responsabilidad medioambiental

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D. Julio César de Cisneros Comunicación presentada en el VI Congreso de Sociología de Salamanca. 2006 1 La responsabilidad medioambiental Surge la responsabilidad medioambiental cuando se asume que el sistema ecológico puede y debe ser alterado si procura una mayor eficiencia en el progreso humano. La responsabilidad medioambiental es la capacidad de rectificar los actos que un agente, en confluencia con otros, provoca en un sistema. A diferencia de la culpa, cuya afinidad penal zanja con una condena el presunto delito. Una visión lineal sugiere un solo lugar de responsabilidad. La existencia de un culpable que ha desencadenado el desastre y cuyo castigo no arregla nada pero sirve de escarmiento para los posibles delincuentes ecológicos. Hasta ahí el delito ecológico no contribuye en nada a prevenir el desastre, más bien lo encarece. Y el Estado sólo consigue reafirmar su capacidad represiva. 1 Por el contrario la perspectiva de la “realimentación” sugiere que todos comparten la responsabilidad de los problemas generados en un sistema.Así pues, Peter M. Senge, en su obra “La Quinta Disciplina” nos explica que el pensamiento sistémico es una disciplina para ver totalidades. Es un marco para ver interrelaciones en vez de cosas. A diferencia de la perspectiva lineal, toda acción sobre la naturaleza revierte sobre el hombre, devuelve al hombre los errores cometidos con la naturaleza. No sirve de nada buscar culpables, porque no somos culpables individualmente, sino colectivamente. Se impone un cambio de perspectiva, se impone un modo de tratar el conflicto que mantiene el hombre con la naturaleza desde una posición que permita al hombre capacidad de solución. 1 Senge, Peter, La Quinta Disciplina. Editorial Granica

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Page 1: Responsabilidad medioambiental

D. Julio César de Cisneros

Comunicación presentada en el VI Congreso de Sociología de Salamanca. 2006

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La responsabilidad medioambiental

Surge la responsabilidad medioambiental cuando se asume que

el sistema ecológico puede y debe ser alterado si procura una mayor

eficiencia en el progreso humano.

La responsabilidad medioambiental es la capacidad de rectificar

los actos que un agente, en confluencia con otros, provoca en un

sistema. A diferencia de la culpa, cuya afinidad penal zanja con una

condena el presunto delito.

Una visión lineal sugiere un solo lugar de responsabilidad. La

existencia de un culpable que ha desencadenado el desastre y cuyo

castigo no arregla nada pero sirve de escarmiento para los posibles

delincuentes ecológicos. Hasta ahí el delito ecológico no contribuye en

nada a prevenir el desastre, más bien lo encarece. Y el Estado sólo

consigue reafirmar su capacidad represiva.1

Por el contrario la perspectiva de la “realimentación” sugiere

que todos comparten la responsabilidad de los problemas generados

en un sistema.Así pues, Peter M. Senge, en su obra “La Quinta

Disciplina” nos explica que el pensamiento sistémico es una disciplina

para ver totalidades. Es un marco para ver interrelaciones en vez de

cosas. A diferencia de la perspectiva lineal, toda acción sobre la

naturaleza revierte sobre el hombre, devuelve al hombre los errores

cometidos con la naturaleza. No sirve de nada buscar culpables,

porque no somos culpables individualmente, sino colectivamente. Se

impone un cambio de perspectiva, se impone un modo de tratar el

conflicto que mantiene el hombre con la naturaleza desde una

posición que permita al hombre capacidad de solución. 1 Senge, Peter, La Quinta Disciplina. Editorial Granica

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Y ahora viene la otra pregunta, cómo podemos solucionar los

problemas que nos procuramos al tratar con la naturaleza.

Desde una perspectiva culpabilizadora, penal, represiva,

sabemos que el Estado es el único con autoridad para infringir un

castigo. El derecho sólo alcanza al delito. Debemos tener en cuenta

que la presencia del Derecho se hace inevitable cuando el concepto

de propiedad, y, aun antes, el de posesión (con la nota de

excluyente) y que éste va dirigido a la persona como centro de

imputación de los fines perseguidos por las normas, trasladándose la

diferencia entre derecho público y privado donde lo que importa no es

la posibilidad de la aplicación en sí, sino el destino de la norma, lo

que es decisivo2.

Ahora bien, ¿qué nivel de autoridad alcanza un Estado en crisis

como lo han definido no pocos estudiosos del Estado moderno.3

Siguiendo el discurso de la Teoría de Sistemas de Luhmann, el

problema a que se ve sujeto el Estado de Bienestar estriba en que,

manteniendo intactos sus mecanismos jurídico constitucionales, no

puede disponer de ellos para moderar su crecimiento; “el sistema

político, edificado como Estado de Bienestar, se introduce en una

relación social y, por tanto, en una relación con el ambiente que él

mismo ya no puede regular”. La teoría moderna del estado soberano

presupone la idea de una “comunidad nacional de destino” una

comunidad que se gobierna correctamente y que determina su propio

futuro. La naturaleza del patrón de interconexión mundial y los

problemas que tiene que afrontar el estado moderno cuestionan esta

2 Parada, Ramón, Derecho Administrativo. Parte General. Editorial Marcial Pons.1995.p.14 3 Vallespín, Fernando. Historia de la Teoría Política (6).Alianza Editorial. Madrid.1995.P.325

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idea de forma fundamental.4 Los límites territoriales definen las

bases según las cuales los individuos son incluidos o excluidos de la

participación en decisiones que afectan a sus vidas (por muy poco

que afecten), pero los resultados de estas decisiones “se extienden”

con frecuencia más allá de las fronteras nacionales. La interconexión

regional y mundial se opone a la tradicional resolución nacional de

cuestiones centrales de la teoría y práctica de la democracia. El

proceso mismo de gobierno parece estar “escapando a las categorías”

de la nación-estado (Laski, Studies in Law and Politics)5Y un Estado

jurídicamente existente (Palestina, Sahara occidental)? O un Estado

de fronteras poco definidas, como ocurre con muchos Estados

Subsahariano. Todas estas interrogantes ponen en tela de juicio

cierto convencionalismo que resulta poco práctico desde el punto de

vista de la represión de las actividades delictivas ecológicas. Sobre

todo si dicha actividad la realiza una multinacional de cuya actividad

depende, no ya un conjunto de empresas del país sino la misma

estructura de poder de dicho país.

Se impone un cambio de perspectiva, una visión globalizadora,

y ésta alcanza más allá de los límites de los Estado-nación. Frente a

la llamada globalización económica, protagonizada por el Banco

Mundial, el F.M.I. y la O.M.C., respondidas puntualmente por un

incipiente movimiento de acción antiglobalización (Seatle), redes de

movilización también globales pero heterogéneas Mientras que las

grandes multinacionales organizan sus negocios sobre el caos

organizativo de los distintos Estados del mundo y los Estados pierden

viabilidad ante la omnipotencia de dichos poderes transnacionales, los

recursos naturales se ponen en peligro sin que haya freno alguno a la

esquilmación, a no ser la labor de “pepito grillo” que en muchas

naciones representa cierta mala conciencia con la naturaleza, fruto de

4 Hedd, David, Modelos de Democracia.Alianza Editorial.Madrid. 1996, p.367 5 Hedd, D. Idem.p368

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la complicidad culpabilizadora y consumista de los países

desarrollados.

De la mano del discurso neoliberal, basado en el principio de

que cuanto menos Estado mejor., los Estados sólo son viables como

coros burocráticos al servicio de las vanguardias económicas.

Mientras tanto, los ciudadanos, atrapados en el neocorporativismo

abandonan el protagonismo político convirtiendo la legislación social

en un asunto permanentemente vinculado a la macroeconomía

(Rentas, PIB, etc.). Los Estados se han convertido en instrumentos

limitados para la defensa de cualquier ideal global. El hombre frente a

la naturaleza no dispone de instrumentos políticos donde cuestionar

los modos de organización, que ahora están vendidos al discurso del

progreso y por tanto a la esquilmación de los recursos naturales.

Latente, oculta tras los modelos existentes de expresión de la

voluntad de los ciudadanos, surge el reto a los intereses generales

representados por los recursos naturales, transfronterizos,

transnacionales, transestatales . Este reto intenta ser respondido

mediante fórmulas que no se resignan a reconocer las dificultades

inherentes a los intentos de dar validez al Estado como modo de

organización de la voluntad social. La Unión Europea no ha alcanzado

hasta el momento mayores objetivos que los de reproducir el impulso

de los Estados fundadores hacia un modelo inconcreto de Gran

Estado. El espíritu fundador, el espíritu superador de los intereses

nacionales, el espíritu que involucra la cesión de soberanía, no cuaja

en un nuevo modo de organización política. Nuevos egoísmos

sustituyen a los viejos.

La Unión Europea es un ejemplo del modo en que los recursos

constituyen una buena base para los acuerdos políticos, pero el

economicismo ramplón no puede dar cuenta de los cambios políticos.

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El pensamiento economicista ha dado lugar a que los problemas

políticos se observen como determinados por un desarrollo económico

concreto, un desarrollo definido por la conveniencia de los que se

auto definen suficientemente desarrollados para establecer el umbral.

El economicismo ramplón ha hecho que las políticas sean

homogéneas que no se distingan más que por matices. La política ha

caído en manos del único argumento que canaliza las diferencias

sociales; es decir, la cultura, la religión, la etnia. Resulta ridículo que

en una época donde el capital campa entre las naciones sin prejuicios

de ningún tipo, donde el capital globaliza el comercio y se libera de

las fronteras, sea precisamente la voluntad de los gobiernos quienes

pretendan decidir sobre la vida y el bienestar de sus ciudadanos. Más

aún si esa política no se diferencia en opciones políticas claras.

Tenemos por tanto, una política que se inhibe de los procesos

económicos mundiales y que provee bienestar al capital internacional.

Tenemos una política que deja en manos de valores anacrónicos la

mezquindad de la voluntad política territorial a lo Kelsen. Sin

embargo, en este momento histórico de crisis del Estado como modo

exclusivo de articular la voluntad política, surge como único elemento

estabilizador la supranacionalidad, y esta supranacionalidad toma

como referencia los recursos naturales comunes. Sin embargo, esto

no ha situado la política de los recursos como eje del cambio político.

La principal dificultad reside en la contemplación de la Unión Europea

como mercado, es decir, como una reproducción de los modelos de

Estado existentes.

La hipótesis ecológica afirma que el sistema medio ambiental

es el que sostiene la vida, base fundamental de toda actividad; que la

destrucción de dicho sistema o la sustitución de los parámetros

actuales pone en peligro todas las formas de vida. Que el proceso

destructivo debido al acelerado ritmo de crecimiento de las

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economías humanas, no es tolerado por el resto de las formas de

vida, las cuales se ven avocadas a una desaparición por inadaptación.

Que tal circunstancia revertirá sobre el hombre amputando toda

conexión con la naturaleza y destruyendo la diversidad natural y su

riqueza intrínseca. Por tanto, agotando o inutilizando aquella fuente

esencial de los recursos de los que se nutre dicha economía humana.

Que además este proceso afectará aquellos seres humanos que

practiquen una mayor dependencia de la naturaleza, especialmente

las comunidades con modos de producción más primitivos.

Desde esta hipótesis, se apela al concepto del desarrollo

sostenible consistente en que las generaciones actuales no pueden

agotar los recursos que han de disfrutar las generaciones futuras, se

estimula al desarrollo de los procesos de reciclado, ahorro de energía,

etc.. .

Por tanto, la hipótesis ecológica apunta hacia los procesos

adaptativos, es decir, la humanidad debe invertir la dirección del

desarrollo haciendo posible el respeto de los espacios naturales en los

que convive con otros seres vivos, a procurarse un modo de

supervivencia que no agote las posibilidades del resto de los seres

vivos. Se trataría de reformar la conducta del hombre en un proceso

de auto limitación. Un proceso sistémico del hombre frente a la

naturaleza. Pero de un hombre irreal, un hombre genérico, sólo

inteligible de forma abstracta. Ello afecta al proceso de

realimentación. El hombre considerado de ese modo es un hombre

que siente culpa o que culpabiliza a otros hombres. De este modo de

entender el problema sólo se derivan sanciones, leyes y

procedimientos correctivos sobre casos puntuales de flagrante delito.

Dicha hipótesis no entra en la realidad humana, al -Ser Social-.

Dicha hipótesis no cuestiona los fundamentos de la desigualdad. La

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dependencia de unas comunidades humanas de otras. La

multipolaridad de las relaciones internacionales o el cuestionamiento

del Estado como forma de organización política. La relación del

hombre con la naturaleza obvia las diferentes formas de organización

política y sólo tiene en cuenta una relación social global repartiendo la

culpa moral de la humanidad frente a su entorno.

La responsabilidad medioambiental no es solamente una

cuestión de conciencia medioambiental, que también lo es, sino una

cuestión de estrategia.

Para la hipótesis ecologista la responsabilidad moral se deriva

de una acusación proveniente de una voluntad superior, presupone

una mente juiciosa que acusa, que señala el mal, que “sataniza”,

exterior a la acción de nuestros dirigentes y residente en la

conciencia, tan libre e individual como dispersa, agazapada,

esperando cualquier fallo para supurar como herida abierta. Pero los

cambios en la voluntad de los hombres, pasa por la voluntad de las

naciones y por la voluntad de las organizaciones políticas de los

ciudadanos.

La autoridad de los Estados para gestionar adecuadamente sus

recursos, bajo las condiciones impuestas por una autoridad

supranacional o por la condicionalidad política, obligan a métodos de

gestión de recursos y a unos mecanismos de control que en muchos

casos resultan inviables para muchas de las naciones más pobres,

preocupadas más por la supervivencia de su población o establecer

una mínima base de su desarrollo.

La acción del hombre sobre la naturaleza ha sido abordada

hasta ahora desde la perspectiva lineal, como producto de la acción

de la conciencia sobre los actos, la norma como principio moral de

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valor en sí, como si los Estados tuvieran la capacidad de garantizar la

ley de igual modo en el Reino Unido que en Uganda. Desde una

perspectiva que no involucra las relaciones de poder, sino sólo en la

medida en que araña un determinado estado de opinión en aquellos

países donde la sensibilidad medioambiental está desarrollada.

Hasta ahora el discurso ecologista no ha abordado la cuestión

de los recursos en el marco de los regímenes y sistemas políticos. Se

ha establecido una especie de declaración, de deseos que apelan a la

responsabilidad moral sobre la responsabilidad política. Pero la

responsabilidad política está demasiado vinculada a los problemas del

desarrollo económico, al desarrollo en términos de actividad

económica. Para las naciones pobres el desarrollo sostenible es un

discurso de lujo y no atiende a sus prioridades.

Así pues estamos ante dos modelos conceptuales utilizados y

que se han caracterizado por dos cualidades distintivas esenciales.

Una la que achaca la responsabilidad de los actos humanos a un

cierto determinismo, sea económico, sociológico o de cualquier otra

índole, que traslada la responsabilidad hacia las condiciones externas

de la voluntad. Esta la comparten tanto las alternativas que

pretenden modificar el ámbito de actuación del Estado como aquella

visión ecologista que globaliza hasta el punto de desear un gran

Estado con una sola autoridad como con una sola moral. La otra, la

que se basa en los actos cuyas consecuencias cambian el entorno

obliga a un cuestionamiento del Estado como forma de organización

de la comunidad política, como plataforma de participación ciudadana

por encima de los intereses particulares o corporativistas, donde la

voluntad general pueda expresarse. Es decir. Una que va del exterior

al interior y otra que va del interior al exterior.

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Por eso se impone otra perspectiva, otra manera de ver el

problema de la responsabilidad medioambiental. Es decir, la gestión

de los recursos no solo como una forma de procurar el desarrollo en

el marco de un Estado-nación sino como el factor determinante de los

regímenes y los sistemas políticos. Una responsabilidad política

vinculada a los modos de organización política.

Se impone una nueva perspectiva que implica la organización

horizontal como forma de organización política, con voluntad política,

con autoridad política y con la obligación de responder ante la

voluntad de los ciudadanos.

Organizaciones horizontales basadas en los recursos naturales,

donde los representantes territoriales no son administradores sino

custodios de una visión general y global del papel de dichos recursos

en el sistema natural global. Los intereses de los ciudadanos frente a

los intereses de las corporaciones. Un estamento de autoridad política

que pueda ejercer el control sobre la acción depredadora de las

organizaciones económicas mundiales.