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C omo saben, discípulos y amigos, don Luis gus- taba de pensar en términos de generaciones, de ciclos largos y cortos que lo mismo afecta- ban los ritmos de la naturaleza que la trayectoria de los hombres. Con la creación de El Colegio de Michoacán, en enero de , él tenía la certeza de que su propia vida —que había comenzado a transitar por su quinta déca- da, lo cual lo había sumado al club de los pachichi—* había empezado también a dar un nuevo e importante giro que modificaría algunas de las sendas labradas entre y , es decir, desde su ingreso como estudiante a El Colegio de México (Colmex) y la decisión de enfras- carse “en una acción novedosa” como fue la de fundar y presidir durante seis años (-) El Colegio de Mi- choacán en la ciudad de Zamora, Michoacán. La modificación de sendas, en el caso de don Luis, fue, como casi todo en su vida, sin rupturas. Para muchos de sus colegas, discípulos y estudiantes siguió siendo el in- vestigador, maestro, amigo ejemplar que habían apren- dido a respetar y querer. Pero a ellos, don Luis comenzó a sumar un nuevo y cada vez más nutrido contingente de colegas y estudiantes de historia pero también de otros gremios —como el de la antropología— quienes enten- dimos, muy pronto, que nos encontrábamos no sólo con uno de los grandes de esa disciplina —en verdad, con “el mayor historiador de nuestra historia” como ha dicho Héctor Aguilar Camín— sino además con un creador de empresas culturales, de mano tan suave como firme, don- de iba a poner a prueba mucho de lo aprendido en sus años de El Colegio de México pero también de las ense- ñanzas de una buena crianza pueblerina y de la relación cercana y afectuosa con personas que habían alcanzado la categoría de personalidades en muy distintos campos. Don Luis, además de un lector prodigioso y memorioso, fue siempre un observador acucioso que reflexionaba in- tensamente acerca de lo que veía y escuchaba. La acumulación de obras, pero también de nuevos co- legas y estudiantes, muchos de ellos convertidos en ami- gos en esa segunda fase de su vida, dan cuenta de lo que no cambió en don Luis: una biografía intelectual siempre Sabiduría y bondad Luis González, 1925-2003 Patricia Arias : Universidad de Guadalajara. Desacatos, núm. , primavera-verano , pp. -. * En su discurso de inauguración de El Colegio de Michoacán contó que: “Los antiguos purépechas añadían al nombre propio de las per- sonas, en el momento de cumplir los años, el mote de patzitzi, que significa venerable en lengua y simplemente pachichi o arrugado en el idioma del pueblo.”

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Page 1: Sabiduría y bondad Luis González,1925-2003 · y el indio en la República Restaurada, aprobada magna cum laude, con la que obtuvo el título de historiador y el grado de maestro

C omo saben, discípulos y amigos, don Luis gus-taba de pensar en términos de generaciones,de ciclos largos y cortos que lo mismo afecta-

ban los ritmos de la naturaleza que la trayectoria de loshombres. Con la creación de El Colegio de Michoacán,en enero de , él tenía la certeza de que su propia vida—que había comenzado a transitar por su quinta déca-da, lo cual lo había sumado al club de los pachichi—*había empezado también a dar un nuevo e importantegiro que modificaría algunas de las sendas labradas entre y , es decir, desde su ingreso como estudiante aEl Colegio de México (Colmex) y la decisión de enfras-carse “en una acción novedosa” como fue la de fundar ypresidir durante seis años (-) El Colegio de Mi-choacán en la ciudad de Zamora, Michoacán.

La modificación de sendas, en el caso de don Luis, fue,como casi todo en su vida, sin rupturas. Para muchos de

sus colegas, discípulos y estudiantes siguió siendo el in-vestigador, maestro, amigo ejemplar que habían apren-dido a respetar y querer. Pero a ellos, don Luis comenzóa sumar un nuevo y cada vez más nutrido contingente decolegas y estudiantes de historia pero también de otrosgremios —como el de la antropología— quienes enten-dimos, muy pronto, que nos encontrábamos no sólo conuno de los grandes de esa disciplina —en verdad, con “elmayor historiador de nuestra historia” como ha dichoHéctor Aguilar Camín— sino además con un creador deempresas culturales, de mano tan suave como firme, don-de iba a poner a prueba mucho de lo aprendido en susaños de El Colegio de México pero también de las ense-ñanzas de una buena crianza pueblerina y de la relacióncercana y afectuosa con personas que habían alcanzadola categoría de personalidades en muy distintos campos.Don Luis, además de un lector prodigioso y memorioso,fue siempre un observador acucioso que reflexionaba in-tensamente acerca de lo que veía y escuchaba.

La acumulación de obras, pero también de nuevos co-legas y estudiantes, muchos de ellos convertidos en ami-gos en esa segunda fase de su vida, dan cuenta de lo queno cambió en don Luis: una biografía intelectual siempre

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Sabiduría y bondadLuis González, 1925-2003

Patricia Arias

: Universidad de Guadalajara.

Desacatos, núm. , primavera-verano , pp. -.

* En su discurso de inauguración de El Colegio de Michoacán contóque: “Los antiguos purépechas añadían al nombre propio de las per-sonas, en el momento de cumplir los años, el mote de patzitzi, quesignifica venerable en lengua y simplemente pachichi o arrugado enel idioma del pueblo.”

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sabia, fecunda y original; una trayectoria personal inva-riablemente generosa e íntegra. En esos años, don Luisconjuntó y pulió quizá más que nunca dos atributos fun-damentales: sabiduría y bondad, esas dos virtudes graba-das en el código genético transmitido por sus ancestrosjosefinos que él se encargó de acrecentar: la sabiduría desu padrino, el padre Federico González; la bondad de supadre, don Luis González Cárdenas.

ANTES DE 1979

Don Luis llegó al año con una serie de atributos yreconocimientos arduamente ganados que explican, sinduda, la oferta del entonces secretario de Educación Pú-

blica, Fernando Solana, de que emprendiera la creaciónde una institución académica similar a El Colegio de Mé-xico fuera de la capital del país.

Poco antes, en , don Luis había pasado a formarparte de El Colegio Nacional. Con motivo de su ingresoal “Senado Cultural de la República, como lo llama lagente de voz recia”, tuvo que elaborar, ayudado por susestudiantes del Colmex, un apresurado curriculum vitaeque, aunque él mismo reconocía incompleto, daba cuen-ta de lo que había sido su itinerario intelectual desde

hasta . Años más tarde, tuvo enfrente ese documen-to cuando, a pedido de Jean Meyer, escribió el capítulo“Luis González. Minuta de un viaje redondo” para el vo-lumen Egohistorias. El amor a Clío.

Gracias a esos textos sabemos que su formación comohistoriador se inició en cuando ingresó a El Colegiode México. En términos formales, esa fase concluyó diezaños más tarde, en , cuando presentó la tesis La tierray el indio en la República Restaurada, aprobada magnacum laude, con la que obtuvo el título de historiador y elgrado de maestro en ciencias históricas por la Escuela Na-cional de Antropología e Historia. Entre esas dos fechasrealizó una travesía inolvidable: entre los años y

asistió a cursos en El Colegio de Francia y realizó estudiosde posgrado en la Universidad de París, donde tomó cla-ses con Marcel Bataillon, Ferdinand Braudel, IrénéeMarrou, Maurice Merleau-Ponty, entre otros. Antes deregresar a México vivió varios meses en España dondeconoció, trabajó y recogió materiales sobre la Nueva Es-paña en el siglo XVI en el Archivo General de Indias enSevilla.

Pero su entrenamiento en el oficio había comenzadomucho antes y de la mejor manera o, si se quiere, comoa él le gustaba, es decir, en la práctica. Por una parte, dela docencia. Desde , cuando todavía vivía en Guada-lajara, empezó a impartir clases en escuelas secundarias;más tarde en el ejército, cuando salió “agraciado” y letocó hacer un año de servicio militar en la ciudad de Mé-xico y, desde , en las licenciaturas y posgrados delCentro de Estudios Históricos y el Centro de EstudiosInternacionales de El Colegio de México y, en menor me-dida, en la Escuela Nacional de Ciencias Políticas y So-ciales de la UNAM, en la Escuela Nacional de Antropología

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e Historia y en la Universidad Iberoamericana.Entre y impartió innumerables cursos en los

cuales vertió saberes y sumó discípulos. Aunque en susprimeros años como investigador tuvo cierta cercaníacon temas prehispánicos y coloniales que se plasmaron encursos como “Historia prehispánica de México”, “Des-cubrimiento y conquista de México”, “Historia colonialde México”, fue más profusa y recordada su labor do-cente en cursos de asuntos generales —“Historia de lacultura”, “Historia contemporánea del mundo”, “Histo-ria del Estado y la sociedad en México”,“Seminario de lec-turas de política mexicana”— y los que se refieren al sigloXIX y a la época contemporánea: “La revolución de Inde-pendencia en México”,“Historia de México independien-te”,“Historia de México en el siglo XIX”,“México en el sigloXIX”, “México desde ”, “El porfiriato”, “La Revoluciónmexicana”, “Problemas contemporáneos de México”.

Sin embargo, él recordaba con agrado la imparticiónde cursos de índole teórico-metodológica —“Introduc-ción a la historia”,“Introducción a los estudios históricos”,“Lecciones preliminares de teoría y método de la histo-ria”, “Teoría de la historia”, “Teoría y método de la his-toria”, “Teoría y práctica de la historia”, “Filosofía críticade la historia”,“Técnica de la investigación documental”,“El uso de la historia”— donde curiosamente había sido,decía, menos reconocido. Pero a partir de , después deléxito de Pueblo en vilo, don Luis fue empujado a pensary asediado para enseñar acerca de la microhistoria, asun-to que se convirtió en una nueva veta de cursos, cursillosy conferencias.

Junto a su labor docente, don Luis se convirtió en lec-tor, jurado y director de innumerables tesis. Él tenía lagracia de descubrir los intereses, habilidades, particulari-dades de los estudiantes y desde ese conocimiento losanimaba a desarrollar sus investigaciones, más aún si setrataba de temas regionales a los que fue siempre particu-larmente sensible. Muchas de esas tesis se convirtieronen libros indispensables como La frontera nómada deHéctor Aguilar Camín, Los mexicanos que devolvió la crisisde Mercedes Carrera, La educación en Guadalajara duran-te la Colonia, - de Carmen Castañeda o Caudillosculturales en la Revolución mexicana de Enrique Krauze,por mencionar sólo algunos.

Pero las actividades académicas que don Luis mejorcultivó fueron, sin duda, la investigación y, siempre liga-das a ella, las publicaciones y la labor editorial. Todo co-menzó muy pronto. En , cuando fue admitido comoalumno en el Centro de Estudios Históricos, empezó aconvivir y aprender, dentro y fuera de los salones de cla-se, de maestros a los que guardó siempre tanto cariñocomo respeto: don Alfonso Reyes, que en ese tiempo erapresidente de El Colegio de México; don Daniel CosíoVillegas, que era el secretario general, y don Silvio Zavala,que fungía como director del Centro de Estudios Histó-ricos. Dos de ellos le recordaban, decía, a personas en-trañables de su pueblo natal: don Alfonso Reyes, por su“actitud imperturbablemente comprensiva y concilia-dora” a su padre, don Luis González Cárdenas, uno de loshombres más bondadosos de los que se tenga memoriaen San José de Gracia; don Daniel Cosío Villegas,“hom-bre enérgico, sapiente y lúcido” se asemejaba al inteligen-te y carismático padre Federico González, tío de don Luisy líder moral indiscutible de la sierra de Jalmich. DonLuis apreció toda su vida también las enseñanzas de au-las y cafés de los maestros españoles trasterrados que fue-ron cobijados en el naciente Colegio de México.

Desde esos años, don Luis definió una característicacentral de su quehacer académico: jamás dejar un traba-jo inconcluso, nunca dejar de entregar resultados publi-cables de sus investigaciones, grandes y pequeñas. En susaños de estudiante, entre y , realizó seis “brevesinvestigaciones” de tema prehispánico y colonial, que sepublicaron en las revistas Estudios de Historiografía Ame-ricana, Revista de Historia de América y la flamante His-toria Mexicana. Él reconocía que había sido “amasadopara ser novohispanista, pero resulté chile de otros mo-les”. En la contestación al discurso de ingreso de don Luisa El Colegio Nacional, don Silvio Zavala aludió a esos tra-bajos iniciales y lamentó que hubiera abandonado el es-tudio de esos periodos de la historia.

Sin duda, escribir se le facilitaba y mucho. Don Alfonsode Alba, compañero suyo en el Instituto de Ciencias enGuadalajara, recordaba la sorpresa que fue para maestrosy compañeros darse cuenta de la originalidad y buena plu-ma que, recién llegado de San José de Gracia, demostródon Luis, en principio uno de los alumnos menos ilus-

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trados en ese colegio de niños urbanos acomodados. Ensus primeros artículos elaborados en el Colmex, don Luiscomenzó a integrar su extraordinaria habilidad literariacon el conocimiento de autores y teorías y el manejo defuentes y materiales de primera mano recuperados enarchivos, bibliotecas y hemerotecas.

Entre y , don Daniel Cosío Villegas lo incluyóen un proyecto colectivo de investigación histórica y deformación de historiadores de largo aliento. En el “Se-minario de historia de México” se buscaba, decía donLuis, “pulir investigadores e investigar exhaustivamentelo que don Alfonso Reyes llamó “el pasado inmediato deMéxico”, es decir, conocer a fondo el siglo XIX, la “cen-turia de las grandes agitaciones”. Como es sabido, elambicioso proyecto tuvo que ser acotado y restringirse ala etapa liberal y el porfiriato. Don Luis, en compañía deEmma Cosío, Armida de la Vara y Guadalupe Monroy,

se encargó de investigar, documentar y escribir lo que seconvirtió en el tercero de los nueve voluminosos tomosde la Historia moderna de México. La República Restau-rada, dedicado a La vida social.

La tarea fue inmensa. Se trató de rastrear y dar cuen-ta de la parte más inexplorada de ese periodo, de lo quele había sucedido a las diversas sociedades del México deaquel tiempo y a la gente común más allá de los eventospolíticos, es decir, se trataba de hacer una historia social“donde cuenta el grupo o la colectividad y poco o nadael hombre individualmente considerado; desaparecenlos caudillos militar y político y la sociedad se convierteen el gran personaje de la tragedia o de la comedia his-tóricas” aclaraba Daniel Cosío Villegas en la “Tercera lla-mada particular” que introduce el volumen en cuestión.

Don Luis cumplió la tarea encomendada con enormeprofesionalismo y éxito. En La vida social se advierte, sinlugar a dudas, que era ya un maestro en el oficio de his-toriar. A todos queda claro que buscó, leyó, se documen-tó de manera personal y exhaustiva, que generó infor-mación y acuñó ideas que hacen de ese texto una obratitánica imprescindible. Se había convertido además en unmaestro en la manera de narrar la historia entreverandoargumentos y datos con propuestas teóricas claras depluma irrepetible. La vida social está plagada de otra vir-tud de don Luis: su capacidad para sintetizar informa-ción e ideas y acuñar títulos y subtítulos tan atractivoscomo atinados.

A partir de este trabajo, don Luis dio rienda suelta a lacerteza, invariablemente presente en sus obras posterio-res, de que había que pensar al hombre inmerso en sugeografía; de que había que hacer, siempre, una lecturahistórica del paisaje que habitan, trazan, incluyen, elu-den los hombres de cada sociedad en cada momentohistórico.

Al mismo tiempo, gracias a su infinita capacidad de lec-tura y su memoria prodigiosa, acumuló conocimientosy reflexiones acerca de personas, lugares, periodos, docu-mentos, estudios y temas que aparecieron publicados dedistintas maneras en esos y los siguientes años. Imposibledejar de mencionar un artículo perfecto: “La sociedadjalisciense en vísperas de la Reforma” donde transformóla árida Estadística de Jalisco de don Longinos Banda en

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un retrato insuperable de la sociedad jalisciense, de la di-versidad de sus paisajes, de su gente y sus intereses a me-diados del siglo XIX. La recién fundada revista HistoriaMexicana, entre otras publicaciones, se vio beneficiadade los excelentes artículos que emanaron de los trabajosrealizados para la Historia moderna de México.

En verdad, don Luis reflexionaba y aprendía de todolo que le sucedía. Las tribulaciones que pasaron para ge-nerar información social y regional para esa obra mayorlos convencieron, a él y a don Daniel Cosío Villegas, deque no había “en México suficiente información sobrelas provincias, ni documentos ni publicaciones periódi-cas ni libros siquiera” (Cosío Villegas, : XXXIII),comprobación que estuvo muy presente en los interesesque definieron el rumbo de El Colegio de Michoacán.

En esos años entendió también que lo suyo era el tra-bajo personal. Que, aunque entendía y valoraba el traba-

jo colectivo, para él “la narración histórica seguiría sien-do obra individual de principio a fin”. Hasta muy tarde ensu vida aprovechó las madrugadas silenciosas para leer,marcar los libros con pequeñísimas rayitas, reflexionar,construir los esquemas a partir de los cuales comenzaba,ahí sí, a escribir. Para don Luis pensar y escribir eran dosactos diferentes que no había que mezclar ni confundir.

Poco después, y todavía en la línea de los grandes traba-jos, se asoció con Luis Muro, Stanley Ross, Bertha Ulloay Susana Uribe para “hacer el catálogo de lo escrito en Mé-xico y sobre México en los treinta años que van de

a ” de lo que resultó la obra, en cinco volúmenes,Fuentes de la historia contemporánea de México. Libros yfolletos publicada por El Colegio de México en -.En ese mismo “patín de erudito”, decía, compiló docu-mentos que formaron el abultado libro El congreso de Aná-huac publicado por el Senado en . Más tarde, reunió

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y seleccionó los trabajos que conformaron los cinco vo-lúmenes de Los presidentes de México ante la nación,publicado en por la Cámara de Diputados; estudioal que le amputaron, recordaba, el capítulo introductoriollamado “Balances presidenciales de la Revolución mexi-cana”. En se publicó un pequeño volumen colectivo—Historia mínima de México— elaborado en poquísimotiempo, que se convirtió en un bestseller: ha sido tradu-cido a quince idiomas y suma más de medio millón deejemplares vendidos.

La confección de esas obras le afinaron aún más el ol-fato para descubrir y discriminar información; lo lleva-ron a perfeccionar su impresionante capacidad de síntesis;lo hicieron poseedor de conocimientos enciclopédicos; loobligaron a trabajar mucho para lograr textos atrayentesa partir de cifras y documentos por lo regular áridos y deprosa obtusa. También lo volvieron conocido entre pú-blicos más amplios, en especial los políticos, muchos delos cuales aprendieron a gozar de su prosa y a aceptar suirreverencia para referirse a héroes, sucesos y momentosconsagrados por la historia de bronce.

Además de la elaboración de grandes obras y coleccio-nes de documentos, don Luis publicó mucho en las dé-cadas de y . De esos trabajos mayores surgieroninfinidad de capítulos de libros y artículos en revistasespecializadas y de divulgación de la ciudad de México,de otras partes de la República y del extranjero. Perotambién elaboró trabajos especiales para enciclopedias ylibros colectivos de índole temática. Todos son de unafactura impecable. Don Luis se respetaba tanto a sí mis-mo, a sus colegas, estudiantes y lectores, que sus textosson de una rigurosidad, claridad y calidad ejemplares.También fue muy profusa su participación en reunionesacadémicas en calidad de organizador, ponente, comen-tarista, participante de mesas redondas así como conferen-cista ante públicos especializados y no tanto en Méxicoy en muchos otros países. Durante ese tiempo se hizo car-go, entre y , de la revista Historia Mexicana y dela dirección del Centro de Estudios Históricos de El Co-legio de México de a .

En esa vorágine de obras y compromisos andaba cuan-do decidió dar un giro en su vida y su trabajo. Como esbien sabido, en , acompañado de su esposa doña Ar-

mida de la Vara y de sus seis hijos, regresó a San José deGracia para pasar su año sabático, el pueblo del que ha-bía salido hacía años pero al cual nunca había dejadode acudir con frecuencia. Quizá esa sea otra de las singu-laridades de don Luis. Él, a diferencia de muchos de losemigrantes del mundo rural, mantuvo lazos estrechos eininterrumpidos con su lugar de origen y también consus paisanos urbanizados que se dedicaban, con bastan-te éxito, a quehaceres distintos, como el comercio, y noentendían que “Luisito, siendo tan listo” no se dedicaraa los negocios.

Pero además, como hijo único, estaba preocupado porsus padres ya ancianos y achacosos, y pensaba que eseaño juntos era una buena manera de acompañar y ale-grar su vejez. Pero como evidentemente no podía estarsin hacer nada, emprendió la hechura, de principio a fin,de la microhistoria de su pueblo. La historia es bien co-nocida. En ese año recopiló datos de los innumerablesarchivos donde estaba dispersa la historia de los josefi-nos antes de fundar el pueblo; puso a recordar sucesos aparientes; entrevistó a vecinos; escribió y les leyó, cadasemana, a sus paisanos los capítulos en que fue organi-zando la “historia universal de San José de Gracia”.

Lo que sucedió después también es muy sabido. El tex-to no gustó mucho a sus colegas, pero consiguió el patro-nazgo del doctor José Gaos, don Antonio Alatorre y donDaniel Cosío Villegas, lo que permitió que se imprimieray viera la luz pública rebautizado como Pueblo en vilo. Mi-crohistoria de San José de Gracia, publicado por primeravez hacia la navidad de .Y ahí sí el autor y su obra tras-pasaron las barreras de la disciplina. Pueblo en vilo ganólectores y adictos más allá del mundo de los historiadoresdonde su autor era muy bien conocido y reconocido, yse convirtió en libro de texto, en bibliografía recomenda-da, en referencia obligada para los estudiantes de diver-sas disciplinas sociales. Si bien no fue un bestseller, decíadon Luis, la historia universal de San José de Gracia, co-mo él gustaba llamarla, tuvo muy buena prensa: amigos,discípulos y extraños lo “piropearon bien y bonito”.

Fue un decenio de éxitos. Entre y el libro al-canzó tres ediciones que experimentaron algunas mo-dificaciones y al cual fue preciso aumentarle el tiraje: delos dos mil ejemplares de la primera edición se pasó a

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tres mil en la segunda y a seis mil en la tercera, algo ver-daderamente inusitado para un trabajo de índole acadé-mica. En Pueblo en vilo recibió el premio Haring dela American Historical Association. En fue traduci-do al inglés como San José de Gracia. Mexican Village inTransition por la Universidad de Texas. En aparecióen francés con un título que retomó una hermosa frasedel libro: Les barrières de la solitude, editado en París porla editorial Plon. El espíritu de don Luis, decía el mismo,“se puso tan gordo como su cuerpo… y el exceso de ma-sajes al ego… [le había servido] de rémora y de acicate”.

En la década de y a pesar de que la microhistoriaiba ganando terreno en su quehacer académico, le tocóhacerse cargo de la armazón y el seguimiento de otra obranacional de carácter colectivo y de gran envergadura.Don Daniel Cosío Villegas, ya añoso, le entregó la coor-dinación académica del “Seminario de historia de la Re-volución mexicana”, es decir, la tarea de encabezar y en-cauzar los trabajos de cincuenta investigadores con el finde elaborar la colección de Historia de la Revoluciónmexicana que publicó El Colegio de México en volú-menes de “poco bulto… muchas fotos y otras ilustracio-nes”. Don Luis, fiel a sí mismo, no sólo fue coordinadorde esos trabajos sino, además, autor de dos de los tomos deesa colección: Los artífices del cardenismo y Los días delpresidente Cárdenas.

Varias de las grandes obras, individuales y colectivas,en las que participó correspondieron a solicitudes espe-ciales de la presidencia de la República o del poder legis-lativo. En todos los casos, su mirada crítica e irreverente,pero siempre justa, contribuyó mucho a que esos trabajoslograran escapar de la historia de bronce y se convirtie-ran en obras que, a partir de una revisión fresca, certera,original, creíble del pasado mexicano, siguen siendo tra-bajos claves e imperecederos para las ciencias sociales ylas humanidades.

Pero ya la microhistoria lo perseguía y le exigía. De to-dos los frentes le llegaban solicitudes para que hablara yescribiera sobre lo que se debía entender y cómo se debíahacer una microhistoria y para que confeccionara más es-tudios de esa naturaleza. En , por encargo del Bancode Zamora, escribió La tierra donde estamos, que ad-jetivó como “Apuntes de historia regional y local del

occidente mexicano”. En se publicó, en la colecciónSepSetentas, Invitación a la microhistoria, donde reunióvarios trabajos anteriormente dispersos en torno al te-ma. Pero también, “más de fuerza que de grado”, decía,había vuelto a la investigación microhistórica al encar-garse, por cuenta del gobierno del estado de Michoacán,de la coordinación de la historia de los municipios de esaentidad. El resultado fue la colección de monografíasde otros tantos municipios. De la confección de dos deellas se encargó el propio don Luis: Zamora y Sahuayoque acabaron por darlo a conocer entre la gente de esaregión que corresponde a los rumbos que han formadoparte de los tránsitos y querencias de los josefinos.

Poco después se encargó también de coordinar, por en-cargo de la Secretaría de Educación Pública, la hechurade las monografías de los estados de la República. En es-te caso también, él se echó a cuestas la tarea de elaborarla de su propia entidad, de confeccionar el libro que se lla-mó Michoacán, lagos azules y fuertes montañas.

DESPUÉS DE 1979

Cuando estaba saliendo de varios de esos pendientes lellegó la oferta de crear lo que desde el de enero de

se llamó El Colegio de Michoacán (Colmich), en la ciu-dad de Zamora, que sólo a él le gustaba. Desde una viejacasona en la calle de Madero y el café del mismo nombrefue dando forma y definiendo el rumbo de la flamantecriatura. Sin abandonar sus labores académicas tuvo quededicar tiempo, esfuerzo e imaginación a la gestión.

Aunque no lo parecía ni lo presumía, sabía muy bienlo que quería y era obstinado en las cuestiones claves. Conmano firme, pero delicada, dejó claro desde el principioque el Colmich era una institución cercana y afín, peroindependiente, de todas las que lo habían patrocinado;que él se iba a encargar de escoger a sus colaboradoresy definir sus tareas; que se trataba de una institución dedocencia e investigación donde los profesores-investi-gadores tenían que ejercer el oficio y los estudiantesaprenderlo, junto con ellos, en la asistencia y revisión dedocumentos en archivos, bibliotecas, hemerotecas o enel trabajo de campo realizado en el mundo rural y las

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ciudades; que se debía trabajar en seminarios, sin des-cuidar el trabajo personal; que había que tener una estu-penda biblioteca donde explorar y trabajar sin excusa; queera imprescindible, desde el principio, producir una re-vista que diera cuenta de los avances de las investigacio-nes; que era necesario diseñar un consejo técnico dondese pusieran a discusión y reflexión los asuntos comunes.Don Luis tenía una capacidad asombrosa para llegar almeollo de los problemas y proponer soluciones atinadasdonde otros veíamos obstáculos insalvables o peripeciasinfinitas.

Por si fuera poco, los informes anuales de don Luisacerca de la marcha de El Colegio de Michoacán eranesperados por todos: él, como nadie hasta ahora, sabíatransformar cifras y listados de logros y pendientes entextos de tanta frescura, buena prosa, simpatía, respeto

que nadie quería perdérselos y las risas se oían por todoslos corredores de la vieja casona de Madero.

Aunque siempre privilegió la investigación sobre Mi-choacán, aceptaba de buen grado el interés por otros es-pacios. Su curiosidad y conocimientos acerca de lugaresy aconteceres de otros tiempos eran tan grandes que casinada le era ajeno, a todo le descubría un ángulo intere-sante. La vieja tradición de estudios históricos y antro-pológicos —sobre todo acerca de los purépechas—queexistía en Michoacán fue nutrida y continuada de mane-ra ejemplar por la labor de los estudiosos que se habíanvuelto colmichianos, algo de lo cual pocos estados pue-den presumir.

Ese hincapié en la entidad ha contribuido, sin duda, aque Michoacán sea, hoy por hoy, uno de los estados me-jor investigados del país en lo que se refiere a cienciassociales. Como se sabe, a los centros pioneros, el Centrode Estudios Históricos —al que él mismo fue de los pri-meros en sumarse como profesor-investigador— y elCentro de Estudios Antropológicos, nutrido por investi-gadores del CIESAS y la UAM-Ixtapalapa, se añadió, pocodespués, el Centro de Estudios Rurales y, más tarde, elCentro de Estudios de las Tradiciones que conformaronlos cuatro primeros programas de investigación y pos-grado que tuvo el Colmich durante muchos años.

El café —costumbre que importó de manera delibera-da del Colmex y mantuvo durante todo el tiempo quefue presidente del Colmich— desempeñaba un papel cla-ve en la vida de la institución. Las once de la mañana decada día era el momento para empezar a reunirnos, aveces con visitantes, a veces solos, a comentar noticias detoda índole, a intercambiar ideas, a tomar acuerdos, pre-cisar eventos, estar juntos. Allí se reencontró con amigosde todas partes que llegaron a conocer el nuevo Colegioy que ayudaron con cursos y seminarios y difundieron alos cuatro vientos la existencia de esa nueva y robustacriatura académica, como gustaba de llamar don Luis alColegio. Cuando él no estaba también íbamos al cafépero hacía falta. Esperábamos su regreso, por lo regularacompañado de buenas noticias o, al menos, así las hacíaparecer con su optimismo a toda prueba. Los problemasse ventilaban y solucionaban en su pequeña oficina o,mejor aún, en las tardes, en su casa, con más café.

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Don Luis ejercía una pedagogía peculiar: en vez de unaorden, prefería contar una pequeña historia, relatar cómohabían resuelto situaciones similares don Daniel Cosío Vi-llegas, don Agustín Yáñez y tantos otros a los que habíaconocido o de los cuales había leído. No lo asediaba laprisa en la resolución de los problemas. Quizá por esacreencia en los ritmos de la vida prefería dejar pasar eltiempo a tomar decisiones apresuradas. Contaba que donAgustín Yáñez, en su escritorio como gobernador de Ja-lisco, tenía dos gavetas; en una depositaba los asuntos queel tiempo se encargaría de arreglar; pero en otra, señala-ba sonriendo, estaban los que el tiempo no había podidoresolver. Con su fina capacidad de observación manteníay cultivaba una característica muy josefina: la elaboraciónde imágenes certeras acerca de los atributos y debilida-des de las personas que, por lo regular, le recordaban aotras. A partir de ellas entendía, explicaba, disculpabacasi todo. Sólo la deshonestidad, la mentira, la flojera leresultaban muy difíciles de digerir. Pero pocas veces ha-blaba de eso.

De acuerdo con la ingeniería de don Luis, los que de-sempeñaban temporalmente cargos de jefes y coordina-dores ganaban sólo un poco más que los investigadorespara que no cupiera duda acerca de dónde estaba el traba-jo sustantivo de la institución. Su salario como presiden-te era apenas superior al de los que lo seguían y gastabaparte de él en asegurar que todo marchara bien. Al prin-cipio, sobre todo, no fue fácil. Más de alguna vez tuvo quepedir dinero a riesgo propio para que los investigadoresy trabajadores recibieran sus quincenas a tiempo y, desdeluego, sin que se enteraran de las tribulaciones por las quepasaba para ello. Era la cartera más rápida del Colmich.Los viernes, después de alguna conferencia, actividad quesólo se interrumpía durante la temporada de lluviasque por Zamora son de verse, solía invitar al conferencis-ta y a los colmichianos a merendar al Café Madero, don-de la cuenta corría, invariablemente, de su propia cuenta.

Y es que era, además, infatigable. Cuando nos encon-trábamos en el café él llevaba a lo menos cinco horas detrabajo: las de sus madrugadas insomnes donde leía, re-flexionaba, hacía esquemas, escribía, y las que había de-dicado a resolver los mil y un pendientes que había queenfrentar y resolver para consolidar al Colmich en los

mundos profanos y académicos de Zamora, Morelia o laciudad de México. Él procuraba hacer lo más que podíasolo, sin causar molestias y distracciones a los demás. Aveces no era posible. De madrugada entonces salíamosrumbo al Distrito Federal, Morelia, Guadalajara, Colimao donde fuera necesario a desatascar trámites, presen-tar proyectos, conseguir apoyos y patrocinadores paraalgún propósito, para asistir a reuniones y eventos im-prescindibles, muchas, tantas veces, a “pasar la charola”como le llamaba a las reuniones con funcionarios paraconvencerlos de la bondad de tal o cual iniciativa y quese autorizaran los presupuestos. Como era excesivamen-te puntual, invariablemente llegábamos antes de la horaa las citas, lo cual le complicaba la vida a secretarias y asis-tentes que se dedicaban a atiborrarnos de café, té, agua ygalletitas.

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Don Luis, con amabilidad, con una sonrisa y algunapregunta inteligente, disolvía el desafecto y convertía a suinterlocutor en su aliado para la siguiente visita. Jamásdejaba de saludar al personal de las oficinas por dondetransitaba y no faltaba quien lo reconociera y se admi-rara de la sencillez que hacía más notable su fama. Sabíarelacionarse con los funcionarios. Era afable, simpático,pero sin dejar de insistir en los objetivos académicos, enel motivo preciso de la visita. Generaba certezas e inspi-raba confianza. Hasta tal punto que más de alguna vezsalimos de una dependencia con el cheque en mano yel compromiso verbal de justificarlo más tarde, además

del susto y la sorpresa. Su mirada transparente conven-cía y era la mejor garantía de que lo que decía era verdad.Se sabía muy bien: don Luis era honesto hasta en las con-ductas más pequeñas.

Quién sabe cómo se enteraban sus amigos, colegas ydiscípulos del Colmex y de otros lados, pero apenas lle-gaba a su casa en la ciudad de México, lo esperaban unsinfín de llamadas telefónicas que él convertía en invita-ciones a desayunar, comer, a tomar café, a merendar. Suesposa Armida, sus hijos y Evelia se afanaban para que laestancia de los invitados, de todos los estilos, fuera agra-dable y sabrosa. En esos viajes a la ciudad de México donLuis se convertía en un torbellino de energía inacabable:hacía gestiones; acudía a citas y reuniones; atendía visi-tas hasta horas tardías, platicaba, escuchaba. Lo impulsa-ban el cariño y el gusto por ver a sus amigos así como elférreo compromiso con el robustecimiento del Colmich.

Y regresaba a Zamora a una vida pausada y ordenada.Madrugadas de intenso trabajo, mañanas en el Colegioresolviendo asuntos, café de las once, otro poco de ofici-na, comida temprano, no más de las dos de la tarde, unasiesta corta, más trabajo en sus investigaciones o en losasuntos que le llevábamos, cena y una desaparición noc-turna bastante temprana. Era una persona de pocos pla-ceres y distracciones más allá de los libros. Los fines desemana gustaba de ir a San José de Gracia, sobre todo sitenía visitas. Acercándose a su terruño siempre hacía bro-mas acerca de ¿cuál será ese pueblo maravilloso que seve allá? En la hermosa casa de doña Rosa o la casa-ran-cho de don Bernardo se convertía en tío, compadre, so-brino, padrino, esas identidades que siempre cultivó y quele ayudaban a no perder piso, a no subirse a la historiade bronce, a no creerse la fama que lo acompañaba yacasi a todas partes. En obtuvo el Premio Nacionalde Historia, Ciencias Sociales y Filosofía, entre otros re-conocimientos a su labor académica.

En los años colmichianos dedicó buen tiempo, aunquequizá menos que en el Colmex, a la docencia en sentidoestricto. Entre otras cosas porque decidió que las diezconferencias anuales que El Colegio Nacional sugiere im-partir a sus miembros, él las iba a dar, de preferencia, eninstituciones educativas fuera de la capital, lo que le lle-nó la agenda de compromisos y viajes a distintas univer-

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sidades y centros de estudio del país, donde estudiantesde todos los niveles y diferentes disciplinas tuvieron laoportunidad de escuchar de viva voz qué era y cómo secocinaba, solía decir, la microhistoria.

Siempre autocrítico, decía que en esos años había es-crito y publicado menos de lo que hubiera querido, perosu bibliografía arroja un saldo muy positivo: de asuntomicrohistórico se publicó, en , Nueva invitación a lamicrohistoria y en se reeditó, “bastante cambiada”aclaraba, Invitación a la microhistoria. En salió a laluz La ronda de las generaciones, libro erudito y ejemplaren conocimientos e ideas acerca de las minorías rectorasde México a lo largo de un siglo; ese mismo año aparecióEl entuerto de la Conquista, donde los sesenta testimo-nios que incluye van precedidos de un imprescindible ysabio prólogo. En publicó Once ensayos de temainsurgente, selección de trabajos “hechos en muy dife-rentes épocas y circunstancias” pero reescritos para laocasión que era festejar el aniversario del Grito deDolores. En salió, en la colección Cien de México,Galería de la Reforma, para el cual escribió el prólogo queintroduce y explica la selección de testimonios sobreBenito Juárez. Vistos desde la barrera de los no historia-dores, los libros de esos años destacan como trabajos demadurez, sedimentados en la erudición y la reflexión quelos convierten en textos imprescindibles que atraviesanlas fronteras disciplinarias, incluso académicas, para serleídos por estudiosos de otras disciplinas del comporta-miento social y por quienes quieren conocer, de veras, unMéxico alejado de los estereotipos.

En , fiel a sus principios, dejó la presidencia de ElColegio de Michoacán,“se privatizó lo más que pudo” y,dos años más tarde, en , se mudó a San José de Gra-cia.Allí, en la enorme, hermosa, añosa y algo achacosa casade sus padres vivió desde entonces. Al principio tuvo quededicar algún tiempo a remozarla y añadirle una biblio-teca capaz de albergar la inmensa cantidad de libros queél y Armida habían acumulado en la ciudad de México,pero también en Zamora. Don Luis encontraba libros enlos lugares más inverosímiles de la geografía nacional, loque hace que su biblioteca contenga una magnífica selec-ción de trabajos de historiografía, historia, antropología,microhistorias acerca de cada una de las entidades de la

República. Su memoria infinita descubría en segundos yningún aspaviento, la referencia buscada, el dato que ha-cía falta. Las rayas pequeñísimas que se encuentran enellos dan cuenta de sus innumerables lecturas.

Muy pronto se acomodó a su nuevo espacio. El corre-dor con equipales, la sala, la biblioteca se convirtieron enlugares privilegiados para conversar, aprender, disfrutarde su sabiduría y cada vez más, de su bondad y generosi-dad sin límites. Le gustaba que los visitantes, de todos loslinajes, se sintieran cómodos y bien recibidos.Y lo lograba.

Desde San José siguió acudiendo a reuniones y cum-pliendo, sin falta, sus compromisos con El Colegio Na-cional, que lo llevaron por distintos rumbos y públicosdel país en plan de conferencista, con El Colegio de Mi-choacán, con la Academia Mexicana de la Historia de laque fue presidente, con el Sistema Nacional de Investiga-dores, con las juntas de gobierno y comisiones académi-cas de las que formaba parte en instituciones de la ciudadde México y otras partes. Su fama de ecuanimidad, buencriterio, bondad eran tan grande como su prestigio aca-démico. En fue nombrado profesor-investigador emé-rito de El Colegio de México.

Al mismo tiempo, siguió trabajando, y mucho, en loque de veras le agradaba: escribir, hacer libros. Para empe-zar, se empeñó mucho en poner por escrito sus saberesy reflexiones acerca de la historiografía. El más novedosofue un libro que él apreciaba mucho y que escogió parainaugurar sus obras completas: El oficio de historiar, pu-blicado por primera vez en que reúne y sintetiza laslecciones de teoría y método de la historia que había im-partido en tantas ocasiones; libro que, sin ruido perosin pausa, ha acumulado ediciones que se agotan con lamisma rapidez con que se reeditan. Sin embargo, recono-cía don Luis, era una de sus obras menos comentadas. Esemismo año se publicó además el volumen Todo es histo-ria, una recopilación de trece ensayos de muy diferente da-ta, motivo y tipo de publicación que tienen que ver, poruna parte, con el quehacer historiográfico; y, por otra, conla historia de México. En hizo su aparición un textoimprescindible de la investigación regional: La vuelta aMichoacán en libros, vástago, decía don Luis, de su“vicio bibliográfico” y que había sido confeccionado en“los ratos de fatiga de un lustro semejante a un lomerío”.

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En plan de difusión escribió un libro hermoso: Mi-choacán, muestrario de México, publicado en , que seentregó como un regalo a los clientes de Banca Promex,donde dio rienda suelta a su interés por pensar y rela-cionar la variedad de los paisajes con la diversidad de lassociedades que los habitan, con las microhistorias que lehan dado sentido e identidad a ambos.

A pesar de los achaques que habían comenzado a ase-diarlo tanto a él como a Armida, su compañera de todala vida, no cesaba de trabajar y publicar. En apare-ció lo que fue su última obra mayor, el libro Jerónimo deMendieta. Vida, pasión y mensaje de un indigenista apo-calíptico. El interés por ese misionero franciscano puederastrearse hasta muy atrás, hasta los años escolares de donLuis en El Colegio de México. Lo hizo por gusto, como unhomenaje quizá al fraile que no era “divertido, radianteo estruendoso… hombre de poca materia y mucho es-píritu” al que consideraba “un politólogo e historiadorde fuste”.

Durante ese tiempo revisó, elaboró los prólogos y co-laboró sin descanso hasta que vio aparecer, uno tras otro,los volúmenes de sus Obras completas que publicó laeditorial Clío. Así fue fiel hasta el final a lo que un día ha-bía manifestado como deseo: que esperaba “en lo res-tante del camino, leer, escribir y platicar sin estorbos dedirección o de lucimiento”.

La dolorosa muerte de Armida en y la intensifi-cación de sus propias dolencias le mostraron que habíacomenzado a transitar por su último ciclo. Empezó en-tonces a recordar con inquietante frecuencia los días ysucesos que precedieron a las muertes de su padre, donLuis, y de su padrino, el padre Federico. Y no opuso re-sistencia.

No alcanzó a realizar dos proyectos ya incluso bauti-zados: México en un jarrito y Egohistoria de un frailemenor. Pero no hay que lamentarlo. Lo que dejó fue másque suficiente para leerlo una y otra vez, para admirarlomás aún, para extrañarlo siempre.

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