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UNA FUNDACIÓN DE LA ÓRDEN JERÓNIMA EN SEGORBE: EL MONASTERIO DE NTRA. SRA. DE LA ESPERANZA
Vicente Palomar Macián* y Luis Lozano Pérez ** LA LINDE, 8-2017, pp.300-326
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RESUMEN.- A finales del siglo XIV se funda un monasterio jerónimo en
Segorbe promovido por el infante Enrique de Aragón, aunque será en el siglo
XV cuando realmente reciba el impulso definitivo. Se mantendrá hasta la
desamortización de Mendizábal, en 1835. En este artículo se presenta su
historia y los resultados de las campañas arqueológicas.
PALABRAS CLAVE.- Monasterio, jerónimos, Segorbe, desamortización.
ABSTRACT.- At the end of the 14th century, the Hieronymite monastery
in Segorbe was created under the promotion of Enrique de Aragon. But, the monastery received the definitive push in the 15th century. The monastery survived until the Mendizabal expropriation in 1835. In this paper, we present the history of the monastery and the results of the archeological excavations.
KEY WORDS.- Monastery, Hieronymite, Segorbe, expropiation
* Vicente Palomar Macián. Arqueólogo Municipal y Director del Museo
Municipal de Arqueología y Etnología de Segorbe. [email protected] ** Luis Lozano Pérez. Arqueólogo. SArq-Serveis d’Arqueologia. [email protected]
Una fundación de la orden Jerónima en Segorbe: el Monasterio de Ntra. Sra.de La Esperanza
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Resultados
En el presente trabajo pretendemos dar a conocer el
Monasterio de Jerónimos de Nuestra Señora de la Esperanza,
ubicado en la localidad de Segorbe. En él se han realizado varias
campañas de excavación destinadas a su recuperación y puesta
en valor, objetivo todavía muy lejano.
El monasterio se fundó a finales del siglo XV, aunque fue en el
siglo XVI cuando realmente recibió el empuje definitivo,
alcanzado cierta relevancia al “figurar entre los que le dieron a
elegir al Emperador Carlos al retirarse del mundo" (Llorente,
1887, p. 350), quien finalmente lo hizo en el monasterio
jerónimo de Yuste. El cenobio perduró hasta la desamortización
de Mendizábal en 1835, momento en el que quedó abandonado
comenzando entonces un proceso de destrucción que lo ha
llevado al estado que presenta actualmente.
Introducción. La Orden Jerónima
A lo largo del siglo XIV se desarrolló en Europa un
movimiento religioso centrado en la vida de San Jerónimo,
anacoreta del desierto de Calcis que se convirtió en ejemplo a
seguir por algunos grupos de ermitaños instalados en Italia,
entre los que destacaba el de Tomás Succio en Siena. Un grupo
de estos ermitaños se trasladó a España, uniéndose a ellos
algunos deseosos de imitar a San Jerónimo en su vida retirada. A
partir de entonces, la oración, el trabajo, el estudio, el silencio y
la vida contemplativa serán los pilares sobre los que se
sostendrá su vida en común.
El centro en el que se constituirán originariamente los
Jerónimos españoles será Guadalajara. El grupo se instaló
inicialmente en el Castañar (Toledo), aunque a instancia de
Alfonso XI, los ermitaños decidieron trasladarse a una ermita
cercana a Lupiana (Guadalajara) edificada bajo la advocación de
san Bartolomé que, convertida ya en monasterio, se considerará
la casa matriz de la Orden aun cuando cada casa era
independiente y estaba bajo la autoridad del Obispo de su
respectiva diócesis.
En 1373, obtendrían aprobación de Gregorio XI, quien les
otorgaba la Regla de San Agustín y el hábito blanco con el manto
pardo que vestían los monjes del Monasterio de Santa María del
Santo Sepulcro, cerca de la ciudad de Florencia, pasando a
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denominarse "Hermanos o Frailes de San Jerónimo". No
obstante, la bula papal no supuso la erección de una nueva orden
monástica ya que permanecían bajo la jurisdicción de los
obispos de sus respectivas diócesis y sus casas no quedaban
unidas bajo normas comunes (Campón, 1991). Será en 1384
cuando se aprueban las constituciones, sustituyendo a partir de
entonces la vida eremítica por la del cenobio.
Una nueva etapa se inicia en el año 1414, cuando el Papa
Benedicto XIII ordena que todos los monasterios se constituyan
en Orden centralizada y les concede la exención episcopal así
como la facultad de celebrar capítulos. En 1415, fecha del primer
capítulo, había en la península 25 monasterios.
Protegidos por el favor real, llegaron a ser casas muy ricas
que sostenían seminarios, hospitales y alojamientos para
romeros en los centros de peregrinación. En el año 1835 el
número de conventos ascendía a 50 de varones y 17 de
religiosas. A partir de este año, las leyes desamortizadoras y la
exclaustración originaron su desaparición casi completa.
Después de dos intentos de restauración (1854 y 1884), ésta se
consiguió en 1924 por un rescripto de Pío XI, aunque no se llevó
a cabo hasta más tarde. En 1969 se creó el primer gobierno
general de la orden.
A lo largo de su historia, la Orden Jerónima ha llegado a
regentar algunos de los monasterios más importantes de España
entre los que destacan el monasterio de San Jerónimo de Yuste,
donde pasó Carlos I sus últimos días, o el Monasterio del
Escorial, panteón real de los monarcas españoles. También son
suyos en Portugal el de Peñalonga y el de Belem, sepultura este
último de los reyes portugueses. Actualmente solo persisten dos,
el monasterio de Santa María del Parral (Segovia) y el de San
Jerónimo de Yuste (Cáceres) (Bleiberg, 1986).
Como hemos podido comprobar, la Orden de los Jerónimos
estuvo estrechamente vinculada a la Corona española, en
especial a partir de la época de Carlos I y de Felipe II. No
obstante, otros protectores y mecenas vinculados a la nobleza
serán los que promuevan el asentamiento de esta Orden en el
territorio valenciano.
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Vista aérea de las ruinas del monasterio antes de las intervenciones arqueológicas foto extraída de la Biblioteca de la Direcció General de
Patrimoni Artístic).
El primero de los monasterios fundado en la Comunidad
Valenciana se localiza en la Plana de Jávea (Delicado, Ballester,
2000, p. 73), punto de gran tradición cenobítica. Estos
ermitaños, ocupantes de "cuevas santas", decidieron
seguir los pasos de sus hermanos castellanos y
acudieron al Papa Gregorio XI, quien en 1374 entregaba
a los ermitaños de Jávea una bula similar a la que había
entregado a los de Lupiana (el mismo hábito, las
mismas reglas, las mismas constituciones). En
diciembre del mismo año, Don Guillem, Obispo de
Tortosa, procedía a la erección solemne del monasterio
jerónimo del "Cap de l'Ermitá" en las estribaciones del
Montgó.
Los eremitas contaron para su consolidación con la
inestimable ayuda de D. Alfonso de Aragón, que en
1376, como señor de las tierras que ocupaban, hizo
donación a estos del lugar donde hoy se levanta el
Santuario de Nuestra Señora de los Ángeles. En el año
1386 la nueva casa era atacada por los piratas musulmanes
(Revuelta, 1982). Dos años después de su captura son rescatados
por el Marqués de Villena y Conde de Denia D. Alfonso, pero ya
no volverán al antiguo monasterio sino que se trasladarán a
Cotalba, donde se fundaría un nuevo monasterio. Tan solo dos
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años después del monasterio de Jávea, en 1376, se fundó el
monasterio de Santa María de la Murta (Alzira) que tiene su
origen en once ermitas que había en el valle de Miralles.
Entre 1492-1518 se conoce la existencia de un monasterio en
Alicante denominado Santa Verónica o de la Santa Faz, del que
apenas hay noticias. La última fundación jerónima en tierras
valencianas, en 1546, corresponde al monasterio de San Miguel
de los Reyes (Valencia) bajo el mecenazgo del Duque de Calabria
y su esposa Dña. Germana de Foix, en lo que fue una antigua
abadía cisterciense.
Noticias Históricas. Fundación del Monasterio de Ntra. Sra.
De La Esperanza
El espacio elegido para la erección de este monasterio se
localiza en la cima y ladera oriental de una colina ubicada a 2 km
de la población de Segorbe en dirección a Jérica, junto al camino
real y próximo a la confluencia de caminos que unen Navajas y
Altura. Desde este punto, se consigue un completo dominio
visual sobre gran parte del valle del Palancia entre las Sierras de
Espadán y Calderona. La proximidad al manantial de La
Esperanza, localizado a los pies de la colina y utilizado desde
época islámica, sería un aliciente más para la elección de este
lugar privilegiado, apartado de núcleos urbanos como es
habitual en los monasterios de la Orden.
En este mismo punto, sobre la colina, existía anteriormente
una ermita bajo la advocación de Ntra. Sra. de La Esperanza, de
la que conocemos una interesante referencia que data del año
1479, fecha en la que se iniciaba un pleito entre el infante
Enrique de Aragón y Sicilia, señor de Segorbe, y los jurados de la
ciudad de Segorbe por la pretensión que ambos tenían de
adueñarse de un patronato fundado por Rodríguez de Segura a
beneficio perpetuo, bajo la invocación de Nuestra Señora de la
Esperanza. (ADM Segorbe leg. 82, n. 131). Según indican las
fuentes, en esta misma ermita existían otros dos beneficios bajo
la advocación de Santa Bárbara y San Agustín. Este proceso de
erección de un monasterio sobre una fundación eremítica
anterior no es aislado, ya que en tierras valencianas se da
también en los casos de los monasterios de Santa María de la
Murta en Alzira, San Jerónimo de la Plana de Jávea y Santa
Verónica en Alicante (Ruíz, 1997, p. 36).
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Las fuentes documentales que nos informan de la fundación
del monasterio de Segorbe son muy escasas. Una de ellas la
encontramos en el periódico segorbino El Celtíbero, publicado
durante los años 1850-1851, en cuyas páginas un autor anónimo
publicó un breve estudio que desafortunadamente quedó
inconcluso al desaparecer esta publicación en la segunda entrega
del trabajo. La fundación del monasterio tendría lugar en el año
1495, cuando el infante Enrique de Aragón y Pimentel, también
conocido como el Infante Fortuna, primer Duque de Segorbe,
decidió erigir en sus tierras un monasterio de esa orden atraído
por “la gravedad, pausa y solemnidad” que presidían los oficios
divinos de esta orden monástica. Para ello solicitó la
correspondiente bula al Papa Alejandro VI “la cual apenas
concedida, tomó aquel posesión en unión de los PP. Fr. Juan
Bautista Villarragut, profeso de la Murta y Prior de Santa
Engracia en Zaragoza, Fr. Francisco Micó Prior de Gandía”.
El Infante lo dotó de 4.000 ducados anuales, de varias fincas
rústicas entre las que se encontrarían las de la partida del
"Brazal" o "Realengo", integradas en el término de Segorbe e
incorporadas posteriormente al término municipal de Navajas
en el año 1925 y conocidas en la actualidad con el nombre de
"Huerta de los Frailes" (Martín, 1981, p. 166), y de los
rendimientos del lugar de Geldo, comprado al efecto a la familia
Sorell, con su horno de pan, carnicería, molinos harineros y de
aceite, minas de plata y tierras, que también fueron concedidas
al monasterio (ADM, Segorbe leg. 65, ramo 3, n. 11).
Continúa el texto mencionando que "Los antedichos religiosos
se retiraron a sus conventos pasado algún tiempo sin adelantar
cosa, pudiendo decirse en rigor que la obra no principió hasta
1522, Constituyose un espacioso y magnifico claustro con 24
celdas correspondientes, mas la Iglesia no pudo quedar concluida
con motivo del fallecimiento del egregio fundador, ocurrido a fines
de dicho año; y aunque en su testamento legó muchas joyas de oro
y plata para la terminación de la Iglesia, su hijo el Duque D.
Alfonso se desentendió de tan sagrada obligación, contentándose
con recomendar a su muerte el cumplimiento de la manda
antedicha a su Esposa, cuya conducta en este particular fue igual
a la de aquel, pues nada hizo sino reproducir a su hijo el Duque D.
Francisco el cumplimiento de la voluntad del Infante D. Enrique,
que no vino a realizarse sino en 1573, solicitando previamente el
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digno Duque a la orden de S. Gerónimo dos religiosos entendidos,
El General de esta Orden le mandó inmediatamente a los
visitadores de la corona de Aragón, y después de muchas
conferencias se asignaron al nuevo Monasterio 800 L. de renta
anuales, con mas 400 ducados en metálico; pero muerto a poco el
esclarecido cuanto piadoso Duque sin dejar consolidado este
asunto, solo quedó para dotación del monasterio la suma de 450 L.
cargadas sobre fincas del lugar de Geldo. Desde la extinción de los
conventos, este infeliz ha sufrido varias irrupciones vandálicas:
todos sus sólidos materiales han sido primi capientis ... ".
El Obispo Aguilar recoge también estas noticias señalando
que "era el infante muy afecto a los Padres Gerónimos, en cuyas
iglesias de Valencia solía hacer los actos religiosos, y deseando
tenerlos en Segorbe fundó el monasterio de Gerónimos sobre la
fuente de la Esperanza, en donde había de antiguo una capilla
dedicada a la Virgen de la Esperanza y a Santa Bárbara, servida
por dos capellanes" (Aguilar, 1889, p. 198).
Por su parte, D. Luis Morro, Penitenciario de la Santa Iglesia
Catedral de Segorbe, ofrece nuevos datos obtenidos la mayor
parte de las veces del Archivo Catedralicio, que entonces aún no
había sufrido la devastación ocasionada por la Guerra Civil de
1936-1939. En el Capítulo VI de su obra Noticias Históricas sobre
la devoción de Segorbe a Ntra. Sra. de La Esperanza, referido en
su totalidad a este Monasterio, reproduce los aspectos ya
indicados anteriormente en torno a su fundación para después
señalar que "… la fundación que se asigna en 1495 no fue en
realidad sino intento de fundación, pues la voluntad de D. Enrique
no bastó para hacer efectivas las rentas, que en 1496 hubieron ya
de reclamar los Religiosos, ni para dar cima a las obras del
Convento, que en 1499 abandonaron aquellos, con permiso de los
Superiores de la Orden. El Duque de Segorbe, en años posteriores
construyó varias dependencias, como el refectorio, librería, etc.
mas no logró terminar la Iglesia, ni alcanzó el regreso de la
Comunidad, a pesar de sus reiteradas gestiones y voluntad,
elocuentemente manifestada en el testamento autorizado poco
antes de su muerte, ocurrida el 22 de Septiembre de 1523, por el
cual mandó que continuaran las obras y legó alhajas de plata y
oro para el Monasterio" (Morro, 1916, pp 35-36).
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Un documento del Archivo de los Duques de
Medinaceli confirma y amplía esta última
información. Efectivamente, el infante legaba
“al monasterio de la Esperanza una parte de los
objetos de su capilla; retablos y pinturas de
devoción, órganos, una biblia y libros y dos
trapos de raso, todo por 400 ducados. Da al
mismo convento las viñas, moreras y olivares que
dicho infante tenía en el término de la ciudad de
Segorbe y valían 3.000 ducados”.(ADM Segorbe
leg. 82, n. 255).
Vista del estado actual del interior del monasterio
con el patio central parcialmente consolidado.
Dice la crónica recogida en el periódico segorbino El Celtíbero
que, además, el Infante “adornó dicho monasterio con doce
apóstoles de plata y varios relicarios guarnecidos de piedras
preciosas de inestimable valía”. Pero la muerte del fundador y el
incumplimiento de su voluntad por parte de su hijo D. Alfonso,
hizo que la finalización del Monasterio no se produjese hasta
bastantes años más tarde, cuando su nieto el Duque D. Francisco,
en 1573, consiguió culminar las obras, quedando instalados
desde entonces los monjes jerónimos en el nuevo cenobio. Sin
embargo, años después, la disputa por la herencia de Francisco
de Aragón continúa y se abre una causa desde 1581 que se
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extendería durante los siguientes años con alegaciones de la
duquesa de Segorbe, Juana de Aragón, en 1589.
En 1599 la Real Audiencia de Valencia fija en 450 libras la
dotación para alimentar a los religiosos del convento,
aumentando de este modo la cantidad de 250 libras que había
sido fijada en 1596. En 1601 se abre un proceso de la duquesa de
Segorbe contra el Monasterio de La Esperanza, que continuará
en 1605 sobre el pago de los legados y créditos dados por los
señores anteriores. Dos años después, en 1607, Felipe III otorga
al Monasterio un Real Privilegio de amortización que le permite
heredar los bienes. Sin embargo, parece que el conflicto continuó
en los años siguientes.
En 1614 será el prior general de la Orden de San Jerónimo,
Fray Alonso de Paredes, el que otorgue licencia al prior y frailes
de la Esperanza para efectuar concordias con el duque de
Segorbe, siguiendo ciertas condiciones y cláusulas a las que hace
referencia. Ese mismo año, a 21 de octubre, se firma dicha
concordia acerca de los pleitos que tenían sobre las haciendas
del infante Enrique y duques Alonso y Francisco, firmando la
escritura de concordia ante Antonio de Padilla, curador de la
Real Audiencia de Valencia. Tras esto, al año siguiente, se conoce
la correspondencia mutua en agradecimiento por llegar a un
acuerdo entre el Duque de Segorbe, por un lado, y el prior
general de la Orden y el prior de del Monasterio de la Esperanza,
por otro, que culmina con el reconocimiento como señor y
patrón de este monasterio.
Poco duraría la tranquilidad, ya que en 1618 la Real Audiencia
de Valencia daba por nula la concordia y no firmó una nueva
hasta 1647. Esta concordia finaliza con la obligación del duque
de pagar 371 libras anuales, cargándolas sobre el estado de
Segorbe y especialmente sobre Geldo, población con la que
mantendría los lazos el monasterio hasta su abandono.
Durante el siglo XVIII el Monasterio de Jerónimos de Nuestra
Señora de La Esperanza experimentó un importante desarrollo
coincidiendo en parte con el obispado de fray Blas de Arganda,
profeso de esta orden y Prior del Monasterio del Escorial entre
1745 y 1753. La petición realizada por el gobierno, a través del
Nuncio de Su Santidad, el día 21 de marzo de 1764 sobre el
estado de rentas de los conventos en España, nos permite
conocer nuevos datos relativos a este periodo: “Había entonces
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en el monasterio 24 religiosos sacerdotes, 7 coristas, 8 legos, 8
donados y 3 pretendientes al hábito. En total, 50 individuos. Las
rentas del convento ascendían a 1.266 libras, 9 sueldos y 5 dineros,
mientras que lo que pagaba por censos y otros impuestos,
mantenimiento de los religiosos, jornales de empleados, etc.,
ascendía a 1.539 libras, 10 sueldos y 6 dineros en contra de la
comunidad. Existía por lo tanto un déficit de 273 libras que la
comunidad cubría con limosnas de los fieles o del mejor modo que
podía dadas las circunstancias” (Martín, 1981, p.67-68).
Otra noticia relacionada con el Monasterio, recogida por
Martín Moreno, hace referencia a la real orden del 8 de febrero
de 1766, en la que se exigía que "...los regulares que se hallan en
hospederías de la Orden o casas de granjería, establecidos sin las
correspondientes licencias, se retiren a Clausura". La orden afectó
a los dos religiosos jerónimos que residían en el Palacio
Episcopal de Segorbe ayudando al Obispo, obligados a retirarse a
su monasterio y sustituidos por un solo religioso, dada la
petición realizada por el Obispo a las autoridades de que
continuasen en su compañía por su avanzada edad, "...con tal de
que no sea ninguno de los que ahora existen, y que el que quedare,
sólo pueda permanecer 6 meses, mudándose cada medio año"
(Martín, 1981, p. 169).
D. Luis Morro, finalmente, aporta interesantes datos de
carácter económico referidos a este siglo, como la entrega al
Monasterio de la Masía de La Rodana en 1767, al ocurrir la
expulsión de los Jesuitas, sobre la cual reclamó nuevamente el
Cabildo de la Catedral de Segorbe: "...hecha la reclamación en
1782, pagó el Monasterio, como se desprende de varios
documentos manuscritos, entre los cuales merece anotarse la
siguiente curiosa relación de lo presentado en 1796 por Jaime
Garbins, Colector de las rentas de fuera de la Ciudad por Diezmos y
primicias, Iº) Del Monasterio de la Esperanza y sus Arrendadores 6
caices, 4 B. trigo. 2º) De id. 18 cargas de vendimia (de 10 arrobas).
3º) De Domingo Salas, Arrendador de la masía de la Rodana
propia de dicho Monasterio 74 Cs. de Vendimia, 4º) Del Monasterio
6 a. 18 libras de Ajos, etc. etc. (Arc. Cap. Arm. G Est. 3 Miscelánea)"
(Morro, 1916, pp.40-41).
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Desamortización
A lo largo del siglo XIX el Monasterio sufrió el mismo destino
que la mayoría de los conventos españoles, sujetos a las leyes
desamortizadoras que los privaron de bienes muebles e
inmuebles y fueron causa de su abandono y ruina tras 341 años
de existencia. Suponemos que la invasión francesa durante la
Guerra de la Independencia traería consigo el desalojo de la
comunidad, tal y como ocurrió con otros monasterios cercanos
como la Cartuja de Val de Cristo o el de Franciscanos de San Blas
de Segorbe, aunque los monjes volverían de nuevo al monasterio
una vez pasada la contienda. Posteriormente, el Trienio Liberal
(1820-1823) originó nuevas medidas tendentes a conseguir la
desaparición de las órdenes religiosas, paralizadas en los años
sucesivos tras el restablecimiento de un nuevo régimen
absolutista por Fernando VII.
El monasterio de los Jerónimos de La Esperanza, sin embargo,
continuó siendo habitado tal y como reflejan los pagos realizados
por el monasterio en este periodo, recogidos por D. Luis Morro
en su obra: “En 1829 por un capital de 5.268 rs. v. y 26 ms. El
Colegio pagó al subsidio 293 rs. 21 ms y en los años 1830 y 1831
por igual capital 293 rs. 5 ms. y 269 rs. 21 ms. respectivamente”
(Morro, 1916, p. 42).
Las leyes desamortizadoras de 1835-1836 originan una
aceleración del proceso iniciado en 1808. En este año se suceden
sin interrupción las medidas encaminadas a conseguir la
supresión definitiva de las órdenes monásticas. Toreno,
nombrado ministro el 7 de junio de 1835, emite el mes de julio
un decreto por el que se suprimen los monasterios que no
tuviesen al menos 12 religiosos profesos, con orden de quedar
suprimidos también en adelante aquellos otros en los que los
monjes disminuyesen por debajo de esta cifra, quedando
aplicados sus bienes a la deuda pública.
Los conventos del distrito de Segorbe, entre ellos el de La
Esperanza, nos dice el Obispo Aguilar, “... no sufrieron sino el
temor y la pesadumbre por lo que sucedía en otras partes; porque
el vecindario, los urbanos y las tropas de paso les guardaron las
consideraciones debidas, y no fueron suprimidos por alboroto sino
por orden del capitán general de Valencia, que el 23 de agosto de
1835 mandó cerrar todos los conventos de su distrito militar,
aplicando sus bienes a la deuda pública (...) A instancias del Obispo
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(lo era entonces D. Julián Sanz Palanco) el capitán general otorgó
que quedasen abiertas las iglesias (de los religiosos suprimidos),
pero sujetas a los párrocos, y que los mismos religiosos pudiesen se
empleados en ellas con tal que no viviesen en el convento ni
vistiesen hábitos ...” (Aguilar, 1889, p. 198).
Mendizábal, finalmente, suprimía el 11 de octubre todos los
monasterios y conventos que aún quedaban y ponía en venta el
17 de febrero de 1836 “...todos los bienes raíces de cualquiera
clase, que hubiesen pertenecido a las Comunidades y
corporaciones religiosas extinguidas, y los demás que hayan sido
adjudicados a la Nación por cualquier título o motivo”. Los
inventarios realizados en este año referidos al Monasterio de
Nuestra Señora de La Esperanza, según refleja Morro, “...fuera de
las tierras que no pudieron ocultarse, se limitaron a manifestar
unas cuantas casullas y aras, tres cuadros de San Jerónimo, Santa
Bárbara y Nuestra Señora del Carmen y algunas cosillas de escaso
valor, entre las cuales no estaban incluidos los Apóstoles y otros
objetos de plata, de que nos hablan antiguos manuscritos” (Morro,
1916, pp. 42-43).
Sin embargo, su abandono pudo haberse producido aún antes
de estos momentos puesto que, al parecer, fue convertido en
refugio de las partidas carlistas y lugar de pernocta de las
fuerzas liberales en la Guerra Civil de 1833-39 (Faus, 1988, p.
27).
Abandono
Es de suponer que los años de abandono del monasterio
afectarían a su estado de conservación, favoreciendo el saqueo
de los elementos útiles, especialmente de los materiales de
construcción, que aceleraron su deterioro estructural. Es por ello
que, en sesión celebrada durante el mes de julio de 1841, el
ayuntamiento de Segorbe proponía “… que en atención a los
graves perjuicios que causa la existencia del extinguido Convento
de la Esperanza por hallarse enteramente abandonado y destruido
siendo muy apropósito para la perpetración de varios excesos por
su aproximación a la carretera y hallarse abiertas sus puertas
resultando que puede servir para el abrigo de gente de mal vivir y
que nada sirve al estado por ser del todo improductivo, esperaba
que el Ayuntamiento acordara la instrucción del oportuno
expediente en el que se haga constar los extremos espuestos y
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demás que conbenga, [implorando] de quien corresponda la
autorización para su completa demolición” (AMS, AAMM, 1841).
Sabemos que tres años más tarde, en 1844, el monasterio fue
vendido (Ruíz, 1997, p. 249) y que en el año 1858 ya estaba
totalmente arruinado, como también la ermita adyacente.
Comenzó entonces un progresivo desmantelamiento de sus
estructuras arquitectónicas para la utilización de los materiales
en otras construcciones, mientras que el interior se rellenaba de
escombros. La ermita, señala Morro, comenzó a ser reconstruida
por el Obispo Canubio en el año 1858, quedando concluida al año
siguiente. Sin embargo, antes de 40 años estaba otra vez ruinosa,
“por lo que en 1906 la restauró a sus expensas con más solidez D.
Lamberto Perpiñán, canónigo de Segorbe” (Morro, 1914, p. 27).
Evidencias arqueológicas
Los trabajos arqueológicos en el Monasterio de Jerónimos de
Nuestra Señora de La Esperanza comenzaron en 1992 en un
primer intento de recuperación, conservación y puesta en valor
de un edificio con la singularidad e importancia de este cenobio.
Las actuaciones iniciadas en aquel momento consistieron en la
limpieza superficial de toda el área ocupada por el Monasterio,
incluyendo el desbroce y la tala de los árboles y arbustos que
habían crecido en el interior del recinto y, en ocasiones, habían
sido replantados.
Estancia de entrada al monasterio que actúa como distribuidor hacia otras dependencias.
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Posteriormente se llevaron a cabo una serie de sondeos
distribuidos por toda la superficie del recinto con el propósito de
determinar el grado de conservación de las estructuras
arquitectónicas y conseguir una aproximación a la organización
interna del edificio. A la vez, se pretendía comprobar el espesor
real de los rellenos en sus distintas zonas como base para la
realización de futuras actuaciones de mayor envergadura,
recuperando al mismo tiempo restos tanto arquitectónicos como
utilitarios que permitiesen una visión aproximada del interior
del monasterio a nivel constructivo, decorativo o utilitario. Los
resultados fueron muy interesantes tanto por los materiales
recuperados como por las ausencias de algunos de ellos que
proporcionan información sobre los procesos
postdeposicionales.
Tras estos primeros trabajos, las actuaciones se detuvieron y
no se retomaron nuevamente hasta el año 2007, en el que, con la
participación de los alumnos integrantes del Módulo de
Arqueología de varios Talleres de Empleo, se realizaron nuevas
campañas de excavaciones, la última de ellas en el año 2010. El
objetivo en esta ocasión era la excavación en extensión de
algunas de las salas delimitadas previamente y su consolidación,
afectando también al patio localizado en el centro del edificio. Se
pretendía con ello recuperar estos espacios y conseguir el
objetivo final de su puesta en valor para un uso cultural y
educativo, una función que nos parece todavía muy lejana ya que
los trabajos se encuentran actualmente paralizados y fuera del
área de actuación de los intereses municipales.
Las excavaciones consiguieron reconocer interesantes
aspectos relacionados con la construcción, la evolución
arquitectónica y la compartimentación interna del edificio, más
allá de las trazas visibles en los restos superficiales. También se
pudo recuperar un interesante conjunto cerámico del último
momento de ocupación del monasterio. Sin embargo, todavía
persisten algunas incógnitas relacionadas con el uso de algunas
dependencias debido a las amplias zonas que todavía se
encuentran sin excavar. Estos trabajos también deberían
extenderse a otras áreas del extremo occidental y septentrional
donde los límites del monasterio se amplían más allá del bloque
constructivo definido.
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Resultados
Plano del Monasterio de Ntra. Sra. de la Esperanza con las áreas excavadas.
Organización y evolución estructural
A nivel estructural, los monasterios jerónimos
de la zona de Aragón “presentaban un aspecto de
bloque compacto, pues todo el edificio se
desarrollaba en torno a un solo claustro” (López-
Yarto, Mateo, Ruiz, 1995, p.18). También es una
característica común en todos ellos que la iglesia
quede embebida dentro del bloque monástico,
como ocurre en el monasterio de San Jerónimo de
Cotalba (Gandía), en el de San Jerónimo de
Valdebrón (Barcelona), en el de San Jerónimo de la
Murta (Badalona) y en el de La Esperanza que aquí
tratamos.
En nuestro caso, el edificio estuvo condicionado
en su construcción por el desnivel que ofrece la propia colina en
la que se ubica. El lugar elegido, ocupando la cima y la ladera E
(la mejor orientada) de la colina, obligó a que se articulara en
terrazas. La adaptación a la ladera determinó igualmente el
sistema utilizado en la construcción, consistente en la
horizontalización de ciertas zonas con la elevación de muros de
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contención en sentido N-S, que posteriormente se rellenaban
con sucesivas capas de gravas y arcillas hasta alcanzar la altura
deseada, consiguiendo de esta forma superficies aterrazadas
sobre las que se levantaron las estructuras internas del
Monasterio. En otros lugares, por el contrario, las dependencias
se construyeron directamente sobre el terreno natural
ligeramente horizontalizado con tierra apisonada.
De esta manera, el monasterio llegó a ocupar una superficie
rectangular de 61,50 x 40,50 m, ampliada en su lado oriental por
estructuras que aún no han podido ser identificadas y en el
septentrional por un espacio en el que se ubicaría el campanario,
o más probablemente una espadaña, del que actualmente solo
quedan los restos arrasados de algunas paredes. Por último, en
el exterior del Monasterio por su lado E se localizan dos
aterrazamientos paralelos al muro utilizados posiblemente como
jardín o huerto.
El muro perimetral alcanza un grosor de 1,10 metros, al igual
que algunos muros de subdivisión interior que recorren y
compartimentan el espacio en sentido E-O. Otros muros
interiores de menor grosor (50 cm) cierran espacios regulares
en el ala oriental del edificio cada 4-5 metros. Interiormente esta
estructura se articula en torno a un patio central rectangular,
que desempeñaría la función de claustro, y alberga en el
subsuelo una gran cisterna. La superficie total edificada supera
los 2500 m2 de planta, de los que cerca de 300 m2 corresponden
al patio central.
Técnicamente, el edificio está construido con encofrado de
piedras de mediano tamaño unidas con argamasa de cal y arena,
detectándose ocasionalmente la utilización de ladrillos en
puntos aislados, jambas de puertas y bóvedas, mientras que la
sillería se utilizó exclusivamente en los ángulos del edificio, de
donde fue arrancada tras la exclaustración. No obstante, a lo
largo de su dilatada historia el edificio sufrió numerosas
remodelaciones, algunas de ellas de cierta envergadura, lo que
favoreció el uso de diferentes técnicas constructivas (tapia
valenciana y muros de encofrado de piedra y cal junto a muros
de mampostería). Estas remodelaciones se observan claramente
en la fachada oriental, donde una reforma que aumentó el
número de plantas implicó la apertura de nuevos ventanales y el
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cegamiento de otros, modificando perceptiblemente su
fisonomía (Palomar, 1995, p. 20).
En lo que corresponde a su organización interna, a falta de
nuevas intervenciones arqueológicas que faciliten los datos
necesarios, son interesantes varias referencias documentales
que describen brevemente algunas de las estancias. Fray José de
Sigüenza, que escribió su obra en 1599, comenta que el infante
Enrique de Aragón “… hizo un claustro harto bueno como agora
se ve, fuerte y bien labrado, con venticuatro celdas, y otras
oficinas, Capitulo, Librería, dormitorio, y Refectorio. La Iglesia no
quedó acabada” (Sigüenza, 1907, pp. 67-68).
También en el periódico El Celtíbero antes mencionado se
hace referencia a la construcción de “… un espacioso y magnifico
claustro con 24 celdas", número que según Martín Moreno
“coincide con el de los religiosos sacerdotes" que permanecían en
el monasterio durante el siglo XVIII (Martín, 1981, p. 169). D.
Pedro Morro, por su parte, indica en su obra que “se echa de ver
que la Iglesia estaba edificada en el centro del monasterio, libre al
lado del mediodía en que estaba la puerta y rodeada de claustros
sobre los que se levantaban las celdas por Oriente, Norte y
Poniente" (Morro, 1914, p. 26). Una nueva referencia a los
“claustros” del monasterio aparece en un documento de 1552
(ADM Segorbe leg. 64, ramo 3, n. 16).
Restos de un púlpito embebido en la pared N del edificio y que identificamos como de la iglesia.
Sin embargo, los restos que se aprecian hoy en día no
permiten identificar otros espacios abiertos más allá del patio
central ya mencionado, resultando imposible su existencia
dentro del bloque constructivo delimitado. Por tanto, de ser
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cierta la existencia de varios claustros, algo común en otros
monasterios jerónimos, al menos uno de ellos debería ubicarse
en el lado occidental, donde actualmente se encuentra la ermita
de la Esperanza y en el que se observan superficialmente
algunos restos constructivos que no han podido ser estudiados
hasta la fecha.
Uno de los dos cubos de vino de gran tamaño localizados y excavados que formaban parte de un lagar.
Las evidencias con las que contamos en el estado actual de la
investigación permiten ubicar la iglesia en el extremo
septentrional del edificio. En este punto, ocupando todo el lienzo
N, observamos algunos arranques en ladrillo de arcos fajones
que delimitan seis crujías de una gran sala abovedada. También
en este punto se encuentran los restos de un púlpito con su
escalera de acceso embutidos en la pared.
La distribución en el interior de este extenso espacio se
adaptaría a las necesidades de la comunidad. En las plantas
inferiores, menos amplias y soleadas, se ubicarían las áreas de
servicios del monasterio como los lagares, cocinas, almacenes,
cuadras y otras dependencias complementarias, con accesos
independientes localizados en la parte inferior del muro Sur,
mientras que en la planta intermedia se ubicarían otros espacios
comunes. La zona noble del Monasterio, a la que se accedía a
través del portal principal localizado en la cima de la colina,
ocuparía la planta superior, más soleada y de mayor amplitud al
extenderse por toda la superficie del edificio en torno al patio o
claustro central, situándose en ella las principales dependencias
conventuales como la iglesia, la biblioteca, el refectorio, las
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celdas y la zona administrativa, si bien es éste un aspecto que no
podemos confirmar por la total destrucción de las estructuras a
excepción de los escasos restos conservados en la pared N, ya
señaladas anteriormente.
Efectivamente, los trabajos arqueológicos han podido
confirmar algunos de estos usos. Así, en el ángulo NE de la planta
inferior del inmueble se excavó un cubo de vino de grandes
dimensiones y se identificó otro anexo de similares
características, formando parte de lo que sería un importante
lagar, mientras que el ala oriental de esta planta inferior parece
estar comunicada por un amplio pasillo con arcos apuntados que
se aprecian en superficie y que crearían un espacio destinado a
almacenes y otros servicios agrícolas o ganaderos. Actualmente
cuenta con seis accesos, dos de ellos de mayor tamaño en el
espacio central y otros secundarios en los extremos, aunque es
probable que no todos ellos funcionasen coetáneamente.
Las excavaciones también permitieron documentar junto al
muro S un habitáculo, de 38 m2, cubierto con bóveda de cañón
de ladrillo macizo, que se comunica con otros espacios contiguos
todavía no excavados. Este espacio se ubica en un nivel superior
al del lagar antes mencionado, pero por debajo del nivel de
acceso situado en la planta noble. La presencia de un pesebre y
de numerosos orificios en la pared para encastrar estructuras de
madera que podemos relacionar con jaulas destinadas a los
animales de corral, permite asignar un uso destinado a animales
domésticos o a las caballerías.
En el nivel superior se localizaba la puerta principal del
Monasterio. A ella se accede desde el exterior a través de un
pavimento de cantos de río que nos dirige hacia la entrada del
monasterio (orientada al S y situada en la parte más elevada de
la colina). Al cruzar la puerta nos encontramos ante una pequeña
sala, con bancos adosados a las paredes, que actuaría como
vestíbulo a la vez que como espacio distribuidor hacia otras
estancias, algunas de ellas ubicadas en una planta superior, de
las que se conserva el inicio de la escalera.
La parte central del edificio, finalmente, estaba ocupada por
un patio interior o Claustro construido sobre un aterrazamiento
artificial que lo elevaba hasta la tercera planta. Dicho patio,
conservado parcialmente, estaba pavimentado con ladrillos
bizcochados y bajo él se encontraba la cisterna del monasterio,
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con bóveda de cañón y paredes revestidas de un fino estucado
rojo, que almacenaba las aguas de lluvia procedentes de la
cubierta, recogidas por canalillos subterráneos que desde las
esquinas del patio confluían a un colector central con aliviadero
para casos de aporte excesivo. Dicho aliviadero conectaba por un
canal subterráneo con la parte inferior del patio para desde aquí
desaguar en la zona E del edificio.
Como ya hemos comentado anteriormente, el ala oriental del
edificio presenta, por su construcción en ladera, una distribución
que difiere del resto del inmueble. Es precisamente esta
modalidad de construcción la que hace que no siempre coincidan
los niveles de pavimento en todos los espacios. En este extremo
oriental encontramos 12 aberturas, acompañadas de otros
huecos de similares dimensiones que podrían funcionar como
alacenas, relacionadas con otras tantas estancias. En una planta
superior, este número de aberturas se repite lo que, junto a su
excelente orientación, nos hace plantearnos su vinculación con
las celdas de los monjes.
Fachada oriental del monasterio en la que se aprecian las reformas en las aberturas.
En una reforma posterior se abren nuevos vanos ubicados en
la misma verticalidad pero a un nivel inferior, lo que
probablemente permitió aumentar el número de plantas a costa
de reducir el forjado de la planta inferior destinada a almacén.
De estas aberturas destaca la del espacio central, de mayor
tamaño, lo que podría reflejar una mayor importancia de la
estancia. Sin embargo, se mantendría el número de doce
habitaciones, marcados no solo por los huecos de las ventanas,
sino también por los arcos fajones de la planta inferior que ahora
son cegados parcialmente y utilizados como tabique de
compartimentación.
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Materiales
Los materiales recuperados en los trabajos arqueológicos
desarrollados en las diferentes campañas aportan un variado
conjunto de piezas. A nivel cerámico, los recipientes
documentados proporcionan una cronología que abarca todo el
periodo de funcionamiento del monasterio desde el siglo XVI,
con piezas que podemos considerar residuales, al siglo XIX
(Palomar, Lozano, 2008, p. 142).
Es importante señalar la presencia indistinta de estos
materiales en la totalidad de los sondeos realizados (cerámica de
cocina, cazuelas, lebrillos, ollas, cántaros, vajilla de mesa...),
independientemente de la función asignada a cada uno de los
espacios, lo que refleja la extraordinaria fragmentación y
dispersión de los mismos ocasionada por la destrucción
sistemática de las estructuras y el desplazamiento de los rellenos
a lo largo de los años.
Al producirse un abandonado pacífico del monasterio, los
restos que quedaron fueron aquellas piezas rotas o recipientes
que carecían de utilidad. A ello hay que unir que en los años
posteriores al abandono se produciría un expolio generalizado
hasta su derribo definitivo. Pese a estos condicionantes, resulta
interesante el hallazgo de un conjunto de fragmentos cerámicos
que se encontraron arrojados en el corredor de acceso a las
caballerizas, previamente cegado, como parte de material
desechado y que forman un interesante conjunto del último
cuarto del siglo XVIII y principios del XIX. Aunque encontramos
piezas de todos los grupos cerámicos (tinajas, cántaros, cazuelas,
ollas…), las que más destacan corresponden a la vajilla de mesa.
Entre los materiales estudiados, el plato es el tipo más
abundante con gran cantidad de piezas de Alcora con decoración
polícroma bajo cubierta estannífera. Se trata de platos que en
ocasiones alcanzan diámetros de 30 cm. y con labios lobulados o
en ala. Entre los motivos decorativos encontramos elementos
zoomorfos y fitomorfos. La cronología de estas piezas se centra
entre 1775 y 1800. Junto a ellas nos encontramos con piezas
aragonesas decoradas en azul bajo cubierta estannífera y con
motivos fitomorfos, con una cronología del siglo XVIII. Otras
piezas con esta misma decoración en azul se datan entre 1780-
1800.
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Conjunto cerámico recuperado en las excavaciones fechados entre finales del siglo XVIII y primer tercio del XIX.
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Diversas piezas recuperadas en las excavaciones y que reflejan materiales de diferentes periodos desde el la segunda mitad del siglo XVII hasta el primer tercio del siglo XIX.
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Entre las cerámicas valencianas, que podríamos adscribir a
los talleres de Manises y Paterna, se encuentran varios platos de
loza azul datados en el siglo XVI, y otras piezas que combinan el
azul en la cara externa con decoración en dorado por el exterior,
fechada en la segunda mitad del siglo XVII. De estos mismos
talleres valencianos tenemos varios ejemplares de platos con
reflejo metálico que presentan semicírculos concéntricos en la
cara interna y espirales por el exterior. La cronología de este tipo
se centra en la segunda mitad del siglo XVII, aunque otras piezas
con reflejo metálico halladas se retraen a la primera mitad del
siglo.
Por último, dentro del tipo de los platos ha sido recuperada de
manera muy abundante la producción conocida como taché noir.
Se trata de un plato con labio en ala y base plana vidriado en
melado por ambas caras y con gruesos trazos en manganeso por
la parte interna que desde la parte central salen en forma de
estrella. De esta producción también hemos hallado una
tapadera. La cronología, en nuestro caso, la podemos acotar
entre 1780 y 1835 por el abandono del monasterio.
Otros tipos representados en el conjunto cerámico hallado en
la excavación son la taza con decoración de la serie Palmito de
Alcora, el cuenco y el jarro. La cronología de estas piezas se
centra entre 1775-1800, en línea con el resto del conjunto
descrito. Algunas piezas han podido recomponerse en gran parte
formando un interesante conjunto representativo de la etapa
final de uso del monasterio, en el que también encontramos
piezas de cronología anterior que se mantendrían en uso.
Importantes son también los restos arquitectónicos
recuperados, que formarían parte de la decoración en puertas,
ventanas, cubiertas y otros espacios de las estancias interiores
del monasterio. Es curioso el hecho de que todos ellos están
realizados en yeso, probablemente debido a las dificultades
económicas que tuvo que afrontar el monasterio tras su
fundación, que no habrían permitido la utilización de materiales
más nobles. Algunos de estos restos han sido localizados
formando parte de los rellenos excavados, en ocasiones en áreas
que debemos suponer muy alejadas de su emplazamiento
original.
Entre las piezas recuperadas más interesantes destacan cinco
claves de bóveda realizadas en yeso representando la roseta
gótica en una doble flor de seis pétalos, que conservan en
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algunos casos la decoración pictórica en rojo para el círculo
exterior y amarillo para los pétalos de la flor. Otras piezas
recuperadas en las excavaciones corresponden a fragmentos de
pilastras, restos de tracería, ménsulas y algunos fragmentos de
pintura mural, así como algunas molduras con semicolumnas
que formarían parte de las jambas de las puertas, algunas de
gran tamaño, lo que denota la importancia de las estancias a las
que darían acceso. Junto a ellas se recuperaron algunos
fragmentos de una puerta conopial, así como la basa octogonal
de una pilastra con molduras semicirculares.
Clave de bóveda conservando la policromía original con la representación de la roseta gótica recuperada entre los rellenos.
Entre los materiales de construcción que formaban parte de
los rellenos excavados, encontramos ladrillos macizos con
vidriado blanco o azul que están vinculados a tejas con esta
misma decoración. Este tipo de material es propio de las
cubiertas de alguna cúpula perteneciente a la iglesia o a alguna
capilla.
En cuanto a la azulejería, además de esta misma dispersión de
fragmentos, hemos podido constatar su casi total desaparición
"in situ" en los sondeos realizados, siendo muy escasa incluso
entre los escombros. Esta situación confirma el levantamiento
sistemático de los pavimentos llevado a cabo en la etapa
inmediata a la exclaustración para su utilización en otras
edificaciones. En cualquier caso, los restos recuperados, así
como las marcas conservadas en el mortero de preparación de
los suelos, reflejan la utilización mayoritaria de ladrillos
bizcochados al menos en las dependencias de las plantas
inferiores.
Podemos suponer que la planta superior, en la que se
situaban las dependencias nobles del edificio, estaría dotada de
mayor ornamentación correspondiendo a ellas los escasos restos
de azulejos decorados recuperados entre los escombros. La
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cronología de estos azulejos remite a lo señalado anteriormente
para el conjunto de materiales cerámicos, destacando la
existencia de un único azulejo decorado en azul cobalto
representado la flor gótica o "Flor del Pensamiento" (presente
en varios edificios góticos de la comarca como la Cartuja de Vall
de Cristo o el Castillo de Segorbe) datable en la segunda mitad
del siglo XV, así como otros policromos adscribibles a los siglos
XVII y XVIII. También encontramos ejemplares del tipo mitalat
decorado en verde, otro tipo con decoración en azul y amarillo
bajo cubierta estannífera de finales del siglo XVI, y ejemplares
policromos valencianos del siglo XVIII.
Mención especial merece el hallazgo de un fragmento de
inscripción romana que habría sido reutilizada para la
construcción del umbral del portal principal. Esta pieza ya fue
objeto de un estudio pormenorizado, al que remitimos para una
información más extensa (Arasa; Palomar, 1991).
Otros materiales que debieron ser objeto de un
reaprovechamiento posterior, dada su ausencia en el registro
arqueológico, son las vigas de madera que debían formar parte
de la techumbre en los pisos superiores, en línea también con el
reaprovechamiento de sillares observado en las esquinas del
inmueble y la escasa presencia de piedras entre los potentes
rellenos excavados. Por otro lado, destaca el alto nivel de
sedimento formado por tierra rojiza de textura arcillosa que
difícilmente puede proceder del abandono natural. Su presencia
podría relacionarse con aportes externos para nivelar y
ajardinar el espacio.
Desde el punto de vista artístico podemos deducir que, tal y
como se desprende de las fuentes históricas consultadas, la
ejecución de las obras del Monasterio se prolongaron durante un
largo periodo de tiempo de forma que, aunque el proyecto se
concibió inicialmente en un gótico final (reflejado en algunos de
los elementos recuperados en las excavaciones como la clave de
un arco conopial, los fragmentos de tracería, las ménsulas, etc.),
con el paso de los años se incorporaron otras fórmulas de
lenguaje renacentista e incluso barroco. La continua
transformación de las estructuras, perfectamente visible en la
diversidad de los materiales utilizados, y el resto de evidencias
estructurales, confirman que se llevaron a término numerosas
adaptaciones y reformas a lo largo de los 300 años de historia
del Monasterio configurando un edificio realmente singular cuya
valoración definitiva aun está por realizar.
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