revista tinta en blanco no. 1

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Page 1: Revista Tinta en Blanco No. 1

1º Nº: 1

Únete a nosotros¿Te

Animas?

Escribenos a:[email protected]

Edición

Page 2: Revista Tinta en Blanco No. 1

Presentación

Editor:Pablo Flores Lizanne.

Correctores: Diego José Oliva Lobo.

Jacqueline Georgina Escobar Pacheco.

Diseño:Diana Marcela Alvarenga Gamero

Jaqueline Beatriz Mendoza Hernández

Diseño de Portada:Jaqueline Beatriz Mendoza Hernández

Digitalización de Portada:Marcia Rodríguez

Diagramación:Farol Estudios

Tinta en blanco es una revista literaria de estudiantes del Colegio Externado de San José.

Dentro del quehacer cotidiano, la extenuante carga académica y las andanzas estudiantiles, donde se tejen amistades, experiencias, sentimientos y recuerdos, surge una fuerza inevitable e inmutable. Dicha fuerza comienza a forjarse en palabras escritas en el cuaderno, en imágenes nítidas y sugerentes en medio de una clase, en saltitos espontáneo al escuchar melodías en el receso; y que se constituyen, como el barro que un alfarero moldea entre sus manos, en manifestaciones artísticas de diversa naturaleza.

Por este motivo, la presente revista nace con el deseo de terminar con el silencio que la rutina provoca, de demostrar la vitalidad humana y evidenciar la implicación que poseen los estudiantes en el quehacer cultural del país. Este conjunto de páginas escritas e ilustradas gritan, como exigiendo un espacio para ser divulgadas, como la mínima forma de potenciar ese conjunto de expresiones artísticas que el alumno guarda para sí y que sin embargo quiere compartir. Como un conjunto de letras y trazos escritos en blanco que sin embargo quieren ser vistos, ser leídos.

Tinta en blanco que desea ser reconocida, tinta en blanco que espera recobrar su color y vitalidad, y así conmover, revolver, despertar mentes e imaginaciones de estudiantes extenuados que piden a gritos un suspiro. Se espera pues que el lector atento sepa rastrear tanto en frases, como en versos, imágenes y dibujos, aquel ímpetu inevitable del estudiante que da a conocer su obra, que tiene aprecio por el arte y quiere cultivarlo, y así darla a conocer dentro de la institución académica en la que desarrolla y da crecimiento a su vida.

República de El Salvador, julio de 2015.

Foto por: Gerardo Tobar

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Page 3: Revista Tinta en Blanco No. 1

IndiceElla [Poesía].Marcela Contreras ....................................................................................................... 4Ilustración.Fátima Cornejo ............................................................................................................ 5Del Folklore que se pierde [Ensayo].Georgina Escobar ......................................................................................................... 6Ilustración.Rodrigo Gálvez ............................................................................................................ 8Tecnócrata [Poesía].Denisse Menjívar ......................................................................................................... 9Cadejo [Cuento].Alejandro Ayala ........................................................................................................... 10Noche [Poesía].Sara Gabriela Echeverría ............................................................................................... 11IlustraciónJaqueline Mendoza ....................................................................................................... 12Pirata [Poesía].Grethel Cerna .............................................................................................................. 13Pupitre vacío [Cuento].Marlon Cárcamo .......................................................................................................... 14Ilustracción. Joaquin S.S. ................................................................................................................ 18Encuentro [Cuento].Pablo F. Lizanne .......................................................................................................... 19Ilustración.Garod ......................................................................................................................... 20Muerciélago bailarín [Cuento].Grethel Cerna .............................................................................................................. 21

Page 4: Revista Tinta en Blanco No. 1

Atrevida mariposa, empapa la flor de mi recuerdo con el brillo de tu alma.

Tú acaricias mi viejo corazón y me quitas el hambre a suspiros.

Tu pasión, mi alegre sufrimiento, un ritual, aquel que añoro y desprecio.

Verte llegar al cielo cubierta de encanto, y la magia fluyendo por tus curvas, tu mirada recorriendo mi delirio, y tus labios tentando mi cordura.

A ella estas palabras, a ella mis memorias, por ella mi locura, por ella, la vida.

Mátame de una vez, con un roce, una caricia, con un beso que dure hasta la vida y que comience en la muerte.

Te busco, aún sabiendo que no estás.

Y te encuentro en las nubes y en las flores, en el polen y en la lluvia, en mis paredes y en el mar.

Ella, un rocío de luz, la Luna, la más bella de todas, una sutil poesía, la más bella de todas.

Marcela Contreras

Ella

ilustración por: Diana Alvarenga

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Page 5: Revista Tinta en Blanco No. 1

ilustración por: Fátima Cornejo5

Page 6: Revista Tinta en Blanco No. 1

Del folklore que se pierde: el Malespín.Georgina escobar

El tiempo es perceptible en aquellas cosas que identifican a los pueblos y sin embargo se pierden poco a poco. En ese rastreo cotidiano en el que siempre debemos estar inmersos (porque si no lo estamos, se traduce en inactividad), me encontré con esta jerga que se solía usar en la juventud de muchos ciudadanos de uno de tantos pueblos escondidos entre cerros de nuestro país.

Afirmar totalmente el origen del Malespín sería erróneo, pues no hay fuente absoluta que lo clarifique. Varios autores sin embargo mencionan que puede ser creación del general salvadoreño Francisco Malespín (1806-1846), como una especie de clave militar. Este dato encaja indudablemente, pues el único nombre utilizado para la jerga que se conoce es el apellido del militar; la época en la que se populariza es, justamente, el siglo XIX.

Un esbozo de lo que fue en épocas remotas el Malespín, quizás se deduzca del siguiente párrafo: la verdad es que su empleo fue muy común en las primeras décadas del siglo XX, especialmente en las tertulias juveniles, para

dirigirse expresiones de encendido amor algunas veces, y otras, dichos

jocosos, serios u ofensivos que “dejaban en la luna” a los que no comprendían ni jota aquel barullo de palabras que escuchaban. 1

¿Gusta usted aprender el idioma Malespín? El lenguaje

consiste en básicamente 6 cambios en el alfabeto castellano. Dichos

cambios se resumen así:

● La “a” es sustituida por la “e” y viceversa.● La “b” y “v” por la “t”; siendo la “t” siempre sustituida por la “b”.● La “c” es sustituida por la “s” y viceversa.● La “f” por la “g” y viceversa.● La “i” por la “o” y viceversa.● Y la “m” por la “p”.

Con estos 6 sencillos puntos, se completa el lenguaje en Malespín que proporciona una forma de comunicación exclusiva para aquellos que lo logran manejar. En la actualidad, es casi nulo su uso y ha quedado reducido a una cuestión meramente documental e histórica; a pesar de ello algunas palabras que se derivan de la jerga se han logrado colar en el lenguaje coloquial del español centroamericano, en diferentes regiones como Costa Rica. De esto último se puede deducir, que en algún momento fue verdaderamente un lenguaje convencional, quién sabe si hasta serio.

Esta, al igual que muchas tradiciones surgidas en El Salvador difundidas por sobre las fronteras (porque sí las hay, en ocasiones con más reconocimientos extranjeros que locales), se ha ido perdiendo poco a poco con el correr de las décadas… para bien o para mal. Recuerda una vez más la poca importancia que se le da a las raíces históricas de nuestro pueblo y como de tiempos en tiempos se desgasta lo que nos podría dar un poco más de identidad. Inevitablemente comparo el que esta lengua quizás no tan compleja se pierda en los escombros casi de la misma forma como lo hace otra sí muy valiosa: el nahuat mismo, la lengua pipil.

1 CONTRERAS ESCOBAR, A. & ESCOBAR CONTRERAS, M.A. 1999. Tejutepeque. Circasia Salvadoreña. El Salvador, C.A. p. 117.

Foto: Coronel Francisco Malespín.Tomada de Internet.

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Foto por: Sara Hernández

Page 7: Revista Tinta en Blanco No. 1

El tiempo es perceptible en aquellas cosas que identifican a los pueblos y sin embargo se pierden poco a poco. En ese rastreo cotidiano en el que siempre debemos estar inmersos (porque si no lo estamos, se traduce en inactividad), me encontré con esta jerga que se solía usar en la juventud de muchos ciudadanos de uno de tantos pueblos escondidos entre cerros de nuestro país.

Afirmar totalmente el origen del Malespín sería erróneo, pues no hay fuente absoluta que lo clarifique. Varios autores sin embargo mencionan que puede ser creación del general salvadoreño Francisco Malespín (1806-1846), como una especie de clave militar. Este dato encaja indudablemente, pues el único nombre utilizado para la jerga que se conoce es el apellido del militar; la época en la que se populariza es, justamente, el siglo XIX.

Un esbozo de lo que fue en épocas remotas el Malespín, quizás se deduzca del siguiente párrafo: la verdad es que su empleo fue muy común en las primeras décadas del siglo XX, especialmente en las tertulias juveniles, para

dirigirse expresiones de encendido amor algunas veces, y otras, dichos

jocosos, serios u ofensivos que “dejaban en la luna” a los que no comprendían ni jota aquel barullo de palabras que escuchaban. 1

¿Gusta usted aprender el idioma Malespín? El lenguaje

consiste en básicamente 6 cambios en el alfabeto castellano. Dichos

cambios se resumen así:

● La “a” es sustituida por la “e” y viceversa.● La “b” y “v” por la “t”; siendo la “t” siempre sustituida por la “b”.● La “c” es sustituida por la “s” y viceversa.● La “f” por la “g” y viceversa.● La “i” por la “o” y viceversa.● Y la “m” por la “p”.

Con estos 6 sencillos puntos, se completa el lenguaje en Malespín que proporciona una forma de comunicación exclusiva para aquellos que lo logran manejar. En la actualidad, es casi nulo su uso y ha quedado reducido a una cuestión meramente documental e histórica; a pesar de ello algunas palabras que se derivan de la jerga se han logrado colar en el lenguaje coloquial del español centroamericano, en diferentes regiones como Costa Rica. De esto último se puede deducir, que en algún momento fue verdaderamente un lenguaje convencional, quién sabe si hasta serio.

Esta, al igual que muchas tradiciones surgidas en El Salvador difundidas por sobre las fronteras (porque sí las hay, en ocasiones con más reconocimientos extranjeros que locales), se ha ido perdiendo poco a poco con el correr de las décadas… para bien o para mal. Recuerda una vez más la poca importancia que se le da a las raíces históricas de nuestro pueblo y como de tiempos en tiempos se desgasta lo que nos podría dar un poco más de identidad. Inevitablemente comparo el que esta lengua quizás no tan compleja se pierda en los escombros casi de la misma forma como lo hace otra sí muy valiosa: el nahuat mismo, la lengua pipil.

Foto de Volcán de IzalcoTomada de Internet

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ilustración por: Rodrigo Gálvez8

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Ya no hay derecha, sólo centro reformista,ya no hay izquierdas,sólo hay progresistas. Ni fascistas, ni socialistas,tan sólo veo tecnócratas…

Murieron las ideologías, mas no su forma de explotar,murieron las naciones,mas no su forma de oprimir.Y en los despachos de las multinacionales,se inventan esoque los tontos llaman “política”.

TecnócrataAutor: Denisse Menjívar

Foto: http://www.huffingtonpost.com

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Tomado de officialslenderman.tumblr.com/

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No sólo el repiqueteo de los tacones de Aleida me indican que ya amaneció: el roce suave de los mocasines de Edgardo, mi hijo, son señal que el día comienza, que pronto saldrán en dirección de la oficina del colegio.

Resulta más exquisito pensar que la

mañana se establece cuando mi mujer sale vaporo-sa del baño, toma el frasquito del tocador y perfu-ma su cuerpo con el olor del anís, de la canela y del alcohol... aunque ella solo huela el precio... las quejas, no saber qué ponerse y un suspiro resignado; o Edgardo, con su pomada de olor industrial, vanidoso, que se queja por tener claro qué ponerse cada día. Y abajo, luego, el ruido de las cacerolas que se revuelven, la fricción de la cerilla, el propano, quemándose como la lluvia que se avecina y el aceite, que se queja a mil voces.

El desayuno hecho sin tiempo tiene un sabor particular: graso, seco, mal cocido o quemado, siempre el huevo; o leche y maíz. Y por fin se van: un beso sabor a menta me dice que Aleida se va; y un abrazo, tocar una carita, los granos, el acné ado-lescente, que Edgardo también... el portazo y el mecanismo retráctil retumban, un rugido que se aleja, un rugido que son mi mujer y mi hijo, mas su imagen se acerca a mí. Cadejo, podría decir: parece que regresan, yéndose.

Alejandro Ayala

Cadejo

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nocheSara Gabriela Echeverría

La penumbra estaba cayendo,como una pluma pesada ligeradelicada es su efímera belleza tornasol,sentenciando la corta muerte del día.

Como tortuga saque mi cabeza del caparazón,sentía como yo misma me gritaba desde dentro,con voz de niña,que estrellas quería contar.

Estiré mi vista al lienzo de arriba,que de negro con furia pintado estaba.Ni un alma luminosa pude divisar.

La hostilidad del cielo me hizo percibir el viento,fría bofetada que me entumecía las mejillas,y me recordaba la desesperante soledad de la noche,cuando estoy acompañada de mi misma empieza la revelación de medianoche.

Y mientras me fundo con los pensamientos,y acaricio los recuerdos,aparece el sueño,aquel que marchita mi conciencia.

Me apagaré al irme a dormir,para desaparecer un rato sin que me busquen,solo para amanecer con el cuerpo atado a la cama,como barco anclado en un mar de sábanas,despertando con un sueño entre los párpados.

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ilustración por: jaqueline Mendoza

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Grethel Cerna

Piratas

Despierto y no te encuentrome ahoga el temor me ahuyenta los sentidos. Mi mente navega en la lluvia, pirata que baila tristes melodías,pirata que sueña tristes ilusiones.Mi piel cansada de tanto amar cubierta de cicatrices de tantos besos amargos, abrazos desnudos de verdad.Mi alma agobiada inhala la desconsolada luz de la vida.¿Cuántas noches?¿Cuántos días?Pecados tardíos,sueños nómadas.Solo tengo tu ausencia,porque soy un pirata que baila tristes melodías,pirata que sueña tristes ilusiones.

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Page 14: Revista Tinta en Blanco No. 1

que yo consideraba posible en ese entonces. Y así pasé toda la noche, sin poder cerrar los ojos, sin conciliar el sueño, pensando, silogizando y tratando de encontrar una explicación creíble.

Al día siguiente Anna me dio una carta. Su contenido… bueno, eso como decía Rudyard Kipling, pero traducido a la lengua de mi país natal, es otro pisto.

Pero mi alegría se desvaneció por un momento, cuando un alumno de otro noveno preguntó si había un pupitre sobrante. Mi compañero no había llegado ese día.

No imaginas mi indignación y el miedo que sentí cuando todos dijeron, y lo cito: “Toma ese pupitre, siempre ha estado vacío”.

No recuerdo precisamente qué almorzamos ni dónde lo hicimos, pero el punto es que después de eso comenzamos a pasar las encuestas, era una simple página revés y derecho con ocho preguntas respecto a…

Después de un par de horas donde recibimos una gran variedad de respuestas, fuimos al parque a jugar basquetbol. Bueno, yo lo hice, él solo se dedicó a dar vueltas lentamente alrededor de la cancha.

Su comportamiento era de lo más extraño que llegaba hasta el punto de sacarme de mis cabales, cosa que solo las matemáticas (y al parecer él) son capaces de hacer.

—¿Cuál es tu problema? —pregunté enfurecido. Se encogió de hombros y siguió comiendo césped.

El clima comenzó a ponerse fresco, y el sol se escondía tras el volcán, dejando el cielo de unos hermosos colores. De pronto el chico se encontraba saliendo del pasaje. Me pregunté qué demonios le pasaba, y alguna fuerza, la curiosidad o la estupidez me hicieron seguirlo. Por un instante mientras trataba de alcanzarlo, pude ver un reflejo en su cuerpo, como si este fuera translúcido . Parpadeé varias veces y seguí.

Lo seguí tres cuadras calle abajo y entró en una zona de la que mi madre no hablaba nada bien. Mi padre siempre me decía que cuando se trata de opiniones construidas por mi madre, eran todas en su mayoría falsas. Siempre desde la infancia se caracterizó por prejuiciosa y creo que eso es algo que consume a los jóvenes. Sigamos… lo seguí hasta una casa construida por láminas, y lo vi esperando inmóvil frente a la puerta. Me acerqué a él y le

pregunté qué le pasaba. Se volvió a encoger de hombros y me contuve para no perder los estribos.

Toqué la puerta dos veces y un taconeo se escuchó tras la puerta. Una mujer vestida indecentemente abrió y me miró con repugnancia. El chico pasó entre las piernas de la mujer y desapareció.

—¿Qué es lo que quieres? —preguntó enojada la mujer— un privado, unos besitos… tenemos unas chicas de tu edad que pueden hacerte compañía —ofreció exaltada.

—No quiero nada de eso…—contesté asqueado.

La mujer murmuró algo y cerró de un portazo. Regresé sobre mis pasos pensando…

Al llegar le conté lo que había dicho la señora. Mi padre habló a la policía. Varios días después se realizó un operativo y encerraron al dueño del negocio por trata de menores, explotación sexual y homicidio. En el terreno de la casa se encontraron enterrados por lo menos diez cadáveres en descomposición, ninguno de los cuerpos superaba los quince años de edad. Mi nombre salió en el periódico y fui “famoso” por un instante. Me alegré por los niños que logré sacar de un averno sexual. Pero he cargado una culpa inexplicable por siempre. Las imágenes de los cuerpos putrefactos y llenos de gusanos aún retumban en mi cabeza.

Esa noche fue una de las únicas en las que no pensé en Anna. Y en verdad no pensé en nada. Solo contemplé el cielo falso con la mente en blanco tratando de crear y apuntalar las explicaciones para lo que había visto. Explicaciones que todas me conducían a una cosa, una idea en sí estrafalaria, Una idea que me hacía discrepar respecto a, bueno, todo lo

—Que si ya tienes pareja para el trabajo de campo—, exclamó el profesor de brazos cruzados y la mirada fija en mí.

—No, Erick, todavía no tengo,— confesé de mala gana y rápidamente vi en todas las direcciones para ver si había alguien.

—No hay problema, pero busca a alguien. —Maldición, lo que me temía, recuerdo que sentí cómo mis tripas se revolvían cuando supe que tendría que trabajar con él.

El timbre nos liberó de la clase. Anna se acercó a mí y me dio unas fuertes palmadas en la espalda.

—Te dije que nos fuéramos juntos pero parecía que estabas en un trance, como sea, suerte —dijo con esa voz musical suya.

¡Ah! Eran buenos tiempos… en los que mi única preocupación era pasar las materias y tener un buen peinado. Aún la recuerdo perfectamente. Era esbelta, alta, con una cascada de oro tan larga que le llegaba hasta donde la espalda pierde su nombre. Caminaba con gracia y —como ahora— movía las manos al hablar. Su piel era de color durazno ¡No! Más bien era como los trigales requemados que múltiples veces había visto mientras surcaba la carretera rumbo a la playa. Tenía los ojos más hermosos, verdes con vetas amarillas. Ahora sé que se le llaman ojos zarcos. Como dije, eran buenos tiempos, buenos tiempos en los que me embriagaba en su mirada. Había algo en ella, en la serenidad de su voz, en la simpatía que

destilaba a primera vista o en la calidez que su sonrisa me inspiraba. Estaba enamorado de ella. Pero también estaba el infranqueable hecho de mi torpeza y lentitud para invitarla a salir, lo cual enseguida derrumbaba toda oportunidad con ella.

Ahora que estamos casados, ella se sorprende de la viveza de mi memoria y se ríe de mis descripciones, lo cual me alegra, porque pienso que no hay nada más hermoso en el mundo que su risa.

Como sea, volvamos.Pasaron varios días y el susodicho no parecía demostrar el mínimo interés en realizar el trabajo. Tomé iniciativa propia —como aún lo suelo hacer en el trabajo— y me acerqué a él y le dije que ese día iríamos a pasar encuestas.

Sus ojos negros me examinaron y se encogió de hombros, luego reunió todas las cosas que tenía sobre su pupitre y salió del salón; la clase aún no había terminado pero la profesora no pareció alterarse. Volví a mi puesto donde seguí quebrandome la cabeza con los problemas de ecuaciones.

Al finalizar la clase, ella y yo salimos juntos, me proponía invitarla a salir pero de pronto, como una sombra, apareció él y se colocó en medio de ambos. Ella se despidió de mí con un beso e ignoró, como si fuera invisible, a mi compañero de trabajo.

Esperamos en el redondel del colegio a que mi padre nos recogiera. Para variar llegó temprano y me saludó, al igual que la profesora y Anna, él tampoco notó la presencia de mi compañero. Mi padre nos dejó en la colonia donde vivía mi abuelo -en paz descanse- las casas apiñadas una contra la otra, los portones de metal, las bolsas de basura frente a ellos en espera del camión de la basura que jamás llegó.

el pupitre vacíomarlon Cárcamo

Este relato habla sobre un extraño suceso que viví en mi adolescencia. Un suceso que me causó noches de pensamiento y duda. Que me llevó directo al sopor de sesiones con un psicólogo —pues mi madre pensaba que había enloquecido. Pueden tomarlo como una anécdota paranormal, una mala jugada de mi subconsciente o una broma muy bien elaborada por mis compañeros. El punto es que me asusté mucho. Además que ayudé a resolver un crimen. Seré breve y conciso, cosa que en un periodista del país es inusual. Así que sígueme el paso y no te pierdas. Era sorprendente su frialdad ante, bueno… todo. El profesor fue llamando uno por uno, me levanté, tomé mi examen, lo revisé con meticulosidad y encontré un error en la suma de puntos. Llegué hasta donde estaba el profesor, con los codos apoyados en el atril y le pedí, con cortesía, que arreglara la suma. Cuando este terminó, se disculpó y siguió llamando. Todos fueron por su examen, algunos con un rictus de dolor y desesperación al ver la nota que tuvieron, otros, dando saltitos de alegría mientras avanzan hacia su pupitre. Pero él no, repitieron su nombre tres veces, o al menos eso escuché yo, y no se

inmutó. El profesor le pidió que saliera, este obedeció. Él no caminaba, era más bien una forma de deambular, arrastraba los pies lentamente, sus brazos iban pegados a su cuerpo y su cabeza se movía de arriba abajo como si estuviera asintiendo. Su cara era redonda como la de una pelota, su pelo era marrón, grasiento y apestoso, su nariz, pequeña y brillosa, y sus labios tan delgados que si te cruzas con él por la calle pensarías que carece de ellos. El profesor y él entran después de unos minutos.

-—Niños, por favor, hombre, hay clases a la par, no sean

hipócritas. Guarden silencio y verifiquen que no haya

cometido un error —,exclama el vivaracho profesor. Un hombre alto, de cabellera larga y ojos claros. De voz carrasposa y ademanes

toscos.

Continuó con la clase, algo sobre un proceso de no sé qué

y una guerra en no sé dónde. Mi corazón casi se sale de mi pecho

cuando el profesor dice mi nombre.

—¿Ah? ¿Qué? —pregunté con mi mente, todavía sumida en sí reunir el valor para hablarle o no. No es que jamás le haya hablado, no soy tan cobarde. Ella tocaba junto a mí, hablamos siempre en todas las clases de forma embriagante.

Foto por: Sara Hernández

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que yo consideraba posible en ese entonces. Y así pasé toda la noche, sin poder cerrar los ojos, sin conciliar el sueño, pensando, silogizando y tratando de encontrar una explicación creíble.

Al día siguiente Anna me dio una carta. Su contenido… bueno, eso como decía Rudyard Kipling, pero traducido a la lengua de mi país natal, es otro pisto.

Pero mi alegría se desvaneció por un momento, cuando un alumno de otro noveno preguntó si había un pupitre sobrante. Mi compañero no había llegado ese día.

No imaginas mi indignación y el miedo que sentí cuando todos dijeron, y lo cito: “Toma ese pupitre, siempre ha estado vacío”.

No recuerdo precisamente qué almorzamos ni dónde lo hicimos, pero el punto es que después de eso comenzamos a pasar las encuestas, era una simple página revés y derecho con ocho preguntas respecto a…

Después de un par de horas donde recibimos una gran variedad de respuestas, fuimos al parque a jugar basquetbol. Bueno, yo lo hice, él solo se dedicó a dar vueltas lentamente alrededor de la cancha.

Su comportamiento era de lo más extraño que llegaba hasta el punto de sacarme de mis cabales, cosa que solo las matemáticas (y al parecer él) son capaces de hacer.

—¿Cuál es tu problema? —pregunté enfurecido. Se encogió de hombros y siguió comiendo césped.

El clima comenzó a ponerse fresco, y el sol se escondía tras el volcán, dejando el cielo de unos hermosos colores. De pronto el chico se encontraba saliendo del pasaje. Me pregunté qué demonios le pasaba, y alguna fuerza, la curiosidad o la estupidez me hicieron seguirlo. Por un instante mientras trataba de alcanzarlo, pude ver un reflejo en su cuerpo, como si este fuera translúcido . Parpadeé varias veces y seguí.

Lo seguí tres cuadras calle abajo y entró en una zona de la que mi madre no hablaba nada bien. Mi padre siempre me decía que cuando se trata de opiniones construidas por mi madre, eran todas en su mayoría falsas. Siempre desde la infancia se caracterizó por prejuiciosa y creo que eso es algo que consume a los jóvenes. Sigamos… lo seguí hasta una casa construida por láminas, y lo vi esperando inmóvil frente a la puerta. Me acerqué a él y le

pregunté qué le pasaba. Se volvió a encoger de hombros y me contuve para no perder los estribos.

Toqué la puerta dos veces y un taconeo se escuchó tras la puerta. Una mujer vestida indecentemente abrió y me miró con repugnancia. El chico pasó entre las piernas de la mujer y desapareció.

—¿Qué es lo que quieres? —preguntó enojada la mujer— un privado, unos besitos… tenemos unas chicas de tu edad que pueden hacerte compañía —ofreció exaltada.

—No quiero nada de eso…—contesté asqueado.

La mujer murmuró algo y cerró de un portazo. Regresé sobre mis pasos pensando…

Al llegar le conté lo que había dicho la señora. Mi padre habló a la policía. Varios días después se realizó un operativo y encerraron al dueño del negocio por trata de menores, explotación sexual y homicidio. En el terreno de la casa se encontraron enterrados por lo menos diez cadáveres en descomposición, ninguno de los cuerpos superaba los quince años de edad. Mi nombre salió en el periódico y fui “famoso” por un instante. Me alegré por los niños que logré sacar de un averno sexual. Pero he cargado una culpa inexplicable por siempre. Las imágenes de los cuerpos putrefactos y llenos de gusanos aún retumban en mi cabeza.

Esa noche fue una de las únicas en las que no pensé en Anna. Y en verdad no pensé en nada. Solo contemplé el cielo falso con la mente en blanco tratando de crear y apuntalar las explicaciones para lo que había visto. Explicaciones que todas me conducían a una cosa, una idea en sí estrafalaria, Una idea que me hacía discrepar respecto a, bueno, todo lo

«Recuerdo que sentí cómo mis tripas se revolvían cuando supe que tendría

que trabajar con él.».[ [

Foto por: Sara Hernández

—Que si ya tienes pareja para el trabajo de campo—, exclamó el profesor de brazos cruzados y la mirada fija en mí.

—No, Erick, todavía no tengo,— confesé de mala gana y rápidamente vi en todas las direcciones para ver si había alguien.

—No hay problema, pero busca a alguien. —Maldición, lo que me temía, recuerdo que sentí cómo mis tripas se revolvían cuando supe que tendría que trabajar con él.

El timbre nos liberó de la clase. Anna se acercó a mí y me dio unas fuertes palmadas en la espalda.

—Te dije que nos fuéramos juntos pero parecía que estabas en un trance, como sea, suerte —dijo con esa voz musical suya.

¡Ah! Eran buenos tiempos… en los que mi única preocupación era pasar las materias y tener un buen peinado. Aún la recuerdo perfectamente. Era esbelta, alta, con una cascada de oro tan larga que le llegaba hasta donde la espalda pierde su nombre. Caminaba con gracia y —como ahora— movía las manos al hablar. Su piel era de color durazno ¡No! Más bien era como los trigales requemados que múltiples veces había visto mientras surcaba la carretera rumbo a la playa. Tenía los ojos más hermosos, verdes con vetas amarillas. Ahora sé que se le llaman ojos zarcos. Como dije, eran buenos tiempos, buenos tiempos en los que me embriagaba en su mirada. Había algo en ella, en la serenidad de su voz, en la simpatía que

destilaba a primera vista o en la calidez que su sonrisa me inspiraba. Estaba enamorado de ella. Pero también estaba el infranqueable hecho de mi torpeza y lentitud para invitarla a salir, lo cual enseguida derrumbaba toda oportunidad con ella.

Ahora que estamos casados, ella se sorprende de la viveza de mi memoria y se ríe de mis descripciones, lo cual me alegra, porque pienso que no hay nada más hermoso en el mundo que su risa.

Como sea, volvamos.Pasaron varios días y el susodicho no parecía demostrar el mínimo interés en realizar el trabajo. Tomé iniciativa propia —como aún lo suelo hacer en el trabajo— y me acerqué a él y le dije que ese día iríamos a pasar encuestas.

Sus ojos negros me examinaron y se encogió de hombros, luego reunió todas las cosas que tenía sobre su pupitre y salió del salón; la clase aún no había terminado pero la profesora no pareció alterarse. Volví a mi puesto donde seguí quebrandome la cabeza con los problemas de ecuaciones.

Al finalizar la clase, ella y yo salimos juntos, me proponía invitarla a salir pero de pronto, como una sombra, apareció él y se colocó en medio de ambos. Ella se despidió de mí con un beso e ignoró, como si fuera invisible, a mi compañero de trabajo.

Esperamos en el redondel del colegio a que mi padre nos recogiera. Para variar llegó temprano y me saludó, al igual que la profesora y Anna, él tampoco notó la presencia de mi compañero. Mi padre nos dejó en la colonia donde vivía mi abuelo -en paz descanse- las casas apiñadas una contra la otra, los portones de metal, las bolsas de basura frente a ellos en espera del camión de la basura que jamás llegó.

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Este relato habla sobre un extraño suceso que viví en mi adolescencia. Un suceso que me causó noches de pensamiento y duda. Que me llevó directo al sopor de sesiones con un psicólogo —pues mi madre pensaba que había enloquecido. Pueden tomarlo como una anécdota paranormal, una mala jugada de mi subconsciente o una broma muy bien elaborada por mis compañeros. El punto es que me asusté mucho. Además que ayudé a resolver un crimen. Seré breve y conciso, cosa que en un periodista del país es inusual. Así que sígueme el paso y no te pierdas. Era sorprendente su frialdad ante, bueno… todo. El profesor fue llamando uno por uno, me levanté, tomé mi examen, lo revisé con meticulosidad y encontré un error en la suma de puntos. Llegué hasta donde estaba el profesor, con los codos apoyados en el atril y le pedí, con cortesía, que arreglara la suma. Cuando este terminó, se disculpó y siguió llamando. Todos fueron por su examen, algunos con un rictus de dolor y desesperación al ver la nota que tuvieron, otros, dando saltitos de alegría mientras avanzan hacia su pupitre. Pero él no, repitieron su nombre tres veces, o al menos eso escuché yo, y no se

inmutó. El profesor le pidió que saliera, este obedeció. Él no caminaba, era más bien una forma de deambular, arrastraba los pies lentamente, sus brazos iban pegados a su cuerpo y su cabeza se movía de arriba abajo como si estuviera asintiendo. Su cara era redonda como la de una pelota, su pelo era marrón, grasiento y apestoso, su nariz, pequeña y brillosa, y sus labios tan delgados que si te cruzas con él por la calle pensarías que carece de ellos. El profesor y él entran después de unos minutos.

-—Niños, por favor, hombre, hay clases a la par, no sean

hipócritas. Guarden silencio y verifiquen que no haya

cometido un error —,exclama el vivaracho profesor. Un hombre alto, de cabellera larga y ojos claros. De voz carrasposa y ademanes

toscos.

Continuó con la clase, algo sobre un proceso de no sé qué

y una guerra en no sé dónde. Mi corazón casi se sale de mi pecho

cuando el profesor dice mi nombre.

—¿Ah? ¿Qué? —pregunté con mi mente, todavía sumida en sí reunir el valor para hablarle o no. No es que jamás le haya hablado, no soy tan cobarde. Ella tocaba junto a mí, hablamos siempre en todas las clases de forma embriagante.

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que yo consideraba posible en ese entonces. Y así pasé toda la noche, sin poder cerrar los ojos, sin conciliar el sueño, pensando, silogizando y tratando de encontrar una explicación creíble.

Al día siguiente Anna me dio una carta. Su contenido… bueno, eso como decía Rudyard Kipling, pero traducido a la lengua de mi país natal, es otro pisto.

Pero mi alegría se desvaneció por un momento, cuando un alumno de otro noveno preguntó si había un pupitre sobrante. Mi compañero no había llegado ese día.

No imaginas mi indignación y el miedo que sentí cuando todos dijeron, y lo cito: “Toma ese pupitre, siempre ha estado vacío”.

Foto por: Sara Hernández

No recuerdo precisamente qué almorzamos ni dónde lo hicimos, pero el punto es que después de eso comenzamos a pasar las encuestas, era una simple página revés y derecho con ocho preguntas respecto a…

Después de un par de horas donde recibimos una gran variedad de respuestas, fuimos al parque a jugar basquetbol. Bueno, yo lo hice, él solo se dedicó a dar vueltas lentamente alrededor de la cancha.

Su comportamiento era de lo más extraño que llegaba hasta el punto de sacarme de mis cabales, cosa que solo las matemáticas (y al parecer él) son capaces de hacer.

—¿Cuál es tu problema? —pregunté enfurecido. Se encogió de hombros y siguió comiendo césped.

El clima comenzó a ponerse fresco, y el sol se escondía tras el volcán, dejando el cielo de unos hermosos colores. De pronto el chico se encontraba saliendo del pasaje. Me pregunté qué demonios le pasaba, y alguna fuerza, la curiosidad o la estupidez me hicieron seguirlo. Por un instante mientras trataba de alcanzarlo, pude ver un reflejo en su cuerpo, como si este fuera translúcido . Parpadeé varias veces y seguí.

Lo seguí tres cuadras calle abajo y entró en una zona de la que mi madre no hablaba nada bien. Mi padre siempre me decía que cuando se trata de opiniones construidas por mi madre, eran todas en su mayoría falsas. Siempre desde la infancia se caracterizó por prejuiciosa y creo que eso es algo que consume a los jóvenes. Sigamos… lo seguí hasta una casa construida por láminas, y lo vi esperando inmóvil frente a la puerta. Me acerqué a él y le

pregunté qué le pasaba. Se volvió a encoger de hombros y me contuve para no perder los estribos.

Toqué la puerta dos veces y un taconeo se escuchó tras la puerta. Una mujer vestida indecentemente abrió y me miró con repugnancia. El chico pasó entre las piernas de la mujer y desapareció.

—¿Qué es lo que quieres? —preguntó enojada la mujer— un privado, unos besitos… tenemos unas chicas de tu edad que pueden hacerte compañía —ofreció exaltada.

—No quiero nada de eso…—contesté asqueado.

La mujer murmuró algo y cerró de un portazo. Regresé sobre mis pasos pensando…

Al llegar le conté lo que había dicho la señora. Mi padre habló a la policía. Varios días después se realizó un operativo y encerraron al dueño del negocio por trata de menores, explotación sexual y homicidio. En el terreno de la casa se encontraron enterrados por lo menos diez cadáveres en descomposición, ninguno de los cuerpos superaba los quince años de edad. Mi nombre salió en el periódico y fui “famoso” por un instante. Me alegré por los niños que logré sacar de un averno sexual. Pero he cargado una culpa inexplicable por siempre. Las imágenes de los cuerpos putrefactos y llenos de gusanos aún retumban en mi cabeza.

Esa noche fue una de las únicas en las que no pensé en Anna. Y en verdad no pensé en nada. Solo contemplé el cielo falso con la mente en blanco tratando de crear y apuntalar las explicaciones para lo que había visto. Explicaciones que todas me conducían a una cosa, una idea en sí estrafalaria, Una idea que me hacía discrepar respecto a, bueno, todo lo

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—Que si ya tienes pareja para el trabajo de campo—, exclamó el profesor de brazos cruzados y la mirada fija en mí.

—No, Erick, todavía no tengo,— confesé de mala gana y rápidamente vi en todas las direcciones para ver si había alguien.

—No hay problema, pero busca a alguien. —Maldición, lo que me temía, recuerdo que sentí cómo mis tripas se revolvían cuando supe que tendría que trabajar con él.

El timbre nos liberó de la clase. Anna se acercó a mí y me dio unas fuertes palmadas en la espalda.

—Te dije que nos fuéramos juntos pero parecía que estabas en un trance, como sea, suerte —dijo con esa voz musical suya.

¡Ah! Eran buenos tiempos… en los que mi única preocupación era pasar las materias y tener un buen peinado. Aún la recuerdo perfectamente. Era esbelta, alta, con una cascada de oro tan larga que le llegaba hasta donde la espalda pierde su nombre. Caminaba con gracia y —como ahora— movía las manos al hablar. Su piel era de color durazno ¡No! Más bien era como los trigales requemados que múltiples veces había visto mientras surcaba la carretera rumbo a la playa. Tenía los ojos más hermosos, verdes con vetas amarillas. Ahora sé que se le llaman ojos zarcos. Como dije, eran buenos tiempos, buenos tiempos en los que me embriagaba en su mirada. Había algo en ella, en la serenidad de su voz, en la simpatía que

destilaba a primera vista o en la calidez que su sonrisa me inspiraba. Estaba enamorado de ella. Pero también estaba el infranqueable hecho de mi torpeza y lentitud para invitarla a salir, lo cual enseguida derrumbaba toda oportunidad con ella.

Ahora que estamos casados, ella se sorprende de la viveza de mi memoria y se ríe de mis descripciones, lo cual me alegra, porque pienso que no hay nada más hermoso en el mundo que su risa.

Como sea, volvamos.Pasaron varios días y el susodicho no parecía demostrar el mínimo interés en realizar el trabajo. Tomé iniciativa propia —como aún lo suelo hacer en el trabajo— y me acerqué a él y le dije que ese día iríamos a pasar encuestas.

Sus ojos negros me examinaron y se encogió de hombros, luego reunió todas las cosas que tenía sobre su pupitre y salió del salón; la clase aún no había terminado pero la profesora no pareció alterarse. Volví a mi puesto donde seguí quebrandome la cabeza con los problemas de ecuaciones.

Al finalizar la clase, ella y yo salimos juntos, me proponía invitarla a salir pero de pronto, como una sombra, apareció él y se colocó en medio de ambos. Ella se despidió de mí con un beso e ignoró, como si fuera invisible, a mi compañero de trabajo.

Esperamos en el redondel del colegio a que mi padre nos recogiera. Para variar llegó temprano y me saludó, al igual que la profesora y Anna, él tampoco notó la presencia de mi compañero. Mi padre nos dejó en la colonia donde vivía mi abuelo -en paz descanse- las casas apiñadas una contra la otra, los portones de metal, las bolsas de basura frente a ellos en espera del camión de la basura que jamás llegó.

Este relato habla sobre un extraño suceso que viví en mi adolescencia. Un suceso que me causó noches de pensamiento y duda. Que me llevó directo al sopor de sesiones con un psicólogo —pues mi madre pensaba que había enloquecido. Pueden tomarlo como una anécdota paranormal, una mala jugada de mi subconsciente o una broma muy bien elaborada por mis compañeros. El punto es que me asusté mucho. Además que ayudé a resolver un crimen. Seré breve y conciso, cosa que en un periodista del país es inusual. Así que sígueme el paso y no te pierdas. Era sorprendente su frialdad ante, bueno… todo. El profesor fue llamando uno por uno, me levanté, tomé mi examen, lo revisé con meticulosidad y encontré un error en la suma de puntos. Llegué hasta donde estaba el profesor, con los codos apoyados en el atril y le pedí, con cortesía, que arreglara la suma. Cuando este terminó, se disculpó y siguió llamando. Todos fueron por su examen, algunos con un rictus de dolor y desesperación al ver la nota que tuvieron, otros, dando saltitos de alegría mientras avanzan hacia su pupitre. Pero él no, repitieron su nombre tres veces, o al menos eso escuché yo, y no se

inmutó. El profesor le pidió que saliera, este obedeció. Él no caminaba, era más bien una forma de deambular, arrastraba los pies lentamente, sus brazos iban pegados a su cuerpo y su cabeza se movía de arriba abajo como si estuviera asintiendo. Su cara era redonda como la de una pelota, su pelo era marrón, grasiento y apestoso, su nariz, pequeña y brillosa, y sus labios tan delgados que si te cruzas con él por la calle pensarías que carece de ellos. El profesor y él entran después de unos minutos.

-—Niños, por favor, hombre, hay clases a la par, no sean

hipócritas. Guarden silencio y verifiquen que no haya

cometido un error —,exclama el vivaracho profesor. Un hombre alto, de cabellera larga y ojos claros. De voz carrasposa y ademanes

toscos.

Continuó con la clase, algo sobre un proceso de no sé qué

y una guerra en no sé dónde. Mi corazón casi se sale de mi pecho

cuando el profesor dice mi nombre.

—¿Ah? ¿Qué? —pregunté con mi mente, todavía sumida en sí reunir el valor para hablarle o no. No es que jamás le haya hablado, no soy tan cobarde. Ella tocaba junto a mí, hablamos siempre en todas las clases de forma embriagante.

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Foto por: Sara Hernández

que yo consideraba posible en ese entonces. Y así pasé toda la noche, sin poder cerrar los ojos, sin conciliar el sueño, pensando, silogizando y tratando de encontrar una explicación creíble.

Al día siguiente Anna me dio una carta. Su contenido… bueno, eso como decía Rudyard Kipling, pero traducido a la lengua de mi país natal, es otro pisto.

Pero mi alegría se desvaneció por un momento, cuando un alumno de otro noveno preguntó si había un pupitre sobrante. Mi compañero no había llegado ese día.

No imaginas mi indignación y el miedo que sentí cuando todos dijeron, y lo cito: “Toma ese pupitre, siempre ha estado vacío”.

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No recuerdo precisamente qué almorzamos ni dónde lo hicimos, pero el punto es que después de eso comenzamos a pasar las encuestas, era una simple página revés y derecho con ocho preguntas respecto a…

Después de un par de horas donde recibimos una gran variedad de respuestas, fuimos al parque a jugar basquetbol. Bueno, yo lo hice, él solo se dedicó a dar vueltas lentamente alrededor de la cancha.

Su comportamiento era de lo más extraño que llegaba hasta el punto de sacarme de mis cabales, cosa que solo las matemáticas (y al parecer él) son capaces de hacer.

—¿Cuál es tu problema? —pregunté enfurecido. Se encogió de hombros y siguió comiendo césped.

El clima comenzó a ponerse fresco, y el sol se escondía tras el volcán, dejando el cielo de unos hermosos colores. De pronto el chico se encontraba saliendo del pasaje. Me pregunté qué demonios le pasaba, y alguna fuerza, la curiosidad o la estupidez me hicieron seguirlo. Por un instante mientras trataba de alcanzarlo, pude ver un reflejo en su cuerpo, como si este fuera translúcido . Parpadeé varias veces y seguí.

Lo seguí tres cuadras calle abajo y entró en una zona de la que mi madre no hablaba nada bien. Mi padre siempre me decía que cuando se trata de opiniones construidas por mi madre, eran todas en su mayoría falsas. Siempre desde la infancia se caracterizó por prejuiciosa y creo que eso es algo que consume a los jóvenes. Sigamos… lo seguí hasta una casa construida por láminas, y lo vi esperando inmóvil frente a la puerta. Me acerqué a él y le

pregunté qué le pasaba. Se volvió a encoger de hombros y me contuve para no perder los estribos.

Toqué la puerta dos veces y un taconeo se escuchó tras la puerta. Una mujer vestida indecentemente abrió y me miró con repugnancia. El chico pasó entre las piernas de la mujer y desapareció.

—¿Qué es lo que quieres? —preguntó enojada la mujer— un privado, unos besitos… tenemos unas chicas de tu edad que pueden hacerte compañía —ofreció exaltada.

—No quiero nada de eso…—contesté asqueado.

La mujer murmuró algo y cerró de un portazo. Regresé sobre mis pasos pensando…

Al llegar le conté lo que había dicho la señora. Mi padre habló a la policía. Varios días después se realizó un operativo y encerraron al dueño del negocio por trata de menores, explotación sexual y homicidio. En el terreno de la casa se encontraron enterrados por lo menos diez cadáveres en descomposición, ninguno de los cuerpos superaba los quince años de edad. Mi nombre salió en el periódico y fui “famoso” por un instante. Me alegré por los niños que logré sacar de un averno sexual. Pero he cargado una culpa inexplicable por siempre. Las imágenes de los cuerpos putrefactos y llenos de gusanos aún retumban en mi cabeza.

Esa noche fue una de las únicas en las que no pensé en Anna. Y en verdad no pensé en nada. Solo contemplé el cielo falso con la mente en blanco tratando de crear y apuntalar las explicaciones para lo que había visto. Explicaciones que todas me conducían a una cosa, una idea en sí estrafalaria, Una idea que me hacía discrepar respecto a, bueno, todo lo

—Que si ya tienes pareja para el trabajo de campo—, exclamó el profesor de brazos cruzados y la mirada fija en mí.

—No, Erick, todavía no tengo,— confesé de mala gana y rápidamente vi en todas las direcciones para ver si había alguien.

—No hay problema, pero busca a alguien. —Maldición, lo que me temía, recuerdo que sentí cómo mis tripas se revolvían cuando supe que tendría que trabajar con él.

El timbre nos liberó de la clase. Anna se acercó a mí y me dio unas fuertes palmadas en la espalda.

—Te dije que nos fuéramos juntos pero parecía que estabas en un trance, como sea, suerte —dijo con esa voz musical suya.

¡Ah! Eran buenos tiempos… en los que mi única preocupación era pasar las materias y tener un buen peinado. Aún la recuerdo perfectamente. Era esbelta, alta, con una cascada de oro tan larga que le llegaba hasta donde la espalda pierde su nombre. Caminaba con gracia y —como ahora— movía las manos al hablar. Su piel era de color durazno ¡No! Más bien era como los trigales requemados que múltiples veces había visto mientras surcaba la carretera rumbo a la playa. Tenía los ojos más hermosos, verdes con vetas amarillas. Ahora sé que se le llaman ojos zarcos. Como dije, eran buenos tiempos, buenos tiempos en los que me embriagaba en su mirada. Había algo en ella, en la serenidad de su voz, en la simpatía que

destilaba a primera vista o en la calidez que su sonrisa me inspiraba. Estaba enamorado de ella. Pero también estaba el infranqueable hecho de mi torpeza y lentitud para invitarla a salir, lo cual enseguida derrumbaba toda oportunidad con ella.

Ahora que estamos casados, ella se sorprende de la viveza de mi memoria y se ríe de mis descripciones, lo cual me alegra, porque pienso que no hay nada más hermoso en el mundo que su risa.

Como sea, volvamos.Pasaron varios días y el susodicho no parecía demostrar el mínimo interés en realizar el trabajo. Tomé iniciativa propia —como aún lo suelo hacer en el trabajo— y me acerqué a él y le dije que ese día iríamos a pasar encuestas.

Sus ojos negros me examinaron y se encogió de hombros, luego reunió todas las cosas que tenía sobre su pupitre y salió del salón; la clase aún no había terminado pero la profesora no pareció alterarse. Volví a mi puesto donde seguí quebrandome la cabeza con los problemas de ecuaciones.

Al finalizar la clase, ella y yo salimos juntos, me proponía invitarla a salir pero de pronto, como una sombra, apareció él y se colocó en medio de ambos. Ella se despidió de mí con un beso e ignoró, como si fuera invisible, a mi compañero de trabajo.

Esperamos en el redondel del colegio a que mi padre nos recogiera. Para variar llegó temprano y me saludó, al igual que la profesora y Anna, él tampoco notó la presencia de mi compañero. Mi padre nos dejó en la colonia donde vivía mi abuelo -en paz descanse- las casas apiñadas una contra la otra, los portones de metal, las bolsas de basura frente a ellos en espera del camión de la basura que jamás llegó.

Este relato habla sobre un extraño suceso que viví en mi adolescencia. Un suceso que me causó noches de pensamiento y duda. Que me llevó directo al sopor de sesiones con un psicólogo —pues mi madre pensaba que había enloquecido. Pueden tomarlo como una anécdota paranormal, una mala jugada de mi subconsciente o una broma muy bien elaborada por mis compañeros. El punto es que me asusté mucho. Además que ayudé a resolver un crimen. Seré breve y conciso, cosa que en un periodista del país es inusual. Así que sígueme el paso y no te pierdas. Era sorprendente su frialdad ante, bueno… todo. El profesor fue llamando uno por uno, me levanté, tomé mi examen, lo revisé con meticulosidad y encontré un error en la suma de puntos. Llegué hasta donde estaba el profesor, con los codos apoyados en el atril y le pedí, con cortesía, que arreglara la suma. Cuando este terminó, se disculpó y siguió llamando. Todos fueron por su examen, algunos con un rictus de dolor y desesperación al ver la nota que tuvieron, otros, dando saltitos de alegría mientras avanzan hacia su pupitre. Pero él no, repitieron su nombre tres veces, o al menos eso escuché yo, y no se

inmutó. El profesor le pidió que saliera, este obedeció. Él no caminaba, era más bien una forma de deambular, arrastraba los pies lentamente, sus brazos iban pegados a su cuerpo y su cabeza se movía de arriba abajo como si estuviera asintiendo. Su cara era redonda como la de una pelota, su pelo era marrón, grasiento y apestoso, su nariz, pequeña y brillosa, y sus labios tan delgados que si te cruzas con él por la calle pensarías que carece de ellos. El profesor y él entran después de unos minutos.

-—Niños, por favor, hombre, hay clases a la par, no sean

hipócritas. Guarden silencio y verifiquen que no haya

cometido un error —,exclama el vivaracho profesor. Un hombre alto, de cabellera larga y ojos claros. De voz carrasposa y ademanes

toscos.

Continuó con la clase, algo sobre un proceso de no sé qué

y una guerra en no sé dónde. Mi corazón casi se sale de mi pecho

cuando el profesor dice mi nombre.

—¿Ah? ¿Qué? —pregunté con mi mente, todavía sumida en sí reunir el valor para hablarle o no. No es que jamás le haya hablado, no soy tan cobarde. Ella tocaba junto a mí, hablamos siempre en todas las clases de forma embriagante.

Foto tomada de Internet

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Joaquin S. S. - Hombre Sentado18

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encuentroPablo F. Lizanne

Soy Pablo, dijo. Y se sentó junto él. «Soy Pablo», pensó el aludido, y lo miró. Su perfil, casi inexistente ante el reflejo del cielo le hacía pensar. ¿Pensar en qué? No lo podía asegurar, pero pronto se sintió disconforme. Bajó la cabeza, vio el camino de piedra por donde había llegado y por un momento sintió melancolía. Sintió, nada más, sintió. Se dijo: ¿qué difícil es sentir? ¿sentir que se siente? Y tocó el lomo de acero de la banca. Volvió a verlo. Seguía observando el horizonte. Se

acomodó en las tablas de madera. Quiso comprender qué miraba. ¿El sol, las copas de los árboles, las aves, las nubes, el cielo, nada? Tú, le dijo, ¿qué quieres? Pero su voz no salió. O se perdió en la soledad, o simplemente nunca dijo nada. Pero vio que se levantaba. Su cuerpo lo ocultaba del sol, y él, parecía una sombra, una sombra que se desliza por memorias o se pierde en la oscuridad. «Soy Pablo» escuchó que le dijo. Y Pablo lo miró. Yo soy Pablo pensó, y se vio a sí mismo en su rostro. «Somos Pablo», dijeron y luego se fue. Poco después, vio como se alejaba y se perdía entre el atardecer. Pablo esperó, esperó hasta que el parque quedó solo. Y se fue por el mismo camino de piedra por donde llegó.Al siguiente día nadie regresó.

Foto por: Sara Hernández

«Yo fui la hermosa May Houlding. Estoy muerta».—James Joyce.[ [

ilustración por: Garod

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ilustración por: garod20

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Murciélago bailarínGrethel Cerna

ilustrado por: diana alvarenga

El delicado movimiento de sus piernas daba la impresión de que volaba. La sencillez y fuerza de sus manos denota-ban la firmeza de su carácter, firmeza que bañaba cada decisión de su no tan larga vida. El piso reflejaba su frágil belleza, su esencia resplandecía en su rostro, ojos oscuros como chocolates devorados por niños rusos, sus delgados labios que provocaban erotismo a las bellas doncellas con perversos sueños que navegan en la pérdida inmensidad de sus conciencias, su cuerpo lleno de agilidad desde que vio la luz en la puerta del vientre de su madre. Fue una calurosa noche de julio, tres déca-das atrás, cuando su bella danza comenzó. Sus pequeñas piernas se agitaban dentro del lecho de vida que hospedó durante algunos meses mientras su joven madre yacía en una áspera cama, cubierta de llan-tos, desvelos y placeres. Vino a este mundo como forastero, procedente de pálidos océanos, náufrago de una diminu-ta isla, oscura como las cuevas en las que descansan criaturas ciegas y misteriosas, viajeras del mundo nocturno, que huyen y se esconden de la luz. Nació robándole el aliento a su madre, débil mujer que pagó los errores de su vida con miserias y penas eternas.

Bailaba bajo un manto de melodías enamoradas de las finuras de los versos nacidos de tristezas y desamores, deleitaba las leves brisas que habitaban en el antiguo salón en el que practicaba lo que para él se había convertido en un ritual. Ignoraba los hechos ajenos a su vida y se regocijaba con el arte que engendraba en cada pieza de baile. Era silencioso y llevaba estampado en su sombra el reconocimiento de una vida inmaculada. Así era su vida acom-pañada de prodigio, asentada en un buen camino. La simpleza de la cotidianidad se había convertido en su forma de vivir.

Tocaron a su puerta un día una señora con largos y grises cabellos recogi-dos con un elegante broche, se velaban cav-idades en sus sonrosadas mejillas y su mirada era cansada. Vestía un finísimo vestido con bellos detalles incrustados en su pecho y unas hermosas joyas adornaban sus delgadas manos y cuello. La acom-pañaba una niña, que empezaba su juven-tud desde hacía muy poco, con la virtud del equilibrio en su anatomía, dotada de dulzura e inteligencia, cautivadora por naturaleza. La joven gustaba del más deli-cado arte, íntima con la fantasía y la perfec-ción, se perdía en historias arrulladoras, cómplice de los más notables artistas. Se admiraba el lujo en sus ropas y joyas deslumbrantes pero dicho detalle no la creaba altiva y lejana, en cambio, pregona-ba una admirable sonrisa sin la menor difi-cultad de guardar apariencias. Era pura, única y exquisitamente bella.

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Solicitaban clases de bailes para dicha jovencita que llegaban como un ine-sperado milagro para nuestro especial bailarín. Requería de la enseñanza para sobrellevar sus leves pero necesarios gastos pero además agradaba de com-pañía en sus tardes solitarias y eternas que ganaban día con día desde hacía ya muchos años. Comenzaron, pues, al día siguiente a practicar juntos sencillas piezas de bailes las cuales eran muy espontáneas y naturales para la doncella. Parecía pasearse con facilidad y elegancia notoria por el viejo salón cuando empez-aban sus clases, las cuales se habían con-vertido en una afición en muy pocos días. Lo mismo ocurría para el joven maestro, anhelaba con ansias las tardes de todos los días para bailar con su más querida pareja de baile, la única con la que había entrega-do lo más íntimo y profundo de su arte. Se hablaban cuando se tomaban de las manos, se susurraban un silencio genuino el sentimiento que se iba apoderando de ellos, soñaban junto con las delicadas melodías con las que practicaban y huían hacia aventuras que nadie más compren-derían.

Por las noches el bailarín vagaba en dichosos pensamientos, recreando deseosos encuentros con su prohibida amada. El poco tiempo compartido con ella en las clases había cambiado su forma de ver la vida, de sentir y percibir la natu-raleza, escribía extensas cartas que luego guardaba en los lugares más seguros de su casa, creaba versos llenos de caprichos, sacrificios y tentaciones, versos que le pertenecían a su bella amada. No era capaz de distraer su mente de la inspir-ación del amor, estrechaba la voluptuosi-dad del sentimiento que se enredaba en la armonía de los latidos de su corazón, no

era un amor ordinario, no estaba concedi-do a la perfección por no ser aceptado por el mundo exterior. Él le doblaba la edad, ella apenas empezaba a florecer, lo cual hacía que la existencia del joven se tornara difícil, con frecuencia se asumía en una verdadera desesperación, se notaba preocupado, distraído y triste cuando se encontraba perdido en la soledad.

La bella joven sufría también de las penas consecuencia de haber puesto su cariño en un hombre lejano para ella, no lograba conciliar el sueño por las noches, las lágrimas se agolpaban en sus ojos cada vez que pensaba en su desdicha, pero más daño le producía el tener que fingir indif-erencia no solo ante sus ojos sino ante los de los demás. Trataba de superar al cora-zón y de presentarse a las clases con total serenidad ante el huracán que arrasaba con todo dentro de su pecho.

Se presentó una mañana la elegante señora ante el profesor, lucía un divino vestido azul marino y sus ojos lucían igual de cansados que la vez anterior. Venía para solventar los servicios otorgados por el joven al enseñarle a su hija a practicar unas piezas de baile que se requerían para engala-nar la fiesta del día más importante de su vida.

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Su destinado prometido había regresado de su largo viaje y ahora practi-carían juntos dirigidos por la habilidad de su hija, la habilidad que había desarrolla-do en estos escasos meses. Se encontraba establecido el porvenir amoroso de la joven aunque la infelicidad le arrebatara los sueños escondidos.

El bailarín sintió que su corazón acudía rápidamente al llanto y se apresuró a inventar la excusa de que requería de muy poco tiempo por lo cual la señora abrevió más la situación y canceló la canti-dad con la que habían acordado meses atrás, después de esto se marchó con la más balanceada costumbre de la amabili-dad.

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Encontrándose en la soledad, el joven sufrió un gran desgarramiento en su corazón. Solo el pensar que no la volvería a ver ascendía cada vez más el dolor, se volvería loco, no podía amarla con toda la libertad con la que anhelaba amarla e ignoraba una posible manera de arrojarla de su pensamiento.

Llegó entonces la noche, intentó dormir y pensó que no lo lograría pero al pasar de los minutos se sumió en un estado de inconsciencia, se llenó de reposo y calma en la oscuridad de su habitación y empezó a soñar. Soñaba que bailaba una desconocida pero armoniosa melodía, sintió el roce de sus delicadas manos, inconfundibles. Y empezaron a bailar.

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