relatos modélicos recopilados por el cuate de los cuentos

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  • 8/2/2019 Relatos modlicos recopilados por el Cuate de los Cuentos

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    Relatos modlicos para quien principia enel oficio de narrar historias en vivo

    o

    Miscelnea de ancdotas

    Recopilados por el Cuate de los Cuentos(un annimo pero bien conocidoeducador uruguayo-mexicano que anima las veladas con las que se gana el

    sustento soltando en el momento y con la voz y el gesto justos algunasancdotas como stas. Lstima que no nos facilite la fuente bibliogrfica!

    Pero no se le puede pedir todo).

    Conferencias

    Jorge Ibargengoitia

    Una de las pocas certezas que tengo es la de que nac para no dar

    conferencias. Esto se ve claramente. Si alguien escoge el oficio de escritor -

    porque nadie me oblig, al contrario, mi familia hizo lo posible por que se

    me quitara la idea de serlo- es precisamente porque prefiere comunicarse

    con sus semejantes a travs de hojas impresas en vez de enfrentarse con

    ellos.

    Sin embargo, por descuido, por debilidad o por necesidad, de vez en

    cuando me encuentro sentado frente a un grupo de personas que se han

    congregado en la creencia de que voy a decirles algo interesantsimo. (...)

    Si fuera noms conversar con un montn de personas, la cosa no me

    parecera tan mal. La conversacin es como una escalera. Uno dice una

    cosa, el otro contesta y as se llega hasta el final del tiempo lmite, que

    generalmente es de una hora. Yo estara dispuesto a conversar con

    cuarenta o cincuenta personas, aunque hablaran en coro. Sera un duelo

    desigual, pero me parece ms parejo que la situacin general en la que se

    desarrollan las conferencias: un seor habla sin interrupcin durante una

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    hora y el pblico no tiene nada que hacer ms que juzgarlo. Entre el

    estrado del conferenciante y el banquillo de los acusados no hay ms que

    un paso.

    Ahora bien, si por un lado est el conferenciante, y por el otro el pblico, y

    si una conferencia es por definicin el acto que hace el conferenciante al

    encerrarse en un recinto durante una hora con su pblico, el primero, que

    generalmente est en el rincn ms inaccesible del saln y que por

    consiguiente no tiene escapatoria posible, debe estar perfectamente

    consciente de que en el momento en que antagonice al pblico, est

    perdido.

    De lo anterior se deduce que la mayora de las conferencias no son

    exposiciones del pensamiento de los conferenciantes, sino intentos,

    muchas veces fallidos, de apaciguar al pblico.

    El pblico de una conferencia, como cualquier otro pblico, es una hidra

    de muchas cabezas cuyo comportamiento es imprevisible -sta es la razn

    por la que este animal no ha hecho su aparicin en los libros de zoologa- yel conferenciante es un pobre diablo que entra en la jaula con un chicote y

    una silla o a tocar una flauta.

    Una vez establecida esta situacin, voy a tratar de explicar cmo me

    preparo para dar una conferencia.

    En primer lugar nunca escribo el texto. No lo hago por tres razones. Laprimera es que una conferencia debe escribirse en un estilo que me es tan

    ajeno como sera que en estos artculos intercalara yo de vez en cuando

    frases como "Oh, Tetimo", entre admiraciones. La segunda es que leo muy

    mal en voz alta. Cada vez que lo hago no pasa un cuarto de hora sin que

    los que me escuchan me arrebaten el libro o se queden mirando

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    distradamente una mosca. La tercera razn es que para escribir un texto

    que dure una hora en leerse, se necesitan aproximadamente ocho horas de

    trabajo y yo, francamente, prefiero correr el riesgo de ser linchado

    que invertirlas.

    La semana anterior a una conferencia la paso como quien va a salir

    disparado en un cohete a la Luna, diciendo "ya noms faltan tres das... ya

    noms faltan dos... ya noms falta una hora..." (...)

    Por otra parte, debo confesar que la principal diferencia que hay entre el

    pblico que est sentado en la sala y yo, que estoy en el estrado, consiste

    en que yo estoy presente a fuerza -porque ya me compromet a dar una

    conferencia y ni modo- y ellos asisten por ganas, creyendo que voy a decir

    algo interesante, porque no tienen otra cosa mejor que hacer -conoc a una

    seora que iba a conferencias sobre obstetricia porque eran gratis-, o por

    algn compromiso inconfesable.

    Una visita al Hospicio Cabaas

    Jorge Meja Prieto

    Jos Revueltas llevaba una buena amistad con Jos Clemente Orozco. Y estando

    de visita en la casa del pintor, le dijo a ste:

    -Fjate, Jos Clemente, que estuve en Guadalajara y fui al Hospicio Cabaas. Me

    acost bajo la cpula que tiene tus pinturas; pero el conserje se dio cuenta; me

    par de all, indignado, e inclusive me corri.

    Orozco replic:

    -Pues qu tipo tan idiota y arbitrario! Cuando yo estuve en Roma, me pas horas

    enteras tendido bajo la cpula de la Capilla Sixtina, viendo los frescos de Miguel

    ngel; y nadie me dijo nada.

    Aclar Revueltas:

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    -Bueno pero t te acostaste boca arriba. Yo lo hice boca abajo y adems me

    dorm.

    Contaba Jos Revueltas que ante chistes as, Orozco estallaba en frescas,

    interminables carcajadas.

    Emparejando bigotes

    David Alfaro Siqueiros

    Por 1929 o 1930 el famoso director cinematogrfico Joseph von Sternberg,

    descubridor de la Dietrich, le encarg pintar su retrato a Orozco. El director

    cinematogrfico haca gala de unos bien estudiados y cuidados bigotes deromntico austriaco. Cuando la obra se encontraba ya en su ltimo periodo, el

    retratado le dijo al pintor: No le parece, maestro, que me ha pintado lo s bigotes

    menos largos de lo que los tengo? Volviendo Orozco su cara de bho enojado, le

    lanz lo siguiente: Pues crteselos como los del retrato!

    La idea del Ateneo

    Juan Jos Arreola

    Muy buena idea la de don Alfonso: nuestro Ateneo, que tan grato pasatiempo nos

    proporciona la noche del jueves de cada semana, es un islote incomunicado en

    este archipilago del sur de Jalisco. No sabemos nada de aquellos que tan cerca

    de nosotros cultivan las letras en sus rincones de provincia. Apenas si de vez en

    cuando algn peridico local nos da muestras de esos ingenios escondidos.

    Pues bien, de ahora en adelante, ya que la idea de don Alfonso fue aprobada por

    unanimidad, recibiremos la visita, por lo menos cada quince das, de algn poetao escritor de la regin. Cada uno de nosotros se turnar para dar alojamiento por

    una noche a tan distinguidos huspedes, y los gastos de viaje, que no montan

    gran cosa, los pagaremos entre todos.

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    Este intercambio cultural ser indudablemente valioso y promover amistades

    fructferas. ()

    He aqu el resultado de nuestra primera experiencia de intercambio cultural.

    Como tenamos el deseo de conocer a uno de los ms afamados escritores de

    estos rumbos, invitamos a Palinuro, que publica en Guadalajara lo ms granado

    de su produccin potica. l accedi gentilmente, y nos sentimos felices de

    inaugurar la serie de visitas con tan bien cortada pluma.

    Es normal que en las sesiones del Ateneo no se consuman bebidas espirituosas,

    salvo en muy contadas y significativas ocasiones. Siempre nos reunimos despus

    de cenar para evitarle al anfitrin un gasto excesivo, ya que el Ateneo

    Tzaputlatena no tiene sede propia ni recibe cuotas fijas de sus socios.

    La reunin fue en casa de don Alfonso, y nada le pareci mejor ni ms adecuado

    que ofrecer una copa en honor del poeta.

    Todos la aceptamos con gusto. Palinuro vaci la suya de un golpe, a la salud de

    todos. Inmediatamente despus propuso un brindis personal con cada uno de

    nosotros, para sellar la amistad. Su justa y bien ganada fama congreg en masa

    al Ateneo, con una asistencia rcord de dieciocho personas. As es que antes de

    empezar la sesin propiamente dicha, nuestro hombre tena ya veinte copas de

    coac entre pecho y espalda. A todos nos colm de elogios, diciendo que ramos

    injustamente desconocidos, pero que muy pronto l se encargara de propalar

    nuestros mritos. Se refiri a Zapotln como a la Atenas de Jalisco, pero sus

    mejores alabanzas fueron dirigidas a nuestra hospitalidad, y a la marca de coac

    que le ofrecimos. Hubo que traer otra botella.

    El resto de la velada fue ms bien melanclico. Despus de un breve periodo de

    entusiasmo y euforia, Palinuro cay en una somnolencia profunda, como el piloto

    de la Eneida, y se qued dormido con sus hojas de papel en la mano. Poco

    despus se desliz suavemente desde la silla hasta el suelo, y no pudo leernos

    sus poemas.

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    Al da siguiente, nos cost trabajo hacerlo tomar a tiempo el tren de Guadalajara.

    () Como la segunda sesin de intercambio cultural deba desarrollarse en mi

    casa, tom algunas precauciones. El invitado fue un historiador de Sayula,

    hombre de edad y de costumbres morigeradas, que se pasa la vida investigando

    en soledad los archivos regionales. Es una persona respetable y goza de cierto

    prestigio en virtud de que ha descubierto y publicado diversos documentos acerca

    de las fundaciones franciscanas en el sur de Jalisco durante el siglo diecisis.

    ltimamente se dedica a escribir la historia exhaustiva de las Provincias de

    valos, y nos prometi leernos un captulo que atae a Zapotln. En realidad

    todos desconocemos, o ms bien dicho, desconocamos la historia de nuestro

    pueblo, y a decir verdad, yo hubiera dado lo que me pidieran por no haberla

    conocido nunca, si es que los hechos sucedieron tal y como los relata este buen

    hombre de Sayula.

    Nuestro invitado tom las cosas con parsimonia. Nos salud a todos amable y

    framente. Es hombre de poca parola y se estuvo callado hasta que lleg el

    momento de la lectura. Rehus el caf y los refrescos, y ni siquiera quiso probar

    un dulcecito. Pidi un vaso de agua. Puso su portafolio sobre la mesa y sac un

    impresionante montn de cuartillas escritas a mano. Se quit los anteojos y se

    estuvo limpindolos durante varios minutos con su pauelo; se los pona y se los

    volva a quitar hasta que no qued en ellos, segn parece, la ms mnima

    partcula de polvo. Luego extrajo del portafolio un frasco de medicina y un gotero.

    Creo que todos contamos las gotas que iban cayendo en el vaso, lentas y

    espaciadas, como de una clepsidra: fueron ochenta y cinco. Bebi un pequeo

    sorbo, y despus hacer un gesto de amargura, nos pregunt que si estbamos

    listos. Como el silencio segua siendo general y completo, yo tom la iniciativa y le

    indiqu que nuestra sesin quedaba abierta en su honor. Al hacerlo, tuve la

    impresin de que contraa una grave responsabilidad frente a todos los

    concurrentes. El historiador carraspe varias veces y en distintos tonos, para

    afinarse la garganta, y dijo con voz tranquila y opaca: "La traicin y los traidores

    en Zapotln el Grande, durante las guerras de Conquista, de Independencia y de

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    Reforma. Captulo dcimo primero de la Historia General de las Provincias de

    valos, desde su descubrimiento hasta nuestros das."

    Yo tuve un estremecimiento y cerr los ojos, pidindole a Dios que aquello no

    fuera cierto; yo haba odo mal, sin duda alguna. Desgraciadamente, la

    interminable lectura corrobor punto por punto todos los temores de la asamblea.

    Aquel hombre apacible y documentado se dedic a insultarnos concienzudamente

    toda la noche: desde Minotlacoya, nuestro ltimo rey, que capitul para

    convertirse en aliado de Alfonso de valos, hasta nosotros mismos, Zapotln no

    haba sido en toda su historia ms que un semillero de cobardes y de traidores.

    Ni siquiera en la guerra de Independencia tuvimos la menor oportunidad de

    mostrarnos heroicos o patriotas: fuimos, segn l, realistas empedernidos. De vez

    en cuando, el erudito interrumpa la lectura para beber en su vaso de acbar,

    tosa y se reanimaba para decirnos que en tiempos de Maximiliano, en vez de

    pelear, nos echamos en brazos de los franceses...

    Un rencor legendario se dio rienda suelta en la prosa dilatada de aquella rata de

    biblioteca. Ms que ofendidos, nos sentamos abrumados, como si sobre nosotros

    estuviera cayendo otra vez la lluvia silenciosa de ceniza que nos ech el Volcn de

    Colima. Yo haba tomado ya la resolucin de suspender la sesin de historia a

    como diera lugar, cuando un hecho providencial vino a ponerle fin: se apag la

    luz en el momento en que nos enterbamos de que una conjura local estuvo a

    punto de acabar con la vida de don Benito Jurez, la noche que el Benemrito

    pas entre nosotros...

    Como si se hubieran puesto todos de acuerdo, a nadie se le ocurri encender un

    fsforo. Cuando me resolv a hacerlo, el cronista y yo estbamos solos. Los dems

    se fueron sin despedirse. ()

    Don Alfonso ha tenido otra de esas buenas ideas, que los miembros del Ateneo

    han aprobado tambin por unanimidad: suprimir las visitas de intercambio

    cultural.

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    El hombre que saba javans

    Vctor Roura

    El brasileo Alfonso Enrique de Lima Barreto, nacido en Ro de Janeiro en 1881 y

    muerto en esa misma ciudad en noviembre de 1922, cuenta una magnfica

    historia sobre los percances cosmopolitas de la vida regalada de los intelectuales.

    En su libro Triste fin de Policarpio Cuaresma encontramos el cuento "El hombre

    que saba javans", que no es sino la mera mordacidad viva del mundillo cultural.

    Castelo haba llegado a la capital brasilea literalmente en la miseria. Viva huido

    de la casa de pensin, sin saber en dnde ganar el dinero, cuando sus ojos se

    posaron en un anuncio del Journal do Comercio, que a la letra deca: "Se precisa

    un profesor de lengua javanesa." Castelo se dijo, entonces, que el asunto le

    convena: "Adems, sta era una colocacin que no tendra muchos concurrentes;

    y si lograse dominar por lo menos cuatro palabras, era cosa hecha. Sal del caf

    en donde me encontraba, anduve por las calles, imaginndome que ya era un

    profesor de javans, ganando dinero, viajando en tranva y sin encontrar

    personas desagradables, vctimas, particularmente. Sin darme cuenta me

    encamin a la Biblioteca Nacional." Solicit la Gran Enciclopedia en la letra J,

    "seguro -cuenta el astuto Castelo- de que en el artculo correspondiente a Java

    encontrara elementos de la lengua javanesa. Dicho y hecho. Me enter de que

    Java era una isla grande del archipilago de Sonda, colonia holandesa, y el

    javans, lengua aglutinante del grupo malayo-polinsico, posea una literatura

    digna de nota, escrita en caracteres derivados del antiguo alfabeto hind". Ah

    copi el extrao alfabeto, como tambin su pronunciacin figurada. Toda la

    noche se la pas rumiando el alfabeto malayo, al grado de que, a la maana

    siguiente, "lo saba perfectamente de memoria".

    Entusiasmado el hombre por tan meridiana claridad de esa lengua desconocida,

    volvi a buscar el anuncio en el diario. En efecto, all estaba. Decidi

    animosamente proponerse como profesor del idioma ocenico. Redact sus

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    intenciones y su plan de trabajo y regres nuevamente a la Biblioteca Nacional

    para continuar con sus estudios de javans. Al cabo de dos das recibi una

    respuesta para presentarse en la casa del doctor Manuel Feliciano Soares

    Albernaz, barn de Jacuecanga, en la calle Conde de Bonfim. Ya haba

    memorizado diversas frases, dos o tres reglas ms de gramtica, "amn del

    alfabeto y unas veinte palabras ms del lxico". Se visti para la cita. "No te

    puedes dar una idea de las grandes dificultades que hall para proporcionarme

    los cuatrocientos reis del viaje! -le cuenta Castelo a su amigo Castro, el receptor

    de su grande y felice aventura intelectual-. Te aseguro que es mucho ms fcil

    aprender javans, puedes estar cierto, que encontrar unas mseras monedas.

    Finalmente, tuve que decidirme por ir a pie. Llegu sudado; y, con maternal

    cario, las viejas plantas, que se perfilaban en la alameda, delante de la casa del

    aristcrata, me recibieron, me acogieron y me reconfortaron. En toda mi vida fue

    se el momento en que sent cierta simpata por la naturaleza." El barn de

    Jacuecanga, un anciano generoso, lo recibi desde un principio con los brazos

    abiertos. A su pregunta de dnde haba aprendido el javans, Castelo, que no se

    esperaba nunca tal cuestionamiento, invent una mentira: "Le cont que mi

    padre era javans. Tripulante de un navo mercante, lleg a Baha y se estableci

    cerca de la localidad de Canavieiras como pescador, se cas luego y prosper, y

    precisamente aprend el javans con mi padre." Castro, su interlocutor, lo oa

    arrobado. "Y lo crey? Pero, y la cara, el fsico?", pregunt su amigo. "No soy -

    replic Castelo- muy diferente de un javans. Estos mis cabellos recios, duros y

    bastante gruesos, como mi piel de color mate, pueden darme muy bien un

    aspecto de mestizo malayo. T sabes bien que, entre nosotros, hay de todo:

    indios, malayos, tahitianos, malgaches, incluso hasta godos. Es una comparsa de

    razas y de tipos de los ms extraos, capaz de dar envidia al mundo entero."

    Lo que quera el viejo barn de Jacuecanga era conocer el contenido de un

    antiguo libro, escrito en javans, regalo de un antepasado a su padre, quien le

    espet: "Hijo, tengo este libro aqu. Quien me lo dio me asegur que evita

    desgracias o trae felicidades para el que lo tiene. Yo no puedo saber si tal cosa es

    cierta o no lo es. En todo caso, gurdalo; mas si quieres que el hado que me dict

    el sabio oriental se cumpla, procura que tu hijo lo entienda, para que nuestra

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    raza sea feliz." El libro, olvidado durante varios aos en la biblioteca de la

    mansin, le vino a la memoria despus de tantos ltimos disgustos y desgracias.

    Tal vez conociendo su contenido, la suerte de la familia pudiera enderezarse. Le

    puso el libro en las manos: "Era un viejo infolio, encuadernado en cuero, impreso

    en grandes letras, en un papel amarillo y grueso. Le faltaba la portada y por tal

    razn no se poda saber la poca de su impresin. Conservaba an unas pginas

    de prefacio, escritas en ingls, en donde le que se trataba de ciertas historias del

    prncipe Fulanga, escritor javans de mucho mrito." El barn qued encantado

    de su informe, sin percatarse de que Castelo haba podido medio traducir el

    asunto por la introduccin en ingls.

    Tan encantado estaba el anciano que, no conforme con recompensarlo con una

    excelente paga, lo aloj en su residencia, lo colmaba de obsequios y muy pronto le

    aument el sueldo. "Fui perdiendo mi remordimiento -confes Castelo a su amigo

    Castro-, aunque siempre tuve miedo de que el da menos pensado apareciese

    alguien versado en javans, y se evidenciara mi desconocimiento de tal idioma

    malayo. Ese era mi temor, que lleg a acentuarse cuando el viejo barn me

    mand con una carta al vizconde de Carur, para que me hiciese entrar en la

    carrera diplomtica. Aduje con valor mi falta de elegancia, mi fealdad, mi aspecto

    tagalo. 'Qu importa!', me replicaba, 'vaya, muchacho, usted sabe javans y eso

    basta'. Fui. El vizconde me mand a la Secretara de Asuntos Extranjeros con

    diversas recomendaciones. Fue un xito rotundo!" Despus de or al maestro de

    javans, el alto funcionario le dijo que, debido a que su fsico no lo favoreca, no

    poda entrar de lleno en la diplomacia: "Lo mejor sera un buen consulado en Asia

    o tal vez en Oceana. Por el momento no tenemos vacante, pero como pienso

    hacer una reforma, usted entrar. De hoy en adelante, queda usted agregado al

    Ministerio en mi gabinete; adems en breve se realizar un Congreso de

    Lingstica en el exterior y usted representar a Brasil." poca dispendiosa,

    entonces, la del seor Castelo, cartendose con eruditos, viajando a Europa,

    participando en coloquios culturales, con la fama crecida, incluso escritor

    publicando algunas cosas en revistas italianas, francesas y alemanas. "No perd

    tiempo ni mi dinero -cuenta Castelo a su sorprendido amigo Castro-. Llegu a ser

    una gloria nacional, y al saltar en el muelle a mi regreso, recib una ovacin de

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    todas las clases sociales y del presidente de la Repblica, quien das despus me

    invitaba a un almuerzo en su compaa." Luego fue nombrado cnsul en La

    Habana. Y todava dice que si no estuviera contento con su profesin, sera un

    bacterilogo eminente.

    Formas de escribir la historia

    Gilbert K. ChestertonCharlas.

    Buenos Aires, Espasa-Calpe, 1945, pp. 138 a 143.

    Hay tres maneras distintas de escribir historia. La manera antigua, que solamos

    encontrar en los libros de nuestra infancia, era pintoresca y en extremo falsa. La

    ltima forma, ms ilustrativa, adoptada por autoridades acadmicas, es la depensar que se puede seguir siendo falso, siempre que se evite el ser pintoresco.

    Basta que una mentira sea obscura, dicen, para que se la crea verdadera. La

    tercera manera es utilizar lo pintoresco (lo que constituye el instinto natural del

    hombre desde que el mundo es mundo), pero hacindolo en tal forma que parezca

    un smbolo de la verdad en lugar de un smbolo de la mentira. Relata al lector el

    verdadero significado del incidente pintoresco en lugar de dejarlo en suspenso o

    de darle un matiz decepcionante: es pintar un cuadro verdadero en vez de uno

    falso, pero sin evitar que el cuadro sea pintoresco. ()

    Las historias nuevas eran tan poco dignas de confianza como las antiguas. La

    nica diferencia reside en que las historias nuevas son no solamente indignas de

    confianza, sino indignas de ser ledas. ()

    Eso es lo que quiero dar a entender: narracin del incidente pintoresco ms

    plus- su significado; en contraposicin a la antigua historia pintoresca que

    dejaba a un lado el significado, y de la nueva historia cientfica que excluye a los

    dos.

    ---o0o---