revista cultura de veracruz - octubre 2010

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Índice Yamily Falcón, Dos poemas .......................................... 3 Fernando Winfield Reyes, Caminando en la noche desnuda ..................................... 5 Edgar Aguilar, Arboles ................................................. 11 Obed González Moreno, Cantos ...................................... 17 José Luis Velarde, Carlos Monsiváis en Ixtac................ 25 Angélica González Macías, Yo no, ............................... 30 Edmundo López Bonilla, La Revolución Mexicana en Veracruz .......................... 43 Samuel Pérez García, Versos de Maria Esther Mandujano.............................. 61 Armando Ortiz, La infausta suerte de ser poeta ............. 65 Irving Ramírez, Los Lunáticos enamorados O del enigma y la fábula . .68 Alvaro Brizuela Absalón, Luis Vidal Martínez............... 72 1

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Índice Yamily Falcón, Dos poemas ..........................................3 Fernando Winfield Reyes, Caminando en la noche desnuda.....................................5 Edgar Aguilar, Arboles................................................. 11 Obed González Moreno, Cantos ...................................... 17 José Luis Velarde, Carlos Monsiváis en Ixtac................ 25Angélica González Macías, Yo no, ............................... 30 Edmundo López Bonilla, La Revolución Mexicana en Veracruz .......................... 43 Samuel Pérez García, Versos de Maria Esther Mandujano.............................. 61 Armando Ortiz, La infausta suerte de ser poeta............. 65 Irving Ramírez, Los Lunáticos enamorados O del enigma y la fábula . . 68Alvaro Brizuela Absalón, Luis Vidal Martínez............... 72

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Yamily Falcón*

DOS POEMAS

DEMENCIA Rumio mi demencia asechada por la mala entraña, apilo recuerdos tardíos: Me atan, me anudan Ancla la bestialidad del alma desgarrada… Algo… yace inerte bajo la almohada

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SILENCIOS Parte de mi vida son silencios Tropiezo con el denso sabor de la oscuridad que habita tus ojos Me oculto en el hueco más profundo del olvido Esos ojos van borrando mi esqueleto Al miedo escandalizo Arrastro la presencia que me incluye y destierra… Un reflejo golpea mi consciencia… Al tiempo en que devoro mi cabeza

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Fernando Winfield Reyes Caminando en la noche desnuda

Al filo de la medianoche se encontró caminando solitario, en esa noche fría, en medio de esa calle desnuda a ningún sitio en particular… Era como si se dejase abandonar, naufragar lentamente por las oleadas del tiempo, esos minutos aparentemente inconexos donde el pasado no cabía más.

Había sido un día en el que se había mantenido en un camino errático, entre calles y avenidas, como quien transita paisajes que a pesar de su ser urbano, se encuentran a millas de distancia, en ningún lugar.

Era un viaje a ningún lugar, eso era. Era como estar saludablemente perdido, sin rumbo fijo, a la deriva. Siguiendo el rastro de siempre. Buscando el anonimato. Siguiendo cualquier hallazgo.

Durante la tarde se hizo la lluvia. Caminó, siguiendo el rastro de un perro. Otro ser como él, resignado en el borde de la desesperación. Ese líquido torrente que fluía por todas partes. La desesperación. La resignación. La renuncia a todo aquello.

Por la mañana había caminado por los basureros, esas geografías que modificaban el contorno de ese pedazo de ciudad en el límite impreciso de un campo yermo. Había encontrado un par de zapatos, unos tenis que calzó con cierto entusiasmo y tristeza. No sabía bien por qué, pero le recordaban algunas imágenes que había mirado al pasar en el centro, frente a la tienda de electrodomésticos, que reproducía en treinta pantallas de televisor la catástrofe por agua en Nueva Orleáns.

En ese momento había recordado que él era también un gringo. Un norteamericano perdido en medio de otra catástrofe. Sólo que la suya era cotidiana, en un país hostil y generoso a la vez, un país que incluso a los que nada tenían recibía con amabilidad y violencia

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simultáneas. Curioso que una frontera imaginaria fuese más determinante que los muros más sofisticados de la segregación.

Había transitado como aquél personaje que perseguía la imposible felicidad en una acaso menos imposible geografía.

Hoy era la lluvia. Una lluvia de septiembre, ese mes que en México se identifica con algo tan imaginario como la patria: no dejaba de sorprenderle la multitud de símbolos en tres colores, banderas mexicanas por doquier, vendedores de banderas de todos tamaños, en medio de grandes avenidas, entre callejuelas y mercados. Banderas tricolores y escudos dorados algunos, otros elusivos. Una especie de tradición que parecía no extinguirse, al menos en esas fechas, a pesar de que un sinnúmero de productos veían desde China, incluso esas nacionalistas banderas mexicanas producto reciente de una globalización quizá más antigua que las propias fronteras o de la invención de la nacionalidad.

Era una noche desnuda y fría de septiembre. Y él sentía esa tranquila desesperanza que acaba por identificar el sentido de tantas cosas en México. Hacia el final del mes las banderas de papel aparecerían maltrechas, restos de algo que alguna vez existió o quiso ser.

El tiempo como la herrumbre que se empeña en decir que todo conduce a esa extinción de objetos y de sentidos.

Volvió a su mente la imagen de ese perro que había seguido como un signo extraño e interesante a la vez. Un perro cualquiera, con su pelambre mojada color café, untada a una estructura ósea chueca, como si se tratara de la carrocería de un carro que, tras un impacto, había quedado sin compostura, pero todavía se movía, desafiando el sentido común.

Lo había seguido como quien sigue una aparición inverosímil. El perro se detenía a veces. Se detenía a husmear en los postes de energía eléctrica, en el borde de los portones donde otros perros habían dejado sus señas, en la curva de las guarniciones de concreto que indicaban una esquina. Pero cuando emprendía esa marcha cansina, entonces él se animaba y se sentía bien, encontraba algo nuevo en ese seguir la pista a un perro, a lo largo de esa avenida que serpenteaba la topografía con

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automóviles y autobuses ajenos e indiferentes a los humanos y animales que transitaban en el río paralelo de las banquetas.

Así llegaron a un centro comercial, una de esas plazas que imitan con enormes carencias la riqueza de otros países, sugiriendo innumerables y accesibles objetos de consumo, algunos de ellos extraordinariamente baratos, y otros extraordinariamente caros. Entre el gentío, el perro se había confundido, creyendo encontrar a su amo. Había entrado a un puesto de periódicos, había seguido hacia el interior de un pasillo que conectaba con unos baños públicos, había quedado cerca de una taquería donde un diestro cocinero despachaba un gigantesco trompo de carne enchilada en diminutos cortes de filete que caían en tortillas pequeñas sobre un plato de plástico.

El perro había transitado hacia el estacionamiento a cubierto, se había quedado tirado un buen rato a la sombra de uno de los escasos y escuetos arbustos, algo así como la confusa memoria de un árbol con poco follaje, reducido, para luego ingresar a un cine.

Recordaría que el surrealismo era algo cotidiano en México. En otra ocasión había seguido a otro perro, un dóberman que andaba nerviosamente y giraba su esbelta cabeza de tiempo en tiempo, hacia atrás, como si huyera de alguna situación terrible. Y es que la paradoja no era para menos: lo había encontrado cerca de un punto de venta de periódicos y revistas, cercano el día en el que una devaluación había ocasionado una de las crisis más profundas en el pasado reciente. Recordaría con cierta simpatía el surrealismo de aquellas instantáneas: el dóberman que entraba por debajo de las puertas de rejilla de madera pintadas de amarillo que daban ingreso a una cantina cercana a un mercado, una cantina con sus afiches, sus olores a pudrición y su estridente música ranchera, selección hecha por algún cliente en una rockola que había sido alimentada con un montón de monedas para asegurar que la misma canción, triste y espantosa, tocaría durante un par de horas.

Ese era México. Ese México ajeno y cercano a la vez. El México terrible e incierto de cada día, seas extranjero o como le había dicho un indígena alguna vez, extraño en tu propia tierra.

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Había cruzado desiertos y montañas, bosques y cañales. Había surcado algunos ríos. Había dibujado siluetas y signos en las arenas infinitesimales de las playas mexicanas. La memoria del país le pertenecía, indudablemente. Había encontrado en los perros la coincidencia de hazañas irreproducibles. Cada perro había sido un destino separado por algunas horas de ese rumbo que seguía desde hacía algunos años, desde que había logrado escapar de esa prisión que la seguridad social llamaba clínica psiquiátrica Baton Rouge.

Muchas veces le habían advertido que tuviera mucho cuidado de la autoridad en ese país semisalvaje y semi nuevo en asuntos de modernidad. Un mexicano que había conocido en los Estados Unidos le había dicho que lo bueno de sus compatriotas venía de la bondad de los emperadores aztecas que ordenaban y practicaban sacrificios humanos. El mismo mexicano le había dicho que lo malo venía de los conquistadores, españoles o extranjeros, cuya maldad, extrañamente, había nutrido algunas de las páginas más interesantes de la historia. En todo caso, la confusión era allí parte del sentido común, del modo de entender el mundo y apreciar la vida, a veces con descontrol.

Por eso huía de todos los uniformados y en cada policía veía un demonio mestizo, mezcla de lo terrible de los aztecas y de la maldad de los conquistadores. Algunos iban montados en modernas motocicletas al estilo patrulla americana, con vistosas pistolas revolucionarias al cinto. Eran algo así como la encarnación motorizada de aquellos revolucionarios que vivían del pillaje, las fiestas, y las batallas. Otros parecían extraídos de algún cuadro de Frida Kalho, esa pintora de la desesperación y el desgarro existencial, sobre la que había dejado una tesis inconclusa.

Conocía la ciudad en sus rutas más frecuentes y en la extensión de sus crecientes periferias. No entendía cómo era posible que tal cantidad de automóviles pudiese moverse en calles tan limitadas y mal mantenidas. Era como si la ciudad nunca acabase de construirse, como si cada día fuese sólo posible gracias a un milagro y a la improvisación, uno de los grandes orgullos mexicanos.

Aunque de algo sí que estaba seguro: no podía haber más grande libertad para los perros, que esa ciudad donde incluso en las noches

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desnudas, cuando el espacio público, ya sin humanos, era plenamente de ellos, iniciaban una caravana hacia los llanos más allá de la madrugada, los que se poblaban de sus ladridos distantes, mientras él les observaba a lo lejos con regocijo, como quien encuentra una revelación en la cosa más absoluta y más simple.

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Edgar Aguilar

Árboles Esos árboles desgarbados flotantes como simios sin hojas ya Árboles ecuménicos plantados sobre una tierra que fue otra tierra que fue otro el ramaje valeroso que cayó sobre vuestros senderos cual geografía en ese espacio arcano y flotante que amaga y lucha pese a todo allá en sus promontorios que son cielos nubes pájaros extendidos Árboles que definen bien qué oculta maleza

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ha de desprenderse como nubes negras reptando el horizonte y quién sabe qué malabarismos acechando los cielos como símbolos como cuervos graznando fugándose este árbol solo que desciende como un nómada como una serpiente devorando pequeños animales frígidos como él húmedos vaporosos con las lenguas de fuera Árboles como gotas verdes pero sin vuelo sin caída sin sustancia presente sin colorido como un vaho grises serenos allá donde mi vista percibe algo ¿qué es?

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Reino Y dios hizo la tierra moldeó al hombre le dio una mujer pájaros nubarrones aleluyas fuego cruces bálsamos cavidades donde sustraer infinitas riquezas brazos y piernas fuertes para correr por allí levantar rocas despojar la tierra y levantar ciudades enormes ciudades como los dioses habrían de tenerlas allá arriba pero nosotros abajo más vale y le dio hijos descendencia donde mirar

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sus frutos aquellos que habrían de conquistar con soberbia avaricia multiplicando sus reinos ingleses franceses holandeses portugueses españoles más vale se dijeron no se vaya acabar el mundo y nos quedamos sin nada.

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Globo Apenas tiras delgadas cayendo gravitando qué perezoso día inflado como un globo en lo alto quemándose de tanto cielo de tanto fulgor repentino sobre sus anchas espaldas robustas espaldas pues la historia como un hilo como un globo quemado humeante va trepando ese cielo puesto al revés y ya no es eso que parece sino un infierno donde cae el globo desinflándose como una flor muerta pero sin vida sofocada y oscura.

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Obed González Moreno

CANTOS

CANTO

Las Paredes empequeñecen, la pluma vibra en la prisión de mis dedos. La sangre acelera por todos los rincones de mí ser. La botella en el aire como un dios. Un yo surge de mi ojo izquierdo: danza, ríe, crea, deshace, golpea, insulta, besa, toca, desesperado hace el sexo. De mi ojo derecho otro: habla, escucha, crea, ama, llora, piensa, confirma, se levanta, desesperado hace el amor. Escribo, escribo, escribo: se recrea el tiempo, lo numinoso despierta, el sudor en mi cuerpo, las ventanas ya no existen, el aire se calienta, la luz se opaca, la tinta se apresura, los ladrillos crepitan, se compactan, me asfixian. Uno me invita, otro me lo impide, en medio, yo… tirito. Las tierras se levantan, los cielos avanzan, los recuerdos se detienen, las lágrimas regresan, el dolor se suspende, mis muertos se alzan:

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Ante los brillos de la botella las emociones vacilan un eterno instante. Bajo mis párpados; abro el derecho, cierro el izquierdo, abro el izquierdo cierro el derecho, abro el derecho cierro el izquierdo, abro el izquierdo cierro el derecho abro el derecho cierro el izquierdo abro el izquierdo cierro el derecho…. ¡Basta, basta, basta! La pluma se detiene la botella estalla como un ídolo de arcilla la recámara se expande luz por todos lados sonidos en el exterior mis ojos se desprenden del cuerpo observan.

CANTO I

Se ahoga la Tierra y en vientre envenenado las palabras, río revuelto de sapos y sangre.

Las calles caldean el silencio que apaga llantos. Bajo párpados, sueños se descarnan, dejan en un suspiro la muerte. Las banquetas del Mardigra se asfixian, ratas revientan y en un bajo de saxo las paredes se derrumban y en los oídos la indiferencia se levanta. El poder en la mano de un idiota se convierte en lodo, escurre entre sus dedos.

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CANTO II Hojas caen empañadas de carbón, naufragan en arroyos que van a las alcantarillas, barcos desengañados, toman el rumbo que les han designado. Pasos cansados, aburridos, abrumados y predecibles por las ciudades, la vestimenta-rutina se pega a las carnes de sus caminantes. De las paredes se despegan hombres, carteles deshechos que nosotros mismos hemos creado. No hay hombre que no se atreva a construir a otro por fortuna.

CANTO III Bajo el cielo gris lluvia, bajo la lluvia, historias cotidianas que se enmarañan con pestañas y gotas. Tras historias, la calle un perro y un aullido se ha llevado entre sus llantas un autobús de indiferencia.

CANTO IV Las pantallas me ensordecen y ciegan. Ruidos que taladran mi cabeza. Un rostro cubre el planeta con la sombra del poder, las estrellas en su cabeza y tras las barras la libertad.

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Corre un corcel blanco, bestia desbocada que sangra por el hocico y patalea la espalda de la Tierra, golpea columnas vertebrales hasta destruirlas. Marte en sus ojos, el universo y la humanidad en sus sueños. Pesadilla que parpadea en las Pantallas.

CANTO V Con mis dolores se entreteje la noche. No hay centauros en las sombras ni minotauros en la luz. El cielo arenoso se desborda, cascada de negro polvo que sepulta. Las almas estelas dejan, quitan sus vestimentas rutinarias, epitafios del viento. Las ciudades se sacuden, salpican sus vicios en una hoguera que engrandece. De piedras y carne remolino. Cuando los bacales despiertan los hombres enloquecen. CANTO VI Sobre la noche la muerte. En mi cuerpo lágrimas entran. En la oscuridad del odio los hombres luchan feroces. Cruje la Tierra, rabioso galopa por la espalda de una sierpe que adelgaza el crepúsculo un jinete de

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sombras. Al amanecer: Serpentea el viento en el silencio. El horizonte... un puñado de polvo. CANTO VII Duerme la metrópoli y tronados de óxido vuelven los hombres para despertar al águila erosionada que nada ve. Sobre una esfera tallada en oro el pueblo ríe... Un mundo de idólatras escribe nuestra historia

CANTO VIII Una ola de emociones cubre mi cabeza. Manos en el volante, una marea de ruidos entra y sale rozando cristales. Aullidos de lobos que advierten. La caída de las gotas se despliegan en el parabrisas, pequeñas estacas que se clavan en los ojos. La música es silencio, un mundo se crea dentro. Las llantas desgarran el asfalto, las arterias engrosan, búfalos rojos que desbaratan y trepan en los hemisferios grises en los que la sombra

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de un caparazón óseo descansa. Un trueno resuena, las bestias rojas arremeten, cubren cejas, pestañas y ojos. Los cristales se disparan collar que asfixia. Gritos, aullidos, rostros borrosos, miradas morbosas, sudores, tronidos, silencio... un sombrío suspiro enmudece.

CANTO IX Del trueno un quejido y en mi respiración la disnea. Contrariada la tarde ¿Son horas de dormir? Música danza en mi cabeza valsa en mi desvarío. El calor se aloja en mi tronco, me inflama, algo carcome mis párpados. Las paredes se achican, capullo de imágenes y ruidos. Las ventanas desaparecen y el techo se pega a mis ojos. Un torbellino aparece, se abre y jala, gancho ardiente de varillas que rasga la siesta. El cubre-polvo de las casas en mi vista, zapatos desfilan presurosos a la velocidad de la

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indiferencia, levanto la mirada y veo a las personas de pies a cabeza, al final el cielo gris, mancha de vómito que se estrella en la consistencia de mi nombre. Una canción con ritmo de trópico se escucha lenta, pesada, lejana, aletargada como mi cuerpo sobre la barda. Mis pasos se escuchan a ritmo de ciudad: perezosos, largos, cansados, aletargados, lejanos, muy lejanos... en la lejanía de la disnea y el espejo.

CANTO X

Se abre la pantalla, vísceras salen de ella, ondas vibratorias que borgoñas entran por los iris. Se sacude la noche y los sueños se pintan de explosiones, calumnias y angustia. Mentiras disfrazadas con pequeñas brillantinas de verdad. Ansiedad por las venas, la desesperación en el aire, la preocupación sobre la almohada. Se cierra la pantalla.

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José Luis Velarde Carlos Monsiváis en Ixtac

Fotografía del 2006

No se engañe nadie, no,

pensando que ha de durar lo que espera, más que duró lo que vio

Jorge Manrique, 1Coplas por la muerte de su padre

La primera vez que supe de Carlos Monsiváis fue en la historieta Chanoc. Aquel cómic mexicano que presentaba aventuras de mar y selva, en un mundo caribeño menos alejado de la civilización de lo que aparentaba el subtítulo. Ixtac se llamaba la población fantasmagórica donde convivían seres reales con personajes alucinantes. Los responsables de aquel sitio fueron Carlos Z. Vigil, el doctor Ángel Martín de Lucenay, autor de la idea original, Ángel Mora y Pedro Zapian Fernández.

En Ixtac casi todos jugaban futbol y la selección portuaria se enfrentó en diversas ocasiones con equipos de primer nivel; incluso tuvo duelos memorables contra selecciones resto del mundo. Siempre

1 Días de guardar comienza con ese verso de Jorge Manrique

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fieles a su amor por el deporte y a un 4 – 2 – 4 omnipresente en 1966, cuando el futbol era más espectacular que los duelos “estratégicos” que ahora venden a precio de oro como si no fueran mezquindad absoluta.

El médico del cuadro era el doctor Nimbus muy parecido a Darth Maul, de la posterior Star Wars. La valla era resguardada por un sujeto flaco y doble visión apodado Birolo; en la defensa alineaban como laterales los caníbales Puc y Zuc (Yo los tumbo y tú los pisas era una frase que usaban a menudo); la central quedaba a cargo del ex presidiario Trucson y del Capitán Anclitas; en la media cancha jugaban el pescador Sobuca y el sargento Macotela; en la delantera aparecían el pigmeo Sauka, Tzekub Baloyán, Chanoc y el Médico Brujo siempre en conflicto con Nimbus. El equipo contaba con una porra voluminosa donde destacaban Hipopotamia Guillot, Mangonia y Rogaciana la Chilera, mujeres de cuerpos desbordados quizá por el excesivo amor inspirado por el malandrín Tzekub, un anciano que corría más o lo mismo que los rivales. Y los contrarios no eran poca cosa. En Ixtac lo mismo enfrentó al Rey Peló2 que a Isidoro Díaz, quienes encabezaron al Santos de Brasil y al Guadalajara mexicano respectivamente. A Ixtac llegaron Gordon Banks, Franz Bekenbahuer, Bobby Charlton y el mismo Lev Yashin bien respaldados por otras estrellas de la época. El equipo local acostumbraba empatar o vencer en los últimos minutos, quizá porque contaba con cambios de lujo. Durante algunas jornadas apareció como portero el Nasico, un simio que parecía humano, o un humano que parecía simio. Cambios obligados eran los brujos Macrodelio, Cornudelio y Brujildo; cierta ocasión alineó Venancio, el abarrotero, y de vez en cuando se presentaba como refuerzo un robot llamado Sócrates que además de jugar muy bien era asistente del Sabio Monsi.

Era 1967 y a mis diez años me pregunté quién era aquel científico mexicano capaz de crear un robot funcional y de ilimitadas cualidades. ¿Quién era el Sabio Monsi? ¿Cómo era posible que existiera un personaje así en el panorama nacional y no fuera tan reconocido como Alma Grande, Blue Demon o el Llanero Solitario? Por esas fechas yo iba cada mes a “la peluquería de los flacos”, un local que no tenía otro 2 El Rey Peló era Edson Arantes do Nascimento

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nombre que “PELUQUERÍA,” escrito con letras negras sobre una pared amarillenta adornada en los extremos con franjas rojas, azules y blancas. De hecho no era más que un zaguán y el letrero estaba sobre el portón que abría hacia una banqueta estrecha y una calle muy transitada. En el interior se apretujaban una mesa de comedor, un baño en el fondo y los tres sillones de peluquero usados por los delgados propietarios del establecimiento. Sobre las sillas de espera alineadas en una pared se amontonaban diarios y revistas, lo mismo que sobre el piso, diversos estantes y una mesa donde estaban, pensaba yo, todas las publicaciones de la época. Eran los días del casquete corto, las navajas afiladas en tiras de cuero, el alcohol como desinfectante generoso, los dólares de doce cincuenta y de la revista Siempre que ojeaba (valga la insistencia) siempre y cuando no tuviera disponibles las historietas de Editorial Novaro; o las publicaciones nacionales: El Santo, Viruta y Capulina, Memín Pinguín, El Payo, el Diamante Negro y otras más donde sería impensable no volver a decir Chanoc. La peluquería no disponía de vigilancia y la clientela infantil, lo mismo que la adulta, separaba sus ejemplares sentándose sobre ellos. Y si los niños acaparaban las historietas no faltaban los mayores que también se las apropiaban. Esto llevaba a los más pequeños a tomar revistas seudo periodísticas como Alerta y Alarma, donde fue costumbre mostrar fotografías más de carácter forense que de índole informativa. A mí no me gustaba mirar destripados y mejor me empeñaba en descifrar la caricatura política de Siempre o los editoriales de José Pagés Llergo, aunque no me quedaran claros algunos planteamientos. Mi lectura compulsiva me hizo descubrir que un colaborador habitual y creador de la sección Por mi madre bohemios, era ni más ni menos que Carlos Monsiváis y que era el mismo personaje localizado en Chanoc.

Durante muchos días, quizá años, me pregunté cómo era posible que un sabio inventor de robots escribiera críticas que adivinaba definitivas en mi ingenuidad infantil menguante. No me quedaba claro que un poema recién memorizado en la escuela, con reglazos de por medio, pudiera volverse pretexto para exponer la incapacidad dialéctica de cualquier personaje incapaz de expresarse con pulcritud. No atinaba a ver que El brindis del bohemio, aquel texto sacrosanto, a fin de cuentas

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hablaba del símbolo materno, inspiraba asuntos más terribles que aquella frase con la que mortificábamos a un compañero de la escuela primaria llamado Arturo, “…el bohemio puro, de noble corazón y gran cabeza”.

La sección Por mi madre bohemios destazaba declaraciones de personajes públicos tanto por la sintaxis como por la parte ideológica. Ahí aparecían los desatinos de políticos y deportistas lo mismo que las parrafadas incongruentes de empresarios, conductores de televisión o vedettes. Y, como si se tratara de estas últimas, Monsiváis desnudaba los yerros por igual.

Lo que si es cierto es que lectura tras lectura supe de los afanes críticos de un periodista y comencé a distanciarme del mundo plasmado con maestría por Mora y Zapian. Descubrí en las frases lapidarias de Monsiváis que mi país no era tan perfecto como proclamaban los discursos referidos a los Juegos Olímpicos de 1968 y al Campeonato Mundial de Futbol del setenta, postulados como muestra de que el progreso era lo único inevitable para los mexicanos.

En junio de 1971 viajé con mi padre a la Ciudad de México. Allá entramos en una librería del centro y mientras yo me empeñaba en encontrar un disco de Simon & Garfunkel, papá compró un ejemplar, perteneciente a la primera edición, de Días de guardar. Entusiasmado por El cóndor pasa y Cecilia, ni siquiera pregunté el nombre del libro escondido en una bolsa amarillenta. Una vez en el hotel, a falta de tocadiscos, comencé a abrir y cerrar cajones. En uno de ellos descubrí el libro recién adquirido. Lo tomé sin mayor entusiasmo, pues en ese momento yo prefería escuchar Puente sobre aguas turbulentas, pero cuando supe que el mismísimo Sabio Monsi, era el autor de la obra quise quedármela como regalo adelantado de cumpleaños. Tras una leve discusión decidimos compartir lecturas. Para mí fue una sorpresa encontrar que Monsiváis hablaba de eventos muy cercanos. Ahí estaban las marchas universitarias, los sucesos trágicos del 68 y la juventud masacrada. El libro terminado de imprimir el 31 de diciembre de 1970, también presentaba las actuaciones de Raphael, la golondrina petacona; los Doors; las voces de los ferrocarrileros disidentes; un poema de Monsiváis inspirado en The Howl, de Allen Ginsberg y hasta el

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cercanísimo mundial donde México se encontró a sí mismo, remarcado con frases tan lapidarias como …y quizá simplemente te regale una fosa, bien acompañadas por la orquesta que respaldaba las actuaciones de Leonardo Favio. Leí y releí aquel libro sin pausas. La crónica de lo inmediato y la crítica tenaz y contundente marcaron mi vida.

Años después, de acuerdo o no, disfruté la lectura de Días de Guardar y de otras publicaciones de Monsiváis. Mi libro se desgastó de tanto uso y terminó extraviándose en algún sitio de la adolescencia. Volví a comprarlo en 1977 y desde entonces va y viene sin distanciarse nunca del todo. En 1979 falleció Pedro Zapian y fue sustituido por Conrado de la Torre. Ixtac ya no celebraba encuentros deportivos como los que yo había atestiguado, o quizá seguían ahí, pero para entonces había dejado de leer la historieta. Ya no supe si Patalarga sustituyó su pata de palo con una prótesis del primer mundo, o si Maley se casó con Chanoc, En la vida real Carlos Monsiváis aparecía con mayor o menor frecuencia en los medios de comunicación según las simpatías despertadas en el régimen de turno, pero no dejaba de ofrecer conferencias y charlas entre polémicas infinitas. Yo disfrutaba encontrarlo bien plantado sobre sus argumentos fueran bien recibidos o no, fueran demostrables o no. Poseía una voz tan crítica que a veces ahuyentaba hasta a sus propios fieles, pero es indudable que de tanto opinar con acierto, incluso al abordar asuntos que parecían intrascendentes, contribuyó a esbozar la consciencia necesitada por nuestra sociedad entera, no se diga por nuestros sistemas políticos tan necesitados de replantearse en lo fundamental.

Se volvió norma común pedir la opinión del sabio Monsi cada vez que los medios de comunicación deseaban refrescar las notas gastadas de los encabezados de ocho columnas y su voz habló por muchos en un país acostumbrado al silencio.

Ahora que es imposible oírlo externar un juicio más es necesario decir que se le extrañará siempre.

¿A quién acudiremos ahora? Estos son días de guardar.

20 de junio de 2010

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Angélica González Macías

YO NO Yo no me ponía pantalones pegaditos Porque no tenía para quién ponérmelos. No me juzgues Los tenía guardados Me gustaban Los compraba No me los ponía porque creía que no me quedaban Porque nadie me había dicho que me veía bonita así Porque nadie me había dicho Que quería verme así Porque nadie me había dicho.

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Yo no me ponía pantalones pegaditos Porque entonces revelaba que era hermosa Porque nadie me había tratado con ese respeto Porque nadie me había admirado Porque nadie me había dicho. Me gustaban Los compraba Y los guardaba. Yo no me ponía pantalones pegaditos Porque entonces revelaba que era hermosa Porque me iba a toquetear cualquier fulano Porque me iban a gritar cosas vulgares Porque nadie había llegado. Yo no me ponía pantalones pegaditos Porque nadie me había dicho Que así era yo Porque nadie me había dicho Que tenía derecho Porque nadie me había dicho Que podía Porque nadie había llegado. Me gustaban Los veía Los compraba Los guardaba. Yo no me ponía pantalones pegaditos Porque no quería que me miraran Porque no quería que me desearan Porque no había llegado nadie Porque nadie me había dicho Que era hermosa. Los miraba Los quería

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Los compraba Los guardaba. Yo no me ponía pantalones pegaditos Porque nadie había llegado Porque no quería que me desearan Que me insultaran Que me toquetearan. Los miraba Los quería Los compraba Los guardaba. Porque no habías llegado todavía Porque tú no me habías dicho que era hermosa Que era linda Que era tuya. Yo no me ponía pantalones pegaditos Porque nadie había llegado Que los mereciera Porque nadie había llegado Que me diera ese derecho. Me gustaban Los compraba Los guardaba Porque tú no habías llegado. Porque no tenía derecho Porque no había razones Porque no tenía motivos Porque Las mujeres No usamos Pantalones.

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NÚMEROS Empezó el 20 de marzo (equinoccio de primavera) Yo me enteré hasta el lunes 23 3 semanas de correos poemas y me enamoré querías verme el lunes 13 pero nos vimos el jueves 16 (segundo día de Jon kipur) me pediste ser tu novia el miércoles 22 en la noche (aniversario de la muerte de mi ma Rosi) lo primero que vi fue un anuncio de amigo de telcel (acabábamos de comer lasaña). El día primero me cortaste Morí 10 días El día 11 te mandé un mensaje Y me contestaste Nos vimos el martes 12 Ya estamos a domingo 17.

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MINOTAURO AZUL Entré en tu laberinto Siguiendo un rastro de palabras y lágrimas de toro. El minotauro eres tú Mi tierna bestia, Un cuerpo de hombre Que carga una cabeza Pintada de pasiones, Dulce Sin edad Por siempre joven Por siempre solo Un niño toro. Atrajiste a la virgen Siguiendo un hilo de oro Que enredabas en una madeja Pacientemente Desde un rincón oscuro. Quiero subirme a tu lomo Porque quiero acariciar las galaxias de tu pelo negro Hermoso monstruo moreno Porque quiero sentir tu aliento de toro Porque quiero que me encierres en tu laberinto Porque quiero que me cerques hasta tu centro Porque quiero que no pueda escapar Porque quiero convertirme en ti. Sentir tus ojos de mansa bestia Tras los espejos Oler tu rastro por las paredes Acariciar tu pelaje reluciente al sol

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Y darte mi corazón Para que te lo comas Y mi sangre Para que con ella dibujes Otro laberinto Sobre tu cuerpo.

14 junio 2009

Quiero conocer el mar que llevas dentro quiero que descanse el peso de sus aguas sobre mí quiero que tomes a esta sirena con tus redes de dedos quiero que la cálida lengua de tus olas me conozca el torrente de tus piernas contra el torrente de mis piernas que las lenguas de tus olas me hagan viajar a donde las sirenas debemos ir que tus manos de espuma me den la forma del mar, que pasen mil veces sobre mí para que me hagas piedra de río

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y tus caderas secretas y mis secretas caderas se besen. Quiero que a ese mar que traes girándote noche y día Lo pongas dentro de mí.

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NOCHÍSTICA LUNÉRICA

Noche que nace torcida, jamás su luna endereza. Noche que no has de beber, déjala amanecer. Luna llena, callejoneador contento. La noche no es como la pintan. La noche arroja estrellitas a los poetas. De la luna a los ojos, se cae la oscuridad. De noches, lunas y estrellas, todos tenemos alguna de ellas. Hay algunos que no tienen luna que les ladre. Es como intentar hallar una aguja en la ciudad. Hijo de mi noche Mi sueño será Hijo de mi día Sólo dios sabrá. Soy poeta, hasta la noche de enfrente. La noche hace leña del sol caído. El que anda con poetas, a volar se enseña. Noche vieja hace buen caldo. Me salió más cara la calle que el hotel. Una letra más al tigre de la noche. Noche vivida, ni dios la quita. El que es noche, dondequiera oscurece. Y el que es estrella, dondequiera concede deseos. Se dice el poema, pero no la luna que lo hizo. Se aconseja al poeta que se rasque con sus propias lunas. Quien noches tiene, en poesías piensa. Aunque el poeta se vista de lunas, bohemio se queda. El que con noches se viste, las lunas lo desvisten. Está como luna para chocolate.

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Qué tiempos aquellos, cuando se amarraba a los hombres con versos. Recuerda que: poetas somos y en la noche andamos. ¿A quién le dan poesía que llore? Señoras: amarren a sus lunas, que mis poemas andan sueltos. El que nace para poeta, del cielo le caen las noches. A la calle más flaca se le cargan los poetas. El que a buen poeta se arrima, buenos versos lo cobijan. ¡Ahora es cuando, luna llena, le has de dar sabor al verso! A buen poeta, no hay verso duro. ¡Ora sí vamos a ver, de qué luna salen más poemas! Será poeta Será poesía Será la luna del otro día. La luna no era arisca, sino que la hicieron a rimadas. ¿Qué fue primero: el poema o el poeta? A mí me gustan las noches claras y el poema espeso. La ociosidad es la madre de todos los poetas Es más La ociosidad es la madre de todos. El que de versos se viste, en su poesía confía. Agosto 2010

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BOSÉ

No dirás que no Con cada gota de lluvia que caiga piensa en mí Creo en ti Los pájaros cantan y dicen tu nombre Deja que yo Quiero que tú Hombre de azúcar Corazón de aluminio No dirás que no Mi señor, Mi niño azul Creo en ti Que sueñe usted con su princesa, Señor mío Señor de chocolate Deja que yo Quiero que tú Espero que usted me guste más que el pastel de chocolate Deja que yo quiero que tú Hombre de azúcar Corazón de bismuto Deja que yo Quiero que tú Que bella la canción de tu corazón No dirás que no Es que yo ya tengo un nombre que decirle al viento Creo en ti El cielo está gris

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y hay un sol que abraza y abrasa mi corazón: tú Deja que yo Quiero que tú Murió Benedeti Más yo soy feliz No dirás que no Tú también me gustas.

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Edmundo López

Bonilla La Revolución Mexicana en Veracruz

En una plática sobre la Revolución mexicana, Bernardo García Díaz afirmó que para entender ese movimiento, se debería hablar de “Revoluciones”. Aunque se acepta que el detonador de esta convulsión fue el sistema político y económico emanado del régimen porfirista y se toman como antecedentes los sucesos de Cananea y lo sucedido el 7 de enero de 1907 en la región de Orizaba; la declaración del presidente Porfirio Díaz Mori al periodista norteamericano James Creelman y la publicación y difusión del libro La Sucesión Presidencial de 1910, El Partido Nacional Democrático de Francisco I. Madero, miembro de una poderosa familia de terratenientes de Coahuila, se ha soslayado la irrupción de brotes regionales de inconformidad que llegaron a la franca rebelión: en el norte la fugaz utopía de Cajeme (José María Leyva) entre 1875 y 1885; Tomochic, en la sierra de Chihuahua en 1882, por el despojo de tierras por la compañía Chihuahua Mining Company; Zunpahuacan, Estado de México, en 1884. En los primeros años del siglo XX se dieron brotes rebeldes en Tabasco, Veracruz, San Luis Potosí, Nayarit, Sonora y Yucatán.

Como su título indica, el libro: La Revolución Mexicana en Veracruz Antología de Bernardo García Díaz / David Skerritt Gardner, muestra en trece artículos, los antecedentes y las causas de levantamientos armados, sucesos y reivindicaciones sociales por motivo de posesión de tierras en el Estado de Veracruz.

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Karl B. Koth en “La modernización de Veracruz”, analiza la relación del gobernador Teodoro A. Dehesa, más allá de los asuntos oficiales con Porfirio Díaz Mori y da cuenta del desarrollo industrial y económico del Estado en el aprovechamiento sistemático de productos del campo: café, vainilla, caña de azúcar y su beneficio por ingenios azucareros; del impulso a los ferrocarriles y al infraestructura del puerto de Veracruz, pero también del poder y abusos de los jefes políticos; el aprovechamiento y compra de tierras en el cantón de Papantla y las revueltas de 1891 y 1896 de carácter plenamente agrícola; asimismo asienta que el 30 de septiembre de 1906, en la región se Soteapan los popolucas tomaron las armas en protesta por el robo de tierras por parte de la hacienda Corral Nuevo y sufrieron represión y por efecto de la “Ley Lerdo y su intento de privatizar la tierra”, estos conflictos también se dieron en Papantla donde los “totonacas se levantaron en contra de la invasión de sus tierras por los supuestos cultivadores de vainilla”. En suma, el artículo es una muestra del desarrollo capitalista y sus medios para lograr ganancias. Análisis amplio y documentado que agota 70 páginas.

Alfredo Delgado Calderón en “Acayucan precursor” aborda los problemas de esa región y las causas que motivaron los brotes armados emanados del despojo por parte de grandes hacendados, la mayoría propietarios extranjeros dedicados a la producción de cacao, azúcar, hule, café y plátano e incluso la producción petrolera de tierras de los pueblos de Soteapan, Mecayapan, Texistepec, Chinameca, Minatitlán e Hidalgotitlán En la lectura de este material asistimos a la lucha de los pueblos contra la represión y el despojo de tierras en esa extensa región por personajes influyentes del régimen porfirista que se ilustra con esta cita: “Las mismas autoridades porfiristas aceptaron que uno de los principales motivos de la rebelión fue la cuestión de las tierras. Pero en los documentos de la época resalta también el hartazgo de la gente por la prepotencia y arbitrariedades de las autoridades…”

Bernardo García Díaz en “La revuelta del Río Blanco”, da cuenta de los hechos de ese 7 de enero de 1907. Aunque en el texto, el autor no especifica el porqué del título, éste se explica porque el amplio conglomerado industrial de la hilatura de algodón y la fabricación de

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telas, aprovechó las aguas del río Blanco para la producción de la energía eléctrica para las plantas fabriles de Santa Rosa, perteneciente a la Compañía Industrial Veracruzana; San Lorenzo, en Nogales, del grupo Compañía Industrial de Orizaba, S.A., propietaria también de la Fabrica de hilados y tejidos de Río Blanco, caudal que luego era aprovechado por la fábrica del Cocolapan del mismo ramo en Orizaba; y como todos los obreros sufrían —incluidos los de la fábrica de Cerritos— las mismas condiciones, emanadas del laudo emitido por el gobierno federal y la represión que se extendió por todo el valle—, el suceso primario se originó en Río Blanco con el incendio de la Tienda de Raya, se extendió hacia Nogales y posteriormente a Santa Rosa, como relata el autor en su participación en este libro.

En el inicio del artículo de Heather Fowler-Salamini “Revuelta popular y regionalismo en Veracruz, 1906-1913”, dice: “En el pasado, a los estados del sur y del sureste, incluyendo a Veracruz, se le había etiquetado como regiones donde ninguna agitación revolucionaria extensa, espontánea, había aflorado durante la Revolución de 1910. Esta ausencia de desorden social fue comúnmente atribuida al continuado predominio de la élite de propietarios de plantaciones y /o a la pasividad de sus trabajadores rurales, controlado bajo alguna forma de trabajo forzado”.

Sigue con un cuidadoso análisis de los regionalismos y sus peculiaridades socioeconómicas y culturales, partiendo de la división del Estado en tres regiones: la norte, la centro y la sur para explicar su inclusión en el movimiento revolucionario, anterior al maderismo y después al movimiento que enarbolaba el Plan de San Luis Potosí. Estos regionalismos marcaron diferencias en los motivos para la sublevación. Por ejemplo: la región Córdoba-Orizaba, altamente industrializada desde el advenimiento del ferrocarril Veracruz-México, tenía diferentes demandas de las otras dos regiones predominantemente rurales. Sobre las ideas de don Francisco I. Madero en la región centro, el autor dice: “El maderismo en Veracruz ha sido primeramente estudiado desde dos diferentes perspectivas. Algunos investigadores han señalado a dirigentes individuales como Cándido Aguilar, Rafael Tapia y Gabriel Gavira (…) Aguilar, ranchero de Córdoba, tenía vínculos con el PLM,

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(…) el encarcelamiento de Madero y las elecciones fraudulentas de fines de junio de 1910, inspiraron a los Aguilar, junto con aproximadamente una docena de conspiradores de clase media rural y urbana, a publicar el Plan de San Ricardo, llamando a la lucha armada contra el régimen de Díaz el 14 de julio”. La iniciativa de este Plan fue derrotada por las fuerzas federales, luego de dos pronunciamientos, (…) “Cándido llevó a cabo ataques guerrilleros en los poblados del centro de Veracruz. Se le unieron tres prominentes líderes de Orizaba, el contador de Nogales, Heriberto Jara, el ebanista Gabriel Gavira y el talabartero Rafael Tapia” y encendieron vastas regiones del estado con el ideal revolucionario y el derrocamiento de Porfirio Díaz.

Fowler-Salamini “Revuelta popular y regionalismo en Veracruz, 1906-1913”, da aviso de los pronunciamientos y los líderes maderistas a lo largo del Estado, los desacuerdos entre facciones que luchaban por sus intereses y su estrecha relación con los medios de producción, de la región sur, apunta “…(Dos de los pueblos más importantes —San Andrés y Acayucan— que habían participado en la revuelta de 1906 comenzaron ahora a solicitar restitución de tierras en 1912). En referencia al norte, ilustra el caso de (…) Manuel Peláez se sublevó con la consigan del belicismo, usando como excusa para ganar control en los campos petroleros (…) de El Álamo-Temapache

Y concluye: “La rebelión popular en Veracruz entre 1906 y 1913 representó sólo un capítulo dentro de una larga historia del descontento rural. (…) Aun cuando Veracruz no experimentó un movimiento vigoroso, autónomo y popularmente basado y autosuficiente, tal como lo fue la zapatista (…) las formas de resistencia en pequeña escala y la violencia que surgieron (,) involucraron movilizaciones multiclasistas, consecuencia de la ruptura de la ley y el orden”.

Ricardo Pérez Montfort en “La invasión norteamericana a Veracruz en 1914 Apuntes para una aproximación menos heroica y más cotidiana”, es consecuente con su enunciado y a base de testimonios hila un relato que en efecto desciende a la cotidianeidad en la relación de los porteños con los soldados invasores, que no oculta el juego de intereses entre el carrancismo y los norteamericanos, que veían en el desorden —provocado por la guerra intestina a que llevó al país la

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usurpación del poder de parte de Victoriano Huerta Ortega—, la oportunidad de aplicar con toda literalidad su Doctrina Monroe.

El autor del artículo trata detalles del desembarco y consumada la invasión, narra las relaciones tirantes de los norteamericanos con los porteños. Pero no deja de reconocer, citando a don Leonardo Pasquel los beneficios introducidos en la ciudad por los yanquis. En uno de los párrafos finales, Pérez Montfort, dice: “Finalmente y después de negociaciones largas y difíciles, los norteamericanos desocuparon el puerto el 23 de noviembre de 1914. La recuperación del mismo por parte de los constitucionalistas al mando del gobernador de Veracruz, general Cándido Aguilar, se hizo justo cuando las tropas estadounidenses empezaban a zarpar (…) Y en el último párrafo asienta: “Pocos habitantes del puerto presentían que ese mismo día una nueva ocupación del puerto empezaría a gestarse: la de los constitucionalistas.

Deja ahí la historia para futuros investigadores. Ricardo Corzo Ramírez, J. G. González Sierra y D. A. Skerritt, en

“Salen los gringos y entran los constitucionalistas. Mayo a noviembre de 1914”, aborda la relación estrecha entre Cándido Aguilar Vargas con el constitucionalismo, primero como combatiente y luego como gobernador del Estado. Analiza su gestión durante la invasión del puerto de Veracruz, asimismo la lucha contra el gobierno usurpador de Victoriano Huerta Ortega, los problemas derivados de la Convención de Aguascalientes y las luchas regionales para someter a las compañías petroleras. Es importante el Decreto del 3 de agosto de 1914 en el que somete a consideración las condiciones de operación de las compañías petroleras trasnacionales, en “que todo progreso nacional debe tener la imprescindible condición de ser benéfico para los nativos y jamás peligroso para nuestra integridad” y decreta tres artículos: en el primero prescribe que todos los contratos de las compañías deben recabar autorización del gobierno del Estado; el artículo 2° recalca la obligación señalada en el artículo 1° y declara la invalidez legal que conlleva la omisión y el artículo 3° fija como castigo el decomiso de los terrenos que las compañías hubieren logrado de modo fraudulento. Esto sin descuidar las operaciones militares derivadas de la lucha de facciones

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que se dio después del rompimiento de Venustiano Carranza Garza con las disposiciones de la Convención.

En el mismo periodo el 3 de octubre Venustiano Carranza Garza se “dirigió a la Convención de México. Su informe versó sobre: “La resolución del problema agrario por medio del reparto de terrenos nacionales, de los terrenos que el gobierno compre a los grandes propietarios y de los demás terrenos que se expropien por causa de utilidad pública”. “También habló de la necesidad de: “Obligar a las negociaciones a que paguen en efectivo y a más tardar semanalmente a todos los trabajadores el precio de su labor”. (…) “Entre los días 10 y 26 de octubre (…) Aguilar emitió dos decretos (…) que constituyeron un primer paso hacia la resolución de los problemas que se acaban de reseñar. (…) Aguilar firmó el decreto 8, que establece la Comisión Agraria. Finalmente, el 19 del mismo mes, (…) emitió, en el pueblo de Soledad de Doblado, el decreto 11, que vino a ser la primera ley del trabajo del país”.

Los redactores del artículo analizan la gestión del gobierno del general Cándido Aguilar Vargas en los avatares políticos y militares en que vio envuelto el Estado de Veracruz y el país en su conjunto por la lucha desatada por el rompimiento de Venustiano Carranza con los villistas y zapatistas, agravados además por la presencia del ejército norteamericano en la ciudad de Veracruz. Casi al final del artículo, se asienta: “A pesar de todas las vejaciones que había sufrido en el lapso comprendido entre los meses de septiembre y noviembre en espera de la evacuación, el general Aguilar, muy diplomáticamente, loaba los esfuerzos de los americanos por el arreglo del asunto. (…) Sólo restaba recibir las felicitaciones y esperar la llegada del Primer Jefe al puerto. (…) El día 26 (de noviembre) llegó al puerto para establecer el gobierno constitucionalista”.

En el periodo antes citado, se destacaron muchos veracruzanos que formaron carrera militar en la lucha desatada y aún antes, por el movimiento iniciado por don Francisco I. Madero: Gabriel Gavira, originario de la ciudad de México, pero avecindado en la ciudad de Orizaba y Heriberto Jara Corona, nativo de Nogales, Veracruz.

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Héctor Zarauz López colabora con; “El petróleo como elemento de disputa mundial y rebelión local”, “No obstante haberse establecido un vencedor —el carrancismo— (…) el país no se vio exento de rebeliones en distintos puntos del territorio y con distintos objetivos. El siguiente artículo recoge la historia de las rebeliones que tuvieron como telón de fondo los intereses de las empresas petroleras y de sus respectivos gobiernos, aliados a grupos políticos y caudillo regionales durante el gobierno de Venustiano Carranza”.

“…la virtual ocupación que significó en algunas regiones el carrancismo generó la resistencia ante la invasión de los “bárbaros del norte”. (…) No era extraño que estos jefes (…) cometieran abusos, permitieran y participaran del robo de ganado e incluso estuvieran ocluidos con los rebeldes (…) Desde luego, tal situación provocó gran descontento entre la población civil, al grado que Heriberto Jara, jefe militar del estado, decretó el castigo de aquellos militares que infringieran las más elementales reglas de comportamiento, en un comunicado establecía: “Se hace indispensable (…) que todos los miembros del Ejército Nacional hagan todo lo posible por garantizar la tranquilidad de los labradores, y en general de todos los hombres de trabajo, no sólo poniéndolos a cubierto de las asechanzas del bandolerismo (…) sino evitando a todo trance que tenga el menor motivo de queja contra los elementos militares (…)”

El autor nos habla de tráfico de armas, rebelión, conjuras y “el alzamiento de Félix Díaz y las rebeliones vinculadas a las compañías petroleras extranjeras”, que dio motivo al movimiento de Cástulo Pérez con su “Proclama de Tierra Colorada y la formación del Ejército Reorganizador Nacional y el Ejército del Golfo”. Movimientos en contra de la Constitución de 1917 y suspiros por la vigencia de la Constitución de 1857 que sirvieron para cometer abusos, robos, o la franca protección de las compañías petroleras.

Héctor Zarauz López, ilustra: “Cuando se dio la rebelión de Agua Prieta (…) las relaciones de Cástulo Pérez y las compañías estaban muy (sic) establecidas desde hacía algún tiempo. (…) Las cargas fiscales decretadas por Carranza y los gobernadores de Veracruz (Heriberto Jara, Cándido Aguilar y Adalberto Tejeda), y la promulgación del

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Artículo 27, que legislaba la propiedad del Estado sobre las riquezas del subsuelo nacional, afectarían enormemente los intereses de las compañías petroleras, convirtiéndose probablemente en el factor que más alimentó el financiamiento de las rebeliones en las zonas petroleras”.

Si bien el gobierno creó la Comisión Técnica del Petróleo y “se ampliaron las atribuciones de las Inspecciones del Petróleo” y las medidas fueron acompañadas de reglamentaciones, como el “Impuesto Especial del Timbre (13 de abril de 1917) y el Impuesto sobre Terrenos Petrolíferos (19 de febrero de 1918), las compañías se resistían”. A estos Impuesto federales se sumaron las iniciativas de cobro de “impuestos estatales y municipales a las compañías petroleras; por ejemplo el

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Decreto de 3 de agosto de 1914, y el de Enajenación y Arrendamiento de terrenos petrolíferos, de 15 de enero de 1916. Esto sin contar las multas a que se hicieron acreedoras las compañías por no sujetarse a las nuevas disposiciones”. Pero las compañías no solamente bregaban contra el gobierno: el movimiento sindical se vigorizó. “Tomó gran fuerza la Unión de Obreros de Minatitlán (…) que “llegó a realizar una huelga en 1920”. Y la “Junta Central de Conciliación y Arbitraje, solía fallar, con frecuencia, a favor de los obreros y propietarios de predios rurales afectados, en los litigios establecido contra El “Águila”.

Soledad García Morales, en: “Manuel Peláez y Guadalupe Sánchez: dos caciques regionales”, en la introducción la autora del artículo sitúa en sus justos términos el actuar de muchos revolucionarios. Remitiéndonos a los “dichos que son evangelios chiquitos”: “Unos van a la pena, y otros a la pepena”.

En el análisis del caso, hace dos apretadas biografías de Manuel Peláez y Guadalupe Sánchez. Citando a Rafael Loyola, escribe: “el poder se encontraba fragmentado y repartido entre el ejército y sus facciones, las organizaciones populares, los cacicazgos regionales y los caudillos”.

El artículo muestra como Manuel Peláez, antiguo latifundista, previendo los problemas que se suscitarían en sus propiedades ingresó al movimiento revolucionario y cómo, una vez obtenido cierto poder, lo usó para sus fines y formó alianza con las compañías petroleras.

De la lectura del espacio dedicado a Guadalupe Sánchez, sin apasionamiento —como es una constante en todo el libro—, cita sus orígenes modestos y su arribismo. Revolucionario tardío, supo aprovechar las oportunidades para lograr el poder y usarlo en su propio beneficio. Maderista en sus inicios, constitucionalista después, se adhirió al Plan de Agua Prieta y fue un encarnizado enemigo de Venustiano Carranza. Su mayor ambición: ser gobernador del Estado no se vio coronada y a lo largo de las convulsiones políticas siguió aliándose a los grupos y caudillos nacionales que a su juicio, le eran prometedores.

Elizabeth Jean Norvell, habla de: “Los ciudadanos sindicalistas: la Federación Local de trabajadores del Puerto de Veracruz”, en el largo ensayo, la autora desmenuza los actos, los logros y los fracasos de ese

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sindicato y por extensión a todo el movimiento sindicalista porteño surgido del movimiento revolucionario. “Desde 1922, la FLTV se adhirió a la Confederación General de Trabajadores (CGT) (…) con sede en la Ciudad de México y surgida de las ruinas de la Casa del Obrero Mundial (que) se constituyó bajo los principios anarcosindicalistas de acción directa contra las clases capitalistas, el uso de la huelga general y la búsqueda de intervención del gobierno como árbitro con el capital”.

Ilustra cómo este sindicato fue formando ligas con otras agrupaciones que pugnaban por derechos similares que, finalmente. “Al intentar ubicar a quiénes eran y qué hicieron, establezco que el heterogéneo grupo de trabajadores y artesanos que formaban la FLTV representaba una intersección entre la meta de la organización sindicalista y las acciones y costumbres cívicas mejor entendidas como ciudadanía”.

Con minuciosidad recaba nombres de sindicatos porteños, sus afinidades, y algunas ocasiones, la discrepancia en las acciones que resultaba en perjuicio de unos o de otros, como organismos de nueva creación que se encontraban con problemas con los que nunca antes habían bregado. “Las relaciones de los miembros de la FLTV con trabajadores que no formaban parte de la misma, muestra, por un lado, una conciencia de clase basada en ideales revolucionarios y, por otro, una gran habilidad para concertar y superar diferencias de opinión e ideología tan polarizadas como las existentes entre la Liga de Trabajadores de la Zona Marítima y el Sindicato de Inquilinos”.

A lo largo de 24 páginas Elizabeth Jean Norvell, informa con cierto detalle de las acciones que finalmente se constituyeron en movimiento que aglutinó los intereses de los trabajadores en el rubro sindical y en el social que representó la lucha del Sindicato de Inquilinos, porque al fin y al cabo, la inmensa mayoría de trabajadores eran también inquilinos.

En el ensayo titulado: “Con la vida en un danzón: Notas sobre el movimiento inqulinario en Veracruz en 1922” Antonio García de León liga estrechamente el problema inquilinario con la música del danzón y el baile. Veracruz, formada desde sus inicios por inmigrantes debió y

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debe, bregar con una inmensa población flotante que por fuerza demanda alojamiento temporal. “La cultura veracruzana será así una barca instalada sobre los ires y venires de un mundo en constante expansión y cambio, una formación coralina resistente al embate de las más poderosas corrientes, pero con una consistencia esponjosa que absorberá la esencia de los diferentes espíritus de época que por ella transcurren. Entonces, esta civilización popular estará fuertemente asentada en sus aspectos “inmateriales”, aparentemente frágiles, pero lo suficientemente sólidos como para hacer naufragar a muchas embarcaciones. Todos los esfuerzos del Santo Oficio, o de la estrecha visión comercial de la Carrera de Indias, serán sepultados y devorados por sus contrarios: el libre comercio, el contrabando, la piratería, la relajación de las costumbres, el derrumbe de los prejuicios raciales y, en suma, el avance de uno de los procesos de mestizaje más interesantes surgidos en el Nuevo Mundo”. “Por eso no es de extrañar que en las estrechas relaciones con Cuba, producto del “situado” que se enviaba a la isla, las influencias urbanas y rurales de la mayor de las Antillas —a menudo haciendo escala en Nueva Orleáns— hayan marcado de nuevo las preferencias culturales y musicales del Veracruz del siglo XIX”.

García de León con un breve recuento de historia nos va adentrando en el crecimiento de la ciudad, en la formación de los barrios, “con sus solares o “patios”. (En estos patios se instaló el danzón. El género bailable y musical que daría identidad a una masa popular jalonada por una nueva crisis de crecimiento y modernidad”. “Allí se forjaban, por lo mismo, las luchas sindicales, los primeros sindicatos animados por los anarquistas locales y los que llegaban de “la roja Barcelona” y, después de 1919, uno de los ambientes más receptivos a las ideas propagadas en todo el país por los nacientes núcleos o locales del Partido Comunista Mexicano”.

Como antecedente, García de León dice que “aparentemente” la gestación del movimiento inquilinario tuvo su origen en la llegada a Veracruz del vapor Tehuantepec, cuyos marineros introdujeron la “idea de formar, como en la península, un poderoso movimiento inquilinario”. Cita a “Manuel Almanza, Úrsulo Galván, Rafael García y Herón Proal” como líderes y en especial a Proal como dirigente indiscutido del

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movimiento. Y dice García de León: “el 2 de febrero (de 1922) el alcalde Rafael García y el doctor Reyes Barriero habían tratado de ponerse a la delantera de lo inminente, proponiendo la creación del esperado sindicato de inquilinos. Allí, Herón Proal (…) se salió con una gran parte del público y lanzó la idea de formar un sindicato fuera del control oficial”. El resultado de esta acción generó la huelga de pagos a lo dueños de los inmuebles. Huelga que se extendió a tres ciudades del estado; “a Puebla, Guadalajara y la ciudad de México”. Y la huelga de pagos se instituyó con los previsibles trámites de los propietarios y demandas al general Álvaro Obregón. El conflicto evolucionó a la captura de Herón Proal —que fue liberado de inmediato por la multitud— “con una huelga de tranvías y un boicot contra las tarifas eléctricas y (…) “a sabotear las elecciones para diputados y se extendió a otros sectores sociales; a la intervención del ejército “la madrugada del 6 de julio (…) los soldados (…) tomaron a sangre y fuego el local del sindicato, deteniendo a Proal y a decenas de huelguistas”. La pasión de la soldadesca dejó, según un cálculo del mismo sindicato “150 muertos”. “Proal, acompañado en la cárcel por 90 hombres y 50 mujeres, fundo el Sindicato Revolucionario de Presos de Veracruz”. (…) Paralelamente el impulso continuaba en los patios con las movilizaciones callejeras y la huelga de pagos, obligando al gobierno de (Adalberto) Tejeda (…) a emitir una ley inqulinaria que protegiera a los vecinos”.

El ensayo sigue por tres páginas más, detallando la relación entre esta revuelta y el danzón y la serie —posiblemente incompleta— de músicos y cantantes que en ese tiempo, con los acordes sensuales hicieron bailar a multitud de veracruzanos.

“Formación de la infraestructura política para una reforma agraria radical: Adalberto Tejada y la cuestión municipal, en Veracruz, 1928-1932”, por Eitan Ginzberg. Es sorprendente la labor social y de cumplimiento de los postulados revolucionarios del Plan de San Luis que llevaron a cabo los gobiernos de Cándido Aguilar, Heriberto Jara y Adalberto Tejeda. En es especial la gestión de éste último, en cuyo gobierno parecen haberse decantado los esfuerzos

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contrarrevolucionarios, pero también la idea de formar un núcleo social que incluía a obreros y campesinos como sostenes del sistema político.

“…una estructura de este tipo debía apoyarse en tres elementos: 1) las bases populares de la sociedad (obreros y campesinos organizados), 2) la milicia rural (guerrilla), compuesta mayoritariamente por campesinos armados y 3) el dominio de los grupos de poder político del Estado: la burocracia gubernamental, la legislatura estatal, la Suprema Corte de Justicia de Veracruz y la autoridad municipal”.

“El agente de poder encomendado por el Estado para (…) penetrar en los núcleos de poder y dominarlos fue la Liga de Comunidades Agrarias del Estado de Veracruz (LCAEV)”. “Esto significaba fiarse totalmente en la Liga para la organización de campesinos y adherirlos al agrarismo, organizar sindicatos rurales y defender el proceso agrario mediante la guerrilla. Asimismo (…) llevar a cabo la campaña destina a cambiar la conciencia colectiva existente, basándola en valores racionales y modernistas por medio de la educación rural, la lucha contra el fanatismo, el alcoholismo, los juegos de azar y otros vicios de la vida rural”.

El largo ensayo de Eitan Ginzberg, que incluye 19 páginas, da cuenta de los esfuerzos en la búsqueda de tal programa y naturalmente los trabajos de los agentes afectados o que se sintieron amenazados por la propuesta gubernamental. Esto último, reacción lógica en un país sumido en una guerra que tuvo como chispa y sustento la injusticia social y comprometía a los gobiernos municipales a ser guardianes y mediadores en la aplicación de las medidas.

El sólo nombre de los apartados del ensayo sugieren la profundidad de esta revolución; “Desafío Sine Quanon; Fundamentos y ventajas de la mediación municipal; La “conquista” del ámbito municipal y sus peligros; el Avasallamiento de la ciudad de Veracruz; Los frutos del éxito; Medios “complementarios” para fortalecer el dominio municipal; y Conclusiones”, donde Ginzber asienta: “La formación de la fuerza municipal de Tejeda conllevó luchas excepcionalmente graves, sin precedentes en ninguna otra acción política (…) salvo su campaña anticlerical en junio de 1931. Esta modalidad se debía (…) a razones jurídicas formales estructurales y

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políticas particulares (…). Si Tejeda no hubiera pretendido llevar a la práctica un programa de cambios socio-económicos y políticos profundos y rápidos, la cuestión del dominio de los municipios no se hubiera convertido en un imperativo (…). Pudo ser que ese tema tuviera tanta relevancia en las consideraciones políticas (…) debido a su fracaso en consolidar un movimiento obrero como el de Cárdenas en Michoacán. La ventaja de Cárdenas se basaba en su capacidad para ejercer presión suficiente sobre los municipios conservadores por medio de su movimiento obrero, sin necesidad de dominarlos directamente y arriesgarse a que lo acusaran de usurpación o a que lo derrocaran”. Pese a los contratiempos y los escollos el proyecto encomendado a la Liga de Comunidades Agrarias de Veracruz se impuso. Ginzberg expone en los finales del ensayo: “Uno de los exponentes (…) del éxito del proyecto municipal (…) fue colocar a la mayoría de municipios (94.3%) en el seno del agrarismo y distribuir el esfuerzo agrario (…) de manera relativamente equitativa y proporcional a la población de cada región.

El autor termina con un comentario que refleja nítidamente la parcial mella a la utopía lerdista: “Con todo, el precedente que sentó Tejeda fue explotado con el mismo vigor por sus sucesores, ansiosos por barrer el tejedismo y volver a lo que ellos apodaban “normalidad”. Sustento y factor “para el avasallamiento de todos los municipios del centro de Veracruz por parte de la Mano Negra, organización terrorista antiagrarista encabezada por Manuel Parra de la hacienda de Almolonga”.

Antonio Santoyo analiza las acciones de: “La Mano Negra: poder regional y Estado en México, en cinco apartados: Sangre y fuego bajo La Mano Negra; Al amparo de los mayores; Al servicio de don Manuel; El terror y El parrismo” contra las reivindicaciones campesinas y obreras, muestra el aspecto retrógrada a los movimientos y beneficios sociales emanados de la política de los gobernadores del Estado: Cándido Aguilar, Heriberto Jara y Adalberto Tejeda.

Como indica el título del artículo en esta fase social no solamente hubo intervención del Estado de Veracruz, sino el apoyo del gobierno federal. “El derrumbe de la alianza tejedista campesina fue seguido por un periodo de virtual vacío de poder y desorden político en el estado de

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Veracruz”. “Desde el momento mismo que se intensificaron las acciones oficiales en oposición al agrarismo tejedista se hizo visible el proyecto revanchista de los sectores sociales conservadores en su contra. La política de venganza incluyó la participación activa de políticos y militares antitejedistas, terratenientes, industriales, comerciantes, clero y medios de comunicación, así como de la fuerza armada de numerosas guardias blancas y, en ocasiones, el mismo ejército federal. Caso sobresaliente y representativo de la cruenta revancha antiagrarista fue el de Manuel Parra”.

En el resto del artículo Antonio Santoyo hace el recuento de abusos, vejaciones, latrocinios y asesinatos cometidos por la organización de la Mano Negra y su nexos con los intereses no solamente opuestos a Adalberto Tejeda, sino al proyecto social que naturalmente devendría —en una revolución de ideales— en logros que borrarían las fechorías, latrocinios y crímenes de la dictadura de Porfirio Díaz.

Por ejemplo, baste señalar que el autor incluye en las últimas consideraciones del problema: “El clima social y político impuesto por Parra en el centro del estado, que contribuyó a hacer más dramático el abatimiento del tejedismo, fue uno de los principales obstáculos para la entrega de tierras, dictada por resoluciones de los gobiernos federal y estatal. (…) Ejemplo de esto es el comité agrario de Alto Lucero, cuya solicitud de tierras de la hacienda de Almolonga tuvo respuesta favorable de Tejeda desde 1929, y del gobierno federal, en 1943, no recibiéndolas sino hasta varios años después, luego de una encarnizada lucha contra la Mano Negra y con la mediación del gobernador Miguel Alemán”. “Los intereses de los terratenientes veracruzanos por desarticular el movimiento agrario y subordinar a los campesinos (…) contra el proyecto de centralización gubernamental, tuvieron un gran exponente en Manuel Parra, quien en sus intereses por controlar directamente amplios contingentes de campesinos que respaldaran su poder, manipuló a líderes” de cuantas organizaciones que debían velar por el avance social, sucumbieron ante el poder de Manuel Parra y su organización.

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Alberto J. Olvera, en: “Acción obrera y nacionalización del petróleo: Poza Rica (1938-1939)”, nos entera de los problemas de los obreros de la industria petrolera que devinieron finalmente el la expropiación de la industria y la evolución del gremio hasta formar los entes Petróleos Mexicanos y el Sindicato de Trabajadores Petroleros de la República Mexicana.

“La forma en que los obreros petroleros entendieron y actuaron en la coyuntura de la nacionalización estuvo determinada, en gran medida, por la experiencia organizativa y política que habían acumulado en dos décadas anteriores a la gestión de marzo de 1938. En ese periodo habían vivido una etapa inicial de luchas por la organización sindical y la firma de contratos colectivos, en le cual experimentaron fuertes enfrentamientos con las compañías extranjeras y una relación contradictoria con el Estado. Que en determinadas circunstancias apoyó sus luchas y otras las reprimió severamente. Este origen difícil del sindicalismo petrolero se vio fuertemente influido por las tradiciones anarcosindicalistas dominantes en el medio obrero de Tampico, y que también portaban algunos de los artesanos que fueron a laborar a la refinería de Minatitlán”.

La cita sirve para resumir la totalidad del artículo. Sin embargo en su lectura da detalles para la comprensión del asunto que normó las relaciones entre las compañías y los obreros desde principios del siglo XX y muestran el espíritu de lucha que el sindicalismo despertó en lo obreros y la consciencia de la importancia de su labor como productora de riqueza. Sentimiento que a las compañías no importaba, validas como estuvieron por muchos años del apoyo gubernamental y que tensaron la cuerda de las relaciones hasta que un gobernante —quizá uno de pocos que entendieron el verdadero carácter de la Revolución— , tuvo los arrestos para desafiar al poder trasnacional.

La lectura de: La Revolución Mexicana en Veracruz, nos deja ver que el movimiento nunca fue secundario, ni registró grandes batallas, pero en su territorio se tomaron medidas reivindicatorias y se legisló en consecuencia.

Mas, los hechos de esta fase histórica nos enseñan que el impulso de la primera lucha con el tiempo pervirtió a los hombres y a los ideales;

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que pocos de sus logros conquistados con sangre muerte han pervivido, porque el poder del dinero, siempre al acecho ha ido desgastando la esencia de aquello que inflamó al país tratando de acabar con la injusticia.

 

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Samuel Pérez García Versos de

Maria Esther Mandujano Sólo el poeta puede lograr con lo cotidiano un poema. Sólo el hombre dotado de una sensibilidad profunda puede dejar surcos en la conciencia, propiciar la reflexión, gozar con las imágenes y los otros sentidos que la poesía es capaz de propiciar. Digo esto a propósito del libro Fuera del mapa de María Esther Mandujano, quien es publicado por Cultura de VeracruZ, editorial independiente que dirige el escritor Raúl Hernández Viveros.

La obra consta de 30 poemas distribuidos en tres partes con 83 folios. La primera se llama retratos de familia; la segunda, y es que el amor; y la tercera, fuera del mapa. En las dos primeras partes del libro es posible encontrar la filigrana musical, las imágenes deslumbrantes y la festividad de mirar crecer la sonrisa de los niños, de haber sido niña, pero también el dolor- no hay poema sin esta cualidad - que motiva el ejercicio de la poesía. Esto lo saben los poetas, aunque a veces, algunos nieguen esa relación entre dolor y poesía. No hay poeta que escriba sin dolor, no hay dolor que no obligue a la tarea de ensoñar la realidad.

Pero hay de dolor a dolor. El dolor físico se cura con un calmante recetado por el médico. El dolor del corazón obliga al poeta a la autocura escribiendo por ese dolor que no se calma nunca. Pues de ser así entonces el propio poeta dejaría de serlo, y se convertiría en un humano cualquiera. Los poetas son seres especiales, errabundos, libertarios, amables y altisonantes, inteligentes y bruscos, pedazos de ternura o hierro candente, escritores que se forman a fuerza del desagrado que propicia el desamor, el abandono, la frialdad del otro o de la otra, la soledad que avasalla, el silencio que corta todo ánimo, la

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amargura que se desprende de algún adiós o de los últimos instantes en la vida.

De esto y de todo encontramos en la poesía de María Esther. Una mujer que mira en lo cotidiano el recurso para escribir versos de alta alcurnia, de traje musical hecho a la medida, de imágenes que surgen y nos pican la inteligencia para que ésta las goce y las declare patrimonio por derecho propio. Dice María Esther en el poema dedicado a su hijo Juan Arturo:

“Un día descubrimos que todo lo sabía/ Un día abrió los ojos y tomó nuestras manos/ Nos enseñó a andar los laberintos/ del miedo y de la duda/ Puso la soledad en una esquina/ la tristeza las enterró en un borde del camino/ y con su luz dibujó un horizonte de gaviotas”.

Pero María Esther no sólo se apropia del dolor y lo comparte. También vislumbra el acto festivo de haber encontrado una mirada, un afecto, una sonrisa en aquel pasado infantil que pervive en su conciencia como un don eterno. Dice en el poema dedicado a Daniel:

“La empanada más grande era la tuya/ el hot cakes con más miel/ mi miel de travesuras Daniel/ Y aquellas noches cuando corríamos/ a los brazos de la abuela porque podían venir/ los monstruos de la noche”.

Pero también el amor. No podía faltar. Llenar ese vacío que la poeta mira y siente. Por eso canta, y con el quiere llenar el alma:

“No fueron las serenatas con blancas mariposas/ Acompañando el trino de su voz, los aleteos/ tampoco los poemas que decía a mi oído/ a medianoche cuando el amor en vela cabalgaba/ sobre los mágicos parajes de la luna”.

Y no conforme con esta declaración, como si quisiera reiterar que lo que siente es amor, le dice al sujeto de sus inclemencias:

“Amé tus ojos aquella tarde/ los amé sin contar las hojas/ que cayeron en los otros otoños/ sin mirar a través del postigo/ las fotos del recuerdo/ Los amé sin memoria, sin vértigo/ sin soledad, sin miedo”.

Así, sin miedo, con entrega total, María Esther Mandujano se entrega a la poesía, que asimiló desde chica en aquellos umbrales del viejo Puerto México, donde creció y se hizo doncella, arquitecto, y

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luego, por destino, poeta de alcurnia, poeta del amor, poeta sencilla y a la vez lujosa, por tenerla aquí entre nosotros, oyéndola decir, por ejemplo:

“No me preguntes por qué/ pero sin ti mis manos tienen alas/ No me preguntes por qué/ pero vuelvo a nacer mujer de sal y arena/ de sol y hierba/ mujer de barro y pan/ de verde selva”.

Ya desde las entrada el libro nos deslumbra con estos versos que dicen: “Inmortales somos/ como el canto de grillos en la selva/ como la luz que escarcha de oro lo que toca/ como el temblor del agua en los estanques”.

Para quienes conocemos a María Esther, nos da gusto contar con ella no sólo como mujer y amiga, sino como poeta que sabe lo que busca y toca. Entrega su corazón en los poemas, se hace presente y flirtea con la belleza que recoge en los sucesos menos inesperados: una mirada, unos ojos, la soledad que llega de improviso, y ella, lista, no le arredra esa visita, pero su cubre para decir:

“Puso la soledad en una esquina/ la tristeza las enterró/ en un borde del camino/ y con su luz dibujó un horizonte de gaviotas”.

Y como todo poeta, imposible dejar de mirarse en su propio espejo, por eso escribe: “¿Es posible que de la soledad/ emerjan los milagros? Y del dolor la dicha/ y del silencio oscuro de la noche/ las estrellas/ María/ quién te vistió de niña en las mañanas/ y peinó tu larga cabellera/ más fuerte que los vientos”, le pregunta María Esther a una homónima suya, que podemos interpretar como su hermana, la otra, la que siente y escribe, la María que se quita el nombre para quedarse con Esther, que es poeta, y mujer, y ama las cosas más triviales para hacer con ellas el oro que deslumbra por su brillo, pero al mismo tiempo, deja entreverar una herida que no puede ocultar y es la que quiere curar.

Sin embargo, ella sabe que esa es su penitencia que no ha podido salvar, porque si pudiera, dejaría de ser poeta. Es la grave encrucijada que vive todo escritor: Si escribe se denuncia, nos enseña lo que le pasa; si no escribe no sale al día, no cruza las fronteras del anonimato, no sabemos quién es ni las cosas que le preocupan. Por eso escribir se convierte en un acto de purificación imperiosa, necesario para la vida de

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todo autor. Y María Esther quiso publicar su libro, el primero, pero creyéndose fuera del mapa literario, escribió el suyo con la timidez primeriza, buscando soltar amarras de lo que en su alma bullía, sin saber lo que vendría. Pues Fuera del mapa, en lugar de mantenerla distante de la geografía de los poetas, la ubicó adentro, en la primera fila de las mujeres veracruzanas (o tabasqueñas) que escriben poesía mayúscula, melódica, fresca y sugerente como estos últimos versos que cito: “El amor brilla en los ojos/ revolotea en el pelo/ amor siente en cada célula/ el que de amor está preso/ Amor en manos tranquilas/ amor en los labios trémulos/ amor en cada sonrisa/ y cada lágrima de fuego”

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Armando Ortiz “Toda vejez –escribe el poeta Gaspar Aguilera- es una forma de derrota”. Hace unos años leí en el semanario Proceso, sobre la escritora Elena Garro y la afrenta que le jugó el destino. Cito: “La escritora y su hija dicen que no hay dinero que alcance para resolver sus problemas. Reciben 14,500 pesos al mes del Consejo Nacional de las Artes y la ayuda periódica de Octavio Paz”. Pues qué más quieren fue lo primero que me vino a la mente. Entonces recordé a Carmen Mondragón, bautizada por el Doctor Atl, como Nahui Ollin, quien fue una de las mujeres más hermosas de su época. Nahui Ollin vivió la vida con una premura desquiciante, armaba escenas de celo a Gerardo Murillo sin importar donde se encontraran, posó desnuda para los mejores fotógrafos de esos años, incluso estuvo a punto de incursionar en Hollywood, de no haber sido por su temperamento caprichoso. Nahui Ollin también pagó el precio de ese temperamento. Algunos de los amigos de la Mondragón la recuerdan ya vieja, olvidada y casi loca, vendiendo fotos de su juventud desnuda o subiéndose a los camiones para tocarles a los jóvenes sus partes púdicas y así tal vez desahogar un poco lo que quedaba de su concupiscencia.

Algo hubo en los inicios de este siglo que puso a las mujeres en un plano principal. Después de siglos de buenas costumbres y encierro, vieron la luz y algunas se indigestaron. Buscaron mil maneras de llamar la atención, se atrevieron y lograron poner a la mujer en ese lugar protagónico. Tal es el caso de Guadalupe Amor, Pita Amor.

En Redonda Soledad Elvira García nos muestra los pasajes de la vida de Pita Amor y no se queda en la narración monótona y lineal de una vida sorprendente. Ella hurga en las calles de la ciudad, en sus gentes, en sus centros nocturnos, en su historia; en algún momento trata de buscar una justificación para no hacer ver a Pita Amor como un ser despreciable. Labor harto difícil pues, una mujer vanidosa, concupiscente, exhibicionista, orgullosa y casi racista no era fácil de cubrir. Es la poesía lo único que la salva, es la poesía lo que la redime.

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Dice el apóstol Pablo que “El amor cubre una multitud de pecados”. Si el amor cubre una multitud de pecados, la poesía los disimula. Hubieran sido innecesarias todas las excusas que Elvira le prodigara a Pita, un solo soneto una sola rima hubieran bastado para que nosotros la disculpáramos, ya la vida se encargaría después de pasarle el recibo.

Resulta digno de elogio el hecho de que la autora de Redonda Soledad, pudiera sacar un proyecto tan complejo sin la ayuda de Pita Amor que aún vive. El desdén de Pita por el pasado es comprensible, el presente es una constante que no da concesiones a la memoria. Elvira García nos brinda con ese agudo tono periodístico, no del todo narrativo ni novelesco, el tránsito de una mujer en medio de un tiempo y un destino, en medio de una ciudad que cada día que pasa es más caos, en medio de una maternidad breve y frustrada. Elvira García cede por momentos a la especulación para brindarle espacio a la duda, no a la mentira. Nos muestra de un vistazo el panorama femenino cultural de aquella época, con personajes tan importantes como Frida Kahlo, Rosario Castellanos, Dolores Castro, Dolores Puche, Margarita Michelena, María Asúnsolo, incluso la anécdota breve entre Pita y Gabriela Mistral. Además nos recrea el ambiente intelectual de este siglo, con personalidades que tuvieron mucho que ver con la poeta como son, Xavier Villaurrutia, Alfonso Reyes, Diego Rivera, Juan Soriano, Salvador Novo, Carlos Fuentes, José Revueltas y el mismo Octavio Paz.

Ser poeta, algunos pensarán es un privilegio. Pita desmiente esta aseveración, así como Elena Garro. Para Pita Amor ser poeta fue una carga, fue como hacer un voto de pobreza, tuvo que compartir noches con la depresión y el insomnio, ser en verdad poeta más que gracia para Pita pareció ser mala suerte. Pero ella aceptó esa suerte con entereza, con decisión, con orgullo, no quejándose como la Garro, confesando en alguna ocasión lo que Elvira rescata al final del libro: “Para mí, todo lo pasado no existe. Ya solo quiero decir poesía, acabar mi vida agradablemente, no caóticamente como este país, caótico a morir y extrañísimo, y cada vez peor. Por eso, ¿no crees que es mejor que sigamos hablando de cosas bellas, es decir de poesía?”

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Irving Ramírez Los Lunáticos enamorados

O del enigma y la fábula

Cuando la barbarie y el horror reinan en la Patria, como una reminiscencia de Conrad y su Corazón de las tinieblas, quedan los anhelos de trascendencia. Los locos, esos de los que Roque Dalton dice que “no nos vienen bien los nombres y hasta la alegría se nos llena de lágrimas”, o Piantados o Cronopios, como dice Cortázar, se rebelan con sus actos irracionales y poéticos. El amor, entonces, es imperativo. Ellos (los neoliberales) apelan a una distancia entre la realidad y el deseo donde esta se suprime. Generalmente, la conducta atípica genera suspicacias, un loco enamorado puede ser objeto de sorna; amar a una estatua, a un maniquí, al mar, o besar todo, son conductas que la canción recobra para enaltecer el espíritu romántico, en el más pleno sentido. Amar más allá de la cordura es desorganizar el mundo organizado; así, poetas como Silvio Rodríguez, Joan Manuel Serrat, Ana Belén, y Fher, el de Maná, postulan una serie de historias que rebasan el orden: el amor es subversivo, el amor loco del que hablan los surrealistas, el amor que sólo se sirve a sí mismo y que se vuelca; el imperecedero fuego que todo lo consume; por ejemplo, Ana Belén habla del loco vestido de payaso que llega hasta la estatua de Las Cibeles y saca a bailar a la estatua un vals, con su espada de madera, le da un anillo, y lo encierran en el manicomio, como encerrarán al de cartón piedra, y querrán hacerlo con la loca del muelle de San Blas. Foucault tendría mucho qué decir de esto: el amor debe ser institucional, aceptado, único y bendecido, si no, será proscrito y negado. Estas canciones bellísimas dan cuenta de esta condición, esos locos son los paladines de lo irracional, y recordemos que “Los sueños de la razón

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engendran monstruos”. El espíritu libera al hombre; el amor real siempre es subversivo.

“Se escapó de Campozuelos, con su capirote de papel. A su estatua preferida un anillo de pedida le robó en El Corte Inglés. Con él en el dedo al día siguiente vi a la novia del agente que lo vino a detener. Cayó como un pájaro del árbol cuando sus labios de mármol, le obligaron a soltar. Quedó, un taxista que pasaba, mudo al ver cómo empezaba, la Cibeles a llorar y chocó contra el Banco Central”, dice la canción de Belén. O aquél que se roba el maniquí a la que mira interminablemente tras el aparador en la canción de Serrat, rompe el cristal y la hurta como el rapto de las Sibilas, y ella le pedía que la liberara de esa prisión de oropel: “Y yo le hablaba de nuestro futuro, y ella lloraba en silencio... os lo juro. Y entre cuatro paredes y un techo, se reventó contra su pecho, pena tras pena.

Tuve entre mis manos el universo, e hicimos del pasado un verso, perdido dentro de un poema. Y entonces, llegaron ellos. Me sacaron a empujones de mi casa, y me encerraron entre estas cuatro paredes blancas, donde vienen a verme mis amigos, de mes en mes…”

Siempre el amor perseguido y encerrado por los mastines de la razón, acotarlo con el encierro con la amenaza, catalogado de insania parece ser la regla. Todo lo que no es correcto, arropado por las leyes absurdas de la sociedad. Digamos que hay una persecución contra la alteridad. En estos tiempos de desprecio por la vida humana, estos seres son un salvoconducto para la esperanza. El amor transforma. Son tan hermosas estas canciones que es difícil decidirse por una de ellas, llenas de sensibilidad. Algunas de casos reales como El muelle de San Blas, que Fher de Maná recogió en Puerto Vallarta, donde una viejita le pidió dinero vestida de novia, diciéndole que esperaba a su amor, y vivía en la escollera. Le decían la loca de San Blas. Canción maravillosa. Lo curioso es que estos personajes trágicos, o quedan solos, locos, o mueren.

“Ella despidió a su amor, Él partió en un barco en el muelle de San Blas, él juró que volvería, y empapada en llanto ella juró que esperaría, miles de lunas pasaron, y siempre ella estaba en el muelle, esperando, Muchas tardes se anidaron, se anidaron en su pelo, y en sus labios, Llevaba el mismo vestido, y por si el volviera no se fuera a

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equivocar, los cangrejos le mordían, su ropaje, su tristeza y su ilusión y el tiempo se escurrió, y sus ojos se le llenaron de amaneceres, y del mar se enamoró, y su cuerpo se enraizó en el muelle. Sola, sola en el olvido; sola, sola con su espíritu; sola, sola con su amor”.

Jamás el amor será conservador; es un absoluto o no será, como ese ser que besaba todo, parece un sucedáneo de Bartleby, que besaba objetos y personas y lo encerraron hasta que muere y sigue desde la tierra besando; es espléndida esa canción El hombre extraño, de Silvio Rodríguez. Si hoy día los serial killers, son héroes para muchos, estos extraños enamorados son el recurso de la vida defendiéndose contra la muerte. La purificación de los que se entregan a su pasión sin reparos de nada, y con ello limpiando el mundo, dando un dejo de esperanza, dice Silvio: “Besaba a las personas al perro, al mobiliario, y mordía dulcemente, la ventana de un cuarto. Cuando salía a la calle, le iba besando al barrio, las esquinas, aceras, portales y mercados, y en las noches de cine, (también las de teatro) besaba su butaca y las de sus costados. Por estas y otras muchas, los cuerdos lo llevaron, donde nadie lo viera, donde no recordarlo cuentan que en su celda, besaba sus zapatos, su catre, sus barrotes, sus paredes de barro. Un día sin aviso, murió aquel hombre extraño, y muy naturalmente, en tierra lo sembraron. En ese mismo instante, desde el cielo, los pájaros, descubrieron que al mundo, le habían nacido labios”.

Lo extraño es que en todos los casos, hay una intolerancia de la sociedad hacia estos, y ellos se empecinan en su furor. Esta añeja lucha de la realidad contra el deseo, es la historia de la humanidad. Tiene que ver con dos ideas del mundo, y con algo tan simple como el espíritu del hombre, lleno de fe y de magia, siempre listo para luchar por absolutos y causas perdidas.

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Álvaro Brizuela Absalón LUIS VIDAL MARTÍNEZ

Las ilustraciones que complementan este número de Cultura de VeracruZ, son obra de Luis Moisés Vidal Martínez, pintor nacido en Santiago, Chile, y de corazón xalapeño. Lucho, como lo conocemos sus amigos, vino a radicar a Xalapa a raíz del Golpe de Estado en 1974, como profesor, en 1975 se incorporó a la Universidad Veracruzana impartiendo el Taller de Grabado en la Escuela de Artes Plásticas. Posteriormente pasó a formar parte del personal académico del Museo de Antropología, donde compartimos experiencias, y es el lugar donde comienza una fructífera carrera, y también donde nacieron los antinucleares Bichópodos, las Flores y los Guerreros Arqueológicos.

Recientemente, Lucho me envió una carta al estilo antiguo, de esas en que palpamos el papel y escrita a mano, la envió por el correo de aire, cuando abrí el sobre, empezaron a brotar las flores y a saltar los guerreros, imágenes que son los bocetos para un futuro mural allá en Santiago, que tiene que ver con el contenido del mural: la belleza que es alegría, el tiempo y la verdad. Estos dibujos a tinta, que hoy compartimos con los lectores de Cultura de VeracruZ, también son un reconocimiento al Gran Maestro y hombre generoso, que ha sabido compartir los colores del camino a través de su obra, que la define como Bioarte; concepto basado en la observación, en la vida de su entorno, arte orgánico, que es fuego, agua, tierra y viento. Dice Lucho, “es el rescate de antiguas tradiciones, es el fuego cociendo el barro, es el barro moldeado con agua, es el viento que aviva el fuego, es la tierra conteniendo los elementos”. Sumergirse en la formas y tomar de ellas su esencia, eso nos da Lucho con su ejército de Guerreros Arqueológicos en un jardín de Flores antiguas, arqueoflores.

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