reportatge roberto bolaño

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22 | E n Valldoreix, a media hora de metro tren desde Barcelona, vive Carmen Pérez de Vega, la com- pañera y uno de los principales testigos de los últimos seis años de Roberto Bolaño, quien nunca se separó legalmente de su esposa Carolina López, heredera —junto a los dos hijos de ambos— de todos los derechos de la obra del escritor. Han pasado ocho años desde la muerte del escritor y en esta localidad campestre de poco más de siete mil habitantes, aún se escucha el sonido de los pájaros que encantaban a Bolaño. Carmen, reconocida por el entorno del escritor como su último gran amor, mira a los periodistas con recelo. Sin embargo, en Barcelona y Valldoreix, en distintas conversaciones frente a la grabadora a lo largo de tres días, y en un MI VIDA CON BO LA ÑO Carmen Pérez de Vega, la mujer que acompañó al autor de “Los detectives salvajes” en sus últimos seis años, rompe su silencio. Habla de su relación con el escritor: “Dos meses antes de morir, él dijo que cuando superara el trasplante, se separaría legalmente”. De su enfermedad: “Roberto, desde muy niño, sintió y presintió la muerte”. Desde BARCELONA, POR MARÍA CRISTINA JURADO. Fotografías: BORJA RIUS. EXCLUSIVO DESDE BARCELONA, HABLA CARMEN PÉREZ DE VEGA, LA ÚLTIMA MUJER DEL ESCRITOR: ANAGRAMA

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Fotografies per la Revista YA del diari El Mercurio de Xile

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Page 1: Reportatge Roberto Bolaño

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En Valldoreix, a media hora de metro tren desde Barcelona, vive Carmen Pérez de Vega, la com-pañera y uno de los principales testigos de los últimos seis años

de Roberto Bolaño, quien nunca se separó legalmente de su esposa Carolina López, heredera —junto a los dos hijos de ambos— de todos los derechos de la obra del escritor.

Han pasado ocho años desde la muerte del escritor y en esta localidad campestre de poco más de siete mil habitantes, aún se escucha el sonido de los pájaros que encantaban a Bolaño. Carmen, reconocida por el entorno del escritor como su último gran amor, mira a los periodistas con recelo. Sin embargo, en Barcelona y Valldoreix, en distintas conversaciones frente a la grabadora a lo largo de tres días, y en un

Mi vida con

Bo la ño

Carmen Pérez de Vega, la mujer que acompañó al autor de “Los detectives salvajes” en sus últimos seis años, rompe su silencio. Habla de su relación con el escritor: “Dos meses antes de morir, él dijo que cuando superara el trasplante, se separaría legalmente”. De su enfermedad: “Roberto, desde muy niño, sintió y presintió la muerte”.

Desde Barcelona, por María cristina Jurado.

Fotografías: BorJa rius.

Exclusivo dEsdE BarcElona, haBla carmEn PérEz dE vEga, la última mujEr dEl Escritor:

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acto catárquico, intentará dar forma al mundo del célebre creador chileno antes de su muerte.

Un mundo que une al hombre y a su obra, porque en Bolaño, la frontera es indivisible. Paseando por el cuadrante cercano a Rambla Cataluña —el famoso Eixample barcelonés—, comiendo en el restaurante japonés Ginza —favorito de Bolaño—, visitando La Central de calle Mallorca, su librería regalona, esta testigo privilegiada compartirá, con generosidad, lo que fue acompañar al principal escritor latinoamericano de su generación en sus últimos años, meses, semanas y días.

La estatura literaria de Roberto Bolaño cobró dimensiones colosales a partir del 15 de julio de 2003, cuando una grave afección hepática terminó por llevárselo

en el hospital Vall d’Hebron de Barcelona. Tenía apenas 50 años. Mientras se suceden en cascada sus traducciones, ediciones y nuevos países lectores de su obra —en particular, Estados Unidos y otros países anglosajones, como atestigua en Barcelona su editor histórico, Jorge Herralde, de Anagrama—, la mirada de Carmen Pérez de Vega tiene el valor de rescatar, por entre los velos de la celebridad, al hombre.

—Carmen, ¿usted fue feliz con Roberto Bolaño?

—Fui muy feliz con él, pero no fue fácil. Hay quienes creen que me llevé la peor parte y puede ser. Pero también es lo contrario. Hay cosas que sólo las conocí yo, sólo las sé yo, las disfruté yo. Más de algo lo he tenido sólo yo... cosas que sólo fueron para mí y que me hicieron muy feliz. De

alguna manera, Roberto sería un hombre muy enfermo, que lo era, pero realmente lo disfruté mucho. Y me llevo una parte que nadie tiene. Pero ya, si nos ponemos así, todo el mundo tiene una parte que no tiene nadie más. Eso incluye a su familia y a sus amigos.

—Roberto Bolaño hoy es considerado como un genio literario. ¿Cómo fue ser querida por él?

—(Cierra los ojos) Mira, pienso que yo finalmente veo al ser humano. Y veo que Roberto era tan humano como tú y como yo. En lo cotidiano también... y lo cotidiano es común a todos. Nuestras debilidades las tenemos todos, nuestras cosas buenas las tenemos todos.

—¿Qué la enamoró de él?—¡Y a mí qué me preguntas! ¿Tú sabes

“yo tenía mi relación con Roberto y ahí no entraba nadie. Son otras personas las que, dolorosamente, han creado bandos. No soy una

persona de meterme en el gallinero de nadie. Siempre supe mi lugar”, dice Carmen Pérez de Vega.

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lo que te enamora de una persona? Hay un click. Hay un click de entrada que yo creo que no se puede definir y, si se puede, no me interesa definirlo. Es que el amor no se puede describir. Mira, soy muy racional. Creo que somos mamíferos y pura química. Y si la atracción surge, es de verdad, y es que hay una atracción química pura. De seguro hay un olor, algo que ni siquiera nos enteramos conscientemente. Por eso es que cometemos a veces errores en esta vida, porque te enamoras y el amor es ciego. Yo creo que finalmente somos mamíferos y vamos a la reproducción y ya está. Lo que pasa es que lo hemos racionalizado todo.

—Usted se enamoró de un hombre con otra historia detrás. ¿No lo pensó?

—Yo cuando conozco a Roberto tampoco sé tanto de él. Lo único que me queda claro es que entre nosotros hay una gran atracción. ¿Qué me enamora de Roberto? Yo qué sé, es que nunca me lo he planteado. Pero, vaya, me imagino que una mirada. Y la inteligencia a mí me enamora. Y teníamos una forma de estar... Luego me regala “Estrella Distante” y yo leo “Estrella Distante” y me enamoro de su escritura. Hay una parte de mi enamoramiento que corresponde con su literatura. A mí no me enamora con un platillo gastronómico, sino que me enamora con su platillo literario. Aun hoy, cuando tengo sus libros en mi mano y los leo, aún lo siento, lo huelo, lo toco a él.

—Carmen, todos reconocen que usted fue la compañera de los últimos años de Bolaño.

—Sí, pero lo que no puedo decir ni tengo la suficiente perspectiva es hasta dónde fui importante. Hay quienes dicen, y lo dicen públicamente, que Roberto, en los últimos meses, se mostraba mucho más jovial. Y dicen que era junto a mí que se mostraba jovial. Creo que es porque él había conseguido lograr soltar un lastre personal. Cerca del final, yo creo que Roberto se está quitando lastres infantiles. Lo de su padre y su madre, el abandono, sus separaciones, sus rollos, eso es algo

que lo marcó mucho en su infancia y en su adolescencia. Soltar lastres le costó.

—Los dolores de infancia marcaron a Bolaño.

—Bolaño no quería ser como su padre y lo decía. En una oportunidad llegó muy triste y me dijo sobre su hijo mayor: “Lautaro suspendió en el colegio”. Se sentía culpable, aunque no lo fuera. “No quiero hacer lo que hizo mi padre con nosotros” era una frase que repetía. Roberto siempre quiso mantener la unidad de su familia para no ser como su padre. Cuando yo lo conocí a él, me dijo: “Yo nunca me separaré, por lo menos legalmente hablando”. Incluso hay un cuento en que repite la frase.

—¿Y para usted era difícil? —Bueno, yo soy muy Géminis y él

era muy Tauro, muy tozudo (y marca sus palabras con un suave golpe sobre la mesa) y tuve que aprender a llevar esos instantes. Cuando Roberto entraba en un estado particular de romanticismo dramático, todo se convertía en un drama para él. Me tuve que acostumbrar a llevar esos estados de ánimo, porque eran muy intensos. A veces, en la realidad, las cosas no eran tan blanco y negro ni tan catastróficas. Pero él tenía esa visión. No fue fácil.

—Soltar lastres, al final de su vida, fue para él liberarse, ¿no?

—Claro. Dos meses antes de morir, él dijo que, cuando superara el trasplante, se separaría legalmente. Verbalizar eso, decir eso, algo que nadie le había pedido, porque yo jamás le pedí nada, quería decir que se estaba liberando de ciertas ataduras. Que lo hubiera hecho o no lo hubiera hecho, ya es otra cosa. Pero era un síntoma de que iba soltando. Eso le libera a él.

—Es cierto que Victoria Ávalos, la madre de Roberto, ¿le sugirió que ordenara su vida sentimental?

—Pues, toda madre quiere ver feliz a su hijo. Ella no era tonta. Creo que ella debía ver que Roberto tenía ataduras. Con Victoria fuimos buenas amigas después de morir él. Yo no la conocía, la conocí en el hospital. Pero en el hospital no se podía

a la izquierda, el Bar Centric, gran punto de reunión de Bolaño y sus amigos al llegar de méxico a Barcelona. arriba, el escritor Bruno montané, su gran amigo chileno. abajo, el departamento de Bolaño y su familia, en el Barrio Gótico.

hablar. Esa mamá sólo quería lo mejor para su hijo y para sus nietos. Tenía más de setenta años y era muy duro para ella, nadie tiene el chip para que se te muera un hijo. Ni siquiera para que se enferme. Yo a Victoria la vi absolutamente desesperada, pero conseguimos hacer amistad después de la muerte de Roberto.

—¿Eso le dio paz?—Para mí fue muy satisfactorio conectar

con la familia de Roberto. Y es que nunca me he sentido rival de nadie. Yo tenía mi relación con Roberto y ahí no entraba nadie.

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con juguete nuevo— y él se pone muy mal. Nos fuimos a Barcelona. Lo ingresé a las cuatro o a las cinco de la mañana y hay un momento en que le digo: “Roberto, tienes que avisarles a tus hijos”. Marqué el número, poco antes de las ocho de la mañana, y le puse el teléfono a él. Más tarde, cerca de las dos o tres de la tarde, Carolina llegó.

—Ese ingreso en Urgencias en el hospital Vall d’Hebron fue dramático.

—Hay un momento en que yo ingreso en Urgencias con él y digo yo, porque la que se sienta en la camilla soy yo y él está sentado en una silla, ¡contándome chistes! Y acababa de vomitar sangre. Porque él no se encontraba mal, y, si se encontraba mal, lo disimulaba. Y yo, sentada en la camilla, histérica, y él, negando o disimulando. Antes, cuando íbamos subiendo la cuesta hacia el Vall d’Hebron yo manejaba, histérica, y él me cogía la mano y me preguntaba cómo estaba. Ya me había informado y sabía que era grave. Él tenía várices esofágicas y, si sangraba, se podía quedar ahí. Finalmente, lo recuestan en la camilla, con suero y tal. Y hay un momento en que le iban a hacer unas pruebas y se empeña en ir al baño. Le digo que, si se levanta, se cae. Me voy un momento a buscar un médico y el camillero lo deja levantarse y lo encuentro sentado en el baño. Sangrando y blanco como un papel, se gira y se me cae, no sé como pude levantarlo con casi 70 kilos. ¡Yo pensaba que en ese momento se moría! Y no se murió de milagro. Roberto estaba muy mal.

—¿Fue una decisión difícil llamar a Carolina (López, la esposa legal de Bolaño)?

—Pues, era lo que había que hacer. Porque ella era la persona que se tenía que ocupar de sus cosas, mi responsabilidad era relativa. Legalmente, estaba casado con ella y tenía dos hijos. Yo no podía tomar las decisiones por ella.

—¿Qué representaron esos seis años junto al escritor?

—Yo a Roberto tengo mucho que agradecerle. Creo que, a toda persona que

uno ha amado, hay que agradecerle. A él le agradezco muchas lecciones, muchos momentos, y una gran puesta en tierra. Es una de las personas en mi vida que más me ha hecho creer en mí misma. Era tolerante, me dejaba libre. Tú estabas con él porque querías. Él era muy pidón, pero a la hora de la relación, no pedía nada. Me gustaría que la gente le agradeciera mucho más. También los lectores, porque su literatura provoca ganas de escribir. He visto a gente llorando por frases de Bolaño. Produce algo, que está fuera de nuestro alcance.

Mitos y verdades del escritor

—¿Forma parte del mito que Bolaño

fuera un gran cocinero?—¡Literatura! ¡Decía que cocinaba, pero

seguía haciendo literatura! Sus grandes amigos y yo estamos de acuerdo en eso. A mí una vez me ofreció empanadas chilenas, y todavía las estoy esperando. Y además Roberto hizo una literatura muy autobiográfica. En “Los Detectives Salvajes” hay cosas que son tal cual como fue su vida, cosas que realmente le pasaron. A lo mejor, en la novela cambió el año. En Roberto es muy difícil separar su persona de su literatura. Bruno Montané, su íntimo amigo, dice que Roberto era un “Hombre–Obra” y estoy de acuerdo. Él estaba siempre haciendo literatura. Era juguetón, lúdico, le encantaba tomarle el pelo a todo el mundo. Hubiera sido un gran actor. A veces se ponía muy serio y te decía cosas, a ver si te las creías. Y después te decía: “Piltrafilla, te lo has creído”. Y se reía. Juan Villoro lo dice en el prólogo de “Bolaño por sí mismo”. Siempre estaba jugando. Y creo que Roberto jugó con la fama. De alguna manera él contribuyó a su propio mito. Porque todas estas cosas van contribuyendo a construir una historia, entonces, ¿dónde acaba lo real y donde comienza lo ficticio? Por eso te digo, que el jugó con su literatura. Roberto hacía literatura en todo momento.

—Bolaño era un Hombre–Obra: con él

arriba, Jorge Herralde, su editor histórico, junto al escritor y su traductor francés. al lado, la librería La Central, en calle mallorca, la favorita de Bolaño, junto con el restaurante Ginza. ambos en el barrio del eixample, en Barcelona.

Son otras personas las que, dolorosamente, han creado bandos. No soy una persona de meterme en el gallinero de nadie. Siempre supe mi lugar.

—¿Y qué papel jugó Bolaño en todo esto? —Roberto era como era. Y no era fácil.

Nadie ha dicho que Roberto fuera fácil. No se puede juzgar a nadie, porque cada uno tiene sus emociones. Cuando se acaba tu piel, tienes que pensar que empieza la piel de los demás. Cada uno está marcado por su historia, por su familia. No creo que en el ánimo de Roberto estuviera destrozar la vida de nadie. Quien estaba a su lado, estaba libremente.

—A usted le tocó ingresarlo al hospital por última vez.

—Era julio del 2003. Estábamos los dos en Blanes, en el apartamento que ocupaba desde febrero, en la Rambla de Joaquim Ruyra —una casa de la cual extrañamente nadie habla y la única donde al fin tuvo calefacción, lo que le ponía como a un niño

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las cosas se entremezclan. —En “Los Detectives Salvajes” salen

cosas prestadas de su vida. Pero lo que interesa es lo que estás leyendo: la búsqueda de ese escritor, las preguntas que te plantea, las puertas y las ventanas que te abre. Si eso que te está contando, es autobiográfico, si es verdad o es mentira, no interesa. Otra cosa es saber de qué se nutría ese escritor. Mi historia sólo cuenta, y creo que en eso tengo autoridad moral, porque soy la persona con quien compartió sus últimos seis años. Roberto fue una persona mucho más jovial y vital de lo que muchos quieren hacer creer. No era un señor que arrastraba una vida trágica, paseándose por las calles de Blanes con un abrigo negro y largo...

—La poesía es la base de Bolaño. —Él se sentía poeta y su base está en

la poesía. Pero habría llegado a la prosa de todas maneras, sí o sí. Porque Roberto era un gran contador. En los pueblos primitivos habría sido el cuentero, el cuentista. Hubiera ido de pueblo en pueblo contando lo que pasaba en el pueblo del lado y haciendo literatura oral. Era un narrador de presencia, no podía dejar de contar. Finalmente, hacía literatura de todo. La escritura para Roberto era una forma de vida. Empezó con la poesía y ésta se inyecta en su prosa, entra ahí como una inyección de vitaminas. Su prosa tenía fragmentos que eran pura poesía.

—¿A él le gustaba la fama?—¿Qué crees tú? Mi teoría general

es que a cualquier autor que publica le encantaría verse en el primer puesto, aunque fuera por un minuto. Y si no, que venga alguien y me diga que no. Es humano porque uno está haciendo un trabajo y ha dejado ahí la carne. De alguna

manera, se está expresando y todo el mundo quisiera que esa expresión llegue a los demás. Por algo lo está haciendo público. Si lo haces público no es para guardarlo para ti, sino para que llegue. A Roberto, claro que le interesaba la fama, pero con límites, porque al mismo tiempo era una persona con mucho sentido común. Yo creo que él coqueteó con la fama. Para él era un juego, pero un juego, hasta cierto punto, peligroso. Porque la fama es peligrosa, por lo menos para mí. La fama te puede emborrachar, te puede volver gilipollas. Hay gente inteligente que ha perdido el camino.

—Pero usted cuida mucho su intimidad. Casi no habla de su historia con él.

—¡Es que mi historia con Roberto es mi vida! ¡Fue nuestra vida! No es un asunto literario. No estoy dispuesta a que las rencillas y las pequeñeces ensucien lo que fue nuestra historia. Estoy harta de mezquindades. Lo importante, lo único importante, es su obra literaria.

—La fama de Roberto Bolaño se ha multiplicado y esparcido por todo el planeta, desde su muerte en 2003. ¿Qué le habría parecido a él?

—Yo no sé que hubiera pasado con Roberto si estuviera vivo y hubiera visto todo esto. Aunque, si estuviera vivo, ¡seguro que no hubiera llegado esto! Pero vamos a suponer que está vivo y llega todo esto. No sé lo que hubiera hecho él con tanta fama. Porque ahora es desmedidamente famoso. ¿No lo ves? Si estás leyendo de cocina o de lo quieras, y ¡plop!, ¡sale Bolaño en medio del artículo como uno de esos muñecos que aparecen de pronto! Si hace poco, leí un reportaje sobre las tortillas mexicanas y apareció Roberto. Hay una avalancha de artículos en todo el mundo, es continuo. Pero Bolaño está muerto.

—El escritor hoy trasciende todas las fronteras. ¿Su muerte ayuda al mito?

—Él ya tenía fama antes. Había concedido entrevistas en muchos idiomas, se le convidaba a diversos países, Suiza, a Francia, a Holanda, a Bélgica, a las Ferias del Libro, a congresos, daba cursos de cuentos. Pero no siempre viajaba y, a veces, camino al aeropuerto, se daba media vuelta. Era una persona hepática, eso marca el carácter. Había días en que se encontraba mejor o peor, pero en ciertos días, amanecía bilioso. Yo lo sabía llevar, las cosas casi siempre se solucionaban después, nunca en el mismo instante.

—¿Usted necesita sentir que Bolaño está muerto?

—A Roberto no me lo va a matar nadie. Una cosa es Roberto y, otra, Bolaño.

la espada de Damocles

El 15 de julio de 2003, Roberto Bolaño

falleció, a los 50, en el hospital Vall d’Hebron de Barcelona. A su lado, como en los últimos seis años, estuvo Carmen, quien lo llevó desde Blanes, de madrugada, y sangrando, a la Unidad de Urgencias.

—Sus amigos y editores coinciden en que Bolaño no quería inspirar lástima con su enfermedad, tenía mucho orgullo. Al parecer, un día antes de internarse en el hospital Vall d’Hebron visitó su editorial Anagrama.

—Claro, si yo fui quien lo llevó al hospital. Él jamás hubiera hecho pornografía de su enfermedad. A veces, con naturalidad, reconocía que no estaba bien. Pero la gente no acababa de creerse que estuviera tan mal. Yo creo que cualquier persona que ama, no quiere creer que el otro está muy enfermo. Es humano.

—¿A usted le pasó eso? ¿O tenía claro la gravedad de su enfermedad?

—Yo siempre tuve las cosas claras y él conocía sus riesgos. Y de hecho, cuando él

“Roberto siempre quiso mantener la unidad de su familia para no ser como su padre. Cuando yo lo conocí a él, me dijo: “Yo nunca me separaré, por lo menos legalmente hablando”. Incluso hay un cuento en que repite la frase”.

la Biblioteca de catalunya, que frecuentaba el escritor de "los detectives salvajes".

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tarda en apuntarse al trasplante —porque él niega la gravedad de su enfermedad durante un tiempo— y, aunque él tomaba sus medicinas religiosamente e intentaba comer sano, hay un tiempo latente. Él niega su gravedad, pero no la enfermedad. Se niega a apuntarse al trasplante durante un largo tiempo. Hubo una época muy larga en que ni siquiera se hacía los exámenes, porque decía que estaba bien. Y me acuerdo que yo le decía: “Roberto, la medicina avanza. Puede haber algún remedio nuevo. A ti te parece que estás igual, pero podría ser que tu enfermedad siga avanzando sin que te des cuenta”. Era un mal sinuoso.

—¿Y cuál era el problema de Roberto para el trasplante?

—La decisión de un trasplante es muy difícil. No las tienes todas contigo ni muchísimo menos. La angustia de estar en una lista es terrible. No hay ninguna garantía y la espera es angustiosa. Vas mirando como avanzas del puesto 23 al 12, y de ahí al dos. Que es donde acabó Roberto: en el puesto dos. Nunca llegó al primero.

—Amigos de Bolaño me han dicho, con rabia, que en época parecida, el cantante Raphael obtuvo un trasplante de hígado en España.

—Lo de Raphael no fue un trasplante, fue un injerto. Fue distinto. El hígado es un órgano que tiene la capacidad de regenerarse. Roberto llegó a hablar del caso de Raphael, pero después se dio cuenta de que eran cosas diferentes. Un injerto y un trasplante son distintos. Un injerto te lo puede dar un familiar, alguien compatible. Roberto necesitaba mucho más. Su hígado se enfermó porque él tenía un mal de las vías biliares, el colédoco se le esclerosaba. Y eso le fastidió la vida, se le declara en 1992, como a los 38 o 39 años.

—Y el trasplante era su única salida. —Pero la lista de espera y todo lo

que un trasplante conlleva, le producía mucha angustia. Decía “tengo que esperar a que muera alguien, para yo vivir”. Y también, es que yo creo que Roberto llegó a plantearse la idea de que su tiempo se había terminado. De que hasta ahí había llegado. Finalmente, se apuntó. Cuando murió, llevaba un año y medio en la lista de espera. Y es cierto que la medicina avanza, pero Roberto sabía que el riesgo de quedarse en el quirófano o en el postoperatorio eran grandes. Y había algo que no soportaba: que manipularan su cuerpo, ponerse en manos de unos señores que determinaran lo que le hacían a su cuerpo. Si para él, una prueba esofágica era algo insoportable. Se ponía malísimo con las pruebas. Yo tampoco soporto las visitas médicas. Roberto era

muy aprensivo y muy hipocondríaco. El tema médico lo angustiaba.

—Hay quienes sienten que Bolaño no fue responsable con su enfermedad.

—Es que la espada de Damocles no te la quitas nunca y él lo sabía. El rechazo es una amenaza de por vida. Y además no avisa, es traicionero. El primer año del postoperatorio es un año duro: tienes que ir cada semana al médico, después, una o dos veces al mes. Y, pasando por todo eso y, después de años, igual tu cuerpo puede rechazar el trasplante. Basta que te venga una baja de defensas. No te quitas nunca la espada de Damocles. Un enfermo crónico casi siempre entra en negación, eso te lo dicen los médicos. En el caso de Roberto, yo lo puntualizo y lo matizo: él nunca negó su enfermedad. Pero sí su gravedad. Es una reacción típica.

—Él era sugestionable, ¿no?—Cuando los médicos le descubren su

enfermedad, en 1992, le dijeron “a usted le quedan once o doce años de vida. Su único futuro es un trasplante”. Y Roberto se murió a los once años justos. Y, en el 2000, el doctor Víctor Vargas, quien fue su hepatólogo de cabecera en el Vall d’Hebron, le dijo: “Tienes tres años de vida”. Y a los tres años se murió. Es como si en un informe médico te hubiesen estampado tu fecha de defunción.

—¿Usted cree que esos informes lo condicionaron?

—No lo sé. Tal vez, inconscientemente. Pero creo, más bien, que él estuvo en manos de muy buenos médicos y ellos conocían los tiempos. En un caso así, como en muchos otros en medicina, los tiempos se pueden

calcular. —¿Bolaño sabía que se iba a morir?—Todos sabemos que nos vamos a

morir, pero no nos lo creemos. Tú puedes apostar por la muerte o apostar por la vida. Y creo que, a su manera y según su entendimiento, Roberto apostó por la vida. Sobre todo, porque era padre. Y a él no le apetecía dejar huérfanos a sus hijos. Lautaro y Alexandra eran la vida para él, lo más importante, y el centro de su preocupación. Siempre y hasta el final.

—Y él se aferraba a la vida. —Al final, y en forma progresiva,

Roberto entró en una etapa de revisión de su vida. Y seguro que intentó poner su alma en orden. Él quería vivir y estaba convencido de que llegaba al trasplante. En Semana Santa me dijo “ahora me llamarán para el trasplante”. Y ¿por qué? Porque en Semana Santa hay muchos accidentes. Me decía cosas como “tengo que dejar estas carpetas ordenadas para después del trasplante”. O “esta ropa hay que llevarla a la tintorería, para después del trasplante”. Estaba muerto de miedo, lo aterraba amanecer entubado, manipulado por médicos y máquinas, pero estaba convencido de que llegaba. Él apostó por la vida y tenía planes. Con sus hijos y una revista literaria. Pero, una vez en el hospital, sí que vio la muerte. La última vez que hablé con él fue en la Unidad de Sangrantes. Estaba agotado, me pasó sus gafas. Después, lo llevaron a la UCI.

—¿Hay alguien que pueda creer que Bolaño se quería morir?

—No, pero existe un halo de romanticismo en todo esto. Mira, hay un director de teatro en Chile que hizo una adaptación de unos cuentos de “Putas asesinas”. El hizo una trilogía sobre escritores suicidas y, entre ellos, el tercero era Roberto, fue en el 2005. Yo le escribí y le dije que me parecía infame que se tratara de suicida a Roberto, sobre todo, porque había dos hijos. Pero, claro, si esa obra se pudo hacer, es porque alguien fuera de Chile cedió —y negoció— esos derechos de autor. Hubo más gente que también le escribió a ese director, pero yo fui la primera. Bolaño se cuidó siempre, pero a su manera. Desde su perspectiva, de cómo él vivió su enfermedad y de cómo él vivía la posibilidad de su muerte. Y eso es algo muy personal. Parto de la base que, en Roberto Bolaño, la muerte y la enfermedad estuvieron siempre presentes. En su vida, su poesía y en toda su literatura. Y desde niño, aunque él se enfermó tarde. Roberto, desde muy niño, sintió y presintió la muerte. Aunque, en verdad, todos comenzamos a morir desde el día en que nacemos. ya

víctor vargas fue el hepatólogo que atendió a Bolaño durante su enfermedad en el hospital vall d' hebron.

“La lista de espera y todo lo que un trasplante conlleva, le producía mucha angustia”, dice Carmen.