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La misoginia en el discurso y acción de los hombres Roberto Garda Economista con maestría en Sociología. Director de Hombres por la Equidad. Centro de Intervención con Hombres e Investigación sobre Género y Masculinidades, AC (correo: [email protected]) Introducción Este trabajo reflexiona sobre cómo los hombres van construyendo un discurso y una práctica violenta en torno al vínculo con las mujeres. Analizamos cómo la doble moral masculina está íntimamente vinculada al discurso socialmente aceptado sobre las mujeres, a los momentos de crisis que los hombres tienen con la pareja, y la historia de cómo los hombre se relacionan con las mujeres. Para presentar estas ideas, este trabajo se divide en tres apartados. En el primero revisamos varios autores que reflexionan sobre la agresividad, la ira y la violencia de los hombres. Se hace una breve presentación de diversas corrientes psicológicas y psiquiátricas que reflexionan sobre la violencia de los hombres, y vemos cómo este malestar está muy relacionado con experiencias emocionales de vergüenza, miedo y dolor. Posteriormente analizamos la propuesta que surge desde el feminismo, y cómo las diversas corrientes de esta perspectiva construyeron el concepto de violencia de género centrando su análisis en las relaciones de poder surgidas desde diferencias sexuales. Con base en esto, analizo la violencia masculina en la posición de poder y jerarquía masculina sobre lo femenino. Se reflexiona cómo esta posición construye en el hombre creencias de superioridad sobre la mujer, y cómo se traduce en servicios y demandas que ella debiera de cumplir para mantener esta posición social de él. Se concluye señalando que tanto el aspecto emocional como el social se 1

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La misoginia en el discurso y acciónde los hombres

Roberto GardaEconomista con maestría en Sociología. Director de Hombres por la Equidad. Centro de Intervención con

Hombres e Investigación sobre Género y Masculinidades, AC (correo: [email protected])

IntroducciónEste trabajo reflexiona sobre cómo los hombres van construyendo un discurso y una práctica violenta en torno al vínculo con las mujeres. Analizamos cómo la doble moral masculina está íntimamente vinculada al discurso socialmente aceptado sobre las mujeres, a los momentos de crisis que los hombres tienen con la pareja, y la historia de cómo los hombre se relacionan con las mujeres. Para presentar estas ideas, este trabajo se divide en tres apartados.

En el primero revisamos varios autores que reflexionan sobre la agresividad, la ira y la violencia de los hombres. Se hace una breve presentación de diversas corrientes psicológicas y psiquiátricas que reflexionan sobre la violencia de los hombres, y vemos cómo este malestar está muy relacionado con experiencias emocionales de vergüenza, miedo y dolor. Posteriormente analizamos la propuesta que surge desde el feminismo, y cómo las diversas corrientes de esta perspectiva construyeron el concepto de violencia de género centrando su análisis en las relaciones de poder surgidas desde diferencias sexuales. Con base en esto, analizo la violencia masculina en la posición de poder y jerarquía masculina sobre lo femenino. Se reflexiona cómo esta posición construye en el hombre creencias de superioridad sobre la mujer, y cómo se traduce en servicios y demandas que ella debiera de cumplir para mantener esta posición social de él. Se concluye señalando que tanto el aspecto emocional como el social se articulan, y pueden ser sujetos de análisis en el trabajo de intervención que se hace con hombres.

En el segundo apartado reflexiono sobre información que nos brinda el Programa de Hombres Renunciando a su Violencia (PHRSV) de Coriac. En un primer momento analizo las respuestas de los hombres a la frase “Soy... Y creo que las mujeres...” que es una dinámica de presentación que se desarrolla en la agenda del día en una sesión ordinaria del Programa. Encontramos que existe un discurso masculino que se carga mucho a una mirada positiva o equitativa hacia las mujeres, y que estos –al hablar sobre ellas—hablan poco sobre sus aspectos de conflictos o desagradables. Posteriormente, en el mismo apartado, analizamos otra información que nos brindan los hombres en el contexto de los grupos de reflexión del mismo Programa. Esta segunda información proviene de la dinámica que llamamos “Trabajo vivencial II” y en ella los hombres expresan una experiencia de violencia con la pareja de forma individual y grupal y se analiza en la sesión en qué momento pudieron haber detenido su violencia.1 Aquí encontramos que los hombres se expresan en términos misóginos de las mujeres justo cuando se les niega un servicio y su

1 En este trabajo solo se explicarán algunas partes del funcionamiento del PHRSV. Ello se debe a que el objetivo del trabajo es reflexionar sobre cómo se va construyendo un discurso y una práctica misógena, y no busca reflexionar sobre el modelo de intervención de Coriac.

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posición de status es cuestionada. Ello ocurre pasando por sentimientos de malestar y dolor. Posteriormente, reflexiono como ese discurso está muy relacionado con una experiencia de malestar emocional y corporal donde los hombres reconocen las consecuencias de su violencia tanto en su aspecto afectivo, como en su cuerpo. Termino reflexionando cómo se articula la experiencia de poder de los hombres con la de sus emociones al enfrentar una situación de conflicto.

Con base en esta información en la tercera parte del trabajo concluyo señalando cómo se construyen las dinámicas de poder en los discursos y las prácticas de los hombres, y cómo ello se encuentra relacionado con las posibilidades de cambio de ellos. Comento que complejizar el análisis sobre la violencia masculina es muy importante para comprender cómo cambian los hombres, y que para ello es importante construir una nueva manera de ver a los varones, pero sobre todo de que ellos mismos se imaginen de forma diferente. Propongo que ello sólo es posible profundizando en la reflexión sobre los sentimientos de los hombres y su cuerpo, y construyendo una narrativa reflexiva que permita a estos expresar experiencias tanto de dolor y malestar, como de bienestar y equidad. Todo ello sin violencia.

La masculinidad y la violencia de los hombres

¿Por qué los hombres ejercen la violencia de forma tan frecuente? ¿Qué características tiene en especial la violencia que se ejerce contra las mujeres y contra la pareja en particular? Existen diversas explicaciones que reflexionan sobre esta violencia, en especial sobre las causas de la violencia masculina. Las explicaciones de la corriente sociobiologicista sostienen que entre algunos animales los machos matan y luchan, y al mismo tiempo cooperan con los miembros de su misma especie. Sin embargo, estas corrientes no reportan sobre agresiones especificas contra las hembras de la misma especie, y Burin las descarta pues “no consideran la inteligencia humana” y señala que mientras sea más complejo un ser humano más dependerán sus acciones de aspectos sociales que de factores biológicos y naturales (Burin y Meler, 2000: 202). Al analizar estas corrientes –y proponer una perspectiva más psiquiátrica y psicológica-- Zaczyk sostiene que si bien hay aspectos biológicos en el acto agresivo, estos están más moldeados por el “medio ambiente” que afectan a los “organismos”. Debido a este moldeamiento surgen personas que tienen personalidad agresiva, y otras que tienen enfermedades mentales que generan determinadas patologías (Zaczyk, 2002: 110). Para este autor la personalidad agresiva está más relacionada con condiciones y aprendizajes sociales, y la segunda está mas relacionada con personas que viven trastornos médicos producto de esta socialización.2 Para Zaczyk la diferencia entre la violencia que se ejerce hacia otras personas y aquella que se ejerce específicamente contra las mujeres corresponde al campo de las patologías y la medicina, y no es la norma, más bien la excepción.

Profundizando en la perspectiva psicológica que explica la violencia masculina Dutton sostiene que los hombres que ejercen violencia han vivido trastorno de estrés pos

2 Este autor diferencia entre estas dos personalidades agresivas poniendo el ejemplo de dos tipos de criminales: “Efectivamente, no se encuentra patología psiquiátrica en todos los criminales. Los criminales enfermos mentales pertenecen a la psiquiatría; los demás, considerados como responsables de su crimen, pertenecen a la justicia” (Zaczyk, 2002: 114).

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traumático pues ellos han “sufrido en su niñez ataques globales contra su personalidad, humillación, turbación y vergüenza, [y] a menudo sus padres los humillaban en público o los castigaban sin motivo. También solían decirles `eres inútil´, `nunca llegarás a nada´...” (Dutton, 1995: 104). Para este autor todo esto genera vergüenza, humillación e ira en los hombres, pero ante el mandato social de guardar silencio, sólo expresan su malestar emocional por medio de la violencia hacia la pareja. Esto ocurre porque:

Hay en él [el hombre] un fondo de ira y vergüenza que no tiene la posibilidad de expresarse. Al menos hasta que entabla una relación íntima, entonces surge la vulnerabilidad emocional que amenaza su equilibrio, que puede desvirtuar la máscara que ha elaborado cuidadosamente a lo largo de años. [...] Una mujer amenaza con entrar a su intimidad y verlos a él y a su vergüenza sin maquillaje. Entonces, para su sorpresa surge la ira. La siente como una irritación exasperante o a veces como una oleada gigantesca.[...] le recuerda demasiado ciertos sufrimientos que relegó al olvido hace ya mucho tiempo. Por consiguiente, echa la culpa a la mujer. Si esto se repite con dos o mas mujeres, ya no le hecha la culpa a la mujer sino a las mujeres. Sus deficiencias personales son racionalizadas por una insipiente misoginia. Esa misoginia que se potencia contra sí misma, aumenta su ira contra las mujeres (Dutton, 1995: 115).

Con base en sus estudios Dutton clasifica a los hombres en agresores psicopáticos, hipercontrolados y cíclicos emocionalmente inestables. Señala que los más comunes son los casos cíclicos y son ellos los que comúnmente ejercen maltrato hacia la pareja debido a esta cercanía y sensación de vulnerabilidad en la intimidad. Además, estos hombres no solo ejercerán maltrato. También tendrán una reacción de vergüenza y rechazo ante su acto violento. Así, la mayoría de los hombres concientemente rechazan la violencia hacia la pareja, pero son esas historia de dolor las que les impiden relacionarse de forma no violenta con ellas.

Por otro lado, dentro de esta corriente psicológica, Beck reflexiona sobre lo que son las “bases de la ira”, y señala que son justamente estos sentimientos de humillación y enojo las hacen que una persona reaccione con violencia. Señala que esto ocurre porque entre dos personas en desigualdad se construye un ciclo donde uno recrimina al otro, y visceversa. Y en última instancia, estas reacciones de ira y odio intentan recomponer una imagen social que se vio dañada por los comentarios hirientes del otro/a. Pero la recomposición que intenta hacer quien se vio dañado se da generando más ira y enojo que es proyectado hacia el otro/a, y ello aumenta la violencia. Así “A todos nos afectan las acciones de los demás que hacen que nos sintamos menos influyentes, atractivos o competentes, y confiamos en el arma de nuestra venganza para terminar con tales incursiones y prevenir su repetición” (Beck, 2003: 112). Este autor no reflexiona de manera específica sobre la violencia hacia las mujeres.

Así, podemos decir que las corrientes sociobiologicista, y las psicológicas y psiquiátricas coinciden en señalar que los fundamentos de estos actos son una socialización violenta en ambientes violentos que generan sentimientos de humillación y vergüenza en los hombres que a su vez son expresados de forma violenta. Asimismo, señalan que estos tienen consecuencias en la salud física y mental de ellos, y que la violencia hacia la pareja pude considerarse o bien una patología, o bien una expresión violenta de los sentimientos de vulnerabilidad emocional que siente el hombre ante la pareja. En ambos casos se requiere atención médica o psicológica.

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Pero ¿Qué nos dice la perspectiva de género sobre la violencia hacia las mujeres? Ritzer señala que la reflexión sobre la violencia hacia las mujeres va de la mano con el desarrollo histórico del feminismo. La reflexión moderna sobre la situación política y social de las mujeres inicia en la Revolución Francesa en el siglo XVIII, pasando por el derecho al voto de las mujeres sufragistas de principios de siglo XX; y hasta la reflexión sobre los derechos civiles de las mujeres surgido en los movimientos civiles de mediados y finales del mismo siglo XX. Desde una práctica política la reflexión sobre la violencia hacia las mujeres ha construido diversas teorías que explican esta violencia. Estas inician con las teorías de las diferencias de género que sostienen básicamente que hombres y mujeres eran diferentes debido a diferencias biológicas, de funciones en la sociedad en los ámbitos público y privado o por experiencias sociopsicológicas diferentes. Posteriormente, producto de las criticas a esta corriente, surgieron las teorías de la desigualdad entre los géneros. Esta sostiene que las mujeres no solo vivían de forma diferente determinadas experiencias, sino que además, vivían en desigualdad con respecto a los hombres. La desigualdad no es biológica, sino se encuentra en la organización social y política de la sociedad. Posteriormente surgen las teorías de la opresión de género que señalan que las mujeres no solo se hayan oprimidas, sino que además viven constreñidas, subordinadas, moldeadas, usadas, y son objeto de abuso de parte de los hombres. Este control masculino se centra en el cuerpo y subjetividad de las mujeres donde de forma simbólica y mediante actos concretos de opresión se le mantiene subordinadas.

Hay varias corrientes dentro del feminismo de la opresión. Están las corrientes psicoanalítica que sostienen que las personas tienen pulsiones naturales que siguen una construcción social que diferencia a las mujeres y a los hombres. Señalan que en esta diferenciación las niñas están más educadas y orientadas a pulsiones que buscan cuidar y dar afectos, y que los hombres están orientados a pulsiones más agresivos y dominantes. Burin y Meler son clásicas autoras de esta corriente, y sostienen que los niños reciben más maltratos y castigos de sus padres, pues existe un ideal masculino que buscaría alcanzarse. Por tanto, “...las conductas agresivas de los hombres son una respuesta a las experiencias de maltrato: los hombres serían más agresivos porque han recibido más agresión de sus padres y con su conducta hostil estarían tratando de hacer activamente lo que recibieron pasivamente” (Burin y Meler, 2000: 218). Este maltrato a los hombres se ve recompensado socialmente, pues los hombres acceden más al poder y a los afectos y al amor de las mujeres; y –por otro lado—ellas reciben más castigo y límites cuando intentan acceder al poder de ellos. Así, los hombres “...se apropian de los poderes de cuidados y amor de las mujeres sin dar a cambio lo mismo.” (Burin y Meler, 2000: 218).

Por otro lado otra corriente del feminismo de la opresión es el feminismo radical que sostiene que existe un catálogo de ofensas de los hombres hacia las mujeres en el sistema patriarcal que oprime el cuerpo de las mujeres y que mantiene un sistema de poder para que estas no puedan desarrollarse de manera libre. El recursos para mantener el control sobre las mujeres es en última instancia la violencia hacia las mujeres. Posteriormente este feminismo cambió al feminismo de la tercera ola que sostiene que hay diferentes mujeres (negras, ricas, blancas, pobres, heterosexuales, lesbianas, del primer mundo, del tercer mundo, etc..) que viven diferentes tipos de opresión, y que este sistema también oprime a los hombres. Para este feminismo es la experiencia de cada persona oprimida (mujer y

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hombre) quien mejor puede explicar su forma específica de dominación, y quien puede establecer mejor que nadie su estrategia para salir de ella. Así, tanto hombres como mujeres desean realizarse, y el género, la raza, la sexualidad, la clase social, etc.. los oprime de manera similar y diferente (Ritzer, 1993:391-392). Este feminismo sostiene que la violencia masculina hacia las mujeres tiene su origen en esta construcción de diferencias de género, donde el hombre recibe tanto privilegios relacionados con el ejercicio del poder, como una educación emocional para que silencie su experiencia de malestar, y por otro lado, a las mujeres se les permite sólo el aprendizaje de la expresión emocional, dejando de lado –y castigando-- el acceso al poder.

Particularmente el feminismo radical, y el feminismo de la tercera ola han creado –y reformulado— el concepto de violencia hacia la mujer y violencia de género. De manera particular han reflexionado sobre el tema de “violencia intrafamiliar” –que después ha evolucionado como “violencia en la familia” o “violencia en el hogar”--. La casa es considerada como un lugar específico donde las inequidades de poder con la pareja tienen sus particularidades, pues existe un aspecto privado de este espacio que permite que muchas formas de opresión social sean reproducidas de forma “silenciosa”. Al reflexionar sobre la dinámica de violencia en el hogar la violencia hacia las mujeres se ha articulado con el tema de maltrato hacia menores y adolescentes, con el tema de abuso sexual infantil, con el tema de maltrato a personas mayores y con el tema de maltrato hacia personas con capacidades diferentes. Todas estas formas de maltrato han sido analizadas desde una perspectiva de género, y se ha encontrado que tienen en común conflictos entre pares que están en inequidades de poder, y donde se decide “solucionar” el conflicto por medio del maltrato, el castigo y/o el aplastamiento físico y emocional del otro/a que es considerado no solo diferente, sino opuesto a mi, contrario a mi y por lo tanto amenazante a mi. La cosmovisión de ver al otro como opuesto y amenazante, y de construir ésa realidad en el hogar mediante la violencia es una forma masculina de ver al otro/a. Así, la violencia en el hogar es fundamentalmente masculina, y se articula con otras formas de violencia hacia la mujer fuera del hogar: el acoso sexual en el trabajo, la reducción de salarios en trabajos desempeñados por mujeres, la falta de acceso a recursos por parte de las mujeres, la pobreza de las mujeres, etc.

Así, la perspectiva de género ha brindado herramientas conceptuales que permiten reflexionar a la violencia de género como la apropiación de los cuerpos por formas muy masculinas de solucionar el conflicto. En específico: cuando hablamos de una solución violenta al conflicto por medio de la jerarquización inferior del otro/a hablamos de un proceso cultural, social y hasta psicológico de masculinización del conflicto donde al otro se le jerarquiza y se le construye no solo como otro/a enemigo/a, sino además inferior y sin poder. Considero que ese ha sido el aporte central de la perspectiva de género a los estudios de la violencia masculina: Entender que para estudiar lo propio de la violencia de los hombres con la pareja implicaba reflexionar primero sobre el ejercicio del poder de los hombres en la construcción de su identidad masculina. Este es el resultado de quienes han estudiado la violencia masculina. Por ejemplo, Montoya (1994) y Ramírez Solórzano (2002) tuvieron que reflexionar primero sobre el concepto de masculinidad para después ecomprender la práctica violenta de los hombres con las mujeres.

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En su estudio Ramírez Solórzano encontró que lo masculino consiste principalmente en “prácticas, símbolos, ideas, valores y creencias” que si bien se relacionan con los hombres, sobre todo se diferencian de lo femenino mediante creencias y prácticas contradictorias y conflictivas que terminan jerarquizando la relación con ellas. Así, los informantes de esta autora relacionan lo masculino con la heterosexualidad, el ser “buen proveedor”, y la búsqueda del dominio. A decir de Ramírez Solórzano estas ideas llevan a los hombres a ver la expresión de cualquier experiencia emotiva como amenazadora y conflictiva, y a la idea de control sobre la sexualidad y el control del cuerpo de la compañera. Asimismo, estas ideas sobre lo masculino hace que los hombres vean una rígida separación entre el trabajo doméstico de ella y el mundo laboral de él, con las inequidades sociales que ello conlleva.

Para Solórzano todo esto se traduce en una dominación masculina, donde existe no solo el uso de la racionalidad de los hombres para tomar decisiones --dejando de lado lo afectivo--, sino también una dominación que se expresa en “...la adquisición de derecho de los varones sobre sus parientes mujeres, y que en contraste ellas no tienen sobre los hombres y sobre sí mismas” (Ramírez, 2002: 52). De esta forma, los hombres adquieren exclusividad sobre la vida sexual de ella, y control sobre la capacidad reproductiva y el erotismo del cuerpo femenino. Estas formas de control, dominación y violencia hacia las mujeres va siendo reforzada a lo largo de las historias de los hombres “...con el discurso y la práctica de la familia, los vecinos, los grupos de amigos y los estereotipos difundidos en los medios de información” (Ramírez, 2002: 178).

Resultados similares encuentra Montoya. Este autor señala que los hombres se construyen en una masculinidad que tiene su sustento en una serie de creencias y prácticas que están relacionadas con la heterosexualidad, tener una ocupación remunerada, ser adulto, ser violento y finalmente ser machista. Todo esto define a los hombres en una masculinidad hegemónica “...que sigue apuntando hacia el ejercicio del poder y control sobre otr@s. Dominar, mandar, representar, protagonizar, poseer, se constituyen en las fuerzas motivacionales más importantes de la masculinidad hegemónica” (Montoya, 1998: 20). Con base en esto, y con el fin de profundizar en la violencia hacia las mujeres Montoya realizó grupos focales donde encontró que los hombres les pedían a sus parejas que los atendieran, que los entendieran, que ellos sean los que dirijan la relación, que ella dependa de él y le sea fiel, y que ellas tengan hijos para ellos. Todas estas solicitudes hacen que los hombres vean su relación con las mujeres como un catálogo de servicios donde ellas deben de atenderlo a él. Y es la práctica de pedir y recibir estos servicios lo que --considero—se constituye en la práctica de la hegemonía masculina en la pareja.

Finalmente Montoya señala que no todos los hombres entran en este esquema hegemónico dominante, pero sí se convierten en un ideal que todos intentamos alcanzar cuando en realidad es inalcanzable. También señala que diversos hombres se resisten a diversos aspectos de este mandato, pero que al hacerlo en realidad se “resisten” a algunos aspectos del modelo hegemónico masculino, pero se aceptan otros. Por ello “La practica no violenta de los hombres [...] resulta ser compatible con la masculinidad patriarcal. Es decir los hombres pueden mantener posiciones de dominación en sus relaciones de pareja, y a la vez, apartarse del golpe, los gritos, la humillación, la supervisión, las amenazas, la imposición forzada, etc.” (Montoya, 1998: 129). Así –siguiendo a Montoya-- los hombres ejercen violencia porque defienden sus posiciones de poder y sus posiciones de privilegio. Estas

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posiciones son tales porque se fundamentan en creencias de dominación sobre lo femenino –donde siempre se jerarquiza como superior— y prácticas de solicitud de servicios a ella para mantener dicho privilegios.

En este mismo sentido Antonio Ramírez (1999) señala que la negativa de ella a brindar lo que se le solicita es lo que ocasiona que los hombres tengan experiencias de malestar y dolor. Ramírez señala que esta es la experiencia de riesgo fatal en donde los hombres sienten falta de reconocimiento a su “autoridad” y responden con violencia. Ello con el fin de reestablecer el control hacia ella, y para que no vuelva a negarse a obedecerlo. Pero ¿Qué hacen los hombres con los sentimientos que surgen al momento de no recibir ese reconocimiento de ella? Seidler (2000) señala que hay que hacer visibles los relatos que se refieren a experiencias de vulnerabilidad y dolor de los hombres. Comenta que es importante diferenciar entre la crítica a la masculinidad y la experiencia emocional de los hombres. Pues si no se hace eso los hombres optan por el silencio o por la generación de una narrativa “políticamente adecuada”. De esta forma, en algunos casos el silencio es delegado a las mujeres que narran la experiencia emocional de los hombres, y en otros casos el silencio es llenado por el discurso tradicional del rol de género masculino. En ambas situaciones, el hombre se “aleja” de su responsabilidad en torno a su vida emocional (Seidler, 2000: 142-143).

Esto es particularmente importante en el plano de las relaciones de pareja. Ahí Seidler sostiene que si es difícil para los hombres reconocer su propia experiencia, y escucharse y estar al tanto de su vida emocional, entonces le resultará difícil estar al tanto de la vida emocional de su pareja, de escucharla y reconocer su experiencia. Por esto, los hombres debieran hacer este esfuerzo por hacerse responsables de su vida emocional, y este es un primer paso es reconocer que “lo personal también es social”, y que existe una racionalidad masculina que no deja de objetualizar a las parejas y que ello ocasiona formas dominantes de masculinidad que hacen difíciles para los hombres sostener relaciones con las mujeres, pues “...es difícil explicar porqué tiene que ser así pero parece conectarse en las manera en las que muchas veces aprendemos a desligarnos y a alejarnos de las experiencias que nos resultan difíciles” (Seidler, 2000: 214).

De esta manera, desde la perspectiva de género la violencia masculina hacia la mujer es un práctica social e histórico que ha sido develada de forma gradual y mediante diversos desarrollos teóricos en el movimiento feminista. Este análisis ha descubierto cómo esta violencia se ha institucionalizado en estructuras patriarcales y se sustenta en una ideología masculina que genera formas de dominación y control de los hombres no solo contra las mujeres, sino contra lo que es interpretado como “femenino” e inferior en general: mujeres, hombres, niños, niñas, ancianos, ancianas, discapacitados, discapacitas, etc. En la vida íntima con la pareja este poder es ejercido por medio de atenciones y servicios que los hombres piden a las mujeres. Pero además, el abuso de poder silencia la experiencia emocional de malestar en los hombres. A continuación profundizaremos cómo los hombres ejercen este poder y cómo silencia su experiencia emocional en el momento de hablar de los conflictos con las mujeres.

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El habla de los hombres sobre las mujeres

El Programa de Hombres Renunciando a su Violencia (PHRSV) es el modelo sistematizado de Coriac que atiende a los hombres que reconocen que tienen problemas de violencia con la pareja. En el modelo se ofrecen 3 niveles de atención donde los hombres aprenden en grupo de reflexión técnicas que les permiten construir un compromiso con la no violencia en el hogar. Este modelo es una experiencia sistematizada que genera información cuantitativa y cualitativa sobre las creencias y prácticas de la violencia masculina hacia la mujer. En este artículo se analiza solo una parte de la información de primer nivel.

La información analizada proviene de dos momentos diferentes –pero relacionados—de la agenda de trabajo de un grupo de reflexión de primer nivel. Al iniciar una sesión3 el facilitador del grupo saca una tarjeta que contiene una frase y todos los asistentes la leen y completan. Las frases pueden varias: “Soy.. y creo que los hombres...”, “Soy... y creo que la violencia...”, “Soy... y este grupo es para mi”, “Soy... y creo que los hombres...”, “Soy... y como hombre necesito...”, “Soy... y creo que las mujeres...” etc... Se lee solo una frase por sesión. Mientras los asistentes la completan el facilitador registra lo que dicen en un formato especialmente diseñado para ello, y hace una devolución al grupo sobre los aspectos más relevantes de lo que se dijo. Después se continúa con otras dinámicas. En este trabajo analizare la frase “Soy... y creo que las mujeres...”. La información analizada consiste en 22 sesiones de primer nivel donde la frase fue respondida por aproximadamente 200 asistentes. Estas sesiones fueron realizadas a lo largo del año 2002. Posteriormente, después de casi una hora y media de trabajo los hombres realizan una dinámica que llamamos “Trabajo Vivencial II” . Este ejercicio consiste en que los hombres recuerdan un hecho de violencia que hayan cometido con su pareja. Después uno de los asistentes pasa al frente del grupo y narra su experiencia. El facilitador guía la reflexión para que los hombres clarifiquen su responsabilidad en torno a su violencia, y al finalizar los demás asistentes reflexionan sobre su propia experiencia de violencia tomando como referencia la experiencia contada por el compañero. Al igual que con la frase, mientras se realiza el “Trabajo Vivencial II” los facilitadores registran la información tanto en los formatos del PHRSV como en el pizarrón. En este trabajo también se analiza parte de la información que el “Trabajo vivencial II” proporciona, particularmente se analizará la información donde la frase “Soy... y creo que las mujeres” fue mencionada.4

¿Qué encontramos al analizar esta información? Veamos primero las respuestas a la frase “Soy... y creo que las mujeres...”. Al leer las respuestas a la frase encontramos tres tipos de respuestas. En primer lugar encontramos 243 respuestas “positivas” o “favorables” a las mujeres y solo 85 respuestas negativas o desfavorable. Esto es de llamar la atención si consideramos que son grupos de hombres que asisten porque reconocen que han ejercido

3 Una sesión ordinaria dura aproximadamente dos horas y media. Se encuentra dirigida por un facilitador y un cofacilitador, y comúnmente asisten entre 10 y 15 hombres en promedio. Los grupos son abiertos, lo cual significa que puede haber hombre con varias sesiones (el promedio máximo son 20) y hombres con menos sesiones.4 Para más información sobre cómo se desarrollan las sesiones del PHRSV se sugiere consultar Liendro Eduardo, Francisdco Cervantes y Garda Roberto Manual del Facilitador del PHRSV. Primer nivel, México, Coriac, 2002. El modelo también tiene manual de segundo y tercer nivel del facilitador y tres manuales para los usuarios de cada nivel.

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violencia contra su pareja (el 99% son heterosexuales). ¿En que consisten las 243 respuestas positivas sobre las mujeres? Veamos en el Cuadro 1 las respuestas:

Cuadro 1Opiniones Positivas Sobre las Mujeres

Respuestas Cantidad Porcentaje (%)Respuestas sobre el rol tradicional de la mujer 79 32 Tienen belleza física y sentimientos 57 23 Son compañeras/ complementos 22 9

Respuestas sobre la autonomía de la mujer 59 24 Tienen derecho a la igualdad 27 11 Son autosuficientes/ independientes 22 9 Ellas tienen derechos 10 4

Respuestas sobre la relación de él con ellas 56 23 Son importantes para mi 25 10 Ellas merecen nuestro respeto 15 6 Ellas son importantes/ valiosas papa mi 11 5 Ellas requieren apoyo y comprensión 5 2

Respuestas sobre la persona de la mujer 38 16 Ellas son seres humanos 19 8 Ellas son inteligentes 10 4 Ellas son diferentes 9 4

Otros 11 5

Total 243 100

Como podemos ver las respuestas relacionadas a los roles tradicionales de la mujer ocupan un 32% de las respuestas (sobre todo las relacionadas con el aspecto físico de las mujeres). En segundo lugar están aquellas respuestas relacionadas con la autonomía de las mujeres. En ellas los hombres señalan que las mujeres tienen derechos como la igualdad (15% de los casos) y a la autosuficiencia e independencia (9% de los casos). Asimismo, en tercer lugar, encontramos las respuestas donde se señala lo que debiera de hacer ellos al relacionarse con ellas: ellas debieran ser importantes para los hombres (10%), ellas debieran recibir respeto (11%.) Finalmente, las respuestas que señalan la humanidad de las mujeres tienen un 8% y la inteligencia de ellas y su diferencia también un 8%. Así, podemos concluir que los hombres tienen una concepción muy positiva de las mujeres. A ellas se les reconocen muchos aspectos relacionados con derechos y su autonomía.

Por otro lado están las 85 opiniones negativas o desfavorables sobre las mujeres. Estas tienen como intención descalificarlas, ver defectos y expresar enojo sobre y hacia ellas. En el Cuadro 2 está es la información que proporcionaron los hombres.

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Cuadro 2Opiniones Negativas Sobre las Mujeres

Respuestas Cantidad Porcentaje (%)Respuestas sobre los conflictos del vínculo 25 30 Ellas son difíciles de entender 19 22 Ellas son complejas 3 4 Ellas son conflictivas 3 4

Respuestas relacionadas al control de ella sobre él 22 26 Ellas son violentas / intolerantes 10 12 Ellas son controladoras / dominantes 8 9 Ellas son manipuladoras 4 5

Respuestas relacionadas a los problemas de ella 18 22 Ellas tienen problemas emocionales 15 18 Ellas tienen problemas 3 4

Respuestas relacionadas a los defectos de ellas 3 4 Ellas tienen defectos 3 4

Otros 17 20Total 85 100

En primer lugar los hombres resaltan los conflictos con ellas (30%), donde la dificultad para entenderlas es la más importante (22%). En segundo lugar hablan sobre las sensaciones de ser controlados o manipulados por las mujeres (26%), en donde señalan que ellas son “violentas/intolerantes” (12%). Finalmente los hombres señalan que las mujeres tienen problemas (22%), y sobre todo problemas emocionales (18%). Así, los hombres señalan como principal defecto de las mujeres la dificultad para entenderlas y la sensación de control y violencia de ellas hacia ellos. Y ello se complementa con una mirada de que ellas tienen problemas (principalmente emocionales).

Al hacer un análisis por frases encontramos más información que ampliaba esta visión dicotómica de la mujer. En primer lugar los hombres tenían una mirada muy positiva donde las exaltan de una forma casi espiritual y donde ellas son vista con todas las virtudes. Por ejemplo:

“Las mujeres son semillas de vida”“Todas las mujeres son mas capaces que los hombres”

“Las mujeres son el eje de la vida de los hombres”“Las mujeres son el único medio por el cual puedo alcanzar mi plenitud”

“Las mujeres son lo mejor que nos ha dado Dios”

Al seguir analizando las frases encontramos otro discurso que representa aquellas cosas que los hombres no quieren o rechazan sobre las mujeres. Y que reflejan aspecto totalmente negativos de ellas. Por ejemplo:

“Las mujeres son bastantes difíciles de comprender”

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“Las mujeres son calculadoras y manipuladoras”“Las mujeres son de carácter voluble, convenencieras y manipuladoras del hombre”

“Las mujeres son difíciles de entender. Dominantes, soberbias Creen que su cuerpo puede dominar al hombre”

Tanto los cuadros analizados, como las frases nos muestran que los hombres ven a las mujeres como totalidad. Donde se le ve muy en positivo o en negativo. Como vimos, el discurso más frecuente es el primero, donde se les ve de forma muy positiva. Pero se encontró otras frases que no se encontraban en los cuadros. En estas se expresaban opiniones que buscan ver ambos aspectos de ellas. A estas les llamo reflexivas. Por ejemplo:

“La mujer es algo maravilloso en la vida para nosotros los hombres, pero es un complemento incomprensible”

“Las mujeres son comprensivas y violentas como nosotros”“Las mujeres son comprensivas, compañeras, amorosas, aunque también tienen su carácter”

“Las mujeres son conflictivas, irracionales, pero que bendición”“Las mujeres son difíciles pero hay saber entenderlas”

“Las mujeres son hermosas, y a la vez negativas y destructivas”“Las mujeres son muy hermosas y difíciles de entender”

“Las mujeres son seres con defectos y virtudes”“Las mujeres son necesarias a la vida y a la vez enigmáticas”

Estas opiniones ven ambos aspectos, y tienen una características muy importante para el discurso de los hombres: tienen “puntos de quiebre” donde los hombres rompen con discursos muy positivos o muy negativos, y cambian de un discurso a otro contrario. El paso de uno a otro se realiza por el “pero”, el “y”, el “aunque” y el “y a la vez”. Esas palabras nos hablan de que los hombres pueden cambiar de un discurso al otro, sin embargo al ver la cantidad de este tipo de respuestas encontré que el 73% de las opiniones de los hombres sobre las mujeres es positiva y tiende a apoyar sus derechos; el 25% es negativa, y solo un 2% ofrece este sentido reflexivo donde se reconoce tanto aspectos negativos como positivos de las mujeres.

De esta manera, con base en esta información, podemos decir que si bien los hombres que van al Programa reconocen que tienen conflictos con la pareja, y en la gran mayoría de los casos que son violentos con ellas. Al preguntarles sobre las mujeres hay una mayor tendencia a minimizar estos conflictos y se expresan poco las ideas negativas que se tienen de ellas, y que –como veremos más adelante-- sí surgen en el conflicto. Esta presentación positiva sobre la mujer pudiera deberse a la presión del grupo del PHRSV, pues se acepta por consenso que no se debe de “hablar con violencia de la mujer” de la mujer, pero también es coherente con el discurso de cualquier hombre en la calle. Esto es, que los hombres del grupo del PHRSV hablan lo que la mayoría de los “otros” hombres habla en la calle sobre las mujeres. A cualquier hombre que se le pregunte qué opina de ellas tiende a contestar exactamente eso: “ellas son maravillosas”, “ellas son lindas”, etc. Por otro lado, las frases negativas nos hablan de las cosas que no les gusta a los hombres de ellas, y que sabemos que sí se encuentran en el discurso público, y que efectivamente se encuentra más minimizado como palabra, pero que en los hechos es más actuada y ejercido. Por otro lado,

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considero que ese 2% de frases que intenta unir ambos aspectos de las opiniones sobre las mujeres va generando un discurso alternativo al dicotómico. Tal vez puedan ser los hombres que tienen más disposición al cambio, y que pueden ir generando una mirada más compleja no solo sobre las mujeres, sino además de ellos mismos.

Ahora pasemos a analizar la información que nos brinda la dinámica de “Trabajo Vivencial II”. Como señalaba, en esta parte el grupo revisa un suceso de violencia que los hombres hayan ejercido contra su pareja. Desde el marco teórico de Coriac partimos de la idea de que los hombres solicitan a las mujeres servicios debido a creencias de superioridad. Desde este aprendizaje de superioridad para un hombres es “natural” que la pareja le prepare la comida, o que ella lo atienda los fines de semana, o que ella se vista como él dice, o que ella atienda las cosas de los niños mientras él hace otras actividades. Esta educación les dice que las mujeres están para entenderlo, comprenderlo, servirlo, etc. Esto lo documenta muy bien Montoya (1994) como vimos en la sección anterior de este trabajo. ¿Pero cómo se relaciona la violencia masculina con los servicios? Desde la perspectiva del PHRSV la violencia surge cuando las parejas se niegan a dar ese servicio. “No te sirvo la sopa”, “No me visto como me dices”, “No te tengo paciencia”, etc. La negativa de ella es explícita o implícita, pero existe, y hace que los hombres entren en “riesgo fatal” o que tengan una experiencia de muerte (Ramírez, 1999) pues desde la subjetividad de él ella está cuestionando no solo la “natural” subordinación de ella, sobre todo está cuestionando las creencias de autoridad y poder de él que lo ubican como superior ante ella. Por esto, el “no” de ella tiene no solo un significado personal donde se generan conflictos. El “no” de la mujer tiene una connotación social, pues ella busca salirse de las formas de control de él por medio de cuestionar su poder; pero también tiene una connotación psicológica y subjetiva, pues él siente que su posición como hombre está siendo cuestionada, y ello genera malestar y diversos sentimientos que no expresa. Para romper la resistencia de ella, él ejercita actos de violencia física, verbal, emocional, etc. Y de esa manera intenta reestablecer la dominación masculina simbólica y real en casa.

En el “Trabajo vivencial II” los hombres detectan determinadas señales. Reconocerlas es importante para los hombres pues ello indica que están entrando en riesgo fatal y están a punto de violentar. En el grupo los hombres reconocen tres señales: señales de cabeza, señales de cuerpo y señales de corazón. Las primera se refieren a las ideas negativas que él tiene sobre ella cuando ella se niega a proporcionarles el servicio; la segunda se refiere a las reacciones corporales de él, y finalmente la tercera se refiere a las reacciones emocionales de él cuando ella le dice que “no”. Cuando los hombres reconocen esas señales en el grupo ejercitan el retiro para no violentar. Este no solo es un primer paso para romper la dinámica de control que él intenta imponerle a la pareja. Además, el retiro tiene el objetivo de que los hombres reflexionen sobre la no naturalidad de su violencia y aprenden a decidir la no violencia.

Al analizar las 22 sesiones de trabajo nos preguntamos ¿Qué servicios les piden los hombres a sus parejas en los actos de violencia analizados en el “Trabajo Vivencial II”? En el cuadro 3 presento la información que los hombres nos proporcionaron:

Cuadro 3Servicios solicitados a la pareja

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Tipos de servicios Expresión de élServicios de manifiesta dominación (6)

“Ella debe de obedecer” “Que ella me corresponda”

“Que ella obedezca”“Que ella haga lo que le digo”

“Que ella renuncie a todo”“Que ella me complazca”

Servicios sobre la expresión de los sentimientos de ella (4)

“Ella no tiene por qué enojarse”“Que ella no se enoje”

“Que ella no se moleste”“Que ella no me hable así”

Servicios de compañía (3) “Que ella sea mi compañía” “Ella no me tiene consideración”

“Que ella esté conmigo”

Servicios sobre la comunicación de ella (3)

“Que ella me explique que está pasando”“Yo necesito que me diga que va a hacer”“Yo la quiero obligar a que me conteste”

Servicios en relación a la vida social de ella (2)

“Ella no tiene porqué llamar la atención”“Que ella no vuelva a ver a esa persona”

Otros servicios (2) “Que ella cumpla los acuerdos”“Que ella sea entregada como yo”

Como podemos observar los hombres tienen un catálogo de servicios donde demandan a ella atenciones, cuidados, etc. Estos servicios van desde aquellos que demuestran el deseo de una dominación total sobre la pareja, a aquellos que desean controlar sus sentimientos, la compañía, la comunicación de ella y su vida social (entre otros). ¿Qué ocurre cuando las mujeres se niegan a brindar ese servicio? Como decía en Coriac decimos que los hombres entran a Riesgo Fatal, o un estado de malestar que muchas veces ellos mismos no logran explicar. Como arriba señalaba el Riesgo Fatal tiene –para Coriac-- tres momentos: Señales de Cabeza, señales de Cuerpo y Señales de Corazón. En la información analizada los hombres comentaron las siguientes señales:

Cuadro 4Señales de cabeza (Pensamientos e ideas sobre la pareja)

en el momento de Riesgo FatalPensamiento Idea implícita sobre lo que ella es:

“Ella conmigo no quiere” Ella es egoísta“Ella me está manipulando” Ella es una manipuladora

“Ella me fastidiaba” Ella es una fastidiosa“Ella me provoca” Ella es una provocadora

“Ella me quiere hacer enojar” Ella es una provocadora“Ella no colabora. No hay razón para no

hacerlo”Ella es una holgazana

“Ella no me creía” Ella es una incrédula“Ella no planifica sus gastos” Ella es desorganizada

“Ella ya había terminado su desayuno” Ella es una hambrienta

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“Es una hija de la chingada” Ella es una hija de la chingada“Es una interesada” Ella es interesada“Es una mentirosa” Ella es mentirosa

“Es una mujer superflua” Ella es superflua“Estaría feliz si se fuera” Ella es estorbosa“Le tengo desconfianza” Ella es una mentirosa“Ella es una mala mujer” Ella es mala

“Ella me quiere ver la cara” Ella es mentirosa“Ella no entiende de razones” Ella es irracional

“Ella no es solidaria” Ella es egoísta“Ella no me apoya” Ella es egoísta“Ella no me quiere” Ella no es amorosa“Ella no sabe amar” Ella no sabe amar

“Pienso que es una ojete” Ella es una ojote“Que ella se vaya” Ella es estorbosa

“Ella se rige por lo económico” Ella es avara“Siento que ella controla. No tengo autoridad

sobre ella”Ella controla

De esta manera, cuando ella se niega a dar el servicio el comienza a tener ideas que la ubican como a una persona negativa que no desea cooperar o realizar algo. Ello tiene ideas implícitas sobre lo que ella es para él en ese momento. Ideas que la ubican como alguien profundamente negativa y que se muestran en la segunda columna del Cuadro 4.

Esta información puede ser contrastada con lo que los hombres dicen mayoritariamente cuando completan la frase “Soy... Y creo que las mujeres...”. Recordemos que al completar esa frase los hombres señalaban aspectos mayoritariamente positivos sobre ellas. Frases e ideas que no solo le reconocen humanidad, derechos, etc. sino además independencia y capacidades. Pero cuando son analizados los hechos de violencia vemos que los mismos hombres no solo “borran” esas ideas. Además generan un discurso sobre ella que la coloca en posiciones de inferioridad y subordinación. Por tanto, cuando ocurre un conflicto relacionado con los servicio y los sucesos de violencia los hombres transitan de un discurso de “equidad de género” a una práctica de violencia que está sustentado en: a) servicios que ella debiera de realizar para satisfacer las necesidades de él y b) ideas sobre ella que la descalifican, la humillan y la violentan en diversos sentidos. De esta forma un grupo de hombres que tiene inicialmente un discurso que expresa disposición a la equidad con las mujeres, muestra –al reflexionar sobre sus sucesos de violencia– intolerancia e incapacidad para lograr alcanzar ese discurso. Así, surge una profunda contradicción entre el discurso de los hombres y la práctica que desarrollan en el conflicto.

Nos preguntamos ¿Con qué esta relacionado ese discurso tan negativo sobre las mujeres? Al analizar más información del “Trabajo vivencial II” encontramos una serie de reacciones físicas (señales del cuerpo) y de sentimientos (señales del corazón) que los hombres experimentan cuando entran en riesgo fatal. Veamos el Cuadro 5:

Cuadro 5Experiencia Corporal y Sentimientos en el

Momento de Riesgo Fatal“Señales en el cuerpo” Sentimientos

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(“señales de corazón”)Tenso, Fatigado, con Descarga de adrenalina Con malestar y enojado

Me dolía la cabeza, el corazón me palpitaba, con puños fuertes y dolor en mi cerebro

Defraudado, don nadie, con rabia, con soledad, con desconfianza conmigo mismo, con ganas de llorar

Tembloroso, dolor de pecho, punzadas en el pecho, sensación de vacío, manos sudorosas, con latidos en

el corazón rápidos

Con miedo a la soledad, enojado, con celos, con inseguridad, con indiferencia, con tristeza, con

angustia, con depresiónDolor de espalda, veo mal las cosas aún con lentes,

dolor en todo el cuerpoDolor, enojado, triste

Tensión en el cuello, manos temblorosas, dolor en el ojo, me tiemblan los labios, me sudan las manos

Enojado, molesto, con coraje, triste, degradado, muy bajo hacia mí mismo

Sin registro Molestia, enojo, malestarSe me calienta la cabeza, magnetismo en el cabello,

las orejas que se me van a reventarAcorralado, coraje, decepcionado, con dolor,

frustrado, incapaz de comunicarme con mis hijosGanas de llorar, vacío en el pecho, dolor de cabeza Arrepentimiento, mal, con vacío, coraje, rabia y furia

Debilitado, desvanecido, débil en los hombros y manos, tensión en la nuca

Encabronado, contento de aplicar el retiro, dolor

Sin registro Ira, frustración, autoflagelación, incapaz, con mezcla de sentimientos

Podemos observar que los asistentes comentan que tienen reacciones físicas cuando ella se niega a darles el servicio. Existen reacciones en el cuerpo: la cabeza, el pecho, el corazón, en la vista, las manos, etc. y estas siempre son en un sentido de malestar: “dolor en la cabeza”, “tensión en la nuca”, “vacío en el pecho”, “manos temblorosas”, “dolor de espalda”, etc. Así la situación de conflicto tiene consecuencias en el cuerpo de los hombres, y sería interesante reflexionar que tanto estas afectan su salud. Sobre todo cuando el malestar es continuo, y cuando de forma constante los hombres están enojados. Al analizar de manera más detenida los lugares donde los hombres sienten su malestar (Cuadro 6) encontramos que es la cabeza el lugar más afectado (11 menciones). Seguido de las manos (5 menciones), el pecho (3 menciones) y el corazón (2 menciones). De esta forma, la parte arriba de la cintura y aquella que está alrededor de la cabeza, son las zonas mas afectadas.

Cuadro 6Lugares del Cuerpo con Malestar

Producto del Riesgo FatalLugar del

cuerpo Mención del Malestar FrecuenciaCabeza “Dolor de cabeza” 4

“dolor en el cerebro”“calor en la cabeza”“dolor de cabeza”

En la cabeza o alrededor de la cabeza “temblor en los labios” 7

“magnetismo en el cabello”“orejas que se van a reventar”“tensión en la nuca”“tensión en el cuello”“ver mal”“dolor en el ojo”

Manos “puños fuertes” 5

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“manos sudorosas”“manos temblorosas”“débil en las manos”“sudor en las manos”

Pecho “dolor de pecho” 3“punzadas en el pecho”“vacío en el pecho”

Corazón “corazón con palpitaciones” 2“latidos rápidos”

Otros “dolor en todo el cuerpo” 3“dolor de espalda”“débil de los hombros”

Por otro lado, los hombres manifiestan una gran gama de sentimientos en el momento de conflicto con la pareja. En el Cuadro 5 vemos que se sienten mal, con coraje, con rabia, tristeza, dolor, defraudados, inseguros, tristeza, etc. En el Cuadro 7 podemos ver la frecuencia con la que hablan de estos sentimientos: en primer lugar con 5 menciones esta el enojo; con 3 menciones el dolor, el malestar, tristeza; y con 2 menciones el coraje, la frustración, la incapacidad, la molestia y la rabia. Después surgen diversos sentimientos muy variados, que al ser clasificados por géneros –con todo y lo que esta clasificación puede dar a desear— quedan 22 sentimientos relacionados con roles femeninos, y 17 para el rol relacionado con lo masculino.

Cuadro 7Sentimientos Surgidos

del Riesgo Fatal

FrecuenciaRelacionados

con roles Masculinos

Relacionados con roles

FemeninosNeutros

1 Enojado Dolor Malestar2 Enojado Dolor Malestar3 Enojado Dolor Malestar4 Enojado Tristeza Contento5 Enojado Tristeza6 Coraje Tristeza7 Coraje Frustrado8 Molesto Frustrado9 Molesto Incapaz10 Rabia Incapaz11 Rabia Acorralado12 Celoso Angustia13 Desconfianza Autoflajelado14 Encabronado Arrepentido15 Furioso Decepcionado16 Ira Defraudado17 Indiferencia Degradado18 Depresión19 Inseguro20 Miedo21 Soledad

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22 Vacío

De esta manera, al hablar de los sentimientos lo hombres no solo expresan el enojo, sino además, una gran gama de sentimientos que se relacionan más con los roles femeninos que con los masculinos.

De estaba forma, podemos ver que los hombres tienen un cambio de discurso de uno equitativo a uno violento cuando sus parejas se niegan a brindarles un servicio. Los hombres tienen ideas sobre ella profundamente negativas y misóginas, y al mismo tiempo experimentan una gran gama de malestares corporales y sentimientos en el riesgo fatal. Así, paradójicamente los roles tradicionales de la masculinidad hacen que los hombres vean a las mujeres como bellas, bonitas, etc. y que se olviden de sus cuerpos y sentimientos, pero es el conflicto resuelto de manera violenta lo que les subvierte esa situación: generan un discurso de malestar hacia ella y “recuperan” sus cuerpos y sus sentimientos.

Esto es, en el conflicto hay una especie de sublevación de aquellos aspectos que más afianzan la identidad de los hombres: la superioridad sobre ella y la heterosexualidad. Pues en el conflicto con la pareja se “sale de control” no solo ella, además los aspecto que no debería de sentir como hombre: cuerpo y sentimientos. Así, pareja, cuerpo y sentimientos reaccionan contra años de aprendizaje en jerarquía y control de los hombres. Ello genera la experiencia de irracionalidad de los hombres ante el conflicto, y genera la experiencia racional de la violencia en ellos, pues la sublevación no es solo de ella, el cuerpo y los sentimientos de los hombres, es una sublevación interna de su propia subjetividad. Así, la violencia no solo intenta reestablecer el orden patriarcal hacia ella, también intenta reestablecer una identidad masculina tradicional hacia él. Identidad alejada del cuerpo y todas las emociones. Identidad centrada en la racionalización de las palabras y la contradicción con los actos. Así, la aparente racionalidad de la violencia defiende la irracionalidad en la vida cotidiana de los hombres. Irracionalidad fundada en la incoherencia entre el dicho y el acto en los hombres, y en una subjetividad que separa cuerpo y sentimientos de ideas y creencias (como si estas pudieran existir fuera de los cuerpos). Y paradójicamente la irracionalidad del conflicto defiende la coherencia en la vida de los hombres: coherencia en la relación con ella (entre lo que se dice y lo que se hace) y coherencia entre el cuerpo, los sentimientos y las ideas sobre el ser hombres. Así, la violencia y la equidad no solo entablan una lucha por el respeto a las decisiones de ella, también es una lucha donde una nueva identidad de los hombres intenta surgir, a pesar de que el discurso políticamente correcto y/o violento se resistan, a pesar de que la práctica violenta se resista; el cuerpo y los sentimientos de los hombres siempre tienen –y recuperan—lo que les corresponde en el momento del conflicto con la pareja. Por eso, ese “no” de las mujeres es una oportunidad de cambio para los hombres.

Conclusiones

Existen contradicciones en el discurso de los hombres, pues presentan inicialmente un discurso equitativo sobre las mujeres, y al analizar los hechos de violencia surge otro de abuso de poder que refleja violencia y misoginia. Por esto, en las sesiones analizadas, y cuando se habla de las mujeres, podemos decir que el discurso de los hombres tiene un

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movimiento pendular. Va de un discurso equitativo a uno violento, y es la negativa de ella a dar el servicio lo que facilita que él decida dar este giro. Considero que es muy importante reflexionar a fondo sobre estas contradicciones: ¿Qué es lo que hace que los hombres vayan de este discurso positivo a uno negativo y misógeno? ¿Es exclusivamente la negativa de ella lo que permite dar este giro, o es un contexto emocional, psicológico, sociológico, político y cultural más amplio lo que permite dar este giro? Creo que la negativa de ella es muy potente para la autoridad masculina, pues es una manera directa y concreta de negarla, pero definitivamente este giro en el discurso masculino proviene de un contexto más amplio que habría que estudiar y problematizar.

Sería interesante analizar estas contradicciones en el discurso masculino desde lo que Seidler nos dice en el sentido de que los hombres tenemos dificultades para formular una narrativa que exprese lo que sentimos. Principalmente la narrativa que expresa la experiencia de del dolor y el malestar. En otro trabajo (Garda, 2002) señalo algo similar. Exploro la propuesta de Giddens sobre las dificultades de que los hombres generen una narrativa, y reflexiono cómo el habla masculina se queda en monólogos que ubican a la otra siempre como inferior. Considero que la dificultad que tenemos los hombres de debe a que somos educados en una narrativa “positiva” y “buena” sobre las mujeres –y todo lo femenino—y aprendemos a transitar hacia una narrativa negativa y violenta sobre ellas de manera muy frecuente. Así, la pedagogía de la masculinidad nos educa en un discurso dicotómica donde los hombres vemos a las mujeres sólo desde esa dualidad, y nunca desde la complejidad.

Esta cosmovisión dicotómica está en todas nuestras relaciones sociales: se reproduce en la dicotomía de mujeres buenas y malas, en hombres perdedores y triunfadores, en violentos y no violentos, en arribas y abajos, y en públicos y privados que siempre tienen las características opuestas. Por eso una mujer que es tan agresiva como un hombre, que demanda y lucha por sus derechos como los hombres y que es triunfadora como los hombres no encaja en la cosmovisión de nosotros. Pues al negarse a servir, y al reclamar sus derechos –que el mantiene en el discurso—rompe esa dicotomía. Rompe el esquema de los hombres, su concepción del mundo constituido en jerarquías y lo abre a la complejidad. Esa posibilidad, la posibilidad del caos que abre la inserción de las mujeres en el mundo masculino, simplemente es aterradora no a nivel conciente –pues los hombres verbalmente la apoyamos— y tampoco a nivel de actos –pues es cada vez más escaso encontrar hombres que no apoyen que su pareja trabaje--. Más bien lo es a nivel intersubjetivo, a nivel cultural e inconsciente, pues cuestiona esos aprendizajes profundos que tenemos los hombres donde en última instancia se nos dijo que nosotros –por ser hombres—deberíamos detentar el poder.

Podemos decir que al principio fue el verbo. Pero después vino el acto. Por ello, también es importante reflexionar sobre las contradicciones entre el discurso que tenemos los hombres con relación a la práctica que llevamos a cabo con las mujeres. De esta forma podemos preguntarnos ¿El discurso inicialmente reflexivo realmente reflejaría actos de equidad? Lo que las sesiones nos muestran es que la mayoría de los hombres podemos sostener un discurso violento y un discurso equitativo, pero ambos ejercen una práctica de violencia hacia la pareja. De esta forma, las sesiones nos muestran que puede haber un discurso que tiende más a la reflexión, y que pudiera estar relacionado con prácticas no violentas. Pero

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¿Este discurso reflexivo realmente refleja eso? Podemos pensar “bien” de los hombres y creer que tenemos momentos en los cuales sí ejercitamos esa equidad. O podemos pensar “mal” de los hombres y creer que nuestro discurso sólo simula nuestro deseo de cambio que no es llevado a la práctica, y que tanto el discurso equitativo, como el violento y el reflexivo generan dinámicas de control y dominación más sofisticadas hacia las mujeres.

Considero que estas reflexiones nos llevan a otro nivel de complejidad del problema: los hombres podremos transitar en los discursos y prácticas equitativas y violentas. Así a veces los hombres ejerceremos discursos equitativos y aún así ejerceremos actos violentos; otras veces ejerceremos discursos violentos y también ejerceremos prácticas no violentas; otras veces ejerceremos un discursos reflexivo y podremos ejercer en un momento prácticas más equitativas, y pasar en otro instante a practicas más violentas con el mismo discurso. Así, un mismo hombre puede –y podemos-- ejercitar diversos tipos de prácticas y discursos contradictorios y coherentes entre sí, y por esto habría que reflexionar sobre las condiciones sociales, personales y culturales que permitan a los hombres desarrollar esta habilidad, pues considero que si los hombres hemos adquirido esta habilidad se debe a que la misma sociedad mantiene esa habilidad para mirar así al tema de violencia de género en general, y de violencia masculina hacia la mujer en particular: públicamente la rechaza, y en lo privado la ejerce, públicamente avala a la mujer, y en lo privado la reprime.

Pero también es importante que observemos que cada combinación entre discurso y práctica va a reflejar no solo las diversas maneras en que nos relacionamos con otros y otras; además, refleja las diversas formas de ser que tenemos los hombres. Por ello, la identidad de los hombres se reproduce en la práctica y el discurso de una forma profundamente contradictoria, y por eso la manera en que los hombres ven el mundo también lo es. Por esto, es central entablar una lucha donde los hombres se imaginen un mundo diferente, un espacio diferente y una realidad diferente. Así al impulsar el cambio de los hombres no vamos a luchar sólo para recuperar su habla o para que actúen de manera de no violenta. También luchamos poara que no es por el habla, tampoco es por la manera de actuar de estos. Ello será reflejo si vemos que los hombres nos permitamos imaginar un mundo diferente. Lo pensemos diferente, y lo soñemos diferente. Y esta palabra “diferencia” es justamente el meollo del problema. Pues la pareja se muestra diferente a como el hombre aprendió que eran las mujeres. El hombre reacciona diferente a como él pensó que reaccionaría. Por ello no es de extrañar toda la resistencia de los hombres para cambiar y ser diferentes.

De esta manera podemos decir que no hay un discurso violento, o equitativo o reflexivo en los hombres, sino que hay discursos violentos, equitativos y reflexivos que corresponden a la manera en la que los hombres imaginamos, soñamos y transformamos nuestra realidad. Y cada forma de ver la realidad implica una manera diferente y diversa de ser hombre. Esta es justamente la trampa para los hombres: abrir la posibilidad del cambio significa reconocer que no somos tan homogéneos como creíamos, que somos diferentes aún y dentro de nuestra heterosexualidad, aún y dentro de nuestra grupalidad, y aún y dentro de nuestra masculinidad. Y que esa diferencia va mucho más allá de construir diversas estrategias para controlar y abusar del poder. También implica reconocer que podemos construir desde nosotros discursos críticos a esas estrategias de control y poder de nosotros como hombres. Así, es cierto que cada hombre puede ejercer abuso en casa, la escuela, o el

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centro laboral o la calle, pero también es válido imaginar –y reconocer-- que esos mismos hombres que abusan puede rechazar su propio abuso en casa, en el trabajo, en la escuela o en la calle. Que es válido que nos veamos como el problema pero también como la solución. Que comprendamos que cada uno de nosotros puede realizar un acto de abuso pero también uno de resistencia a él. Así, veremos que nuestra lucha no es contra las mujeres. No es contra otros hombres. No es contra alguien que está “afuera”. Es contra nosotros mismo, contra nuestras creencias, nuestras ideas, nuestras formas de actuar y nuestra manera de ver el mundo desde esa construcción que llamamos hombría.

Pero ¿Cómo lograr que los hombres imaginemos la realidad de forma diferente? Lo que nos muestra este artículo es que los hombres sí sentimos –y mucho—cuando entramos en conflicto con otro u otra. Es central que los hombres no nos asustemos, no nos atemorice y/o paralice la posibilidad de sentir ese dolor, el temor, o el miedo que surge. Es muy importante que imaginemos una manera de ser hombre donde tengamos derecho a sentir no solo porque tenemos esa posibilidad. Sino además, porque es parte de la experiencia de estar en conflicto con otra y otro. También es central que en esta experiencia nos permitamos sentir nuestro cuerpo: sentirlo en un sentido amplio, no solo la parte superior de nuestro cuerpo, no solo el malestar en torno a él: el dolor de cabeza, la presión sobre nuestra espalda, la mandíbula dura o la mirada hiriente y afilada. Es importante que nos imaginemos como hombres capaces de sentir este malestar, pero no solo ese malestar. Sino imaginar la posibilidad de pasar de él a otra manera de sentir nuestro cuerpo: más placentera, más cómoda, más flexible, real, personal y coherente con nuestro ser, y menos social, menos fuerte, menos dura y omnipresente. Simplemente porque esa manera “grande” de vernos no es real, no corresponde a la realidad de los otros y otras con quienes queremos estar conviviendo.

De esta forma, si nos imaginamos diferentes se abre la posibilidad de que comprendamos en un sentido amplio el ejercicio de nuestro poder. A los hombres nos falta mucha sabiduría en el ejercicio del poder, y sobre todo los conflictos de poder con las mujeres en general, y las pareja en particular. Pues todavía seguimos creyendo que ponerle nombre a lo que sentimos, reconocer nuestro cuerpo y su vulnerabilidad nos expulsa del mundo de los hombres. Más bien creo que las fronteras del ser hombre apenas comienzan a ser reconfiguradas. Reconocer nuestra experiencia nos da sabiduría, nos da conciencia y solo así –reconociendo cuerpo y sentimientos—podremos recrear, ampliar y abrir las formas de ser hombre a nuevas posibilidades. Podremos abrirnos a otros y otras porque somos capaces de hacerlo con nosotros mismos. De esta manera, cuando hablo de imaginarnos diferentes, me refiero a que imaginemos la identidad masculina no como una trinchera, no como cárcel, no como una obligación. Sino que la veamos como una posibilidad más. Una opción más. No es única, ni universal, ni es definitiva. Es transitoria, es perecedera, es falible, con fracturas y con muchas posibilidades de cambiar y de mejorar. De ser menos superficial y sí más profunda.

Con base en esto podemos preguntarnos: ¿Somos los hombres que nos ubicamos en el feminismo muy diferentes a los hombres que no tienen ninguna reflexión sobre estos temas? ¿Podemos esperar violencia de género también de nosotros hacia ellas a pesar de nuestro discurso “bonito” y “políticamente correcto”? Creo que este trabajo nos demuestra que también los hombres que sostenemos un discurso equitativo somos violentos. Por esto,

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el discurso de los hombres sobre la equidad de género es poco convincente si no va de la mano con actos concretos que validen y den cuenta de que realmente se creen y hacen las relaciones de equidad. Pero más allá de los actos, no es convincente si no va de la mano con una propuesta de identidad, sin imaginación diferente sobre nuestra identidad masculina. Y no solo una propuesta, sino además una práctica. Por ello hay que preguntarnos ¿Qué nuevo discurso sustentaría una nueva práctica de equidad de los hombres hacia las mujeres? ¿Que palabras buscarían construir esa equidad? Considero que los discursos que son reflexivos, pueden permitirnos ver a la mujer más allá de una dicotomía de “mujer mala” y “mujer buena”. Pero este discurso apenas comienza a ser explorado por lo hombres, pero son los primeros pasos de los hombres por construir una cosmovisión más amplia sobre ellas, y sobre nosotros mismos.

Así, podemos concluir que la violencia masculina es un acto complejo, con diversas dinámicas de poder, con diversas intersecciones teóricas que deberían ser analizadas problematizadas y diferenciadas. Aquí solo presento dos, las que se refieren a discursos y prácticas de los hombres con relación a las mujeres. Habría que profundizar este trabajo, retomando las construcciones sociales, las historias de infancia de los hombres, y las historias de las relaciones de pareja y el vínculo con el padre. Todo esto enmarcado en reflexiones sobre las características sociales y culturales de los hombres. En este sentido habría que dialogar con las diversas propuestas teóricas que se presentaron al inicio del trabajo ofreciéndoles el análisis sobre las relaciones de poder que brinda la perspectiva de género. Y reflexionando sobre estas relaciones desde las diversas perspectivas que ellas nos brindan. Así, podremos ampliar y profundizar las explicaciones sobre la violencia masculina para diversificar y comprender las posibilidades del cambio (o cambios) de los hombres. Considero que la complejidad nos permitiría ver que los hombres más violentos pueden ejercer actos de equidad –o los ejercen--, y que los hombres “buenos” también ejercen formas de control y violencia. Así, el o los cambios siempre están presenten, aunque de manera insistente los hombres señalemos con nuestro discurso o práctica, que el cambio no es posible.

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