revolución cultural china

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Revolución Cultural China. También llamada Revolución Cultural Proletaria, fue una campaña de masas en la República Popular China organizada por el líder del Partido Comunista de China Mao Tse Tung a partir de 1966, y dirigida contra altos cargos del partido e intelectuales a los que Mao y sus seguidores acusaron de traicionar los ideales revolucionarios, al ser, según sus propias palabras partidarios del camino capitalista. En realidad, supuso una radicalización de la revolución china. Mao, apoyado por un sector dirigente del Partido Banda de los Cuatro; utiliza una gigantesca movilización estudiantil conocidos como Guardias rojos para desacreditar al ala derecha, pro-capitalista, encabezada por Liu Shaoqi, Peng Zhen y Deng Xiaoping, dentro del aparato del Partido Comunista Chino. Esta recorre todo el país, afectando también a las áreas rurales, y termina por extenderse a la clase obrera y, finalmente, a los soldados del Ejército Popular, convirtiéndose en un cuestionamiento generalizado contra las autoridades del Partido que amenaza con escapársele de las manos. Este proceso da lugar a la conformación de Comités Populares de obreros, soldados y cuadros del partido [ 2] por cerca de la mitad del país, los cuales funcionan como órganos de doble poder popular en las distintas tareas de administración y gobierno; situación que Mao logra encauzar, situándolos bajo la dirección del Partido. Esta situación dura hasta 1976, momento en que un golpe de Estado militar encabezado por Deng Xiaoping, con una dura represión, restaura en el poder a la facción encabezada por el mismo, procediéndose al arresto de la Banda de los Cuatro y la vuelta al statu quo, emprendiendo los cambios, en la economía que, bajo el nombre de socialismo con características de mercado iniciarán la vuelta a la economía de mercado capitalista. Según la interpretación más habitual, convencionalmente difundida en los medios de prensa occidentales, en el fondo la Revolución Cultural fue una lucha por el poder en la que la aspiración de Mao por recuperar su autoridad se vio apoyada por las ambiciones de otros miembros del partido, como su esposa Jiang Qing y el

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Revolución Cultural China.

También llamada Revolución Cultural Proletaria, fue una campaña de masas en la República Popular China organizada por el líder del Partido Comunista de China Mao Tse Tung a partir de 1966, y dirigida contra altos cargos del partido e intelectuales a los que Mao y sus seguidores acusaron de traicionar los ideales revolucionarios, al ser, según sus propias palabras partidarios del camino capitalista.

En realidad, supuso una radicalización de la revolución china. Mao, apoyado por un sector dirigente del Partido Banda de los Cuatro; utiliza una gigantesca movilización estudiantil conocidos como Guardias rojos para desacreditar al ala derecha, pro-capitalista, encabezada por Liu Shaoqi, Peng Zhen y Deng Xiaoping, dentro del aparato del Partido Comunista Chino. Esta recorre todo el país, afectando también a las áreas rurales, y termina por extenderse a la clase obrera y, finalmente, a los soldados del Ejército Popular, convirtiéndose en un cuestionamiento generalizado contra las autoridades del Partido que amenaza con escapársele de las manos. Este proceso da lugar a la conformación de Comités Populares de obreros, soldados y cuadros del partido[2] por cerca de la mitad del país, los cuales funcionan como órganos de doble poder popular en las distintas tareas de administración y gobierno; situación que Mao logra encauzar, situándolos bajo la dirección del Partido. Esta situación dura hasta 1976, momento en que un golpe de Estado militar encabezado por Deng Xiaoping, con una dura represión, restaura en el poder a la facción encabezada por el mismo, procediéndose al arresto de la Banda de los Cuatro y la vuelta al statu quo, emprendiendo los cambios, en la economía que, bajo el nombre de socialismo con características de mercado iniciarán la vuelta a la economía de mercado capitalista.

Según la interpretación más habitual, convencionalmente difundida en los medios de prensa occidentales, en el fondo la Revolución Cultural fue una lucha por el poder en la que la aspiración de Mao por recuperar su autoridad se vio apoyada por las ambiciones de otros miembros del partido, como su esposa Jiang Qing y el líder del ejército Lin Biao. El objetivo era apartar del poder político a Liu Shaoqi, jefe del estado, y a Deng Xiaoping, secretario general del Partido.

Si bien la Revolución Cultural en sí finalizó con el IX Congreso del Partido Comunista de China en abril de 1969, es frecuente extender el periodo histórico designado con esta expresión a toda la etapa de luchas por el poder en la República Popular China que se extendió desde 1966 hasta 1976, año en que murió Mao y se arrestó a la Banda de los Cuatro, la facción encabezada por Jiang Qing.

La Revolución Cultural permitió a Mao recuperar el poder político, del que había sido apartado tras el fracaso del Gran Salto Adelante. Esta lucha por el poder daría lugar a una situación de caos y conmoción política que estuvo acompañada de numerosos episodios de violencia, en su mayoría protagonizados por los Guardias rojos, grupos de jóvenes, apenas adolescentes en muchos casos, que, organizados en comités revolucionarios, atacaban a todos aquéllos que habían sido acusados de deslealtad política al régimen y a la figura y el pensamiento de Mao Zedong.

La cuestión de cómo una lucha por el poder alcanzó niveles tan altos de violencia y desorden social ha intrigado a los historiadores y a los expertos en psicología de masas, y han sido numerosos los estudios académicos publicados en China y en el extranjero

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sobre este periodo de la historia reciente de China, que han intentado ofrecer explicaciones sobre las causas de los sucesos de aquellos años.

Corría el año 1960 cuando el presidente Mao Zedong anunció que se iba a dar inicio una nueva revolución —la revolución cultural proletaria— cuya finalidad sería la de acabar con los denominados “cuatro viejos”: las viejas costumbres, los viejos hábitos, la vieja cultura y los viejos modos de pensar. Para muchos, aquel anuncio constituía una buena nueva que debía ser proclamada de manera inmediata a los cuatros vientos. Sin embargo, la realidad resultaba mucho más compleja y, sobre todo, siniestra. Lo que, en apariencia, era un intento de profundizar en las metas revolucionarias del Partido comunista chino, en realidad, era una espesa cortina de humo y sangre para ocultar una encarnizada lucha por el poder.

Al igual que había sucedido con anterioridad en otros regímenes comunistas, las medidas económicas tomadas por Mao se habían saldado con estrepitosos desastres que se tradujeron en la muerte por inanición de decenas de millones de personas. El fracaso del denominado Gran salto adelante incluso abrió el camino hacia el poder a personajes como Liu Shaoqi y Deng Xiaoping que pretendían mejorar la gestión económica y evitar así el colapso de un sistema que no podía aspirar a perpetuarse sólo mediante la represión más descarnada. El aumento de poder de los citados dignatarios fue interpretado por Mao —seguramente con razón— como una amenaza para su posición personal. Para evitar el verse relegado a un plano secundario y quizá sólo decorativo, Mao acusó a sus rivales de revisionistas, apeló fundamentalmente a los elementos más jóvenes del partido e intentó controlar de manera muy especial el poder en las fuerzas armadas. Iniciada en Shanghai, la revolución cultural proletaria se extendió rápidamente a Pekín siendo el primer represaliado Luo Ruiqing, jefe de Estado Mayor del Ejército Popular de Liberación. De la caída de Luo, se benefició Lin Biao, ministro de Defensa, y, muy especialmente, Mao que, al asegurarse el control militar, contaba con todas las bazas en sus manos.

Pero junto al empleo de la fuerza, Mao demostró contar con un especial talento propagandístico. En agosto de 1966, se publicó su artículo Bombardead el Cuartel General. Convertido en uno de los lemas preferidos de los guardias rojos, sirvió para acobardar a los cuadros del partido que se percataron de que un enfrentamiento con Mao podía acabar con todo el sistema. En octubre de aquel mismo año apareció el famoso Libro Rojo, pronto traducido a decenas de lenguas, donde se recogía mediante una selección de citas el pensamiento político de Mao. A partir de ese momento en especial, Mao recurrió al uso masivo del terror llevado a cabo fundamentalmente por los guardias rojos. Éstos, en su mayoría extremadamente jóvenes, comenzaron no sólo a criticar sino también a delatar y agredir a maestros, educadores y padres.

El paralelo con el mayo del 68 francés no se le escapó a casi nadie aunque se pasara por alto que detrás de la revolución cultural sólo estaban las maniobras de un dictador por mantenerse en el poder. En China, presos del terror, millones de personas se confesaban públicamente culpables de terribles crímenes recibiendo después castigos supuestamente populares que podían ir desde las burlas o las palizas a la deportación a campos de concentración o la muerte. Como era de esperar, los ajustes de cuentas por razones inconfesables menudearon. Además de provocar esta crisis de autoridad, Mao recurrió a un mensaje campesinista —casi telúrico— que obligó, por ejemplo, a los intelectuales a trabajar en el campo y que empeoró todavía más la situación económica.

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En enero de 1967, el movimiento se extendió a otras zonas urbanas. Iba a ser un año difícil durante el cual llegó incluso a producirse un caso de insubordinación militar —el del comandante en jefe de la ciudad de Wuhan— resuelto gracias a la intervención personal de Zhou Enlai.

Durante 1968 dio la impresión de que el régimen comunista estaba a punto de colapsarse especialmente cuando miles de personas murieron en enfrentamientos en las provincias de Guangdong y Guangxi. Semejante situación determinó el inicio de un cambio de rumbo en la revolución cultural. Así, aunque los máximos dirigentes del partido se vieron obligados a realizar su autocrítica en las escuelas de mandos Siete de Mayo, la oleada represiva comenzó a ceder. La circunstancia decisiva que concluyó con

La revolución cultural se produjo en marzo de 1969 cuando estalló en el norte de China un conflicto fronterizo con la URSS, mientras al sur Estados Unidos libraba la guerra de Vietnam. Temeroso de que la difícil situación internacional se sumara al caos interno, Mao decidió dar por concluida la revolución cultural proletaria.

En abril de 1969, el Partido Comunista Chino procedió a celebrar su IX Congreso. En él se anunció que había terminado la revolución cultural proletaria, se afirmó el papel moderador del ejército controlado por Mao y como sucesor de éste fue elegido Lin Biao. Para ese entonces los daños causados por la revolución se habían revelado espectaculares. En términos culturales, lo cierto es que los guardias rojos habían dejado de manifiesto una capacidad destructiva extraordinaria. Así arrasaron multitud de monumentos artísticos o se encargaron de que se prohibieran todas las óperas salvo cuatro de carácter revolucionario. Los creyentes o los miembros de etnias distintas de la mayoritaria fueron igualmente objeto de una represión extraordinaria que, sumada a la de los ciudadanos de a pie, se tradujo en la muerte de decenas de millones de personas. Ni siquiera los protagonistas de la revolución cultural salieron bien parados. Los guardias rojos, por ejemplo, fueron enviados a zonas inhóspitas del país de donde no podrían regresar hasta la década de los ochenta. Pero lo más significativo es que el mismo maoísmo quedó herido de muerte tras la revolución. En 1976, ya fallecido Mao, se produjo la detención de la denominada “Banda de los Cuatro”. Finalmente, personajes purgados durante la revolución cultural —el más significativo fue, sin duda, Deng Xiaoping— asumieron el poder e intentaron articular medidas alternativas. Si el Partido comunista chino pretendía mantenerse en el poder sería transitando un camino distinto al trazado por Mao, el hombre que para continuar ejerciendo su poder de manera despótica había desencadenado la revolución cultural china.

El fracaso del Gran Salto Adelante había forzado la salida del poder de Mao Tse. Éste, aunque conservando sus cargos como presidente del partido y como presidente de la Comisión Militar Central, dejaba las tareas de gobierno en manos del nuevo presidente de la República Popular Liu Shaoqi y del secretario general del Partido Deng Xiaoping. A pesar de esto, Mao no se resignaría a perder su influencia y su autoridad. Consciente de cómo Jrushchov había repudiado la figura de su antecesor Stalin en la Unión Soviética, y viendo que Liu y Deng parecían buscar una mejora en las relaciones con Moscú, Mao veía la evolución política de China a principios de los años 1960 como una traición a los ideales revolucionarios. De manera sorprendente, dada su edad avanzada y su falta de apoyos entre los miembros importantes del Buró Político, las ambiciones de Mao darían lugar a una enconada lucha por el poder que acabaría devolviéndole la autoridad absoluta y encumbraría de nuevo su imagen pública como

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líder indiscutible del régimen. Este retorno al poder se produjo a través de una enorme campaña de reafirmación ideológica, la Gran Revolución Cultural Proletaria, en la que se alentó al ejército y a los jóvenes a condenar a todos aquellos cuyos actos se apartaban de la ortodoxia del espíritu revolucionario.

La violencia extrema de la campaña condenaría al ostracismo a la mayor parte de dirigentes del partido y a los intelectuales, quienes, acusados de derechistas y contrarrevolucionarios, desaparecerían de la vida pública durante varios años. Muchos de ellos, como el propio Liu Shaoqi, morirían como consecuencia de los malos tratos sufridos.

La puesta en marcha de la Revolución Cultural y el retorno al poder de Mao no habrían sido posibles sin el apoyo de dos figuras fundamentales en ese momento histórico: Lin Biao, militar fiel a Mao que se había convertido en ministro de defensa en sustitución de Peng Dehuai, y la propia esposa de Mao, Jiang Qing, que años más tarde encabezaría la llamada Banda de los Cuatro. Tanto Lin Biao como Jiang Qing se servirían del prestigio de Mao para atacar a los otros dirigentes del partido, y promover así sus propias aspiraciones a la sucesión en el poder. Así, la Revolución Cultural sería el fruto de la combinación de, por una parte, los deseos de Mao de recuperar su protagonismo político y, por otra, de las ambiciones de poder de personas que ocupaban puestos poco relevantes en la jerarquía del partido.

El ascenso de Lin Biao en la jerarquía de poder había comenzado tras la defenestración de Peng Dehuai en la Conferencia de Lushan de agosto de 1959. En aquella reunión de los miembros del Comité Permanente del Buró Político, Peng criticó abiertamente a Mao por el fracaso del Gran Salto Adelante y éste, que aunque apartado entonces de la jefatura de estado conservaba sus cargos como líder del partido y del ejército, forzó su destitución. Fue Lin Biao, como uno de los militares de más prestigio del Ejército Popular de Liberación y leal a Mao, quien reemplazó a Peng como ministro de defensa y como líder máximo del ejército. Desde esa posición de poder en el ejército, Lin inició una serie de medidas para reforzar la fidelidad ideológica de los soldados al Partido y, muy en especial, al propio Mao.

Con este fin, en 1963, Lin Biao recopilaba un pequeño libro titulado Citas del Presidente Mao. Este libro contenía una recopilación de los discursos más importantes pronunciados por Mao Zedong y sería conocido popularmente como el libro rojo de Mao. Otro libro que se convertiría en obra de referencia obligada de los jóvenes soldados del ejército sería el Diario de Lei Feng. Lei Feng había sido un joven militar fallecido del que se dijo que había escrito un diario descubierto tras su muerte. En el diario, Lei Feng describía su esfuerzo constante por servir al pueblo y al partido, siempre siguiendo las enseñanzas del presidente Mao. Aunque hoy en día sabemos que el Diario de Lei Feng había sido escrito por los servicios de propaganda del ejército, en aquel momento el ejemplo de Lei Feng tendría una enorme influencia sobre la juventud china. Entre 1964 y 1971, también se produjeron historietas de intención pedagógica y amplísima tirada para intentar llegar al máximo número posible de lectores. Todas estas obras se convirtieron en los instrumentos de adoctrinamiento político de los jóvenes integrados en el Ejército Popular de Liberación, sometido a la autoridad de Lin Biao y a la fidelidad ideológica a Mao.

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Mientras Lin Biao alentaba el culto a la personalidad hacia la figura de Mao, su esposa Jiang Qing, antigua actriz implicada en la vida cultural del país, promovía la defensa de los ideales revolucionarios en la producción artística. Precisamente a través de un ataque a una obra literaria se desencadenaría la Revolución Cultural. En 1961, Wu Han, escritor de prestigio y vicealcalde de Pekín, había publicado una obra de teatro, Hai Rui cesado de su cargo, en la que se utilizaban personajes de la época de la dinastía Ming para aludir al conflicto entre Mao Zedong y Peng Dehuai. Esta obra había indignado a Mao, que reconoció las alusiones evidentes a su persona. Otros dos miembros del gobierno municipal de Pekín, Deng Te y Liao Mosha, recurrirían también a la ficción histórica para criticar a Mao. En aquel momento, el gobierno municipal de Pekín, con su alcalde Peng Zhen al frente, albergaba a muchos de los partidarios de Liu Shaoqi y Deng Xiaoping, y contra ellos se dirigirían las primeras críticas de los maoístas. Consciente de la hostilidad hacia su persona en Pekín, Mao viajó a Shanghai en el verano de 1965. En esa ciudad, durante una reunión del Comité Central en el mes de septiembre, Mao hizo un llamamiento a la resistencia frente a la ideología burguesa reaccionaria. La contraofensiva había empezado y Mao, desde Shanghai, preparaba su retorno. Mediante la influencia de Jiang Qing y gracias al apoyo del ejército, el editorialista de la edición de Shanghai del Diario del Ejército de Liberación Yao Wenyuan, estrecho colaborador de Jiang Qing, escribía un agresivo editorial en ese diario en el que atacaba a Wu Han por la deslealtad del argumento de Hai Rui cesado de su cargo.

Así, la estrategia de Mao y sus seguidores eludía el ataque directo a Liu Shaoqi y Deng Xiaoping y se cebaba en quienes los apoyaban. Esto ponía en una situación difícil a los líderes del partido ya que, a pesar de todo, Mao seguía teniendo el reconocimiento como máximo ideólogo del régimen y las críticas al equipo del gobierno municipal de Pekín se fundamentaban en la obediencia estricta a la ideología de Mao, por lo que resultaban difíciles de contrarrestar ante la opinión de los cuadros del partido. Los ataques tuvieron el éxito esperado y, el 30 de diciembre de 1965, Wu Han reconocía públicamente su error. Esto animó a los seguidores de Mao a aumentar la presión. El 26 de marzo de 1966, aprovechando la ausencia de Liu Shaoqi en visita oficial a Pakistán y Afganistán, los partidarios de Mao secuestraban al alcalde de Pekín y miembro destacado del Buró Político Peng Zhen. Al apoyo de Yao Wenyuan en Shanghai se le unía el control de la capital por parte del ejército, leal a Lin Biao y a Mao. A partir de este momento, la edición nacional del Diario del Ejército de Liberación pasaba a estar controlada por los seguidores de Mao y, el 18 de abril, un histórico editorial en ese diario proclamaba levantemos la gran enseña roja del pensamiento de Mao Zedong y participemos de forma activa en la Gran Revolución Cultural Socialista. El editorial daba ya nombre al movimiento y confirmaba el apoyo del ejército al mismo. El 1 de junio, el Diario del Pueblo, principal órgano de expresión del Partido Comunista, caía también bajo el control de los maoístas.

La Revolución Cultural se encuentra entre los movimientos políticos más grandes de la historia contemporánea. Su objetivo declarado era renovar los valores culturales de la nación china. De base populista, fue dirigida sobre todo contra los elementos "intelectuales" y "burgueses".

A Mao le preocupaba que los jóvenes que no habían empuñado las armas para defender el comunismo se alejaran del verdadero camino de la revolución y se vieran

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influenciados por la interpretación que del estado socialista hacía la URSS de Nikita Khruschev.

Las relaciones chino-soviéticas habían experimentado una traumática ruptura a finales de los años cincuenta. China no aceptó la hegemonía ideológica del Kremlin y sus interpretaciones de las tesis marxistas tomaron caminos divergentes.

La Revolución Cultural fue una guerra con un doble frente. Eliminar toda herencia de la tradición de la China imperial y erradicar el virus del mundo capitalista. Los puntos básicos de acción del ataque fueron explicitados en un Congreso del Partido Comunista Chino por Lin Biao el 18 de agosto de 1966. Había que acabar con “los cuatro viejos”, "las viejas ideas, la cultura, las costumbres y los hábitos de la explotación de clases”.

El ámbito académico era considerado por Mao como un foco de contaminación elitista y alejado del trabajador chino. La propaganda de la maquinaria gubernamental era clara: había que limpiar el partido y volver a las raíces del comunismo.

Como consecuencia, miles de maestros y profesores fueron llevados a la cárcel o al paredón. Todo aquel que fuera graduado en educación media o superior era sospechoso y en consecuencia perseguido. El resultado fue el entierro de todo el sistema educativo chino.

Se destruyeron monumentos históricos, se prohibió la música extranjera incluyendo los autores clásicos y se prohibió cualquier obra literaria sospechosa. La única manifestación artística bien vista oficialmente fue la ópera popular, de mensaje propagandístico, en la que se ensalzaban las hazañas del Ejército de Liberación Popular, que condujeron al establecimiento de la República Popular de China en 1949.

Una de las primeras palabras que aprendía cualquier niño chino era Mao, el padre espiritual de la nación al que se le calificaba como "El Gran Timonel". El libro rojo de Mao, que contenía las citas y pensamientos del líder, se reimprimía continuamente. En los años sesenta todos los adolescentes llevaban un ejemplar bajo el brazo.

Millones de jóvenes, de entre 12 y 30 años, se convirtieron en los agentes de la Gran Revolución Cultural Proletaria. Su brazalete rojo simbolizaba su compromiso total con el maoísmo y su intención de denunciar a cualquier traidor a la causa revolucionaria, siguiendo el programa de dieciséis puntos de Mao, con un mensaje claro: "No hay construcción sin destrucción".

La situación se desbocó. A lo largo del país el fanatismo de los Guardias Rojos protagonizó una interminable cadena de autos de fe ideológicos. Los delitos se multiplicaban y las denuncias de los jóvenes iban dirigidas en ocasiones contra miembros de su propia familia. Las purgas dentro del Partido Comunista habían provocado un caos social y esparcido el miedo por todo el país. La Revolución del Pueblo atacaba a su propio pueblo.

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La violencia de los Guardias Rojos asustó a los propios dirigentes chinos. En 1968 mandaron al Ejército Popular contra los discípulos ciegos del líder Mao, quien, tras recuperara su dominio del partido, ya no lo perdería hasta su muerte en 1976. Tras un año de lucha se acababa la fase más cruel de la Revolución Cultural.

Muchos de aquellos jóvenes fueron enviados a zonas rurales para ser reeducados en el camino socialista. Hu Jintao, actual presidente de la República Popular, pasó por esa experiencia. El propio Mao, que había alentado sus acciones, tuvo palabras de reproche hacia sus cachorros.

Deng Xiaoping, uno de los reformistas caídos en desgracia durante la campaña de limpieza, llegó al poder en 1978 y declaró la Revolución Cultural como "Gran Catástrofe Nacional". De su mano, China comenzaría a construir su mezcla de comunismo político y capitalismo económico, rompiendo su aislamiento internacional. El lema de Deng, "Enriquecerse es glorioso", rompía definitivamente con la época inquisitorial de la Gran Revolución Popular Proletaria.

Época en la que sucedió.

A mediados de los años 60 del siglo XX; desde 1966 hasta 1976.

Principales representantes.

Mao Tse Tung (Mao Zedong); Liu Shaoqui; Zhou Enlai; Deng Xiaoping; Jiang Qing; Lin Biao; Kang Sheng; Chen Boda; Wang Dongxing; Peng Dehuai

Causas que la originaron.

China fue siempre un país intervenido por potencias colonialistas. La existencia de territorios ocupados fue suficiente para que los revolucionarios consiguieran convencer a las masas para que estuvieran a favor de un cambio que pusiera fin a los robos. Entre los territorios ocupados estaba Manchuria. En 1945 los comunistas fueron muy importantes en la liberación de Manchuria, razón por la cual se les aceptará en la población. Un régimen feudal, caracterizado por el gobierno autócrata de terratenientes, la clase social poseedora de grandes extensiones agrícolas. Como consecuencia del régimen feudal que había la masa campesina se mantiene en pobre, con escasos recursos para sobrevivir. La influencia de la Revolución Soviética, mediante el envío de emisarios rusos en forma directa e indirecta a China con el fin de concienciar a la población para que se rebelara como lo hizo en Rusia. En 1911, Sun Yat-sen dirigió una revolución democrática burguesa que tuvo como consecuencia el fin a la dinastía Ping, que había durado más de dos mil años; y la proclamación de la República.

Ordenamiento Jurídico o legal antes de la Revolucion:

La revolución maoísta y el establecimiento de la República Popular en 1949 abolieron la legislación del Kuomintang, catalogada de reaccionaria y deudora de Occidente. Con todo, las formas legales y la terminología jurídica occidental prevalecieron para ser utilizados como herramientas del marxismo en su afán totalizador.

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A partir de 1950, se inicia un nuevo proceso de transplante de leyes, esta vez privilegiando a la Unión Soviética en detrimento del molde occidental. Los jerarcas maoístas denominaron a este periodo el de la “construcción legal”. Pero, en la práctica, los principios, las leyes, los términos e incluso los manuales de estudio soviéticos fueron copiados y enseñados en el foro chino. Instituciones legales como las cortes, las fiscalías y la profesión legal fueron reformadas tomando como modelo la Unión Soviética. Se iniciaron, de acuerdo a estos paradigmas, los trabajos para la promulgación de un nuevo Código Civil y uno Criminal. Las leyes económicas, pocas y ambiguas, tenían por objeto coadyuvar a la planificación quinquenal del modelo comunista.

China intentaba consolidar la transición de la revolución democrática a la sociedad socialista. Para ello, en el ámbito económico, las leyes tenían que facilitar la instauración de la propiedad pública de los medios de producción y el desarrollo de la economía planificada. En el campo político, era imprescindible apuntalar la dictadura democrática y fortalecer la supremacía del Partido. Por último, en el plano ideológico, se interiorizó la teoría marxista, eliminando los rezagos burgueses y reaccionarios de la era imperial y nacional.

Las escasas leyes promulgadas en esta época blindaron el camino de China hacia el socialismo. La Constitución señalaba, por ejemplo, que mediante la industrialización planificada y la revolución marxista se extinguiría la explotación capitalista como paso previo para la sociedad comunista. De esta manera, se dejó de lado la propiedad privada y se obligó a los escasos capitalistas a establecer joint ventures con el Estado. Al finalizar esta campaña de transformación social, desaparecieron las empresas privadas y con ellas las leyes que las regulaban.

Tras realizar una reforma agraria radical, se inicia en las zonas rurales el movimiento de “cooperación para la agricultura”. La propiedad privada de la tierra consagrada en la Ley de Reforma de la Tierra de 1950 fue eliminada, y se establecieron comunas populares en 1958. Sin atender a los mecanismos del mercado, la economía fue centralizada a imagen y semejanza del modelo ruso.

En un sistema tan ortodoxo, la ley no era relevante. En este contexto, las empresas estatales se dedicaban a ejecutar las directrices de la jerarquía política. Las leyes económicas estaban basadas más en regulaciones administrativas que en actos legales. El derecho civil, prácticamente, no existía. Los contratos servían para llevar a cabo la planificación estatal, pero no existía la libertad contractual tal como la entendemos en Occidente ni la responsabilidad de las partes ante un incumplimiento contractual.

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Consecuencias de la Revolución

A diferencia de la anterior gran campaña maoísta, el Gran Salto Adelante, que había tenido como víctimas a los sectores más desfavorecidos del medio rural, la Revolución Cultural tuvo como víctimas a la clase intelectual y dirigente del país. Las acusaciones generalizadas de «actividades contrarrevolucionarias» a técnicos cualificados y a profesores universitarios llevaron a una paralización del desarrollo tecnológico y educativo del país. Los exámenes de acceso a la universidad fueron abolidos en 1966 y los programas de estudios fueron redefinidos para hacer primar la enseñanza de valores ideológicos sobre aquellas materias puramente intelectuales y científicas consideradas «burguesas». Una generación entera de jóvenes se vio así privada de la posibilidad de una educación superior más allá de la repetición de lemas revolucionarios. Frente a esta crisis de la enseñanza superior, el espíritu maoísta de igualdad tuvo una consecuencia positiva en el aumento de la escolarización primaria y de la alfabetización durante esta época.

La idea maoísta de que la nueva China debía romper con los hábitos feudales del pasado tuvo también consecuencias nefastas para la cultura tradicional china. Jiang Qing y sus colaboradores instaron a los jóvenes a acabar con los llamados «Cuatro antiguos (a veces traducido como 'Los cuatro viejos'): los usos antiguos, las costumbres antiguas, la cultura antigua y el pensamiento antiguo. La interpretación de qué elementos de la sociedad merecían la consideración de antiguos o burgueses quedó, sin embargo, en manos de los propios guardias rojos, quienes, ávidos de demostrar su espíritu revolucionario, se embarcaron en una campaña de destrucción de obras de arte, libros, templos y edificios antiguos, a la vez que sometían a humillantes sesiones de autocrítica a intelectuales y altos cargos del Partido a los que acusaban de reaccionarios.

Dado que cualquiera que hubiera expresado en su vida pública un interés cultural o artístico hacia cualquier asunto que no fuera la exaltación de la figura de Mao podía ser acusado de reaccionario, no es de extrañar que la inmensa mayoría de los escritores y artistas sufrieran persecuciones durante la Revolución Cultural, y fueron muchos los que resultaron heridos e incluso muertos por la violencia de los guardias rojos. Otros muchos acabaron suicidándose, como el famoso escritor Lao She. Se estima que fueron miles las víctimas mortales de la violencia de los guardias rojos y más de tres millones de miembros del Partido fueron víctimas de las purgas en la cúpula del poder.

En el ámbito de la cultura, además de la destrucción de numerosas obras de arte, la Gran Revolución Cultural Proletaria afectó también a la religión tradicional china y al sistema de escritura. En lo que respecta a la religión, la mayor parte de los templos budistas y taoístas fueron cerrados y muchos monjes fueron obligados a seguir programas de reeducación. Otro de los blancos de las iras de los guardias rojos fue el pensamiento confuciano, al que se identificaba con la sociedad feudal antigua. Debido a esto, la ciudad natal de Confucio, Qufu, en la provincia de Shandong, sufrió los ataques de grupos de guardias rojos que destruyeron gran parte de su patrimonio artístico, que sería restaurado en años recientes. En cuanto a la escritura china, el proceso de simplificación de los caracteres, aunque había comenzado con anterioridad, con las listas de caracteres reformados publicadas en 1956 y 1964, éste se consolidó gracias al espíritu de ruptura con el pasado impulsado por la Revolución Cultural. En este sentido, muchas de las diferencias culturales que se perciben en la actualidad entre la China continental y las sociedades chinas de Taiwán, Hong Kong y Macao tienen sus raíces

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precisamente en la Revolución Cultural, cuyos efectos se han prolongado hasta nuestros días.

Ordenamiento Jurídico planteado en la Revolución.

El peculiar contexto político de supremacía del Partido postergaba la ley con respecto a las directivas del Partido. Las leyes y reglamentos eran percibidos como entes flexibles, mutables, sujetos a la voluntad política y rehenes del Estado socialista. Se detuvo el trabajo de las comisiones encargadas de la elaboración del código civil y del código criminal. Durante la revolución cultural propiciada por Mao para retomar el control político, muchos juristas, abogados y jueces que favorecieron la independencia judicial, la igualdad ante la ley, la presunción de inocencia y el derecho a la tutela judicial efectiva fueron encarcelados y perecieron en las purgas masificadas tachados de burgueses o reaccionarios. Durante el terror desatado por la Guardia Roja, el Partido se concentró en la lucha de clases antes que en la recuperación económica.

El nihilismo legal de la revolución cultural denotaba, en cierta forma, un horror a la ley. La ley se politizó totalmente, las normas existentes fueron derogadas y no se promulgaron nuevas que las reemplazaran. El Congreso del Pueblo suspendió prácticamente su labor legislativa. Las escuelas legales y los institutos de investigación fueron cerrados. Los abogados, los jueces, el personal de los juzgados y los profesores de Derecho fueron enviados al campo para ser reeducados, es decir, para ser sistemáticamente eliminados sino abjuraban de su defensa del Estado de Derecho. Se clausuraron los juzgados implantándose una dictadura de masas en la que los castigos eran administrados por la Guardia Roja. Esta selecta vanguardia revolucionaria no dudaba en arrestar sin orden judicial y ejecutar sin juicio previo. Ninguna ley constreñía las acciones de la Guardia Roja. Ante ella temblaban los altos cargos del Partido y los más humildes campesinos. La ley, para los defensores del pensamiento maoísta, era un instrumento del capitalismo que restringía el afán revolucionario. La revolución cultural pregonaba la destrucción de los viejos hábitos, de las viejas costumbres, de las viejas ideas y finalmente, de la cultura. La ley suprema; estaba condensada en el Libro Rojo, una serie de pensamientos selectos de Mao Zedong.

Muerto el inspirador de la revolución cultural, el retorno de los mandarines era tan sólo cuestión de tiempo. Una de las preocupaciones fundamentales de los funcionarios del Partido al asumir el poder Deng Xiaoping consistía en restablecer la ley dentro del Estado. Para ello, los jerarcas chinos se empeñaron en crear un sistema legal efectivo que mantuviese la estabilidad social y protegiese los derechos de las personas. Deng acaba con el nihilismo legal maoísta e inicia la reforma paulatina de las leyes promulgando la piedra fundacional del nuevo sistema jurídico chino: la Constitución.

La modernización jurídica, la última y consciente alienación, es un paso imprescindible para acceder a la inversión extranjera. Los mandarines contaban -y cuentan- con las leyes para mantenerse en el poder y prevenir los cambios sociales bruscos, legitimando de esta manera el nuevo liderazgo del partido.

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Análisis Personal.

La Revolucion Cultural China es un gran acontecimiento histórico del siglo XX, interesante y poco comprendido. Se dio durante una década; desde 1966 hasta 1976.

Durante esa década, la vida en China se vio afectada por las protestas de los grupos de jóvenes, llamados Guardias Rojos; quienes siguiendo a Mao Tse Tung con su consigna de derribar todo lo viejo, protagonizaron diez años de terror, destrucción y muerte; con lo que de igual manera, no consiguieron los cambios para el mundo nuevo que querían, pero establecieron los fundamentos de la China actual.

Realmente comenzó con la insistencia que tenia Mao por regresar a tener la mayor autoridad en China y por sus ganas de eliminar parte del área pro – capitalista, liderado por Liu Shaoqui, Peng Zheng y Deng Xiaoping, dentro del aparato del Partido Comunista Chino.

Se extendió por todo el país afectando desde las clases altas hasta las rurales, luego extendiéndose hacia la clase obrera y luego a los soldados del Ejército Popular.

El fracaso del Gran Salto Adelante había forzado la salida de Mao del poder. Aunque conservaba sus cargos, no era la mayor autoridad como anteriormente. Lin Biao y Jiang Qing, esposa de Mao, lo apoyaron con su regreso al poder.

Lin Biao recopiló un libro con los pensamientos y discursos de Mao para reforzar las ideologías de los soldados que apoyaban a Mao.

La revolución cultural tuvo como victimas a la clase intelectual y las clases más altas del país.

Mao proponía que había que eliminar a los cuatro viejos: los usos antiguos, las costumbres antiguas, la cultura antigua y el pensamiento antiguo. Y afirmaba que debían basarse en hechos reales y del presente; ya no regresar al pasado.

Los artistas de esa época también se encontraron afectados al ser perseguidos por sus interpretaciones de teatro basados en la vida de Mao y sus seguidores, lo cual éstos veian como una burla.

Además de la destrucción de muchas obras de arte, esta revolución también afectó a la religión tradicional china y al sistema de escritura que se había empleado desde siempre. Muchos templos budistas fueron cerrados,

Los campesinos y dueños de tierras se vieron afectados al ser invadidos y destituidos de sus posesiones.

Con el Gran Salto Adelante la producción industrial cayó de tal manera que el país estaba en un estado de pobreza extrema; igual sucedió con el área agrícola y demás sectores económicos.

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La obsesion de Mao por crear nuevos hombres y una nueva sociedad le impedía ver lo que en realidad estaba ocurriendo con el país como consecuencia de sus decisiones.

La llamada “Revolución Cultural Proletaria” no creó un nuevo orden, sino tan sólo

caos y desorden. La destitución del partido que propició Mao con el apoyo del ejército

destruyó a la dirección histórica del partido y lo puso al borde del caos.

Por la cantidad de personas sometidas a la privación de su libertad, el límite del terror

chino fue sin dudas el que encarceló a un mayor número de personas en la historia del

totalitarismo en el siglo XX y por supuesto, el que mayor número de muertes

ocasionó.

Loreivic Marcano.

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Sociología Jurídica

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Universidad de Margarita

Alma Mater del Caribe

Vicerrectorado Académico

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Br. Loreivic Marcano

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Sección: T - 03