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Josefina Piana de Cuestas, LOS INDÍGENAS DE CÓRDOBA BAJO EL RÉGIMEN COLONIAL (1570-1620), Córdoba, universidad Nacional de Córdoba. En algunas ocasiones la aparición de un libro tiene el valor en sí mismo y el de Josefina Piana puede ser una de ellas. La cuidadosa reconstrucción del proceso formativo de la sociedad colonial en Córdoba ha sido un desafío y al afrontarlo la aurora ha realizado una muy importante contribución al conocimiento de nuestra historia colonial temprana. En la primera parte se presenta un cuadro de la situación preconquista que resulta bastante más que una introducción pues son decisivos en el desarrollo posterior del texto dado la perspectiva desde la que es mirada la formación de la primera sociedad colonial. En los cuatro capítulos siguientes (la segunda parte) se analizan el proceso de la conquista, el establecimiento de las relaciones interétnicas iniciales y se definen los rasgos básicos de la encomienda cordobesa. Los tres siguientes (la tercera parte y su núcleo fundamental) se ocupan del estudio pormenorizado de esta institución. La cuarta y última parte contiene el análisis de las consecuencias para el área de la gestión del visitador Alfaro a lo cual siguen las conclusiones. El libro se completa con una amplia bibliografía y dos interesantes apéndices: una aproximación a la construcción de una serie de fenómenos climáticos del período y un mapa con la toponimia de los asentamientos indígenas. Una obra de estas características no puede leerse al margen de las tradiciones y de los estudios previos que la anteceden. Desde esta perspectiva constituye un aporte de indudable valía y, por lo mismo, hubiera sido deseable encontrar una presentación más sistemática del estado anterior de los conocimientos pues su ausencia termina por deslucir las contribuciones que se realizan apoyadas en un uso inteligente de las fuentes documentales editas y un amplio y cuidadoso rastreo del archivo. Sin dudas, la etnohistoria argentina cuenta ahora con una obra de referencia inevitable aunque ella no se inscriba plenamente en él. Su mirada sobre la primera Córdoba colonial está signada por la influencia de dos importantes tradiciones: aquella fecunda asentada en los estudios de Garzón Maceda y Assadourian, que han dado perfil y relevancia propia a la historia colonial cordobesa y aquella otra constituida por los estudios andinos. Convergencias e integraciones de este tenor son, por cierto, estimulantes pero no resultan sencillas. Es probable que allí encuentren origen algunas de las pistas más sugerentes que se han transitado como algunas disparidades que presenta el texto. Por ejemplo, ello se pone de manifiesto en el uso de la comparación dado que el proceso de formación de la sociedad colonial andina opera como referente clave en todo desarrollo. Esta referencia es tan inevitable como fértil pero si se considera uno de sus argumentos centrales y uno de los aportes más relevantes que realiza, la primacía y la persecución del servicio personal indígena, cabe señalar que el texto hubiera ganado con otros referentes comparativos, especialmente del mismo espacio rioplatense. Del mismo modo, la estrecha relación observada entre encomienda y apropiación del suelo, o entre ella y ruptura de las estructuras indígenas previas, hubieran adquirido mayor relieve si excedieran el hecho de registrar ciertas coincidencias y divergencias historiográficas. Una obra que intenta apoyarse a tal variedad de vertientes y que toma un tema y un período “clásicos” ganaría identificando el o los interlocutores con los que de un modo u otro viene a discutir aunque, cierto es, la estrategia expositiva adoptada obligue a hacerlo. Esta impronta andina es muy manifiesta en un aspecto: ya en las páginas iniciales la autora reconoce que “a pesar de haber buscado con insistencia las continuidades indígenas en la vida colonial, casi imperceptiblemente hemos centrado

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Josefina Piana de Cuestas, LOS INDÍGENAS DE CÓRDOBA BAJO EL RÉGIMEN COLONIAL (1570-1620), Córdoba, universidad Nacional de Córdoba. En algunas ocasiones la aparición de un libro tiene el valor en sí mismo y el de Josefina Piana puede ser una de ellas. La cuidadosa reconstrucción del proceso formativo de la sociedad colonial en Córdoba ha sido un desafío y al afrontarlo la aurora ha realizado una muy importante contribución al conocimiento de nuestra historia colonial temprana. En la primera parte se presenta un cuadro de la situación preconquista que resulta bastante más que una introducción pues son decisivos en el desarrollo posterior del texto dado la perspectiva desde la que es mirada la formación de la primera sociedad colonial. En los cuatro capítulos siguientes (la segunda parte) se analizan el proceso de la conquista, el establecimiento de las relaciones interétnicas iniciales y se definen los rasgos básicos de la encomienda cordobesa. Los tres siguientes (la tercera parte y su núcleo fundamental) se ocupan del estudio pormenorizado de esta institución. La cuarta y última parte contiene el análisis de las consecuencias para el área de la gestión del visitador Alfaro a lo cual siguen las conclusiones. El libro se completa con una amplia bibliografía y dos interesantes apéndices: una aproximación a la construcción de una serie de fenómenos climáticos del período y un mapa con la toponimia de los asentamientos indígenas. Una obra de estas características no puede leerse al margen de las tradiciones y de los estudios previos que la anteceden. Desde esta perspectiva constituye un aporte de indudable valía y, por lo mismo, hubiera sido deseable encontrar una presentación más sistemática del estado anterior de los conocimientos pues su ausencia termina por deslucir las contribuciones que se realizan apoyadas en un uso inteligente de las fuentes documentales editas y un amplio y cuidadoso rastreo del archivo. Sin dudas, la etnohistoria argentina cuenta ahora con una obra de referencia inevitable aunque ella no se inscriba plenamente en él. Su mirada sobre la primera Córdoba colonial está signada por la influencia de dos importantes tradiciones: aquella fecunda asentada en los estudios de Garzón Maceda y Assadourian, que han dado perfil y relevancia propia a la historia colonial cordobesa y aquella otra constituida por los estudios andinos. Convergencias e integraciones de este tenor son, por cierto, estimulantes pero no resultan sencillas. Es probable que allí encuentren origen algunas de las pistas más sugerentes que se han transitado como algunas disparidades que presenta el texto. Por ejemplo, ello se pone de manifiesto en el uso de la comparación dado que el proceso de formación de la sociedad colonial andina opera como referente clave en todo desarrollo. Esta referencia es tan inevitable como fértil pero si se considera uno de sus argumentos centrales y uno de los aportes más relevantes que realiza, la primacía y la persecución del servicio personal indígena, cabe señalar que el texto hubiera ganado con otros referentes comparativos, especialmente del mismo espacio rioplatense. Del mismo modo, la estrecha relación observada entre encomienda y apropiación del suelo, o entre ella y ruptura de las estructuras indígenas previas, hubieran adquirido mayor relieve si excedieran el hecho de registrar ciertas coincidencias y divergencias historiográficas. Una obra que intenta apoyarse a tal variedad de vertientes y que toma un tema y un período “clásicos” ganaría identificando el o los interlocutores con los que de un modo u otro viene a discutir aunque, cierto es, la estrategia expositiva adoptada obligue a hacerlo. Esta impronta andina es muy manifiesta en un aspecto: ya en las páginas iniciales la autora reconoce que “a pesar de haber buscado con insistencia las continuidades indígenas en la vida colonial, casi imperceptiblemente hemos centrado

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nuestro análisis en las rupturas” (p. 12). Tal reconocimiento –y conclusión reiteradamente enfatizada- refiere al eje argumental que ha guiado su paciente intento de reconstrucción de estrategias adaptativas y formas de acción y resistencia social indígena. Tanto énfasis quizás no ha permitido desarrollar más plenamente otro proceso menos evidente y de observación inevitablemente limitado y que sólo analíticamente es distinguible de aquél: el mestizaje. Si bien la autora muestra la dificultad y los límites que presenta su abordaje con las fuentes disponibles y es conciente de su significación, una consideración del mismo más cultural hubiera permitido avanzar en etse sentido: por ejemplo, el reconocimiento realizado de la rápida y generalizada hispanización del proceso social de producción rural, de la tardía adquisición de un estatuto legal diferenciado o de las formas que adoptó la mediación y el control social unidas al servicio personal –todos ellos consistentes y significativos aportes- hubieran posibilitado dar cuenta de un fenómeno clave de esta sociedad del cual el mestizaje es parte constitutiva: la formación del campesinado cordobés. En la construcción de libro se recurre a un “criterio histórico cronológico” tratando de establecer “etapas sucesivas”: así se presenta una detallada exposición de los mecanismos y procesos básicos de la implantación del orden colonial. Pero quizás no ha sido el camino más aconsejable para alcanzar otra pretensión: las “explicaciones funcionales o estructurales” aconsejarían perspectivas temporales más abarcadoras y otro modo de presentación del material. Por otro lado, haber recurrido a la “descripción amplia de la sociedad” ha sido un recurso conveniente para dar cuenta de una variedad de aspectos a los que tiene que referir una obra que tiene escasos precedentes: pero tal descripción no alcanza cabalmente para dar cuenta de la “frecuencia de los comportamientos”, de la identificación de tipos de prácticas sociales representativas y, sobre todo, difícilmente permitan acceder a aquel tipo de explicaciones buscadas. Se trata pues, del abordaje de una de las fases más “clásicas” de la historia americanista aunque aquí el estudio se ocupe de un área menos conocida, de un decisivo aporte al conocimiento de uno de los ámbitos regionales que luego se integrarían en nuestro país. La prolija reconstrucción de sus primeros tiempos coloniales que en esta oportunidad Piana nos ofrece es, de suyo, una invitación a seguir indagando.

RAUL FRADKIN

UNLU-UNMDP Rugiero Romano: COYUNTURAS OPUESTAS. LA CRISIS DEL SIGLO XVII EN EUROPA E HISPANOAMÉRICA: México, Fondo de Cultura Económico -El Colegio de México Fideicomiso de Historia de las Américas, 1993, 176 páginas.

Coma el propio autor se encarga de hacernos saber, este es un libro de síntesis

de más de treinta años de apasionarse “por la interpretación de una época decisiva más conocida con el calificativo de ‘crisis del siglo XVII’”. Al realizar una primera lectura del texto creí comprender que esa declaración encubre otra intención: reunir en torno a aquella crisis a la mayoría de sus temáticas preferidas y presentar, a través de enfoque de las contracoyunturas, sus conclusiones sobre muy variados aspectos de la historia europea e hispanoamericana.

Para presentar sus ideas Romano elige seguir el camino de analizar las coyunturas económicas europeas y americana, constituyendo esta búsqueda el hilo conductor del libro. Esto le sirve de aglutinante de los distintos elementos de que se compone cada análisis particular y a las dos partes en que está dividido cada capítulo.

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Así, a lo largo de los cuatro capítulos (“El número de hombres”, “El mundo de la producción”, “Metales y monedas, precios y salarios” y unas “'Consideraciones sobre el comercio”) se nos presentan los elementos que al final de cada uno de ellos y de las “consideraciones finales” le permitirán concluir que existieron coyunturas opuestas en Europa y en América durante siglo XVII y presentar un cuadro recapitulativo (p. 66) para ilustrar que en cuanto a la población en general y agrícola en particular, a la ocupación del suelo y a los precios agrícolas mientras que la coyuntura fue netamente negativa en Europa, la América Hispánica presenta signos positivos. Los precios industriales, la circulación de la moneda, el comercio interno y la producción industrial y minera presentar en Europa a lo sumo indicadores que se nivelarían con los hispanoamericanos, pero que en general la tendencia favoreció a estos últimos. Finalmente, en un solo caso la coyuntura favoreció a Europa (los salarios) y en otro, el comercio intercontinental, ambas presentan signos positivos.

Los análisis particulares que le permiten llegar a estas conclusiones se basan fundamentalmente en el conocimiento profundo que Romano tiene de la producción historiográfica. Probablemente esto encierre un aspecto que, si bien no me atrevo a calificar de negativo (alguien tiene que realizar las obras de síntesis que todos sabemos son nuevos puntos de partida), puede representar el flanco más débil del libro ya que, en ciertos momentos, tengo la sensación de que Romano anticipa el momento de realizar una síntesis, dada la inexistencia de una mayor cantidad de trabajos puntuales que le permitirían basar sus conclusiones sobre bases más sólidas. Esto lo siento particularmente para algunas de sus demostraciones relativas al ámbito hispanoamericano o en todo caso, se puede decir que la mayor existencia de datos para Europa le permite ser mucha más afirmativo y concluyente. Por ejemplo, al analizar los puntos relativos a la agricultura y población en Europa, la gran cantidad de estudios que tiene a mano le permiten realizar afirmaciones contundentes, la falta de datos para cada uno de los elementos del conjunto hispanoamericano debilita sus afirmaciones, máxime si tenemos en cuenta el valor capital que asigna a estos dos elementos para la medición de la vida económica de las sociedades preindustriales. Lo mismo sucede, y de manera más evidente, con el resto de las variables que utiliza para la evaluación del “mundo de la producción”. Por el contrario, el dossier consagrado al comercio, uno de los temas hispanoamericanos más estudiados (al menos el comercio exterior), aparece como el más sólido, pero el menos importante desde la óptica del autor.

De un modo más general, Europa aparece analizada en el detalle de sus variaciones regionales, y hasta “nacionales”, lo que posibilita, por ejemplo, marcar a cada paso la excepcionalidad que representa Inglaterra y Holanda dentro del contexto de una Europa en crisis y subrayar en qué consiste dicha excepcionalidad del signo diferente en cada caso y los alcances a largo plazo de la singularidad inglesa. Hispanoamérica no logra escapar a la irreal masificación que presupone la generalización a partir de los estudios existentes sobre determinados temas para uno u otro espacio colonial. Probablemente la pregunta pertinente sería si existe o si existió en algún momento algo llamado Hispanoamérica como algo más que como el elemento de un conjunto lingüístico (y hasta esto presenta dudas si tenemos en cuenta los debates que genera la idea de unidad) o averiguar hasta qué punto el hecho de que los actuales territorios hispanohablantes del continente americano hayan sido colonizados por España actúa como elemento galvanizador: territorios demasiados extensos, con culturas precolombinas diferentes, lo mismo que las condiciones ecológicas y las líneas de desarrollo que en cada lugar siguió la sociedad producto de la conquista, más allá de los intencionalidades unificadoras de, por ejemplo, la legislación real. Ciertamente, en numerosos casos existe la posibilidad de establecer paralelismos, y de hecho se hace y

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de manera ejemplar, pero también recuerdo que las paralelas son líneas o planos equidistantes entre sí y que por más que se prolonguen hasta el infinito no pueden encontrarse. Pero este no es un tema para intentar desarrollar aquí, más aún cuando Romano no lo aborda en este libro.

Volviendo al objeto de esta reseña, vemos que el tema del libro no se agota en la búsqueda de los signos reveladores de la existencia –o no- de una crisis económica en Europa y en América entre 1619-1621 y 1720-1740. Al acercarse a lo político, y si dejo de lado las ideas que Romano formula para Europa, creo entender que todo el libro fue concebido para fundamentar que en “el ámbito americano nos encontramos ante una consolidación del sistema y no ante un cuestionamiento del mismo. Todo el mundo, blanco o indio, parece tratar de encontrar su lugar en su interior: otros (los indios) encuentran la posibilidad de “desaparecer” administrativamente, lo cual era una manera como cualquier otra, aunque relativa, de encontrar la libertad. La preponderancia del criollo en el continente se va afianzando en diferentes formas por toda América. Por supuesto, esto no cambia el carácter profundo de la dominación, pero lo que quiero decir es que en el transcurso del siglo XVII esta dominación no se cuestiona.” (p. 166)

De esta manera, frente a un estado español “débil y rígido”, asistimos durante el siglo XVII aun proceso de “americanización” progresiva de la América española. Americanización de la administración local (venalidad de los cargos, corrupción), de la elección de los interlocutores comerciales (difusión de las prácticas asociadas al “comercio directo”), de la cultura (universidades e imprentas), de la religiosidad (puesta en marcha de la alternativa en la dirección de los conventos, surgimiento de manifestaciones religiosas americanas como el culto a la virgen de Guadalupe o la canonización de santa Rosa de Lima).

Todo ello lo lleva a reflexionar sobre la naturaleza de la Monarquía Universal Española (“no se trata de ningún imperio”, p. 154), el rol de la América de “las Españas” (la tendencia de la monarquía fue considerar a las Indias como “dependientes” de Castilla. Y frente a esto, América siempre mostró tendencias centrífugas y tendencia a considerarse dotada de total autonomía, p. 155), y a concluir que, a pesar de que nadie se cuestiona la dominación, las provincias americanas responden a la crisis por la que atraviesa la Península desarrollando rasgos de “autonomía creciente” (p. 155), o más categóricamente: “Crisis española, entonces, pero es evidente que la crisis y el debilitamiento de la metrópoli sólo pueden provocar un relajamiento del control ejercido sobre las colonias. La contracoyuntura americana nos refleja fundamentalmente esa independencia y esa liberación” (p. 149). Esta idea, compartida por muchos otros investigadores da pie a que, por ejemplo, Fernando Muro Romero, hable de una “emancipación informal”1 o que el “reformismo” de los borbones sea entendido como una “reconquista” de los territorios americanos.

Tal vez este punto de vista podría ser complementado, y matizado, con el que surge de algunos estudios –como por ejemplo los de François-Xavier Guerra-2 en los que, estando centrado el interés en el proceso de disolución de la Monarquía Española desde 1808 en adelante, se preocupan entre otras cosas por determinar cuáles fueron las características de la Monarquía durante los siglos XV a XIX y la evolución del papel asignado a América dentro de ella, estudiando en forma conjunta la historia de las dos grandes España, peninsular y americana.

1 Muro romero, Fernando; “Administración y sociedad en la América española hasta 1750” en: Annino, A, America Latina dallo coloniale Statu nazione; Milán, Franco Angeli; 1987, 2 vols, vol II, pp 448-454. 2 Guerra, François-Xavier; Modernidad e Independencia. Ensayo sobre las revoluciones hispánicas. Madrid, MAPFRE, 1992.

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Si vistas desde Madrid “las indias no eran colonias”, al menos hasta bien avanzado el siglo XVIII, y como efecto del avance absolutista de cuño francés dentro de la Monarquía Española, desde el punto de vista americano –punto de vista que Romano señala muchas veces se olvida de considerar-3 nunca lo fueron y las respuestas a la crisis del siglo XVII español deberían ser entendidas dentro del marco de la concepción pactista de la Monarquía y de los márgenes de autonomía a los que con derecho se creen los pueblos, provincias y reinos que la conformaban, por lo que la “autonomía creciente” mencionada no debería dar pie a interpretaciones de corte independentista o el accionar Borbón, tanto en España como en América, sería más bien la culminación de un proceso de avasallamiento final de las autonomías tradicionales supervivientes, iniciado en la Península inmediatamente después de finalizada la Guerra de Sucesión y con la anulación de los fueros del Reino de Aragón y en América con el progresivo paso de su estatus de reinos a colonias que aún no reciben oficialmente ese nombre a fines del siglo XVIII.

Así, pues, entiendo que en este libro la “crisis del siglo XVII” es objeto y excusa. Objeto, ya que el autor formula hipótesis claras al respecto: por ejemplo, se muestra a favor de la idea de que la “generalidad” de la crisis no llega a abarcar a la América española, sino más bien lo contrario, dando pie al juego de contracoyunturas que propone. Excusa, porque las líneas argumentales que elige para llegar a sus conclusiones en torno a la crisis le dan la oportunidad de precisar posturas sobre muy variados temas, reunir sintetizados sus principales escritos de los últimos quince años sobre la historia hispanoamericana y desparramar indicios que nos permitan hacernos una idea de su concepción de la historia y del oficio del historiador.

Un ejemplo de esto último estaría dado por el uso del término “refeudalización” para identificar “un esfuerzo de la presión de los señores sobre las clases subalternas” (p.17) en la Europa occidental del siglo XVII. Otro ejemplo sería su manera de aplicar el término “feudal” para identificar estructuras hispanoamericanas. Las polémicas que ello ha generado creo que nos permiten acercarnos a la manera de pensar de Romano y lo que identificó corno una de sus características básicas en tanto que maestro; inducir a pensar y reformular constantemente los problemas con la intención, si sus consejos van dirigidos a un historiador hispanoamericano, de fomentar la elaboración de modelos interpretativos propios, basados antes que nada, en los hechos de nuestra historia.

Por otra parte, en varias ocasiones Romano ha defendido su derecho a denominar a su antojo las realidades que estudia y lanzado diatribas furibundas contra la existencia “de monopolios de la palabra” (en este texto el lema aparece en la p. 160 y en torno al uso de la palabra “feudal”'). Si aceptamos el juego, en tanto nos diga qué quiero decir con los términos que emplea, ello no debería molestarnos. Por otra parte, esta tendencia de Romano a “nombrar” y a definir desde dónde nos habla tiene por resultado que sus textos sean extremadamente claros (y éste no escapa a la regla), ya que cualquiera sea el tema abordado, va precedido de una explicitación del punto de vista adoptado y precisiones en torno a la terminología empleada. Sigamos con sus pareceres, es innegable la utilidad que ello reporta a la lectura y ala comprensión de lo que el autor quiere decir directa o indirectamente.

De modo mas general, Romano parece explicar esta manera de actuar cuando escribía en 1983: “creo que un intelectual debe contribuir a la realización de tomas de 3 Por ejemplo, en su artículo “Algunas consideraciones sobre los problemas del comercio en Hispanoamérica durante la época colonial”, publicado en el nº 1, 3ª serie, 1º semestre de 1989 de este Boletín (pp. 23-49), centro su análisis en una inversión del punto de vista tradicional, focalizado sobre la llegada del tesoro americano a Europa, para analizar la cuestión desde la perspectiva del “americano que ve partir esos metales preciosos… Salvo rarísimas excepciones este comercio siempre ha sido visto a partir de Europa y en particular de España. Por lo tanto, (Sin embargo, pourtant, en el original en francés), el ángulo de observación elegido puede ser decisivo”.

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conciencia; hacer conocer -en todos los niveles- cuál es el estado de avance del saber y contribuir a ese avance. Todo ello presupone una sola condición: ser libre. Libre en relación al poder, para no transformarse en funcionario del consenso. Pero libre también en relación a la oposición (…). Para mi es claro, evidente, que tanto el intelectual como el artista y todo creador (...) no puede trabajar sino lo hace en la independencia total -muchas veces fuera de los caminos prefijados, de las ideologías de moda- para conducir hasta el fin sus trabajos, sean cuales sean las dificultades a encontrar … Ello le reportará, entre otras cosas, al intelectual -al verdadero- una sólida reputación de tener “mal carácter”. Es una condena pesada de llevar, por la que se pagan a veces precios bastante elevados”4.

Más allá de ello, y como decía más arriba, este es un libro de síntesis y que no puede leerse sólo. O, al menos, no se lo puede leer sin tener presentes otros trabajos de Romano y los ecos que ellos generaron (la mayoría de unos y otros se encuentran mencionados en las notas), pues casi todos los temas que aborda ya fueron analizados de manera más extensa en artículos y libros suyos presentados desde 1962 en adelante. En particular pienso en las “consideraciones'” sobre diversos temas que dio a conocer en los últimos años5, o en las polémicas sobre el uso de los diezmos como fuente (presente en la nota 112, p.83), sobre la historia de precios6 o sobre el feudalismo en Hispanoamérica.

Posiblemente el resultado de una lectura aislada de este libro producirá en el lector el sentimiento de que en algunos temas las conclusiones se precipitan o de que Romano realiza afirmaciones basadas únicamente en su propio peso en tanto que autoridad7. En ese caso aconsejo se recurra a los trabajos aludidos. De todas maneras este ejercicio puede no llevarnos a estar de acuerdo en un todo con Romano, pero estimo que el conocimiento de esos otros textos serán los únicos que permitirán valorar realmente sus conclusiones, fruto de tantos años de reflexión de uno de los grandes historiadores de este siglo y tomar parte, si se desea, en las varias polémicas en las que participa o generó.

FERNANDO JUMAR

Universidad del Comahue

4 Romano, R.: “Encore des illusions”, en Revue Européenne des Sciencies Sociales, Ginebra, Tomo XXI, 1983, nº 64, pp. 14-28, pp. 27-28 (Traducción de FJ) 5 Romano, R.: “Fundamentos del sistema económico colonial”, ponencia presentada al VII Simposio de Historia Económica del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales/ Instituto de Estudios Peruanos, Lima, 25-30 Junio de 1986, 42 págs (mimeo), “Algunas consideraciones sobre los problemas del comercio…” op. cit., “Algunas consideraciones sobre la historia de los precios en la América colonial”; en Jonson, L. y E. Tandelet, (comps), Economías coloniales. Precios y salarios en América Latina, siglo XVIII, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1992, pp 45-80. 6 Véase cap. III y Romano, R.: “Algunas consideraciones sobre la historia de los precios en la América colonial”, op. cit. y en el número 6 de este Boletín (3ª serie, 2do semestre de 1992) en la sección Notas y Debates, “Una polémica sobre la historia de los precios en el Buenos Aires virreinal”. 7 Como por ejemplo cuadno afirma: “Aquí, en el contexto americano, no hay feudalismo centralizado, lo que no significa la liquidación total del sistema feudal no centralizado, mismo que, con diferentes intensidades, siempre fue característico de la vida colonial americana” (p. 167). Para mayores datos sobre los estudios que lo llevan a realizar esta afirmación, véase de su autoría: “Acerca de la ‘oferta ilimitada’ de tierras: a propósito de América cantral y Meridional” en: Flores Galindo, A y O. Plaza (eds): Haciendas y Plantaciones en Perú, Lima, Cuadernos del Taller de investigación, 1975, pp. 1-7 (mimeo). “American Feudalism”, en Hispanic American Historical Review, 64 (I), 1984, pp. 131-134. “Entre encomienda castellana y encomienda indiana: una vez más el problema del feudalismo americano (siglos XVI-XVII), en Anuario del IHES, Tandil, 1988, pp. 11-39.

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Malcom Deas, DEL PODER Y LA GRAMÁTICA Y OTROS ENSAYOS SOBRE HISTORIA, POLÍTICA Y LITERATURA COLOMBIANA, Bogotá, Tercer Mundo Editores, 1993, 346 páginas. El autor recopila en este libro una serie de ensayos y artículos, la mayoría ya publicados en distintas revistas especializadas y libros dispersos. La variedad de temas tratados es muy amplia, desde análisis financieros hasta críticas literarias. También la extensión y profundidad de los mismos es disímil: algunos son sólo artículos en los que se rememora algún personaje o donde el autor analiza la realidad colombiana contemporánea. Sin embargo, todos reflejan una erudición muy importante. Aunque, cronológicamente los trabajos abarcan todo el período de la historia colombiana posterior a la ruptura de la gran Colombia: el mayor énfasis está puesto en las últimas décadas del siglo XIX. Son de lectura amena, con anécdotas y excelentes descripciones de época. Lo siguiente es un breve comentario a los principales artículos de l libro: En Miguel Antonio Caro y amigos; gramática y poder en Colombia el autor llama la atención sobre el afán académico por la lengua y la gramática de los círculos políticos colombianos y el ejercicio del poder durante la hegemonía conservadora (1885-1930). Para encontrar la relación que vincule ambos fenómenos rastrea, por una parte, el componente ideológico-pedagógico que siempre ha tenido la política colombiana. Concluyendo que “el interés radicaba en que la lengua permitía la conexión con el pasado español, lo que definía la clase de república que estos humanistas querían” (p. 47). Los círculos políticos conservadoras insistían en una continuidad histórica: defendían la independencia pero nunca pudieron lo que España había hecho en América. Por otra parte, el autor intenta buscar una explicación que relacione las fuentes de poder de este grupo de políticos que establecieron su hegemonía desde 1885, pero advierte la falta de investigación sobre el tema. Rastreando el origen de algunas de estas figuras prominentes, interpreta que Caro era “representando de cierta clase que tiene su existencia en el gobierno, no en ningún sector o faceta particular de la economía” (p. 42). Aunque acepta como hipótesis posible la autonomía gramsciana para los intelectuales, aclara que una explicación más a fondo del fenómeno demandaría un examen minucioso de la estructura del país. Tal vez, valdría la pena haberse planteado otras hipótesis no excluyentes, que se advierten en algunas de las citas: la propia valoración de los intelectuales para el ejercicio del poder frente a otras fuentes de estatus social como la riqueza (“Es el bien hablar una de las más claras señales de la gente culta y bien nacida, y condición indispensable de cuantos aspiren a utilizar en pro de sus semejantes, por medio de la palabra o de la escritura, los talentos con que la naturaleza los ha favorecido…”R. J. Cuervo cit. en p. 38) y la función del correcto uso da la lengua y de la gramática como diferenciador social (“Nadie revoca a duda que en materia de lenguaje jamás puede el vulgo disputar la preeminencia a las personas cultas...”R. J. Cuervo cit. en p. 40). Los problemas fiscales en Colombia durante el siglo XIX y Pobreza, guerra civil y política: Ricardo Gaitán Obeso y su campaña en el río Magdalena en Colombia 1885, tienen en común el interés del autor por el desorden político y las guerras civiles colombianas. El primero analiza la relación entre la fortaleza de recursos de un gobierno y su posibilidad de mantenerse en el poder. Es muy interesante la observación que hace sobre la poca investigación que se ha hecho de las finanzas públicas en Latinoamérica, dada la trascendencia del tema. El autor afirma la pobreza crónica del Estado colombiano. La razón de esta escasez de recursos, será entonces el objetivo del ensayo, a través de un muestreo de las distintas fuentes de ingresos, sus posibilidades y

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limitaciones. Como lo aclara el propio autor es un trabajo poco cuantitativo, ya que quiso poner el énfasis sobre la calidad general de la situación del gobierno. También el matiz de una época a otra ha sido sacrificado para dar mayor claridad al panorama general. El autor concluye finalmente que no fue proteccionismo, ni ningún nuevo arbitrio, ni el papel moneda ni ningún cuello de botella súbitamente ampliado lo que aumentó los ingresos del gobierno a un nivel aceptable, sino el aumento gradual de las exportaciones: y que un gobierno central con medios suficientes tardó bastante en llegar. Dado que este es un ensayo fundamentalmente cualitativo y con una finalidad expresa de relacionar la pobreza del Estado con su capacidad para ni mantenerse en el poder, hubiera sido interesante que los datos económicos dialogaran más con los políticos, comparando, por ejemplo las distintas situaciones fiscales de los gobiernos con la situación reinante en cada período. En especial con las diferentes revueltas y guerras civiles ocurridas a lo largo de todo el siglo: cómo afectaron dichas guerras a las economías regionales y a las propias finanzas del gobierno colombiano (puesto que no siempre tienen el impacto negativo que se supone) y viceversa. Es justamente en el segundo de estos dos artículos de donde el autor que, al hacer el balance de la guerra y aunque parezca paradójico a un gobierno con crisis fiscal la guerra lo salva. La solución llevada a cabo Núñez fue la regeneración: una nueva constitución centralizada con sufragio limitado. Sin embargo dos guerras civiles mas demostraron que, según el autor, sin mayor prosperidad el fantasma de las revoluciones so iba a desaparecer. El autor hace así nuevamente hincapié en los factores económicos. En dicho trabajo, el autor se propone, a través del estudio específico de una campaña, encontrar elementos que permitan responder a algunas preguntas claves sobre las guerras civiles colombianas: fueron realmente movimientos de masas, cuántos comenzaban y cómo se involucraban otros después, eran producto de la debilidad del gobierno o de la fortaleza de la oposición, etc. Aunque esta campaña fue uno de los hechos militares centrales, no es la intención de Deas hacer una historia total de la guerra. Pero sí considera necesario ubicar la campaña con el contexto histórico nacional y mundial y por allí comienza su análisis. En el relato específico de la campaña hay importantes observaciones con respecto a cómo comenzó y a las formas de financiamiento de la mismas. El autor afirma: “Es así como tres personas iniciaron lo que llegaría a ser una destructiva campaña de ocho meses” p. 135). Hubiera sido interesante analizar también las distintas conexiones con otros alzamientos dentro de la misma guerra civil: si hubo contactos previos o si fueron alzamientos aislados que más tarde se enlazarían, así como cuáles eran las motivaciones que los propios protagonistas tenían Finalmente, el autor infiere que: “en el siglo XIX, frecuentemente las revoluciones se debían más al hecho de que el partido en oposición no podía evitarlas, por tener también un escaso control sobre sus propios elementos” (p. 156). La crisis también afecta a la oposición atomizándola y sumado el descontento local es fácil concluir que algún cabecilla tarde o temprano lo aprovecharía. Esto también leerse como que ningún grupo podía hegemonizar el poder suficiente para controlar todas las fuerzas existentes en Colombia, sin descuidar la hipótesis de que estas guerras civiles son también parte de las luchas por conformar el Estado colombiano. También hubiera sido relevante investigar con mayor detalle cuál era la relación de Gaitán Obeso con su propio partido, sobre todo al comenzar la campaña, aunque si hay algunas observaciones al respecto en torno a la finalización del conflicto: “Desde el punto de vista político la campaña radical fue un paso desastroso, aunque se podría sostener que Gaitán no hizo más que multiplicar los errores de Hernández y sus amigos... Esa gente fue menos efectiva y más dispuesta que él a llegar a un acuerdo. Gaitán hizo inevitable

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que la guerra se extendiera ampliamente...” (p. 155). En todo el relato del juicio llevado a cabo con el mismo la discusión se centra en si era o no una figura popular, fue un rufián o un héroe romántico, pero no hay demasiados indicios acerca de su inserción en el partido liberal radical. A través de la presencia de la política nacional en la vida provinciana, pueblerina y rural de Colombia en el primer siglo de la república y Algunas notas sobre la historia del caciquismo en Colombia, Deas se propone marcar, dentro de la evolución del sistema político colombiano, dos de sus características más relevantes: la politización de los ámbitos rurales y el caciquismo. Como afirma en el segundo de estos trabajos, el número de experimentos constitucionales fue muy grande y las diferencias climáticas, económicas y culturales de las distintas regiones hacen de Colombia un caso de estudio del caciquismo ideal. “Colombia todavía hoy, no es una república dominada por una sola región, y mucho menos lo fue en el siglo pasado. Durante las guerras de independencia había comenzado a vivir bajo una exagerada experiencia federal, la Patria Boba, y los compromisos regionales fueron durante mucho tiempo fundamentales para el mantenimiento de la paz y unidad nacionales” (p. 207). El ensayo es muy rico en descripciones de época de caciques, en sus formas de operar y negociar. La pervivencia de estos personajes hasta la actualidad, a pesar de los intentos hechos por los dos partidos mayoritarios de encauzar los reclamos regionales por otros medios, es visto por el autor como una herencia política difícil de erradicar. Por ello, es de lamentar la poca importancia que el autor da al tema del federalismo, aunque fuera considerándolo como indicador de fenómenos mas profundos, dado que él mismo reconoce que estas tendencias perdurarán largo tiempo: “Todavía existen poderosas y naturales fuerzas federalistas, Núñez, el Regenerador, había querido pulverizar los antiguos estados soberanos … pero las fuerzas locales fueron demasiado vigorosas para él, como lo fueron también para el presidente Reves: todavía le era difícil al gobierno eliminar o reemplazar un gobernador sólidamente establecido o un gran cacique...” (p. 220-221). Como afirma en el primero de estos artículos, términos como caciquismo o clientelismo no explican todo el fenómeno de la politización de los ámbitos rurales. Por lo cual propone reflexionar acerca de la existencia de una política nacional además de la local inmediata, evidenciada en relatos de viajeros y en la dispersión de pies de imprenta de proclamas y folletos etc. Releva, entonces, la presencia de lo nacional a través de la aparición del Estado en diferentes aspectos. También hay que tener en cuenta, dice, los medios de comunicación, como posibilidad para el intercambio de noticias y la formación de una conciencia nacional. Otros dos elementos que analiza son los acontecimientos, que son noticia en todas partes y los héroes: ambos son considerados como politizadores de los colombianos. De sus preguntas, queda sin respuesta, advierte, qué se sabe acerca de la politización de los analfabetos. Plantea como hipótesis posible una relación entre mestización y politización, pero critica a su vez, la falta de interés de antropólogos y sociólogos sobre la cuestión. En este ensayo surge como concepto base la existencia previa de la nación colombiana. Al comienzo del trabajo, el autor se plantea la posibilidad de la existencia de la nación sin una economía nacional, a lo que responde: “Dos conclusiones se me ocurren: o bien la economía nacional existía o había una política nacional anterior a la economía nacional, píldora desagradable para los regionalistas a ultranza y también para los marxistas vulgares” (p. 176). Dejando de lado la temática económica, el lector podría dudar acerca de si la nación colombiana surge en forma espontánea e inequívoca, con el desmembramiento de la Gran Colombia, y postular la hipótesis contraria de que la nación se irá conformando a lo largo de gran parte del siglo. Sí es indudable que existían sentimientos de unidad nacional, paralelamente a los regionalistas e incluso a

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los separatistas. De allí que sería más ajustado inferir que la propagación de noticias o la fama alcanzada por algún personaje, etc., ayudaron a conformar una conciencia nacional: proceso necesariamente paralelo a la formación misma de la nación. Los ensayos están plagados de preguntas inteligentes, que plantean relaciones o hipótesis siempre respondidas en los mismos. Estas preguntas no sólo son un buen ejercicio intelectual, sino que pueden servir como dice el propio autor, no son definitivos y por tanto podrían ser reescritos a la luz de nuevos hallazgos. Incluso, algunos de ellos parecen estar más destinados a llamar la atención sobre una problemática que a cerrarla.

LILIANA RONCATI

Instituto de Historia Argentina y Americana "Dr. E. Ravignani” Benedict anderson, COMUNIDADES IMAGINADAS, REFLEXIONES SOBRE EL ORIGEN Y LA DISFUSIÓN DEL NACIONALISMO, México, Fondo de Cultura Económica, 1993 [Primera edición inglesa: Benedict anderson, Imagined Communities, Londres, Verso, 1983]

El libro de Benedict Anderson, editado en Londres hace diez años y que acaba de aparecer en versión castellana, integra un conjunto de obras que renovaron el interés por el tema del nacionalismo en los últimos veinticinco años. Fue objetivo de su autor, según lo explica en la Introducción superar la calidad de “anomalía” que el nacionalismo posee en el enfoque del marxismo y del liberalismo, mediante lo que llama un giro copernicano en la cuestión. Este propósito revolucionario lo expresará en su tesis de considerar a las naciones como comunidades constituidas en el nivel del imaginario colectivo. Más precisamente, su punto de partida es que la nacionalidad y el nacionalismo son artefactos culturales de una naturaleza peculiar: creados hacia el fin del siglo XVIII, como destilación espontánea de un entrecruzamiento complejo de fuerzas históricas, a partir de allí habrían devenido “modulares”, es decir, capaces de ser transplantados a diversos terrenos sociales y con intensidades diversas.

Anderson nos entrega así una aproximación al problema de la formación de las naciones modernas que posee el interés de señalar la historicidad del fenómeno y de vincular esa historicidad a conceptos en boga en la historiografía reciente, como los de invención e imaginario. Pero por una parte, practica una injustificable ligereza en el manejo de los datos que unida a la tendencia a fáciles generalizaciones produce resultados tan inexplicables como los que comentamos más abajo. Por otra, aspectos centrales de su tesis podrían considerarse reformulaciones de los que, si bien con expresa adhesión al sentimiento nacional, había sido ya señalado por Ernesto Renán en su clásico “¿Qué es una nación?” (1887): “…la nación moderna es un resultado histórico provocado por una serie de hechos que convergen en un mismo sentido” o: “las naciones no son eternas. Han tenido un comienzo y tendrán un fin”.

Anderson critica a Ernest Gellner, autor del también ya clásico libro Nations and Nationalism (1983), porque en su esfuerzo por desenmascarar al nacionalismo, al concebir a la nación como “invento”, asimila el concepto “invención” a “fabricación” y “falsedad”, más que a “imaginación” y “creación”. Y en una toma del toro por las astas,

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que ha constituido el aspecto más atractivo de su trabajo, afirma que “todas las comunidades mayores que las aldeas primordiales de contacto directo (y quizás incluso éstas) son imaginadas. Y añade que ellas “no deben distinguirse por su falsedad o legitimidad, sino por el estilo con el que son imaginadas”.

Pero el esquematismo con que maneja luego de diversos aspectos que concluyen en las génesis de las naciones opaca, si no invalida, el valor del hallazgo conceptual. Según Anderson, la nación se hizo posible por un conjunto de factores convergentes: el declive de las lenguas que consideraban las únicas vías de acceso a la “verdad ontológica”, la desaparición de la “creencia de que la sociedad estaba naturalmente organizada alrededor y bajo centros elevados” como los monarcas que gobernaban bajo lo que se creía alguna forma de favor divino, y el fin de una concepción de la temporalidad en la que cosmología e historia eran distinguibles y el origen del mundo y del hombre eran “idénticos en esencia”. La declinación de estas certezas –que, sostiene, arraigaban las vidas humanas a la naturaleza de las cosas y daban cierto sentido a las fatalidades de la existencia cotidiana-, bajo el efecto del cambio económico, los descubrimientos geográficos, y la velocidad creciente de las comunicaciones, introdujo una cuña dura entre la cosmología y la historia, e impulsó a buscar “una nueva forma de unión de la comunidad, el poder y el tiempo, dotada de sentido”, proceso en el que influyó en mayor medida el desarrollo del “capitalismo impreso” (“printecapitalism” en el original en lengua inglesa).

Este último concepto, casi una caricatura de un complejo fenómeno como la invención y expansión de la imprenta, que Anderson utiliza repetidamente en diversos lugares del libro, es revelador de una de sus mayores debilidades, la tendencia a construir explicaciones globales con escasa fundamentación. Así, en uno de los tantos párrafos en que convergen estos rasgos, afirma que “lo que, en un sentido positivo, hizo imaginables a las comunidades nuevas era una interacción semifortuita, pero explosiva, entre un sistema de producción y relaciones productivas (el capitalismo), una tecnología de las comunicaciones (la imprenta) y la fatalidad de la diversidad lingüística humana”. Sustancialmente, esa convergencia del capitalismo y de la tecnología impresa “hizo posible una nueva forma de comunidad imaginada, que en su morfología básica preparó el escenario para la nación moderna”. Pero como enseguida advierte que las naciones hispanoamericanas, o las de familia anglosajona, comparten una lengua común, orilla el problema, que compromete gran parte de su esquema interpretativo por el sencillo procedimiento de declararlo objeto de ulterior investigación. De manera, que en una serie de capítulos dedicados a distintos casos históricos, el libro acumula información de dispar valor y tanto cae en insólitos esquematismos como cautiva al lector con atractivas interpretaciones -ampliadas ahora por los dos nuevos capítulos que incluye esta edición-, respecto de temas como el papel de la imprenta, la política de diversos estados hacia grupos no homogéneos culturalmente, o la importancia de del “censo, el mapa y el museo”, en la eclosión d las comunidades imaginadas. Pero en general, posiblemente con excepción del material referido a la historia del sudeste asiático –región en la que se especializa el autor- los fundamentos de su análisis resultan por demás endebles, característica a la que no escapa la ligereza con que se ocupa de la historia latinoamericana. Su tratamiento de la misma – dada la confusión del autor, en la Introducción, de su escaso conocimiento del tema- llega al absurdo al pretender explicar la formación de las comunidades imaginadas que habrían correspondido a las posteriores naciones hispanoamericanas, por el “peregrinaje” de los funcionarios criollos y la función de los editores de periódicos criollos provinciales. En este tipo de argumentación no sólo reduce fenómenos históricos tan complejos a

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algunos pocos elementos que lo cautivaron por haber sido utilizados atrayentes trabajos monográficos de otros autores, sino que además supone que la Independencia advino como expresión de nacionalidades ya formadas en el período colonial. De manera que cuando toma nota del papel de la imprenta y los periódicos, que los que los criollos se autocalificaban de americanos, y no de mexicanos, venezolanos o argentinos, sortea nuevamente la dificultad por el procedimiento de declararla fruto de una ambivalencia en el primer nacionalismo hispanoamericano, su alternancia de perspectiva amplia americana y de localismo. No advierte así que en esa conjunción de americanismo y localismo, lo que falta es precisamente el nacionalismo correspondiente a las naciones que surgirían luego, nacionalismo que en realidad fue mucho tardío, en la medida que su aparición es fruto y no causa del proceso de la Independencia.

En síntesis, respecto de la historia hispanoamericana, Anderson esboza una interpretación del proceso de la Independencia que lo muestra todavía apresado en la perspectiva abierta por el Romanticismo y criticada por la historiografía reciente, de que las naciones derivan de nacionalidades preexistentes, perspectiva que hace que su atención se dirija a la génesis de los factores que durante los siglos XVI a XVIII habrían confluido en la forma de nacionalidades, deformando con esta presunción anacrónica el sentido de los mismos. En este cometido, se le escapa además que los iberoamericanos que intentaban organizar Estados nacionales, desde comienzos de las Independencias y antes del Romanticismo, ignoraban el concepto de nacionalidad y justificaban su aparición en términos racionales, contractualistas, al estilo de la cultura de la Ilustración.

Por otra parte, el tipo de análisis realizado por el autor descuida factores tan decisivos como la necesidad de reemplazar la legitimidad política de las monarquías en declive por una nueva forma de legitimidad que, al mismo tiempo, fuese capaz de concitar la adhesión afectiva de una población. A fin de cuentas, el fenómeno de la nación es también de fundamental carácter político, y esto reclama no excluir explicaciones de similar naturaleza que, junto a factores de otro orden, den cuenta de la fisonomía con que se gestó desde fines del XVIII y, además, de la variedad de formas que adquirió (EE.UU., Francia, Inglaterra, etc.). La intención de resolver el problema de la génesis de la nación a partir de datos apresuradamente seleccionados de todo el orbe y todo tiempo, es la mayor debilidad, al par quizás que su no menor atractivo para una lectura rápida, del trabajo que comentamos.

JOSÉ CARLOS CHIARAMONTE

Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”

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Luis Alberto Romero, BREVE HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE LA ARGENTINA, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 1994, 414 páginas.

La historia argentina contemporánea constituye un campo problemático en el interior de las ciencias sociales. No más conflictivo tal vez que muchos otros en este momento de reformulación de perspectivas metodológicas, pero portador sin dudas de interrogantes específicos.

Entre esos interrogantes me interesa recuperar para esta nota el que plantea la relevancia cada vez mayor acordada al conjunto de cuestiones que se vincula con la problemática interdisciplinaria. La pregunta girará en este caso en torno a la validez, legitimidad conveniencia, oportunidad, de ese tipo de enfoques en el campo de la historia reciente.

Hay quienes consideran que los límites entre las disciplinas sociales se han ido progresivamente diluyendo, no sólo en cuanto a las temáticas legítimamente a cargo de cada una de ellas, sino incluso en lo relacionado con abordajes conceptuales y metodológicos. Cuando se sale de los encuadramientos disciplinarios y se ingresa en campos de conocimiento complejos, aptos para recibir los aportes provenientes de diferentes enfoques, es relativamente fácil reconocer enriquecimientos recíprocos y una fecundidad todavía embrionaria.

El desarrollo contemporáneo de la sociedad argentina se ubica mi criterio en uno de esos casos, abordados desde diferentes disciplinas, continuamente enriquecidos y fuertemente deudores de la producción de historiadores, sociólogos, politólogos, economistas, filósofos, estudiosos de las diferentes vertientes culturales. Por su parte, la sociología y la ciencia política han abierto considerablemente su espacio de reflexión incorporando la perspectiva diacrónica, la preocupación por los procesos, la idea de construcción histórica de identidades y relaciones sociales.

La preocupación por discernir lo específicamente histórico dentro de esa multiplicidad de lecturas sigue sin embargo vigente y puede ser considerado sin duda como un objeto de la reflexión teórica y metodológica.

Tal reflexión se vuelve imperativa cuando un historiador se plantea buscar en ese complejo y heterogéneo conjunto, resultante de la indagación de los hechos, fenómenos, procesos sociales referidos a la sociedad argentina contemporánea, para recuperar desde el pasado las respuestas más adecuadas a los interrogantes que le plantea el presente. Ese es el propósito que reconoce Luis Alberto Romero para su libro. Un libro –en sus propios términos- guiado por preguntas, que sería a la vez un trabajo de historiador profesional y una reflexión personal sobre el presente.

Independientemente de las motivaciones que su autor reconoce, este libro viene a ocupar un vacío significativo en la producción historiográfica argentina. Su contenido puede pensarse en términos sólo aparentemente modestos, como un manual dedicado a la enseñanza, una herramienta para facilitar el conocimiento de nuestro pasado tanto a los más jóvenes, como a los no especialistas. O puede también plantearse como un intento de síntesis, una lectura integradora, una perspectiva de largo plazo, apta para estimular el debate en el interior del campo profesional. En cualquiera de estas vertientes, el libro de Romero se introduce en un camino escasamente explorado, y luego de haber constituido seguramente un desafío para su autor vuelve a proponerlo a cada uno de sus lectores.

La primera reflexión que quiero plantear en ese carácter se vincula al riesgo implícito en la intención de reconstruir el pasado a partir de los interrogantes del presente. Riesgo de distorsión, de sesgo, de antinomia, de reduccionismo, que ha baldado buena parte de la producción historiográfica argentina. Vale la pena subrayar

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que esa posibilidad ha sido cuidadosamente evitada en este libro. Es aquí, a mi juicio, donde la práctica del oficio de historiador, que el autor sin duda domina, permite una lectura del pasado no contaminada por una imagen de futuro que el texto no explicita pero su lectura finalmente trasmite.

Un segundo espacio problematizable es la delimitación que el historiador produce de su objeto de trabajo. En este caso la narración se orienta en el interior de una consistencia de abordaje de una problemática que podría caracterizarse como político-cultural, integrado con fluidez la cuestión de régimen político, el problema de las identidades socioculturales y los enfoques más específicos de la historia social. En este último registro se incorporan las referencias a la evaluación económica, integrada a partir de la intervención del Estado y la conformación y actividad de diferentes grupos de interés. El texto logra una reconstrucción sistemática del problema histórico, expresada en un estilo ágil y ameno, capaz de ir y venir con soltura entre diferentes tópicos sin traicionar la lógica narrativa, puntuada por imágenes de corte periodístico que seguramente lo harán más accesible a los no iniciados.

En tercer lugar, sería necesario dar cuenta del problema de periodización. El primer capítulo tiene por título “1916”. En este caso el mensaje, asociado a los anticipos del prefacio, puede descifrarse utilizando una clave centrada en lo político. Es posible imaginar que esa fecha, dotada por un simbolismo por demás expresivo, recupera la promesa de una sociedad democrática que en ese momento comenzaría a gestarse. La audacia en la reconstrucción no llega, sin embargo, a obviar los condicionamientos generados en las últimas décadas del siglo XIX. Ese mismo capítulo los presenta en forma retrospectiva otorgando, de ese modo, unidad narrativa al período que se cierra en 1930.

La titulación de los capítulos siguientes recorre caminos más o menos trillados: los gobiernos radicales, la restauración conservadora, el gobierno de Perón, poco expresan en torno a la dinámica histórica que se procura construir. El referente a la “restauración conservadora” ubicaría a los años treinta en un registro historiográfico asociado a la visión oscura y a menudo simplificadora de una “década infame”. No es esa sin embargo la línea argumental predominante. Romero rescata en su síntesis los elementos innovadores que permiten leer esos años como una etapa de apertura de opciones de futuro más que como ciega reimplantación de los poderes del pasado.

El título de los dos siguientes capítulos abre la perspectiva sociopolítica de procesos de mediano plazo, aunque la referencia al “empate” privilegie un enfoque analítico y la alternativa “dependencia o liberación” recupere una de las encrucijadas históricas del debate político. A continuación el capítulo referido al “proceso”, y luego un título por demás sugerente en la obra de quien se reconoce preocupado por dilemas del presente: “El impulso y su freno, 1983-1993”.

Podría decirse a este respecto que la periodización incorporado por Romero es excesivamente dependiente de la producción de base sobre la que organiza su obra, con predominio de estudios históricos hasta mediados de siglo, luego fuertemente influenciada por trabajos de corte sociológico o sociopolítico. Por otra parte, la bibliografía que el libro incorpora es también un aporte importante al conocimiento del período. El autor reconoce que, como toda selección, está orientada por una valoración de interés o pertinencia. Además de ese criterio, el listado refleja una cuidadosa búsqueda de lo producido y una pauta de incorporación pluralista, en condiciones de incorporar diferentes enfoques y disciplinas abocadas al estudio de la sociedad argentina del siglo XX.

A partir de esa reconstrucción, cada uno de los lectores de la obra confrontará seguramente las opciones del autor con las propias. Una alternativa posible –presento

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una opinión en materia decididamente opinable- podía haber sido otorgar mayor presencia a los procesos de mediano plazo, caracterizado en función de “estilo de desarrollo” o “régimen social de acumulación”. Romero reconoce en los años treinta la presencia de “un mundo distinto, que requería de una política económica nueva e imaginativa”. No recupera sin embargo esa misma posibilidad en la encrucijada de los ochenta, no la incorpora como dato al análisis del “impulso y su freno”, no especula en torno a la compleja articulación de lo económico y político cuando ambos niveles se encuentran en proceso de reformulación. Es en este tipo de problemas donde la perspectiva multidisciplinaria es enriquecedora, tal vez no para la historia, pero sí para el historiador preocupado por el presente.

SUSANA BELMARTINO Facultad de Humanidades y Artes Universidad Nacional de Rosario

Celia Szusterman, FRONDIZI AND THE POLITICS OF DEVELOPMENTALISM IN ARGENTINA, 1955-1962, Londres, Macmillan, 1993.

El “desarrollismo”: irrumpió en la vida política argentina después de la caída de

Perón y estuvo en el poder entre 1953 y 1962, constituyendo quizás el experimento político más fascinante y complejo de las últimas décadas en el país. Encabezado por Arturo Frondizi, a quien se llegó a considerar el presidente más brillante de la Argentina en este siglo, este gobierno estuvo jalonado por indiscutibles realizaciones de índole económica. Sin embargo, sus errores políticos culminaron con su traumático y recordado derrocamiento.

Este libro examina la trayectoria de este movimiento tan singular entre sus orígenes y el golpe militar de marzo de 1962 que lo expulsó del poder. Sus tres primeros capítulos analizan las circunstancias que rodearon su surgimiento, poniendo énfasis en la crisis interna de la Unión Cívica Radical, una de las vertientes principales de donde provenían muchos “desarrollistas”. Los capítulos VI y V tratan la evolución ideológica y la implementación del programa económico del desarrollismo. En tres capítulos posteriores la autora estudia las relaciones de Frondizi con los partidos políticos y los condicionamientos que le impidieron alcanzar sus objetivos, la legalidad y la paz social. El capítulo final trata las elecciones de Marzo de 1962 y la caída de Frondizi, tras los cuales el “desarrollismo” quedó muy desacreditado y en pocos años pasó a ser una fuerza política minoritaria en el país.

La obra es la historia integral más acabada de un fenómeno político cuyo fracaso dio lugar a muchos conflictos posteriores en la Argentina. Se basa en documentación del Departamento de Estado y el Foreign Office británico, en las principales publicaciones periódicas de la época, en diarios y semanarios “desarrollistas” que en algunos casos son difíciles de hallar, en entrevistas con protagonistas y testigos clave de los acontecimientos y mucha bibliografía secundaria relevante. De entrada, sin embargo, sorprende que la autora no haya consultado documentos perfectamente accesibles del archivo de Frondizi, del Banco de Inglaterra

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referidos a la Argentina, y algunas obras generales de referencia muy útiles como las de Wynia (l978) y Sikkink (1991).

En efecto, el archivo Frondizi conserva una vasta documentación bastante bien catalogada que hace unos cuantos años está a disposición de los investigadores. En el archivo del Banco se conservan minuciosas y reveladoras minutas de sus funcionarios sobre los aciertos y errores políticos de política económica del “desarrollismo”. Pese al tiempo transcurrido de su publicación, la obra de Wynia sobre la política económica argentina del período 1946-1973 sigue estando vigente. En tanto, la de Sikkink aporta una novedosa perspectiva comparada sobre el “desarrollismo” en la Argentina y Brasil, así como información empírica e interpretaciones convincentes sobre las causas del fracaso del caso argentino que la autora podría haber corroborado o debatido.

En los capítulos referidos a la etapa formativa del “desarrollismo” hay aciertos y significativas omisiones analíticas bibliográficas. Sobre los primeros cabe señalar su convincente conclusión de que la Revolución Libertadora no significó una restauración liberal, que el pacto Perón-Frondizi ejemplificó las dudosas tácticas que contribuyeron al colapso de del gobierno “desarrollista” y su análisis de los problemas que impidieron la total normalización de las relaciones argentino-norteamericanas. Por otra parte, Szusterman atribuye las ausencias de una política de desestatización y desregulación totales de la economía durante el período 1957-1958 al carácter provisional del gobierno de Aramburu. De ese modo ignora el hecho de que los conflictos entre funcionarios “liberales” o “intervencionistas” en el seno de dicho gobierno y el rechazo casi generalizado de la población también impidieron la adopción de tales medidas. A su vez, el análisis de la situación del radicalismo y el peronismo durante estos años podría haber generado profundidad consultando los valiosos trabajos de Gallo (1983), James (1988) y Gillespie (1989).

El capítulo sobre la evolución ideológica del “desarrollismo” es uno de los mejores, sobre todo porque ahonda en la controvertida personalidad, formación intelectual y el accionar político de Rogelio Frigerio. Una sección muy interesante del referido a la política económica “desarrollista” trata el funcionamiento de la Secretaría de Relaciones Socioeconómica de la Presidencia que estuvo a cargo de Frigerio, subrayando acertadamente sus cuestionables procedimientos y sus logros no fueron tan espectaculares. Sin embargo, este análisis de la política económica pasa por alto la gestión de Roberto T. Aleman en la cartera de Economía en 196l -1962, durante la cual trató de reducir el gasto público, redefinir el papel del Estado en la economía nacional; y asegurar el financiamiento del modelo “desarrollista” mejorando las relaciones de la Argentina con la banca privada internacional, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. Además, pese a que los documentos del Foreign Office y el Banco de Inglaterra sugieren lo contrario, afirma que los “desarrollista” se aseguraron la buena voluntad de los inversores extranjeros, de sus gobiernos, y de los organismos internacionales (p. 30).

En el capítulo referido a las relaciones de Frondizi con los demás partidos se analiza muy bien el ascenso e influencia del “integracionismo” en el gobierno de Frondizi. Sin embargo, no se tratan debidamente los vitales lazos con la Unión Cívica Radical del Pueblo y los neoperonistas organizados por algunos dirigentes peronistas locales para mantener vivas banderas partidarias y ganar cierta participación y legitimidad política durante el exilio de Perón. Con relación a los vínculos con el neoperonismo, cabe señalar que fueron un componente principal de la política “integracionista” del “desarrollismo”.

El marco externo, sobre todo la relación con diversos actores sociales, también condicionó los planes de Frondizi. Por eso la autora le dedica el capítulo VIII, poniendo

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énfasis en los lazos del “desarrollismo” con los intelectuales, los empresarios, el movimiento obrero y las Fuerzas Armadas. Sin embargo, por momentos su análisis es basare incompleto. En el caso de los intelectuales, examina muy bien el grupo que editó Contorno en los años cincuenta. Empero, deja de lado a Jauretche, Scalabrini Ortiz y a la “Izquierda Nacional”, quienes vieron en el “desarrollismo” una alternativa nacional válida y luego se desilusionaron, y no parece haber captado el fermento intelectual de aquellos años que analizaron Galazo (1986) y Terán (199l).

El análisis de la relación con los empresarios es demasiado escueto. Podría haber ampliado su tratamiento de los vínculos con la Sociedad Rural Argentina, que lideró la oposición del sector agropecuario al programa “desarrollista” inicial, cuando menos en base a las importantes obras de Cúneo (1967) y Palomino (1988). Queda pendiente el análisis de las causas de la falta de apoyo de la Unión Industrial Argentina (UIA) al genuino desarrollo industrial que proponía el “desarrollismo”, en las cuales incursionaron Schvarzer (1991) y Skkink. Por último, tampoco aclaran las diferencias entre la UIA y la Confederación General Económica (CGE), otra asociación de empresarios industriales que tuvo lazos más fuídos con los “desarrollistas”. Con respecto a los vínculos de Frondizi con las Fuerzas Armadas, presta especial atención al problema planteado por la revolución cubana como factor detonante en dicha relación y concluye que éste no recibió el gobierno tan condicionado como siempre se dijo y que su fracaso se debió a errores personales que podía haber evitado.

El último capítulo del libro examina las elecciones de marzo de 1962 y el derrocamiento de Frondizi. Allí la autora ve correctamente una gran dosis de oportunismo político en la decisión de legalizar la participación del peronismo para dichos comicios.

En el Epílogo hay aciertos interpretativos destacables. Por un lado la autora subraya que con sus procedimientos Frondizi y Frigerio abandonaran las reglas mínimas del político y contribuyeron la inestabilidad política posterior a 1955. También atribuye a los “desarrollistas” la responsabilidad de haber desacreditado el sistema político-institucional a tal punto que las nuevas generaciones no creyeron que valía la pena defenderlo y abrazaron la violencia política. Unido a ello, sin embargo, hay importantes omisiones que creemos necesario señalar. Sólo se mencionan al pasar dos hechos salientes en el futuro comportamiento de los “desarrollistas”, su decisivo apoyo al General Onganía y la frustrada “Revolución Argentina” y su posterior incorporación a las coaliciones electorales lideradas por el peronismo.

Por último la aurora ni siquiera menciona la grave crisis económica de 1962-1963 que se desató luego del derrocamiento de Frondizi ni el período clave de autocrítica de los años 1963-1966, cuando muchos “desarrollistas” escribieron obras en las cuales trataron de reivindicar la experiencia que habían vivido.

Pese a estas observaciones, esta obra es importante, entre otros motivos porque aborda una temática acerca de la cual todavía queda mucho por investigar. Sin embargo, queda la sensación de que hubiese mejorado sustancialmente con un poco más de trabajo de investigación y una cuidadosa revisión final.

RAÚL GARCÍA HERAS

Consejo Nacional de Investigaciones Científicas Facultad de Ciencias Económicas, Universidad de Buenos Aires.

Referencias

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Dardo Cúneo, Comportamiento y crisis de la clase empresaria (Buenos Aires, Editorial PLeantar, 1967). Norberto Galazo, J. J. Fernández Arregui: Del peronismo al socialismo (Buenos Aires, Ediciones del Pensamiento Nacional, 1986). Ricardo Gallo, Balbín, Frondizi y la división del radicalismo, 1956-1958 (Buenos Aires, Editorial de Belgrano, 1983). Richard Gillespie, J. W. Cook. El peronismo alternativo (Buenos Aires, Cántaro Editorial, 1989). Daniel James, Resistente and Integration. Peronism and the Argentine Working Class, 1946-1976 (Cambridge, University Press,1988). Mirta L. de Palomino, Tradición y Poder: La Sociedad Rural Argentina, 1955-1983 (Buenos Aires, CISEA/ Grupo Editor Latinoamericano, 1988). Jorge Schvarzer, Empresarios del pasado. La Unión Industrial Argentina (Buenos Aires, CISEA/ Imago Mundi, 1991). Karthryn Sikkink, Idens and Institutions. Developmentalim in Brazil and Argentina (Ithaca, Cornell University Press, 1991, Cornell Studies in Political Economy). Oscar Terán, Nuestros años setentas (Buenos Aires, Puntosur, 1991)

CORRESPONDENCIA

UNA RESPUESTA DE RICARDO SIDICARO Siete errores graves del comentario de L. de Privitellio sobre mi Libro LA MIRADA DESDE ARRIBA. LAS IDEAS DEL DIARIO LA NACIÓN, 1909- l989, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1993.

Luciano de Privitellio (PEHESA, Instituto de Historia Argentina y Americana

Dr. Emilio Ravignani) publicó en el Nº 9, tercera serie, correspondiente al 1er semestre de 1994 del Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravigani” de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires un comentario bibliográfico sobre mi libro “La política mirada desde arriba. Las ideas del diario La Nación, l909- 1989 (Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1993) que encierra una serie de errores graves. En la nota omite decir que se trata de un libro que es el resultado de una investigación sociológica, se subsume el texto dentro de un campo difuso de estudios sobre la prensa y se le busca hacer luego críticas como si fuera un trabajo de historia. Quien lea ese singular comentario sin conocer el libro o haber consultado apenas su contratapa quedará, estoy seguro, con una idea tergiversada sobre la obra. En estas breves reflexiones que desarrollaré a continuación me propongo abordar siete graves errores que contiene dicha comentario, lo que supone referirme a todo lo que en el mismo se afirma sobre mi libro.

Primer error grave: El comentario dice: “La hipótesis general del trabajo es que La Nación asume el rol de explicar la realidad y proponer comportamientos a una clase que a medida que avanzan los años y en virtud de sucesivas crisis, pierde su posición dirigente en la sociedad, para convertirse en una clase dominante que a su vez se quiebra en múltiples grupos de interés a los que denomina “categorías” dominantes.

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Conforme va produciéndose esta atomización, La Nación intenta homogeneizar y difundir visiones y actitudes que resulten compatibles con una matriz ideológica que el autor denomina “liberal-conservadora”. Esto se refuerza por la ausencia de un “partido político, club intelectual o círculo de reflexión” que asume dicha función.” (Privitellio, p. 123)

La hipótesis formulada por Privitellio no corresponde a mi investigación y es una mera simplificación de la articulación conceptual mucho más compleja que propongo en la introducción del libro para presentar las relaciones que serán mi objeto de análisis. Allí digo respecto a las ideas editoriales del diario: “... la coincidencia entre los puntos de determinados sectores y los del diario, o aun el modo de autodefinirse por su proximidad a ellos no permite, como se verá en el desarrollo del análisis de las ocho décadas, caracterizar a La Nación como instrumento ideológico de dichos sectores. Ese tipo de reduccionismo, tan frecuente en visiones simplificadoras de los procesos políticos, ignora la autonomía propia que, en tanto aparatos específicos, poseen los medios de construcción y difusión de ideologías. Es posible imaginar cómo se había desempeñado La Nación si en el curso del período estudiado hubiese existido una clase dirigente compacta y homogénea, capaz de proponer una política coherente para el país. Seguramente habría sido uno de sus voceros periodísticos. Pero tal actor brilló por su ausencia durante muchos años. Así, aun cuando el diario pudo estar más próximo unos intereses que a otros, la compleja rama de los sectores dominantes carentes de unidad aumentó su grado de autonomía con respecto a ellos. Por momentos, el diario fue el defensor de un orden social cuyos actores principales se revelaban incompetentes para llevar adelante iniciativas colectivas de candor más global que las puntuales reivindicaciones corporativas. Frente a esos discursos sectoriales, el elaborado por los editoriales apuntó a un nivel de amplitud y a una vocación comprensiva mucho mayor. Sin embargo, en una escena política corporativizada, sus posiciones, en otros momentos, se hicieron eco de la imposibilidad de generalizar propuestas”. (R. Sidicaro, p. 11).

Este anunciado que encierra varias hipótesis se encontró en el punto de partida de mi investigación y se complementó con otro correspondiente al campo periodístico y al lugar que en el mismo desempeñará La Nación:

“El matutino, al identificarse con los puntos de vista de determinados intereses sociales, no los transmite con el mismo modo de razonar empleado por los sectores directamente concernidos, sino que, en virtud de su posición en el campo de la prensa. los expresa con estilo que le es propio. Agreguemos a esto que el Estado tiene la capacidad para actuar sobre la libertad de prensa, de imponer límites directos o indirectos a lo que se dice y a cómo se dice. Dado si accidentado desarrollo político de las ocho décadas estudiadas, es claro que en muchos momentos de intolerancia oficial los responsables del matutino debían optar entre preservar la tribuna o ser totalmente fieles a la doctrina. (R. Sidicaro, p. 12)

En el desarrollo de la investigación determinados los distintos actores a los cuales el diario dirigió su mensaje y que fueron cambiando junto con el proceso político argentino. Eso se expresa en la conclusión con los siguientes términos:

“Los destinatarios principales de la prédica editorial de La Nación fueron quienes estaban estratégicamente ubicados en las estructuras de poder social, político o económico. No necesariamente esos sujetos ocupaban posiciones en las cumbres, pero tenían, o se suponía que así era, capacidad de intervención en los procesos de toma de decisiones. A ellos el diario les explicaba cual era la mejor manera de plantear y resolver los problemas del país. Esos interlocutores, según los momentos, podían encontrarse en la conducción del Estado, de los partidos políticos de oposición, en altos

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cargos de las fuerzas armadas, en la conducción de entidades corporativas empresarias o sindicales, en la dirección de instituciones culturales o en otros ámbitos que de manera directa o indirecta incidían sobre el desarrollo de la vida social y política” (R. Sidicaro, pp. 524-25).

La hipótesis que me adjudica Privitellio supone una naturalización del concepto de clase que no forma parte de las teorías que guían mi investigación. No me refiero de ningún modo a una clase que se va transformando, sino que uso los conceptos tourenianos de clase dirigente y de clase dominante para caracterizar estilos de relaciones sociales y de comportamientos, a lo que agrego, inspirado especialmente en una contribución de Raymon Aron, el de categorías dominantes. No hay, pues, clase como interpreta el comentarista y existe una diversidad de esferas de prácticas sociales directamente vinculadas a las disímiles crisis de la sociedad argentina y del Estado, frente a las cuales el diario se posicionó editorialmente. La hipótesis que equivocadamente se me adjudica conduciría a una especie de diálogo del matutino con un actor clase naturalizado (y con sus transformaciones) que implica un achacamiento de la problemática que es justamente del que tomo distancia y caracterizo como reduccionista en el enunciado antes citado.

Segundo error grave: Privitellio señala que en el análisis del pensamiento de La Nación distingo la etapa 1909-1913 en la que el diario sabe o cree saber como se decodifica la situación sociopolítica y en consecuencia propone orientaciones y hace evaluaciones manifestando un alto grado de certidumbre en sus posiciones y que esa actitud cambió luego de la instauración del gobierno militar del golpe militar del 4 de junio, dando lugar desde allí en adelante a una actitud política e intelectualmente signada por el desconcierto. Dejemos de lado que en mi estudio muestro como la transición entre la certeza y el desconcierto fue menos abrupta que como se sugiere en la reseña comentada y pasemos a una crítica que me formula en abierta contradicción con la estructura de la investigación y la naturaleza de las etapas que allí se nombran. Afirma Privitellio: “Esta exposición de lo que dicen los editoriales es un logro del trabajo, aunque cabe mencionar el evidente desbalance entre la mirada rápida y algo superficial del período que culmina con el primer peronismo y la mayor atención puesta a partir de ese momento” (Privitellio, p. 123). Más allá que en términos cuantitativos el libro abarca la misma cantidad de páginas para el ciclo 1909-1953 y para el abierto desde la caída del primer peronismo hasta 1989, la observación parece realizarse ignorando que previamente el mismo comentarista indicó la disímil característica de las etapas analizadas. En la época en que La Nación mantenía sus sólidas certezas su perspectiva era más homogénea y compacta que en la iniciada luego de perder su visión segura y consistente de la situación. En consecuencia, una investigación que analiza su pensamiento político puede, para ese primer período, presentar la orientación del diario remitiendo a menos acontecimientos pero sin perder la línea directriz de sus ideas. Como se muestra en el texto, los años 1943-1955 fueron peligrosos para la libre expresión de las posiciones del matutino y esto llevó a que redujera notablemente el alcnance de sus reflexiones y los temas que entraban en su agenda editorial. Después del primer peronismo la incertidumbre impulsó la imaginación, los temores y la búsqueda de opciones de los editorialistas, todo esto en un contexto que, por cierto, se hizo complicado e inesperado. El seguimiento del pensamiento de La Nación que realizo en mi obra refleja las peripecias de sus ideas en épocas muy distintas y en todos los casos propongo las explicaciones sociológicas que resultan pertinentes para hacer inteligibles las condiciones de su producción. Grave error, entonces, es descubrir un “desbalance” (el término lo emplea Privitellio) entre la exposición de las distintas etapas de la reflexión cuando en mi investigación no hago sino mostrar las

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características de esas desiguales maneras de pensar y de las situaciones objetivas que sobre ellas operaron.

Tercer error grave: El comentarista sostiene que mi trabajo va más allá de la explicación del pensamiento editorial del matutino “y complejiza su análisis al añadir interrogantes sobre el rol de La Nación… como actor de la escena política y del campo periodístico. En rigor, los razonamientos y conclusiones del trabajo (fácilmente reconocibles de cada capítulo por el uso de cursiva) no corresponden a aquellos habituales en el estudio de un ‘tratado de política’ y el lector encuentra más bien una serie de hipótesis sobre la historia argentina del período. La propuesta de describir una ‘mirada desde arriba’ se transforma en un ambicioso intento de explicar un proceso en el cual La Nación es un actor más. Este deslizamiento invalida en parte las premisas originales” (Privitellio, pp. 123-24).

Leer el pensamiento editorial de La Nación desde una perspectiva científica que combina conceptualizaciones de sociología del conocimiento y de sociología política, supone “complejizar el análisis” del modo que sorprende a Privitellio y formular, por lo tanto, razonamientos y conclusiones de un género que necesariamente no es al mismo que el de los habituales “tratados de política”. ¡Albricias!, esa era la meta anunciada en la introducción del libro y no invalida ninguna de las premisas iniciales de la investigación. Con “letra cursiva” se plantean efectivamente, desde la perspectiva de la tradición de la sociología clásica y contemporánea que estimo más adecuada para el caso, ambiciosos intentos de explicar las características centrales del proceso político argentino de este siglo. Obviamente para la sociología, que se funda en la premisa básica de que no hay actores sino relaciones entre actores, La Nación, “es un actor más”. Esta toma de posición teórico-metodológica no le provoca malestar a los historiadores modernos, pero, en cambio, confunde a quienes naturalizan o cosifican como entidades separadas a sus objetos de estudios mas construidos. La Nación, como surge de la investigación y como sucede con cualquier actor de un sistema de relaciones fue “un productor producido, cuyo pensamiento reflejó los avatares de una realidad que contribuía a instituir y, por esa vía, se instituía a sí mismo” (R. Sidicaro, p. 521). Este tercer grave error revela una lectura que le hace a mi investigación objeciones que están respondidas con claridad, sociológica, es cierto, en el punto de partida teórico-metodológico de su elaboración.

Cuarto error grave: Privitellio sostiene que “no aparecen en la narración las consecuencias políticas de la presencia del actor que es objeto de estudio. A una historia tradicional de la Argentina se yuxtapone un muestreo de las posiciones que toma La Nación ante cada acontecimiento, pero ambas dinámicas apenas se cruzan y el relato político apenas se ve modificado por la presencia del matutino” (Privitellio, p. 124) Mi investigación se centró en el pensamiento editorial del diario en temas políticos y en ningún momento me propuse indagar acerca de los efectos de sus ideas sobre la realidad que analizaba, por la sencilla razón que tal tarea es científicamente imposible de realizar de manera sistemática. En la historia mundial del periodismo han existido casos de diarios que organizaron acontecimiento políticos: “Mientras otros hablan, el Journal actúa” fue el eslogan de uno de los periódicos que se publicaban en Nueva York a fines del siglo pasado, propiedad de William R. Hearst, y cuya prédica y distorsión de información fue decisiva, se ha afirmado muchas veces, para crear el clima favorable para la intervención norteamericana en Cuba y la guerra con España. Así como se puede constatar el modo que La Nación contribuyó al golpe de Estado de 1950, sería difícil, en cambio, saber en qué medida sus ideas impidieron que ocurriera lo que no ocurrió... Los medios de comunicación y la supuesta influencia de su acción sólo podrían analizarse con otro tipo de enfoque y metodología que el desarrollado en

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mi investigación. La Nación fue, sin dudas, un emisor cuya opinión debió ser tenida en cuenta en muchas oportunidades en los procesos de toma de decisión estatales o en las iniciativas de fuerza políticas o corporativas, pero operó formando parte de un conjunto muy amplio de actores y su influencia específica sólo puede ser objeto de especulaciones y, salvo en casos excepcionales, no es posible una constatación empírica seria de los efectos de su intervención. Pero, error más grave que el señalado en esta objeción, es afirmar que “a una historia tradicional de la Argentina se yuxtapone un muestreo de las posiciones que toma La Nación ante cada acontecimiento”, como se sostiene en el comentario citado más arriba. Es notorio que mi texto no pretende ser una historia de la Argentina, tradicional o innovadora, ése no es mi objetivo y sólo por una profunda confusión de lo que es en nuestros días la noble disciplina de Heródoto podría tomárselo por tal. Por otra parte, las posiciones del diario que presento no surgen de un “muestreo”, si se define ese recurso metodológico con el rigor correspondiente, sino que se trata de un seguimiento exhaustivo de todo el universo del texto editorial que apunta a reconstruir el pensamiento desarrollado en el mismo, destacando acontecimientos grandes o menores que resultan paradigmáticos por su significación en la configuración global que integran.

Quinto error grave: El comentarista señala el carácter “curioso” del hecho de que las referencias a la evolución de la empresa editora se incluyan sólo en determinados puntos de la investigación. El pensamiento político del matutino pudo verse influido, esa es mi hipótesis, por los riesgos, amenazas o premios derivados de la acción del Estado que podían afectar su subsistencia o los intereses de la empresa. Mi indagación me llevó a sostener que hubo algunas situaciones de ese tipo y las señalo establecimiento, al igual que para los demás aspectos, imputaciones causales que no cabe presentar como factores únicos sino que forman parte de un conjunto extremadamente complejo. Esta cautela es la que no parece tener Privitellio cuando formula una singular hipótesis sobre el comportamiento del diario La Prensa basada, probablemente en investigaciones suyas o de otros autores que ignoro, que textualmente, dice así: “es posible que una explicación de la actitud siempre más firme y crítica de La Prensa se encuentra no tanto en una posición ideológica, sino en un estilo creado al amparo de la seguridad que ofrece el negocio de los clasificados, perdido luego de la expropiación durante el gobierno peronista” (Privitellio, p. 124).

Esta hipótesis que relaciona la posición ideológica de La Prensa con sus intereses materiales es una particular contribución al reduccionismo materialista colocada exactamente en el polo opuesto del estilo de imputaciones causales que formulo en mis análisis. Sería interesante que Privitellio trate de poner su hipótesis a prueba, si bien intuyo que como La Prensa conservó sus posiciones “firmes y críticas” en la época posperonista, es decir, una vez perdidos los aludidos avisos, la relación causal propuesta por el comentarista difícilmente podría confirmarse. Claro está que mi observación no debería desalentar esa eventual investigación dado que en el desenvolvimiento de una indagación científica siempre aparecen lo que Robert K. Merton denominaba serendipity que abren nuevas e inesperadas vías al conocimiento.

Sexto error grave: Privitellio critica la pertinencia del recorte del universo de análisis y dice que “… si es válido tener como objeto el seguimiento de las ideas editoriales de un diario, no lo es en cambio pretender definirlo como actor del escenario político del campo periodístico a partir de ellas. Mediante un recorte que podría ser pertinente para un tipo de interrogantes, poco se puede decir de otros que aparecen de modo recurrente en cuanto el texto abandona la descripción y se interna en las explicaciones” (Privitellio, p. 124).

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Hay distintas maneras de estudiar las ideas políticas de un medio de comunicación y en mi investigación se opta por trabajar sobre el corpus formado por los 80.000 editoriales publicados entre 1909 y 1989. El diario construye su opinión editorial, como surge del análisis, con una clara intencionalidad política y con la manifiesta voluntad de gravitar en los debates, tiene en cuenta las orientaciones de los demás actores, y elabora los cambios de las situaciones y en ese proceso sus ideas se transforman. Ese desempeño es el propio de un actor político, en este caso especializado en tareas ideológicas e intelectuales. En la prédica editorial también se expresa su condición de actor del campo periodístico. Los editoriales de La Nación son un elemento fundamental importancia para definir su identidad con respecto a los otros integrantes de dicho campo y lo que allí se dice refleja de un modo directo en algunos casos, y de manera más difusa en otros, sus relaciones con los demás participantes de ese ámbito. El problema es importante porque la especificidad allí producida se proyecta luego en las ideas del diario respecto a la de las relaciones sociales y políticas.

Remitir a otros artículos y secciones del diario es un comportamiento que permite contextualizar episódicamente algunas ideas editoriales, mostrar perspectivas distintas expresadas en sus páginas o estrategias de la empresa editora, pero todo está en función del objetivo central del análisis. No era pues la meta estudiar la totalidad de lo expresado por el matutino. Existen, es cierto, estrategias de lectura e interpretación muy libres que suelo denominar de inducción poética: un poco de noticias policiales, una descripción de títulos de tapa, una incursión en la sección carta de lectores, una visión de las páginas dedicadas a la mujer, un cálculo materialista de los espacios publicitarios, etc. El resultado de ese tipo de trabajos puede ser ingenioso y entretenido, pero es absolutamente subjetivo, se halla sesgado por la mirada contemporánea sobre piezas de lectura no controladas sistemáticamente y portadoras de todos los sentidos que quien sobre ellas opera quiere depositar. Privitellio reconoce que el tipo de análisis global de un diario presentaría muchas dificultades pero sugiere que podría hacerse “sobre períodos menos extensos”. Digamos que, si se piensa en una estrategia de abordaje de inducción poética bien podría tomarse Figaro, diario de la mañana publicado en Buenos Aires entre los años 1885 y 1890 o el Globo, que apareció entre 1888 y 1889, los períodos serán razonablemente cortos. Por criterios de rigor científico, en mi investigación el corpus seleccionado fueron los editoriales, por mi interés por temas de alta relevancia social y política, el diario fue el fundado por Mitre y el período casi todo un siglo, hasta apenas ayer.

Séptimo error grave: El comentarista sostiene “En definitiva, el trabajo de Sidicaro tiene el gran mérito de definir un conjunto de problemas sobre la relación entre periodismo y política, y hacernos conocer sobre la trayectoria de La Nación” (Privitellio, p. 125).

Quizás la relación entre periodismo y política puede encontrar aportes en mi investigación. Pero es otro grave error del comentarista interpretar que la misma se inscribe y deja, al parecer, sólo interrogantes abiertos en ese campo específico. El estudio de las ideas del diario La Nación permite alumbrar zonas oscuras, pero plenas de visiones maniqueas del desarrollo político argentino. Esa operación que llamé mirar la política desde arriba y sobre la que construí explicaciones desde la perspectiva científica de la sociología ofrece, a mi entender, elementos significativos para integrar al estudio de evolución política de este siglo. Lugar privilegiado para reflexionar día a día sobre la realidad circundante, esas ideas editoriales que recorrieron con sus certezas y desconciertos los sucesos políticos y sociales son una expresión más importantes producidas por actores con capacidad, variable según las épocas, de pesar sobre los procesos de tomas de decisiones. Si la modesta contribución realizada por mi

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investigación se articula con otras que se ocupen de actores y procesos igualmente relevantes, el conocimiento sobre nuestro país avanzaría considerablemente. Saber, naturalmente, que al porvenir de la actividad científica, está destinado a ser superado. En fin, tanto en la conceptualización como en la demostración empírica creo que en mi indagación hay aportes que sirven para cuestionar muchas simplificaciones acerca de los sectores sociales a los que el diario se encontró más vinculado y a la ideología de los mismos. La lectura del libro sorprenderá, sin duda, a los partidarios de interpretaciones superficiales de nuestro pasado y de las épocas recientes que combinan definiciones economicistas de las clases sociales con referencias a la noción paretiana de elites pero ignorando la circulación y la renovación de las mismas, aspectos clave de la elaboración del un poco olvidado sociólogo italiano. Desde esa posición las ideas de La Nación podrán perfectamente ignorarse. Por el contrario, quienes se interesen en las discusiones científicas sobre las transformaciones del Estado, del sistema de representación política, de las relaciones entre los principales sectores sociales y de la ideología liberalconservadora, encontrarán en mi investigación una contribución realizada desde la sociología política y desde la sociología del conocimiento que, quizás, les resulte útil.

RICARDO SIDICARO

Profesor Titular de la Facultad de Ciencias Sociales y de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA,

Investigador del CONICET, Instituto de Ciencias Sociales, UBA.

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RESEÑAS 3 Carlos A. Mayo y Amalia L.atrubesse. TERRATENIENTES, SOLDADOS Y CAUTIVOS: LA FRONTERA [1736-1815], Mar del Plata, Grupo Estado y Sociedad, Universidad Nacional de Mar del Plata, 1993, 139 páginas.

Como bien se indica en el prólogo, el trabajo que aquí comentamos no es una historia social de la frontera, aunque los fenómenos que en él se analizan son sociales: básicamente, examina aspectos de la articulación dinámica entre la línea militar de protección y la organización del espacio. Muestra también, con rápidos trazos, algunos tipos sociales: soldados, cautivos y renegados. De manera menos directa, en una suerte de coro trágico aparecen los indígenas. Como trasfondo del drama que representaba el avance de la sociedad hispano-criolla los autores ubicaron a los terratenientes.

El libro se termino de escribir en 1986 y se publicó nueve años después como el resultado de tareas de investigación que intentaban reconstruir la cotidianeidad del mundo rural colonial. La búsqueda de archivo necesaria a tal fin suele resultar ingrata por la dispersión de los materiales y, a pesar del metier de los autores, muchas veces los productos no son los deseados por inconclusos. En este caso, los documentos fueron analizados en torno a objetos difíciles de construir por entonces. Muy poco había de producción édita: constituían una excepción la obra de José J. Biedma, el trabajo de Marfany sobre la frontera y la historia de los pueblos dirigida por Levene. Se agregaron a fines de los años sesenta los trabajos hoy clásicos de Halperin Donghi sobre la expansión ganadera, y pocos años más tarde los volúmenes de Buenos Aires y su gente debidos a la dirección de C. García Belsunce. Este pequeño conjunto, más los relatos de viajeros, eran flacas alforjas para escribir una historia social de la frontera bonaerense desde el período colonial tardío hasta los primeros cinco años de vida independiente.

En este sentido; la obra que comentamos, y de la cual se conocían versiones fragmentarias, constituye una importante agenda de temas, ya que representa la intuición de los investigadores que señalan hacia dónde se debe buscar. Son agudas las percepciones: una cierta espontaneidad en la ocupación, que llega antes que los brazos estatales, el proceso de aculturación indígena como un fenómeno más complejo que el de la simple araucanización, y la militarización de la frontera en su doble función de protección de poblaciones y de sostén de los propietarios terratenientes. Se trata de un trabajo pionero que inaugura cuestiones: la desaparición del ganado salvaje como causa principal de los enfrentamientos crónicos entre hispanoamericanos e indígenas, la urgencia de los ganaderos por transferir al Estado el costo de la defensa y las tensiones que es lo generó con las autoridades, la política de Vértiz y los beneficios de una paz duradera. Hay también apuntamientos de interés respecto de las formas de apropiación de la tierra en las que se descubren relacionados militares y funcionarios.

En los nueve años transcurridos desde que el libro se terminó de escribir hasta la fecha, se publicaron otras investigaciones que ahondaron en el conocimiento de la sociedad de la campaña colonial y que avanzaron incluso hasta el período postindependiente. Un resultado positivo es el impacto producido sobre las imágenes tradicionales que se tenían del poblamiento de la pampa. La presencia de numerosos labradores que habrían impulsado el avance, junto a la expansión de la ganadería, concitó progresivamente el interés de los investigadores. Pero los estudios hechos sobre los indígenas también expusieron las relaciones cambiantes y complejas que estos

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mantuvieron con la sociedad blanca e hicieron pensar en la necesidad de miradas integradoras. El haber planteado entonces, como lo hizo este libro, una perspectiva de frontera turneriana, constituía un riesgo significativo que se reveló luego de manera indudable en feliz hallazgo teórico.

Desde el punto de vista formal, el volumen editado tiene 139 páginas, un prólogo y una introducción en los que se hace referencia al carácter turneriano del enfoque. La frontera es el escenario elegido por los autores, que recorren en apretada síntesis el avance hacia el sur. Uno de sus ejes es la política militar y las relaciones con los indios, a las que exploran desde la disposición de una línea defensiva a partir de la voluntad del Virrey Vértiz. Otro eje es la organización posterior del espacio rural por parte de la sociedad hispano-criolla. Soldados, milicianos, indios, cautivos y renegados, fueron los tipos sociales estudiados. Un capítulo final se dedica a tos terratenientes establecidos en el Partido de San Vicente.

Finalmente, creemos que el objetivo del libro está planteado en la introducción: “La frontera es una experiencia de vida y aquí nos asomamos a ella”. Haber respetado fielmente este propósito constituye tal vez la mayor debilidad del material que comentamos, ya que el mérito principal del volumen fue inaugurar la reflexión sobre la frontera que se abría al Salado con la presentación de distintos temas que son centrales para la construcción de una historia social de la frontera. No obstante, como contrapartida, nos deja la sensación de que algunas líneas de investigación admitían mayor desarrollo.

ORESTE CARLOS CANSANELLO Universidad Nacional de Luján- Universidad de Buenos Aires.

Eduardo José Cárdenas y Carlos Manuel Payá, LA FAMILIA DE OCTAVIO BUNGE, Buenos Aires, Sudamericana, tomo 1, 387 páginas.

Libros como este no son frecuentes, tampoco son empresa fácil. Los hace

posibles la presencia de correspondencias, diarios y documentos en los que una familia representativa ha dejado abundante testimonio de su trayectoria. Tal acumulación de fuentes invita a utilizar esa experiencia familiar como un mirador que permitirá contemplar desde una perspectiva nueva y en más rico escorzo enteras dimensiones de la vida colectiva. Pocas veces se ha llevado tan lejos este proyecto como en la presente obra, no sólo porque los autores han tenido la fortuna de acceder a un acervo más abundante y variado de lo habitual, sino porque no han renunciado a seguir ninguna de las pistas que esa variada riqueza abría a sus curiosidades. Basta comparar en ambos aspectos su obra con otras de las pocas del género, la dedicada por Ricardo Piccirelli a Vicente López y Planes y su hijo Vicente Fidel,8 para advertir hasta qué punto es compleja la tarea que los autores se han propuesto. En efecto, aunque no han incluido un inventario de las fuentes que utilizaron, las citadas en notas dan fe de un acervo más vasto y heterogéneo que el de Piccirelli, y el lugar de los dos protagonistas de aquella lo ocupa aquí un mucho más rico y diverso elenco de personajes.

La familia de Octavio Bunge evocada en el título alude en realidad a dos familias. Está en primer lugar aquella en la cual nació, fundada por Karl Augusi Bunge,

8 Los López, una dinastía intelectual. Ensayo histórico-literario (1810-1852), Buenos Aires, Eudeba, 1972.

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vástago de un linaje originado de la Baja Sajonia y establecido en Westfalia desde el siglo XVII, en el que desde comienzos del XIX los ministros de la fe evangélica han comenzado a dejar paso a comerciantes que han sabido hacer fortuna en las plazas de los Países Bajos. Nacido en 1804, llegado a Buenos Aires en 1827 y casado en 1834 con Genara Peña, joven y reciente viuda de otro inmigrante alemán y sobrina de los hermanos Lezica, cuya casa comercial fue hasta su quiebra en 1836 la más poderosa de las nacionales que operaban en Buenos Aires. Carlos Augusto habría de morir en 1849, aún joven, pero ya padre de nueve hijos, y acaudalado comerciante distinguido con la designación de cónsul (honorario) de Prusia. Y está en segundo término la familia fundada por su octavo hijo, [Raimundo] Octavio Bunge, nacido en Buenos Aires en 1844 y muerto en su ciudad nativa en 1910, magistrado de sólido prestigio por ciencia y probidad, cuya carrera iba a culminar con una vocalía de la Corte Suprema de Justicia, y su esposa, María Luisa de Arteaga que, nacida en 1853, lo sobreviviría hasta 1934. Entre sus -de nuevo- nueve hijos se contaron el prematuramente desaparecido Carlos Octavio, una de las figuras más brillantes de nuestra vida intelectual en el filo del siglo, cuyo cientificismo descreído y militante ofreció una de las expresiones más vigorosas del espíritu del tiempo: Augusta, militante en el socialismo y luego en el socialismo independiente, y constante en su fervor por la experiencia soviética, y dos más jóvenes en cuya autodefinición el catolicismo ocuparía siempre un lugar central: Delfina -que aunque muy lejos de poner en la empresa la tenacidad de su marido Manuel Gálvez, conquistaría un lugar significativo en nuestras letras- y Alejandra, que, partiendo de tina sólida formación estadística, llegó a ser lo más parecido a un economista que la Argentina anterior a la gran depresión fue capaz de producir.

Esas dos familias tan diferentes exigen de los autores modos de aproximación marcadamente distintos. En la evocación de la primera de ellas -la de Carlos Augusto y sus hijos- domina la ambición de hacer de la historia familiar un medio de acceso privilegiado a una historia total de la elite porteña en una etapa decisiva para la provincia y la nación. Se trata sin duda de una ambición legítima, pero es de temer que, movidos por ella, a veces los autores exijan de los testimonios de una experiencia familiar necesariamente más limitada que la del conjunto social al que la familia pertenece más de lo que estos pueden dar: característica de estos trances es la adopción del tono ensoñadoramente evocativo que domina en obras menos felices, y aquí por fortuna sólo irrumpe ocasionalmente, por ejemplo, al evocar en la página 50 el impacto de la caída del rosismo: “aun con tantos apoyos y afectos Genara [Peña, viuda de Bunger] no pudo menos que sentir ansiedad la noche del 3 de febrero de 1852 cuando, luego de la batalla de Caseros en que cayera Rosas, bandas de soldados desertores se lanzaron al saqueo de Buenos Aires”; aunque la conjetura no podría ser más plausible, la reacción puramente hipotética de Genara Peña no agrega nada a los que ya sabemos acerca de esa noche memorable.

Aunque no podrían cubrir todos los temas y problemas de una etapa decisiva en la historia porteña, los materiales a los que los autores tuvieron acceso disparan hacia tantos de ellos que les imponen un constante esfuerzo de equilibrio y disciplina para evitar los peligros de una excesiva dispersión. La consecuencia es una obra que, al internarse a la vez en múltiples pistas renunciando a recorrerlas hasta sus últimas metas, a la vez que satisfice muy variadas curiosidades, despierta otras destinadas a permanecer insatisfechas. Ello está lejos de ser un defecto: enriquecer el paisaje histórico de las siete décadas que van del encumbramiento de Rosas hasta el fin del siglo con una abundante cosecha de preguntas nuevas puede ser justificación suficiente para el vasto esfuerzo aquí emprendido.

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Es imposible agotar aquí todas las pistas abiertas a curiosidades futuras con la exploración de esta historia familiar. Están en primer lugar las que se vinculan con la inserción de una corriente de inmigrantes que crean una suerte de microsociedad semigernaria en la cumbre de la sociedad porteña. Tanto la vertiente exótica como la vernácula de esa experiencia revelan complejidades inesperadas En cuanto a lo primero, se impone como tema y como problema la voluntaria transferencia de la lealtad de un grupo que es parte por origen de una comunidad mercantil cuyas raíces se encuentran más bien en las redes del gran comercio atlántico que en un específico suelo nacional a la potencia industrial y territorial del segundo Reich bismarckiano, un proceso para el cual el testimonio de los Bunge ilustra la magistral reconstrucción ofrecida por Ronald Newton en el capítulo introductorio de su German Buenos Aires.9 En cuanto a lo segundo, sigue gravitando el legado de una experiencia colonial en la que la elite urbana, se ha enriquecido constantemente con nuevos reclutas que tenían desde su ingreso abierto el camino a su cima, modificado a la vez que confirmado subordinadamente por la conciencia de la superioridad ahora cultural y sólo subordinadamente étnica de los emisarios de los nuevos centros dominantes. Como ocurriría en forma más duradera para los angloargentinos, y por algunas décadas también para los germanoargentinos, sus raíces en la por entonces potencia dominante en el continente europeo, y centro más avanzado del desarrollo científico e industrial del planeta, contribuyeron a consolidar las que les habían asegurado un lugar eminente en su tierra americana.

La dimensión específicamente local de la trayectoria de la primera familia Bunge abre demostradas perspectivas como para que sea posible ir más allá de mencionar algunas. Está, desde luego, su inserción política que los autores abordan solo episódicamente: aunque lejos de mantenerse indiferentes a los conflictos políticos (hasta la muerte de Alsina su devoción por el tribuno del porteñismo no conocerá desfallecimientos), los primeros Bunge fueron más bien espectadores (a ratos apasionados) que actores en esa escena específica. Están las variadas huellas que la acción de esta familia representativa, e interesada en el progreso de la ciudad, dejan en la vida urbana, a través da la acción profesional del arquitecto Ernesto Bunge y de la participación en los esfuerzos de renovación edílica con que la perspicacia del general Roca buscó ofrecer compensación para la mediatización política de la ciudad a la que había vencido en 1880. Está también la inserción en la economía nacional y provincial, en la que la acumulación de tierras, ya cultivada con éxito por los Peña, vuelve a primer plano luego de la Conquista del Desierto.

La segunda parte se centrará en cambio en un haz mas ceñido de temas, organizado en torno a las experiencias de adolescencia y entrada en la vida social de un grupo de hijos e hijas de la elite porteña, en un marco familiar que no es el más típico de ésta generación de Bunges.

Entre todos los hijos de Carlos Augusto, fue Octavio el único que cortó por completo el nexo con la actividad económica y empresaria (manteniendo aún el integrante de la primera generación que más habría sobresalir fuera de ese marco, el arquitecto Ernesto Bunge), cuando dejó atrás las posibilidades que para estrecharla con provecho le abría su profesión de abogado mediante su ingreso en la magistratura. Ello lo condenó, si no, por cierto, a la penuria a una limitación de recursos cuyo impacto, aquí no explorado, es posible percibir por un lado en la instalación de la acrecida familia en San Isidro, y por otra, al ingresar la nueva generación en la edad activa y 9 Ronald C. Newton, German Buenos Aires, 1900- 1933: Social Change and Cultural Crisis, Austin, Universisy of Texas Press, 1977.

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aumentar los inconvenientes de esa residencia suburbana, en un retorno al barrio Sur cuando estaba ya muy avanzada la concentración residencial de la elite en el norte del ampliado casco urbano. Pero no se percibe en mucho mas que eso. En efecto, los hijos e hijas de Octavio Bunge abandonaron muy pronto las escuelas públicas por las privadas –y presumiblemente costosas- favorecidas por la clase que era la suya, y cuando alcanzaron la edad necesaria participaron en pleno de la vida social de sus contemporáneos. Quizás más que esa diferencia económica influyó sobre ellos la actitud de su padre que esperaba verlos encaminarse hacia carreras profesionales, y que –pese a un temperamento que con el paso del tiempo se tornaría más rígido- no se resistió a que las orientasen a partir de severos compromisos intelectuales e ideológicos.

Mientras que para los varones destinados a sobresalir en estas carreras la posibilidad de definir esos objetivos con relativa autonomía (y en el caso del primogénito Carlos Octavio el peso insoportable de una homosexualidad que gravita aún mas abrumadoramente porque no puede decir su nombre) hace que sus trayectorias -acerca de las cuales los autores permiten que sus testimonios digan lo más importante- aunque llenas de interés en sí mismas, apenas inviten a conclusiones generalizables, la de Delfina, en cambio, echa luz sobre una experiencia que, a la vez que no podría ser más suya, se define a partir de su situación femenina, y los autores han hecho bien en dar aun mayor espacio a su testimonio que al de sus hermanos (favorecidos para ello por el acceso a sus diarios de juventud). El testimonio de Defina Bunge complementa admirablemente el de Victoria Ocampo, (y el sólo hecho de que en el umbral de la vida estas dos mujeres tan distintas hayan alcanzado una efusiva intimidad muestra hasta qué punto pesaba sobre ambas la carga que les imponía su común condición femenina), a la vez que el de las admirables memorias de María Rosa Oliver, con quien compartía en cambio una raigal autodefinición cristiana que ambas iban a expresar por caminos muy diferentes.

Al evocar los primeros éxitos de estos Buddenbrook menos seducidos por la tentación decadentista que las nuevas generaciones en el relato de Thomas Mann, los autores no hacen quizás plena justicia a lo que ellos debían a lo que la familia de Octavio Bunge tenía de original, y sin duda de extravagante a los ojos de sus pares. En 1900 Augusto Bunge ofrecía una de sus habituales conferencias de prédica socialista, antialcohólica y antimilitarista: “fuera de nosotras no había más mujeres que una señora, esposa de un médico. La mitad de los asistentes eran atorrantes”' (p. 341). La anotación es de Delfina: ella, su hermana Julia, su madre, María Luisa de Arteaga, y sus hermanos Carlos Octavio y Eduardo no habían querido estar ausentes en ese nuevo éxito de uno de los talentosos hermanos Bunge.

TULIO HALPERIN DONGHI

Universidad de California, Berkeley

Thomas C. Holt, THE PROBLEM OF FREEDOM, RACE, LABOR AND

POLITICS IN JAMAICA AND BRITAIN, 1832-1938, Baltimore, Johns Hopkins University Press.

¿Cuál es el significado de la libertad para los antiguos esclavos, una vez

terminada su esclavitud como resultado de la emancipación? ¿Cómo reaccionaron los anteriores “amos” al perder su condición de tales? Estas son las cuestiones

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fundamentales que preocupan a Thomas Holt, profesor de Historia de la Universidad de Chicago y actual presidente de la American Historical Association.

En un libro anterior, este autor ya había tratado temas similares centrando el análisis en el sur de los Estados Unidos luego de la emancipación de los esclavos como consecuencia de la guerra civil10. En el estudio de Jamaica, Holt retoma una anterior premisa metodológica: los esclavos lograron su libertad mediante un penoso proceso de lucha con sus anteriores amos, pero introduce un cambio de enfoque: se centra en la ideología que conforma esa lucha más que en las relaciones sociales. Como lo dice el mismo Holt, él trata de comprender “lo que la libertad significó para los antiguos esclavos, a la vez como idea y como realidad” (p. xxi). De este modo, el libro intenta combinar la historia intelectual y social. Si lo logra o no es discutible.

La premisa básica de este estudio es que la libertad de los esclavos luego de la emancipación era un terreno disputado donde chocaban los intereses de los antiguos esclavos y de los plantadores. En sus palabras: “la lucha para definir el contenido de la libertad era, en el fondo, una competencia por el poder social, una lucha a la vez intelectual y política, social y económica” (p. xxi). Desde la perspectiva de los antiguos esclavos, ser libre significaba la independencia con respecto a los plantadores. En concreto, la libertad significaba el retiro físico de las plantaciones y su establecimiento en aldeas y tierras propias. Desde el fin del período de aprendizaje en 1838 –que la administración británica de la isla introdujo a la vez como compromiso de los plantadores para asegurarles mano de obra luego de la emancipación de los esclavos y también con la convicción de que favorecía a los esclavos emancipados en su transición hacia el trabajo libre- los antiguos esclavos comenzaron a conformar pueblos alrededor de parroquias rurales, sobre todo en zonas donde ellos pudieran combinar la agricultura para el mercado (que en Jamaica tenía una larga tradición) con el trabajo asalariado.11 Para ellos la libertad tenía no significaba el aislamiento, sino la opción de participar en el mercado cuando ellos quisieran, o bien cuando necesitaran complementar sus ingresos con dinero.

Para los plantadores la libertad tenía un significado muy diferente. Básicamente, ésta se traducía en una escasez de mano de obra para el trabajo en las plantaciones luego del período de aprendizaje. Poco después, comenzaron a poner en práctica una serie de estrategias para obligar a los antiguos esclavos a trabajar nuevamente en las plantaciones. Éstas iban desde cobrar renta sobre las parcelas de cultivo de subsistencia y sobre las casas donde vivían los antiguos esclavos que permanecieron en las plantaciones, hasta aprobar impuestos en la Asamblea Colonial, dominada por los plantadores, que gravaban muy fuertemente a los que se habían retirado de ellas.

Hasta el momento, los argumentos de Holt no difieren mucho de los otros análisis sobre la emancipación de esclavos en Jamaica y en el Caribe y la formación de campesinados como principal consecuencia de este proceso.12 No obstante, Holt agrega una nueva dimensión al “problema de la libertad”: al considerar que este no es sólo un conflicto económico y social, sino sobre todo una lucha ideológica. También incorpora un nuevo actor en el proceso: la administración británica en Jamaica y en la metrópoli. Los administradores coloniales entendían el problema de la libertad como una tarea de socialización de los antiguos esclavos para responder a los incentivos del mercado de

10 Thomas Holt, Black over White: Negro Political Leadership in South Carolina during Reconstruction, Urbana, University of Illinois Press, 1977. 11 Véase Orlando Patterson, The Sociology of Slavery, Londres, MacGibbon and Kee, 1967; también Sidney Mintz, “The Origins of the Jamaican Market System”, en Caribbean Transformations, Nueva York, Columbia University Press, 1989, cap. 7. 12 Véase Sidney Mintz, “The Origins of Reconstituted Peasantries” y “The Historical Sociologt of Jamaican Villages” en Caribbean Trnasformations, Nueva York, Columbia University Press, 1980, caps 5 y 6.

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trabajo. Si tenían éxito en esto, la administración colonial reformaría la cultura de los antiguos esclavos y los haría receptivos de la nueva disciplina del trabajo asalariado. En última instancia, los afro-jamaiquinos serían transformados en una clase trabajadora nativa.

La visión que tenían los administradores coloniales de los antiguos esclavos coincidía con la de los plantadores sólo en el aspecto económico: los afro-jamaiquinos debían trabajar por un salario. Sin embargo, sus visiones eran radicalmente diferentes cuando se referían a las cuestiones políticas, al menos hasta 1860. Antes de esa fecha, la administración colonial había fomentado la igualdad radical en Jamaica. Mediante el desarrollo de la educación las poblaciones de color estarían eventualmente preparadas para participar en el gobierno de la isla. Esta ideología de corte liberal cambió durante la década de 1860 hacia una suerte de darwinismo social que consideraba la raza como el principio divisorio entre los habitantes de Jamaica. Holt analiza el desarrollo de esta ideología en Inglaterra (con la cuestión de Irlanda como la principal de sus manifestaciones) y su aplicación en Jamaica por la administración colonial. Nada es más revelador de este creciente racismo que la superposición de los conceptos de raza y clase en las mentes de los administradores coloniales. Hacia el final del siglo XIX la administración colonial coincidía con los plantadores en que la “gente de color” de Jamaica nunca sería capaz de gobernar la isla. Antes de 1859, el año en que la Asamblea colonial votó una ley electoral que excluía a mulatos y negros pobres del padrón, éstos habían desempeñado un papel importante en la política colonial de la isla como miembros mayoritarios del “Town Party”. Después de 1860, ellos sólo tendrán una influencia menor en los asuntos políticos hasta bien entrada la década de 1930.

La combinación de estos dos factores –el creciente racismo de la ideología oficial y la separación de negros y mulatos de la participación- sumados al deterioro de lo niveles de vida de las poblaciones de color como resultado de la menor demanda internacional de azúcar jamaiquino ayudan a explicar la rebelión de Morant Bay en 1865.

La rebelión es casi el único episodio que nos permite penetrar en las vidas y experiencias de los antiguos esclavos; en efecto, al concentrarse tanto en los aspectos ideológicos del problema de la libertad, Holt pierde el rastro de las experiencias de estos con la libertad que han adquirido. A pesar de que Holt afirma en el prólogo que “las ideas y políticas de la elite siempre se desarrollan en una relación dialéctica con el pensamiento y acción de las masas afro-jamaiquinas” (p. 9), él parece olvidarse de esto a lo largo del libro.

La metodología empleada –una lectura minuciosa, deconstructiva de fuentes tradicionales como correspondencia oficial, informes administrativos, memorias de oficiales coloniales- puede aplicarse mejor al estudio de las ideas que de las realidades sociales que el autor pretende analizar. En algunas secciones el libro puede leerse como una historia política tradicional en el cual los sucesos se encadenan en una narración cronológica que sigue los períodos de los gobernadores británicos en la isla. Esto es aún más cierto en los últimos tres capítulos del libro, un verdadero tour de force por la historia de Jamaica entre 1865 y 1938. A lo largo de este trayecto las acciones y los pensamientos de los afro-jamaiquinos desaparecen del relato. Si Holt hubiera empleado otras fuentes que él sólo menciones al pasar sin explorarlas (juicios, la prensa afro-jamaiquina) podría haber reconstruido la lucha de los antiguos esclavos por su libertad sobre cimientos más firmes que los que aquí presenta. Si algo falta en este libro es, como se sugería al comienzo de esta reseña, una exitosa combinación de ambos aspectos del problema de la libertad: el social y el ideológico. Y Holt tiene mucho más éxito en el segundo que en el primero.

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De todos modos, este libro es una contribución muy importante del “problema de la libertad” en sociedades que emergen de la esclavitud, como Jamaica. En primer lugar, Holt señala las complicadas relaciones –por momentos de franco enfrentamiento- entre la elite colonial los administradores coloniales respecto de temas tales como raza, clase y trabajo. En segundo lugar, al concentrarse en el estudio de los aspectos ideológicos del problema de la libertad, Holt nos recuerda muy claramente que el concepto de raza es una construcción cultural –y como tal cambiante-, que los estudiosos de las sociedades esclavistas (y yo agregaría de nuestra sociedad contemporánea también) deben tener en cuenta como tal.

GUSTAVO L. PAZ

Emory University

Paul Gootenberg, IMAGINING DEVELOPMENT, ECONOMIC IDEAS IN PERU’S FICTIOUS PROSPERITY OF GUANO, 1840-1880. Berkeley-Los Ángeles: University of California Press, 1993.

Para muchos historiadores, la era del guano (1840-1880) en el Perú fue una oportunidad perdida para el desarrollo económico, una época en la que el Estado dispuso de una ingente riqueza que no supo aprovechar para hacer crecer las fuerzas productivas del país ni para distribuir mejor los ingresos de la población. Se malgasto aquí la posibilidad del siglo de establecer una nación viable y moderna, creando en su lugar una economía de exportación dependiente, una sociedad racial y regionalmente dividida y un Estado inoperante: Lo que no se ha examinado en forma suficiente es cómo esta época produjo además una multiplicidad de ideas alternativas acerca del desarrollo. El libro de Gootenberg promete salvar esta falencia.

Planteado como una historia social de las ideas económicas, el libro rastrea en una diversidad de escritos de las elites lo que éstas en realidad dijeron y pensaron acerca del desarrollo en este período tan particular de la historia del país andino. La tesis principal del trabajo es tan novedosa como su propio objeto de estudio. Gootenberg sugiere que existió durante este período una tradición desarrollista, “contraliberal”, que cuestionó el “progreso ficticio” dejado por los ingresos del guano y trató de imaginar futuros .alternativos, con industrialización, desarrollo del mercado interno, adopción de modernas tecnologías, inversiones en educación, etc. Un momento común de estas visiones alternativas del desarrollo fue la fascinación con un “industrialismo utópico” que pretendió hacer del Perú una nación industrial mediante una mejor utilización de sus ingresos de exportación.

Curiosamente, esta “tradición contraliberal” fue forjada por los mismos pensadores y estadistas que estuvieron en el centro del pensamiento y la acción liberal. El disenso industrialista, sugiere Gootenberg, mostró variadas expresiones. Se manifestó al principio en un proteccionismo reactivo, pasó luego a las críticas, a la artificialidad y el consumismo del crecimiento exportador, presentó después la forma de un proyecto integrador de la economía nacional basado en la inversión ferroviaria, produciendo finalmente utopías de industrialización “desde abajo” propulsadas por escritores ligados al pensamiento indigenista.

La bonanza de la era del guano (l845-1853) produjo escritos que advertían acerca de los peligros de esta nueva prosperidad. Juan Norberto Casanova, uno de los primeros industriales del Perú; sostuvo la necesidad de convertir la riqueza temporaria

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del guano en la riqueza permanente de la industrialización. Su retórica proteccionista convenció al congreso, que votó una ley favoreciendo la promoción de la industria. Luego, en pleno apogeo del liberalismo se alzaron otras voces en contra del consumismo, de la dilapidación pública y del endeudamiento que generaba la bonanza del guano. Manuel fuentes, un cientista social y estadista republicano, predicó en favor de la protección industrial, llamando la atención acerca del desempleo y la vagancia que la prosperidad del guano estaba produciendo. El líder civilista Manuel Pardo trató de volcar la riqueza del guano en una fuente más perdurable de progreso: los ferrocarriles. Estos traerían riqueza agrícola, mercado, poblamiento y, en turno, crearían las condiciones para el establecimiento de una industria de bienes, salario, que abastecería a las masas urbanas y rurales. Los ingenieros extranjeros que diseñaron los ferrocarriles andinos también contribuyeron a nutrir la utopía industrialista. El ingeniero Nystrom, por ejemplo, propuso la creación de talleres nacionales organizados por un instituto de ciencia. Y, cuando los ferrocarriles aceleraron la crisis de las finanzas y del Estado, hubo quienes avizoraron este peligro. Luis B. Cisneros, el arquitecto de la reforma del sistema fiscal en el decenio de 1860, criticó la era del guano por crear una mafia por las importaciones de lujo que impedía la industrialización.

Los años 1870 fueron años de crisis, en los que la sobreconstrucción ferroviaria y el creciente endeudamiento externo con el agotamiento de las reservas de guano para producir el colapso del sistema fiscal del Estado. En este contexto crítico aparecieron nuevas visiones industrialistas. La voz de los artesanos renació en el periódico satírico La Zamacueca Política. Los trabajadores urbanos, ahora agrupados en torno de sus asociaciones mutuales, presionaron al gobierno por viviendas apropiadas, educación gratuita, y promoción industrial. Desde una perspectiva diferente, dos inmigrantes empresarios, J. Copello y L. Petriconi, captaron las nuevas realidades del Perú -inmigrantes empresarios y nuevos productos de exportación, nitratos y azúcar- y a partir de ellas proyectaron un futuro crecimiento basado en la industria de pequeña escala. Finalmente, el historiador económico Luis Estévez agregó dos variantes al ideario industrialista: el indigenismo y el antiimperialismo. Su libro encuentra en el imperialismo británico el obstáculo más serio a la industrialización y en el campesinado indígena el basamento más firme donde construir un futuro industrial.

Gootenberg presenta su trabajo como una historia social de las ideas, es decir, como el producto de la interacción entre las enunciaciones o ideas sobre futuros posibles y el contexto económico, social y político-institucional en el que surgen estas enunciaciones o ideas. La tarea del autor de conectar texto y contexto es en realidad muy prolija. Gootenberg logra esta contextualización de varias formas: presentando información sobre el origen social de los pensadores; vinculando el eclecticismo de estos pensadores a una más amplia gama de preocupaciones que el mero crecimiento de la riqueza nacional; marcando cambios en las apelaciones de los discursos industrialistas en relación con los vaivenes de la política; explorando la historia de las instituciones que dieron poder y voz a nuevos actores políticos y sociales. En estos pasajes que delinean el contexto social de las ideas sobre el “desarrollo” se encuentran los momentos más ricos del análisis.

El análisis de los textos en sí deja menos satisfecho al lector. Los argumentos se presentan parafraseados, unos al lado de otros sin relaciones de jerarquía o mutuas interacciones. Aunque Gootenberg es [está] atento al lector implicado en los textos, las formas figurativas y las tonalidades que confieren autoridad y poder persuasivo a estos textos no se analizan con la atención que debieran. En muy pocas ocasiones se ocupa el autor de los silencios de los textos: anota sólo que las peculiaridades del campesinado y

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las potencialidades de la economía rural escaparon a la mirada de los “pensadores” y que, con la excepción de Esteyes, la cuestión del indígena dejó pocos rastros en las industrializaciones imaginadas. Otros silencios en el texto de Gootenberg resultan notables. El tratamiento de las diferencias de género brilla por su ausencia, lo mismo que la cuestión de la raza. Si la falta de rebeliones indígenas aclara, como lo sugiere Gootenberg, la poca importancia atribuida al problema indígena antes de 1880, ¿qué explica la ausencia de discusiones acerca del orden doméstico y la familia? El progreso, mirado como una relación de dominación entre tecnológica y naturaleza, entre mente y espíritu, evocaba en forma constante al genero como organizador de enunciados. La familia, pilar del orden social imaginado en el siglo XIX, fue también una metáfora irremplazable para tratar la economía. Su no inclusión en un libro sobre ideas del desarrollo no deja de ser llamativa.

Parte del mérito del libro de Gootenberg reside en su novedad temática. Este trabajo desestabiliza nuestras nociones heredadas de la “burguesía del guano” y de su ideología, el liberalismo. La cuestión de las visiones de la modernidad, del progreso, del desarrollo económico y de la ciencia deberían ser centrales a nuestra curiosidad histórica actual, porque estas visiones dieron el marco en el que se inscribieron las sociedades latinoamericanas en la historia. El establecimiento de relaciones económicas entre América Latina y los países centrales no se hizo en un vacío discursivo, por el contrario, fue precedido, acompañado y seguido por un mar de enunciaciones acerca de estas relaciones. Tales enunciaciones son por naturaleza diversas, en su retórica, en sus objetivos, en sus tonalidades, en sus formas de establecer autoridad. Problematizar las visiones esquemáticas y monolíticas de las ideologías de elite (por ejemplo, las interpretaciones historiográficas de dependentistas y estructuralistas) mostrando la complejidad de sus formulaciones constituye parte de esa empresa.

Sin embargo, una heurística que persigue la identificación de ideas económicas -para luego enraizadas en su contexto político y social- parte con una desventaja importante. Un cuerpo textual necesariamente variado presenta al analista un desafío adicional: la separación de las enunciaciones económicas respecto de aquellas que son de otra naturaleza (política, socioinstitucional, cultural, moral). Esto aparece como un obstáculo serio para cualquier perspectiva que privilegie el concepto de ideas frente al más operativo y concreto de discursos. Porque si los pronunciamientos acerca del “desarrollo económico” no son separables de enunciaciones acerca del orden ideal de géneros y razas, de las construcciones acerca de los atributos de indígenas, trabajadores, y los “órdenes mas bajos” de la sociedad, de los conflictos en el seno del discurso político acerca de la modernidad, las ideas del “desarrollo” pierden la autonomía relativa que autoriza al investigador a tratarlas como unidades analíticas para convertirse en articulaciones o formas de expresión de ciertos órdenes de discurso. Imagining Development comienza con un truco: imaginando el objeto de estudio como un terreno con límites definibles, donde el investigador entrenado en economía puede identificar las ideas económicas de ciertos pensadores pasados. Esta operación de selección y abstracción evita una serie de problemas asociados a la crítica (literaria) de textos: la cuestión del género, la narratividad, las formas figurativas, la opacidad de los textos, la multivocalidad, la interacción en el texto entre autor y lector. El costo de tal simplificación es alto: estilizar y reificar el objeto de estudio antes de proceder al análisis. Tal vez las enunciaciones sobre el “desarrollo” no admiten límites externos tan precisos. Gootenberg, sin embargo, lo problematiza su objeto de estudio. En sus “textos” hay “ideas” que una vez aisladas pueden devolverse a su contexto específico -una formulación muy debatible en la actualidad-.

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En un libro dedicado a examinar el ideario sobre el desarrollo económico, llama la atención que no exista una genealogía del término “desarrollo” o una explicación de porqué se utiliza este vocablo en lugar de otros de uso corriente en siglo XIX. (El término más común empleado en dicho siglo, progreso, recibe un tratamiento exiguo) El término desarrollo utilizado corno sinónimo de modernización económica o crecimiento-distribución es una diseminación de la teoría del mismo nombre, por tanto, no anterior a la Segunda Guerra Mundial. Por otra parte, para imaginar el desarrollo económico, los intelectuales y estadistas del siglo debieron imaginar primero la economía como un sistema separado de la actividad humana dedicado a la producción, distribución y consumo de la riqueza. Es posible que, fuera de los tratados de economía política, ni siquiera la economía tuviese el grado de autonomía atribuido por Gootenberg a su “pensadores”, y estuviera irremediablemente unida, en el discurso de estadistas e intelectuales, a la cuestión de la civilización, de la formación de los estados-naciones y del orden social. Era la sociedad o la nación -raramente la “economía”- la que evolucionaba hacia estados estacionarios, regresivos o de progreso.

El autor mantiene a lo largo del texto una visión crítica y distante, en ocasiones irónica del ideario que examina. Llamando estas visiones industrialistas “utópicas”, quita potencialidad a la efectivización de esas visiones. El lector entonces se encuentra con una nueva polaridad para explicar: la que separa las visiones de los “pensadores” de la realidad de la economía peruana del período 1840-1870, signada por el subdesarrollo, la dependencia externa y la pobreza. Curiosamente, aquí el autor hace una concesión innecesaria a las concepciones estructuralistas y dependentistas que en otras partes del libro critica. Lo que se cuestiona no es la existencia de la dependencia externa y de la economía de enclave, sino el supuesto de que este tipo de desarrollo puede sólo generar un pensamiento neocolonial (europeizante, de libre comercio y laissez-faire).

Con respecto a la relación entre las visiones desarrollistas y los sectores populares urbanos, el empleo aparece como la principal variable clave: la industria creará empleo y con ello contribuirá a la paz social. Pero, al mismo tiempo, varios de los textos presentan la insuficiencia de población y los altos salarios como un obstáculo para el crecimiento económico. Estas incongruencias o contradicciones requerirían un análisis más detenido que el dispensado por el autor.

Imagining Development es un libro que abre un nuevo sendero: la historia de ideas del desarrollo, de los futuros alternativos imaginados por elites y sectores populares para sus naciones. Bien escrito, rico en fuentes y en contextualización, y con importantes implicancias para el análisis de las burguesías exportadoras y sus ideologías, el libro de Gootenberg sin duda tendrá una acogida calurosa y a la vez polémica no sólo en la historiografía peruana, sino también entre los estudiosos de la historia de las ideas, del discurso económico y de la ideología. Tiene sus puntos débiles: sus silencios, sus discutibles elecciones metodológicas, su estilo irónico y distante, sus concesiones a la historiografía dependentista. Pero, a pesar de ellos, el libro merece una cordial acogida porque apunta a una problemática muy relevante y actual: la cuestión de cómo América Latina y sus intelectuales y estadistas, sus clases dominantes y sus sectores populares imaginaron y recibieron el desarrollo, la incorporación al mercado mundial y el Estado moderno.

RICARDO SALVATORE

Universidad Torcuato Di Tella

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Raúl García Heras, TRANSPORTES, NEGOCIOS Y POLÍTICA. LA COMPAÑÍA ANGLO-ARGENTINA DE TRANVÍAS, 1876-1981. Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1994.

Como bien lo subraya el autor en los párrafos finales, el libro, y en general esta área de trabajo, han readquirido un interés inmediato inusitado a raíz de la reciente privatización de los servicios públicos en nuestro país. La historia de los servicios públicos bajo manos privadas en la primera mitad de este siglo constituye un aporte valiosísimo para en entender los beneficios y los costos de esta circunstancia desconocida para el grueso de las actuales generaciones de argentinos. Esto se refuerza por el hecho de que el libro tiene como sustento una seria labor de examen de fuentes tanto publicadas como de archivos, con lo que se reafirma un proceso de sana profesionalización del trabajo del historiador, en particular en un área que, al menos hasta hace poco tiempo, fuera motivo de polémicas encendidas pero con poco sustento científico. Asimismo, tratándose de cuestiones que afectan a las relaciones con empresas y gobiernos extranjeros, haber superado el mero medio local y abrevado en fuentes extranjeras constituye un aporte encomiable aunque algunos archivos cruciales continúen cerrados. Por otra parte, el relato está laco organizado e intenta correctamente asociar la evolución de los negocios de la Anglo-Argentina Tramways con la evolución de la vida urbana en Buenos Aires.

Dicho lo anterior -lo que importa un juicio global altamente positivo sobre el trabajo publicado-, es necesario señalar que es más difícil compartir algunas de las consideraciones expresadas por García Heras. Veámoslo en el mismo orden expuesto en el último capítulo.

En primer lugar, el texto adolece de ciertas limitaciones que, al parecer, se derivan del hecho de haber sido escrito originalmente para un público no argentino y sobre la base de fuentes abrumadoramente no argentinas. La caracterización de los partidos políticos argentinos o; mejor dicho, de los partidos políticos populares argentinos (páginas 59 a 62) es un claro ejemplo de esto, innecesaria para el lector argentino, por lo superficial, esta caracterización bordea lo caricaturoso y está afectada de una visión abundante en calificativos peyorativos que es difícil creer que sean compartidos cabalmente por el autor.

Esa óptica de documento del Foreign Office explicaría, además, un cierto conflicto entre lo que parece ser una posición global del autor de alguna distancia crítica respecto al desempeño de las empresas extranjeras en el área de los servicios públicos y el uso de un lenguaje en el que campea un fuerte sesgo contra las opiniones del cuerpo político nacional cuando ésta se opone a los intereses de la Anglo-Argentine Tramways. Así, se califica de “marejada nacionalista” o de “intenso nacionalismo” o de “nacionalismo económico desbocado” -con un obvio dejo peyorativo- a las políticas que intentaron controlar el desempeño de esas empresas extranjeras. Las autoridades argentinas se veían “presionadas para ejercer un control más efectivo sobre las empresas extranjeras de servicios públicos” por posiciones y opiniones que, presentadas así, no dejan dudas respecto de su comportamiento arbitrario o demagógico. De acuerdo con el autor, los partidos cambian de opinión respecto del tema sólo por oportunismo electoral, para acaparar más votos de una opinión pública que, al menos tácitamente, queda como mal informada o peor encaminada. García Heras presenta al gobierno británico como abrigando “recelos” y señala que sus funcionarios se habían “tornado desconfiados respecto de algunos manejos financieros de SOFINA”. Del

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material expuesto, sin embargo, no surge en modo alguno cuáles podrían haber sido los motivos del “recelo” y “desconfianza” británicos ni del intenso nacionalismo argentino. La Anglo-Argentine Tramways se presenta como una enternecedora víctima incomprendida llevada a la ruina en forma arbitraria por esos interlocutores y, en particular, por las autoridades argentinas.

En segundo lugar, se trata a la empresa con extrema condescendencia en relación con el conflicto entre el “interés público” y las ambiciones de lucro privado. La Anglo-Argentine Tramways se describe hasta los años treinta como progresista, e incluso se mencionan en términos elogiosos sus esfuerzos de modernización renovados en los años veinte, aunque el cuadro de la página 80 muestra que entre 1922 y 1930 la red se incrementó solamente alrededor de un 5%. La empresa al parecer, había sido perjudicada por aquella “marejada”' que le impide realizar ganancias y llevar a cabo su plan de obras, aunque no se entiende por qué, si era tan perjudicial su situación, no abandonó el empeño y se retiró de la concesión. Mi mayor conocimiento sobre el tema de los ferrocarriles me hace presumir que la verdadera ganancia estaba en los honorarios del Directorio y los cobros de las obligaciones (los debentures que constituían el grueso del capital de la compañía) y, sobre todo, en el suministro de materiales y fluido eléctrico. No por casualidad, a partir de 1907, la Anglo-Argentine Tramways pasa a ser propiedad de una de las concesionarias del servicio eléctrico de Buenos Aires (pero, me extenderé más sobre esto al comentar la quinta conclusión). A diferencia de aquel lenguaje crítico, ningún calificativo peyorativo aparece cuando se describe la forma en que la compañía consiguió, en 1908, que se le otorgara prácticamente el monopolio del transporte urbano de Buenos Aires. Tampoco merece un comentario negativo el hecho de que la licitación para los subterráneos se cancele -habiéndose presentado nada menos que la compañía del Metro de París- y se le entregue la concesión a la Anglo-Argentine Tramways aunque esta compañía no se hubiera presentado a esa licitación.

En tercer lugar, la conclusión de que el gobierno británico otorgaba prioridad a “cuestiones comerciales y financieras” [sic] (¿cuáles no lo son?) y sólo en segundo lugar a las aspiraciones de las compañías británicas no me parece suficientemente fundada. Primero, porque, como se lo menciona reiteradamente y se plantea en la quinta conclusión, no estaba claro que la Anglo- Argentine Tramways fuera una compañía británica. Su relativa desatención, de haber sido cierta, podría haber obedecido más bien a esta circunstancia. En realidad, como ya se ha mencionado, las compañías de servicios públicos de propiedad británica constituían mercados cautivos para grupos de proveedores ingleses y, por tanto, una importante contribución a las dificultades competitivas de la economía británica, agudizadas después de la Primera Guerra Mundial. Una compañía en manos no británicas era poco lo que garantizaba en este terreno. Pero otra cosa eran los ferrocarriles, a los que sí el gobierno británico prestaba toda la atención posible. Segundo, no se entiende bien qué quiere decir cuestiones “comerciales y financieras”, pero si, por ejemplo, el segundo término se aplicara a cuestiones referidas a las inversiones en títulos de la deuda argentinos, la negociación del tratado Roca-Runciman dejó patente que éste era un tema de segundo orden del gobierno británico frente al de los ferrocarriles.

Con respecto a ese tratado, una vez más, cuesta compartir la posición algo ambigua del autor. A saber: como condición decisiva del Tratado, el gobierno británico obtuvo de la argentina que la totalidad de las libras esterlinas provenientes de las ventas argentinas en el mercado británico, a excepción de una pequeña cantidad destinada al servicio de la deuda en el área del dólar, quedara a disposición de los exportadores británicos, del servicio de la deuda en libras esterlinas de las compañías de capital

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británico que desearan efectuar remesas de beneficios a Londres. Esta concesión, como lo he señalado en varios trabajos, importaba una grave distorsión del comercio triangular argentino -por cierto totalmente legítimo en el terreno doctrinario y legal-, en virtud del cual una parte de las divisas provenientes de sus exportaciones a Gran Bretaña eran cambiadas a dólares para solventar importaciones desde los Estados Unidos, a todas luces más competitivas y convenientes para el desarrollo argentino y el costo de sus consumidores. Al parecer, y tomo por buenas las afirmaciones del autor en ese sentido, aún esa extrema concesión no habría sido suficiente para solventar algunas de las remesas que quería hacer la Anglo-Argentine Tramways, pero otra cosa es decir que el gobierno británico no presionó lo bastante -y que el bravo gobierno argentino se opuso a esas presiones-, lo que redundó en que el Pacto otorgaba prioridad “a las necesidades del comercio y de las finanzas” (pág. 114). Y que como consecuencia de esto incluso se acordó -como ya lo hemos mencionado- que se podría asignar una parte de las exportaciones argentinas al servicio de la deuda fuera del área de la libra. Al no mencionar el hecho fundamental -la asignación del total del producido de las ventas argentinas en el mercado británico a las necesidades de las exportaciones y de las empresas- y sólo la excepción -el “desvío” de una pequeña parte al servicio de la deuda fuera del área de la libra- al lector le queda la impresión de que el gobierno británico más bien había sido condescendiente cuando, en realidad había obtenido aquella condición fundamental que hacia prácticamente inconvertible la libra esterlina para la Argentina.13

En cuarto lugar el punto referido al desarrollo urbano y sus necesidades cambiantes requiere el examen de un especialista; el autor, sin embargo, incursiona en este terreno con frases como “una mayor competencia automotriz indiscriminada”, cuando apenas si se repara en el texto que podría haber habido una poco recomendable situación cuasimonopólica a raíz de la autorización municipal para absorber la casi totalidad de las otras compañías hacia la época del Centenario. En este sentido, resulta algo curiosa la manera en que el libro presenta, una vez más, a la Anglo-Argentine Tramways como victima de “Campañas” -y no de un normal esfuerzo de ventas- de las compañías automotrices estadounidenses, en su promoción del uso del automóvil o del transporte por ómnibus y otros transportes. Según García Heras los fabricantes estadounidenses de automotores “monopolizaban” el mercado local sin que, en este caso, la compasión del autor por las dificultades de la anglo-Argentine Tramways se

13 A propósito de los problemas cambiarios durante la década del treinta, el autor parece confundir la desvalorización del peso argentino -a partir del cierre de la Caja de Conversión en diciembre de 1929- con la introducción, pero recién a fines de 1933, del “margen de cambio”. Los párrafos correspondientes de la pág. 94 y el cuadro de la pág. 95 incorporan un cálculo hasta el año 1933, de pérdidas por desvalorización cambiaria con respecto a la paridad del peso antes del cierre de la Caja y tienen poco que ver con el “margen de cambios”. Sin embargo, esa desvalorización, como lo he demostrado oportunamente, no fue una desvalorización “real”, esto es, que de tomarse en cuenta la evolución de los precios internos en ambos países, el peso argentino se revalorizó con respecto a la libra esterlina hasta fines de 1933. Este hecho que favorecía a las compañías extranjeras era el resultado de la política ortodoxa del gobierno argentino que, además, se veía confrontado con un difícil problema de servicio de la deuda externa en el caso en que el peso se hubiera desvalorizado más (los intereses fiscales argentinos –aunque no lo de la economía “real”- coincidían con los de las empresas británicas). Por eso las pérdidas cambiarias del Anglo-Argentine Tramways podrían haber sido mucho mayores y, si bien eran un artificio contable útil, no podían constituir la fuente de un reclamo ante el gobierno argentino que nunca imaginó comprometer contractualmente la cotización del peso. El autor parece confundir esa desvalorización y sus efectos sobre el equivalente en libras esterlinas de las ganancias en pesos con el de “margen de cambios”. Este “margen” entre tipo de cambio de compra –básicamente para las exportaciones- y el de la “venta” –básicamente para importaciones, pagos de las deuda y remesas- fue instaurado en forma simultánea en aquella devaluación en el denominado mercado “oficial” de cambios, al mismo tiempo que se los desdoblaba del mercado “libre” cuya cotización, por cierto, se acercó un tiempo más tarde muy cerca del “oficial”. La cuestión de este “margen” fue motivo, de por sí, de prolongadas tratativas por parte de las compañías británicas que pretendían obtener el tipo de cambio más bajo –el de “compra”- para sus remesas de beneficios a Londres.

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haya extendido a aquellos, por ejemplo, tenían que pagar todas, absolutamente todas sus importaciones por el mercado “libre” de cambios, o sea por un tipo de cambio algo más alto que los fabricantes ingleses a raíz de las disposiciones del Pacto Roca- Runciman.

En quinto lugar, la dependencia respecto de SOFINA no ha sido lo suficientemente explorada en sus características y consecuencias. Primero, se requeriría un examen de las combinaciones internacionales en la industria eléctrica y de la posición de los distintos países en la distribución de los mercados por parte de esos kartells. Segundo, al estar presente la SOFINA en el negocio tranviario como en el eléctrico resulta imprescindible tratar de entender forma integral la estrategia de la compañía en ambos terrenos. Llama la atención, en este sentido, que el autor casi no mencione que la CADE, proveedora de electricidad de la Anglo-Argentine Tramways pero, a su vez, también, controlada por SOFINA, consiguiera una renovación de su concesión del servicio eléctrico de Buenos Aires en medio de uno de los más sonados escándalos de la era preperonista. Y que esto pudo tener algo querer con la actitud de distintos interlocutores respecto a la compañía tranviaria. Tercero, es posible que el respaldo de de un Estado pequeño como el Reino de Bélgica no fuera suficiente y que de allí se haya lanzado la presión para utilizar La Corona Británica en favor de esta empresa no británica. Las multinacionales no son nacionales hasta que necesitan el apoyo de un Estado en la defensa de sus intereses…

Por último, no se puede dejar de lado que el acopio de material valioso no se ha visto acompañado en muchos casos de un tratamiento adecuado, en particular de los datos numéricos y de su naturaleza económica. Ejemplos: se dice que la ciudad de Buenos Aires continuaba en los años veinte creciendo aceleradamente cuando las cifras ofrecidas -a partir de los Censos de Población- reflejan que su crecimiento en el período 1914-1930 fue algo menor al 2,7% anual, mientras que entre 1869 y 1890 el libro nos dice que había crecido el 10,5% anual y entre 1890 y 1914 el 7,2 anual. Mucho más adelante en el texto, el a autor parece no haberse percatado del proceso inflacionario en la Argentina de fines de los años cincuenta y principios de los sesenta y compara cifras déficit y subsidios de Transportes de Buenos Aires de año en año sin tomar en consideración el fuerte aumento de precios. Así es como se pronuncia gravemente acerca de la desfavorable evolución de los préstamos para que subsistiera la empresa, que entre 1958 y 1961 habrían pasado de $1391.6 millones a “3.172.8 millones. Ocurre que, por ejemplo, el costo de vida en Buenos Aires en ese período aumentó 3.09 veces. Por lo tanto, el subsidio a Transportes de Buenos Aires, en términos reales, habría disminuido, entre esos dos años.

García Heras ha hecho un primer aporte a esta importante área de la investigación histórica con acopio de documentación de enorme valor. Con esto, ha dado lugar a que las controversias acerca de la cuestión del desempeño de las empresas de servicios públicos en la era preperonista y, en particular, la Anglo-Argentine Tramways pueda ahora desarrollarse en un nuevo plano. Queda a él y a otros colegas continuar la obra.

ARTURO O’CONELL

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Meding, Holger M.: FLUCHT VOR NÜRNBERG? DEUTSCHE UND ÖSTEREICHISCHE EINWANDERUNG IN ARGENTINIEN 1945-1955. [¿Fuga de Nuremberg? La inmigración alemana y austriaca en la Argentina, 1945-1955] Lateinamerikanische Forschungen. Beihefte zurn Jahrbuch für Geschichte con Staat, Wirtschaft und Gesellshaft Lateinamerikas Bd. 19, Colonia, Weimar, Viena, 1992, 311 páginas.

La inmigración de alemanes y austriacos a la Argentina en la posguerra es el

objeto de una vasta literatura, que fija su atención en este país como refugio para los antiguos líderes y funcionarios del régimen nacionalsocialista alemán y en su forma más especulativa, como base de intentos para la creación de un cuarto Reich. Estos temores no aparecieron sin fundamento: por una parte, están los casos de Eichman, Mengele y otros que fueron localizados en la Argentina después de 1945, y por otra, el hecho de que este país se transformó durante esa época en el lugar de destino más importante de la emigración alemana.

A pesar de la gran cantidad de reportajes sensacionalistas, artículos y memorias existentes, toda vía carece nos de un trabajo serio y científico sobre el tema. El libro de Holger Meding, presentado como tesis de doctorado en la Universidad de Colonia, tiene por objetivo llenar este vacío.

Para su investigación, Meding se apoya no sólo en la bibliografía mencionada, sino que toma una vasta correspondencia con expertos, entrevistas con representantes de la comunidad alemana, y material de archivos argentinos y alemanes. No son utilizados los fondos documentales secretos hechos públicos por el presidente Menem en 1992., cuyo valor informativo es largamente discutido en la comunidad científica. Además, el trabajo está previsto de una gran cantidad de anotaciones detalladas y un índice onomástico y temático. También se apoya en una sólida base de trabajo hermenéutica, enriquecida por elementos de la historia oral. El estudio tiene dos metas principales: esclarecer la motivación de los inmigrantes e investigar el nivel de organización que alcanzaron los grupos con una orientación pronazi entre los inmigrantes.

La inmigración alemana y austriaca de posguerra se desarrolló en un ambiente político marcado por las tensiones latentes entre la Argentina y la alianza antinazi dominada por los Estados Unidos, que se agravaron bajo el gobierno de Perón. La Delegación Argentina de Inmigración en Europa canalizó en forma clandestina hasta 1949, la inmigración de alemanes principalmente por Italia, pero también por Suiza y los países escandinavos.

Los casos espectaculares de la llegada de dos submarinos a fines de 1945, varias travesías aventureras a través del Atlántico en barcos de vela y la famosa “línea de ratas”, con la cual el servicio secreto estadounidense ayudó a unos antiguos agentes alemanes a escaparse, no tuvieron ninguna importancia cuantitativa. Una parte de los alemanes con pasaportes argentinos volvió a la Argentina por la vía de la repatriación, pero la mayoría se dirigió a Sudamérica con la ayuda de una red de la Iglesia Católica, la Cruz Roja y las representaciones diplomáticas argentinas que les proveyeron pasaportes nuevos, pasajes de barco y otras ayudas. Meding estima que el número de inmigrantes alemanes, austriacos y argentino-alemanes repatriados alcanzó de 1945 a 1953 entre 30.000 y 40.000 personas, es decir, aproximadamente del 10 al 15% de la comunidad de origen alemán ya ubicada en la Argentina. Esta cifra es más elevada que los datos de la Dirección de Inmigración, que clasificó a los inmigrantes según su

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región de origen. Dos terceras partes de ellos procedían de zonas ocupadas por el ejército soviético -venían jurídicamente de partes de Rumania, de Polonia y de la Unión

Soviética-, y fueron clasificados como ciudadanos de estos estados. La mayoría dejó Europa por motivos económicos: solamente del 1 al 2% eran nazis que emigraron por motivos políticos. El número de personas que fueron buscadas por comités de guerra o crímenes contra la humanidad dentro de este grupo se limitó a aproximadamente 50 individuos. De este modo, según el autor, la idea de que hubo sobre todo motivos políticos para la llegada de los migrantes se revela como una leyenda.

Igualmente, Meding no ha encontrado ningún indicio de la existencia de una organización secreta de antiguos funcionarios nazis que establecieron una línea de evasión (ODESSA) o que administraron un inmenso tesoro nazi. Existió sin duda una asistencia mutua entre los individuos, pero esta se fundó en lazos personales de camaradería y no en una organización. Organismos como el Kamaradenwerk o Europäisch-argentinisches Haus (con una fuerte orientación nazi), eran círculos cerrados, cuyas actividades se limitaron a obras benéficas y reuniones conmemorativas.

En cuanto a los rumores de una organización central de los antiguos nazis, Meding se ve confrontado con un problema antiguo: el supuesto carácter conspirativo y secreto de cualquier organización central de evasión hace de la ausencia de pruebas o de la escasez de informaciones seguras un punto clave de su argumentación. No hay pruebas ni contrapruebas, pero Medina, después de haber dibujado con minuciosidad la procedencia de las informaciones irrelevantes, cuyo origen es casi siempre incomprobable, argumenta en este sentido de una manera muy convincente.

Los inmigrantes provenían de todos los estratos sociales y estaban lejos de constituir una unidad homogénea. Entre ellos había simples refugiados de Europa central y oriental, personas desarraigadas por la guerra, militares, científicos y miembros de minorías religiosas. Ya bajo la dictadura nacionalsocialista hubo muchas corrientes divergentes aun dentro de los grupos por líderes de la Alemania nazi, por lo cual la evidencia parece contradecir a todos los conocimientos sociológicos sobre el comportamiento de grupos, lo que habría impedido el mantenimiento de una disciplina estricta, un alto grado de organización y una discreción casi absoluta frente al desafío de la vida en el exilio. La existencia de un tesoro secreto sin duda habría provocado envidias y luchas de repartición dentro del grupo. Lo que afirma que esta tesis es que casi todos los proyectos de asociaciones con una orientación pronazi se vieron tarde o temprano frente a graves problemas pecuniarios.

La mayoría de la comunidad alemana en la Argentina había tenido, como la mayor parte de los alemanes, una imagen positiva de la Alemania nazi. La influencia de los refugiados que buscaron el exilio después de la toma del poder por los nazis en 1933 quedaba por eso limitada, y la comunidad alemana se separo en dos campos casi irreconciliables. En este ambiente se desarrollaron las actividades principales de los grupos pronazis.

Muchos de los inmigrantes que vinieron a partir de l945 tenían una actitud que vaciló entre la vergüenza, la indiferencia, la transfiguración del pasado y a veces una obstinación por aceptar la realidad. Sobre todo este último grupo minoritario lanzó varios proyectos con una orientación apologética y reaccionaria respecto de los doce años de dictadura en Alemania. Aunque las actividades políticas de este grupo quedaron muy limitadas, se dibujó marcadamente en el campo de la prensa una lucha por la opinión pública que Meding analiza en forma cuidadosa en la última parte de su libro.

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El adversario principal de las corrientes de la derecha era el Argentinisches-Tageblatt, periódico con una larga tradición democrática cuya difusión en Alemania había sido prohibida por los nazis. Periódicos como la Freie Presse y Der Weg representaron al otro extremo. Sobre todo la aparición de este último alimentó los rumores de que los representantes de la derecha extrema entre les inmigrantes habían recibido sostén financiero de fuentes secretas ligadas a capitales nazis que habían sido evacuados a la Argentina. Meding muestra también en el caso de Der Weg que el financiamiento del periódico se baso en el aporte financiero de hombres de negocios, la iniciativa personal del editor Eberhard Fritsch, y una red de distribución muy vasta que alimentó la ideología reaccionaria de simpatizantes en todo el mundo.

Después de su apogeo a comienzos de los años cincuenta Der Weg entró, por varias razones, en decadencia y cerró su redacción en 1958. La República Federal de Alemania se había consolidado y comenzó a representar a Alemania también dentro de la comunidad alemana en el extranjero, lo que llenó cierto vacío de identidad causado por la casi inexistencia económica, política y también jurídica de la Alemania de posguerra. Este vacío había favorecido sin duda las actividades de la prensa prenazi. Muchos de sus simpatizantes no creyeron que sus actividades podrían tener éxito, y la integración en la vida argentina era para ellos más importante que el apoyo de una ideología desacreditada aun dentro de la comunidad alemana.

La caída de Perón terminó con la fase de tolerancia benévola frente a las actividades de la prensa nazi y quito además todo sostén informal a los editores de Der Weg y a otros representantes de la derecha extrema. Fuera del periodismo, sus actividades no se distinguieron del destino de otros grupos de emigrantes A pesar de una orientación ideológica común, no lograron formar estructuras de organización estables y se transformaron en círculos sectarios cuyos proyectos utópicos perdieron toda relación con la realidad.

Meding analiza de manera escrupulosa las actividades de una multitud de individuos y de agrupaciones a menudo marginales, sin perder de vista lo esencial, y el ambiente político y social bajo el gobierno de Perón.

Así, escribe una historia social y mental, cuidadosamente investigada, de la comunidad germano-argentina y permite, siguiendo las biografías de los representantes de este grupo, una introspección en los mecanismos políticos interiores de una comunidad de inmigrantes cuyas “querelles allemandes” escaparon a menudo al público. Su trabajo es por ello un aporte fundamental para el conocimiento de este período, muy discutido pero poco investigado, de las relaciones argentino-alemanas, y forma junto con las recientes investigaciones de Ronald Newton una visión más exacta y matizada.14

Para volver a la cuestión inicial del libro, provocativamente planteada por Meding en el título, se puede presumir que el motivo principal de la inmigración alemana no era la fuga de los Tribunales de Nuremberg. Se trató más de una corriente inmigratoria que aprovechó, ante las penurias en Alemania, las oportunidades específicas ofrecidas por la Argentina de Perón. Criminales de guerra y altos funcionarios nazis se insertaron en esta corriente pero no la encabezaron.

FRANK IBOLD 14 Newton Ronald C., The “nazi-menace” in Argentina 1931-1947, Stanford University Press, 1992, 520 pp.

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Leonardo Senkman (comp.), EL ANTISEMITISMO EN LA ARGENTINA. Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1990, segunda edición, corregida y aumentada.

Asequible al público lector en una edición poco conocida, este volumen incluye la mayor y más importante colección de ensayos y documentos acerca del antisemitismo en la Argentina, en especial sobre el período posterior a la Segunda Guerra Mundial.

La única deficiencia importante de este libro es la falta de un capítulo contextualizador. Lo más próximo a ello es el trabajo de Ismael Viñas, “Los judíos y la sociedad argentina: un análisis clasista retrospectivo”, una extensa y por momentos verbosa historia social de la Argentina moderna cuyo último par de páginas está dedicado a los judíos en particular. En opinión de Ismael Viñas, la persecución de datos antes y durante la “guerra sucia”' se explicaría por su tradicional papel de chivos expiatorios en momentos de crisis. Este aperçu simplista, difícilmente específico de la Argentina, no acrecienta demasiado nuestros conocimientos y bien podría haber sido obviado.

El resto de la colección, sin embargo, está mucho más redondeada, en especial en lo referente a dos puntos. El primero es la transición del extremismo de la derecha argentina, incluido su antisemitismo, que pasa de ser obra de una pequeña y tradicional etilo. Todavía influyente aunque amenazada por su decadencia, a un antisemitismo populista mas amenazador en el seno de la sociedad de masas creada por la revolución de Perón, El lector debiera dirigir su atención inicial, al trabajo de Natán Lerner, “Las raíces ideológicas del antisemitismo en la Argentina y el nacionalismo”, que ha sobrevivido bien al transcurso del tiempo desde su escritura en 1973. La falla principal de Lerner, a saber, que la paternidad intelectual de la reacción católica contra el siglo XX le corresponde a antimodernistas franceses como Charles Maurras y Maurice Barres, mientras que su dimensión antisemita concibió a los judíos a la luz de estereotipes cristianos tradicionales como de sinécdoque por todos los males de la era moderna, ha sido ampliado, no recusado, por los autores recientes como David Rock y los participantes de la recopilación de ensayos de Deusch y Dolkart.15 Lerner le asigna menos importancia a la influencia anterior a 1939 del falangismo español, el fascismo italiano y el nazismo alemán (el impacto limitado de este último no se debía a la carencia de intentos, pero la autentica movilización de masas inherente al nazifascismo no era exactamente lo que los reaccionarios argentinos de la década de 1930 tenían in mente tal como rápidamente pudieron comprobarlo los agentes italianos y alemanes).

Aunque muchos de los derechistas de los años treinta sobrevivieron la era de Perón y el período posterior como también sobrevivió su inmunidad frente a las consecuencias legales de sus estragos, con el surgimiento de la sociedad de masas durante 1943-1955, el antisemitismo cambió marcadamente de contexto sociopolítico y de contenido. Los ensayos de Leonardo Senkman y Carlos Waisman analizan tales cambios con maestría. Con abrumador detalle Senkman muestra que después de 1959, a medida que la economía argentina atravesó por picos y valles de violencia, los acosados regímenes democráticos encontraron oportuno tolerar el ataque al “comunismo” y la victimización de “los judíos”, dos fantasmas intercambiables en el imaginario de algunos a los efectos de desviar de sí mismos la mira de la agitación popular, también toleraron la violencia de derecha. Así, volvieron a surgir variaciones de teorías conspirativas -la vieja superchería de los Protocolos de los Sabios de Sión/la 15 Sandra McGee Deutsh y ronald H. Dolkart (comps.), The Argentine Right: Its History and Intellectual Origins, 1910 to the Present, Wilmington, Scholarly Resources, 1993.

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conspiración bolchevique, adornados con detalles ficticios-, que devinieron en acusaciones, de que los judíos seguían teniendo una doble lealtad: para con Israel y el internacionalismo por un lado, para con la nueva Argentina de ciudadanía plena para todos por el otro. Como es bien sabido, durante su primera presidencia Juan Perón tomó un número de medidas favorables a la colectividad judía y apoyó al naciente Estado de Israel; no obstante, tras su retomo en 1973 demostró haber abrazado la tesitura demencial de “sinarquía”, una conspiración internacional con participación judía, y consideró a Israel como enemigo. En tales circunstancias afloró el antisemitismo que antes había echado raíces entre el liderazgo conservador del sindicalismo peronista y su membresía. Waisman provee un excelente sumario de los cambios ocasionados desde 1945: la decadencia de la cultura occidental desde la Primera Guerra Mundial, morbosamente contemplada por la antigua derecha, y el inexorable ascenso del comunismo; la declinación argentina en el sistema internacional; los cambios en la sociedad, con el desplazamiento de la tradicional elite terrateniente por una nueva burguesía; el estancamiento y regresión de la vida económica que marginaron a elementos de todos los niveles socioeconómicos y la creencia común entre derechistas peronistas, radicales y muchos izquierdistas de que tales cambios estaban vinculados por lazos de casualidad. Claramente, ciertos agentes ocultos debían estar operando en la Argentina.

La segunda contribución fundamental de este libro es el detallado estudio, desde diversas perspectivas, de la dimensión judía de la “guerra sucia” de fines de la década de 1970. Edy Kaufman y Beatriz Cymberknopf se remontaron más allá del informe de la Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas (DAIA) de 1984 para examinar los números involucrados (comprobaron que alrededor del 9% de las víctimas del terrorismo militar fueron judíos, a pesar de que la colectividad representaba menos del 1 % de la población del país) y para reproducir muchos testimonios de los sobrevivientes judíos. No obstante, admitir que los judíos estaban sobrerrepresentados en las profesiones liberales, la universidad y el periodismo, todos ellos ámbitos repugnantes para los militares, la conclusión de Kaufman y Cymberknopf, basado en abundantes pruebas, es que los judíos recibieron maltratos y torturas especiales en las cárceles secretas del régimen militar, y que tenían menos oportunidades que sus contrapartes gentiles de abandonar tales prisiones con vida.

Ignacio Klich se dedicó a la delicada tarea de evaluar la actuación de la DAIA durante la crisis. Con implacable acumulación y análisis de datos, Klich demuestra que le DAIA dejó de defender a judíos en cuanto tales; cortó su vinculación con un frente amplio de defensores los derechos humanos de los argentinos; buscó suprimir la información respecto de la magnitud de la crisis, que circulaba fuera del país; y, desde 1983, intentó describir engañosamente su actuación anterior. Sin duda, la estimación mucho más baja de la DAIA del número de judíos afectados surge de su reluctancia a ayudar a los familiares de los desaparecidos; cabe suponer que esa sola actitud disuadió a muchas familias argentinas de dirigirse a la DAIA. El lector ha de apreciar lo justo del tratamiento acordado por Klich a Nehemías Resnizky, presidente de la DAIA durante gran parte de la “guerra sucia”, cuyo hijo Marcos fue secuestrado en 1977 y liberado a los pocos días, después de lo cual el compromiso de Resnizky con la lucha comenzó a flaquear en forma notable. La conclusión de Klich de que “la DAIA pudo haber hecho más”, es ineludible y se ve corroborada por los ejemplos aportados por Javier Simonovich, casos que alcanzaron notoriedad internacional y que se resolvieron en forma positiva.

El volumen concluye con un apéndice documental. Muchos de esos papeles son parte de la polémica entre defensores y detractores de la actuación de la DAIA en el

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período 1976-1983. Una selección más amplia habría sido de mayor utilidad. Si esta compilación no representa la última palabra en la materia, tal como admite Senkman en su introducción, es, sin embargo, un primer paso indispensable para quienquiera que se proponga investigar esta compleja y dolorosa historia.

RONALD C. NEWTON Simon Fraser University, Canadá

Carlos A. Mayo, ESTANCIA Y SOCIEDAD EN LA PAMPA, 1740-1820. Buenos Aires, Ed. Biblos, 1995, 202 páginas, prólogo de Tulio Halperin Donghi. Es muy grato reseñar un libro como el de Carlos Mayo. Antes que nada, porque accedemos con él a la culminación de largos años de trabajo y reflexión del autor. Si bien muchas partes de esta son deudoras de artículos publicados o de ponencias previas, esta obra integrada y superadora de aquellos nos permite conocer la visión de conjunto de uno de los investigadores que participaron de manera decisiva en el debate sobre el mundo rural rioplatense de la colonia. El segundo motivo de satisfacción es el hecho de que un libro como el de Mayo, una monografía de historia social colonial, que no parece estar de moda en los medios editoriales, pueda ser acogido por una editorial y, en consecuencia, llenar al público de manera integral. Cuando las instituciones académicas no cuentan con fondos para editar trabajos científicos y cuando quienes deciden qué se publica en las editoriales comerciales se rigen por criterios exclusivamente mercantiles o por el prestigio de presentar temas de moda, la aparición de un libro como este nos indica que no está perdido. Vayamos ahora al contenido mismo del libro. Quien tenga la posibilidad de comparar los aportes parciales sobre historia agraria rioplatense que este autor ha publicado desde hace más diez años, podrá comprobar con este libro sus avances en varios temas, la maduración de una serie de hipótesis y problemas que le son caros y, junto a ello, las ventajas que la posibilidad de confrontación, de debate acalorado a veces pero siempre respetuoso, ofrece a un investigador inteligente, honesto y con sensibilidad como Carlos Mayo. El libro refleja algunas de sus tesis más conocidas, su visión sobre la mano de obra rural, los gauchos, la mujer, los estancieros, pero muestra también como Mayo ha logrado integrar estos temas dentro de un mundo más complejo y matizado que el podía presentar hace diez años. La mayor parte de los temas que trata en el libro ya los conocíamos por aportes anteriores, aquí adquieren coherencia, se vinculan y al mismo tiempo se matizan por su necesaria integración al resto de las cuestiones planteadas. Los once capítulos tratan de abarcar el conjunto de actores sociales de la campaña tardocolonial, desde los estancieros hasta los capataces, peones, esclavos y agregados, así como las vinculaciones que se establecen entre algunos de ellos (desde las relaciones de producción en el interior de la estancia hasta las relaciones entre los sexos, tema este último en el cual Mayo ha sido un pionero). Uno de los temas centrales del libro, y en esto coincide con la mayor parte de la historiografía reciente (salvo algunos que tienen muy bien calcadas sus anteojeras), es la difusión de la pequeña y mediana propiedad en la campaña colonial y el escaso peso social, económico y político de los grandes estancieros. Su análisis sobre el menguado poder y la escasa coherencia interna del grupo de los así llamados “estancieros”

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coloniales, constituye a mi parecer un aporte importante. También lo es su estudio sobre los trabajadores rurales, tanto libres como esclavos, el papel de los agregados (quizás lo más original del libro por lo poco que sabemos sobre ellos hasta el momento), o su estudio sobre el papel de la mujer. Mayo destaca el limitado peso de la coerción en formación de un sector de trabajadores rurales -salvo en el caso obvio de los esclavos- y por el contrario, resalta la incidencia del mercado y las condiciones de la economía y los recursos locales. Los agentes aparecen negociando, conscientes en buena medida de sus posibilidades y limitaciones, y aun los esclavos (¡oh herejía!) parecen saber aprovechar los resquicios que su papel ineludible en ciertas estancias les procuraba. En cuanto a las fuentes, la mayor originalidad de Mayo en relación con otros autores es su utilización de archivos judiciales -que en parte la conocíamos por trabajos anteriores- que le permiten adentrarse en aspectos de la vida cotidiana de la población rural, en sus valores culturales y en la forma de interrelacionarse. En este libro, madurando algunos avances previos, el autor integra esos aportes en un contexto más amplio, y por eso mismo los acota, gracias al uso de algunas fuentes de tipo estadístico que le permiten delimitar de qué universo de gente está hablando cuando analiza un caso necesariamente peculiar en un expediente judicial. Por cierto, seguimos sin estar de acuerdo con ciertos puntos tratados en esta obra. El mismo Mayo se encarga (y esto sin duda es una virtud del libro) de recordarnos a cada paso en qué aspectos su visión de este mundo agrario es parecida o diferente a la que plantean otros autores. Veamos algunos ejemplos. El autor sigue insistiendo en un mundo agrario colonial esencialmente ganadero, en el cual los estancieros tienen dificultad para conseguir mano de obra estable. Es de destacar sin embargo, en honor a Mayo, que a diferencia de lo que planteaba hace ocho años en la polémica en el Anuario IEHS (No. 2, 1987), considera ahora que el factor central que restaba brazos a la estancia era el acceso fluido de la población rural a los medios de producción (la tierra en particular) y no insiste tanto en la versión gauchesca de esta escasez. Sin embargo, nuevamente cuando discute el nivel de esta escasez de brazos, los ejemplos más contundentes que utiliza se refieren a la cosecha del trigo y no tanto a las labores ganaderas. Si bien Mayo, como ya se dijo, presta aquí atención al conjunto; a través de series estadísticas utilizadas por él y por otros autores, a veces parece resistirse a sacar todas las conclusiones de ellas. Así por ejemplo, dedica un capítulo a los capataces de estancia, cuando se trata de un sector social minoritario, como él mismo se encarga de decirnos cuando señala que la mayoría de las explotaciones son familiares, y a la inversa, cuando habla de peones campesinos nos dice que son un sector social pequeño (e indica que podrían ser más de 20% [sic] en los pagos del norte de la campaña bonaerense). En fin sobre los gauchos, un tema de Mayo si los hay: el peso de estos actores en el libro es mucho menor de lo que se hubiera esperado del autor. Mayo limita y acota la existencia de estos personajes, ahora integrados en un universo más complejo formado por pequeños productores, agregados, peones, esclavos y familias. Su estudio sobre los “vagos y malentretenidos” en la campaña, aporta entonces datos interesantes que no ocultan el resto de la realidad social, aunque nos parece discutible la caracterización de dichos datos. Al analizar los apresados por las autoridades coloniales, Mayo encuentra que eran sobre todo peones (y no campesinos), jóvenes y principalmente solteros (aunque prefiere poner el énfasis en una fuerte minoría de casados). Como se ve, un universo muy acotado que está lejos de reflejar a la mayoría de la población rural, pero que Mayo insiste que reflejan una actitud cultural ante el trabajo (y el ocio) y la propiedad privada, que estaría caracterizando a esa peculiar sociedad agraria. Es decir

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que hay una propensión al ocio y a la apropiación directa de recursos, que estaría determinada por las características abiertas del territorio, un determinado patrón cultural, etcétera. Sin embargo, se pueden señalar hipótesis bien distintas para explicar ciertas actividades que son caracterizadas como delito en esta sociedad. Si se compara ese perfil social y familiar de los imputados de vagos y ladrones con algunos estudios que muestran una estacionalidad bien marcada de los “delitos” (hay un fuerte incremento de esta criminalidad en los momentos de baja actividad y, al contrario, un marcado descenso durante la época de cosecha y trilla por ejemplo), podría colegirse que estos peones son apresados sobre todo en ciertos momentos en que se ven impulsados a delinquir por necesidad. La que es para ellos su única fuente de ingresos, es decir, el salario que pueden ganar en una empresa agraria, aparece en ciertos momentos del año, y en algunos años en particular, como inaccesible. No siempre había trabajo asalariado para todos. En esos momentos, el peón semitinerante, pero no tanto el campesino, se veía compelido a buscar su oportunidad de manera algo irregular y quizás a pasar más tiempo de lo debido en las pulperías de la zona. Por supuesto, no todos los apresados eran peones, ni solteros y jóvenes, pero esto es una verdad obvia. Si ciertos fenómenos considerados como delincuencia tienen raíces económico-sociales, es evidente que no son estas sus únicas explicaciones. De cualquier manera, estas no son más que apreciaciones marginales a una obra muy importante, novedosa, audaz. En muchos aspectos coincido con Mayo, en algunos no, pero este no es un demérito de su libro, sino un estímulo, como lo ha sido hasta ahora para que se sigan produciendo nuevos estudios y aportes que junto o frente al de Mayo nos permitan conocer cada vez mejor el pasado de esta parcela de la historia regional. Como conclusión, quiero resaltar una hipótesis que plantea el autor, y que a mi entender refleja toda la riqueza de los estudios que se han efectuado últimamente sobre historia agraria. En el capítulo IV, luego de evaluar el escaso peso económico, social y político de los estancieros coloniales de inicios del siglo XIX, Mayo presenta la imagen de un Rosas en los años veinte de este siglo, que comienza a dominar la vida política local a partir de su riqueza en el mundo rural. Mayo nos dice que ese lugar que ocupa Rosas en la década del veinte no es el resultado natural del prestigio y poder de una clase inexistente de hacendados en la campaña y que, por tanto, para poder actuar como lo hizo debió trabajar en forma denodada a fin de construir su ascendiente sobre la población rural; delineó conscientemente una estrategia y se aplicó con la tenacidad que lo caracterizaba a cumplirla. Pero para nada este papel estaba prefigurado por la realidad social ni económica de la campaña. Esta hermosa hipótesis de Mayo, nos muestra los numerosos caminos que han quedado abiertos a partir de los estudios sobre la historia rural colonial, y que impulsan a reestudiar la historia del siglo XIX. También nos obligan a desechar una historia determinista que confunde el resultado de un proceso con su camino, que quiere considerar el final de cada historia como natural y lógico, y no como el producto de relaciones sociales y políticas conflictivas, de alternativas abiertas y distintas que se tiene que definir a cada momento.

JORGE GELMAN

Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”.

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