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REVISTA EUROPEA. NÚM. 184 DE SETIEMBRE DE 1871 AÑO IV. LOS PRELUDIOS DE LA INTELIGENCIA. BOSQUEJO BIOGRÁFICO DE UN NIÑO. Un interesante estudio de M. Taine sobre el des- arrollo intelectual de un niño, publicado por la Re- vistañlosóñca, me ha impulsado á revisar un diario que formé hace treinta y siete años, respecto á uno demis hijos. Hice las más minuciosas observacio- nes, y tenía cuidado de escribirlas e¡; seguida. El principal objeto de mis observaciones ha sido la expresión, y ya me he servido de mis notas en el libro que he publicado sobre ese tema. Pero tam- bién le dedicado mi atención á otros varios puntos, y acaso mis observaciones, comparadas con las de M. Taine, y con las que, sin duda, ,?e han de hacer en adelante, ofrecerán algún interés. Estoy seguro, según lo que he podido observar en mis hijos, de que el período de. desarrollo de las diferentes facul- tades varía mucho en los niños. Durante los siete primeros dias, ya realizaba mi hijo muchas acciones reflejas, tales como las de es- tornudar, tener hipo, bostezar, esperezarse, y, na- turalmente, mamar y gritar. El sétimo dia le toqué en la planta del pie con un pedazo de papel, y reti- el pie vivamente, al mismo tiempo que encorvaba los dedos, como un niño de mucho más tiempo, cuando le hacen cosquillas. La perfección de esos movimientos reflejos demuestra que la extrema imperfección de los que son producidos por la vo- luntad, no consiste en el estado do los músculos ó de los centros de coordinación, sino en el d<; la re- sidencia, de la voluntad. Desde aquel momento, y aunque mi hijo era aún de tan corta edad, creí ver muy claramente que, si le aproximaban á la cara una mano suave y templada, f manifestaba en seguida el deseo de mamar. Esta acción debe ser conside- rada como refleja ó instintiva, porque no es posible admitir que la experiencia ó una asociación cual- quiera de ideas entre el contacto de ia mano y el del pecho de su madre, hubiesen podido entrar tan pronto en juego. Durante la primera quincena se estremecía con frecuencia y guiñaba los ojos al oir algún ruido. Lo mismo he observado en muchos de mis otros hijos. Tenía 66 dias, cuando me ocurrió estornudar delante de él: se estremeció violenta- mente, frunció el ceño, pareció asustarse y lloró con fuerza. Por espacio de una hora quedó en un estado que, en una persona de más edad, se llama- TOMO x. ria nervioso, porque el menor ruido le hacía tem- blar. Pocos dias antes había experimentado un brusco sobresalto al apercibir de repente un objeto nuevo; pero durante mucho tiempo, luego, tuvieron los so- nidos la propiedad de hacerle estremecer y guiñar los ojos, con más frecuencia que la vista de los ob- jetos: por ejemplo, cuando tenía el niño H4 dias, agitó cerca de su oido una cajita de cartón que contenia dulces, y se estremeció, mjentras que el mismo movimiento, con la caja ya vacía ó cual- quiera otro objeto, tan cerca ó más de la cara, no produjo efecto alguno. De todo esto se puede de- ducir que el guiño de los ojos, que sirve evidente- mente para proteger estos órganos, no era debido ala experiencia. Pero á pesar de su sensibilidad respecto á los sonidos en general, aún á la edad de 124 dias no sabia todavía reconocer fácilmente la dirección do un sonido, de modo que volviera los ojos hacia el lado de donde procedía. Pasemos ahora á la vista. Los ojos de aquel niño se fijaron en una vela encendida desde el nov&no dia, y hasta el 45, ningún otro objeto pareció exci. tar su atención en el mismo grado; pero al 49 lo consiguió una borla de color chillón, según notó por la fijeza do su mirada y la repentina inmovili- dad de sus brazos. Me sorprendió el ver con qué lentitud adquirió la facultad de seguir con los ojos un objeto que se le agitaba con cierta viveza: á la edad do sic{>$ meses y medio aun no lo había lo- grado por completo. A los 32 dias conocía el pecho de su madre á una distancia de 75 á 100 milímetros, según lo demostraba el movimiento de sus labios y la fijeza de sus ojos; pero yo dudo mucho que la vista entrase por algo en esto; el tacto no tenia se- guramente la menor parte. ¿Le guiaba el olfato, la sensación de calor, ó la influencia de la posición en que se le tenía? lió aquí lo que no podría deter- minar. Durante mucho tiempo, los movimientos de los miembros y del cuerpo fueron vagos ó indecisos, ejecutándose las más de las veces por sobresaltos, üebo hacer, sin embargo, una excepción: la de que antes de tener el niño 40 dias, sabía llevarse las manos á la boca. A los 77, cogía con la mano de- recha el biberón que servía en parte para su lac- tancia, ya le llevase la nodriza en el brazo derecho ó en el izquierdo, y necesitó una semana entera para decidirle á cogerlo con la otra mano; es decir, 19

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  • REVISTA EUROPEA.NÚM. 184 DE SETIEMBRE DE 1871 AÑO IV.

    LOS PRELUDIOS DE LA INTELIGENCIA.BOSQUEJO BIOGRÁFICO DE UN NIÑO.

    Un interesante estudio de M. Taine sobre el des-arrollo intelectual de un niño, publicado por la Re-vista ñlosóñca, me ha impulsado á revisar un diarioque formé hace treinta y siete años, respecto á unodemis hijos. Hice las más minuciosas observacio-nes, y tenía cuidado de escribirlas e¡; seguida. Elprincipal objeto de mis observaciones ha sido laexpresión, y ya me he servido de mis notas en ellibro que he publicado sobre ese tema. Pero tam-bién le dedicado mi atención á otros varios puntos,y acaso mis observaciones, comparadas con las deM. Taine, y con las que, sin duda, ,?e han de haceren adelante, ofrecerán algún interés. Estoy seguro,según lo que he podido observar en mis hijos, deque el período de. desarrollo de las diferentes facul-tades varía mucho en los niños.

    Durante los siete primeros dias, ya realizaba mihijo muchas acciones reflejas, tales como las de es-tornudar, tener hipo, bostezar, esperezarse, y, na-turalmente, mamar y gritar. El sétimo dia le toquéen la planta del pie con un pedazo de papel, y reti-ró el pie vivamente, al mismo tiempo que encorvabalos dedos, como un niño de mucho más tiempo,cuando le hacen cosquillas. La perfección de esosmovimientos reflejos demuestra que la extremaimperfección de los que son producidos por la vo-luntad, no consiste en el estado do los músculos óde los centros de coordinación, sino en el d$ meses y medio aun no lo había lo-grado por completo. A los 32 dias conocía el pechode su madre á una distancia de 75 á 100 milímetros,según lo demostraba el movimiento de sus labiosy la fijeza de sus ojos; pero yo dudo mucho que lavista entrase por algo en esto; el tacto no tenia se-guramente la menor parte. ¿Le guiaba el olfato, lasensación de calor, ó la influencia de la posición enque se le tenía? lió aquí lo que no podría deter-minar.

    Durante mucho tiempo, los movimientos de losmiembros y del cuerpo fueron vagos ó indecisos,ejecutándose las más de las veces por sobresaltos,üebo hacer, sin embargo, una excepción: la de queantes de tener el niño 40 dias, sabía llevarse lasmanos á la boca. A los 77, cogía con la mano de-recha el biberón que servía en parte para su lac-tancia, ya le llevase la nodriza en el brazo derechoó en el izquierdo, y necesitó una semana enterapara decidirle á cogerlo con la otra mano; es decir,

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    la mano derecha estaba más adelantada que la iz-quierda en una semana. Y sin embargo, el niño fuedespués zurdo, tendencia hereditaria sin duda,puesto que su abuelo, su madre y uno de sus her-manos habian sido ó eran todavía zurdos. Cuandotuvo de 80 á 90 dias, empezó á meterse en la bocatoda clase de objetos, y al cabo de dos ó tres se-manas ya ejecutaba este movimiento con ciertadestreza. Le ocurría con frecuencia, sin embargo,tocarse en la nariz con el objeto y hacerle deslizaren seguida hasta la boca. Cuando me cogia el dedoy se lo llevaba á la boca, su mano le impedia chu-par el dedo; pero el dia 414, después de realizarese movimiento corrió su mano de manera que pu-diese meter en la boca la punta de mi dedo. Estaacción fue repetida muchas veces: evidentementeno habia sido obra de la casualidad, sino un actorazonado. Los movimientos voluntarios de las ma-nos y de los brazos eran, pues, mucho más adelan-tados que los del cuerpo y de las piernas, aunquelos movimientos sin objeto de estas habian sidodesde los primeros dias habitualmente alternativoscomo los que se hacen al andar.

    A los cuatro meses miraba á menudo sus manosy los objetos que se hallaban cerca de él, y al mismotiempo sus ojos se volvían de tal modo hacia dentro,que bizcaba con frecuencia de una manera es-pantosa.

    Quince dias después, — tenía entonces cientotreinta y dos dias,—observó que intentaba coger,casi siempre sin resultado, los objetos que se halla-ban á su alcance; pero no hacía ningún esfuerzopara alcanzar los que estaban más distantes. Yocreo que obraba así por efecto de la convergenciade sus ojos que lo excitaban á adelantar los brazos.Pero aunque tan temprano habia empezado á ser-virse de sus manos, no demostró después ningunaaptitud especial en este sentido, porque á la edadde dos años y cuatro meses manejaba el lápiz, lapluma y otros objetos con mucho menos destreza,y se servía de ellos bastante peor que su hermanaque sólo tenía catorce mesos y que manifestaba unagrande habilidad natural.

    Cólera.—Me sería difícil determinar con exacti-tud la época en que el niño comenzó á experimen-tar la cólera: desde el octavo dia fruncía el ceño ycontraía las facciones antes de romper á llorar, peroestos movimientos procedían tal vez del sufrimientoy no de la cólera. Cuando tenía poco más ó menosdiez semanas, se le dio un dia leche algo fría, y du-rante todo el tiempo que la estuvo bebiendo, tuvoligeramente fruncido el entrecejo, ofreciendo el as-pecto de una persona mayor descontenta por verseobligada á hacer una cosa que le desagradaba.

    A los cuatro meses, y acaso mucho antes, fue evi-dente, según la sangre le subia al rostro y le hacía

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    enrojecer hasta la piel de la cabeza, que se entregabafácilmente á la más violenta cólera. La menor cansabastaba para ello. Poco después de los siete mesesse puso un dia á dar gritos de rabia porque un limónse le deslizada entre las manos, sin que lo pudieracoger. A los once meses, cuando se le daba un ju-guete que no era de su gusto, le rechazaba gol-peándole: yo creo que esta última acción era unsigno instintivo de cólera y no indicaba de ningúnmodo que creyera poder causar algún daño al ju-guete.

    A los dos años y tres meses adquirió la costum-bre, de arrojar los libros, los bastones ú otros obje-tos á todos los que le disgustaban en algo; y lomismo he observado en otros varios de mis hijos.Por otra parte, en mis hijas no he encontrado jamásla menor señal de tales disposiciones, y esto meinduce á creer que los chicos adquieren por heren-cia la tendencia á arrojar los objetos.

    Temor.—Este sentimiento es, probablemente, unode los primeros que adquieren los niños pequeñitos,porque apenas tienen algunas semanas, el más leveruido inesperado les hace estremecerse y llorar.Antes de que el niño á que me refiero tuviera cuatromeses y medio, adopté la costumbre de producirjunto á él una multitud de ruidos extraños y bastan-te fuertes, que él acogía como excelentes entrete-nimientos; pero al cumplir dicha edad se me ocur-rió un dia dar á su lado un ronquido estrepitoso quenunca habia producido, y al momento adoptó un airegrave y rompió a llorar. Dos ó tres dias despuéshice el mismo ruido, sin pensar, y el resultado fueidéntico. Por la misma época, á los ciento treinta ysiete dias, me aproximó á él de espaldas y perma-necí algunos instantes inmóvil: el niño se puso serioy pareció hallarse muy sorprendido; hubiera rotoállorar si no me vuelvo en seguida; al hacerlo, en surostro se dibujó una sonrisa. Conocidos son los su-frimientos que experimentan los niños de más edadpor temores vagos y mal definidos, como cuandose ven en la oscuridad ó tienen que atravesar unrincón de alguna grande sala. Por ejemplo, cuandoel niño de quien se trata sólo tenía dos años y tresmeses, le llevé un dia al Jardín zoológico, y se di-virtió mucho en ver todos los animales que se pare-cían á los quo le eran conocidos; pero experimentónotable miedo á la vista de los animales de gran tallaque se hallaban encerrados en jaulas. Desde enton-ces solia decir con frecuencia que le gustaría vol-ver al Jardín zoológico; pero no á ver las «bestiasen sus casas.» No nos fue posible explicarnos aquelterror. Pero ¿no tenemos el derecho de suponer quelos temores vagos, pero muy reales, de los niños,cuando son completamente independientes de laexperiencia, son los efectos hereditarios de peligrosreales y de supersticiones abyectas que datan de la

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    época de la vida salvaje? La circunstancia de mos-trarse al principio de la vida para desaparecer enseguida, se halla absolutamente conforme con lo quesabemos sobre la trasmisión de los caracteres biendesarrollados en los ascendientes.

    Sensaciones de pfacer. Puede suponerse que losniños experimentan una sensación de placer al ma-mar, y así parece demostrarlo la expresión de susojos. El niño en cuestión sonreía á los cuarenta ycinco dias; otro de mis hijos, á los cuarenta y seis.Y eran verdaderas sonrisas, indicios de placer, por-que sus ojos brillaban y sus párpados se cerraban ámedias. Cuando más sucedía esto, era al mirar á sumadre. Se hallaban probablemente excitados poralguna causa intelectual; pero el niño que estudiosonreía entonces frecuentemente, y durante ciertotiempo continuó haciéndolo bajo el imperio de al-guna sensación de placer interior y cuando nadababia que le excitase ó le hiciera alegrarse en modoalguno. A los ciento diez dias le divertía muchoque le echaran por la cara un delantal que en segui-da se le quitaba de pronto. Un dia que yo jugabade este modo con él, me eché súbitamente por lacabeza el delantal, aproximando mi car?, á la suya.El entonces dejó, oir un ligero ruido como un princi-pio de carcajada. Aquella vez la principal causa delplacer era la sorpresa, como sucede con mucha fre-cuencia en las personas mayores cuando se rien porcualquiera agudeza ú originalidad repentina. Meparece recordar que tres ó cuatro semanas antes dela época en que él se divertía viendo una figura des-cubrirse súbitamente, si se le pellizcaba con suavi-dad en la nariz ó en las mejillas, lo acogía como unabroma agradable. Por el pronto me sorprendió verque un niño que apenas contaba más de tres mesescomprendía ya la broma; pero debemos tener pre-sente que bien jóvenes son los gatillos y los perri-tos cuando ya empiezan á jugar. A los cuatro mesesdemostró de una manera indudable que le gustabaoir tocar el piano; esto era, según toda apariencia,el primer aviso del sentimiento de la estética, ámenos que no se llame así la atracción que los co-lores brillantes ejercían sobre él desde hacía bas-tante tiempo.

    Afecto. Este sentimiento nace probablemente enel niño casi al principio de la vida, puesto que an-tes de los dos meses el que fue objeto de mis ob-servaciones sonreía á las personas que le cuidaban;pero hasta los cuatro meses no demostró con seña-les ciertas que reconocía y distinguía á las personas.Cerca de los cinco meses expresaba claramente eldeseo de estar en los brazos de su nodriza. Hasta laedad de poco más de un año no empezó á expresarsu afecto ó su inclinación por actos espontáneos,como, por ejemplo, abrazando repetidas veces á sunodriza, después de una corta ausencia. En cuanto

    á la simpatía, ese sentimiento que tan de cerca serelaciona con el afecto, se había manifestado en elniño desde los seis meses y once dias: siempre quela nodriza fingía llorar adoptaba un aire de tristezabien caracterizado por la depresión de las extremi-dades de su boquita. Al verme hacer caricias á unagran muñeca, y á los quince meses y medio, un diaque yo pesaba á su hermanita, manifestó claramen-te su envidia. Como este sentimiento es muy vivoen los perros, es de suponer que en los niños semanifestaría antes de la edad que acabo de indicar,si se les proporcionase alguna ocasión.

    Asociación de las ideas, razón, etc. Ya he dichocuál fue en el niño la primera acción en que reconocíuna especie de razonamiento práctico: el movimien-to por el que hizo deslizar su mano á lo largo demi dedo, para poder introducir la punta de éste ensu boca. Este acto tuvo lugar á los ciento catorcedias. A los cuatro meses y medio le ocurrió muchasveces sonreírse al ver su cara y la mia en un espe-jo, sin duda porque las tomaba por objetos realas;pero dio una prueba de discernimiento, sorpren-diéndose al oir mi voz detrás de él. Como á todoslos niños, le gustaba mucho mirarse al espejo, y enmenos de dos meses comprendió perfectamente queaquello no era más que una imagen, porque si yohacía algún gesto, alguna mueca, sin pronunciarpalabra, se volvía bruscamente para mirarme. Sinembargo, á la edad de siete meses, hallándose en e'jardin, me vio en mi cuarto, á través de una lunasin estañar, y pareció como que se preguntaba si erayo ó mi imagen. Otro de mis hijos, una niña, á laedad do un año distaba mucho de hallarse tan ade-lantada, y parecía asombrarse de ver en un espejola imagen de una persona que se aproximaba á ellapor detrás.-8os monos de las especies superiores, álos que yo he presentado algunas veces un espejo,se conducían de distinto modo: alargaban las manospor detrás del espejo, lo cual era una prueba de in-teligencia; pero lejos de encontrar placer en verse,se incomodaban y no querían volver á mirar.

    El niño acababa de cumplir cinco meses cuandolas primeras asociaciones de ideas independientesde toda lección se fijaron en su pensamiento. Porejemplo, desde el momento en que se le ponía sucapa y su sombrero, ya no se mostraba contento,sino, por el contrario, de muy mal humor, hastaque se le sacaba á la calle. A la edad de siete me-ses dio un gran paso: asoció la idea de su nodrizacon su nombre, de suerte, que si me oía pronunciarel nombre, la buscaba con la vista por todas partes.Otro niño se entretenía á menudo en mover la ca-beza á derecha ó izquierda; algunas veces le ani-mábamos diciéndole: «Mueve la cabeza»; y cuandotuvo siete meses repetía el movimiento en cuantose lo decíamos, sin que le hiciéramos ninguna señal.

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    De los siete á los once meses el primero de los dosniños de que acabo de hablar aprendió á asociar ungran número de objetos y de acciones con las pa-labras; así, cuando se le pedía un beso, adelantabalos labios y se quedaba inmóvil. Añadiré que á losnueve meses menos algunos dias, asociaba su nom-bre á su imagen representada en el espejo, y cuan-do se oía nombrar, volvía los ojos hacia el espejoaun cuando se hallase á cierta distancia. A los nue-ve meses y unos cuantos dias aprendió él solo quecuando una mano ó un objeto cualquiera proyecta-ba su sombra sobre una pared enfrente de él, erapreciso buscar aquel objeto á su espalda. Aun notenía un año, y bastaba repetir alguna corta frasedos ó tres veces, con ligeros intervalos, para dejargrabada en su entendimiento una idea á la que éllo asociara.

    En el niño que describe en su trabajo M. Taine,la asociación de idear parece haberse manifestadomucho más tarde, á no ser que los primeros datosse escapasen al observador. La aptitud de adquirirlas asociaciones debidas á la instrucción y las quese producen espontáneamente, me ha parecido serla diferencia más marcada que existe entre la inte-ligencia de un niño y la del perro adulto de más en-tendimiento que he conocido en mi vida.

    ¡Qué diferencia entre la inteligencia de un niño yla del sollo citado por el profesor M. Mobins! (1).Cuenta éste que dicho animal se obstinó durante tresmeses en lanzarse, con tanta fuerza que se quedabaaturdido, contra una pared de cristal que le sepa-raba de algunos gubios; y cuando al fin hubo com-prendido que era peligroso atacar aquellos pececi-llos, se le puso dentro del mismo acuario y no seatrevió á darles ni un solo mordisco.

    La curiosidad, como hace observar M. Taine, semanifiesta pronto en los niños, y tiene grandísimaimportancia para el desarrollo de su inteligencia;pero yo no he hecho observaciones especiales so-bre este punto. La imitación desempeña también unbuen papel. Mi niño no tenía aún más que cuatromeses, cuando me pareció notar que trataba deimitar los sonidos; pero pude haberme engañado,porque hasta los diez meses no advertí que lo hi-ciera de una manera indudable. A los once mesesy medio imitaba fácilmente toda clase de acciones;así movía la cabeza diciendo «¡Ah!» siempre queveía algún objeto sucio,, como colocaba el índice douna de sus manos sobre la palma de la otra cuandole repetían cierta canción de niño. Era una cosa di-vertida el ver su aire de satisfacción cuantas vecesrealizaba alguna proeza de este género.

    No sé si debo citar como indicio de la fuerza dela memoria en un niño, que el que nos ocupa, cuan-

    (1) Die Bewegvnyen cter Thier», etc., 1873, pág. 11.

    do á la edad de tres años y 23 dias se le enseñó ungrabado que representaba á su abuelo, á quien ha-cía seis meses que no veia, le reconoció al instantey recordó una serie de ocurrencias que habían teni-do lugar en el tiempo que habia estado en casa desu abuelo y de las cuales nadie habia dicho una pa-labra desde entonces.

    Sentido moral. —Hacia los 13 meses fue cuandoadvertí en mi niño la aparición del sentido moral.«Doddy (este era su nombre),—le dije un dia,—noquiere dar un beso á su pobre papá. Doddy esnnpicaro.» Estas palabras le disgustaron, sin duda; y,cuando yo me senté de nuevo, acabó por adelantarlos labios como para indicar que quería besarme;después agitó su mano con aire de enojo hasta queyo volví á acercarme para recibir su beso. Una es-cena casi igual tuvo lugar algunos dias después, yla reconciliación pareció causarle tanto placer, pemuchas veces, desde entonces, aparentaba estarincomodado y darme un manotón para tener luegoel placer de darme un beso. ¿No tenemos ya en estoun principio del arte dramático, cuya afición es tanfuertemente pronunciada en la mayor parte de losniños? Por la misma época, me fue fácil dirigirlepor los sentimientos y obtener lo que deseaba. Alos dos años y tres meses, dio un día á su hermanita su último pedazo de torta ó pan de especia, ydespués, muy orgulloso de aquel sacrificio, excla-mó: «¡Doddy es bueno, Doddy es bueno!» Dos me-ses más tarde, se hizo extremadamente sensible alridículo, y llegó con frecuencia á sospechar, délaspersonas que veia reir y hablar juntas, que se bur-laban de él. Poco después, á los dos años y sietemeses y medio, le encontré cuando salía del come-dor, y observó que sus ojos brillaban más que deordinario y que en todo su aspecto habia algo deafectado y de extraño; entró, pues, en el comedorpara averiguar la causa, y noté que el picarillo ha-bia tomado azúcar molida, cosa que él sabía estabaprohibida. Como nunca habia sufrido el menor cas-tigo, su actitud no podia obedecer al temor, y yocreo que se debía atribuir á la lucha entre el placerde comer el azúcar, y un principio de remordi-miento. Quince dias después, volví á encontrarle ála puerta del comedor: miraba á su delantal que lotenía cuidadosamente arrollado, y su aspecto eratambién entonces tan extraño, que resolví asegu-rarme de lo que podia tener en el delantal, aunqueél me dijo que nada llevaba, y repetidas vecesueordenó que le dejara y me fuese. El delantal estabatodo manchado de almíbar de conservas; alli habla,por lo tanto, una mentira premeditada. Como edu-cábamos á aqtrel niño solamente por la dulzura,bien pronto llegó á ser tan sincero, tan franco y tancariñoso como se podia desearé

    Audacia y timidet. Es imposible ocuparse de los

  • N.M84 C. PARWIN. LOS PRELUDIOS DE LA INTELIGENCIA. 293niños chiquitos, sin sorprenderse de la audaciacon que contemplan los rostros que son nuevospara ellos, fijamente y sin bajar nunca los ojos: unapersona mayor no mira así mas que á un animal óun objeto inanimado. Esto consiste, según creo, enque los niños no piensan absolutamente en ellos, ypor consiguiente no son nada tímidos, por más quealgunas veces tengan miedo de los extraños. En mihijo se manifestó el primer síntoma de timidezcuando tenía dos años y tres meses: volvía yo á micasa después de diez dias de ausencia, y la timidezdel niño se mostró por una especie de tendencia áesquivar mis miradas; pero pronto corrió á colocar-se sobre mis rodillas, y en cuanto me hubo abraza-do, desapareció toda señal de timidez.

    Medios de comunicación.—Los gritos de un niñoson naturalmente instintivos, pero sirven para de-mostrar que sufre. Al cabo de algún tiempo varía laíndole de esos gritos según que son producidos porel hambre ó por el sufrimiento. Yo he comprobadoeste hecho en mi hijo á la edad de once semanas, ymás tarde, si mal no recuerdo, en otro. Además,bien pronto pareció aprender á llorar cuando que-ría, ó á contraer sus facciones según la ocasión, demodo que diese á entender que deseaba alguna cosa.A los cuarenta y seis dias empezó á producir ruidosleves y sin sentido, como para entretenerse, y alpoco tiempo supo variarlos. El dia ciento trece, ad-vertí el bosquejo de una sonrisa; este hecho se ha-bia producido mucho antes en otro niño. Por lamisma época creí reconocer, según ya he dicho, queempezaba á imitar los sonidos, lo cual consiguióciertamente mucho tiempo después. A los cinco me-ses y medio formuló el sonido articulado «da», perosin darle sentido alguno. Cuando tuvo poco más deun año expresó sus deseos por medio de gestos:por ejemplo, ua dia le ocurrió coger un pedazo depapel y presentármelo señalando al fuego, porquemuchas veces había visto quemar papeles, cosa quele divertía en extremo. A la edad de un año hizo elesfuerzo de inventar una palabra para designar sualimento, y le dio el nombre de &m,um», pero yo nosé qué le indujo á adoptar esta sílaba. Desde aquelmomento, en vez de echarse á llorar cuando teníahambre, so servía de dicha palabra como si signifi-case: «Dame de comer». Este término equivale,pues, al de ham que empleaba el niño de M. Taine ála edad de catorce meses. Por lo demás, ese mum,en la boca de mi hijo se convertía en un sustantivodü sentido bastante lato; así es que al azúcar le lla-maba iu-mum, y un poco más tarde, cuando apren-dió la palabra «negro», para designar el regaliz, de-cía negro-zu-mwm, negro-azúcar-alimento.

    Me sorprendió particularmente que al servirse dela palabra mum para pedir de comer, le diese unaentonación interrogativa muy marcada. Del mismo

    modo, al «Ah» que empleaba á menudo, sobre todocuando reconocía á una persona ó so veía en unespejo, le daba un tono de exclamación, como nos-otros acostumbramos para expresar la sorpresa. Henotado que el empleo de estas entonaciones pare-cia obedeeer al instinto, y siento no haber hechoobservaciones sobre tal punto, bin embargo, enmis notas encuentro que mus tarde, entre los diezy ocho meses y los veintiuno, cuando se negaba áhacer una cosa, daba á su voz un tono d,e desafio,como si hubiera querido decir: «No lo haré, cier-tamente;» lo mismo que su hum do aprobación sig-nificaba «Si, con seguridad.»

    M. Taine insiste también mucho sobre la expre-sión muy marcada de los sonidos que su hija pro-ducía antes de haber aprendido á hablar. La ento-nación interrogativa que mi niño daba á la palabramum cuando pedia de comer, es muy curiosa; por-que si se prueba á servirse asi de una sola palabraó de una frase corta, se observará que la voz subemucho al fin. Yo me apercibí en aquella época deque este hecho se halla de acuerdo con la opiniónsustentada por mí en otra obra, de que antes detener un lenguaje articulado, el hombre produciríanotas formando una escala verdaderamente musi-cal, como hace el mono antropóide llamado Hilo-bato.

    En resumen, un niño hace comprender sus nece-sidades primero por gritos instintivos, que al cabode cierto tiempo se modifican en parte involunta-riamente, y en parte, según creo, voluntariamente,como medio de comunicación—por la expresión in-consciente de sus facciones -por gestos y por di-ferencias muy marcadas de entonación—por pala-bras vagas que él mismo inventa y por otras másprecisas, imitadas de las que oye; y estas últimaslas adquiere con una prontitud maravillosa. Un niñocompréndaosla cierto punto, y muy pronto, á loque creo, la intención ó los sentimientos de laspersonas que le cuidan, por la expresión de su sem-blante. En cuanto á la sonrisa, no es dudoso; y meparece que el niño cuya biografía acabo de darcomprendía una expresión de lástima cuando ape-nas tenía más de cinco meses. A los seis y oncedias manifestó ciertamente simpatía cuando su no-driza aparentaba llorar. Cerca de un año, cuando semostraba satisfecho de alguna de sus pequeñas he-roicidades, estudiaba, á no dudar, la expresión dela fisonomía de los que le rodeaban. Probablemente,por las diferencias de expresión, y no sólo de laforma de las facciones, era por lo que ciertas carasle agradaban mucho más que otras desde la edadde seis meses. Antes de cumplir un año, compren-día las entonaciones y los gestos, lo mismo quemuchas palabras y algunas frases cortas. Una pala-bra hubo, el nombre de su nodriza, que él compren-

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    dio perfectamente cinco meses antes de haber in-ventado su ntum; pero esto no debe sorprendernos,puesto que sabemos que los animales inferiores seacostumbran fácilmente á comprender ciertas pa-labras.

    CARLOS DARWIN.

    PRECIPITADOS CELULARES.

    Los análisis químicos del protoplasma llevan con-sigo la aparición de un gran número de principiosdiferentes.

    Hemos dicho ya que la sustancia fundamental, quepresenta siempre en sus primeros momentos lasreacciones características de los cuerpos albumino-sos, no ofrece ya luego, en la generalidad de loscasos, sino las de las materias nitrogenadas no pro-teicas; y si á esto añadimos, conforme se ha denotar después, que allí se desenvuelven cada vezen mayor proporción las grasas; que aparece enunas células la clorofila, y en otras la hemoglobina;que se forman los granos de almidón, y se ofrecen,por fin, ya los cristaloides ó la aleurona, ya los es-ferocristales de inulina, ó ya las formas semejantesde hesperidina (1), tendremos en todo ello unaprimera confirmación de lo que acabamos de indicar.

    Salvo la naturaleza química de las sustanciascreadas, dichos fenómenos se realizan de igual ma-nera en la célula vegetal que en la animal.

    La formación de todos estos productos lleva almismo tiempo y necesariamente consigo la creaciónde otros diferentes.

    Las diversas sustancias que acabamos de enume-rar, y otras muchas que se encuentran en su mismocaso, tienen que poseer propiedades físicas muydistintas. Unas serán más densas y otras tendránmenor peso específico; las habrá que sean perfecta-mente solubles en el agua y los demás líquidos ce-lulares, y existirán también ejemplos de las que nopresentan en grado alguno esta propiedad; aquellaspodrán ser muy móviles y fluidas á la temperaturaordinaria á que se encuentra la célula, y estas serán

    (1) La hesjieridina es una materia que se encuentra enlas naranjas y que se hallara probablemente también enotras muchas partes vegetales.

    La Corma en que dicho cuerpo se presenta es bastantesemejante á la de la inulina. Examinada on diversos cor-tes practicados en el susodicüo fruto, posee la forma deunos esferocristales más ó menos voluminosos. La hespe-ridina puede ser expresada por la fórmula C H O, y sunaturaleza química es la de los glicósidos. 1S 2 l 9

    La existencia de dicho cuerpo fue ya indicada porPfefftr en 1814. M. Hilger la ha estudiado después, publi-cando en alemán sus trabajos bajo el título de Sobre lahtsperidina-

    quizás viscosas ó aun sólidas en las mismas condi-ciones, observándose por lo tanto y efectivamenteentre ellos los más opuestos caracteres. Siendo estoasí, se concibe que permanecerán reunidas en cir-cunstancias dadas; pero se comprende también quese separen en otras diferentes. Al distribuirse endistintos espacios, algunas podrán ser arrastradaspor los líquidos que las disuelven hacia la superfi-cie de los elementos histológicos y ser allí deposita-das al evaporarse su vehículo; mientras que otrassegundas se aumentarán en distintos lugares delinterior, adquiriendo en ellos como una cierta inde-pendencia y mostrándose desde aquel momento bajoel aspecto de cosas muy distintas. Lo primero pa-rece dar lugar, según hemos expuesto ya, á lamembrana de envoltura: lo segundo semeja ser lacausa de los precipitados celulares.

    Mas estos precipitados no poseerán todos la mis-ma naturaleza y además, dentro de alguno de ellosserá posible la generación de iguales desdobla-mientos.

    Entre las diversísimas sustancias que son forma-das en aquel centro, habrá efectivamente variasque no se disuelvan, que se precipiten simultáneaó sucesivamente, y que, ó bien dirigiéndose á dis-tintos puntos del contenido engendren creacionesde muy separado aspecto, ó bien si se aglomeranmezcladas sufran luego su ulterior separación, re-produciéndose así más en pequeño el mismo fenó-meno que les dio origen. Algunas de las sustanciasprecipitadas podrán ser también fácilmente altera-das, y diferenciándose ellas repetir hechos seme-antes á los antecitados. Esta será una nueva fuentede ulteriores desplegamientos.

    La observación nos enseña que todos estos casosse presentan en la diversíficacion de los contenidoscelulares, y que estas son las únicas doctrinas quepueden hoy aceptarse acerca de la formación delnúcleo, del nucléolo y de las vacuolas.

    Es bien conocido que cuando á los dos primeroscorpúsculos citados se les dio el nombre que con-servan hoy todavía, aunque impropiamente, se ve-nía creyendo que la formación de una célula proce-día de la aparición de una masa redondeada y su-mamente pequeña; de la precipitación á su alrededorde una membrana, y de la entrada por endosmosis,al través de esta, de una cierta cantidad de filudosque eran depositados entre el primero y la segunda,quedando constituido de tal modo el elemento his-tológico. Estas venían á ser, en efecto, las doctrinasde Swam y las de algunos de sus sucesores.

    Hoy, á continuación de más largos estudios, seha modificado el modo do apreciar la cuestión.

    Las células se forman, y antes de su generaciónno se observan núcleos libres alrededor de los cua-les vengan á agruparse porciones de materia. Aun

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    dentro mismo de los contenidos celulares no pre-cede siempre la división del núcleo á la segmenta-ción de la célula; y por lo que toca á los nucléolos,nos bastará observar también que, del mismo modoque sucede en las células respecto á su corpúsculo,no todos los núcleos los poseen, ni su presencia esnunca anterior á la de los núcleos. Nada añadiremosá esto sobro la formación de las vacuolas, porquenunca se las ha dado en realidad otro carácter queel de precipitados.

    Mas en lo que sí deberemos insistir, antes de en-trar en mayores detalles, es en las semejanzas quetodas estas formaciones presentan entre sí.

    Es tal el sentido verdaderamente plástico que havenido imperando en estos ramos del saber, que lasdiferencias de naturaleza química y así como deaspecto exterior han llegado á crear casi infran-queables separaciones entre la manera de apreciarel valor y funciones de las vacuolas y la de consi-derar las del núcleo y los nucléolos. Dentro de lascreencias generales, son las primeras como verdaderas formaciones accesorias, en tanto que se con-cede una importancia de primer orden á los segúndos corpúsculos. Fácil es ver, sin embargo, que porlo menos en un primer exámon, y dinámicamenteconsiderados, tienen un valor muy semejante estosy aquellos: sus diferencias parecen consistir en algoque se refiere á la vez á la naturaleza química y al

    . variado estado de condensación física.Se llama comunmente vacuolas á las constituidas

    por el agua que lleva en disolución diversos princi-pios protoplásmicos.

    Se denomina en general núcleo al precipitadocompuesto de principios albuminosos.

    Las diferencias bien fácilmente apreciables queestos y aquellas presentan se refieren, á nuestro en-tender, y conforme antes hemos indicado, á las dis-tinciones que todos sabemos existen entre el aguay los principios proteicos en disolución: y consteahora que afirmamos que existen realmente estasdesemejanzas; que no queremos expresar con loanterior que el núcleo y las vacuolas sean formacio-nes idénticas, pero que lo que sí deseamos es lla-mar la atención sobre que las diferencias que ofre-cen se fundan en cosas ya conocidas y naturales, yno en nada extraño ni misterioso que se preste áhipótesis extraordinarias sobre su modo de ser.

    Estas son las razones que nos han hecho encer-rar la exposición de las propiedades del núcleo,nucléolo y vacuolas bajo el epígrafe general de pre-cipitados celulares.

    Vamos á estudiar por separado la generación deestos miembros de la célula.

    NÚCLEO. — El núcleo parece hallarse siempreconstituido por las materias más ricamente albumi-nosas.

    Los de los glóbulos sanguíneos elípticos presen-tan las reacciones características de la fibrina: losde las demás células se coloran fuertemente en vio-lado al ser tratados por el sulfato do cobre y lalejía de potasa, demostrándose ya con esto lo queacabamos de asegurar. Su mayor proteismo; su fá-cil coagulación en determinados momentos, y el as-pecto que presentan después de haberse verificadoaquella, son también otros datos que se aunan conlo anterior para llevarnos á idénticas conclusiones.

    Pero ¿cómo se constituyen estos corpúsculos yen qué condiciones dinámicas so encuentran?

    Bajo el punto do vista histológico, parecen :sermuy grandes las diferencias que existen entre losde unas y otras células. Hay efectivamente núcleoscuya bipartición precede á la del elemento á quienpertenecen; existen otros que se disuelven antesque esto suceda, apareciendo luego en su lugar dosó más diferentes; se encuentran también algunosque permanecen inalterables en medio de estos fe-nómenos; al lado de los primeros suelen presen-tarso en distintos casos otros nuevos, sin que aque-llos experimenten modificación alguna. Ya en unescrito que ha precedido á éste se han expuesto di-versos datos sobre este asunto, citando las espe-cies vegetales en que mejor podian observarse to-das estas particularidades.

    Respecto á sus condiciones dinámicas, semejantambién notarse distintas separaciones. Al paso q;ieunos núcleos se disuelven, como acontece con losdélas Oharaceas, tan luego como principian lascorrientes protoplásmieas, y otros, parecidos á losde las células embrionarias que luego han de formarlos glóbulos sanguíneos discoideos, se desagregany desaparecen al mismo tiempo que se reduce elvolumen de aquellas, hay unos segundos que sonarrastrados pasivamente por el movimiento, ó queresisten conío los de los glóbulos elípticos á lascontracciones que después pueden determinarse pordiversos agentes.

    Procuraremos darnos cuenta de las causas quemotivan estas múltiples oposiciones de caracteres.

    Empecemos considerando el primer momento dela formación nuclear. Este instante, según hoy esbien sabido, corresponde siempre al período de lacesación do los movimientos protoplásmicos, ó, porlo menos, á aquel en que se encuentra más en calmala sustancia fundamental. Mientras esta sehalla fuer-temente agitada, podrá suceder en algunos casosque no desaparezca un núcleo anteriormente for-mado; pero lo que es bien cierto es que no se for-mará aquel si antes no existía ya. La reducción devolumen de una célula lleva también muchas vecesconsigo la desaparición del núcleo.

    Ahora bien: depositado tal corpúsculo, y consti-tuido como una tenue esférula fluida sometida á las

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    fuerzas propias ó moleculares, se hallará en primertérmino en las mismas condiciones que todas lasdemás, teniendo que cumplirse en ella virtual ó apa-rentemente lo quo en las otras se cumple.

    Multiplicadas veces hemosindicado que toda gotalíquida se envuelve prontamente en una membranamás monos resistente, y no hay razón alguna paraque los núcleos constituyan una excepción extrañaá la ley general, «demás, en muchos casos es tam-bién posible demostrar de un modo directo la pre-sencia de aquella. Un núcleo casi desnudo, ó ro-deado de una cutícula muy tenue, y frecuentementeagitado en todos sentidos, tiene que permitir la des-agregación de su masa y su englobamiento con elresto del contenido. Por el contrario, los que se ha-llan envueltos en túnicas suficientemente resistentesconservarán su forma y consistencia en tnedio delas mayores agitaciones y más rápidas corrientes.

    Hó aquí, en nuestra opinión, el origen de las diferencias que existen entre las acciones de los diver-sos núcleos.

    Hasta donde la observación es posible, se com-prueban mediante ella los anteriores razonamien-tos. Los pocos experimentos que hemos podido rea-lizar, nos han mostrado que aquellos núcleos queparecían haber resistido más á los indicados movi-mientos poseían siempre una membrana. Los de losglóbulos sanguíneos elípticos, los de la linfa, los delas Spirogyras, constituyen diferentes comprobacio-nes de la verdad de tal aserto.

    Dinámicamente considerado el núcleo, es solo,por lo tanto, una célula más pequeña y concéntricacon la primera (4).

    Si en general se inician en él todas las segmenta-ciones y todos los cambios que luego se trasmitená ésta, débense tales hechos á que su situación ynaturaleza química le permiten conservar una ma-yor movilidad y proteismo; y adviértase que comola segunda cualidad depende también en ciertomodo de la anterior, ó lo quo es lo mismo, que losprincipios albuminosos permanecen en él inaltera-dos por su menor exposición á las acciones de losagentes exteriores, la posición en la célula es laque viene á ser, en último término, la razón funda-mental de las particularidades que ofrece.

    El esti'dio de los núcleos se halla hoy, sin embar-go, muy atrasado todavía.

    Se ha comprobado, sí, en algunos de ellos que su

    (1) Creemos que Nuesch ilebe haber sostenido una doc-trina muy semejante á esta. Desgraciadamente no.hemospodido hacernos con ningún ejemplar de su Memoria, noteniendo noticia de ella más que por el cortísimo extractopublicado en el tomo correspondiente al segundo semes-tre de 1875 de la Biblioteca universal de Ginebra.—Archi-vos de las ciencias físicos y naturales, y siéndonos así des-conocidos los trabajos que le han llevado á, estas con-clusiones.

    protoplasma se encuentra sometido á comentes,como lo está, en determinadas épocas, el de loselementos histológicos que los contienen; y este esotro dato que aproxima uno á otro los dos sistemasde dinamismos celular y nuclear.

    Respecto á sus formas, nos hemos explicado yacon alguna extensión en anteriores trabajos.

    Las mismas fuerzas que obran sobre las célulasejercen su acción sobre los corpúsculos que nosocupan; mas al mismo tiempo que, por un lado,llegan modilicadas hasta estos por la situación queellos tienen en medio de una masa algo fluida, porotro, aquellos reciben además las presiones debidasá la actividad de !a indicada masa, dando todo ellopor resultado que, consideradas en detalle, sufranalgunos cambios unas y otras energías.

    La forma de los núcleos guarda por lo tanto, y envirtud de lo anterior, alguna correspondencia conlade la célula.

    Las células esféricas tienen núcleos de este mis-mo carácter, como se ve en general en los elementosnerviosos; las que poseen ya una forma algo depri-mida los contienen en su interior, de aspecto elip-soidal, las láminas epiteliales son ejemplos de estaverdad; las cilindricas de los epitelium del mismonombre los poseen alargados y estrechos; los queofrecen muy poca altura y extensa superficie en-cierran en su contenido masas verdaderamente la-minares. Todos estos datos de observación com-prueban, como se ve, el principio anterior.

    Tales influencias se manifiestan, además, de unmodo muy marcado en aquellas zonas de célulasque parecen estar anunciando una sucesiva deforma-ción, es decir, allí donde las de una superficie tie-nen una hechura determinada muy diferente de laque presentan las de la opuesta, existiendo en me-dio las que permiten pasar de una á otra por unaserie de tránsitos que á veces son casi insensiblesó poco menos. En estos casos se observa que elnúcleo sigue una línea de trasformacion paralela ála del corpúsculo en que se encuentra, hallándosesus caracteres en cada una de las indicadas seccio-nes de zona en perfecta concordancia con los delas células de esta.

    Las distintas células del epilelium de la mucosabucal suministran una buena confirmación de loanterior.

    Entre ellas se encuentran:1." Unas vesículas bastante pequeñas, de 9 á-11

    milésimas de milímetro, que son las que se hallanen inmediato contacto con la superficie del órga-no, y cuya forma es alargada, estando dispuesto sueje mayor en posición perpendicular á la indicadasuperficie. El núcleo os en estas oblongo ó esferoi-dal, y no posee nucléolo que pueda distinguirse.

    2.° Otras células de aspecto de poliedros cuyos

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    ángulos hubieran sido redondeados; ó, mejor expre-sado esto, células en las condiciones de esferas, so-bre las cuales se han formado diversas facetas sinacabarse de producir su trasformacion en la formageométrica primeramente indicada. Dichas céiulasvan apareciendo como cada vez más aplastadas, ámedida que las que se observan están más distantesde las anteriores: al mismo tiempo que aumenta elachatamiento, aumentan de igual modo las dimen-siones superficiales. Los núcleos son comunmenteesféricos en las primeras, algo deprimidos ya en lasillimas; poseen un contenido líquido; miden de 9á 12 milésimas de milímetro, y tienen, en general,un nucléolo ó dos bien marcados.

    3." Elementos histológicos en forma de láminas,sumamente aplastados, en los que nada recuerda elaspecto común de las células. La extensión superfi-cial de estos es ya considerable y sus diámetros os-cilan desde 45 á 80 milésimas de milímetro. Susnúcleos alcanzan sólo las dimensiones de 9 á 11 mi-lésimas de milímetro de longitud por 3,4 á 4,5 de an-chura; son aplastados, y no contienen comunmentecavidad alguna, ofreciéndose como homogéneos.

    Nótese en todo lo anterior que la corresponden-cia y paralelismo son bastante exactos.

    Debe tenerse, sin embargo, en cuenta que existenmuchísimos casos que parecen hallarse en completacontradicción con lo anterior. En el mundo animalse encuentran, por ejemplo, las células adiposascuyo núcleo parietal no parece tener forma seme-jante á la de los referidos elementos histológicos;en el reino de las plantas se pueden citar, entreotras muchas, á las spirogyras, de elementos histo-lógicos cilindricos y alargados, cuya altura excedecinco veces en longitud al diámetro, y en cuyo in-terior se encuentran núcleos redondeados, de loscuales parten algunas prolongaciones protoplás-micas.

    ¿De dónde proceden estas excepciones?Examinemos más detenidamente la cuestión, y

    notaremos que las células que venimos comparandose encuentran realmente en muy diversas condicio-nes dinámicas. En unas parece hallarse efectiva-mente el núcleo en medio de una masa protoplás-mica, sin soluciones ni rasgaduras, que llena todala cavidad; en otras la sustancia fundamental no estan continua y homogénea en el momento de con-templarse aquel ó poco después de su aparición;existen unas terceras, tales como las adiposas pre-cisamente, en las que parece haber ya desaparecidopor completo el protoplasma.

    Cuando se tiene en cuenta esto y se estudian bajoel aspecto que nos está ocupando unos y otros cor-púsculos, se nota con facilidad que la ley que deja-mos indicada en anteriores párrafos se cumple siem-pre en el primero de los casos citados, y se cumple

    muy raramente en los otros dos. Apreciando ma-yores diferencias, se observa de nuevo que enlas células de las segundas condiciones los núcleosson redondeados, elipsoidales, ó tienen, en general,las formas de equilibrio de los líquidos sin grave-dad (1); en tanto que en los de las terceras se ventambién á veces estas, pero pueden ofrecer y ofre-cen otra cualquiera.

    Tales datos de observación se hallan en perfectaconcordancia con lo que se deduce de las distintascondiciones dinámicas en que las células se encuen-tran.

    Cuando el protoplasma es continuo y llena toda lacavidad, una presión cualquiera que en él se ejerzatiene que ser trasmitida integralmente en todas di-recciones con igual intensidad sobre superficiesidénticas, según está establecido por la muy cono-cida ley de Pascal, fundamental para toda la hidros-tática: si la célula se deprime bajo la acción de lagravedad, ó su forma es cambiada por otra influen-cia cualquiera, las acciones que de aquí nazcan se-rán comunicadas al núcleo, y éste experimentarácambio análogo. Esto es lo que, según hemos visto,sucede en el primer caso.

    Por el contrario, en los elementos que no se ha-llan en tales condiciones, el desarrollo de la célulay núcleo debe ser independiente.

    Si el núcleo se halla siempre en perfecta-libertad,presentará las formas de equilibrio de los líquidossometidos únicamente á las fuerzas moleculares,pudiendo tener la célula aquella á que haya llegadopor otras mil influencias: estas son las células delas segundas condiciones. Si tal corpúsculo so en-cuentra en una célula sin protoplasma ó donde éstese encuentre ya en muy reducida proporción, po-drá, ó ha^er sufrido primero la influencia de éste yhaber tenido luego un desarrollo independiente,merced á tal decrecimiento de la sustancia funda-mental, ó haber disfrutado siempre de perfecta in-dependencia: en las primeras condiciones el núcleodeberá haber sido primero deformado paralelamen-te á la célula, y luego haber quedado en condicio-nes propias de desenvolvimiento; en las segundas,éstas tienen que haber existido permanentementeen él. Hó aquí explicado lo que sucede en el se-gundo caso.

    Cuando los núcleos se rodean por una membranaaparece también en ellos un cuerpo sólido que va áextenderse en el sentido de las menores resistenciasy tomar formas más ó menos caprichosas, arras-trando consigo el contenido líquido ó pastoso inte-rior. La aplicación de este punto de vista explica

    (1) Adoptamos aquí este modo de exponer, que ea elgeneralmente aceptado, por más que no debemos pasar-adelante sin decir que es altamente impropio.

  • 298 REVISTA EUROPEA. 2 DE SETIEMBRE DE 1 8 7 7 . N."184las extrañas configuraciones que á veces se obser-van también en estos corpúsculos.

    Así, en virtud de lo anterior, puede verse que so-bre los núcleos se ejercen en primer término cua-tro órdenes de influencias:

    1." Las que proceden de sus propias fuerzas ómoleculares.

    2.° Las que ejercen sobre ellos las presionesque nacen en las masas que las contienen.

    3." Las que se desarrollan con el trascurso deltiempo y mediante el cambio de las células á quepertenecen.

    4.° Las derivadas de la aparición de una mem-brana.

    La reunión de todas éstas y de otra infinidad deenergías de menor intensidad forma el verdaderosistema de sus dinamismos.

    Por lo demás, el conjunto de sus propiedades essumamente parecido al que presentan más en gran-de los elementos histológicos.

    Creemos casi excusado repetir que los núcleoscambian de forma con el tiempo.

    Corpúsculos que han empszado por ser esféricospasan luego á cualquiera de las condiciones ante-citadas, y aun presentan más de una trasformacionen el trascurso de su desarrollo. Deduciremos deesto que las condiciones de su contorno no son unapropiedad esencial de ellos; y, por el contrario, queaquella se modifica en dependencia con las altera-ciones dinámicas que sufre lo que les.rodea. En ge-neral, puede decirse que en células tales como lasmadres de esporas y los anteridios de las Trades-cantia, donde se forman muchos núcleos á la vez,se contempla luego el gradual crecimiento de éstos.Por el contrario, los núcleos tienen ya desde elppimer momento su volumen definitivo allí donde soforman pocos ó uno solo, según sucede en muchoselementos histológicos del endosperma de las Pha-nerógamas. Téngase en cuenta, sin embargo, queesta ley, indicada por casi todos los botánicos, nopuede ser tomada de un modo estricto por la ex-presión de la realidad: con estas restricciones seaplica también al mundo animal.

    Respecto á la estrechez de los núcleos puedetambién afirmarse que se nota la misma diversidad.

    Hay núcleos que parecen ser un todo homogéneo:existen otvos muchos que son verdaderas vesículas.

    Los primeros están aparentemente constituidospor una masa algo más consistente, y cuando éstacondición no se cumple, viene á descubrirse siem-pre que son de reciente formación. En los segun-dos se observa una zona más densa y refringenteque limita su superficie: estos núcleos se hallan en-vueltos en una cutícula semejante á la de las ma-sas protoplásmicas, y de la cual podremos deciraquí lo mismo que aseguramos acerca de aquella

    Tal cutícula no parece en general separable; biendefinida por su cara exterior, se desvanece por elcontrario gradualmente en la interior hasta confun-dirse con el resto de la masa: las observacioneshan sido aquí mucho más difíciles; pero en gran nú-mero de casos hay del mismo modo indicios parasospechar que la susodicha envoltura podrá adqui-rir al fin y al cabo las condiciones de separable.

    Los núcleos son casi incoloros. Hofmeister indi-ca, sin embargo, que los de las esporas de Antho-ceras levis, y siempre los de la Blasia pusilk semanifiestan invadidos por los granos de la clorofi-la. En el mundo animal suelen poseer en ciertasocasiones un reflejo amarillento.

    La refringencia de los núcleos no es tampococonstante para todos ellos. Lo más general es quepresenten un índice de refracción superior al delresto del contenido celular; pero no dejan de exis-tir ejemplos de lo contrario; existen, sí, corpúsculoscuya refringencia es bastante más pequeña que ladel protoplasma. En comprobación de lo último queacabamos de decir, pueden y suelen citarse los nú-cleos de las células madres de esporas de los Equi-selwm y Fhascwm, los de los filamentos de pétalosde Hibiscus Frionwrn y los de las células madresde polen de las Passijoras, Abietineas. Dicha rela-ción de refringencia tiene que ser muy variable,como se comprenderá fácilmente, y depender, entreotras muchas causas, del estado físico del contenidoy núcleo. Dada la semejanza de constitución quími-ca que los núcleos presentan entre si, sólo puedeatribuirse lo anterior á su mayor ó menor grado decondensación.

    Creemos que se comprenderán ya bastante conlo dicho las condiciones dinámicas en que los nú-cleos se encuentran.

    ENRIQUE SERRANO FATIGATI,

    Profesor del Instituto de Ciudad-Real.

    (Concluirá).

    LA HIGIENE EN SI MISMA Y EN SOS RELACIONESCON LOS DEMÁS CONOCIMIENTOS HUMANOS.

    La conservación íntegra de la salud es y ha sidoen toda época una de las primeras y justas aspira-ciones de la humanidad. De nada sirven las rique-zas, completamente inútiles son los bienes mate-riales, si falta para conseguir la humana ventura,en pos de la cual marchamos, la tranquilidad delalma y el bienestar que la perfecta salud propor-ciona. Por eso en todos tiempos ha sido objeto depreferente atención el estudio de los medios de li-bertarse de las enfermedades, conservando la salud

  • 184 J . 0LMED1LLA. LA HIGIENE EN SÍ MISMA Y EN SUS RELACIONES. 299

    en su estado de mayor perfección, lo cual consti-tuye el objeto de la higiene.

    El individuo y la sociedad necesitan no dar jamásal olvido sus preceptos, y de aquí que hayan divi-dido la inmensa mayoría de los autores los estudioshigiénicos en dos grandes secciones según que tra-ten de la conservación de la salud individual ó co-lectiva, denominándose en el primer caso higieneprivada, y en el segundo pública; división conven-cional que en multitud de ocasiones se hace difícilseguir, por la imposibilidad de establecer la líneadivisoria perfectamente marcada entre lo que serefiere á lo individual y á lo colectivo, á lo particu-lar y á lo general.

    Pero los conocimientos que la higiene suministrason tan indispensables, que no hay edad, sexo, pro-fesión, estado, categoría, ni condición humana queno los utilice en gran manera, y no es posible latranquilidad de la existencia desde el momento quelos menosprecia ó los entrega al olvido. El obrero,el hombre de ciencia, el gobernante, el artista, elmilitar, el literato, el dedicado al comercio ó á lacarrera administrativa, el orador, el periodista,todas las clases sociales, en la vida privada y en lapública, en el santuario del hogar doméstico y enel ejercicio de sus respectivas profesiones y cargos,tienen que tropezar á toda hora con dificultadesmás ó menos graves, con obstáculos más ó monosinsuperables que la higiene es la encargada devencer y la que puede proporcionar medios de con-jurar los conflictos que en momentos dados puedensurgir.

    Así es que las ciencias todas y las manifestacio-nes de la humana actividad en las esferas diversas,tienen grandes lazos de unión con los estudios hi-giénicos. Las ciencias morales y políticas, lo mismoque las físicas y naturales, suministran constante-mente á ta higiene sus ideas, para formar un cuerpode doctrina que por sí solo no es ciencia propia,sino que se halla constituida por múltiple conjuntode ramos heterogéneos del saber.

    Los estudios históricos, tan indispensables entodo linaje de manifestaciones científicas, no lo sonmenos cuando se trata de profundizar en la higiene.Al estudiar el origen de un pueblo, sus vicisitudes,sus progresos, sus dias de gloria ó desventura, sinpensar nos hallamos á cada instante con ideas quedentro de la referida especialidad tienen cabida.Los grandes ó inmortales legisladores Licurgo yMoisés, para cuyos nombres no trascurren los años,ni la pléyade inmensa de generaciones que se hansucedido desde que existieron, sabido es que lasleyes que promulgaron contenían no escaso númerode higiénicos preceptos. De igual manera, los queles sucedieron, ya como legisladores, ya como filó-sofos, en el concepto de gobernantes ó de conquis-

    tadores, atendían á los buenos resultados de lagimnástica, que tanto equilibra el desarrollo mate-rial con el intelectual; á los medios de conservar labelleza física, los baños públicos, los riegos, lalimpieza de las ciudades, etc. Por eso las fuentesde purísimas aguas, los ríos caudalosos, los sitioselevados donde puedan libremente correr los vien-tos, nos dice la historia, y lo atestiguan los hechos5que han sido siempre los sitios .de preferencia ele-gidos para la fundación de los pueblos.

    Naturalmente, los adelantos que de dia en diahan tenido lugar en las múltiples ciencias que con-curren á formar la higiene, se han ido reflejando enla misma, pudiendo con razón asegurarse que lahistoria de cada una de ellas se encuentra marcadaindeleblemente y con imperecederas huellas en sulargo trayecto. Por eso, cuando en la infancia sehallaban las ciencias físicas y naturales, eran asi-mismo muy escasos los auxilios que podían pres-tar, al paso que sus visibles y maravillosos progre-sos se han ido señalando por apreciabilísimos ser-vicios que nunca la higiene y la humanidad agrade-cerán bastante.

    La geografía, que nos da á conocer nuestroglobo en sí y en sus relaciones con los demáscuerpos que giran en el inmenso espacio, no estampoco ajena á los asuntos que con la salud serelacionan, pues los preceptos higiénicos son dis-tintos en la zona tórrida que en las templadas; alnivel del Océano que en las cúspides de las monta-ñas; en las estériles llanuras ó en las frondosasmárgenes de un rio ó de un arroyo, donde fastuosavegetación convierte en amenos verjeles y encan-tadores jardines los sitios que los rodean, así comola naturaleza del terreno, el carácter de los habi-tantes, sus costumbres ó inclinaciones, influyen deigual maneja en las leyes que deben regir respectoá la íntegra conservación de la salud.

    Pero las ciencias físico-químicas son, á no du-darlo, las que más lazos de unión mantienen con losestudios higiénicos. Apenas puede darse paso al-guno en estos conocimientos, que no sea lógicaconsecuencia, inmediata aplicación de alguno delos grandes principios que han consignado en susimperecederos anales la física y la química. Lostrajes que vestimos tienen su fundamento en el es-tudio de la física conocido con el nombre de con-ductibilidad de los cuerpos para el calórico. Lascondiciones más ó menos saludables del aire querespiramos se conocen por medio de la química, deesa gran ciencia complementaria de la física, quetantos y tan importantes problemas resuelve, quetantas y tan grandes maravillas produce, haciendoque obtenga el labrador más copiosos frutos de latierra, que la industria realice portentosas obras,que la medicina tenga medios de combatir dolencias

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    antes no curables, y que pueda el higienista señalarel peligro allí donde todavía no lo ha visto el pro-fano, y donde á sus ojos se encuentre muy lejostodo motivo de temor.

    Las buenas cualidades de los alimentos y bebidasnos las enseña asimismo la química; así es quepor esta ciencia conocemos las adulteraciones queintroduce la mala fe, y señalamos á los gobiernos yá los hombres de ley los casos en que existen,para que los castiguen y á la sociedad para quehuya de las ocasiones que pueden alterar su salud.

    La patología, ó sea la ciencia que se ocupa de lasenfermedades, ha de servir de base, como es natu-ral, para el estudio de lo que trata de evitarlas;pero de nada, absolutamente de nada sirven losbuenos conocimientos patológicos aislados, si novan acompañados de estudios físicos y químicos. Yalo hemos dicho en otra parte; no concebimos, enmanera alguna, al higienista que no sea profundoquímico, porque no podrá resolver la multitud deproblemas que se le han de presentar, porque nohará otra cosa más que caminar á tientas por lososcuros senderos del camino que emprende, y por-que se encontrará falto de medios que puedan sa-carle airoso de los conflictos queá toda hora surgenen esta clase de estudios y que forzosamente ha deverse obligado á resolver. Por ese motivo, disponeperfectamente la ley que en los institutos de se-gunda enseñanza sea un licenciado ó doctor enciencias el profesor encargado de la asignatura dehigiene, el cual, seguramente, ha de desempeñarsu misión de una manera más brillante que pose-yendo exclusivamente estudios médicos.

    Por iguales razones las ciencias naturales son ne-cesarias. La botánica, que estudia los encantos delreino vegetal, desde la microscópica criptógamahasta la corpulenta encina, lo mismo la aromática ymajestuosa flor que en los jardines nos recrea, queel árbol á cuya tétrica sombra encuentra su sepul-cro quien imprudentemente permanece en ella, óaquel cuyo zumo maléfico sumerge en eterna nocheal desgraciado caya vista toca. La zoología, alocuparse del conocimiento de los seres orgánicosanimales, es también interesantísima, pues los hayentre ellos útiles al hombre, que le auxilian en sustrabajos, le siguen hasta en sus desventuras, leprestan alimento, abrigo, medicina para la curaciónde sus enfermedades, seguridad personal que le de-fienda de las asechanzas de sus enemigos, al pasoque hay otros animales destructores, que dañancon la ferocidad ó con la astucia, que hieren en lasombra ó que hasta su presencia puede ocasionar-nos irreparable daño. La mineralogía y la geologíanos son también útiles, dando á conocer la natura-leza de los terrenos, su composición química, laíndole de sus manantiales, la estructura del suelo,

    en una palabra, que tanta importancia tiene en elbuen estado de salud.

    Por último, las ciencias morales tienen impor-tancia en el presente caso. La pasión política, lapasión del aplauso, las aficiones literarias, el tea-tro, la novela, el periódico, la tribuna, todo puedeinfluir, y no en pequeña escala, en la íntegra con-servación de la salud. Favoreciendo en unos casoslas indicadas inclinaciones y apartando en otros delas mismas al que se halla próximo á rodar por unabismo sin fondo, es como logra el entendido higie-nista su objeto.

    En los artículos siguientes trataremos de cadauno de los asuntos en particular.

    JOAQUÍN OLMEDILLA Y PUIG.

    VIAJE SOBRE UNA BALLENA.AVENTURAS DEL CAPITÁN ROBERTO KINCARDY.

    (Continuación.) *

    CAPÍTULO X.

    ENTUSIASMO.—EN EL ABISMO.—UN ARPONERO LOCUAZ.—

    UNA PARADA.—ERUPCIO.N SUBMARINA.—LAS ALEUTI-

    NAS.—LA PRIMERA COMIDA.—Los VOLCANES DEL MAR.

    — L A CORRIENTE DE TBSSAN.—LA COMPOSICIÓN DEL

    AGUA.—LA PLATA DEL OCÉANO.

    Bien pronto alcanzaron al Swan, á pesar de quenavegaba á todo vapor á lo largo de la penínsulade Alaska. Fawny, dichosa de haber dejado su pri-sión y verse en la inmensidad del mar, nadaba conuna rapidez extraordinaria. Tony Hogg hizo el ex-perimento, y resultó que avanzaban con una veloci-dad de treinta nudos por hora, es decir, dos vecesla celeridad de los mejores steamers.

    La mar estaba en calma, y un sol espléndido bri-llaba á lo lejos en el horizonte. Pasado el primer mo-mento de inquietud y asombro, los viajeros se tran-quilizaron, y de sus labios se escaparon frases deadmiración. Hasta el mismo Picou estaba entusias-mado. El capitán Roberto, orgulloso de su triunfo,se sonreía satisfecho; parecía al dios Neptuno, acos-tumbrado á mandar á las olas, á los vientos y á lastempestades. El ruido del agua le embriagaba, yápesar de su natural impasibilidad, dejaba entreverlo que pasaba en su alma con frases entusiastas.éimágenes brillantes.

    —¡La mar! ¡la mar!—decía:—esto sí que es gran-de y hermoso. Suponed que un hombre relegadoen una tierra inhospitalaria y árida, fuese traspor-

    * Véanse los números 178, 179. 180, 182. y 183, páginas124, 155,182, 250, y 280,

  • N.M84 A. BROWN. VIAJE SOBRE UNA BALLENA. 301

    tado de pronto al borde del Océano. Si la poesía noexistiese, ese dia nacería. La mar es la más admi-rable manifestación de Dios. En su inmensidad, elmovimiento y el color varían sin cesar. Refleja elazul brillante del cielo, y cuando la tarde va cayen-do y el eolor verde domina, arranca de los rayosdel sol esas ráfagas luminosas que parecen debíanser propiedad absoluta de las flores ó de las pie-dras preciosas. Se balancea muellemente, y vienerizada á acariciar la tierra, entonando murmullostan dulces como los suspiros y los besos de unacasta doncella. Sus abismos encierran tesoros y elprincipio de la vida. Venus, la hermosa diosa, nacellena de gracias de la mezcla de las olas y la san-gre de...

    En este momento el capitán Phipps preguntó álos viajeros:

    —¡Ohe! de la Fanny, ¿dónde fondearemos estanoche?

    Roberto, traido á la vida real por esta pregunta,contestó:

    —Dirigid el buque á la isla de Oumnak.Nadando vigorosamente la ballena, no perdia el

    tiempo. Cuando encontraba un banco de boe'te (1)abria su inmensa boca y devoraba gran cantidad decrustáceos, hallando de este modo comida abun-dante y escogida.

    Hacia el medio dia todo el mundo se encerró enel hydrostat, y Fanny se sumergió en seguida.Aquella era la primera inmersión que experimenta-ban miss Victoria, Tonyllogg, Tarquín y Picou. Esteúltimo experimentó gran terror al encontrarse depronto á oscuras y oir chocar el agua á todo su al-rededor, pero cuando se encendió una lámpara yvio la tranquilidad de todos sus compañeros, acabópor tranquilizarse también. Era un espectáculo ex-traño aquella correría por bajo del agua. Los lentesdaban paso á la claridad producida por las luces, yfrecuentemente en la columna luminosa terminadapor una penumbra indecisa, se veían gigantes ymonstruos marinos que huían espantados. Por elcontrario, los pescadillos, los zooptos y crustáceosse aproximaban atraídos por el brillo de la luz, yFanny, acto seguido, se los engullía, regalándoseopíparamente.

    —¿A qué profundidad estaremos?—preguntó missVictoria.

    —Tenemos encima una capa de agua de 150 me-tros,—contestó Montgeroh después de haber con-sultado el manómetro.

    Marcando el manómetro con exactitud la presión,

    (1) Los balleneros llaman boete una inmensa cantidadde crustáceos rojos de dos milímetros de largo por uno ymedio de anclio, y que forman bancos de muchas leguascuadradas. La ballena es sumamente aficionada á este ali-mento

    era facilísimo determinar la profundidad. Cada vezque un cuerpo metido en el agua profundiza 10 me-tros, soporta la presión de una atmósfera. Á150 me-tros, el hydrostat estaba sometido á la enorme pre-sión de 16 atmósferas; pero ya sabemos que Rober-to Kincat'dy habia tomado sus precauciones paraafrontar sin riesgo una profundidad de más de 800metros, profundidad á la cual jamás desciende uncetáceo. No hubo que recurrir á la reserva del airecomprimido, porque á los veinte minutos la ballenase elevó á la superficie, y el ácido carbónico exha-lado por la respiración ó producido por la combus-tión de las lámparas, no existia en cantidad sufi-ciente para viciar el aire respirable del aparato éincomodar á los viajeros.

    Se distinguieron muchos buques balleneros; al-gunos capitanes lanzaron embarcaciones á la marpara perseguir á Fanny, empresa que les parecíafácil, pero el gigantesco animal marchaba con talrapidez, que los remeros conocían bien pronto lainutilidad de sus esfuerzos. Una vez, sin embargo,después do haber estado sumergida cerca de mediahora, la ballena subió, yendo á parar á pocos me-tros de una piragua, cuya tripulación estaba en ace-cho. En el acto el arponero se disponía á atacar alenorme cetáceo que la casualidad colocaba tan cercado su brazo, pero Tony Hogg, que habia visto loque pasaba, abrió precipitadamente la escotilla y sepresentó.

    —¡Eh, cuidado!—gritaba con todos sus pulmo-nes:—¿acaso no puede uno dar un paseo con tran-quilidad?

    No puede darse espanto igual al de los pescado-res. Creyeron en la aparición fantástica de un Ada-maslor, de un demonio acuático, ó de un dragónmarino. S$ dejaron caer en la barca, y al arponerose le escapó el arma de la mano. Para tranquilizará aquellas pobres gentes, Roberto Kincardy paró ála ballena.

    —Vamos, acercaos; venid, no tengáis miedo,—les dijo Tony.

    Los marineros saltaron sobre el puente del hy-drostat, y en seguida perdieron el miedo que ha-bian experimentado.

    —¿Queríais matar nuestra montura?—les dijo missVictoria.

    —¿Y cómo podía figurarme que la whale es unanimal más dócil que un pollino,-replicó el arpo-nero todo confuso;—un pescado que parece acabade salir de la escuela de West-Point? ¡Qué desgra-cia si le hubiese muerto! Os aseguro que no mehubiese consolado jamás.

    —Ni Fanny tampoco.—¿Cómo? ¿La whale se llama Fanny? ¿Un nom-

    bre cristiano á esta masa de lardo? Pero, despuésde todo, el nombre no hace á la cosa. Se puede

  • 302 REVISTA EUROPEA. 2 DE SETIEMBRE DE 1 8 7 7 . ¡N.°18Í

    muy bien tener el nombre del más glorioso santodel paraíso y ser un asno. Mi abuela se llamabaFanny, y jamás, á pesar de las palizas que la propi-naba su marido, jamás, repito, pudo conducirla ydirigirla como lo hacéis vos á la ballena. Si hubiesetenido más instrucción y menos debilidad por elwiskey, hoy dia serla yo un comodoro al serviciode la Union, en lugar de no ser más que un simpleballenero. My God, ¡un pez tan bien educado! ¡Ypensar que iba á matarlo! Nunca, nunca me lo hu-biese perdonado.

    Los viajeros conversaron breve rato con el locuazarponero y sus compañeros, y continuaron su ca-mino. Siguieron al largo la península de Alaska, yel primer grupo de las islas Aleutinas, y hacia lascuatro de la tarde distinguieron la isla de Oumnak,señalada como término de la primera jornada.

    De pronto, Fanny se paró bruscamente 6 intentóretroceder. Para obligarla á avanzar, Tony Hogg yTarquín la pinchaban en la cola. Diez veces RobertoKinkardy la hizo girar sobre sí misma, y quiso ha-cerla marchar hacia adelante, pero la ballena seresistió con tenacidad.

    —Debe suceder algo que no sabemos explicar-nos,—dijo Montgeron.

    Se echó una sonda de Brooke, que acusó unaprofundidad de 450 metros; no existía, pues, obs-táculo material, y sin embargo, Fanny respirabacon inquietud y deseaba alejarse.

    —¿Nuestro viaje apenas comenzado va ya á con-cluir?—murmuró Roberto Kincardy.

    Un sudor frió inundó su frente y su corazón seoprimió. Tres .años de trabajos, de esfuerzos y depaciencia desaparecían, y miss Clara-Ana sería es-posa de otro.

    Esta idea le turbaba y atormentaba.—¡Maldición!—exclamó.Y lleno de rabia se lanzó al mar para aguijonear

    á la ballena y hacerla marchar; pero acto continuose agarró á una cuerda y subió precipitadamente alhydrostat, diciendo:

    —¡Pronto, pronto, abandonemos estos lugaresmalditos!

    Durante su inmersión, Roberto acababa de sentirque el agua estaba templada y que se iba calentan-do por momentos. Los termómetros exteriores mar-caban una temperatura -+• 47° c. Se soltó la brida,para valemos de una frase vulgar, á la ballena, quese alejó rápidamente, agitando con frenesí las aletasy la cola.

    En aquel momento, una inmensa montaña de aguase formó en la superficie del mar, produciendo uninmenso hervidero del que se escapaban vaporessulfúreos. Después se apercibió una columna de ne-gro humo, llamas rojas y azuladas, un montón deescorias mezcladas con rocas incandescentes, y

    en seguida se oyó un prolongado silbido y un ruidoformidable parecido al que hace el aire en las gru-tas y cavernas. El agua y el fuego, estos dos eter-nos enemigos, luchaban encarnizadamente, y estalucha gigantesca formaba la tempestad y extendíael espanto.

    Una erupción volcánica submarina conmovía losantros del Océano; pero Fanny estaba ya lejos deaquel terrible centro, y los viajeros pudieron exa-minar sin peligro tan extraño fenómeno.

    Las Aleutinas constituyen el límite septentrionalde la inmensa línea de volcanes que Leopoldo deBuen llama circulo de fuego, y que empieza enla tierra de Magallanes para concluir en Nueva-Zelanda, después de haber seguido las costas deAmérica, de Asia y algunas islas de Occeanía, y con-servan señales de violentas conmociones, poseyen-do numerosos volcanes en actividad. Sólo desde elsiglo XVIII se cuentan unas cuarenta erupciones de-sastrosas, y precisamente la isla de Oumnak, en laque debía fondear el Siean, es una de las más casti-gadas por los fenómenos ígneos. Los temblores detierra se repiten frecuentemente, y, á veces, la tier-ra se abre para dar paso á inmensas columnas delava. El 7 de Mayo de 1796, un agente de la com-pañía ruso-americana, M. Krinckhoff, fue testigo deuna erupción submarina que formó una nueva islaen la punta Nordoeste de Oumnak. Ocho años des-pués, algunos hombres abordaron á la nueva isla;pero tuvieron que abandonarla en el acto, porquelas aguas y el suelo conservaban aún de tal modoel calor, que era imposible resistirlo.

    Fanny, que habia adelantado mucho al Swm,volvió á buscarle, y Roberto Kincardy mandó alca-pitan Phipps fondear en una ensenada de la islaOunalachka. Los viajeros destaparon los cestos deprovisiones y sacaron algún alimento. Picou y Tar-quín sirvieron esta primera comida, á pesar de queles rogaron comiesen al mismo tiempo y sin cum-plido alguno; pero se empeñaron en cumplir susfunciones domésticas, como si se encontrasen enun magnífico comedor, y, sin embargo, rio habia nisiquiera mesa, ni sillas. Cada uno se colocó comomejor pudo. Tony Hogg estaba sentado sóbrelostalones y parecía un ídolo chino. I>espues de todo,poco le importaba la postura desde el momento quela comida era buena y el vino exquisito.

    —Miseria de miserias,—decia:—¿qué significa ca-recer de una mesa para apoyar los codos cuando laración es abundante y el vino pasa dulcemente porla garganta? Os aseguro que todos los ballenerosque frecuentan en este momento el mar de Behringconsentirían en ser colgados por los pies de unaverga del palo mayor, con tal de atrapar una de es-tas botellas.

    —Alguna vez he visto hacer ese ejercicio á los

  • A. BROWN. VIAJE SOBRE UNA BALLENA. 303

    gimnastas,—interrumpió Picou;—pero prefiero co-mer y beber en piso firme.

    —¡Calla, comodón!—replicó Tony;—serías capazde pedir hasta una silla, como si fueses un senador6 un aldarman.

    —Cállate, Tony,—dijo Roberto;—deja á todos de-cir lo que quieran, y no busques jamás querella in-justificada.

    Tony se calló, pero murmurando algunas frasespoco tranquilizadoras para el criado. Decididamen-te, el vino le volvía camorrista.

    Cuando todo el mundo se hubo entonado se pensóen la ballena, pero apenas se dignó tocar al pem-micanque la dieron: recorriendo el mar procurabadarse buena vida, sin necesidad de que la cuidasenespecialmente. Entonces (ornaron las precaucionesdebidas para que no pudiera sumergirse y la deja-ron en libertad de marchar por donde quisiera.Fmny fue de un lado á otro, sin separarse muchodel Sm&n, y concluyó por permanecer inmóvil en lasuperficie do las olas.

    Naturalmente, los viajeros hablaron de los inci-dentes que habían señalado la primera etapa delviaje, y la conversación giró principalmente sobrelas erupciones submarinas.

    —Es un fenómeno curioso,—dijo Roberto Kin-cardy,—del que he sido frecuentemente testigo enmis viajes. En el fondo del mar, los volcanes sontal vez más numerosos que en el continente, y supoder se ejerce de una manera más terrible. Cuantomás se elevan del suelo, tanto más forman inmensosdepósitos de materias sólidas, que aumentan mien-tras que el cráter no está obstruido. En estos casosaparecen esos escollos ó islas que tanto sosprendená los navegantes, ó bien el mar se agita ó invadelos más altos derrumbaderos. A veces los buquesexperimentan sacudidas como si tropezasen en al-guna roca, y es tan sólo una erupción que se produ-ce inopinadamente. Una de las regiones más á pro-pósito para observar el fenómeno se encuentra enel Océano atlántico en los 21° 42' longitud 0; y 0o 50'latitud S. Vezian ha dado el nombre de los buquesque en este punto han sufrido choques, que desdeel año 1817 hasta 4861 han sido 15.

    —¿Por qué,—preguntó Montgeron,—casi todaslas islas formadas por los volcanes desaparecen enun espacio de tiempo más ó menos largo?

    —Porque,—replicó Roberto,—los conos de emer-sión están compuestos de materias ligeras y movi-bles, ordinariamente piedra pómez ó cenizas queno pueden resistir á la acción corrosiva de lasaguas. La isla Julia, que apareció en 1831 al Sud delas playas do Silinonte (Sicilia), desapareció en pocomás de un año.

    Se habló durante una hora, y después cada cuatomó sus disposiciones para dormir. A fin de for-

    mar un dormitorio á miss Victoria separado del delos hombres, se corrió una cortina, detras de laque pudo descansar sin temor á miradas indiscretas.Bien pronto sonoros ronquidos respondieron al:hoque del agua y á los resoplidos dé la ballena.

    El 46 de Junio, al rayar el dia, el Swan y Fannyse pusieron en marcha.

    —¿Adonde vamos?—preguntó el capitán Phipps.—Gobernad hacia las Sandwich,—contestó Ro-

    berto Kincardy.—Dad toda la presión posible, y encaso usad la vela, á fin de arribar cuanto antes alpuerto de Honolulú.

    La ballena costeó la extremidad Sud de la isla deOunalachka y penetró en el Océano Pacífico. A lasdiez de la mañana habían perdido completamentede vista al paquebot y era preciso esperarle. Estamaniobra so repitió varias veces durante los cuatroó cinco dias que se dirigieron hacia el Mediodía;pero á Fanny y á los viajeros no les pesó, pues lespermitía descansar. Cerca de la paralela 48 encon-traron una corriente de agua templada, llamadacorriente de Tessan por el sabio hidrógrafo que lahabía estudiado (1837), pero que se confunde fre-cuentemente con el Euro-Sirvo, del que es su másimportante brazo. La corriente de Tessan atraviesatoda la parte Norte del Océano Pacífico, describeun gran círculo, baña con sus ramificaciones secun-darias el litoral de la Colombia inglesa, de la Cali-fornia y Méjico, volviendo á su punto de partida enlos mares de la China, y sigue casi hasta el trópicode Cáncer.

    A pesar de cuanto se ha dicho de la repulsión delas ballenas á las corrientes de agua caliente, Fannyno demostró descontento alguno y continuó su ca-mino tan satisfecha como si se encontrase á orillasde un banco de hielo. Bien es verdad que no hay quetomar la fraife agua caliente en un sentido absoluto,sino relativamente, ó indica tan sólo una diferenciade temperatura apreciable con relación á las cor-rientes de agua fría. Esta diferencia varía, segúnlas latitudes, de 5° á 40" c. Durante el dia dejaronsumergirse á la ballena cuantas veces quiso, y álos200 metros de profundidad el termómetro bajó, aun-que poco.

    Avanzando hacia el archipiélago de Sandwich,Roberto Kincardy, Máximo Montgeron y miss Victo-ria se propusieron estudiar la geografía física delmar, ciencia casi creada por el antiguo director delObservatorio de Washington, el comandante Maury.

    —Puesto que tenemos un medio de exploraciónque nos facilita los estudios submarinos,—dijo Ro-berto,—aprovechémosle. Nuestro viaje de placer seconvertirá así en verdadera excursión científica, ydescubriremos tal vez alguno de los secretos que elOcéano guarda en sus profundidades.

    —Capitán, tenéis razón,—replicó Montgeron;—el

  • 304 REVISTA EUROPEA. 2 DE SETIEMBRE DE 1 8 7 7 .

    estudio de la mar cautiva el ánimo más frió y menoscurioso. No es tan sólo como un fondo de recursosinagotables para nuestras necesidades materiales,ha dicho Franklin, sino como una educación de sen-timiento moral como debemos estudiar el Océano.

    La composición del agua'del mar fue cuidadosa-mente examinada, y casi todas las veces el análisisdio el siguiente resultado:

    Agua dulce 962,0Cloruro sódico 27,1Cloruro de magnesia 5,4Cloruro de potasa 0,4Sulfato de magnesia 1,5Sulfato de cal 0,8Bromuro de magnesia 0,1Carbonato de cal 0,1Residuos diversos 2,6

    1.000,0

    —Me parecía,—dijo Máximo,—que en la compo-sición del agua del mar entraban otras sustanciasque las que hemos hallado.

    —Sí,—replicó Roberto Kincardy;—pero aquí notenemos medios para llevar más lejos nuestro aná-lisis. Entran en su composición veintiocho cuerpossimples.

    —¿Es verdad que hay plata en el Océano?—pre-guntó Picou.—El señor Tony Hogg asegura que, enalgunos parajes no hay más que bajarse para lle-nar los bolsillos.

    —Tony Hogg os ha engañado, querido Picou.Sin embargo, la plata y los demás metales existenen el agua del mar. Según Malaguti, Durocher ySarzeau, un hectolitro de ella contiene un miligra-mo de plata, y Jorle3hammer ha despegado delcuerpo de un zoófito, el pocillupora, una parte re-gular de plata, mezclada con seis veces la mismacantidad de plomo y de cobre.

    —Es poco para hacer mi negocio, y preferiríaservir en las minas de Sierra-Nevada que he recor-rido con mi amo.

    —Esperad, Picou; es preciso no juzgar de las co-sas superficialmente. Tuld ha calculado la masa ar-gentífera que se encuentra en el mar en dos millonesde toneladas, ó sea cuatrocientos cincuenta mil mi-llones de francos. Desde que se explotan las minasdel Perú, Méjico, California y Australia, la tierra noha producido semejante riqueza.

    Picou creyó haber oido mal.—¿Cuatrocientos cincuenta mil millones de fran-

    cos?—repitió con ojos asombrados.—Sí.—Entonces preciso es convenir en que el mar es

    un aprovechado capitalista.

    CAPITULO XI.

    UN CHUBASCO.—LA FUERZA DE LAS OLAS.—LOS CACHA-

    LOTES.—COMBATE T E R R I B L E . — R O B E R T O KINCARDY AL

    M A R . — P R E S E N C I A DE ÁNIMO DE TARQUÍN.—HONOLU-

    L Ú . — U N REY CONSTITUCIONAL EN LA OCEANÍA.

    El 22 de Junio los viajeros tuvieron que encer-rarse en el hydrostal á consecuencia de un chniai-co Manco. Se llama así á las tempestades pasajeras,que nada las anuncia en el cielo, y que estallan derepente como si surgiesen del fondo del abismo. Elviento soplaba con fuerza del Oeste; una negra nubeinvadió el horizonte, y el retumbar del trueno res-pondió al mugir de las olas. Durante algunas horas,el espectáculo fue horroroso. Picou, acurrucado enun rincón, temblaba, y á cada instante se veía car-bonizado por el rayo. Confesaba humildemente quele parecía que veinte piezas de artillería descarga-ban á su lado á la vez. Tony Hogg le llamaba co-barde, y pasaba por su lado dándole algunos disi-mulados puntapiés, diciendo:

    —¿Cómo han embarcado á semejante poltrón? Siyo fuera el capitán, pronto dejaría de molestarnos;lo echaría al mar, para que sirviese de pasto á lostiburones.

    Picou, al oírle, se le ponía la carne de gallina.—¡Borrachos!—decía;—son capaces de todo.Pero se tranquilizaba un poco mirando á Tarquín,

    que se sonreía dulcemente y le decía:—María Picou, no tengas miedo; ésto nóvale

    nada.Efectivamente, hay tempestades más violentas

    aún. Por el pronto, Picou, que casi siempre hablaviajado por tierra, se espantaba con anticipaciónde la cólera del Océano. Se veía arrastrado porenormes olas, y, por fin, devorado por algún mons-truo marítimo, cuya perspectiva era bien poco tran-quilizadora.

    Durante el tiempo que duró la tormenta, Fanwjpareció experimentar los efectos de una alegría des-ordenada. Respiraba con entusiasmo y se lanzabaá través de las olas, sumergiéndose y describiendozigzas fantásticos. Aunque se la permitía sumergir-se, apenas profundizaba; se hubiera podido decirque la tempestad la embravecía y doblaba su vi-gor. Muchas veces Roberto Kincardy tuvo que em-plear toda su fuerza para tirar de las riendas y llevaral cetáceo en la debida dirección. Por fin, el chu-basco pssó, y las nubes desaparecieron casi tanpronto como se habían formado: sólo la superficiedel agua conservó la agitación, que continuó hastadeclinar el dia.

    Los viajeros se aprovecharon de esta circunstan-cia para estudiar el impulso de las olas, su altura ysu amplitud.

  • N." 184 A. BROWN. VIAJE SOBRE UNA BALLENA. 305

    Weber ha demostrado, después de experienciasnotables, que una ola hace sentir su acción á anaprofundidad igual á trescientas cincuenta veces supropia altura. Una ola de diez metros agita, pues,el agua á una profundidad de tres mil quinientos;pero la intensidad de esta acción decrece en pro-gresión geométrica. Dejando sumergir á la ballenahasta doscientos cincuenta metros, el movimientoera apenas perceptible, lo que hizo decir á Picouque las olas del fondo eran mucho menos temiblesque las de la superficie.

    —No os fiéis, sin embargo,—replicó Roberto;—cuando la ola se produce encima de un sitio pro-fundo, como el que nos bailamos, su acción es nula;pero cuando se encuentra detenida por escollos ópor rocas, á lo que los marinos llaman bajos, se ex-tienden por la superficie de las aguas con asombro-sa rapidez, y dan lugar á las olas de fondo, que sal-tan á grande altura ó invaden las orillas más escar-padas. Cuando la ola de fondo aparece, se creeríaque se pone vertical, movida por un fuerza sobre-natural. Se han visto olas elevarse á veinte metrospor cima del faro de Eddystone.

    —Yo,—dijo Tony Ilogg,—he visto olas pasar porcima de la mujer de Loth, que es una roca de lasislas Marianas que tiene ciento quince metros deelevación.

    —¡Diablo! ¡vaya una fuerza!—exclamó Picou.—En efecto, la fuerza de las olas es inmensa,—

    añadió Máximo;—mueven las rocas con la mismafacilidad que si fueran débiles ramas. Se calcula quesu poder equivale á más de treinta toneladas pormetro cuadrado: no es, pues, de extrañar que enCherbourg hayan desmontado los cañones más pe-sados, y que en Biarritz los diques de cuarenta ycincuenta metros cúbicos hayan sido destruidos.

    Y aun existen olas más fuertes,—contestó Rober-to,—que son las que Scott Russell llama olas de tras,loción, olas terribles, espantosas y de increíble ex-tensión. Su curso es proporcionado á la raíz cua-drada de la profundidad. Una de estas olas fue laque cayó sobre Lisboa cuando el temblor de tierraque destruyó esta ciudad; otra de ellas, el 23 doDiciembre de 1854, invadió la bahía de Sinoda (Ja-pon) y causó millares de víctimas. Se trasladan conuna rapidez vertiginosa, y forman una especie dereflujo gigantesco sobre la superficie del mar. Lasolas de traslación atraviesan el Océano pacífico conuna velocidad de setecientos kilómetros por hora,y las observaciones hechas demuestran que tienenuna anchura de cuatrocientos doce kilómetros.

    Por la noche el Stvan alcanzó á la ballena. El pa-quebot había resistido el chubasco sin detrimentonotable.

    -̂ -Continuad vuestro camino,—dijo Kincardy alcapitán Phipps,—y seguid en lo posible el 160 me-

    IOMO x.

    ridiano para que podamos seguir vuestros pasos yencontraros. Bien pronto os ganaremos la delanteraque por el momento nos saquéis.

    El Sman desapareció con las primeras sombrasde la noche, y la Fanny so detuvo á descansar.

    Hasta el 23 de Junio no ocurrió incidente algunodigno de ser referido, Eso dia llegaron al mar de lasSargazas (lentejas marinas); pero Roberto no qui-so explorarle, temiendo que la ballena se enredaseen la inmensa cantidad de algas que lo forman. Dosó tres veces, y sin que la hostigasen á ello, Fannyaceleró su movimiento y pareció experimentar vi-vísima inquietud.

    —¡Hum, hum!—murmuró Tony Hoyg;—no seríaextraño que en medio de estas plantas acuáticasse encontrasen algunos animales cuya proximidaddesagradase á Fanny.

    —¿Y cuáles son esos animales, señor Tony Hogg,si queréis decírmelo?—preguntó Picou, muerto demiedo.

    —linó sé yo; tal vez la serpiente marina.Picou había leido y oido bastante para no dar

    crédito á la existencia do la serpiente marina quepintan de una legua de larga, cubierta de escamasy lanzando llamas por la boca.

    No era la fabulosa serpiente la que perseguía á laballena, sino una bandada de cachalotes. Este en-cuentro no era tranquilizador. En afecto, el cacha-lote es el espanto de todos los pescados, y por esole llaman el tirano de los mares. Están grande comola ballena, y su monstruosa cabeza comprende casila mitad de su cuerpo. Su mandíbula inferior estáguarnecida de una doble hilera de dientes cónicos,capaces de triturar las materias más duras. Ataca-do, se defiende con furia, y procura echar á piquelos buques, arremotiéndolos con su poderosa cabezacomo si fuCTa un ariete de los que se usaban en laantigüedad, asegurándose que más de un buque seha perdido de esta manera. El terror que inspiradurante su vida á todos los pescados es tan fuerte,dice Toussenel, que no se atreven á acercársele niaun después de muerto. Anderson cuenta que tragacon facilidad á las focas, roquines y delfines, aun-que tengan cuatro metros de longitud. Se les pescacomo á los cetáceos, para aprovechar su aceite, suadipocire, llamado impropiamente esperma y blancode ballena, contenido en una cavidad del cráneo, ydespués para utilizar el ámbar gris que tiene en losintestinos. Aunque el cachalote muestra afición es-pecial por las regiones ecuatoriales, se le ve en to-dos los mares, y á veces hasta en nuestras costas.En 172Ü se cogió uno en el Elba; en 1741 y 1767 semataron dos en Bayona. En 1784 se encontrarontreinta y dos, casi todos hembras, en las playas deAudieme (Finisterre); y, por fin, en 1868 no pudocogerse una pareja on las costas de Inglaterra.

    '20

  • 306 REVISTA EUROPEA. 2 DE SETIEMBRE DE 1 8 7 7 . N.° 184

    Después de la rapidísima reseña que acabamos dehacer de las costumbres del cachalote, fácil escomprender que Fanny y sus viajeros no se encon-traran tranquilos con la vecindad de tan terribleanimal. El capitán Roberto Kincardy tomó sus pre-cauciones para impedir que la ballena se sumergie-se; hizo preparar las armas