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Revista Los ’70 Revista Los ’70, Nº 12 Buenos Aires, 2000 Este material se utiliza con fines exclusivamente didácticos

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Revista

Los ’70

Revista Los ’70, Nº 12

Buenos Aires, 2000

Este material se utiliza con fines exclusivamente didácticos

CÓRDOBA SE MUEVE POR OTRO 29 “Confundida entre la múltiple masa de valores morales que es Córdoba por definición, anida una venenosa serpiente cuya cabeza quizás Dios me depare el honor histórico de cortar de un solo tajo”. (Discurso del gobernador de la provincia de Córdoba, José Camilo Uriburu, en la Fiesta Nacional del Trigo de Leones, el 8 de marzo de l971, 7 días antes del Viborazo).

La discusión de paritarias y convenios colectivos de trabajo es una práctica hoy desconocida o, en todo caso, carece de incidencia en el terreno político. Pero a fines del 69 el vencimiento del convenio colectivo del Smata generó tensiones que desembocaron en la toma de la planta Ika-Renault en Santa Isabel y de muchas de sus subsidiarias (Perdriel e Ilasa, principalmente) y que conmovieron a toda la sociedad cordobesa.

Gobierno, empresa y conducción gremial se vieron desbordados por la fuerza y la claridad con la que los trabajadores, encabezados en su mayoría por delegados que representaban a la nueva izquierda surgida de las luchas de la década del 60, planteaban sus objetivos de lucha.

Pero esta situación tardaría en materializarse. Las vacaciones y la habilidad negociadora del gobernador Roberto Huerta (julio 1969-abril 1970) y de los dirigentes del Smata, se conjugaron para dilatar el conflicto que estalló recién a mediados de los 70. Por entonces, las asambleas que se realizaban para discutir el convenio colectivo de trabajo de los mecánicos eran cada vez más calientes y desembocaron en las ocupaciones de las fábricas como método de lucha sistemático para conseguir reivindicaciones, ya fueran salariales, de condiciones de trabajo o de democracia sindical.

Un ejemplo de ello fue la toma de Perdriel -matricera subsidiaria de IKA Renault ubicada en la avenida que lleva al aeropuerto- el 12 de mayo. El motivo fue una maniobra urdida entre la dirección gremial y la empresa, que intentó trasladar a cuatro operarios para evitar que fueran electos como delegados. Duró dos días, hubo 30 rehenes y la fábrica fue rodeada con barriles de combustible que la convirtieron en un polvorín inexpugnable. O fatal.

El apoyo de las vecinas obreras de Ilasa -fábrica de cables para el sistema eléctrico de los automóviles, cuya manufactura exigía paciencia y delicadeza femenina- la hizo aún más efectiva y contribuyó al final victorioso: la elección de delegados se efectuó y ganaron los cuatro obreros que se pretendía trasladar.

Pero el pico más alto de esta metodología lo dio la toma simultánea de seis fábricas de la industria automotor: IKA Renault, Perdriel, nasa, Grandes Motores Diesel, Transax y Thompson Ramco. Tres banderas de lucha: la plena vigencia del sábado inglés, la mejora de las condiciones generales de trabajo y un aumento de sueldos de emergencia.

La huida hacia adelante del torrismo no terminó bien. Las tomas y la huelga se levantaron en medio de un “oscuro empate” que dejó tan mal parado ante las bases a Elpidio Torres como a su principal oposición de entonces: la lista Azul, de orientación social cristiana, a uno de cuyos dirigentes, Ricardo Ledesma, le correspondió el triste papel de instar a levantar la huelga. Cuando lo propuso estaba de mameluco, pero cuando debió hablar otra vez vestía ropa de calle. El ya se había decidido.

Adiós Onganía, adiós

En abril, envuelto en un escándalo de faldas y alcohol, el comodoro Huerta tuvo que renunciar a la

gobernación. Después habló de “intrigas”, pero fue uno de los últimos actos de puritanismo del onganiato, que con su destitución destruyó un intento de encauzar las tensiones sociales cordobesas por vía de la negociación. “Llegamos a Córdoba cuando todavía se sentía el olor a humo en sus calles y nos vamos con el saludo cordial y las manifestaciones espontáneas de reconocimiento”, se jactaba Huerta, y en parte era verdad.

Había designado como intendente al joven arquitecto Hugo Taboada, quien le cambió la cara a la ciudad eliminando las plazas Vélez Sársfield y General Paz y convirtió en peatonales a las angostas calles del casco chico del centro.

Su jefe de policía fue Héctor Romanutti, un teniente coronel que después sería intendente de la ciudad durante la última dictadura (1976-83) pero que, por entonces, tal vez siguiendo instrucciones el gobernador, prefería la negociación a la represión.

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Después de Huerta, Córdoba volvió a ser inmanejable para la dictadura: el arzobispo Raúl Francisco Primatesta intentaba mediar en los conflictos, el Centro Comercial definía a Córdoba como “ínsula del caos y del desorden” y la CGT llamaba a un paro general por tiempo indeterminado.

El secuestro y posterior ejecución de Pedro Eugenio Aramburu le asestó el golpe de gracia y la obra iniciada con el Cordobazo se completó. Cayó Ongania, depuesto por la Junta Militar, que ya lideraba Alejandro Agustín Lanusse, y asumió la presidencia el general Roberto Marcelo Levingston.

La dictadura intentó reacomodarse y recibió a Torres, mientras las fábricas estaban tomadas, algo que no hubiera ocurrido si hubiese estado Onganía, quien nunca concedió audiencias bajo la presión de una medida de fuerza. Pero una vez más, llegaron tarde y trataron con el hombre equivocado. El proceso de tomas de fábrica de mediados del 70 fue el principio del fin del torrismo. Otros actores se perfilaban en el futuro del poderoso gremio mecánico: crecía una agrupación sindical, la Primero de Mayo, un partido, el Comunista Revolucionario (PCR), y un nombre: René Salamanca, quien encabezará la pluralista Lista Marrón que sucederá a Torres en la conducción del Smata. El clasismo renace en Fiat

En medio del “caos y el desorden” y el “clima de agitación subversiva” que describían los medios de

comunicación cuando se referían a los conflictos gremiales y estudiantiles cordobeses, Fiat —cuyas plantas se ubicaban en Ferreyra, sobre la ruta 9 que parte hacia Rosario y Buenos Aires— era una isla de tranquilidad.

Pero, simultáneamente con la caída de Huerta y la agudización del conflicto del Smata, las conducciones de los sindicatos de empresa Sitrac (Sindicato de Trabajadores de Concord) y Sitram (Sindicato de Trabajadores de Materfer) sufrían un severo cuestionamiento de las bases.

La condición de burócratas abiertamente aliados con la empresa que tenían los gremialistas de Fiat, tipifica de una manera distinta a la lucha de sus obreros.

Precisamente, algo similar había ocurrido en el conflicto de El Chocón-Cerros Colorados, entonces en construcción, en el que pudo verse por primera vez a un dirigente colaboracionista, Rogelio Coria, al lado de la policía y la patronal intimando a los trabajadores a rendirse.

El conflicto del sur argentino era paradigmático también por otros factores: se realizaba en una de las grandes obras propagandísticas de la dictadura, y allí comenzaba a escucharse la palabra clasismo para identificar a una corriente sindical sintetizada en tres consignas: antiburocrática, antipatronal y antimperialista.

Más allá de los matices, el clasismo terminó identificando a la vanguardia obrera que, con el fuerte respaldo de las bases, expulsó de una manera fulminante a los antiguos dirigentes sindicales de Fiat y copó la escena gremial cordobesa, fugaz pero intensamente.

Con otro paisaje urbano, otros actores y una izquierda políticamente más radicalizada y organizativamente más sólida, el 15 de marzo de 1971 se materializó la consigna que trabajadores y estudiantes venían coreando en cada concentración posterior al Cordobazo: “Córdoba se mueve, por otro 29”.

Si aquella pueblada hirió de muerte al onganiato (aunque Onganía sobreviviera en el poder casi un año más), ésta otra, hija de los acontecimientos que conmovieron al país en los 20 meses que transcurrieron entre una y otra, terminó con los ambiciosos propósitos de la Revolución Argentina, nacida del golpe militar que derrocó a Arturo Illía en 1966.

Aquel poder, ejercido burdamente, se había desgastado tanto en cuatro años que las terribles amenazas proferidas por el flamante gobernador de la provincia de Córdoba arrancaron más carcajadas que temores y vigorizaron el ingenio cordobés, que el 15 de marzo portó carteles que representaban víboras y hasta víboras vivas para burlarse del funcionario y ponerle nombre a su propia gesta.

Pero no todo había sido chiste. La necesidad de devolver el poder a los civiles, con más o menos condiciones, fue puesta ante los ojos de los militares por cientos de tornas de fábrica, asaltos a bancos y secuestros que mostraban el creciente desarrollo organizativo, político y militar de nuevas fuerzas políticas que, con matices, proponían el socialismo como salida.

La acción más impactante fue el secuestro y posterior ejecución del general Pedro Eugenio Aramburu, quien junto con el almirante Isaac Rojas había formado el ala dura de la Revolución Libertadora de 1955 (concretamente, ellos fueron los que ordenaron el fusilamiento de militantes peronistas en José León Suárez).

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Ocurrió en el día del Ejército y en el primer aniversario del Cordobazo, y la acción fue reivindicada por una organización que se presentaba así en un periodo histórico que la tendría como protagonista: Montoneros.

La toma de La Calera, localidad situada a 20 kilómetros de la capital cordobesa, también por un comando montonero el 1 de julio de 1970, hizo cimbrar a la sociedad, pero otros hechos tal vez menos estridentes indicaban el camino elegido por los trabajadores para defender sus derechos: las tomas de fábrica, con rehenes incluidos, que inició Perdriel el 12 de mayo.

Que esa toma se haya originado en el traslado de cuatro operarios a otra planta, cuando eran candidatos a ser elegidos delegados, demuestra varias cosas. En primer lugar, cierta complicidad entre la dirección tradicional del gremio y la empresa. En segundo lugar, la existencia de un cuestionamiento profundo a las prácticas burocráticas de la dirigencia sindical tradicional que, simultáneamente, también se estaba dando en otro sector de la ciudad, Ferreyra, donde tenían asiento las plantas de la automotriz italiana Fiat.

Carlos Masera, Rafael Clavero, Gregorio Flores, José Páez, Domingo Bizzi, Florencio Díaz, no fueron líderes carismáticos de la talla de Agustín Tosco. Pero si Tosco y Elpidio Torres fueron las caras con las que se asocia al Cordobazo, las siglas Sitrac y Sitram identifican al Viborazo, contribución cordobesa al último empujón que el pueblo le dio a la dictadura hacia los brazos del tiempo político.

Angel Stival

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CRONOLOGÍA 16 de febrero de 1971: A raíz de las protestas contra el Curso de Ingreso en la Facultad de Medicina, se ocupa el rectorado de la Universidad de Córdoba. 18 de febrero: El Consejo Superior anula los exámenes selectivos. La resolución es adoptada por el Consejo, que sesiona bajo la presidencia del rector Olsen Ghirardi. 24 de febrero: Renuncia el Gobernador Bas. 2 de marzo: Asume la gobernación Uriburu y Santos Manfredi la intendencia de la capital. 6 de marzo: Se reúne la Comisión de Lucha de la CGT local para decidir una medida de fuerza. Renuncia Elpidio Torres a la conducción del Smata (obreros mecánicos). 14 de marzo: La CGT dispone un paro activo de 14 horas para el día siguiente y a partir de las 10 de la mañana.

EL VIBORAZO

15 de marzo: Antes de que comience el acto previsto por la CGT en la ex Plaza Vélez Sársfield, se

conocen los primeros incidentes ocurridos en Villa Revol, cuando el personal de Luz y Fuerza ocupa la zona y construye barricadas. Sobre el pavimento se arrojan grandes cantidades de aceite, lo que entorpece el tránsito. Después de las 11:30 la policía continúa alerta frente al Departamento Central. Matan a Adolfo Cepeda, quien, según el Ministro del Interior, es abatido por un francotirador anónimo.

A las 10, los trabajadores comienzan a abandonar las fábricas. En las puertas de las grandes plantas de Ferreyra y Santa Isabel se realizan multitudinarias asambleas donde se exhorta a marchar hacia el centro.

En la Plaza Vélez Sársfield convergen nutridas columnas de trabajadores, quienes se agrupan en lugares preestablecidos. Decenas de motociclistas parten desde el Sindicato de Empleados Públicos, y en Colón y General Paz se añaden contingentes obreros de Luz y Fuerza y de Correos y Telecomunicaciones. La manifestación, integrada por unas 3.000 personas, marcha a la Plaza entonando “Córdoba se mueve por otro 29”. También ingresan a la zona multitudinarias columnas del Smata y de Sitrac-Sitram.

GOBERNADORES DE CÓRDOBA

(1966-1971) 28 de junio de 1966: Martínez Zuviría 27 de julio de 1966: Carlos Ferrer Deheza 8 de septiembre de 1967: Carlos Caballero 17 de junio de 1969: Jorge Carcagno 5 de mayo de 1969: Roberto Huerta 9 de abril de 1970: J.C. Reyes 13 de junio de 1970: Bernardo Bas 2 de marzo de 1971: José Camilo Uriburu

Se calcula que a las 11:30 hay 12.000 personas en la Plaza, con numerosos carteles de Smata, Fiat

Concord, Empleados Públicos, Trabajadores de Aguas Gaseosas, Fiat Materfer, UOM, PRT, Partido Justicialista y ERP, ésta última cruzada con una franja blanca y celeste y una estrella de 5 puntas.

Decenas de estudiantes y obreros, con el puño cerrado en alto, vocean la consigna “Ni golpe ni elección, revolución”. La carencia de altavoces impide escuchar con claridad a los oradores.

Carlos Masera (Sitrac), quien abre el acto, denuncia “la política antiobrera del gobierno”, llama a “la unidad de las bases en la acción” y afirma que “hay que convertir la jornada de lucha convocada por la CGT en un paro revolucionario”. Le sigue el peronista de base Florencio Díaz (Sitram), quien expresa que “se debe construir el socialismo mediante la lucha activa de los trabajadores”. Critica la ausencia de dirigentes de la CGT y llama a algún delegado de la central obrera para que explique su posición. Luego toma la palabra Mario Bagué, del Smata, para aclarar la ausencia de los directivos cegetistas.

Terminado el acto, algunos grupos comienzan a encolumnarse por Boulevard San Juan hacia Barrio Güemes, donde se producen incidentes.

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LOS ENFRENTAMIENTOS Los primeros encontronazos se registran temprano en el barrio Villa Revol Anexo, donde grupos de

manifestantes de Luz y Fuerza erigen barricadas. Luego se extienden a Avenida del Rosario y a Barrio Colón. A las 11:30, mientras se desarrolla el acto en la Plaza Vélez Sársfield, otros manifestantes se acercan al Hospital Rawson para levantar barricadas sobre la Ruta Nacional N° 9. Hasta ese momento la policía no interviene.

A las 12:45 se inicia el segundo foco en Barrio Güemes. Ocurre luego de que los asistentes al acto se desconcentran y una gruesa columna se instala en Boulevard San Juan, donde había caído muerto el obrero Máximo Mena durante el Cordobazo. Un grupo corta el tránsito, hace descender a los pasajeros de un ómnibus de línea urbana e incendia el vehículo.

A las 13:30, los primeros grupos de combate de la Guardia de Infantería llegan al centro de la ciudad.

Una de las tácticas para escapar de la policía consiste en unir con alambres los postes de los semáforos de la plaza Vélez Sársfield. Al pasar velozmente, los patrulleros policiales arrancan de cuajo los semáforos.

A las 14 los incidentes se generalizan en todo el centro y hay barricadas en los barrios Güemes, Clínicas y Ferreyra. En el Camino Santa Ana un grupo ataca una estación de servicio, mientras dos oficiales de la Seccional 12 son despojados de sus armas en el Camino San Carlos.

A las 14:26 ingresa el primer herido a la Clínica San Roque. La policía declara que lo atacó un francotirador.

A las 17 incendian dos sucursales del Banco del Interior, una ubicada sobre la Ruta 20 y otra en la avenida Fuerzas Armadas al 2.600.

A las 19 un grupo apedrea el Hipódromo local e incendia el Country Club. Titulares del día siguiente: “Córdoba en otra grave jornada” y “Un muerto y grandes daños”. Los diarios remarcan que “los daños fueron mayores que en Mayo del 69” y señalan que en el

Cordobazo actuaron 200 policías y en el Viborazo 2.500. Hay 258 detenidos. Fuente: diario La Voz del Interior. Córdoba

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CARLOS MASERA, DIRIGENTE DE SITRAC-SITRAM ASÍ SE GESTO EL VIBORAZO

Carlos Masera fue secretario general del Sindicato de Trabajadores de Fiat Concord (Sitrac) y protagonista principalísimo del Viborazo.

-¿Qué rol asumió Sitrac-Sitram durante la segunda insurrección cordobesa? -Nosotros nos habíamos negado a formar parte de la CGT porque allí estaban los fascistas que

encabezaban Julio Antún y el propietario de taxis Mauricio Labat, que eran del grupo de gremialistas ortodoxos aliado con los legalistas de Atilio López.. No obstante, Agustín Tosco, que venía de liderar el Cordobazo, tenía un peso muy fuerte en el movimiento obrero. Cuando decidieron lanzar un plan de lucha nos invitaron a participar del Comité de Lucha. Nos sentamos con ellos y les dijimos claramente que no había ningún problema, que estábamos dispuestos a la mayor unidad en la acción.

En el Comité de Lucha tenían mayoría los que apoyaban las tomas de fábricas. Sabíamos que los ortodoxos trabajaban con los del III Cuerpo de Ejército y que buscaban alguna manera de cancelar las personerías de Sitrac y Sitram, y ahí se les presentaba una buena oportunidad. Hacían una especie de represión selectiva y cancelaban las personerías. A pesar de que había mayoría desacatamos la orden y ocupamos Ferreyra. Eso produjo el Ferreyrazo, la muerte de Adolfo Cepeda y lo que vino a posteriori. El Ferreyrazo había catapultado la imagen de SITRAC, por eso cuando vino el acto del Viborazo, Tosco, que era un gran estratega, en lugar de ir al centro decidió quedarse en Villa Revol. Nosotros decíamos que eso de tomar los barrios ya lo habíamos hecho en el Ferreyrazo. Queríamos seguir la lucha pero en las calles del centro.

-¿Cuál fue el acuerdo inicial? -Concentrarnos en el centro y hacer un acto en la Plaza Vélez Sársfield. Nosotros no nos podemos

quejar de que no se haya cumplido el acuerdo, porque no lo cumplimos en el Ferreyrazo. Cada cual hace lo que más le conviene.

-¿Qué pasó en el acto del Viborazo? -Fue bastante desordenado, en cuanto nos dimos cuenta de que no teníamos parlantes se generaron

algunas discusiones. Allí se decidió tornar barrio Güemes, y si bien en el acto no se determinó que se tornara con violencia, así sucedió.

-¿Concurrieron muchos trabajadores? -De la gente de FIAT, que en total éramos unos 3.000, al acto habrán ido unos 1.000, el resto eran

activistas, estudiantes, obreros de otros gremios que comulgaban con las ideas de Sitrac, El acto fue multitudinario. Recuerdo que no había muchos dirigentes de otros sindicatos. Por eso el liderazgo del Viborazo quedó compartido entre Tosco y Sitrac-Sitram.

-Pero Sitrac-Sitram tuvo un papel determinante. -Sí, ya que de no haberse realizado el acto en el centro, el Viborazo se hubiera reducido a la torna de

un barrio y de algunas fábricas. Por eso fue determinante, la efervescencia misma del acto generó el Viborazo, y después terminó tomándose toda la ciudad.

-¿Cuál fue tu participación ese día? -Yo no era un líder carismático que arrastraba masas. La gente conocía a Sitrac-Sitram y no

identificaba a Díaz o Masera, se nos reconocía como militantes y no se distinguía qué cargo ocupaba cada uno. Es la militancia lo que hace a un líder, no su cara. Yo hice el recorrido habitual en los actos de lucha, tratar de llevar al centro la mayor cantidad de compañeros.

-¿Hubo represión? -Siempre había represión selectiva, pero ese día no la hubo, se habían replegado. La represión vino

después, cuando todo se les fue de las manos y tuvieron que salir a recuperar la ciudad. -¿Cuál fue la diferencia entre el Cordobazo y el Viborazo? -Creo que en el Cordobazo había más reivindicaciones obreras que objetivos políticos. Me refiero a

que se incluían demandas políticas y económicas profundas. En el Cordobazo eran más inmediatas: el sábado ingles y las quitas zonales. Por eso las luchas de Ika-Renault, Luz y Fuerza, fueron de un gran contenido obrero. En cambio, en el Viborazo hubo de todo y los obreros que salieron eran más esclarecidos, más combativos. Claro que eso tampoco quiere decir que los 3.000 trabajadores de Fiat luchaban en el centro.

-¿Pero había alguna reivindicación concreta?

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-Sí, por supuesto. La compleja situación de los años 70 trajo como arrastre la proscripción del peronismo, la demanda de que Perón volviera al país para encabezar el movimiento, la larga lucha de la resistencia peronista, la claridad acerca de cómo funcionaba la burocracia sindical, todo lo cual generó un avance en la conciencia popular. Yo creo que Lanusse veía que la cosa se le iba de las manos y que esa transformación conducía inexorablemente a que los trabajadores comprendieran que el socialismo era la salida. Pero este análisis se hace más claro con la distancia que da el tiempo, en ese momento era difícil percibirlo con claridad.

María Eugenia Etkin

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UNA CONSIGNA QUE HIZO HISTORIA LUCHE Y VUELVE

El levantamiento popular acontecido en Córdoba el 15 de marzo de 1971, forzó el rumbo del

proceso dictatorial hacia la convocatoria electoral y, al mismo tiempo, configuró el cierre de la tendencia social que se había caracterizado por las huebras políticas (le carácter insurreccional.

El proceso electoral comenzaba a tomar formas definitivas y fueron alternándose pasajes de alta

tensión con tramos donde nada parecía suceder, pero con capacidad suficiente como para diluir las formas de lucha que caracterizaron el período comprendido entre 1969 y 1971.

Las puebladas continuaron (Mendoza, San Juan, Malargüe, General Roca) y en el curso de 1971/72 se constituyeron en una forma natural y hasta cotidiana de protesta, aunque fueron movilizaciones que respondían a conflictos parciales, sin la enorme gravitación social ni el impacto en el poder que caracterizaron a los levantamientos populares de Córdoba, Rosario y Tucumán.

En cuanto a la evolución de la insurgencia, siguió un curso parecido. Las actividades guerrilleras se extendieron a lo largo de 1972 hasta alcanzar centros urbanos pequeños, ya que cualquier conflicto gremial o estudiantil estaba acompañado y apoyado por acciones armadas.

Se multiplicaron entonces los grupos que adoptaban ese camino corno modo de insertarse en las luchas populares, como lo señala Roberto Baschetti en su libro Documentos (1970-1973) de la guerrilla peronista al gobierno popular, pág.375.

Los destacamentos armados del peronismo revolucionario ya no buscaban confrontar en general con el sistema sino alinearse en el apoyo a una salida política. En este sentido, la operación militar más espectacular fue el copamiento de la Escuela Mecánica de la Armada, dirigido por Julio Urien, y que se concretó con el propósito de apoyar “el regreso de Perón a la patria”. La salida electoral

El contrapunto entre Balbín y Perón, los tironeos con Lanusse, el protagonismo social que adquiría la

CGT con la figura su secretario general, José Ignacio Rucci, la gravitación de la Confederación General Económica (CGE) que encabezaban José Ber Gelbard y Julio Bronner, los productores agrarios pequeños y medianos y los cooperativistas que se agrupaban en la Federación Agraria Argentina, le dieron cuerpo en conjunto a la salida política electoral y concentraron progresivamente la atención popular.

La dictadura se vio forzada a conceder la convocatoria a paritarias sin tope de salarios, y el “compre nacional” favorecía al empresariado no integrado al capital multinacional como proveedor del Estado Nacional y de sus empresas. Este acontecimiento no era un hecho menor, ya que, como lo señaló entonces Aldo Ferrer, ministro de Economía en el primer tramo del gobierno de Alejandro Lanusse, el gasto y la inversión pública jugaron un papel gravitante en la dinámica económica nacional y le asignaron un nuevo papel a estos sectores.

La política de concesiones y de apertura forzada, que era concomitante con la perspectiva de una convocatoria electoral, además de tener importantes consecuencias en la economía tuvo efectos significativos en las universidades, —especialmente en la Universidad Nacional de Córdoba, donde tuvo su mayor expresión— favoreció el desarrollo de un proceso de cuestionamiento a los profesores autoritarios y oscurantistas, y posibilitó el ascenso académico de docentes e intelectuales comprometidos con la lucha popular. Ya en el período 1971/72 la dictadura había retrocedido en su propósito de limitar el ingreso a las universidades, y ahora se inclinaba a descomprimir el movimiento estudiantil mediante la creación de nuevas casas de estudio, con la clara intención de fragmentar los nutridos contingentes juveniles que colmaban los centros estudiantiles y que tanta gravitación tuvieron en la gestación de una nueva conciencia en el movimiento obrero.

Sombras en el camino

En este proceso de apertura, la cúpula militar obtenía la colaboración, a veces silenciosa y otras

veces explícita, de las cúpulas sindicales y políticas para reprimir violentamente a los referentes más destacados del movimiento popular (ver Los '70, N° 11, “A todo o nada”).

Durante 1971 y el primer semestre de 1972, la dictadura descabezó a los gremios clasistas de Córdoba (SITRAC-SITRAM, de Fiat) y encarceló al fundador de la CGT de los Argentinos, Raimundo

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Ongaro, y al más importante y lúcido sindicalista cordobés, Agustín Tosco. También habitaban las prisiones numerosos dirigentes de las organizaciones revolucionarias, como Roberto Santucho, Domingo Mena, Pedro Bonet y Emilio Delfino (PRT-ERP); Marcos Osatinsky y Mariano Pujadas (FAR), Fernando Vaca Narvaja y Roberto Quieto (Montoneros) entre muchos otros militantes de la izquierda y el peronismo.

Estos golpes de la dictadura sobre el movimiento popular, perpetrados con la complicidad de la dirigencia sindical y las cúpulas políticas tradicionales, dejaban la sensación de que el proceso político era un mero maquillaje para continuar con la represión a la militancia gremial y política.

Además, era evidente que la sociedad ya no respondía de la misma forma a los estímulos. La torna por asalto del complejo fabril de Fiat radicado en Ferreyra, Córdoba, realizada por el Tercer Cuerpo de Ejército al mando del general Alcides López Aufranc, y la intervención de los sindicatos combativos, determinaron la convocatoria a una huelga que terminó en el fracaso.

Las órdenes de captura que pesaban sobre innumerables militantes gremiales, los fusilamientos de Trelew y las detenciones y procesamientos que violaban flagrantemente las garantías constitucionales, alimentaban la convicción de que la salida electoral era una farsa del militarismo que contaba con el apoyo de las cúpulas de los partidos políticos tradicionales.

Por otra parte, la conducción del peronismo que su líder ejercía no siempre se transmitía por medio de sus famosas cartas a los presos políticos o a la Juventud Peronista. En febrero de 1972, a instancias del Movimiento de Integración y Desarrollo (MID) de Arturo Frondizi y Rogelio Frigerio, el general exiliado creó el Frente Cívico de Liberación Nacional (FRECILINA) con un claro propósito electoral, pero insertó la propuesta en el marco de una subordinación sutil al capital imperialista. Nuevos rumbos

En abril de 1972, la Lista Marrón, que encabezaba el obrero de Ika-Renault, René Salamanca, triunfó

en las elecciones del SMATA Córdoba. Era la primera vez que una tendencia clasista y combativa se imponía a través de un proceso electoral sin que mediara la acción directa de los trabajadores expresada mediante huelgas o tomas de fábrica.

Al poco tiempo, en el sindicato de Motores Diesel Livianos, que agrupaba a los operarios y empleados de la fábrica Perkins, de Córdoba, triunfó una lista combativa dirigida por Enrique Villa, José “El Gallego” Apoures, Miguel Agüera, entre otros; en docentes, Eduardo Requena, Soledad García, “El Nano” Montes; en el caucho, Rafael Flores; en SMATA, Adrián Machado, entre otros delegados que después formarán la Mesa de Gremios en Lucha.

La convocatoria a discutir las paritarias sin topes dio lugar a asambleas por fábrica y por gremio para elegir los delegados paritarios, lo que provocó una extensión de la movilización y el surgimiento de un nuevo activismo obrero, ya no circunscripto al inferior del país, ya que se proyectó también a los centros fabriles del Gran Buenos Aires y el cordón industrial de Rosario, principales centros de asentamiento del llamado fordismo periférico, como lo señala César Altamira (ver Los '70, N° 11, “Dinámica de masas y crisis de hegemonía”).

En diciembre de 1972, la dictadura de Lanusse se vio obligada a liberar a Tosco y Ongaro. La lucha estudiantil pasó de las grandes movilizaciones por el ingreso irrestricto al cuestionamiento académico y pedagógico, e institucionalizó con propuestas alternativas su relación con el movimiento popular y especialmente con la clase obrera.

Lucha política y lucha ideológica

Medio siglo antes de que Lanusse entreabriera la puerta de una salida política, Lenin había advertido

en su célebre carta a los izquierdistas ingleses sobre las dificultades de la intelectualidad para entender procesos que a los trabajadores y al pueblo les resultan simples y sencillos.

La movilización por las paritarias, el primer regreso de Perón y su encuentro con el radical Ricardo Balbín, las formas que adquiría la propia lucha estudiantil, daban cuenta de la nueva tendencia que se gestaba en el movimiento social.

Las confrontaciones generales y abiertas que habían caracterizado las huelgas insurreccionales precedentes, daban paso ahora a la movilización por objetivos concretos e inmediatos.

Si en las barricadas del Cordobazo la imagen de Perón había aparecido distante, empequeñecida por frases suyas que sugerían algún tipo de complicidad con la dictadura militar (“desensillar hasta que aclare”), ya a mediados de 1972 la situación era diferente. Perón había sabido tomar distancia y generar expectativas

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en un segmento importante de la militancia. Con astucia y audacia, su figura polarizaba la confrontación contra la dictadura.

Cada día que transcurría se ensanchaba más la brecha entre el radicalismo conducido por Balbín, estrechamente vinculado con el autoritarismo militar a través del ministro Arturo Mor Roig (Ver Los '70, N° 10, reportaje a Luis Changui Cáceres), y la posición de Perón, que mantenía una actitud abierta frente al accionar guerrillero y un respaldo explícito a la lucha social. La relación que fue tejiendo con los dirigentes sindicales, tanto con los combativos, como Raimundo Ongaro, como con los negociadores -las nuevas caras del vandorismo, Lorenzo Miguel y José Rucci-, así como su vínculo con la CGE, enmarcaban su proyecto en la construcción de una nueva alianza social con capacidad para adoptar una actitud independiente de los lineamientos trazados por los organismos financieros internacionales.

En este marco, el “regreso de Perón” flotaba como demanda natural de la nueva dinámica. El movimiento popular intuía el momento como propicio para la concreción de este objetivo que era sustancial a su historia y a su cultura.

La izquierda marxista no burocrática, como la caracteriza Carlos Eichelbaum, que se había referenciado en las movilizaciones obreras y en el movimiento estudiantil radicalizado, no supo percibir el nuevo rumbo que se planteaba. Forjada en un protagonismo desbordante en el corazón de la lucha, fundamentaba sus formulaciones tácticas con posiciones frontales contra la burocracia sindical y política. En verdad, el entorno burocrático de Perón, colmado de personajes gangsteriles y la presencia de una derecha primitiva y agresiva liderada por el mayor Jorge Osinde y el brujo José López Rega, ya sospechado de responder a los dictados de la CIA, eran un bocado difícil de digerir.

Sin haber alcanzado una proyección en el conjunto de la sociedad como para jugar una alternativa propia, se fue encerrando en un boicot testimonial al proceso electoral.

El “luche y vuelve” era una impronta que venía de la historia de la resistencia peronista y engarzaba con el tono combativo del movimiento popular en el ocaso del periodo dictatorial. Empezó a flotar primero tímidamente en el clima de las movilizaciones y luego tomó cuerpo hasta ser asumido como consigna por la militancia peronista. Sobre la base de esa propuesta, se edificó una unidad que luego se demostraría frágil, pero que generó expectativas por fuera del propio movimiento y le permitió ampliar progresivamente su protagonismo social y el de sus organizaciones armadas.

Juan Iturburu

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PEDRO GAETÁN, DELEGADO METALÚRGICO SIEMPRE EN LA FRAGUA

A los 58 años, el riojano Pedro Nolasco Gaetan hace un alto en su actual trabajo como

cooperativista para recordar su andar social y político desde que, en 1967, ingresó a la fábrica Electromecánica Norte (Bendix), en la zona norte del Gran Buenos Aires, uno de los bastiones de las luchas obreras de aquella época. Pedro cuenta su encuentro con Juan Domingo Perón en 1972, las huelgas, las tomas de fábrica, la cárcel y la tortura, y no deja un instante de tener presente a sus hermanos, Claudio y Juan Nicolás, y a su cuñado Jorge Carrizo, delegados de fábrica asesinados por la dictadura militar. Todos ellos, como Pedro, integraron la Coordinadora Nacional de Gremios en Lucha en los años 75 y 76.

“Me acuerdo que cuando lo abracé a Perón en 1972 en la casa de Gaspar Campos lloré de emoción

igual que los otros 200 delegados metalúrgicos de la Zona Norte elegidos para el encuentro donde también estaban presentes Lorenzo Miguel, Victorio Calabró, entre otros dirigentes”, afirma Pedro Gaetán mientras amplía detalles de esas vivencias a los 27 años de sucedidas.

Después de las presentaciones y cuando se calmaran los ánimos, Perón pidió que le contaran sus actividades, “entonces, pese al cagazo que tenía, me animé y levante la mano y le dije que yo era un militante de base y que había visto muchas traiciones dentro del movimiento peronista. Desde la frustada vuelta en el 64, de las traiciones de Vandor, de las agachadas de los dirigentes sindicales con los militares. También que me explicara lo del trasvasamiento generacional para el socialismo nacional, porque pensaba que únicamente los jóvenes lo podían llevar adelante y no los dirigentes que lo rodeaban”, recuerda, lo mismo que el silencio que cubrió la reunión, mientras Miguel y Calabró lo fulminaban con sus miradas, hasta que Perón le contestó: “Mirá hijito, eso es muy difícil porque con el poder que te vas encontrar es muy grande. En estos momentos estamos mancomunados en la lucha contra la dictadura para ganar las elecciones. Entonces nos tenemos que unir todos. Nosotros tenemos que construir una casa y tenemos que hacer como el hornero, hasta con la caca tenemos que hacerla”.

La conversación no se ajusta al almanaque, sino al libre fluir de la memoria. Precisa que la consigna más sentida en esa época era la del regreso de Perón, ya que significaba la posibilidad de ponerlo al frente del movimiento que iba a transformar la sociedad. “Estaba en el exilio y proscripto, o sea que las banderas eran claras, a la gente le llegaba la consigna vamos a traerlo al viejo. No es como ahora que le decís: Vamos a participar en la CTA, y el obrero lo va a pensar diez mil veces”, grafica.

Vamos a andar

Claro que antes de llegar a esa situación, los hermanos Gaetán cargaban con una larga historia de

compromiso social. Apenas desembarcaron en Buenos Aires, la impronta obrera de cuna más la confianza de sus compañeros fueron ungidos intransigentes delegados, quienes paraban ante cada intento patronal de despedirlos.

Pedro hurga en su dolorida memoria y pone énfasis en rescatar la predisposición a la lectura ante la insistencia de sus hermanos que él empezó a compartir en los escasos tiempos libres que le dejaba el accionar sindical y la vida familiar. “El despertador sonaba a las cuatro de la mañana”, precisa y aclara “porque nunca cambiamos de vida. Nunca. Siempre con el sudor de la frente. Como ahora”.

Muchos de nosotros estamos haciendo cosas para revertir esta situación social, dentro de

nuestras posibilidades y nuevas identidades políticas. Hay otra gente que claudicó, fueron funcionarios menemistas o ligados a los mismos enemigos como los Galimberti. Pero el futuro no se hace con los

traidores, se hace con quienes honran la vida. Un andar que los lleva a los tres operarios y delegados de Bendix a construir ámbitos propicios para

unificar la lucha antipatronal y antiburocrática. Primero la Lista Marrón y después la Felipe Vallesse, y la CGT de los Argentinos son las herramientas de la familia metalúrgica que nuclea al activismo sindical de aquellos años, para resistir las permanentes intervenciones de la UOM digitada por Calabró y Miguel, a las comisiones internas adversas en esta zona que tenía alrededor de 200 mil afiliados.

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El cuestionamiento al premio de la producción implementado por los empresarios norteamericanos en Bendix, para aumentar sus ganancias y meter una cuña divisoria en los obreros y la apertura del comedor, son las dos primeras victorias de una larga lucha hasta que irrumpieron los militares genocidas en 1976.

“En Bendix, de la Felipe Valiese habría más o menos unos 50 compañeros surgidos al calor de esas luchas obreras. De todos ellos, soy uno de los pocos que queda con vida porque me fui a Córdoba a trabajar en el 73. Los demás, incluidos mis hermanos y mi cuñado, están muertos o desaparecidos”, recuerda el entrevistado y se queda callado por unos minutos que parecen horas.

La organización

Repasa ahora la experiencia en la CGT de los Argentinos. Precisa que fue uno de los puntos más alto

del resurgir obrero en plena dictadura ya que tras ella se nucleó todo el naciente activismo con los viejos dirigentes, muchos ellos de la Resistencia Peronista y de la lucha antivandorista.

“Nosotros vendíamos el periódico de la CGT de los Argentinos en la fábrica hombre a hombre en forma clandestina. Lo mismo hacíamos en los barrios con los dirigentes sociales. Los artículos de Rodolfo Walsh los leíamos una y mil veces”, afirma al tiempo que desliza su pertenencia al Peronismo de Base (PB) por considerar que había llegado la necesidad de un cauce orgánico al andar gremial. Argumentos similares al hablar de su posterior ingreso, al igual que la mayoría de los compañeros del PB, a la Juventud Trabajadora Peronista (JTP), expresión sindical de Montoneros.

Gaetán, va y vuelve por los pasajes de la historia, y se ubica a fines de la dictadura militar y con mayor énfasis en los cursos de acción a partir del regreso de Perón en 1972. Considera que el pueblo empezó a intuir la derrota de los militares y al ritmo de esa victoria, la movilización sindical, social y política crece incesamente. La lucha clandestina en las fábricas deja de serlo y se consolidan las propuestas organizativas y por los años 72 y 73 se multiplican las expresiones de base de los trabajadores. En el caso de Zona Norte, por ejemplo, la Lista Gris con una asamblea fundacional en la Unión Ferrovaria de Boulogne con la asistencia de centenares de delgados y activistas y la Felipe Valiese, donde militan los hermanos Gaetan, alcanzan un masivo desarrollo pese al accionar combinado de burócratas y empresarios.

“En la Valiese estaban Avelino Fernández de Capital Federal, Francisco “El Barba” Gutierrez de Quilmes, el “Ruso” Carlos Gdansky y Carlos Alfano de La Matanza y yo por la Zona Norte” afirma y rescata la presencia de 'un compañerazo’ de Capital, Juan José Carral, que después militó en Montoneros”.

Una síntesis que llega hasta la primavera democrática del 73, cuando Gaetán se va a Córdoba y entra a la fábrica Luján Hermanos, donde es delegado hasta su detención, junto a Jorge “Bolita” Ríos y otros delegados y activistas fabriles, en octubre del '76. Una historia de vida, corno la de sus hermanos detenidos-desaparecidos que no figuran en ningún libro de los publicados sobre los años '70, que tendrá continuidad en números de la revista en los que se aborde esos años.

“Muchos de nosotros estamos haciendo cosas para revertir esta situación social, dentro de nuestras posibilidades y nuevas identidades políticas. Hay otra gente que claudicó, fueron funcionarios menemistas o ligados a los mismos enemigos como Galimberti. Pero el futuro no se hace con los traidores, se hace con quienes honran la vida”, concluye Gaetán.

Juan Mendoza

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MAR DEL PLATA “ERA UN ORGULLO SER PERONISTA”

Con esa frase resumió Miguel “El Vasco” Altuna, militante histórico de la resistencia, su

pertenencia social. A los 75 años, quien fuera obrero de la construcción, hizo un inventario de los cursos de acción desplegados en esa ciudad balnearia. Años de cárcel, exilio interno, persecuciones, atentados, jalonan la vida de quien siempre estuvo en la primera línea de lucha, al margen de la burocracia partidaria.

“Si nos habremos cansado de pintar en las paredes con cal el luche y vuelve a la salida del trabajo”,

rememora Altuna, dejándose llevar por los recuerdos hasta sus 18 años, cuando, junto a su padre y muchos miles de trabajadores más “metimos las patas en las fuentes” de la Plaza de Mayo el 17 de octubre de 1945, después de una interminable caminata desde Florencio Varela.

Las vindicaciones sociales logradas durante el primer gobierno justicialista lo marcaron fuertemente y lo sumaron a los millones de argentinos que hicieron suya la doctrina peronista.

No es difícil entender entonces por qué, cuando los militares desalojaron a Perón en el 55, el “Vasco”, ya radicado en Mar del Plata, inició el largo camino de la resistencia que se prolongó por 18 duros años en una lucha cotidiana y despareja, para concretar el objetivo de traer de vuelta al “Viejo”.

Desde esa ciudad balnearia participó activamente en la lucha obrera, en el voto en blanco y en otras acciones “contra todo lo que sirviera a la pretensión frondicista de liquidar las conquistas populares”, nos dice.

En represalia a su lucha, en marzo de 1960, Altuna; como tantos otros centenares de compañeros en todo el país, fueron detenidos a las pocas horas de implementación del Plan de Conmoción Interna (CONINTES).

La represión “fue inútil -agrega-, ni bien salí volví a las andadas. No me tragué el anzuelo de las bondades democráticas del radicalismo”, recuerda y, casi sin darse cuenta, vuelve a sumergirse en la evocación de las alternativas de la lucha protagonizada en la “ciudad feliz” para hacer realidad el regreso de Perón, que “sabíamos difícil, pero no imposible, como pretendían hacernos creer los militares y los gorilas”.

Las ocupaciones de fábricas, las movilizaciones populares, las pintadas, las volanteadas, durante la presidencia de Arturo Illia, primero, y los “caños” contra la dictadura militar, después, lo tuvieron en primera línea como lo testimonian los compañeros de esa época, discretos testigos de este reportaje, quienes en números sucesivos relatarán también sus respectivas experiencias.

Con los de abajo

“Si algo me faltaba para comprobar mi desconfianza de la burocracia sindical y política partidaria,

me lo dieron las rendiciones de los planes de lucha y componendas y claudicaciones ante los militares”, nos cuenta Altuna, al fundamentar su distanciamiento de la cúpula partidaria y la confirmación de su pertenencia a la clase obrera.

El flamante Movimiento de Bases Peronista lo contó inicialmente en sus filas en Mar del Plata en 1967, para después incorporarse a una de las vertientes que dieron a luz el Peronismo de Base (PB) hasta su disolución en 1980, cuando agonizaba el genocidio militar que no lo pudo capturar.

Al igual que en el 45, el 16 de noviembre de 1972 partió hacia Buenos Aires para asistir al regreso del “Viejo” que “no pude disfrutar porque ya en ese momento la dirigencia comenzó a evitar todo contacto de Perón con los laburantes. Los 'Rucci' levantaron una pared para que ese contacto no fructificara en la dirección que reclamaba el pueblo”, recuerda Altuna.

“Ellos sabían, eran plenamente conscientes de que el regreso de Perón podía consolidar la política desplegada por la CGT de los Argentinos, por las corrientes revolucionarias, por los herederos de John Willian Cooke. Entonces se ocuparon con mucho esmero de darle lugar a los carcamanes y a quienes estuvieron bajo la cama todos esos años, y no a nosotros”, sintetiza 25 años después de ese acontecimiento.

No le cuesta mucho caracterizar a quienes desde las estructuras sindicales y políticas del peronismo contribuyeron a desvirtuarlo primero y a destruirlo luego.

“La burocracia era y es obsecuente. Nosotros no”, enfatiza Altuna y puntualiza que ya en esos momentos se definió lo que vendría después “El peronismo siempre fue una herramienta de lucha, de transformación. De la misma manera que sabíamos que no protagonizaríamos la revolución cubana, sabíamos también que eso no era ningún impedimento para retomar las banderas mancilladas por la oligarquía y los militares”, remata en su relato histórico.

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Luego, con un leve movimiento de cabeza admite que “yo me inscribo entre los pelotudos que confiamos en que “el Viejo” iba a estar con nosotros, con los que fuimos peronistas toda la vida. Pero no, él, pienso ahora, nos defraudó”, admite, melancólico, mientras busca una copa de vino para atenuar el sabor amargo que deja en la boca el paso de esa conclusión.

La charla se da una noche de verano del 98, en tomo a una acogedora mesa de un bar del puerto, que guarda con discreción el recuerdo de innumerables reuniones clandestinas de aquellos años.

El murmullo de las olas matizan la charla y la llovizna, que posterga el afán de sol de miles de turistas, acentúan la melancolía del momento, mientras la cinta del grabador sigue su acopio de anécdotas, de recuerdos, de historia.

“Los laburantes estaban convencidos de que Perón era la solución, por eso, con su regreso, las calles se llenaron de alegría. Los “pequebu” (pequeños burgueses) tenían sus dudas, nosotros, no”, agrega mientras mira de reojo con picardía a los compañeros de la mesa y rescata de su memoria el acto que se realizó en el puerto a los pocos días del regreso de Perón, para celebrar “su vuelta entre nosotros”. Entre todos

En otro tramo de la entrevista destaca que a la par de la lucha por el regreso, también se efectuaron

reclamos populares, entre ellos contra la suba del precio del boleto de ómnibus con movilizaciones donde participaron miles de marplatenses.

Acciones que nacieron en reuniones, según los testimonios y los archivos periodísticos, en las sedes de los trabajadores Navales, UTA, prensa, gráficos, cuyas conducciones no gozaban de las preferencias de la cúpula cegetista, pero sí de los trabajadores y las corrientes estudiantiles como el Movimiento Mayo donde confluían el activismo universitario y otros sectores sociales con una perspectiva pluralista.

En las páginas amarillentas de los volantes, de los diarios, de las revistas de entonces se suceden los nombres y los hechos de la Mar del Plata de entonces.

Los nombres del “Japonés” Quiroga, del “Flaco” Olobardi, del “Gitano” Marcos, de “Titi Ferran”, de Amílcar González, del abogado Norberto Centeno -secuestrado durante la última dictadura militar junto a otros abogados laboralistas-, de Mario Menéndez, de “La Renga” Vázquez, que después fue legisladora provincial, de “La Mary” y del “Tano” del pescado, la infatigable “India” Lorenzini, Jorge “Oli” Olave y su compañera la “Gringa” Estela Lombardo, entre muchos otros, se mezclan con el del Vasco en su andar consecuente con la causa popular.

Hoy, cincuenta y cinco años después de sus comienzos en la militancia, empujado por las preguntas, admite alguna decepción pero rescata la lucha.

“No me arrepiento de nada de lo que hice, porque lo hice en defensa de mis intereses de clase y del bienestar del pueblo. Dejar la lucha ahora sería traicionar a todos los que hoy no están, a los que el genocidio militar no les perdonó su consecuencia con los ideales.

No reniego de mi pasado peronista, fue una de las experiencias más valiosas que he tenido como trabajador, pero ya no es lo mismo que antes. Ahora estoy en la búsqueda de una nueva identidad política, tratando de remar desde abajo, como siempre y pese a todos los dolores que siento, especialmente por los que ya no están con nosotros físicamente.

No lo dice con palabras, solo un breve y mal disimulado temblor en sus labios y un casi imperceptible cambio en su tono de voz denota que, entre quienes ya no están evoca a Liliana, su hija, dueña de la parte más tierna de su sentir y arrebatada a la vida cuando más quería vivir.

El corazón luchador y golpeado del “Vasco” escapa de la nostalgia, sus ojos reprimen una lágrima amenazante y su voz recobra el tono habitual para reivindicar el pasado y reafirmar su confianza en el futuro.

“No soy un intelectual para escribir una teoría sobre lo que debernos hacer, pero estoy convencido como laburante de toda la vida de que todos debemos sumar en esta nueva etapa histórica, sin renegar de lo que hicimos. Esto no sirve y hay que cambiarlo. No sé si por mi edad llegaré a ver ese cambio, pero de lo que no tengo ninguna duda es de que llegará”.

Lucho Soria

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GONZALO CHÁVEZ “NOS CANSAMOS DE PONER LA OTRA MEJILLA”

Integrante de la juventud Peronista de La Plata en la década del 60, Gonzalo Chávez

reconstruye el itinerario que llevó a su generación a asumir las más radicales formas de lucha. ¿Cuándo y por qué comenzaste a militar? Empecé a trabajar en la Juventud Peronista (JP), en La Plata, en los años 60. En esa época, la

mayoría de los cuadros de la JP estaban presos. Eran dirigentes importantes que después tuvieron gran protagonismo en la década del 70. Diego Miranda, Aroldo Logiurato, la 'Negra' Amanda Peralta. Nosotros constituíamos una generación nueva en la Juventud Peronista y comenzamos a reorganizarnos. Éramos muy pocos acá en La Plata: cuatro o cinco en los años 61 y 62.

¿Por qué elegiste el peronismo? En realidad yo no simpatizaba mucho con el método de Perón, que se centraba en mandar órdenes

desde el exterior. Me parecía una cosa extraña. Pero tenía mucha rebeldía, y el único lugar en el que te premiaban por tirar piedras era la Juventud Peronista. Un tipo rebelde tenía que estar ahí. Había amigos, gente con la que me llevaba bien y con la que nos empezamos a juntar. Fue en la época de la proscripción, porque el peronismo estaba perseguido. Después vino la elección de Arturo Illia, con el peronismo proscripto. Illia fue presidente con el 23% de los votos y los peronistas seguían presos. En el 66 se produjo el golpe contra Illía con el que empezó la dictadura de Juan Carlos Onganía. Nosotros éramos seguidores de una idea resistente que el peronismo traía desde el 55 y en función de eso nos juntamos. Participamos de la primera campaña por el retorno de Perón en el 64. Antes habíamos intervenido en la toma de fábricas. También en los actos del 17 de octubre, una epopeya, porque estaban prohibidos y la policía te reprimía.

¿Cómo se arribó a la lucha armada? La experiencia nos llevó a asumir otras formas de lucha más específicas. Veíamos que con tomar

fábricas no pasaba nada; que en las elecciones nos proscribían, y empezábamos a cansarnos de poner la otra mejilla. Maduraba la decisión de organizarse, de armarse y combatir a la dictadura con las mismas armas con que ella nos combatía. La verdad es que no crearnos nada. El momento, la forma y el lugar no lo determinamos nosotros, sino el poder. Lo único que hicimos fue dar una respuesta.

En el 72, cuando Lanusse lanzó el GAN, ¿hubo un replanteo de las formas de lucha? Teníamos muy poca experiencia electoral. Cuando vimos que la dictadura abría un camino de

participación del peronismo para entramparlo, lo discutimos mucho. Aquí en La Plata, en 1972, estaba la Juventud Peronista que era parte del Movimiento

Revolucionario Peronista. Habíamos participado de la formación del MRP, el 5 de agosto de 1964. Teníamos una fuerza estudiantil que había crecido mucho, la Federación Universitaria de la Revolución Nacional, nacida en 1966. Teníamos mucho trabajo sindical con grupos de base en la Construcción, en ATE, Astilleros, Petroleros, Propulsora, Textiles, pero no conducíamos sindicatos. También surgió un grupo con práctica militar. No hacía grandes cosas, sí recuperación de armas, de plata, sabotajes, apoyo a conflictos. Esta actividad integral nos dio una visión más amplia.

En el 72 ya estábamos planteándonos la posibilidad de participar cuando Perón introdujo la discusión acerca de la opción electoral. Como JP iniciamos una campaña de afiliación y una gran movilización. En La Plata éramos parte del peronismo con la formalidad que podía tener entonces. Más, en el subsuelo de la CGT funcionaba el local de la Juventud Peronista. “Teníamos relación con Carmelo Amerise, de la estructura política del PJ y había un grupo sindical que conducía un pibe de la CGT auténtica -de Framini -, el 'Gringo' Guerini, después asesinado por las Tres A en 1974.

¿Tu viejo fue presidente del PJ en esa época? Mi viejo fue presidente en la interna previa a las elecciones del 73 donde nosotros presentamos

candidatos y fue electo Secretario General del PJ en La Plata. ¿Eso te daba una relación natural con el peronismo? No era yo solo, había otros compañeros en esa situación. Uno de los organizadores de JP La Plata al

que mataron durante la última dictadura, que trabajaba en Astilleros Río Santiago, el 'Chila' Fonseca, de 17

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años, era delegado por Astilleros a la CGT y tuvo un protagonismo muy importante. Varios habían participado en la resistencia.

¿Había discusión por los cargos? Me acuerdo que un día se estaban discutiendo las candidaturas en La Plata. Fuimos a Berisso a ver a

Amerise. Nos recibió en su casa y nos dijo: “Muchachos, no les conviene meterse en las listas; ustedes están en la lucha, en eso, déjenlo para nosotros, los políticos, que estamos haciendo las cosas bien”. Nosotros ya teníamos la decisión tomada. Le aclaramos: “¡No Carmelo!, queremos ver la posibilidad de que algún compañero de la JP pueda tener algún cargo”. Como no nos daba bola, lo desafiamos: “Mire que tenemos muchas fichas de afiliados”. “¿En serio muchachos, cuántas tienen?”, nos preguntó. Fuimos hasta la camioneta que estaba en la puerta y le llenamos el escritorio con una pila de fichas. Con ese esfuerzo, en La Plata pusimos tres concejales de la JP -Anibal Bisus, el Babi Molina y María Teresa Berardi, una compañera hoy desaparecida-, a Carlitos Negri corno diputado provincial y a Carlos Kunkel corno diputado nacional.

¿Cómo fue la campaña del “luche y vuelve”? El primer acto del “luche y vuelve” se hizo en La Plata, en la cancha de Defensores de Cambaceres

en 1971 o principios de 1972. El peronismo venía de la dispersión, no había actos. Isabel Martínez estaba en la Argentina. Arreglarnos a través de la Juventud Peronista de la Capital que ella fuera la oradora del acto. Pero Isabel nos mandó a decir que no podía venir. Los compañeros de Capital nos sugirieron que suspendiéramos el acto, porque sin Isabel sería un fracaso. Pero lo convocamos y bueno, se juntaron 15.000 personas. Fue uno de los primeros en los que se comenzaron a leer los comunicados de las organizaciones armadas. Después de Ensenada vino el acto de William Morris y otros en el Gran Buenos Aires. Fue una oleada.

¿Cuál fue el proceso mediante el cual se incorporaron a Montoneros? Cuando nos organizamos militarmente en La Plata nuestro sueño era incorporarnos a las Fuerzas

Armadas Peronistas. Tomamos relación con los compañeros de las FAP, pero ellos estaban en un proceso interno muy denso, con la polémica sobre la Alternativa Independiente. La verdad es que no nos pusimos muy de acuerdo, y después contactamos un grupo de compañeros montoneros recién en el año 1972, y así iniciamos un proceso de fusión. Estaban discutiendo la participación en el proceso electoral, y nosotros les contamos que teníamos la decisión de intervenir y además una buena cantidad de afiliados. Ellos todavía no habían tomado posición.

¿Qué significaba Cámpora para ustedes? Tenía un valor muy importante. Era el Tío, el hombre que nos iba representar. La idea central del

peronismo era el “retorno de Perón”. Hicimos un encuentro de la juventud en La Plata, el primero que se hizo en todo el país, y planteábamos: “Perón vuelve, y con él vuelven los trabajadores de Evita”. Esa era la idea, no sólo la del retorno de una persona. Y como Perón no podía ser presidente, el candidato era Cámpora. De allí su trascendencia. No solo porque representaba a Perón, sino también por sus valores propios. Era un dirigente cuestionado, acusado de actitudes serviles. Pero en la práctica mostró un sentido de la dignidad muy grande. La que le faltó a muchos, porque siendo presidente renunció para que Perón volviera al gobierno. Su renunciamiento fue uno de los gestos más nobles de la historia política de nuestro país.

Juan Iturburu

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TESTIMONIOS DE LA IZQUIERDA EL PRT-ERP Y LAS URNAS

El nuevo cuadro político que inauguraba el retorno de Perón, generó un arduo debate cuyas

implicancias signaron toda la etapa posterior. “Militar en Córdoba a comienzos de los 70 fue una experiencia verdaderamente maravillosa”,

recuerda Julio, antiguo dirigente del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT). Nosotros, acostumbrados a ser un pequeño grupo, bastante aislado de las masas, limitados a la esforzada y casi estéril tarea de volantear fábricas a las cinco de la mañana, nos encontrábamos de pronto inmersos -y con un papel importante- en una de las más formidables alzas del movimiento obrero y popular de la historia. Nuestros compañeros participaban activamente en las asambleas y reuniones de Sitrac-Sitram, Luz y Fuerza, Ika-Renault, la construcción, Correos, el movimiento estudiantil.

La manifestación que se concentró el 15 de marzo de 1971 en la Plaza Vélez Sársfield era impresionante. La emoción no me permite dar cifras. La de entonces y la de ahora que lo recuerdo. Pero eran muchos miles. No terminaban nunca de entrar a la plaza. Los de Kaiser, los de FIAT, la construcción, los estudiantes.

Dos cosas me llamaron poderosamente la atención. La primera fue que, cuando entró una columna de la Unión Obrera Metalúrgica cantando la marcha peronista, la gente de base de FIAT- gritó `dejen de cantar eso, que es sectario'. Todos apoyaron y los metalúrgicos dejaron de cantar.

A mí, acostumbrado desde los tiempos de la Libertadora a que los compañeros peronistas impusieran la prepotencia del número y a la desgraciada experiencia de pasar muchos 1° de Mayo, reventándonos a cadenazos con la derecha peronista, al mismo tiempo que peleábamos contra la policía, me pareció que estaba en otro planeta.

La segunda sorpresa fue cuando el orador del Sitrac -creo que era Domingo Bizzi- reivindicó la lucha armada como única vía revolucionaria y fue ovacionado por la multitud. La columna del Partido Comunista le contestó coreando Chile, Chile, pero no recibieron más aplausos que los suyos propios. Los compañeros del PC se referían al gobierno de la Unidad Popular presidido por Salvador Allende, que en aquel entonces reivindicaban como la vía chilena al socialismo.

Nos extrañaba a muchos que no estuvieran Agustín Tosco y la gente de Luz y Fuerza. El acto empezó igual y cuando iban por el tercer o cuarto orador llegó alguien con un mensaje de Tosco. En concreto, los lucifuercistas saludaban a la manifestación e informaban que se habían atrincherado en la usina de la Empresa Provincial de Energía (EPEC), en Villa Revol. El mensaje finalizaba diciendo más o menos lo siguiente: `hemos tomado nuestro lugar de trabajo. Invitamos a los demás compañeros a tomar Córdoba'. Allí se acabó el acto y la gente se dedicó, literalmente, a concretar esa consigna.

Pero lo que me impactó más todavía de todo aquello fue que la multitud aceptó la bandera del ERP sobre el ataúd de Adolfo Cepeda, un obrero muerto en los incidentes, y que en muchas barricadas, donde no había un sólo compañero nuestro, apareció la bandera (se refiere a la adoptada al fundarse el Ejército Revolucionario del Pueblo en el V Congreso del PRT, que tomó como base la del Ejército de los Ancles, dividida en dos partes iguales, blanca a la izquierda, azul celeste a la derecha. En el centro, en lugar del escudo de aquella, llevaba la estrella roja de cinco puntas).

Por cierto que los camarógrafos de la televisión proyectaron aquellas imágenes al país y al mundo entero y cuando los paracaidistas de La Calera recuperaron la ciudad, su jefe, el general Alcides López Aufranc, no dejó de precisar con repugnancia estos hechos en sus comunicados.

No hay que confundirse. La gente nos tenía simpatía porque les peleábamos a los milicos de frente, nos recibía con cariño en todas partes, pero todavía nos faltaba para ser un partido con verdadera influencia en las masas.

Hoy diría que éramos más bien un partido mediático. Pero esa presencia en los diarios y la televisión no se debía a la habilidad de ningún asesor de imagen, sino que nos la ganábamos con los fierros en la mano.

Las acciones guerrilleras rompían una y otra vez la censura de prensa, por su audacia y el ingenio operativo puesto de manifiesto. Por otra parte, en aquellos primeros tiempos, las cosas eran bastante prolijas y se ponía un enorme cuidado en causar el menor derramamiento de sangre posible. De todas las que se hicieron en esa época, nosotros contabilizábamos más del 50 por ciento.

Pero si empezábamos a tener aguerridos combatientes en el ERP, nos seguían faltando sólidos militantes en el PRT. Sobre todo cuadros. El Secretariado Nacional estaba imposibilitado de funcionar

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cotidianamente en el mismo lugar geográfico, como hubiera sido deseable, porque cada uno de esos valiosos compañeros era necesario al frente de alguna regional importante, en pleno desarrollo.

Santucho y el GAN

“Santucho había elegido asentarse en Córdoba, la zona con mayor desarrollo del movimiento de

masas, del Partido y del ERP. Sus interlocutores cotidianos éramos los miembros del Equipo Nacional de Propaganda, que teníamos a nuestro cargo la redacción y publicación de los órganos del Partido y del Ejército, El Combatiente y Estrella Roja respectivamente; la Escuela de Cuadros y diversas tareas de dirección nacional y regional.

Una mañana apareció el Negro (Santucho) temprano como era su costumbre, y me tiró a boca de jarro, mientras yo servía café: Hermanito, que pensás del GAN'?'. Yo le contesté: 'Para mí está claro, Negro. Ni hablar. Mirá lo que les pasó a los venezolanos. Si hay condiciones para elecciones, no se pueden parar a tiros. Hay que meterse y participar, de la manera que sea más viable'

El Negro mostró los dientes con aquella sonrisa pícara que me resultaba tan conocida y abrió el portafolio. Como siempre, en los momentos de viraje histórico acudía a Lenin. Se había traído el torno de las Obras Completas donde se aludía a la convocatoria de la Duma y a la necesidad de que los bolcheviques participaran para desenmascarar las maniobras electorales desde adentro y aprovechar la apertura democrática para difundir sus ideas.

En base a estos planteos, el Comité Ejecutivo del PRT, reunido en ese mes de abril de 1971, decidió la táctica frente al GAN, que consistía en formar Comités de Base, órganos populares democráticos que 'servirían indistintamente para participar en las elecciones o desenmascarar la farsa electoral’.

En aquellos tiempos no estudiábamos análisis del discurso. Pero no cabe duda que en las palabras 'farsa electoral' estaban en germen, in nuce, como diría Gramsci, la fuente de todos los errores posteriores.

El proyecto electoral de Lanusse no era ninguna farsa. Lo que se proponía era restablecer real y efectivamente la democracia burguesa -que ellos, los militares, venían violando desde 1930 y, más particularmente, desde 1955- para contener el desarrollo revolucionario con una unidad cívico-militar que apuntalara el relanzamiento del desarrollo capitalista en condiciones de dependencia renegociadas. La reincorporación plena del peronismo al sistema para aislar a la guerrilla, peronista y no peronista, era la jugada maestra de aquel proyecto.

Decir esto es hoy una obviedad pala estudiantes de sociología. Pero en aquel entonces era chino básico para casi todo el mundo y chino contrarrevolucionario para los jóvenes cuadros del PRT. Por ejemplo, el secuestro, por aquellos días, del cónsul inglés en Rosario, mister Sylvester, fue una acción espectacular que obligó a la patronal del Swift, una de las más reaccionarias y mezquinas, a hacer importantes concesiones a los trabajadores y a repartir mantas, útiles escolares y otros elementos en los barrios habitados por ellos.

Pero esto no se correspondía en absoluto con un correlativo desarrollo político entre los obreros de la carne. Precisamente, Rosario era la regional que tenía mayor desarrollo militar y una de las de menor desarrollo político.

Para nuestra desgracia, el Negro y casi todos los otros integrantes de la máxima dirección nacional fueron cayendo presos en sucesivas detenciones y el Partido quedó en manos, precisamente, de esos compañeros.

Por otra parte, en privado, los dirigentes y militantes del PRT apostábamos a tres cosas que la realidad demostró completamente equivocadas y que condicionaron completamente la línea de acción frente al Gran Acuerdo Nacional, que había nacido con algún viso de desembocar en una verdadera respuesta política.

Primero, que los militares jugaban con las elecciones para distraer al pueblo, pero que, finalmente, no las concederían. Segundo, que en caso de realizarse, el peronismo sería condicionado y no podía ganarlas. Tercero, que Perón no iba a volver.

Posiciones

Confirmando los recuerdos y reflexiones de Julio Parra, en el libro “Hombres y mujeres del PRT-

ERP”, y/o en “A Vencer o Morir. Documentos del PRT”, tomo I, se puede leer el texto casi completo del documento votado en aquella reunión de abril de 1971. Vale la pena reproducir algunos párrafos: “Si bien es cierto que nuestra estrategia es romper las elecciones, demostrar que son sólo una farsa, denunciar su carácter de engañifa de la burguesía, cosa que lograremos desarrollando sin descanso la actividad militar y

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política, manteniendo el aparato clandestino y cumpliendo todas las etapas previstas de nuestra estrategia general, debemos combinar esa actividad con las posibilidades legales del proceso eleccionario” precisa.

“Yo también fui a parar a la cárcel en esa época -continúa Parra-, así que me perdí muchas cosas. Pero puedo asegurar que en la línea de formar los Comités de Base e intervenir en la vida política del país -que tenía aspectos correctos aunque fuera incompleta- había una clara propuesta de construcción e inserción de masas de estos organismos. En la práctica, esta línea fue progresivamente abandonada por los dirigentes más militaristas, que estaban más preocupados por la concreción de pelotones de 25 combatientes, decisión tomada en una reunión del Comité Central celebrada en las sierras de Córdoba, en la sede de la Escuela de Cuadros, en octubre de 1971.

Así fue que llegamos a las elecciones del 11 de marzo sin línea alguna frente a los grandes cambios que éstas planteaban en la realidad y terminamos haciendo un voto programático por los muertos de Trelew, que no fue seguido más que por nuestra propia militancia y algunos simpatizantes.

No se pueden soslayar los graves conflictos internos que produjo en el PRT el desarrollo de GAN y su desemboque electoral, que contradecía las previsiones y propuestas partidarias. Por ejemplo, en mayo de 1972, el Buró Político envió a las regionales un volante titulado “El ERP al pueblo”, que señalaba, entre otras cosas: “Queremos dejar bien claro que preferirnos mil veces un régimen parlamentario a una dictadura”.

TESTIMONIO

NOSOTROS ÉRAMOS GUEVARISTAS

Quienes participaron de las vastas movilizaciones estudiantiles cordobesas en los años 60 y 70, difícilmente hayan olvidado a Jorge, el gringo de Medicina y su vozarrón impresionante imponiéndose en las barricadas callejeras y en los actos de la Facultad y el Comedor Universitario. -¿Militabas en las FAL cuando se lanzó la propuesta del Gran Acuerdo Nacional (GAN), en 1972? -Las FAL se habían dividido en varios grupos y nosotros integrábamos la columna Polti-Lescano-Taborda, así llamada en homenaje a tres compañeros del PRT que habían muerto en combate en Córdoba. Éramos una de las tantas tendencias, pero estábamos muy próximos al PRT. Tan es así que siendo yo de la FAL estuve muy al tanto de la primera fuga de Roberto Santucho del Penal de Villa Urquiza. En mi casa, en Córdoba, hicimos una reunión con toda la cúpula del PRT, que todavía se llamaba Línea Leninista, y se decidió dar prioridad a la fuga de Santucho. -¿Cómo fue tu tránsito del PC al PRT? -A mí me expulsaron del PC acusándome de “aventurerismo guevarista”. Para el PC, el Che era un aventurero y yo era más aventurero que el Che. Estaba muy ligado al PRT, sobre todo a través del Mingo Mena. Éramos muy amigos. Una vez estábamos estudiando juntos Farmacología y él me dijo: “Tengo chequeado un cana, ¿vamos a hacerlo?”. Y yo le contesté: “Bueno, vamos”. Fijate que yo era FAL y él era PRT pero fuimos juntos a apretar el cana. Yo no me encuadraba en el PRT porque no estaba de acuerdo con la Cuarta Internacional, que era trotszquista, pero tampoco con el stalinismo. Nosotros éramos guevaristas. Ese era nuestro pensamiento. Santucho y el “Mingo” me decían que me metiera y que discutiera mis diferencias adentro del partido, pero yo no coincidía. Después terminé integrándome al PRT, en tanto que otros compañeros míos fueron a parar a Poder Obrero. Las FAL terminaron disolviéndose en dieciséis grupos. -¿Cómo veían al GAN? -De mi militancia en el PC me había quedado claro la necesidad de tener una política de masas, que sin las masas no había proceso revolucionario. La otra cuestión era la necesidad de construir el partido de la clase obrera a partir de la unión de todos los revolucionarios. Un partido no burocrático y de combate. Entonces, estábamos a muerte con la lucha armada y por el socialismo, no creíamos en la propuesta electoral porque la veíamos tramposa, y ojo, que había gremios que la veían de la misma forma, como Sitrac-Sitram. -¿Qué objetivos priorizaban en las actividades armadas? -Nuestro objetivo era luchar contra el GAN, por lo tanto nuestras acciones estaban siempre ligadas a las masas. No buscábamos copar comisarías o secuestrar empresarios. Hacíamos propaganda con métodos armados evitando el enfrentamiento. A veces ni armas llevábamos. Hicimos repartos de juguetes y alimentos. Una vez los distribuirnos en Villa Libertador, Córdoba -prácticamente toda mi actividad se dio en

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esa provincia- como 34 medias reses, y a la noche nosotros estábamos comiendo arroz. No nos guardamos ni unos chinchulines para un asadito. Pero estábamos en eso, en la lucha armada y el socialismo. -¿Cómo fue el debate entre ustedes respecto de la salida electoral? -A medida que el proceso del GAN avanzaba yo me preguntaba qué hacer frente a las elecciones. Pero no había posibilidades de una discusión de conjunto. Estábamos absorbidos por el accionar armado. Pero cuando se lanzó el FREJULI con la candidatura de Cámpora yo analizaba que el programa era de avance. Que posibilitaba una apertura para que después pudiéramos plantear el socialismo. Yo no tenía confianza en Perón pero pensaba que se podía abrir un proceso. El PRT, en cambio, sostenía que Perón venía a traicionar al movimiento obrero. El PRT tenía la idea de desperonizar al pueblo, pero yo estaba convencido de que era imposible un proceso revolucionario sin la incorporación del peronismo, por lo menos de una gran parte. En la cárcel hice contactos con militantes peronistas, en el buque Granaderos, muy especialmente con Carlitos Caride, que era de las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP). Ellos también descreían de Perón, pero pensaban que había que esperar un tiempo hasta que la claudicación fuera evidente, y que entretanto el pueblo podía hacer muchas cosas. Mas tarde, en la Cárcel de Devoto, ya incorporado al PRT, los compañeros me eligieron como responsable político del grupo. Y ahí volqué en la discusión política la posición de apoyar al FREJULI. -Pero esa no era la posición del PRT afuera. -Claro, los compañeros me lo hacían notar, pero ése era mi pensamiento. En ese sentido, mi posición política era más cercana a la del Gallego Fernández Palmeiro, que apoyando al FREJULI fundó el ERP-22 de agosto. Es cierto eso, pero yo, por sobre todo, tenía confianza en mis compañeros afuera, en Santucho y el Mingo Mena. Y ahí aparece mi concepción guevarista. Para el Che, la confianza está depositada en el hombre que va al frente. Y el Mingo Mena iba al frente. Eso era lo importante para mí.

La mayoría de las regionales se negó a repartirlo, y las dirigencias de Córdoba y Tucumán acusaron

a la dirección nacional de abandonar la línea del V Congreso. Sin embargo, la fuerza histórica del movimiento de masas, que empezaba a tomarse en serio el tema

electoral, contrariamente a lo que creía el PRT, y se sentía mucho más identificado con la consigna Luche y vuelve, lanzada por la Juventud Peronista, presionaba fuertemente al PRT, especialmente en las regionales donde se iba logrando una buena inserción en ese movimiento.

Los militantes cordobeses, a menos de un año de aquella rebelión ultraizquierdista, planteaban exactamente lo contrario, es decir la posibilidad de apoyar la fórmula regional del FREJULI, por considerarla la más progresista. Pero la Dirección Nacional, a la que se habían reintegrado sus principales dirigentes, fugados de la cárcel de Rawson el 15 de agosto de 1972, vacilaban entre estas nuevas propuestas y las viejas resoluciones. Tampoco comprendieron el amplio abanico de posibilidades que se abría con la existencia de un nuevo gobierno peronista. Incomprensión que contribuyó a que se profundizaran las variantes más reaccionarias. Pero esa ya es otra historia.

Luis Ortolani

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EL AUTOR DE LA CONSIGNA LUCHE Y VUELVE “UNA DEFINICIÓN PROFUNDAMENTE DEMOCRÁTICA”

En su despacho de la legislatura porteña, el diputado del Partido Socialista Auténtico Alexis

Latendorf, exhumó un tramo de su historia de militante socialista que comenzó con la huelga ferroviaria del 51.

¿En qué sigla del socialismo militaba en el año del regreso? Antes de ir a ese momento, es imperioso aclarar que junto a muchos compañeros luchamos desde

nuestra incorporación al Partido Socialista para rescatarlo para las luchas obreras y rebeliones populares y no para los gobiernos de turno o las dictaduras. En los años 70, formamos el Partido de Vanguardia Popular que rescataba la trayectoria de la militancia de los socialistas de abajo y la necesidad de estar presentes en todos los frentes de batalla contra la dictadura militar. Uno de ellos era concretar el regreso de Perón.

¿Y cómo se concreta esa participación? Nuestro partido cuya secretaría general estaba a mi cargo, participa no solo en meras declaraciones

sino que lo practicaba cotidianamente en el barrio, en los sindicatos. Le cuento que en los momentos distensión, saboreando una copa o un café, decíamos que PVP quería decir Perón Vuelve Pronto (risas). No hacíamos entrismo como se decía en esa época, sino que estábamos consustanciado plenamente con lo que significaba terminar contra una de las proscripciones de la dictadura. Era una lucha profundamente democrática agitar esa bandera, lo mismo que la libertad por los presos políticos y gremiales y todos los derechos sociales cercenados.

A propósito, la historia no oficial, enfatiza que la consigna Luche y Vuelve se da en los ámbitos

del PVP. ¿Quién de ustedes fue el autor? (Silencio). No me es mi costumbre resaltar el individualismo, ya que la historia la construimos entre

todos y no es de nadie en particular, pero le confieso que fui yo... rápidamente fue tomada por los sectores más combativos del peronismo, con quienes estábamos codo a codo en la calle y en todas las actividades. Y las paredes se llenaron de Luche y Vuelve con pintura, tizas, carbón.

¿Se puede conocer su parto? La tomé del pueblo, de las conversaciones entre compañeros. Además la veníamos escribiendo desde

antes en las páginas de nuestro periódico partidario. Creo no equivocarme que era una síntesis histórica, que resumía la lucha popular que asustaba a más de uno. Entendíamos que era imprescindible la presencia del líder de las masas argentinas en la democracia.

Me imagino que el resto de la izquierda lo verían a usted y al PVP, como bichos raros... No al revés, nosotros los mirábamos a ellos como bichos raros (risas)... Lo que sucedía era que la

izquierda tradicional tenía un proceso de fantasía política con objetivos y planteos difícil de realizar. En otro plano, lo mismo sucedió con los que confundieron la lucha de clases con la lucha de armas, con otros argumentos teóricos. Sus prioridades no eran los de la gente, del pueblo.

En cuanto al 17 de noviembre del 72. Estuvimos presente con todos los compañeros del Partido. Fue, junta a la del 17 de octubre del 45 a

la cual asistí, un hecho histórico protagonizado por el pueblo en su larga lucha por sus vindicaciones. Una alegría, a la que no puedo dejar de señalar que también fue frustante, por lo que vino después. Fuimos caminando desde la Autopista Ezeiza y General Paz y nos ubicamos lejos del palco oficial.

En término prácticos, ?cuál fue la traducción política de esa confluencia? No hubo ninguna participación nuestra. Nuestros contactos seguían con las bases. No tuvimos

ninguna especulación, ya que estuvimos en las derrotas y en las victorias parciales de todos esos años. No nos acercamos para pelear por pequeñas partículas de poder. La idea nuestra era más para el futuro. Pero al mismo tiempo, se agitaron las aguas del PVP con montones de contradicciones, se formaron escisiones, una de ellas encabezadas por el compañero Elías Semán, secuestrado durante la última dictadura militar.

Claudio Mandones

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