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ROSALIND FRANKLIN Y EL ADN: UNA PARADOJA FEMENINA E N EL GRAN DESCUBRIMIENTO1
1. INTRODUCCIÓN
Rosalind Franklin jugó un papel decisivo en uno de los avances más
trascendentales de la ciencia de este siglo: el descubrimiento de la estructura del ADN,
la molécula que almacena y transmite la información hereditaria en todos los
organismos vivos, desde las bacterias a los seres humanos.
Históricamente, desvelar la arquitectura de la macromolécula de la herencia
representó un hito en la biología del siglo XX. Fue la base para la creación de una
nueva disciplina biológica: la Biología Molecular. Paradójicamente, en este hecho
singular participó una mujer cuya contribución permaneció injustamente en la sombra
durante más de veinte años. Aparentemente, es un argumento, una vez más, de como
la historia de la ciencia frecuentemente ha olvidado, o ha mantenido en un plano muy
secundario, las aportaciones femeninas. No obstante, hay que subrayar que este olvido
hoy está prácticamente corregido, pero su pervivencia durante años daría pié a esa
interpretación.
Cuando se analizan los acontecimientos que condujeron a desvelar la estructura
tridimensional de la molécula de la herencia, es imprescindible citar a uno de los
protagonistas de este notable hecho: el norteamericano James Watson. Este autor ha
narrado el proceso desde dentro en su célebre libro La doble hélice, que a pesar de
haberse publicado hace ya más de treinta años, en 1968, el número altísimo de sus
lectores no ha cesado. Esta obra alcanzaría desde su primera edición un grado de
difusión enorme, reeditándose a partir de entonces en decenas de idiomas.
Uno de los grandes atractivos del libro de Watson fue el saber plasmar en una
narración desenfadada, desinhibida, amena y hasta “detectivesca”, un hecho científico
histórico. Su objetivo no fue tratar de los aspectos técnicos de la investigación
científica, ni en general ni en particular, sino la manera en que se hace la ciencia.
Ofrece la visión de un investigador sobre el mundo científico y sus actores, revelando
muchas sorpresas, aunque el propio autor reconoce que algunos de los participantes
de la historia que él cuenta quizás la hubiesen relatado de otra manera. El popular
1 Este artículo corresponde al capítulo 2 del libro de Carolina Martínez Pulido: También en la cocina de la ciencia. Cinco grandes científicas en el pensamiento biológico del siglo XX. Editado por el Servicio de Publicaciones de la Universidad de La Laguna, 2000.
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científico advierte en todo momento que se trata de una visión personal de los hechos
reales.
Es importante tener en cuenta que en la epistemología de la ciencia coexisten lo
que podríamos llamar dos niveles; uno, que hace referencia al mundo especializado, y
el otro, relacionado con el mundo de la difusión. Sin embargo, también es conocido que
son muy pocos los científicos, y menos aún los de renombre, que han escrito libros con
el fin de transmitir a la población los avances de la ciencia. He aquí uno de los grandes
méritos de Watson, al reconocer que mientras la sociedad tiene derecho a saber y
obligación de preguntar, los científicos tienen el deber de transmitir y de dar a conocer
al gran público lo que hacen.
Como no podía ser menos, Rosalind Franklin está incluida en La doble hélice.
Pero lo sorprendente es que se la describe de manera injusta y hasta cruel. En el libro
aparece representada como un personaje llamado “Rosy”, apodo que según quienes la
conocieron nadie le había dado hasta entonces, ni tampoco después. La “Rosy” que la
representa no coincide en absoluto con esta extraordinaria trabajadora científica. En
opinión de muchos de sus contemporáneos, en esa “Rosy” se realiza una descripción
estereotipada de una mujer grotesca, poco atractiva, rígida, agresiva, altiva, inflexible,
nada femenina y algo “marisabidilla”. En ningún momento se le hace justicia por sus
valiosas aportaciones al gran descubrimiento.
Del texto se desprende que se trata de una persona a la que Watson tenía una
clara antipatía, sumando la ruindad de que describe a alguien que había muerto en
1958, diez años antes de la publicación del libro, y por tanto no podía defenderse de lo
que hoy son unánimemente consideradas unas falsas interpretaciones. Cabe pues
insistir en que La doble hélice es un balance de unos hechos históricos en los que se
vieron envueltas gran número de personas, pero de todas ellas precisamente quien ya
no vivía fue curiosamente transformada.
Son numerosos los autores que, con posterioridad a la publicación del libro de
Watson, han manifestado su disconformidad ante la injusta descripción de Rosalind
Franklin. Valgan a título de ejemplo las siguientes opiniones.
La escritora Elizabeth Janeway, en su libro titulado El lugar de la mujer en un
mundo de hombres, publicado en 1971, ha señalado: “Watson en su obra pretende
resaltar dónde, según él, deben estar las mujeres con respecto a la ciencia: fuera de
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ella. La descripción que hace de ‘Rosy’ es totalmente subjetiva y cruel; nadie más en el
libro es atacado constantemente y de una manera tan agresiva”.
El científico sudafricano Aaron Klug, premio Nobel de Química en 1982, que
conoció muy de cerca a Franklin pues trabajó con ella durante la década de los
cincuenta, se quejaba sobre la imagen de Rosalind que resulta del relato de Watson:
“es totalmente inadecuada”. La opinión de Klug es muy valiosa y será incluida en
diversos momentos de este capítulo pues, además de colaborador de Franklin, y por
tanto ser gran conocedor de su trabajo, fue su amigo y heredó a la muerte de la
científica todos sus papeles, cuadernos de notas, apuntes, etc. Ninguna persona viva
ha estudiado todo este legado de manera más exhaustiva ni más de cerca que Klug.
También Barbara McClintock leyó y despreció el libro de Watson, comentando:
“Es un libro mezquino, muy mezquino”. Otra premio Nobel, Rita Levi Montalcini, dijo al
respecto que si bien Watson es un excelente escritor, es asimismo un arrogante y bien
conocido misógino.
Por su parte, la escritora Ulla Fölsing, autora de un recomendable libro Mujeres
premio Nobel, de 1990, ha recordado: "La doble hélice transgredió en su día la etiqueta
académica y provocó una tormenta de indignación al presentar a Rosalind Franklin
como una sabihonda respondona en el laboratorio de investigación de Maurice
Wilkins”.
Asimismo, Sharon McGrayne, en un libro también dedicado a las mujeres que
han ganado el premio Nobel en ciencias, publicado en 1998, ha escrito: “Hoy en día
han emergido tantos datos sobre la vida de Franklin y su capacidad científica que el
descubrimiento de Watson y Crick se ha visto ensombrecido y, al mismo tiempo, se ha
restablecido el lugar de Rosalind bajo el sol”.
En realidad, el libro de Watson generó un revuelo tan significativo entre los
científicos que ha durado hasta nuestros días. Las opiniones sobre él emitidas, han
sido muy numerosas y algunas bastante más duras que las aquí recogidas.
Ese tropezón, no obstante, tampoco merece eclipsar a los protagonistas del
acontecimiento. La historia señala que en 1953 James Watson y Francis Crick
desvelaron la estructura tridimensional de la molécula de ADN. Esta aportación dio
lugar a que en 1962 estos dos autores, junto al biofísico Maurice Wilkins, fueran
justamente galardonados con el premio Nobel de Medicina y Fisiología. La mención
decía: “Por sus descubrimientos sobre la estructura molecular de los ácidos nucleicos y
su trascendencia en la transferencia de la información en el material vivo”.
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Sin embargo, la mayoría de los analistas admite actualmente que sin los
resultados de Rosalind Franklin el descubrimiento no hubiera sido posible, al menos en
la fecha en que se hizo. Su brillante trabajo, no obstante, quedó menospreciado en la
concesión del famoso galardón. Si Franklin hubiera vivido hasta 1962, el comité de los
premios Nobel se habría visto obligado a enfrentarse con su legítimo derecho a
reclamar su parte en los honores divididos entre Watson, Crick y Wilkins. A estas
alturas, ya nadie discute el valor de su contribución al descubrimiento de la estructura
del ADN. Curiosamente y debido a una serie de circunstancias, su contribución fue
probablemente mucho más importante de lo que incluso ella misma imaginó.
En este capítulo intentaremos aclarar por qué el trabajo de Rosalind Franklin en
el considerado uno de los descubrimientos científicos más destacados del siglo XX,
permaneció minusvalorado o parcialmente arrinconado durante tanto tiempo. Somos
conscientes de que hoy, en 1999, este tema ha sido ampliamente debatido, pero a
pesar de ello hemos creído interesante incluirlo en este trabajo.
II. APROXIMACIÓN PERSONAL
La escritora e historiadora norteamericana Anne Sayre, amiga personal de
Rosalind Franklin, y esposa del cristalógrafo David Sayre, escribió en 1975 una
discutida biografía titulada Rosalind Franklin y el ADN. Esta obra fue prologada por el
mencionado científico Aaron Klug, quien también ha escrito en la revista Nature dos
excelentes artículos (en 1968 y 1975) aclarando la verdadera contribución de Franklin
en el célebre descubrimiento.
Sobre el libro de Sayre se han vertido numerosos pareceres, de los que se
pueden destacar, por ejemplo, el de la hermana de Franklin, Jennyfer Glynn, quien tras
haberse mostrado agradecida a Sayre, señalaba que “Este libro ha contribuido a
rescatar a Rosalind de la caricatura hecha por Watson(...)”. Por su parte, el historiador
de la ciencia John Gribbin, hacía en 1985 un interesante comentario: “El libro de Anne
Sayre deberían leerlo todos los que conocen la obra de Watson”. Igualmente, el
famoso químico orgánico Linus Pauling, dos veces premio Nobel y reconocido como
uno de los mejores científicos del siglo XX, ha escrito a propósito de la obra de Sayre:
“Un gran libro: está bien escrito y el relato aclara la contribución de Rosalind Franklin al
descubrimiento de la estructura de la doble hélice del ADN“. Este juicio tiene un notable
valor, no sólo por el prestigio de quien lo hace, sino por que él mismo había cometido el
error de atribuir a otros autores los descubrimientos de Franklin. Para terminar con esta
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breve selección de opiniones, se puede citar la de Teresa Carretero, científica española
que en 1997 tradujo al castellano la obra de Sayre, y que manifestaba con justa
indignación: “Esta traducción es el único medio a mi alcance para denunciar una
injusticia tan flagrante como la que se cometió con una científica fuera de serie”.
Después de este breve comentario, veamos los hechos a destacar en una
aproximación personal a la investigadora.
Rosalind Franklin nació en Londres el 25 de Julio de 1920. Pertenecía a una
acomodada familia anglo-judía dentro de la que con frecuencia habían destacado
personalidades de carácter fuerte y emprendedor. Según Sayre, su infancia fue feliz,
con unos padres que formaban un matrimonio convencional bien avenido. Su familia la
componían otros tres hermanos y una hermana ocho años menor que ella. Sería
inexacto decir que por ser mujer Franklin tuvo una educación distinta de la de sus
hermanos varones; por el contrario, recibió una educación excelente en uno de los
mejores colegios ingleses de la época, lo que le proporcionó una sólida formación. De
hecho, muchas de sus compañeras de clase posteriormente también tuvieron
trayectorias profesionales destacadas.
Autores que se han ocupado de su biografía, como por ejemplo McGrayne,
señalan que cuando niña Rosalind sí se sentía discriminada en razón de su sexo, pues
pensaba que sus padres no la comprendían, por lo que recordaba a su infancia y
adolescencia como una intensa lucha por ser aceptada.
Desde los 15 años la joven sabía ya con certeza qué era lo que quería hacer y
nunca se desvió del camino elegido, a pesar de que su familia contaba con una renta
suficiente que le habría permitido vivir sin trabajar. Gracias a esta situación, a lo largo
de su vida disfrutó de oportunidades por encima de la media para poder desarrollar su
extraordinaria inteligencia y su gran vocación. Optó por la ciencia y a ella se consagró
totalmente con gran entusiasmo. Su actitud hacia el trabajo era de una profunda
seriedad y se mostraba inflexible con lo que éste le exigía. En lo personal, era una
mujer discreta, parca en palabras, con un temperamento apasionado que a veces
resultaba incluso impetuoso.
Cuando era muy joven trabajó en un Centro establecido para ayudar a rescatar
a los judíos de la Alemania nazi. Aunque ésta fue su primera incursión en el mundo de
las obras sociales, no la llevó a desarrollar un interés especial por este tipo de
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actividad, pero sí para adquirir una capacidad de compromiso que aprendió a proyectar
en cualquier dirección elegida.
A pesar de las limitaciones propias del entorno social de su época, Franklin
disfrutó de una libertad considerable. Su padre dudaba abiertamente si era útil o
sensato dar una educación profesional a una chica, aunque tenía consciencia de la
extraordinaria capacidad intelectual de su hija y se mostraba orgulloso de ella.
Finalmente aceptó la vocación de la joven, que en 1938 decidió matricularse en la
universidad de Cambridge para estudiar físico-química.
Su fuerza de voluntad quedaba ya reflejada en sus actitudes. Aunque le
encantaba el montañismo, procuraba que nada la distrajera de su seria y ardiente
vocación científica. En sus años universitarios trabajó muy duro. Sabía que en toda
Gran Bretaña no había ningún otro sitio en el que alcanzar una formación científica
mejor que Cambridge, y a ello se aplicó intensamente para aprovechar las
oportunidades que tenía a su alcance.
Nos detendremos brevemente en describir como era la educación universitaria
de las mujeres en Gran Bretaña en esas primeras décadas del presente siglo. Imaginar
a Rosalind Franklin en ese ambiente nos ayudará a entender mejor la forja de su
decidida personalidad.
La historia de la educación superior de las mujeres británicas fue una batalla que
tardó en resolverse mucho más tiempo del que se hubiera podido suponer. No
presenta, por ejemplo, un paralelismo con la historia de la educación en los Estados
Unidos. Por el contrario, en contraste con la gran cantidad de instituciones que han
caracterizado la educación americana, Gran Bretaña solamente contaba con dos
grandes santuarios del saber, Oxford y Cambridge, hasta bien avanzado el siglo XIX.
Las dos eran centros de poder conectados con la iglesia establecida, el poder civil y a
menudo, directa o indirectamente, con la política.
Incluso en la década de 1930, en ambas universidades el número de mujeres
admitidas para recibir enseñanzas superiores estaba estrictamente limitado. Además,
desde 1922 hasta 1947, Cambridge concedía a las mujeres unas licenciaturas
“nominales” distintas de las “reales” que obtenían los hombres. La diferencia era de tipo
práctico, ya que éstas últimas proporcionaban unos derechos de las que las
“nominales” carecían.
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En esos años las jóvenes universitarias, sometidas a un trato injusto, se veían
inmersas en la confusión y en la perplejidad. La presión social llevaba a las mujeres a
tener que elegir entre una vida considerada “normal”, como un matrimonio, hijos, etc.,
y una vida académica, que prácticamente las incapacitaba para las actividades
“femeninas”. Predominaban entonces entre las estudiantes las discusiones sobre la
conveniencia de continuar la carrera profesional o renunciar a ella por causas como la
del matrimonio.
Cuando la joven Franklin llegó a Cambridge estaba muy influida por la
mentalidad de la época. Así, opinaba que como mujer, sólo tenía dos posibilidades
excluyentes entre sí: la profesión o el matrimonio y los hijos. Deliberadamente eligió su
carrera. Según su biógrafa, Rosalind Franklin hasta bien cumplidos los 30 años tenía
una visión muy convencional del matrimonio. Para ella, el lugar de una mujer casada no
estaba necesariamente en el hogar, pero el de una madre sí; al parecer, este
pensamiento fue fundamental para que abandonase cualquier idea de casarse. De
hecho, durante su corta vida se volcó completamente en su profesión.
Como hemos dicho, Franklin se matriculó en Cambridge en 1938. Pero, al
principio de su segundo año de carrera empezó la II Guerra Mundial, lo que acarreó
una obvia desorganización tanto en la enseñanza como en la vida cotidiana. Los
estudiantes de esa época, al tener un menor contacto con los científicos que
marchaban a la guerra o a hacer investigaciones relacionadas con ésta, tuvieron que
volverse más autónomos. En cierto sentido, estas condiciones favorecieron a Franklin,
pues le permitieron adquirir gran independencia y disfrutar enormemente del trabajo
que más le gustaba. Desarrolló entonces la costumbre de trabajar por propia iniciativa,
costumbre que ya nunca perdió.
En el transcurso de su carrera pasó por ciertas dificultades con su tutor, el
catedrático R. Norrish (que en 1967 recibió el premio Nobel de Química), con quien no
se llevaba demasiado bien. Él la consideraba muy inteligente, intelectualmente brillante
y deseosa de abrirse camino como investigadora, pero a la vez la describía como
“testaruda y difícil”.
Aaron Klug ha manifestado: “No era tímida ni modesta, pero tampoco era
jactanciosa. Expresaba sus opiniones con firmeza. Creo que la gente no estaba
acostumbrada a hacer frente a una actitud de este tipo en una mujer”.
En lo que respecta a la ideología de Franklin, puede subrayarse que era
básicamente progresista, de izquierdas en un sentido ideológico general. Pero el
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feminismo como concepto general la irritaba por considerarlo impreciso, y la idea de
luchar para mejorar la situación de la mujer nunca fue un objetivo primordial para ella.
En su caso particular, insistía en ser reconocida no sólo como igual frente a un
científico varón, sino como totalmente indistinguible de ellos. No batallaba abiertamente
en un sentido amplio, sino que se limitaba a intentar que pusieran el énfasis en el
término científico en vez del género. No declaraba la guerra en nombre de los derechos
de la mujer, sino en nombre de la ciencia, con el fin de que los que la sirven sean
juzgados sólo y exclusivamente por su valía. Daba la igualdad por supuesta y no pedía
que por ser mujer se le concedieran favores o privilegios o que se la juzgase con
patrones especiales o menos exigentes. Franklin mantenía una postura firme y
definida, que tenía poco que ver con el feminismo doctrinario o político por esa sencilla
razón de que ella no era esencialmente feminista. Su postura era exclusivamente
profesional.
III. NACIMIENTO DE UNA INVESTIGADORA: LOS PRIMEROS TRABAJOS
1.- Los estudios sobre el carbón
La carrera de Rosalind Franklin tuvo una gran coherencia. Su pasión exclusiva
era la investigación, siendo muy relativo el interés por otros campos de trabajo, caso de
la enseñanza. Se puede observar en ella una progresión lógica, sensata e interesante,
que demuestra de una manera sencilla que en investigación básica las subdivisiones
de la ciencia desaparecen. Desde este punto de vista, no resulta sorprendente que
empezase trabajando en el carbón y terminase con virus, aunque su reputación inicial
se fraguó en sus investigaciones sobre el primero.
Cuando se graduó en Cambridge sólo tenía 22 años y empezó a trabajar como
investigadora en una compañía de carbón, la Asociación Británica para la Investigación
sobre la Utilización del Carbón, que en esos años era casi el lugar ideal para que una
joven físico-química diera sus primeros pasos. El estudio del carbón era fundamental, y
aún más en esos momentos, debido sobretodo a que el combustible estaba
relacionado con la guerra.
Franklin trabajó mucho y con entusiasmo. Entre 1942 y 1946 su nombre
apareció en cinco artículos científicos, en tres de los cuales era la única autora. Cada
uno de estos artículos representaba un enorme volumen de trabajo experimental muy
elaborado. Durante ese período escribió además su tesis doctoral que presentó en
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Cambridge en 1945, pero el nombre que por sí misma se estaba creando era mucho
más significativo que ninguna titulación académica.
Según los expertos, sus resultados fueron fundamentales. Una buena parte de
su trabajo era sobre la microestructura del carbón que hasta entonces no se había
determinado ni medido. La importancia de sus logros era indiscutible, sus primeros
artículos siguieron siendo una referencia básica para conocer la estructura de los
carbones durante más de 20 años. No incluiremos los detalles de su especialidad, ya
que son muy técnicos, pero sí hay que destacar que Franklin trabajando como físico-
química empezó a brillar como “exploradora” en un mundo en el que básicamente
permanecería hasta el fin de sus días.
En esos años, cuando tenía entre 22 y 26 de edad, Franklin logró su doctorado
y una lista de publicaciones que acreditaban que podía trabajar con éxito siempre que
se le concediese cierto grado de independencia. Resulta pues, evidente, que su
potencial como científica se manifestó enseguida, a una edad en que la mayoría de los
científicos están terminando sus estudios de Postgrado, ella había demostrado su
capacidad con una cantidad de publicaciones de considerable relevancia.
2. Estancia en París
En febrero de 1947, Rosalind Franklin, deseosa de ampliar su formación, aceptó
un contrato como investigadora en París que le había sido ofrecido por el Laboratorio
Central de Servicios Químicos del Estado. Llegó a la capital francesa para trabajar con
el famoso cristalógrafo Jaques Méring, junto a quién aprendió una metodología
totalmente nueva para ella: la difracción de rayos X.
La difracción de rayos X, cristalografía de rayos X o cristalografía química, que
son tres nombres indistintos de la técnica, era en aquellos años una metodología muy
poco conocida. Había comenzado hacia 1912, sobretodo como complemento de la
metalurgia y la mineralogía, treinta años antes de cuando Franklin empezó a dominarla.
Un investigador de Munich llamado Knipping, había demostrado que cuando un haz de
rayos X pasa a través de un cristal el haz se dispersa de tal modo que se puede
registrar en una película un modelo determinado, aunque para un no cristalógrafo este
registro sólo tiene la apariencia de un conjunto de manchas. El modelo obtenido varía
de una sustancia a otra, pero siempre es el mismo para sustancias idénticas. O sea,
que todos los cristales de una misma sustancia mostrarán un patrón de difracción
análogo. No mucho después, en 1915, el inglés W. Bragg mejoró la técnica. La
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cristalografía comenzó a ser considerada como un nuevo campo de la ciencia con un
notable potencial. El uso de un proceso matemático, conocido como la transformada de
Fourier, permitió la realización de representaciones en tres dimensiones en las que
están localizadas las posiciones de cada uno de los átomos que forman la sustancia en
cuestión.
La cristalografía de rayos X amplió sus límites cuando empezó a usarse para
analizar la estructura de los compuestos orgánicos. Su gran desarrollo se vería
impulsado en gran medida porque hacia los años 30 los biólogos empezaron a
sospechar que la arquitectura de las moléculas tenía mucho que ver con su
comportamiento y funciones. Las técnicas de difracción de rayos X se adivinaron
entonces como uno de los enfoques más prometedores para explicar la estructura
molecular de las sustancias biológicas. Efectivamente, desde la perspectiva actual ese
supuesto era correcto y demostró ser muy útil.
Maticemos que inicialmente los métodos de difracción de rayos X presentaron
dificultades importantes al intentar aplicarlos a las grandes moléculas biológicas, pues
éstas producen diagramas de una complejidad desconcertante. Esto llevó a que
durante mucho tiempo estuvieran fuera de los límites de un posible análisis
matemático. Pero al final de los años 40, los notables avances en las técnicas
cristalográficas potenciaron su uso para tratar de desentrañar la estructura de las
macromoléculas biológicas.
Volviendo al trabajo de Franklin en París, hay que señalar que la investigación
de Méring se centraba en el estudio de sustancias amorfas, o sea, las carentes de
estructura cristalina clara, tales como el grafito. Esta labor exigía no sólo el dominio de
técnicas extraordinariamente difíciles para llevar a cabo los experimentos, sino una
mente teórica sólida capaz de interpretar los resultados. Rosalind Franklin consiguió
dominar el nuevo método, donde adquirió una gran destreza, ya que fue capaz de
obtener resultados excelentes.
De la asociación de Franklin con el laboratorio de París surgieron una serie de
artículos brillantes. Ella logró interpretar los diagramas de difracción de rayos X
correspondientes a los carbones duros y a los grafitos. Al mismo tiempo, mejoró
notablemente los métodos de difracción de rayos X para determinar las estructuras de
sustancias más grandes y complejas, desarrollando a la vez los análisis matemáticos
adecuados.
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El prestigioso científico pionero en la cristalografía de rayos X, J. D. Bernal,
escribió con posterioridad: “Rosalind Franklin descubrió, en una serie de bellísimos
experimentos, la diferencia fundamental entre los carbones que al calentarse se
convierten en grafito y los que no. Más adelante relacionó esta diferencia con la
constitución química de las moléculas a partir de las cuales se forma el carbón (...). Se
convirtió en una autoridad en al materia”. Son también ilustrativas las breves palabras
de Peter Hirsch, catedrático de Oxford, sobre los trabajos en carbones de nuestra
investigadora: “Rosalind Franklin puso orden en un campo en el que hasta entonces
sólo predominaba el caos”.2
Por otra parte, hay que subrayar que, desde el punto de vista personal, los años
que Franklin vivió en París estuvieron, según su biógrafa y otros autores, entre los
mejores de su vida. Allí, en la atmósfera relajada y estimulante de la posguerra
francesa, encontró un ambiente muy favorable. La joven estableció excelentes
relaciones, se adaptó muy bien a sus colegas, y las nuevas amistades que entabló
fueron numerosas y duraderas.
A comienzos de la década de 1950 Rosalind Franklin aún no había tenido
contacto alguno con la Biología, pero a pesar de ello, empezaba a sentirse sumamente
atraída por la aplicación de la cristalografía al estudio de las macromoléculas de los
seres vivos. Según sus propias palabras, escritas en 1950: “Desde luego, soy bastante
ignorante en lo que a cuestiones biológicas se refiere, pero imagino que este es un
camino nuevo para la mayoría de los radiólogos. Estoy muy interesada en aplicar los
rayos X a la Biología”.
Su buena experiencia en Francia no evitó que Rosalind Franklin pensara en
regresar a Inglaterra, al parecer por razones familiares. Con tal fin solicitó una beca
para incorporarse al King’s College de la Universidad de Londres. En este centro el
director era en esos momentos John Randall, un joven físico que estaba formando un
grupo interdisciplinar de científicos compuesto por físicos, químicos y biólogos. Para
completar el equipo ofrecería a Franklin un proyecto de investigación cuyo objetivo
sería analizar, mediante técnicas cristalográficas la molécula más interesante del
momento: el ADN. Ante esta propuesta, la joven decidió, aunque no sin pesar, dejar
2 De hecho, Rosalind Franklin clasificó los carbones, como hemos apuntado, en dos categorías principales: los que al calentarse se convierten en grafito y los que no lo hacen. Los primeros son blandos, compactos y de alta densidad, un ejemplo de ellos es el carbón de cocina. El otro grupo de carbones son aquellos muy duros y que tienen una estructura de poros grandes. Los carbones duros (no
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París y volver a Inglaterra. Entendió que se le ofrecía una oportunidad para trabajar
como investigadora independiente en un tema que le resultaba apasionante y que
estaba adquiriendo una destacada importancia científica.
No obstante, en este momento de su biografía –el traslado desde la capital
francesa a la inglesa– hubo algún malentendido, pues, al parecer, la posición que
Franklin ocuparía en el King’s College, así como el verdadero trabajo que llevaría a
cabo, no quedaron del todo claros cuando la científica aceptó la investigación que
Randall le brindaba. Posteriormente, esta imprecisión cobró mucha importancia, ya que
generó desagradables roces con otro colega.
Según algunos estudiosos del tema, y entre ellos Sayre, si Franklin hubiese
entendido que en Londres no trabajaría independientemente sino en el proyecto de otro
investigador, probablemente no hubiese aceptado abandonar París. Ella sabía que la
mayor parte de su trabajo, y lo mejor de él, lo había realizado sola, ni en colaboración
ni bajo la dirección de nadie. No sólo se encontraba mejor trabajando con autonomía,
sino que era mucho más productiva. Tenía consciencia de no ser una persona
demasiado flexible y se sabía demasiado impaciente como para ser una buena
subordinada.
Debe puntualizarse que antes de su regreso a Inglaterra, Franklin ya había
publicado 11 artículos –10 como única autora– sobre aquellos carbones enmarcados
dentro de las sustancias que producen diagramas de difracción borrosos e
indeterminados. Algunos de estos artículos eran de poca importancia, pero otros, como
ya hemos citado, tuvieron una gran trascendencia y reflejaban el resultado del trabajo
científico de una mente muy creativa.
Puesto que el objeto de investigación que va a ocupar ahora a Rosalind Franklin
es el ADN, veamos brevemente, antes de entrar en sus aportaciones, cual había sido la
historia de la molécula hasta esas fechas.
IV. BREVE HISTORIA DEL ADN HASTA 1951
La historia del ácido desoxirribonucleico o ADN tuvo sus comienzos a finales de
la década de 1860, casualmente durante la misma época en que Mendel publicó las
leyes por las que se transmiten los caracteres biológicos de padres a hijos (1866),
grafitados) han tenido una gran importancia industrial. Sus productos se conocen como carbones cristalinos o vidriosos.
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basándose en los resultados de sus experimentos con guisantes. El ADN se descubrió
gracias a los esfuerzos dirigidos a revelar cuál era la base física, es decir, la sustancia
por la que tales caracteres hereditarios se conservan y transmiten de generación en
generación.
El autor del hallazgo fue Friedrich Miescher, un médico nacido Basilea en 1844,
dedicado a la investigación sobre la química de las células en un laboratorio de la
Universidad de Tübingen. Su objetivo era identificar las proteínas contenidas en el
núcleo de glóbulos blancos humanos. Partía del principio, enunciado por Ernst Haeckel
en 1866, de que quizás el núcleo celular contuviera todos los “factores” necesarios para
la transmisión de la información hereditaria. En 1869, Miescher advirtió que las células
con las que trabajaba contenían una sustancia sin parecido alguno con ninguna de las
proteínas conocidas. Dada la asociación que tenía esa sustancia con el núcleo celular,
decidió llamarla “nucleína”. Posteriormente, también halló esta sustancia en los núcleos
de otras células. Su descubrimiento apareció publicado en 1871. Miescher había
encontrado algo totalmente nuevo, pero al parecer no tuvo clara consciencia de la
importancia de su logro.
El descubrimiento de cierta sustancia química asociada al núcleo de las células
animó a otros autores hacia la búsqueda de algún colorante específico que la tiñera de
forma selectiva, lo que facilitaría su observación al microscopio. Esto proporcionó, al
menos en parte, el ímpetu que llevaría a la identificación de los cromosomas como
cuerpos celulares que se tiñen. Durante la década de 1870 aparecieron las primeras
descripciones de los cromosomas y, en la de 1880, se observó y describió la mitosis.
En esa misma época se observó por primera vez en detalle y al microscopio el proceso
de la fecundación. En 1881, Edward Zacharias demostró que al menos en cierta
proporción, los cromosomas contenían la nucleína de Miescher. Ya en 1884, el zoólogo
O. Hertwig, antiguo alumno de Haeckel, escribía; “la nucleína no sólo es la sustancia
responsable de la fecundación, sino también de la transmisión de las características
hereditarias”. Esta definición coincide con la moderna interpretación del ADN,
habiéndose revalidado sólo 14 años después de la publicación del artículo de Miescher.
Sin embargo, durante las décadas siguientes la nucleína se relegó a un papel
secundario, considerándose meramente como el armazón que afianzaba a las
moléculas de proteína, mucho más importantes en la conformación de los
cromosomas. Todos los historiadores de la Biología están de acuerdo en afirmar que el
escaso interés inicial por dicha sustancia, desde el punto de vista hereditario, era
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debido a que en aquella época eran las proteínas las más firmes candidatas a ser la
“sustancia de la herencia”, por tratarse de moléculas complejas y ampliamente
variadas.
A comienzos del siglo XX fueron los químicos quienes se dedicaron a estudiar la
nucleína. Un alumno de Miescher, Richard Altmann, en 1899, cambió el nombre de
nucleína a ácido nucleico basándose en los diversos grupos de naturaleza ácida que
presentaba la macromolécula3. La moderna interpretación de su estructura se
estableció a principios de este siglo gracias a los trabajos de Phoebus A. Levene, un
destacado químico judío ruso emigrado a Estados Unidos, y sus colegas de laboratorio.
Estos químicos identificaron los componentes fundamentales del material nuclear.
Comprobaron que estaba constituido por azúcares, en concreto pentosas, unidas entre
sí por grupos fosfato. Descubrieron que existían dos formas de ácidos nucleicos: el
ADN, cuyo azúcar era la desoxirribosa, y el ARN, en el que el azúcar era la ribosa.
También se detectó un tercer componente en los ácidos nucleicos: las bases
nitrogenadas. En el ADN, Guanina (G) y Adenina (A), que son bases púricas, y Citosina
(C) y Timina (T), que son bases pirimídicas. En el ARN, las tres primeras más Uracilo,
en vez de Timina.
En las décadas de 1920 y 1930, los bioquímicos sabían ya que el ácido nucleico
de los cromosomas era el ADN, pero conocían también que en éstos había proteínas, a
las que consideraban, como se ha mencionado más arriba, el material genético. Se
admitía que el papel del ADN sería meramente el de mantener unidas las proteínas. En
línea con esta idea, Levene interpretó que en los dos ácidos nucleicos, las cuatro bases
se hallaban en proporciones exactamente iguales, por lo que el ADN se consideraba
como una molécula formada por la repetición de sólo cuatro subunidades. La unidad,
constituida por un azúcar, un grupo fosfato y una base nitrogenada, se conoce por
nucleótido. La estructura del ADN propuesta por Levene se denominó hipótesis del
tetranucleótido, cuyo punto esencial era su simplicidad y repetición.
La hipótesis de Levene adquirió rápidamente la consideración de dogma. El ADN
era pues una molécula monótona, compuesta por un modelo repetitivo, y se aceptaba
de forma prácticamente unánime que su función consistía en mantener a las proteínas,
portadoras de la información genética, sujetas a los cromosomas.
3 Por sus extraordinarios logros bioquímicos, Richard Altmann recibió el premio Nobel en 1912.
Rosalind Franklin 15
A pesar de que hasta los años cuarenta la hipótesis del tetranucleótido se
mantuvo casi incontestada, hacia 1928 empezó a desvelarse el papel fundamental que
correspondía al ADN, gracias a los trabajos del médico inglés Frederick Griffith. Este
científico, realizando investigaciones sobre la neumonía humana, descubrió la
existencia de dos cepas bacterianas distintas. Una de ellas, la cepa S, era altamente
virulenta por poseer una cápsula azucarada que envuelve y protege a la bacteria. La
otra, la cepa R, no era virulenta por que carecía de dicha cápsula. Mediante una serie
de conocidos experimentos, Griffith descubrió un importante fenómeno: la
transformación bacteriana, basado en que las bacterias de la cepa R, bajo
determinadas condiciones, pueden adquirir la capacidad de sintetizar la cápsula
azucarada protectora y, por tanto, volverse virulentas. Griffith dedujo entonces la
existencia de un principio transformador capaz de transferir información a las células.
Muchos años más tarde, en 1944, los científicos Avery, Mac Leod y McCarty,
demostraron que el principio transformador supuesto por Griffith era el ácido
desoxirribonucleico o ADN. La explicación del principio de la transformación en
términos genéticos seguía la secuencia que a continuación se expone de modo
resumido. El ADN de las células bacterianas de tipo S lleva la información que
determina la capacidad de producir la cápsula azucarada, mientras que el ADN de las
células tipo R tiene modificada dicha información y no puede formar cápsula. Pero si
bajo ciertas condiciones, estas bacterias adquieren un fragmento de ADN con la
mencionada información intacta, serán capaces de sintetizar la cápsula y volverse, por
tanto, virulentas.
Aunque la evidencia experimental del trabajo de Avery y colaboradores era
terminante, la comunidad científica de la época, sin embargo, fue reacia a aceptar al
ADN como candidato a ser el material hereditario. De ahí que siguiese apostando a
favor de las proteínas como mejor cualificadas para ser la sustancia hereditaria. Tanto
es así que hubieron de pasar ocho años más, hasta que en 1952 Alfred Hershey y
Martha Chase4, utilizando virus bacterianos (o sea, fagos) marcados radiactivamente,
volvieron a demostrar de forma inequívoca que la información genética está contenida
en el ADN y no en las proteínas. Este célebre trabajo, conocido como “el experimento
de la batidora”, tuvo una gran trascendencia, pues implicó que definitivamente la
4 Martha Chase era por esos años una joven científica que había nacido en 1927.
Rosalind Franklin 16
comunidad científica aceptase sin reservas al ADN como material hereditario5,
reconociendo también las conclusiones que ocho años antes habían obtenido Avery y
colaboradores en la identificación del ADN como principio transformante.
De lo expuesto se desprende que a comienzos de la década de los años 50,
cuando Rosalind Franklin llegó al King´s College para trabajar con el ADN, ya se
sabían muchas cosas sobre esta importante molécula. Así, era conocido que,
químicamente, se trata de un polinucleótido constituido por los cuatro nucleótidos
mencionados, diferenciados únicamente por sus bases nitrogenadas, que se enlazan
linealmente de forma regular. Aunque todavía no había podido demostrarse que estos
enlaces fuesen idénticos entre sí, todo llevaba a suponerlo, pues las bases
nitrogenadas no participan en dicho enlace sino los azúcares y fosfatos.
Por esas fechas se disponía también de algunas fotografías de difracción de
rayos X. Las primeras imágenes las había obtenido en 1938 un investigador llamado
William Astbury. Sus intentos sólo habían conseguido poner de manifiesto que era muy
difícil fotografiar la molécula mediante ese método. Se obtenían muy pocos datos de
difracción, posiblemente no los suficientes como para conseguir una interpretación
significativa. Lo que sí permitían era observar el diámetro de la molécula, el cual era
más grueso de lo que sería si sólo estuviese presente una única cadena
polinucleotídica. Ello llevaba a suponer que podría estar formada por varias cadenas
polinucleotídicas arrolladas unas en torno a otras. Algunos expertos de la época
consideraban factible que constase de tres hebras. Si esto era cierto, era necesario
deducir qué tipos de enlaces las mantenían unidas (enlaces de hidrógeno o enlaces
iónicos), y también cómo se conservaba la forma de la molécula.
Con todo, lo más importante a comienzos de esta década de los años cincuenta
para la mayoría de los biólogos, sería que estaban asumiendo el papel exclusivo de la
molécula de ADN como material capaz de almacenar la información genética y
transmitirla de una generación a la siguiente. En esos años terminaría por descartase al
fin, la hipótesis del tetranucleótido, es decir, la que consideraba a las proteínas como
portadoras de la información genética.
Al abandono de esta falsa hipótesis también contribuyeron en gran medida los
trabajos de un conocido bioquímico, Erwin Chargaff. Este científico, usando técnicas de
5 Conviene recordar que no en todos los organismos es el ADN el material hereditario, pues existen algunos virus que tienen la información genética en forma de ARN.
Rosalind Franklin 17
cromatografía en papel que permitían medir con precisión los componentes del ADN,
demostró que las cuatro bases (A,G,C y T) se encontraban en distintas proporciones
según la procedencia de la muestra. Esto equivalía a evidenciar que la molécula no era
monótona ni uniforme como tradicionalmente se creía. Su composición púrica y
pirimídica difería en función de la especie considerada. Además, la cantidad de adenina
era igual a la de timina (A=T), y la de guanina a la citosina (G=C). De este modo, el
descubrimiento de las llamadas leyes de Chargaff, publicadas por primera vez en 1949,
mitigó un poco la desconfianza ante el ADN como molécula de la herencia, que
continuó disminuyendo cuando más tarde se comprobó lo enormemente largas que
pueden ser las cadenas de ADN. Se demostró entonces que los cuatro nucleótidos son
capaces de ordenarse de manera prácticamente infinita, lo cual constituye en sí mismo
una propiedad que permite codificar información; una hebra con un número n de cuatro
nucleótidos distintos podrá tener 4n secuencias diferentes. A estos descubrimientos se
sumaron los mencionados resultados de Avery y col., y los de Hershey y Chase,
consolidándose así una nueva visión de los científicos, según la cual las largas
cadenas de ADN podían almacenar la información genética codificada en la secuencia
u orden de sus nucleótidos.
Las palabras de Gunther Stent, un conocido genetista, resumen la situación:
“Fue entonces cuando se abrió el camino que permitió formular una teoría sobre cómo
actúa el ADN de portador de la información genética(...) Hoy en día resulta difícil
establecer quién fue el responsable original (...) La teoría apareció de repente hacia
1951 y para 1952 la mayoría de los genetistas la habían aceptado como dogma (...) La
clave de esa teoría es que el ADN contiene la información genética, y que ésta sólo
puede ser transportada a través de la secuencia específica de las cuatro bases a lo
largo de la cadena polinucleotídica”.
Faltaba entonces elucidar la arquitectura de la famosa molécula. Para ello la
cristalografía de rayos X era una herramienta muy prometedora. Recordemos que la
molécula de la herencia no sólo tenía que ser capaz de almacenar información
genética, sino que también debía transmitirla. El problema ofrecía un enorme
atractivo. La antigua pregunta acerca de cuáles son los mecanismos de la herencia
podía estar a punto de contestarse y la respuesta podría estar basada en el
descubrimiento de la estructura del ADN. No obstante, también era cierto que descifrar
dicha estructura constituía una investigación muy arriesgada, ya que podía resultar
imposible resolverla mediante difracción de rayos X.
Rosalind Franklin 18
En definitiva, en el intento de desvelar el aspecto de la molécula, Rosalind
Franklin iba a enfrentarse al problema desde el punto de vista cristalográfico. Pero
sucedía que el ADN es una sustancia amorfa y por tanto difícil de manejar, casi
recalcitrante. Por eso, aunque aparecía como el tema de investigación más fascinante
y atractivo del momento, también presentaba importantes riesgos.
V. EN EL KING’S COLLEGE DE LONDRES
1. Rosalind Franklin y Maurice Wilkins
Rosalind Franklin llegó a Londres en enero de 1951 avalada por un magnífico
curriculum. El director, Jophn Randall, conocedor de sus extraordinarios antecedentes,
sabía que estaba perfectamente preparada para enfrentarse con el problema del ADN.
Ahora bien, en esos momentos el King’s ya poseía un extenso programa de
investigación en curso en relación con el ADN, principalmente a cargo de Maurice
Wilkins, quien ya había obtenido algunas fotografías. Pero, los resultados de este
investigador no mostraban la nitidez deseada, y por ello se contrató a una especialista
en las nuevas técnicas cristalográficas.
Wilkins era un físico que había realizado, al igual que otros de su generación, un
recorrido científico desde la Física a la Biología. Nacido en 1916 en Nueva Zelanda,
creció en Inglaterra desde los 8 años. Se licenció en Cambridge en 1938 y se doctoró
en 1940. Durante la guerra trabajó primero sobre radares y después participó en el
proyecto Manhattan. En 1950 era el director adjunto de la Unidad de Investigación
Biofísica que el Consejo de Investigaciones Médicas había montado en el King’s
College de Londres, donde llevaba ya cinco años trabajando cuando llegó Franklin.
Doce años después de los trabajos de Astbury –recordemos que fue quien
obtuvo las primeras imágenes del ADN– Wilkins había abordado otra vez el estudio del
ADN mediante difracción de rayos X. Para su proyecto había recibido del laboratorio de
Rudolph Signer, en Bélgica, ADN muy puro en forma de gel procedente de timo de
becerro. Él mismo ha relatado que cuando empezó a trabajar removió la sustancia con
una varilla de vidrio y al retirarla observó que “la acompañaba una delgadísima hebra
de ADN, casi invisible, parecida a una telaraña”. La perfección de estas fibras venía a
sugerir que sus moléculas se disponían de forma muy ordenada, y Wilkins, junto al
alumno de doctorado Raymond Gosling, adaptaron inmediatamente su equipo de
difracción de rayos X, mediante el ensamblado, a partir de piezas de aparatos de
radiografía que sobraron de la guerra, a la toma de imágenes de los patrones
Rosalind Franklin 19
generados por esas fibras. Obtuvieron fotografías de una calidad muy superior a las de
Astbury. Una razones de este logro fue que mantuvieron húmedas las fibras, mientras
Astbury había trabajado con una película seca de ADN.
Cuando Rosalind Franklin llegó al King´s y se produjo el primer encuentro con
Maurice Wilkins, ambos experimentaron desde el primer momento una mutua antipatía.
Desafortunadamente para los dos, nunca fueron capaces de colaborar entre sí.
Aunque aparentemente este dato no parezca de mucha relevancia, hay historiadores
que destacan que muy probablemente la historia de la Biología Molecular hubiera sido
distinta si entre Franklin y Wilkins no hubiese existido esa manifiesta hostilidad.
Este choque entre dos fuertes personalidades ha intentado explicarse desde
diferentes puntos de vista. La razón más frecuentemente esgrimida hace referencia a
que la posición de cada uno dentro del laboratorio no estaba clara. Franklin creía
firmemente que se la había contratado para trabajar independientemente con la misma
categoría que Wilkins. Sin embargo, éste la consideraba como su subordinada, una
especie de ayudante, situación que ella jamás admitió. Algunos colegas que los
conocieron subrayan que, en realidad, tanto Wilkins como Franklin eran dos personas
muy poco flexibles. Además, el director del laboratorio, John Randall, no parecía estar
al tanto de la situación y por lo ello nunca intentó resolverla.
Ciertos autores, como por ejemplo McGrayne, han señalado que la profunda
antipatía existente entre Wilkins y Franklin sólo surgió después de un tiempo de
convivencia en el King’s. En cualquier caso, el prestigioso historiador Horace Judson,
autor del elogiado libro El octavo día de la creación (1980), la ha calificado como una
“una de las disputas personales más grandes de la historia de la ciencia”.
Anne Sayre opina que una razón para estas desavenencias también podría estar
en el hecho de que Franklin era una mujer y que por ello Wilkins se sentía incapaz de
aceptarla como a una colega y discutir abiertamente con ella. Es cierto que en aquellos
momentos el King’s College no dispensaba acogidas demasiado calurosas a las
mujeres, aunque Franklin no era la única que allí trabajaba. Esta institución cultivaba
tradiciones como no permitir que las mujeres pudiesen comer en el comedor amplio y
confortable, donde lo hacía el personal masculino; ellas debían hacerlo junto a los
estudiantes. Franklin se molestaba ante este trato donde prevalecía más el hecho de
ser mujer que el de científica. Cabe matizar que la opinión de Sayre ha sido
Rosalind Franklin 20
considerada por algunos autores como demasiado radical. Resulta pues conveniente
citar otras consideraciones.
Para Francis Crick, otro de los descubridores de la estructura del ADN, que
publicó en 1988 su libro Qué loco propósito relatando su propia visión de los
acontecimientos, ha escrito: “Se ha hablado de las desventajas que tuvo sufrir Rosalind
por ser científica y mujer a la vez. Indudablemente había restricciones muy irritantes,
pero sólo eran trivialidades, o al menos así me lo parecían entonces. En lo que yo pude
apreciar, sus colegas trataban por igual a los científicos hombres y mujeres. Había
otras mujeres en el grupo de Randall”.
También con referencia a la situación personal de Franklin en el King’s, Judson
escribió en El octavo día de la creación: “Aunque es cierto que las mujeres eran a
menudo discriminadas en el mundo científico inglés de la época, es también cierto que
el laboratorio de Randall en el King’s College ofrecía mejores oportunidades a las
mujeres científicas que muchos otros lugares (...) A pesar de que los números
fluctuaban, de los treinta y tantos científicos de plantilla en su laboratorio, al final del
segundo año de la estancia de Franklin, ocho o nueve eran mujeres y cuatro eran de
una categoría superior a la suya”.
Nuevamente en opinión de Crick: “Algunas veces las feministas han intentado
convertir a Rosalind en una mártir de su causa, pero no creo que los hechos apoyen
esa interpretación. Aaron Klug, que la conocía bien, una vez me comentó, haciendo
referencia al libro de una feminista: "Rosalind lo hubiera detestado". No creo que le
hubiera gustado verse como una pionera; pienso que tan sólo pretendía que la trataran
como a una científica seria”.
En definitiva, aunque en el King’s había en 1951 muchos proyectos de
investigación, el del ADN era el más atractivo y todo indica que la cuestión de quién era
el responsable y dónde se iba a realizar el trabajo estaba poco definida. Es pues
posible que hubiese un malentendido desde el principio, y como nunca se puso en
claro, unas relaciones que de por sí eran difíciles continuaron empeorando con el
tiempo.
2.- Francis Crick y James Watson
Es de obligado interés abrir un paréntesis para hacer una breve referencia a los
célebres Francis Crick y James Watson, que en 1950 trabajaban en el laboratorio
Cavendish de Cambridge.
Rosalind Franklin 21
Francis Crick era un joven científico británico, nacido en 1916, físico de
formación que, al igual que Wilkins, se había pasado a la Biología y estaba haciendo su
tesis doctoral sobre difracción de rayos X en proteínas, con el título de: “Polipétidos y
proteínas. Estudios radiológicos” . Era de esos jóvenes a los que la guerra había
interrumpido su formación y de ahí que aún no se hubiese doctorado. Crick era, y
siempre ha sido, un hombre singular, tremendamente creativo y con una vitalidad sin
límites. Si hubiese una definición fidedigna de la genialidad, muchos opinan que él
sería el ejemplo perfecto.
James Watson, por su parte, era en esa época un genetista muy joven, ya que
no tenía más de 24 años y acababa de llegar a Inglaterra desde Estados Unidos, vía
Copenhague. Venía dispuesto a quedarse en Cambridge y a trabajar con Francis Crick
en el problema del ADN, aunque en realidad contaba con una beca para investigar
sobre virus. El que tuviese a la macromolécula tan claramente en su punto de mira
demuestra una gran perspicacia. Es importante destacar su mérito al intuir que era
absolutamente esencial dilucidar la estructura del ADN en un momento en el que pocos
estaban tan seguros como él.
Llama hoy la atención que la tremenda trascendencia que tuvo el descubrimiento
de la estructura del ADN en la historia de la Biología, contase con las sombras de su
aceptación en esos primeros años de la década de los cincuenta, pues realmente eran
pocos los que se interesaban en serio por ella. El propio Crick escribió en 1973: “En
realidad no recuerdo que supiera mucho sobre el ADN antes de conocer a Watson (...).
Está claro que me interesaba el tema, pero creo, en términos de ahora, que no estaba
tan convencido de la abrumadora importancia del ADN como para sugerir la dedicación
de mi trabajo al mismo, en lugar de a las proteínas, porque también consideraba
importantes a éstas y tenía un trabajo en marcha”.
Tampoco puede suponerse que Wilkins, cuando en junio de 1950 obtuvo
algunas imágenes de rayos X , estuviera convencido de que el ADN era la sustancia
genética. Eso parece deducirse a tenor de lo que en agosto de ese mismo año escribió:
“Lo que más nos gustaría, por supuesto, es descubrir para qué sirve el ácido nucleico
en las células”
Watson, por el contrario, sí estaba totalmente convencido de la importancia del
ADN, quizás debido a que de todos los implicados era el único biólogo. De hecho, tuvo
la capacidad no sólo de convencer a Crick muy pronto de la importancia del problema,
sino también de entusiasmarlo en la búsqueda de la solución.
Rosalind Franklin 22
Además, Watson y Crick simpatizaron desde el primer momento, y entre ambos
surgió una alianza que, sin duda, fue sólida y muy productiva. Tenían cualidades
complementarias y una notable afinidad de caracteres. Exactamente, lo contrario de lo
que ocurría con Franklin y Wilkins.
Las palabras del propio Crick ilustran lo expuesto: “Jim y yo habíamos
desarrollado métodos de colaboración tácitos pero provechosos, algo que no existía en
el grupo de Londres. Si alguno de los dos sugería una idea, el otro, tomándola en serio,
intentaría rebatirla abiertamente pero sin hostilidad. Esto resultó fundamental (...) Es
sumamente importante no quedar atrapado por las propias ideas equivocadas. La
ventaja intelectual de la colaboración es que ayuda a que uno se dé cuenta de las
suposiciones que son falsas”.
El contraste era manifiesto acerca de la capacidad de aprovechar cada uno las
ideas del otro. La situación de Wilkins y Franklin, que trabajaban en el mismo edificio,
llegaba apenas al mínimo intercambio de palabras.
3.- Un pacto implícito
La intrahistoria de la resolución de la estructura de la famosa molécula se ha
visto enturbiada por diversas razones. Una muy destacada se basa en el problema de a
quién, o quiénes, correspondía el estudio del ADN: al King’s College de Londres o al
Cavendish de Cambridge.
En aquella época había una especie de acuerdo administrativo que adjudicaba
esa investigación al laboratorio de Randall en el King’s College, aunque hubiese otros
laboratorios interesados, como el citado Cavendish. Concretamente, en 1951 Gran
Bretaña no disponía de grandes cantidades de dinero para financiar proyectos, y por
ello entre la administración del laboratorio del King’s y la de Cambridge existía un pacto
informal que adjudicaba el ADN al primero. Esta cesión se había considerado una
especie de “pacto de caballeros”. Si bien es cierto que la rivalidad científica siempre ha
existido, e igualmente es cierto que ésta muchas veces es útil y estimulante, hay
situaciones en las que darle un enfoque propio del libre mercado resulta muy costoso
porque puede originar gran cantidad de esfuerzos duplicados. Este sería el caso, pues
la realidad de entonces aconsejaba evitar ese tipo de competición. Esta situación no es
desconocida entre los científicos, ya que en diversas ocasiones se han tomado
decisiones en este sentido, ya sea mediante un compromiso sobreentendido o un
acuerdo no escrito. Lo que actualmente entenderíamos como un cálculo de la sinergia
Rosalind Franklin 23
en los programas de I + D, distaba mucho de ofrecerlo las condiciones de aquella
época.
Propiamente, en el ejemplo concreto que nos ocupa existía un acuerdo no formal
que admitía que el trabajo con el ADN era básicamente propiedad del King’s. Además,
el director de Cambridge, Sir Lawrence Bragg, era consecuente con esta idea y no
alentaba de ninguna manera la investigación sobre la molécula en su laboratorio. De
hecho Sir L. Bragg, cuyas relaciones con Crick no eran del todo buenas, había
prohibido explícitamente a este último, al menos en dos ocasiones, que trabajara con el
ADN. Con frecuencia lo estimulaba para que continuase con su trabajo “oficial” sobre
proteínas y a Watson con sus estudios sobre el virus del mosaico del tabaco.
En relación a esto, vienen a propósito las siguientes palabras de Crick: “Una de
las extrañas circunstancias de toda esta historia es que ni Jim ni yo estábamos
oficialmente trabajando con el ADN (...) Ambos estábamos convencidos de que el ADN
era esencial, aunque no creo que nos diéramos cuenta de lo importante que llegaría a
ser. Inicialmente yo opinaba que descifrar los patrones de rayos X de las fibras de
ADN era un trabajo para Maurice y Rosalind, y sus colegas del King’s College de
Londres, pero a medida que el tiempo pasaba Jim y yo nos fuimos impacientando con
sus lentos progresos y sus métodos pedestres. La frialdad entre Rosalind y Maurice
tampoco mejoraba las cosas”.
Watson, por su parte, insiste en La doble hélice que la deplorable situación
existente en el King’s a causa de las diferencias entre Franklin y Wilkins estaba, en
última instancia, perjudicando el progreso científico. Para él, dicho progreso era algo
demasiado importante como para ponerle trabas y por ello consideraba perfectamente
legal que otros tuvieran derecho a trabajar en lo que él, acertadamente, consideraba el
tema del momento. Es asimismo necesario recalcar que, en opinión de Watson, uno de
los principales obstáculos al mencionado progreso estaba representado por una mujer
“sabihonda y respondona”, que se negaba a colaborar con su aparente superior.
4.- Una supuesta carrera
Es interesante subrayar también que en La doble hélice Watson ha descrito que
entre 1951 y 1953 existía una especie de carrera científica en la que la caracterización
de la estructura del ADN era el objetivo final y el premio a conseguir. Watson señala en
esta carrera la participación de tres grupos claramente definidos: por un lado, el King’s
College de Londres, con Wilkins y Franklin (aunque en total desavenencia); por otro, el
Rosalind Franklin 24
extraordinario científico norteamericano, dos veces premio Nobel, Linnus Pauling en
California, y finalmente el propio Watson junto a Crick en el Cavendish de Cambridge.
La existencia de tal carrera es dudosa sobretodo porque algunos de los
concursantes ni siquiera sabían que estuviesen participando en algo semejante.
Rosalind Franklin era un claro ejemplo de esta ignorancia, pues aunque fue consciente
de que el mundo de los científicos es altamente competitivo, en ese momento
desconocía la supuesta carrera ni suponía quienes eran sus rivales. Incluso el propio
Pauling ha reconocido que no estaba trabajando a fondo en el problema de la
macromolécula, ya que no contaba con demasiado tiempo para determinar su
estructura.
El historiador H. Judson, en el libro que venimos citando El octavo día de la
creación, considera que la carrera por lograr la estructura del ADN nunca existió. Ha
escrito: “Watson, en La doble hélice, contó el descubrimiento como una gran carrera en
la que participaba Pauling. Sin embargo, es incierto que este científico compitiese con
la pasión que Watson imaginaba (o dice que imaginaba)”. Incluso Judson incluye
palabras del propio Linus Pauling: “No trabajábamos en ello (el ADN) a fondo.
Teníamos muy pocos datos experimentales (...) ya que no le estaba dedicando
demasiado tiempo a determinar su estructura”. Es además conocido que Pauling había
propuesto una estructura para el ADN que era claramente incorrecta, y no había
ninguna razón para pensar que estaba a punto de sacar otra, o incluso que seguía muy
interesado en el tema.
Por otra parte, Peter Pauling, hijo del gran científico, que en esas fechas estaba
en Inglaterra y era amigo de Watson, en un artículo titulado: El ADN, ¿hubo alguna vez
una carrera? (1973), ha comentado: “La única persona que realmente pudo haber
participado en la carrera era Jim Watson. Maurice Wilkins nunca ha tomado parte de
una carrera en ningún lado. A Francis Crick le gustaba usar su cerebro para picotear en
los problemas difíciles. Para mi padre, los ácidos nucleicos eran sustancias químicas
interesantes (...) Sin embargo, para Jim como genetista, el gen era la única cosa en la
que merecía la pena pensar y el ADN el único problema que merecía la pena atacar”.
Podría extraerse la impresión de que sólo Watson, y probablemente Crick, eran
los que sabían que estaban inmersos en una carrera, intentando por todos los medios
alcanzar la meta y publicar los resultados independientemente lo antes posible. Para
algunos expertos, la supuesta rivalidad de Pauling descrita por Watson, no era más que
una cortina de humo que, sumada a la también supuesta falta de interés y tensiones
Rosalind Franklin 25
existentes en el King’s, justificaba que los de Cambridge se apoderaran de un tema que
no les pertenecía al menos en la asignación administrativa.
5. Rosalind Franklin estuvo muy cerca del éxito
Procede continuar con esta trama puntualizando algo, que hoy claramente,
suscita consenso entre los historiadores del descubrimiento: Rosalind Franklin estuvo
muy cerca de resolver la estructura del ADN. Y lo que también es ampliamente
admitido: Watson y Crick, en realidad, recibieron mucha más ayuda de la investigadora
de la que ella misma nunca llegó a sospechar.
La historia de cómo ocurrió esa conexión informal está llena de detalles
confusos, porque existen muy pocas evidencias documentadas. Ninguna de las
personas que tuvo que ver con el caso llevó un diario o testimonió su versión. Muchos
datos e informaciones se han perdido, lo que no deja de ser lamentable ya que se trata
de una incidencia importante para la ciencia. Lo más cercano a una relación de los
hechos está en el conjunto de cuadernos en los que Franklin describía
meticulosamente el resultado de sus experimentos. Pero no son suficientes, porque se
trata de apuntes científicos que no contienen comentarios personales.
Por su novelesco argumento, veamos con cierto detalle lo que se conoce de esta
accidentada relación entre investigadores que estaban en la frontera de los grandes
interrogantes de la ciencia.
Cuando Rosalind Franklin llegó al King’s, lo primero que tuvo que hacer fue
organizar y mejorar la unidad de difracción de rayos X, que en aquel momento estaba
en muy malas condiciones. A esta tarea dedicó cerca de 8 meses, en colaboración con
Gosling, que en adelante por decisión de Randall trabajaría con ella.
Franklin, junto a la mejora en la técnica de rayos X, inició una búsqueda
sistemática para perfeccionar las técnicas de hidratación que le permitieran obtener
fibras de ADN de elevada cristalinidad. Comenzó con la observación de Wilkins y
Gosling de que se requería un alto nivel de humedad para conseguir buenas
fotografías. Su trabajo probó que los resultados obtenidos por Wilkins y Gosling
correspondían a la llamada forma A del ADN, que se conseguía con una humedad
relativa de aproximadamente el 75%. Pero, además, demostró por primera vez que a
niveles muy elevados de humedad tenía lugar un cambio estructural bien definido que
llevaba a un nuevo tipo de diagrama, la denominada estructura B. Franklin puso de
manifiesto que todas las publicaciones anteriores sobre modelos de rayos X del ADN
Rosalind Franklin 26
se correspondían con una mezcla de formas cristalinas, la estructura A y la nueva
estructura B, que es la forma en que la molécula normalmente se encuentra en los
seres vivos. Asimismo, pudo evidenciar que el cambio de A a B era reversible,
existiendo estados intermedios constituidos por mezclas de ambas formas. Esto
explicaba, también por primera vez, las dificultades de los investigadores anteriores
que habían intentado interpretar tales mezclas como una fase única.
Los cambios estructurales descubiertos cuando variaba el contenido en agua de
las fibras, sugirieron a Franklin una serie de datos que arrojaron una clara luz sobre la
posible arquitectura de la molécula. Así, la investigadora dedujo con gran acierto que la
unidad estructural fundamental del ADN era un grupo de cadenas polinucleotídicas
dispuestas de tal manera que los grupos fosfatos estaban expuestos y accesibles al
agua. El grupo de cadenas podría mantenerse unido por puentes de hidrógeno entre
las bases, que estarían en el centro de la molécula alejadas del agua. Es evidente que
esta era una imagen cuasi correcta, muy aproximada a la que sería la definitiva.
En noviembre de 1951, ya Franklin tenía resultados interesantes. Contaba con
suficiente material como para presentarlo en un seminario organizado en el King’s
College. Sería precisamente a partir de ese momento cuando empiezan a surgir varias
versiones diferentes de la misma historia. Algunos de los hechos son comprobables;
por ejemplo, los datos que Franklin utilizó en ese Seminario están conservados en las
notas que preparó para la ocasión. Esta es una prueba y no una opinión, existiendo el
documento en el que se describen experimentos de hidratación de las fibras de ADN,
que están además documentados con los diagramas de difracción de rayos X tomados
por ella misma.
El propio Watson cuenta en su libro que en noviembre de 1951 asistió al
mencionado seminario de Franklin. Esta fue la primera vez que vio a la joven científica.
La descripción que hace de ella es muy subjetiva; señala que la investigadora tenía una
actitud fría, despectiva y carente de entusiasmo. Describe además el autor el peinado
poco favorecedor de la joven, su manera de vestir sin elegancia y su falta de
maquillaje. Sorprende esta relación de detalles cuando el tema que estaba tratando era
de sumo interés para él. También cuenta que no tuvo la precaución de tomar notas y
que apenas se enteró de la exposición. En opinión de Anne Sayre Watson era incapaz
de aceptar que fuese una mujer quien estuviera explicando el resultado de sus
experimentos, y que ésta podría ser una de las razones por las que el brillante joven
fue luego incapaz de recordar con precisión lo que había escuchado sobre un tema en
Rosalind Franklin 27
el que estaba trabajando intensamente. Esa supuesta incapacidad es la que han
esgrimido aquellos más críticos con las valoraciones de un Watson tan observador de
lo estético como displicente con la sustancia de exposición no ajena a su interés.
Para mayor inri, debe destacarse que las observaciones que Franklin había
realizado, y que expuso en dicho seminario, no revelaban por sí solas la estructura del
ADN, pero sí contenían claves fundamentales sin las cuales dicha estructura no se
hubiera podido resolver. Eran datos nuevos y reales, notablemente mejores que los
que Wilkins había obtenido antes, aunque este científico también había sugerido que
la estructura del ADN era una hélice. En concreto, él sospechaba que eran tres las
cadenas que constituían la hélice.
El cuidadoso y sistemático trabajo experimental de Rosalind Franklin que hizo
posible la caracterización de los dos estados del ADN, también llevó a la obtención de
las mejores muestras. Cuando éstas se fotografiaron con aparatos de alta resolución,
se produjeron fotografías de excepcional calidad, incluyendo la fotografía de la forma B,
que posteriormente Watson describiría en su libro como la fotografía clave. La razón de
su calidad es que dicha foto muestra de una manera directa que el ADN en su forma B
es una hélice con una repetición axial de 34 Å y un espaciado entre los nucleótidos de
3-4 Å.
Es también de sumo interés enfatizar de esa comparencia de Rosalind Franklin,
que el artículo en el cual se presentan estos resultados e interpretaciones fue enviado
para publicar el 6 de marzo de 1953, un mes antes de que en abril se anunciara el
modelo de Watson y Crick. Por causa de retardo en la revista, vería la luz en el mes de
septiembre. En el trabajo de Rosalind Franklin, cuyo principal propósito era hacer
públicas las observaciones sobre los distintos estados del ADN y presentar
interpretaciones preliminares, señalaba claramente que las fotografías del modelo B
que ella había obtenido eran firmemente consistentes con una estructura helicoidal —
en la foto aparece con nitidez la X central que, según la teoría de difracción, indica que
la estructura es helicoidal. La destacada “cruz helicoidal” era pues una señal casi
indiscutible. Posteriormente, esta imagen se ha calificado como una de las fotografías
de rayos X más bonitas y trascendentes que se habían obtenido hasta la fecha.
Las notas de su cuaderno en esa época muestran que Franklin sabía que el
modelo B se correspondía con el de una molécula helicoidal compuesta por cierto
número de hebras entrelazadas, de cuyo número exacto dudaba, aunque sus
mediciones indicaban que habían dos o tres cadenas por molécula. Ella se inclinaba a
Rosalind Franklin 28
pensar que en la forma B se observaban dos hebras, conteniendo cada una diez
nucleótidos por vuelta. En lo que respecta a la forma A, no estaba segura de que fuese
una hélice.
A partir de 1952, Franklin dedicó su atención a la forma A del ADN, cuyas
imágenes eran más complejas y difíciles de interpretar. Muchos autores han señalado
con posterioridad que esa ruta sería un error, ya que debería haber continuado
trabajando con la forma B, mucho más simple y nítida. Sin embargo, ella consideraba
que cualquier modelo de la estructura del ADN tenía que servir para explicar tanto la
forma B como la A.
6. Dos metodologías de trabajo para un objetivo com ún
Lo que ocurrió en los años en que se fraguó el famoso descubrimiento, está
también estrechamente relacionado con la metodología de trabajo en que pusieron más
énfasis Watson y Crick, por un lado, y Franklin, junto a Gosling, por el otro.
Para elaborar un modelo de la arquitectura de una molécula existen dos
métodos básicos, que son complementarios entre sí: la técnicas de rayos X y la
construcción de hipotéticos modelos de cartón, alambre, plástico o cualquier otro
material. El principal interés de estos últimos radica en que permiten representar las
complejas uniones de los átomos de una molécula en tres dimensiones, pues de no
hacerse así imaginar dichas relaciones resulta realmente muy difícil. Al ir construyendo
estos modelos se pueden hacer diversas pruebas dando distintas posiciones a los
diferentes átomos hasta que encajan entre sí. Pero hay que subrayar que el valor de
estos modelos hipotéticos sólo se pone de manifiesto cuando son corroborados por
resultados obtenidos mediante las técnicas de difracción de rayos X.
En pocas palabras, los mejores resultados obtenidos a la hora de intentar
descifrar la arquitectura de las moléculas han surgido del uso combinado de las
técnicas de rayos X y la construcción de modelos hipotéticos. A título de muestra,
cuando a comienzos del XIX los científicos empezaron a emplear modelos
estructurales, propusieron dos de ellos para el cloruro de sodio. La decisión sobre cuál
era el correcto hubo de esperar hasta el descubrimiento de la difracción de rayos X.
Nos parece esclarecedor incluir aquí que el principal creador de modelos
estructurales ha sido el citado norteamericano Linus Pauling (1901-1994), considerado
uno de los mayores científicos de este siglo. Este investigador fue en sus inicios físico
atómico, pero luego pasó a ensayar aplicaciones a la arquitectura de las moléculas
Rosalind Franklin 29
trasladando lo que sabía sobre átomos. Concretamente, en su laboratorio de California
creó un sistema para la construcción de modelos moleculares empleando bolas y
varillas de distintos colores, que representaban diversos átomos y sus uniones. Pauling
mejoró sus reconstrucciones estudiando cristalografía y fue avanzando desde las
estructuras sencillas a las más complejas.
Entre los trabajos más importantes de Pauling está el descubrimiento de varios
de los principios estructurales básicos de las proteínas. Este extraordinario científico,
con una aguda percepción tridimensional, comprendió la necesidad de un muelle o
hélice para explicar la organización de las largas cadenas polipeptídicas, de modo que
sus enlaces químicos y eléctricos se ajustasen en ángulos y distancias convenientes.
En 1947 descubrió la célebre α-hélice, gracias al uso combinado del análisis de rayos
X y la construcción de modelos hipotéticos, lo que causó una honda impresión en
cristalógrafos, genetistas, bioquímicos y biólogos en general.
También puede resultar interesante traer a colación una interesante contingencia
histórica que pudo haber modificado notablemente el discurrir de los hechos. Sabemos
que Pauling fue dos veces premio Nobel, la primera de Química y la segunda de la
Paz. Pues bien, en mayo de 1952, el eminente científico había sido invitado a impartir
una conferencia sobre proteínas en Londres, pero en su país se lo acusaba de
comunista –el famoso episodio de la "caza de brujas"– y le fue negado el pasaporte,
por lo que no pudo asistir a la citada conferencia. El propio Pauling recordó después,
que la prohibición gubernamental de viajar le había impedido ver los datos de Rosalind
Franklin y sus fotografías de rayos X. Muchos historiadores coinciden en afirmar que si
el encuentro hubiese tenido lugar, muy probablemente Franklin y Pauling hubieran
descubierto juntos la estructura del ADN, antes que Watson y Crick.
Retomando el hilo de nuestro relato, señalemos que Watson estaba muy influido
por la escuela californiana de Pauling y siempre ha reconocido el peso que el notable
científico tuvo en su trabajo. En La doble hélice afirma que los modelos de Pauling
representaron su principal fuente de inspiración a la hora de decidir los tamaños,
formas y disposición espacial de las moléculas que constituyen las subunidades del
ADN. Watson era pues heredero de la escuela de Pauling, y por ello se mostró muy
sorprendido cuando observó que en el King’s College nadie manifestaba deseos de
usar la modelización tridimensional para intentar resolver la problemática estructura del
ADN.
Rosalind Franklin 30
En efecto, Wilkins no compartía la creencia de que el método de Pauling
resolvería rápidamente la arquitectura de la molécula en cuestión, al menos hasta que
se tuvieran más resultados por medio de los rayos X. Franklin estaba igualmente
convencida de que en esos momentos no podía recurrirse a la modelización, al
ponderar que los datos de que se disponía eran insuficientes para concretarlos en
ningún modelo estructural. Como cristalógrafa insistía, en coincidencia con Wilkins, que
era necesario recorrer un largo camino antes de que los datos radiológicos fuesen lo
suficientemente claros, siquiera para debatir estructuras posibles. Cabe asimismo
recordar, que ella conocía perfectamente la técnica de construcción de modelos, ya
que mientras trabajó en el carbón los había elaborado habitualmente, y también los
hizo en sus trabajos posteriores con virus.
En la siguiente extensa cita se resume la encrucijada que pesaba sobre los
investigadores. John Gribbin, en su libro En busca de la doble hélice, de 1985, ha
escrito: “Watson tenía una gran confianza en el método de elaboración de modelos de
Pauling. El enfoque de Franklin era de índole analítica, se medían los ángulos e
intensidades de los patrones de difracción y se intentaba interpretarlos por medio de
longitudes de enlace y otras características valiéndose de la aplicación de un detallado
análisis matemático. Watson se esforzaba en encajar las piezas como si se tratara de
un rompecabezas, y “predecir” a partir de ahí el patrón de difracción que le habría de
corresponder, ajustando el modelo hasta que encajara con el patrón observado. El
joven norteamericano aportó a su trabajo con Crick un enfoque característico de este
tipo de problemas, heredado directamente de la escuela de Pauling. Crick dominaba
los ardides matemáticos que exigía la interpretación de los patrones de difracción”.
La importancia que Rosalind Franklin, por su parte, concedía a la obtención
rigurosa de datos, queda reflejada en distintos testimonios. Por ejemplo, Crick escribió
en 1988: “La diferencia más grande de nuestro enfoque es que Jim y yo teníamos un
conocimiento profundo del modo en que se descubrió la hélice α (y la construcción de
modelos), mientras que Rosalind en particular quería utilizar al máximo sus datos
experimentales. Creo que ella pensaba que dilucidar la estructura probando varios
modelos, empleando un mínimo de datos experimentales, era demasiado superficial”.
Este autor también anotaría: “El trabajo experimental de Rosalind era de primera
categoría. Es difícil pensar cómo podría ser mejorado (...) Todo lo que hacía era
perfecto (...) Creo que una de las causas de ello era que consideraba que una mujer
debía demostrarse a sí misma que era plenamente profesional (...) Jim no tenía
Rosalind Franklin 31
inquietudes sobre su capacidad. Tan sólo quería saber la respuesta, y no le
preocupaba en lo más mínimo si los métodos eran perfectos o improvisados. Todo lo
que quería era llegar y cuanto antes mejor. Se ha dicho que todo se debe a que
éramos muy competitivos, pero los hechos escasamente lo demuestran (...) No todo se
debió a la competitividad, sino a que nosotros deseábamos ardientemente conocer los
detalles de la estructura”.
Abundando en opiniones relevantes, la escritora Ulla Fölsing ha señalado:
“Rosalind Franklin pretendía aprovechar sus datos experimentales tanto como fuera
posible, sin entrar en especulaciones (...) El irreprochable modo de trabajar de Franklin
a la postre tuvo como consecuencia el que ella avanzara más lentamente. Esto no
hubiera significado ningún problema si se hubiera dispuesto de tiempo suficiente. El
propio Crick, y muchos otros, parece tener la opinión de que Franklin hubiera
necesitado pocas semanas o meses para lograrlo”.
Les cabe el mérito a Watson y Crick de haber escogido con gran convicción
trabajar en la construcción de modelos hipotéticos, mientras que Franklin, fundándose
en su formación físico-química, seguía opinando que un buen modelo debe construirse
en base a diagramas de difracción de rayos X. De esta manera, razonaba, podrán irse
armando modelos hipotéticos hasta conseguir uno en el que los átomos se
correspondan con el respectivo diagrama de difracción y con el resto de los datos
conocidos. Los datos que hacen falta son muchos, y si no se tienen no se pueden
hacer modelos plausibles, porque ninguno podrá ser comprobado. La disposición de los
átomos conseguida en una estructura propuesta para cualquier molécula, debe
corresponderse a un diagrama de difracción determinado y a toda la información
conocida, sea esta química, física, cristalográfica o biológica. En ningún caso puede
desafiar las leyes de la naturaleza. En resumen, si no se conoce nada o muy poco
sobre la sustancia, no se puede construir un modelo.
Hay que insistir en que Franklin no tenía ningún tipo de prejuicios contra la
construcción de modelos, siendo como era una técnica que había utilizado en sus
trabajos en torno al carbón, y que con posterioridad empleó con los virus, aunque
también es cierto que no se dedicaba enteramente a ellos. La investigadora sí tenía
claro que el constructor de modelos que no tiene suficientes datos en los que basarse,
puede elaborar una proposición atractiva e incluso de apariencia correcta, pero con
altísima probabilidad de ser errónea.
Rosalind Franklin 32
Lo acertado de esos riesgos se puso de relieve en algunas propuestas basadas
en modelos de formato incompleto. Hacia finales de 1951, por ejemplo, Linus Pauling
había propuesto un modelo de tres hebras y por tanto incorrecto para la estructura del
ADN; por esas fechas, Watson y Crick propusieron otro, también con triple hebra y con
los grupos fosfato hacia el interior de la molécula, de idéntico resultado negativo.
Francis Crick ha escrito al respecto: “La mayor parte del trabajo inicial de rayos X
fue iniciado por Maurice Wilkins, más tarde Rosalind Franklin lo amplió y mejoró. Jim y
yo nunca habíamos hecho trabajo experimental con ADN, aunque habláramos de la
cuestión ininterrumpidamente. Siguiendo el ejemplo de Pauling, creíamos que la
manera de descifrar la estructura consistía en construir modelos. Los investigadores de
Londres seguían un camino más duro (...). Nuestro primer modelo fue un desastre”.
Según la narración de La doble hélice, parte del trabajo de los investigadores
consistía en usar copias a escala, hechas de metal en los talleres del Cavendish, sobre
los diversos componentes del ADN. Watson trataba de armar un modelo mientras Crick
iba señalando las deficiencias.
También a este respecto, la citada escritora U. Fölsing ha comentado: “El que
Watson y Crick finalmente descubrieran la doble hélice es tanto más sorprendente por
cuanto ninguno de ellos (en contraposición a Wilkins y Franklin) había trabajado en
primera línea sobre el ADN o hecho ningún experimento sobre ello (...) Ambos estaban
de acuerdo en que el camino adecuado para la explicación de la estructura del ADN
era la construcción de diferentes modelos”.
Retomando la historia de cómo se descifró la arquitectura del ADN, es
conveniente añadir a lo ya expuesto que desde 1951 a 1953, la tensión existente entre
Franklin y Wilkins no se alivió en absoluto. En ningún momento fueron capaces de
superar sus diferencias y aunar esfuerzos en la investigación del ADN.
Pero, aunque en La doble hélice se presenta la situación del King’s de esa
época como deplorable, esto no era del todo cierto. A Rosalind Franklin le estaba
yendo muy bien en su investigación. En sus cuadernos de notas ha quedado reflejado
el entusiasmo y la regularidad con que trabajó en aquella época. Hay que destacar que
entre enero del 1951 y junio de 1952 todos los avances en la resolución del problema
del ADN fueron obra de ella. Sabía que su trabajo iba por buen camino, pero
consideraba que estaba sólo en sus comienzos y que faltaban aún muchos datos para
empezar a construir modelos.
Rosalind Franklin 33
Quizás hubiese algo de cierto en lo que han pensado algunos, Crick entre ellos,
que en el King’s se infravaloró la importancia de la estructura del ADN. En ese centro,
sostienen, el ADN se consideró un problema más y no se le prestó el interés que le
correspondía. Sin embargo, no existe ninguna razón convincente que justifique esta
opinión.
Fue durante 1952, como citamos anteriormente, cuando Franklin decidió estudiar
también la forma A del ADN. Una decisión que ha sido considerada como un grave
error, visto el tema a posteriori. En aquel momento no existían razones de peso para
abandonar la forma A sin haberla investigado a fondo. Lógicamente, si el ADN se
encontraba en dos formas distintas, ambas debían estar relacionadas entre sí, y era
imposible saber lo que esa relación podía significar. El problema radica en que la forma
B resultó ser la más productiva, ya que fue la que sugirió la estructura correcta. La
forma A no muestra una evidencia directa de la presencia de una disposición helicoidal.
Debe corregirse la confusión que Watson introduce en su libro, atribuyéndole a
Franklin una posición “antihelicoidal”. Ella tenía claro que la forma B del ADN se
correspondía con una estructura helicoidal, mientras que sobre la A pensaba que podía
ser o no, una hélice. Sayre señala que Franklin no quería llegar a conclusiones
precipitadas y por ello era muy cautelosa en sus razonamientos.
Una vez que la científica terminó sus estudios con la forma A volvería a
profundizar en la B. Sus cuadernos de la última mitad del 52 y principios del 53
transcriben su dedicación al tema. En ellos se refleja un esfuerzo intensivo e
ininterrumpido, pero no hay señal de una persona que estuviese inmersa en ninguna
competición. De hecho, en esas fechas marchó a la antigua Yugoslavia por un mes.
McGrayne y otros historiadores recuerdan que alrededor del 23 de febrero de
1953, Franklin expresaría en sus notas que estaba segura de que la forma B es
helicoidal y que la hélice está constituida por dos y no por tres hebras. Teniendo en
cuenta su deducción acerca de la localización de los fosfatos hacia el exterior de las
cadenas de la doble hélice, ella contaba en ese momento con dos de los cuatro puntos
vitales sobre el ADN. Es verdad que hasta esa fecha aún no había reconocido los otros
dos conceptos: que las dos hebras son antiparelas y el apareamiento complementario
entre las bases.
Otro dato al que los historiadores ponen de relieve, por la importancia que reveló
después, hace referencia a la relación entre Wilkins y Watson. Por esos años discutían
conjuntamente todo tipo de asuntos, incluyendo las ideas sobre el ADN, sus fricciones
Rosalind Franklin 34
con Franklin y, de vez en cuando, los progresos de las investigaciones en el King’s. A
pesar de que posteriormente Wilkins se reprochó a sí mismo su indiscreción, habiendo
reconocido confiar “algo ingenuamente” en Watson, esta actitud no hubiese sido
indiscreta de no figurar por medio como ambos juzgaban lo que hacía Rosalind
Franklin. En un contexto normal es sabido que los científicos necesitan hablar y
deliberar sobre sus ideas, resultados, etc. De hecho, Wilkins tenía con quien hacerlo,
mientras que Franklin, por el contrario, se encontraba bastante aislada.
7. El agujero negro de la información clandestina
En línea con la relación entre Watson y el King’s College, es oportuno anotar que
el primero había dejado de lado los datos proporcionados por Rosalind Franklin en el
Seminario de 1951. Puede admitirse que no les había prestado suficiente atención y
por tanto no llegó a comprenderlos completamente. Sin embargo, a principios de 1953
volvió a escucharlos pero con alguna información añadida. El cómo recibió esa
información ha sido para los indagadores bastante complicado de averiguar. Según La
doble hélice , en una visita a Wilkins éste le dijo que Franklin tenía desde hacía tiempo
evidencias de la estructura tridimensional del ADN (de la forma B). Esta información fue
rematada tras enseñarle la valiosa foto de difracción de rayos X obtenida por la
investigadora. Inmediatamente Watson comprendió que la simpleza del diagrama, con
una cruz negra dominando la foto, era la prueba de una estructura helicoidal. El propio
modelo de rayos X proporcionaba algunos de los parámetros esenciales, como el
diámetro de la molécula o el ángulo de inclinación de las bases, y además abría la
posibilidad de realizar ciertos cálculos para determinar el número de cadenas por
molécula. La prueba de que era una hélice fue tan aplastante para él como lo había
sido para Franklin hacía algún tiempo.
Para justificar por qué Wilkins fue tan comunicativo enseñando a un investigador
de otro laboratorio el trabajo de su colega sin ninguna autorización por parte de ésta,
Watson narra en su libro un grotesco incidente. Según él, se acababa de cruzar con
Franklin, a la que en todo momento llama despectivamente “Rosy”, pero que estaba tan
airada y agresiva que le hizo temer que lo agrediese físicamente. Al contar el supuesto
incidente a su amigo, éste reaccionó comunicativamente, revelándole como más tarde
han supuesto los historiadores, muchos de los datos obtenidos en el King’s. El propio
Wilkins ha reconocido que efectivamente él enseñó la foto de la forma B a Watson, y
que más tarde se arrepintió de haberlo hecho: “Quizás debí haberle pedido permiso a
Rosalind Franklin 35
Rosalind pero no lo hice(...). Algunas personas han dicho que fue un completo error por
mi parte hacerlo sin su permiso, sin consultarle al menos, y quizá lo fue(...)”. Mucho
después, en junio de 1970, Wilkins escribió: “Ellos no hubieran conseguido avanzar en
su modelo correcto si no hubieran tenido los datos desarrollados aquí (en el King’s).
Los consiguieron (y me culpo de ello a mi mismo) y avanzaron”.
Sea como fuere, la culpabilidad de Wilkins por sus confidencias a Watson no es
tanta ni exclusiva, ya que al parecer hubo además otra fuente que le proporcionó la
misma información. En diciembre de 1952, sólo dos meses antes de que Watson fuese
de visita al King’s en febrero, hubo en este centro una reunión del comité de Biofísica
en la que Randall distribuyó un informe donde se describían los trabajos más recientes
llevados a cabo en el laboratorio bajo su dirección, e incluía un resumen firmado por
Franklin y Gosling con los datos de sus experimentos de rayos X con ADN de timo de
ternera. Entre los presentes se encontraba otro miembro del comité, Max Perutz, un
joven cristalógrafo que a su vez trabajaba en el laboratorio Cavendish de Cambridge. Él
mismo escribió: “No sé si fue Watson o Crick quien me pidió ver el informe. Con
posterioridad me di cuenta que, como simple cortesía, debería haber pedido permiso a
Randall para enseñárselo, pero en 1953 yo estaba muy poco al tanto de los asuntos
administrativos y como el informe no era confidencial, no vi razón alguna para
negarme”.
Resulta pues claro, que lo que se hacía en el King’s se comunicaba a Cambridge
de muchas maneras, unas abiertas y otras accidentales. Lo cierto es que Watson y
Crick pudieron comprobar que sus ideas no eran incompatibles con los datos
experimentales que Rosalind Franklin había obtenido con su constante y riguroso
trabajo, pero que en ese proceso ella ignoraba que había llegado a las manos de estos
investigadores. Para justificar su actitud, Watson no pierde oportunidad en su libro de
sugerir que el caos y la incapacidad eran tales en el King’s College que la propia
institución se había desacreditado a sí misma como un lugar serio para hacer ciencia.
Este asunto se relativizaría de atribuirle a los datos que llegaron desde el King’s
su condición de no ser del todo necesarios para permitir a Watson y Crick llevar a cabo
la construcción de su acertado modelo. Entonces sería discutible si con seguridad
fueron esenciales. Los expertos son tajantes ante esas dudas. Los datos de Franklin no
sólo indicaban la posibilidad de una doble cadena, sino que el diagrama de difracción
obtenido en las fotos de la forma B también permitía calcular el diámetro de la hélice.
Además, en palabras del Watson posterior que enmendaba su primera versión: “ ‘Rosy’
Rosalind Franklin 36
estaba en lo cierto queriendo poner las bases en el centro y el eje azúcar-fosfato hacia
el exterior”. A esa configuración él se había resistido antes de sufrir el impacto de los
testimonios gráficos de Rosalind Franklin.
8.- El modelo definitivo
En la primavera de 1953 Watson y Crick construyeron el modelo correcto que
daría la solución al problema del ADN.
Propusieron una estructura que resultó deslumbrante en su simplicidad y que
respondía perfectamente a las cuestiones planteadas en esos momentos. En esencia,
como es ampliamente conocido, dicha estructura consistía en una doble hélice
compuesta por dos hebras antiparalelas. El esqueleto azúcar-fosfato estaba dispuesto
hacia el exterior, mientras que las bases nitrogenadas se proyectaban hacia el interior.
Las dos hebras se mantenían unidas por puentes de hidrógeno generados entre bases
nitrogenadas complementarias enfrentadas (A-T y G-C).
Watson y Crick elaboraron su modelo con descubrimientos propios como el
apareamiento de las bases nitrogenadas; pero también unieron piezas que ya existían,
descubiertas por otros autores. Esto último, sin embargo, no implica quitarles mérito, ya
que ordenar todos los datos conocidos supuso una gran creatividad; algo que muy
pocos hubieran tenido la capacidad de hacer. Watson y Crick relacionaron entre sí, la
información hasta entonces disponible sobre el ADN como nadie lo había hecho.
Entre los datos más importantes, como ya se ha señalado, estaban los
proporcionados por Erwin Chargaff. En La doble hélice Watson especifica que este
investigador y sus colaboradores habían determinado que la proporción relativa de
bases púricas y pirimídicas en la molécula de ADN era de 1:1. Hay que especificar, no
obstante, que Chargaff no dio ninguna explicación de estos resultados y a nadie se le
ocurrió nada.
Según el libro de Robert Olby, En busca de la doble hélice (1974), que narra
meticulosamente la cronología de los hechos que culminaron con el descubrimiento de
la estructura del ADN, sería en junio de 1952 cuando Crick, gracias a una
conversación con el matemático John Griffiths, se dio cuenta de que la proporción 1:1
indicaba que las bases eran complementarias. Posteriormente, en febrero de 1953, un
cristalógrafo norteamericano experto en puentes de hidrógeno, Donohue, de visita en el
Cavendish, les hizo ciertas sugerencias que les permitió avanzar unos pasos para
resolver cómo se relacionan las bases entre sí.
Rosalind Franklin 37
Cabe pues insistir en que con justicia el verdadero mérito de Watson y Crick fue
el haber reparado en el peculiar apareamiento de las bases que, recordemos, desde un
punto de vista biológico tiene una importancia fundamental. Aunque en un primer
momento Watson estaba convencido de que las bases nitrogenadas se dirigían hacia el
exterior de la molécula, luego se decidió a colocarlas hacia el interior. Una idea que
siempre había defendido Franklin, pues ella señalaba que como las bases son
hidrófobas, su disposición interna parecía más adecuada y conveniente. Inicialmente
Watson había intentado aparear las bases enfrentando A con A, G con G,.... Pero esto
contradecía los datos de rayos X que mostraban como la molécula tenía un diámetro
regular de 2 nm en toda su longitud. Finalmente, y por un azar, descubrió que el
apareamiento tenía lugar entre A y T y G y C. El propio Crick así lo ha señalado: “El
descubrimiento clave fue la determinación, por parte de Jim, de la naturaleza exacta de
los pares de bases (A con T, G con C) y, aunque en cierto modo, su hallazgo fue
cuestión de suerte, la mayoría de los descubrimientos tienen un elemento azaroso. Lo
importante es que Jim reconociera a primera vista el significado de los pares de bases
correctos. La casualidad ayuda al que está preparado”.
El innegable avance de toda esta investigación no se hubiese cerrado sin
añadirle los datos obtenidos por Rosalind Franklin. Tras esa información se precipitaron
los hechos importantes.
También Crick así lo ha reconocido: “Nuestro modelo final constaba de dos
cadenas helicoidales, en posiciones antiparalelas, característica que yo había deducido
de los datos de Rosalind; el esqueleto en el exterior, con las bases ancladas en el
interior; y sobretodo, la particularidad clave de la estructura, el apareamiento específico
de las bases (...) Rosalind se hallaba a dos pasos de la solución. Sólo le faltaba darse
cuenta de que las dos cadenas corrían en direcciones opuestas y que las bases se
apareaban (...) No obstante, ella estaba a punto de dejar el King’s para ir a trabajar con
el Virus del Mosaico del Tabaco junto a Bernal”.
Este comentario refleja la honestidad de Crick al reconocer que la idea de que
las dos hebras de la hélice eran antiparalelas se le ocurrió después de leer el informe
de Franklin, que Perutz le había facilitado. También Crick revela cierta modestia al
escribir, ante el triunfo del modelo por ellos propuesto: ” Más que creer que Watson y
Crick hicieron la estructura del ADN, yo recalcaría que la estructura hizo a Watson y
Crick. Al fin y al cabo, entonces yo era completamente desconocido, y Watson era
considerado, en la mayoría de los círculos, como una persona demasiado brillante para
Rosalind Franklin 38
ser un científico riguroso. Además, creo que en todos estos argumentos se tiende a
pasar por alto la belleza intrínseca de la doble hélice del ADN. Es la molécula la que
posee estilo, tanto o más que los científicos”.
Pero en conclusión, Watson y Crick habían corrido y ganado su carrera. A este
respecto, es también interesante hacer hincapié en otro detalle señalado por los
historiadores. En su libro, Watson se refiere con insistencia a Pauling como la persona
“a derrotar” porque se trata de un hombre de gran éxito, un científico de una indudable
reputación. Hay algo de emocionante y atractivo en la imagen de dos jóvenes
derrotando con toda brillantez a ese gigante. Pero, lo único cierto es que la persona
que más próxima estaba de descubrir la estructura molecular del ADN en ese momento
era Rosalind Franklin. Como ha puesto de manifiesto Sayre: "Evidentemente, la imagen
de dos jóvenes juntos derrotando a una joven científica solitaria, tendría entonces muy
poco de emocionante o de atractivo".
A partir de lo expuesto, al menos dos puntos importantes resultaron evidentes.
Uno, que la construcción de modelos como enfoque para resolver la determinación de
estructuras no tiene poderes ilimitados. A menos que se tenga una gran cantidad de
información que los defina, se pueden obtener fácilmente un número casi ilimitado de
hipótesis indemostrables. Y dos, sin la información obtenida por Watson en su visita al
King’s, el modelo correcto de la estructura del ADN no se hubiera completado en
Cambridge ni el 28 de febrero, ni probablemente en una fecha cercana.
Por último, es justo poner de relieve que el hermoso modelo de Watson y Crick
permitía hacer predicciones. Al final de su artículo los autores escribieron la frase: “No
se nos escapa que el apareamiento específico que postulamos sugiere inmediatamente
un mecanismo de copia para el material genético”. O sea, que la estructura no sólo
explicaba cosas, sino que también hacía predicciones capaces de encauzar
investigaciones futuras. Del apareamiento de bases se deducía que la doble hélice
podía hacer copias de sí misma; si se abría, cada una de las hebras podría servir de
molde para la síntesis de la hebra complementaria.
Efectivamente, unos años más tarde, Meselson y Stahl (1958) demostraron que
la molécula de ADN es capaz de duplicarse a sí misma. Las dos hebras que la forman
pueden separase y cada una de ellas actuar como un patrón para la síntesis de la
hebra complementaria. El resultado es la obtención de dos moléculas bihelicoidales
idénticas, portadoras de una hebra de la molécula original y otra de nueva síntesis. Es
Rosalind Franklin 39
la conocida replicación semiconservativa del ADN. De esta manera, la información
genética puede transmitirse de generación en generación.
9. Las peculiaridades de un artículo famoso
Hagamos un alto en el camino para desmenuzar el célebre artículo que
apareció publicado en Nature el 25 de abril de 1953 bajo el título: Una estructura para
el ácido desoxirribonucleico. Consta de poco menos de mil palabras, y a pesar de su
increíble contenido y su buen estilo, no reconoce con claridad la información que les
había llegado del King’s. Son muchos los autores que no han regateado la sospecha de
que era porque probablemente ésta lo había hecho de forma poco ortodoxa. Lo que sí
se incluye en el mismo número de la revista, a continuación del famoso, son dos
artículos complementarios, uno firmado por Wilkins y sus colaboradores, y otro por R.
Franklin y R. Gosling. Éstos ofrecen la evidencia experimental que confirma la
estructura de Watson y Crick.
Numerosos especialistas han destacado el orden en que se publicaron estos
trabajos, tachándolo de curioso. La primera curiosidad la marca el hecho de que el
artículo de Watson y Crick precediese a los demás; o sea, que se presenta antes la
teoría que los datos experimentales que ésta explica. Además, dicho primer trabajo no
reconoce claramente que el modelo se había elaborado valiéndose de los datos del
King’s. Nadie hubiera imaginado, a la vista de aquella presentación, con el artículo que
mostraba la fotografía decisiva correspondiente al de Franklin y Gosling, ocupando el
último lugar, que en realidad era esa foto la que había inspirado el ataque final del
problema por parte de Watson.
Otro dato que también los historiadores han registrado como extraño es que a
Wilkins no se le informara inmediatamente, pues sólo tuvo conocimiento de la doble
hélice el 18 de marzo, lo que indica que probablemente Watson tuvo algún tipo de
escrúpulo. Según Sayre, no cabe duda que la euforia o la vergüenza, o la combinación
de ambas cosas, es lo que explicaría que Wilkins sólo conociese el triunfo de sus
amigos de Cambridge con el tiempo justo para contribuir con un artículo
complementario en el mismo número de Nature en el que anunciaban la victoria. John
Gribbin ha señalado: “Cuando Wilkins recibió la noticia del modelo, fue magnánimo.
‘Creo que sois un par de viejos pícaros’, dijo nada más ver el borrador del artículo,
‘pero de nada sirve la queja; se trata de una idea muy atractiva y poco importa quién
demonios haya dado con ella”.
Rosalind Franklin 40
Es sabido que el protocolo científico sugiere que cuando un equipo de teóricos
se ha valido de los resultados experimentales no publicados de otro para llegar a sus
conclusiones, lo correcto es acordar algún tipo de publicación conjunta. Sin embargo, la
posibilidad de una publicación conjunta con Wilkins nunca se planteó; y por supuesto
mucho menos con Franklin.
Los expertos que han insistido en este punto son bastante numerosos. Watson
y Crick deberían haber escrito y publicado conjuntamente un artículo describiendo el
apareamiento de las bases, lo que hubiera sido suficientemente brillante como para
asegurarles una fama duradera. Pero además, podrían haber escrito un segundo
artículo con la estructura completa, en el que se hubiesen definido con exactitud cuáles
habían sido las contribuciones de todos y cada uno de ellos. De ese modo, la
notoriedad que acompañó al descubrimiento hubiera estado algo más dividida, pero
por lo menos su historia no se habría complicado con respecto a qué y quién hizo cada
descubrimiento.
En definitiva, y según gran parte de los estudiosos del tema, la ansiedad del
equipo de Cambridge por ser los primeros, unida a la antipatía que se tenían Wilkins y
Franklin, se tradujeron en la citada serie de artículos que vieron la luz en el ya más que
famoso número de la revista Nature del 25 de Abril de 1953.
Rosalind Franklin tuvo además otra contribución crucial con relación a la
estructura del ADN, que ha sido muy destacada por Aaron Klug. Ella fue la primera en
que, nada más ver el modelo de Watson y Crick lo reconoció como correcto.
Posteriormente presentó las pruebas que lo demostraban, adhiriéndose a su
aprobación. Esta prontitud en verificar el modelo se ha considerado como un indicador
de lo próxima que estaba a descubrirlo por sí misma. La investigadora consideró que el
modelo era completamente razonable porque contenía algunas de las estructuras con
las que ellas ya estaba familiarizada y que le despejaba sus dudas.
Tiene interés describir cómo planteó Rosalind Franklin su análisis de ratificación.
Lo primero que hizo fue probar la forma B en los términos del modelo, antes que la A.
Los rayos X mostraron ser compatibles con una hélice de dos cadenas
polinucleotídicas enrolladas, cada una conteniendo 10 nucleótidos por vuelta en una
distancia de 34 Å. Los grupos fosfatos se disponen hacia el exterior de la estructura en
un radio de 10 Å. Luego vino el turno de la forma A, para la cual también disponía de
datos muy precisos. En su segunda comunicación a Nature, en Julio de 1953, Franklin
y Gosling demostraron de manera concluyente que la forma A también contenía dos
Rosalind Franklin 41
cadenas helicoidales del mismo tipo de las encontradas en la estructura B. Estas
estructuras estaban lo suficientemente próximas como para explicar la reversibilidad de
la transición A→B.
En su libro, Watson escribió que la inmediata aceptación del modelo por parte de
Franklin los dejó muy sorprendidos en un primer momento. Sin embargo, esto no es tan
raro cuando se estudian sus cuadernos de notas y sus trabajos, pues ellos evidencian
lo cerca que había estado ella de deducir la arquitectura completa del ADN.
Paradójicamente, Rosalind Franklin nunca supo lo esenciales que fueron sus
contribuciones. Sencillamente, como ya hemos comentado, nunca se enteró hasta que
punto los datos que había obtenido con tanto esfuerzo estuvieron en las manos de
Watson y Crick. No tuvo la menor idea de que alguien fuera del King’s hubiera tenido
acceso a sus resultados sin publicar, y menos todavía, que los hubieran utilizado
gracias a Wilkins. Así pues, desconocía por completo que en el famoso modelo
estuviera incluido su propio trabajo. Cuando vio dicho modelo se quedó maravillada
ante él. Lo único que ella creyó haber proporcionado fue lo que expuso en el seminario
de 1951.
Desde entonces ha permanecido en el aire una pregunta, que ha sido objeto de
infinitas discusiones: ¿Podría Franklin haber resuelto la estructura del ADN por sí
misma? Numerosas mujeres de ciencia con militancia feminista han estudiado el
problema, y para ellas la respuesta está clara: “Si a Franklin no se le hubiese sustraído
en secreto los resultados de su trabajo y si hubiese tenido tiempo suficiente para
analizar sus datos y resolver el rompecabezas, es difícil dudar de que lo habría logrado
–incluso quizás antes que Watson y Crick, si éstos hubiesen tenido que hacer sus
propias fotografías del ADN (...)”, ha escrito G. Kass-Simon en su libro Mujeres de
Ciencia.
En lo que se refiere a la opinión que Crick tenía de los hechos, en junio de 1970
dijo: “ Rosalind lo hubiera descubierto (...) Con ella era sólo cuestión de tiempo”. Según
el coautor del modelo el problema era susceptible de ser resuelto con difracción de
rayos X, aunque evidentemente se trataba de un método más lento que la construcción
de modelos. En su opinión, Franklin también debería haberlos construido.
Aaron Klug ha manifestado que ella estaba sólo a un paso y medio de conseguir
resolver la estructura del ADN por sí misma. Le faltaba “medio paso para descubrir que
Rosalind Franklin 42
las dos hebras eran antiparalelas y un paso para hallar el apareamiento de las bases” .
Este mismo científico también ha dicho: “Resulta realmente doloroso estudiar sus
cuadernos de notas y ver lo cerca que estaba de la solución ella sola (...). Crick y yo
hemos discutido si estaba un paso y medio o dos pasos por detrás (...). Ella no sabía
que las dos hebras corrían en direcciones opuestas, pero yo sostengo que estaba a
punto de darse cuenta”. Recordemos que nadie ha estudiado las notas de Rosalind
Franklin como él.
Y Aaron Klug continua: “El otro problema era ¿cómo colocar las bases? Ella
sabía que tenían que estar en el interior; y había hablado de intercambiabilidad entre
las bases. El paso desde intercambiabilidad a apareamiento de bases es ciertamente
importante, pero ella tenía la capacidad para darlo. (...) Si uno analiza sus apuntes
como yo lo he hecho, se da el paso (...). Ella no necesitaba intuición. Tenía los hechos.
No era muy imaginativa, como Crick o Pauling, pero era una experimentalista soberbia,
una excelente analista, y había recorrido el camino”.
La opinión prevalente es que, con gran probabilidad, los datos obtenidos por
Franklin también podrían haber sido obtenidos por Watson y Crick, de haberlo
intentado. Pero ese tipo de experimentos hubiera sido, como poco, muy lento y
laborioso, y más en el caso de Watson que en aquel momento tenía muy poca práctica
con esa metodología experimental. Esto significa que, por lo menos, un modelo basado
sólo en su propio trabajo experimental, de ningún modo hubiera podido ver la luz al
final de febrero de 1953. Y, para conseguir la primicia de un descubrimiento, el tiempo
es fundamental.
En una versión lo más fidedigna posible de los hechos, debe asimismo tenerse
presente que hacia mediados de 1953 Rosalind Franklin había ya empezado a
desentenderse del problema de la macromolécula. En realidad, el artículo que Franklin
redactó con Gosling, y que luego acompañó al de Watson y Crick, fue diseñado a modo
de despedida de la investigadora tanto del ADN como del King’s College. Estaba tan
desencantada de su estancia en ese laboratorio que quería dejar atrás esa época de su
vida. Había decidido marcharse, e iba a dedicar sus esfuerzos a otro tema de
investigación. No obstante, antes de abandonar por completo este trabajo publicó un
último artículo con Gosling, en 1955, del que después, según confesó a Aaron Klug, no
se sintió demasiado satisfecha.
10. Un epílogo poco convincente
Rosalind Franklin 43
Antes de terminar esta importante etapa de la corta vida de Rosalind Franklin,
falta un sucinto comentario acerca del Epílogo de La doble hélice. Llama la atención
que en este apartado Watson modificase la opinión que ha sostenido a lo largo de todo
el libro. Incluso es hasta generoso con Rosalind Franklin. Reconoce que el trabajo de la
científica en el King’s fue en realidad “magnífico” y hasta le concede el crédito que se
merece por sus contribuciones. Llega a escribir: “Nos dimos cuenta, con demasiados
años de retraso, de la lucha a la que se tiene que enfrentar una mujer inteligente para
ser aceptada en el mundo científico”.
No obstante, Watson admite libremente que el homenaje del epílogo fue
impuesto. Aaron Klug y Francis Crick lo presionaron acerca de la necesidad de añadir
algo que rectificase el retrato de Franklin tal y como estaba en el manuscrito original.
Pero, según Sayre, existen evidencias de que la actitud de Watson no ha cambiado con
respecto a Franklin, con epílogo o sin él. En una entrevista que esta autora le realizó,
en agosto de 1970, seguía refiriéndose a Rosalind Franklin como alguien “imposible” y
“tozuda”.
Paradójicamente, aunque Watson transformó a Franklin en una criatura rígida,
una cristalógrafa bien preparada y con formación, pero que sólo produjo
planteamientos estrechos, lo sobresaliente fue que su enfoque experimental
proporcionó por lo menos la mitad de la información a partir de la cual surgió el modelo
triunfal.
IV. LOS TRABAJOS CON VIRUS
En 1953, Rosalind Franklin abandonó el King’s College para trabajar en el
laboratorio del Birkbeck, en Londres, dirigido por J. B. Bernal, un científico cristalógrafo
cuyo prestigio ya hemos mencionado que era muy amplio y a quien la investigadora
admiraba mucho.
Randall, el director del King’s, y Bernal habían llegado al acuerdo de que la joven
podría marchar con su beca, y además en el nuevo laboratorio tendría una
considerable promoción, ya que sería la directora de un grupo de investigación de
cuatro personas, entre las que se incluía Aaron Klug. Este último se convirtió en su
primer y único colaborador. Conocido por ser un extraordinario teórico, disfrutaba
debatiendo con Franklin. Juntos desarrollaron “técnicas maravillosamente delicadas
para obtener nuevos y preciosos datos con rayos X”, ha afirmado la cristalógrafa
premio Nobel, Dorothy Hodgkin.
Rosalind Franklin 44
En el Birkbeck, Franklin comenzó estudiando el ARN (ácido ribonucleico).
Decidió trabajar en aquellos virus compuestos por ARN y proteínas, donde el citado
ácido constituye la parte infecciosa del virus. Comprendiendo la estructura del ARN
esperaba poder explicar cómo las partículas víricas, que no están vivas en verdadero
sentido de la palabra, podían crecer y reproducirse en el interior de las células. Durante
los cinco años que Franklin estuvo en el Birkbeck, su grupo resolvió la estructura
general de varios virus que contenían ARN y colaboró en la fundación de la Virología
estructural. En esa época, su grupo se convirtió en líder mundial en el uso de la
difracción de rayos X para elucidar la estructura molecular de los virus.
Como otros investigadores dedicados a los virus, se concentró en el virus del
mosaico del tabaco (VMT). VMT es a los virus lo que el maíz o la mosca de la fruta son
a la genética, es decir el material usado para establecer principios científicos básicos.
VMT es estable, fácil de manipular y abundante. Este virus se ha convertido en un
clásico, ya que fue el primero que se purificó en un tubo de ensayo. A Rosalind Franklin
le gustaba particularmente la manera en que las largas partículas en forma de rodillo
del VMT producían detallados modelos de difracción de rayos X.
Además, a Franklin le intrigaba del virus del mosaico del tabaco otras dos
razones. Estaba convencida, correctamente, de que los estudios estructurales del virus
podrían ayudar a los científicos a comprender la organización de otras partículas
víricas, como por ejemplo el virus de la polio o el del resfriado común. En segundo
lugar, la estructura fibrosa del VMT era un desafío incluso mayor que la del ADN. Su
investigación en la macromolécula la había convertido en una experta mundial en
difracción de rayos X y se sentía muy atraída por las dificultades implicadas.
Es ilustrativo señalar que en 1935 Bernal había empezado un trabajo sobre la
caracterización de la estructura del virus del mosaico del tabaco utilizando técnicas
cristalográficas, pero lo había abandonado temporalmente. Watson también había
trabajado con este virus y sugerido que su estructura era una hélice, aunque distinta de
la del ADN. Franklin confirmó esta conclusión, pero cuando midió la hélice descubrió
que se había subestimado el número de subunidades proteicas presentes en cada
vuelta de la hélice. También localizó la única y larga hebra de ARN portadora de la
información genética, y por tanto responsable de la capacidad infecciosa del virus.
Puede entonces afirmarse que cuando Franklin comenzó a trabajar en 1953 con
el VMT, casi todo lo referente al mismo seguía siendo un misterio. Se conocía muy
poco sobre la estructura general de los virus, pero a raíz del esfuerzo que ella realizó
Rosalind Franklin 45
hasta 1958 para conseguir la estructura del VMT, lograría un paso de gigante en medio
de una oscuridad casi absoluta. Sin embargo, no consiguió descifrar la arquitectura
detallada del virus, que sólo emergió 12 años después de su muerte. Pero cuando por
fin se obtuvieron los detalles de la misma, se constató que su relación con lo que la
científica había publicado previamente era indiscutible.
Durante los cinco años en que Rosalind Franklin trabajó en el Birkbeck publicó
17 artículos. Estableció su reputación entre las mejores figuras mundiales que
trabajaban con estructuras helicoidales. Bernal la ha considerado como “la principal
fundadora de la ciencia biomolecular”. Sir Lawrence Bragg ha exteriorizado no poder
creer que fuese posible descubrir tanto sobre virus, en tan poco tiempo, como hizo ella.
En un plano más ajeno a la investigación en sí, Rosalind Franklin demostró ser
una excelente directora de grupo. Como ha manifestado uno de sus alumnos: “Tenía
presencia e incluso un aura de autoridad a su alrededor (...). Sabía lo que deseaba
hacer científicamente, y sabía como conseguirlo experimentalmente”.Según numerosos
testigos, en el Birkbeck Franklin tuvo mucho éxito y estableció una buena relación con
la gente que la rodeaba. La leyenda de su difícil carácter se desvaneció totalmente en
este ambiente tan distinto al del King’s.
A lo largo de 1956, expuso sus resultados en distintas conferencias en Londres,
Madrid y Nueva Inglaterra. Asimismo, visitó los laboratorios de Berkeley, Los Angeles, y
otros destacados centros de Estados Unidos. Por otra parte, sus trabajos con virus
despertaron tal interés, que en 1957 la Real Sociedad de Londres le solicitó que
construyese dos modelos de partículas víricas para exhibir en la Feria Internacional de
Bruselas, lo cual era un gran honor. Ella era la primera científica en saber lo suficiente
sobre la estructura de los virus como para ser capaz de construir un modelo realista.
Estaba comenzando otra revolución en los fundamentos de la Biología.
Desafortunadamente, en 1956 los médicos diagnosticaron a Rosalind Franklin
un cáncer que poco después acabó con su vida. Franklin trabajó intensamente y con un
extraordinario rigor y coraje hasta el día de su muerte, el 16 de abril de 1958, cuando
solamente tenía 37 años.
Después del fallecimiento de Franklin, Bernal escribió en Nature: “Como
científica, la señorita Franklin se distinguió por una claridad y perfección extremas que
caracterizaron todo lo que emprendió. Sus diagramas de rayos X se consideran los
mejores y más bellos que se han obtenido a partir de cualquier sustancia(...). Casi todo
Rosalind Franklin 46
su trabajo lo realizó con sus propias manos. A la vez, demostró ser una excelente
directora de un grupo de investigación e inspiró a todos los que trabajaron con ella a
alcanzar niveles tan elevados como los suyos”.
VII. COMENTARIO FINAL
En 1962, Francis Crick, James Watson y Maurice Wilkins compartieron el premio
Nobel de Medicina y Fisiología en reconocimiento a sus diversas y variadas
contribuciones en la caracterización de la estructura del ADN. A lo largo de este
capítulo hemos repetido que si Rosalind Franklin hubiera vivido cuando el comité del
Nobel resolvió el premio por la estructura del ADN, difícilmente hubieran podido
pasarla por alto.
Sin embargo, si hubiese sido por lo que los tres ganadores dijeron en sus
conferencias al recibir el premio, nadie hubiera sabido que Franklin había contribuido a
su triunfo. Entre las tres conferencias se citaban 96 referencias, pero en ninguna de
ellas había menciones sobre Rosalind Franklin. Sólo Wilkins la incluyó en sus
agradecimientos.
Autoridades en la materia se han preguntado lo que habría ocurrido con el
premio si Franklin hubiese vivido el tiempo suficiente. La mayoría de los científicos
creen que se lo merecía. Pero los Nobel sólo se dan a las personas vivas y, además,
cada premio no puede tener a más de tres galardonados. ¿Habría tenido el comité
conocimiento de sus contribuciones?. Y si la hubiese tenido ¿le habrían dado el premio
a ella en vez de, por ejemplo, a Wilkins? ¿O el comité habría dado dos premios, uno en
Medicina y otro en Química, para repartirlo entre cuatro ganadores?
“El comité del Nobel algunas veces ha concedido premios peculiares, ha
cometido omisiones o errores notables, pero no podemos dudar de que el valor del
trabajo (de Rosalind) era conocido”, ha afirmado el historiador Judson. Además,
diversos historiadores coinciden en afirmar que cuando el comité del Nobel estudió las
publicaciones de los cuatro científicos, tuvo que haberse dado cuenta de que los
artículos de Franklin contenían, con gran diferencia, los datos más difíciles de obtener.
La opinión hoy dominante es que si Rosalind Franklin hubiese vivido con toda
probabilidad podría haber compartido el premio Nobel por uno de los descubrimientos
científicos más grandes del siglo XX.
El que la investigadora no esté en la lista de los Nobel no es, sin embargo, lo
más deplorable. Acabamos de mencionar que a lo largo de los años han sido excluidos
Rosalind Franklin 47
numerosos científicos con méritos reconocidos. Lo peor de todo ha sido la enorme
cantidad de listas honoríficas en las que mereció estar y a lo largo de 20 años no
estuvo.
En primer lugar, hay que subrayar algo verdaderamente injusto: muchos de los
descubrimiento realizados por Rosalind Franklin con respecto al ADN han sido
adjudicados a Wilkins, y numerosos de sus logros con los virus se han considerado
obtenidos por Bernal. Así por ejemplo, el extraordinario Linus Pauling, el 26 de abril de
1974, en un aniversario del famoso número de Nature sobre el ADN, escribió un
artículo en el que adjudicaba a Wilkins los diagramas de la forma B obtenidos por
Franklin, y no sólo una vez, sino en dos ocasiones.
También a Franklin se le han hurtado otros méritos. Como ha relatado Sayre, por
ejemplo, al pie de una escultura del modelo de la molécula de ADN que se exhibe en el
Museo Británico en la sección de historia natural, hasta los años 70 Rosalind Franklin
no figuraba en la lista de personas que contribuyeron a su descubrimiento. Sólo fue
incluida después de algunas protestas. La Dra. Mair Livingstone observó en una visita
al museo que no aparecía el nombre de Franklin en conexión al modelo del ADN.
Escribió a la secretaría del museo protestando por la omisión, y después de una
correspondencia prolongada consiguió que se añadiera el nombre de Rosalind Franklin
en el lugar adecuado.
Sólo en fecha tan tardía como 1992, se colocó en la puerta del apartamento de
Franklin en Londres, una placa con la siguiente inscripción: “Rosalind Franklin, 1920-
1958, pionera en el estudio de las estructuras moleculares incluyendo el ADN, vivió
aquí entre 1951 y 1958”.
El injusto trato que recibió en vida Rosalind Franklin no fue remediado en su
recuerdo sino de manera reivindicativa por personas que se rebelaron frente a esta
página negra del protagonismo científico. Habría que agradecer a las negativas
consideraciones de Watson con la extraordinaria difusión que alcanzó su libro, que la
sombra de Rosalind Franklin alcanzara a muchas malas conciencias. Como señala
McGrayne, se ha visto que el libro de Watson a corto plazo aumentó la reputación de
su autor, presentándolo como un joven y brillante científico. Pero contenía una bomba
de tiempo. Al admitir que había usado los datos de Franklin sin su consentimiento, ha
manchado no sólo su trabajo sino también el de Crick, cuya figura siempre ha
despertado un gran respeto en la comunidad científica.
Rosalind Franklin 48
Además, el falso retrato de la personalidad y de los logros científicos de Rosalind
Franklin contenidos en el libro de Watson han llevado a convertirla en una mártir para
las feministas y numerosas mujeres científicas. Como han afirmado muchos de los que
la conocieron, a ella ese papel no le hubiera gustado en absoluto.
Para terminar, sólo queda recalcar que Anne Sayre fue quien realizó el primer
esfuerzo de justicia y honradez al intentar compensar con su obra la imagen grotesca
que Watson dibujó de Franklin. Algunos autores, sin embargo, han recriminado a esta
autora una tendencia feminista demasiado acusada. En su descargo habría que decir
que las tendencias feministas, sean acusadas o no, es una opinión subjetiva, máxime
después de compartirse lo dicho por J. Gribbin: “el libro de Anne Sayre es un trabajo
que debería difundirse para que pudiesen conocerlo todos aquellos que han leído la
obra de Watson”, ya que sobre él planea el quehacer científico de primer orden llevado
a cabo por Rosalind Franklin.
A este respecto, la científica y traductora al castellano Teresa Carretero, al leer
el libro de Anne Sayre reconoció como único medio a su alcance para denunciar la
flagrante injusticia cometida con una científica fuera de serie, el traducir esa obra. De
este modo, subraya la doctora Carretero, no sólo la comunidad científica española sino
también la gente en general podrá conocer una realidad que de algún modo se nos ha
presentado deformada.
BIBLIOGRAFÍA SUCINTA
CRICK, F. Qué Loco Propósito. Una visión personal del descubrimiento científico. Ediciones Tusquets. Barcelona (1989).
FÖLSING, U. Mujeres Premio Nobel. Alianza Editorial. Madrid (1992). GRIBBIN, J. En Busca de la Doble hélice. La evolución de la biología molecular. Biblioteca
Científica de Salvat (1995). JUDSON, H. El Octavo Día de la Creación. Ediciones Castell Mexicana. México (1987). McGRAYNE, S. B. Nobel Prize Women in Science. Their lives, Struggles and Momentous
Discoveries. Second Edition. Carol Publishing Group Edition. USA. (1998). OLBY, R. El Camino hacia la Doble Hélice. Alianza Universidad. Madrid (1991). PAULING, P. “DNA. The race that never was?” New Scientist 58:558-560. (1973). SAYRE, A. Rosalind Franklin y el ADN. Editorial Horas y Horas. Madrid (1997). WATSON, J. La Doble Hélice. Biblioteca Científica de Salvat (1989).