. Hackett, His-torical Documents..., vol. 2, p. 124.

5 y Vis i tó El Zape, Santa Catal ina, Papasquiaro, Capinamaíz, Milpi l las , Guarizamé, San Francisco del Mezquital , San Francisco de Ocotán, San Simón, Mapimí y otros más: ihid.

60 Ibid., p. 124. 61 Ibid.,?. 130.

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Los estancieros del valle de San Bartolomé volvieron a tomar las armas, y comandados por otro de ellos, el capitán Cristóbal Sánchez, se dirigieron en contra de los conchos alzados, quienes se habían refugiado río abajo. Los rebeldes fueron cercados y reducidos y varios de los cautivos envia-dos a Durango, donde el gobernador los condenó a ser vendidos como es-clavos en pública almoneda. Este castigo ejemplar, sólo aplicado a los in-dios "apóstatas" y considerados enemigos jurados de la corona, nos muestra que los conchos no eran vistos como gente especialmente dócil y poco beligerante. Los tobosos, mientras tanto, permanecían tranquilos en su reducción de Atotonilco, al parecer ajenos a aquellos acontecimien-tos. Dos años después, en 1624, la situación dio un vuelco y tocó esta vez a los tobosos el papel protagónico en un episodio muy semejante al ante-rior. Esta vez fue el cacique don Jacobo el encargado de mandar llamar a un grupo de tobosos de las salinas, para que se asentaran de paz y partici-paran en las cosechas del valle de San Bartolomé.62 Aunque el cacique no murió en el trance, los convocados se negaron a "bajar de paz" y más tar-de, en las informaciones de testigos, confesarían que ellos habían perma-necido alzados "desde hacía más de veinte años", "sin tener ni haber da-do obediencia a su magestad, retirados en los campos y sin doctrina", cometiendo robos y ataques a las estancias de los españoles y acompaña-dos de algunos indios llamados "salineros", probablemente tepehuanes. En vista de la negativa a reducirse, otra vez los estancieros de San Barto-lomé se organizaron para salir en busca de los rebeldes, siempre bajo el mando del capitán Cristóbal Sánchez, y una vez más los cercaron y los redujeron, hiriendo a algunos y tomando cautivos a otros.63 También en este caso los derrotados hicieron las paces con el gobernador, quien, por tratarse de un grupo bastante numeroso, los hizo poblar en un puesto nombrado San Felipe de Río Florido, ubicado a seis leguas de Atotonilco, y el cual quedaría a cargo de fray Lázaro de Espinoza, superior del con-vento de San Bartolomé.64

Como hemos podido ver, todavía en esta época, a pesar de las escapa-torias y escaramuzas, los tobosos no se distinguen del resto de sus congé-neres, cuando menos en cuanto a algún supuesto carácter especialmente guerrero o huidizo. Es evidente, por ejemplo, cuando en el documento de 1624 los tobosos que iban a ser reducidos en San Felipe de Río Florido afirmaban haber permanecido desde hacía dos décadas alejados de los es-pañoles y "sin doctrina", que ello se refería a ese grupo en particular y no a que todos los tobosos hubiesen permanecido siempre irreductibles, por

62 "Papeles del Almirante Mateo de Vesga", en C. W. Hackett, Historical Documents..., v. 2, p. 140. 6*

Ídem. ^ ídem.

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completo refractarios a su incorporación a la sociedad española y en esta-do de guerra permanente: hemos visto que no fue así. Había, en cambio, otros grupos en esa época que eran considerados como mucho más peli-grosos y terribles que los tobosos, en particular los civilizados y sedenta-rios tepehuanes, o bien los xiximes y los acaxees, y hasta los casi mesoa-mericanos indios de la provincia de Chiametla, eran más temidos que ellos.65 Notemos simplemente que, hasta la década de 1620, sólo dos grandes grupos aparecen con sus nombres de manera sistemática en las reducciones del río Conchos: los propios conchos y los tobosos, o con-chos-tobosos, como se les llamaba también en ocasiones. Fuera de estos dos, sólo de manera ocasional aparecen indios de otras "naciones" como asentados allí; recordemos, por ejemplo, a los nonojes, acoclames y xipo-cales, que aparecen después de las guerras de 1618, de los cuales lo único que se sabe es que los españoles decían que eran "sujetos" de los tobosos. Difícilmente, sin embargo, pueden encontrarse en la documentación ele-mentos que permitan diferenciar claramente entre estos dos grandes gru-pos: conchos y tobosos.

Desconocemos por desgracia el origen geográfico preciso de las enco-miendas de tobosos y de los tobosos reducidos en Atotonilco,- sólo se con-signa en la documentación de manera incidental que se trataba de gente "de las salinas", sin más precisión al respecto. Fuera de esta vaga alusión a su proveniencia, tema que abordaremos más adelante, y del hecho de que portaban un apelativo distinto, muy poco distingue a los tobosos de los conchos de paz en la reducción de Atotonilco. La década de 1620 fue una época de expansión para el sistema misional en la provincia,- por todas par-tes en las regiones circunvecinas se creaban nuevos enclaves españoles y reducciones de indios,66 y en Atotonilco igualmente se abrieron varias es-tancias y haciendas de granos y ganado en sus inmediaciones, detentadas en particular por antiguos mineros del real de Todos Santos, el cual había prácticamente desaparecido y todo indica que cuando menos algunos tobo-sos de Atotonilco pasaron a trabajar en ellas como encomendados.67 Igno-

65 Para un relato de la rebelión tepehuana de 1616-1618, véase Guillermo Porras Muñoz, La frontera con los indios de la Nueva Vizcaya en el s iglo xvn, México, Fomento Cultural Banamex, 1980, pp . 141-164; acerca de la provincia de Chiamet la , Salvador Álvarez , Chiametla, una provincia olvidada... , en especial pp. 9-10 y 18-22.

66 En 1624, por ejemplo, al mismo tiempo que en la parte oriental de la provincia se estaba creando la reducción de San Felipe de Río Florido, más al sur se abría la de Santa María de Cerro Gordo, con tepehuanes, y en el occidente surgían las misiones de San Miguel de las Bocas (en el propio río Florido), San Ignacio de Tarahumaras y Santa Cruz de Tepe huanes: Chantal Cramaussel, La provincia... , pp. 51-60.

67 Además de la ya citada encomienda de Tomás del Río, conoce el caso de la de Bartolomé Delgado, quien pasó a ser encomendero de tobosos: Chantal Cramaussel, Sistema de rie go...

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ramos si durante ese periodo en particular los tobosos estaban siendo uti-lizados también para explotar las salinas de las llanuras orientales de la provincia, o si se estaban practicando nuevas capturas o pacificaciones de tobosos y demás indios para colocarlos en reducciones y haciendas, o si simplemente todo se debió a los rigores del trabajo en ellas, pero el caso es que, en 1627, nuevamente los indios de Atotonilco abandonaron su re-ducción y, al igual que tres años atrás, se organizó una entrada contra ellos y fueron reducidos. Lo curioso de este episodio es que esta vez el en-cargado de llamarlos de paz fue el indio Alonso, quien ostentaba el título de "capitán de los indios conchos de la parcialidad de Atotonilco",68 lo cual muestra que seguía siendo considerada como reducción de conchos y de tobosos.69

La nueva escapatoria y reducción resultó ser un episodio pasajero y durante los años siguientes los indios de Atotonilco incluso incrementa-ron su número: en 1630, el poblado había alcanzado ya los 200 vecinos in-dios.70 Incluso en ese periodo se les llegaron a confiar a los tobosos labores de guerra,- en 1632, por ejemplo, salieron bajo el mando sus principales, Alfonso y Alvaro (de los cuales no se sabe si eran tobosos o conchos), co-mo auxiliares de guerra en contra de los indios llamados "macames" (o conchos "masames", nombre de una encomienda de conchos del valle de San Bartolomé), de quienes se decía eran "vecinos" de los propios tobo-sos.71 La apertura de las minas de Parral y las nuevas presiones que ello trajo aparejado para las sociedades indígenas locales no parecieron cam-biar demasiado esta situación, al menos en el corto plazo. En 1635, por ejemplo, nuevamente los tarahumaras y tepehuanes de San Pablo, San Ig-nacio, Las Bocas y demás misiones se alzaron y fueron derrotados, pero los tobosos permanecieron tranquilos. Tan tranquilos parecían los tobosos en esa época que, en 1632, el gobernador Gonzalo Gómez de Cervantes, ante la falta de sal que se vivía en el recién fundado y floreciente real del Parral, informaba que había salinas situadas a nueve días de camino de Parral, en términos de los territorios de "los indios tobosos que han venido de paz", por lo que hizo llamar a sus principales y caciques, don Jacobo, don Pablo y don Agustín, así como a Chaome, cacique de los nonojes, y a Mázate, que lo era de los "ococlames", para pactar un asiento sobre la explotación de esas salinas. Los caciques escucharon el auto del gobernador al respec-to, y aceptaron gustosos su contenido, prometiendo

f i 8 A G Í , Contadur ía 92 5 , Cuentas de la Real Caja de Durango. 69 Ese mismo año fue nombrado el indio Mateo de Atotonilco, capitán de la nación concha:

ibid. 70 Guillermo Porras Muñoz, El nuevo descubrimiento de San ¡osé del Parral México,

UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, 1988, pp. 33-37. 71 AGÍ, Contaduría 926, Cuentas de la Real Caja de Durango, 1632-1634.

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que gustando su señoría ellos acudirían a su tiempo y con su gente a cogerla y amontonarla y que podrán entrar con toda seguridad carros y recuas a car-gar y al tiempo de la cosecha se les lleve bastimento para que coman y se les pague su trabajo, porque con puntualidad acudirán cada año a servir a su ma-gestad en esto... Y los dichos caciques aceptaron el dicho asiento y prometie-ron de cumplir lo que tienen ofrecido con lo cual se despidieron de su señoría del dicho señor gobernador.72

Por el momento, el carácter relativamente pacífico y cooperador de los to-bosos no parecía despertar demasiadas dudas entre los españoles. Al des-pedirse, los caciques entregaron incluso varias cabelleras de indios rebel-des que se hallaban quizá en sus tierras. De toda evidencia, la situación no era del todo pacífica, pero tampoco puede decirse que de urgencia extre-ma. Habría que esperar todavía varias décadas para que esta situación co-menzara a cambiar de rumbo y para que comenzara a aparecer otro tipo de toboso, que no es necesariamente el mismo que hemos descrito hasta ahora, y que denominaremos, a falta de otro término mejor, el toboso de guerra.

LOS AGRICULTORES DE PAZ

Valdría la pena hacer un alto en el camino para ver si a partir de la docu-mentación existente acerca de estas primeras décadas de contactos es posi-ble identificar de qué tipo de sociedad provenían estos tobosos. Si nos limi-táramos tan sólo a lo que podríamos llamar fuentes de "primera mano", esto es relatos de época, y de preferencia presenciales, lo primero que ve-mos en ellos es que sólo disponemos unas pocas, breves y escuetas descrip-ciones de la región de los tobosos y que son básicamente las mismas que tocan a los conchos. Sin embargo, el punto más importante no se encuen-tra allí, sino en cómo esos textos han sido construidos. Sin querer entrar en demasiadas honduras a este respecto/3 citemos simplemente como ejem-plo la célebre descripción de Juan de Miranda de 1575, uno de las primeros textos de primera mano que se refieren al río Conchos. En ella se dice:

llámanle el río de las conchas y a ésta causa, llaman a los indios que en él hay, de las conchas; hay grandísima cantidad de indios a los cuales por no ha-

72 Asiento con los tobosos sobre unas salinas, en Guillermo Porras Muñoz, El nuevo descu brimiento..., p. 226, apéndice 3.

73 Para una profunda discusión acerca de la construcción de los textos sobre los indios en el periodo colonial, véase Guy Rozat, Indios imaginarios e indios reales en los relatos de la conquista de México, México, Tava Editorial, 1993. Del mismo autor, sobre los textos je suítas norteños, Apaches y jesuítas: cuentos y recuentos, México, Universidad Iberoa mericana, en prensa.

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ber habido nahuatatos que les entiendan no se les ha podido hablar y llamar de paz. Hasta ahora pocos días ha que se tuvo ser de la lengua de los indios del pueblo de San Miguel, y dicen los indios de este pueblo haber salido y procedido de aquella provincia; entiende se vendrán todos de paz con facili-dad por las lenguas y hay tanta cantidad de gente que según dice el nahuata-to, habrá tantos como en Tlaxcala, e dan por noticia estar no muy lejos de la mar; es gente inhábil y desabida, porque no tienen sementeras de maíz ni otras semillas y se sustentan con muy viles y bajos mantenimientos.74

Ya tan sólo en esta corta cita encontramos elementos que serían difíciles de integrar a un reporte etnográfico o etnohistórico. Por ejemplo, la afirma-ción de que los indios al norte del Nazas eran "numerosos", puede resultar aceptable/ en la medida en que otros muchos documentos y los propios acontecimientos así lo confirman. Pero si bien, por la misma razón, la fra-se de que eran "tantos como en Tlaxcala" podría tomarse como un simple recurso de lenguaje, en realidad allí el asunto ya no es tan sencillo. No po-demos dejar de lado que, unas líneas antes, el franciscano dice haber tenido noticias, supuestamente por medio de un nahuatlato, de que estos mismos indios "dicen haber venido y procedido" de la provincia de San Miguel, es-to es, de San Miguel de Culiacán, añadiendo que su lengua era la misma que se hablaba en aquel lugar. Si realmente le quisiéramos atribuir la cate-goría de "informante" a Juan de Miranda, lo menos que se podría decir es que resulta un testimonio bastante curioso desde el punto de vista etnográ-fico y filológico. Pero en realidad tampoco éste es el asunto,- no olvidemos que hacia la década de 1570 todavía se hablaba con frecuencia de Culiacán como el posible lugar de origen de los aztecas, por lo que no es de extrañar que el franciscano identifique la procedencia de los indios de lo que era el norte ignoto de ese tiempo con Culiacán, obviamente no a partir de lo que los indios "le dijeron", sino de su propio saber. La alusión a que había tan-tos indios "como en Tlaxcala" bien puede colocarse en el mismo registro: tan sólo ocho años después, Antonio de Espejo saldría en busca de un ignoto y riquísimo reino septentrional, al cual bautizó justamente como la Nueva Tlaxcala. Juan de Miranda, igualmente, no hace sino poner su grano de arena en la cuestión del tamaño del continente hacia el norte, cuando de su propio peculio, o por medio de un "nahuatlato", hace decir a estos in-dios que sus tierras se encontraban "no muy lejos de la mar": como sabe-mos, lo estaban, y mucho. Ante todo esto, resulta difícil darle su lugar a la afirmación de Miranda acerca de que los indios de esa región eran gente tan "inhábil y desabida" que ignoraba el uso de cualquier semilla, en espe-cial sabiendo que Miranda nunca recorrió esos territorios.

74 Relación hecha por Juan de Miranda, en Joaquín Pacheco, Francisco de Cárdenas y Luis Torres de Mendoza, Colección de documentos..., vol. 16, p. 569.

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Contrastemos entonces el relato de Miranda con otro, proveniente de una de las primeras expediciones que remontaron el río Conchos, la de Antonio de Espejo, en 1583, quien describió de la siguiente manera a sus habitantes:

hallamos que se sustentan de conejos, liebres y venados, que cazan y hay en mucha cantidad y de algunas sementeras de maíz y calabazas y melones de Castilla y sandías, que son como melones de invierno que siembran labran y cultivan,- y de pescado y de máscales que son pencas de lechuguilla.75

Como puede verse, existe una gran diferencia entre la opinión de Espejo y la de Juan de Miranda. En realidad ya otros autores anteriormente han comentado este punto en particular, remarcando el relativo valor que con frecuencia hay que otorgar a este tipo de relaciones. Miguel Othón de Mendizábal, por ejemplo, recordaba que mientras en la relación de Pedro de Bustamente y Hernando Gallegos, soldados de Chamuscado, quienes habían recorrido el mismo territorio tan sólo un año antes que Espejo, se decía que los habitantes del Conchos eran "chichimecas des-nudos, que se mantienen de raíces y otras yerbas del campo". A un año de diferencia, nos dice Mendizábal, otra expedición da una versión por entero distinta de la misma cuestión y argumenta que probablemente ambas descripciones fueran correctas en lo fundamental, salvo por el he-cho de que, quizás, unos y otros hubieran pasado en épocas diferentes del año y presenciado distintas actividades estacionales: recolecta de frutos silvestres por un lado, cuidado de cultivos y pesca, por el otro.76

Anotemos al respecto, que la descripción de los conchos que dejó Diego Pérez de Lujan, acompañante de Espejo, deja pensar que Mendizábal te-nía razón. Según este experimentado cazador de esclavos, bien acostum-brado a esos parajes, los indios de por allí practicaban la pesca y la caza, al tiempo que cultivaban maíz, calabazas y melones, e incluso añade que esto último lo hacían en terrazas alejadas del río, por temor a las inunda-ciones. Vale la pena destacar también que Pérez de Lujan, quien tenía entre sus indios de servicio esclavos capturados en esa región, comenta-ba que sólo dos lenguas se hablaban a lo largo de la cuenca del río: la concha, desde la provincia de Santa Bárbara, hasta cerca de la confluen-cia del Conchos con el Bravo, y la que él llamó patarabuey, en la junta de esos dos ríos: un testimonio valioso, viniendo de un buen conocedor del terreno.

75 Relación de Antonio de Espejo, en Joaquín Pacheco, Francisco de Cárdenas y Luis Torres de Mendoza, Colección de documentos..., vol. 15, p. 124.

76 Miguel Othón de Mendizábal, Influencia de la sal..., p. 107. Ver igualmente Ralph L. Be- als, The Comparativa Ethnology..., p. 99.

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No hay mucho más que decir respecto de lo arriba señalado. Los tex-tos del siglo xvi norteño son especialmente parcos en cuanto a descrip-ciones de indios; de imágenes, ni hablar: simplemente no existen. Lo arri-ba citado es prácticamente lo único con que contamos como descripción de los conchos en el xvi. En cuanto a los tobosos, la situación no es me-jor; disponemos solamente de una anotación de Espejo, quien menciona lo siguiente sobre un punto no muy lejano de la confluencia de los ríos Conchos y Bravo: "salimos de esta nación [de los pasaguates] y a la pri-mera jornada hallamos otra gente que se llaman los jobosos"; es todo.77

Durante el siglo xvn, fuera del ámbito jesuita, los españoles prácticamente no mostraron interés alguno en describir a los indios,- la época de los grandes relatos de expediciones y conquistas había quedado atrás, y du-rante este siglo, lo poco que sabemos acerca de cómo vivían los indios en su propio medio proviene de cortos y escuetos comentarios, simples ano-taciones dispersas en un mar de documentación diversa. Ésta es, en el fondo, la razón por la cual los etnohistoriadores han preferido o intentado reconstruir los caracteres culturales de los grupos indígenas norteños a través de elementos indirectos, complementados con lo que podría pare-cer un adecuado marco teórico de referencia.

Después de lo expuesto anteriormente, podemos regresar al tema de cuál fue la situación, dentro de la sociedad española, de este grupo que ha sido caracterizado como típicamente cazador-recolector, en este caso, los tobosos, y hasta dónde tal caracterización es en efecto sustentable. Un pun-to de partida que nos parece esencial es que por desgracia desconocemos el origen geográfico de los primeros tobosos que fueron asentados en la enco-mienda de Tomás del Río, y en Atotonilco poco después. Si realmente, co-mo es lógico suponer, ya que era lo normal a principios del siglo xvn, se tra-taba de gente que provenía de las cercanías de la propia misión, lo más problable entonces es que conocieran en algún grado la agricultura, lo cual explicaría su relativamente rápida adaptación a la forma de vida que se les impuso allí. En realidad, no existen razones documentales para confinar a los tobosos a un ámbito geográfico restringido y sobre todo tan restrictivo como lo es el interior del Bolsón de Mapimí y hacer de ellos, por lo tanto, cazadores-recolectores "puros": no es en este ámbito donde se mueven los tobosos históricos. La misión de Atotonilco se encontraba a unos 15 ó 20 km del valle de San Bartolomé, casi en la confluencia del río de este nom-bre y el Florido, del cual es uno de sus principales afluentes. El Florido nace en la sierra de Santa Bárbara, desde donde toma un breve curso hacia el sur, para después torcer en dirección del noreste por unos 100 km hasta la con-fluencia con el río de San Bartolomé, muy cerca de donde se encontraba la misión de Atotonilco; luego se dirige hacia el noroeste, hasta reunirse con

77 Relación de Antonio de Espejo..., p. 125.

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el Conchos unos 120 km más adelante. Atotonilco se encontraba, enton-ces, sobre uno de los puntos más orientales de la cuenca de este río, que de alguna manera marca un límite entre las estribaciones del Bolsón de Mapi-mí propiamente dicho, hacia el este, y la cuenca del Conchos y el sotomon-tano de la sierra Madre Occidental, hacia el poniente.

Se trata pues de una zona, por así decirlo, de transición entre esos dos grandes conjuntos geográficos, hecho que debe ser tomado en cuenta a la hora de intentar una caracterización de los grupos indígenas que la habita-ban. Aunque la pluviometría y la vegetación son poco más o menos las mismas hacia una u otra banda del Florido, la diferencia consiste en que quien se dirigiera hacia el Bolsón, a partir de Atotonilco, no encontraría ninguna corriente de agua permanente en muchos cientos de kilómetros, y en cambio, a tan sólo una veintena de kilómetros hacia el poniente se to-paría con el río del Parral, o San Gregorio. En contraste con el curso del río San Bartolomé, el cual se pobló desde épocas muy tempranas/8 la ocupa-ción de la franja oriental del río Florido fue más lenta y tardía. Río abajo de Atotonilco, los dos asentamientos españoles más importantes eran las ha-ciendas de La Concepción y la llamada justamente de Río Florido.79 Río arriba, en cambio, entre Atotonilco y San Francisco de Conchos, los asen-tamientos españoles fueron mucho más tardíos.80 Las razones que pueden evocarse para explicar lo tardío del poblamiento de esta zona son múlti-ples, pero la más importante es, sin lugar a dudas, la lentitud con que lo-graron consolidar sus endebles demografías los asentamientos de españo-les de la provincia. Como bien lo ha demostrado Chantal Cramaussel, en los poblados y haciendas de españoles de ese periodo, los indios que consti-tuían la mayor parte de la población presentaban tasas de reproducción prácticamente nulas, e incluso desaparecían con celeridad y esto necesaria-mente afectaba de manera negativa la demografía del resto de los grupos sociales.81 Por otro lado, el fulgurante crecimiento que experimentó Parral

78 Chantal Cramaussel, La provincia... , pp. 19-26. 7y Los orígenes de ambas pueden fecharse hacia la década de 1620: Archivo Histórico de Pa-

rral , Microfi lms UTEP, 1664b: Testamentaría del capi tán Andrés del Hierro. Es probable que surgieran al l í como consecuencia justamente de la creación de la reducción de San Felipe de Río Florido, en 1624: Chantal Cramaussel, La provincia. . . , 1990, p. 56.

80 Fuera de l as hac iendas de San Franc i sco de Conchos , l a ún ica hac ienda impor tan te de que tenemos noticia en esa parte del r ío es la de San Antonio de la Enramada (o de la Ra mada) , la cual exis t ía a pr incipios del s iglo xvm y que perteneció a los dueños de la ha c i e n d a d e S a n t a M a r í a d e A t o t o n i l c o ; a n t e s d e e s a f e c h a a p a r e c e ú n i c a m e n t e c o m o "pues to" . En 1728 per tenec ía a Anton io y Ger t rud i s Rode la , dueños de l a hac ienda de Santa María de Atotoni lco: Archivo Histór ico de Parral , Microfi lms UTEP, Visi tas de las haciendas de Valle de San Bartolomé, 1728. Más tarde, la Enramada pasó a manos de ¡o seph de Berroterán, capitán del presidio de Conchos.

81 Chantal Cramaussel , "Haciendas y mano de obra en Nueva Vizcaya: el curato de Parral" , Trace, núm. 15, 1989, pp. 23-24.

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durante sus primeros años se detuvo en el corto plazo, lo cual limitó las posibilidades de este poblado como factor de colonización, pese a que era uno de los mayores del norte novohispano.82

También podría argumentarse que la ferocidad e insumisión de los indios de esa región, en especial los tobosos, fue la que frenó el estableci-miento de los españoles en ella. Pero la falta de pobladores españoles no fue una característica propia del bajo río Florido,- la tarahumara tampoco se colonizó durante el siglo xvn, pese a su mayor fertilidad y a estar po-blada por "agricultores incipientes". El hecho, en suma, es que durante todo el siglo XVII, e incluso mucho más allá en el tiempo, prácticamente toda la parte oriental del río Florido y sus alrededores permaneció como tierra de indios. No existe ninguna indicación válida para afirmar que los "tobosos", y en especial los que se asentaron en Atotonilco durante la primera mitad del siglo xvn fueran gente que proviniera o habitara exclu-sivamente en las tierras situadas al oriente del curso del Florido, y que evitara, por alguna razón misteriosa, asentarse sobre sus riberas, o en los territorios situados al oeste de las mismas. Es claro que es allí, sobre el río, donde existían mayores posibilidades de que la población indígena fuera un tanto más densa, y que allí se dirigirían preferentemente los es-pañoles en busca de gente para sus establecimientos. La historia tempra-na de los tobosos nos habla de gente a la que, al igual que a los conchos del curso mayor del río, les eran familiares, tanto las labores agrícolas en pequeña escala, como la caza-recolección en las tierras del interior, tanto del Bolsón como del sotomontano de la sierra Madre, sin que pueda irse mucho más allá en cuanto a precisiones. De hecho, los propios españoles no establecieron, cuando menos en épocas tempranas, diferencias que ha-gan pensar en que existiera una distancia cultural notable entre conchos y tobosos. Ambos sirvieron desde épocas muy tempranas en haciendas de españoles y, lo que es más importante, en reducciones con gobernadores y caciques en común; lo más que se percibe es que la lengua tobosa no era exactamente igual a la de los conchos de otras regiones, aunque com-prensible para aquéllos.

Dos veces durante las primeras dos décadas de su existencia, se entre-garon aperos de labranza para los indios de Atotonilco, y lo normal era que los habitantes de este tipo de reducciones vivieran del producto de sus propias tierras, como fue el caso del pueblo de indios de San Bartolo-mé y, salvo demostración en contrario, también de los de Atotonilco. No se tienen referencias, por ejemplo, de que los franciscanos solicitaran a las autoridades españolas algún tipo de estipendio para el sostenimiento

82 Salvador Álvarez, "Minería y poblamiento en el norte de la Nueva España. Los casos de Zacatecas y Parral", en Actas del I Congreso de Historia Regional Comparada, Ciudad Juárez, UACJ, 1989, pp. 133-134.

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de la reducción de Atotonilco, tal como sucedió, por ejemplo, con los guachichiles en el siglo anterior, de modo que, de grado o de fuerza, los tobosos tuvieron que cultivar sus tierras.83 Por otro lado, recordemos igualmente que en los documentos de 1621 y 1624 se afirma explícita-mente que los tobosos eran asentados en Atotonilco para trabajar en las cosechas del valle de San Bartolomé. De una u otra forma, todo lo ante-rior nos indicaría que los tobosos no desconocían por completo el trabajo agrícola. Cierto, puede argumentarse que los tobosos pudieron aprender a servirse de implementos agrícolas a través de un cierto proceso de "acul-turación". Sin embargo, semejante hipótesis, más que ser una explica-ción plantearía un problema; habría que explicar, por ejemplo, por qué es-tos habitantes del bajo río Florido ignoraban por completo el uso de semillas, mientras que sus vecinos, a unos cuantos kilómetros, sí se ser-vían de ellas; igualmente habría que preguntarse de qué modo individuos que durante milenios sólo habían conocido la caza y la recolecta se con-virtieron en agricultores en menos de una generación.

Por otra parte, también es un hecho que los españoles consideraban a los conchos y a los tobosos como pertenecientes, si no al mismo grupo, a grupos afines entre sí. Los tobosos siempre compartieron la reducción de Atotonilco con los conchos propiamente dichos, e incluso tenían autori-dades indias en común. En todo caso, todo indicaría que para los españo-les que los congregaban allí, la característica que diferenciaría a los tobo-sos de los conchos era en primer lugar la región que habitaban y quizás en segundo lugar, su lengua. El aspecto físico, y sobre todo, característi-cas culturales tales como el modo de obtener su subsistencia, no parecen haber tenido gran peso en este caso. En 1619, por ejemplo, en el curso de una expedición por el bajo río Conchos, sobre el camino real del Nuevo México, el gobernador Mateo de Vesga anotaba que los conchos de esa re-gión eran difíciles de combatir, pues en tiempos de guerra abandonaban sus asentamientos para dedicarse a la caza, la recolección y la pesca.84 Éste es probablemente uno de los primeros testimonios de su tipo, acerca de los conchos como indios de guerra, y es una descripción que perfecta-mente podía encajar con la de cualquier otro grupo de la región y en parti-cular con los tobosos.

83 Según las cuentas de la Caja Real de Durango, el convento de San Bartolomé recibía du rante el periodo en cuestión un estipendio anual de la Real Hacienda de 500 pesos de oro común, para el sostenimiento de dos frailes; tal como se consigna en páginas anteriores, dos veces se entregaron aperos de labranza para las reducciones del valle de San Bartolo mé, esto es en 1604 y 1612: AGÍ, Contaduría 925, Cuentas de la Real Caja de Durango, 1604-1612. No se tiene noticia alguna de que los labradores de San Bartolomé hubieran entregado granos, carne o algún otro producto para el sostenimiento de ninguna de las dos reducciones.

84 William Griffen, Culture change..., p. 39.

3 3 ^ S a l v a d o r Á l v ax e z

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La propuesta de William Griffen de privilegiar el territorio como cri-terio de diferenciación de los grupos étnicos norteños, sin dejar de ser in-teresante, sólo sería válida si se pudiera demostrar que estos grupos de algu-na manera permanecieron fijos sobre espacios territoriales bien definidos. El hecho, por ejemplo, de que en la documentación se catalogue a los to-bosos como habitantes "de las salinas", no añade, en realidad, gran cosa al conocimiento que se tiene de ellos. El asiento supuestamente acorda-do en 1632 entre los tobosos y el gobernador Gómez de Cervantes ejem-plifica perfectamente cómo los españoles sistemáticamente intentaban atraer e incluso establecer hacia las salinas o sus inmediaciones. Se sabe que tanto las sociedades de agricultores incipientes, como las de cazado-res-recolectores, de una u otra manera explotaban diferentes clases de de-pósitos de sal para proveerse de ella y los tenían en general como territo-rios de recorrido, mas no de residencia,- incluso los recolectores más recalcitrantes se resistirían a establecerse en un medio de halófilas.85 El hecho de que los españoles hablen de los tobosos, o de los salineros, en su caso, como de "habitantes de las salinas", no debe desorientarnos: lo más que eso significa es que se trataba de gente que habitaba no dema-siado lejos de esos depósitos, pero nada más. Cabe insistir en que el tras-lado de indios hacia las salinas fue una constante en todo el norte novo-hispano. Aunque es cierto que la sal fue un estanco de la corona desde el siglo xvi, de acuerdo con reales ordenanzas de 1609 y 1633 la explota-ción de salinas menores fue oficialmente tolerada por la corona española, siempre y cuando los gobernadores y audiencias no dictaminaran algo en contrario.86

85 Como es bien sabido, en medios continentales desért icos y semidesért icos, las salinas se forman fundamentalmente por efecto del rodamiento de las aguas de l luvia, las cuales se depositan en zonas bajas y cerradas, donde la poca pendiente y el consiguiente estanca miento facil i tan su evaporación, lo que produce la sedimentación de las sales contenidas en ellas, las cuales se acumulan en la superficie. Si bien en general las plantas de medios desérticos y semidesérticos han desarrollado adaptaciones para tolerar aguas más carga das de minerales que las de otros medios naturales, sólo plantas muy especializadas, las halófilas, pueden vivir en las salinas propiamente dichas, e incluso más allá de un cierto grado de concentrac ión, és tas también mueren por in toxicación: Jean Demangeot , Les milieux naturels désertiques, París, Éditions SEDES, 1981, pp. 74-75 y 129-137.

86 Mendizábal, op. cit., p. 116: cita la Ley xm, tit. 33 de la Recopilación de Leyes de Indias, una orden de Felipe III en Madrid a 31 de dic. 1609: "porque tocan y pertenecen a nuestra regalía, se reconoció, que resultaba daño y se suspendió esta resolución y dejó libre el uso de la sal como antes estaba". Otra de Felipe IV en Madrid a 28 de marzo de 1632: "porque después pareció que habrá salinas en que sin perjuicio de los indios y dificultades en su administración se podía proseguir y guardar el dicho estanco por la utilidad y aumento lí ci to que de él resultaría a nuestra Real Hacienda y se puso en las que fueron a propósito para ello, mandamos que en estos y todos los que pareciere a los virrey y presidentes, que puedan ser de uti l idad y que no resultaren graves inconvenientes a los indios se ponga y guarde el dicho estanco y que en las demás no se haga novedad".

T o b o s o s e n ¡ a c u e n c a d e l l i o C o n c h o s 3 3 3

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El trabajo en las salinas era, sin lugar a dudas, uno de los más pesados y desgastantes de los que se asignaban a los indios en el periodo colonial, quiza sólo comparable al trabajo en los morteros de las haciendas de mi-nas y beneficio, o incluso peor. Desde el siglo xvi, en todo el septentrión novohispano, el envío de indios en grandes números a las salinas fue constante y una gran fuente de conflictos y guerras.87 Era común en la Nueva Vizcaya la explotación de las salinas por parte de particulares,- las de Chiametla, por ejemplo, fueron explotadas de ese modo, cuando me-nos desde I575,88 y desde 1590 por cuenta de la corona.89 Fuera de las ci-tadas arriba, el resto de las salinas, grandes y pequeñas, que existían en las gobernaciones de la Nueva Galicia y la Nueva Vizcaya, fueron traba-jadas todas, por medio de particulares. Sus costos de transporte, aunados a su relativa rareza, hacían de éste un producto relativamente caro, espe-cialmente para los mineros que lo necesitaban en grandes cantidades y de allí el permanente interés por explotar depósitos cercanos y con indios propios. Para la provincia de Santa Bárbara, se sabe que distintos depósi-tos de cuencas endorreicas fueron localizados y explotados desde el siglo xvi, en la parte norte del altiplano, primero con indios tepehuanes, a los cuales debido a ello se bautizó como "salineros",90 y más tarde con otros, entre ellos los tobosos.

LOS TOBOSOS DE LAS SALINAS

En 1639, siete años después de aquel primer "asiento" acordado con los tobosos por el gobernador Gómez de Cervantes, un capitán de nombre Diego Galiano se presentó nuevamente ante esa instancia (Francisco Bra-vo de la Serna ostentaba el cargo de manera interina), para informarle del descubrimiento de una nueva salina, que él llamó Santa María de los To-bosos.91 El que se reseña a continuación es uno de los raros textos de

s? En la Nueva Galicia, por ejemplo, a raíz de la apertura de las minas de Zacatecas se abrie-ron las salinas de Peñol Blanco, las cuales pertenecían a la corona y fueron trabajadas en un principio con indios zacatéeos y guachichiles; sin embargo, más tarde, debido a las guerras y al colapso demográfico que sufrieron esos grupos, fue necesario llevar indios de regiones lejanas en números cada vez mayores: en 1574, por ejemplo, tuvieron que trasla-darse hasta 400 indios a Peñol Blanco, provenientes de lugares como Jalpa, Juchipila, No-chistlán, Teocaltiche y Tlaltenango para explotarlas: AGÍ, Contaduría 841, Cuentas de la comprensión de Zacatecas, 1574.

lSS AGÍ, Guadalajara 35, Testamento de Feo. de Ibarra, pago al concesionario de las salinas de Chiametla, 1575.

89 Archivo Histórico de Durango, Microfilms INAH, Rollo 15, Cuentas de la Caja Real de Chiametla, nombramiento a Juan de Galarza como administrador de las Reales Salinas de Chiametla, 1591.

y0 Ver el artículo de Chantal Cramaussel en este mismo volumen. yI El documento que narra el descubrimiento de esta salina y al que nos refereriremos en

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tiempos de paz, donde, aunque de manera muy somera, se describe la ubicación de una salina en territorio toboso y resume además muchos de los elementos anotados arriba acerca de sus vínculos con el resto de los conchos y con los españoles. Afirmaba el capitán Galiano que a cosa de tres días de camino, hacia territorio de los tobosos, se hallaba una gran la-guna salobre de una legua de longitud, en la cual todos los años, por eso de semana santa, cuajaban grandes cantidades de sal. Como era costum-bre, se hizo llamar a indios principales para que cumplieran con la labor de llamar y asentar a los aborígenes comarcanos y organizar el acarreo de la sal. Fue convocado para ello un grupo por demás interesante de caci-ques conchos-tobosos: don Ambrosio, gobernador de los conchos,- don Juan Citlali, de nación concha y gobernador de Atotonilco, quien era ade-más intérprete en lenguas mexicana y tobosa; don Francisco Bareta, indio toboso que era además gobernador de los conchos, e intérprete en las dos lenguas,- dos capitanes de los tobosos los acompañaban: uno de ellos era fuan Jacobo, hijo de aquel Jacobo que había reunido a los tobosos en 1621 y en 1624, y el otro era Esteban. Juan Jacobo fue enviado por delante para convocar a los tobosos y demás naciones de por allí, mientras el campo se trasladaba con toda su impedimenta. Ya sobre el sitio el capitán Galiano con los caciques conchos y tobosos, poco a poco fueron llegando (se men-ciona que a días de intervalo, aunque no se dice cuántos) varios grupos de indios comarcanos con sus capitanes de nombre don Chamico, de quien curiosamente se dice que también era de nación: don Agustín de nación tobosa, Baguame y don Francisco de nación ocome, así como otro ocome, pero que capitaneaba "a la nación nonoje y toda su chusma"; también se presentaron allí otros "muchachos tobosos y de otras siete naciones"^2

De acuerdo con el documento el encuentro fue pacífico,- llegaron entre quinientos y seiscientos indios, a los cuales el capitán Galiano agasajó, con ropa y comida,93 y los conminó a que "como leales vasallos de su magestad han de ayudar al beneficio de la sal y han de ayudar a los espa-ñoles".94 Como en ocasiones anteriores, los convocados aceptaron de buen grado la propuesta, diciendo que sólo "les pesaba que no hubiera sal en esta ocasión para ayudarles".95

Como suele suceder en ese tipo de documentos, las indicaciones sobre direcciones y distancias resultan bastante ambiguas, lo cual hace difí-

los siguientes parágrafos se encuentra en "Descubrimiento de una salina", introducción y comentario de Chantal Cramaussel, en Documentos de Parral de 1639. Textos de la Nueva Vizcaya. Documentos para la historia de Chihuahua y Durango, Chihuahua, UACJ-UER, 1993, pp. 5-25.

»2 Ibid., p. 12. w Ibid., p. 16. ^ Ibid., p. 12. y5 Ibid., p. 13.

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cil la identificación del estanque salobre en cuestión. Según el capitán Galiano y testigos que lo acompañaban, la salina se hallaba a tres días de camino de Atotonilco y a unas 50 leguas de Parral. De acuerdo con lo an-terior, ésta debería ubicarse a unos 80 o, a lo sumo, roo km de Atotonil-co, que es poco más o menos la distancia que podía recorrer en tres días un convoy con carros, impedimenta y ganado. La distancia, el tamaño del estanque y el derrotero hacia el sureste que parecen haber seguido los ex-pedicionarios, pueden hacer pensar que la salina se hallaba cercana a la laguna de la Estacada, en los actuales límites de los estados de Chihua-hua y Durango.96 Sin embargo, existen otros elementos en el documento que parecen indicar que la salina se hallaba no al este, sino al noreste de Atotonilco. En una sorprendente declaración, el alférez García Ortiz de Saavedra afirmaba lo siguiente:

y de oidos sabe este testigo que delante de la dicha salina, como cincuentas leguas poco más o menos, está la provincia de los caciques, gente política, que viven en pueblos formados y andan vestidos y tienen mucha grana y mu-chas vetas de metal de plata, semillas y ganado de Cíbola, según relación que a este testigo le dieron en el Río del Norte unos indios y en esta provincia la hay por tradición de personas antiquísimas que habían estado en ella y ofre-ciéndole a don Gaspar de Alvear y Salazar gobernador y capitán de este reino mucha cantidad de avío para esta jornada.97

Este misterioso "reino de los caciques", situado en el río del Norte, no podía ser otro sino la provincia de la Junta de los Ríos, cuyo esplendor se veía magnificado en la imaginación del alférez. Si realmente la laguna se hallaba entonces a medio camino entre Atotonilco y la Junta de los Ríos, esto significaba que esta parte del territorio toboso se hallaba no propia-mente en el Bolsón de Mapimí, sino al norte del mismo, en los territorios que caen sobre la banda sureste del río Conchos. Esto reforzaría la idea esbozada anteriormente acerca de los vínculos de vecindad geográfica y cultural que existían entre esos grupos que los españoles catalogaban co-mo tobosos o conchos-tobosos, como los hemos llamado aquí, y los que llamaban propiamente conchos. Ya sea que la laguna se situara al sureste o al noreste de Atotonilco, el hecho es que era gente que habitaba a una distancia relativamente corta del río Florido: unos ochenta o cien kiló-metros, no más. Con todo y que éste es uno de los documentos más di-rectos de que disponemos acerca de los tobosos, pocos elementos se des-

96 Ésta es la conclusión a la que llega Chantal Cramaussel en la introducción al documen to: ibid., p. 8; sin embargo, es necesario anotar que la de la Estacada es una laguna de agua dulce.

97 Md. , D. 16.

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prenden de él para caracterizar el habitat típico de estos indios. Se dice en el documento, por ejemplo, que algunos españoles habían comunicado al gobernador que si los tobosos se hallaban en esa zona era porque andaban alzados de guerra, sobre lo cual Bravo de la Serna comentaba que no era así, sino que se hallaban allí "con achaque de ir a coger la tuna, que es su principal mantenimiento".98

Si, por un lado, se indica que en septiembre los tobosos recolectaban tunas allí, por el otro se informaba también que era gente de las cercanías, conocedora de la vida española, e incluso de la agricultura. Uno de los caci-ques locales llamado don Cristóbal informaba que era bautizado y, por su parte, Juan Jacobo y Juan Citlali ofrecían que los tobosos reunidos allí se establecerían en San Felipe, siempre y cuando "les diesen tierras para sembrar y ministros que los doctrinasen"." Como pudimos darnos cuen-ta, todavía en esa época era posible para los españoles sacar indios en grandes números de zonas relativamente cercanas a sus propios asenta-mientos. Incluso el gobernador Bravo de la Serna pensaba que sería posi-ble hacer de todo aquel territorio que iba de Atotonilco hasta la Provincia de los Caciques, esto es, hasta la Junta de los Ríos, una nueva provincia, "no mucho menor que la tarahumara, si bien algo más dificultosa por ser la gente más cabilosa e inquieta, pero con trazas y buenos tratamientos parece que se pueden reducir".100 Esto no quiere decir que aquella zona hubiese permanecido pacífica hasta entonces, lejos de eso, era un territo-rio que había sido recorrido por cazadores de esclavos, o de cautivos, co-mo se prefiera, por casi un siglo ya y continuaba siéndolo, "como lo re-cordaba el cacique toboso don Agustín, quien relataba cómo él ni toda su gente, no había salido antes porque los capitanes españoles que habí-an entrado en esta tierra era a hacerles mal y a quitarles sus hijos y mu-jeres".101

EL NACIMIENTO DEL TOBOSO DE GUERRA

Describir a los tobosos de la primera mitad de ese siglo como relativa-mente pacíficos o, cuando menos, no más belicosos que cualesquiera otros, puede parecer un tanto forzado, una especie de esfuerzo por reivin-dicar el buen nombre de los tobosos, sobre todo a la vista de lo que los propios españoles escribieron acerca de ellos en la segunda mitad del si-glo XVII. Sin embargo, es justamente allí, en lo que los españoles escribie-ron en esa época sobre los indios de guerra, donde se encuentra uno de los

» s Ib ic l .p . 21 . w Ib id . . p . 17 . 100 Ihid, , p. 21. 101 Ibid.fp. 13.

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problemas más arduos y complejos para el estudio de los indios norteños. En efecto, a partir del primer tercio del siglo xvn, poco más o menos, co-menzaron a aparecer, con relativa frecuencia, largos, preocupados y sesu-dos informes que gobernadores, visitadores, curas y hasta simples particu-lares dirigían al rey, o a sus instancias, acerca de los males que aquejaban a los reales dominios, sus causas y las maneras de solucionarlos. Tenemos así los informes de Diego de Medrano, Cervantes de Casaus, Nicolás de Barreda y muchos más.102 Desde luego para estos aspirantes a "arbitristas", por llamarlos de algún modo, el tema de las guerras con los indios ocupó un lugar primordial en sus disquisiciones. Les asistiera o no la razón, el hecho es que esta suerte de literatura se ha convertido, para el historiador del siglo xx, en un inagotable venero de imágenes, que de alguna manera compensa la ausencia de otros materiales más descriptivos y vivaces, en especial sobre los indios.

Sin tratar de restarles importancia, ni dudar de su utilidad, vale la pe-na decir que el uso de este tipo de informes como fuentes, por así decirlo, primarias, y aún peor, etnohistóricas, debería cuando menos tener en cuenta que tras ellos subyace un orden discursivo cuya complejidad en mucho se nos escapa. Sus vericuetos cronológicos y temáticos, el uso re-currente de imágenes cuasi literarias ligadas al carácter polémico y de-mostrativo de los textos son otros tantos elementos, entre muchos más, que un buen estudio del periodo debería incluir. Por lo pronto, resta el hecho de que muchas de las ideas que hoy nos hacemos de los indios del norte novohispano fueron teñidas, y hasta forjadas, a partir de ese tipo de literatura o de documentación. Los tobosos, desde luego, formaban parte de ese escenario y, aún más, se convirtieron en uno de sus elementos más recurrentemente utilizados para explicar la supuesta ruina que se abatía sobre los reinos septentrionales. Tomemos un ejemplo. En 1660, el licen-ciado Diego de Medrano, cura de Durango, quien escribió uno de los in-formes más largos y detallados sobre las guerras con los indios de la Nue-va Vizcaya, fechaba la irrupción de los tobosos en el escenario de las guerras con los españoles hacia la década de 1620, en tiempos del gober-nador Mateo de Vesga, y narraba el hecho de la manera siguiente:

moviéronse muy a los fines deste gobierno [de Mateo de Vesga] los tobosos, que en ninguno [de los gobiernos subsecuentes] han dejado de dar muestras de su ferocidad y belicosa naturaleza, que compite en valor con la guachichi-la; siempre esta nación ha sido en poco número, más ha tenido sujetas y

102 Respecto de los dos primeros, véase más adelante; acerca del tercero, Chantal Cramaus-sel, "Un projet de réductions indigénes pour la Nouvelle Biscaye. L/avis de Nicolás de Barreda missionarie jésuite á San Andrés en 1645", en Alain Musset, comp., Hornmage á Jean Pierre Berthe, París, EHESS, en prensa.

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amedrentadas a todas las circunvecinas, que son entre otras, nonojes y aeo-clames, con quienes están mezclados y emparentados y uno solo que capita-nee basta para revolver diez reinos. La tierra que habita esta nación es frago-sa, estéril y sin aguajes y que no se puede trajinar si no es por la fuerza de las aguas.103

Los tobosos son, pues, una nación belicosa "por naturaleza", que nunca ha dejado de hacerle la guerra a los españoles desde que surgieron a la es-cena, y que resulta tan terrible que domina a sus mismos vecinos y pa-rientes; basta con uno de ellos para "revolver diez reinos", y su fuerza consiste en ser dignos habitantes de las tierras más secas y fragorosas, donde toda persecución se hace imposible: ése es, punto por punto, el to-boso y en general, el nómada que conocemos. Tan sucinta y directa resulta esta cita que, tomada al vuelo, bien podría llenar el expediente de una descripción etnohistórica no sólo de los tobosos, sino de casi cualquier indio de guerra norteño, desde los guachichiles hasta los apaches y los co-manches. Pero, por lo mismo, no deja de sorprender el contraste entre este tipo de toboso fiero y terrible, y esos casi, diríase, "pacíficos" indios, que en 1632 benévolamente prometían al gobernador salir todos los años a cosechar la sal y entregarla a los españoles, todo en bien y para el servicio de "su magestad": si no fuera porque en ambos casos se habla de tobosos, se podría pensar que no se trataba en realidad de los mismos indios. De hecho, así es.

Desde el siglo xvi, los españoles siempre estuvieron en guerra con los indios del Norte; sin embargo, en esta época de medidados del xvn se ha-ce ya sentir en este tipo de textos un muy marcado sentimiento acerca de la ruina inminente que se cernía sobre los reinos septentrionales, debido a la acción de los indios de guerra. Desde luego, éste no es, ni mucho me-nos, un sentimiento privativo del Norte, pero remarquemos que ni si-quiera la costumbre de tantos años de pelear con ellos aliviaba lo inquie-tante de la situación. El propio Diego de Medrano argumentaba que su testimonio tenía como objeto prevenir que un buen día no se vieran los españoles ahogados por los bárbaros:

advierto sobradas razones para nuestro daño en todas estas naciones porque son bastantísimas las bárbaras del norte que cada día se convocan para per-fecccionar la ruina de aquellos dos reinos.104

103 A G Í , Guada la j a ra 68 , In fo rme a Su Mages t ad po r D iego de Medrano , cu ra de Durango , 1660 . Ci tado igua lmente en Gui l l e rmo Por ras Muñoz , La f rontera . . . , p . 168 .

104 ídem.

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No era, desde luego, una actitud por completo irracional. En efecto, du-rante la segunda mitad del siglo las guerras con los indios fueron am-pliando su ámbito geográfico hacia regiones antes pacíficas, por intoca-das. Pero de cualquier modo, es un hecho también que el registro de las guerras alcanzó niveles de grandilocuencia nunca antes vistos, ni siquie-ra durante los peores y más sangrientos episodios de las guerras con los guachichiles o los tepehuanes. Es por ello que quizá valga la pena ver más de cerca cómo la guerra alcanza de manera más cercana a diferentes gru-pos indígenas, en este caso los tobosos y los conchos, durante la segunda mitad del siglo.

Tomemos como referencia la entusiasta declaración de Bravo de la Serna por hacer de la zona de las salinas de los tobosos una nueva conver-sión, comparable a la tarahumara. Por buena que fuera la disposición de los tobosos por asistir a "cosechar" la sal, eso no podía durar. Nadie en su sano juicio podría esperar que algún grupo de indios (que éstos sean caza-dores o agricultores no tiene ninguna importancia en este caso) soportara por mucho tiempo el trabajo forzado en las salinas. Apenas un año des-pués, Bravo de la Serna había mudado de opinión, para catalogarlos como una de las naciones más aguerridas e indómitas del septentrión.105 En 1641, en efecto, los tobosos de plano desertaron de Atotonilco, y una vez más "obligaron" a los estancieros del valle de San Bartolomé a irlos a buscar y reasentarlos en su reducción.106 Dos años después los mismos acontecimientos se repitieron,-107 sin embargo, el hecho no afectaba tan sólo a los tobosos. Por todas partes había escapatorias, y la tendencia pa-recía acentuarse: "venía al pueblo mucha cantidad de indios serranos conchos de paz gentiles", se decía en San Francisco de Conchos en 1643,Io8 y un año después la reducción estaba vacía. Lo mismo sucedió en San Pedro de Conchos, desde luego en Atotonilco y en todas las ha-ciendas de San Bartolomé.I09 Se trataba de una rebelión bien caracterizada. En la provincia de Santa Bárbara, los indios huían en todas direcciones, en especial hacia la sierra y las llanuras desérticas orientales, perpetrando ataques en haciendas y sobre el camino real de Parral: con

105 William Griffen, Culture Change..., p. 10. 106 Archivo Histórico de Parral, Microfilms UTEP, 476-22, 1641A, Llamamiento de armas en

Parral. ^ Archivo Histórico de Parral, Microfilms UTEP, 476-24, I643A, Llamamiento de armas en ^ Parral, soldados de labradores de San Bartolomé para perseguir a los tobosos. Ioh AGÍ, Guadalajara 38, Información de testigos sobre el levantamiento de los indios con-

chos. Carta del gobernador Luis de Valdés, mayo de 1643 ^ 'Traslado de los Autos hechos en razón de la paz que se asentó con los Indios Tobosos y

Salineros por Don Feo. Montano de la Cueva, Atotonilco 1645." en Thomas H. Naylor y Charles Polzer s 1, The Presidio and Militia on the Northern Frontier of New Spain A Documentary History, Tucson, University of Arizona Press, 1986, PP 304-335

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esto quedaban involucrados los salineros. Mientras tanto, al norte, fue-ron muertos los misioneros de San Francisco de Conchos. Ante lo grave de la situación Juan de Barraza, por entonces todavía capitán del presidio de Santa Catalina de Tepehuanes, se trasladó a Atotonilco, para de allí emprender una serie de entradas, en compañía del capitán Francisco Montano de la Cueva. Auxilados por un contingente de 200 auxiliares te-pehuanes y conchos, se enviaron partidas de guerra hacia la llamada sie-rra del Diablo, donde se hallaban refugiados los fugados de San Bartolomé y Atotonilco, y también hacia San Francisco y San Pedro de Conchos, para recorrer después toda la parte baja del curso principal del río, así como el camino real de Nuevo México, alcanzando incluso la Junta de los Ríos.110 Al final, no sólo los conchos fugitivos fueron pacificados, sino que curiosa-mente también los de regiones circunvecinas por las cuales habían pasa-do las campañas punitivas, en especial los del bajo río Conchos, en la zona cercana a la Junta de los Ríos: fue por esta época, por ejemplo, cuando los conchos-chisos y los conchos-julimes de esa región comenzaron a aparecer en las reducciones de San Pedro y San Francisco de Conchos.111

Incluso, todavía al año siguiente, después de pacificada formalmente la conchería, los españoles recorrieron el área de Casas Grandes en busca de más indios que asentar.112

La importancia de esta guerra podría sin duda medirse por el hecho de que fue la primera rebelión generalizada propiamente dicha, que abar-caba a toda la conchería desde la década de 1620; pero más que esto toda-vía, vale la pena anotar cómo una lectura, o quizá valdría mejor decir una reinterpretación etnohistórica de los escritos generados por ella, puede llevar a contrasentidos flagrantes. Un ejemplo de ello lo tenemos en el asunto de las identidades étnicas. De acuerdo con los autos de pacifica-ción que los españoles ejecutaron al final de la rebelión, vemos cómo no existía para ellos demasiada dificultad en calificar los alcances de esta guerra: era claro que se había tratado de un alzamiento general de la con-chería, con la participación de los tobosos,- la entrada en escena de los sa-lineros no dio pie, por ejemplo, a que se les identificara étnicamente con los salineros, ni mucho menos.113 Ciertamente pueden encontrarse aquí

110 William Griffen, Indian Assimilation..., p. 80. 111 Ibid., pp. 319-320; igualmente Luis González Rodríguez, Crónicas de la sierra Tarahu

mara, México, Secretaría de Educación Pública, Colección Cien de México, 1987, pp. 207-208 y 236.

112 Ibid.,p. 321. 113 Los mecanismos a los que recurrieron para poner de paz a los indios fueron los tradicio

nales en estos casos: capturarlos, emprender un procedimiento formal de "paz", nom brarles caciques nuevos y recolocarlos en sus reducciones y haciendas al cuidado de sus amos y misioneros. Enseguida se entablaron procedimientos de paz formales con todos los indios escapados de las diferentes reducciones y cabe anotar cómo, si bien el título

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y allá, en este tipo de documentación, elementos que pueden mover a re-flexión, como ese curioso pasaje donde los caciques tobosos don Cristó-bal Zapata y don Cristóbal de Casa Zavala afirmaban que, para sobrevivir durante las guerras, los tobosos levantaban siembras en lugares apartados y recogían plantas silvestres. Decían que después de ser pacificados, los tobosos bajarían de paz "en acabando de comer las calabazas que tienen sembradas y el maiz, el mezquite, tuna, dátiles y pitahayas para que se entienda que son ya amigos de los españoles",114 ello nos da interesantes pistas sobre el género de vida de los tobosos, pero nada más.

Pero, regresando al asunto de los vínculos entre grupos étnicos, de-mos un brevísimo vistazo a una de las múltiples lecturas que pueden en-contrarse en los escritos de la época al respecto. Tomemos de esa misma rebelión el relato del jesuita Nicolás de Cepeda, misionero de San José del Tizonazo, cuando un grupo de tobosos asalta la hacienda de Canuti-llo, donde había tepehuanes a su cargo y el capitán Barraza les aplica allí mismo un feroz castigo. En realidad, esta hacienda se hallaba apenas a unos 8 o km al sur de Atotonilco, sobre el curso alto del río Florido, es de-cir, en la vecindad inmediata de los lugares donde vivían los tobosos, pe-ro en ella vivían tepehuanes, salineros y cabezas, pertenecientes a la mi-sión de San José del Tizonazo. Es interesante ver, sin embargo, cómo para el jesuita esa vecindad no bastaba para explicar el hecho de que los tobo-sos hubieran osado llegar hasta allí; para él, existía una causa más pro-funda:

mataron a los más de los enemigos y les quitaron casi toda la caballada. Y cuando se entendió que los que quedaban vivos (aunque muchos de ellos mal heridos quedarían corregidos o atemorizados a vista de tantos ahorcados y muertos diez a pelotazos y huidos muchos) creció en ellos el furor diabólico de manera que se fueron a tlatolear o concertar con otra nación que se dice los cabezas.115

El tema de los "tlatoleros", los instigadores de la rebelión, es uno de los

del expediente reza "Autos hechos en razón de la paz que se asentó con los Indios Tobo-sos y Salineros", ello no significa que fueran considerados como pertenecientes a un mismo "grupo", o nación: se les practicaron diligencias por separado y fueron reducidos en lugares diferentes: ihid.r p. 319.

114 Ibid., p. 325; es interesante anotar cómo se trata de los mismos cultivos y plantas de re colección que consignaban los expedicionarios de Espejo para los conchos en 1583, con el mismo énfasis en el consumo de calabaza, véase supra. Recordemos igualmente que en 1619, el gobernador Mateo de Vesga, apuntaba que los conchos, cuando partían de guerra, abandonaban sus siembras para dedicarse a la caza y a la pesca en el río.

115 AGN, Historia 19 ff 121-140L "Relación de lo sucedido en este reino de la Nueva Vizca ya", citado en Luis González Rodríguez, Crónicas..., p. 202.

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elementos discursivos que con más profusión se desarrolla en las grandes y pequeñas crónicas de las guerras con los indios. Podría incluso decirse que para los españoles del siglo xvn norteño, el "tlatolero" es la vía por excelencia a través de la cual se difunde la violencia guerrera entre los bárbaros. Obviamente, los colonizadores no eran ciegos; sabían muy bien que las entradas para cautiverio, los rudos trabajos en minas, haciendas y salinas, las crueldades de pasadas guerras, todo eso conducía a una vio-lencia que no necesitaba cartas de presentación.

Pero ésta era sólo una parte de la cuestión. Incluso si algunos estaban dispuestos a aceptar que la causa de la guerra estaba en los excesos de los propios españoles, faltaba saber cómo y por qué los indios eran capaces de llevar su ira y su venganza hasta extremos a veces inimaginables, como destruir capillas, iglesias y misiones, e incluso a dar muerte a los misione-ros, prefiriendo el retiro y la vida montaraz en apostasía, a la seguridad y bendiciones de la misión o a la protección del encomendero. La ira podría explicarse, pero no un encono apóstata. Así, regresando a Nicolás de Ce-peda, el jesuita nos cuenta que después de "tlatolear" a los cabezas, los mismos tobosos alzados que atacaron Canutillo regresaron a su territorio, y como eran "gente que no perdonaba a los suyos propios",116 cayeron sobre el pueblo de San Pedro de Conchos (nuevamente los tobosos son con-siderados como conchos), donde quemaron la iglesia y mataron al cacique, para enseguida "alzar a todos sus moradores, que ya estaban convocados todos para alzarse y aun habían trazado una traición muy maligna",117 la cual consistía en tratar de culpar a los tarahumaras de la muerte de los pa-dres de las misiones aledañas para que, viéndose reprimidos, participasen también del alzamiento. Independientemente de tratar de saber si real-mente los conchos de San Pedro estaban o no coludidos con los tobosos, cosa imposible, lo importante es que dentro del relato y de la explicación del jesuita, los tobosos juegan el papel de instigadores, esto es de "tlatole-ros" en la rebelión. Al jesuita no le interesa saber si los tobosos que se aparecen en Canutillo, mantienen algún tipo de vínculo cultural con los cabezas, ni si la comunicación interétnica entre ellos es posible, o no, por causas de lenguaje, o lo que fuere: lo esencial es que los tobosos estuvie-ron allí para "tlatolear". Por todas partes por donde pasaban esos tobosos, nos dice Zepeda, cundía el levantamiento,- y es que semejante capacidad de persuasión no es natural, después de pasar por San Bartolomé, provo-cando el alzamiento de todos los conchos de las haciendas, dos de estos últimos son capturados y al confesar declaran que "no temían morir por-que el demonio les había dicho que habían de resucitar al tercer día".118

116 Luis González Rodríguez/ Crónicas..., p. 207. 117 ídem. 118 Ibid., p. 208.

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Dentro de esa lógica, ninguna necesidad había de que existiera algún tipo de vínculo cultural entre tobosos y cabezas para que se rebelaran juntos: la incitación del demonio bastaba para explicar el hecho.119

Ni siquiera es claro tampoco, que el conflicto se hubiese extendido hacia la zona "salinera"; ésta se encontraba de guerra desde mucho antes de la rebelión concha y tobosa, y sin necesidad alguna de "tlatole-ros". Lo que más contribuyó a crear un clima de violencia en esa zona precisa fue la irrupción de un intenso tráfico de carros y muladas, debida a la apertura, hacia mediados de la década de 1630, de un nuevo ramal del camino real que llevaba de Zacatecas a Parral, pasando ya no por Durango, como se hacía antiguamente, sino por Nazas, Cuencamé, El Caxco e Indé o valle de San Bartolomé.120 La asociación entre salineros y tobosos es una idea frecuentemente expresada también en los textos del siglo XVII, aunque mucho más en términos de vecindad geográfica que de vínculos étnicos o lingüísticos. En 1654, por ejemplo, el visitador Cervantes de Casaus, refiriéndose a los salineros y tobosos de guerra, los calificaba como de todas las naciones: "las más perjudiciales e insufribles e indomables... que más parecen brutos o fieras de la cam-paña que racionales".121 Pero guardémonos de llegar a conclusiones et-nográficas demasiado apresuradas,- como bien lo señala Chantal Cra-maussel en su artículo correspondiente, para los españoles era muy claro que los llamados "salineros" de la zona al oriente de Indé eran gente de habla tepehuana y los consideraban como tales, no así a los to-bosos. El propio Cervantes de Casaus añadía en el mismo texto que los salineros eran una nación

119 Para una amplia exposición del papel del demonio, en particular dentro de los textos je suítas del siglo XVII norteño, véase Guy Rozat, "El desierto, morada del demonio. Bárba ros viciosos y censores jesuitas", Trace, núm. 22, 1992, pp. 24-30. Igualmente, Apaches y jesuítas..., en prensa.

120 Hasta esa época, el Bolsón de Mapimí había permanecido como una zona muy poco transitada y visitada por los españoles, y la apertura de esa ramal dio pie al inicio de hostilidades entre españoles e indios locales. Durante varios años, a partir de la apertu ra de esa ramal, la hacienda del El Caxco fue el único refugio que existió para los viaje ros sobre el largo tramo que separaba a Cuencamé de Indé y San Bartolomé, de manera que se proyectó la apertura de un nuevo presidio en un punto intermedio entre ambos: Salvador Álvarez, "La hacienda-presidio en el Camino Real de Tierra Adentro..." Igual mente, Chantal Cramaussel, "Historia del Camino Real de Tierra Adentro y sus rama les de Zacatecas a El Paso", en el mismo volumen. El sitio elegido fue el paraje denomi nado Cerro Gordo, donde or iginalmente Bal tasar de Ontiveros había poseído una hacienda con encomienda de tepehuanes,- Chantal Cramaussel, "El poder de los caudi llos en el norte de la Nueva España, Parral, siglo XVII", en Círculos de poder en Nueva España, en prensa.

121 Testimonio de los daños que hacen los indios rebeldes... 1654, citado en Guillermo Po rras Muñoz, La frontera..., p. 166.

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compuesta de diferentes linajes de que toman el apellido, y unos se llaman meresalineros, otros cabezas, otros mataranses, otros negritos, colorados otros y bausarigames otros, empero todos se reducen a una especie y hablan una misma lengua.122

A partir de la década de 1650, cunden las noticias acerca de ataques y asaltos en esa zona del camino real y el sur de la provincia de Santa Bár-bara, y se habla de los tobosos robando ganado en Indé, Las Bocas o Du-rango, esto es, en territorio supuestamente tepehuán y salinero. Pero hay muchos factores a considerar antes de concluir cualquier vínculo prehispánico entre tobosos y salineros o entre cualesquiera otros grupos. Uno de capital importancia son los traslados de cautivos de guerra o, en general, de indios de servicio de una región a otra, así como las constan-tes escapatorias de los indios de las haciendas. En 1657, por citar un ejemplo, un indio capturado en Canatlán, cerca de Durango, resultó ser, según sus propias palabras, un "toboso de nación acódame y nonoje", y formar parte de un grupo de fugitivos de una hacienda cercana a San Buenaventura de Atotonilco.123 Sabemos pertinentemente que este tipo de traslados era no sólo frecuente, sino una condición para el sosteni-miento demográfico de los establecimientos españoles y que semejante práctica incluía no sólo a indios de la propia provincia de Santa Bárbara, sino de regiones mucho más alejadas como Sinaloa, Sonora y Nuevo Mé-xico, los cuales aparecen en proporciones sorprendentemente altas en la provincia de Santa Bárbara.124 Éste es un tema que sólo estudios porme-norizados sobre la vida de las reducciones y la composición de la mano de obra de haciendas y demás establecimientos de españoles puede real-mente dilucidar. Mencionemos simplemente que otro tema sin estudiar es el del tamaño y la movilidad de los grupos de indios de guerra; se sabe, por ejemplo, que en 1655 se comenzó a hablar de la inquietud que causaba un contingente de tobosos montados en la región que va de Indé a Las Bocas.125 Por el momento no podemos decir si éste fue un rasgo que evolucionó entre los indios del norte, a la manera como sucedió, por ejemplo, en Chile.126

Traslados, escapatorias, ataques aquí y allá, recapturas: como tantos

122 ídem. 123 William Griffen, Culture Change..., p. 86. 124 Chantal Cramaussel, Haciendas..., pp. 25-27. 125 Archivo Histórico de Parral, Microfilms UTEP, 476-30, 1655 A, Autos de guerra con moti

vo de los frecuentes abusos que cometen los indios enemigos de la real corona. 126 Alvaro Jara, "Guerre et societé au Chili. Essai de sociologie coloniale. La transforma-

tion de la guerre d'Araucanie et l'esclavage des indiens du debut de la conquéte espag- nole aux debuts de l'esclavage legal (1612)", París, Travaux et Mémoires de l'Institut des Hautes Etudes de l'Amerique Latine, núm. 9, 1961, en especial pp. 63-69.

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otros grupos del norte, los tobosos vivieron numerosas guerras,127 pero también periodos de paz. Durante las décadas de 1660 y 1670, las reduc-ciones de indios cobrarían incluso mayor importancia que antaño; surgie-ron nuevos establecimientos españoles en regiones al norte del río Con-chos, como en el propio San Francisco de Conchos, Babonoyaba, San Bernabé, Casas Grandes y otros puntos más, al tiempo que se abrían tam-bién nuevas conversiones de indios conchos y tarahumaras: Santa Isabel, Chuvíscar, San Andrés, etcétera.128 Mientras tanto, la reducción de tobo-sos de Atotonilco también siguió funcionando, e incluso en 1657 San Buenaventura fue elevado a la categoría de convento independiente del de San Bartolomé, con dos frailes propios pagados por la Real Hacien-da.129 Es interesante remarcar aquí cómo la situación de los "tobosos de paz", por llamarles de alguna manera, no parece haber cambiado dema-siado en comparación con la de las décadas anteriores, y sin embargo lle-ga a traslucirse cómo se les tiene también por gente peligrosa. Así, por ejemplo, en 1646, el presidente de la Real Audiencia de Guadalajara in-terpretaba así las rebeliones de los tobosos en los años anteriores:

porque si los reparten a las minas sin pagarles sus jornales, si les quitan sus maíces a bajísimos rescates para venderlos en las haciendas de minas a pre-cios exhorbitantes, si para esos rescates se les pone por gobernador a un mu-lato facineroso, si les venden los hijos, si a los más amigos y de mayor resolu-ción y valor, como son los tobosos, llamados de paz y sobre seguro, los arcabucean vivos ¿cómo no se han de alterar las demás naciones, que ven es-tos excesos y ejecutada esta atrocidad en aquellos, en quien por tantas razo-nes naturales y políticas, tan lejos debían de estar de esperarlo?130

Así, los tobosos con frecuencia fueron utilizados como "auxiliares" de guerra, y también sirvieron, al decir de Diego de Medrano, como verdu-gos de otros indios, pero ello no impidió que fueran perseguidos incluso cuando se hallaban pacíficos. Al respecto, relata el cura de Durango que en una ocasión un grupo de tobosos fue incitado por el gobernador Gó-mez de Cervantes a castigar a los masames que habían huido de su enco-mienda. Los tobosos, nos dice Medrano, fingieron unirse con ellos, y fi-nalmente los traicionaron: "los mataron y tmjeron sus cabezas a Parral,

127 Durante la década de 1650, por ejemplo, varios grupos de tobosos de guerra fueron cap turados y reducidos en Atotonilco, como por ejemplo en 1654 (William Griffen, Culture Change..., p. 136), sin embargo la misión nunca fue abandonada.

128 Acerca del proceso de poblamiento al norte del Conchos en ese periodo, véase Salvador Álvarez, Agricultura!..., pp. 175-185.

12y AGÍ, Contaduría 927, Cuentas de la Real Caja de Durango, 1657. 130 AGÍ, Guadalajara io, El oidor Fernández de Baeza al rey, Guadalajara 17 de agosto de

1646, citado en Guillermo Porras Muñoz, La frontera..., p. 86.

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en cuya plaza entraron de triunfo todos los tobosos"; a su vez, el goberna-dor los traicionó a ellos: "ocasión que quiso el gobernador asir por la me-lena y consumirlos".131 Difícil sería decir si este tipo de episodios ocu-rrieron realmente, y si reflejan de alguna manera las ideas de la sociedad local sobre este grupo en particular. Pero tampoco en eso los tobosos eran únicos, los tepehuanes, los tarahumaras y los propios conchos eran en ocasiones utilizados también como auxiliares de guerra y los episodios de violencia entre indios no fueron escasos. Lo que en cambio sí parece ha-ber marcado de manera más profunda las ideas de los españoles sobre los tobosos fueron los levantamientos que de manera curiosamente cíclica se sucedían en la conchería. Al igual que en 1621, 1624 y 1643-1645, en 1666 nuevamente la historia se repite.

Como en las ocasiones anteriores, todo se inicia con una serie de es-capatorias más o menos en masa de indios de las reducciones y haciendas déla zona, los cuales tratan de refugiarse en zonas alejadas. El gobernador Oca Sarmiento levanta una partida de guerra de españoles, acompañados de un contingente de conchos chisos, los cuales persiguen primero a los fugitivos en las planicies orientales, en particular en la famosa sierra del Diablo. Como de costumbre, los prófugos son, desde luego, tobosos y conchos, escapados de haciendas, los cuales, una vez derrotados, son rea-sentados en Atotonilco y luego, en la segunda parte de la campaña, el go-bernador recorre la región reasentando a los fugitivos de las misiones.132

El gobernador explica su proceder de la siguiente manera: "sabiendo que la Provincia de Conchos se alzaba [...] entré a su pacificación, castigando a las cabezas de su alzamiento". ¿Quiénes eran estas "cabezas" del alza-miento, es decir sus "tlatoleros"? La respuesta es la misma que nos daba Nicolás de Zepeda para explicar la rebelión de 1643-1645: los tobosos. Sin embargo, aquí vale la pena detenerse un momento en cómo entendía Oca el papel jugado por esos tobosos. En su escrito, menciona que el ori-gen de la rebelión se hallaba en los malos tratamientos que Valerio Cor-tés del Rey propinaba a los indios en sus haciendas y que de allí se había extendido la rebelión.133 Las haciendas a que se refiere el gobernador son justamente las que tenía este personaje en la jurisidicción de Atotonilco, desde donde, dice Oca Sarmiento, los indios huyeron hacia la sierra del Diablo, desde donde "tlatolearon" al resto de los indios de la conchería "y sabiendo que la provincia de conchos se alzaba a imitación de los ene-migos y coaligada con ellos, entré a su pacificación".134 En suma, el alza-

131 Relación de Diego de Medrano, en Guillermo Porras Muñoz, La frontera..., p. 169. 132 Informe del gobernador Antonio de Oca Sarmiento al Sr. Virrey. Parral 12 marzo de

1667, en C. W. Hackett, Historical Docurnents..., v. 2, pp. 188-192. 133 Ibid. , p. 190. 134 Jbid.,p.i88.

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miento había sido causado por los tobosos huidos de haciendas y remon-tados a la sierra del Diablo. En su informe al virrey. Oca Sarmiento le co-municaba de un plan para contener a esos "enemigos", el cual consistía en el establecimiento de diez atalayas, o puestos de vigilancia esparcidos por el territorio, e incluso anexaba un mapa explicativo. Supuestamente estas atalayas servirían para atajar visualmente a los indios en el momento de entrar a atacar, y en el mapa vemos que siete de esas atalayas las situaba sobre el camino real entre Cuencamé y Parral y las otras tres sobre el río Florido: una frente al arroyo de la Parida, otra frente a Atoto-nilco y la tercera, curiosamente más hacia el poniente, en Todos Santos. En su interesante composición con deformación espacial y el oriente en la parte de arriba, el mapa nos muestra también cómo para Oca Sarmiento había dos zonas principales de "indios enemigos": una era la de los salineros, al este de Mapimí, y la segunda el oriente de Atotonilco, entre la sierra del Diablo y la parte situada al sur del curso inferior del Conchos. En esta última, la "raya" de los indios enemigos se situaba apenas al oriente de Atotonilco,- resulta interesante ver cómo bordea de manera muy precisa toda la vertiente oriental del Florido y continúa de la misma manera, después de la confluencia de los dos ríos, bordeando el curso del Conchos en dirección de La Junta.135 Para Oca Sarmiento, el territorio de origen de los "tobosos de guerra" se había extendido ya entonces a toda la franja oriental de la cuenca de los dos ríos, y no sólo a la del Florido, como era antaño. Lo contradictorio del asunto, al menos para el observador moderno, es que en ese año él mismo ordenaba al gobernador de los "conchos" ir a juntar a los tobosos de Atotonilco, pues su reducción se hallaba vacía, ya que los que no se habían fugado se "encontraban desparramados por las haciendas". En otras palabras, había tobosos de los dos lados de la "raya", y los del interior aunque habían partido de guerra un año antes, eran lo suficientemente dóciles como para servir en haciendas y atender al llamado del gobernador indio, al igual que los demás conchos.3^6

Más tarde, Oca Sarmiento haría mención de que ese año se verifica-ron epidemias y hubo sequía en la provincia,-137 sin embargo, al menos por el momento, no identificaba esos hechos como causantes de alguna manera de la rebelión, sino que lo atribuía justamente al "tlatoleo" de los tobosos, quienes, después de escapar de las haciendas de Valerio Cortés del Rey, se convirtieron en "los que hoy dan mayor guerra en este rei-

135 Este mapa aparece reproducido como anexo en Guillermo Porras Muñoz, La frontera... 136 AGÍ, Escribanía de Cámara 397A, Residencia del gobernador Antonio de Oca Sarmiento,

núm. 21, Comisión al gobernador de los conchos para que saque a los indios de Atoto nilco, 3 de marzo de 1666.

137 AGÍ, Escribanía de Cámara 397A, Residencia del gobernador Antonio de Oca Sarmiento, 1666.

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no".138 Para completar todas estas aparentes contradicciones, después de haber elaborado todo un complejo plan para "atajar" a los "enemigos" to-bosos, parece que un año después el propio Oca Sarmiento quiere volver-les a abrir las "puertas" del reino a esos "enemigos", pues lejos de inten-tar exterminarlos o mantenerlos fuera de la provincia permite que la reducción de Atotonilco vuelva a funcionar normalmente, sin molestar a los indios allí reducidos/39 tanto más que todavía ese año los tobosos se hallaban de guerra en la sierra del Diablo y, lo que es peor, aliados con los salineros y los cabezas, quienes habían llevado a ese lugar a varios cauti-vos españoles, entre ellos al jesuíta Rodrigo del Castillo.1*0 Pero en reali-dad no había incoherencia alguna en las actitudes del gobernador,- él sabía con quién trataba en todos esos casos y de qué indios estaba hablando. El problema, para el observador moderno, es que en esta época el término toboso ya no tenía el mismo significado que unas décadas atrás. Un ele-mento muy sintomático de lo anterior lo tenemos en cómo Oca Sarmiento ubicaba el territorio de los "tobosos enemigos" en toda la franja oriental del Conchos. También por eso, en ese mismo año el propio gobernador hizo colocar un grupo de tobosos pacificados en el puesto llamado San Luis Mascomalhua, que era una de las reducciones de conchos que habían sido abandonadas durante la rebelión y que se hallaba muy lejos del terri-torio toboso "tradicional", es decir, que se trataba de tobosos provenien-tes del bajo río Conchos,- unos años después los encontraríamos asenta-dos en San Francisco de Conchos.141

Para la década de 1670 la conchería se hallaba dividida en dos grandes porciones, cada una con su propio "gobernador" indio. Una, la de la parte alta del río, o "de la raya de los tarahumares", tenía por principal a un in-dio llamado don Constantino,-142 la otra se hallaba bajo el cuidado de don Hernando de Obregón, "gobernador de la parte de río abajo de Conchos hacia el norte",143 es decir, ocupaba toda la franja oriental en dirección de La Junta, la misma zona donde en el mapa de Oca Sarmiento aparecen los "tobosos enemigos". Efectivamente, en esa época San Francisco de Con-chos se estaba convirtiendo en receptáculo de diferentes conchos de gue-rra provenientes del bajo curso del río. La situación no era cómoda: el ca-cique Juan Constantino se quejaba de que el gobernador "le compelía a

138 Informe del Gobernador Antonio de Oca Sarmiento al Sr. Virrey..., p. 190. 139 A G Í , Contadur ía 927, Cuentas de la Real Caja de Durango, 1667-1668. 140 Luis González Rodríguez, Crónicas. . . , pp. 262-264. 141 William Griffen, Iridian Assimilation..., p. 64. 14:1 Ibid., p. 45, igualmente, Cédula de la reina gobernadora al Virrey de la Nueva España

sobre que se quite la imposición que los gobernadores de la Nueva Vizcaya han hecho a los indios, Madrid, 22 de junio de 1670, en C. W. Hackett, Historical Documents..., vol. 2, p. 200.

14^ ídem.

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que fuese a traer de los montes a los indios encomendados, y que lo hacía con gran riesgo de su vida, porque se resisten en forma de alzamiento".144

Sin embargo, los traslados continuaron; en 1673 fue reducido también en San Francisco un grupo de chisos, pacificados recientemente para ser lue-go enviados de repartimiento al valle de San Bartolomé,145 y en 1674, otro contingente del mismo tipo es reducido en Atotonilco, esta vez, son nombrados tobosos.146

En 1678, otro gobernador, Lope de Sierra Osorio, nos proporciona una visión mucho más clara del desplazamiento geográfico-semántico que se operaba, no sólo con el término toboso, sino quizá también en general con la noción de indio de guerra, en el Norte novohispano:

De la ciudad de Guadiana, cabeza de la Vizcaya, hasta el real de San Joseph de Parral, habrá un distancia de cien leguas y todas despobladas, al lado dere-cho de camino real están las serranías y montañas a donde asisten once na-ciones de indios enemigos, por ser entre ellas la de más valor los tobosos, co-munmente todas se llaman con este nombre, si bien después que yo llegué a aquél reino todos los de esta nación se han reducido de paz y los poblé en San Francisco de Conchos.147

El término toboso se ha convertido en un apelativo genérico del indio de guerra que se refugia más allá del bajo río Conchos. En un escrito de 1683, Sierra Osorio nos muestra que detrás de esta declaración se hallaba una idea bastante precisa de lo que significaba en términos geográficos el territorio de los indios de guerra. La tierra de las doce naciones "que se comprenden debajo del nombre de tobosos//I4S se hallaba más allá de una línea imaginaria, que vendría del Real de Parral en dirección de San Fran-cisco de Conchos:

siguiendo esta propia línea [se halla el lugar que] se llama San Francisco de Conchos, 22 leguas a la parte norte del Parral, poco desviado del camino de la Nueva México, que es raya de las referidas naciones y la de los conchos, don-

144 ídem. 145 Archivo Histór ico de Parral , Microfi lms UTEP, 476-54, 1673^ Autos relat ivos a la gue

rra con los indios enemigos de la real corona. 146 Archivo Histórico de Parral , Microfilms UTEP, 476-56, 1674A, Autos de guerra con los

indios rebelados. 147 El licenciado Lope de Sierra Osorio, oidor de la Real Audiencia de México, gobernador y

capitán general que fue del reino de la Nueva Vizcaya, informa a vuestra Magestad el es tado de cosas de aquél reino, México, 26 de sept. de 1678, en C. W. Hackett , Histórica! Documents... , v. 2, p. 210.

148 Extracto del papel que formó el señor Lope de Sierra*sobre las cosas tocantes al reino de la Nueva Vizcaya, 1683, en C. W. Hackett , Historical Documents. . . , v. 2, p. 218.

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de se ha de poner un presidio como los antecedentes [el Gallo y Cerro Gordo] que sirva de contener en respecto unas y otras naciones privarles de la comu-nicación y obrar la ejecución de daños y robos. J49

Aquí ya el origen geográfico y los antecedentes son irrelevantes. Poco im-porta la presencia, durante casi un siglo, al lado de los españoles, de in-dios que portaban el nombre de tobosos, ni interesa tampoco si en otros tiempos los tobosos sirvieron como los "rnás amigos y de mayor resolu-ción y valor" entre los auxiliares de guerra, como dijera en 1646 el oidor Fernández de Baeza:150 los tobosos son invasores, pues son ellos quienes van

a las tierras que están poseyendo los españoles y los indios cristianos y que están de paz y con bárbara crueldad les roban sus haciendas sin distinción de sexo, sin que para su fin principal que es robar, conduzca más justificación se les pueda hacer la guerra y hacerles esclavos que a los turcos, que siendo ene-migos declarados de la cristiandad dan cuartel a todos los que se rinden sin llegar a ensangrentarse en las vidas de los que por su sexo y edad o profesión, están indefensos.151

Se trata, en otras palabras, de una definición política del enemigo, en la cual el elemento geográfico no es, en realidad, sino una de sus partes. La guerra ofensiva es justa, continúa Sierra Osorio, porque los indios de gue-rra invaden territorios sobre los cuales no tienen título legítimo: "y estas tierras nunca fueron de la dominación del señor Moctezuma o de otro cacique de estos reinos",152 y sostiene que es justa también porque son enemigos de la corona y de los españoles, puesto que conspiran contra ellos: "tienen a sus espaldas convecinas innumerables naciones de otros indios a quienes han solicitado traer en su ayuda".15^ Si un día lograran esos conspiradores atraer a aquellos bárbaros, ofreciéndoles ropa robada de los carros que van a Parral, "fueran innumerables las naciones del norte que salieran a inundar estos reinos"154 y la ruina sería total. No era la primera vez que un proceso semejante se desarrollaba; ya a princi-pios del siglo xvi los caribes habían sido declarados también enemigos de la corona, y más tarde igualmente los "chichimecas" de Zacatecas se verían enfrentados también al fantasma de la guerra de exterminio "a sangre y fuego", y sus apelativos se convertirían en algo así como sinóni-

x-*y Ibid., p. 220. 150 Véase supra . , p . 36 . 151 El licenciado Lope de Sierra Osorio..., p. 212. 152 Ibid., p. 213. 153 ídem. 154 Ib id . , p . 214 .

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mos de "indios de guerra". Tal fue lo que sucedió con los tobosos, y lo mismo sobrevendría más tarde con los famosos apaches.155

La historia de los tobosos no terminaría allí, desde luego. Al final de otro más de esos ciclos de más o menos 20 años, nuevamente durante los años de 1684, 1685 y 1692 la provincia se vio inflamada por sendas rebeliones generales y los tobosos con ella. Esta vez las principales zonas de conflicto fueron las de la parte norte de la conchería y la tarahumara, que ya experimentaban una sólida colonización española, proveniente sobre todo de la provincia de Santa Bárbara y también, aunque en menor cuantía, de Sonora. Aparecieron así nuevos enclaves de gente que se instalaba allí con sus armas y gente de servicio, y ello dio pie igualmente a la consolidación de nuevas conversiones y reducciones de conchos y tarahumaras.156 Con ello, nuevamente se amplió el ámbito de las guerras. Sin embargo, el papel de los tobosos en estos conflictos fue cambiando paulatinamente. Durante la rebelión de 1692, por ejemplo, los tobosos todavía fueron perseguidos por la sierra del Diablo, pero también por todo el bajo río Conchos, y toda la vertiente norte de la sierra Madre Occidental, hasta Sonora.157 Sin embargo, cada vez más el término toboso se transformaba en genérico para designar a cierto tipo de indio de guerra. Ese mismo año, por ejemplo, Gabriel del Castillo asentaba conchos-tobosos en San Francisco de Conchos, provenientes del curso bajo del río, y se decía confundido, pues las partidas de tobosos perseguidos por la sierra del Diablo estaban compuestas por los propios tobosos, y "diez o doce naciones de hacia el Rio del Norte e por aquellas partes de Coahuila"158 y, sin embargo, pronto se despeja la duda, pues esos "tobosos" no eran tales, sino conchos chisos, tomados anterior-mente de la Junta de los Ríos, y huidos hacia aquella región, lo cual puede perfectamente explicar la presencia de esas naciones del río del Norte entre ellos. El gobernador incluso expresaba sus sospechas de que esos indios estuvieran coludidos con los llamados "cocoyomes", por lo que ordena al capitán Juan Fernández de Retana pasar a cuchillo a los hombres y asentar a las mujeres y niños en San Francisco de Conchos.159

155 Acerca del origen y transformaciones del nombre apache: Chantal Cramaussel, "Los apaches en la época colonial", Cuadernos del Norte, núm. 20, julio de 1992, pp. 25-26.

156 Podemos citar las de Julimes en 1677, Nuestra Señora de Carretas en 1683, así como San Francisco de Alcántara de Namiquipa, Bachíniva, Janos y Santa Ana del Torreón, todas en 1685, por citar algunas de las más importantes en la conchería, y las misiones del Papigochi reabiertas durante la década de 1670, para el caso de los tarahumaras,- Sal vador Alvarez, Agricultura! Colonization..., pp. 183-185.

*>7 Testimonio de los Autos de Don Gabriel del Castillo, gobernador del Parral sobre opera-ciones de guerra y otros puntos. 31 mayo de 1691 hasta 9 de febrero de 1694, en C. W. Hackett, Historical Documents..., v. 2 pp. 290-360.

158 íbid., p. 293. ^ Ibid.,p. 348. -

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Éste es un episodio típico de la subsecuente historia tobosa. Durante las décadas siguientes, la reducción de San Buenaventura seguiría funcio-nando con tobosos, aunque poco a poco llegarían también allí conchos de otras regiones, y en especial chisos de la Junta de los Ríos. En 1697, por ejemplo, había allí 250 tobosos y 350 chisos; no obstante, en regiones muy lejanas de allí se oían ecos de ataques de los tobosos, como sucedió ese mismo año en Coahuila,160 para irse extendiendo paulatinamente por todo el Norte novohispano. Durante el siglo xvni, ya el apelativo toboso ha trascendido ampliamente las fronteras de la Nueva Vizcaya y ha to-mado incluso carta de naturalización en lugares tan alejados como el Nuevo Reino de León y Coahuila, donde en 1735 se hace mención de una reducción de "tobosos", en San Nicolás de Agualeguas, Sabinas y el Mar-quesado de Aguayo.161 Sin embargo, sería muy difícil determinar de qué clase de indios se trataba realmente, en cuanto a su origen geográfico, si se trata de tobosos trasladados hasta allí desde la Nueva Vizcaya o si bien el apelativo toboso ha llegado a extenderse hasta esa alejada región. Tal parece que esto sería, cuando menos en parte, la explicación a este asun-to. Simplemente añadiremos dos referencias finales para ilustrar lo ante-rior. En 1737, José de Arlegui, al describir el curato de Parral de ese tiem-po, decía que eran tres las "naciones" que se atendían allí: conchos, tarahumaras y tobosos,-162 mientras tanto, unos pocos años después, en 1746, pero refiriéndose al extremo opuesto del Norte novohispano, las provincias de Coahuila y Nuevo León, Félix Isidro de Espinoza decía que a sólo dos días de camino de la misión de Dolores:

comienza la lomería que es dilatadísima y confina con los llanos que llaman de los apaches [...] al poniente a distancia de 25 leguas, comienzan las lomas y los cerros donde habitan los indios rebeldes llamados tobosos, que infestan todo Parral, Saltillo y la provincia de Coahuila.163

Con el correr del tiempo, el apelativo toboso pasó de ser el de una modes-ta encomienda de indios del valle de San Bartolomé, se fue extendiendo en el tiempo y en el espacio, hasta terminar por darle un nombre a toda una gama de sociedades que cubrían un vastísimo espacio de muchos cientos de kilómetros. Sólo una investigación pormenorizada acerca de los indios de diferentes puntos de ese gigantesco entorno podría darnos una mínima idea acerca del origen geográfico y social de todos los grupos

160 william Griffen, Culture Ch¿mge..., pp. 46 y 95. 161 Ibid.,p. 72. 162 J o s é d e A r l e g u i , C r ó n i c a d e l a p r o v i n c i a d e N u e s t r o S e r á f i c o P a d r e S a n F r a n c i s c o d e

Zacatecas, 1737, México, Imprenta Cumplido, 1851, p. 89. 163 Isidro Félix de Espinoza, Crónica apostólica y seráfica de todos los colegios de Propa

ganda Fide de esta Nueva España, México, 1746, p. 469.

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a los que en algún momento se les llamó "tobosos". En cuanto a los tobo-sos originales, esto es, a los indios que habitaban la cuenca del Florido, muy poco es lo que se podría hacer en el dominio documental, fuera de lo ya realizado, para saber un poco más de ellos en cuanto a sus formas de vida originales. Se puede, sí, afinar la cronología de sus apariciones en di-ferentes tipos de documentos, averiguar tal vez un poco más acerca de las primeras encomiendas de tobosos, algunos elementos acerca de su vida en haciendas, minas y reducciones... Sin embargo, en cuanto al dominio estrictamente etnohistórico, la naturaleza de la documentación nos obli-ga a movernos dentro de límites precisos y muy estrechos.

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LOS TOBOSOS, BANDOLEROS Y NÓMADAS. EXPERIENCIAS Y TESTIMONIOS HISTÓRICOS

(1583-1849)

Luis González Rodríguez Instituto de Investigaciones Antropológicas, UNAM

INTRODUCCIÓN

Los tobosos, habitantes de arenales y desiertos, compañeros de vegetacio-nes xerofitas y asaltantes de los caminos, lo primero que me hicieron evocar fue el recuerdo de Dulcinea del Toboso,1 la dama de los pensa-mientos de Don Quijote. Esta reflexión me hizo pensar que la investiga-ción que uno emprende ha de hacerse con gusto y con amor, y hay que encariñarse con ella pero con sentido crítico, sin que sus ensueños tras-tornen la realidad, como sucedió a Don Quijote con Dulcinea.

Los tobosos me hacen pensar también que todos en la vida somos trashumantes, que estamos de paso un tiempo y que no tenemos una mansión permanente aquí. No somos dueños de nuestras vidas, sino ad-ministradores de ellas, con obligación de cuidarlas y de hacerlas produc-tivas en bien de los demás.

El tema que he seleccionado forma parte del contenido general de es-te simposio sobre nómadas y sedentarios en el Norte de México, organi-zado como homenaje a Beatriz Braniff, arqueóloga con más de 30 años de trabajo en el INAH, que ha descollado por sus investigaciones arqueológi-cas, sobre todo en el noroeste de México, como lo prueba su tesis de doc-torado. Como directora del Centro Regional del Noroeste, en Hermosillo, Sonora, ha dado estímulo a los trabajos e investigaciones en esa zona y organizado el simposio Antropología del Desierto.2 Mediante la enseñanza en la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH) ha transmiti-

1 El Toboso (datos de mediados del siglo xix). Villa a 15 leguas de Toledo, en el partido judi cial de Quintanar de la Orden, antigua diócesis de Santiago de Ucles, en Castilla la Nueva. De clima templado, a mediados del siglo pasado tenía 400 casas, dos conventos de monjas, la parroquia de San Antonio Abad, de tres naves, una ermita del Cristo de la Humildad y un convento agustino. Con 8 huertas y viñedos, canteras de jaspe, de piedra de berroque ña, de cal y de yeso. Productor de buen vino, harina candeal, cebada, centeno, avena, me lones, sandías y verduras; mantiene ganado lanar y aves corraleras. En el comercio posee tres lagares para cera que producen 3 000 arrobas,- tiene 9 molinos de viento y 6 telares. Anualmente celebra dos romerías: la de San Agustín el 28 de agosto y la de Santa Filome na el 3 de septiembre. Su población no llega a 400 habitantes. Miguel de Cervantes Saave- dra inmortalizó esta villa (Madoz, 1849 t. xiv: 769).

2 Vid. bibliografía.

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do sus inquietudes a numerosos alumnos. Finalmente, impulsando el museo transcultural de Paquimé, quiso borrar las fronteras políticas de México con Estados Unidos. A ella mi reconocimiento, mi respeto y este bosquejo de investigación.

Agradezco a los organizadores de este simposio su cordial invitación para participar en él con el tema de los prácticamente desconocidos tobo-sos. Su investigación, sin embargo, es fascinante, aunque aún permanez-ca en la penumbra.

LOS CHICHIMECAS DEL NORTE EN EL SIGLO XVI

Desconociendo los conquistadores, los misioneros y los pobladores la "toponimia" de tan vastas regiones norteñas y los "gentilicios" de los numerosos grupos que las habitaban, llamaron a todos chichimecas, bo-rrando toda identidad y usando el mismo término, originalmente despec-tivo, que habían utilizado los nahuas de México.3 Repitieron el mismo error de Cristóbal Colón, que llamó a los pobladores de este continente americano habitantes de las Indias, ignorando la inmensidad del mismo y las individualidades de los distintos grupos humanos que lo habitaban.

En consecuencia, durante el siglo xvi apenas se encontrará, en los dis-tintos documentos de esa época, el nombre de tobosos pues era ignorado. Sin embargo, sorpresivamente me encontré en la relación de Antonio de Espejo, acerca de su expedición al Norte y a Nuevo México, el siguiente dato correspondiente al 26 de agosto de 1583 de su crónica viajera, donde dice lo siguiente:

De río del norte a nueve leguas está el pueblo de San Benardino. A cinco leguas el río Conchos en el pueblo de Santo Tomás, en la confluencia con el río

3 Chichimecas. Vid. Sahagún, 1956. Fray Juan de Torquemada (1615) menciona detallada-mente a los chichimecas, a los chichimecas de Xólotl y a los teochichimecas. Escribe: "Hacia las partes del norte hubo unas provincias cuya principal ciudad fue llamada Ama-queme y cuyos moradores en común y genérico vocablo fueron llamados chichimecas [subrayado mío], gente desnuda de ropas de lana, algodón, ni otra cosa que sea de paño o lienzo, pero vestida de pieles de animales, feroces en el aspecto y grandes guerreros, cuyas armas son arcos y flechas. Su sustento ordinario es la caza, que siempre siguen y matan; y su habitación en lugares cavernosos, porque como el principal ejercicio de su vida es mon-tear, no les queda tiempo para edificar casas. Tomaron nombre de chichimecas estas gen-tes del efecto [que] significa su nombre; porque chichimecatl quiere decir como chupador [...] Y porque estas gentes en sus principios se comían las carnes de los animales que mata-ban crudas y les chupaban la sangre a manera del que mama" (Torquemada, 1975, 1: 58-I05 y 35 3-379)- Remi Simeón (1975) escribe: "chichimeca, tribus nómadas que vivían de los productos de la caza y que reemplazaron a los toltecas en el Anáhuac hacia el fin del siglo XII. Los conquistadores españoles designaban con el nombre de chichimecas a las tri-bus salvajes que vivían en el norte de México."

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del Norte, caminamos ocho leguas a un sitio que llamamos El Toboso. Luego (seguimos) tres leguas a Los Charcos de la Cañada. De ahí a seis leguas a un sitio que llamamos la fuente de la mala paz (Hammond y Rey, eds. 1929: 125-127).

Se apunta en la crónica que dos franciscanos acompañaron a Antonio de Espejo: fray Pedro de Heredia y fray Bernardino Beltrán, además iban en la comitiva 13 personas que llevaban 115 muías. Ésta es la única cita, co-rrespondiente a finales del siglo xvi, en la que se precisa un toponímico con el nombre de El Toboso y se menciona también que los expediciona-rios encontraron a un indio toboso viejo [ibid., 127). No tuve a mano el texto castellano y por eso doy la cita de la versión inglesa, sintetizando su contenido.

En muchos relatos de los siglos xvi y xvn sobre todo se unifica bajo el nombre de tobosos a muchos grupos étnicos con los que hacían alianzas o estaban emparentados, de la misma manera éstos eran llamados "chi-chimecas del norte" por las autoridades coloniales y por los historiadores y cronistas de la época, religiosos o seculares. Para los españoles y demás extranjeros los chichimecas eran bárbaros y salvajes, vivían dispersos co-mo bestias del campo y apenas merecían ser considerados como hom-bres. La sociedad dominante debía civilizarlos reuniéndolos en poblados distantes de los habitados por españoles para así sujetarlos obligatoria-mente a la ley cristiana, a la iglesia y al vasallaje del monarca español en turno.

Con un ritual simbólico, que consistía en arrancar algunas ramas de los árboles, tirar algunas piedras, dar unos pasos sobre la tierra o sobre la arena, erigir una cruz y recitar una fórmula, tomaban posesión en nom-bre del rey de España de un territorio cuyos límites desconocían. Hacien-do prevalecer su superioridad numérica o bélica, y legitimando esa pose-sión con un falso supuesto y una ficción de derecho, se apoderaban de esas tierras por las buenas o más bien por las malas.4

Philip W. Powell se refiere precisamente al avance hispano de descu-brimiento, conquista y poblamiento hacia el norte en la segunda mitad del siglo xvi. No menciona por su nombre a los tobosos, porque la mayo-ría de los documentos, al menos los que él consultó, no hablan nominal-mente de ellos, aunque sin duda en más de una ocasión se referirán a ellos como a uno de tantos grupos considerados como chichimecas.5

4 Ver un ejemplo entre los acaxées, cuando los españoles y el padre Hernando de Santarén en 1600 trazaron los primeros poblados en la parte de la sierra de Durango (González Ro dríguez, 1987: 271-287); vid. p. 272.

5 Vid. referencias bibliográficas.

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LOS TOBOSOS LEGENDARIOS EN EL SIGLO XVII

Los diferentes autores y documentos que tratan de los tobosos coinciden zosTlÍT ^V?11 ftremadamente bellcosos, indomables y escurridi- TLÜ S° SlgÍ° XVH SC han sublevad° Por lo menos unas 30 veces, LrDoWaHmaS TTd°u 'l0S Caminantes' a los soldados y sus presidios, á Zol Z I haCÍendaS Y ranch0S eSParcidos P0"-1 campo, a mi- T ma fnl °reS * ^T' r°band° Numerables cabezas de gana- semrand0 el."0 P°T ' ^^ arminando el comercio, la minería y sembrando el pánico y la inseguridad por doquier proptlLT^/^T118'VÍSÍtad°r d£ k adm--tración colonial,

l u i s G o n z á l e z R o d r í g u e z

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son los más perjudiciales, insufribles e indomables [...] más parecen brutos o fie-ras de la campaña que racionales, aunque para malhacer son astutos y cavilosos, discurriendo por cerros o ribazos y concavidades de peñas, donde se recogen.

Andan desnudos, sin más cuidado que del arco en que libran su sustento,-su comida natural es rústica y silvestre, de raíces y yerbas y tuna martajada de que hacen panes, sin reservar las cortezas. No hay animalejo inmundo y asqueroso que no sea pasto de su voracidad. Y en fin es gente bárbara, lacera-da y cruel.

El suelo de su territorio es estéril, el terreno flojo y que apenas cría yer-ba. Todo es maleza de abrojos y de cambrones, falto de agua, sin otra que la que suda el cogollo o tronco de una planta aparrada de pencas pequeñas y púas agudas que llaman lechuguilla.6

El capitán Mosqueda, junto con el capitán Cristóbal de Medrano, persi-guió entre i 6 i 6 y i 6 i 8 a l o s conchos y a los tobosos en la cuenca del río Nazas. Estos dos grupos y los nonojes, aliados a los tepehuanes, se encon-traron en la sierra de Santa Bárbara a comienzos de 1618. Los tobosos mismos declararon que "desde el comienzo del siglo xvn" andaban en pie de guerra y aún no tenían doctrina.7

Durante el gobierno de Mateo de Vesga, en 1621, se vuelven a regis-trar escaramuzas y acciones bélicas de los tobosos, como se habían dado antes a principios del siglo y al final del periodo de este gobernador, hacia 1624. Diego de Medrano informa a este respecto:

moviéronse también muy a los fines de este gobierno los tobosos, que en nin-guno han dejado de dar muestras de su ferocidad y belicosa naturaleza, que compite en valor con la guachichila. Siempre esta nación ha sido en poco nú-mero, mas ha tenido sujetas y amedrentadas a todas las circunvecinas que son, entre otras, nonojes y acoclames, con quienes están mezclados y empa-rentados, y uno solo que capitanee basta para resolver diez reinos. La tierra que habita esta nación es fragosa, estéril y sin aguajes y que no se puede traji-nar si no es en la fuerza de las aguas.8

Puestos en paz en 1621 por medio del intérprete fray Alonso de la Oliva, fundador de la misión de San Buenaventura de Atotonilco, quien domi-naba la lengua de los tobosos —como consta en algunos documentos—, estos indios bajaron a dicho pueblo y se comprometieron a trabajar en la siega de las cosechas del valle de San Bartolomé, hoy Villa Allende.9

6 Relación de Cervantes de Casaus en Porras Muñoz, 1980: 166, 167. 7 Op. cit., 1980: 153 y 158. s Naylor y Polzer, 1986: 446-479; Porras Muñoz, 1980: 168. y Ibid., p. 273; Bandelier, 1926: 120.

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Esta paz y alianza de los tobosos con los españoles resulta algo enig-mática o indica que los tobosos volvieron a sublevarse más tarde pues, por 1628, durante el gobierno del marqués de Salinas, se ordenaba por real cédula acabar con estos grupos que se mostraban irreductibles, raras ve-ces andaban solos y frecuentemente se aliaban con los salineros, con los conchos, y más al norte con los cíbolos.10

En efecto, una de las características de estos grupos étnicos, tanto nó-madas como sedentarios, era la frecuencia de sus numerosas alianzas para atacar a los españoles y algunas veces para hacer la guerra a otras et-nias. Sin embargo, hago notar que las guerras hispanoindígenas, más que las que pudiera darse de tipo interétnico, no eran con el fin de conquistar otros territorios (porque no tenían estructuras de control),11 es decir, no tenían como objeto y fin el dominio territorial o el dominio humano, si-no principalmente sus ataques eran para procurarse alimentos, enseres domésticos, aperos de labranza y objetos para propia defensa, como por ejemplo cuchillos o arcabuces. No se excluyen las hostilidades guerreras por rivalidades con otras etnias o por diferentes motivos bélicos contra los españoles.

En el periodo de gobierno de Gonzalo Gómez de Cervantes (1630-1631), los españoles buscaron la alianza de los tobosos para castigar a los masames alzados, "nación cercana de los conchos". Los tobosos asintie-ron, engañaron a los masames y los mataron, trayendo sus cabezas a Pa-rral.12

La década de 1640 a 1650 y sus años subsecuentes serán de enor-mes congojas para los españoles, de numerosas muertes, de obstáculos para la minería y demás asentamientos españoles y de ruina para el co-mercio por la confabulación y los asaltos de numerosas naciones en to-do el norte. Para defenderse, sobre todo de los tobosos, los españoles pensaron en una línea de 10 presidios a lo largo de 100 kilómetros, si-tuados desde Parral hacia el sur, cada uno a una distancia de 10 kiló-metros y con un total aproximado de 300 soldados con sus respectivos capitanes.13

Para tener una idea de los destrozos causados por los indios enemi-gos, particularmente por los tobosos, se pueden adelantar los hechos si-guientes. En 1644, unidos con los cabecillas, asaltaron una hacienda del valle de San Bartolomé; ahí mataron a dos personas y se llevaron todo el ganado y la caballada. Cerca de Parral robaron a los mineros cantidad de muías; mataron a un español y a un indio principal en Mapimí. En un

10 Porras Muñoz, 1980:169. ■ 11 Vid. Griffen, 1983: 337. 12 Relación de Medrano de Naylor y Polzer, 1986: 446-479. 13 San Jerónimo Huejotitlán, misión Tarahaumara d e i 7 i 5 , i 7 i 8 .

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camino flecharon a un hombre, y vivo aún, le desollaron la cabeza y otras partes del cuerpo. De tres haciendas de Indé se llevaron 2 000 cabe-zas de ganado mayor y 1 500 bestias de los corrales. En el vado del río Florido mataron a un indio que iba al Tizonazo, le cortaron la cabeza y ahí mismo, en el paraje de los Charcos, mataron a un tarahumara y ata-caron a un correo, que iba a México a informar al virrey, conde de Salva-tierra, de la situación en Nueva Vizcaya. De camino al valle de San Bar-tolomé robaron tres recuas de muías y otras tantas manadas de las haciendas vecinas.14

El 6 de octubre de 1645 el general Juan de Barraza, del presidio de Santa Catalina de Tepehuanes, por orden del general Luis de Valdés, go-bernador de Nueva Vizcaya, se preparaba en Canutillo, Tizonazo e Indé para flanquear a los tobosos por Mapimí y por la tierra de los salineros (llamados irritilas), moradores pacíficos de la laguna de Viesca, como lo señala en su relación de 1575 el padre Juan de Miranda, el primero que conoció a los conchos.15

Barraza llevaba en su compañía 60 soldados españoles y 200 indios aliados, tepehuanes y conchos. Al fin los tobosos fueron vencidos. En su huida asaltaron la hacienda de Canutillo, mataron en Tizonazo al gober-nador don Alvaro y robaron la hacienda del general Cristóbal de Ontive-ros. En un par de días recorrieron cerca de 80 leguas y se trasladaron a su territorio. Con los tobosos estaban confederadas otras seis naciones: ca-bezas, salineros, mamites, colorados, julimes y conchos, como lo hace notar en su relación el padre Nicolás de Zepeda y también lo señalan los autos de guerra levantados en esa ocasión.16

El maese de campo Francisco Montano de la Cueva salió para comba-tirlos. Fue igualmente designado para este fin Bartolomé de Estrada y Ra-mírez, futuro gobernador de Nueva Vizcaya. Los tobosos hicieron frente a las tropas de Montano de la Cueva y aun osaron robar sus haciendas, pero un labrador de esa región, Bartolomé de Acosta, logró vencerlos, ma-tar a 10 de ellos, que fueron apeloteados, y apresar a otros, además de re-cuperar lo robado.17

Los tobosos y los salineros eran unos 600 flecheros. Como dieron se-ñales de querer la paz, el gobernador Luis de Valdés les envío a fray Pedro de Aparicio. Sin embargo, dichos rebeldes decidieron reunirse por octu-bre de 1645 en la misión de San Miguel de las Bocas, e intentaron apode-

14 Para más detalles consultar la relación de Nicolás de Zepeda en González Rodríguez 1987: 196-240.

15 Rocha, 1940 (octubre-diciembre): 401. 16 Zepeda, op. cit., pp. 196-240. 17 Se conservan los autos levantados por Montano de la Cueva en 1645, Naylor y Polzer,

op. cit., pp. 318-334-

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rarse de su misionero, el padre Zepeda. El gobernador Valdés salió en su busca y los venció, consiguiendo, además, que se asentaran en San Bue-naventura de Atotonilco.18

El 22 de octubre de ese año se dirigió Guajardo al sitio llamado Espíritu Santo; de ahí se siguió a El Venado, el río Florido y al de Parral. El día 29 continuó a San Francisco de Conchos, a Chancable y a la Mimbrera, en el camino que va de México a Parral, y a Santa Fe del Nuevo México. Siguió luego a San Pedro de Conchos y a Santa Isabel y finalmente a Parral.

Nicolás de Zepeda hace notar que, en 1645, había una gran sequía, puesto que hacía cinco años que no caía la lluvia. Pone de relieve tam-bién que los españoles de esos lugares no se interesaban tanto por el bien común y por la prosperidad de los pueblos, cuanto por su propio beneficio y porque no les faltaran indios para su servicio personal.19

En septiembre de 1652, el general Guajardo y sus militares habían ido a reconocer unas salinas —probablemente las Palomas— a 3 kilóme-tros del Peñol de Nonolat. Desde el 27 de abril de 1575 el rey de España, por real cédula fechada en Villaseca, encargaba estas salinas a Francisco de Ibarra, primer gobernador de Nueva Vizcaya.

El 29 de septiembre de ese año tuvo lugar la batalla en el Peñol de San Miguel de Nonolat, que resultó desastrosa para los tobosos. El capitán Bal-tasar Caldera, a pesar de la lluvia de piedras que le arrojaron dichos indios, mandados por el nonoje Francisco de Casábala, logró subir a la cumbre con 8 hombres y dominar a los rebeldes. Después de que dos emisarios tobosos hablaran con el gobernador para pedirle piciete (tabaco), los capitanes espa-ñoles en número de siete, que tenían rodeados a los tobosos, dijeron que los rebeldes merecían la muerte. Los alzados estaban esperando el auxilio de los talamit (hijos de la tierra) y de los jitemit (hijos de las piedras).

Los autos de este combate que duró cinco horas precisan que se hicie-ron cautivos a 179 tobosos y que ellos tuvieron 322 muertos contra tres españoles heridos, 44 indios amigos, y únicamente 2 muertos.20

El 17 de octubre de 1652, el gobernador había ordenado hacer junta de guerra en el paraje de Jaque, pues un total de 18 grupos étnicos se habían aliado para hacer guerra a los españoles. Al parecer, únicamente los chi-zos de Cocotán eran fieles vasallos que hacían la guerra a los tobosos. Los otros grupos hostiles eran, además de los tobosos, los nonojes, acocla-

18 Por ras Muñoz , op c i t , pp .167 , 174 . 19 Vid. Zepeda (1644-1645), en González Rodríguez, op cit . , pp. 200-240. 20 Los Autos de guerra de 1652 se conservan en e l Arch ivo Munic ipa l de Par ra l , en e l co

r respondiente año. El h is tor iador parra lense Jo sé G. Rocha los ha consul tado, son 142 fo lios. Pueden verse sus artículos, citados en la bibliografía, sobre "Una cruel matanza de tobosos". Igualmente útiles son las informaciones ordenadas d e i 6 s o a i 6 5 3 por Enrique Dávila y Pacheco, que se encuentran en la Biblioteca Nacional. Vid. manuscritos en la bibliografía, y Porras Muñoz, op. cit., pp. 177-178.

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A partir de 1680 la actitud del gobierno colonial cambió respecto de los indígenas y ordenó su busca en sus territorios para invitarlos a vivir congregados y pacíficos,- de no conseguirlo, mandaría hacerles una guerra ofensiva. Con este fin envió al general Juan Fernández de Retana a com-batir a los tobosos, que poco antes se habían rebelado junto con los sali-neros, los cocoyomes, los acoclames y los gavilanes, a quienes, en 1677, había hecho la guerra el gobernador Lope de Sierra Osorio y poco después su sucesor Martín de Rebollar.26

El cambio de actitud de la administración colonial se explica porque ese año se dejaron sentir las rebeliones de los indios pueblo del Nuevo México que habían repercutido al sur del río Bravo concitando a los piros, tiguas, sumas y janos, tarahumares, conchos y pimas de la región de El Paso del Norte, Casas Grandes, Santa María de Carretas, Janos y toda la sierra tarahumara hasta sus fronteras con Sonora.27 A estos rebeldes se unieron los mansos, los julimes, e incluso los irritilas o laguneros, entre otros. Por eso, el gobernador Sierra Osorio decía que, ya desde 1678, entre Durango y Parral había 11 naciones enemigas, que la de más valor eran los tobosos, y que con este nombre se solía incluir a las demás. Un últi-mo testimonio de fines del siglo XVIII es el del gobernador Juan Bautista de Larrea, quien en 1699 asentó de paz a 130 tobosos en San Buenaventu-ra de Atotonilco y a 350 chizos en San Francisco de Conchos.28

Quiero resumir los avatares de este siglo tan tumultuoso con las pa-labras del visitador Cervantes Casaus acerca de los tobosos:

son los más perjudiciales, insufribles e indomables [...] Los indios tobosos y salineros no guardan palabra ni fe y con facilidad la quebrantan. Y no es de admirar si no se perfecciona con darles algunas reses, rejas de arado y semi-llas por una vez, obligándolos a sembrar y asistir a la doctrina que se les seña-lare, porque para dar la paz se juntan los que pueden, y dejándolos de la mano se vuelven a dividir como de antes a buscar de comer.29

IVÁN RATKAJ, UN CROATA; JOSEPH NEUMANN,

UN BELGA, Y LOS TOBOSOS

Según un testimonio franciscano de 1638, los tobosos, antes de haber te-nido alguna doctrina o misión en la que estuvieran asentados, ya se habían rebelado a principios del siglo xvn.3° En efecto, no he encontrado ningún

26 Ibid. pp. 241-245; Bandelier, 1923,1.11: 250. 27 Porras Muñoz, op.cit., p. 179. 28 Ibid., p. 222. 2y Ibid.r pp. 166-167 y 217. 3° Ibid.,p. 166.

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documento que hable del establecimiento de misión alguna entre los to-bosos antes de los intentos mencionados por Ratkaj en 1683.

A este respecto dice que los jesuitas pretendían fundar dos misiones entre los tobosos y que el padre José Tarda, visitador en 1681 de las mi-siones de la Tarahumara Alta, ya había empezado a aprender la lengua to-bosa ¡en 1680). Sin embargo, el obispo de Nueva Vizcaya en esos años, el franciscano fray Bartolomé de Escañuela, pretendía poner a clérigos dio-cesanos en las misiones proyectadas en lugar de los jesuitas. Los tobosos no aceptaron a los sacerdotes del obispo y prefirieron seguir su vida nó-mada discurriendo por cerros y roqueríos donde no se podía sembrar y asaltando con sus flechas a los caminantes.

Ésta era la imagen y la idea que tenía Ratkaj de los tobosos:

los conchos, tobosos y parras están situados hacia el Oriente, antes de la Nueva Florida, Nueva Francia y el reino de Nuevo León [...] Los tobosos su-peran a los conchos en barbarie [...] y aunque desde hacía muchos años vigila-ban de día y de noche los caminos,y con cuantas asechanzas podían los hacían sumamente peligrosos, nunca se supo que atentaran contra la vida de ningún padre de la Compañía. Más aún se dio el caso de que apresaran a uno de los misioneros y, despojándolo de todo y dando muerte a sus acompañantes, a él le perdonaran la vida y lo llevaran hasta cerca del presidio del Norte, mirando así por su vida [...] Estos enemigos, con el propósito de asaltar, robar y matar, reunían en sus escondrijos todos los animales que por la fuerza les habían quitado. Ante todo capturaban las muías, con cuya carne se alimentaban, despreciando todo lo demás comestible. Más aún, no les daba asco devorar la carne humana.

Marcados con fuego con miles de signos y de líneas, en su aspecto fiero y horrible vagaban aquí y allá como faunos por los montes [...] Mientras esta-ban tramando un asalto con horrible gritería y vociferaciones al mismo tiem-po, y con las flechas listas para herir, aterraban de tal manera a las víctimas que algunas veces éstas caían por tierra semimuertos y llenos de pánico antes de que las traspasaran las flechas.

A continuación sigue escribiendo Ratkaj que los tobosos, abandonando su barbarie, quieren que los jesuitas los pacifiquen, los gobiernen y les enseñen el camino de la salvación:

a este fin hace ya medio año que el gobernador de estas tierras de Nueva Viz-caya, con fervoroso y vehemente celo trata de dar satisfacción a sus deseos. Ha enviado ya a México, al virrey, muchos correos solicitando que algunos hombres apostólicos vivan con ellos [...] Para acelerar este negocio el gober-nador ha acudido piadosamente al obispo de Guadiana esta misma semana del 17 de septiembre de 1682, a fin de que no se nos oponga y se muestre ad-

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verso, puesto que es el único que obstaculiza estos buenos sucesos. El obispo es de la Orden de San Francisco, opuesto a nosotros, como algunos de los an-tecesores que ahí residieron. Quizás podrá retardarse nuestra ida, pero no lo-grarán impedir que entremos a dicha mies [...] Porque interesa sobremanera que esta nación nos sea fiel y amiga.31

Este testimonio, no señalado por ningún antropólogo e historiador, es importante y significativo por los nuevos elementos que aporta: el am-plio contexto geográfico que da de los tobosos; los gritos que precedían a sus ataques, las marcas de su cuerpo y de sus rostros, el gusto por la carne mular y el hecho de que fueran antropófagos.

Se da a entender también que los tobosos, aunque nómadas, eran ca-paces de practicar la sedentarización, de vivir congregados y de aprender la agricultura. También se hace notar que no habían tenido, antes de fi-nes del siglo XVII, una misión donde ellos pudieran establecerse. Los do-cumentos coloniales mencionan dos sitios en los que los tobosos convi-vían temporalmente con otros grupos: San José del Tizonazo, misión jesuíta de indios salineros, y San Buenaventura de Atotonilco, misión franciscana de indios conchos. El asentamiento circunstancial, en diver-sos tiempos, y el nomadismo ordinario o conyuntural, son rasgos comu-nes a numerosas tribus y bandas del norte que fueron consideradas exclu-sivamente nómadas.

Joseph Neumann, compañero de Ratkaj en la Tarahumara durante tres años, que vivió 5 2 años en esas regiones, coincide al afirmar que los tobosos eran indomables, asaltantes de caminos, de pueblos y de reales de minas, y que su radio de acción llegaba ininterrumpidamente hasta la sierra tarahumara, desde que tuvo noticia de ellos a fines de 1680, hasta los primeros decenios del siglo xvm. En sus numerosos escritos, particu-larmente en su Historia de las sublevaciones en la sierra Tarahumara, que publiqué en francés en 1971, y 20 años después en lengua castellana, se encontrarán los testimonios e impresiones que Neumann tuvo de los tobosos.32

u Iván Ratkaj, Rehitio Tarahumarum Missionum Eiusque Nationis terraeque descriptio, 1683 (ARSI, Mex. 17: 494-505v). Traducción castellana por Luis González Rodríguez, Anales de Antropología, v. 32 (1994; en prensa). 31 Vid. en índice la palabra "tobosos'7 en

Luis González (ed.) joseph Neumann: Révoltes des indiens tai ahumáis (1626-1724), París, Instituí des Hautes Etudes l'Amérique Latine, 1969-1971. Traducción castellana, Chihuahua, Camino, 1991.

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THOMÁS DE GUADALAXARA Y LOS TOBOSOS EN EL SIGLO XVIII

Los datos de archivo acerca de los tobosos y otras etnias norteñas abar-can parte del siglo xvi hasta comienzos del xix, cuando, por diversas cau-sas, desaparecen. Se han localizado alusiones a los tobosos en la corres-pondencia de los misioneros de la región tepehuana y de la sierra tarahumara, escritas al padre procurador en México, agradeciéndole el envío de las subsistencias y demás cosas que ellos le habían pedido. Las listas de tales bastimentos y objetos (por ejemplo, ajuar para la iglesia, aperos de labranza, instrumentos musicales, sustancias medicinales, te-las y sombreros para los indios, etcétera) se conocían como "memorias". El procurador de los jesuitas las surtía en la capital novohispana, y éstas se pagaban con la limosna anual de 300 pesos proporcionada por el rey a cada misionero.

En términos globales, el número de ministros evangélicos en el noro-este a finales del siglo xvn y mitad del xvm fluctuaba entre 80 y 100. Los arrieros transportaban lo que podían en sus recuas, cuyo número de mu-las pasaba en algunas ocasiones del centenar. El trajinar de las recuas era periódico y por lo general se hacía en los primeros meses del año, antes

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de que vinieran las aguas. En este vaivén regular los arrieros empleaban de dos a tres meses en el viaje de norte a sur y otros tantos en su regreso, aunque a veces se demoraban más de lo previsto.

Los tobosos y otros grupos salteadores de caminos sabían muy bien por la experiencia de muchos años y por las atalayas que tenían en sitios estratégicos en qué época del año pasarían por esos caminos las recuas de la misión que dejaban sus cargas en los sitios más cercanos, a donde po-día acudir cada misionero con sus arrieros locales: las dejaban en Parral, en la misión chihuahuense de Santa Cruz o en la de Mátape que ya co-rrespondía a Sonora.

Conservo dos testimonios del padre Thomás de Guadalaxara, de la misión de San Jerónimo Huejotitlán en la tarahumara, acerca de los tobo-sos. Uno es de 16 de enero de 1718 y se encuentra en una carta que escri-bió al padre procurador José Antonio García, al que le dice que acaba de recibir su "memoria". Todo lo que le llevó el arriero Bernardo de la Vega le llegó bien y se libró de caer en manos de los enemigos tobosos.33 Pero ya en 1692 había sido testigo, en Parral, de la paz dada por los tobosos.34

El otro testimonio, del 24 de febrero de 1715, dice lo siguiente:

llegó pues, Bernardo de la Vega con ella [su limosna] a 19 de febrero de este año de 1715 y milagrosamente escapó, pasando esta cuesta de Huejotitlán, a donde estaban los tobosos y el día 20 mataron a un capitán del pueblo de San Javier, que se adelantó a otros que iban, y duró la pelea 3 horas, y de los ene-migos fueron dos malheridos y que por la hierba venenosa se cree también morirían. Gracias a Dios y a su madre santísima no hubo más avería y queda-ron con victoria los nuestros, y les quitaron las bestias y lo que tenían los enemigos.35

Pongo de relieve aquí que los tarahumares se defendieron flechando a los tobosos con la hierba venenosa, mortal, despojándolos de sus bestias y re-cuperando lo que pretendía llevarse el enemigo.

Sintetizando los datos de los documentos citados en este trabajo en-cuentro que los tobosos atacaban y robaban los actuales estados de Chi-

33 Vid. Un estudio mío sobre Thomás de Guadalaxara, su vida y su obra en la tarahumara, está en prensa en el volumen correspondiente a 1995 de Estudios de Historia Novohispa- na que publica el Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM, bajo la coordina ción de Felipe Castro G.

34 Vid. AGN, Prov. Int. 29: 190. Testimonio ante el gobernador Juan de Pardiñas, el 24 de marzo de 1692.

35 El texto completo de esta carta se encuentra en AGN, Jesuitas iv, y debo su conocimiento, así como la búsqueda de datos históricos sobre los tobosos, a Nicolás Olivos, antropólogo social, que está preparando su tesis sobre la tarahumara y a quien expreso aquí mi agra decimiento por su ayuda.

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huahua, Durango, Coahuila, Nuevo León, Zacatecas y Tamaulipas; en to-tal pude especificar 67 sitios, la mayor parte de ellos en Durango, luego en Chihuahua y en Coahuila, y en último término en los estados restantes.

Los datos de archivo señalados en la bibliografía han sido ordenados en orden cronológico, no por autores. Es significativo notar que, a partir de 1735 empiezan los estragos de los tobosos en el antiguo Nuevo San-tander, que después formó parte del estado de Tamaulipas. En esta región los ataques tobosos continuaron hasta 1845, última fecha que he locali-zado.

A continuación indico los estados y sitios correspondientes a la fecha de los ataques tobosos que he encontrado.

Chihuahua (19 sitios robados y atacados, no pude especificar el número de muertos; esta advertencia vale para el resto de los estados)

1. Bolsón deMapimí: 1644, 1645, 1674 2. Estancia de Don Bernardo de Azcua y Armendáriz: 1691 3. La Chorrera, en la confluencia de los ríos Florido y Conchos: 1650 4. Palomas, Salinas de: 1652 5. Río Florido: 1644, 1645, 1652, 1666 6. Río Grande del Norte o Río Bravo: 1691 7. Santa Bárbara, Minas de: 1618, 1684 8. San Buenaventura de Atotonilco (hoy Villa López): 1652 9. San Diego de Minas Nuevas: 1684

10. San Francisco de Conchos, misión y presidios: 1645 11. San Francisco del Oro, minas de: 1684 12. San Javier, misión jesuita de: 1715, 1718 13. San Jerónimo Huejotitlán, misión tarahaumara de: 1715, 1718 14. San José del Parral, minas de: 1644, 1645, 1650, 1670, 1677, 1678,

1680, 1684, 1692 15. San Pedro de Conchos, misión franciscana de: 1645, 1650 16. Sierra del Diablo: 1691 17. Sierra de Jicorica: 1691 18. Tecolote, ranchería del: 1691 19. Valle de San Bartolomé (hoy Valle de Allende): 1644, 1653, 1684

Durango

1. Bolsón de Mapimí: abarca partes de Durango, Coahuila y Chihua hua,- esta planicie arenosa tiene una altura promedio de 1 200 metros so bre el nivel del mar: 1644, 1645, 1674

2. Canutillo, hacienda de (municipio de Ocampo): 1645

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3- Cristóbal de Ontiveros, hacienda del general: 1645 4. Cruces, paraje de las: 5. Cuencamé, presidio de: 1653, 1691 6. Charcos, los (municipio de Canatlán): 1644 7. Durango o Guadiana: passim 8. Espíritu Santo (municipio de Indé) localidad de: 9. Guanaceví:

10. Mapimí, pueblo y minas de altura sobre el nivel del mar, 1953 metros: 1644, 1645, i^52/ 1674

11. Nonolat, San Miguel de (peñol): 1652 12. Nuestra Señora del Pasaje, presidio de: 1691 13. Río Nazas: 1618, 1666, 1691 14. San Bernardino, misión franciscana de: 1706 15. San Buenaventura, misión franciscana de: 1698 16. San José del Tizonazo, misión jesuíta de: 1644, 1645, 1663/ 1666 17. San Juan Bautista de Indé, pueblo de visita de misión jesuíta:

1644, 1691 18. San Juan del Río: 1691 19. San Miguel de las Bocas, misión jesuíta de: 1645, 1666 20. San Miguel del Cerro Gordo, presidio de (hoy Villa Hidalgo), en el

camino de México a Chihuahua: 1666

21. San Nicolás (a doce leguas de Santa Catalina de Tepehuanes): 1690, 1691

22. San Pedro el Gallo, presidio de: 1691 23. Santa Catalina de Tepehuanes, presidio de: 1691 24. Santiago Papasquiaro, misión tepehuana jesuíta: 1691 25. Sierra de Atotonilco (municipio de Hidalgo): 26. Sierra de Pelayo (municipio de Mapimí) a 1 438 metros sobre el

nivel del mar: 27. Venado, el (municipio de San Dimas): 1645

Coahuila

1. Acatita, a 30 kilómetros al sur de Monclova (municipio de Casta ños): 1691

2. Agua Nueva: 1691 3. Bolsón de Mapimí: 1644, 1645, 1&74- 4. Cadena, la: 1691 5. Mesillas: a 10 leguas de Saltillo: 1734 6. Mobas: 1691 7. Monclova, presidio de Santiago de: 1734 8. Nadadores, misión franciscana de, a 470 metros sobre el nivel del

mar: 1693, 1698, 1762

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10. San Juan de los Ahorcados: 1691 11. Tora, jurisdicción de Santiago de Monclova: 1734 12. Nuestra Señora de Refugio de la Bahía: 1807, 1825 13. Saltillo: 1687

Nuevo León

1. Mojito: 1691 2. Salinas, las, jurisdicción de Nuevo León: 1734

3. Monterrey: 1706

Zacatecas

1. Mazapil: 1691 2. Nieves: 1691 3. Sombrerete: 1691 4. Zacatecas, ciudad: 1691

Tamaulipas

1. Sierra del Abra o de Tanchipa, entre Tamaulipas y San Luis Poto sí: 1775

2. Tanciaquil, montes de: 1775

Nota bene. A estos datos añado el que me comunicó la doctora Marie-Areti Hers: que en 1658 los tobosos también habían penetrado al ahora estado de Jalisco. Supongo que además llegaron a San Luis Potosí a través de la sierra de Tanchipa, aunque no tengo documentación que lo com-pruebe. De ser así los ataques de los tobosos se extenderían a ocho esta-dos actuales de la República Mexicana.

Según se tratara de guerrilla o de ataque a personas o propiedades, los asaltantes tobosos eran escasos en número y podían llegar hasta 600 fle-cheros como en el caso del peñol de Nonolat. Entre sus armas se mencio-nan expresamente las flechas, probablemente no envenenadas. Puedo su-poner que tenían también lanzas, mazos, las piedras que despeñaban y, como parte del botín quitado a sus víctimas, arcabuces, machetes y nava-jas, y algún otro instrumento de defensa y ataque. En los documentos se menciona que desollaban a sus víctimas, a veces las decapitaban, que bai-laban sus cabelleras, que acostumbraban cierto canibalismo y que despo-jaban de todas sus pertenencias a sus víctimas para utilizar todo aquello que pudiera servirles.

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No usaban vestimenta, pero llevaban algún penacho y marcas en cuerpo y rostro,- al parecer hombres y mujeres caminaban descalzos. Su habitación era móvil con alguna estructura o armadura de carrizos, em-badurnada con lodo y protegida con pieles. Como todas las etnias del nor-te solían tener un cacique que mandaba pequeñas bandas, curanderos que, como en todo el norte, atendían las enfermedades con recursos natu-rales, extrayendo el mal con canutillos y recitando alguna fórmula. Tenían hacedores del mal que, paradójicamente, podrían considerarse como neu-tralizadores de abusos. No tengo ningún dato acerca de sus creencias, pero puedo suponer que en su ideología religiosa distinguían a los inculca-dores supremos del bien y a los favorecedores del mal; quizás tendrían ritos de fecundidad humana y de fertilidad vegetal o animal, y sus creen-cias derivarían de la observación astral y de la naturaleza circundante.

Eran recolectores y cazadores. Su habitat era extremadamente árido,-los tobosos salían de él para procurarse el sustento, y a los españoles la misma falta de agua les impedía entrar. Los testimonios de Diego de Me-drano y de Juan de Cervantes de Casaus confirman parte de lo aquí expre-sado y añaden que los tobosos eran pocos —pero no señalan ninguna ci-fra—, que su valor y ferocidad era como la de los guachichiles, que los capitaneaba un jefe y que era muy frecuente su alianza con otros grupos.

En cuanto a su lengua, algunos piensan que era parte del tronco yuto-azteca del tipo sonorense; Pennington asemeja la lengua tobosa al con-cho. Otros dicen que simplemente era una lengua diferente y, finalmente, otros creen que era parte de las lenguas atapascanas. No se puede afirmar nada porque no se conserva ninguna palabra de la lengua tobosa y sólo se sabe que fray Alonso de la Oliva, fundador de la misión y el pueblo de San Buenaventura de Atotonilco (hoy Villa López) conocía muy bien esta lengua y era su intérprete,- algunos piensan que escribió una gramática o vocabulario de la misma.36

William Griffen afirma con razón que hay pocos datos acerca de los tobosos. No obstante señala la probabilidad de que existiera entre ellos la poliginia sororal, las ceremonias de pubertad dirigidas por chamanes, las danzas rituales o guerreras con consumo de peyote y, en el nacimiento de un vastago, la costumbre de la couvade, es decir, que el padre tenía que guardar cania para que su hijo recién nacido pudiera desarrollarse bien.

Antes de terminar cabe preguntarse el porqué de tantos levantamien-tos de los tobosos en contra de los españoles. No creo que existiera en es-ta etnia lo que ahora se llama racismo o discriminación racial. Los espa-ñoles sencillamente eran considerados enemigos por las encomiendas y el trabajo personal forzado en las haciendas o en las minas,- probablemen-

36 La concentración de todos estos datos está tomada en buena parte de Griffen, 1983 y de Rocha, 1939, 1940, 1941.

L o s t o b o s o s , b a n d o l e r o s y n ó m a d a s 373

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te consideraban también hostiles a los misioneros por obligarlos a vivir concentrados en pueblos, a llevar una vida con determinado orden y a cambiar de creencias, asistiendo cada día a la iglesia y a las oraciones. Sin embargo, en ningún caso se puede dar esto como absoluto, porque sin du-da alguna había españoles buenos y misioneros bondadosos y comprensi-vos e igualmente tobosos que aceptaron el cristianismo.

Alguna respuesta a estos interrogantes nos la dan los mismos españo-les cuando reconocen injusticias y arbitrariedades cometidas con los to-bosos y con otras etnias. Cito por vía de ejemplo el testimonio dado en 1640 por el licenciado Pedro Fernández de Baeza, presidente de la Au-diencia de Guadalajara, que escribe al rey:

si a los más amigos y de mayor resolución y valor, como son los tobosos, lla-mados de paz (...) los arcabucean, ¿cómo no se han de alterar las demás nacio-nes?3?

Ya para terminar el siglo xvn, en tiempos inmediatamente posteriores al mandato de Juan Isidro de Pardiñas Villar de Francos, que acababa de ser gobernador de Nueva Vizcaya, se dieron los últimos combates de ese si-glo contra los tobosos; los expedientes de estas luchas pueden verse tan-to en el AGN como en el AGÍ. Algo de sus acciones bélicas a comienzos del siglo XVIII pueden verse en los testimonios de Joseph Neumann y en los que he citado de Thomás de Guadalaxara. El historiador chihuahuen-se Francisco R. Almada escribe que en 1720 el gobernador Martín de Al-day fue a combatirlos y los castigó severamente.38 Sus actas se conser-van en el Archivo Municipal de Parral. Para perseguirlos confió esta misión a José de Berroterán, capitán del presidio de San Francisco de Conchos. Tanto el gobernador como el militar aprehendieron a algunos tobosos y a otros los deportaron a la ciudad de México. Con esta medida este grupo perdió importancia como problema militar y, paulatinamen-te, fueron desapareciendo de la escena. Quizás se extinguieron totalmen-te, pues ya en la segunda mitad del siglo xix su número era restringido y los documentos coloniales de esa época ya no los mencionan después de 1845. Al menos no he encontrado ningún dato posterior.

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I 667 "Crónica de un Cautiverio", en González Rodríguez, 1987: 261-267. CASTRO GUTIÉRREZ, FELIPE,- VIRGINIA GUEDEA Y JOSÉ LUIS MIRAFUENTES-GALVÁN (EDS.) 1992 Organización y líderazgo en los movimientos populares novo-hispanos. México, Instituto de Investigaciones Históricas-UNAM. GERHARD, PETER 1982 The North Frontier of New Spain. Princeton, Princeton University. Ver índice en la palabra "tobosos". Este autor considera a los tobosos como pertenecientes a la familia tara-cahita. GONZÁLEZ RODRÍGUEZ, LUIS 1987 Crónicas de la sierra tarahumara, 2a. edición, Chihuahua, Camino. GRIFFEN, WILLIAM B.

1969 Culture Change and Shifting Populations in Central Northern México. Tucson, University of Arizona Press (Anthropological Papers, 13).

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KROEBER, ALFRED L. 1934 Uto-Aztecan Languages of México. Berkeley, University oí Cali-fornia (Ibero Americana, 8). MADOZ, PASCUAL 1848- Diccionario geográfico, estadístico, histórico de España y sus po~ 1850 sesiones de ultramar, Madrid, 16 vols. MEDRANO, DIEGO DE

1654 Relación del licenciado Diego de Medrano, cura de la ciudad de Durango...del estado en que se halla (Nueva Vizcaya) y le han puesto los alborotos y estragos que han hecho los indios alzados. Durango, 31 de agosto de 1654, en Naylor y Polzer, 1986: 446-479. Otro ejemplar se encuentra en AGÍ, Guad. 68 y una copia en la colección Pastells v. 8, Madrid.

MlLLER, WlCK 1983 "Yuto-aztecan Languages", Handbook of Northamerican In~

dians, vol. 10, pp. 113-124. MlRAFUENTES GALVÁN, JOSÉ LUIS

1989- Movimientos de resistencia y rebeliones indígenas en el norte 1993 de México (1680-1821), Guía documental i, 11. México, Instituto

de Investigaciones Históricas (serie bibliográfica, 8 y 12). MONTANO DE LA CUEVA, FRANCISCO 1645 Traslado de los autos hechos en razón de la paz que se asentó con los indios de nación tobosos y salineros por el señor maese de campo Don Francisco Montano de la Cueva, teniente de gobernador y capitán general de este reino... 1645. Y tanto de un parecer que dieron en Atotonilco los religiosos de San Francisco y capitanes sobre la llegada de Don Cristóbal (APM, 1645 A: 227-243), en Naylor y Polzer, 1986: 318-334. NAYLOR, THOMAS H. Y CHARLES W. POLZER, S. J.

1986 The Presidio and Militia on the Northern Frontier of New Spain 1570-rjoo. Tucson, The University of Arizona Press. Ver índice en la palabra "tobosos". ORTIZ, ALFONSO (ED.)

1983 Handbook of Northamerican Indians, v. 10, Southwest, Washington, Smithsonian Institution. PORRAS MUÑOZ, GUILLERMO 1945 "Una Paz con los tobosos", Boletín de la Sociedad Chihuahuen-

se de Estudios Históricos, vol. v: 289-291. 1980 La frontera con los indios de Nueva Vizcaya en el siglo xvu, Mé-xico, Fondo Cultural Banamex. POWELL, PHILIP W.

1969 Soldiers, Indians and Silver. Berkeley, University of California Press, traducción castellana: La guerra ChichimecaT México, FCE

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TORQUEMADA, FRAY JUAN DE 1615 Monarquía indiana. 7 vols., edición preparada por el seminario para el estudio de fuentes de tradición indígena, coordinado por Miguel León-Portilla, México, Instituto de Investigaciones Histó-ricas-UNAM, r975-ZEPEDA, NICOLÁS DE

1645 "Rebelión de los tobosos, cabezas y conchos (1644-1645)", en González Rodríguez, 1987: 217.

Documentos de archivo en orden cronológico

DÁVILA Y PACHECO, ENRIQUE 1650- Información ordenada en Durango por EDP sobre hostilidades 1653 de salineros, tobosos, taxahumares y aliados, Durango 15 de sep-tiembre de 1645 (BN-Ofm 11/180 i2f.). AUTOS DE GUERRA...

1652 Autos de guerra en que está la salida del gobernador y capitán general a tierra de tobosos, y todo lo que va obrando en su ejecución, núm. 13, 142 folios (AMP) citado por Rocha. PRESUNTA PARTICIPACIÓN

1684 Presunta participación de los tobosos, chizos y chichitames en los asaltos cometidos en San Diego de Minas Nuevas, Valle de San Bartolomé, San Francisco del Oro, Santa Bárbara y Jurisdic ción de San José del Parral, 1684 (AMP, 1684, G-106).

REAL CÉDULA 1685 ordenando al marqués de la Laguna, virrey, erigir los presidios

de Cuencamé, Gallo, y San Francisco de Conchos para reprimir la ferocidad de los tobosos y sus aliados, Madrid, 22 de diciem- bra 1685 (AGN, RC, 20, exp. 154: 342-346).

RAMÓN, DIEGO 1687 Testimonio sobre ataque de los tobosos que, junto con otros gru-pos, mataron a Juan de Padilla, Santiago del Saltillo, 9 al 25 de octubre de 1687 (AH-INAH, Serie Saltillo, r. 5, doc. 25). AUTOS FECHOS...

1690 Sobre las Invasiones que hacen los indios rebeldes de este reino y los que se van actuando sobre la guerra ofensiva que se les ha-ce por el señor... Don Juan Isidro de Pardiñas... (AGN, Prov. Int. 29).

CORRESPONDENCIA... I 69 I Correspondencia con el gobernador de Nueva Vizcaya Juan de

Pardiñas, acerca de los rebeldes tobosos, jócomes y cocoyomes (AGN, Prov. Int. 29, 5:111-359).

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BAGA, FRAY ANTONIO 1693 Carta al provincial franciscano Antonio de Avellaneda sobre estragos de los tobosos en la misión de Nadadores, desprotegida de los soldados (Biblioteca Pública del Estado de Jalisco, Fondo franciscano, vol. 30: 67-73). CUERVO Y VALDÉS, FRANCISCO 1698 Bando del gobernador de Coahuila, FCV para prevenir los ataques tobosos a las misiones de Nadadores y San Buenaventura en venganza por una derrota sufrida, Santiago de la Monclova, 2 de septiembre de 1698 (WBS, 66, núm. 1902). REAL CÉDULA... 1703 al virrey de Alburquerque que recomienda hacer la guerra a los tobosos y a los cocoyomes, México, 20 de agosto de 1703 (AGN, RCD, 40: 334-35). RAMÓN, JOSÉ 1706 JR, Justicia Mayor del valle de San Bernardino de la Candela, certifica haber seguido a los tobosos que asaltaron a Fray Tomás de Ortega Morejón, San Bernardino de la Candela, 8 de octubre de 1706 (BFEJ, FF, v. 30: 131 rv). SALINAS VARONA, GREGORIO DE 1706 Autos del gobernador del Nuevo Reino de León, GSV sobre asalto de los tobosos a fray Tomás de Ortega Morejón, comisario de las misiones de Coahuila, Monterrey, 13-14 de julio de 1706 (BPEJ, FF, v. 30: 117-124). ATAQUE DE LOS TOBOSOS... 172,1 a los padres Campa, Barra y González camino a Texas, Ms. Bi-blioteca convento de Guadalupe, Zacatecas (Bolton, 1965: 440). JUNTA DE GUERRA... 172,3 por el gobernador de Coahuila, Blas María de la Garza Falcan, sobre depredaciones de los tobosos, 23 de marzo de 1723, Archivo de la Secretaría de Gobierno de Saltillo (Bolton, 1965: 424). FUNDACIÓN...

1734- del presidio de Sacramento y proyectos en Coahuila 1741 contra de los tobosos y otros grupos (AGN, Prov. Int. 177, 1: 1-397)-

JÁUREGUI URRUTIA, JOSÉ DE 1735 Descripción geográfica del nuevo reino de León por el gobernador JJU. Incluye noticias de numerosas tribus, incluidos los tobosos, México, n de enero de 1735 (AGN, Prov. Int. 109, 2: 101-113). NARANJO, FRAY MIGUEL

1762 Informe al provincial Alonso Muñoz sobre decadencia de las mi-siones de Coahuila; menciona el ataque toboso de 1693 a la mi-sión de Nadadores. Incluye lista de grupos que subsistían en

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1762, entre los cuales estaban los tobosos, Guadalajara, i de febrero de 1762 (BPEJ, FF, v. 30: 330-357V). GONZÁLEZ DE SANTIAÑEZ, VICENTE 1775 Operaciones militares contra los tobosos y otros grupos en los montes de Tansiaquil y sierra de Abra de Tanchipa (Santiañez es gobernador del Nuevo Santander), México, 26 de septiembre de 1775 (AGN, CV, ia. serie núm. 1972: 3V-6V). BUCARELI, ANTONIO MARÍA 1775 Carta a Julián de Arriaga, Ministro de Indias, sobre enfrenta-mientos con los tobosos y otros grupos en el Nuevo Santander, 26 de septiembre de 1775 (AGN, CV, ia. serie 71, núm. 1973: 6v-8). LIBRO DE "ENTIERROS"

1807 Libro de "Entierros, misión de Nuestro Padre Señor San ¡osé de 1825 Camargo" (título exterior] núm. 4 (por dentro dice lo correcto);

"Libro 11 de entierros hechos en la Misión de Nuestra Señora del Refugio de la Bahía desde el año de 1807" (Bolton, 1965: 447), contiene 157 entradas de 1807 a 1825 con datos sobre numerosas etnias, entre ellas los tobosos y sus bautizos.