sacramento del orden en la iglesia

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1 DIÓCESIS DE BARRANCABERMEJA SACRAMENTO DEL ORDEN EN LA IGLESIA NATURALEZA SACERDOTAL DE JESUCRISTO Urge volver la vista hacia Jesucristo para conocer su ministerio sacerdotal y poder deducir el de los Apóstoles y el de los sucesores de éstos. Cristo, enviado y sacerdote, en Pablo El único documento del Nuevo Testamento que otorga a Jesucristo el título de sacerdote es la carta a los Hebreos. Con insistencia se afirma en ella que en Cristo tenemos al gran sacerdote que ha ofrecido por los hombres el sacrificio reparador de valor absoluto. Las notas sacerdotales que se predican de Cristo en la carta a los Hebreos coinciden con las notas que en el resto de los escritos neo testamentarios, básicamente en los de Pablo y de Juan, se predican de Cristo como el enviado del Padre. Con esta conclusión, a la que se llega analíticamente desde la lectura del Nuevo Testamento, se afirma que Cristo es sacerdote por lo mismo que es enviado, con lo que la misión y el sacerdocio predicados de Jesucristo coinciden. Como advertencia previa a esta consideración bíblica, hay que hacer notar que, precisamente en la carta a los Hebreos, a Cristo se le otorga conjuntamente el tratamiento misional y sacerdotal al denominarle el Apóstol y Sumo Sacerdote de nuestra fe. Ser unitariamente apóstol (enviado) y pontífice (sacerdote) constituye, según el autor de la carta a los Hebreos, la realidad última de Jesucristo. Resumiendo esquemáticamente las notas sacerdotales de Cristo descritas en la carta a los Hebreos, se consigue el siguiente resultado:

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Cómo evoluciona el Orden Sacerdotal en la Iglesia?

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DIÓCESIS DE BARRANCABERMEJA

SACRAMENTO DEL ORDEN EN LA IGLESIA

NATURALEZA SACERDOTAL DE JESUCRISTO

Urge volver la vista hacia Jesucristo para conocer su ministerio sacerdotal y poder deducir el de los Apóstoles y el de los sucesores de éstos.

Cristo, enviado y sacerdote, en Pablo

El único documento del Nuevo Testamento que otorga a Jesucristo el título de sacerdote es la carta a los Hebreos. Con insistencia se afirma en ella que en Cristo tenemos al gran sacerdote que ha ofrecido por los hombres el sacrificio reparador de valor absoluto. Las notas sacerdotales que se predican de Cristo en la carta a los Hebreos coinciden con las notas que en el resto de los escritos neo testamentarios, básicamente en los de Pablo y de Juan, se predican de Cristo como el enviado del Padre. Con esta conclusión, a la que se llega analíticamente desde la lectura del Nuevo Testamento, se afirma que Cristo es sacerdote por lo mismo que es enviado, con lo que la misión y el sacerdocio predicados de Jesucristo coinciden.

Como advertencia previa a esta consideración bíblica, hay que hacer notar que, precisamente en la carta a los Hebreos, a Cristo se le otorga conjuntamente el tratamiento misional y sacerdotal al denominarle el Apóstol y Sumo Sacerdote de nuestra fe. Ser unitariamente apóstol (enviado) y pontífice (sacerdote) constituye, según el autor de la carta a los Hebreos, la realidad última de Jesucristo. Resumiendo esquemáticamente las notas sacerdotales de Cristo descritas en la carta a los Hebreos, se consigue el siguiente resultado:

a) Cristo no se constituye sacerdote a sí mismo, sino que es constituido por el Padre (Heb. 5,5-6)

b) la finalidad de su sacerdocio radica en redimir a los hombres de las transgresiones cometidas (Heb. 9,15)

c) y esto mediante un comportamiento de obediencia al Padre, en el que Cristo asume el sacrificio de la pasión y muerte redentoras (Heb. 10,5-7)

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Paralelamente a este esquema, si se rehace el pensamiento de Pablo acerca de la misión del Hijo, se llega a las siguientes conclusiones:

a) Dios envía a su Hijo nacido de mujer, en semejanza de carne de pecado (Gal 4,4; Rom 8,3)

b) para redimir a los que están bajo la ley, para que la justicia de la ley se cumpla en nosotros (Gal 4,5; Rom 8,4)

c) Cristo asume la condición humana hasta sus últimas consecuencias en un acto de obediencia al Padre (Fil 2,8-9)

Cotejando estas dos formulaciones neotestamentarias, que por su léxico han de denominarse la primera sacerdotal y la segunda misional, se advierte de inmediato la identidad de contenido doctrinal en ambas. Su enseñanza dice de Cristo que es el enviado del Padre para obrar por su muerte la redención de los hombres, sacrificio que asume en un acto de obediencia al Padre. Desde el contenido doctrinal de la exposición paulina, se puede concluir teológicamente que la misión, concretada en la Encarnación, es el constitutivo sacerdotal de Cristo. De Gálatas 4,5 que hace concretar la misión del Hijo en el nacimiento de mujer para que recibiéramos la filiación, ha deducido la teología que Jesucristo es sacerdote directamente desde su humanidad, es decir, desde el momento que la divinidad asumió la naturaleza humana como instrumento unido para obrar la redención del hombre. Cristo mediante su cuerpo humano ofrece el sacrificio de salvación, y al asumir este cuerpo en la encarnación, concreción de la misión, quedó dispuesto para la oblación y por lo tanto fue constituido sacerdote.

Sacerdocio de Jesucristo en Juan

Juan, el evangelista del Buen Pastor, no denomina literalmente a Cristo sacerdote; sin embargo, conceptualmente sí que lo hace. Con toda claridad expone que la muerte de Cristo es un auténtico sacrificio en el que culminan los sacrificios de la Antigua Ley. Cristo es el Cordero de Dios (Jn 1, 29) que muere en la cruz, y en su muerte, al no serle quebrado hueso alguno, se cumple el rito sacrificial que la Ley mandaba observar con el cordero pascual (Ex 12,46; Jn 19,36). Teológicamente, Cristo es presentado en el cuarto evangelio como el Cordero que, al ofrecer su propia oblación, asume, y supera por cumplido, el sacerdocio y el sacrificio de la Antigua Ley.

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En el cuarto evangelio Cristo es básicamente el Hijo enviado y, por enviado, el Redentor que ofrece su sacrificio en una función sacerdotal. En el evangelio de Juan la misión constituye a Cristo sacerdote en la encamación, y que como sacerdote ofrece en la Cruz su propio sacrificio. Misión y sacerdocio, según Juan, no son dos notas diferentes en Jesús, sino única e íntima realidad constitutiva.

Cristo, sacerdote y pastor

En el Nuevo Testamento se reconoce también a Cristo con la denominación de pastor, la cual, como habremos de ver inmediatamente expresa en otros términos su función sacerdotal. Cristo pastor no sólo apacienta sus ovejas, sino que da la vida por ellas. En virtud de lo cual, la categoría de pastor, que en el evangelio de Juan se predica de Cristo, expresa unitariamente la realidad misional y sacerdotal de su persona y por lo tanto de su obra. La imagen del Buen Pastor refrenda la doctrina misional y sacerdotal expuesta tanto por Juan, en los anteriores pasajes ya vistos, como por Pablo.

En consonancia con la propia doctrina de Jesucristo, los Apóstoles lo aclaman como el Pastor. Y así, la carta a los Hebreos, en íntima concomitancia con lo que Cristo había dicho de sí mismo, le denomina el gran pastor de las ovejas (Heb 13,20); para Pedro, Cristo es el pastor y el guardián de las almas (1 Pe 2,25) e incluso el mayoral del ganado (1 Pe 5,4); y en el Apocalipsis, el cordero es a la vez el pastor que, sentado en medio del trono, guía a los elegidos hacia las fuentes de agua viva (Ap. 7, 17), y apacienta a las naciones con cayado de hierro (Ap. 12,5). Según los datos neotestamentarios, la denominación de pastor, predicada de Cristo, equivale al cumplimiento de un título mesiánico: el pastor enviado y la ejecución de la misión recibida se identifica con la nota sacerdotal de Jesucristo por tratarse del buen pastor que da su vida por las ovejas.

Conclusión

El Nuevo Testamento es unánime a la hora de reconocer el sacerdocio de Jesucristo ejercido en la propia oblación que, según el decir de Pablo, equivale al auténtico sacrificio del cordero pascual. Esta entrega oblativa de Cristo tiene dos caracteres nítidamente diferenciales. En primer lugar, el de haberse entregado por nuestros pecados, y, en segundo

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lugar, el de ser testimonio de su amor a los hombres. A la vista de este amplio conjunto de textos, se concluye afirmando que, en fidelidad a lo expuesto en el Nuevo Testamento, Cristo es el sacerdote que se entrega a sí mismo.

LOS DOCE, PARTÍCIPES DE LA MISIÓN SACERDOTAL DE JESUCRISTO

En el Nuevo Testamento se predica simultáneamente de Cristo y de los Apóstoles que son pastores, lo cual no ha de ser tenido como algo accidental o anecdótico. Tiene en sí un valor teológicamente categórico, pues pone de manifiesto que Cristo ha hecho participes de su propia misión a los Apóstoles No estamos, pues, ante una imagen casual, sino ante un título bíblico que expresa la misión sacerdotal de Cristo y la participación de la misma por los Apóstoles

Doble llamada en el Evangelio

Cristo llamó a muchos discípulos, y de éstos escogió a unos pocos para formar el pequeño grupo de los Apóstoles. Esta afirmación tiene su fundamento en la misma redacción del Nuevo Testamento, donde aparece una doble llamada de Cristo dirigida a los hombres. La primera, genérica y universal, tiene como destinatarios a todos y cada uno de los hombres necesitados de recibir la gracia de Cristo, para superar el pecado y quedar instalados en la trascendente dimensión de lo sobrenatural. La aceptación de la palabra de Cristo y la ablución bautismal constituyen unitariamente la condición para que el hombre sea justificado del pecado, regenerado por la gracia a la vida divina, e incorporado al cuerpo de Cristo que es la Iglesia. Por la fe y el bautismo se une el hombre a Cristo y alcanza la pertenencia al pueblo sacerdotal de los hijos de Dios. Poner en tela de juicio la índole sacerdotal de los cristianos supondría dudar del efecto sacramental del bautismo que, al incorporar al hombre a Cristo sacerdote, le hace miembro de su cuerpo sacerdotal y le capacita para obrar sacerdotalmente en unión con Cristo.

Texto fundamental de Marcos

Pero, según el Nuevo Testamento, la llamada de Cristo no se agota en la invitación dirigida a todos los hombres Cristo, además, invita con

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llamada particular a determinadas personas para hacerlas partícipes de su misión y, a través de la misma, constituirlas en enviados y ponerlas al servicio del pueblo de Dios sacerdotal Entre los varios textos del evangelio en los que aparece de una u otra forma la llamada de Cristo a quienes tenían que seguirle en la intimidad y participar de su misión, elegimos el del evangelio de san Marcos porque subraya con fino trazo el alcance personal y específico de esta segunda llamada. Dice así:

«Llamo a los que él quiso, y vinieron donde él Instituyó Doce, para que estuvieran con él, y para enviarlos a predicar con poder de expulsar

demonios»

(Mc 3,13-14).

En este texto El Señor llama a unos cuantos, a los que él quiere, con llamada personal y gratuita en la que no media título exigitivo alguno por parte de los llamados Ya no se trata de una llamada universal, ni incluso multitudinaria, sino de una llamada dirigida a unos cuantos, a un número reducido entre quienes le siguen que, por su singularidad, tiene un valor significativo equivalente «al resto santo de Israel», porque en este pequeño grupo se encuentra el núcleo de la futura Iglesia, de los portadores de la misión y por lo tanto de la salvación para los hombres. Y al llamamiento de Cristo, recogido por Marcos, que tuvo el carácter de afectuosa invitación personal, correspondieron los llamados acudiendo donde él en un acto de respuesta individualizada

Además de la gratuidad se contienen otras dos notas dignas de ser tomadas en consideración:

1. La evangelización constituye la finalidad de la llamada.2. Los Apóstoles reciben el poder para expulsar a los demonios

Bien vale la pena analizar este doble aspecto de la llamada Como se ve, en el texto de Marcos no se trata de un llamamiento salvífico sino ministerial, pues no son llamados para que se salven, sino para ser enviados a predicar. El hecho aquí estudiado ocurrió al inicio de la vida pública de Jesucristo, y en aquel momento inicial de su acción misionera llamó a los que quiso para enviarlos a predicar. La llamada y la misión constituyen una unidad, pues los llamados lo son para ser enviados a predicar.

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Ampliando este texto vocacional con el postpascual de Juan, en el que se narra la primera aparición del Resucitado a los Apóstoles, se ha de concluir que quienes al inicio de la vida pública de Cristo fueron llamados, más tarde fueron enviados por el Resucitado con la misma potestad con que él había sido enviado por el Padre (Jn 20,21) Por la misión son constituidos Apóstoles, enviados, los que previamente habían sido llamados. Son los enviados de Cristo para que, en su nombre, nunca en nombre propio, y en virtud de la potestad recibida, anuncien el evangelio a los hombres. El Apóstol, por lo mismo que ha sido llamado, ha de responder obedientemente a la llamada recibida de Cristo con el fin de cumplir la misión para la que ha sido destinado. La llamada implica siempre una invitación a la que hay que responder, y nunca es una imposición que se ha de soportar.

La potestad apostólica

Los Apóstoles son los llamados y los enviados, los constituidos, para ser partícipes de la misión que Jesucristo ha recibido del Padre, y, para poder desempeñar las funciones inherentes a la misión que les ha sido encomendada, han de recibir la potestad que les capacite para ello. Y esto resulta en sí mismo evidente, puesto que el Apóstol, por no obrar en nombre propio sino en el del mitente, necesita ser dotado de la autoridad competente que le capacite para llevar a término la misión que le ha sido encomendada. Jesucristo otorga un poder a los Apóstoles que es estrictamente sobrenatural y que está ordenado al perdón del pecado.

Según la doctrina neotestamentaria, Jesucristo llamó y envió a los que él quiso para anunciar la buena nueva. Y en esta elección y misión constituyó el apostolado. Jesús, que llamó a todos los hombres a la salvación, eligió a algunos para continuar su misión; y el Resucitado que se apareció a muchos tan sólo envió como Apóstoles a los previamente llamados para que testificasen con la fuerza del Espíritu Santo su resurrección. El testimonio que presta el Apóstol transmite la experiencia personal de la resurrección, pero la autoridad salvífica de su anuncio testimonial radica en la misión que ha recibido del Resucitado. Por el Apóstol, constituido como tal por la misión, el Resucitado continúa presente y operante entre los hombres.

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El esquema «como el Padre me ha enviado os envío yo a vosotros» es fundamental para comprender la vinculación existente entre el ser y el obrar del Apóstol enviado y Cristo mitente.

La sucesión apostólica

El apostolado, los Doce, en cuanto elegido y enviado inmediatamente por Cristo, es un hecho irrepetible. Los Apóstoles, al recibir inmediatamente del Señor la misión, quedaron constituidos en fundamento de la Iglesia, pero el hecho histórico del apostolado terminó con la muerte del último Apóstol Y con esta afirmación surge una pregunta sumamente acuciante para la eclesiología en general y para el tratado sobre el sacramento del orden en particular ¿Con la muerte del último Apóstol terminó también la misión apostólica que los Apóstoles habían recibido de Jesucristo?

Aunque el apostolado como institución concluyó en un determinado momento, no por eso desapareció su ministerio, y ello porque la obra de salvación encomendada por Jesucristo a los Apóstoles mediante la misión, por estar destinada a todos los hombres de todos los tiempos «id por todo el mundo y predicad a toda criatura», tenía que perdurar, con vigencia en todo tiempo y superando los límites del espacio. La conciencia en los Apóstoles del ministerio a ellos encomendado por Cristo les urgió a procurar cooperadores a través de los cuales se continuase el cometido del ministerio apostólico. La sucesión apostólica se convierte así en el medio necesario para que la obra de Cristo perdure en el tiempo.

Los Apóstoles quedaron constituidos como tales en virtud de la misión inmediata recibida de Cristo; los sucesores de los Apóstoles son tales en virtud de la misión mediata recibida a través de los Apóstoles. La identidad de misión y el modo distinto de recibirla identifica y separa al mismo tiempo a los Apóstoles y a sus sucesores. Cristo instituyó a los Apóstoles como fundamento de la Iglesia; los sucesores de los Apóstoles son cabeza de la Iglesia, aunque no son su fundamento.

INSTITUCIÓN DIVINA DEL SACRAMENTO DEL ORDEN

Se ha de afirmar que para fundamentar el sacramento del orden en el Nuevo Testamento se ha de prestar esmerada atención a la palabra de Jesucristo para advertir los distintos momentos en que su mandato lo ha

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ido instituyendo. Y, fruto de esta atenta escucha, la Iglesia ha llegado a percatarse de que Jesucristo en un momento inicial de su vida pública llamó a los que él quiso para enviarlos a predicar, que a lo largo de su vida fue concediendo a los Doce diversas atribuciones para anunciar el reino de Dios y perdonar el pecado a los hombres y que, por último, después de resucitado, al confirmar la primera llamada misional, los envió, como él había sido enviado por el Padre, y les dotó con la potestad del Espíritu Santo para que perdonasen los pecados. En la llamada y en la misión de los Doce, reiteradas a lo largo de su vida, Jesucristo instituyó el sacramento del orden en cuantos había llamado y enviado para que estuviesen al servicio de la comunidad.

A partir de los datos neotestamentarios se ha de decir que en la misión, precedida de la llamada personal, radica el sacramento del orden y que, como quiera que se trate de un sacramento de servicio a la comunidad, el enviado, al recibirlo, queda revestido de la potestad pertinente para realizarlo. La potestad del enviado le permite cumplir el cometido de servicio sobrenatural para el que no está capacitado desde la naturaleza humana ni tampoco desde su realidad de cristiano. Tan sólo desde Jesucristo, el mitente, recibe la potestad el enviado. Por ello, quien es enviado no obra en nombre propio, sino en el del mitente. Desde la misión, que confiere la potestad, queda capacitado el Apóstol para obrar en nombre de Jesucristo, el mitente, y por lo tanto para representarle vicariamente.

Teniendo en cuenta que la institución del sacramento del orden se basa en el mandato dirigido por Jesucristo a los Doce, quien desde el Nuevo Testamento quiera comprender plenamente qué es el sacramento del orden no sólo habrá de escuchar la palabra divina, sino que habrá de atender también al comportamiento de la Iglesia, a través del cual se constata el modo como, en obediencia al mandato institucional de Cristo y al tener que ir concretándolo en la administración ritual, ha ido precisando todos los aspectos del signo sacramental, tanto aquellos que configuran el efecto concreto del sacramento, y que se refieren directamente a la ordenación de los ministros, como los concernientes a la materia y a la forma del mismo. A partir de la palabra de Cristo vivida por la Iglesia, se puede comprender que Jesucristo no instituyó en concreto el rito del sacramento del orden.

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Modos diversos de glosar la institución del orden

En la historia de la teología son distinguibles por lo menos dos modos diversos de presentar la institución divina del sacerdocio ministerial.

Formulación eucarística de la institución

Una larga tradición, que ofrece su máximo punto de referencia en el concilio de Trento, ha afirmado que el sacerdocio ministerial, y por ello el sacramento del orden, fue instituido por Jesucristo en la Ultima Cena. Esta afirmación la recoge Trento en dos momentos distintos. El primero cuando, al proponer la institución de la Eucaristía como sacrificio, enseña que Jesucristo en ese momento concedió a los Apóstoles y a sus sucesores en el sacerdocio la facultad de ofrecer el sacrificio eucarístico. El segundo, dentro de la redacción directa del decreto sobre el sacramento del orden, al establecer de nuevo la relación entre el sacrificio eucarístico y el sacerdocio, pues reconoce que Jesucristo otorgó a los Apóstoles y a sus sucesores en el sacerdocio la facultad de consagrar, ofrecer y administrar el sacramento de su Cuerpo y de su Sangre. Con palabras conceptualmente idénticas, Trento formula en las dos ocasiones referidas que Jesucristo junto con la Eucaristía instituyó el sacerdocio ministerial.

Formulación misional de la institución

El Vaticano II, al tener que fundamentar el sacramento del orden, ha dejado el antiguo planteamiento eucarístico y ha emprendido derroteros nuevos que parten de la misión Remontándose hasta el misterio de la Trinidad, el Concilio fundamenta el sacerdocio ministerial en Jesucristo, quien, constituido sacerdote al ser enviado por el Padre, hace partícipes de su propia misión sacerdotal a quienes llama y envía. El esquema joánico como el Padre me ha enviado, así os envío yo, sirve de pauta a la doctrina del Vaticano II en la fundamentación y desarrollo del sacerdocio ministerial. En consecuencia con esta doctrina conciliar se ha de concluir que en los Doce instituyó Jesucristo el ministerio sacerdotal