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ROSALIND FRANKLIN Y EL ADN: UNA PARADOJA FEMENINA EN EL GRAN DESCUBRIMIENTO 1 1. INTRODUCCIÓN Rosalind Franklin jugó un papel decisivo en uno de los avances más trascendentales de la ciencia de este siglo: el descubrimiento de la estructura del ADN, la molécula que almacena y transmite la información hereditaria en todos los organismos vivos, desde las bacterias a los seres humanos. Históricamente, desvelar la arquitectura de la macromolécula de la herencia representó un hito en la biología del siglo XX. Fue la base para la creación de una nueva disciplina biológica: la Biología Molecular. Paradójicamente, en este hecho singular participó una mujer cuya contribución permaneció injustamente en la sombra durante más de veinte años. Aparentemente, es un argumento, una vez más, de como la historia de la ciencia frecuentemente ha olvidado, o ha mantenido en un plano muy secundario, las aportaciones femeninas. No obstante, hay que subrayar que este olvido hoy está prácticamente corregido, pero su pervivencia durante años daría pié a esa interpretación. Cuando se analizan los acontecimientos que condujeron a desvelar la estructura tridimensional de la molécula de la herencia, es imprescindible citar a uno de los protagonistas de este notable hecho: el norteamericano James Watson. Este autor ha narrado el proceso desde dentro en su célebre libro La doble hélice, que a pesar de haberse publicado hace ya más de treinta años, en 1968, el número altísimo de sus lectores no ha cesado. Esta obra alcanzaría desde su primera edición un grado de difusión enorme, reeditándose a partir de entonces en decenas de idiomas. Uno de los grandes atractivos del libro de Watson fue el saber plasmar en una narración desenfadada, desinhibida, amena y hasta “detectivesca”, un hecho científico histórico. Su objetivo no fue tratar de los aspectos técnicos de la investigación científica, ni en general ni en particular, sino la manera en que se hace la ciencia. Ofrece la visión de un investigador sobre el mundo científico y sus actores, revelando muchas sorpresas, aunque el propio autor reconoce que algunos de los participantes de la historia que él cuenta quizás la hubiesen relatado de otra manera. El popular 1 Este artículo corresponde al capítulo 2 del libro de Carolina Martínez Pulido: También en la cocina de la ciencia. Cinco grandes científicas en el pensamiento biológico del siglo XX. Editado por el Servicio de Publicaciones de la Universidad de La Laguna, 2000.

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ROSALIND FRANKLIN Y EL ADN: UNA PARADOJA FEMENINA E N EL GRAN DESCUBRIMIENTO1

1. INTRODUCCIÓN

Rosalind Franklin jugó un papel decisivo en uno de los avances más

trascendentales de la ciencia de este siglo: el descubrimiento de la estructura del ADN,

la molécula que almacena y transmite la información hereditaria en todos los

organismos vivos, desde las bacterias a los seres humanos.

Históricamente, desvelar la arquitectura de la macromolécula de la herencia

representó un hito en la biología del siglo XX. Fue la base para la creación de una

nueva disciplina biológica: la Biología Molecular. Paradójicamente, en este hecho

singular participó una mujer cuya contribución permaneció injustamente en la sombra

durante más de veinte años. Aparentemente, es un argumento, una vez más, de como

la historia de la ciencia frecuentemente ha olvidado, o ha mantenido en un plano muy

secundario, las aportaciones femeninas. No obstante, hay que subrayar que este olvido

hoy está prácticamente corregido, pero su pervivencia durante años daría pié a esa

interpretación.

Cuando se analizan los acontecimientos que condujeron a desvelar la estructura

tridimensional de la molécula de la herencia, es imprescindible citar a uno de los

protagonistas de este notable hecho: el norteamericano James Watson. Este autor ha

narrado el proceso desde dentro en su célebre libro La doble hélice, que a pesar de

haberse publicado hace ya más de treinta años, en 1968, el número altísimo de sus

lectores no ha cesado. Esta obra alcanzaría desde su primera edición un grado de

difusión enorme, reeditándose a partir de entonces en decenas de idiomas.

Uno de los grandes atractivos del libro de Watson fue el saber plasmar en una

narración desenfadada, desinhibida, amena y hasta “detectivesca”, un hecho científico

histórico. Su objetivo no fue tratar de los aspectos técnicos de la investigación

científica, ni en general ni en particular, sino la manera en que se hace la ciencia.

Ofrece la visión de un investigador sobre el mundo científico y sus actores, revelando

muchas sorpresas, aunque el propio autor reconoce que algunos de los participantes

de la historia que él cuenta quizás la hubiesen relatado de otra manera. El popular

1 Este artículo corresponde al capítulo 2 del libro de Carolina Martínez Pulido: También en la cocina de la ciencia. Cinco grandes científicas en el pensamiento biológico del siglo XX. Editado por el Servicio de Publicaciones de la Universidad de La Laguna, 2000.

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científico advierte en todo momento que se trata de una visión personal de los hechos

reales.

Es importante tener en cuenta que en la epistemología de la ciencia coexisten lo

que podríamos llamar dos niveles; uno, que hace referencia al mundo especializado, y

el otro, relacionado con el mundo de la difusión. Sin embargo, también es conocido que

son muy pocos los científicos, y menos aún los de renombre, que han escrito libros con

el fin de transmitir a la población los avances de la ciencia. He aquí uno de los grandes

méritos de Watson, al reconocer que mientras la sociedad tiene derecho a saber y

obligación de preguntar, los científicos tienen el deber de transmitir y de dar a conocer

al gran público lo que hacen.

Como no podía ser menos, Rosalind Franklin está incluida en La doble hélice.

Pero lo sorprendente es que se la describe de manera injusta y hasta cruel. En el libro

aparece representada como un personaje llamado “Rosy”, apodo que según quienes la

conocieron nadie le había dado hasta entonces, ni tampoco después. La “Rosy” que la

representa no coincide en absoluto con esta extraordinaria trabajadora científica. En

opinión de muchos de sus contemporáneos, en esa “Rosy” se realiza una descripción

estereotipada de una mujer grotesca, poco atractiva, rígida, agresiva, altiva, inflexible,

nada femenina y algo “marisabidilla”. En ningún momento se le hace justicia por sus

valiosas aportaciones al gran descubrimiento.

Del texto se desprende que se trata de una persona a la que Watson tenía una

clara antipatía, sumando la ruindad de que describe a alguien que había muerto en

1958, diez años antes de la publicación del libro, y por tanto no podía defenderse de lo

que hoy son unánimemente consideradas unas falsas interpretaciones. Cabe pues

insistir en que La doble hélice es un balance de unos hechos históricos en los que se

vieron envueltas gran número de personas, pero de todas ellas precisamente quien ya

no vivía fue curiosamente transformada.

Son numerosos los autores que, con posterioridad a la publicación del libro de

Watson, han manifestado su disconformidad ante la injusta descripción de Rosalind

Franklin. Valgan a título de ejemplo las siguientes opiniones.

La escritora Elizabeth Janeway, en su libro titulado El lugar de la mujer en un

mundo de hombres, publicado en 1971, ha señalado: “Watson en su obra pretende

resaltar dónde, según él, deben estar las mujeres con respecto a la ciencia: fuera de

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ella. La descripción que hace de ‘Rosy’ es totalmente subjetiva y cruel; nadie más en el

libro es atacado constantemente y de una manera tan agresiva”.

El científico sudafricano Aaron Klug, premio Nobel de Química en 1982, que

conoció muy de cerca a Franklin pues trabajó con ella durante la década de los

cincuenta, se quejaba sobre la imagen de Rosalind que resulta del relato de Watson:

“es totalmente inadecuada”. La opinión de Klug es muy valiosa y será incluida en

diversos momentos de este capítulo pues, además de colaborador de Franklin, y por

tanto ser gran conocedor de su trabajo, fue su amigo y heredó a la muerte de la

científica todos sus papeles, cuadernos de notas, apuntes, etc. Ninguna persona viva

ha estudiado todo este legado de manera más exhaustiva ni más de cerca que Klug.

También Barbara McClintock leyó y despreció el libro de Watson, comentando:

“Es un libro mezquino, muy mezquino”. Otra premio Nobel, Rita Levi Montalcini, dijo al

respecto que si bien Watson es un excelente escritor, es asimismo un arrogante y bien

conocido misógino.

Por su parte, la escritora Ulla Fölsing, autora de un recomendable libro Mujeres

premio Nobel, de 1990, ha recordado: "La doble hélice transgredió en su día la etiqueta

académica y provocó una tormenta de indignación al presentar a Rosalind Franklin

como una sabihonda respondona en el laboratorio de investigación de Maurice

Wilkins”.

Asimismo, Sharon McGrayne, en un libro también dedicado a las mujeres que

han ganado el premio Nobel en ciencias, publicado en 1998, ha escrito: “Hoy en día

han emergido tantos datos sobre la vida de Franklin y su capacidad científica que el

descubrimiento de Watson y Crick se ha visto ensombrecido y, al mismo tiempo, se ha

restablecido el lugar de Rosalind bajo el sol”.

En realidad, el libro de Watson generó un revuelo tan significativo entre los

científicos que ha durado hasta nuestros días. Las opiniones sobre él emitidas, han

sido muy numerosas y algunas bastante más duras que las aquí recogidas.

Ese tropezón, no obstante, tampoco merece eclipsar a los protagonistas del

acontecimiento. La historia señala que en 1953 James Watson y Francis Crick

desvelaron la estructura tridimensional de la molécula de ADN. Esta aportación dio

lugar a que en 1962 estos dos autores, junto al biofísico Maurice Wilkins, fueran

justamente galardonados con el premio Nobel de Medicina y Fisiología. La mención

decía: “Por sus descubrimientos sobre la estructura molecular de los ácidos nucleicos y

su trascendencia en la transferencia de la información en el material vivo”.

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Sin embargo, la mayoría de los analistas admite actualmente que sin los

resultados de Rosalind Franklin el descubrimiento no hubiera sido posible, al menos en

la fecha en que se hizo. Su brillante trabajo, no obstante, quedó menospreciado en la

concesión del famoso galardón. Si Franklin hubiera vivido hasta 1962, el comité de los

premios Nobel se habría visto obligado a enfrentarse con su legítimo derecho a

reclamar su parte en los honores divididos entre Watson, Crick y Wilkins. A estas

alturas, ya nadie discute el valor de su contribución al descubrimiento de la estructura

del ADN. Curiosamente y debido a una serie de circunstancias, su contribución fue

probablemente mucho más importante de lo que incluso ella misma imaginó.

En este capítulo intentaremos aclarar por qué el trabajo de Rosalind Franklin en

el considerado uno de los descubrimientos científicos más destacados del siglo XX,

permaneció minusvalorado o parcialmente arrinconado durante tanto tiempo. Somos

conscientes de que hoy, en 1999, este tema ha sido ampliamente debatido, pero a

pesar de ello hemos creído interesante incluirlo en este trabajo.

II. APROXIMACIÓN PERSONAL

La escritora e historiadora norteamericana Anne Sayre, amiga personal de

Rosalind Franklin, y esposa del cristalógrafo David Sayre, escribió en 1975 una

discutida biografía titulada Rosalind Franklin y el ADN. Esta obra fue prologada por el

mencionado científico Aaron Klug, quien también ha escrito en la revista Nature dos

excelentes artículos (en 1968 y 1975) aclarando la verdadera contribución de Franklin

en el célebre descubrimiento.

Sobre el libro de Sayre se han vertido numerosos pareceres, de los que se

pueden destacar, por ejemplo, el de la hermana de Franklin, Jennyfer Glynn, quien tras

haberse mostrado agradecida a Sayre, señalaba que “Este libro ha contribuido a

rescatar a Rosalind de la caricatura hecha por Watson(...)”. Por su parte, el historiador

de la ciencia John Gribbin, hacía en 1985 un interesante comentario: “El libro de Anne

Sayre deberían leerlo todos los que conocen la obra de Watson”. Igualmente, el

famoso químico orgánico Linus Pauling, dos veces premio Nobel y reconocido como

uno de los mejores científicos del siglo XX, ha escrito a propósito de la obra de Sayre:

“Un gran libro: está bien escrito y el relato aclara la contribución de Rosalind Franklin al

descubrimiento de la estructura de la doble hélice del ADN“. Este juicio tiene un notable

valor, no sólo por el prestigio de quien lo hace, sino por que él mismo había cometido el

error de atribuir a otros autores los descubrimientos de Franklin. Para terminar con esta

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breve selección de opiniones, se puede citar la de Teresa Carretero, científica española

que en 1997 tradujo al castellano la obra de Sayre, y que manifestaba con justa

indignación: “Esta traducción es el único medio a mi alcance para denunciar una

injusticia tan flagrante como la que se cometió con una científica fuera de serie”.

Después de este breve comentario, veamos los hechos a destacar en una

aproximación personal a la investigadora.

Rosalind Franklin nació en Londres el 25 de Julio de 1920. Pertenecía a una

acomodada familia anglo-judía dentro de la que con frecuencia habían destacado

personalidades de carácter fuerte y emprendedor. Según Sayre, su infancia fue feliz,

con unos padres que formaban un matrimonio convencional bien avenido. Su familia la

componían otros tres hermanos y una hermana ocho años menor que ella. Sería

inexacto decir que por ser mujer Franklin tuvo una educación distinta de la de sus

hermanos varones; por el contrario, recibió una educación excelente en uno de los

mejores colegios ingleses de la época, lo que le proporcionó una sólida formación. De

hecho, muchas de sus compañeras de clase posteriormente también tuvieron

trayectorias profesionales destacadas.

Autores que se han ocupado de su biografía, como por ejemplo McGrayne,

señalan que cuando niña Rosalind sí se sentía discriminada en razón de su sexo, pues

pensaba que sus padres no la comprendían, por lo que recordaba a su infancia y

adolescencia como una intensa lucha por ser aceptada.

Desde los 15 años la joven sabía ya con certeza qué era lo que quería hacer y

nunca se desvió del camino elegido, a pesar de que su familia contaba con una renta

suficiente que le habría permitido vivir sin trabajar. Gracias a esta situación, a lo largo

de su vida disfrutó de oportunidades por encima de la media para poder desarrollar su

extraordinaria inteligencia y su gran vocación. Optó por la ciencia y a ella se consagró

totalmente con gran entusiasmo. Su actitud hacia el trabajo era de una profunda

seriedad y se mostraba inflexible con lo que éste le exigía. En lo personal, era una

mujer discreta, parca en palabras, con un temperamento apasionado que a veces

resultaba incluso impetuoso.

Cuando era muy joven trabajó en un Centro establecido para ayudar a rescatar

a los judíos de la Alemania nazi. Aunque ésta fue su primera incursión en el mundo de

las obras sociales, no la llevó a desarrollar un interés especial por este tipo de

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actividad, pero sí para adquirir una capacidad de compromiso que aprendió a proyectar

en cualquier dirección elegida.

A pesar de las limitaciones propias del entorno social de su época, Franklin

disfrutó de una libertad considerable. Su padre dudaba abiertamente si era útil o

sensato dar una educación profesional a una chica, aunque tenía consciencia de la

extraordinaria capacidad intelectual de su hija y se mostraba orgulloso de ella.

Finalmente aceptó la vocación de la joven, que en 1938 decidió matricularse en la

universidad de Cambridge para estudiar físico-química.

Su fuerza de voluntad quedaba ya reflejada en sus actitudes. Aunque le

encantaba el montañismo, procuraba que nada la distrajera de su seria y ardiente

vocación científica. En sus años universitarios trabajó muy duro. Sabía que en toda

Gran Bretaña no había ningún otro sitio en el que alcanzar una formación científica

mejor que Cambridge, y a ello se aplicó intensamente para aprovechar las

oportunidades que tenía a su alcance.

Nos detendremos brevemente en describir como era la educación universitaria

de las mujeres en Gran Bretaña en esas primeras décadas del presente siglo. Imaginar

a Rosalind Franklin en ese ambiente nos ayudará a entender mejor la forja de su

decidida personalidad.

La historia de la educación superior de las mujeres británicas fue una batalla que

tardó en resolverse mucho más tiempo del que se hubiera podido suponer. No

presenta, por ejemplo, un paralelismo con la historia de la educación en los Estados

Unidos. Por el contrario, en contraste con la gran cantidad de instituciones que han

caracterizado la educación americana, Gran Bretaña solamente contaba con dos

grandes santuarios del saber, Oxford y Cambridge, hasta bien avanzado el siglo XIX.

Las dos eran centros de poder conectados con la iglesia establecida, el poder civil y a

menudo, directa o indirectamente, con la política.

Incluso en la década de 1930, en ambas universidades el número de mujeres

admitidas para recibir enseñanzas superiores estaba estrictamente limitado. Además,

desde 1922 hasta 1947, Cambridge concedía a las mujeres unas licenciaturas

“nominales” distintas de las “reales” que obtenían los hombres. La diferencia era de tipo

práctico, ya que éstas últimas proporcionaban unos derechos de las que las

“nominales” carecían.

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En esos años las jóvenes universitarias, sometidas a un trato injusto, se veían

inmersas en la confusión y en la perplejidad. La presión social llevaba a las mujeres a

tener que elegir entre una vida considerada “normal”, como un matrimonio, hijos, etc.,

y una vida académica, que prácticamente las incapacitaba para las actividades

“femeninas”. Predominaban entonces entre las estudiantes las discusiones sobre la

conveniencia de continuar la carrera profesional o renunciar a ella por causas como la

del matrimonio.

Cuando la joven Franklin llegó a Cambridge estaba muy influida por la

mentalidad de la época. Así, opinaba que como mujer, sólo tenía dos posibilidades

excluyentes entre sí: la profesión o el matrimonio y los hijos. Deliberadamente eligió su

carrera. Según su biógrafa, Rosalind Franklin hasta bien cumplidos los 30 años tenía

una visión muy convencional del matrimonio. Para ella, el lugar de una mujer casada no

estaba necesariamente en el hogar, pero el de una madre sí; al parecer, este

pensamiento fue fundamental para que abandonase cualquier idea de casarse. De

hecho, durante su corta vida se volcó completamente en su profesión.

Como hemos dicho, Franklin se matriculó en Cambridge en 1938. Pero, al

principio de su segundo año de carrera empezó la II Guerra Mundial, lo que acarreó

una obvia desorganización tanto en la enseñanza como en la vida cotidiana. Los

estudiantes de esa época, al tener un menor contacto con los científicos que

marchaban a la guerra o a hacer investigaciones relacionadas con ésta, tuvieron que

volverse más autónomos. En cierto sentido, estas condiciones favorecieron a Franklin,

pues le permitieron adquirir gran independencia y disfrutar enormemente del trabajo

que más le gustaba. Desarrolló entonces la costumbre de trabajar por propia iniciativa,

costumbre que ya nunca perdió.

En el transcurso de su carrera pasó por ciertas dificultades con su tutor, el

catedrático R. Norrish (que en 1967 recibió el premio Nobel de Química), con quien no

se llevaba demasiado bien. Él la consideraba muy inteligente, intelectualmente brillante

y deseosa de abrirse camino como investigadora, pero a la vez la describía como

“testaruda y difícil”.

Aaron Klug ha manifestado: “No era tímida ni modesta, pero tampoco era

jactanciosa. Expresaba sus opiniones con firmeza. Creo que la gente no estaba

acostumbrada a hacer frente a una actitud de este tipo en una mujer”.

En lo que respecta a la ideología de Franklin, puede subrayarse que era

básicamente progresista, de izquierdas en un sentido ideológico general. Pero el

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feminismo como concepto general la irritaba por considerarlo impreciso, y la idea de

luchar para mejorar la situación de la mujer nunca fue un objetivo primordial para ella.

En su caso particular, insistía en ser reconocida no sólo como igual frente a un

científico varón, sino como totalmente indistinguible de ellos. No batallaba abiertamente

en un sentido amplio, sino que se limitaba a intentar que pusieran el énfasis en el

término científico en vez del género. No declaraba la guerra en nombre de los derechos

de la mujer, sino en nombre de la ciencia, con el fin de que los que la sirven sean

juzgados sólo y exclusivamente por su valía. Daba la igualdad por supuesta y no pedía

que por ser mujer se le concedieran favores o privilegios o que se la juzgase con

patrones especiales o menos exigentes. Franklin mantenía una postura firme y

definida, que tenía poco que ver con el feminismo doctrinario o político por esa sencilla

razón de que ella no era esencialmente feminista. Su postura era exclusivamente

profesional.

III. NACIMIENTO DE UNA INVESTIGADORA: LOS PRIMEROS TRABAJOS

1.- Los estudios sobre el carbón

La carrera de Rosalind Franklin tuvo una gran coherencia. Su pasión exclusiva

era la investigación, siendo muy relativo el interés por otros campos de trabajo, caso de

la enseñanza. Se puede observar en ella una progresión lógica, sensata e interesante,

que demuestra de una manera sencilla que en investigación básica las subdivisiones

de la ciencia desaparecen. Desde este punto de vista, no resulta sorprendente que

empezase trabajando en el carbón y terminase con virus, aunque su reputación inicial

se fraguó en sus investigaciones sobre el primero.

Cuando se graduó en Cambridge sólo tenía 22 años y empezó a trabajar como

investigadora en una compañía de carbón, la Asociación Británica para la Investigación

sobre la Utilización del Carbón, que en esos años era casi el lugar ideal para que una

joven físico-química diera sus primeros pasos. El estudio del carbón era fundamental, y

aún más en esos momentos, debido sobretodo a que el combustible estaba

relacionado con la guerra.

Franklin trabajó mucho y con entusiasmo. Entre 1942 y 1946 su nombre

apareció en cinco artículos científicos, en tres de los cuales era la única autora. Cada

uno de estos artículos representaba un enorme volumen de trabajo experimental muy

elaborado. Durante ese período escribió además su tesis doctoral que presentó en

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Cambridge en 1945, pero el nombre que por sí misma se estaba creando era mucho

más significativo que ninguna titulación académica.

Según los expertos, sus resultados fueron fundamentales. Una buena parte de

su trabajo era sobre la microestructura del carbón que hasta entonces no se había

determinado ni medido. La importancia de sus logros era indiscutible, sus primeros

artículos siguieron siendo una referencia básica para conocer la estructura de los

carbones durante más de 20 años. No incluiremos los detalles de su especialidad, ya

que son muy técnicos, pero sí hay que destacar que Franklin trabajando como físico-

química empezó a brillar como “exploradora” en un mundo en el que básicamente

permanecería hasta el fin de sus días.

En esos años, cuando tenía entre 22 y 26 de edad, Franklin logró su doctorado

y una lista de publicaciones que acreditaban que podía trabajar con éxito siempre que

se le concediese cierto grado de independencia. Resulta pues, evidente, que su

potencial como científica se manifestó enseguida, a una edad en que la mayoría de los

científicos están terminando sus estudios de Postgrado, ella había demostrado su

capacidad con una cantidad de publicaciones de considerable relevancia.

2. Estancia en París

En febrero de 1947, Rosalind Franklin, deseosa de ampliar su formación, aceptó

un contrato como investigadora en París que le había sido ofrecido por el Laboratorio

Central de Servicios Químicos del Estado. Llegó a la capital francesa para trabajar con

el famoso cristalógrafo Jaques Méring, junto a quién aprendió una metodología

totalmente nueva para ella: la difracción de rayos X.

La difracción de rayos X, cristalografía de rayos X o cristalografía química, que

son tres nombres indistintos de la técnica, era en aquellos años una metodología muy

poco conocida. Había comenzado hacia 1912, sobretodo como complemento de la

metalurgia y la mineralogía, treinta años antes de cuando Franklin empezó a dominarla.

Un investigador de Munich llamado Knipping, había demostrado que cuando un haz de

rayos X pasa a través de un cristal el haz se dispersa de tal modo que se puede

registrar en una película un modelo determinado, aunque para un no cristalógrafo este

registro sólo tiene la apariencia de un conjunto de manchas. El modelo obtenido varía

de una sustancia a otra, pero siempre es el mismo para sustancias idénticas. O sea,

que todos los cristales de una misma sustancia mostrarán un patrón de difracción

análogo. No mucho después, en 1915, el inglés W. Bragg mejoró la técnica. La

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cristalografía comenzó a ser considerada como un nuevo campo de la ciencia con un

notable potencial. El uso de un proceso matemático, conocido como la transformada de

Fourier, permitió la realización de representaciones en tres dimensiones en las que

están localizadas las posiciones de cada uno de los átomos que forman la sustancia en

cuestión.

La cristalografía de rayos X amplió sus límites cuando empezó a usarse para

analizar la estructura de los compuestos orgánicos. Su gran desarrollo se vería

impulsado en gran medida porque hacia los años 30 los biólogos empezaron a

sospechar que la arquitectura de las moléculas tenía mucho que ver con su

comportamiento y funciones. Las técnicas de difracción de rayos X se adivinaron

entonces como uno de los enfoques más prometedores para explicar la estructura

molecular de las sustancias biológicas. Efectivamente, desde la perspectiva actual ese

supuesto era correcto y demostró ser muy útil.

Maticemos que inicialmente los métodos de difracción de rayos X presentaron

dificultades importantes al intentar aplicarlos a las grandes moléculas biológicas, pues

éstas producen diagramas de una complejidad desconcertante. Esto llevó a que

durante mucho tiempo estuvieran fuera de los límites de un posible análisis

matemático. Pero al final de los años 40, los notables avances en las técnicas

cristalográficas potenciaron su uso para tratar de desentrañar la estructura de las

macromoléculas biológicas.

Volviendo al trabajo de Franklin en París, hay que señalar que la investigación

de Méring se centraba en el estudio de sustancias amorfas, o sea, las carentes de

estructura cristalina clara, tales como el grafito. Esta labor exigía no sólo el dominio de

técnicas extraordinariamente difíciles para llevar a cabo los experimentos, sino una

mente teórica sólida capaz de interpretar los resultados. Rosalind Franklin consiguió

dominar el nuevo método, donde adquirió una gran destreza, ya que fue capaz de

obtener resultados excelentes.

De la asociación de Franklin con el laboratorio de París surgieron una serie de

artículos brillantes. Ella logró interpretar los diagramas de difracción de rayos X

correspondientes a los carbones duros y a los grafitos. Al mismo tiempo, mejoró

notablemente los métodos de difracción de rayos X para determinar las estructuras de

sustancias más grandes y complejas, desarrollando a la vez los análisis matemáticos

adecuados.

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Rosalind Franklin 11

El prestigioso científico pionero en la cristalografía de rayos X, J. D. Bernal,

escribió con posterioridad: “Rosalind Franklin descubrió, en una serie de bellísimos

experimentos, la diferencia fundamental entre los carbones que al calentarse se

convierten en grafito y los que no. Más adelante relacionó esta diferencia con la

constitución química de las moléculas a partir de las cuales se forma el carbón (...). Se

convirtió en una autoridad en al materia”. Son también ilustrativas las breves palabras

de Peter Hirsch, catedrático de Oxford, sobre los trabajos en carbones de nuestra

investigadora: “Rosalind Franklin puso orden en un campo en el que hasta entonces

sólo predominaba el caos”.2

Por otra parte, hay que subrayar que, desde el punto de vista personal, los años

que Franklin vivió en París estuvieron, según su biógrafa y otros autores, entre los

mejores de su vida. Allí, en la atmósfera relajada y estimulante de la posguerra

francesa, encontró un ambiente muy favorable. La joven estableció excelentes

relaciones, se adaptó muy bien a sus colegas, y las nuevas amistades que entabló

fueron numerosas y duraderas.

A comienzos de la década de 1950 Rosalind Franklin aún no había tenido

contacto alguno con la Biología, pero a pesar de ello, empezaba a sentirse sumamente

atraída por la aplicación de la cristalografía al estudio de las macromoléculas de los

seres vivos. Según sus propias palabras, escritas en 1950: “Desde luego, soy bastante

ignorante en lo que a cuestiones biológicas se refiere, pero imagino que este es un

camino nuevo para la mayoría de los radiólogos. Estoy muy interesada en aplicar los

rayos X a la Biología”.

Su buena experiencia en Francia no evitó que Rosalind Franklin pensara en

regresar a Inglaterra, al parecer por razones familiares. Con tal fin solicitó una beca

para incorporarse al King’s College de la Universidad de Londres. En este centro el

director era en esos momentos John Randall, un joven físico que estaba formando un

grupo interdisciplinar de científicos compuesto por físicos, químicos y biólogos. Para

completar el equipo ofrecería a Franklin un proyecto de investigación cuyo objetivo

sería analizar, mediante técnicas cristalográficas la molécula más interesante del

momento: el ADN. Ante esta propuesta, la joven decidió, aunque no sin pesar, dejar

2 De hecho, Rosalind Franklin clasificó los carbones, como hemos apuntado, en dos categorías principales: los que al calentarse se convierten en grafito y los que no lo hacen. Los primeros son blandos, compactos y de alta densidad, un ejemplo de ellos es el carbón de cocina. El otro grupo de carbones son aquellos muy duros y que tienen una estructura de poros grandes. Los carbones duros (no

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Rosalind Franklin 12

París y volver a Inglaterra. Entendió que se le ofrecía una oportunidad para trabajar

como investigadora independiente en un tema que le resultaba apasionante y que

estaba adquiriendo una destacada importancia científica.

No obstante, en este momento de su biografía –el traslado desde la capital

francesa a la inglesa– hubo algún malentendido, pues, al parecer, la posición que

Franklin ocuparía en el King’s College, así como el verdadero trabajo que llevaría a

cabo, no quedaron del todo claros cuando la científica aceptó la investigación que

Randall le brindaba. Posteriormente, esta imprecisión cobró mucha importancia, ya que

generó desagradables roces con otro colega.

Según algunos estudiosos del tema, y entre ellos Sayre, si Franklin hubiese

entendido que en Londres no trabajaría independientemente sino en el proyecto de otro

investigador, probablemente no hubiese aceptado abandonar París. Ella sabía que la

mayor parte de su trabajo, y lo mejor de él, lo había realizado sola, ni en colaboración

ni bajo la dirección de nadie. No sólo se encontraba mejor trabajando con autonomía,

sino que era mucho más productiva. Tenía consciencia de no ser una persona

demasiado flexible y se sabía demasiado impaciente como para ser una buena

subordinada.

Debe puntualizarse que antes de su regreso a Inglaterra, Franklin ya había

publicado 11 artículos –10 como única autora– sobre aquellos carbones enmarcados

dentro de las sustancias que producen diagramas de difracción borrosos e

indeterminados. Algunos de estos artículos eran de poca importancia, pero otros, como

ya hemos citado, tuvieron una gran trascendencia y reflejaban el resultado del trabajo

científico de una mente muy creativa.

Puesto que el objeto de investigación que va a ocupar ahora a Rosalind Franklin

es el ADN, veamos brevemente, antes de entrar en sus aportaciones, cual había sido la

historia de la molécula hasta esas fechas.

IV. BREVE HISTORIA DEL ADN HASTA 1951

La historia del ácido desoxirribonucleico o ADN tuvo sus comienzos a finales de

la década de 1860, casualmente durante la misma época en que Mendel publicó las

leyes por las que se transmiten los caracteres biológicos de padres a hijos (1866),

grafitados) han tenido una gran importancia industrial. Sus productos se conocen como carbones cristalinos o vidriosos.

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Rosalind Franklin 13

basándose en los resultados de sus experimentos con guisantes. El ADN se descubrió

gracias a los esfuerzos dirigidos a revelar cuál era la base física, es decir, la sustancia

por la que tales caracteres hereditarios se conservan y transmiten de generación en

generación.

El autor del hallazgo fue Friedrich Miescher, un médico nacido Basilea en 1844,

dedicado a la investigación sobre la química de las células en un laboratorio de la

Universidad de Tübingen. Su objetivo era identificar las proteínas contenidas en el

núcleo de glóbulos blancos humanos. Partía del principio, enunciado por Ernst Haeckel

en 1866, de que quizás el núcleo celular contuviera todos los “factores” necesarios para

la transmisión de la información hereditaria. En 1869, Miescher advirtió que las células

con las que trabajaba contenían una sustancia sin parecido alguno con ninguna de las

proteínas conocidas. Dada la asociación que tenía esa sustancia con el núcleo celular,

decidió llamarla “nucleína”. Posteriormente, también halló esta sustancia en los núcleos

de otras células. Su descubrimiento apareció publicado en 1871. Miescher había

encontrado algo totalmente nuevo, pero al parecer no tuvo clara consciencia de la

importancia de su logro.

El descubrimiento de cierta sustancia química asociada al núcleo de las células

animó a otros autores hacia la búsqueda de algún colorante específico que la tiñera de

forma selectiva, lo que facilitaría su observación al microscopio. Esto proporcionó, al

menos en parte, el ímpetu que llevaría a la identificación de los cromosomas como

cuerpos celulares que se tiñen. Durante la década de 1870 aparecieron las primeras

descripciones de los cromosomas y, en la de 1880, se observó y describió la mitosis.

En esa misma época se observó por primera vez en detalle y al microscopio el proceso

de la fecundación. En 1881, Edward Zacharias demostró que al menos en cierta

proporción, los cromosomas contenían la nucleína de Miescher. Ya en 1884, el zoólogo

O. Hertwig, antiguo alumno de Haeckel, escribía; “la nucleína no sólo es la sustancia

responsable de la fecundación, sino también de la transmisión de las características

hereditarias”. Esta definición coincide con la moderna interpretación del ADN,

habiéndose revalidado sólo 14 años después de la publicación del artículo de Miescher.

Sin embargo, durante las décadas siguientes la nucleína se relegó a un papel

secundario, considerándose meramente como el armazón que afianzaba a las

moléculas de proteína, mucho más importantes en la conformación de los

cromosomas. Todos los historiadores de la Biología están de acuerdo en afirmar que el

escaso interés inicial por dicha sustancia, desde el punto de vista hereditario, era

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Rosalind Franklin 14

debido a que en aquella época eran las proteínas las más firmes candidatas a ser la

“sustancia de la herencia”, por tratarse de moléculas complejas y ampliamente

variadas.

A comienzos del siglo XX fueron los químicos quienes se dedicaron a estudiar la

nucleína. Un alumno de Miescher, Richard Altmann, en 1899, cambió el nombre de

nucleína a ácido nucleico basándose en los diversos grupos de naturaleza ácida que

presentaba la macromolécula3. La moderna interpretación de su estructura se

estableció a principios de este siglo gracias a los trabajos de Phoebus A. Levene, un

destacado químico judío ruso emigrado a Estados Unidos, y sus colegas de laboratorio.

Estos químicos identificaron los componentes fundamentales del material nuclear.

Comprobaron que estaba constituido por azúcares, en concreto pentosas, unidas entre

sí por grupos fosfato. Descubrieron que existían dos formas de ácidos nucleicos: el

ADN, cuyo azúcar era la desoxirribosa, y el ARN, en el que el azúcar era la ribosa.

También se detectó un tercer componente en los ácidos nucleicos: las bases

nitrogenadas. En el ADN, Guanina (G) y Adenina (A), que son bases púricas, y Citosina

(C) y Timina (T), que son bases pirimídicas. En el ARN, las tres primeras más Uracilo,

en vez de Timina.

En las décadas de 1920 y 1930, los bioquímicos sabían ya que el ácido nucleico

de los cromosomas era el ADN, pero conocían también que en éstos había proteínas, a

las que consideraban, como se ha mencionado más arriba, el material genético. Se

admitía que el papel del ADN sería meramente el de mantener unidas las proteínas. En

línea con esta idea, Levene interpretó que en los dos ácidos nucleicos, las cuatro bases

se hallaban en proporciones exactamente iguales, por lo que el ADN se consideraba

como una molécula formada por la repetición de sólo cuatro subunidades. La unidad,

constituida por un azúcar, un grupo fosfato y una base nitrogenada, se conoce por

nucleótido. La estructura del ADN propuesta por Levene se denominó hipótesis del

tetranucleótido, cuyo punto esencial era su simplicidad y repetición.

La hipótesis de Levene adquirió rápidamente la consideración de dogma. El ADN

era pues una molécula monótona, compuesta por un modelo repetitivo, y se aceptaba

de forma prácticamente unánime que su función consistía en mantener a las proteínas,

portadoras de la información genética, sujetas a los cromosomas.

3 Por sus extraordinarios logros bioquímicos, Richard Altmann recibió el premio Nobel en 1912.

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Rosalind Franklin 15

A pesar de que hasta los años cuarenta la hipótesis del tetranucleótido se

mantuvo casi incontestada, hacia 1928 empezó a desvelarse el papel fundamental que

correspondía al ADN, gracias a los trabajos del médico inglés Frederick Griffith. Este

científico, realizando investigaciones sobre la neumonía humana, descubrió la

existencia de dos cepas bacterianas distintas. Una de ellas, la cepa S, era altamente

virulenta por poseer una cápsula azucarada que envuelve y protege a la bacteria. La

otra, la cepa R, no era virulenta por que carecía de dicha cápsula. Mediante una serie

de conocidos experimentos, Griffith descubrió un importante fenómeno: la

transformación bacteriana, basado en que las bacterias de la cepa R, bajo

determinadas condiciones, pueden adquirir la capacidad de sintetizar la cápsula

azucarada protectora y, por tanto, volverse virulentas. Griffith dedujo entonces la

existencia de un principio transformador capaz de transferir información a las células.

Muchos años más tarde, en 1944, los científicos Avery, Mac Leod y McCarty,

demostraron que el principio transformador supuesto por Griffith era el ácido

desoxirribonucleico o ADN. La explicación del principio de la transformación en

términos genéticos seguía la secuencia que a continuación se expone de modo

resumido. El ADN de las células bacterianas de tipo S lleva la información que

determina la capacidad de producir la cápsula azucarada, mientras que el ADN de las

células tipo R tiene modificada dicha información y no puede formar cápsula. Pero si

bajo ciertas condiciones, estas bacterias adquieren un fragmento de ADN con la

mencionada información intacta, serán capaces de sintetizar la cápsula y volverse, por

tanto, virulentas.

Aunque la evidencia experimental del trabajo de Avery y colaboradores era

terminante, la comunidad científica de la época, sin embargo, fue reacia a aceptar al

ADN como candidato a ser el material hereditario. De ahí que siguiese apostando a

favor de las proteínas como mejor cualificadas para ser la sustancia hereditaria. Tanto

es así que hubieron de pasar ocho años más, hasta que en 1952 Alfred Hershey y

Martha Chase4, utilizando virus bacterianos (o sea, fagos) marcados radiactivamente,

volvieron a demostrar de forma inequívoca que la información genética está contenida

en el ADN y no en las proteínas. Este célebre trabajo, conocido como “el experimento

de la batidora”, tuvo una gran trascendencia, pues implicó que definitivamente la

4 Martha Chase era por esos años una joven científica que había nacido en 1927.

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Rosalind Franklin 16

comunidad científica aceptase sin reservas al ADN como material hereditario5,

reconociendo también las conclusiones que ocho años antes habían obtenido Avery y

colaboradores en la identificación del ADN como principio transformante.

De lo expuesto se desprende que a comienzos de la década de los años 50,

cuando Rosalind Franklin llegó al King´s College para trabajar con el ADN, ya se

sabían muchas cosas sobre esta importante molécula. Así, era conocido que,

químicamente, se trata de un polinucleótido constituido por los cuatro nucleótidos

mencionados, diferenciados únicamente por sus bases nitrogenadas, que se enlazan

linealmente de forma regular. Aunque todavía no había podido demostrarse que estos

enlaces fuesen idénticos entre sí, todo llevaba a suponerlo, pues las bases

nitrogenadas no participan en dicho enlace sino los azúcares y fosfatos.

Por esas fechas se disponía también de algunas fotografías de difracción de

rayos X. Las primeras imágenes las había obtenido en 1938 un investigador llamado

William Astbury. Sus intentos sólo habían conseguido poner de manifiesto que era muy

difícil fotografiar la molécula mediante ese método. Se obtenían muy pocos datos de

difracción, posiblemente no los suficientes como para conseguir una interpretación

significativa. Lo que sí permitían era observar el diámetro de la molécula, el cual era

más grueso de lo que sería si sólo estuviese presente una única cadena

polinucleotídica. Ello llevaba a suponer que podría estar formada por varias cadenas

polinucleotídicas arrolladas unas en torno a otras. Algunos expertos de la época

consideraban factible que constase de tres hebras. Si esto era cierto, era necesario

deducir qué tipos de enlaces las mantenían unidas (enlaces de hidrógeno o enlaces

iónicos), y también cómo se conservaba la forma de la molécula.

Con todo, lo más importante a comienzos de esta década de los años cincuenta

para la mayoría de los biólogos, sería que estaban asumiendo el papel exclusivo de la

molécula de ADN como material capaz de almacenar la información genética y

transmitirla de una generación a la siguiente. En esos años terminaría por descartase al

fin, la hipótesis del tetranucleótido, es decir, la que consideraba a las proteínas como

portadoras de la información genética.

Al abandono de esta falsa hipótesis también contribuyeron en gran medida los

trabajos de un conocido bioquímico, Erwin Chargaff. Este científico, usando técnicas de

5 Conviene recordar que no en todos los organismos es el ADN el material hereditario, pues existen algunos virus que tienen la información genética en forma de ARN.

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Rosalind Franklin 17

cromatografía en papel que permitían medir con precisión los componentes del ADN,

demostró que las cuatro bases (A,G,C y T) se encontraban en distintas proporciones

según la procedencia de la muestra. Esto equivalía a evidenciar que la molécula no era

monótona ni uniforme como tradicionalmente se creía. Su composición púrica y

pirimídica difería en función de la especie considerada. Además, la cantidad de adenina

era igual a la de timina (A=T), y la de guanina a la citosina (G=C). De este modo, el

descubrimiento de las llamadas leyes de Chargaff, publicadas por primera vez en 1949,

mitigó un poco la desconfianza ante el ADN como molécula de la herencia, que

continuó disminuyendo cuando más tarde se comprobó lo enormemente largas que

pueden ser las cadenas de ADN. Se demostró entonces que los cuatro nucleótidos son

capaces de ordenarse de manera prácticamente infinita, lo cual constituye en sí mismo

una propiedad que permite codificar información; una hebra con un número n de cuatro

nucleótidos distintos podrá tener 4n secuencias diferentes. A estos descubrimientos se

sumaron los mencionados resultados de Avery y col., y los de Hershey y Chase,

consolidándose así una nueva visión de los científicos, según la cual las largas

cadenas de ADN podían almacenar la información genética codificada en la secuencia

u orden de sus nucleótidos.

Las palabras de Gunther Stent, un conocido genetista, resumen la situación:

“Fue entonces cuando se abrió el camino que permitió formular una teoría sobre cómo

actúa el ADN de portador de la información genética(...) Hoy en día resulta difícil

establecer quién fue el responsable original (...) La teoría apareció de repente hacia

1951 y para 1952 la mayoría de los genetistas la habían aceptado como dogma (...) La

clave de esa teoría es que el ADN contiene la información genética, y que ésta sólo

puede ser transportada a través de la secuencia específica de las cuatro bases a lo

largo de la cadena polinucleotídica”.

Faltaba entonces elucidar la arquitectura de la famosa molécula. Para ello la

cristalografía de rayos X era una herramienta muy prometedora. Recordemos que la

molécula de la herencia no sólo tenía que ser capaz de almacenar información

genética, sino que también debía transmitirla. El problema ofrecía un enorme

atractivo. La antigua pregunta acerca de cuáles son los mecanismos de la herencia

podía estar a punto de contestarse y la respuesta podría estar basada en el

descubrimiento de la estructura del ADN. No obstante, también era cierto que descifrar

dicha estructura constituía una investigación muy arriesgada, ya que podía resultar

imposible resolverla mediante difracción de rayos X.

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Rosalind Franklin 18

En definitiva, en el intento de desvelar el aspecto de la molécula, Rosalind

Franklin iba a enfrentarse al problema desde el punto de vista cristalográfico. Pero

sucedía que el ADN es una sustancia amorfa y por tanto difícil de manejar, casi

recalcitrante. Por eso, aunque aparecía como el tema de investigación más fascinante

y atractivo del momento, también presentaba importantes riesgos.

V. EN EL KING’S COLLEGE DE LONDRES

1. Rosalind Franklin y Maurice Wilkins

Rosalind Franklin llegó a Londres en enero de 1951 avalada por un magnífico

curriculum. El director, Jophn Randall, conocedor de sus extraordinarios antecedentes,

sabía que estaba perfectamente preparada para enfrentarse con el problema del ADN.

Ahora bien, en esos momentos el King’s ya poseía un extenso programa de

investigación en curso en relación con el ADN, principalmente a cargo de Maurice

Wilkins, quien ya había obtenido algunas fotografías. Pero, los resultados de este

investigador no mostraban la nitidez deseada, y por ello se contrató a una especialista

en las nuevas técnicas cristalográficas.

Wilkins era un físico que había realizado, al igual que otros de su generación, un

recorrido científico desde la Física a la Biología. Nacido en 1916 en Nueva Zelanda,

creció en Inglaterra desde los 8 años. Se licenció en Cambridge en 1938 y se doctoró

en 1940. Durante la guerra trabajó primero sobre radares y después participó en el

proyecto Manhattan. En 1950 era el director adjunto de la Unidad de Investigación

Biofísica que el Consejo de Investigaciones Médicas había montado en el King’s

College de Londres, donde llevaba ya cinco años trabajando cuando llegó Franklin.

Doce años después de los trabajos de Astbury –recordemos que fue quien

obtuvo las primeras imágenes del ADN– Wilkins había abordado otra vez el estudio del

ADN mediante difracción de rayos X. Para su proyecto había recibido del laboratorio de

Rudolph Signer, en Bélgica, ADN muy puro en forma de gel procedente de timo de

becerro. Él mismo ha relatado que cuando empezó a trabajar removió la sustancia con

una varilla de vidrio y al retirarla observó que “la acompañaba una delgadísima hebra

de ADN, casi invisible, parecida a una telaraña”. La perfección de estas fibras venía a

sugerir que sus moléculas se disponían de forma muy ordenada, y Wilkins, junto al

alumno de doctorado Raymond Gosling, adaptaron inmediatamente su equipo de

difracción de rayos X, mediante el ensamblado, a partir de piezas de aparatos de

radiografía que sobraron de la guerra, a la toma de imágenes de los patrones

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Rosalind Franklin 19

generados por esas fibras. Obtuvieron fotografías de una calidad muy superior a las de

Astbury. Una razones de este logro fue que mantuvieron húmedas las fibras, mientras

Astbury había trabajado con una película seca de ADN.

Cuando Rosalind Franklin llegó al King´s y se produjo el primer encuentro con

Maurice Wilkins, ambos experimentaron desde el primer momento una mutua antipatía.

Desafortunadamente para los dos, nunca fueron capaces de colaborar entre sí.

Aunque aparentemente este dato no parezca de mucha relevancia, hay historiadores

que destacan que muy probablemente la historia de la Biología Molecular hubiera sido

distinta si entre Franklin y Wilkins no hubiese existido esa manifiesta hostilidad.

Este choque entre dos fuertes personalidades ha intentado explicarse desde

diferentes puntos de vista. La razón más frecuentemente esgrimida hace referencia a

que la posición de cada uno dentro del laboratorio no estaba clara. Franklin creía

firmemente que se la había contratado para trabajar independientemente con la misma

categoría que Wilkins. Sin embargo, éste la consideraba como su subordinada, una

especie de ayudante, situación que ella jamás admitió. Algunos colegas que los

conocieron subrayan que, en realidad, tanto Wilkins como Franklin eran dos personas

muy poco flexibles. Además, el director del laboratorio, John Randall, no parecía estar

al tanto de la situación y por lo ello nunca intentó resolverla.

Ciertos autores, como por ejemplo McGrayne, han señalado que la profunda

antipatía existente entre Wilkins y Franklin sólo surgió después de un tiempo de

convivencia en el King’s. En cualquier caso, el prestigioso historiador Horace Judson,

autor del elogiado libro El octavo día de la creación (1980), la ha calificado como una

“una de las disputas personales más grandes de la historia de la ciencia”.

Anne Sayre opina que una razón para estas desavenencias también podría estar

en el hecho de que Franklin era una mujer y que por ello Wilkins se sentía incapaz de

aceptarla como a una colega y discutir abiertamente con ella. Es cierto que en aquellos

momentos el King’s College no dispensaba acogidas demasiado calurosas a las

mujeres, aunque Franklin no era la única que allí trabajaba. Esta institución cultivaba

tradiciones como no permitir que las mujeres pudiesen comer en el comedor amplio y

confortable, donde lo hacía el personal masculino; ellas debían hacerlo junto a los

estudiantes. Franklin se molestaba ante este trato donde prevalecía más el hecho de

ser mujer que el de científica. Cabe matizar que la opinión de Sayre ha sido

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Rosalind Franklin 20

considerada por algunos autores como demasiado radical. Resulta pues conveniente

citar otras consideraciones.

Para Francis Crick, otro de los descubridores de la estructura del ADN, que

publicó en 1988 su libro Qué loco propósito relatando su propia visión de los

acontecimientos, ha escrito: “Se ha hablado de las desventajas que tuvo sufrir Rosalind

por ser científica y mujer a la vez. Indudablemente había restricciones muy irritantes,

pero sólo eran trivialidades, o al menos así me lo parecían entonces. En lo que yo pude

apreciar, sus colegas trataban por igual a los científicos hombres y mujeres. Había

otras mujeres en el grupo de Randall”.

También con referencia a la situación personal de Franklin en el King’s, Judson

escribió en El octavo día de la creación: “Aunque es cierto que las mujeres eran a

menudo discriminadas en el mundo científico inglés de la época, es también cierto que

el laboratorio de Randall en el King’s College ofrecía mejores oportunidades a las

mujeres científicas que muchos otros lugares (...) A pesar de que los números

fluctuaban, de los treinta y tantos científicos de plantilla en su laboratorio, al final del

segundo año de la estancia de Franklin, ocho o nueve eran mujeres y cuatro eran de

una categoría superior a la suya”.

Nuevamente en opinión de Crick: “Algunas veces las feministas han intentado

convertir a Rosalind en una mártir de su causa, pero no creo que los hechos apoyen

esa interpretación. Aaron Klug, que la conocía bien, una vez me comentó, haciendo

referencia al libro de una feminista: "Rosalind lo hubiera detestado". No creo que le

hubiera gustado verse como una pionera; pienso que tan sólo pretendía que la trataran

como a una científica seria”.

En definitiva, aunque en el King’s había en 1951 muchos proyectos de

investigación, el del ADN era el más atractivo y todo indica que la cuestión de quién era

el responsable y dónde se iba a realizar el trabajo estaba poco definida. Es pues

posible que hubiese un malentendido desde el principio, y como nunca se puso en

claro, unas relaciones que de por sí eran difíciles continuaron empeorando con el

tiempo.

2.- Francis Crick y James Watson

Es de obligado interés abrir un paréntesis para hacer una breve referencia a los

célebres Francis Crick y James Watson, que en 1950 trabajaban en el laboratorio

Cavendish de Cambridge.

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Rosalind Franklin 21

Francis Crick era un joven científico británico, nacido en 1916, físico de

formación que, al igual que Wilkins, se había pasado a la Biología y estaba haciendo su

tesis doctoral sobre difracción de rayos X en proteínas, con el título de: “Polipétidos y

proteínas. Estudios radiológicos” . Era de esos jóvenes a los que la guerra había

interrumpido su formación y de ahí que aún no se hubiese doctorado. Crick era, y

siempre ha sido, un hombre singular, tremendamente creativo y con una vitalidad sin

límites. Si hubiese una definición fidedigna de la genialidad, muchos opinan que él

sería el ejemplo perfecto.

James Watson, por su parte, era en esa época un genetista muy joven, ya que

no tenía más de 24 años y acababa de llegar a Inglaterra desde Estados Unidos, vía

Copenhague. Venía dispuesto a quedarse en Cambridge y a trabajar con Francis Crick

en el problema del ADN, aunque en realidad contaba con una beca para investigar

sobre virus. El que tuviese a la macromolécula tan claramente en su punto de mira

demuestra una gran perspicacia. Es importante destacar su mérito al intuir que era

absolutamente esencial dilucidar la estructura del ADN en un momento en el que pocos

estaban tan seguros como él.

Llama hoy la atención que la tremenda trascendencia que tuvo el descubrimiento

de la estructura del ADN en la historia de la Biología, contase con las sombras de su

aceptación en esos primeros años de la década de los cincuenta, pues realmente eran

pocos los que se interesaban en serio por ella. El propio Crick escribió en 1973: “En

realidad no recuerdo que supiera mucho sobre el ADN antes de conocer a Watson (...).

Está claro que me interesaba el tema, pero creo, en términos de ahora, que no estaba

tan convencido de la abrumadora importancia del ADN como para sugerir la dedicación

de mi trabajo al mismo, en lugar de a las proteínas, porque también consideraba

importantes a éstas y tenía un trabajo en marcha”.

Tampoco puede suponerse que Wilkins, cuando en junio de 1950 obtuvo

algunas imágenes de rayos X , estuviera convencido de que el ADN era la sustancia

genética. Eso parece deducirse a tenor de lo que en agosto de ese mismo año escribió:

“Lo que más nos gustaría, por supuesto, es descubrir para qué sirve el ácido nucleico

en las células”

Watson, por el contrario, sí estaba totalmente convencido de la importancia del

ADN, quizás debido a que de todos los implicados era el único biólogo. De hecho, tuvo

la capacidad no sólo de convencer a Crick muy pronto de la importancia del problema,

sino también de entusiasmarlo en la búsqueda de la solución.

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Rosalind Franklin 22

Además, Watson y Crick simpatizaron desde el primer momento, y entre ambos

surgió una alianza que, sin duda, fue sólida y muy productiva. Tenían cualidades

complementarias y una notable afinidad de caracteres. Exactamente, lo contrario de lo

que ocurría con Franklin y Wilkins.

Las palabras del propio Crick ilustran lo expuesto: “Jim y yo habíamos

desarrollado métodos de colaboración tácitos pero provechosos, algo que no existía en

el grupo de Londres. Si alguno de los dos sugería una idea, el otro, tomándola en serio,

intentaría rebatirla abiertamente pero sin hostilidad. Esto resultó fundamental (...) Es

sumamente importante no quedar atrapado por las propias ideas equivocadas. La

ventaja intelectual de la colaboración es que ayuda a que uno se dé cuenta de las

suposiciones que son falsas”.

El contraste era manifiesto acerca de la capacidad de aprovechar cada uno las

ideas del otro. La situación de Wilkins y Franklin, que trabajaban en el mismo edificio,

llegaba apenas al mínimo intercambio de palabras.

3.- Un pacto implícito

La intrahistoria de la resolución de la estructura de la famosa molécula se ha

visto enturbiada por diversas razones. Una muy destacada se basa en el problema de a

quién, o quiénes, correspondía el estudio del ADN: al King’s College de Londres o al

Cavendish de Cambridge.

En aquella época había una especie de acuerdo administrativo que adjudicaba

esa investigación al laboratorio de Randall en el King’s College, aunque hubiese otros

laboratorios interesados, como el citado Cavendish. Concretamente, en 1951 Gran

Bretaña no disponía de grandes cantidades de dinero para financiar proyectos, y por

ello entre la administración del laboratorio del King’s y la de Cambridge existía un pacto

informal que adjudicaba el ADN al primero. Esta cesión se había considerado una

especie de “pacto de caballeros”. Si bien es cierto que la rivalidad científica siempre ha

existido, e igualmente es cierto que ésta muchas veces es útil y estimulante, hay

situaciones en las que darle un enfoque propio del libre mercado resulta muy costoso

porque puede originar gran cantidad de esfuerzos duplicados. Este sería el caso, pues

la realidad de entonces aconsejaba evitar ese tipo de competición. Esta situación no es

desconocida entre los científicos, ya que en diversas ocasiones se han tomado

decisiones en este sentido, ya sea mediante un compromiso sobreentendido o un

acuerdo no escrito. Lo que actualmente entenderíamos como un cálculo de la sinergia

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en los programas de I + D, distaba mucho de ofrecerlo las condiciones de aquella

época.

Propiamente, en el ejemplo concreto que nos ocupa existía un acuerdo no formal

que admitía que el trabajo con el ADN era básicamente propiedad del King’s. Además,

el director de Cambridge, Sir Lawrence Bragg, era consecuente con esta idea y no

alentaba de ninguna manera la investigación sobre la molécula en su laboratorio. De

hecho Sir L. Bragg, cuyas relaciones con Crick no eran del todo buenas, había

prohibido explícitamente a este último, al menos en dos ocasiones, que trabajara con el

ADN. Con frecuencia lo estimulaba para que continuase con su trabajo “oficial” sobre

proteínas y a Watson con sus estudios sobre el virus del mosaico del tabaco.

En relación a esto, vienen a propósito las siguientes palabras de Crick: “Una de

las extrañas circunstancias de toda esta historia es que ni Jim ni yo estábamos

oficialmente trabajando con el ADN (...) Ambos estábamos convencidos de que el ADN

era esencial, aunque no creo que nos diéramos cuenta de lo importante que llegaría a

ser. Inicialmente yo opinaba que descifrar los patrones de rayos X de las fibras de

ADN era un trabajo para Maurice y Rosalind, y sus colegas del King’s College de

Londres, pero a medida que el tiempo pasaba Jim y yo nos fuimos impacientando con

sus lentos progresos y sus métodos pedestres. La frialdad entre Rosalind y Maurice

tampoco mejoraba las cosas”.

Watson, por su parte, insiste en La doble hélice que la deplorable situación

existente en el King’s a causa de las diferencias entre Franklin y Wilkins estaba, en

última instancia, perjudicando el progreso científico. Para él, dicho progreso era algo

demasiado importante como para ponerle trabas y por ello consideraba perfectamente

legal que otros tuvieran derecho a trabajar en lo que él, acertadamente, consideraba el

tema del momento. Es asimismo necesario recalcar que, en opinión de Watson, uno de

los principales obstáculos al mencionado progreso estaba representado por una mujer

“sabihonda y respondona”, que se negaba a colaborar con su aparente superior.

4.- Una supuesta carrera

Es interesante subrayar también que en La doble hélice Watson ha descrito que

entre 1951 y 1953 existía una especie de carrera científica en la que la caracterización

de la estructura del ADN era el objetivo final y el premio a conseguir. Watson señala en

esta carrera la participación de tres grupos claramente definidos: por un lado, el King’s

College de Londres, con Wilkins y Franklin (aunque en total desavenencia); por otro, el

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Rosalind Franklin 24

extraordinario científico norteamericano, dos veces premio Nobel, Linnus Pauling en

California, y finalmente el propio Watson junto a Crick en el Cavendish de Cambridge.

La existencia de tal carrera es dudosa sobretodo porque algunos de los

concursantes ni siquiera sabían que estuviesen participando en algo semejante.

Rosalind Franklin era un claro ejemplo de esta ignorancia, pues aunque fue consciente

de que el mundo de los científicos es altamente competitivo, en ese momento

desconocía la supuesta carrera ni suponía quienes eran sus rivales. Incluso el propio

Pauling ha reconocido que no estaba trabajando a fondo en el problema de la

macromolécula, ya que no contaba con demasiado tiempo para determinar su

estructura.

El historiador H. Judson, en el libro que venimos citando El octavo día de la

creación, considera que la carrera por lograr la estructura del ADN nunca existió. Ha

escrito: “Watson, en La doble hélice, contó el descubrimiento como una gran carrera en

la que participaba Pauling. Sin embargo, es incierto que este científico compitiese con

la pasión que Watson imaginaba (o dice que imaginaba)”. Incluso Judson incluye

palabras del propio Linus Pauling: “No trabajábamos en ello (el ADN) a fondo.

Teníamos muy pocos datos experimentales (...) ya que no le estaba dedicando

demasiado tiempo a determinar su estructura”. Es además conocido que Pauling había

propuesto una estructura para el ADN que era claramente incorrecta, y no había

ninguna razón para pensar que estaba a punto de sacar otra, o incluso que seguía muy

interesado en el tema.

Por otra parte, Peter Pauling, hijo del gran científico, que en esas fechas estaba

en Inglaterra y era amigo de Watson, en un artículo titulado: El ADN, ¿hubo alguna vez

una carrera? (1973), ha comentado: “La única persona que realmente pudo haber

participado en la carrera era Jim Watson. Maurice Wilkins nunca ha tomado parte de

una carrera en ningún lado. A Francis Crick le gustaba usar su cerebro para picotear en

los problemas difíciles. Para mi padre, los ácidos nucleicos eran sustancias químicas

interesantes (...) Sin embargo, para Jim como genetista, el gen era la única cosa en la

que merecía la pena pensar y el ADN el único problema que merecía la pena atacar”.

Podría extraerse la impresión de que sólo Watson, y probablemente Crick, eran

los que sabían que estaban inmersos en una carrera, intentando por todos los medios

alcanzar la meta y publicar los resultados independientemente lo antes posible. Para

algunos expertos, la supuesta rivalidad de Pauling descrita por Watson, no era más que

una cortina de humo que, sumada a la también supuesta falta de interés y tensiones

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Rosalind Franklin 25

existentes en el King’s, justificaba que los de Cambridge se apoderaran de un tema que

no les pertenecía al menos en la asignación administrativa.

5. Rosalind Franklin estuvo muy cerca del éxito

Procede continuar con esta trama puntualizando algo, que hoy claramente,

suscita consenso entre los historiadores del descubrimiento: Rosalind Franklin estuvo

muy cerca de resolver la estructura del ADN. Y lo que también es ampliamente

admitido: Watson y Crick, en realidad, recibieron mucha más ayuda de la investigadora

de la que ella misma nunca llegó a sospechar.

La historia de cómo ocurrió esa conexión informal está llena de detalles

confusos, porque existen muy pocas evidencias documentadas. Ninguna de las

personas que tuvo que ver con el caso llevó un diario o testimonió su versión. Muchos

datos e informaciones se han perdido, lo que no deja de ser lamentable ya que se trata

de una incidencia importante para la ciencia. Lo más cercano a una relación de los

hechos está en el conjunto de cuadernos en los que Franklin describía

meticulosamente el resultado de sus experimentos. Pero no son suficientes, porque se

trata de apuntes científicos que no contienen comentarios personales.

Por su novelesco argumento, veamos con cierto detalle lo que se conoce de esta

accidentada relación entre investigadores que estaban en la frontera de los grandes

interrogantes de la ciencia.

Cuando Rosalind Franklin llegó al King’s, lo primero que tuvo que hacer fue

organizar y mejorar la unidad de difracción de rayos X, que en aquel momento estaba

en muy malas condiciones. A esta tarea dedicó cerca de 8 meses, en colaboración con

Gosling, que en adelante por decisión de Randall trabajaría con ella.

Franklin, junto a la mejora en la técnica de rayos X, inició una búsqueda

sistemática para perfeccionar las técnicas de hidratación que le permitieran obtener

fibras de ADN de elevada cristalinidad. Comenzó con la observación de Wilkins y

Gosling de que se requería un alto nivel de humedad para conseguir buenas

fotografías. Su trabajo probó que los resultados obtenidos por Wilkins y Gosling

correspondían a la llamada forma A del ADN, que se conseguía con una humedad

relativa de aproximadamente el 75%. Pero, además, demostró por primera vez que a

niveles muy elevados de humedad tenía lugar un cambio estructural bien definido que

llevaba a un nuevo tipo de diagrama, la denominada estructura B. Franklin puso de

manifiesto que todas las publicaciones anteriores sobre modelos de rayos X del ADN

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Rosalind Franklin 26

se correspondían con una mezcla de formas cristalinas, la estructura A y la nueva

estructura B, que es la forma en que la molécula normalmente se encuentra en los

seres vivos. Asimismo, pudo evidenciar que el cambio de A a B era reversible,

existiendo estados intermedios constituidos por mezclas de ambas formas. Esto

explicaba, también por primera vez, las dificultades de los investigadores anteriores

que habían intentado interpretar tales mezclas como una fase única.

Los cambios estructurales descubiertos cuando variaba el contenido en agua de

las fibras, sugirieron a Franklin una serie de datos que arrojaron una clara luz sobre la

posible arquitectura de la molécula. Así, la investigadora dedujo con gran acierto que la

unidad estructural fundamental del ADN era un grupo de cadenas polinucleotídicas

dispuestas de tal manera que los grupos fosfatos estaban expuestos y accesibles al

agua. El grupo de cadenas podría mantenerse unido por puentes de hidrógeno entre

las bases, que estarían en el centro de la molécula alejadas del agua. Es evidente que

esta era una imagen cuasi correcta, muy aproximada a la que sería la definitiva.

En noviembre de 1951, ya Franklin tenía resultados interesantes. Contaba con

suficiente material como para presentarlo en un seminario organizado en el King’s

College. Sería precisamente a partir de ese momento cuando empiezan a surgir varias

versiones diferentes de la misma historia. Algunos de los hechos son comprobables;

por ejemplo, los datos que Franklin utilizó en ese Seminario están conservados en las

notas que preparó para la ocasión. Esta es una prueba y no una opinión, existiendo el

documento en el que se describen experimentos de hidratación de las fibras de ADN,

que están además documentados con los diagramas de difracción de rayos X tomados

por ella misma.

El propio Watson cuenta en su libro que en noviembre de 1951 asistió al

mencionado seminario de Franklin. Esta fue la primera vez que vio a la joven científica.

La descripción que hace de ella es muy subjetiva; señala que la investigadora tenía una

actitud fría, despectiva y carente de entusiasmo. Describe además el autor el peinado

poco favorecedor de la joven, su manera de vestir sin elegancia y su falta de

maquillaje. Sorprende esta relación de detalles cuando el tema que estaba tratando era

de sumo interés para él. También cuenta que no tuvo la precaución de tomar notas y

que apenas se enteró de la exposición. En opinión de Anne Sayre Watson era incapaz

de aceptar que fuese una mujer quien estuviera explicando el resultado de sus

experimentos, y que ésta podría ser una de las razones por las que el brillante joven

fue luego incapaz de recordar con precisión lo que había escuchado sobre un tema en

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Rosalind Franklin 27

el que estaba trabajando intensamente. Esa supuesta incapacidad es la que han

esgrimido aquellos más críticos con las valoraciones de un Watson tan observador de

lo estético como displicente con la sustancia de exposición no ajena a su interés.

Para mayor inri, debe destacarse que las observaciones que Franklin había

realizado, y que expuso en dicho seminario, no revelaban por sí solas la estructura del

ADN, pero sí contenían claves fundamentales sin las cuales dicha estructura no se

hubiera podido resolver. Eran datos nuevos y reales, notablemente mejores que los

que Wilkins había obtenido antes, aunque este científico también había sugerido que

la estructura del ADN era una hélice. En concreto, él sospechaba que eran tres las

cadenas que constituían la hélice.

El cuidadoso y sistemático trabajo experimental de Rosalind Franklin que hizo

posible la caracterización de los dos estados del ADN, también llevó a la obtención de

las mejores muestras. Cuando éstas se fotografiaron con aparatos de alta resolución,

se produjeron fotografías de excepcional calidad, incluyendo la fotografía de la forma B,

que posteriormente Watson describiría en su libro como la fotografía clave. La razón de

su calidad es que dicha foto muestra de una manera directa que el ADN en su forma B

es una hélice con una repetición axial de 34 Å y un espaciado entre los nucleótidos de

3-4 Å.

Es también de sumo interés enfatizar de esa comparencia de Rosalind Franklin,

que el artículo en el cual se presentan estos resultados e interpretaciones fue enviado

para publicar el 6 de marzo de 1953, un mes antes de que en abril se anunciara el

modelo de Watson y Crick. Por causa de retardo en la revista, vería la luz en el mes de

septiembre. En el trabajo de Rosalind Franklin, cuyo principal propósito era hacer

públicas las observaciones sobre los distintos estados del ADN y presentar

interpretaciones preliminares, señalaba claramente que las fotografías del modelo B

que ella había obtenido eran firmemente consistentes con una estructura helicoidal —

en la foto aparece con nitidez la X central que, según la teoría de difracción, indica que

la estructura es helicoidal. La destacada “cruz helicoidal” era pues una señal casi

indiscutible. Posteriormente, esta imagen se ha calificado como una de las fotografías

de rayos X más bonitas y trascendentes que se habían obtenido hasta la fecha.

Las notas de su cuaderno en esa época muestran que Franklin sabía que el

modelo B se correspondía con el de una molécula helicoidal compuesta por cierto

número de hebras entrelazadas, de cuyo número exacto dudaba, aunque sus

mediciones indicaban que habían dos o tres cadenas por molécula. Ella se inclinaba a

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pensar que en la forma B se observaban dos hebras, conteniendo cada una diez

nucleótidos por vuelta. En lo que respecta a la forma A, no estaba segura de que fuese

una hélice.

A partir de 1952, Franklin dedicó su atención a la forma A del ADN, cuyas

imágenes eran más complejas y difíciles de interpretar. Muchos autores han señalado

con posterioridad que esa ruta sería un error, ya que debería haber continuado

trabajando con la forma B, mucho más simple y nítida. Sin embargo, ella consideraba

que cualquier modelo de la estructura del ADN tenía que servir para explicar tanto la

forma B como la A.

6. Dos metodologías de trabajo para un objetivo com ún

Lo que ocurrió en los años en que se fraguó el famoso descubrimiento, está

también estrechamente relacionado con la metodología de trabajo en que pusieron más

énfasis Watson y Crick, por un lado, y Franklin, junto a Gosling, por el otro.

Para elaborar un modelo de la arquitectura de una molécula existen dos

métodos básicos, que son complementarios entre sí: la técnicas de rayos X y la

construcción de hipotéticos modelos de cartón, alambre, plástico o cualquier otro

material. El principal interés de estos últimos radica en que permiten representar las

complejas uniones de los átomos de una molécula en tres dimensiones, pues de no

hacerse así imaginar dichas relaciones resulta realmente muy difícil. Al ir construyendo

estos modelos se pueden hacer diversas pruebas dando distintas posiciones a los

diferentes átomos hasta que encajan entre sí. Pero hay que subrayar que el valor de

estos modelos hipotéticos sólo se pone de manifiesto cuando son corroborados por

resultados obtenidos mediante las técnicas de difracción de rayos X.

En pocas palabras, los mejores resultados obtenidos a la hora de intentar

descifrar la arquitectura de las moléculas han surgido del uso combinado de las

técnicas de rayos X y la construcción de modelos hipotéticos. A título de muestra,

cuando a comienzos del XIX los científicos empezaron a emplear modelos

estructurales, propusieron dos de ellos para el cloruro de sodio. La decisión sobre cuál

era el correcto hubo de esperar hasta el descubrimiento de la difracción de rayos X.

Nos parece esclarecedor incluir aquí que el principal creador de modelos

estructurales ha sido el citado norteamericano Linus Pauling (1901-1994), considerado

uno de los mayores científicos de este siglo. Este investigador fue en sus inicios físico

atómico, pero luego pasó a ensayar aplicaciones a la arquitectura de las moléculas

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trasladando lo que sabía sobre átomos. Concretamente, en su laboratorio de California

creó un sistema para la construcción de modelos moleculares empleando bolas y

varillas de distintos colores, que representaban diversos átomos y sus uniones. Pauling

mejoró sus reconstrucciones estudiando cristalografía y fue avanzando desde las

estructuras sencillas a las más complejas.

Entre los trabajos más importantes de Pauling está el descubrimiento de varios

de los principios estructurales básicos de las proteínas. Este extraordinario científico,

con una aguda percepción tridimensional, comprendió la necesidad de un muelle o

hélice para explicar la organización de las largas cadenas polipeptídicas, de modo que

sus enlaces químicos y eléctricos se ajustasen en ángulos y distancias convenientes.

En 1947 descubrió la célebre α-hélice, gracias al uso combinado del análisis de rayos

X y la construcción de modelos hipotéticos, lo que causó una honda impresión en

cristalógrafos, genetistas, bioquímicos y biólogos en general.

También puede resultar interesante traer a colación una interesante contingencia

histórica que pudo haber modificado notablemente el discurrir de los hechos. Sabemos

que Pauling fue dos veces premio Nobel, la primera de Química y la segunda de la

Paz. Pues bien, en mayo de 1952, el eminente científico había sido invitado a impartir

una conferencia sobre proteínas en Londres, pero en su país se lo acusaba de

comunista –el famoso episodio de la "caza de brujas"– y le fue negado el pasaporte,

por lo que no pudo asistir a la citada conferencia. El propio Pauling recordó después,

que la prohibición gubernamental de viajar le había impedido ver los datos de Rosalind

Franklin y sus fotografías de rayos X. Muchos historiadores coinciden en afirmar que si

el encuentro hubiese tenido lugar, muy probablemente Franklin y Pauling hubieran

descubierto juntos la estructura del ADN, antes que Watson y Crick.

Retomando el hilo de nuestro relato, señalemos que Watson estaba muy influido

por la escuela californiana de Pauling y siempre ha reconocido el peso que el notable

científico tuvo en su trabajo. En La doble hélice afirma que los modelos de Pauling

representaron su principal fuente de inspiración a la hora de decidir los tamaños,

formas y disposición espacial de las moléculas que constituyen las subunidades del

ADN. Watson era pues heredero de la escuela de Pauling, y por ello se mostró muy

sorprendido cuando observó que en el King’s College nadie manifestaba deseos de

usar la modelización tridimensional para intentar resolver la problemática estructura del

ADN.

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Rosalind Franklin 30

En efecto, Wilkins no compartía la creencia de que el método de Pauling

resolvería rápidamente la arquitectura de la molécula en cuestión, al menos hasta que

se tuvieran más resultados por medio de los rayos X. Franklin estaba igualmente

convencida de que en esos momentos no podía recurrirse a la modelización, al

ponderar que los datos de que se disponía eran insuficientes para concretarlos en

ningún modelo estructural. Como cristalógrafa insistía, en coincidencia con Wilkins, que

era necesario recorrer un largo camino antes de que los datos radiológicos fuesen lo

suficientemente claros, siquiera para debatir estructuras posibles. Cabe asimismo

recordar, que ella conocía perfectamente la técnica de construcción de modelos, ya

que mientras trabajó en el carbón los había elaborado habitualmente, y también los

hizo en sus trabajos posteriores con virus.

En la siguiente extensa cita se resume la encrucijada que pesaba sobre los

investigadores. John Gribbin, en su libro En busca de la doble hélice, de 1985, ha

escrito: “Watson tenía una gran confianza en el método de elaboración de modelos de

Pauling. El enfoque de Franklin era de índole analítica, se medían los ángulos e

intensidades de los patrones de difracción y se intentaba interpretarlos por medio de

longitudes de enlace y otras características valiéndose de la aplicación de un detallado

análisis matemático. Watson se esforzaba en encajar las piezas como si se tratara de

un rompecabezas, y “predecir” a partir de ahí el patrón de difracción que le habría de

corresponder, ajustando el modelo hasta que encajara con el patrón observado. El

joven norteamericano aportó a su trabajo con Crick un enfoque característico de este

tipo de problemas, heredado directamente de la escuela de Pauling. Crick dominaba

los ardides matemáticos que exigía la interpretación de los patrones de difracción”.

La importancia que Rosalind Franklin, por su parte, concedía a la obtención

rigurosa de datos, queda reflejada en distintos testimonios. Por ejemplo, Crick escribió

en 1988: “La diferencia más grande de nuestro enfoque es que Jim y yo teníamos un

conocimiento profundo del modo en que se descubrió la hélice α (y la construcción de

modelos), mientras que Rosalind en particular quería utilizar al máximo sus datos

experimentales. Creo que ella pensaba que dilucidar la estructura probando varios

modelos, empleando un mínimo de datos experimentales, era demasiado superficial”.

Este autor también anotaría: “El trabajo experimental de Rosalind era de primera

categoría. Es difícil pensar cómo podría ser mejorado (...) Todo lo que hacía era

perfecto (...) Creo que una de las causas de ello era que consideraba que una mujer

debía demostrarse a sí misma que era plenamente profesional (...) Jim no tenía

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inquietudes sobre su capacidad. Tan sólo quería saber la respuesta, y no le

preocupaba en lo más mínimo si los métodos eran perfectos o improvisados. Todo lo

que quería era llegar y cuanto antes mejor. Se ha dicho que todo se debe a que

éramos muy competitivos, pero los hechos escasamente lo demuestran (...) No todo se

debió a la competitividad, sino a que nosotros deseábamos ardientemente conocer los

detalles de la estructura”.

Abundando en opiniones relevantes, la escritora Ulla Fölsing ha señalado:

“Rosalind Franklin pretendía aprovechar sus datos experimentales tanto como fuera

posible, sin entrar en especulaciones (...) El irreprochable modo de trabajar de Franklin

a la postre tuvo como consecuencia el que ella avanzara más lentamente. Esto no

hubiera significado ningún problema si se hubiera dispuesto de tiempo suficiente. El

propio Crick, y muchos otros, parece tener la opinión de que Franklin hubiera

necesitado pocas semanas o meses para lograrlo”.

Les cabe el mérito a Watson y Crick de haber escogido con gran convicción

trabajar en la construcción de modelos hipotéticos, mientras que Franklin, fundándose

en su formación físico-química, seguía opinando que un buen modelo debe construirse

en base a diagramas de difracción de rayos X. De esta manera, razonaba, podrán irse

armando modelos hipotéticos hasta conseguir uno en el que los átomos se

correspondan con el respectivo diagrama de difracción y con el resto de los datos

conocidos. Los datos que hacen falta son muchos, y si no se tienen no se pueden

hacer modelos plausibles, porque ninguno podrá ser comprobado. La disposición de los

átomos conseguida en una estructura propuesta para cualquier molécula, debe

corresponderse a un diagrama de difracción determinado y a toda la información

conocida, sea esta química, física, cristalográfica o biológica. En ningún caso puede

desafiar las leyes de la naturaleza. En resumen, si no se conoce nada o muy poco

sobre la sustancia, no se puede construir un modelo.

Hay que insistir en que Franklin no tenía ningún tipo de prejuicios contra la

construcción de modelos, siendo como era una técnica que había utilizado en sus

trabajos en torno al carbón, y que con posterioridad empleó con los virus, aunque

también es cierto que no se dedicaba enteramente a ellos. La investigadora sí tenía

claro que el constructor de modelos que no tiene suficientes datos en los que basarse,

puede elaborar una proposición atractiva e incluso de apariencia correcta, pero con

altísima probabilidad de ser errónea.

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Rosalind Franklin 32

Lo acertado de esos riesgos se puso de relieve en algunas propuestas basadas

en modelos de formato incompleto. Hacia finales de 1951, por ejemplo, Linus Pauling

había propuesto un modelo de tres hebras y por tanto incorrecto para la estructura del

ADN; por esas fechas, Watson y Crick propusieron otro, también con triple hebra y con

los grupos fosfato hacia el interior de la molécula, de idéntico resultado negativo.

Francis Crick ha escrito al respecto: “La mayor parte del trabajo inicial de rayos X

fue iniciado por Maurice Wilkins, más tarde Rosalind Franklin lo amplió y mejoró. Jim y

yo nunca habíamos hecho trabajo experimental con ADN, aunque habláramos de la

cuestión ininterrumpidamente. Siguiendo el ejemplo de Pauling, creíamos que la

manera de descifrar la estructura consistía en construir modelos. Los investigadores de

Londres seguían un camino más duro (...). Nuestro primer modelo fue un desastre”.

Según la narración de La doble hélice, parte del trabajo de los investigadores

consistía en usar copias a escala, hechas de metal en los talleres del Cavendish, sobre

los diversos componentes del ADN. Watson trataba de armar un modelo mientras Crick

iba señalando las deficiencias.

También a este respecto, la citada escritora U. Fölsing ha comentado: “El que

Watson y Crick finalmente descubrieran la doble hélice es tanto más sorprendente por

cuanto ninguno de ellos (en contraposición a Wilkins y Franklin) había trabajado en

primera línea sobre el ADN o hecho ningún experimento sobre ello (...) Ambos estaban

de acuerdo en que el camino adecuado para la explicación de la estructura del ADN

era la construcción de diferentes modelos”.

Retomando la historia de cómo se descifró la arquitectura del ADN, es

conveniente añadir a lo ya expuesto que desde 1951 a 1953, la tensión existente entre

Franklin y Wilkins no se alivió en absoluto. En ningún momento fueron capaces de

superar sus diferencias y aunar esfuerzos en la investigación del ADN.

Pero, aunque en La doble hélice se presenta la situación del King’s de esa

época como deplorable, esto no era del todo cierto. A Rosalind Franklin le estaba

yendo muy bien en su investigación. En sus cuadernos de notas ha quedado reflejado

el entusiasmo y la regularidad con que trabajó en aquella época. Hay que destacar que

entre enero del 1951 y junio de 1952 todos los avances en la resolución del problema

del ADN fueron obra de ella. Sabía que su trabajo iba por buen camino, pero

consideraba que estaba sólo en sus comienzos y que faltaban aún muchos datos para

empezar a construir modelos.

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Rosalind Franklin 33

Quizás hubiese algo de cierto en lo que han pensado algunos, Crick entre ellos,

que en el King’s se infravaloró la importancia de la estructura del ADN. En ese centro,

sostienen, el ADN se consideró un problema más y no se le prestó el interés que le

correspondía. Sin embargo, no existe ninguna razón convincente que justifique esta

opinión.

Fue durante 1952, como citamos anteriormente, cuando Franklin decidió estudiar

también la forma A del ADN. Una decisión que ha sido considerada como un grave

error, visto el tema a posteriori. En aquel momento no existían razones de peso para

abandonar la forma A sin haberla investigado a fondo. Lógicamente, si el ADN se

encontraba en dos formas distintas, ambas debían estar relacionadas entre sí, y era

imposible saber lo que esa relación podía significar. El problema radica en que la forma

B resultó ser la más productiva, ya que fue la que sugirió la estructura correcta. La

forma A no muestra una evidencia directa de la presencia de una disposición helicoidal.

Debe corregirse la confusión que Watson introduce en su libro, atribuyéndole a

Franklin una posición “antihelicoidal”. Ella tenía claro que la forma B del ADN se

correspondía con una estructura helicoidal, mientras que sobre la A pensaba que podía

ser o no, una hélice. Sayre señala que Franklin no quería llegar a conclusiones

precipitadas y por ello era muy cautelosa en sus razonamientos.

Una vez que la científica terminó sus estudios con la forma A volvería a

profundizar en la B. Sus cuadernos de la última mitad del 52 y principios del 53

transcriben su dedicación al tema. En ellos se refleja un esfuerzo intensivo e

ininterrumpido, pero no hay señal de una persona que estuviese inmersa en ninguna

competición. De hecho, en esas fechas marchó a la antigua Yugoslavia por un mes.

McGrayne y otros historiadores recuerdan que alrededor del 23 de febrero de

1953, Franklin expresaría en sus notas que estaba segura de que la forma B es

helicoidal y que la hélice está constituida por dos y no por tres hebras. Teniendo en

cuenta su deducción acerca de la localización de los fosfatos hacia el exterior de las

cadenas de la doble hélice, ella contaba en ese momento con dos de los cuatro puntos

vitales sobre el ADN. Es verdad que hasta esa fecha aún no había reconocido los otros

dos conceptos: que las dos hebras son antiparelas y el apareamiento complementario

entre las bases.

Otro dato al que los historiadores ponen de relieve, por la importancia que reveló

después, hace referencia a la relación entre Wilkins y Watson. Por esos años discutían

conjuntamente todo tipo de asuntos, incluyendo las ideas sobre el ADN, sus fricciones

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Rosalind Franklin 34

con Franklin y, de vez en cuando, los progresos de las investigaciones en el King’s. A

pesar de que posteriormente Wilkins se reprochó a sí mismo su indiscreción, habiendo

reconocido confiar “algo ingenuamente” en Watson, esta actitud no hubiese sido

indiscreta de no figurar por medio como ambos juzgaban lo que hacía Rosalind

Franklin. En un contexto normal es sabido que los científicos necesitan hablar y

deliberar sobre sus ideas, resultados, etc. De hecho, Wilkins tenía con quien hacerlo,

mientras que Franklin, por el contrario, se encontraba bastante aislada.

7. El agujero negro de la información clandestina

En línea con la relación entre Watson y el King’s College, es oportuno anotar que

el primero había dejado de lado los datos proporcionados por Rosalind Franklin en el

Seminario de 1951. Puede admitirse que no les había prestado suficiente atención y

por tanto no llegó a comprenderlos completamente. Sin embargo, a principios de 1953

volvió a escucharlos pero con alguna información añadida. El cómo recibió esa

información ha sido para los indagadores bastante complicado de averiguar. Según La

doble hélice , en una visita a Wilkins éste le dijo que Franklin tenía desde hacía tiempo

evidencias de la estructura tridimensional del ADN (de la forma B). Esta información fue

rematada tras enseñarle la valiosa foto de difracción de rayos X obtenida por la

investigadora. Inmediatamente Watson comprendió que la simpleza del diagrama, con

una cruz negra dominando la foto, era la prueba de una estructura helicoidal. El propio

modelo de rayos X proporcionaba algunos de los parámetros esenciales, como el

diámetro de la molécula o el ángulo de inclinación de las bases, y además abría la

posibilidad de realizar ciertos cálculos para determinar el número de cadenas por

molécula. La prueba de que era una hélice fue tan aplastante para él como lo había

sido para Franklin hacía algún tiempo.

Para justificar por qué Wilkins fue tan comunicativo enseñando a un investigador

de otro laboratorio el trabajo de su colega sin ninguna autorización por parte de ésta,

Watson narra en su libro un grotesco incidente. Según él, se acababa de cruzar con

Franklin, a la que en todo momento llama despectivamente “Rosy”, pero que estaba tan

airada y agresiva que le hizo temer que lo agrediese físicamente. Al contar el supuesto

incidente a su amigo, éste reaccionó comunicativamente, revelándole como más tarde

han supuesto los historiadores, muchos de los datos obtenidos en el King’s. El propio

Wilkins ha reconocido que efectivamente él enseñó la foto de la forma B a Watson, y

que más tarde se arrepintió de haberlo hecho: “Quizás debí haberle pedido permiso a

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Rosalind Franklin 35

Rosalind pero no lo hice(...). Algunas personas han dicho que fue un completo error por

mi parte hacerlo sin su permiso, sin consultarle al menos, y quizá lo fue(...)”. Mucho

después, en junio de 1970, Wilkins escribió: “Ellos no hubieran conseguido avanzar en

su modelo correcto si no hubieran tenido los datos desarrollados aquí (en el King’s).

Los consiguieron (y me culpo de ello a mi mismo) y avanzaron”.

Sea como fuere, la culpabilidad de Wilkins por sus confidencias a Watson no es

tanta ni exclusiva, ya que al parecer hubo además otra fuente que le proporcionó la

misma información. En diciembre de 1952, sólo dos meses antes de que Watson fuese

de visita al King’s en febrero, hubo en este centro una reunión del comité de Biofísica

en la que Randall distribuyó un informe donde se describían los trabajos más recientes

llevados a cabo en el laboratorio bajo su dirección, e incluía un resumen firmado por

Franklin y Gosling con los datos de sus experimentos de rayos X con ADN de timo de

ternera. Entre los presentes se encontraba otro miembro del comité, Max Perutz, un

joven cristalógrafo que a su vez trabajaba en el laboratorio Cavendish de Cambridge. Él

mismo escribió: “No sé si fue Watson o Crick quien me pidió ver el informe. Con

posterioridad me di cuenta que, como simple cortesía, debería haber pedido permiso a

Randall para enseñárselo, pero en 1953 yo estaba muy poco al tanto de los asuntos

administrativos y como el informe no era confidencial, no vi razón alguna para

negarme”.

Resulta pues claro, que lo que se hacía en el King’s se comunicaba a Cambridge

de muchas maneras, unas abiertas y otras accidentales. Lo cierto es que Watson y

Crick pudieron comprobar que sus ideas no eran incompatibles con los datos

experimentales que Rosalind Franklin había obtenido con su constante y riguroso

trabajo, pero que en ese proceso ella ignoraba que había llegado a las manos de estos

investigadores. Para justificar su actitud, Watson no pierde oportunidad en su libro de

sugerir que el caos y la incapacidad eran tales en el King’s College que la propia

institución se había desacreditado a sí misma como un lugar serio para hacer ciencia.

Este asunto se relativizaría de atribuirle a los datos que llegaron desde el King’s

su condición de no ser del todo necesarios para permitir a Watson y Crick llevar a cabo

la construcción de su acertado modelo. Entonces sería discutible si con seguridad

fueron esenciales. Los expertos son tajantes ante esas dudas. Los datos de Franklin no

sólo indicaban la posibilidad de una doble cadena, sino que el diagrama de difracción

obtenido en las fotos de la forma B también permitía calcular el diámetro de la hélice.

Además, en palabras del Watson posterior que enmendaba su primera versión: “ ‘Rosy’

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estaba en lo cierto queriendo poner las bases en el centro y el eje azúcar-fosfato hacia

el exterior”. A esa configuración él se había resistido antes de sufrir el impacto de los

testimonios gráficos de Rosalind Franklin.

8.- El modelo definitivo

En la primavera de 1953 Watson y Crick construyeron el modelo correcto que

daría la solución al problema del ADN.

Propusieron una estructura que resultó deslumbrante en su simplicidad y que

respondía perfectamente a las cuestiones planteadas en esos momentos. En esencia,

como es ampliamente conocido, dicha estructura consistía en una doble hélice

compuesta por dos hebras antiparalelas. El esqueleto azúcar-fosfato estaba dispuesto

hacia el exterior, mientras que las bases nitrogenadas se proyectaban hacia el interior.

Las dos hebras se mantenían unidas por puentes de hidrógeno generados entre bases

nitrogenadas complementarias enfrentadas (A-T y G-C).

Watson y Crick elaboraron su modelo con descubrimientos propios como el

apareamiento de las bases nitrogenadas; pero también unieron piezas que ya existían,

descubiertas por otros autores. Esto último, sin embargo, no implica quitarles mérito, ya

que ordenar todos los datos conocidos supuso una gran creatividad; algo que muy

pocos hubieran tenido la capacidad de hacer. Watson y Crick relacionaron entre sí, la

información hasta entonces disponible sobre el ADN como nadie lo había hecho.

Entre los datos más importantes, como ya se ha señalado, estaban los

proporcionados por Erwin Chargaff. En La doble hélice Watson especifica que este

investigador y sus colaboradores habían determinado que la proporción relativa de

bases púricas y pirimídicas en la molécula de ADN era de 1:1. Hay que especificar, no

obstante, que Chargaff no dio ninguna explicación de estos resultados y a nadie se le

ocurrió nada.

Según el libro de Robert Olby, En busca de la doble hélice (1974), que narra

meticulosamente la cronología de los hechos que culminaron con el descubrimiento de

la estructura del ADN, sería en junio de 1952 cuando Crick, gracias a una

conversación con el matemático John Griffiths, se dio cuenta de que la proporción 1:1

indicaba que las bases eran complementarias. Posteriormente, en febrero de 1953, un

cristalógrafo norteamericano experto en puentes de hidrógeno, Donohue, de visita en el

Cavendish, les hizo ciertas sugerencias que les permitió avanzar unos pasos para

resolver cómo se relacionan las bases entre sí.

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Rosalind Franklin 37

Cabe pues insistir en que con justicia el verdadero mérito de Watson y Crick fue

el haber reparado en el peculiar apareamiento de las bases que, recordemos, desde un

punto de vista biológico tiene una importancia fundamental. Aunque en un primer

momento Watson estaba convencido de que las bases nitrogenadas se dirigían hacia el

exterior de la molécula, luego se decidió a colocarlas hacia el interior. Una idea que

siempre había defendido Franklin, pues ella señalaba que como las bases son

hidrófobas, su disposición interna parecía más adecuada y conveniente. Inicialmente

Watson había intentado aparear las bases enfrentando A con A, G con G,.... Pero esto

contradecía los datos de rayos X que mostraban como la molécula tenía un diámetro

regular de 2 nm en toda su longitud. Finalmente, y por un azar, descubrió que el

apareamiento tenía lugar entre A y T y G y C. El propio Crick así lo ha señalado: “El

descubrimiento clave fue la determinación, por parte de Jim, de la naturaleza exacta de

los pares de bases (A con T, G con C) y, aunque en cierto modo, su hallazgo fue

cuestión de suerte, la mayoría de los descubrimientos tienen un elemento azaroso. Lo

importante es que Jim reconociera a primera vista el significado de los pares de bases

correctos. La casualidad ayuda al que está preparado”.

El innegable avance de toda esta investigación no se hubiese cerrado sin

añadirle los datos obtenidos por Rosalind Franklin. Tras esa información se precipitaron

los hechos importantes.

También Crick así lo ha reconocido: “Nuestro modelo final constaba de dos

cadenas helicoidales, en posiciones antiparalelas, característica que yo había deducido

de los datos de Rosalind; el esqueleto en el exterior, con las bases ancladas en el

interior; y sobretodo, la particularidad clave de la estructura, el apareamiento específico

de las bases (...) Rosalind se hallaba a dos pasos de la solución. Sólo le faltaba darse

cuenta de que las dos cadenas corrían en direcciones opuestas y que las bases se

apareaban (...) No obstante, ella estaba a punto de dejar el King’s para ir a trabajar con

el Virus del Mosaico del Tabaco junto a Bernal”.

Este comentario refleja la honestidad de Crick al reconocer que la idea de que

las dos hebras de la hélice eran antiparalelas se le ocurrió después de leer el informe

de Franklin, que Perutz le había facilitado. También Crick revela cierta modestia al

escribir, ante el triunfo del modelo por ellos propuesto: ” Más que creer que Watson y

Crick hicieron la estructura del ADN, yo recalcaría que la estructura hizo a Watson y

Crick. Al fin y al cabo, entonces yo era completamente desconocido, y Watson era

considerado, en la mayoría de los círculos, como una persona demasiado brillante para

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Rosalind Franklin 38

ser un científico riguroso. Además, creo que en todos estos argumentos se tiende a

pasar por alto la belleza intrínseca de la doble hélice del ADN. Es la molécula la que

posee estilo, tanto o más que los científicos”.

Pero en conclusión, Watson y Crick habían corrido y ganado su carrera. A este

respecto, es también interesante hacer hincapié en otro detalle señalado por los

historiadores. En su libro, Watson se refiere con insistencia a Pauling como la persona

“a derrotar” porque se trata de un hombre de gran éxito, un científico de una indudable

reputación. Hay algo de emocionante y atractivo en la imagen de dos jóvenes

derrotando con toda brillantez a ese gigante. Pero, lo único cierto es que la persona

que más próxima estaba de descubrir la estructura molecular del ADN en ese momento

era Rosalind Franklin. Como ha puesto de manifiesto Sayre: "Evidentemente, la imagen

de dos jóvenes juntos derrotando a una joven científica solitaria, tendría entonces muy

poco de emocionante o de atractivo".

A partir de lo expuesto, al menos dos puntos importantes resultaron evidentes.

Uno, que la construcción de modelos como enfoque para resolver la determinación de

estructuras no tiene poderes ilimitados. A menos que se tenga una gran cantidad de

información que los defina, se pueden obtener fácilmente un número casi ilimitado de

hipótesis indemostrables. Y dos, sin la información obtenida por Watson en su visita al

King’s, el modelo correcto de la estructura del ADN no se hubiera completado en

Cambridge ni el 28 de febrero, ni probablemente en una fecha cercana.

Por último, es justo poner de relieve que el hermoso modelo de Watson y Crick

permitía hacer predicciones. Al final de su artículo los autores escribieron la frase: “No

se nos escapa que el apareamiento específico que postulamos sugiere inmediatamente

un mecanismo de copia para el material genético”. O sea, que la estructura no sólo

explicaba cosas, sino que también hacía predicciones capaces de encauzar

investigaciones futuras. Del apareamiento de bases se deducía que la doble hélice

podía hacer copias de sí misma; si se abría, cada una de las hebras podría servir de

molde para la síntesis de la hebra complementaria.

Efectivamente, unos años más tarde, Meselson y Stahl (1958) demostraron que

la molécula de ADN es capaz de duplicarse a sí misma. Las dos hebras que la forman

pueden separase y cada una de ellas actuar como un patrón para la síntesis de la

hebra complementaria. El resultado es la obtención de dos moléculas bihelicoidales

idénticas, portadoras de una hebra de la molécula original y otra de nueva síntesis. Es

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Rosalind Franklin 39

la conocida replicación semiconservativa del ADN. De esta manera, la información

genética puede transmitirse de generación en generación.

9. Las peculiaridades de un artículo famoso

Hagamos un alto en el camino para desmenuzar el célebre artículo que

apareció publicado en Nature el 25 de abril de 1953 bajo el título: Una estructura para

el ácido desoxirribonucleico. Consta de poco menos de mil palabras, y a pesar de su

increíble contenido y su buen estilo, no reconoce con claridad la información que les

había llegado del King’s. Son muchos los autores que no han regateado la sospecha de

que era porque probablemente ésta lo había hecho de forma poco ortodoxa. Lo que sí

se incluye en el mismo número de la revista, a continuación del famoso, son dos

artículos complementarios, uno firmado por Wilkins y sus colaboradores, y otro por R.

Franklin y R. Gosling. Éstos ofrecen la evidencia experimental que confirma la

estructura de Watson y Crick.

Numerosos especialistas han destacado el orden en que se publicaron estos

trabajos, tachándolo de curioso. La primera curiosidad la marca el hecho de que el

artículo de Watson y Crick precediese a los demás; o sea, que se presenta antes la

teoría que los datos experimentales que ésta explica. Además, dicho primer trabajo no

reconoce claramente que el modelo se había elaborado valiéndose de los datos del

King’s. Nadie hubiera imaginado, a la vista de aquella presentación, con el artículo que

mostraba la fotografía decisiva correspondiente al de Franklin y Gosling, ocupando el

último lugar, que en realidad era esa foto la que había inspirado el ataque final del

problema por parte de Watson.

Otro dato que también los historiadores han registrado como extraño es que a

Wilkins no se le informara inmediatamente, pues sólo tuvo conocimiento de la doble

hélice el 18 de marzo, lo que indica que probablemente Watson tuvo algún tipo de

escrúpulo. Según Sayre, no cabe duda que la euforia o la vergüenza, o la combinación

de ambas cosas, es lo que explicaría que Wilkins sólo conociese el triunfo de sus

amigos de Cambridge con el tiempo justo para contribuir con un artículo

complementario en el mismo número de Nature en el que anunciaban la victoria. John

Gribbin ha señalado: “Cuando Wilkins recibió la noticia del modelo, fue magnánimo.

‘Creo que sois un par de viejos pícaros’, dijo nada más ver el borrador del artículo,

‘pero de nada sirve la queja; se trata de una idea muy atractiva y poco importa quién

demonios haya dado con ella”.

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Rosalind Franklin 40

Es sabido que el protocolo científico sugiere que cuando un equipo de teóricos

se ha valido de los resultados experimentales no publicados de otro para llegar a sus

conclusiones, lo correcto es acordar algún tipo de publicación conjunta. Sin embargo, la

posibilidad de una publicación conjunta con Wilkins nunca se planteó; y por supuesto

mucho menos con Franklin.

Los expertos que han insistido en este punto son bastante numerosos. Watson

y Crick deberían haber escrito y publicado conjuntamente un artículo describiendo el

apareamiento de las bases, lo que hubiera sido suficientemente brillante como para

asegurarles una fama duradera. Pero además, podrían haber escrito un segundo

artículo con la estructura completa, en el que se hubiesen definido con exactitud cuáles

habían sido las contribuciones de todos y cada uno de ellos. De ese modo, la

notoriedad que acompañó al descubrimiento hubiera estado algo más dividida, pero

por lo menos su historia no se habría complicado con respecto a qué y quién hizo cada

descubrimiento.

En definitiva, y según gran parte de los estudiosos del tema, la ansiedad del

equipo de Cambridge por ser los primeros, unida a la antipatía que se tenían Wilkins y

Franklin, se tradujeron en la citada serie de artículos que vieron la luz en el ya más que

famoso número de la revista Nature del 25 de Abril de 1953.

Rosalind Franklin tuvo además otra contribución crucial con relación a la

estructura del ADN, que ha sido muy destacada por Aaron Klug. Ella fue la primera en

que, nada más ver el modelo de Watson y Crick lo reconoció como correcto.

Posteriormente presentó las pruebas que lo demostraban, adhiriéndose a su

aprobación. Esta prontitud en verificar el modelo se ha considerado como un indicador

de lo próxima que estaba a descubrirlo por sí misma. La investigadora consideró que el

modelo era completamente razonable porque contenía algunas de las estructuras con

las que ellas ya estaba familiarizada y que le despejaba sus dudas.

Tiene interés describir cómo planteó Rosalind Franklin su análisis de ratificación.

Lo primero que hizo fue probar la forma B en los términos del modelo, antes que la A.

Los rayos X mostraron ser compatibles con una hélice de dos cadenas

polinucleotídicas enrolladas, cada una conteniendo 10 nucleótidos por vuelta en una

distancia de 34 Å. Los grupos fosfatos se disponen hacia el exterior de la estructura en

un radio de 10 Å. Luego vino el turno de la forma A, para la cual también disponía de

datos muy precisos. En su segunda comunicación a Nature, en Julio de 1953, Franklin

y Gosling demostraron de manera concluyente que la forma A también contenía dos

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Rosalind Franklin 41

cadenas helicoidales del mismo tipo de las encontradas en la estructura B. Estas

estructuras estaban lo suficientemente próximas como para explicar la reversibilidad de

la transición A→B.

En su libro, Watson escribió que la inmediata aceptación del modelo por parte de

Franklin los dejó muy sorprendidos en un primer momento. Sin embargo, esto no es tan

raro cuando se estudian sus cuadernos de notas y sus trabajos, pues ellos evidencian

lo cerca que había estado ella de deducir la arquitectura completa del ADN.

Paradójicamente, Rosalind Franklin nunca supo lo esenciales que fueron sus

contribuciones. Sencillamente, como ya hemos comentado, nunca se enteró hasta que

punto los datos que había obtenido con tanto esfuerzo estuvieron en las manos de

Watson y Crick. No tuvo la menor idea de que alguien fuera del King’s hubiera tenido

acceso a sus resultados sin publicar, y menos todavía, que los hubieran utilizado

gracias a Wilkins. Así pues, desconocía por completo que en el famoso modelo

estuviera incluido su propio trabajo. Cuando vio dicho modelo se quedó maravillada

ante él. Lo único que ella creyó haber proporcionado fue lo que expuso en el seminario

de 1951.

Desde entonces ha permanecido en el aire una pregunta, que ha sido objeto de

infinitas discusiones: ¿Podría Franklin haber resuelto la estructura del ADN por sí

misma? Numerosas mujeres de ciencia con militancia feminista han estudiado el

problema, y para ellas la respuesta está clara: “Si a Franklin no se le hubiese sustraído

en secreto los resultados de su trabajo y si hubiese tenido tiempo suficiente para

analizar sus datos y resolver el rompecabezas, es difícil dudar de que lo habría logrado

–incluso quizás antes que Watson y Crick, si éstos hubiesen tenido que hacer sus

propias fotografías del ADN (...)”, ha escrito G. Kass-Simon en su libro Mujeres de

Ciencia.

En lo que se refiere a la opinión que Crick tenía de los hechos, en junio de 1970

dijo: “ Rosalind lo hubiera descubierto (...) Con ella era sólo cuestión de tiempo”. Según

el coautor del modelo el problema era susceptible de ser resuelto con difracción de

rayos X, aunque evidentemente se trataba de un método más lento que la construcción

de modelos. En su opinión, Franklin también debería haberlos construido.

Aaron Klug ha manifestado que ella estaba sólo a un paso y medio de conseguir

resolver la estructura del ADN por sí misma. Le faltaba “medio paso para descubrir que

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Rosalind Franklin 42

las dos hebras eran antiparalelas y un paso para hallar el apareamiento de las bases” .

Este mismo científico también ha dicho: “Resulta realmente doloroso estudiar sus

cuadernos de notas y ver lo cerca que estaba de la solución ella sola (...). Crick y yo

hemos discutido si estaba un paso y medio o dos pasos por detrás (...). Ella no sabía

que las dos hebras corrían en direcciones opuestas, pero yo sostengo que estaba a

punto de darse cuenta”. Recordemos que nadie ha estudiado las notas de Rosalind

Franklin como él.

Y Aaron Klug continua: “El otro problema era ¿cómo colocar las bases? Ella

sabía que tenían que estar en el interior; y había hablado de intercambiabilidad entre

las bases. El paso desde intercambiabilidad a apareamiento de bases es ciertamente

importante, pero ella tenía la capacidad para darlo. (...) Si uno analiza sus apuntes

como yo lo he hecho, se da el paso (...). Ella no necesitaba intuición. Tenía los hechos.

No era muy imaginativa, como Crick o Pauling, pero era una experimentalista soberbia,

una excelente analista, y había recorrido el camino”.

La opinión prevalente es que, con gran probabilidad, los datos obtenidos por

Franklin también podrían haber sido obtenidos por Watson y Crick, de haberlo

intentado. Pero ese tipo de experimentos hubiera sido, como poco, muy lento y

laborioso, y más en el caso de Watson que en aquel momento tenía muy poca práctica

con esa metodología experimental. Esto significa que, por lo menos, un modelo basado

sólo en su propio trabajo experimental, de ningún modo hubiera podido ver la luz al

final de febrero de 1953. Y, para conseguir la primicia de un descubrimiento, el tiempo

es fundamental.

En una versión lo más fidedigna posible de los hechos, debe asimismo tenerse

presente que hacia mediados de 1953 Rosalind Franklin había ya empezado a

desentenderse del problema de la macromolécula. En realidad, el artículo que Franklin

redactó con Gosling, y que luego acompañó al de Watson y Crick, fue diseñado a modo

de despedida de la investigadora tanto del ADN como del King’s College. Estaba tan

desencantada de su estancia en ese laboratorio que quería dejar atrás esa época de su

vida. Había decidido marcharse, e iba a dedicar sus esfuerzos a otro tema de

investigación. No obstante, antes de abandonar por completo este trabajo publicó un

último artículo con Gosling, en 1955, del que después, según confesó a Aaron Klug, no

se sintió demasiado satisfecha.

10. Un epílogo poco convincente

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Rosalind Franklin 43

Antes de terminar esta importante etapa de la corta vida de Rosalind Franklin,

falta un sucinto comentario acerca del Epílogo de La doble hélice. Llama la atención

que en este apartado Watson modificase la opinión que ha sostenido a lo largo de todo

el libro. Incluso es hasta generoso con Rosalind Franklin. Reconoce que el trabajo de la

científica en el King’s fue en realidad “magnífico” y hasta le concede el crédito que se

merece por sus contribuciones. Llega a escribir: “Nos dimos cuenta, con demasiados

años de retraso, de la lucha a la que se tiene que enfrentar una mujer inteligente para

ser aceptada en el mundo científico”.

No obstante, Watson admite libremente que el homenaje del epílogo fue

impuesto. Aaron Klug y Francis Crick lo presionaron acerca de la necesidad de añadir

algo que rectificase el retrato de Franklin tal y como estaba en el manuscrito original.

Pero, según Sayre, existen evidencias de que la actitud de Watson no ha cambiado con

respecto a Franklin, con epílogo o sin él. En una entrevista que esta autora le realizó,

en agosto de 1970, seguía refiriéndose a Rosalind Franklin como alguien “imposible” y

“tozuda”.

Paradójicamente, aunque Watson transformó a Franklin en una criatura rígida,

una cristalógrafa bien preparada y con formación, pero que sólo produjo

planteamientos estrechos, lo sobresaliente fue que su enfoque experimental

proporcionó por lo menos la mitad de la información a partir de la cual surgió el modelo

triunfal.

IV. LOS TRABAJOS CON VIRUS

En 1953, Rosalind Franklin abandonó el King’s College para trabajar en el

laboratorio del Birkbeck, en Londres, dirigido por J. B. Bernal, un científico cristalógrafo

cuyo prestigio ya hemos mencionado que era muy amplio y a quien la investigadora

admiraba mucho.

Randall, el director del King’s, y Bernal habían llegado al acuerdo de que la joven

podría marchar con su beca, y además en el nuevo laboratorio tendría una

considerable promoción, ya que sería la directora de un grupo de investigación de

cuatro personas, entre las que se incluía Aaron Klug. Este último se convirtió en su

primer y único colaborador. Conocido por ser un extraordinario teórico, disfrutaba

debatiendo con Franklin. Juntos desarrollaron “técnicas maravillosamente delicadas

para obtener nuevos y preciosos datos con rayos X”, ha afirmado la cristalógrafa

premio Nobel, Dorothy Hodgkin.

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Rosalind Franklin 44

En el Birkbeck, Franklin comenzó estudiando el ARN (ácido ribonucleico).

Decidió trabajar en aquellos virus compuestos por ARN y proteínas, donde el citado

ácido constituye la parte infecciosa del virus. Comprendiendo la estructura del ARN

esperaba poder explicar cómo las partículas víricas, que no están vivas en verdadero

sentido de la palabra, podían crecer y reproducirse en el interior de las células. Durante

los cinco años que Franklin estuvo en el Birkbeck, su grupo resolvió la estructura

general de varios virus que contenían ARN y colaboró en la fundación de la Virología

estructural. En esa época, su grupo se convirtió en líder mundial en el uso de la

difracción de rayos X para elucidar la estructura molecular de los virus.

Como otros investigadores dedicados a los virus, se concentró en el virus del

mosaico del tabaco (VMT). VMT es a los virus lo que el maíz o la mosca de la fruta son

a la genética, es decir el material usado para establecer principios científicos básicos.

VMT es estable, fácil de manipular y abundante. Este virus se ha convertido en un

clásico, ya que fue el primero que se purificó en un tubo de ensayo. A Rosalind Franklin

le gustaba particularmente la manera en que las largas partículas en forma de rodillo

del VMT producían detallados modelos de difracción de rayos X.

Además, a Franklin le intrigaba del virus del mosaico del tabaco otras dos

razones. Estaba convencida, correctamente, de que los estudios estructurales del virus

podrían ayudar a los científicos a comprender la organización de otras partículas

víricas, como por ejemplo el virus de la polio o el del resfriado común. En segundo

lugar, la estructura fibrosa del VMT era un desafío incluso mayor que la del ADN. Su

investigación en la macromolécula la había convertido en una experta mundial en

difracción de rayos X y se sentía muy atraída por las dificultades implicadas.

Es ilustrativo señalar que en 1935 Bernal había empezado un trabajo sobre la

caracterización de la estructura del virus del mosaico del tabaco utilizando técnicas

cristalográficas, pero lo había abandonado temporalmente. Watson también había

trabajado con este virus y sugerido que su estructura era una hélice, aunque distinta de

la del ADN. Franklin confirmó esta conclusión, pero cuando midió la hélice descubrió

que se había subestimado el número de subunidades proteicas presentes en cada

vuelta de la hélice. También localizó la única y larga hebra de ARN portadora de la

información genética, y por tanto responsable de la capacidad infecciosa del virus.

Puede entonces afirmarse que cuando Franklin comenzó a trabajar en 1953 con

el VMT, casi todo lo referente al mismo seguía siendo un misterio. Se conocía muy

poco sobre la estructura general de los virus, pero a raíz del esfuerzo que ella realizó

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Rosalind Franklin 45

hasta 1958 para conseguir la estructura del VMT, lograría un paso de gigante en medio

de una oscuridad casi absoluta. Sin embargo, no consiguió descifrar la arquitectura

detallada del virus, que sólo emergió 12 años después de su muerte. Pero cuando por

fin se obtuvieron los detalles de la misma, se constató que su relación con lo que la

científica había publicado previamente era indiscutible.

Durante los cinco años en que Rosalind Franklin trabajó en el Birkbeck publicó

17 artículos. Estableció su reputación entre las mejores figuras mundiales que

trabajaban con estructuras helicoidales. Bernal la ha considerado como “la principal

fundadora de la ciencia biomolecular”. Sir Lawrence Bragg ha exteriorizado no poder

creer que fuese posible descubrir tanto sobre virus, en tan poco tiempo, como hizo ella.

En un plano más ajeno a la investigación en sí, Rosalind Franklin demostró ser

una excelente directora de grupo. Como ha manifestado uno de sus alumnos: “Tenía

presencia e incluso un aura de autoridad a su alrededor (...). Sabía lo que deseaba

hacer científicamente, y sabía como conseguirlo experimentalmente”.Según numerosos

testigos, en el Birkbeck Franklin tuvo mucho éxito y estableció una buena relación con

la gente que la rodeaba. La leyenda de su difícil carácter se desvaneció totalmente en

este ambiente tan distinto al del King’s.

A lo largo de 1956, expuso sus resultados en distintas conferencias en Londres,

Madrid y Nueva Inglaterra. Asimismo, visitó los laboratorios de Berkeley, Los Angeles, y

otros destacados centros de Estados Unidos. Por otra parte, sus trabajos con virus

despertaron tal interés, que en 1957 la Real Sociedad de Londres le solicitó que

construyese dos modelos de partículas víricas para exhibir en la Feria Internacional de

Bruselas, lo cual era un gran honor. Ella era la primera científica en saber lo suficiente

sobre la estructura de los virus como para ser capaz de construir un modelo realista.

Estaba comenzando otra revolución en los fundamentos de la Biología.

Desafortunadamente, en 1956 los médicos diagnosticaron a Rosalind Franklin

un cáncer que poco después acabó con su vida. Franklin trabajó intensamente y con un

extraordinario rigor y coraje hasta el día de su muerte, el 16 de abril de 1958, cuando

solamente tenía 37 años.

Después del fallecimiento de Franklin, Bernal escribió en Nature: “Como

científica, la señorita Franklin se distinguió por una claridad y perfección extremas que

caracterizaron todo lo que emprendió. Sus diagramas de rayos X se consideran los

mejores y más bellos que se han obtenido a partir de cualquier sustancia(...). Casi todo

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su trabajo lo realizó con sus propias manos. A la vez, demostró ser una excelente

directora de un grupo de investigación e inspiró a todos los que trabajaron con ella a

alcanzar niveles tan elevados como los suyos”.

VII. COMENTARIO FINAL

En 1962, Francis Crick, James Watson y Maurice Wilkins compartieron el premio

Nobel de Medicina y Fisiología en reconocimiento a sus diversas y variadas

contribuciones en la caracterización de la estructura del ADN. A lo largo de este

capítulo hemos repetido que si Rosalind Franklin hubiera vivido cuando el comité del

Nobel resolvió el premio por la estructura del ADN, difícilmente hubieran podido

pasarla por alto.

Sin embargo, si hubiese sido por lo que los tres ganadores dijeron en sus

conferencias al recibir el premio, nadie hubiera sabido que Franklin había contribuido a

su triunfo. Entre las tres conferencias se citaban 96 referencias, pero en ninguna de

ellas había menciones sobre Rosalind Franklin. Sólo Wilkins la incluyó en sus

agradecimientos.

Autoridades en la materia se han preguntado lo que habría ocurrido con el

premio si Franklin hubiese vivido el tiempo suficiente. La mayoría de los científicos

creen que se lo merecía. Pero los Nobel sólo se dan a las personas vivas y, además,

cada premio no puede tener a más de tres galardonados. ¿Habría tenido el comité

conocimiento de sus contribuciones?. Y si la hubiese tenido ¿le habrían dado el premio

a ella en vez de, por ejemplo, a Wilkins? ¿O el comité habría dado dos premios, uno en

Medicina y otro en Química, para repartirlo entre cuatro ganadores?

“El comité del Nobel algunas veces ha concedido premios peculiares, ha

cometido omisiones o errores notables, pero no podemos dudar de que el valor del

trabajo (de Rosalind) era conocido”, ha afirmado el historiador Judson. Además,

diversos historiadores coinciden en afirmar que cuando el comité del Nobel estudió las

publicaciones de los cuatro científicos, tuvo que haberse dado cuenta de que los

artículos de Franklin contenían, con gran diferencia, los datos más difíciles de obtener.

La opinión hoy dominante es que si Rosalind Franklin hubiese vivido con toda

probabilidad podría haber compartido el premio Nobel por uno de los descubrimientos

científicos más grandes del siglo XX.

El que la investigadora no esté en la lista de los Nobel no es, sin embargo, lo

más deplorable. Acabamos de mencionar que a lo largo de los años han sido excluidos

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Rosalind Franklin 47

numerosos científicos con méritos reconocidos. Lo peor de todo ha sido la enorme

cantidad de listas honoríficas en las que mereció estar y a lo largo de 20 años no

estuvo.

En primer lugar, hay que subrayar algo verdaderamente injusto: muchos de los

descubrimiento realizados por Rosalind Franklin con respecto al ADN han sido

adjudicados a Wilkins, y numerosos de sus logros con los virus se han considerado

obtenidos por Bernal. Así por ejemplo, el extraordinario Linus Pauling, el 26 de abril de

1974, en un aniversario del famoso número de Nature sobre el ADN, escribió un

artículo en el que adjudicaba a Wilkins los diagramas de la forma B obtenidos por

Franklin, y no sólo una vez, sino en dos ocasiones.

También a Franklin se le han hurtado otros méritos. Como ha relatado Sayre, por

ejemplo, al pie de una escultura del modelo de la molécula de ADN que se exhibe en el

Museo Británico en la sección de historia natural, hasta los años 70 Rosalind Franklin

no figuraba en la lista de personas que contribuyeron a su descubrimiento. Sólo fue

incluida después de algunas protestas. La Dra. Mair Livingstone observó en una visita

al museo que no aparecía el nombre de Franklin en conexión al modelo del ADN.

Escribió a la secretaría del museo protestando por la omisión, y después de una

correspondencia prolongada consiguió que se añadiera el nombre de Rosalind Franklin

en el lugar adecuado.

Sólo en fecha tan tardía como 1992, se colocó en la puerta del apartamento de

Franklin en Londres, una placa con la siguiente inscripción: “Rosalind Franklin, 1920-

1958, pionera en el estudio de las estructuras moleculares incluyendo el ADN, vivió

aquí entre 1951 y 1958”.

El injusto trato que recibió en vida Rosalind Franklin no fue remediado en su

recuerdo sino de manera reivindicativa por personas que se rebelaron frente a esta

página negra del protagonismo científico. Habría que agradecer a las negativas

consideraciones de Watson con la extraordinaria difusión que alcanzó su libro, que la

sombra de Rosalind Franklin alcanzara a muchas malas conciencias. Como señala

McGrayne, se ha visto que el libro de Watson a corto plazo aumentó la reputación de

su autor, presentándolo como un joven y brillante científico. Pero contenía una bomba

de tiempo. Al admitir que había usado los datos de Franklin sin su consentimiento, ha

manchado no sólo su trabajo sino también el de Crick, cuya figura siempre ha

despertado un gran respeto en la comunidad científica.

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Rosalind Franklin 48

Además, el falso retrato de la personalidad y de los logros científicos de Rosalind

Franklin contenidos en el libro de Watson han llevado a convertirla en una mártir para

las feministas y numerosas mujeres científicas. Como han afirmado muchos de los que

la conocieron, a ella ese papel no le hubiera gustado en absoluto.

Para terminar, sólo queda recalcar que Anne Sayre fue quien realizó el primer

esfuerzo de justicia y honradez al intentar compensar con su obra la imagen grotesca

que Watson dibujó de Franklin. Algunos autores, sin embargo, han recriminado a esta

autora una tendencia feminista demasiado acusada. En su descargo habría que decir

que las tendencias feministas, sean acusadas o no, es una opinión subjetiva, máxime

después de compartirse lo dicho por J. Gribbin: “el libro de Anne Sayre es un trabajo

que debería difundirse para que pudiesen conocerlo todos aquellos que han leído la

obra de Watson”, ya que sobre él planea el quehacer científico de primer orden llevado

a cabo por Rosalind Franklin.

A este respecto, la científica y traductora al castellano Teresa Carretero, al leer

el libro de Anne Sayre reconoció como único medio a su alcance para denunciar la

flagrante injusticia cometida con una científica fuera de serie, el traducir esa obra. De

este modo, subraya la doctora Carretero, no sólo la comunidad científica española sino

también la gente en general podrá conocer una realidad que de algún modo se nos ha

presentado deformada.

BIBLIOGRAFÍA SUCINTA

CRICK, F. Qué Loco Propósito. Una visión personal del descubrimiento científico. Ediciones Tusquets. Barcelona (1989).

FÖLSING, U. Mujeres Premio Nobel. Alianza Editorial. Madrid (1992). GRIBBIN, J. En Busca de la Doble hélice. La evolución de la biología molecular. Biblioteca

Científica de Salvat (1995). JUDSON, H. El Octavo Día de la Creación. Ediciones Castell Mexicana. México (1987). McGRAYNE, S. B. Nobel Prize Women in Science. Their lives, Struggles and Momentous

Discoveries. Second Edition. Carol Publishing Group Edition. USA. (1998). OLBY, R. El Camino hacia la Doble Hélice. Alianza Universidad. Madrid (1991). PAULING, P. “DNA. The race that never was?” New Scientist 58:558-560. (1973). SAYRE, A. Rosalind Franklin y el ADN. Editorial Horas y Horas. Madrid (1997). WATSON, J. La Doble Hélice. Biblioteca Científica de Salvat (1989).