relatos modélicos recopilados por el cuate de los cuentos
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Relatos modlicos para quien principia enel oficio de narrar historias en vivo
o
Miscelnea de ancdotas
Recopilados por el Cuate de los Cuentos(un annimo pero bien conocidoeducador uruguayo-mexicano que anima las veladas con las que se gana el
sustento soltando en el momento y con la voz y el gesto justos algunasancdotas como stas. Lstima que no nos facilite la fuente bibliogrfica!
Pero no se le puede pedir todo).
Conferencias
Jorge Ibargengoitia
Una de las pocas certezas que tengo es la de que nac para no dar
conferencias. Esto se ve claramente. Si alguien escoge el oficio de escritor -
porque nadie me oblig, al contrario, mi familia hizo lo posible por que se
me quitara la idea de serlo- es precisamente porque prefiere comunicarse
con sus semejantes a travs de hojas impresas en vez de enfrentarse con
ellos.
Sin embargo, por descuido, por debilidad o por necesidad, de vez en
cuando me encuentro sentado frente a un grupo de personas que se han
congregado en la creencia de que voy a decirles algo interesantsimo. (...)
Si fuera noms conversar con un montn de personas, la cosa no me
parecera tan mal. La conversacin es como una escalera. Uno dice una
cosa, el otro contesta y as se llega hasta el final del tiempo lmite, que
generalmente es de una hora. Yo estara dispuesto a conversar con
cuarenta o cincuenta personas, aunque hablaran en coro. Sera un duelo
desigual, pero me parece ms parejo que la situacin general en la que se
desarrollan las conferencias: un seor habla sin interrupcin durante una
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hora y el pblico no tiene nada que hacer ms que juzgarlo. Entre el
estrado del conferenciante y el banquillo de los acusados no hay ms que
un paso.
Ahora bien, si por un lado est el conferenciante, y por el otro el pblico, y
si una conferencia es por definicin el acto que hace el conferenciante al
encerrarse en un recinto durante una hora con su pblico, el primero, que
generalmente est en el rincn ms inaccesible del saln y que por
consiguiente no tiene escapatoria posible, debe estar perfectamente
consciente de que en el momento en que antagonice al pblico, est
perdido.
De lo anterior se deduce que la mayora de las conferencias no son
exposiciones del pensamiento de los conferenciantes, sino intentos,
muchas veces fallidos, de apaciguar al pblico.
El pblico de una conferencia, como cualquier otro pblico, es una hidra
de muchas cabezas cuyo comportamiento es imprevisible -sta es la razn
por la que este animal no ha hecho su aparicin en los libros de zoologa- yel conferenciante es un pobre diablo que entra en la jaula con un chicote y
una silla o a tocar una flauta.
Una vez establecida esta situacin, voy a tratar de explicar cmo me
preparo para dar una conferencia.
En primer lugar nunca escribo el texto. No lo hago por tres razones. Laprimera es que una conferencia debe escribirse en un estilo que me es tan
ajeno como sera que en estos artculos intercalara yo de vez en cuando
frases como "Oh, Tetimo", entre admiraciones. La segunda es que leo muy
mal en voz alta. Cada vez que lo hago no pasa un cuarto de hora sin que
los que me escuchan me arrebaten el libro o se queden mirando
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distradamente una mosca. La tercera razn es que para escribir un texto
que dure una hora en leerse, se necesitan aproximadamente ocho horas de
trabajo y yo, francamente, prefiero correr el riesgo de ser linchado
que invertirlas.
La semana anterior a una conferencia la paso como quien va a salir
disparado en un cohete a la Luna, diciendo "ya noms faltan tres das... ya
noms faltan dos... ya noms falta una hora..." (...)
Por otra parte, debo confesar que la principal diferencia que hay entre el
pblico que est sentado en la sala y yo, que estoy en el estrado, consiste
en que yo estoy presente a fuerza -porque ya me compromet a dar una
conferencia y ni modo- y ellos asisten por ganas, creyendo que voy a decir
algo interesante, porque no tienen otra cosa mejor que hacer -conoc a una
seora que iba a conferencias sobre obstetricia porque eran gratis-, o por
algn compromiso inconfesable.
Una visita al Hospicio Cabaas
Jorge Meja Prieto
Jos Revueltas llevaba una buena amistad con Jos Clemente Orozco. Y estando
de visita en la casa del pintor, le dijo a ste:
-Fjate, Jos Clemente, que estuve en Guadalajara y fui al Hospicio Cabaas. Me
acost bajo la cpula que tiene tus pinturas; pero el conserje se dio cuenta; me
par de all, indignado, e inclusive me corri.
Orozco replic:
-Pues qu tipo tan idiota y arbitrario! Cuando yo estuve en Roma, me pas horas
enteras tendido bajo la cpula de la Capilla Sixtina, viendo los frescos de Miguel
ngel; y nadie me dijo nada.
Aclar Revueltas:
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-Bueno pero t te acostaste boca arriba. Yo lo hice boca abajo y adems me
dorm.
Contaba Jos Revueltas que ante chistes as, Orozco estallaba en frescas,
interminables carcajadas.
Emparejando bigotes
David Alfaro Siqueiros
Por 1929 o 1930 el famoso director cinematogrfico Joseph von Sternberg,
descubridor de la Dietrich, le encarg pintar su retrato a Orozco. El director
cinematogrfico haca gala de unos bien estudiados y cuidados bigotes deromntico austriaco. Cuando la obra se encontraba ya en su ltimo periodo, el
retratado le dijo al pintor: No le parece, maestro, que me ha pintado lo s bigotes
menos largos de lo que los tengo? Volviendo Orozco su cara de bho enojado, le
lanz lo siguiente: Pues crteselos como los del retrato!
La idea del Ateneo
Juan Jos Arreola
Muy buena idea la de don Alfonso: nuestro Ateneo, que tan grato pasatiempo nos
proporciona la noche del jueves de cada semana, es un islote incomunicado en
este archipilago del sur de Jalisco. No sabemos nada de aquellos que tan cerca
de nosotros cultivan las letras en sus rincones de provincia. Apenas si de vez en
cuando algn peridico local nos da muestras de esos ingenios escondidos.
Pues bien, de ahora en adelante, ya que la idea de don Alfonso fue aprobada por
unanimidad, recibiremos la visita, por lo menos cada quince das, de algn poetao escritor de la regin. Cada uno de nosotros se turnar para dar alojamiento por
una noche a tan distinguidos huspedes, y los gastos de viaje, que no montan
gran cosa, los pagaremos entre todos.
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Este intercambio cultural ser indudablemente valioso y promover amistades
fructferas. ()
He aqu el resultado de nuestra primera experiencia de intercambio cultural.
Como tenamos el deseo de conocer a uno de los ms afamados escritores de
estos rumbos, invitamos a Palinuro, que publica en Guadalajara lo ms granado
de su produccin potica. l accedi gentilmente, y nos sentimos felices de
inaugurar la serie de visitas con tan bien cortada pluma.
Es normal que en las sesiones del Ateneo no se consuman bebidas espirituosas,
salvo en muy contadas y significativas ocasiones. Siempre nos reunimos despus
de cenar para evitarle al anfitrin un gasto excesivo, ya que el Ateneo
Tzaputlatena no tiene sede propia ni recibe cuotas fijas de sus socios.
La reunin fue en casa de don Alfonso, y nada le pareci mejor ni ms adecuado
que ofrecer una copa en honor del poeta.
Todos la aceptamos con gusto. Palinuro vaci la suya de un golpe, a la salud de
todos. Inmediatamente despus propuso un brindis personal con cada uno de
nosotros, para sellar la amistad. Su justa y bien ganada fama congreg en masa
al Ateneo, con una asistencia rcord de dieciocho personas. As es que antes de
empezar la sesin propiamente dicha, nuestro hombre tena ya veinte copas de
coac entre pecho y espalda. A todos nos colm de elogios, diciendo que ramos
injustamente desconocidos, pero que muy pronto l se encargara de propalar
nuestros mritos. Se refiri a Zapotln como a la Atenas de Jalisco, pero sus
mejores alabanzas fueron dirigidas a nuestra hospitalidad, y a la marca de coac
que le ofrecimos. Hubo que traer otra botella.
El resto de la velada fue ms bien melanclico. Despus de un breve periodo de
entusiasmo y euforia, Palinuro cay en una somnolencia profunda, como el piloto
de la Eneida, y se qued dormido con sus hojas de papel en la mano. Poco
despus se desliz suavemente desde la silla hasta el suelo, y no pudo leernos
sus poemas.
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Al da siguiente, nos cost trabajo hacerlo tomar a tiempo el tren de Guadalajara.
() Como la segunda sesin de intercambio cultural deba desarrollarse en mi
casa, tom algunas precauciones. El invitado fue un historiador de Sayula,
hombre de edad y de costumbres morigeradas, que se pasa la vida investigando
en soledad los archivos regionales. Es una persona respetable y goza de cierto
prestigio en virtud de que ha descubierto y publicado diversos documentos acerca
de las fundaciones franciscanas en el sur de Jalisco durante el siglo diecisis.
ltimamente se dedica a escribir la historia exhaustiva de las Provincias de
valos, y nos prometi leernos un captulo que atae a Zapotln. En realidad
todos desconocemos, o ms bien dicho, desconocamos la historia de nuestro
pueblo, y a decir verdad, yo hubiera dado lo que me pidieran por no haberla
conocido nunca, si es que los hechos sucedieron tal y como los relata este buen
hombre de Sayula.
Nuestro invitado tom las cosas con parsimonia. Nos salud a todos amable y
framente. Es hombre de poca parola y se estuvo callado hasta que lleg el
momento de la lectura. Rehus el caf y los refrescos, y ni siquiera quiso probar
un dulcecito. Pidi un vaso de agua. Puso su portafolio sobre la mesa y sac un
impresionante montn de cuartillas escritas a mano. Se quit los anteojos y se
estuvo limpindolos durante varios minutos con su pauelo; se los pona y se los
volva a quitar hasta que no qued en ellos, segn parece, la ms mnima
partcula de polvo. Luego extrajo del portafolio un frasco de medicina y un gotero.
Creo que todos contamos las gotas que iban cayendo en el vaso, lentas y
espaciadas, como de una clepsidra: fueron ochenta y cinco. Bebi un pequeo
sorbo, y despus hacer un gesto de amargura, nos pregunt que si estbamos
listos. Como el silencio segua siendo general y completo, yo tom la iniciativa y le
indiqu que nuestra sesin quedaba abierta en su honor. Al hacerlo, tuve la
impresin de que contraa una grave responsabilidad frente a todos los
concurrentes. El historiador carraspe varias veces y en distintos tonos, para
afinarse la garganta, y dijo con voz tranquila y opaca: "La traicin y los traidores
en Zapotln el Grande, durante las guerras de Conquista, de Independencia y de
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Reforma. Captulo dcimo primero de la Historia General de las Provincias de
valos, desde su descubrimiento hasta nuestros das."
Yo tuve un estremecimiento y cerr los ojos, pidindole a Dios que aquello no
fuera cierto; yo haba odo mal, sin duda alguna. Desgraciadamente, la
interminable lectura corrobor punto por punto todos los temores de la asamblea.
Aquel hombre apacible y documentado se dedic a insultarnos concienzudamente
toda la noche: desde Minotlacoya, nuestro ltimo rey, que capitul para
convertirse en aliado de Alfonso de valos, hasta nosotros mismos, Zapotln no
haba sido en toda su historia ms que un semillero de cobardes y de traidores.
Ni siquiera en la guerra de Independencia tuvimos la menor oportunidad de
mostrarnos heroicos o patriotas: fuimos, segn l, realistas empedernidos. De vez
en cuando, el erudito interrumpa la lectura para beber en su vaso de acbar,
tosa y se reanimaba para decirnos que en tiempos de Maximiliano, en vez de
pelear, nos echamos en brazos de los franceses...
Un rencor legendario se dio rienda suelta en la prosa dilatada de aquella rata de
biblioteca. Ms que ofendidos, nos sentamos abrumados, como si sobre nosotros
estuviera cayendo otra vez la lluvia silenciosa de ceniza que nos ech el Volcn de
Colima. Yo haba tomado ya la resolucin de suspender la sesin de historia a
como diera lugar, cuando un hecho providencial vino a ponerle fin: se apag la
luz en el momento en que nos enterbamos de que una conjura local estuvo a
punto de acabar con la vida de don Benito Jurez, la noche que el Benemrito
pas entre nosotros...
Como si se hubieran puesto todos de acuerdo, a nadie se le ocurri encender un
fsforo. Cuando me resolv a hacerlo, el cronista y yo estbamos solos. Los dems
se fueron sin despedirse. ()
Don Alfonso ha tenido otra de esas buenas ideas, que los miembros del Ateneo
han aprobado tambin por unanimidad: suprimir las visitas de intercambio
cultural.
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El hombre que saba javans
Vctor Roura
El brasileo Alfonso Enrique de Lima Barreto, nacido en Ro de Janeiro en 1881 y
muerto en esa misma ciudad en noviembre de 1922, cuenta una magnfica
historia sobre los percances cosmopolitas de la vida regalada de los intelectuales.
En su libro Triste fin de Policarpio Cuaresma encontramos el cuento "El hombre
que saba javans", que no es sino la mera mordacidad viva del mundillo cultural.
Castelo haba llegado a la capital brasilea literalmente en la miseria. Viva huido
de la casa de pensin, sin saber en dnde ganar el dinero, cuando sus ojos se
posaron en un anuncio del Journal do Comercio, que a la letra deca: "Se precisa
un profesor de lengua javanesa." Castelo se dijo, entonces, que el asunto le
convena: "Adems, sta era una colocacin que no tendra muchos concurrentes;
y si lograse dominar por lo menos cuatro palabras, era cosa hecha. Sal del caf
en donde me encontraba, anduve por las calles, imaginndome que ya era un
profesor de javans, ganando dinero, viajando en tranva y sin encontrar
personas desagradables, vctimas, particularmente. Sin darme cuenta me
encamin a la Biblioteca Nacional." Solicit la Gran Enciclopedia en la letra J,
"seguro -cuenta el astuto Castelo- de que en el artculo correspondiente a Java
encontrara elementos de la lengua javanesa. Dicho y hecho. Me enter de que
Java era una isla grande del archipilago de Sonda, colonia holandesa, y el
javans, lengua aglutinante del grupo malayo-polinsico, posea una literatura
digna de nota, escrita en caracteres derivados del antiguo alfabeto hind". Ah
copi el extrao alfabeto, como tambin su pronunciacin figurada. Toda la
noche se la pas rumiando el alfabeto malayo, al grado de que, a la maana
siguiente, "lo saba perfectamente de memoria".
Entusiasmado el hombre por tan meridiana claridad de esa lengua desconocida,
volvi a buscar el anuncio en el diario. En efecto, all estaba. Decidi
animosamente proponerse como profesor del idioma ocenico. Redact sus
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intenciones y su plan de trabajo y regres nuevamente a la Biblioteca Nacional
para continuar con sus estudios de javans. Al cabo de dos das recibi una
respuesta para presentarse en la casa del doctor Manuel Feliciano Soares
Albernaz, barn de Jacuecanga, en la calle Conde de Bonfim. Ya haba
memorizado diversas frases, dos o tres reglas ms de gramtica, "amn del
alfabeto y unas veinte palabras ms del lxico". Se visti para la cita. "No te
puedes dar una idea de las grandes dificultades que hall para proporcionarme
los cuatrocientos reis del viaje! -le cuenta Castelo a su amigo Castro, el receptor
de su grande y felice aventura intelectual-. Te aseguro que es mucho ms fcil
aprender javans, puedes estar cierto, que encontrar unas mseras monedas.
Finalmente, tuve que decidirme por ir a pie. Llegu sudado; y, con maternal
cario, las viejas plantas, que se perfilaban en la alameda, delante de la casa del
aristcrata, me recibieron, me acogieron y me reconfortaron. En toda mi vida fue
se el momento en que sent cierta simpata por la naturaleza." El barn de
Jacuecanga, un anciano generoso, lo recibi desde un principio con los brazos
abiertos. A su pregunta de dnde haba aprendido el javans, Castelo, que no se
esperaba nunca tal cuestionamiento, invent una mentira: "Le cont que mi
padre era javans. Tripulante de un navo mercante, lleg a Baha y se estableci
cerca de la localidad de Canavieiras como pescador, se cas luego y prosper, y
precisamente aprend el javans con mi padre." Castro, su interlocutor, lo oa
arrobado. "Y lo crey? Pero, y la cara, el fsico?", pregunt su amigo. "No soy -
replic Castelo- muy diferente de un javans. Estos mis cabellos recios, duros y
bastante gruesos, como mi piel de color mate, pueden darme muy bien un
aspecto de mestizo malayo. T sabes bien que, entre nosotros, hay de todo:
indios, malayos, tahitianos, malgaches, incluso hasta godos. Es una comparsa de
razas y de tipos de los ms extraos, capaz de dar envidia al mundo entero."
Lo que quera el viejo barn de Jacuecanga era conocer el contenido de un
antiguo libro, escrito en javans, regalo de un antepasado a su padre, quien le
espet: "Hijo, tengo este libro aqu. Quien me lo dio me asegur que evita
desgracias o trae felicidades para el que lo tiene. Yo no puedo saber si tal cosa es
cierta o no lo es. En todo caso, gurdalo; mas si quieres que el hado que me dict
el sabio oriental se cumpla, procura que tu hijo lo entienda, para que nuestra
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raza sea feliz." El libro, olvidado durante varios aos en la biblioteca de la
mansin, le vino a la memoria despus de tantos ltimos disgustos y desgracias.
Tal vez conociendo su contenido, la suerte de la familia pudiera enderezarse. Le
puso el libro en las manos: "Era un viejo infolio, encuadernado en cuero, impreso
en grandes letras, en un papel amarillo y grueso. Le faltaba la portada y por tal
razn no se poda saber la poca de su impresin. Conservaba an unas pginas
de prefacio, escritas en ingls, en donde le que se trataba de ciertas historias del
prncipe Fulanga, escritor javans de mucho mrito." El barn qued encantado
de su informe, sin percatarse de que Castelo haba podido medio traducir el
asunto por la introduccin en ingls.
Tan encantado estaba el anciano que, no conforme con recompensarlo con una
excelente paga, lo aloj en su residencia, lo colmaba de obsequios y muy pronto le
aument el sueldo. "Fui perdiendo mi remordimiento -confes Castelo a su amigo
Castro-, aunque siempre tuve miedo de que el da menos pensado apareciese
alguien versado en javans, y se evidenciara mi desconocimiento de tal idioma
malayo. Ese era mi temor, que lleg a acentuarse cuando el viejo barn me
mand con una carta al vizconde de Carur, para que me hiciese entrar en la
carrera diplomtica. Aduje con valor mi falta de elegancia, mi fealdad, mi aspecto
tagalo. 'Qu importa!', me replicaba, 'vaya, muchacho, usted sabe javans y eso
basta'. Fui. El vizconde me mand a la Secretara de Asuntos Extranjeros con
diversas recomendaciones. Fue un xito rotundo!" Despus de or al maestro de
javans, el alto funcionario le dijo que, debido a que su fsico no lo favoreca, no
poda entrar de lleno en la diplomacia: "Lo mejor sera un buen consulado en Asia
o tal vez en Oceana. Por el momento no tenemos vacante, pero como pienso
hacer una reforma, usted entrar. De hoy en adelante, queda usted agregado al
Ministerio en mi gabinete; adems en breve se realizar un Congreso de
Lingstica en el exterior y usted representar a Brasil." poca dispendiosa,
entonces, la del seor Castelo, cartendose con eruditos, viajando a Europa,
participando en coloquios culturales, con la fama crecida, incluso escritor
publicando algunas cosas en revistas italianas, francesas y alemanas. "No perd
tiempo ni mi dinero -cuenta Castelo a su sorprendido amigo Castro-. Llegu a ser
una gloria nacional, y al saltar en el muelle a mi regreso, recib una ovacin de
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todas las clases sociales y del presidente de la Repblica, quien das despus me
invitaba a un almuerzo en su compaa." Luego fue nombrado cnsul en La
Habana. Y todava dice que si no estuviera contento con su profesin, sera un
bacterilogo eminente.
Formas de escribir la historia
Gilbert K. ChestertonCharlas.
Buenos Aires, Espasa-Calpe, 1945, pp. 138 a 143.
Hay tres maneras distintas de escribir historia. La manera antigua, que solamos
encontrar en los libros de nuestra infancia, era pintoresca y en extremo falsa. La
ltima forma, ms ilustrativa, adoptada por autoridades acadmicas, es la depensar que se puede seguir siendo falso, siempre que se evite el ser pintoresco.
Basta que una mentira sea obscura, dicen, para que se la crea verdadera. La
tercera manera es utilizar lo pintoresco (lo que constituye el instinto natural del
hombre desde que el mundo es mundo), pero hacindolo en tal forma que parezca
un smbolo de la verdad en lugar de un smbolo de la mentira. Relata al lector el
verdadero significado del incidente pintoresco en lugar de dejarlo en suspenso o
de darle un matiz decepcionante: es pintar un cuadro verdadero en vez de uno
falso, pero sin evitar que el cuadro sea pintoresco. ()
Las historias nuevas eran tan poco dignas de confianza como las antiguas. La
nica diferencia reside en que las historias nuevas son no solamente indignas de
confianza, sino indignas de ser ledas. ()
Eso es lo que quiero dar a entender: narracin del incidente pintoresco ms
plus- su significado; en contraposicin a la antigua historia pintoresca que
dejaba a un lado el significado, y de la nueva historia cientfica que excluye a los
dos.
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