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ACTA REPUBLICANA POLÍTICA Y SOCIEDAD AÑO 5 NÚMERO 5 2006 27 REFORMA POLÍTICA VS. REFORMA ECONÓMICA: ELEMENTOS COMPARATIVOS ENTRE LAS DEMOCRATIZACIONES DE MÉXICO Y RUSIA E ALICIA GÓMEZ n la literatura sobre los procesos de democratización de la llamada tercera ola estuvo presente un debate sobre el tipo de reformas que convenía reali- zar primero, si las económicas o las políticas. Alrededor de este tema se forma- ron dos bandos: los defensores de la postura “economy first” argumentaron que el contexto autoritario tenía ventajas sobre el democrático porque suponía cier- tas condiciones que facilitaban el éxito de las reformas; por su parte, los oposi- tores a este punto de vista trataron de mostrar que, al contrario, era el ámbito democrático el que resultaba idóneo para sortear las dificultades relacionadas con los ajustes económicos. Se trata de una discusión que colocó el acento en el tema de la economía; centró su preocupación en averiguar cuáles eran las variables políticas más favora- bles para llevar a buen puerto la ardua tarea de modernizar las estructuras econó- micas. Si bien la pregunta inversa fue casi ignorada, es seguro que a partir de ese mismo arsenal conceptual se pueden hilvanar algunas conjeturas donde el foco de atención sean las reformas políticas. ¿Qué implicaciones tuvieron las crisis econó- micas y las políticas de ajuste y reestructuración respecto del éxito o el fracaso de los procesos de democratización? Es una pregunta que merece ser explorada no sólo por su posible contribución para explicar mejor el pasado político inmediato de muchos países, sino también su presente. Ninguno de los cambios a los que nos hemos referido ha concluido de forma indiscutible: en muchos casos la moderniza- ción económica se encuentra en plena etapa de lidiar con las llamadas reformas de segunda generación, 1 donde la resistencia de ciertos actores puede resultar igual de tenaz que en los inicios del proceso. Además, la consolidación de las reglas demo- cráticas puede quedar en entredicho si la oposición a los cambios económicos, ante la ausencia de ventajas visibles derivadas de éstos, se traduce en el cuestionamien- to de los cambios en su totalidad. 2 Este artículo se inspira en esa preocupación. Su objetivo es discutir, obser- vando los casos de México y Rusia, en qué medida la realización de acuerdos 1 Son reformas más incrementales, en cierta forma menos profundas pero igual- mente importantes que las de la primera generación (Haggard y Kaufman: 1994 y 1997). A diferencia de las de la primera etapa, éstas son menos espectaculares y rápidas, se dedican menos a destruir y desmantelar y más a construir, pues sus objetivos centrales ya no son reducir la inflación y reactivar el crecimiento; por lo mismo, resultan más difíciles de sacar adelante dado un Estado poco eficaz, lo cual no necesariamente sucede con las medidas del tipo shock therapy (Naim: 1994 ) 2 Es oportuno rescatar nuevamente a Haggard y Kaufman (1994) con su distinción entre consolidación y supervivencia democrática. La primera se da cuando hay una verdadera aceptación de las reglas; aceptación que se expande, rutiniza, y valora de forma creciente. La segunda se da cuando las reglas democráticas se mantienen por otros motivos.

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ACTA REPUBLICANA POLÍTICA Y SOCIEDAD AÑO 5 ■ NÚMERO 5 ■ 2006 27

REFORMA POLÍTICA VS. REFORMAECONÓMICA: ELEMENTOS COMPARATIVOSENTRE LAS DEMOCRATIZACIONESDE MÉXICO Y RUSIA

EALICIAGÓMEZ n la literatura sobre los procesos de democratización de la llamada tercera

ola estuvo presente un debate sobre el tipo de reformas que convenía reali-zar primero, si las económicas o las políticas. Alrededor de este tema se forma-ron dos bandos: los defensores de la postura “economy first” argumentaron queel contexto autoritario tenía ventajas sobre el democrático porque suponía cier-tas condiciones que facilitaban el éxito de las reformas; por su parte, los oposi-tores a este punto de vista trataron de mostrar que, al contrario, era el ámbitodemocrático el que resultaba idóneo para sortear las dificultades relacionadascon los ajustes económicos.

Se trata de una discusión que colocó el acento en el tema de la economía;centró su preocupación en averiguar cuáles eran las variables políticas más favora-bles para llevar a buen puerto la ardua tarea de modernizar las estructuras econó-micas. Si bien la pregunta inversa fue casi ignorada, es seguro que a partir de esemismo arsenal conceptual se pueden hilvanar algunas conjeturas donde el foco deatención sean las reformas políticas. ¿Qué implicaciones tuvieron las crisis econó-micas y las políticas de ajuste y reestructuración respecto del éxito o el fracaso delos procesos de democratización? Es una pregunta que merece ser explorada no sólopor su posible contribución para explicar mejor el pasado político inmediato demuchos países, sino también su presente. Ninguno de los cambios a los que noshemos referido ha concluido de forma indiscutible: en muchos casos la moderniza-ción económica se encuentra en plena etapa de lidiar con las llamadas reformas desegunda generación,1 donde la resistencia de ciertos actores puede resultar igual detenaz que en los inicios del proceso. Además, la consolidación de las reglas demo-cráticas puede quedar en entredicho si la oposición a los cambios económicos, antela ausencia de ventajas visibles derivadas de éstos, se traduce en el cuestionamien-to de los cambios en su totalidad.2

Este artículo se inspira en esa preocupación. Su objetivo es discutir, obser-vando los casos de México y Rusia, en qué medida la realización de acuerdos

1 Son reformas más incrementales, en cierta forma menos profundas pero igual-mente importantes que las de la primera generación (Haggard y Kaufman: 1994 y1997). A diferencia de las de la primera etapa, éstas son menos espectaculares yrápidas, se dedican menos a destruir y desmantelar y más a construir, pues susobjetivos centrales ya no son reducir la inflación y reactivar el crecimiento; por lomismo, resultan más difíciles de sacar adelante dado un Estado poco eficaz, locual no necesariamente sucede con las medidas del tipo shock therapy (Naim:1994 )

2 Es oportuno rescatar nuevamente a Haggard y Kaufman (1994) con su distinciónentre consolidación y supervivencia democrática. La primera se da cuando hayuna verdadera aceptación de las reglas; aceptación que se expande, rutiniza, yvalora de forma creciente. La segunda se da cuando las reglas democráticas semantienen por otros motivos.

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democratizadores exitosos se puede verafectada por la presencia de crisis eco-nómicas y la necesidad de realizar ajus-tes. No hablamos de contextos postran-sicionales, sino del momento en quepuede ser viable o necesario producirun acuerdo entre elementos de la eliteautoritaria y algún sector de la oposi-ción con el fin de realizar reformaspolíticas que le permitan a ésta mejo-res condiciones para competir. Se tra-ta de un estudio que sigue a Geddes(1994), Colomer (2000) y Przeworski(1988 y 1998), entre otros, en la ideade centrar el análisis en las estrate-gias de los actores. La pregunta, en-tonces, puede expresarse también entérminos de la forma en que las estra-tegias relacionadas con las reformaseconómicas impactaron las estrategiasen el plano del cambio político. Unode los argumentos más relevantes quequeremos proponer es que el costo delconsenso alrededor de los ajustes eco-nómicos tiene un efecto sobre la posi-bilidad de que se produzcan acuerdosen materia política. Veremos que lasdiferencias entre los dos casos men-cionados, en cuanto a la posibilidad dela realización de acuerdos democrati-zadores exitosos, están relacionadas, enprimer lugar, con los distintos gradosde polarización del debate alrededor delas reformas económicas, lo cual im-plicó distintos niveles de costo, desdeel punto de vista de los gobiernos au-toritarios, para el logro del consensoalrededor de dichos cambios; y en se-gundo lugar, con la presencia o no deun actor en el lado opositor capaz deaprovechar ese contexto de relativapolarización e intercambiar apoyos paralas reformas económicas por acuerdosrelacionados con reformas políticas.

El debate: ¿qué reformar primero?Si bien existe un desacuerdo notableacerca de qué reforma conviene reali-zar primero, si la económica (Armijo,Biersteker y Lowenthal: 1994 yHaggard y Kauffman: 1994 y 1997), ola política (Maravall: 1994, Geddes:

1994), en lo que parece haber ciertoacuerdo es en que resulta sumamentedifícil realizar las dos reformas de ma-nera simultánea. Armijo, Biersteker yLowenthal (1994) han señalado quelas dificultades inherentes a toda li-beralización económica, como la in-mediatez de los costos de los ajustesfrente a la no presencia rápida de losbeneficios y la distribución desigualde los costos, implican que tales cam-bios no pueden ser llevados a cabo deforma simultánea con un proceso dedemocratización. Esto es así dado queéste consiste justamente en dar voz agrupos nuevos que pueden presentardemandas, encaminadas a paliar losefectos mencionados, cuya satisfacciónpuede poner en entredicho el éxito delajuste económico. Las únicas respues-tas posibles a estas peticiones son: am-pliar el gasto total del Estado, quitarrecursos a otros grupos, o ignorar alos nuevos grupos; por lo tanto, ele-gir entre una u otra solución significaelegir una reforma en detrimento dela otra. Así como la reforma políticamina a la económica, sucede tambiéna la inversa, señalan los autores. Eldesencanto por los efectos de los ajus-tes puede poner a actores cruciales encontra de la democratización. En suma,la sugerencia aquí es que, dada la in-compatibilidad entre las dos reformas,la estrategia de democracy first pathno resulta la más adecuada, por dosrazones principales: muchos países nopodrán darse el lujo de posponer losajustes económicos, tarde o tempra-no éstos resultarán urgentes, y, ade-más, las democracias consolidadas noson inmunes a los malos efectos delas terapias económicas.

En esta línea, Haggard y Kaufman(1994 y 1997) apuntan que pretenderllevar adelante las dos reformas al mis-mo tiempo es una estrategia equivo-cada. Los actores deben elegir, y lamejor elección es: primero la econo-mía. De lo contrario, ni se logra la re-forma económica, ni se logra la refor-ma democrática. Buscar la democracia

primero es la estrategia equivocada, pordiversas razones, entre otras: los go-biernos enfrentarán debilidad y divi-siones internas por las protestas, locual los incapacitará tanto para con-trolar el cambio político como parahacer los ajustes económicos; de talforma, las crisis económicas se acen-túan, así como la incapacidad para sumanejo, al mismo tiempo que la incer-tidumbre política crece dada la ausen-cia de pactos previos. Más aún, estosautores (1994) proponen un argumen-to que resume todo el alegato en con-tra de privilegiar la democratizaciónsobre la liberalización económica. Setrata de que, por definición, las refor-mas económicas, por lo menos las dela primera etapa, requieren para subuen manejo de una buena dosis deconcentración de poder. Así, los pro-cedimientos autoritarios de los líderes,en las nuevas democracias, para sacaradelante estas reformas no deben serleídos como una mera falta de compro-miso democrático o ambición personal.Se trata de algo necesario para enfren-tar la resistencia de los actores cuyosintereses están relacionados con elstatu quo. Por supuesto, a mayor crisiseconómica, mayor la necesidad del ejer-cicio discrecional de la autoridad, y porlo tanto menor la viabilidad de insti-tuciones democráticas.

Si se parte de que ante la presenciade inestabilidad económica y recesióncualquier consolidación democrática seve amenazada, no queda más remedioque asumir la necesidad de los ajustescomo prioridad. Estas restricciones quehan enfrentado los actores, dicenHaggard y Kaufman (1994), pocas ve-ces han sido consideradas por los críti-cos del modelo. El debate no ha permi-tido ver las opciones reales en laspolíticas económicas. No se toma encuenta que en la mayoría de los casoslas reformas se emprendieron por la ne-cesidad urgente de manejar las crisis,y no necesariamente motivadas por laafiliación ideológica al “dogmaneoliberal”

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Geddes (1994) tiene buenos argu-mentos contra la tesis de “economyfirst”. En primer lugar, dice, la presuntasuperioridad del régimen autoritariopara emprender medidas liberalizadorasno se demuestra con las evidencias em-píricas. Por ejemplo, mientras en Euro-pa del Este se han liberalizado más lospaíses más democratizados, notable-mente Polonia y República Checa, laexUnión Soviética ha sido sumamentelenta para el cambio democrático perotambién para el económico. En segundolugar, si dejamos a un lado las eviden-cias y nos concentramos en la teoríaimplícita acerca del rol de los actores,veremos que también aquí hay proble-mas importantes para discutir. La tesisde la superioridad del contexto autori-tario parece asumir el supuesto plura-lista acerca de la defensa de los intere-ses de los trabajadores por parte de suslíderes y representantes, y por conse-cuencia el obstáculo que representanrespecto de ciertas políticas económi-cas. Sin embargo, esto no explica porqué, entonces, gobernantes democráti-cos que dependen del soporte de suselectores deciden eventualmente em-prender reformas costosas para los tra-bajadores. La respuesta, dice la autora,es que los trabajadores no necesaria-mente son capaces de presentar unaoposición tan fuerte como se supone,aún en condiciones democráticas. Porlo tanto, tal línea de argumentación nose debe tomar tan en serio como justifi-cación para postergar la democratiza-ción. Otro supuesto bastante discutiblees que los gobiernos autoritarios debenemprender de forma natural las medi-das liberalizadoras, sin considerar quepueden ser éstos, y en general losmiembros de los partidos en el poder,los primeros en ver afectados sus inte-reses con tales políticas. En suma,Geddes (1994) apunta la necesidad derevisar la teoría implícita acerca de losintereses e incentivos de los actores in-volucrados.

En esta misma perspectiva, Maravall(1994) señala que existen ventajas de

los regímenes democráticos sobre losautoritarios en relación con la capaci-dad para llevar adelante reformas eco-nómicas. En primer lugar, el pluralismoprovee mayor y mejor información parala toma de decisiones económicas; ensegundo lugar, las instituciones demo-cráticas pueden reducir los costos detransacción de las reformas y minimi-zar la depredación de recursos públi-cos; en tercer lugar, la prensa libre y laoposición pueden servir como “siste-mas de alarma” para corregir errores enlas políticas; en cuarto lugar, el costoen popularidad y votos induce a lospolíticos a tratar de evitar errores; y porúltimo, el mismo costo recién mencio-nado inhibe el comportamiento opor-tunista y autointeresado de los políti-cos. Este autor reconoce que lademocracia tiene la limitante de la fal-ta de eficacia para el desempeño de lastareas mencionadas, mas considera quetal debilidad puede ser contrarrestadasi se cuenta con factores como una cri-sis económica profunda y un mandatoelectoral fuerte. Otros muchos ingre-dientes capaces de facilitar las reformasen un contexto democrático pueden serseñalados, tales como el recurso de lanegociación y la persuasión, sobre todocuando no hay un mandato electoralcontundente; también el hecho de rea-lizar las reformas al inicio del mandato,cuando la confianza pública y la cohe-sión partidaria aún son altas; asimis-mo, una justa distribución de los cos-tos de los ajustes reduce la oposición alas medidas y facilita la supervivenciadel nuevo régimen democrático. La lis-ta de condicionantes favorables podríaampliarse, sin embargo, como bien loseñala Maravall (1994), ninguno de es-tos ingredientes determina la toma deciertas decisiones o alternativas espe-cíficas, por lo que deben tomarse encuenta de manera inevitable elementosseñalados por otros autores como laideología y los intereses de las coalicio-nes de apoyo.

Como hemos visto, en este debatese han considerado una gran diversi-

dad de variables, y no siempre de for-ma sistemática. Aparentemente, el lla-mado a discutir a fondo los problemasteóricos involucrados (Armijo, Biers-teker y Lowenthal, 1994) no tuvo unarespuesta tan amplia y la discusiónse quedó un tanto a medio camino.Como se desprende de los señalamien-tos de Geddes (1994) y Maravall (1994),uno de los elementos que merecen servistos con mayor cuidado son las es-trategias de los actores. En esta línea,la literatura sobre procesos de demo-cratización, específicamente los tra-bajos de Colomer y Przeworski, ofreceelementos que permiten desarrollar unargumento en el sentido de que el éxitode una u otra reforma depende de lapresencia de ciertos estilos estratégi-cos por parte de los actores. JosepColomer, quien ha desarrollado el mo-delo de análisis estratégico a partir desus estudios sobre España (1991, 1995y 1998), Europa del Este (1995 y 2000)y la Unión Soviética (2000), ha esta-blecido que el éxito de una transiciónestá relacionado en gran medida conlas decisiones de los actores relevan-tes en relación con dos grandes alter-nativas estratégicas: la del conflictofrontal, donde se busca el triunfo ab-soluto, que puede conducir a la gue-rra civil, y que implica el riesgo de laderrota total, y la de la cooperación,donde se aceptan fórmulas interme-dias de régimen convenidas con eladversario, y que es la que conduce aque una crisis de un régimen autori-tario se resuelva en una transiciónpactada. Ha señalado (Colomer, 2000)también que las razones para que seelija finalmente la estrategia de co-operación están relacionadas, en granmedida, con algunas característicaspropias de la racionalidad del actor:debe tener aversión al riesgo, tenercierta capacidad de anticipación de lasdecisiones de su oponente, y tener pro-clividad o preferencia por la coinci-dencia con el adversario; estos rasgoscontribuyen a que las decisiones delos actores tengan un resultado social-

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mente eficiente. En suma, como lo se-ñala, a partir del enfoque estratégicola democracia aparece como el resul-tado del pacto entre los actores polí-ticos alrededor de las reglas del jue-go. Este pacto es posible porque elproceso de realizar reformas democra-tizadoras, por definición, da lugar aque el juego que se establece entrelos actores no sea un juego de sumacero, sino, por el contrario, uno don-de entre los escenarios posibles exis-ten algunos favorables para todos losjugadores. Dicho en otras palabras, siun actor tiene realmente como obje-tivo el establecimiento de la democra-cia, tendrá frente a sus adversarios unaestrategia cooperadora.

¿Pueden las reformas económicasverse favorecidas por estrategias simi-lares? La respuesta es negativa. Aquídebemos introducir ciertas considera-ciones de Adam Przeworski que con-ducen a pensar que una reforma eco-nómica y una reforma políticarequieren por definición diferentes es-trategias y estilos en la toma de deci-siones: la última cooperativos y conci-liadores, en coincidencia con Colomer,y, por el contrario, no cooperativos ymaximalistas para la primera. El puntode partida aquí es que, teóricamente,un pacto democratizador y un pactoliberalizador de la economía son incom-patibles (Przeworski: 1993 y 1995).Independientemente de que, en loshechos, los actores más relevantes delcaso decidieran sentarse a firmar unacuerdo para realizar un conjunto degrandes reformas en materia política yeconómica, tarde o temprano se reve-laría la inviabilidad del pacto econó-mico desde el punto de vista de la con-sistencia del pacto democrático, por lassiguientes razones. Primero: por defi-nición un pacto democrático es el queredefine las reglas del juego políticode tal forma que los distintos intere-ses y proyectos particulares quedan amerced de la incertidumbre; en otraspalabras, tal principio resultaría vul-nerado si paralelamente los mismos

actores establecieran un acuerdo paraprivilegiar de forma decisiva uno u otrode los proyectos en disputa. El nivelde incertidumbre involucrado en unarreglo democrático supone en todocaso que cada uno de los actores pue-de tener la relativa certeza de que susintereses no se verán vulnerados demanera grave, lo cual, racionalmente,les permite aceptarlo. En segundo lu-gar, un acuerdo meramente sustanti-vo, ajeno a la definición de reglas, comolo es uno cuya materia es la políticaeconómica, no es vinculante. ¿Por quémotivo un actor político cumpliría unpacto donde acepta un escenario dis-tante de sus preferencias si no haycostos claros derivados de su no cum-plimiento? Y decimos que no hay cos-tos claros en virtud, pues, de que seríaun pacto no sobre las reglas de convi-vencia política –como sí lo es el pactodemocrático–, sino sobre determinadaspolíticas de gobierno, un pacto con uncontenido sustantivo. En otras pala-bras: un pacto donde ciertos actoresdefinen el modelo económico a seguir,con independencia de las preferenciaspresentes y futuras de quienes estánfuera de la negociación (por ejemplolos electores), es normativamente in-aceptable desde el punto de vista delas reglas de la democracia. Pero la in-consistencia no es sólo normativa, tam-bién en términos prácticos es un pac-to improcedente, pues para todo actorracional se trataría de un acuerdo in-sostenible, dada la ausencia de reglas.

La naturaleza estratégicamentecontradictoria de los procesos de re-forma política y económica, estableci-da a partir de Colomer y Przeworski,puede dar lugar a dilemas de no fácilsolución para los actores políticos, so-bre todo para la oposición. Mientras unpacto reformista resulta la vía más efi-ciente para el avance en la transicióndemocrática, la cooperación en el temade las medidas económicas parece deentrada irracional. Lo cual nos lleva ala pregunta: ¿De qué forma se puedeevitar la interferencia estratégica en-

tre los dos temas? Si nos interesa in-dagar en qué medida la necesidad delos ajustes económicos ha afectado elavance de las reformas democratizado-ras, cabe preguntarnos ¿Cómo es posi-ble evitar que la no cooperación en elterreno económico impida la coopera-ción en el político? Una respuesta pro-bable es que los actores, de alguna for-ma, deben dar por aceptado el statuquo en los temas sustantivos relevan-tes para así disponerse a establecerpactos en materia política. Por supues-to, esto supone que los costos de talaceptación son menores que los bene-ficios derivados de la cooperación entemas políticos, lo cual dependerá delcontexto. Por ejemplo, si hablamos decondiciones donde se produce una granpolarización del debate público alre-dedor del “sí” o el “no” a las reformaseconómicas, y donde la mayoría de lasfuerzas y actores relevantes deben co-locarse en alguno de los dos polos, pro-duciéndose así una oposición más omenos frontal entre bloques oposiciónvs. Gobierno, los costos de aceptar lasreformas, darlas por hecho, a cambiode negociar avances democráticos, paraalgún actor de la oposición, pueden serrelativamente altos. Es importante ha-cer notar que este nivel de costo nonecesariamente se corresponde con loscostos “objetivos” de los ajustes eco-nómicos, es decir, aquellos que se re-flejan en ajustes de salarios, cierre deempresas, etc., y que afectan materialy directamente a ciertos sectores so-ciales, pues se trata más bien de uncosto político y operativo alrededor dellogro del consenso mínimo para las re-formas.

RUSIA: NI GLASNOST NIPERESTROIKA

La transición rusa tiene diferencias conlas de Europa del Este que la han hechomás difícil. Mientras en esta última, a lacaída del muro de Berlín, había una his-toria importante y relativamente anti-gua de lo que se llamaba la “revolución

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democrática”, en Rusia, o lo que toda-vía era entonces la unión de repúblicas,no había nada semejante.3 Cuando enRusia el desastre económico rompe elpoderío del bloque, no hay oposiciónorganizada ni en una mínima expresión(Precan: 1990), y lejos de existir algunasuerte de tradición democrática, másbien había un arraigo y profundidad delas raíces del régimen comunista comono existían en lo demás países del blo-que. Estas condiciones suponen dificul-tades estratégicas adicionales paraquienes están a la cabeza de las refor-mas. Sin embargo, ni Gorbachov niYeltsin, quienes representan las dosgrandes etapas de la transición rusa,fueron capaces de lidiar eficazmentecon la tarea.

Gorbachov asume el poder en 1985y casi enseguida inicia medidas enca-minadas a debilitar a los miembros tra-dicionales del partido, al tiempo quemoviliza a la gente de la calle contrala oligarquía. La glasnost, o liberaliza-ción política, se inicia antes que la re-forma económica, en una suerte debúsqueda de reactivación del entusias-mo revolucionario (Fairbanks: 1990).Aparentemente, los cambios se debena dos factores: la necesidad de com-pensar las primeras señales de desgas-te económico, y la convicción perso-nal de Gorbachov acerca de laconveniencia de cierta apertura polí-tica que hiciera a la gente participarmás del poder (Desai: 1995). La inci-piente apertura, que consistió sobretodo en el relajamiento de las restric-ciones para la expresión pública, notenía como objetivo final un régimende democracia occidental, sino encon-trar una fórmula de socialismo que fun-cionara; era una liberalización leve paradar oxígeno al sistema (Bukovsky:1990). Este intento de retirada gradual,sin embargo, no tenía claridad sobrelas nuevas reglas políticas que susti-tuirían a las anteriores. Tampoco seacompañó de estrategia alguna paraenfrentar una eventual elevación deexpectativas políticas que rebasaran los

cambios que se consideraban acepta-bles.

La inconsistencia del plan de aper-tura se mostró cuando, en 88, se in-tentan, como parte de la “salvación”del sistema, una serie de medidas queincluyen dar más poder policial al ejér-cito y mayores restricciones a la liber-tad de asamblea y de prensa. Con elloparecía responderse, tardíamente, a laefusiva movilización social, que pare-cía exceder lo conveniente. Esta con-trarreforma debió echarse para atrás,oficialmente para su “revisión”, antela presión pública. Para entonces eraobvio que la apertura se había salidode control: había enfrentamientos en-tre militares y civiles por todos lados.Sin embargo, la oposición no estabaorganizada ni había cohesión social; noexistía el equivalente a Solidaridad nia la Iglesia polaca como factor de inte-gración. Por lo tanto, el Partido Comu-nista no tenía un actor claro con quiénnegociar (Bukovsky: 1990). Lo que al-gunos llamaban el “movimiento demo-crático” se componía de una diversi-dad de grupos más o menos organizadoscomo frentes populares, asociacionesde votantes, sociedades culturales yeducativas, y “comités de acción cívi-ca”, pero nada semejante a un frenteque uniera a la mayoría de la oposi-ción. En esas condiciones, no sorpren-de que el primer partido de oposición,aparecido en 88, Unión Democrática,con un perfil claramente anticomunistay pro democracia competitiva, fuerareprimido violentamente por la KGB

hasta lograr su aislamiento. Este esta-llido de movilización, que alcanza hastael año 89, no se debe sólo a la tenueliberalización, sino también al desplo-me económico. Pese al desastre,

Gorbachov decide seguir alentando loscambios políticos: en octubre viaja aBerlín pidiendo y promoviendo mayorapertura en el resto de los regímenescomunistas. En dos meses el pacto deVarsovia se cae.

Las elecciones de marzo del 89 parael Congreso de los Diputados del Pue-blo, supuestamente competitivas, man-tuvieron todas las ventajas para loscandidatos comunistas, que logró lamayoría. Hubo distritos con incluso 5candidatos, pero todos del partido ofi-cial. Los candidatos de oposición notuvieron acceso ni a la prensa ni a latelevisión. Algunos pocos diputados nocomunistas fueron electos no por losvotantes sino por organizaciones, comofue el caso de Zakharov vía la Acade-mia de Ciencias. El Frente del Pueblode Moscú logró colocar un diputado.Gorbachov alentó a candidatos refor-mistas independientes, pero sin atre-verse a darle un golpe decisivo al par-tido (McFaul: 1992). La mayoríaparlamentaria comunista que se formó,decidió mantener en la Constitución lagarantía del poder de los comunistaspor tiempo indefinido. El resultado, sinembargo, no reflejaba la correlación defuerzas en la opinión pública, lo quese mostraba con huelgas, manifesta-ciones, y tomas de oficinas y casas decampo (Zaslavsky: 1990). Los pocoscandidatos de oposición que lograronregistrarse concentraron el debate enla dimensión comunistas vs. demócra-tas; el tema de las reformas económi-cas quedó virtualmente excluido.

En medio del caos, Gorbachov pro-pone mayores reformas políticas parafebrero de 1990. Estas reciben el apo-yo de los miembros del partido a la horade la votación, de una forma totalmen-

3 Véase: Precan, Vilem (1990). La transición polaca tuvo cierto carácter gradualproducto de la existencia de una oposición organizada (Solidaridad) que habíatrabajado durante décadas y aceptó no enfrentarse con el gobierno y apoyarcambios lentos. Igualmente, en Hungría existió una oposición organizada quedecidió dialogar. En ambos casos, a los gobiernos les interesó incluir a la oposi-ción para compartir los costos de la crisis económica, lo cual fue posible dadoque ésta no era tan grave. Ver también Kurón (1990) y Kis (1990).

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te sorpresiva, pues el todavía líder co-munista había sido fuertemente criti-cado por la situación, tanto que unescenario probable era que éste fueraprocesado por sus errores. Los 268 vo-tos a favor, de 270, parecen, entonces,un suicidio político de los comunistassoviéticos difícil de entender, pues elcontenido de la reforma era anular desus documentos básicos el principio queestablecía el liderazgo único del Parti-do Comunista y admitir la pluralidad yla competencia. Si bien en los hechosno se desmantelaba el poder ni los re-cursos que el partido concentraba, decualquier forma se abría la puerta a lacompetencia y a futuras reformas queredujeran las restricciones que se man-tenían. Gorbachov trató, al mismotiempo, de reforzar su poder a expen-sas del Comité Central (CC) para ami-norar el desorden. En esas reformas secreó la figura de presidente del parti-do, electo por el Congreso, sin inter-vención del CC, mientras que antes lafigura máxima era el Secretario Gene-ral del propio Comité. Sin embargo,estos cambios no fueron suficientespara dar a Gorbachov el control de lasituación, no eran parte de una estra-tegia amplia donde una reforma radi-cal del partido tuviera la intención deconvertirlo en el instrumento de sugobierno o de su proyecto de reformadel sistema; una visión estratégica deesa naturaleza no existía (Fairbanks:1990). Al parecer, uno de los pocosobjetivos claros de las reformas del 90era abrir la competencia pero sin elriesgo de que el PCUS perdiera el po-der, un poco al estilo de los partidosfuertes de (en ese tiempo) México, Ita-lia o Japón (Fairbanks: 1990). Efecti-vamente, el partido siguió contandocon una estructura que se extendía atodos los ámbitos de la sociedad, mien-tras en la oposición no se veía ningu-na fuerza medianamente consolidada,por lo que, aparentemente, no seríadifícil que los comunistas ganaran lassiguientes elecciones. Este triunfo,además, aportaría el nuevo entusias-

mo derivado de la movilización de lagente, más un toque de legitimidad porhaber competido en una elección abier-ta. Sin embargo, en contra había fac-tores importantes: el desprestigio delpartido, la falta de simpatizantes másallá del pueblo común pasivo o de losmiembros del gobierno y del ejército,la desmoralización de sus propios líde-res y la falta de identidad ante el aban-dono del marxismo y el leninismo.

Con estas nuevas reglas se llevarona cabo las elecciones para el SovietSupremo de la República Rusa y paralos soviets locales y distritales, en mar-zo de 1990. El escenario era de caos ygran crisis económica. Hasta entonceslas reformas económicas se habían pos-puesto y tampoco se habían tomadomedidas para enfrentar la crisis ni enlo inmediato ni como plan de largo pla-zo. El déficit financiero era enorme yel régimen no contaba siquiera con unaparato administrativo medianamentepreparado ni parecía tener intencionesde formarlo. En estas elecciones hubonotablemente mayor apertura que enlas anteriores. Compiten cientos demiles de candidatos por centenas depuestos, pues los requisitos de regis-tro eran mucho más laxos. Los únicoscandidatos llevados por partidos erandel comunista y de Rusia Democrática(RD), que sin embargo trató de boico-tear la elección calificándola de facha-da. Hubo gran confusión en el debatey en la agenda: era difícil distinguirentre demócratas o progresistas y con-servadores. El bloque Rusia Democrá-tica logra casi la mayoría de los dipu-tados de la República y buena presenciaen los soviets de Leningrado y Moscú.4

Mientras tanto, Gorbachov va per-diendo poder sin diseñar nuevas insti-tuciones para su redistribución, paracrear nuevos equilibrios, con el riesgode que otros actores, como el aparatomilitar y los movimientos nacionalis-tas, tomen la batuta (Fairbanks: 1990).

Los partidos políticos, que tendrían queser los agentes de un cambio ordena-do, se crean con lentitud y dificultad.Después de la elección del 90 aparecendocenas de partidos, ninguno con al-cance nacional o masivo. Entre los másimportantes está Plataforma Democrá-tica (posteriormente se convertirá enPartido Republicano), que surge comouna ala liberal del Partido Comunista(PC), del cual se desprende ante el fra-caso de sus intentos reformistas. Entrelos miles que salen del Comunista seencuentra Boris Yeltsin, líder del mo-vimiento, quien decide no participaren el nuevo partido porque no deseasometerse. El Partido Democrático deRusia es otra organización fundada conex-miembros del PC; su único progra-ma es el anticomunismo y pese a con-tar con un buen número de simpati-zantes no se le ve un futuro cierto.Otro partido fundado en esa coyuntu-ra es el Social Demócrata, compuestopor intelectuales con poco impactomasivo, pero con una buena platafor-ma, que logran forman un bloque sóli-do de votantes en el Congreso. El restode las docenas de nuevos partidos notiene un perfil significativo, ni en sutamaño ni en su propuesta.5

De la elección del 90 surge un Con-greso donde las reformas siguen sinavanzar, sobre todo debido a que nohay disciplina ni cohesión partidariaen la oposición, sólo en el PC. Se aprue-ba un borrador de una Constitucióndemocrática que no pasa por la nega-tiva del sector comunista. Lejos deaprobar reformas para privatizar la tie-rra, se saca una ley que prohíbe su ven-ta por diez años. Inicia el conflictoYeltsin-Gorbachov, y como resultadoéste se refugia en el ala conservadora.Mientras tanto, RD se reorganiza acre-centando sus seguidores, apoyan aYeltsin y en la elección de junio del 91lo colocan como presidente de la Re-pública de Rusia. Sin embargo, RD se

4 Ver McFaul (1992)5 Ver McFaul (1992)

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colapsa una vez más y resulta incapazde elaborar un plan de reformas. Des-pués de esta elección se crean verda-deros partidos. Los socialdemócratas ylos republicanos se unen en uno solo,es la centro-izquierda. Se forma Acuer-do Nacional, es la centro derecha yentre sus objetivos está mantener launión de las repúblicas. El Movimientopara la Reforma Democrática tiene aSchevardnadze entre sus miembros, sonreformistas que se alejan de Gorbachovpor su derechización. Aún con el pesode estos nuevos actores, persisten obs-táculos importantes para la realizaciónordenada de reformas que resuelvanpor lo menos alguna de las crisis. Elprincipal problema es la alta centrali-zación burocrática de la unión y delPC, que controla todavía la vida eco-nómica y política. Además, los nuevospartidos son todavía pequeños y estánpoco articulados. RD, el más importan-te después del PC, se sigue dividiendopor la disputa en temas como uniónvs. separación y el modo y ritmo delcambio a la economía capitalista. Eneste tema el debate es intenso y pocoscomparten la misma postura. Otro obs-táculo importante para los cambios esla confusión respecto de los proyectosy alternativas políticas. En la simplifi-cación del debate se considera demo-crático todo lo que esté en contra delrégimen comunista, lo cual puede in-cluir anarquistas, nacionalistas extre-mos, etc. (McFaul: 1992).

Mientras tanto, la crisis económicaavanza y ayuda a populistas comoZhirinovsky, que encabeza un golpe enagosto del 91. Ante el golpe, nadie delaparato apoya Gorbachov, todos lo trai-cionan. El liderazgo de Yeltsin contri-buye de forma importante a derrocarel intento, también cuentan la deci-sión democrática del Parlamento y lamovilización popular. El golpe no esen nombre del comunismo pero sí lodan comunistas desplazados. Muestrala desintegración del Estado, la faltade lazos entre los niveles medios y al-tos de la elite gobernante y la buro-

cracia. Es la propia desintegración delEstado lo que contribuye también alfracaso del golpe (Fairbanks: 1991).Para entonces, es claro que el régimencomunista está colapsado, pero tam-poco hay un rumbo claro y cierto en elnuevo camino que la sociedad rusa to-mará, pues, muy al contrario, la peres-troika se encuentra en franca crisis.Esto puede observarse en el fortaleci-miento y cohesión de la corriente re-accionaria y el corrimiento de Gorba-chov hacia la derecha, dado su noconvencimiento de las ventajas de lapropiedad privada a gran escala y supersistencia en mantener una autori-dad central fuerte, además de la frag-mentación de los reformistas democrá-ticos ante la radicalización de algunos,con el consiguiente aumento delliderazgo de Yeltsin. La posición deltodavía líder de lo que queda de launión de repúblicas, es decir Gorba-chov, impide la formación de una coa-lición reformista de centro izquierdafuerte, pues, erróneamente, se esfuer-za tardíamente en fortalecerse aban-derando el mantenimiento de la unión,pero sin ofrecer claridad en interrogan-tes fundamentales acerca de qué clasede unión y cómo es posible mantener-la.6

El fortalecimiento de Yeltsin a raízdel golpe y la flagrante debilidad deGorbachov lleva a que el primero seanombrado por el Congreso líder delSoviet Supremo. Pero se trata de unórgano dominado por el PC que prontoentrará en enfrentamiento con Yeltsin,quien junto con RD pretende radicalizarlos cambios económicos. Yeltsin ame-naza con llamar a un referéndum paraque la gente decida quién está al man-

do del gobierno, si él o el Congreso.Pese a su beligerancia, tampoco Yeltsiny RD tienen un plan coherente de re-formas: la democracia y el mercado seasumen como la ideología alternativaal comunismo, pero sin un contenidoclaro y profundo (McFaul: 1992); pare-cen estar más capacitados para destruirque para reformar o construir. Yeltsinnegocia con la fracción comunista delCongreso y acuerdan reformas muy li-mitadas y un no a la terapia de shockque Yeltsin pretendía aplicar. Claramen-te, estas decisiones no están en el ca-mino de resolver la incertidumbre po-lítica y económica. Si bien es posibleconsiderar que el golpe fallido le dio eltiro de gracia al régimen, no hubo con-secuencias coherentes, como la reali-zación inmediata de nuevas eleccionesque llevaran a una mayoría opositora,reformista, al control del Congreso; loscomunistas siguieron controlando esteórgano en contra de sectores impor-tantes de la opinión pública.

En 1993 se observa una crisis seriaen varios frentes (Leon Aron: 1993). Enel plano constitucional, siguen sin rea-lizarse las reformas adecuadas y las ins-tituciones “transicionales”, como elCongreso de los Diputados del Pueblo,creado por Gorbachov, empiezan a serpermanentes. Por otro lado, el atraso enlas reformas democráticas acentúa laincoherencia entre las instituciones po-líticas, todavía antidemocráticas, ylas reformas económicas de Yeltsin. Lacrisis política se debe a la falta de legiti-midad derivada del hecho de que todaslas instituciones que operan son las delviejo régimen, lo cual contribuye a lagran inestabilidad e incertidumbre,pues la clase política no se siente cons-

6 Ver Lapidus (1991). Cabe considerar que la incapacidad estratégica de Gorbachovno es el único factor del fracaso, las condiciones tampoco ayudaron. Además delas fuertes raíces que el comunismo había desarrollado en la sociedad, señaladasal principio de este apartado, se deben señalar otros elementos como la reticenciafrente a las reformas por parte de los sectores que se beneficiaban de dicho siste-ma, la ambivalencia de las actitudes soviéticas hacia Occidente y sus patrones, y,finalmente, el poder del Ejército y de la economía militar, factores, estos últimos,no fáciles de eliminar (Lapidus:1991).

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treñida ni por los votantes ni por lospartidos. Hay anomia política tambiénen la gente común, pues la sociedad ci-vil no se organiza ni se manifiesta visi-blemente, mientras las encuestas mues-tran alienación de la política por partede la gente. El frente de la economía noestá en mejores condiciones, pues elestancamiento está tocando fondomientras el modelo se mantiene en laambigüedad ante la renuncia a asumirlas medidas de ajuste necesarias perosin el regreso al sistema de control cen-tral pleno. Ante la emergencia, se libe-ran los precios para paliar el déficit, loque hace recaer de inmediato los costosen la gente.

En diciembre, Yeltsin gana un refe-réndum para diseñar y votar una nue-va Constitución. Pero en la elecciónpara las nuevas Cámaras, baja y alta,vuelven a ganar los comunistas, y, másaún, ahora aliados del partido deZhirinovsky, el ultranacionalista Par-tido Liberal Democrático, que logra lamitad en la Duma (cámara baja). Esteinesperado resultado se puede expli-car por varios elementos: el desastreeconómico, la fragmentación en cua-tro bloques de los demócratas (más porambiciones personales que por diferen-cias ideológicas) y el mal desempeñodel partido más importante entre losdemócratas, el Russias Choice, dividi-do, a su vez, por la disputa entre losex RD y ex RCH alrededor de las candi-daturas (McFaul: 1992). Con el nuevocongreso, se detienen otra vez los ajus-tes económicos y se adopta el gradua-lismo, ante la presión de los gerentesde las empresas públicas sobre losmiembros de la Duma. Se inicia, pues,la etapa del lobbysmo (Desai: 1995),que retarda más las reformas dado eldescontento por los resultados de laterapia de shock. Por otro lado, el di-seño institucional dificulta aún más unliderazgo fuerte que encabece las re-formas,7 porque fomenta el enfrenta-miento ejecutivo-legislativo y favore-ce la fragmentación de la Cámara(Ordeshook: 1995). Al tener un siste-

ma mixto con una lista nacional derepresentación proporcional, los dipu-tados presumen un mandato nacionalque los alienta a ponerse en igualdadde condiciones frente al presidente,además de que, al no existir coinciden-cia entre las elecciones de ambos po-deres, se hace más difícil que sea lamisma fuerza partidaria o coalición laque domine.8

Si en el 93 hay una gran polari-zación, en la elección del 95, para laDuma, se acentúa más. Se presentan43 partidos y la disputa todavía esentre reformas o no reformas, en susentido global, con el triunfo de lasegunda alternativa. Los comunistashablan de la caída del bloque comode un crimen y logran, exitosamente,mantener el debate en el tema fun-damental del mantenimiento o no delrégimen pese a los cambios iniciadosdiez años atrás.9 A una década delarranque de la glasnost el saldo esmuy desfavorable. Las reformas eco-nómicas se dan a cuenta gotas, en lamedida en que lo exigen los estalli-dos de crisis, sin un plan mediana-mente coherente. Tampoco en lo po-lítico hubo claridad estratégica, aquílas reformas se dieron más como re-

sultado de una “guerra de personali-dades” que de un principio claro comosería la creación de una nueva y co-herente estructura de incentivos(Ordeshook: 1995). Las deficienciasestratégicas, sobre todo de la prime-ra etapa, además de los conflictosderivados de la crisis económica y eldesmantelamiento del Estado, máspropios de la era Yeltsin, generarondivisión entre las elites y conflictosde suma cero en la disputa por losrecursos relacionados con las priva-tizaciones. En consecuencia, las re-formas se hicieron no mediante lanegociación y el compromiso,10sinoa través del decreto y la expansión(Higley, Kullberg y Pakulski: 1996).A las deficiencias estratégicas se de-ben añadir las dificultades particu-lares del caso. A diferencia de las tran-siciones típicas, aquí la construcciónde un régimen democrático debía darseen condiciones de desintegración delEstado, y suponía una falta absolutade continuidad burocrática y de es-tructuras políticas. Se trata tambiénde un proceso donde la sociedad ci-vil debía ser construida, pues erainexistente.11 Por el contrario, unode los rasgos de la transición rusa fue

7 Si bien la sombra del posible triunfo de Zhirinovsky para las presidenciales de1996, ya cercanas, genera un debate alrededor de la conveniencia de un autorita-rismo “suave” a cambio del fuerte que éste representa.

8 En Rusia se prefirió mantener la idea de un presidente fuerte y no cambiar elrégimen al parlamentarismo, como sí se hizo en Europa Central. El resultado fueque en esta última se tuvo mayor capacidad para hacer reformas eficaces que enRusia (Rupnik: 1995 ).

9 Los temas particulares, que articulan intereses de grupos y sectores con partidos,aparecerán mucho después. Ver McFaul (1996)

10 Como sí sucedió con Havel, por ejemplo.11 Existen lecturas que se niegan a calificar este proceso como una transición. Mcfaul

(1992) prefiere verlo con el modelo alternativo de “revolución social”, entre otrosfactores por el colapso como inicio de los cambios, el empate de fuerzas posteriordonde no hay negociación sino doble soberanía, la falta de compromisos y con-senso y la presencia de juegos de suma cero; el autor señala, claro, diferenciascon otras revoluciones: falta de violencia y continuidad de miembros del viejorégimen. Shevtsova ( 1995 ) también se niega a considerar este caso como unatransición, debido sobre todo a la ausencia de un Estado consolidado, al no con-senso básico entre las elites sobre la nueva política poscomunista, y a la imposi-ción de la política desde arriba sin la búsqueda de consensos.

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la permanencia, hasta muy entradoel proceso, de las anteriores fuerzaspolíticas, a diferencia de lo que su-cedió, por ejemplo, en Polonia, Che-coslovaquia y Bulgaria (Balcerowickz:1994), lo cual, parece evidente, com-plicó aún más un eventual escenariode reformas.

MÉXICO: PRIMERO LA ECONOMÍA

México es un caso donde las reformaseconómicas se emprendieron antes quelas políticas. Aparentemente, ejempli-fica la tesis de las ventajas del autori-tarismo para llevar adelante con éxitoajustes económicos, pero esto no es deltodo cierto. Desde los primeros añosde la década de los 80, estalló en Méxi-co una crisis financiera que fue enfren-tada con medidas propias de lo que seconoce como terapia de shock, enca-minadas a controlar la inflación y lagrave falta de balance financiero pú-blico.12 Esta etapa, que se prolongó du-rante casi toda la década, no fue acom-pañada por reformas políticas; seprodujo todavía en el contexto de lasreglas del régimen autoritario. Si bienen México se habían realizado antesalgunas reformas políticas,13 nunca setrató de cambios que pusieran en ries-go la hegemonía del Partido Revolu-cionario Institucional (PRI): las refor-mas que sí lo hicieron vendrían hasta1990.

Fue el gobierno de Miguel de la Ma-drid (1982-1988) el que implementócon profundidad las reformas de la lla-mada primera generación, si bien suantecesor ya había dado algunos pa-sos, relacionados sobre todo con eltema de la apertura comercial hacia elexterior.14 Las condiciones autoritariaspermitieron que las medidas no tuvie-ran que ser negociadas. No fue necesa-rio buscar el consenso o la mayoría eninstancias de representación, pues eldominio del partido tanto en la Cáma-ra de Diputados como en la de Senado-res garantizaba los votos necesariospara la aprobación de cualquier refor-

ma enviada por el presidente. Por otrolado, el carácter corporativo de la re-presentación laboral y campesina ase-guraba nula oposición en el sector delos trabajadores organizados. Sin em-bargo, todo esto no significa que losajustes no hayan enfrentado resisten-cia. Las medidas que resultaron críti-cas para los bolsillos de los sectores po-pulares, como el control salarial y laeliminación de subsidios a algunos pro-ductos básicos y servicios públicos, queformaban parte de lo que se denominó“plan de austeridad”, provocaron lamovilización de algunas organizacio-nes sociales y de partidos de izquier-da.15 Sin embargo, esta resistencia, porsí misma, no representaba ningún de-safío real para las posibilidades de éxi-to de las medidas y su operación. Dehecho, el reto más importante parasacar adelante las reformas no provinode la oposición, sino del interior de lapropia clase política, con la aparición,dentro del PRI, de la Corriente Demo-crática. 16

Este grupo fue formado en agostode 1986, gracias a la iniciativa de líde-res como Cuauhtémoc Cárdenas y Por-firio Muñoz Ledo. Su objetivo era pe-lear contra el modelo económico“neoliberal”que la presidencia de De LaMadrid había implementado, y que re-sultaba totalmente contradictorio conel ideario tradicional del régimen, elllamado “nacionalismo revolucionario”.La Corriente pretendía quitar a los tec-nócratas reformistas el control del par-

tido e impedir que el siguiente gobier-no, que iniciaría en el 88, estuvieraencabezado por el mismo grupo. Estocondujo a la necesidad de introduciren su agenda el tema de la democrati-zación de su partido, pues de acuerdoel modelo autoritario la disciplina erala regla de oro, y por lo tanto impedíaoponerse a las decisiones de la presi-dencia en turno. Ante el fracaso de suintento de reforma “desde adentro”, ysobre todo de sacar adelante la candi-datura presidencial de CuauhtémocCárdenas, la Corriente decidió abando-nar su partido y pasar a la oposicióncon su propio candidato, para lo cualconstituyeron el Frente DemocráticoNacional (FDN).

En la elección de 1988, Cárdenaslogró captar una proporción muy im-portante del electorado, más que nin-guna otra alternativa de oposición has-ta ese momento.17 Se trató de unacampaña orientada claramente a pola-rizar a la sociedad alrededor del temadel modelo económico. No se requiereuna revisión extenuante de los discur-sos y entrevistas del momento para per-catarse de que el gran tema de esa can-didatura era el llamado a frenar, através del voto, las reformas económi-cas y a recuperar el modelo tradicio-nal, nacionalista, protector y social,que se consideraba más justo. En po-cas palabras, el leit motiv del granmovimiento que el Frente buscaba ani-mar era la oposición a las reformas eco-nómicas mas no necesariamente la bús-

12 Sobre la primera etapa de las reformas véanse: Heredia, 1995 y Elizondo, 1992.13 En 1977 se aprobó una reforma que permitió al Partido Comunista Mexicano par-

ticipar electoralmente, y en la década anterior se habían hecho cambios paraintroducir la figura del diputado de representación proporcional.

14 Ver Quintana (2001)15 Por ejemplo, el Partido Mexicano de los Trabajadores y el Partido Socialista Unifi-

cado de México, así como organizaciones sociales como la Organización Revolu-cionaria Punto Crítico.

16 Sobre la Corriente Democrática véanse Garrido (1993), Toledo (1999) y Medina(1998).

17 De hecho, el Frente no reconoció los resultados oficiales, que dieron el triunfo alcandidato del PRI, Carlos Salinas, y denunció fraude contra el que aseguraban erael verdadero ganador, su candidato.

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queda de reformas políticas.18 De he-cho, la democracia electoral no susci-taba al mencionado candidato muchasimpatía, pues era vista como “la pie-dra angular del proyecto político de lareacción modernizada.”19 En cuanto asus electores: ¿los casi seis millones,según cifras oficiales, tenían realmen-te el mismo objetivo que su líder? Sinos atenemos a los estudios de com-portamiento electoral, por un lado, ya algunos sondeos realizados duranteel gobierno de Carlos Salinas, por otro,la respuesta es, claramente, no. Segúnlo han mostrado Domínguez y McCann(1992, 1995 y 1996), en 1988 el elec-torado decidió su voto más en funciónde la derrota o triunfo del PRI, es decirde la dimensión política, que a partirde la dimensión económica. Por otrolado, encuestas realizadas luego de laelección intermedia (realizada en 1991)muestran que las medidas privatizado-ras, la promoción de la inversión ex-tranjera, y más aún el Tratado de LibreComercio de América del Norte, lejosde ser reprobados contaban con la acep-tación de buena parte de la pobla-ción.20 Estos datos ayudan a entenderel por qué del fracaso de la estrategiacardenista: una opinión pública conestas características no era el caldo decultivo idóneo para la polarización encontra de las reformas económicas. Sinembargo, ni el líder de izquierda ni supartido se percataron del error de per-cepción21 y mantuvieron la misma pos-tura durante todo el gobiernosalinista:22 atacar el modelo económi-co y pedir la renuncia del presidente.Más aún, contendieron nuevamente porla presidencia, en 1994, mediante unareedición de la campaña del 88, puesconsideraban que el movimiento gene-rado seis años atrás permanecía intac-to, sólo había que despertarlo.23

La oposición a las reformas eco-nómicas por parte de la izquierdacardenista, entonces, no impidió real-mente que éstas se consolidaran, ni,incluso, que ganaran la batalla de laopinión pública, como se mostró an-

tes. El gobierno de Salinas no sólo con-tinuó con las reformas iniciadas al calorde la emergencia económica, tales comolas relacionadas con el equilibrio delos indicadores macroeconómicos, sinoincluso introdujo algunas medidas desegunda generación, como los acuer-dos de libre comercio. Esto se debe aque personalmente estaba totalmen-te comprometido con la moderniza-ción económica, pues ésta era el ele-mento central en su estrategia políticay gubernamental, lo cual se reflejabaincluso en su propia formación aca-démica y la de sus colaboradores máscercanos. 24 ¿Sucedía lo mismo con eltema de la democratización? No deltodo. Si bien es claro que Salinas nopertenecía a la clase autoritaria tra-dicional, pues era miembro de otrageneración, la de los jóvenes refor-mistas, tampoco puede afirmarse quela modernización política fuera unode sus objetivos centrales. Ya sea porconvicción personal, o por la necesi-dad objetiva de continuar con los ajus-tes económicos, entre los dos temasel gobierno salinista dio prioridad, cla-ramente, al económico. De hecho, lareferencia al caos generado por la ges-tión de Gorbachov permitió a CarlosSalinas justificar su estrategia: “He-mos transformado con mayor rapidezla estructura económica a la vez que

hemos buscado diferentes caminos parareformar el aspecto político (...). Cuan-do se introducen reformas económi-cas tan drásticas, es necesario asegu-rarse que van acompañadas delconsenso político. Si introduce almismo tiempo reformas políticas defondo, probablemente no logre nin-gún tipo de reformas. Y queremos re-formas, no un país desintegrado.”25

El entonces presidente sugiere que paraasegurar el consenso a las reformaseconómicas es mejor no complicar laagenda pretendiendo reformar lo po-lítico con la misma intensidad. Sin em-bargo, el tema de la democracia esta-ba ya instalado en la opinión pública,y de una forma irreversible. Resultaparadójico que, si bien ni para Cuauh-témoc Cárdenas, ni para Carlos Sali-nas, la reforma política era la tareaprioritaria en aquel momento, comosí lo era el tema del modelo económi-co, el segundo debió realizar una im-portante reforma electoral que se volvióurgente gracias, sobre todo, a los efec-tos del comportamiento del primero.Aquí tenemos un caso de consecuen-cias no intencionales altamente po-sitivas. La candidatura de oposiciónneocardenista no se constituyó parapresionar por una reforma electoralseria, pero con la cantidad de votosque logró, y con la insistencia en la

18 Un estudio más detenido de la estrategia cardenista en el 88 se encuentra enGómez (2003).

19 Cárdenas (1988, p. 116).20 Se trata de un estudio realizado por Los Angeles Times y Prospectiva Estratégica,

A.C., citado en Moreno (1997).21 Según el propio testimonio de uno de los colaborador más cercanos durante la

campaña de 1994, que se muestra en Aguilar Zinzer (1995)22 Con poco éxito no sólo en el plano de la opinión pública, sino también en lo

electoral. Ver Gómez (2003)23 En 1994, Cárdenas estuvo muy lejos del resultado electoral del 88. Obtuvo el

17.07% (IFE), con lo cual se colocó en el tercer lugar de las preferencias. Ladecepción, e incluso desconcierto, que este resultado produjo entre sus más alle-gados, es narrada de forma excelente, además de altamente autocrítica, por AguilarZinzer, en ¡Vamos a ganar!, antes citado.

24 Un estudio profundo sobre la estrategia política y gubernamental de Carlos Sali-nas se encuentra en Centeno (1997)

25 Citado en Camp (1993), p. 38.

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no legitimidad del gobierno de Sali-nas, permitió que lo posible se vol-viera absolutamente necesario. Sinembargo, para que esto se hiciera rea-lidad fue necesaria la presencia de untercer actor, el Partido Acción Nacio-nal (PAN).

El PAN era, en aquel momento, la ter-cera fuerza política del país, dados losresultado de la elección presidencial de1988. Sin embargo, desde una perspecti-va de largo plazo, hablamos de un parti-do plenamente consolidado, persistenteen su comportamiento institu-cionalcomo partido de oposición (Proud’-homme, 1997), y más o menos asentadoen el segundo sitio dentro del escenariopolítico nacional. A estos rasgos se debeañadir uno más para entender cabalmen-te el papel que jugó en esa coyuntura:como lo ha señalado Soledad Loaeza(1999), para entonces el PAN tenía unagran claridad respecto de que su objetivocentral era llegar al poder. Por añadidu-ra, en gran medida el programa que du-rante años había sostenido coincidía conlas reformas estructurales proyectadaspor la nueva presidencia. Tales elemen-tos permitieron que este partido tuvieraun desempeño clave para que finalmen-te tuvieran lugar las reformas en materiapolítica. El PAN se colocó en un puntointermedio entre la exigencia cardenistapor la renuncia de Carlos Salinas y elapoyo indubitable a los resultados oficia-les de la elección. La radicalidad de laposición que había tomado la izquierdapermitió a Acción Nacional presionar alnuevo gobierno hacia el reconocimientode que el país se encontraba en un claroescenario de transición, y que lo mejorera, en consecuencia, realizar las refor-mas políticas que la sociedad exigía. Lafrase panista, tantas veces citada, dondese hablaba de que el gobierno de Salinaspodía legitimarse en los hechos, ya quede origen era ilegítimo, es totalmentereal, pero fue seguida de una clara exi-gencia acerca de las tareas que debíanser cumplidas:

“(El nuevo gobierno) únicamentepodrá legitimarse ante los mexicanos

con el buen ejercicio del poder mis-mo(...) si desde el primer día de susfunciones actúa como un gobierno detransición que acata el mandato popu-lar de democratización, pluralismo,justicia social y soberanía nacionalexpresado por medio del voto realmenteemitido el 6 de julio a pesar de todaslas irregularidades registradas.”26

El contexto de crisis resultado dela falta de credibilidad del proceso elec-toral, y del llamado del excandidatodel FDN a la movilización social , sibien pacífica, en contra del que se con-sideraba un gobierno usurpador, hi-cieron que el nuevo presidente nece-sitara, con urgencia, aliados, sobre tododel lado de la oposición. El escenariopostelectoral y de los primeros mesesde su gobierno fue algo jamás previs-to por Carlos Salinas. De hecho, des-de su punto de vista se trató de losefectos de tres errores cometidos encadena por la presidencia anterior.Según su propio análisis, realizado unadécada después, estos errores fueron:la devaluación del peso de diciembredel 87, la “pasarela” de precandidatosal interior del PRI, que sólo levantóexpectativas, y la “extraña” acepta-ción institucional de la candidaturade Cuauhtémoc Cárdenas a través delPartido Auténtico de la RevoluciónMexicana (PARM), un partido con re-gistro oficial pero que, en las reglasdel viejo régimen, no constituía unaoposición real y podía ser muy influidopor la Secretaría de Gobernación endecisiones de tal relevancia. Sobre todo,

consideró Salinas, hubo un cálculoerróneo acerca de la Corriente Demo-crática: “se pensó al principio que eranunas cuantas personas las involucradas(....) pero en realidad fueron cincomillones de votos”.27

Como consecuencia, durante el go-bierno de Salinas se realizaron refor-mas que modificaron de manera sus-tancial las reglas del juego electoral,pero además se tomaron decisionespara que el PRI aceptara, si no todas,algunas derrotas electorales importan-tes. En cuanto a los cambios formalesse deben señalar los siguientes: habla-mos de la selección por azar de losmiembros de las mesas directivas delas casillas electorales; de la presen-cia, en un nuevo órgano electoral demáximo nivel (Instituto Federal Elec-toral), de representantes no partidis-tas con voz y voto (lo que la opiniónpública denominó la “ciudadanización”del órgano electoral), y la atribuciónde mayores funciones a un nuevo Tri-bunal Electoral compuesto por magis-trados electos bajo el peso decisivo dela Cámara de Diputados.28 Si bien nose puede decir que estos cambios re-solvieron todos los problemas relacio-nados con la falta de transparencia yequidad en la competencia,29 sí per-mitieron que la siguiente elección pre-sidencial, la de 1994, contara con unalto grado de credibilidad, pese a quenuevamente el PRI resultó ganador.30

Los cambios no sólo fueron formales:en aquel periodo, por primera vez, unpartido de oposición, el PAN, gano una

26 “Compromiso Nacional por la Legitimidad y la Democracia”, citado en RodríguezPrats (1998, p. 246). Un estudio sobre la estrategia del PAN frente a la presidenciade Carlos Salinas se encuentra en Gómez (2002).

27 Citado en Castañeda (1999, p. 258)28 Ver Gil Villegas (1996).29 En el gobierno siguiente, encabezado por Ernesto Zedillo, se acentuó el sentido de

las nuevas reglas de la competencia política. Entre otras cosas, los representantesciudadanos tomaron una posición de mayoría en la conformación del IFE, así comosu presidencia, antes en manos del secretario de gobernación, y se crearon órga-nos jurisdiccionales especializados para la persecución de los delitos electorales.Ver Becerra, Salazar y Woldenberg (1997).

30 La elección presidencial del 94 sólo fue desacreditada por un actor, Cuauhtémoc

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elección para gobernar un estado, setrató de Baja California y Chihuahua.31

CONCLUSIONES

Esta rápida revisión de aproximada-mente la primera década de transiciónen México y Rusia sugiere que quizátienen razón quienes plantean la con-veniencia de considerar las estrategias,los intereses e incentivos reales de losactores en lugar de atribuirles, de an-temano, ciertas capacidades o limita-ciones para realizar una u otra refor-ma.

El caso ruso muestra un grado decomplejidad e incertidumbre probable-mente únicos. El fracaso tanto de lasreformas políticas como de la econó-micas no parece deberse a que se tratede un caso de transiciones simultáneas.En la era Gorbachov la decisión es cam-biar lo político, no lo económico. Alprincipio hay buenas condiciones, puesla economía no entra todavía en unacrisis demasiado intensa, y el tema delos ajustes económicos no aparece aúnde modo importante en la agenda pú-blica. Sin embargo los cambios políti-cos son lentos y ambiguos. Esto se debea varios factores: Gorbachov, de hecho,no tiene intención de acabar con elrégimen comunista, sino sólo de airear-lo, de renovar cuadros e involucrar mása la sociedad con el poder; se debe tam-bién a un factor clave: la ausencia deuna oposición democrática organizadaque fortalezca el reformismo del presi-dente y lo lleve más lejos; finalmente,hay que mencionar la resistencia de losmiembros del PCUS a los cambios, quese beneficia muy bien de la falta devisión estratégica del presidente, lacual se hace patente cuando se le vecarente de aliados, pues nunca confor-mó un bloque reformista ni utilizó de-bidamente el liderazgo y el poder queaún tenía sobre su partido. El resulta-do es el desorden, que se acentúa con-forme avanza la crisis económica, yconforme aparecen temas muy sensi-bles como los nacionalismos y la anu-

lación de la unión, al parecer tampocoprevistos por el mencionado líder, altiempo que sólo se logran ciertos cam-bios superficiales en el plano electoralque nunca quitan a los comunistas eldominio del Congreso. Huelga decir queen ese escenario no hay tiempo deenfrentar el tema de las reformas eco-nómicas, pese a su urgencia.

Yeltsin muestra un perfil estratégi-co opuesto al de Gorbachov, pero tam-poco tiene mucho éxito. Su prioridades la transición económica, en lo polí-tico busca mantener el mayor grado deautoritarismo posible y su propio des-empeño es el de un líder sumamenteautoritario. Sin embargo, para enton-ces ya hay un alto grado de polariza-ción alrededor de las reformas econó-micas. El PCUS se resiste a perder elcontrol de una gran cantidad de recur-sos económicos y sociales que saldríande sus manos con un verdadero régi-men de mercado. Por otro lado, mien-tras esto no suceda las reformas en elplano electoral son incapaces de colo-car en el mismo nivel de competenciaa todos los partidos. El resultado es que,pese a la existencia de elecciones, loscomunistas seguirán controlando lascámaras durante por lo menos quinceaños más luego del inicio de la glasnost.El momento posterior al golpe fallidoes una oportunidad preciosa para en-cabezar reformas a fondo, dada la for-taleza de Yeltsin y la unidad que sepercibe, pero es desperdiciado: paraentonces la democratización plena pa-rece importar sólo a un pequeño sec-tor de la oposición, incapaz de tomarel control de la situación.

Tanto Rusia como México muestranque, como señala Geddes (1994), la

oposición a las reformas económicaspuede venir del interior de la mismaclase política autoritaria. México es uncaso opuesto al de Rusia, en el sentidode que se inicia la transición económi-ca primero que la política, y con rela-tivo éxito. De alguna forma, la relati-va suavidad con que pudieron llevarsea cabo las reformas económicas duranteel gobierno de Salinas debieron pagarel costo de la realización de reformasen lo político. La política se vio favo-recida por el fenómeno de la oposicióndividida. Al existir un sector más radi-cal, originalmente perteneciente a laelite gobernante, que se opone a losajustes económicos y trata de polari-zar a la sociedad y el debate públicoen contra de éstos, se produce unaamenaza que eleva los costos del con-senso de las reformas para la elite au-toritaria. Esto permite que otro sectorde la oposición, más moderado y dis-puesto a pactar, intercambie la acep-tación del nuevo status quo económi-co a cambio del avance en el planopolítico, que originalmente no estabanen la agenda gubernamental.

El caso de México, entonces, sugie-re que la presencia de crisis económi-ca y la necesidad de ajustes no cance-lan necesariamente la posibilidad deavances en la democratización; por elcontrario, ésta se puede beneficiar siexiste una oposición con la capacidadde aprovechar la necesidad guberna-mental de generación de consensos al-rededor del tema económico. Por otrolado, el caso de Rusia muestra que si lapolarización en el debate económicoes demasiado alta, y por consiguientetambién es elevado el costo de la ge-neración de consenso, difícilmente un

Cárdenas, quien nuevamente contendió, pero ya bajo las siglas de su partido, elPRD. Sin embargo, en esa ocasión la denuncia de fraude no tuvo eco, ni siquieraentre algunos de sus colaboradores más cercanos, como lo muestra el testimo-nio, ya citado, de Aguilar Zinzer (1995). Sobre ese proceso electoral ver: Alcocer,Jorge (coord.) (1995), Argüelles y Villa (1994), Calderón y Cazés (1994), PérezFernández, Alvarado y Sánchez (coord.) (1995), Moncayo (coord.) (1995).

31 La primera derrota priista en una entidad, Baja California en 1989, no hubierasido posible sin la decisión de Carlos Salinas de que su partido aceptara la

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