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23 3. Ideas para un Socialismo en el siglo XXI: Propiedad Social, Pla- nificación, Desmercantilización y Democracia * . El tema central de la discusión planteada por Dieterich se refiere a los rasgos esenciales que caracterizarán al Socialismo en el ámbito de la organización económica. Concordamos en gran medida con la descripción general que él esta- blece: sustitución del mercado como mecanismo de organización económica; planeación de los principales parámetros económicos, tanto ma- croeconómicos (distribución del producto, tasa de inversión, presupuesto, etc.) como microeco- nómicos (duración de la jornada de trabajo, intensidad de la actividad laboral, etc.); y una extensión de la democracia al mayor ámbito de esferas posible, poniendo el énfasis en el aspecto participativo de ésta. El problema está en el manejo inadecuado que da a ciertas categorías analíticas, y que fi- nalmente lleva a que en su argumentación se desdibuje la conexión orgánica que debe existir en la economía socialista entre propiedad social de los medios de producción, planificación econó- mica, desmercantilización y democracia. Cualquier mecanismo de organización so- cialista de la economía debe encarar dos pro- blemas si es que quiere superar exitosamente al capitalismo: a) Para cualquier período específico debe poder asignar eficientemente, y de acuerdo a las necesidades sociales, los recursos entre las dife- rentes ramas productivas. Las corrientes neoclá- sicas ponen el énfasis en la asignación estática para argumentar la superioridad del capitalismo con respecto al Socialismo, sin embargo, como bien lo demostró Lange (1938), incluso el Socia- lismo burocrático puede alcanzar en este aspecto * Esta parte del trabajo estaba concebida originalmente como un texto aparte destinado a circular y ser discutido al interior del Colectivo Andamios. Su objetivo era plantear algunas ideas y dar a conocer sucinta- mente los debates que se han generado en torno a la construcción del Socialismo en el ámbito de la economía, además de servir como documento para el constante proceso de educación y autoformación política de los militantes del Colectivo. (Un comentario crítico al libro Hugo Chávez y el Socialismo del Siglo XXI, de Heinz Dieterich) (II) Sebastián Zarricueta Cabieses SOBRE EL SOCIALISMO EN EL SIGLO XXI

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233. Ideas para un Socialismo en el

siglo XXI: Propiedad Social, Pla-nificación, Desmercantilización y Democracia*.El tema central de la discusión planteada por

Dieterich se refiere a los rasgos esenciales que caracterizarán al Socialismo en el ámbito de la organización económica. Concordamos en gran medida con la descripción general que él esta-blece: sustitución del mercado como mecanismo de organización económica; planeación de los principales parámetros económicos, tanto ma-croeconómicos (distribución del producto, tasa de inversión, presupuesto, etc.) como microeco-nómicos (duración de la jornada de trabajo, intensidad de la actividad laboral, etc.); y una extensión de la democracia al mayor ámbito de esferas posible, poniendo el énfasis en el aspecto participativo de ésta.

El problema está en el manejo inadecuado que da a ciertas categorías analíticas, y que fi-nalmente lleva a que en su argumentación se desdibuje la conexión orgánica que debe existir en la economía socialista entre propiedad social de los medios de producción, planificación econó-mica, desmercantilización y democracia.

Cualquier mecanismo de organización so-cialista de la economía debe encarar dos pro-blemas si es que quiere superar exitosamente al capitalismo:

a) Para cualquier período específico debe poder asignar eficientemente, y de acuerdo a las necesidades sociales, los recursos entre las dife-rentes ramas productivas. Las corrientes neoclá-sicas ponen el énfasis en la asignación estática para argumentar la superioridad del capitalismo con respecto al Socialismo, sin embargo, como bien lo demostró Lange (1938), incluso el Socia-lismo burocrático puede alcanzar en este aspecto

*Esta parte del trabajo estaba concebida originalmente como un texto aparte destinado a circular y ser discutido al interior del Colectivo Andamios. Su objetivo era plantear algunas ideas y dar a conocer sucinta-mente los debates que se han generado en torno a la construcción del Socialismo en el ámbito de la economía, además de servir como documento para el constante proceso de educación y autoformación política de los militantes del Colectivo.

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el mismo nivel de eficiencia de las economías de mercado capitalistas, al menos teóricamente.

b) La segunda cuestión, que tiene relación con la primera pero que no deben ser confun-didas, es cómo lograr incorporar en la dinámi-ca interna del funcionamiento de la economía socialista la tendencia del capitalismo a incre-mentar en forma constante la productividad del trabajo a través de constantes revoluciones téc-nicas en su base productiva1. Este es un proble-ma de gran trascendencia y que el Socialismo ha de tener en cuenta. De hecho una de las grandes deficiencias de los socialismos burocratizados fue precisamente que no lograron conservar este rasgo distintivo de las economías capitalis-tas en el funcionamiento normal de sus econo-mías y terminaron por ser sociedades conserva-doras desde el punto de vista del desarrollo de las fuerzas productivas.

El desafío para el Socialismo en estos dos ámbitos está en poder generar un mecanismo al-ternativo a la competencia capitalista que logre alinear los objetivos de los agentes económicos (trabajadores, consumidores, instituciones re-presentativas, etc.), que no apele a la compul-sión económica y que asegure la satisfacción de las necesidades de la población y la innovación técnica permanente. Esto sólo se puede lograr, a nuestro juicio, mediante la combinación de una socialización efectiva de los medios de producción –que implica necesariamente la extensión de la democracia hasta el centro de trabajo mismo– y un proceso de formación teórico–práctico in-tegral, masivo y constante del ser humano a lo largo de su vida.

En lo que sigue abordaremos el problema de la articulación de los cuatro elementos consti-tutivos de una economía socialista antes men-cionados.

3.1. Propiedad social.

Una de las conclusiones de la discusión an-terior es que para que exista producción mer-cantil es una condición indispensable la exis-tencia de actividades productivas independientes unas de otras (trabajos privados). En el capitalis-mo esta condición toma cuerpo bajo la forma de propiedad privada de un sinnúmero de capita-listas sobre los medios de producción. Ante la

necesidad de revolucionar permanentemente la base técnica de la producción2 el capitalismo despliega una serie de contradicciones inheren-tes a la producción mercantil, entre las cuales destaca las crisis cíclicas de sobreproducción y el consiguiente desempleo de parte importan-te de la fuerza de trabajo. Detrás de esta diná-mica se encuentra finalmente la incompatibili-dad de principio entre la producción social y la forma capitalista de apropiación (búsqueda de la máxima rentabilidad por parte de las unidades productivas independientes).

Frente a este problema es que las formas de propiedad de los medios de producción resultan cruciales al momento de dar una solución, en donde:

Esa solución no puede consistir sino en reconocer efectivamente la naturaleza social de las modernas fuerzas productivas, es decir, en poner el modo de apropiación y de intercambio en armonía con el ca-rácter social de los medios de producción. Y esto no puede hacerse sino admitiendo que la sociedad tome abierta y directamente posesión de las fuerzas producti-vas que desbordan ya toda otra dirección que no sea la suya. (Engels, 1878:276)

Resulta extraño entonces que Dieterich tome como suya, sin mayor detenimiento, una idea de Peters, quien ante la pregunta sobre la irrelevancia de la propiedad de los medios de producción para una economía de equivalen-cias –que a la postre viene a ser sinónimo de una economía socialista para él– responde:

Esto es correcto para una primera fase en la tran-sición hacia la economía equivalente. Sin embargo, en la medida en que la economía equivalente venza la de mercado, desaparecerá la ganancia y la propie-dad privada de los medios de producción perderá su base, se eliminará por sí sola [sic]. (Citado en Dieteri-ch, 2005a:115)

Nuevamente el razonamiento es confuso y no aclara nada. ¿Cómo es posible que un tipo de economía de mercado –economía de equivalen-cias– termine por «vencer» a otra economía de mercado –la capitalista– y haciendo «desapare-cer» –quién sabe cómo– la propiedad privada? Además es erróneo el razonamiento ya que, como se ha hecho notar, el intercambio equiva-lente de productos –tanto en su forma capita-lista como precapitalista– sólo es posible sobre la base de la existencia de trabajos privados –o,

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en su defecto, disposición privada sobre los pro-ductos–, en donde la propiedad privada de los medios de producción es sólo un caso particular del trabajo privado.

Sin embargo, y dejando de lado el razona-miento de Peters, Engels hacía una advertencia sobre la supresión de la propiedad privada como mecanismo de solución de las contradicciones de la acumulación capitalista, que si bien se refiere a la estatización parcial en el marco del capitalismo –o sea, sin que cambie la naturale-za de clase del estado– bien puede extenderse a una economía que se pretenda socialista:

La propiedad estatal de las fuerzas productivas no es la solución del conflicto, pero lleva ya en sí el medio formal, el mecanismo de la solución. (Engels, 1878:276)

Y Trotsky, en su crítica al proceso de degene-ración burocrática de la URSS, era más claro aún:

Para que la propiedad privada pueda llegar a ser social, tiene que pasar inevitablemente por la estata-lización… [Sin embargo] La propiedad del Estado no es la de ‘todo el pueblo’ más que en la medida en que desaparecen los privilegios y las distinciones sociales y en que, en consecuencia, el Estado pierde su razón de ser. Dicho de otra manera: la propiedad del Estado se hace socialista a medida que deja de ser propiedad del Estado. (Trotsky, 1937:203)

Admitiendo que la propiedad estatal de los medios de producción es una condición nece-saria pero no suficiente para la instauración de una economía socialista es que planteamos dos interrogantes estrechamente relacionas y una línea de respuesta que desarrollaremos: ¿Bajo qué circunstancias la estatización pudiese no llevar a una socialización efectiva de los medios de producción? ¿Cuáles son los elementos que le dan contenido a la estatización para que ésta se constituya en un mecanismo efectivo, y no me-ramente formal, de solución de las contradiccio-nes del capitalismo? A nuestro entender se hace necesario diferenciar claramente el concepto de propiedad social del de propiedad estatal de los medios de producción, el primero hace referen-cia y sintetiza dos aspectos: la forma en que son gestionadas las unidades productivas (planifica-ción) y las relaciones de poder (estructura políti-ca) que priman al interior de cada unidad pro-ductiva y en el conjunto de la sociedad.

3.2. Planificación.

La economía socialista reemplaza el criterio de la ganancia como fin y motor de la acumu-lación por el de la satisfacción de las necesida-des. En términos operativos la planificación se puede definir como:

…una técnica de coordinación de las actividades económicas con el fin de alcanzar ciertos objetivos prioritarios. La planificación socialista persigue el fin de incrementar las fuerzas productivas sociali-zadas con objeto de asegurar progresivamente una abundancia de bienes y de servicios a los ciudadanos, de asegurar así el desarrollo total de su personalidad y de conseguir, a más largo plazo, la extinción de la economía de mercado, de las clases, de la desigual-dad social, del Estado y de la división del trabajo. (Mandel, 1962, 245)

Si bien la idea misma de una planificación global de la economía ha caído bajo un gran descrédito en los últimos años producto de la contraofensiva ideológica del capitalismo y el posicionamiento de las ideas neoclásicas en el campo de la teoría económica, en primer lugar, y por la identificación de este mecanismo con la degeneración burocrática del Socialismo –por lo que no resulta extraño que al interior de la misma militancia anticapitalista se le conside-re sin mayor juicio crítico con cierto recelo–, en segundo lugar, sin embargo ésta debe ser reivin-dicada en dos sentidos.

En primer lugar la planificación socialista tiene un sentido ético–político relacionado con el profundo componente humanista que carac-teriza al Socialismo como sociedad alternati-va al capitalismo. Ante las circunstancias a las que el mundo se veía enfrentado en su época (depresión económica, ascenso del fascismo y horrores de la guerra) Trotsky señalaba la re-levancia política de la planificación para el proyecto socialista en los siguientes términos:

Para salvar a la sociedad no es necesario detener el desarrollo de la técnica, cerrar las fábricas, con-ceder premios a los agricultores para que saboteen a la agricultura, transformar a un tercio de los tra-bajadores en mendigos, ni llamar a los maníacos para que hagan de dictadores. Ninguna de estas medidas, que constituyen una burla horrible para los intereses de la sociedad, es necesaria. Lo que es indispensable y urgente es separar los medios de pro-

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ducción de sus actuales propietarios parásitos y or-ganizar la sociedad de acuerdo con un plan racional. Entonces será realmente posible por primera vez curar a la sociedad de sus males. Todos los que sean capaces de trabajar deben encontrar un empleo. La jornada de trabajo debe disminuir gradualmente. Las necesidades de todos los miembros encontra-rán la posibilidad de una satisfacción creciente. Las palabras ‘pobreza’, ‘crisis’, ‘explotación’, saldrán de circulación. La humanidad podrá cruzar finalmen-te el umbral de la verdadera humanidad. (Trotsky, 1939:189)

En su concepción del ser humano como eje central y objetivo último de la construcción del Socialismo el Che Guevara se expresaba sin am-bigüedades:

La planificación centralizada es el modo de ser de la sociedad socialista, su categoría definitoria y el punto en que la conciencia del hombre alcanza, por fin, a sintetizar y dirigir la economía hacia su meta, la plena liberalización del ser humano en el marco de la sociedad comunista. (Guevara, 1963–1964:56)

Este razonamiento se basaba en un diagnós-tico previo de los efectos de la ley del valor en la conciencia y conducta del ser humano:

[En el capitalismo] el hombre está dirigido por un frío ordenamiento que, habitualmente, escapa al dominio de su comprensión. El ejemplar humano, enajenado, tiene un invisible cordón umbilical que le liga a la sociedad en su conjunto: la ley del valor. Ella actúa en todos los aspectos de su vida, va modelando su camino y su destino.

Las leyes del capitalismo, invisibles para el común de las gentes y ciegas, actúan sobre el individuo sin que éste se percate. (Guevara, 1965:629)

El Che buscaba un medio por el cual se pudiese ir superando paulatinamente los feti-ches a los que la humanidad se veía sometida por la acción de la mercancía en cuanto célula de la actividad económica. Él veía –acertadamente– en la planificación un mecanismo antagónico y superador del mercado. La idea central de este planteamiento es que finalmente el Socialismo es producto de la acción consciente y deliberada de los hombres y mujeres por alcanzar una socie-dad mejor, y que este tipo de sociedad no puede ser fruto del accionar de leyes ciegas –del mercado u otro mecanismo alienante– que actúen a espaldas del ser humano.

El segundo aspecto por el cual la planifica-ción debe ser reivindicada como forma de or-ganización económica del Socialismo es por sus consecuencias prácticas en el funcionamiento de la economía, ya que a fin de cuentas:

Toda superioridad de la economía planificada con relación a la economía capitalista reside precisamen-te en el hecho de que aquélla sustituye la noción de rentabilidad máxima de cada empresa por la noción de eficiencia global máxima de las inversiones de la co-munidad. (Mandel, 1962:243)

La supresión de la propiedad privada permite eliminar la autonomía de las decisiones de inver-sión de las unidades productivas y gestionar de una forma global los recursos productivos fun-damentales a disposición de la sociedad, sustra-yendo a la actividad económica de los ciclos de expansión y contracción capitalistas. Una de las formas prácticas en que esto se materializa es en la posibilidad de mantener indefinidamente en funcionamiento unidades productivas que satisfacen necesidades esenciales para la pobla-ción –alimentación, salud, educación, recrea-ción, etc.– a pesar de que éstas sean insolventes financieramente –sus ingresos no sean capaces de cubrir sus egresos de operación–, de hecho ninguna empresa socialista dependerá de su solvencia individual para mantenerse en activi-dades3. Por lo tanto, renunciar al mecanismo de asignación centralizada de recursos equivaldría a renunciar a un avance fundamental con res-pecto a la economía capitalista y la propiedad estatal de los medios de producción no pasaría a constituirse en un medio efectivo de solución de los conflictos de la forma burguesa de pro-ducción –aunque el tema no se agote allí, como veremos más adelante.

Sin embargo, tanto la posibilidad de imple-mentar en la práctica un mecanismo de asigna-ción centralizada de recursos como su deseabili-dad han sido objetadas desde diversas corrientes teóricas, no sólo contrarias al Socialismo sino también partidarias de alguna versión de éste. En general el argumento detrás de las posiciones que abogan por una asignación descentralizada es que ésta permite realizar de mejor manera el cálculo económico, cosa que lleva finalmente a una asig-nación más eficiente de los recursos. Abordare-mos de un modo no exhaustivo estas objeciones.

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Durante la primera mitad del siglo XX el frente de batalla fue abierto por las objeciones de los economistas austriacos Ludwing von Mises y Friedrich von Hayek, ambos acérrimos enemigos del Socialismo. El primero cuestionó la posibilidad teórica de la planificación central ya que al suprimirse la propiedad privada de los medios de producción suprime el mercado de éstos –lo cual es cierto–, y al no existir un mercado tampoco existirían precios que señalen escasez relativa de los bienes de capital, conclusión: el cálculo económico y la asig-nación eficiente de recursos en el Socialismo no es concebible, y qué decir siquiera posible. Lange (1938) refutó en forma contundente los planteamientos de Mises, demostrando que la supresión del intercambio mercantil no deriva en la imposibilidad de conocer los costos de oportunidad involucrados en el proceso pro-ductivo y que en realidad la objeción de Mises se sustentada en una confusión sobre la natura-leza de los precios como indicadores de escasez relativa. La refutación de Lange demostró que la ahistoricidad de las categorías marginalistas bien puede ser aplicada a una economía uni-personal como la de Robinson Crusoe, a una economía capitalista o a una socialista, ya que en la elaboración de éstas están ausentes las re-laciones sociales.

Elevando el nivel de la discusión Hayek, padre intelectual del neoliberalismo, en cambio, no cuestionó la viabilidad teórica sino la facti-bilidad práctica de la planificación central am-parándose en la supuesta imposibilidad para el centro de decisión de resolver oportunamen-te una multiplicidad de problemas (costos de oportunidad, incertidumbre, preferencias cam-biantes de los consumidores, etc.) que conlleven a una elección óptima entre las alternativas económicas disponibles. Esta misma idea es adoptada por los socialistas de mercado:

…organizar un sistema productivo para una so-ciedad extensa de unos cuantos millones de personas no es tan simple. Si nuestro objetivo final es brindar la mejor oferta de valores de uso destinada a satis-facer las necesidades de esta población necesitamos un mecanismo tan eficiente como el de Crusoe, en el sentido de que nos permita identificar claramente estas necesidades y priorizarlas de acuerdo a su ur-gencia relativa. (Agafonow, 2007a:4)

De aquí se desprende la deseabilidad de replicar la competencia entre unidades produc-tivas como el mecanismo más eficiente de asig-nación de recursos económicos ya que:

Solamente la rivalidad de los agentes productivos por hacerse con los beneficios asociados a una exitosa gestión, que lleve a los consumidores a elegir las mer-cancías que mejor sirvan a sus preferencias, facilita-ría a escala social la búsqueda de bienes o servicios alternativos destinados a satisfacer preferencias des-cuidadas o aún no descubiertas y formas alternativas de producción más eficiente de bienes y servicios ya conocidos, esto es: costos de oportunidad menores. Esta función podría realizarla tanto una economía capitalista como una economía socialista organizada sobre bases adecuadas, pues el mercado no necesita de la propiedad privada para funcionar eficientemen-te. (Agafonow, 2007b:5)4

En el debate de principios de los años sesenta en Cuba el economista francés Charles Bettelheim (1964) argumentó con rigurosi-dad y sofisticación teórica, desde una posición marxista de corte estructuralista, tanto la impo-sibilidad como la inconveniencia de implemen-tar plenamente una planificación central de la economía durante la primera fase de construc-ción del Socialismo y los defectos que necesa-riamente llevaría aparejada. A diferencia de los austriacos y de los socialistas de mercado Bet-telheim aceptaba sólo como un «mal menor» la falta de centralización de la planificación socialista, no cuestionaba la deseabilidad de ésta en el largo plazo. Apoyándose en un de-terminismo tecnológico Bettelheim distinguía dos conceptos que, a juicio de él, no debían ser confundidos: el sujeto jurídico (el Estado como propietario de los medios de producción) y el sujeto económico (empresas como unidades que disponen en la práctica de los medios pro-ductivos). El primero vendría determinado por las categorías jurídicas abstractas de propiedad mientras que el segundo por la capacidad de disponer efectivamente de los recursos econó-micos, en tal caso para que la propiedad estatal represente una socialización de los medios de producción:

La noción de capacidad de disposición de todos los productos en interés de la sociedad por un centro social económico, aparece aquí como decisiva. (Bet-telheim, 1964, 185)

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De otro modo:…esta forma jurídica [la propiedad estatal] queda

vacía cuando las relaciones son tales que no permi-ten llenarla adecuadamente (porque la capacidad de disponer efectivamente de los medios de producción y los productos no coincide con la propiedad formal). (Ibíd., 178)

Más aún:Esta organización [la planificación central], en

efecto, sólo es eficaz si el poder jurídico [de la pro-piedad estatal] para disponer de ciertos medios de producción o de ciertos productos, coincide con la capacidad de emplear estos medios de producción y productos de manera eficiente. (Ibíd.)

Las consecuencias prácticas de todo esto es que:Cuando el poder jurídico y la capacidad efecti-

va no coinciden, cuando el sujeto jurídico no es un verdadero sujeto económico, hay divorcio entre, por una parte, el proceso real de producción y de distri-bución y, por la otra, el proceso que ha sido buscado por los que ostentan el poder jurídico sin disponer de la capacidad efectiva. Este divorcio entraña una ausencia más o menos grande de la dirección real del proceso económico por los que se supone encargados de dirigirlo, y engendra, en general, la multiplicación de las medidas reglamentarias y la ampliación del aparato burocrático. Estos fenómenos nocivos están ligados al vano esfuerzo desplegado para tratar de cerrar la brecha que separa el marco jurídico formal de las relaciones de producción reales, relaciones que llenan entonces este marco de manera inadecuada. (Ibíd.:178–179)

En términos de política económica:Lo que precede significa, igualmente, la necesidad

de dotar a cada unidad de producción (es decir, a cada eslabón social en cuyo seno se desarrolla un proceso elemental de producción) con una cierta libertad de acción. Esta debe permitir a cada unidad de produc-ción enfrentarse a todo lo que no pudo ser previsto, a sacar el máximo partido en beneficio de la sociedad y de los recursos de que ella dispone, puesto que éstos no pueden ser bien utilizados más que función de sus necesidades reales y estas no son necesariamente las que el plan se ha esforzado en prever. Esta libertad de acción debe, en el estado actual de desarrollo de las fuerzas productivas, actuar a la vez sobre ciertos ele-mentos del programa de actividad de cada unidad de producción y sobre algunos de los medios que deben utilizarse para la realización de este programa [cur-sivas en el original]. (Ibíd.:191)

Por lo tanto, la socialización incompleta de la producción debido a la insuficiencia del de-sarrollo de las fuerzas productivas lleva a una planificación híbrida, ésta acoge en su interior elementos de mercado y asignación descentra-lizada de recursos como medio a través del cual se materializan las metas del plan. Esta solución ecléctica, la introducción de relaciones mercan-tiles entre empresas del sector socialista y la ren-tabilidad como criterio de eficiencia, fue la que la burocracia soviética comenzó a implementar en la década de los sesenta ante los fracasos de la planificación burocrática e hipercentralizada5.

A nuestro juicio todas estas objeciones a un sistema de planificación económica incurren en un vicio de partida, el considerar a este mecanismo desde un punto de vista estric-tamente tecnocrático. Una idea que Dieterich repite al sostener que:

Para poder construir una economía socialista tienen que haberse cumplido tres requisitos objeti-vos: 1. la disponibilidad de una matemática de matri-ces, por ejemplo, las tablas de input–output de Leon-tieff; 2. la digitalización completa de la economía y, 3. una avanzada red informática entre las principales entidades económicas.

Estas condiciones existen en su conjunto sólo desde hace un lustro, hecho que explica, porque ni la URSS, ni la RDA lograron nunca construir una eco-nomía socialista, en el sentido de la economía políti-ca. La URSS, por ejemplo, tenía en los años ochenta apenas la capacidad para procesar alrededor de 2000 productos en valores (time inputs), cuando tenía más de 10 millones. No había condiciones objetivas para una economía socialista. (Dieterich, 2005b)

Para implementar una planificación global de la actividad económica no es necesario poder «disponer de todos los productos en interés de la sociedad», basta con que las decisiones claves sobre los medios de producción fundamentales, el volumen y ritmo de su acumulación sean sus-ceptibles de ser tomadas y coordinadas desde un centro articulador, que a su vez posea una visión de totalidad de la actividad económica.

Sin ir más lejos, la misma práctica de las grandes empresas capitalistas pone en funcio-namiento un mecanismo análogo, aunque sea forma parcial. Un capitalista –o un grupo de ellos– dueño de una gran corporación multina-cional no basa su control sobre la producción en

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un acabado conocimiento técnico de los proce-sos productivos y del estado de elaboración de los productos en el país A, B y C –y si lo llegase a tener no pasaría de ser un conocimiento ane-cdótico sin mayor relevancia para el problema aquí planteado6– sino en el control de las deci-siones claves de acumulación de la corporación. De hecho la organización en holdings permite a los capitalistas tener presencia y control en em-presas de ramas económicas bastante disímiles entre sí sin que por ello pierdan el poder de de-cisión sobre ellas. Con el fin de ejercer el control de la producción y apropiarse del máximo de ga-nancias posibles el capital dota a la gran empresa de un complejo sistema organizativo, que tiene al directorio –electo por el grupo de accionis-tas controladores– como entidad encargada de la toma de las decisiones claves y a la plana eje-cutiva como encargada de materializarlas. Sin embargo, no porque la ejecución de los planes de inversión y crecimiento recaiga en una entidad distinta de la que toma las decisiones claves la gran corporación o el holding dejan de tener un crecimiento orgánico de acuerdo a los planes tra-zados por esta última.

En su respuesta a Bettelheim, Mandel hacía notar que:

...el camarada Bettelheim confunde dos nociones, la de integración técnica del proceso de producción, y la de integración social [cursivas del original], que no deriva automáticamente de la primera, sino esencial-mente de los niveles en los cuales son tomadas las de-cisiones ‘estratégicas’ concernientes a las empresas: política de inversiones y políticas de precios. […]

El hecho de saber qué grado de complejidad, de centralización o descentralización de decisiones menores, debe regir entre las relaciones de las di-versas empresas, no es más que un problema de or-ganización [interna del sector socializado](Mandel, 1964:216–218)

El problema crucial detrás de la factibilidad de la planificación de la economía no es de orden técnico sino político–social. ¿Qué mecanismo que pretenda la búsqueda de la plena realización del ser humano puede implementarse y a la vez ser eficiente si no cuenta en todo momento para la toma de las decisiones fundamentales y la eje-cución de ellas con el sujeto social encargado de realizar este proyecto? En el caso de los so-cialismos reales, en donde se prescindía de los

trabajadores en cuanto sujeto político–social reduciéndolos a la condición de meros objetos económicos, la planificación estaba condenada de antemano a su fracaso. No resultaba extraño que para la materialización de las metas del plan tuviera que apelarse constantemente a una am-pliación de las medidas reglamentarias y coerci-tivas hacia los trabajadores.

Reafirmando la idea de que propiedad social y planificación son dos categorías que van indi-solublemente ligadas, ya que cada una requiere como condición necesaria a la otra, y que la propiedad estatal no se constituye en propiedad social sino a través del ejercicio del derecho que la propiedad otorga de disponer discrecionalmente y a priori de los recursos económicos fundamentales, lo que se puede rescatar de la discusión anterior es que la planificación centralizada por sí sola no logra llenar de contenido a la propiedad estatal para que ésta sea propiedad efectiva-mente social, para esto es necesario abordar los mecanismos concretos de cómo se tomarán las decisiones estratégicas de la economía y cómo éstas serán ejecutadas –y que se inserta final-mente en una temática más amplia sobre cuál es el sujeto social que detenta el poder y en dónde reside este último en una sociedad socialista–. En última instancia:

…la planificación implica que sólo las metas esta-blecidas por los que controlan el proceso planificador (o, si se prefiere, que controlan el producto social excedente) deben ponerse en práctica por las uni-dades económicas [cursivas en el original]. (Mandel, 1992:62n)

¿Quiénes sino los mismos trabajadores orga-nizados serán los que controlarán y pondrán en práctica el proceso planificador? Esto nos lleva a la segunda característica que debe poseer un régimen de propiedad social de los medios de pro-ducción: la gestión de las empresas sobre el principio de la democracia participativa de los trabajadores y su coordinación a través de un plan con prioridades democráticamente establecidas. En forma lúcida Dieterich recalca la importancia política de este aspecto para la economía socialista:

El paso a la democracia económica se da, cuando ese poder de decisión e imposición pasa de los propie-tarios, poseedores, gerentes, administradores, comi-sarios políticos y capataces a los sujetos productores

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individuales y colectivos. El socialismo como inicio del proceso de liberación de las mayorías de la socie-dad de clases y como puente hacia el comunismo, no tendrá futuro si no se da ese paso trascendental de la dictadura económica hacia la democracia económi-ca participativa. […]

…–la socialización del poder de decisión sobre los medios de producción– la instalación de la de-mocracia económica del productor inmediato en la economía socialista convertirá a cada empresa en un bastión de la sociedad poscapitalista y la institución de propiedad socialista en una experiencia real y personal de los trabajadores, que defenderán como propia. (Dieterich, 2005a:174)

En contraste con esto lo que existía en los hechos en los socialismos reales era una planifica-ción burocrática que prescindía de los trabajado-res tanto para la toma de las decisiones globales y establecimiento de las prioridades del plan eco-nómico como para materialización de éste, que si bien lograba sustraer a la actividad económica de una serie de rasgos propios del capitalismo e ins-talar ciertas conquistas sociales, esta situación no tardaba en traducirse en una serie de aspectos negativos: desequilibrios entre diferentes esferas productivas7, baja calidad de los productos de consumo masivo, estancamiento del desarrollo tecnológico, crecimiento económico extensivo por sobre uno intensivo, autoritarismo de los di-rectores de fábrica, etc.

Una segunda forma de organización econó-mica, que las burocracias del Este implementa-ron en forma parcial, consistía en una suerte de descentralización burocrática. La toma de decisio-nes y gestión seguían haciéndose a espaldas de los trabajadores, agregándose la capacidad de que cada burócrata director de empresa podía dispo-ner total o parcialmente de los medios de pro-ducción y los productos del trabajo ajeno como si ellos fueran de su propiedad privada. Con esta restitución parcial de la propiedad privada la capa de directores de fábrica devenía paulatinamente en una suerte de protoburguesía. Si bajo la plani-ficación burocrática la propiedad estatal era sólo nominalmente propiedad de los trabajadores esta segunda alternativa iba todavía más lejos, daba un paso adelante hacia la restauración del capita-lismo reproduciendo los mecanismos de mercado en la asignación de recursos y la búsqueda de ga-nancias como fin de la producción.

De hecho no hay que establecer una separa-ción tajante entre planificación y descentraliza-ción burocráticas. El destino de los socialismos reales ilustra la conexión existente entre ellas: la burocracia en un primer momento hipercen-traliza las decisiones y gestión de la economía, ante las crecientes dificultades que se van pre-sentando (desequilibrios, estancamiento eco-nómico, creciente complejidad de los proce-sos productivos, etc.) y roces al interior de ella misma comienza a introducir paulatinamente mecanismos de mercado en el funcionamien-to del sector estatizado –aunque nunca haya renunciado completamente a la planificación central–, esto va erosionando poco a poco las bases de su cohesión y termina finalmente en la involución de la sociedad y la restauración del capitalismo.

Una tercera alternativa de organización de la economía, y que presenta aparentemente mucho más atractivo que la planificación y des-centralización burocráticas, sería una suerte de autogestión descentralizada de las empresas. Si bien esta forma organizativa representaría un avance con respecto al capitalismo, sobre todo en aspectos como la distribución del ingreso y democratización de las relaciones al interior de las empresas, ésta no podría superar algunos rasgos inherentes a las economías de mercado. Al seguir manteniendo la característica de ac-tividades productivas independientes entre sí los productos de las empresas autogestionadas seguirían siendo mercancías y por lo tanto la relación entre las empresas seguiría realizándo-se a través del mercado, no tardando en mani-festarse una serie de consecuencias derivadas de este hecho fundamental, entre las que cabría mencionar: quiebra de unidades productivas, contracción y expansión cíclica de la actividad económica, desempleo de la fuerza de trabajo, asignación de recursos de acuerdo a la demanda solvente, carácter fetichista de la producción, etc. El caso es que simplemente:

…[no pueden haber] ‘productores libremente aso-ciados’ si están subordinados y alienados por la ley del valor, si se les impone a sus espaldas su destino económico, independientemente de su elección con-ciente. […]

…¿cómo pueden controlar los productores su pro-ducción material y sus condiciones de trabajo si éstas

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se les imponen por las leyes del mercado y la compe-tencia, en contra de su libre voluntad? [cursivas del original] (Mandel, 1992:65–66)

La autogestión por sí misma, al igual que la mera estatización de los medios de producción, no logra constituir al mecanismo de reproduc-ción material de la sociedad en un proceso di-rectamente social. Con respecto a Venezuela Dieterich realiza un acertado análisis sobre las formas de propiedad (cooperativas autogestio-nadas) y el carácter socialista de la economía que bien sirve de síntesis a lo que hemos planteado hasta aquí –que las formas de propiedad, su-peración de las relaciones mercantiles entre unidades económicas y las formas de gestión global de la economía no pueden ser aspectos desligados en el Socialismo:

Entender el carácter socialista o capitalista de las formas de propiedad económica es un elemento clave para la sobrevivencia de la Revolución. Lamentable-mente, el debate no ha logrado clarificar esa compleja temática, hecho por el cual muchos revolucionarios piensan que las cooperativas, la cogestión obrera y las empresas de producción social significan que Ve-nezuela ya ha entrado en una fase del socialismo del siglo XXI. Esta opinión es equivocada.

Las tres formas principales de propiedad de la economía de mercado son: a) la sociedad anónima de capital variable, característica de las grandes corporaciones, b) la empresa de propie-dad familiar y, c) las cooperativas. Las primeras dos son, en términos de la sociología de la orga-nización, unidades militares, es decir, verticales. La única forma democrática es la cooperativa. Por lo mismo, es la más afín a la democracia económica del futuro, pero, al mismo tiempo, la más difícil de organizar. Sin embargo, su problema mayor reside en el hecho, de que tiene que operar bajo la lógica del macrosistema mercantil, cuyos pa-rámetros de calidad, precio, tiempos de entrega, etcétera, son obligatorios para su desempeño, salvo que los subsidios del Estado le den grados de libertad que las empresas mercantiles no tienen.

Los tres tipos de empresa son como barcos en el mar, cada uno con diferente forma. Pero, independientemente de su forma, tienen que so-meterse a los movimientos del medio en que se mueve, para no hundirse. Si la cooperativa quiere liberarse de la tiranía del mar –la lógica de la eco-

nomía de mercado– tiene que cambiarse hacia otro sistema de la realidad, es decir, la economía de equivalencias [una economía con planificación central, diríamos nosotros]. Mientras siga nave-gando en la economía de mercado no es, ni puede ser socialista. (Dieterich, 2005b)

3.3. Desmercantilización.

Engels resumía las consecuencias inmedia-tas de la socialización de la producción de la siguiente manera:

Con la toma de posesión de los medios de produc-ción por la sociedad se elimina la producción mer-cantil y, con ella, el dominio del producto sobre el productor. La anarquía de en el seno de la produc-ción social se sustituye por la organización conscien-te y planeada. […]

…el trabajo de cada cual, por distinto que sea su específico carácter útil, se hace desde el primer momento y directamente trabajo social. Entonces no es necesario determinar mediante un rodeo la canti-dad de trabajo social incorporada a un producto: la experiencia cotidiana muestra directamente cuánto trabajo social es necesario por término medio. (Engels, 1878:280 y 306)

Engels caracteriza correctamente lo es la di-námica general de una economía de propiedad social, en particular en lo que a la producción concierne. Sin embargo el problema no termina allí ya que hay una serie de productos que siguen adquiriendo la forma de mercancías a pesar de la abolición de la propiedad privada de los medios de producción.

En la Crítica del Programa de Gotha Marx es más preciso en la caracterización de la sociedad socialista en este aspecto. Aquí habla de la sub-sistencia de las normas del derecho burgués en lo referente a la distribución de los productos de consumo individual. Cada individuo sería retribuido en forma proporcional al trabajo aportado a la sociedad, pero no dejó de hacer notar el aspecto limitado y unilateral de esta forma de distribución de los bienes de consumo que reduce a los hombres y mujeres a una medida común y homogénea, y para lo cual tiene que hacer abstracción de sus cualidades individuales. La única forma de distribución que da cuenta de la diversidad individual de los hombres y mujeres es la distribución de acuerdo

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a las necesidades. Intentando desentrañar la na-turaleza fetichista de la producción mercantil Marx describió a grandes rasgos este tipo de sociedad en el primer tomo de El Capital:

…imaginémonos, para variar, una asociación de hombres libres que trabajen con medios colectivos de producción y que desplieguen sus numerosas fuerzas individuales de trabajo, con plena concien-cia de lo que hacen, como una gran fuerza de trabajo social… El producto colectivo de la asociación a que nos referimos es un producto social. Una parte de este producto vuelve a prestar servicio bajo la forma de medios de producción. Sigue siendo social. Otra parte es consumida por los individuos asociados, bajo la forma de medios de vida. Debe ser, por tanto, distribuida. El carácter de esta distribución variará según el carácter especial del propio organismo social de producción y con arreglo al nivel histórico de los productores. Partiremos, sin embargo, aunque sólo sea a título de paralelo con el régimen de pro-ducción de mercancías, del supuesto de que la parti-cipación asignada a cada productor en los medios de vida depende de su tiempo de trabajo. En estas condi-ciones, el tiempo de trabajo representaría, como se ve, una doble función. Su distribución con arreglo a un plan social servirá para regular la proporción adecuada entre las diversas funciones del trabajo y las distintas necesidades. De otra parte y simultá-neamente, el tiempo de trabajo serviría para graduar la parte individual del productor en el trabajo colec-tivo y, por tanto, en la parte del producto también co-lectivo destinada al consumo [cursivas del original]. (Marx, 1867, 43)

Siguiendo esta descripción marxiana se puede caracterizar al Socialismo como la unidad contradictoria de un modo de producción no–ca-pitalista y una forma de distribución burguesa de los bienes de consumo (ver Mandel 1962 y 1964). Esta unidad contradictoria subsiste en último término a causa de la incapacidad de la econo-mía para dar satisfacción plena a las necesidades de los individuos, por lo que resulta necesario el racionamiento de los bienes de consumo a través del intercambio mercantil8.

De acuerdo a esto podemos distinguir tres circuitos de bienes en la economía socialista. El primero está constituido por la circulación de los bienes de producción al interior del con-junto formado por las empresas socializadas, que en su conjunto deben ser vistas como unidades que integran un gran «holding so-

cialista»9. Dentro de esta esfera de circulación caen los medios de producción destinados a reponer los consumidos en el proceso de pro-ducción (depreciación y consumo intermedio) y la fracción del producto excedente que toma cuerpo en nuevos medios de producción desti-nados a ampliar la escala productiva (acumu-lación), todos ellos son apropiados directamen-te en la forma de valores de uso para su poste-rior consumo productivo. En este circuito los productos del trabajo humano lisa y llanamen-te dejan de adquirir la forma de mercancías, hay un reconocimiento directamente social del trabajo materializado en ellos ya que las decisiones estratégicas y actividades de cada empresa están sujetas a la coordinación previa del plan. Al contrario de lo que sostiene Diete-rich, lo que aquí ocurre es una emancipación de la circulación de los medios de producción con respecto de la «economía de equivalen-cias» –los precios no son más que herramientas contables que deberán irse complementándo-se en forma creciente por indicadores directos de productividad en cada rama productiva–, al ser parte de un solo sujeto jurídico–económi-co –y que actúa como tal a través de la plani-ficación económica10– no hay cambio de pro-pietario de los productos. Lo que rige más bien es el principio de transferencia unilateral de los productos de las empresas situadas «aguas arriba» hacia las situadas «aguas abajo» en la cadena productiva, en donde el «contraflujo monetario» de las últimas es sólo un mecanis-mo indirecto de control para los organismos centrales de coordinación11. Es precisamente por esta superación de la «economía de equi-valencias» que ninguna empresa verá parali-zadas sus actividades por «insolvencia finan-ciera», lo que se podría dar es una paralización fruto de alguna descoordinación en la cadena productiva pero este problema está dentro de otro ámbito, el estrictamente técnico.

Los dos circuitos siguientes se refieren a la relación que el «holding socialista» establece con la población en la distribución minoris-ta de los bienes de consumo. En el primero de estos circuitos, en el que subsiste el inter-cambio mercantil propiamente tal, cae una fracción del producto necesario y otra del producto excedente destinada a satisfacer las

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necesidades de la población trabajadora y de las personas que no participan por alguna razón en el aparato productivo. La demanda está constituida por el total del ingreso mo-netario en poder de la población y que es libre de gastar en las proporciones que desee entre los diferentes bienes y servicios puestos a su disposición. Este ingreso deriva de la venta de su fuerza de trabajo (salarios) al «holding so-cialista» y de las transferencias estatales (asig-naciones familiares, jubilaciones, pensiones de invalidez, becas, etc.). Ya que el ahorro privado no desempeña ningún papel en cuanto a la ex-pansión de la capacidad productiva de la so-ciedad, la suma de salarios y transferencias en un período dado debe corresponder al valor nominal de la masa de bienes de consumo puestos a disposición de la población en el mismo período. En este sentido la entidad en-cargada de regular la circulación monetaria y los precios deberá velar por dos aspectos:

1) En primer lugar, mantener una corres-pondencia entre los saldos monetarios en poder de la población y la suma de precios de la masa de bienes de consumo en circulación de modo que el poder adquisitivo de la moneda no se vea afecta-do por la existencia de una desproporcionalidad entre el circulante y la masa de bienes12; y

2) En segundo lugar, cual subastador walra-siano13, debe ir ajustando por la vía del ensayo y error los precios relativos de los bienes de consumo, subiendo el precio de los bienes cuyos inventarios se reducen a un ritmo superior a lo normal y bajando el de los que sus inventarios se mantienen a un nivel por sobre lo normal, de modo que oferta y demanda coincidan en los mercados.

Sin embargo, y a diferencia de una economía mercantil –capitalista o no–, la formación de los precios y otras variables pierde automatici-dad en una economía socialista14. En relación al control de la circulación monetaria la auto-ridad puede manejar en forma directa y dis-crecionalmente el nivel de precios con el fin de ajustar los desequilibrios de la esfera monetaria, a diferencia del manejo de los Bancos Centrales en el capitalismo que lo que hacen es manejar ciertas variables –como la tasa de interés– que envían «señales» a los mercados y que inducen«señales» a los mercados y que inducen indirectamente a la economía para que ajuste su

actividad en pos de restablecer los equilibrios de los agregados macroeconómicos. Los precios de las mercancías en una economía socialista, en forma análoga al capitalismo, se desvincu-lan parcialmente de sus «valores individuales», pero aquí no es por acción del movimiento de los capitales de una a otra rama en búsqueda del máximo de rentabilidad posible sino por un criterio de satisfacción de las necesidades de la población.

La importancia de las «señales» que se presenten en el mercado monetario y de los de bienes de consumo deben ser relativizadas, éstas pueden servir de indicadores indirec-tos para verificar el cumplimiento del plan e introducir correcciones en el mismo pero de ninguna forma pueden hacer de guía absoluta del cómo asignar los recursos productivos de la sociedad, sobre todo cuando dicha asigna-ción se ha hecho previamente en base a una decisión libre, conciente y en forma democrá-tica por los mismos productores y consumido-res15. Sólo para ilustrar esto nos ponemos en dos situaciones concretas:

a) ¿Qué sucedería si la demanda global de bienes de consumo disminuye? Ante esta si-tuación los organismos planificadores pueden decretar un cambio unilateral en el nivel general de los precios para que los niveles anormales de inventarios sean absorbidos en el período en curso. Para el período siguiente pueden reducir la producción de estos bienes, reasignando la fuerza de trabajo hacia el sector de medios de producción y mantener el pleno empleo de ésta a través de una reducción general de la jornada de trabajo en el conjun-to de la economía y/o acelerando el ritmo de la acumulación. ¿El caso contrario significaría una disminución en el ritmo de la expansión de la capacidad productiva? De ningún modo, en este caso las entidades planificadoras también pueden manejar a discreción el nivel general de precios de los bienes de consumo sin que ello repercuta en la estructura de consumo/in-versión de la economía.

b)En cuanto al ajuste de los precios relati-vos: ¿debe la asignación de recursos entre las diferentes ramas de bienes de consumo guiarse sólo por la intensidad relativa de la demanda solvente de los consumidores en cada mercado?

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Puesto en forma más concreta: ¿debería la so-ciedad trasladar sus recursos desde la pro-ducción de alimentos hacia la producción de bebidas alcohólicas y cigarrillos sólo porque a los precios establecidos se genere una escasez relativa mayor en el segundo ítem de bienes que en el primero? El mejor curso de acción a seguir en estas circunstancias, más que ajustar los volúmenes de producción de los diferentes bienes de consumo, es ajustar los precios relati-vos conforme a los criterios de bienestar social (salud por ejemplo) recogidos en las prioridades del plan, «castigando» con precios más elevados«castigando» con precios más elevados el consumo de aquellos bienes cuya cantidad de-mandada excede a su cantidad ofrecida (bebidas alcohólicas y cigarrillos en este caso) e «incenti-vando» con precios menores el consumo de los bienes en que se dé la situación inversa (alimen-tos)16. Qué tipo de Socialismo sería aquel que privilegiaría a aquellos que pueden hacer sentir con mayor fuerza el peso de sus «necesidades», sólo por poseer mayor poder adquisitivo, en desmedro de los que no pueden hacerlo con la misma fuerza –¿se dejaría de producir leche sólo porque la mayoría de sus «demandantes», niños, no poseen un ingreso monetario que les permite adquirirla en el mercado?

En uno y en otro caso el ajuste de las varia-bles macro y microeconómicas se materializa de preferencia por la vía de los precios más que por la de las cantidades.17

La determinación exacta del «valor indivi-dual» de cada una de las mercancías bajo un régimen de propiedad social de los medios de producción, gestionados como una sola gran unidad de producción y bajo una creciente complejidad e interdependencia de los proce-sos productivos, resulta complicada –y en gran parte innecesaria ya que la venta de los bienes de consumo no busca la valorización del capital sino la mera distribución a la población– ya que al suprimirse la autonomía de las unidades pro-ductivas y los mecanismos de la competencia capitalista el trabajo pierde su forma abstracta de manifestación.

En el capitalismo el rigor de la competencia impone la determinación de los precios de las mercancías por el tiempo de trabajo contenido en ellas a través de una estricta relación entre el precio de venta y los costos de producción en el que

incurren las empresas en el proceso de produc-ción, relación que están obligadas a respetar si es que quieren mantenerse en funcionamiento. Sin embargo, también en este régimen de pro-ducción la emergencia de nuevos fenómenos en los procesos productivos, como las economías de ámbito18, producto de los avances tecnoló-gicos hace compleja la determinación del valor de cada mercancía individualmente considera-da, posibilitando la implementación de nuevas políticas de precios. Esta situación se observa particularmente en el sector de la distribución minorista multiproducto, en donde las grandes cadenas distribuidoras aplican la política de subsidios cruzados con el objetivo de maximizar la valorización de su capital y que lleva final-mente a que el precio final de una mercancía particular pagado por el consumidor se desco-necte parcialmente de su precio de costo, lle-gando incluso algunas de ellas a ser vendidas por debajo de su costo –naturalmente esto se compensa con una fijación de un margen de co-mercialización en otras mercancías por encima de lo «normal»–. Por lo tanto, el que la rela-ción entre el precio de costo y el precio final de las mercancías individuales se desdibuje es un fenómeno que ya comienza a materializar-se en forma parcial en la práctica comercial de algunas actividades económicas bajo el capita-lismo y del que una economía socialista podrá sacar el máximo provecho posible extendiéndo-lo y desarrollándolo, ya no solamente en forma parcial sino al conjunto de la distribución mi-norista de bienes de consumo.

En síntesis, los precios individuales de las mercancías no son una variable clave en la di-námica de una economía socialista debido a que las proporciones del producto social vienen determinadas a priori por un mecanismo alter-nativo al mercado –la planificación democrá-tica–, los precios son sólo una herramienta en la distribución al conjunto de la población de los bienes de consumo, al estar suprimida la rivalidad entre las empresas éstos no necesa-riamente tienen una repercusión en la estruc-tura productiva de la economía. Así también las unidades productivas de bienes de consumo no requieren de un flujo monetario que «sol-vente» los costos incurridos en el proceso de producción para mantenerse en actividades ya

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que el suministro de insumos a estas empre-sas productoras no se realiza sobre la base de la «economía de equivalencias» sino sobre el de transferencias unilaterales.

Sobre el dinero que circula en este ámbito cabría mencionar que éste pierde una serie de funciones, siendo la de poder ser convertido automáticamente en capital la más importan-te de todas, ya que ninguna entidad autónoma y al margen de la colectividad de trabajadores puede adquirir medios de producción y dispo-ner del trabajo ajeno. El capital queda relegado de la producción, si éste subsiste en la esfera de circulación de los bienes de consumo –en la forma de mercado negro– no es más que por una insuficiencia de la economía socializada y que deberá irse superando paulatinamente so pena de mantener fuentes de corrupción y des-igualdades sociales.

Finalmente, en el tercer circuito cae la masa de bienes y servicios de consumo que constituye la fracción complementaria del producto nece-sario y excedente y que, a diferencia del circuito anterior, no adopta la forma mercantil, pasan directamente a la población sin que medie un acto de intercambio. Esta forma de distribución es la que Marx denominaba distribución confor-me a las necesidades y la consideraba como la única coherente con una sociedad que reconoce la infinita riqueza y complejidad de la individua-lidad humana.

¿Qué tipos de bienes caerán dentro de esta categoría? En un primer momento ciertos bienes y servicios fundamentales para la pobla-ción como la salud y la educación, que pasarán a ser distribuidos gratuitamente, sin que los costos de éstos recaiga en los individuos. Con-forme avance el proceso de socialización de la economía y afianzamiento del Socialismo el radio de bienes y servicios distribuidos confor-me a las necesidades se irá expandiendo poco a poco, desplazando a los que se distribuyen bajo la forma mercantil19.

La extensión de este circuito no se puede concebir simplemente como consecuen-cia automática del aumento absoluto de los bienes y servicios puestos a disposición de la población. La extinción de la mercancía no será nunca fruto del actuar de leyes econó-micas al margen de la voluntad de los pro-

ductores asociados. Análogamente con lo que ocurrirá con la disolución de la insti-tución estatal, la extinción de la mercancía en la esfera del consumo final será producto de una política conciente y deliberada que tenga por objeto la instaurar una sociabili-dad diferente entre los seres humanos20. La materialización y extensión de la desmercan-tilización de los bienes de consumo requiere como condiciones necesarias la combinación de dos elementos: el aumento de la produc-tividad del trabajo y de los bienes y servicios de consumo, aunque por sí sola esta tenden-cia no asegure la extinción de la mercancía; y el desarrollo de los mecanismos político–so-ciales (democracia participativa en la toma de decisiones económicas) y técnicos (imple-mentación eficientes de redes informáticas) que permita una retroalimentación perma-nente entre las necesidades de la población y el aparato productivo, con tal que este último sea capaz de asignar en forma rápida y eficiente los recursos para dar satisfacción oportuna a estas necesidades.

La desmercantilización cumple dos fun-ciones en la sociedad socialista. En el ámbito de la producción permite –siempre y cuando se superen exitosamente los riesgos de la bu-rocratización– flexibilizar la asignación de re-cursos productivos entre las distintas ramas de la economía y sustraerla de la dinámica de las economías de mercado (crisis cíclicas y desempleo de la fuerza de trabajo). Por otra parte la desmercantilización del consumo in-dividual, en conjunto con la extensión de la democracia participativa a la esfera de la re-producción material de la sociedad, irá cimen-tando las bases de una cultura comunitaria, en donde el individuo se reconozca en sus pares sin que necesite apelar a la mediación de los elementos fetichistas de la producción mer-cantil y la consiguiente cosificación de las re-laciones sociales.

Sin duda que la coexistencia de un amplio y creciente sector no–mercantil con un sector mercantil en permanente retroceso y de vigen-cia parcial debe concebirse como una unidad no exenta de tensiones y fricciones, y que por tanto deben estar contempladas de antemano la posibilidad y necesidad de retrocesos par-

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ciales. Trotsky (1932) concebía a la economía socialista como la articulación e interrelación de tres elementos: planificación, mercado21 y democracia. Entre los dos primeros media una contradicción, que se irá superando por el desplazamiento del segundo por el primero a medida que avance la socialización de la pro-ducción. Mientras que el tercero es indispensa-ble para la superación exitosa de los conflictos que esta unidad contradictoria genera.

3.4. Democracia socialista.

El tipo de organización política de una so-ciedad socialista es un tema que abarca muchos ámbitos y demasiado amplio como para ser abordado en pocas líneas, y que además debe estar abierto a la discusión y cuestionamiento permanente. Aquí sólo nos limitaremos a trazar algunas ideas generales acerca de la relación existente entre las esferas económica y política en el Socialismo.

Por lo general, partiendo de los plantea-mientos del mismo Marx, se ha caracterizado el régimen político del Socialismo como el de la dictadura del proletariado22. Esta caracteri-zación sin duda es justa ya que es imposible pensar en un sistema social basado en el an-tagonismo que no cuente con mecanismos de defensa que aseguren su autorreproducción. Sin embargo esta caracterización, que por lo general ha sido enfatizada en demasía e in-justificadamente en los programas políticos y de agitación de la izquierda revolucionaria, que hace referencia sólo a la dimensión coer-citiva deja de lado el reverso de la medalla del régimen político socialista, tanto o más im-portante que el primer aspecto. No se debe olvidar que la organización política del Socia-lismo se inserta en la búsqueda del objetivo de la plena realización de la libertad y capacida-des del ser humano, en este sentido el poder popular y la democracia participativa son fines en sí mismos que aseguran la materialización de dicho objetivo. Este aspecto no puede ser soslayado en la promoción del Socialismo como sistema social superior al capitalismo, sólo él puede lograr la plena identificación de la mayoría de las clases trabajadoras con la causa del Socialismo.

El Socialismo es una sociedad en la que el poder popular es la forma de organización política, ya no sólo como retórica sino como práctica real y efectiva. Todo lo que signifique coartar la participación y creatividad popular en la toma de decisiones deberá ser visto con desconfianza. Siguiendo los planteamientos clásicos del marxismo el afianzamiento del So-cialismo tenderá a diluir la institución estatal a través de la absorción de sus funciones por la organización popular. La política socialista de participación popular deberá tener desde el comienzo una vocación antiestatista23, fomen-tando al máximo la participación del pueblo en la vida política.

El capitalismo es la primera sociedad basada en la explotación de una clase social por otra que separa la esfera económica de la esfera política (Meiksins Wood, 1995). La primera adopta la forma de intercambios mercantiles entre agentes privados, mientras que la esfera de «lo público» es asumida por la organización estatal. En este sentido:

La democracia que ofrece el socialismo se basa en la reintegración de la ‘economía’ a la vida política de la comunidad, lo que comienza por su subordinación a la autodeterminación democrática de los propios productores. (Meiksins Wood, 1995:328)

Demás está decir que esta reintegración, a diferencia de los modos de producción precapi-talistas y de los socialismos reales, ya no estará en función de la explotación de las clases traba-jadoras sino de su emancipación.

La relación entre economía y una gestión democrática y participativa por parte de los trabajadores es un tema complejo de resolver a priori por la teoría. La implementación de las nuevas relaciones de producción al ámbito de la dirección económica será producto de un largo proceso en continuo perfeccionamiento de ensayo y error. Como principio general el Che señalaba que:

Podría pensarse que el centro de trabajo fuera la base del núcleo político de la sociedad futura, cuyas indicaciones, trasladándose a organismos políticos más complejos, darían ocasión al partido y al go-bierno de tomar las decisiones fundamentales para la economía o para la vida cultural del individuo. (Guevara, 1963–1964:68)

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Si bien el énfasis estará puesto en la dimensión participativa de la democracia popular es imposible pensar que la economía socialista, dada su complejidad, prescinda de instancias de representación y organismos meramente técnicos de ejecución de la voluntad del pueblo organizado. Esto no es un problema en sí mismo, siempre y cuando se establezcan los mecanismos que impidan la autonomi-zación de estas instancias (elección popular

En especial este segundo rasgo es el que diferen-cia a los capitalistas de otras clases explotadoras, y que tiene que ver con que los capitalistas como clase se ven obligados a supeditar sus decisiones de consumo privado a la acumulación de su capital si es que quieren mantenerse en el proceso producti-vo en la condición de capitalistas. Así, el consumo suntuario bajo el capitalismo no es el móvil funda-mental de la explotación del trabajo, la ganancia se transforma en un fin en sí mismo que impulsa la expansión de la producción.

3. La diferencia entre ingresos y egresos, en la medida en que el dinero comienza a perder paulati-namente su característica de encarnación directa y objetiva del trabajo social, deja de ser un criterio que dé cuenta de la eficiencia de una unidad productiva. ¿Cómo establecer la «rentabilidad» de una activi-dad productiva si el producto de ésta y los insumos consumidos no pueden reducirse a una unidad ho-mogénea de medida? El criterio de eficiencia y ra-cionalidad que rija a una economía socialista ya no será el reflejo de leyes ciegas impuestas a espaldas de los productores, quedando de manifiesto que las categorías fetichistas del capitalismo no tienen vida propia al margen de las relaciones sociales que las sustentan y ellas mismas deben ser evaluadas en una perspectiva histórica.

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periódica, revocabilidad, rendición de cuentas, austeridad, etc.). Lo que no debe perderse de vista es que la extensión de la democracia al ámbito de la economía es irrenunciable para el proyecto socialista y su éxito, ya que en último término:

La democracia es la única instancia efectiva para verificar el cumplimiento del plan, modificando metas, ajustando objetivos y resolviendo por consen-so los dilemas económicos. (Katz, 2004: 66)

Notas

1. Por lo demás este fue el rasgo, más que el de la asignación estática de recursos, que Marx identifi-có como distintivo del capitalismo en relación a los modos de producción que le anteceden y que en de-finitiva determina su superioridad y progresividad.

2. Esta compulsión del capitalismo tiene dos orí-genes, una vertical y otra horizontal de acuerdo a la terminología de Brenner (1998). La primera, que se mueve en el ámbito de la categoría del capital en general, dice relación con la presión constante que la fuerza de trabajo ejerce sobre el capital con el fin de obtener mayores niveles de consumo por medio de salarios reales crecientes. Esta demanda puede ser subsumida sin mayores problemas por la dinámica capitalista –o sea, sin que ésta conlle-ve a una crisis de rentabilidad– si la velocidad en que se incrementan los salarios reales va acompa-ñada de una tasa igual o mayor de crecimiento de la productividad media de la fuerza de trabajo –o, en otras palabras, si la tasa de plusvalía se mantie-ne constante o experimenta una aumento–, para lo cual es indispensable el permanente desarrollo de las fuerzas productivas. La segunda fuente, que tiene relación con el capital en concreto, es la lucha permanente (competencia) que se ven obligados a sostener los propios capitalistas entre sí con el fin de apropiarse de una fracción de la plusvalía total.

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4. Agradecemos al Grupo de Discusión de Teoría Laboral del Valor y Poscapitalismo y al profesor Diego Guerrero por invitarnos. El intercambio que allí se genera nos ha permitido conocer diversos puntos de vista y aclarar los propios.

5. Véase Kabaj (1966) y Liberman (1968).6. Dudamos que los dueños de la cadena multina-

cional de supermercados Walt–Mart tengan cono-cimiento de cuántas latas de salsa de tomate hay en las góndolas y cuántas en bodega de sus locales de Ciudad de México.

7. «La más espectacular de estas desproporcio-nes se puede apreciar en el tremendo subdesarrollo del sector servicios considerado en el sentido más amplio del término (comercio, transporte, almace-namiento, banca, etc.)…

Estas enormes desproporciones pesan fuertemen-te en las condiciones de vida y en la productividad del trabajo en la Unión Soviética… [Estos desequili-brios] sólo reflejan las preferencias de la burocracia, impuestas despóticamente sobre la masa de los pro-ductores/ consumidores.» (Mandel, 1992, 63)

8. Esta caracterización hace abstracción de todo el sector de empresas no socializadas y de las rela-ciones económicas con el resto del mundo, donde siguen teniendo plena vigencia las categorías mer-cantiles.

9. Seguimos el razonamiento que el Che y sus compañeros usaron en defensa del Sistema Presu-puestario de Financiamiento. Véase Guevara (1963–1964) y Guevara et al. (1963–1964).

10. Este es un tema no exento de problemáticas ya que perfectamente puede darse el caso que el titular (sujeto jurídico) ceda de hecho el usufructo de la pro-piedad. El caso de los Socialismos burocratizados es bastante ilustrativo: por un lado el propietario de los medios de producción era nominalmente la clase trabajadora en su conjunto pero era la burocra-cia quien disponía en los hechos de los medios de producción y disfrutaba de sus beneficios, la pro-piedad del pueblo era un título sin consecuencias prácticas. Lo mismo ocurre si las empresas estati-zadas son gestionadas en forma descentralizada: la propiedad de un solo sujeto, el Estado, sería letra muerta, generándose un sin número de centros de decisiones sobre los aspectos claves para la econo-mía en su conjunto.

11. En el proyecto de ley que normaba el funcio-namiento de las empresas cubanas bajo el Sistema Presupuestario de Financiamiento se establecía correctamente lo siguiente: «La propiedad social de los medios de producción dentro de la esfera

estatal, por medio de la aplicación de este sistema financiero para las transacciones que entre sí rea-licen las empresas socialistas, permite la conversión de la compra–venta mercantil en entrega de productos, limita la función del dinero como medio de pago, reduciéndola a medida de valor, y elimina la función de las cuentas por cobrar y por pagar como instru-mentos de crédito, transformándolas conceptual-mente en simples actos administrativos o de conta-bilidad que se representan físicamente por órdenes de compensación al solo efecto del control banca-rio.» (Citado en Álvarez Rom, 1963:162)

12. Este es un problema político que supera lo estrictamente técnico. Dado que la formación de los precios de los bienes de consumo no deriva de la competencia de las unidades económicas –sino de la fijación por parte de los organismos pertinentes– la desproporción entre el circulante y la masa de bienes no se refleja automáticamen-te en un aumento generalizado de los precios. Por el contrario, esta desproporción puede dar paso a la emergencia fenómenos como mercados negros y desvío de recursos –al margen y en con-tradicción con la planificación– desde las esferas productivas hacia la especulación, engendrando una incipiente acumulación de capital no–pro-ductivo.

El ajuste de este desequilibrio no es tan simple y automático dentro del marco de una economía de propiedad social, éste puede generar tendencias que socaven paulatinamente la cohesión de los trabajadores y minen la estructura político–eco-nómica de la sociedad socialista. Por esto es im-portante contar con los medios técnicos que doten oportunamente a los organismos pertinentes de la información relevante para la toma de decisiones y, sobre todo y más importante todavía, contar con la estructura política al interior de la sociedad que entregue a la población el poder de cambiar los aspectos que no estén funcionando correcta-mente en el proceso de reproducción material de la sociedad.

13. El subastador walrasiano es un mecanismo concebido en los modelos teóricos neoclásicos de equilibrio general cuya función es determinar los precios relativos de la economía ex ante de modo que en todos los mercados se alcance simultáneamente la igualación de las cantidades ofrecidas y deman-dadas de bienes. De esta forma estos modelos hacen abstracción de la dimensión temporal del ajuste de los precios, concentrándose en la estática compara-tiva de un estado de equilibrio de la economía con respecto a otro.

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14. «…[la ley del valor] tiene su forma de acción más desarrollada a través del mercado capitalista y que, las variaciones introducidas en el mercado por la socialización de los medios de producción y los aparatos de distribución, conlleva cambios que impiden una inmediata calificación de su acción.

… la ley del valor es reguladora de las relaciones mercantiles en el ámbito del capitalismo y, por lo tanto, en la medida en que los mercados sean dis-torsionados por cualquier causa, asimismo sufrirá ciertas distorsiones la acción de la ley del valor.» (Guevara, 1963–1964:72)

15. Rechazamos la idea neoclásica que, ampara-da en el individualismo metodológico, hace hinca-pié en la llamada «soberanía del consumidor» para caracterizar a las economías de mercado capitalis-tas. El que las necesidades sociales sean fielmente reflejadas por el mercado a través de un proceso de agregación no es más que una construcción ideoló-gica que puede ser objetada desde la práctica misma del capitalismo –la manipulación de los deseos del consumidor a través de la publicidad, desigualdad de la distribución del ingreso, ejercicio del poder de venta de las grandes empresas son algunas de las causas por las que la estructura de precios re-lativos de la economía pudiese no ser reflejo de las necesidades sociales– como desde la inconsisten-cia misma de la teoría neoclásica del consumidor (véase Guerrero, 2006).

16. Siguiendo la analogía con el modelo de equili-brio general de la economía neoclásica diríamos que los organismos planificadores establecen los precios de equilibrio que vacían simultáneamente todos los mercados de los bienes de consumo puestos a dispo-sición de la población sin alterar las dimensiones de la caja de Edgeworth.

17. Kalecki hacía notar que: «Es, en verdad, para-dójico que mientras los apologistas del capitalismo consideran por lo general que ‘el mecanismo de los precios’ es la gran ventaja del sistema capitalista, la flexibilidad de los precios demuestra ser un rasgo característico de la economía socialista» (Kalecki, 1954:64–65)

18. Las economías de ámbito son una situación tal que resulta más barato producir dos o más produc-tos simultáneamente utilizando insumos comunes

que hacerlo por separado. Por esta razón se vuelve complicado imputar al precio de costo de los pro-ductos qué parte del consumo productivo de los insumos les corresponde individualmente.

19. Véase Mandel 1962:261–264 y 269–272.20. «La distribución gratuita del pan, la leche y

de todos los alimentos básicos desencadenaría un revolución psicológica sin precedentes en la historia de la humanidad. Todo ser humano tendría desde ese momento asegurada su existencia y la de sus hijos, por el solo hecho de ser miembro de la socie-dad humana. Por primera vez desde la aparición del hombre en la tierra, la inseguridad y la inestabilidad de la existencia material desaparecerían, y con ellas el miedo y la frustración que esta inseguridad provoca en todos los individuos, incluyendo, indirectamente, a los que pertenecen a las clases dominantes [cursi-vas del original].» (Mandel, 1962:273).

21. Producto del atraso heredado de la Rusia zarista la vigencia del mercado era concebida por Trotsky en un sentido mucho más amplio de lo expuesto por nosotros aquí, en él entraban funda-mentalmente la pequeña producción mercantil del campesinado y los intercambios entre el campo y la ciudad. Esta problemática ocupaba un lugar central en las reflexiones de los bolcheviques a comienzos de la revolución y era clave para determinar el curso de acción concreto que asegurase la sobrevivencia del naciente y frágil estado obrero.

22. Marx estaba orgulloso de la originalidad de esta idea suya y la consideraba como uno de los elementos claves que distinguían y separaban su teoría del movimiento de las sociedades humanas de las de los pensadores burgueses de su época. Sin embargo para él el tema evidentemente no se agotaba allí, para caracterizar la economía socia-lista se refirió a ésta como la «asociación libre de productores». Rosa Luxemburgo, en esta misma línea, hablaba de una economía «concientemente organizada y dirigida por el conjunto de la sociedad trabajadora». Ambas ideas van más allá del aspecto meramente coercitivo del régimen político y hacen referencia sin ambigüedad tanto al sujeto como al proceso deliberativo que distinguirá al Socialismo con respecto al capitalismo.

23. Este planteamiento lo hemos tomado de Moulian (2000).

Sobre el socialismo en el siglo XXI (II)

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