riesco chueca, pascual (2013): elena chueca y la escuela de madre de dios
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7/30/2019 Riesco Chueca, Pascual (2013): Elena Chueca y la Escuela de Madre de Dios.
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RIESCO CHUECA, P. (2013) Elena Chueca y la Escuela de Madre de Dios. En: Memorias de un centro amable.
Conmemoración de los 125 años de la Escuela de Comercio, Vázquez et al. (eds.), Univ. de Sevilla, pp. 143-144.
ELENA CHUECA Y LA ESCUELA DE MADRE DE DIOS Pascual RIESCO CHUECA
Si un título es el balcón de un texto, a éste se asoman tantas palabras poderosas que es difícil
para mí desprenderme de su aureola. Por misteriosa confabulación de azares, el lugar de
trabajo de nuestra madre era propiamente la calle Madre de Dios. En la lúcida semi-conciencia
infantil, donde nada es arbitrario, tales enlaces formaban parte de los entramados prodigiosos
de la realidad.
La primera vez que pisé la escuela, hacia 1965, fue por un encargo que mi padre nos hizo a una
gentil coriana, que servía en casa, y a mí, en calidad de pinche o pajecillo: se trataba de
alcanzar, a pie, desde Los Remedios, un contundente paraje urbano (Madre de Dios, 1),
localizar allí a mi madre y entregarle unas llaves. La misión era tan insólita como ardua:
atravesar con éxito el dédalo sevillano para adentrarnos en el trémulo misterio de un caserón
del casco antiguo. Recuerdo detalles del camino, desorientaciones y deslumbramientos; y un
transeúnte, que, con instrucciones elocuentes, desbrozó los pasos finales del recorrido. Del
retorno, en la embriaguez del éxito, me queda la impresión del gran sol de la tarde que parecía
saludarnos tras dejar las penumbras angostas del centro; y la fresca voz, los cálidos ojos de mi
madre recordados entre el vértigo de las calles.
Elena, catedrática de francés desde 1955, cuando tal asignatura formaba parte de los temarios
mercantiles, había dado sus primeros pasos docentes en la Escuela Pericial de Comercio de
Badajoz; transcurridos diez años, pidió traslado a Sevilla y aquí ejerció el resto de su carrera,
primero en la Escuela vieja, luego en la más funcional y fabril de Nervión. Funcionaria
ejemplar, llegó a los setenta en activo, colmada de trienios; y en 1999, a las puertas del nuevo
siglo, en el que hubiera sido su primer curso académico en el reposo de la jubilación, una
enfermedad descortés la pasó al otro mundo. Creo oír todavía su voz clara, su elocución pulida
y cálida, no ajena a las aceleraciones de la pasión ni a los timbres pícaros de una sátira siempre
dulce. Y no pocas veces, la memoria me evoca esta voz en resonancia con los enlosados y las
estancias de la vieja Escuela.
Allí los techos altos y los muros gruesos hablaban un dialecto de ciudad reposada y vetusta. La
luz se vertía lenta desde el patio, con ritmo de columnas y la perpetua charla de la fuente. Mi
hermana Pili evoca la gran sala de profesores con telas de cortinajes y tapicerías de mesas
camilla en color verde, con apliques de flores de colores como de fieltro; las puertas de
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Conmemoración de los 125 años de la Escuela de Comercio, Vázquez et al. (eds.), Univ. de Sevilla, pp. 143-144.
madera en color marrón oscuro que abrían a circunspectas aulas, a recatados salones. Los
vagos pulsos de un duelo entre lo conventual y lo revolucionario latían aún en el lenguaje del
edificio. Si el busto de un grave señor de bifurcadas barbas, republicano decimonónico,
presidía una hornacina en la fachada, no por ello había dejado de corretear por el patio y
galerías algún benigno duendecillo conventual, dejado en prenda por las monjas que en 1868
hubieron de abandonar su claustro en el plazo perentorio de tres días, a beneficioprecisamente del barbado prohombre.
El digno tráfago de la vieja escuela pivotaba sobre un despacho capital, enclave funcionarial y
encrucijada de puertas y armarios: el del conserje mayor y habilitado Federico. Allí, sobre un
montañoso paisaje de rimeros de folios, Federico presidía con compostura un orden
sustentado sobre boletines oficiales. Allí el olor de papel se hacía una presencia material, y los
sellos y las pólizas rubricaban jerarquías incontestables. Alguna vez acompañé a mi madre para
una entrega que puntualmente libraba el pundonoroso habilitado: la paga mensual, que se
daba en mano, en un sobre nominal de color sepia.
Y en torno al despacho, las aulas con son de claustro; y allende muros, el callejero sevillano,sus retorcidos trazados, sus comercios antiguos; y más lejos, el rumoroso aliento urbano, un
combinado de sirenas en el puerto, runrún de fábricas y zumbido de tráfico, refrendando la
vocación mercantil de la vieja escuela. Aquel laberinto en orden, descifrado por los pasos de
mi madre; aquellos libros graves del conserje mayor; la voz altisonante e intemporal de algún
profesor, filtrada por los muros antiguos: son en el recuerdo una bruma mullida donde anida la
clara voz que nutrió mi infancia.
[Imágenes: Elena Chueca ante la Escuela de Comercio de Badajoz, 1955;
Foto de grupo de tribunal y opositores, Madrid, 1955]