romeo y julieta, traducción española postridentina

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1 Bandello, Matteo. Historias trágicas y ejemplares, sacadas del Bandello veronés. Nuevamente traducidas de las que en lengua francesa adornaron Pierres Bouistau y Francisco de Belleforest. Por Lorenzo de Ayala y a costa de Miguel Martínez. Valladolid: Her. De Bernardino de Santo Domingo, 1603. Transcripción de Carmen R. Rabell Se ha mantenido la puntuación y sintaxis. Solo se ha modernizado la grafía y la acentuación. p. 48 Historia tercera. De dos enamorados, que el uno se mató con veneno, y el otro murió de pesar de ver muerto al otro. Repartido en seis capítulos. Sumario Creo que los que miden la grandeza de las obras de Dios, según la capacidad de sus rudos y groseros entendimientos, no darán mucho crédito a esta historia, así por los diversos sucesos que verá escritos en ella, como por la novedad que en ella hallarán de una rara y perfecta amistad. Y quiero certificarles (y esto servirá de esta vez para todas las demás) que no pondré en esta obra historia fabulosa, ni contaré cosa de que no tenga testimonio de anales o de crónicas, o que no se sepa haber pasado así de quien la haya visto, o que no tenga autoridad de algún historiador mozo, latino, griego y toscano. Y los que hubieren leído a Plinio, Valerio Máximo, y Plutarco, y otros, hallarán que antiguamente hubo gran cantidad, así de hombres como de mujeres, que murieron con excesiva alegría, y no dudarán que estos de quien quiero tratar, hayan podido morir en las llamas furiosas de su encendido amor, que si este se apodera una vez de algún sujeto generoso, y no halla resistencia en él, sirva de reparo para detener la violencia de su curso, mina, consume de tal manera las potencias naturales, que sujetando el ánimo da lugar a la vida, como se verifica en la desastrada muerte de dos enamorados que acabaron en una sepultura en la ciudad de Verona, donde el día de hoy están sus huesos, cuya historia no es de menos admiración que verdadera. Capítulo primero. En que se cuenta de quiénes eran Romeo y Julieta, y se pone el principio de sus amores, y de los bandos de los Montescos y Capeletes. Si la afición particular, que (con justa causa) cada uno tiene al lugar donde nació no nos engaña, creo confesaran todos conmigo haber pocas ciudades en Italia que hagan ventaja a Verona, así por

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Por Lorenzo de Ayala y a costa de Miguel Martínez. Valladolid: Her. De Bernardino de Santo Domingo, 1603.

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Page 1: Romeo y Julieta, traducción española postridentina

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Bandello, Matteo.  Historias trágicas y ejemplares, sacadas del Bandello veronés. Nuevamente traducidas de las que en lengua francesa adornaron Pierres Bouistau y Francisco de Belleforest.  Por Lorenzo de Ayala y a costa de Miguel Martínez. Valladolid: Her. De Bernardino de Santo Domingo, 1603.  

 

Transcripción de Carmen R. Rabell 

Se ha mantenido la puntuación y sintaxis.  Solo se ha modernizado la grafía y la acentuación. 

 

p. 48 

Historia tercera. 

De dos enamorados, que el uno se mató con veneno, y el otro murió de pesar de ver muerto al otro.  Repartido en seis capítulos. 

Sumario 

  Creo que  los que miden  la grandeza de  las obras de Dios,  según  la  capacidad de  sus  rudos y groseros entendimientos, no darán mucho crédito a esta historia, así por los diversos sucesos que verá escritos en ella,  como por  la novedad que en ella hallarán de una  rara y perfecta amistad.   Y quiero certificarles  (y  esto  servirá  de  esta  vez  para  todas  las  demás)  que  no  pondré  en  esta  obra  historia fabulosa, ni contaré cosa de que no tenga testimonio de anales o de crónicas, o que no se sepa haber pasado así de quien la haya visto, o que no tenga autoridad de algún historiador mozo, latino, griego y toscano.    Y  los  que  hubieren  leído  a  Plinio,  Valerio  Máximo,  y  Plutarco,  y  otros,  hallarán  que antiguamente    hubo  gran  cantidad,  así  de  hombres  como  de mujeres,  que murieron  con  excesiva alegría, y no dudarán que estos de quien quiero tratar, hayan podido morir en las llamas furiosas de su encendido amor, que si este se apodera una vez de algún sujeto generoso, y no halla resistencia en él, sirva  de  reparo  para  detener  la  violencia  de  su  curso, mina,  consume  de  tal manera  las  potencias naturales, que sujetando el ánimo da  lugar a  la vida, como se verifica en  la desastrada muerte de dos enamorados que acabaron en una  sepultura en  la  ciudad   de Verona, donde el día de hoy están  sus huesos, cuya historia no es de menos admiración que verdadera. 

 

Capítulo primero.   En que se cuenta de quiénes eran Romeo y  Julieta, y se pone el principio de sus amores, y de los bandos de los Montescos y Capeletes. 

  Si la afición particular, que (con justa causa) cada uno tiene al lugar donde nació no nos engaña, creo confesaran todos conmigo haber pocas ciudades en Italia que hagan ventaja a Verona, así por  

 

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el río Adige y su navegación, que pasa por ella, y por cuyo medio se contrata en Alemania, como por la vista de  los fértiles valles y montañas que  la rodean, con  las fuentes vivas, que sirven a su necesidad y comodidad.  Y  no  trato  particularmente  de  las  cuatro  puentes,  y  singulares  antiguallas  que  cada  día descubren los curiosos.  Y por eso quise tomar esta historia de lgo atrás, para mayor claridad de lo que he de escribir, cuya memoria está hoy tan reciente en Verona, que apenas se han cerrado  los ojos de muchos que vieron este triste espectáculo.   

En el  tiempo que  tenía el dominio de esta  ciudad el  señor Bartolomé de  la Escala, había en ella dos familias más nombradas que las otras, así por nobleza, como en riquezas, la una era de los Montescos, y la otra de los Capeletes.  Y como acontece de ordinario haber envidia entre los que están en igual grado de autoridad, vino a haber enemistad entre estas, y aunque su origen fue por causa harto liviana, con el tiempo se encendió tanto que en sucesos que hubo entre ellos perdieron muchos las vidas, y aunque el señor de  la Escala  (de quien  se ha  tratado)  cuya era Verona, viendo  tal desconcierto en  su  república procuró  con  toda  instancia  reconciliar  estos  dos  linajes,  fue  su  trabajo  en  balde,  porque  tenían  tan arraigada su pasión que parecía no se poder amansar con ningún saber ni consejo, y  lo que más pudo alcanzar  con  ellos,  fue que por un  tiempo dejasen  las  armas, esperando otra ocasión para más  a  su contento  acabar de pacificarlos.    Y  estando  en  este  estado, un mancebo de  los Montescos,  llamado Romeo, de edad de veintiún años, el más agraciado de cuantos había en Verona, se enamoró de una dama  de  la  misma  ciudad,  y  pareciéronle  tan  bien  sus  gracias,  que  por  servirla  dejó  las  demás ocupaciones.   Y  como hubiesen  intervenido  cartas, embajadas, y presentes, determinó  finalmente de hablar con ella, para darle a entender su pasión, y hízolo sin tratarlo con nadie: mas ella que se había criado en to‐ 

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da virtud, le supo responder de tal manera resistiendo a su demanda, que de allí adelante no volvió más a  ella  con  semejante negocio,  y  se  le mostró  tan  esquiva, que  aún de  sola  la  vista no  le hizo  favor, aunque  el pobre mozo  cuanto más desechado  se  veía,  tanto más  se  encendía.    Y después de haber continuado algunos días en servirla, sin hallar alivio para su pasión, determinó irse de Vrona por probar y mudando  lugar  podría  también  trocar  afición,  y  decía: Que  provecho  se me  sigue  de  amar  a  esta ingrata, pues me aborrece tanto?  Yo la sigo por todas partes, y ella huye de mí?  Yo no puedo vivir si no es estando cerca de ella, y ella no tiene contento si no es verse ausente de mí? Quiero apartarme de su presencia,  y  podrá  ser  que  no  la  viendo,  el  fuego  que  se  sustenta  en mi  con  sus  hermosos  ojos,  se apague por un poco.  Pero cuando quería poner por obra su pensamiento, en un instante determinaba lo  contrario,  y  sin  saber  qué  hacer,  gastaba  los  días  y  noches  en  lamentaciones,  por  haberle  amor impreso de  tal manera  en  lo  interior  la hermosura de  aquella dama que  se había  rendido  sin poder resistirle,  y  se  iba  consumiendo  como  nieve  al  calor  del  sol.    Sentían  sus  parientes  y  amigos  de  su desastre, aunque sobre todos  le pesaba verle así a un su compañero de más edad y discreción que él, que comenzó a reprenderle ásperamente, por ser la amistad de los dos tan grande, que sentía su pasión como él mismo, y viéndole tan metido en sus imaginaciones, le dijo:  Maravíllome mucho Romeo, en ver 

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que consumes  lo mejor de  tu vida en prosecución de una cosa de que  te ves menospreciado, sin que haya tenido respeto a tus gastos, honra, ni lamentaciones, y mucho menos a tus trabajos, que es lo que suele mover  las más constantes a misericordia, y así te ruego por nuestra antigua amistad, y tu propia salud aprendas a ser tu yo en lo porvenir, sin enajenar tu libertad poniéndola a voluntad de persona tan ingra‐ 

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ta.  Y a lo que puedo conjeturar de lo pasado, o ella está aficionada a otro, o tiene determinado de jamás querer bien a ninguno.   Tú eres mozo y  fortuna ha repartido sus bienes contigo, y el más alabado de gentileza que hay en esta ciudad, y eres docto en las letras humanas, y sobre todo único heredero de las riquezas de  tus padres, a quien no sé por qué quieres dar mala vejez, y  tanto pesar a  tus parientes y amigos, que ven  te vas a arrojar en este abismo de vicios, estando en  la edad que  les habías de dar alguna esperanza de  tu  virtud.   Comienza  a  conocer el error en que has  vivido, quita el  velo que  te embaraza la vista, pues te impide que sigas el camino derecho por donde han caminado tus pasados, y si te sientes sujeto a tu voluntad, emplea tu afición en otra parte, y escoge alguna dama que lo merezca, y para adelante no siembres en tan mala tierra, pues no sacas de ella ningún fruto.  El tiempo se acerca en que se juntarán por la ciudad las damas de ella, y podrás poner los ojos en alguna que te haga olvidar los trabajos pasados.   Oyó Romeo con atención  las  razones de su amigo, y comenzó a enfriarse algo, y a conocer que  sus amonestaciones  iban enderezadas a buen  fin,  y determinó ponerlas en ejecución,  y hallarse en todas las juntas de damas que se hiciesen por aquella ciudad, sin aficionarse más a una que a otra,  y perseveró en esto  como dos o  tres meses pareciéndole, que  con este  remedio amansaría  las centellas de sus antiguas llamas.  Y sucedió que algunos días después de pasada la fiesta de navidad, se comenzaron los bailes y fiestas, conforme a la costumbre de aquella ciudad, teniendo las máscaras lugar en  ellas,  y  Antonio  Capelete,  que  era  la  cabeza  de  su  linaje  y  bando,  y  uno  de  los  caballeros más emparentados de la ciudad, ordenó una fiesta, y para solemnizarla mejor, convidó a ella toda la nobleza, así  hombres  como  de mujeres,  y  estaba  en  ella  la mayor  parte  de  la  juventud  de  Verona.  Y  como mostramos …., la casa y familia de los Cape‐ 

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letes estaba encontrada con  la de  los Montescos, que  fue causa que  los Montescos no se hallasen en este  regocijo,  puesto  que  Romeo Montesco  fue  a  ella  sobre  cena  en máscara  con  otros  caballeros mancebos,  y  después  de  haber  estado  un  poco  con  los  rostros  cubiertos  con  las máscaras,  se  las quitaron, y Romeo vergonzoso, se apartó a un rincón de  la sala mas con  la claridad de  las hachas  fue conocido de todos, en especial de las damas, que se maravillaron de verle tan seguro, y de que se había atrevido  a  entrar  con  tanta  privanza  en  casa  de  los  que  tenían  tan  poca  causa  para  quererle  bien.  Disimularon  los  Capeletes,  hora  por  la  compañía  con  quien  iba,  hora  por  su  poca  edad,  y  no  le agraviaron, ni de hecho, ni de palabra.  Por lo cual pudo ver con toda libertad las damas que allí había, y supo  hacerlo  tan  bien,  que  no  hubo  ninguna  que  no  recibiese  contento  con  su  vista  y  presencia,  y habiendo hecho juicio particular de las gracias de las que allí estaban, según le guiaba su afición, vio una doncella de particular hermosura, que le dio más contento que otra ninguna, y a esta dio el primer lugar 

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en perfección, y  festejábala en mirarla amorosamente, de  suerte, que  se  le vino a olvidar  la primera afición con este nuevo fuego, que fue creciendo tanto, que no se pudo apagar sino con  la muerte más extraña, que jamás habréis oído ni se pudiera imaginar. 

Cap. II. De cómo Romeo se enamoró de Julieta, y la manera que tuvo para hablar con ella, y cómo se dieron palabra de casamiento el uno al otro, y las razones que pasaron. 

Como el mozo Romeo se sintió atormentado con esta nueva tempestad, no sabía qué hacer, porque se veía tan tendido y alterado con estas últimas llamas, que a sí mismo no se conocía, y esto de tal manera, que no se atrevía a mirar cual estaba, y todo su intento era ce‐ 

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bar sus ojos en aquella dama, y salíale por ellos el veneno dulce de sus amores, que le empozoñó de tal suerte, que vino a poner fin a sus días con muerte cruel.  Llamábase esta dama por quien Romeo estaba penado Julieta, y era hija del señor de la casa donde se hacía esta fiesta, y todas las veces que revolvía sus ojos,  los ponía de tal manera en Romeo, que  le parecía el más hermoso caballero que  jamás había visto.  Y amor que estaba en celada, y hasta aquel punto no había cometido su tierno corazón, le tocó de tal  suerte, que ninguna de  las  resistencias que  supo hacer,  fue parte para  liberarla de  sus manos.   Y desde entonces comenzó a tener en poco las fiestas y regocijos que se hacían, y no sentía contento sino cuando miraba, o era mirada de Romeo: y después de haber  recreado  sus  razones, apasionados  con infinitas vistas amorosas, que a veces se encontraban en el camino, y mezclaban sus rayos encendidos, dando  testimonio de principio de amistad; y como amor hubiese ya hecho mella en  los corazones de estos  dos  enamorados,  buscaban  entre  ambos  ocasión  para  poder  hablarse,  y  aparejose  la  fortuna, porque como uno de los caballeros que allí estaban hubiese tomado por la mano a Julieta, para que los dos danzasen la danza de la hacha, que ella supo hacer con tan buena gracia, que ganó el precio y honra a las demás damas.  Romeo que vio vacío el lugar donde Julieta había de tornar a sentarse en acabando, se fue acercando a él: y hízolo con tanta discreción, que cuando acabó se halló cerca de él.  Fenecido el baile, se tornó Julieta a su lugar, y quedó entre Romeo, y un caballero cortesano, llamado Marucio, que por sus gracias y gentileza era bien recibido en todas partes, y como atrevido en sentándose Julieta  la asió por una mano, y tenía la suya muy fresca.  Y como Romeo, que estaba de la otra parte, viese lo que había hecho Marucio, le tomó la otra, y ella se la apretó, y sintióse tan atajado con el nuevo favor, que no  

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supo qué  le decir, mas ella, que de su demudamiento entendió,  se volvió para él, con deseo de oírle hablar, y tembándole  la voz,  le dijo con vergüenza virginal, mezclada con castidad: bendita sea  la hora en que os pusiste a mi lado.  Y queriendo proseguir, le cerró amor de tal manera la boca, que no pudo acabar su razón.   Y Romeo  fuera de sí, con el contento que sintió,  le preguntó suspirando, cuál era  la causa de su tan dichosa bendición?   Julieta algo más sosegada, y aun mirándole graciosamente,  le dijo sonriéndose:  No  os  maravilléis,  señor  caballero,  si  bendigo  vuestra  venida,  pues  aunque  el  señor Marucio me ha tenido buen rato asida  la mano, me  la ha enfriado con  la suya, que tiene helada, y vos 

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con  vuestra  buena  gracia me  habéis  dado  calor.    Él  respondió:  Si  el  cielo,  señora, me  ha  sido  tan favorable, que os haya hecho algún servicio en que os haya agradado, por haberme hallado acaso en este lugar, le tengo por bien empleado, y no deseo otro bien en este mundo, en pago del beneficio que recibo,  sino  serviros  y  obedeceros  todo  el  tiempo  que me  durare  la  vida,  como  os  lo mostrara  la experiencia con más entera prueba, todas las veces que lo queráis ver: y en cuanto a lo demás, si habéis recibido algún calor por haberos tocado con mi mano, os certifico, que estas llamas son muertas delante de  las  vivas  centellas  y  fuego  encendido  que  sale  de  vuestros  ojos  graciosos,  que  de  tal  suerte  han inflamado  todas  las partes  sensibles de mi  cuerpo, que  si no  soy  socorrido  con  el  favor de  vuestras divinas gracias, no me queda qué esperar si no es  la hora en que habré de ser consumido y vuelto en ceniza.  Apenas hubo acabado de decir estas últimas palabras, cuando se dio fin a la danza de la hacha; y Julieta que estaba abrazándose, le apretó más recia la mano, y no tuvo más tiempo de para decirle con voz baja: No sé qué testimonio queréis más cierto de mi amistad para con vos, si no es deci‐ 

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ros, que sois vos más vuestro de lo que yo lo soy vuestra, y estoy presta a obedeceros en todo aquello que no  contradice  a mi honra:  suplicándoos, os  contentéis por  el presente  con  esto,  y que  esperéis tiempo en que podamos comunicar más particularmente nuestros negocios.   Romeo, que vio, que de fuerza se había de ir con sus compañeros, que le daban priesa, y no veía orden de ponerse otra vez ver con la que le hacía vivir y morir, preguntó a uno de los de su compañía, quién era aquella dama: y él le respondió que hija de Antonio Capelete señor de aquella casa donde se había hecho la fiesta, con cuya respuesta recibió gran pena, viendo que su fortuna  le había guiado a parte tan peligrosa, porque tenía por imposible dar fin a esta empresa.  Por otra parte, queriendo Julieta saber quién era el que la había acariciado  tan humanamente  aquella noche,  y por quien nuevamente  se  sentía  afligida,  llamó  a una dueña suya, que  la había criado, y  le dijo: Decidme madre, quiénes son estos dos mancebos que salen delante delante de todos con aquellas dos hachas encendidas? Dijo la vieja quienes eran. Y volviose ella a preguntar: Y este que tiene la máscara en la mano, y vestido un capote de damasco? Éste dijo ella, es Romeo Montesco, hijo del mayor enemigo de vuestro padre y de sus amigos. Cuando ella oyó el nombre de  los Montescos, quedó confusa, y perdió  la esperanza de poder haber a Romeo por esposo, a quien estaba  aficionada,  por  las  enemistades  antiguas  que  había  entre  sus  casas:  y  por  entonces  supo disimular también su descontento, que no lo entendió la vieja, y le dijo, se retrajesen a su aposento, y se acostasen porque era ya tiempo, y ella  la obedeció: mas cuando se vio en su cámara, y pensó tener el sosiego acostumbrado,  comenzaron a  rodearla grandes nublados de diferentes pensamientos, que  la trataron  de  tal  suerte,  que  no  le  dejaron  cerrar  los  ojos,  y  le  hacían  revolver  de  una  parte  a  otra, imaginando diversas cosas, hacien‐ 

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do a veces muestra de desechar del todo estos amores, y otras de pasar con ellos adelante. Y veíase la pobre  doncella  combatida  con  dos  pensamientos  tan  contrarios,  que  el  uno  le  ponía  ánimo  para proseguir con su determinación, y el otro le ponía delante el gran peligro en que se metía.  Y habiéndose espaciado en este laberinto de amor no sabía en qué se resolver, y acusándose llorando decía: Cautiva y 

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miserable  criatura  de  donde  proceden  estos  trabajos  no  acostumbrados,  que  me  hacen  perder  el sosiego? Mas o desventurada de mí, qué sé yo si este mancebo me quiere tanto como dijo: Pues puede ser, que debajo de sus palabras dulces me quiere quitar la honra por vengarse de mis parientes, que han agraviado a los suyos, y por esta vía hacerme con eterna infamia ejemplo del pueblo de Verona.  Y en un momento condenaba su sospecha, diciendo: Será posible, que debajo de tanta hermosura, y dulzor, esté encubierta  deslealtad  y  traición  y  si  es  verdad  que  el  rostro  es  leal mensajero  de  los  conceptos  del ánimo,  segura puedo estar de que me  ama, pues  vi en él  tantas mudanzas  cuando estaba hablando conmigo, estando  tan  fuera de  sí, que no  tengo para qué procurar otro pronóstico más  cierto de  su amistad, en que quiero perseverar hasta el último punto de mi vida, con tanto que se case conmigo, que podrá ser que este parentesco engendre amistad y paz perpetua entre su linaje y el mío.  Y parando en esta consideración, todas las veces que veía pasar a Romeo por su puerta, se le ponía delante con rostro alegre, enclavando en él los ojos, hasta que le perdía de vista.  Y continuando en esto por muchos días, no se contentaba Romeo con la vista, sino con contemplar el asiento de su casa.  Y un día entre otros vio a  Julieta  a  la  ventana de  su  cámara, que  respondía  a una  calle estrecha,  y debajo de  ella  estaba un jardín, que fue causa que Romeo (temiendo que sus amores le descubriesen comenzase desde enton‐ 

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ces a no pasar más de día por su puerta, aunque en sobreviniendo la noche con su manto negro a cubrir la tierra, se iba solo y bien armado a pasear por la calle estrecha, que tengo dicha.  Y después de haber estado  en  ella muchas  noches  a  su  gusto,  Julieta  como  con  su mal  estaba  impaciente,  se  puso  a  la ventana y conoció a Romeo con el resplandor de  la  luna, y él se acercó a ella no menos recatado que esperado, y  le dijo con  lágrimas y voz, a que  interrumpía con  suspiros:   Paréceme  señor Romeo, que tenéis en poco vuestra vida, pues  la ponéis a voluntad de  los que  tan poca  razón  tienen de quereros bien:   pues allende que  si ahí os hallasen os harían piezas, mi honra que estimo en más que  la vida, jamás  se  recobraría.   Mi  señora,  respondió Romeo, mi vida está en mano de Dios, y él  solo es quien puede disponer de ella, y si alguno en vuestra presencia pretendiese quitármela, le mostraría cómo la sé defender.  Y no la estimo tanto que a una necesidad no la aventurase en vuestro servicio.  Y cuando mi desdicha fuese tanta que me la quitasen en este lugar, no me daría pena otra cosa sino que perdiendo la perdería el medio con que mostraros lo mucho que os amo, y los servicios que deseo haceros.  Y no es mi intento conservarla por gana que tenga de ella, ni por otro ningún respeto, sino para amaros, serviros y honraros hasta lo último de ella.  Y al punto que dio fin a su razón, comenzaron amor y misericordia a fraguarse en el corazón de Julieta.  Y teniendo la cabeza arrimada sobre la una mano, y el rostro bañado en lágrimas le replicó: Ruégoos señor, no me traigáis a la memoria esas cosas, pues solo imaginarlas me tiene suspensa entre  la muerte y  la vida por estar mi corazón tan  ligado a vuestro que no recibiréis el menor  disgusto  del mundo  cuando  tenga  yo  en  él  la  parte  que  en  vos.    Y  dejado  esto,  os  ruego,  si deseáis vuestra salud y la mía, me declaréis vuestra determinación aparente de adelante porque  

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os digo, que si pretendéis de mí otra cosa fuera de lo que se requiere a mi honra vivís engañado, y si es vuestra  voluntad  buena,  y  me  queréis  tanto  como  decís,  y  vais  fundado  en  virtud,  para  que  lo 

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comenzado se concluya recibiéndome por vuestra esposa tendréis tanta parte en mí, que sin respeto de la obediencia, que debo a mis padres, ni de  las enemistades ni bandos que hay entre vuestra casa y  la mía, os haré señor perpetuo de mí y de cuanto poseo, y estaré aparejada a seguiros en todo aquello que me quisiéredes mandar; y si vuestro intento es otro, y pretendéis hacer burla de mí, fingiendo amistad, no lo hagáis, y desde hoy mas podéis dejarlo, y a mí que viva en descanso entre mis iguales.  Romeo que no deseaba otra cosa, le respondió muy gozoso: Pues sois servida, señora, hacerme tanta merced, como es quererme aceptar por esposo, lo consiento con aquella voluntad que puede caber en mi corazón, el cual os quedará por prenda y cierto testimonio de mi palabra, hasta que os lo pueda mostrar por obra.   Y para dar principio a mi empresa, y me  iré de mañana a  tomar el consejo de nuestro  cura el padre Lorenzo, a quien vos conocéis, que de más de ser mi padre espiritual, suele instruirme en mis negocios particulares, y si vos quisiéredes vendre mañana a este lugar a esta misma hora, donde os haré saber lo que hubiere tratado con él.   Y con esto acabaron sus pláticas, y quedaron conformes, sin que por esta noche recibiese Romeo otro  favor.   Era el cura Lorenzo de quien habemos delante de hacer mención, doctor en teología, y demás de la loable profesión que había hecho en las letras sagradas, gran filósofo, y curioso escudriñador de secretos de naturaleza, y estaba en buena reputación por haber usado bien de  todo ello.   Y por  su bondad  tenía  ganada  las  voluntades de  los  ciudadanos de Verona,  y  los más principales de ella se confesaban con él, y no había quien no le reverenciase, de más de que por su gran saber le llama‐ 

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ban para los negocios más importantes del gobierno de la ciudad, y quien más le favorecía era el señor de  la Escala, que a  la sazón  lo era de Verona, y  las familias de  los Montescos y Capeletes, y otras que también principales.  Y Romeo, como dije, desde su tierna edad había tenido amistad particular con él, y era con quien comunicaba sus secretos.   

Cap. III.   De cómo Romeo habló con el cura sobre el casamiento con Julieta y cómo se desposaron, y gozaron el uno del otro por muchos días, y otras cosas que pasaron. 

  Apartado  que  se  hubo  Romeo  de  Julieta,  se  fue  para  el  cura  a  quien  dio  cuenta  de  lo  que pasaba,  y de  la  conclusión del matrimonio,  añadiendo que  antes  acabaría  con muerte  afrentosa que hacer  falta  en  lo  que  tenía  prometido.    A  lo  cual  el  buen  hombre  le  puso  delante  grandes inconvenientes,  que  se  podían  seguir  de  su matrimonio  clandestino,  y  autorizólos  con  ejemplos.    Y finalmente,  le persuadió, mirase  lo que hacía, aunque esto no  fue bastante para apartarle de ello.   Y vencido de su pertinacia, y considerando, que este casamiento podría servir de medio para reconciliar aquellos bandos, vino a condescender con él, y díjole, que de allí al día siguiente miraría alguna orden con  que  este  negocio  se  concluyese.    Y  si Romeo  por  su  parte  procuraba  se  diese  fin,  Julieta  no  se descuidaba, y como viese que no tenía a quién dar cuenta de sus tormentos y pasiones, le pareció sería bueno comunicarlos con  la ama que  la había criado, que dormía en su mismo aposento, y  le servía de dueña de honor, y a ésta dio entera  cuenta del  secreto de  sus amores.   Y puesto que al principio  la buena  mujer  procuró  estorbárselos,  poniéndole  grandes  inconvenientes,  al  fin  supo  persuadir  de manera,  

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que  le prometió hacer cuanto  le mandare, y al punto  la envió a hablar con Romeo, y a saber  la orden que había en su desposorio, y  lo que el cura, y él  tenían concertado.   Romeo  le respondió, que el día antes había hablado al padre Lorenzo, e informádole de lo que pasaba, y que defirió la respuesta hasta el día en que estaba, y que aun no había una hora que había venido de allá la segunda vez.  Y que lo que a los dos les parecía, era, que el sábado siguiente, ella pidiese licencia a su madre para irse a confesar y que entonces se viesen en una capilla donde se desposarían secretamente, y que por ninguna manera hiciese falta en hablarse allí.  Y supo Julieta decirlo con tanta discreción a su madre, que le dio licencia para ir, llevando en su compañía la dueña de honor, y otra criada.  Y el día concertado, así como entró en  la  iglesia, hizo que  le  llamasen al cura: y así como él supo su venida, salió al cuerpo de  la  iglesia a hablar: y dijo a la dueña, y doncella, que se fuesen a oír misa, y que en acabando les haría llamar.  Y con esto se encontraron en un confesionario, y él cerró  la puerta, así porque era ésta su costumbre, como porque había casi una hora que estaba dentro Romeo.   Y habiéndoles oído a entrambos, dijo a Julieta: Hija, según lo que me ha dicho Romeo (que está presente) vos habéis concertado con él de tomarle por marido, y él a vos recibiros por esposa: Estáis todavía en este propósito?  Respondieron entrambos, que no deseaban otra  cosa.   Y viendo él, que estaban  conformes en  las voluntades, después de haberles hecho un largo razonamiento sobre la dignidad del matrimonio, les dijo las palabras de que usa la santa madre  Iglesia con  los que se desposan: y habiendo ella recibido el anillo de mano de Romeo,  les dijo, que si  tenían otra cosa que tratar acerca de sus negocios,  lo tratasen, porque quería se saliese de allí Romeo sin que le viese nadie.  Y él antes que se fuese dijo a Julieta, que en comien‐ 

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do enviase  la dueña a  su casa, y que  le daría una escala de  cuerda, por donde aquella misma noche subiría a su cámara, y se verían a su gusto.   Concertado esto se despidieron, y se fue cada uno por su parte muy contento, esperando  la hora en que tenían de verse.   Y  llegando Romeo a su casa dijo a un criado suyo,  llamado Pedro, de quien fiaba su propia vida,  lo que pasaba entre él y Julieta, y  le mandó hiciese hacer luego una escala de cuerda, con dos garabatos de hierro a los cabos, y él lo hizo con toda diligencia, por ser cosa muy usada en Italia.  No se olvidó Julieta de enviar la dueña en casa de Romeo, y él, que  ya  tenía proveído  lo necesario,  le dio  la escala,  y  rogó dijese  a  su  señora  Julieta que  aquella noche, al primer sueño, no dejaría de hallarse en el lugar acostumbrado.  Si pareció largo este día a los dos enamorados, quedara a  la discreción de  los que han probado semejantes cosas: porque es cierto, que  cada momento  se  les  hacía mil  años.    Llegada  la  hora  señalada,  se  vistió  Romeo  los más  ricos vestidos que  tenía, y guiándole  su buena ventura,  se acercó al  lugar donde  su espíritu  recibía vida, y saltó con gran ligereza sobre la pared del jardín.  Había venido a este tiempo Julieta a la ventana, y tenía echada la escala para que subiese Romeo, y púsola tan bien, que lo pudo hacer sin peligro, y entró en su aposento que estaba  tan claro como de día, porque  le  tenía así  Julieta, para contemplar mejor en su Romeo, y solo se había echado una toca: y en viéndole dentro, se colgó de su cuello, habiéndole besado infinitas veces en el rostro, estuvo para quedar muda entre sus brazos y su oficio era suspirar, teniendo la boca apretada con  la de Romeo: y así transportada,  le miraba con tan  lastimosos ojos, que  le hacía 

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vivir y morir todo junto y vuelta algo en sí, le dijo suspirando:  Romeo dechado de virtud y gentileza, seas bienvenido a este lugar, donde por vuestra ausencia, y con el temor que tengo a  

 

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vuestra persona, he derramado tantas  lágrimas, que han bastado a regarle: y pues os tengo entre mis brazos, hagan  la muerte y  fortuna de mí  lo que quisieren, que me  tendré por pagada de mis  trabajos pasados con sola  la merced que me hacéis con vuestra presencia.   Respondióle Romeo,  los ojos  llenos de lágrimas:  Señora mía, aunque nunca me ha sido tan favorable fortuna, que os haya podido mostrar lo que podéis en mí, ni  lo que he padecido por vuestra causa, os puedo certificar, que el mejor de  los trabajos que he padecido en vuestra ausencia me ha sido de mayor pesadumbre que la misma muerte, conque ha gran tiempo hubiera dado fin a mi vida, si no se sustentara con la esperanza que he tenido de verme en este alegre y venturoso punto, en que en pago de  las  lágrimas pasadas estoy más contento, que si me viera señor de todo el mundo.   Lo que os suplico señora, es, que sin deteneros en traer a  la memoria  nuestros  trabajos  pasados,  demos  orden  de  contentar  nuestros  afligidos  corazones,  y  que llevemos  guiados  nuestros  negocios  con  tanta  prudencia  y  discreción,  que  no  teniendo  nuestros enemigos poder sobre nosotros, podamos pasar nuestros días en reposo.  Y queriémdole replicar Julieta, llegó  la dueña y díjoles:   Quien tiene el tiempo a su propósito, y  le pierde, tarde, o nunca  le cobra.   Y pues habéis padecido  tanto el uno por el otro,  tomad vuestras armas y procurad  la venganza en este campo que os tengo señalado, y mostróles la cama que les tenía aparejada.  Ellos se conformaron presto y se metieron en la cama, donde después de haberse hecho las mayores caricias que ha sabido inventar amor,  tomó Romeo posesión de  la  fortaleza, que hasta entonces no había  sido combatida, con  tanto contento,  cuanto  podrá  juzgar  quien  ha  probado  semejante  deleite.    Consumado  que  hubieron  el matrimonio, como se viese Romeo dar priesa, por  la  importunidad del día, se despidió de  Julieta, con protestación  

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de hallarse  todas  las veces que  le  fuese concedido en aquel  lugar, con el mismo medio, y a  la propia hora, hasta que su ventura les diese ocasión en que manifestar sin temor su casamiento.  Y continuaron como dos meses en sus visitas con increíble contento de los dos, al cabo de los cuales fortuna envidiosa de su prosperidad, dio la vuelta a su rueda, y les derribó en un abismo tan profundo, con que pagaron sus placeres, acabando entrambos con muerte cruel y lastimosa, como adelante oiréis. 

Cap. IIII.  En que se cuenta el fin que tuvieron los amores de Romeo y Julieta, y su desgraciada muerte.    

  Como hemos dicho, los bandos que había entre los Capeletes, y Montescos, no se habían podido pacificar  tan  bien  por  el  señor de Verona, que no  hubiese  quedado  rastro de  sus  enemistades  y no aguardaban  los unos  y  los otros,  sino  alguna ocasión por  liviana que  fuese para  revolverse,  como  lo hicieron.   Y  fue así que en  las  fiestas de Pascua  (como  los que están acostumbrados a cometer vicios suelen en pasándose las devociones volverse a sus malas obras) fuera de la puerta de Boursari hacia el castillo viejo, se encontraron unos del bando de  los Capeletes con otros de  los Montescos, y sin haber 

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precedido palabras, comenzaron a dar los unos en los otros, teniendo los Capeletes por cabeza de esta famosa  empresa,  un  caballero  llamado  Teobaldo,  primo  hermano  de  Julieta,  mancebo  de  buena disposición, y diestro en las armas, el cual persuadió a sus compañeros, que de aquella vez castigase de tal manera a los Montescos, que quedase en memoria para siempre, y como se derramase por la ciudad la fama del ruido acudió mucha gente a entrambas partes.  Y avisado Romeo de lo que pasaba (que se andaba paseando con algunos amigos) acudió allá con sus parientes y visto que había he‐ 

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ridos  de  entrambas  partes,  dijo  a  los  que  iba  con  él,  que  les  despartiesen,  porque  según  andaban encarnizados no se apartarían sin gran daño.  Y dicho esto, se metió en medio reparando así los golpes de  los de  su parte,  como  los de  los  contrarios,  y decía a  voces:   Basta  señores  lo pasado, que  ya es tiempo que  tengan  fin nuestros  enojos, pues demás de  la  gran ofensa que  se hace  a Dios,  tenemos escandalizado el mundo, y traemos esta república alborotada.  Mas andaban tan metidos los unos en los otros, que no entendían ni oían lo que les decía Romeo no teniendo otra cuenta si no era con herirse y matarse.  Y a este tiempo Teobaldo encendido en ira, se volvió hacia Romeo, y tiróle una estocada con ánimo de matarle, mas libróle un saco de maya que traía de ordinario, por la sospecha que tenía de los Capeletes.   Y volviéndose hacia él  le dijo:   Teobaldo, ya  tendrás entendido en  la paciencia que hasta ahora he  tenido, que mi venida aquí no ha sido para pelear contigo, ni con  los de  tu parte, sino para poneros a todos en paz.  Y si piensas que por falta de ánimo dejo de hacer lo que debo estás engañado, y harás agravio a mi  reputación.   Y así  te digo, que  ces que  si  lo he hecho ha  sido por otro  respeto particular, que puede  tanto  en mí, que ha  sido bastante  a  contenerme  de  la manera que has  visto.  Ruégote, no  pase  esto  adelante,  y que  te  contentes  con  la  sangre que  se  ha derramado,  y muertes cometidas, sin que me fuerces a que salga de mis  límites.   Piensas traidor, dijo Teobaldo, salvarte con esas buenas  razones: procura defenderte,  sino  yo  te mostraré que no  será parte para  librarte, ni  te servirán de escudo para que no te quite la vida.  Y diciendo esto le tiró un golpe con tanta furia, que si no se le reparara le hiriera en la cabeza.  Y hacer esto fue prestarle a quien se le pagó en breve, porque enojado de ello y de  la afrenta que  le había hecho de palabra, revolvió sobre su contrario, de manera que a pocos golpes le derribó muerto  

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de una estocada, conque le acertó en la garganta y con esto se acabó la cuestión, porque demás de ser Teobaldo la cabeza de su compañía, era señor de una de las más principales casas de la ciudad.  Y sabido por el gobernador, hizo  juntar  los  soldados para  ir a prender a Romeo, que vista  la desgracia que  le había acontecido se fue a la iglesia donde residía su amigo Lorenzo, que ya sabía lo que pasaba, y él le escondió en una parte secreta, hasta ver en qué paraba el negocio.  Publicóse la muerte de Teobaldo, y los Capeletes cargados de luto, hicieron llevar su cuerpo delante del señor de Verona, así para moverle a compasión, como para pedirle  justicia.   Y así mismo parecieron delante de  los Montescos a  informarle de la inocencia de Romeo, y de que Teobaldo había sido el agresor.  Juntóse el consejo, y habiendo oído los  testigos presentados por entrambas partes se  les mandó debajo de graves penas, que dejasen  las armas.    Y  cuanto  al  delito  de  Romeo  se  declaró,  que  por  cuanto  había  muerto  a  Teobaldo 

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defendiéndose, fuese desterrado perpetuamente de Verona.   Derramose esta desgracia por  la ciudad, qu estaba llena de llantos y ruido, y los unos lloraban la muerte de Teobaldo, de quien se tenía grandes esperanzas, si  la muerte no  le atajara con  tanta crueldad en su  juventud,  los otros se quejaban, y en especial las damas, de la pérdida de Romeo, que demás de su buena gracia tenía no sé qué cosa natural con que atraía a sí los ánimos aunque quien más lo sentía era la sin ventura Julieta, que cuando supo la muerte  de  su  primo,  y  el  destierro  de  su  esposo,  hacía  los  más  crueles  llantos  y  lastimosas lamentaciones que se pudieran pensar, y sintiéndose afligida, le metió en su cámara, y vencida del dolor se arrojó sobre  la cama, donde  tornó a  renovar su  llanto y quejas, que movieran a  lástima a quien  la oyera.  Y después fuera de sí miraba a todas partes, y echando la culpa de su desgracia a la ventana por do solía entrar Romeo, decía:  O ven‐ 

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tana desdichada, por donde  le urdieron  las amargas tramas de mis primeros trabajos y como si por tu medio he  recibido algún  ligero placer y breve contento, me has hecho que  le pague con  tan  riguroso tributo, que no  le pudiendo sufrir este cuerpo, habrá de abrir  la puerta a  la vida, para que el espíritu descargado de esta carga mortal, busque desde luego otro descargo más seguro.  O Romeo, Romeo, si cuando  te  vi  al principio,  y di oídos  a  tus  razones  y promesas  compuestas, que me  confirmaste  con tantos  juramentos,  no  hubiera  creído  que  en  lugar  de  continuar  nuestra  amistad,  y  apaciguar  a mis padres,  hubieras  procurado  quebrantarla  con  un  hecho  tan  feo,  y  digno  de  reprensión,  conque  tu nombre quedará infamado para siempre, y yo desventurada si ti, que eras mi esposo.  Y si tanto deseo tenías de  la  sangre de  los Capeletes, por qué no derramaste  la mía, cuando en  lugar  tan  secreto me tuviste tantas veces a voluntad de tus crueles manos?  No te parece que la victoria que habías alcanzado de mí, era harto grande, sino para solemnizarla más, coronarla con la sangre del más propincuo pariente que tenía?  Podrás de aquí adelante engañar a otras desgraciadas como yo sin estar donde yo esté, que no  serán  parte  tus  excusas  para  satisfacerme:  y mientras  esta  triste  vida me  durare,  no  dejaré  de derramar lágrimas, hasta que el cuerpo, faltándole humedad, busque su descanso en la tierra.  Y dando fin a  sus  razones  se  le congojó el corazón de manera que no podía  llorar, ni hablar, quedando como muerta.  Y vuelta en sí, decía con voz cansada: Lengua infamadora de la honra ajena, como te atreves a injuriar a quien alaban sus propios enemigos.  Y cómo culpas a Romeo, cuya inocencia aprueban todos?  Dónde  se  acogerá de  aquí  adelante, pues  la que había de  ser  reparo de  sus desastres  le persigue  e infama?   Recibe Romeo la satisfacción de mi ingratitud con el sacrificio que te haré de mi vida, y desta manera la falta que he cometido contra tu fidelidad  

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se publicará, y  tú quedarás vengado, y yo castigada.   Y queriendo hablar más,  le  faltaron  los sentidos quedando como muerta.  Y la dueña, que estaba imaginando la causa de la ausencia de Julieta, sospechó que debía  tener alguna gran pena, y andúvola buscando, y vino al  fin a hallarla desmayada  sobre  su cama, y viendo, que sus extremidades estaban tan frías como una piedra, parecióle que estaba muerta, y comenzó a dar gritos como loca, diciendo: O amada hija, y cómo vuestra muerte será en breve causa de la mía: y tentando todas las partes de su cuerpo, conoció que estaba viva, y llamándola infinitas veces 

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por  su nombre,  la hizo  tornar en  sí, y díjole:   Querida  Julieta, de dónde os procede este mal con  tan excesiva tristeza? Que os certifico que he pensado acompañaros, según estábades a la sepultura.  Amiga (respondió la desconsolada Julieta) no veis la justa causa que tengo para afligirme, pues en un punto he perdido  las dos personas que más quería en este mundo?   Paréceme, respondió  la dueña, que hacéis mal, y no lo que debéis a vuestra reputación, en dejaros caer en tal extremo, pues cuando sobreviene la tribulación,  es  la mejor  figura  en  que  se  puede mostrar  el  saber:  y  si  es muerto  Teobaldo,  pensáis resucitarle con unas lágrimas? Pues no tiene de qué quejarse, sino de  su mucha soberbia y poca razón?  Pareciéraos bien, que Romeo, agraviándose a sí, y su  linaje, se dejara maltratar por uno, a quien él no debía nada?  Básteos saber, que es vivo Romeo, y que sus negocios están en estado que con el tiempo se  concluirá,  y  se  le  alzará  el  destierro,  porque  como  sabéis  demás  de  ser  él  quien  es,  tiene  tan principales  parientes,  que  lo  procurarán  y  acabarán.   Armaos  de  paciencia  y  entended,  que  aunque fortuna os  le quite por ahora delante, os  le restituirá en breve, para daros mayor contento y descanso del que hasta aquí habéis  tenido.   Y porque  sepamos donde está,  si me prometéis de aliviar vuestra tristeza, sabré del padre Lorenzo dónde ha ido.   

 

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Holgase de esto Julieta, y fue la dueña a hablar con el cura, que le dijo, que aquella noche iría Romeo a la hora acostumbrada a visitar a Julieta, y que entonces sabría lo que tenía determinado.  Pasaron esta jornada como  los marineros, que después de haber sido acosados con tempestades, viendo salir algún rayo de sol que da luz en la tierra, se vuelven a asegurar, y les parece que se ha acabado su naufragio, y luego vuelve el mar a hincharse de  fe, y  los vientos a  soplar con  tanto  ímpetu, que  tornan a caer en mayor peligro que habían estado primero.   A  la hora  señalada  fue Romeo a  cumplir  lo que  se había prometido en su nombre, y llegado al jardín, halló puesto el aparejo por donde subiese a la cámara de Julieta, que le salió a recibir con los brazos abiertos, y en esta agonía estuvieron los dos casi un cuarto de hora, sin poder hablarse.  Y viendo esto Romeo, le dijo por consolarla: No quiero señora poneros delante la diversidad de  los extraños casos de  la  inconstante y  flaca  fortuna, pues en un momento  levanta un hombre a lo más alto de su rueda, y en un volver de ojos le abaja, y abate de tal manera, que le da más trabajos y miserias en un día, que favores en cien años, como lo he visto en mí, que fui criado en tanto regalo entre los míos, y sustentado en la prosperidad que habéis visto, y pensando subir a la cumbre de mi felicidad: y por el medio de nuestro casamiento volver a reconciliar nuestros parientes, pasando  lo que  me  quedase  de  vida  en  descanso,  veo  que  todas  mis  imaginaciones  me  han  salido  al  revés, volviéndose mis  pensamientos  a  contrario  de mis  deseos,  pues  de  hoy más me  será  forzoso  andar vagando por tierras ajenas, apartado de mis parientes, y sin tener certidumbre de mi tornada.   Lo cual todo he querido poneros delante, para persuadiros, que  en  lo por  venir  sufráis  con paciencia  así mi ausencia,  como  lo  que  la  providencia  divina  tiene  ordenado  de  vos.  Julieta  bañada  en  lágrimas  y sintiendo mortales congojas, no quiso dejarle pasar adelante,  

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e interrumpiendo sus razones, le dijo:  Seréis de tan duro corazón, y estaréis tan fuera de toda piedad, que queráis dejarme ver cada tantas y tan mortales caricias?  Que os certifico, que no hay momento en que no se me represente mil veces la muerte puesto que es tanta mi desventura que no puedo morir, y no parece si no que quiere  la muerte conservar mi vida para holgarse de mi pasión, triunfando de mi mal.    Y  aun  voz  como  ejecutor  de  su  crueldad,  no  tenéis  escrúpulo  de  haber  quitado  de mí  lo más preciado que tenía y dejarme así?  En esto veo que se han ya acabado todas las leyes de la amistad, pues él en quien tenía puesta mi esperanza, y por quien he sido enemiga de mí, me menosprecia y tiene en poco.  Será necesario que hagáis una de dos cosas, o que habéis de consentir en que os acompañe a la parte que  fortuna os  guiare porque os digo, que de  tal manera  está mi  corazón  transformado  en  el vuestro, que en sabiendo vuestra partida se apartara de mí  la vida, que no deseo se alargue por otra causa, sino por gozar de vuestra presencia, y participar de vuestros trabajos como vos mismo.  Por tanto si  alguna  vez  ha  habido  misericordia  en  el  ánimo  de  un  caballero  como  vos,  os  suplico  cuan humildemente puedo, halle mi  ruego  lugar para  con vos, y me  recibáis por  criada  fiel  compañera de vuestras penas.   Y si os pareciere que no podréis  llevarme cómodamente como a vuestra mujer, quién será parte para que no mude hábito?   Pues no seré yo  la primera que  lo haya hecho por  librarse de  la tiranía de sus padres?  Tenéis duda que mi servicio no os será tan agradable como el de Pedro vuestro criado, o que mi fidelidad será menor que  la suya?   Mi hermosura que solíades alabar tanto no podrá nada con vos?  Ni os mueven mis lágrimas y amistad?  O por ventura, han se olvidado los placeres que habéis recibido de mí?  Cuando Romeo la vio entrar en esas alteraciones, temiendo lo que sucedió 

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después, la volvió a tomar entre sus brazos, y besándola en su hermoso rostro, le dijo con mucho amor:  Única  señora  de  mi  corazón,  ruego  os  por  el  grande  amor  que  me  tenéis,  quitéis  de  vos  estas imaginaciones, si no queréis dar fin a vuestra vida, y a  la mía, pues si pasáredes adelante con ellas, no podrá dejar de seguirse el fin de  los dos.   Y tened entendido, que en sabiéndose vuestra ausencia, nos perseguirá vuestro padre de manera que no podremos dejar de ser descubiertos, y presos:  y finalmente seremos castigados con rigor, yo como robador, y vos como hija desobediente. Y cuando pensaremos vivir contentos, acabaremos la vida con muerte afrentosa, y si un poco de tiempo quisiéredes obedecer más a la razón, que a los deleites que podremos recibir, yo daré tal orden en mi destierro, que dentro de pocos meses, se revocará la sentencia que está dada.  Y si no se hiciere lo que quiero, volveré a veros, y con favor de mis amigos, suceda lo que sucediere, os sacaré de Verona, en hábito fingido y disimulado, como a estraña, si no en el de mi esposa y compañera perpetua.  Así que señora templad vuestra pena; y vivid segura que sola la muerte es quien me puede apartar de vos.  Pudieron tanto estas razones con Julieta que le respondió:  Amado señor, no quiero sino lo que vos quisiéredes, y entended de mí, que a cualquier parte que fuéredes llevaréis mi corazón en prendas del poder que me habéis dado sobre vos.  Y en este tiempo, os ruego, me hagáis saber a menudo el estado en que estuvieren vuestros negocios, y la  parte  donde  residís.    De  esta  manera  pasaron  aquella  noche  los  dos  enamorados,  hasta  que queriendo venir el día,  fue causa que se apartasen con excesivo dolor y pesar.   Despedido Romeo de Julieta,  le  fue  a  dar  cuenta  de  lo  que  pasaba  al  cura,  de  donde  se  partió  de  Verona  en  hábito  de extranjero, y se dio tan buena maña que llegó a Mantua sin ser descubierto (llevando consigo a su criado Pedro, a quien en llegando volvió a enviar a Verona a  

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cierto  negocio  de  su  padre)  y  arrendó  una  casa,  y  viviendo  en  compañía  honrada,  no  dejando  de procurar medios con que pasar su pesar.  Mientras duraba esta ausencia, no sabía la sin ventura Julieta hacer treguas con su dolor; y por la mala color de su rostro vino en breve a descubrir la pena que sentía en lo interior.  Y esto fue causa que su madre que a la continua la veía quejar y suspirar, le dijese: Hija, si perseveras en lo que haces, darás ocasión a que se apresure la muerte de tu padre, y lo mismo será de mí, que quiero  tu vida más que  la mía por  tanto  te  templaras de aquí adelante, y procura alegrarte, quitando  de  tu  pensamiento  la muerte  de  tu  primo  Teobaldo,  pues  fue Dios  servido  llamarle,  y  no pienses que ha de tornar acá por tus lágrimas, que es ir contra su voluntad.  Ella, que no podía disimular su mal, le dijo.  Gran tiempo ha señora, que están echadas a parte las postreras lágrimas de Teobaldo, y aún creo es tal la fuerza de mi dolor, que no dejarán de nacer otras nuevas.  Como la madre no sabía el propósito a que decía esto, calló por no darle pena.  Y como de ahí algunos días viese que continuaba en sus tristezas, procuró saber de ella y de sus criadas  la causa, mas todo era en balde, y pareció  le sería bien dar cuenta de  lo que pasaba a Antonio Capelete su marido.   Y un día que vio coyuntura  le dijo: Si habéis  considerado  el  semblante  de  nuestra  hija  y  su  rostro;  después  de  la  muerte  de  su  primo Teobaldo, habréis visto en ella tanta mudanza, que os tendrá admirado.  Porque no solo se contenta con perder el comer, beber y dormir, mas su ejercicio no es otro sino llorar y quejarse, y el mayor contento que  recibe  es  estarse  encerrada  en  su  aposento,  donde  es  tan  grande  la  pena  que  tiene,  que  si  no ponemos  remedio en ello dudo de su vida.   Y como no sabemos el origen de su mal, habrá de ser el remedio dificultoso.    Y  aunque he hecho mi diligencia, no he podido  entender de dónde procede,  y puesto que al principio creí era de  

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pesar de  la muerte de  su primo, entiendo ya  lo contrario, mayormente por haberme de más de esto certificado, que sus últimas  lágrimas estaban ya olvidadas.   Y a  lo que creo debe de estar triste de ver que  la mayor  parte  de  sus  compañeras  e  iguales  están  casadas,  y  ella  no,  persuadiéndose  que  la queremos dejar así.   Por  lo cual, os ruego cuan encarecidamente puedo, que así por nuestro descanso como por el suyo, os encarguéis de emplearla en parte cual nuestra calidad lo requiere.  Oyóla Antonio bien, y díjole:   Amiga, yo había pensado muchas veces en  lo que me acabáis de decir, mas viendo que aún no tiene dieciocho años cumplidos, tenía determinado dejarlo para dar orden en ello más despacio.  Pero  pues  está  en  ese  término,  y  las  hijas  su  tesoro  trabajoso  de  guardar,  lo  proveeré  con  tanta brevedad, que no habrá queja de mí.  Y entretanto, sabed si está aficionada a algún caballero, para que no miremos tanto a la hacienda y grandeza del linaje, cuanto a la voluntad, vida y contento de nuestra hija Julieta, a quien quiero tanto que no habría disgusto que se igualase, como haberla dado a quien la tratase como no sería razón.   Algunos días después de haberse determinado Antonio Capelete a tratar de casar a su hija, hubo muchos caballeros que la pidieron, así por su linaje y riquezas, como por su gran hermosura, aunque el que más le agradó fue uno llamado Paris, que era conde de Londronio y con éste se concluyó, después de haberlo comunicado con su mujer, que alegre por haber hallado partido  tan honroso para su hija, la llamó, y díjole qué pasaba y estaba concertado entre su padre y el conde Paris, poniéndole delante la gentileza y buenas gracias de este caballero y sus muchas virtudes, añadiendo la 

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gran riqueza y poder que tenía en los bienes de fortuna: por cuyo medio ella y los que descendiesen de ella vivían en honra perpetua.  Julieta que antes muriera, que consentir en este casamiento, ni en otro, le dijo con atrevimiento no acostumbrado: Estoy admirada, seño‐ 

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ra, de que hayáis sido tan liberal de vuestra hija que la entreguéis a voluntad de otro sin saber primero la suya.     Bien podréis hacer  lo que os pareciere, mas estad cierta, que si  lo hiciéredes, será contra  la mía.   Y en cuanto a  lo que  toca al Conde Paris, os digo, que antes perderé  la vida que consentir que llegue a mí, y seréis homicida por haberme entregado a quien no puedo, ni quiero, ni aún sabré amar.  Por tanto, os ruego me dejéis vivir como estoy, sin tener cuidado de mí hasta que mi cruel fortuna haya dado otra orden en mis negocios.  No supo la triste madre qué juzgar de la libre respuesta de su hija, y fuese  confusa  para  su marido,  y  díjole  lo  que  pasaba.    Y  el  buen  viejo mandó muy  enojado  que  la trajesen delante de él, y que si de su voluntad no  lo quisiese hacer,  la forzasen a ello.   Pareció ante su padre, y así como llegó se echó a sus pies, bañándolos con el agua que derramaba, y queriendo abrir la boca para pedir  la merced, no  le dejaron  los sollozos y suspiros hablar palabra, y quedó como si fuera muda.  Mas el padre, a quien no habían movido nada las lágrimas, de la hija, le dijo con cólera: ven acá hija  ingrata y desobediente, ¿has puesto en olvido  lo que tantas veces oíste decir a mi mesa del poder que mis antiguos padres descendientes de los romanos tenían sobre sus hijos?  Que no solo les era lícito empeñarlos,  sino  que  aun  en  sus  necesidades  les  era  permitido  venderlos  y  enajenarlos,  como  les agradaba.   Y  lo que es más,  tenían entero poder sobre ellos de muerte y vida.   Con qué  tormentos y penas te castigaran aquellos buenos padres si resucitaran ahora, y vieran  la  ingratitud y desobediencia de que usas para con quien te engendró, habiéndote buscado uno de los más principales caballeros de esta tierra y de los más señalados en virtud, y que ni tú ni yo le merecíamos así por los grandes bienes y riquezas que espera heredar, como por  la generosidad y grandeza, que su  linaje y con  todo eso estás rebelde queriendo con‐ 

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tradecir  lo  que  yo  quiero.    Pues  prométote,  que  si  de  aquí  al martes,  dejas  de  aparejarte  para  ir  a Villafranca,  donde  se  ha  de  hallar  el  Conde  Paris,  y  tu  consentir  en  lo  que  yo  y  tu madre  tenemos concertado, que no solo te privaré d cuantos bienes y hacienda tengo, mas aun te mandaré poner en una prisión  tan estrecha y áspera, que maldecirás mil veces al día  la hora de  tu nacimiento.   Y desde ahora puedes mirar  lo que determinas hacer, que te digo, si no fuera por  la palabra que tengo dada al Conde Paris, que desde  luego  te hiciera probaras cuán grande  sea  la  justa cólera de un padre airado contra  su hijo  ingrato.    Y  sin  esperar  respuesta,  se  salió de  su  cámara dejando  a  su hija hincada de rodillas.  Cuando vio Julieta la ira de su padre, temió caer en su desgracia y enojarle más, y retrayéndose por  aquel  día  en  su  aposento,  pasó  toda  la  noche  siguiente  más  en  llorar  que  en  dormir, representándosele las palabras de su padre.   

Cap. V, En que se prosigue la muerte de Romeo y Julieta 

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  Venida que fue  la mañana del día siguiente, Julieta como quien  iba a misa, se  fue con sola una criada a la parroquia, y hizo llamasen al padre Lorenzo, a quien rogó le oyese, y como estuviese en  los dos solos, comenzó con grandes  lágrimas a decirle el gran mal que  le estaba aparejado, con el casamiento que su padre tenía concertado con el Conde Paris, y al fin le dijo:  señor  como  vos  sabéis,  yo  no  puedo  ser  casada  dos  veces,  y  así  no  tengo  sino  un  dios,  un marido y una fe, y tengo determinado de en yéndome de aquí con estas manos que véis, dar fin a mi afligida vida, para que mi espíritu dé testimonio en el cielo, y mi sangre en la tierra de la fe y  la  lealtad que he guardado.   Y habiendo dado fin a su razón, miraba a todas partes dando a entender con su poco sosiego que imaginaba alguna cosa mala, de que el buen hombre estaba admira‐ 

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do.      Y  temiendo  no  hiciese  lo  que  había  dicho  le  dijo:  ruégoos  señora,  por  amor  de Dios, refrenéis vuestra ira, y que os estéis en este lugar hasta que haya mirado vuestro negocio, que antes que salgáis de aquí pienso enviaros tan consolada que quedéis contenta.  Y con esto subió a  su  aposento, que estaba en  la misma  iglesia,  y  comenzó  a  revolver diversas  cosas,  y unas veces  le parecía que encargaba  su  conciencia,  si  consentía pasar  adelante el  casamiento del Conde Paris, pues por su medio se había desposado con otro, y otras  le parecía que era este negocio dificultoso, y de peligrosa salida, y que si quedaba a voluntad de una moza simple se descubriría lo que pasaba, y vendría él a quedar difamado, y su esposo Romeo sería castigado.   Y después de haber hecho diversas  consideraciones,  se  inclinó a  la más piadosa,  y parecióle sería mejor aventurar su honra, que dar lugar al adulterio que se esperaba entre el Conde Paris y Julieta.  Y resuelto en esto, abrió un cofre y sacó de él una garrafa con cierta agua, y fuese con ella donde había dejado a Julieta, y hallóla casi desmayada, esperando nuevas de su muerte o de  su  vida.    Y  preguntóle,  qué  día  era  el  que  estaba  señalado  para  sus  bodas.    La  primera asignación, dijo ella, es para el miércoles, que está ordenado para que en él yo consienta en el casamiento que mi padre  tiene  concertado  con el Conde Paris, aunque  la  solemnidad de  las bodas no se celebra hasta  los diez días del mes de septiembre.   Pues, hija mía, dijo él, tened buen ánimo, que yo he descubierto camino para  libraros a vos y a Romeo del trabajo que os está aparejado.  Yo conozco a vuestro marido desde que nació, y él ha comunicado conmigo sus secretos, y le quiero tanto como si le hubiera engendrado, y así no puedo consentir se le haga agravio en cosa que yo pueda remediar.  Cuanto más que vos sois su mujer, y por esta razón os tengo de querer bien, y he de procurar  libraros de esta aflicción.   Oíd hija, el secreto que os quiero descubrir, y guardaos de comunicarle con persona vi‐ 

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viente, porque consiste en él vuestra muerte o vida.  Ya sabéis y es público entre los vecinos de esta ciudad, y ello es así, que he andado por todas la provincias que hay habitadas, y es verdad que en veinte años continuos no di descanso a mi cuerpo, y que me andaba por los desiertos, poniéndome a merced de los animales brutos, y a veces me metía en el mar a voluntad de los corsarios y he pasado por otros peligros que hay, así en el mar, como en la tierra.  Y digo hija, que estas peregrinaciones no me han sido del todo inútiles porque demás del contento que he recibido, he sacado otro fruto particular, que (si Dios fuere servido) veréis en breve, y es que he probado las propiedades secretas de las piedras, plantas, metales, y otras cosas encubiertas en las entrañas de la tierra, de que me sé aprovechar contra la opinión común todas las veces que se ofrece necesidad, especialmente cuando veo se estorba ofensa de Dios.  Porque como veis, estando el pie en  la sepultura, y tan cerca  la hora en que tengo de dar cuenta de mí, temo el juicio  divino,  más  que  cuando  estaban  encendidos  en  mí  los  fuegos  de  la  inconsiderada juventud.  Y así sabréis que entre lo que aprendí, sé hacer una composición de cierta masa, que hace  dormir  y  hela  experimentado  diversas  veces,  y  hecha  polvos  y  bebidos  en  agua  en  un cuarto de hora hace dormir, de manera, que debilita  los sentidos y espíritus vitales, y no hay médico  quien  al  que  los  toma  no  le  tenga  por muerto.    Y  allende  de  esto,  tiene  un  efecto maravilloso, que es que  la persona quien usa de él no  siente ningún dolor,  y  conforme  a  la cantidad que se toma ésta en este dulce sueño, y en acabando de hacer su operación, vuelve a su primer ser.   Ahora mirad bien  la  instrucción que os doy para hacerlo, y desechad de vos el temor mujeril, y cobrad ánimo de varón, porque en vuestro esfuerzo consiste el bien o mal de este negocio.  Tomad esta garrafa y guardadla, y la noche antes del día del desposorio, o por l mañana antes que amanezca, echaréis agua en  

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ella, y beberéisla toda, y  luego sentiréis sueño, que obrando poco a poco por todas  las partes de  vuestro  cuerpo,  las  pondrá  tales,  que  las  hará  inmóviles,  y  no  harán  sus  oficios acostumbrados, y perderán su sentido natural, y quedaréis traspasada por espacio de cuarenta horas por lo menos, estando sin ningún pulso, ni hacer movimiento que se pueda sentir: con lo cual los que os vieren entenderán que sois muerta, y conforme a la costumbre de esta ciudad, os traerán al cementerio que está junto a esta iglesia, y os meterán en la bóveda en que están sepultados vuestros pasados  los Capeletes: y a este tiempo yo enviaré a avisar a Romeo, con mensajero propio de lo que pasare, y como está en Mantua vendrá aquí la noche siguiente, y él, y yo abriremos la sepultura, y os sacaremos, y en acabando los polvos de hacer su operación os podrá llevar secretamente a Mantua, sin que lo sepan vuestros padres, ni parientes.  Y cuando el negocio esté concertado se descubrirá éste con contento de todas las partes.  Acabado que hubo el buen hombre sus razones, entró nueva alegría en Julieta, que había estado atenta a sus palabras, y díjole:   no me  faltará ánimo para  cumplir  lo que me habéis ordenado,  y  si  fuera necesario tomar algún veneno mortal, antes  le metiera en mi cuerpo que consentir verme en 

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poder de quien no puede tener parte en mí.  Y así me esforzara a ponerme en cualquier peligro por verme con el de quien está colgada mi vida y  todo el contento que puedo  tener en este mundo:  id con Dios hija, dijo él, que yo le rogaré que os tenga de su mano, y os confirme en la voluntad que tenéis, para que salgáis con bien de esta obra.  Con esto se volvió Julieta en casa de su padre casi al medio día, y halló a su madre a  la puerta, que  la estaba aguardando, y  le preguntó,  si  perseveraba  todavía  en  su  porfía,  y  Julieta  con  rostro más  alegre  del  que  solía mostrar,  le  dijo:  heme  detenido más  de  lo  que  pensaba,  aunque  ha  sido  por mi  provecho, porque de mi estada he sa‐ 

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cado gran sosiego para mi conciencia, por medio de nuestro padre espiritual, a quien he dado larga  cuenta de mi  vida,  y  comunicado  lo que  se ha  tratado  entre mi padre  y  vos  sobre mi casamiento  con  el  Conde  Paris,  y  ha  sabido  consolarme  tan  bien  con  tantos  ejemplos  y persuasiones, que aunque no tenía intención de casarme, estoy determinada de obedeceros en cuanto quisiéredes mandarme.  Y así os ruego me alcancéis perdón de mi padre, y le diréis, que en cumplimiento de su mandato estoy presta para  ir al Conde Paris a Villafranca, y en vuestra presencia  recibirle por esposo y señor, y para mayor seguridad me voy a poner en orden  las cosas preciosas que tengo, para que viéndome bien adornada, le dé más contento.  No pudo la madre responderle de placer, y fue con gran prisa donde estaba su marido, y díjole la voluntad que mostraba tener su hija, y cómo por consejo de su confesor había mudado parecer.  Dio el padre gracias a Dios, y díjole: no es ésta señora la primera obra buena que hemos recibido de este buen hombre, y no hay ciudadano en esta república que no le esté obligado, y plugiera a Dios, pudiera yo comprar para él veinte años de vida a costa de mi hacienda, tanto siento su mucha edad.  Y a la hora fue él mismo a buscar al conde, para que se fuesen a Villafranca, y él le dijo, que sería hacer gran gasto, y que si le parecía sería mejor reservar aquella ida para el día de las bodas, porque se solemnizasen más: pero que si su voluntad era otra, lo ordenase como le diera más gusto, y que si era contento, se fuesen a ver a Julieta, y hiciéronlo juntos.  Y siendo avisada  la madre  de  su  venida  hizo  aderezar  a  su  hija, mandándole,  diese muestra  de  sus gracias cuando viniese el conde, y súpolo ella hacer tan bien, que antes que saliese de casa  le había enlazado de  tal manera, que  le parecía no haber de poder vivir  sin verla.   Y  llegado el tiempo  concertado,  comenzó  a  importunar  a  los  padres,  que  concluyesen  este  casamiento.  Pasaron este  

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día,  y  otros  con  mucho  contento,  hasta  el  que  precedió  a  las  bodas,  para  el  cual  había prevenido la madre de Julieta tantas cosas, que no faltaba ninguna de las necesarias, queriendo mostrar su  liberalidad, y  la grandeza de aquella casa.   Era Villafranca, de quien hemos hecho 

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mención,  un  lugar  de  placer  donde  Antonio  Capelete  acostumbraba  irse  a  recrear,  como  a media legua de Verona, y allí se habían de ir a comer, aunque la solemnidad del matrimonio se tenía de celebrar en la ciudad.  Julieta, que veía acercar su hora disimulaba lo mejor que podía, y  cuando  vio  que  ya  era  tiempo  de  recogerse,  retrájose  con  su  criada  a  su  aposento,  y acostándose,  le  dijo  Julieta:  ya  veis  amiga,  que  en  siendo  de  día  se  habrán  de  celebrar mis bodas, y porque querría estar la  mayor parte de esta noche en oración, os ruego os vais y me dejéis sola, y mañana a las seis horas vendréis a ayudarme a aderezar.  Hízolo así la dueña, sin entender  la determinación de Julieta, y en apartándose de ella, como se vio sola tomó agua y hinchió  la  redoma que  le había dado el cura, y hecha  la mezcla púsola debajo de  su cama y acostose.   Y al punto comenzaron a rodearla nuevos pensamientos, temiendo  la muerte, y sin saber en qué se resolver, decía:  sin duda soy la más sin ventura que jamás nació, pues no hay para mí  en  este mundo  sino  trabajos, miserias  y  desgracias, mi  desventura me  ha  traído  al extremo en que estoy, pues si quisiere conservar mi honra, y hacer lo que a mí misma me debo, me conviene beber una cosa cuya virtud ignoro.  Qué sé yo, si la operación de estos polvos se hará más presto, o más tarde de  lo que fuere necesario, y si se descubrirá mi falta, y quedare infamada  en  las  lenguas  del  vulgo.    Y  demás  de  esto,  qué  sé  si  las  serpientes  y  gusanos venenosos que de ordinario suelen estar en las bóvedas y escondrijos de la tierra me ofenderán pareciéndoles que estoy muerta:  y  cómo podré  sufrir el hedor de  tantos  cuerpos muertos  y huesos de mis pasados como  

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hay en aquella sepultura, si acaso despertare antes que venga Romeo a socorrerme: En estas contemplaciones estaba  lamentando, y vino a representársele, que veía  la  figura de su primo Teobaldo,  así  como  le  había  visto  herido  y  ensangrentado,  y  considerando  que  le  había  de poner a su lado entre tantos cuerpos muertos y huesos sin carne, comenzó a temblar su cuerpo tierno y delicado, y  sus  cabellos  rubios a erizarse: de manera, que vencida del  temor que  le causaba este espanto,  le atormentaba un sudor frío que se  le esparcía por  los miembros, y  le parecía  tener  ya  a  la  redonda  infinidad  de muertos  que  tirando  de  ella  por  todas  partes  la despedazaba.   Y considerando que se  le acababan  las  fuerzas poco a poco,  temía que por su mucha  flaqueza no había de poder salir con su  intento, y como  loca  furiosa, se bebió el agua que  estaba  en  la  redoma,  y  poniendo  los  brazos  en  cruz  sobre  los  pechos  perdió  en  un momento todos  los sentidos, y quedó traspasada.   Y como el alba comenzó a sacar  la cabeza fuera del oriente,  la dueña que había cerrado por de  fuera, abrió  la puerta con  la  llave, y no hacía sino  llamarla, pensando despertarla, y decíale:   señora, mucho dormir es éste, menester será que venga el conde Paris a despertaros: pero daba voces en desierto porque aunque junto a  sus  oídos  hiciera  el mayor  ruido  del mundo,  estaban  sus  espíritus  vitales  de  tal manera ligados,  que  no  despertara.    Espantose  la  dueña,  y  comenzó  a menearla, mas  hallábala  por todas partes tan fría como un mármol, y púsole la mano sobre la boca, y pareciole que estaba 

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muerta, y como  loca y  fuera de  todo  sentido,  lo  fue muy a prisa a decir a  su madre,  la  cual rabiando  como  tigre  que  ha  perdido  sus  hijuelos,  fue  para  el  aposento  de  su  amada  hija,  y viéndola en  tan  lastimoso estado  la  lloraba por muerta y decía:   o muerte cruel, y cómo has puesto fin a todo mi contento y descanso, ejecuta tu ira en mí, que temo, que dejándome vivir lo que resta de mis días en tristeza  

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no se ha de aumentar mi dolor.   Y de  tal manera suspiraba que parecía que el corazón se  le había de arrancar.   Y estando dando grandes gritos,  llegaron el padre y el conde Paris, y con ellos muchos caballeros y señores, que venían a honrar la fiesta que como entendieron lo que pasaba,  levantaron un  llanto que a quien  le viera pareciera verdadera representación de  ira y piedad, especialmente si considerara a Antonio Capelete, cuyo corazón estaba tan cerrado que no  podía  llorar,  ni  hablar.    Y  vuelto  en  sí  envió  con mucha  prisa  a  buscar  los médicos más experimentados de la ciudad, que informados de la vida de Julieta, juzgaron, haber muerto de melancolía,  conque  se  volvieron  a  renovar  los  llantos.    Y  si  algún  tiempo  se  vio espectáculo piadoso, desgraciado y lamentable, fue cuando se publicó por Verona la muerte de Julieta, por estar en gracia de todo el pueblo, tanto que los llantos que se veían en común daban muestra de que estaba la república en algún peligro, y con mucha razón, porque demás de su hermosura natural, a que acompañaba sus grandes virtudes, de que  le había enriquecido naturaleza, era tan humilde, discreta, y de buena condición, que tenía robadas  las voluntades de todos, y no había quién no  llorase su desgracia.   Y como esto se hubiese publicado, despachó su confesor con toda diligencia un compañero suyo, de quien tenía confianza, llamado Anselmo, y diole una carta, encargándole  la diese a Romeo en propia mano, y  lo que se contenía en ella era  lo que había pasado entre él y Julieta, advirtiéndole la virtud de los polvos, y que en todo caso viniese la noche siguiente, que acabaría de hacer su operación, y la podría llevar consigo a Mantua en hábito disfrazado, hasta que su fortuna lo ordenase de otra suerte.  Diose tan buena diligencia Anselmo que llegó en breve a Mantua, y acaso acertó a posar al monasterio de San Francisco, y no pudo  salir  aquel día  como pensaba, porque poco  antes había muerto en el  convento un religioso, y a lo que de‐ 

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cían de pestilencia que fue causa que ciertas personas que había deputado para salud: habían vedado, que ninguno de aquella casa, ni de los que posasen en ella, anduviese por la ciudad, ni tratasen con los ciudadanos, hasta que se les diese la licencia, que fue causa de gran mal, como luego  lo mostraremos.    Y  como  hubiese  este  impedimento,  y  Anselmo  no  supiese  cuanto importaba  la  carta,  pareciole  que  iba  poco  en  que  se  dejase  de  dar  hasta  el  día  siguiente.  Mientras los negocios estaban en este estado, se hizo en Verona el aparato de las obsequias de 

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Julieta,  y  conforme  a  la  costumbre  de  Italia,  la  metieron  en  la  bóveda  en  que  estaban sepultados  sus parientes, que era  la misma en que había enterrado a  su primo Teobaldo.   Y acabadas las obsequias que se hicieron con gran pompa, se fue cada uno a su casa, y hallándose e ellas Pedro  criado de Romeo que  según  se ha dicho había enviado  su  señor de Mantua  a Verona a negocios de su padre, y para que le avisase de todo lo que acontesiese en la ciudad. Y como vio meter el cuerpo de Julieta en la bóveda, creyó con los demás estaba muerta, y tomó la posta y fuese a Mantua, donde hallando a Romeo en su posada, le dijo con los ojos bañados en lágrimas: ha os sucedido señor una degracia tan grande, que si no os armáis con constancia, temo habréis de ser verdugo de vuestra vida: porque os hago saber, que mi señora Julieta dejó ayer por la mañana este mundo, y se fue a descansar al otro, y yo la ví meter en la sepultura.  Al son de esta nueva  tan  triste, comenzó Romeo a hacer  tal  llanto, que no parecía  sino que  su espíritu quería desapartar  el  afligido  cuerpo, mas  amor que por  su  ventura no quiso que  le faltase hasta el último punto, le puso en la imaginación, que si podía acabar junto al cuerpo de su señora Julieta, sería su muerte venturosa, y que ella se tendría por más satisfecha.   Por  lo cual lavándose el rostro, porque no se echase de ver su tristeza, salió de su aposento, y mandó a su criado que le guardase, y fuese por las calles de la ciudad, por  

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ver si hallaría remedio para su mal, y habiendo visto entre otras cosas una tienda de boticario vacía de botes y de las cosas necesarias a su oficio, le pareció, que la necesidad de su dueño le haría  hacer  lo  que  él  pretendía.    Y  llamándole  aparte,  le  dijo: maestro,  he  aquí  cincuenta escudos, los cuales os daré, si me dais una ponzoña tan fuerte que en un cuarto de hora haga morir al que la tomare.  Y el mal aventurado, vencido de codicia, hizo lo que Romeo le pedía, y haciendo lo que le daba otra medicina delante de los que lo veían, preparó el veneno, y díjole a él:   mi señor, ahí os doy más de  la mitad de  lo que  lleváis, para hacer morir en menos de una hora al más robusto hombre del mundo.   Y guardándolo se volvió a su posada, y mandó a su criado, que con la diligencia posible volviese a Verona, y tuviese aparejadas candelas, husillos y los instrumentos que fuesen necesarios para abrir la sepultura de Julieta, y que la guardase en el cementerio donde estaba enterrada, encargándole no  le descubriese a nadie.   Hízolo  todo Pedro como se  lo mandó Romeo, y diose  tan buena maña que  llegó a Verona a buena hora, donde  lo puso  todo en orden.   En este  tiempo Romeo que estaba  rodeado de pensamientos mortales, tomó tinta, pluma y papel, y escribió en pocas palabras el discurso de sus amores, y su desposorio con Julieta, con el medio que había tenido para consumir el matrimonio, y cómo había comprado el veneno, y  finalmente  la historia de su muerte.   Y dando  fin a su  tragedia, cerró la carta, y sellola con su sello, y púsole el sobrescrito para su padre, y con esto la metió en la bolsa, y subió a caballo, y diose tanta prisa, que poco después de anochecido llegó  a Verona antes que cerrasen las puertas, y halló a su criado aguardándole con la linterna y instrumentos 

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que  le había mandado, y díjole:   Pedro, ayúdame a abrir esta sepultura, y en estando abierta, no te llegues más aquí, ni me estorbes lo que quisiere  

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hacer.   Toma esta carta, y darasla a mi padre mañana cuando se  levante, que por ventura  le darás más contento con ella del que piensas.  No imaginaba Pedro lo que quería hacer Romeo y apartose con intención de ver lo que hacía.  En abriendo la bóveda bajo Romeo por las gradas con una vela en la mano, y comenzó a mirar con ojos lastimosos el cuerpo de la que tanto quiso en  esta  vida,  y  derramando  infinitas  lágrimas,  y  besándole muchas  veces  la  tenía  entre  sus brazos,  no  se  hartando  de mirarla,  y  puso  sus  crueles manos  sobre  el  pecho  de  Julieta,  y después de haberla meneado y revuelto, como no hallase en ella ninguna señal de vida, sacó la ponzoña y tomó cantidad de ella, diciendo:  oh Julieta, de quien no era merecedor, que muerte hubiera podido escoger, que me fuera de más contento, que  la que sufro delante de ti?   Cuál sepultura más honrosa, que ser encerrado en tu tumba? Qué epitafio más excelente se pudiera consagrar en las memorias de los hombres, que este trocado y lastimoso sacrificio de nuestras vidas? Y queriendo proseguir comenzó a temblar con la fuerza del veneno que iba obrando en él.   Y como mirase a todas partes vio el cuerpo de Teobaldo cerca del de  Julieta, que aún no había acabado de pudrirse, y hablando con él como si estuviese vivo, le dijo:  primo Teobaldo, en cualquier parte que estés, te demando perdón de la ofensa que te hice en quitarte la vida, y si deseabas venganza de mí, qué mayor o más cruel satisfacción pudieras esperar, que ver al que te mató tomar ponzoña con sus propias manos y derribarle a tu lado?  Y como acabase de decir estas razones, y sintiese que se le iba acabando la vida, se arrodilló, y dijo con voz flaca y debilitada:  señor Dios, que por salvarme, descendiste del seno de tu eterno y soberano padre, y  tomaste  carne  humana  en  el  sacratísimo  vientre  de  la  gloriosa  virgen  Santa María  señora nuestra,  suplícote  por  tu  bondad,  tengas  misericordia  de  esta  pobre  ánima  afligida,  que conozco bien que este cuerpo no es sino tierra.  Y co‐ 

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mo le apretase el dolor, se dejó caer sobre el cuerpo de Julieta, donde le desampararon todos los sentidos y virtudes naturales y quedó tendido en el suelo.  Por otra parte el cura que sabía el término en que los polvos habían de hacer su obra, admirado de no tener respuesta de la carta que  había  enviado  a  Romeo  con  Anselmo,  salió  de  su  casa  con  instrumentos  para  abrir  el sepulcro  y  que  diese  el  aire  a  Julieta,  que  estaba  cerca  de  despertar.    Y  acercándose  vio claridad,  y  púsole  temor  hasta  que  Pedro  que  estaba  cerca,  le  certificó  que  estaba  dentro Romeo, y que había media hora que no cesaba de llorar.  Entraron los dos en la bóveda y como hallase a Romeo sin vida, hicieron gran llanto por él.   Y a esta sazón salió Julieta de su sueño, y como viese resplandor, dudaba si lo que veía era fantasma, y volviendo en sí reconocido el cura, 

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y díjole:  ruégoos por amor de Dios, me aseguréis hablándome, porque estoy atemorizada.  Y él con mayor brevedad que pudo: (porque se quejaba que estaba desflaquecida de lo mucho que había estado en aquel lugar) le contó cómo había enviado a su compañero Anselmo a Mantua con  una  carta  para Romeo,  y  que  no  había  tenido  respuesta,  y  que  con  todo  eso  hallaba  a Romeo muerto en esa bóveda, cuyo cuerpo le mostró cerca de ella tendido en tierra.  Y demás de esto  le rogó sufriese con paciencia aquella desgracia, y díjole, que si quería  la  llevaría a un monasterio, donde estaría secretamente, y que con el tiempo se podría aplacar su dolor.  Mas así como ella puso los ojos en el cuerpo de Romeo, soltó la rienda a sus lágrimas, y no pudiendo sufrir el dolor que  sentía,  se arrojó  sobre él y  le besaba y  le abrasaba  con  tantos  suspiros y sollozos que parecía que con su fuerza le había de volver la vida, y dijo con grandes voces: dulce descanso  de  mis  pensamientos,  y  de  cuantos  contentos  tuve,  cómo  pudiste  escoger  tu sepultura en este lugar, y entre los brazos de la que te quería más que a sí?  Acabando  

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por mi causa el curso de tu vida, al tiempo que te había de ser de mayor contento el vivir?   Y cómo  ha  podido  este  cuerpo  delicado  resistir  el  furioso  combate  de  la muerte,  teniéndola presente?   Y  tu  flaca y  tierna edad  cómo pudo de  su voluntad  consentir que vinieses a este lugar  sucio  y  hediondo,  donde  servirás  de manjar  a  los  gusanos  que  no  te merecen?  Qué necesidad  tenía  yo de que  se  revocasen  estos dolores  en mí  cuando  el  tiempo  y mi mucho sufrimiento  los habían de acabar?   O como soy corta de ventura, pues pienso hallar remedio para mis pasiones:   yo afilé el cuchillo que rompió  la cruel  llaga de donde ha procedido   este mortal dolor.   O dichosa  sepultura pues en  los  siglos venideros  servirás de  testigo de  la más perfecta amistad que tuvieron los dos más desgraciados enamorados que jamás hubo.  Recibe los últimos  suspiros del más cruel  sujeto de cuantos ha habido de  ira y muerte. Y queriendo proseguir, dijo Pedro al cura, que oía gran ruido hacia  la ciudadela, y con esto salieron  fuera, temiendo ser presos.  Y viéndose Julieta sola, y con libertad, volvió a tomar a Romeo entre sus brazos,  y  sacándole  la daga que  tenía  ceñida,  se dio  con ella muchas heridas en el  corazón, diciendo  con  voz  debilitada:   muerte,  fin  de  los males,  y  principio  de  la  felicidad,  tu  seas bienvenida:  no temas de herirme en esta hora, ni interpongas dilación a la mía, temiendo que mi  espíritu  trabajara  en  buscar  de mi  Romeo  entre  los  de  tantos muertos.    Y  tú mi  amado esposo y señor, si te ha quedado algún sentido, recibe el de la que tan realmente amaste, y fue causa de tu muerte arrebatada y violenta, que te ofrece su ánima de su voluntad, porque seas tú solo quien haya gozado del amor que  tan  justamente habías alcanzado, para que saliendo nuestros espíritus de este miserable mundo vivan eternamente juntos en inmortalidad que no tenga fin.  Y con estas últimas palabras se le acabó la vida.   

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Capítulo VI.  De cómo se supo la muerte de Romeo y Julieta.  Y lo que hizo la justicia, con el castigo que se hizo a los que se hallaron culpados.   

 

  Al  tiempo  que  pasaba  lo  dicho  la  ronda  de  la  ciudad  vino  acaso  por  allí,  y  viendo  la claridad que salía de la bóveda, sospecharon que andaban allí algunas hechiceras, que para sus maldades habían abierto aquel sepulcro.  Y deseando saber lo que era bajaron por el caracol, y hallaron a Romeo y Julieta echados los brazos el uno al cuello del otro, como si les hubiera dado alguna  señal de  vida.   Y después de bien mirados entendieron  lo que era, de que quedaron admirados, y buscaron por todas partes los que pensaron haberles muerto, para prenderles, y finalmente hallaron al bueno de Lorenzo, y a Pedro criado de Romeo, que se habían escondido debajo de un ataúd, y lleváronles a la cárcel, y dieron aviso de lo que pasaba al señor Bartolomé de la Escala y a los gobernadores de la ciudad, donde se publicó en un momento, y comensaron los  ciudadanos,  y  sus mujeres  e  hijos  a  desamparar  sus  casas  por  ir  a  ver  este  lastimoso espectáculo.   Y para que esta desgracia fuese más pública, ordenaron  los magistrados, que se pusiesen  los dos  cuerpos en un  teatro a  vista de  todo el pueblo, de  la manera que estaban cuando  les  hallaron  en  el  sepulcro.    Y  que  el  padre  Lorenzo,  y  Pedro  fuesen  examinados públicamente, para que no hubiese ocasión de murmurar.   Y estando el buen  viejo  sobre el cadalso, con su barba blanca bañada en lágrimas, le mandaron los jueces que declarase quiénes habían sido los autores de estas muertes, atento que le habían hallado a hora indebida cerca de aquel  sepulcro,  y  con  las herramientas.    Y  él  como hombre  entero  y  libre,  sin hacer ningún mudamiento por la acusación que se le ponía, respondió con voz sosegada:  no hay ninguno de vosotros señores que  

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(si mirare  a mi  vida pasada  y muchos  años,  y  al  triste espectáculo  a que el presente me ha traído mi desgracia) no le admire con tan súbita y no esperada mudanza pues acabo de setenta años que comencé a probar las vanidades de este mundo, jamás se hallara que haya cometido delito que fuese digno de pena: no obstante, que me conozco delante de Dios por el mayor y más abominable pecador que ha nacido.   Y como veis estoy cada momento cerca de  i a dar cuenta de mí a los gusanos, la tierra, y la muerte me están cifrando, para que parezca delante de la justicia divina, conque ya no espero otra cosa sino la sepultura.  Y esta es la hora en que entenderéis, que he caído en la mayor falta y error que he hecho en mi vida.  Y de donde se ha engendrado  la mala opinión que  tenéis de mí,  son  (a  lo que  creo)  las  lágrimas que en  tanta abundancia caen sobre mi rostro, como si no se hallase en la Sagrada Escritura, que Jesucristo nuestro redentor lloró, movido de misericordia y compasión y así mismo se sabe que suelen ser de ordinario  fieles mensajeras de  inocencia.   Y por ventura es causa de esto: como cosa más probable,  la hora sospechosa, como ha propuesto el Magistrado, teniéndome por culpado en 

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estas dos muertes; como si  las horas no hubiesen sido criadas  iguales por el Señor, y como él mismo lo enseñó, hay doce en el día, queriendo mostrar por ello, que no hay acepción de horas ni de momentos, y que en  todas ellas sin hacer diferencia se puede obrar bien o mal, según somos guiados, o dejados por el espíritu de Dios.  Y cuanto a lo que toca a las herramientas con que me hallaron escondido, no es ahora necesario tratar del efecto para que se crió el hierro, ni declarar cómo de sí mismo no puede hacer al hombre bueno, o malo, si el que  le usa no obra mal con él.  He dicho todo esto, y puesto os lo adelante para que por ello entendáis, que ni mis lágrimas, ni el hierro, ni la hora sospechosa pueden haber sido bastantes para convencerme de esta muerte, ni  

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para hacerme que sea otro del que soy, si no fuere por el testimonio de mi propia conciencia, que si tuviere culpada, es cierto me sirviera de acusador, testigo y verdugo: conforme a lo cual ella,  (viendo  la edad en que estoy y el  crédito y  reputación que he  tenido  siempre para  con vosotros,  y  lo poco que  tengo de parar en este mundo) me había de  atormentar más en  lo interior que todas las penas y castigos, que se podría imaginar.  Mas doy gracias a Dios que no siento  escarbarme  el  gusano  de  la  conciencia,  ni  otro  remordimiento  ninguno,  en  cuanto  al negocio de que todos estáis tan turbados.  Y finalmente, para que os soseguéis, y salgáis de la sospecha que tenéis, os juro, de contaros la realidad de la verdad de la tragedia presente, pues no estaréis menos admirados de ella, que de ver que estos dos pobres enamorados  tuvieron fuerza  y paciencia para entregarse  a  la muerte, por  la  indisoluble  amistad que  se  tenían.   Y dicho esto, prosiguió contando desde el principio los amores siendo confirmados de ahí a poco tiempo, se habían dado palabras de presente promesa de matrimonio, sin que él  lo supiese: y que  por  algunos  días  después,  incitándoles  a  ello  amor,  se  fueron  a  él,  y  le  afirmaron  que estaban desposados, y que si él no quería solemnizar su matrimonio en faz de  la santa madre iglesia, sería causa para que ofendiesen a Dios, y viviesen amancebados.   Y que considerando esto,  y  viendo que eran  iguales  así en nobleza,  como en  riqueza,  y esperando que por este medio se vendrían a reconciliar  los bandos entre  los Montescos y Capeletes, y haría una obra agradable a Dios, se habían dado  las manos, y recibido  las bendiciones de él, y  luego  la noche siguiente  consumaron  su matrimonio  en  el  palacio  de  los  chapeletes,  como  lo  testificaría  la camarera de Julieta.  Y a esto añadió, la muerte de Teobaldo, por cuya causa le había seguido el destierro de Romeo,  y que  en  su  ausencia  se había  tenido  secreto  el  casamiento hasta que queriendo casar a Julieta como  

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a él, con propósito de matarse con sus manos, si no se daba remedio en el matrimonio que su padre tenía concertado con el conde.  Y en conclusión, dijo, que aunque tenía determinado (por 

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ser viejo, y estar en  lo último de  su vida) no usar de  las ciencias y cosas  secretas, de que  se había  aprovechado  en  su mocedad, movido  de  importunidad  y misericordia,  y  temiendo  no ejecutase  Julieta  tan gran  crueldad, había alargado  su  conciencia, y querido más darle algún trabajo liviano, que consentir que una persona de su calidad atormentase su cuerpo, y pusiese su ánima en peligro.  Y que para esto le había dado ciertos polvos con que hacerla dormir, por cuyo medio  habían  creído  que  estaba muerta.    Y  contó,  como  habiendo  hecho  esto,  había enviado a avisar a Romeo con Anselmo, dándole una carta en que le contaba lo que pasaba, de que hasta entonces no había tenido respuesta.   Y prosiguiendo, diciendo, como había hallado muerto a Romeo en el sepulcro, y que a  lo que parecía, movido del dolor de haber hallado a Julieta en aquel estado, y creyendo era muerta.  Y pasando adelante, les declaró, cómo Julieta se había muerto con  la daga de Romeo, queriendo acompañarle en  la muerte, y cómo no  le había sido posible estorbarlo por el ruido que sobrevino de la ronda que le forzó a esconderse.  Y para que entendiesen, que lo que decía era verdad, suplicó al señor de Verona, y a los jueces, enviasen a Mantua a buscar a Anselmo, y supiese la causa de su tardanza, y viese la carta que había enviado a Romeo, y examinasen a la camarera de Julieta, y a Pedro criado de Romeo, el cual quien aguardar que le hiciesen ninguna pregunta, les dijo, que al tiempo que Romeo quiso bajar  al  sepulcro,  le  había  dado  un  pliego  (que  según  creía  estaba  escrito  de  su mano)  y mandádole expresamente, que le entregase a su padre.  Y abriendo el paquete, hallaron escrita su historia por extenso, con el nombre del boticario que le había vendido la ponzoña y el precio y causa por qué había usado de ella  

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tan claramente, que no faltaba para su entera verificación, más de haber estado presentes a su ejecución, porque estaba todo ello con tan buen orden, que no había de que tener duda, y así no  la tenía nadie.   Y al señor Bartolomé de  la Escala, después de haberlo comunicado con  los magistrados  de  su  consejo,  le  pareció,  que  la  camarera  de  Julieta,  fuese  desterrada perpetuamente  de  su  dominio  por  haber  tenido  encubierto  este matrimonio  clandestino  al padre de Romeo: pues si le manifestara en tiempo, hubiera podido ser causa de gran bien.  Y a Pedro, por haber hecho  lo que  le mandó su señor,  le dejó en su primera  libertad.   El boticario fue preso, y siendo atormentado y convencido del delito, le mandó ahorcar.  Y al buen viejo del padre Lorenzo,  (así por el respeto que se tuvo a  los beneficios antiguos que había hecho a  la república  de Verona,  como  a  la  buena  vida  que  siempre  se  le  había  visto)  le  dejó  libre,  sin ninguna nota de infamia puesto que él de su voluntad se retiró a una ermita lejos de la ciudad donde vivió casi seis años, ocupado continuo en plegarias y oraciones, hasta que  llamado de este mundo pasó al otro.   Y movidos a compasión de  tan extraña desgracia  los Montescos y Capeletes dejaron  las armas de su voluntad, y se reconciliaron, de suerte que  lo que no había podido  acabar  ningún  saber  humano,  se  redujo  por  lástima.    Y  para  que  quedase memoria perpetua  de  amistad  tan  perfecta  ordenó  el  señor  de  Verona  que  los  cuerpos  de  los  dos 

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enamorados se encontrasen en la tumba en que habían dado fin a sus vidas, y levantaron sobre ella una columna de mármol, en que se pusieron algunos epitafios.  Y el día de hoy está en pie, y es una de las cosas señaladas de aquella ciudad.  Y entre otros se puso el siguiente. 

 

En aqueste monumento 

yacen dos enamorados, 

que de Verona ornamento 

fueron, aunque desdichados.  

El Romeo fue llamado, 

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El, Capelete esforzado, 

y ella Montesca perfecta. 

Siendo en bandos adversarios 

amor los había juntado 

y en sus dos pechos contrarios 

nuevo amor hubo formado. 

Desposáronse estos dos 

trazando nuevo contento, 

mas no fue servido Dios 

tuviese efecto su intento 

y de un principio agradable  

nació fin muy lastimoso,  

porque amor como mudable 

le dio a su vida reposo. 

Y el falso, crudo, malvado 

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tuvo tal trama ordenada 

que él se acabó emponzoñando, 

y ella con su misma espada. 

El que parare admirdo 

A contemplar este exceso, 

aunque atónito y turbado 

duélale el triste suceso 

de aquestos amantes dos, 

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y pida al eterno Dios 

que no mire a sus pecados. 

 

Fin de la historia tercera.