reunidos en el nombre del señor

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CONVOCADOS HOY

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RRECURSOSECURSOS TEOLOGALESTEOLOGALES DEDE LALA COMUNIDADCOMUNIDAD

Felicísimo Martínez

La mística comunitaria está hecha de dos elementos complementarios:

Un elemento profundamente humano: convicciones profundas sobre el valor de la comunidad para la realización personal, para la consecución de la felicidad y del sentido de la vida humana, para el cumplimiento de la misión.

El otro elemento es específicamente teologal: no considera sólo la función humana de la comunidad, sino su dimensión teologal y evangélica. Esta dimensión está íntimamente relacionada con la común vocación, la común fe y la común misión.

La convivencia humana, llegado a un cierto punto, necesitará un plus evangélico, un último fundamento que no depende de nosotros, que es don, es gracia. Parece como si para ser plenamente hombres y mujeres necesitáramos la fuerza de lo alto, la acción creadora y recreadora de Dios. La realidad del pecado está ahí con un realismo a veces dramático, como lo describe Pablo: “Queremos y no podemos, queremos el bien y nos sale al frente el mal. ¿Quién nos librará de este cuerpo mortal?”. La comunidad real de Mt 18 pone de manifiesto algunos problemas muy reales que se presentan en la construcción de la comunidad: las pretensiones de sus miembros (la pretensión de los primeros puestos), la dificultad de la convivencia entre grandes y pequeños, la presencia de la cizaña entre el trigo, la presencia de las ofensas y la necesidad del perdón … Por el contrario, la comunidad ideal de Juan 17 propone estas metas: basada en el amor, “Tú en mí y yo en ti”, “que todos sean uno”, “para que el mundo crea”…

La comunidad es tarea de todos. “Hay que aprender a ser constructores y no sólo consumidores de la comunidad”.

Común vocación: “Reunidos en el nombre del Señor”.

Estamos juntos porque una común llamada del Señor nos ha hecho coincidir en la misma comunidad y en el mismo proyecto de vida. “Los llamó para que estuvieran con Él y para enviarles a predicar” (Mc 3,13-15). “En la comunidad se está juntos no porque nos hemos elegido los unos a los otros, sino porque hemos sido elegidos por el Señor” (La vida fraterna en comunidad).

Por consiguiente, los miembros de la comunidad son los hermanos o las hermanas que Dios nos ha puesto en el camino. Nos han sido dados por Dios. 

Común fe: “Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre”.

Es la base teologal más importante para hacer posible nuestra convivencia y nuestra vida comunitaria.

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Pero la común fe no hay que darla por supuesta o encomendarla a la rutina. Es preciso ejercitarla y hacer conciencia de ella. Para eso, es necesario poner algunas ejercitaciones teologales o espirituales, que cultiven e intensifiquen la común fe:

La oración personal. La común fe no se da si falta la fe personal de cada uno de los miembros de la comunidad. Por eso, la oración personal está directamente relacionada con este asunto de la común fe. ¿Cuánto tiempo dedicamos a la oración, al silencio, a la ejercitación de la fe personal?

La oración común. Orar juntos es una experiencia absolutamente necesaria para la construcción de la comunidad. Se puede aceptar cualquier secularización menos la que implica la ausencia de la oración comunitaria. Orar juntos no es recitar las mismas oraciones al mismo tiempo; es juntar las mentes y los corazones para confesar la fe, para dar gracias, pedir perdón, alabar…

La comunicación a nivel de fe o la experiencia de Dios compartida. ¿Cómo vivimos la realidad desde la fe? ¿Cómo enfrentamos el peso y hasta el escándalo del sufrimiento? ¿Cómo leemos los acontecimientos con los ojos de Dios? Puede ser en la conversación de cada día o en tiempos de oración en torno a la Palabra o con motivo de especiales acontecimientos. Compartir las experiencias de fe que surgen en la vida cotidiana. Sin embargo, esta comunicación a nivel de fe nutre la fe y la esperanza, la estima y la confianza recíproca y favorece la reconciliación y la solidaridad.

Hay que cuidar siempre la oración en torno a la Palabra, para que nos ayude a mirar la vida desde distintos puntos de vista, pero en la misma dirección, para que nos ayude a conjuntar los distintos puntos de vista personales.

La práctica comunitaria de la reconciliación. La corrección fraterna y el perdón son elementos esenciales de la comunidad cristiana. Son bases teologales para construir la comunidad.

Entre pecadores la convivencia sólo puede ser sostenida a base de perdón. Y éste es esencialmente gratuito. 

La comunicación de bienes y servicios. Este no parece un elemento muy teológico o teologal. Parece más bien un asunto organizativo y funcional de la comunidad. Ciertamente es fundamental en todo grupo humano. Sin embargo, es quizá la prueba de fuego para ver cuál es el calado teologal de una comunidad. Si fracasamos en la comunicación de bienes y servicios, es posible que la comunidad que defendemos sea más presunta que real, un simple discurso estético sin contenido, o un sentimiento al que no responden reales prácticas históricas.

Obras son amores. Esto quiere decir que el amor a Dios que es el fundamento teologal de la comunidad, debe traducirse en amor a los hermanos o hermanas, que es la otra dimensión teologal de la comunidad. Pero el amor a los hermanos o hermanas se sacramentaliza en la comunicación de bienes y servicios. Tanto amamos cuanto somos capaces de compartir. Tanto amamos cuanto somos capaces de servir.

El sumario de la comunidad de Hechos, coloca la comunicación de bienes a la misma altura teologal de la oración común y del culto. Y todos los evangelios colocan la comunicación de servicios al mismo nivel teologal.

Común misión. Otro de los elementos teologales que nos pueden unir es la misión. Pero también esto, para que sea elemento teologal, ha de ser vivido como un asunto de fe y no como una simple tarea o función. No es lo mismo realizar

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actividades, aunque parezcan apostólicas, que realizar la misión apostólica, servir a la causa del Reino de Dios y su justicia.

Y el primer testimonio, según el evangelio de Juan, es el amor y la comunidad. “Para que el mundo crea”. Aunque sólo fuera por esto, ya valdría la pena construir la comunidad

El valor testimonial de la comunidad es especialmente significativo en este tiempo y en esta sociedad del bienestar, en la que se expande cada día más la sombra de la soledad y de la exclusión. Acogida, acompañamiento, encuentro… son palabras que señalan bien las nostalgias que padecen muchos de nuestros contemporáneos y contemporáneas.

Pero también el trabajo apostólico es un elemento teologal capaz de construir la comunidad. Jesús llamó a los suyos “para que estuvieran con él y para enviarles a predicar”.

Es necesario que la misión anime y avive la comunidad; pero también es necesario que la comunidad sea el lugar de discernimiento y respaldo de la misión, incluso de las misiones aparentemente más personales.

  

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