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1 Reflejar en el mundo el Corazón de Dios P. Marcos Plante, msc Todo el mundo busca ser libre y feliz, y hay un camino que conduce, con sabiduría y acierto, a la libertad y a la felicidad. Ese camino coincide con la espiritualidad que la Biblia nos revela y propone para nuestra dicha. Resumiéndolo en una frase: la Palabra de Dios nos enseña a ser reflejo, en el mundo que nos rodea, del amor solidario de Dios, y aún más de su ternura.Por estavía, el Hijo de Dios encarnado promete introducirnos a todos/as a la felicidad plena. Él decía a los discípulos: - Les he dicho esto (de permanecer en mi amor) para que participen de mi alegría, y su felicidad sea completa. Jn 15,11.Además, en la espiritualidad bíblica, se destaca una cristología que moldea de modo fascinante a los testigos del Corazón de Dios. Frente al desafío de reflejar en el mundo el Corazón de Dios, su ternura, nada vale tanto como acoger con fe, esperanza y caridad, las promesas divinas que cruzan la Biblia desde el Génesis hasta el grito final de los elegidos en el Apocalipsis: “¡Amén, ven Señor Jesús!” Impresiona la estructura de la espiritualidad bíblica a través de las promesas divinas. En efecto, descubrimos en ellas que la espiritualidad bíblica cubre todas las circunstancias de la vida y revela el camino crucial hacia la libertad y la felicidad. Monseñor Cuskelly define la “espiritualidad” como “una visión de la fe cristiana que desemboca en una respuesta.” 1 En este ensayo, nuestra visión de fe se fija en las promesas del Corazón divino. Y, echando la vista a estas promesas que reflejan su amor sobre el mundo, el creyente elige recorrer ese camino abierto y cumplir con sus exigencias. Monseñor Cuskelly resume así su pensamiento: “Por espiritualidad cristiana, entiendo la suma total de las actitudes y acciones de una persona que cree en la Trinidad, fuente de nuestro ser, que nos ha creado para la felicidad eterna y que nos llama, en esta vida, a creer en Jesucristo, a seguir sus enseñanzas, a apreciar sus dones, a amar al prójimo y a trabajar por el reino.” 2 Los Obispos de la quinta Conferencia Latinoamericana y del Caribe, hablando del encuentro con Jesucristo que es indispensable en toda vida cristiana, afirman que éste debe establecerse sobre el sólido fundamento de la Trinidad-Amor. 3 En realidad, toda espiritualidad cristiana toma su raíz en la ternura y amor del Dios trino y los obispos aconsejan a todo bautizado ahondar en la vida sellada por el Espíritu divino que Jesucristo nos regala. El Corazón de Jesús refleja en su totalidad el amor de Dios radicado en su corazón humano. Se equipara al Corazón del mismo Dios, pues encierra el pleno tesoro del amor divino. En la primera carta de san Juan se define a Dios por el 1 E. J. Cuskelly, Caminando el camino de Jesús, Ediciones Amigo del Hogar, 2000, p.3. 2 E. J. Cuskelly, idem p. 3. 3 Documento Conclusivo de la V Conferencia en Aparecida, Brasil. # 240.

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Reflejar en el mundo el Corazón de Dios

P. Marcos Plante, msc Todo el mundo busca ser libre y feliz, y hay un camino que conduce, con sabiduría y acierto, a la libertad y a la felicidad. Ese camino coincide con la espiritualidad que la Biblia nos revela y propone para nuestra dicha. Resumiéndolo en una frase: la Palabra de Dios nos enseña a ser reflejo, en el mundo que nos rodea, del amor solidario de Dios, y aún más de su ternura.Por estavía, el Hijo de Dios encarnado promete introducirnos a todos/as a la felicidad plena. Él decía a los discípulos: -Les he dicho esto (de permanecer en mi amor) para que participen de mi alegría, y su felicidad sea completa. Jn 15,11.Además, en la espiritualidad bíblica, se destaca una cristología que moldea de modo fascinante a los testigos del Corazón de Dios. Frente al desafío de reflejar en el mundo el Corazón de Dios, su ternura, nada vale tanto como acoger con fe, esperanza y caridad, las promesas divinas que cruzan la Biblia desde el Génesis hasta el grito final de los elegidos en el Apocalipsis: “¡Amén, ven Señor Jesús!” Impresiona la estructura de la espiritualidad bíblica a través de las promesas divinas. En efecto, descubrimos en ellas que la espiritualidad bíblica cubre todas las circunstancias de la vida y revela el camino crucial hacia la libertad y la felicidad. Monseñor Cuskelly define la “espiritualidad” como “una visión de la fe cristiana que desemboca en una respuesta.”1 En este ensayo, nuestra visión de fe se fija en las promesas del Corazón divino. Y, echando la vista a estas promesas que reflejan su amor sobre el mundo, el creyente elige recorrer ese camino abierto y cumplir con sus exigencias. Monseñor Cuskelly resume así su pensamiento: “Por espiritualidad cristiana, entiendo la suma total de las actitudes y acciones de una persona que cree en la Trinidad, fuente de nuestro ser, que nos ha creado para la felicidad eterna y que nos llama, en esta vida, a creer en Jesucristo, a seguir sus enseñanzas, a apreciar sus dones, a amar al prójimo y a trabajar por el reino.”2 Los Obispos de la quinta Conferencia Latinoamericana y del Caribe, hablando del encuentro con Jesucristo que es indispensable en toda vida cristiana, afirman que éste debe establecerse sobre el sólido fundamento de la Trinidad-Amor.3 En realidad, toda espiritualidad cristiana toma su raíz en la ternura y amor del Dios trino y los obispos aconsejan a todo bautizado ahondar en la vida sellada por el Espíritu divino que Jesucristo nos regala. El Corazón de Jesús refleja en su totalidad el amor de Dios radicado en su corazón humano. Se equipara al Corazón del mismo Dios, pues encierra el pleno tesoro del amor divino. En la primera carta de san Juan se define a Dios por el

1 E. J. Cuskelly, Caminando el camino de Jesús, Ediciones Amigo del Hogar, 2000, p.3. 2 E. J. Cuskelly, idem p. 3. 3 Documento Conclusivo de la V Conferencia en Aparecida, Brasil. # 240.

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amor: “Dios es amor.” 1ª Jn 4, 8. Nosotros como discipulado, tomando el amor de Cristo como ideal de vida, intentamos reflejarlo y reproducirlo en nuestro mundo. “Nosotros hemos conocido y creído en el amor que Dios nos tiene. Dios es amor, y el que permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él.” 1ª Jn 4, 16. Vemos efectivamente que todas las promesas bíblicas salen del Corazón de Dios, de su amor a la humanidad y a su creación universal. (La margarita con su corazón y sus pétalos superiores e inferiores ayuda a estructurar la espiritualidad) La primera promesa acerca del Emmanuel, Dios con nosotros, subraya el amor que Dios nos tiene desde el origen, amor que culmina en la encarnación, muerte y resurrección de Jesucristo. Por eso llamamos a Jesucristo: “Corazón de Jesús”, símbolo y expresión del amor que Dios nos tiene en Jesucristo. “Tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo único.” Jn 3, 16a. Con este magnífico don,Dios cumplía la promesa hecha a Adán y Eva de la “descendencia” que debía aplastar la cabeza de la serpiente. Gn 3, 15. (Amor, el corazón de la margarita) La segunda promesa destaca la paz (shalom) ofrecida por el Resucitado a los que lo reconocen como redentor (vencedor) del pecado, de toda violencia, injusticia y finalmente vencedor de la muerte. Esta promesa respira el frescor de la resurrección, pues, Jesús en la tarde de Pascua deseaba a los discípulos reunidos alrededor de la mesa: “Paz a ustedes.” Jn 20, 19b. (La paz, fruto del amor) La tercera promesa, el consuelo de Pentecostés, corresponde al quíntuple anuncio de Jesús acerca del Espíritu Consolador en el evangelio de san Juan. Me voy al Padre y les comunicaré el Espíritu Consolador. Jn 16,7.Y una vez resucitado: “Sopló sobre ellos y les dijo: Reciban el Espíritu Santo.” Jn 20, 22. (El Espíritu Santo, pétalo más manifiesto) En la cuarta se promete la superación de toda amargura a los que se ajustan a la cruz de Cristo crucificado y resucitado; a los que descubren la fuerza redentora de la cruz en sus vidas. “El que pierda su vida por mí, la salvará.” Mt 16, 25b. Yo seré su apoyo y refugio en la vida y en la muerte. (La Cruz o el misterio pascual, la dinámica del amor) La quinta promesa enfatiza la bendición de una vida libre y feliz conforme al proyecto de salvación del Señor. “Dichosos (ánimo, anímense) los pobres porque suyo es el reino de Dios.” Lc 6, 20b. Los bendeciré en sus vidas con libertad y felicidad. (La gran bendición: libertad y felicidad) La sexta promesa garantiza, a los que acuden al amor divino, el perdón que emana de la fuente inagotable de su misericordia. “Vete en paz y no peques más.” Jn 8, 11b.Les abriré la fuente inagotable de la misericordia. (La misericordia y el perdón liberan la vida) La séptima promesa propone el reino de Dios con su justicia, su solidaridad, su libertad, su felicidad y su paz a cuantos trabajan a su venida. “Conviértanse y

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crean en la buena noticia.” Mc 1, 13c. Los esforzados gozarán del reino de Dios. (Reino: proyecto regalado a la humanidad) En la octava se promete la vida de Dios o la santidad a los comprometidos por la causa del reino. “Yo soy el pan de vida.” Jn 6, 35a. Les daré vida en abundancia. San Juan insiste en la vida como gracia. (Vida: asunto de relación con el prójimo y con Dios) La novena promesa confirma la nueva alianza de Dios: bendición para las naciones y especial bendición para los hogares cristianos (las comunidades religiosas). “Beban todos de esta copa porque ésta es la sangre de la alianza.” Mt 26, 28a. Vivirán en plenitud la alianza, la comunión con su Dios. (Alianza, motor de toda espiritualidad) La décima promesa ratifica la bendición del pueblo elegido, la Iglesia, como nación consagrada, reino de sacerdotes. “Ustedes son una descendencia elegida, reino de sacerdotes y nación santa.” 1ª Pe 2, 9a.Los fieles llamados en su bautismo a compartir el sacerdocio de Cristo. (Pueblo sacerdotal: por su servicio se salva el mundo) La undécima promesa asegura la gloria divina como herencia o testamento de una vida consagrada al amor de Dios. “Padre, yo deseo que todos éstos que tú me has dado puedan estar conmigo donde esté yo, para que contemplen la gloria que me has dado.” Jn 17, 24a. Sus nombres quedarán inscritos en el libro de la Vida. (Gloria divina: columna de fuego o nube que guía hasta la meta final en Dios) La duodécima promesa acuña la perseverancia final de los y las que se ofrendan en la Eucaristía, culminación de la vida cristiana. “El que viene a mí no volverá a tener hambre; el que cree en mí nunca tendrá sed.” Jn 6, 35b. El que come mi carne tendrá vida eterna y yo lo resucitaré en el último día. (La Eucaristía garantía de la presencia permanente del Señor en la vivencia humana)

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Para la reflexión personal.

¿Cómo defines la espiritualidad en tu vida de fe? ¿Cuál es tu esperanza frente a las promesas bíblicas? ¿Cómo la caridad y el amor iluminan tu vida? ¿Qué te sugiere la definición de Mons. Cuskelly sobre la espiritualidad? Una visión de fe que desemboca en una respuesta. En cada promesa ¿cuál es la palabra que se destaca? 1- El Emmanuel. 2- La Paz. 3- El Espíritu. 4-La Cruz y la Resurrección (El misterio pascual). 5- La vida libre y feliz. 6- La Misericordia. 7- El Reino. 8- La Vida 9- La Alianza-comunión. 10- El Pueblo sacerdotal.

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11- La gloria divina. 12- La Eucaristía. ¿En qué grado de intensidad vivo yo cada una de estas promesas?

Primera Promesa: El Emmanuel, la encarnación del amor infinito de Dios.

El amor de Dios prometido a la descendencia de Adán y Eva desde el origen, culminó en la encarnación del Hijo unigénito, el Emmanuel, Dios con nosotros. Esta promesa del Emmanuel sobresale por encima de todas las demás, pues revela, a través de la historia de salvación, que “Dios es amor”. Un maestro espiritual escribió: “Una cumbre de la revelación de Dios es la revelación de su amor. “Dios es amor” debe entenderse como tal: Dios es sólo amor, nada más que amor. Todos sabemos, desde siempre, que Dios es amor. Pero no es tan seguro que estemos convencidos que no sea otra cosa que amor”.4 Queremos siempre añadir: el poder; la justicia; la venganza. Monseñor Cuskelly sigue la misma línea de pensamiento: “Nada de lo que es parte de nuestra fe tiene su explicación fuera del amor de Dios”.5 El amor en Dios es tal que constituye el ser de la Santísima Trinidad. Las tres personas, Padre, Hijo y Espíritu Santo, reflejan tres dimensiones del mismo amor según sean su fuente o manantial en el Padre, su expresión o palabra en el Hijo y su proyección o acción amorosa en el Espíritu Santo. A menudo se describe la Trinidad como un gran Corazón en el cual las tres divinas personas viven la plenitud del Amor. El corazón infinito y sobreabundante de Dios. El amor efusivodel Padre conlleva una inmensa misericordia, análoga a la del padre de la parábola esperando el retorno de un hijo que ha abusado de su confianza. Lc 15,11-32. Este padre les da completa libertad a sus hijos, sabiendo lo que esto supone de riesgo por la mala fe de los hijos. Quiere hijos que sepan encarar la vida con toda libertad e iniciativa. Al hijo menor, le concede la parte de la herencia, sólo porque se lo pide. Al mismo tiempo sospechando la desgracia que viene, su corazón paternal sufre por el alejamiento de su hijo. Él espera la vuelta del hijo y sale todas las tardes al camino a ver si lo divisa a lo lejos. Y después de un largo tiempo, cuando lo ve acudir en el horizonte, él corre a su encuentro para darle el abrazo de la reconciliación. El Padre Dios vive el amor como don de sus entrañas, igual a una madre que se desvela por sus hijos, siempre atenta a la felicidad de la familia.

4 François Varillon, Vivre le Christianisme, Éditions du Centurion, 1992, p.35. 5 E. J. Cuskelly, idem p. 6.

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En el corazón de este Padre, con entrañas de madre, se destaca el amor misericordioso y el respeto a la libertad de todas sus criaturas, sin importarle que sean buenas o malas. “Su Padre que está en el cielo hace que el sol salga sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos”. Mt 5, 45. El mismo amor divino transparenta en el corazón humano de Jesucristo, el Hijo de Dios, encarnado en el seno de la Virgen María. Lo veneramos y adoramos con la advocación: ¡Corazón de Jesús, en ti confiamos! Él es, en persona, la bendición del Corazón amoroso de Dios entregada a la humanidad. La primera revelación del Corazón de Jesús en el Evangelio ocurre en la escena del bautismo cuando la voz del Padre desde la nube declara: “Éste es mi Hijo amado quien lleva en su corazón todo mi amor.” Mc 1, 11. La última palabra de este reconocimiento que suele traducirse por “mi complacido” se escribe en el texto griego: “οαγαπητοςενσοιευδοκησα” que significa “el que vive o posee el amor en el cual me veo retratado”.El corazón humano de Jesús se identifica al Corazón de Dios. En el himno navideño del evangelio de Juan se afirma: “La palabra se hizo carne y habitó entre nosotros; hemos visto su gloria, la gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad.” Jn 1, 14. Para Juan la gloria del Hijo viene del amor y la verdad de Dios que transparenta en su vida humana. Es el retrato de la plena gloria de Dios. Las manifestaciones de la grandeza y de la humildad del Corazón de Jesús son el reflejo del amor divino para con los humildes: “Jesús oró: Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y prudentes, y se las has dado a conocer a los sencillos. Sí, Padre, así te ha parecido bien, todo me lo ha entregado mi Padre y nadie conoce al Hijo sino el Padre, y al Padre lo conoce sólo el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Vengan a mí todos los que están fatigados y agobiados, y yo los aliviaré. Carguen con mi yugo (cruz) y aprendan de mí (su maestro) que soy sencillo y humilde de corazón. Y encontrarán descanso para sus vidas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera,” Mt 11, 25-30. Del mismo Corazón del Padre y del Hijo procede el Espíritu de amor que es como el aliento o el soplo de vida del Corazón de Dios. El soplo divino, en hebreo (ruah)דזאח, actúa a favor de la humanidad, en el corazón de los discípulos/as. El salmista describe la acción del Espíritu como dador de vida. “Si retiras tu soplo, espiran y regresan al polvo. Envías tu soplo, los creas y renuevas la superficie de la tierra.” Sal 104, 29-30. En la cultura bíblica, el corazón se relaciona con la vida porque en él se renueva la sangre portadora de la vida humana. Del Corazón del Espíritu fluye vida más allá de la simple vida humana. Él es dador de la Vida, de su vida divina, según el credo de Nicea que profesamos en la liturgia dominical. El Espíritu es también la sabiduría, Un soplo del poder de Dios,

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Una emanación pura de la gloria del Omnipotente, Nada manchado entra en ella. Es una irradiación de la luz eterna, Un espejo sin mancha de la actividad de Dios, Una imagen de su bondad. Sab 7, 25-26. Jesús crucificado poseía este soplo del Espíritu y en la cruz, se lo comunicó a los suyos: “Entregó el Espíritu.” Jn 19. 30. El día de Pascua, el Resucitado apareció a los discípulos y se lo confirmó: “Sopló sobre ellos y les dijo: Reciban el Espíritu Santo.” Jn 20, 22. Si el Hijo es revelado como la Palabra de Dios, se puede decir que el Espíritu, analógicamente, figura y obra la Acción amorosa que procede del Padre y del Hijo. En nuestras acciones es preciso invocar al Espíritu que ilumina y anima a realizar las obras de bien a semejanza de su actuación. El Espíritu alienta y suscita una presencia especial del Corazón de Dios en los que confían en él. El ángel Gabriel le contestó a María: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra.” Lc 1, 35. Asimismo, todo discípulo que acepta al Espíritu en su vida recibe la fuerza vital del Altísimo para ser testigo del amor de Dios. Hemos contemplado las tres divinas personas formando un solo Corazón, inmenso como el universo y lleno de vida. Un Corazón que se manifiesta desde la Trinidad en una triple expresión: como manantial de amor en el Padre, como revelación y encarnación humana del mismo amor en el Hijo, y como soplo o fuerza vital, acción de la bondad divina en el Espíritu Santo. Pero el Corazón trinitario de Dios no puede quedarse atrapado dentro de los límites de su ser. El amor es expansivo. Se desborda. Se nos da. Se entregó en la creación del universo que él continúa creando junto con la humanidad, asociándola a la obra. Se calcula la formación del universo con sus quince mil millones de galaxias sospechadas en unos dieciocho mil millones de años. Tal vez desde la eternidad porque en Dios no cuenta el elemento tiempo. En esta gigantescacreación preparada con tanto esmero, la Trinidad estuvo formando con amor y especial cuidado al hombre y a la mujer a su imagen y semejanza, a imagen de su corazón. “Dijo Dios: Ahora, hagamos al ser humano a nuestra imagen.” Gn 1, 26. Si Dios es Amor o Corazón en tres personas y nos formó a su imagen, somos realmente frutos o pedazos de su Corazón. En nosotros, el Padre reconoce su amor derramado. El corazón del ser humano encuentra la raíz de su ser en el Corazón de Dios trino, y por eso, según su esencia, se expresa a sí mismo amando a los demás. Ésta constituye la respuesta auténtica del creyente al amor divino que nos da la existencia. La familia, a pesar de sus limitaciones, es un bello reflejo del amor divino. El padre y la madre con un amor de pareja, se tienen respeto mutuo, se valorizan y se hacen felices. Su amor mutuo engendra la descendencia amorosa de los hijos que

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se consideran, a su vez, como pedazos de sus corazones que educan en el amor para la libertad. En todo el mundo, la familia es expresión del amor divino. Lo comprobé en los tiempos de mi misión africana, en Tambaga, Burkina Faso, donde el cristianismo es poco conocido. Allí también la familia revela el amor de Dios. Recuerdo una conversación con un joven evangélico del pueblo de Tambaga. Él solía conversar conmigo sobre la Biblia; ¡quizás quería mi conversión! Un día, hablando de la fe que salva, me decía: “Ustedes los católicos no pueden salvarse si rezan a la Virgen o adoran las imágenes.” Le contesté: “Entonces, los que no son protestantes se condenan.” Él respondió: “Así es, sólo Jesús salva.” -“Dime, Ramón, ¿tampoco se salvan los de la religión tradicional africana? ¿Tu madre que ofrece los sacrificios de pollo a los fetiches, no puede salvarse?” -“No puede, por eso quiero que ella se convierta.” Le contesté: “Ramón, piensa bien en lo que te voy a decir: tu madre te ha dado el cuerpo que tienes y se desvive para que puedas estudiar. Por todo el amor que te tiene, ella tendrá en la casa de Dios un puesto mejor que el tuyo, con todo y tu bautismo.” El joven bajó la cabeza y me dijo: “Yo creo que sí; ella tendrá un mejor puesto. ¿Por qué no nos enseñan así en los estudios bíblicos?” -“Posiblemente porque no los estudian a fondo.” La familia es educadora en el amor, por el amor manifiesto entre sus miembros. En realidad, la persona que vive amando y se desvela por los suyos es la predilecta en la casa de Dios. La esencia de la fe se basa en el amor. Igualmente la comunidad humana reproduce el amor divino cuando las personas se relacionan y se solidarizan por haber salido de la misma fuente divina. Somos llamados a ser reflejos del Corazón de Dios en el mundo, o sea, a crear junto a Dios un mundo mejor, la tierra nueva y el cielo nuevo que la Biblia plantea para la humanidad.6 Somos partes integrantes del amor trinitario que busca una mejor suerte para la creación y la continúa sosteniendo cada día. En realidad, Dios la va creando junto con la humanidad que él ha puesto a su frente. “Los bendijo Dios diciendo: Crezcan y multiplíquense; llenen la tierra y sométanla; dominen los peces del mar y las aves del cielo y todos los animales que se mueven por la tierra.” Gn 1, 28. Así se realiza la gran promesa del amor divino para con sus criaturas. Con san Juan podemos atestiguar: “Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él”. 1ª Jn 4, 16. Nuestra respuesta radica en dejar que él nos ame si lo conocemos de verdad, y dar a conocer su amor a toda la creación si realmente creemos en él.

Reflexión personal

¿Qué me revela la promesa del Emmanuel, Dios con nosotros?

6 Apo 21, 1: Is 65, 17; 2ª Pe 3, 13.

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¿Si Dios es amor y nada más que amor, qué debo quitar de mi pensamiento acerca de Dios? Según expresa Mons. Cuskelly: “Nada de lo que es parte de nuestra fe tiene su explicación fuera del amor de Dios”. ¿En qué este pensamiento puede influenciar mi vida de trabajo? ¿Mi tiempo de oración? ¿Mi convivencia fraterna? La Santísima Trinidad refleja tres dimensiones de un mismo amor. ¿Cómo vivo yo la relación con la Trinidad de Dios? ¿Con el Padre? ¿Con el Hijo? ¿Con el Espíritu Santo? Si soy imagen de Dios o pedazo de su Corazón, ¿Cuál puede ser mi relación con los demás? ¿Con la familia? ¿Con los compañeros y compañeras de vida? ¿Con todo prójimo?

Segunda Promesa La paz del Resucitado les acompañará en su diario vivir.

La humanidad busca la paz desesperadamente. Desde Caín y Abel, el mundo sufre violencias de toda especie: los genocidios, las guerras, los holocaustos, la violencia institucionalizada, los exilios y los campos de refugiados. Ahora está de moda la violencia de género junto con el terrorismo y los secuestros. A diario, los periódicos nos relatan los sufrimientos de un pueblo, víctimas de atracos, víctimas de guerras; pueblos crucificados por el sistema financiero o político. El mundo clama por una paz que nunca acaba de plasmarse.

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Antes que Caín mate a Abel su hermano, Dios le había dicho: “¿Por qué te enfureces? ¿Por qué andas cabizbajo? Si obraras bien, llevarías bien alta la cabeza; pero si obras mal, el pecado, como unafiera hambrienta, acecha a tu puerta y te acosa, aunque tú puedes dominarla.” Gn 4, 6-7. ¿Quién se atreve a enfrentar una fiera para dominarla? La figura de la fiera hambrienta es la perfecta imagen de la violencia que acosa a la humanidad diariamente. ¿Por qué le tarda tanto a la humanidad dominar la violencia? ¿Acaso esa fiera no puede dominarse? Tal vez resulten obsoletos los métodos actuales de paz. Célebres quedaron las palabras del César, el primer emperador romano: “Si vis pacem, para bellum. Si quieres la paz, prepara la guerra.” Es todavía el dogma impío de las grandes potencias modernas en su carrera armamentista. Hoy, esta carrera se extiende a los países más pobres del planeta. Todos buscan poseer la bomba nuclear para ostentar su vergonzosa potencia. La paz no puede llegar por las armas. Éstas sólo pueblan los cementerios. Lo van probando las guerras del Medio Oriente y la guerra que inició Bush en Afganistán, en Irak. Lo prueba toda guerra. (La encíclica Pacem in terris) De igual modo, los métodos de dominación dictatorial de derecha o de izquierda, en vez de paz, infunden miedos y quitan libertades. En la familia, la prepotencia machista o feminista nunca pudo resolver el malestar de una convivencia mal lograda; esta actitud prepotente siempre fomentó la violencia de género. Mientras el hombre y la mujer no se encuentren en igualdad de respeto y derecho, habrá miedo y sumisión pero no se tendrá la verdadera paz hogareña. La historia humana lo prueba a saciedad a quienes abren los ojos ante el espectáculo malsano del mundo dividido. Se puede lograr la paz y dominar la maldad que estalla alrededor nuestro, como lo advertía Dios a Caín, pero ¿dónde está la respuesta? La paz se consolida en la justicia social: Así, cuando la humanidad tumbe los muros que separan ricos y pobres, y se rellene el abismo cavado entre pudientes y míseros, entonces surgirá la paz. La justicia y el respeto a los derechos de las personas, sin importar la raza, el saber o la riqueza, se reivindican como prioridades para la paz social. En Aparecida, los obispos advirtieron: “Urge crear estructuras que consoliden un orden social, económico y político en el que no haya iniquidad y donde haya posibilidades para todos.”7 Más que justicia social, la paz encuentra su verdadero origen en la justicia divina, la justicia que la Biblia nos revela en cada página. La justicia divina engloba la justicia social. Esta última consiste en la adecuación a la ley, mientras la justicia divina se ajusta a la voluntad de Dios que estipula, como condición primordial para cada ser humano, una vida de libertad y felicidad. Pablo en la carta a los romanos habla de la justicia de Dios que salva como la fuerza salvadora de la fe para el género humano. Rom 4,13.

7 DA #384.

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La creación entera aspira a la paz. Lo confirma la doctrina social: “La creación, que es un reflejo de la gloria divina, aspira a la paz.”8 La paz se fundamenta en la relación primaria entre todo ser creado con Dios mismo, una relación marcada por la rectitud. La paz brota de la justicia divina. La paz que se ajusta a la voluntad divina.Según reza el salmo 85, 11: “El amor y la fidelidad se encuentran, la justicia (en cuanto es la voluntad divina) y la paz se besan,” por eso la paz y la violencia no pueden cohabitar juntas. Donde estalla la violencia se reniega de Dios.9 Ojalá llegue el día en que “el lobo y el cordero pasten juntos, y el león coma paja con el buey”.10 ¿Qué dice la Biblia sobre la paz estable? La paz se fundamenta en Dios. Gedeón que iba al combate contra los reyes de Canaán levantó un altar a Dios a quien llamó “Shalom” que incluye victoria de paz, libertad, justicia y felicidad, plenitud de vida. (Jueces 6, 24) La verdadera paz se da con la presencia del Señor; nace como fruto del Espíritu y don del amor divino. La paz supone que hemos acogido el don de Jesús resucitado. El día de Pascua, Jesús resucitado saludaba a los suyos con la paz, su shalom victorioso, victoria sobre la muerte. Sin esta acogida del shalom divino de parte del creyente, la verdadera paz no puede anidar en el alma de nadie ni de ningún pueblo. Antes que don de Dios para la vida y proyecto conforme al designio divino, la paz es el nombre de Dios, como lo experimentó Gedeón en Ofrá (Jueces 6, 24). Según el profeta Isaías, el Mesías, descendiente del Dios Shalom, se llamaría: “Príncipe de paz”. Is 9, 5. Una vez resucitado, Jesús proclamó la paz: La paz esté con ustedes. En la revelación bíblica, la paz “shalom” es mucho más que la simple ausencia de guerra o de violencia: el shalom apunta a una victoria, la plenitud de vida con su conjunto de paz, justicia, libertad y felicidad. “Mi alianza con Leví era de vida y de paz.” Mal 2, 5. Una vida que se asimila a la vida de gracia, la vida que promete Dios a sus discípulos. El día de Pascua, el Resucitado repitió tres veces a los primeros testigos: “La paz esté con ustedes” Jn 20, 19.21.26. Se trata del shalom que es más que simple tranquilidad, pues conduce a la plenitud de vida, a la felicidad plena en el reino de Dios. En la misa, antes de la comunión, la asamblea se da la paz. Es un momento de gozo y sanación profunda. Cada miembro de la asamblea acoge la paz de Dios y la transmite a su vecino. Es sumamente importante recibir conscientemente la paz, el shalom en la vida personal, y luego entregar la misma paz al vecino. El cristiano, que ha asimilado la paz como presencia del Mesías, príncipe de paz en su vida, trasforma no sólo su vida sino la vida de la familia, y la vida de la comunidad humana en la cual se desenvuelve. Pues la vida de Dios es de relación amorosa entre todos. En este sentido es un hacedor de paz. “Dichosos (ánimo,

8 Compendio Doctrina social de la Iglesia, #488. 9 Compendio Doctrina Social de la Iglesia, #488. 10 Isaías 65, 25.

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anímense) los que construyen la paz, porque se llamarán hijos de Dios.” Mt 5, 9. Esta bienaventuranza nos recuerda otra palabra de Dios: “Dios tuvo a bien hacer habitar en él toda la plenitud, y por medio del él reconciliar consigo todas las cosas, tanto las de la tierra como las del cielo, trayendo la paz por medio de su sangre derramada en la cruz” Col 1, 19-20. Dentro de este esfuerzo divino, Jesucristo se entregó en la cruz, en solidaridad con todos los pueblos hostigados, intentando acabar con toda violencia. La Cruz sanciona y condena toda violencia, pues expresa la solidaridad de Jesucristo con el pueblo de los pobres, el pueblo crucificado. Él soportó la violencia extrema, inaugurando una nueva era de amor y paz. La cruz repudia todo sistema violento. Al aplicarse a un inocente divino, llamado Shalom, príncipe de paz, la cruz se convierte en un grito de protesta que rompe y calla toda la tradición bellaca de la humanidad. En cierto modo Jesús pagó en la cruz por nuestros pecados, clavando en ella toda violencia, toda soberbia. “Porque Cristo es nuestra paz. Él ha hecho de los dos pueblos uno solo, destruyendo el muro de enemistad que los separaba, el odio. Él ha creado en sí mismo una nueva humanidad, restableciendo la paz, uniéndola en un solo cuerpo por medio de la cruz y destruyendo la enemistad.” Ef 2,14.15.16. En la institución eucarística, Jesús repite: “Éste es el cáliz de mi sangre, sangre de la nueva alianza, derramada para el perdón de los pecados.” La cruz repudia para siempre la violencia como sistema o como táctica de gobiernos. “Ustedes estaban en otro tiempo lejos de Dios y eran enemigos declarados a causa de sus violencias. Ahora, en cambio, por la muerte que Cristo ha sufrido en su cuerpo mortal, han sido reconciliados con Dios para presentarse a él como un pueblo sin mancha ni reproche. Pero es necesario que permanezcan firmes y arraigados en la fe y no traicionen la esperanza de vida transmitida en el evangelio que han recibido.” Col 1, 21-23. La vida de gracia en Dios se define en la relación fraterna, solidaria, feliz y llena de paz. Tal es la vida que relaciona con Dios y conduce a la gloria. Una vida que transforma esta existencia terrena en el paraíso perdido.

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Reflexión personal sobre la paz. La violencia como una fiera acecha a la puerta y te acosa. Dios dice a Caín: Tú puedes dominarla siempre. Gn 4,6-7. ¿Qué es lo que nos quita la paz? ¿En el mundo actual? ¿En mi casa? ¿En mi relación con los demás? ¿Cómo puedo construir la paz? La creación, que es reflejo de la gloria divina, aspira a la paz. (Compendio Doctrina social de la Iglesia #488) Formamos parte de la creación que busca la paz. Haz el ejercicio de recibir la paz que brinda Jesucristo a los suyos para proyectarla en tu ambiente. ¿Cómo supera la justicia divina a la simple justicia social y cómo la incluye? ¿Cómo vivo yo la justicia con los demás? ¿La experiencia de Gedeón puede inspirar mi conducta de paz? La paz es la victoria sobre la guerra, la violencia, el pecado. El shalom significa paz, libertad, justicia y felicidad. Es plenitud de vida. ¿La bienaventuranza de la paz puede animar las relaciones entre los humanos? ¿Cómo podemos decir que Jesús pagó en la cruz por nuestros pecados?

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¿Qué piensan de la expresión de Pablo en Efesios 2.14: Cristo es nuestra paz?

Tercera Promesa Les comunicaré el Espíritu Consolador.

A pesar de la promesa de la paz, nuestro mundo sigue lleno de contradicciones. Cuando se piensa descansar en paz, llega la desorientación y el desasosiego. Entonces, entra en el corazón la tristeza o, peor aún, la depresión por una situación familiar penosa o una situación social de desempleo o de mala gestión política. Pocas son las personas que escapan a la aflicción en algún momento de su vida. Se suele buscar consuelo; algunos en la fe, otros en la vida mundana. Jesús señala al Espíritu como el consuelo perfecto, la paz verdadera para los que creen en él: “Si me aman, obedecerán mis mandamientos y yo rogaré al Padre y les dará otro Consolador, para que esté siempre con ustedes” Jn 14, 15-16. Se trata de una presencia del mismo Señor, su Espíritu Consolador. El Espíritu es la promesa más deslumbrante de Jesús hecha a los creyentes en toda la historia de salvación; la presencia activa del Espíritu Santo en los que confían en él. “Si alguien tiene sed, que venga a mí y beba. Como dice la escritura, de lo más profundo de todo aquél que crea en mí, brotarán ríos de agua viva. Decía esto refiriéndose al Espíritu que recibirían los que creyeran en él.” Jn 7, 37-39. El Espíritu es valorado en las Escrituras como don de maravilla y descrito con relámpagos, truenos, vientos huracanado9s, fuego, llamas, agua viva, luz. Como el río de la visión de Ezequiel,11 que sale del costado derecho del templo; el Espíritu sana todo lo que encuentra a su paso y produce frutos en los árboles de sus riberas. En el Apocalipsis, el mismo río sale del costado del Cordero: “Me mostró un río de agua que da vida, transparente como el cristal, que salía del trono de Dios y del Cordero. En medio de la plaza de la ciudad, a uno y otro lado del río, había un árbol de vida que daba doce cosechas, una al mes, cuyas hojas servían de medicina a las naciones.” Ap 22, 1-2. Se retoma la comparación de Ezequiel, el río que sale del templo. Ez 47,1-12. Esta medicina simboliza el consuelo que aporta el Espíritu al género humano; a los que acogen en su interior al Espíritu de Cristo. Su actuación en el corazón de las criaturas se aparenta: Al agua de la piscina milagrosa que alivia a cuantos sufren la aflicción; Al fuego ardiente que calienta a los que buscan la justicia y la paz; Oa la fuerte brisa que fortalece a los débiles para que tengan valor en su afán por lograr la justicia del Reino de Dios.

11 Ez 47, 1-12.

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En primer lugar, debe nacer en nuestros corazones el deseo del Espíritu que da vida en abundancia. Jesús mismo motiva para nosotros el deseo de esta presencia. Insiste con la samaritana: “Si conocieras el don de Dios, tú misma me pedirías a mí y yo te daría agua viva. Porque el agua que yo quiero darle se convertirá en su interior en un manantial que conduce a la vida eterna” Jn 4, 10.14b. El Espíritu Santo es el gran huésped del alma. “Cuando venga el Espíritu de la verdad, él les iluminará para que puedan entender la verdad completa. Él no hablará por su cuenta, sino que dirá únicamente lo que ha recibido de mí. Todo lo que tiene el Padre, también es mío; por eso les he dicho que todo lo que el Espíritu les dé a conocer lo recibirá de mí.” Jn 16, 13-14.Tratando de soñar, reflexionar sobre el Espíritu Santo,yo lo percibí como la inmensidad de un mar cristalino, (así lo pinta el apocalipsis) y mi espíritu flotando como una gota de agua sobre el mismo mar. La gota no es el mar pero participa de la fuerza del mar. La gota por asimilarse a las aguas del mar puede soportar el bote que se desliza sobre las aguas. Así mi espíritu, al participar de la esencia de ese mar, como en matrimonio, puede realizar las obras del Espíritu Santo. Por el Espíritu Santo en mí, lo puedo todo. Jesús nos invita a pedir el don del Espíritu que nos revela y orienta en el camino de Dios. En segundo lugar, el estudio personal y comunitario de la Palabra de Dios nos adiestra a percibir la acción amorosa del Espíritu Santo. Se puede definir el Espíritu divino como la Acción personalizada de Dios en su creación. Su acción básica genera nuestra consagración como hijos e hijas de Dios en el sacramento del Bautismo. Por su medio, el amor de Dios nos acredita en su propia familia. “La prueba de que ustedes son hijos es que Dios envió a sus corazones el Espíritu de su Hijo que grita: Abba, es decir, Padre. De modo que ya no eres siervo, sino hijo, y como hijo, también heredero por gracia de Dios.” Gal 4, 6-7. En todos los sacramentos actúa el Espíritu para beneficio de los creyentes dándoles el perdón, la salud, la unión de corazones o el presidir la asamblea sacerdotal. El Espíritu Santo actúa sobremanera en la Eucaristía convirtiendo el pan y el vino en el cuerpo y la sangre del Señor, en el momento de la plegaria eucarística. Pablo insiste en la carta a los romanos sobre la pertenencia a la familia divina por la acción del Espíritu Santo en nosotros: “Ustedes no viven entregados a sus apetitos desordenados sino que viven según el Espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en ustedes. Y si el Espíritu de Dios que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en ustedes, el mismo que resucitó a Jesús de entre los muertos, hará revivir sus cuerpos mortales por medio de su Espíritu que habita en ustedes. Los que se dejan guiar por el Espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios. Pues bien, ustedes no han recibido un espíritu que los haga esclavos, para caer de nuevo en el temor, sino que han recibido un Espíritu que los hace hijos adoptivos y les permite clamar: Abba, es decir, Padre. Ese mismo Espíritu se une al nuestro para juntos dar testimonio de que somos hijos de Dios. Y si somos hijos, también

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somos herederos y coherederos con Cristo, siempre y cuando ahora padezcamos con él para ser luego glorificados con él.” Rom 8, 9.11.14-17. Podemos cantar al unísono con la Virgen María: “El Señor hizo en mí maravillas.” No se conoce en el mundo entero una maravilla mayor que la de ser reconocidos como hijos o hijas del mismo Dios. Monseñor Cuskelly subraya este aspecto: “La verdadera espiritualidad empieza cuando el Espíritu de Dios entra en nuestra vida y cuando nos deleitamos en ser hijos.”12 El documento de Aparecida dice que “el Espíritu Santo, que el Padre nos regala, nos identifica a Jesús-Camino, abriéndonos el camino de salvación, el camino de la gloria para que seamos hijos y hermanos en él; nos identifica a Jesús-Verdad, enseñándonos a acoger la Palabra, a renunciar a nuestras mentiras y ambiciones; finalmente nos identifica a Jesús-Vida, permitiéndonos abrazar la vida que nos brinda en su plan amoroso, y entregarnos para que el mundo tenga vida en él.”13 En tercer lugar, por nuestra condición de hijos o hijas, el Espíritu nos concede, más allá del simple consuelo en nuestras depresiones y desesperanzas, el sumo apoyo de los siete dones. (Siete, el número de la plenitud) Éstos son la sabiduría, la ciencia, el entendimiento, el consejo, la fortaleza, la piedad y el temor de Dios, dones que nos abren nuevas perspectivas de vida. Este auxilio del Espíritu se amplía también a través de los carismas que, de modo libre y responsable, se aprovechan para el buen orden temporal y espiritual de la vida de nuestro mundo. Los dones del Espíritu son las herramientas espirituales que se necesitan para llevar la vida personal con gozo y ánimo, haciéndola apta para construir la sociedad con inteligencia iluminada, con voluntad firme y con auténtica libertad. Trabajando a la edificación del Reino de Dios, el Espíritu divino actúa a modo del Maestro que nos enseña la verdad y nos descubre las Escrituras, del Consejero que inspira nuestras actuaciones, del Abogado que nos defiende; en resumen, interviene como el Alma del Cuerpo de Cristo conformado por la comunidad de los creyentes. La acción amorosa del Espíritu consolador renueva, desde dentro la vivencia en familia y en sociedad, con los bienes de la convivencia fraterna. Allí donde suelen encontrarse los apetitos desordenados que enumera san Pablo en Gálatas 5, 19-21, el Espíritu Santo produce los más hermosos bienes llamados frutos del Espíritu, regalos del Corazón de Dios: “Amor, alegría, paz, tolerancia, amabilidad, bondad, fe, mansedumbre y dominio de sí mismo.” Ga 5, 22-23. El árbol de vida del Espíritu con sus siete ramas prodiga abundantes frutos de consuelo y paz. La oración nos lleva a experimentar la presencia del Espíritu que transforma el corazón y lo ilumina con gozo y alegría. Los angustiados y los desesperados encuentran en la oración la fuerza del Espíritu Santo para vencer todos sus

12 Cuskelly ídem p. 12. 13 DA #137.

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agobios. Los grandes místicos experimentan por el poder del Espíritu un sublime estado que se aparenta a la gloria en Dios. En cuarto lugar, entre los bienes del Espíritu Santo se destaca el respeto a la libertad del discipulado. El Espíritu nunca nos obliga a realizar una acción, ni siquiera a hacer oración. Deja el corazón humano siempre libre de acoger o rechazar su inspiración. En África, tenía que cuidarme al hablar del Espíritu porque en la cultura gurmanchesa del Tambaga, se tiene cierto culto a los “genios” que son espíritus o seres por el estilo. Los genios cubren la estepa; viven en casi toda parte, en los ríos, en los árboles, aun en las rocas. Los animales y los humanos ligan continuamente con ellos. En ocasiones, los espíritus son benéficos, en otras son de mala suerte. Exigen siempre cierta paga y pueden hacer travesuras. De todo modo, resulta mejor tenerlos a distancia porque pueden esclavizar duramente a los individuos que les confían sus trabajos. En general, el ser humano pierde algo de su libertad al ligarse con esos seres. Por el contrario, el Espíritu Santo deja siempre libre y nunca reclama nada de la persona que ayuda. El Espíritu Santo consuela, defiende e inspira a la persona que lo invoca, y en caso negativo, él respeta la decisión rebelde o la negligencia de la persona. A los que inspira, el Espíritu los deja libres como veleros sobre el mar llevados por las corrientes marinas. Y cuando sopla la brisa del Espíritu, el velero va más liviano. Pablo describe al Espíritu Santo como vínculo de comunión, fuente de consuelo. Concluyendo la 2ª carta a los Corintios él les saluda diciendo: “La gracia de Jesucristo, el Señor, el amor del Padre y la comunión en el Espíritu Santo estén con todos ustedes.” 2ª Co 13, 13. La comunión del Espíritu se manifiesta en tres dimensiones. La primera dimensión es la comunión trinitaria. El Espíritu es como la corriente de amor que lo une al Padre y al Hijo. La segunda es la comunión que busca Dios, en su corazón lleno de misericordia y ternura, con su creación que sostiene y colma de bendiciones. La tercera es la comunión que el Espíritu consolador promueve entre la multitud de los creyentes. Esta comunión, esencial a la vida de la Iglesia, transparenta como nueva alianza en Dios, fraternidad con los seres humanos todos, signo de paz en una humanidad con sed de felicidad. La plenitud de la comunión sólo viene del Espíritu Santo. El conocimiento del Espíritu anida en el corazón del creyente para su deleite interior, y con este conocimiento se da un primer paso en la cita con el reino de Dios, pero no debe faltar el segundo paso del compromiso para la transformación del anti reino que vicia la sociedad. La fuerza o energía que brota del Corazón de Dios nos impulsa a seguir creando un mundo nuevo, llevando a cabo una obra conforme a la voluntad del Padre. “El Espíritu se manifiesta en cada uno para el bien común.” 1ª Co 12, 7. En la comunidad humana mi aporte es imprescindible. “El ojo no puede decir a la mano, no te necesito; ni la cabeza decir a los pies, no los necesito.” 1ª Co 12, 21. Cada miembro del Cuerpo de Cristo, según los dones recibidos del Espíritu, trabaja para construir con los demás una sociedad donde

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todos se sientan acogidos y respetados. Algunas comunidades obran maravillas en la comunidad humana haciendo el bien porque se dejan llevar del Espíritu. Por el Espíritu, el ser humano apartado del pecado vive conforme a la voluntad de Dios. Por el mismo Espíritu se trabaja a desmontar las estructuras de violencia institucionalizada que envuelven a nuestra sociedad en redes de injusticia y exclusión. Concluimos con los ojos puestos en la escena del costado abierto de Jesús crucificado del cual brota sangre y agua. Esta escena ilustra el testimonio del Evangelio sobre el consuelo del Espíritu a la Iglesia universal: “Uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza y, enseguida, brotó del corazón abierto, sangre y agua. El que vio estas cosas da testimonio y su testimonio es verdadero.” Jn 19, 34-35. Con la sangre y el agua, que se derrama del corazón del crucificado, brota el Espíritu para edificación del pueblo de Dios. De mi corazón y del corazón de la comunidad cristiana debe brotar también sangre y agua para la salvación del mundo. Acogiendo este testimonio, nosotros nos capacitamos a dispensar el consuelo del Espíritu. “Dichosos (Ánimo) los afligidos, porque Dios los consolará.” Mt 5, 4.

Reflexión personal sobre el consuelo del Espíritu Santo ¿Cuál es la relación del Espíritu Santo con el consuelo para tu vida? ¿Qué aporta el símbolo del rio de agua que sanea todo en su ribera para la vida en el Espíritu? ¿Cuál es la principal actuación del Espíritu en los creyentes? El espíritu es el gran huésped del alma. ¿Cómo lo vives? ¿Qué obra el Espíritu en los creyentes a partir del bautismo? ¿Cuál es la actuación del Espíritu en todos los sacramentos que hemos recibido? Cuskelly dice: La verdadera espiritualidad empieza cuando Dios entra en nuestra vida y cuando nos deleitamos en ser hijos. ¿Cómo lo vivo? Según Aparecida, El Espíritu nos identifica a Jesús, Camino, Verdad y Vida. ¿Puedes descubrir esta realidad en tu vida? ¿Cómo actúan los siete dones del Espíritu en tu vida? ¿Cómo aparecen los frutos del Espíritu en tu relación con los demás?

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¿En qué se diferencia la acción del Espíritu Santo y la acción de los espíritus o seres que los brujos invocan? ¿Cómo se manifiesta la comunión que aporta el Espíritu en tu vida y en la vida de fraternidad? ¿Cómo interpretas la bienaventuranza: Dichosos los afligidos porque Dios los consolará?

Cuarta Promesa

La cruz será su amparo y su refugio en la vida y en la muerte. El misterio de la muerte y resurrección de Cristo.

La cuarta promesa acerca del amparo del Corazón de Dios en toda la vida y la muerte de los fieles, nos conduce a la mediación de la cruz, o seaal memorial de la muerte y resurrección del Señor, el misterio pascual que revivimos en cada Eucaristía. San Juan había captado la importancia de la cruz cuando reportaba las palabras de Jesús: Cuando sea elevado en la cruz, reconocerán que “Yo Soy”. Jn 8, 28. Y una vez que haya sido elevado sobre la tierra, los atraeré todos a mí. Jn 12, 32. Lo mismo que Moisés levantó la serpiente de bronce en el desierto, el Hijo del hombre tiene que ser levantado en alto, para que todo el que crea en él tenga vida eterna. Jn 3, 14-15. En la liturgia del Viernes Santo se presenta la cruz a la adoración de los fieles cantando: Miren el árbol de la cruz donde estuvo clavada la salvación del mundo. Vengan todos a adorarlo. (Se adora a Jesús clavado en la cruz) La cruz se presenta como signo de victoria. Victoria sobre los enredos de la vida. En efecto, la cruz entra como motor de toda espiritualidad cristiana pues, la cruz se identifica con la vida. La vida, con sus alegrías y sus penas, sus encantos y sus desgracias,refiere a la cruz que nos toca cargar sobre los hombros en pos de Cristo. El signo de la cruz difiere según la vida de los individuos. La cruz personal diverge de la cruz ajena y, tanto la cruz personal como la cruz ajena, varían según las condiciones de vida del discipulado. Sobre los hombros de algunos recae la enfermedad que, a veces, conduce a la desesperación. La Iglesia anima a los enfermos a tomar la enfermedad con madurez humana y con fe. El enfermo unido a Jesucristo crucificado puede sacar gran provecho humano y espiritual para su vida. Su enfermedad le resulta más liviana y soportable. Incluso, así asimilado a la cruz de Cristo, contribuye a la salvación del género humano.14

14 Catecismo p.267.

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En muchos casos, la cruz se impone a los casados con todo el peso de una situación familiar vivida con dolor y pesares. Alguna vez, el propio pecado se presenta como la cruz a llevar, y con ella la tarea de vencer al pecado. Si existe en este individuo la voluntad de superación, la cruz se convierte en signo de victoria. Tuve que intervenir en un caso de una madre que lloraba por su hija adicta a la droga. Traté de consolarla invitándola a tomar la cruz de la hija y llevarla hasta su liberación y al mismo tiempo convencer a la hija de tomar su propia cruz y vencer su drogadicción gracias a Jesucristo que la ama y que, también con ella, lleva su cruz. El drogadicto que escoge este camino espiritual vence ciertamente su pecado vuelto enfermedad. De igual modo el violento, al contemplar la cruzy ver toda la violencia que Jesús soporta por los pecadores, reconoce su pecado y se hace manso y humilde. Al lado de la cruz personal está también la cruz del mundo cercano y lejano, la que la humanidad, como prójimo, tiene que llevar a diario. En la cruz, Cristo nos redimió de nuestros pecados según Tito 2, 14, pero también, se solidarizó con las angustias y las esperanzas de la humanidad. Basta recordar el famoso texto de hebreos 2, 14-18 en el cual se escribe:“Cristo, redentor sufriente, se solidarizó para librar a aquellos a quienes el temor a la muerte tenía esclavizados de por vida.” Las siete palabras de Jesús en la cruz muestran su solidaridad con toda situación humana. Jesús promete al buen ladrón el paraíso y perdona a sus verdugos. Cuando él reza desde la cruz, “Dios mío, Dios mío porque me has abandonado,”15 Jesús asume la situación de los empobrecidos y míseros, de cuantos piensan que fueron abandonados a su suerte. Vale rezar este salmo 22 pensando en la cruz de la gente abandonada a su suerte. El salmista recupera poco a poco el ánimo y termina con la convicción que Dios vive a su lado y obra en él la salvación. Termina diciendo el salmista: “Esto hizo el Señor.” Por su cruz y resurrección, Cristo bebe el cáliz de toda situación dolorosa del ser humano y la redime abriendo un nuevo camino al dolor. Él nos pregunta como lo hizo a Juan y a Santiago: “¿Pueden ustedes beber el cáliz que yo voy a beber?” Mt 20, 22. Si me toca beber el cáliz de la cruz de Cristo, ¿cuál es la cruz que me está destinada? Mi cruz puede ser mi enfermedad; la que no me deja disfrutar de la vida como quisiera. La cruz puede ser también mi debilidad y mi pecado; si tomo esa cruz en serio, unido a la cruz de Cristo, tengo la esperanza de vencer esa debilidad y entregarme en la lucha por el bien no sólo propio sino por el bien de la

15 Mc 15, 34.

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humanidad. La cruz puede ser una situación familiar o de profesión que llena de angustia e impide dormir en paz. También la cruz de los demás es un cáliz que tengo que beber ayudándoles a llevar su situación penosa. Paradójicamente, la mediación de la cruz, signo de sufrimiento y muerte, libera a la humanidad de toda angustia y de toda esclavitud en favor de una vida humana digna: vida que concluye en la felicidad terrena y felicidad eterna de la resurrección. Miramos con agrado el esfuerzo de los gobiernos para erradicar la pobreza. Ciertamente importa la seguridad social que permite a los ciudadanos cubrir todas las necesidades primarias de la vida desde la salud, el alimento, el hogar, la educación y el trabajo asegurado. Hoy en día, existen muchos organismos gubernamentales y no gubernamentales a favor de una vida digna para el género humano en su conjunto. Los hospitales, las escuelas, los hospicios, los seguros sociales, las ONG. Pero, ¿acaso podrá llegar el día en que la humanidad se libere de las adversidades y miserias para alcanzar una vida perfectamente segura? Ciertamente hace falta el esfuerzo de los testigos de la cruz de Cristo. Jesús Mesías se presenta como salvador encarnado en nuestras situaciones de sufrimiento, de muerte. La lucha contra la violencia, la maldad y la injusticia, él mismo la inauguró con su actuación milagrosa y la defensa de los débiles. “Vayan y cuenten a Juan lo que acaban de ver y oír: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la buena noticia.” Lc 7, 22. El evangelio revela que su actuación liberadora lo condujo a la muerte de cruz y, desde entonces, la cruz se convirtió en instrumento de salvación por su solidaridad con el mundo crucificado. La cruz redime porque corrobora el amor solidario de Dios que libera de la violencia, del odio, de toda maldad en contra del prójimo. Para que el pueblo tenga vida, Jesús no rehusó siquiera la muerte. Monseñor Romero predicaba: “Si Cristo es el representante de todo el pueblo en sus dolores, en su humillación, en sus miembros acribillados con clavos en una cruz, tenemos que descubrir el sufrimiento de nuestros pueblos. Es nuestro pueblo torturado, nuestro pueblo crucificado, escupido, humillado, al que representa Jesucristo nuestro Señor para darle a nuestra situación tan difícil un sentido de redención.”16 A semejanza de Jesús crucificado, la actuación liberadora emprendida por Monseñor Romero lo condujo a la muerte. Él nos invita, en su martirio, a integrarnos al proyecto de solidaridad liberadora iniciado por Jesús, a cargar con la cruz y seguirlo. Para que tengamos una participación consciente en este proyecto solidario, Jesús lo condensa en tres breves sentencias: dos advertencias y una exhortación consecuente: “El plazo se ha cumplido. El reino de Dios está llegando. Conviértanse (a la cruz), y crean en la buena noticia.” Mc 1, 15.

16 Homilía de Mons. Romero del 24 de marzo de 1978.

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La primera advertencia: “El plazo está cumplido.” El tiempo mesiánico tan esperado se estaba activando con su encarnación. La esperanza de la liberación de todo mal y maldad había llegado al mundo en tinieblas. “El Espíritu del Señor, dijo Jesús, está sobre mí porque me ha ungido para anunciar la buena nueva a los pobres; me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos, a dar la vista a los ciegos, a libertar a los oprimidos y a proclamar un año de gracia del Señor.” Lc 4, 18-19. Jesús veía en su entrega a los pobres y oprimidos, el cumplimiento de la voluntad amorosa de su Padre como plazo previsto para la tarea mesiánica. Su muerte en la cruz recapitula toda una vida de obediencia, de solidaridad con los pobres y de entrega total. Sus últimas palabras lo atestiguan: “Todo está cumplido.” Jn 19, 30a. Jesús supo que la voluntad de su Padre se había cumplido, en cuanto a camino de liberación se refiere, y para que se cumpliera plenamente: “Inclinando la cabeza, entregó el Espíritu.” Jn 19, 30b. El Espíritu entregado por el Crucificado es el Espíritu Santo que prosigue la tarea liberadora de Jesús e inspira al discípulo la obediencia a la misma voluntad salvadora de Dios. Terminada su conversación con la samaritana sobre la venida del Mesías, Jesús había dicho a los discípulos: “Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado hasta que lleve a término su obra de salvación.” Jn 4, 34. Luego Jesús advirtió: “El reino de Dios está llegando.” La misión de Jesús era instaurar el reino de Dios, o sea un reinado, una práctica nueva donde la voluntad del Dios soberano guiara la convivencia humana. Este reino contrastaba en el pensamiento de Jesús con el concepto que tenían los judíos del mismo. Ellos, y Juan el Bautista con ellos, esperaban un reino de paz para Israel, pero al mismo tiempo, un reino de dominación sobre las naciones; un reino político y triunfal, parecido al reino griego de Alejandro Magno que había dominado el mundo tres siglos antes. Jesús quiso renunciar definitivamente a esa manera de reinar que se enmaraña con las tentaciones del maligno. (Lc 4, 1-13 y Mt 4, 1-11). Ante todo, Jesús anunciaba un reino a edificar en los corazones gracias al servicio que se brinda por amor: Hacer que Dios reine en la vida de los individuos y de la comunidad como en su morada, y que todo servicio se cumpla por amor según su voluntad salvadora. Jesús replicó a Pilato que le interrogaba: “Mi reino no es de este mundo.” Jn 18, 36. El presentaba un reino bien diferente a los reinos que el mundo había experimentado hasta entonces. Su reino no ambicionaba el poder sino la gloria de un pueblo libre y feliz. Frente a la miseria de la humanidad, no podía quedarse quieto. Si con él se busca un pueblo libre y feliz, el reinado(que es la práctica del reino) ve toda situación degradante y la sana para que recupere toda dignidad. Jon Sobrino hablando del reino dice: “El reinado de Dios es la positiva acción por la que Dios transforma la realidad y el reino de Dios es lo que ocurre sobre este mundo cuando es Dios quien realmente reina: una historia, una sociedad, un pueblo transformados según la voluntad divina. Y hay que notar desde el principio que la característica principal de este reino es que Dios realiza el ideal regio de la

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justicia.”17 Por esto el reinado se presenta muy crítico frente a una sociedad de violencia institucionalizada. El reino de Dios empieza con pequeñas acciones como el grano de mostaza que, luego se transforma en una gran hortaliza de modo que los pajaritos (una figura de los humildes, excluidos o marginados) pueden cobijarse en sus ramas. Mt 13, 32. Un reinado que obra desde dentro, a modo de fermento en la comunidad humana, Mt 13, 33. Esta misión, Jesucristo la prosigue con nosotros, sus testigos, los que creen en él. Por eso nos entrega el Espíritu Santo que nos ayuda a cargar con la cruz para seguir salvando el mundo gracias a su poder mesiánico. La exhortación final corresponde a la exigencia del reino: “Conviértanse y crean en la buena noticia.” Conviértanse a la cruz de Cristo. La salvación del mundo que Dios brinda gratuitamente exige nuestro esfuerzo. Supone muerte y resurrección, el paso por la cruz para llegar a la vida feliz, libre y eterna de la divinidad. Esto implica cargar con la cruz de la humanidad y redimir al mundo a manera de Jesús crucificado: “beber el cáliz que voy a beber.” Más allá del sufrimiento solidario o de la muerte está la Pascua, el paso a la libertad, que compartimos con el Resucitado. Una Pascua que debe realizarse en la vida temporal, en la historia. A la miseria tiene que suceder la felicidad, al hambre tiene que suceder el bienestar. A este objetivo, apunta la esperanza del pueblo oprimido. El Resucitado vive entre nosotros y nos incluye a todos en su nueva vida. Nos entrega su Espíritu para la simple y dura lucha de la vida humana. Esto supone la conversión a la dinámica del reinado; no se puede quedar en palabras bonitas, el reinado reclama la acción solidaria del discipulado con el pueblo crucificado. Estas tres sentencias, claves para la misión, aclaran el misterio de la salvación del género humano. Parafraseando unas palabras de san Juan mirando la sangre y el agua que brota del costado abierto del crucificado: “Tres son los testigos de la venida de Jesús sobre el mundo: el agua, la sangre y el Espíritu” 1ª Jn 4, 6-7. Analógicamente, se puede afirmar: Tres son los testigos de la cruz salvadora de Jesucristo sobre el mundo: el servicio, la obediencia y el Espíritu. Con ellos se destacan tres modos de llevar la cruz detrás de Jesús. El primer testigo, el servicio, como el agua que da vida al mundo, resalta la entrega, la actitud permanente de Jesús en el evangelio. Con verdad puede decir a sus discípulos: “El que quiera ser el primero deberá ser el último de todos, y servirles a todos.” Mc 9, 35. Él mismo se presenta como servidor de la humanidad: “No he venido a ser servido sino a servir y a dar mi vida en rescate por muchos.” Mc 10, 45. Toda la vida de Jesús muestra su entrega por el reino de Dios, su entrega total, hasta dar la vida con las últimas gotas de sangre para salvación de todos. Nos invita a la misma renuncia. “El que quiera venir detrás de mí, olvídese a

17 Jon Sobrino, Jesucristo Liberador, p.101.

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sí mismo, cargue con su cruz y me siga.” Mc 8, 34. En este sentido, el servicio en bien del género humano define el sacerdocio común de los fieles. Nuestros servicios humildes por amor a la familia, a la comunidad humana, al pueblo de Dios constituyen nuestra respuesta de fe como sacerdotes y discípulos del Señor. A similitud de la sangre derramada, la obediencia a la voluntad del Padre, el segundo testigo de la salvación, resalta como consigna de Cristo: “Mi comida es hacer la voluntad del que me envió, hasta que lleve a cabo su obra de salvación.” Jn 4, 34. La carta a los hebreos comenta la obediencia de Jesús: “Aquí vengo para hacer tu voluntad. Por haber cumplido la voluntad de Dios, y gracias a la ofrenda que Jesucristo ha hecho de su cuerpo una vez para siempre, nosotros hemos quedado consagrado a Dios.” Heb 10, 9-10. “Cristo a pesar de ser Hijo, sufriendo aprendió lo que es la obediencia y al perfeccionarse de esa manera, llegó a ser fuente de salvación eterna para todos los que le obedecen.” Heb 5, 8. Así como la obediencia de Cristo salva al mundo, nuestra obediencia a la voluntad del Padre, a pesar de la exigencia de algún sacrificio o sufrimiento simbolizado por la sangre, es fuente de salvación para todos los que nos rodean. Allí radica la espiritualidad del voto de obediencia. El Padre fundador de los MSC, Julio Chevalier, decía a sus religiosos: “Los que entren en nuestra Congregación pueden aceptar que otros les superen en ciencia, en mortificación, en pobreza, pero no se dejarán vencer en obediencia ni en caridad mutua.”18 El tercer testigo es el Espíritu y éste es fiel. Está siempre a la puerta y obra la salvación en todos los que confían en él. La acción del Espíritu es liberadora. Su acción resulta bien diferente a la de los espíritus de brujería u otros seres que esclavizan a los que los contratan. El discipulado verdadero se deja guiar por el Espíritu Santo y camina en la vida con él por sendas de justicia y paz. “Al que sigue buen camino, le hará ver la salvación de Dios.” Sal 50, 23. “El Espíritu que da vida habita en ustedes.” Rm 8, 9. “Si el Espíritu de aquel que resucitó a Jesús vive en ustedes, el mismo que resucitó a Cristo dará nueva vida a sus cuerpos mortales por medio del Espíritu divino que vive en ustedes.” Rm 8, 11. Con el Espíritu está la salvación confirmada. La inhabitación del Espíritu Santo, según la expresión de san Basilio, es la prenda de la gloria que Dios nos reserva. Cargando la cruz detrás de Jesucristo Salvador, lo seguimos en su misterio pascual de muerte y resurrección. “La cruz de Jesús, si la contemplamos vinculada a la resurrección, nos proporciona una gran fortaleza para aceptar lo inevitable y unirlo al sufrimiento de Jesús para hacerlo fecundo.”19 Nos asociamos a su obra de redención a favor del pueblo de Dios. Sabemos que nos salvamos en Iglesia, o sea, en comunidad con los hermanos y hermanas que interceden por nosotros y viven con nosotros la vida en el Espíritu. El ejemplo de la exquisita Marta Robín es digno de recordarse: ella pasó muchos años de su vida nutriéndose tan sólo de la Eucaristía. Todos los viernes ella sufría los dolores de la crucifixión de Jesús y lo ofrecía por la santificación de los sacerdotes o presbíteros

18 Julio Chevalier, Fórmula del Instituto, 1869. 19 Piet Van Breemen, Transparentar su gloria, Sal Terrae, 1994, p.198.

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de la Iglesia. Aunque no sea tan directo nuestro sufrimiento en cruz, nuestra entrega en bien de la humanidad se asimila a la cruz de Cristo. Marta Robín nos precede en la cruz y resurrección. ¡Dios la tenga en su gloria! Estos tres testigos: el servicio, la obediencia y el Espíritu son signos del misterio pascual, o sea, signos de muerte y resurrección de la humanidad. El servicio llevado con amor, con el esfuerzo y sacrificio consecuente es la cruz que llevamos a cuestas. Esta especie de cruz salva y libera la felicidad en muchos matrimonios y en la vida de los hijos. El trabajo, llevado con amor a la humanidad, ayuda al pueblo a ser libre y feliz. “Dichosos los que tienen hambre y sed de hacer la voluntad de Dios porque Dios los saciará.” Mt 5, 6.

Reflexión personal sobre el apoyo y refugio de la cruz.

Cuando sea elevado en la cruz, reconocerán que “Yo soy” y los atraeré todos a mí. Son palabras de Jesús en san Juan. ¿Cómo vivo este reconocimiento? Se vive el misterio de la cruz cada día de la vida. ¿Puedo identificar la cruz que cargo hoy? Mirad el árbol de la cruz donde estuvo clavada la salvación del mundo. ¿Me salva de verdad como la serpiente que Moisés levantó en el desierto salvaba a los mordidos por las serpientes? ¿Acaso la cruz de Cristo, tanto la cruz personal como la cruz ajena, entra como motor de mi espiritualidad? La cruz se convierte en signo de victoria. ¿Lo he experimentado en mi vida? La cruz es también signo de solidaridad. Lo demuestran las siete palabras de Jesús crucificado. ¿Vivo esta solidaridad? “¿Pueden beber el cáliz que voy a beber?” Mons. Romero: “Si Cristo es el representante de todo el pueblo en sus dolores, en su humillación, en sus miembros acribillados con clavos en una cruz, tenemos que descubrir el sufrimiento de nuestros pueblos. Es nuestro pueblo torturado, nuestro pueblo crucificado, escupido, humillado, al que representa Jesucristo nuestro Señor para darle a nuestra situación tan difícil un sentido de redención.” ¿Este pensamiento entra en mi vida? Conviértanse (a la cruz), y crean en la buena noticia.” Mc 1, 15. ¿Vivo esta conversión? Tres son los testigos de la cruz salvadora de Jesucristo sobre el mundo: el servicio, la obediencia y el Espíritu. ¿Cómo preciso mi servicio, mi obediencia y el Espíritu en mi vida?

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Estos tres testigos: el servicio, la obediencia y el Espíritu son signos del misterio pascual, o sea, signos de muerte y resurrección de la humanidad. ¿Veo esta resurrección en la vida del pueblo a quien sirvo?

Quinta Promesa Los bendeciré con la libertad y la felicidad.

La gran bendición. Esta bendición corresponde al proyecto de Dios quien promete a Abrahán una descendencia libre y feliz. “Yo haré de ti un gran pueblo, te bendeciré y haré famoso tu nombre, que será una bendición.” Gn 12, 2. Tan simple así, esta promesa propone la libertad y la felicidad a todas las naciones. “Por ti serán benditas todas las naciones de la tierra,” Gn 12, 3b. Todo ser humano busca la libertad y la felicidad, primero de su ser, de su casa y desde luego de su país; y estas cualidades forman parte del programa de espiritualidad del discipulado. Sin felicidad el ser humano se vuelve agrio e insoportable. Por eso, tengamos como objetivo de vida, ser felices para poder moldear la felicidad de los demás. La felicidad y el gozo son valores de sumo peso en la espiritualidad. Monseñor Cuskelly afirma: “Entramos verdaderamente en el Señor, o dejamos que el Señor entre en nuestras vidas, si el gozo entra en nuestros corazones.”20 ¿Cuáles son los pasos para encontrar la felicidad? Primero resulta feliz la persona libre, no esclava de nada ni nadie. “Nunca ha tenido el ser humano un sentido tan agudo de su libertad, y entre tanto, surgen nuevas formas de esclavitud social y sicológica.” GS 4. Sin libertad somos simples esclavos. Muchas cosas pueden esclavizar al ser humano, como la bebida, la droga, los vicios y cuántas vilezas más. Aunque la esclavitud haya sido abolida hace casi tres siglos, la esclavitud moderna tiene muchas facetas. Pueblos enteros están esclavizados o crucificados en la miseria, una miseria provocada por el deseo de dominar a los pueblos, por el afán de lucro y por la avaricia de unos sistemas que miran el dinero como valor único, rebajando la persona a nivel de instrumento, cuando no es a nivel de estorbo. El género humano debe ser rescatado de toda pobreza. Son sintomáticas las últimas conferencias de los países ricos, G8, buscando erradicar la pobreza del planeta. Pero los sistemas políticos y financieros siguen esclavizando a sus víctimas por su avidez. Pueblos gozan dominando a otros pueblos. Observamos en el mundo el anti reino de Dios con sus políticas de opresión a los indefensos. ¡Dios libre a la humanidad de todas esas greñas!

20 Cuskelly, ídem p. 12.

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Para ser feliz de verdad, se requiere conquistar la libertad física y, sobre todo, la libertad espiritual. No es la libertad de hacer lo que dé la gana, ello es libertinaje, sino el ser libre de toda atadura, aun libre de sí mismo, libre de todo egoísmo hasta poder dar la vida por los demás. Es el camino que Jesús muestra en las bienaventuranzas, Mt 5, 3-12. Dichosos los pobres en espíritu21, con espíritu de superación, libres de todo apego y dispuestos a liberarse; ellos gozarán del reino de Dios. La palabra “dichosos”, en griego µακάριοι, (el amén hebreo) se puede interpretar o traducir por “ánimo, anímense” o “en marcha”22. Anímense los pobres en espíritu. Dichosos los sufridos, ánimo los sufridos, los que saben trabajar por el reinado de Dios aunque les cueste sacrificio. Dichosos los humildes, anímense los humildes, libres de toda soberbia y de toda prepotencia, pues, sin estorbo brindarán sus servicios al reino. Dichosos (ánimo) los que tienen hambre y sed de hacer la voluntad de Dios, porque su obediencia a Dios es liberadora. Dichosos (anímense) los misericordiosos, libres de venganzas y rencores porque pueden reconciliar a la humanidad. Dichosos (anímense) los limpios de corazón, libres de vicios y corrupciones, buscando el bien común. Dichosos (ánimo) los que construyen la paz, porque libres de racismos, de egoísmos y de intereses personales, se dedican a la justicia social. Dichosos (ánimo) los perseguidos por hacer la voluntad de Dios, porque, libres frente a sus propios intereses y a su propia vida, se entregan para edificar un mundo mejor. Muchas veces, los caminos que se nos proponen para la felicidad son contrarios a estas bienaventuranzas. La opinión más común sobre la felicidad subraya la riqueza que permite construir castillos y satisfacer todos los deseos, el hedonismo. Sin embargo, la felicidad no está en tener todas las cosas que se apetecen como la riqueza, el poder, el prestigio o los placeres, sino en ser libres de todo apetito desordenado. Jesús dice: “Yo les aseguro: es difícil que un rico entre en el reino de los cielos.” Mt 19, 23. Otros proponen el amor como única vía para alcanzar la felicidad, pero se trazan caminos equivocados, como el amor libre o el satisfacer los meros instintos que esclavizan. Por supuesto, se descartan estos caminos de falsa felicidad, sencillamente porque no son caminos perdurables. Entonces ¿dónde se encuentra la verdadera felicidad? La felicidad radica en el amor llevado como compromiso de vida a imagen de Jesús con su cruz a cuesta. Obrando por amor se conquista la libertad propia y ajena y, en consecuencia, la felicidad. El amor educa al ser humano a la libertad como se trepa un pico escarpado hasta alcanzar la cima de la felicidad. La libertad es un valor cumbre que se conquista con esfuerzo y perseverancia. Los que suben

21 Así interpreta la primera bienaventuranza de Mateo, Jon Sobrino. 22 Según un exegeta judío llamado Chouraqui.

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a las cimas de los picos más altos del mundo saben cuánto aliento y superación hacen falta para alcanzar la meta. La libertad se conquista amando, imitando al Corazón de Cristo, comprometido en el reinado de Dios. “Cuando amamos a alguien, sólo se lo podemos demostrar a través de nuestros actos; como cuando, por ejemplo, somos capaces, para beneficio de otro, de andar un kilómetro más o de dar un paso con él. El amor, no sólo, no libra de esfuerzos, sino que, estos esfuerzos son indispensables.”23Logran ser plenamente felices, los seres humanos liberados por un amor comprometido, solidario. Señalando la conquista de la plenitud espiritual, dice san Pablo: “Que Cristo habite por la fe en sus corazones; que vivan arraigados y fundamentados en el amor. Así podrán comprender, junto con todos los creyentes, cuál es la anchura, la longitud, la altura y la profundidad del amor de Cristo, un amor que supera todo conocimiento; de esa manera les desbordará la plenitud misma de Dios.” Ef 3, 17-19. El corazón humano puede experimentar la magnitud del amor divino. La Virgen María resplandece como modelo. Ella reconoció cuán efusivo resultó el amor de Dios en su vida: “El Poderoso hizo obras grandes por mí”. Los esposos que se comprometen en la vida matrimonial, o los consagrados, son el ejemplo maravilloso del amor divino por la humanidad. Luchan toda la vida por la felicidad de su pareja o de su comunidad o la simple comunidad humana, hasta hacerla libre de verdad. Resulta primordial esa lucha de liberación de la pareja contra todo afecto desordenado, contra todo egoísmo, contra toda violencia, para entregarse en solidaridad al bien común y a la evolución espiritual de la familia. La libertad es también el proyecto de vida de los padres educando a los hijos. Ver a sus hijos capaces de enfrentar la vida con alegría y libertad es el mayor consuelo de los padres y de las madres. Éstos y éstas suelen entregarse con toda energía para que los hijos tengan éxito en la vida y puedan ser, a su vez, formadores de sus hijos para la libertad. La tarea pastoral del pueblo de Dios es semejante a la de esos padres que disciernen para sus hijos la fuente de la verdadera libertad, Amar de verdad a los hijos e hijas de la comunidad humana, es abrirles espacios de libertad material y espiritual. Por el apostolado de la caridad y de la esperanza se les descubre la felicidad que Dios les reserva, indicándoles el camino de la fe escondido o desconocido para muchos. En el ámbito social, la comunidad se compromete hasta ver a los hermanos y hermanas sin esclavitudes, libres frente a la vida. Decía Monseñor Romero: “Es necesario que el hombre que vive bajo el signo de tantas opresiones y esclavitudes, el miedo que esclaviza los corazones, la enfermedad que oprime los

23 Scott Peck, La nueva Psicología del amor, Emecé Editores España, 1997, p.83

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cuerpos, la tristeza, la preocupación y el terror que oprime nuestra libertad y nuestra vida, rompa todas esas cadenas. Por ahí hay que empezar.”24 El hacer libre y feliz a toda la comunidad humana es la meta específica de la Comunidad Eclesial de Base, en la cual los cristianos buscan crecer en concordia, solidaridad y paz. La propia libertad interior es también meta del creyente que toma por modelo a Cristo, frente a la incomprensión, frente a cualquiera acusación y frente a la misma muerte. “Dichosos serán (ánimo) ustedes cuando les injurien y les persigan y digan contra ustedes toda clase de calumnias por causa mía. Alégrense y regocíjense, porque será grande su recompensa en los cielos.” Mt 5, 11-12. Así transparenta el ideal de los cristianos, pues, bien se sabe que la conquista de la felicidad no reserva solamente momentos de alegría y gozo, sino también momentos de lucha intensa contra el mal que esclaviza al ser humano. Este camino, el que Jesús describe en las bienaventuranzas (Mt 5, 3-10), es nuestro desafío y nuestra felicidad aseverada. Consiste en llegar, más allá de la situación gravosa a la liberación que culmina en la alegría de la victoria espiritual. Como decía el Papa Benedicto XVI en la encíclica Spe Salvi: “Lo que cura al hombre no es esquivar el sufrimiento y huir ante el dolor, sino la capacidad de aceptar la tribulación, madurar en ella y encontrar en ella un sentido mediante la unión con Cristo, que ha sufrido con amor infinito.”25

Reflexión personal sobre la libertad y la felicidad.

“Por ti serán benditas todas las naciones de la tierra,” Gn 12, 3b. Esta promesa hecha a Abrahán se prolonga a través de mi entrega. ¿Cómo veo la libertad y la felicidad de mi descendencia, de mi pueblo? Monseñor Cuskelly afirma: “Entramos verdaderamente en el Señor, o dejamos que el Señor entre en nuestras vidas, si el gozo entra en nuestros corazones.” ¿Cómo vivo esta dinámica?

24 Monseñor Romero, Homilía del 9 de septiembre de 1977. 25 Spe Salvi #37

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Para ser feliz de verdad, se requiere conquistar la libertad física y espiritual. Es el camino que Jesús propone en las bienaventuranzas. Mirando cada bienaventuranza ¿cómo descubro allí la libertad? Dichosos los pobres en espíritu, con espíritu de superación, libres de todo apego y dispuestos a liberarse; ustedes gozarán del reino de Dios. La palabra “dichosos”, en griego µακάριοι, se puede interpretar o traducir por “ánimo ustedes” o “en marcha”. Ánimo los pobres en espíritu. Dichosos los sufridos, ánimo los sufridos, los que saben trabajar por el reinado de Dios aunque les cueste sacrificio. Dichosos los humildes, ánimo los humildes, libres de toda soberbia y de toda prepotencia, pues, sin estorbo brindarán sus servicios al reino. Dichosos (ánimo) los que tienen hambre y sed de hacer la voluntad de Dios, porque su obediencia a Dios es liberadora. Dichosos (ánimo) los misericordiosos, libres de venganzas y rencores porque pueden reconciliar a la humanidad. Dichosos (ánimo) los limpios de corazón porque, libres de vicios y corrupciones, buscan el bien común. Dichosos (ánimo) los que construyen la paz, porque libres de racismos, de egoísmos y de intereses personales, se dedican a la justicia social. Dichosos (ánimo) los perseguidos por hacer la voluntad de Dios, porque, libres frente a sus propios intereses y a su propia vida, se entregan para edificar un mundo mejor. ¿Dónde se encuentra mi verdadera felicidad? ¿En el tener o en el ser? ¿En qué circunstancia se encuentro feliz de verdad? La libertad y la felicidad se conquistan amando, imitando al Corazón de Cristo, comprometido en el reinado de Dios. ¿Llevo mi compromiso con el mismo amor de Cristo?

Sexta Promesa: Les abriré la fuente inagotable de la misericordia.

Lo reconocemos humildemente, junto al Publicano del Evangelio (Lc 18, 9-14):Somos pecadores. Quien no tenga pecado, que tire la primera piedra. Cristo sigue escribiendo en la arena, su misericordia. Reconociendo nuestro pecado, y pidiendo perdón por las ofensas, nos purificamos de los hábitos malos. Se nos sugiere rezar en cada misa: “Señor, ten piedad y misericordia de nosotros.” El primer rito de la misa, luego del saludo del sacerdote que preside, es un rito de purificación de los pecados. Somos de verdad pecadores, pero al mismo tiempo, “pecadores perdonados” gracias a la gran misericordia de Dios. Al finalizar cada Eucaristía el fiel sale de la asamblea justificado como el Publicano elogiado por Jesús: “Les digo que éste bajó a su casa reconciliado con Dios.” Lc 18, 14. La Biblia canta la misericordia divina. Toda la historia de salvación describe la actuación misericordiosa del Señor que, con su mano poderosa y su brazo extendido, sacó a su pueblo de la esclavitud, y luego, lo fue educando a la libertad

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del desierto para entregarle al final la tierra prometida. El desierto es la dinámica liberadora de Dios. Los salmos cantan esta acción liberadora del Señor: “Ellos se contaminaron por sus obras y se prostituyeron imitando las acciones de los paganos. Por eso, el Señor los entregó en manos de sus adversarios que los oprimieron y los doblegaron bajo su poder. Entonces, Dios miró su angustia y oyó sus gritos; recordó su alianza con ellos y se arrepintió por su gran amor.” Sal 106, 39.41.44.45. El salmo 103 alaba la misericordia de Dios: “Bendice, alma mía, al Señor, él perdona todas tus culpas y te colma de amor y de ternura. El Señor es clemente y compasivo, paciente y lleno de amor; no nos trata como merecen nuestros pecados, ni nos paga de acuerdo con nuestras culpas. Bendice al Señor, alma mía.” Sal 103, 2.8.10. La oración de los salmos educa al discipulado a tener un corazón compasivo semejante al de su Padre Dios. La misericordia y el perdón conforman la práctica constante de Jesús en su ministerio. Los pecadores y los publicanos acudían a él para escucharlo y él comía con ellos. “Al verlo los fariseos preguntaban a sus discípulos. ¿Por qué su maestro come con los pecadores? Lo oyó Jesús y contestó: No necesitan médico los sanos sino los enfermos. Entiendan bien qué significa: misericordia quiero y no sacrificios; porque yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores.” Mt 9, 11-12. Estas palabras las había pronunciado el profeta Oseas invitando a Efraín y a Judá a una conversión sincera y no aparatosa con gestos vacíos, diciéndoles: “Quiero amor y no sacrificio, y prefiero el conocimiento de Dios más que los holocaustos.” Os 6, 6. “Jesús se presentó a imagen de quien acepta a toda persona tal como es, y la capacita para salir de sus esclavitudes y límites, concediéndole, a través de una valoración que alivia cargas y procura descanso, la fuerza y el valor para vivir y trabajar por un mundo nuevo.”26 En su misericordia, el Señor promete la reconciliación de los pecadores dentro de la gran familia que compartimos con él. Los sacramentos son los canales de esta fuente inagotable de misericordia que brota del Corazón de Dios. Uno por uno, desde el Bautismo hasta el Viático llevado al moribundo, los sacramentos forjan la reconciliación de la humanidad en sí misma y con su Dios. El sacramento de la Reconciliación merece una mención especial. Se dice que el amor se revela por completo en el perdón, pues, perdona aquel que ama sin reservas. Jesús lo vivió heroicamente en la cruz: “Padre, perdónales, no saben lo que hacen.” Lc 23, 34. Este sacramento está acreditado en la parábola del Padre misericordioso quien les da a los dos hijos sus libertades. (Lc 15, 11-32). Los gestos del padre de la parábola revelan su espíritu de reconciliación.

26 Joaquín Herrera MSC, La Iniciativa de Dios y la respuesta del Hombre, Narcea, S. A. de Ediciones, 1994, p. 109.

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El padre, todas las tardes, salía al camino a ver si volvía el hijo menor. El hijo mayor, que se había quedado en casa, interpretaba mal estos gestos de su padre. El día que el hijo menor volvió por el camino, él mismo hijo mayor vio a su padre corriendo como un loco al encuentro de un sinvergüenza que le había dilapidado sus bienes y posiblemente, como lo sospechaba, él volvía a pedir más. ¿Cómo era posible tanta locura de su padre? Este padre actuaba así porque amaba entrañablemente a su hijo. Recuperando a su hijo, el padre le dio el beso del perdón; además, le devolvió su dignidad de hijo con los derechos familiares que había perdido al renunciar voluntariamente a esos derechos para ser libre con una libertad mal entendida. El padre le buscó un vestido nuevo, junto con el anillo de familia en el dedo y las sandalias en los pies. No quería la vuelta de un esclavo en su casa sino la de un hijo. Un hijo con vida de resucitado. “Este hijo había muerto y ha resucitado” dice el padre. La misma resurrección nos brinda nuestro Padre Dios a los que le confiamos nuestro arrepentimiento. Todos esos regalos, vestido, anillo, sandalias, simbolizan la dignidad del hijo legitimado con la integridad de sus derechos familiares. Y, dándole casi razón al hijo mayor que lo tildaba de loco, el padre consideró que no había hecho suficiente, y le celebró al hijo menor un banquete con invitados y músicos. El hijo mayor no estaba dispuesto a la reconciliación con su hermano. Él veía en su padre una consideración exagerada por un abusador de los bienes familiares. El hermano mayor estaba muy interesado en sus propios asuntos y rechazaba compartir de nuevo con un hermano que había malgastado los bienes de su padre que eran, en cierto modo, sus bienes. La condición final del hijo mayor resulta peor que la del pródigo. Él muestra egoísmo y se cree con todo el derecho de la familia. Tal vez, lo tenía según la ley. No le tocaba compartir con uno que había renunciado a sus derechos familiares. En definitiva, no entendía nada de la reconciliación que celebraba el padre con ese otro hijo. Dicho de paso, ésta es la historia de la humanidad en la mayoría de las guerras civiles o de los pleitos familiares. Ojalá el hijo mayor se haya arrepentido, un día, al pensaren el amor del padre que no olvidaba a nadie, y tampoco lo rechazaba a él mismo por esta actitud irreverente. ¿No se presenta, acaso, la Reconciliación como el sacramento de la convivencia armoniosa entre seres hermanos? Decía Jesús: “Amen a sus enemigos y oren por quienes los persiguen.” Mt 5, 44. Jesús sabía que el perdón, junto con el amor a los enemigos, es el precio a pagar por la reconciliación universal. Los pueblos del mundo son réplicas de estos dos hijos de la parábola que se desprecian y rechazan la integración en la misma casa paterna. El mayor le negaba al menor sus derechos de hijo y de hermano. De allí a declararse la guerra, hay un paso, pues todo sonaba a abuso o desprecio tanto del uno como del otro. Vemos aquí retratadas las recientes guerras en territorios árabes: Afganistán, Irak, Palestina y otros.

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Vemos con esperanza el diálogo, a iniciativa del Vaticano, entre católicos, musulmanes y judíos, para promover la reconciliación. En una ocasión Jesús aconsejó al que iba a presentar su ofrenda en el altar: “Si te acuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí delante del altar y ve primero a reconciliarte, hacer la paz, con tu hermano. Entonces podrás volver al altar y presentar tu ofrenda.” Mt 5, 23-24. La adoración divina y el amor fraterno andan de mano. Si el Padre eterno nos tiene tanta misericordia a nosotros que somos reflejos de su imagen, sucede que vivir la misericordia ha de ser la virtud de los que lo adoran. San Pablo exhorta a los colosenses a vivir la misericordia: “Como elegidos de Dios, pueblo suyo y amado por él, revístanse de sentimientos de compasión, de bondad, de humildad, de mansedumbre y de paciencia. Sopórtense mutuamente y perdónense cuando alguno tenga motivo de queja contra otro. Del mismo modo que el Señor nos perdona, perdónense también ustedes. Y por encima de todo, revístanse del amor que es el vínculo de la perfección.” Col 3, 12-14. La reconciliación va más allá de la simple tolerancia, supone la convivencia en un ambiente de paz y felicidad por estar juntos. La reconciliación incluye el gesto de acogida al hermano o a la hermana de un mismo planeta. La globalización nos está acercando unos a otros tumbando paredes y fronteras. Sepamos ser hermanos dentro del género humano universal. Los conflictos raciales o religiosos no se resuelven por la tolerancia sin más, son heridas de la humanidad que sólo el amor a los enemigos, la misericordia y la reconciliación sanan. Como el samaritano, que descubre al judío herido al borde del camino, lo recoge en su cabalgadura después de vendarle las heridas y lo lleva a la posada, así todo hombre está llamado a recoger a su enemigo herido o despreciado por su pobre condición. Este hombre descubre en el herido, una sangre que se le aparenta. Jesús termina la parábola diciendo: “Haz tú lo mismo.” (Lc 10, 30-37) La conversión no consiste en decir de palabra, “Amo a Dios con todo el corazón y al prójimo como a mí mismo,” sino en ser misericordioso y en reparar el daño hecho al prójimo por la violencia. “Si su justicia no sobrepasa la de los fariseos y escribas, no heredarán el reino de los cielos.” Mt 5, 20. La reconciliación que inserta el amor a los enemigos en su proceder es el único remedio a los males de nuestros tiempos. La violencia, que estalla en toda parte del planeta, nunca conciliará los conflictos. La matanza despierta la venganza, y la venganza engendra nuevos crímenes. Desde la cruz, Jesús grita: “Miren lo que produce la violencia: crucifixión y muerte.” La convivencia humana o la reconciliación universal serán realidad cuando el amor a los enemigos y la misericordia reemplacen las masacres, la indiferencia hacia los más pobres, los intereses o la codicia en el corazón de cada individuo de la sociedad.

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La parábola del empleado perdonado por su patrón de una deuda importante y que no quiere, a su vez, perdonar a un compañero que le debe algo insignificante, es la réplica de lo que está viviendo nuestra sociedad. (Mt 18, 21-35) El que experimenta la misericordia del Señor no puede andar calculando el perdón que puede brindar a su hermano o a su enemigo. Gracias al sacramento de la Reconciliación, el pecador perdonado puede crear mejores condiciones de convivencia en la que las comunidades humanas logren vivir la fraternidad, la solidaridad. Por la reconciliación se configura la vida nueva que Cristo inaugura en la cruz y en la resurrección.

Reflexión personal sobre la misericordia de Dios.

Somos de verdad pecadores, pero al mismo tiempo, “pecadores perdonados” gracias a la gran misericordia de Dios. ¿Vivo mi vida siempre perdonado y purificado de mis pecados? Entonces, Dios miró su angustia y oyó sus gritos; recordó su alianza con ellos y se arrepintió por su gran amor.” Sal 106, 39.41.44.45. Mi angustia y mis gritos los oye el Señor; ¿vivo confiado en su gran misericordia? La misericordia y el perdón conforman la práctica constante de Jesús en su ministerio. Los pecadores y los publicanos acudían a él para escucharlo y él comía con ellos. ¿El Señor come con gusto conmigo, pobre pecador? Entiendan bien qué significa: misericordia quiero y no sacrificios; porque yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores.” Mt 9, 11-12. ¿Qué significa esta palabra de Jesús para mi trato con los demás? Jesús se presentó como quien acepta a toda persona tal como es, y la capacita para salir de sus esclavitudes y límites. ¿Cuáles son mis esclavitudes y límites? Tengo que descubrir cómo Jesús me capacita y me valoriza, dándome valor para trabajar por un mundo nuevo.. Se dice que el amor se revela por completo en el perdón, pues, perdona aquel que ama sin reservas. ¿Cuántas veces he perdonado como el Señor me perdona? Los sacramentos son los canales de esta fuente inagotable de misericordia que brota del Corazón de Dios. ¿He descubierto en cada sacramento la misericordia de Dios? ¿Dónde me sitúo yo en la reconciliación, tanto la que recibo como la que comparto? Como elegidos de Dios, pueblo suyo y amado por él, revístanse de sentimientos de compasión, de bondad, de humildad, de mansedumbre y de paciencia.

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La reconciliación va más allá de la simple tolerancia, supone la convivencia en un ambiente de paz y felicidad por estar juntos.

Séptima Promesa: Los fervorosos gozarán el Reino de Dios.

Los esforzados heredarán el Reino (Lc 16,16: Mt 11,12) Esta promesa a los fervorosos coincide con la promesa del reino de Dios en los evangelios sinópticos, reino tan esperado por el antiguo pueblo de Dios, un reino donde Dios gobernaría soberano. Este mismo reino proclamado por Jesús, desde el principio de su vida pública, se revela alegre noticia para los pobres. Como pobres, o sea, pobres con el corazón abierto a la acción de Dios, somos llamados a ser testigos de este reino. En ello radica el fervor de la persona unida en comunión al Corazón de Jesús. Se confiesa testigo el que se entrega con todo el corazón a promover el reino de Dios. Y ahora, en el nuevo pueblo universal, el reino de Dios exige misioneros comprometidos en la edificación de un mundo mejor donde reine la justicia y el derecho. “Después del arresto de Juan, Jesús se fue a Galilea, proclamando la alegre noticia del reino. Decía: “El plazo se ha cumplido. El reino de Dios está llegando. Conviértanse y crean en el evangelio.” Mc 1, 14. Los tibios, que el ángel del Apocalipsis vomita de su boca, son los que no hacen nada, ni levantan un dedo a favor del reino de Dios soberano. No se han convertido al reino. Andan despreocupados frente a las situaciones sociales de miseria y de exclusión que caracterizan el anti reino preconizado por el diablo y sus secuaces. Los secuaces abundan entre tibios, corruptos y delincuentes. El anti reino es tan fuerte que veinte siglos de cristianismo no han podido dar al traste con él. Guerras de toda especie han surgido; a menudo las guerras han provocado holocaustos, desastres y miseria espantosa. Por la ambición de unos despiadados, se ha generado una humanidad crucificada, excluida de una vida digna. El reino de Dios y su justicia es la utopía de los fervorosos o testigos que luchan por un reinado de amor que se edifica únicamente en la justicia, la libertad y la paz. Los judíos del tiempo de Jesús esperaban un Mesías, un rey descendiente de David que restableciera Israel como nación independiente y poderosa. Incluso, esperaban instaurar un imperio sobre las demás naciones a modo del imperio romano. Hasta ese momento ellos andaban sumisos al imperio romano pagando los impuestos al emperador. Les parecía legítimo, por ser pueblo escogido, esperar de Dios el apoyo para imponer su poder político sobre las naciones. Eran las ideas comunes que Jesús oía muchas veces. Los doctores de la ley se las enseñaban así, y todos los que adoraban al Dios de Abrahán recordaban que ellos, con su dominación universal, aportarían la bendición a las naciones. Jesús estuvo tentado de responder a las esperanzas del pueblo de ese modo espectacular como lo comprueba la escena de las tentaciones en el desierto. Todas estas ideas le pasaron por la mente. Tal vez el mejor método de

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evangelización suponía establecer un reino de riquezas a través de obras maravillosas aplaudidas por todos, tal como el cambiar las piedras en pan. Antes que nada, el pueblo necesita comer. Con pan y juegos se resuelven los problemas del pueblo, según un adagio romano. Hoy se dice: Todo se resuelve con dinero. Pero, por inspiración del Espíritu, Jesús le contestó al diablo: “No sólo de pan vive el hombre.” Lc 4, 4. El mundo tiene que liberarse de la esclavitud de andar tras las riquezas como ídolo. Entonces, el diablo le recomendó presentarse al frente del pueblo como un rey poderoso, apto a reunir un ejército sólido y emprender la conquista del mundo. Así él podría levantar un reino universal totalmente sumiso a su voluntad divina. Jesús lo rechazó como método violento sin valor de liberación porque se recae en otra sumisión. Esto supone adorar a Satanás, o sea, legitimar sus tácticas de guerras y dominación. Contestó Jesús: “Adorarás al Señor tu Dios, y sólo a él darás culto.” Lc 4, 8. Más tarde, el diablo lo llevó a Jerusalén en la parte más alta del templo y le recomendó tirarse desde allí. “Dios dará órdenes a sus ángeles para que lo protejan.” Lc 4, 10. Obrando maravillas conquistaría el mundo a su reino. Así, Jesús bajaría del cielo de mismo modo que Elías había subido al cielo en un carro de fuego. Así se esperaba la venida del Mesías. Jesús, figura popular, pronto sería proclamado rey, hijo de David. Pero, en este juego de ángeles, Jesús veía un mesianismo prestigioso y triunfante que no respetaría la dignidad y la iniciativa de los testigos del reino. Un reino sin testigos, sin discipulado misionero es un reino muerto. Le contestó al diablo con una frase del Deuteronomio: “No tentarás al Señor tu Dios.” Lc 4, 12. En suma, Jesús en su retiro de cuarenta días en el desierto hizo una opción por un reino sin poderío temporal o militar, sin buscar las riquezas de las naciones y sin utilizar el prestigio religioso. Jesús optó por un reino más interior donde se respetase la libertad humana. Además de interior, el reino se caracteriza por la solidaridad humana: un reino que abre a cada individuo el acceso a las primeras necesidades. El reino se establece en el corazón del pueblo y lo llena con la promesa de grandes favores. Los Obispos en Aparecida lo definen como reino de vida y al servicio de la vida.27 “Jesús, el Buen Pastor, quiere comunicarnos su vida y ponerse al servicio de la vida.”28 Ese reino se proyecta en el futuro como ideal, pero se edifica, desde ahora, en la comunidad de los creyentes. Éstos están llamados a trabajar como testigos para que el reino de Dios se vuelva una realidad universal. Las bienaventuranzas definen los valores del reino. Jesús se lamenta por los que escogen como ideal de vida, la riqueza, el egoísmo, la indiferencia, frente a las situaciones sociales de miseria y exclusión. “¡Ay de ustedes los ricos, porque ya

27 DA # 353 y 358. 28 DA #353.

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han recibido su consuelo! ¡Ay de los saciados, porque tendrán hambre! ¡Ay de los que ahora ríen, (burlándose del reino) porque llorarán!” Lc 6, 24-26. Al empezar su predicación en Nazaret, Jesús quiso recordar la profecía de Isaías: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar la buena noticia a los pobres, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos, a dar la vista a los ciegos, a libertar a los oprimidos y a proclamar un año de gracia del Señor.” Lc 4, 18-19. Todo lo que se opone a la justicia, a la dignidad humana y a la paz queda excluido del reino de Dios. En su reino, Dios no soporta la maldad; más aún, no soporta la tibieza o la despreocupación por las situaciones humanas de exclusión del banquete de la vida. Comenta el teólogo Jon Sobrino: “Sobre ese reinado de Dios esperado por Israel hay que insistir en que la acción de Dios versa sobre la transformación de toda la sociedad. Con el reino de Dios se designa formalmente la utopía para todo un pueblo. Dicho en símbolos dicentes, que el conflicto se torne en reconciliación, y así el lobo y el cordero puedan comer juntos (Is 11, 6), que la guerra se torne en paz, y así las espadas se conviertan en azadones (Is 2, 4), que la injusticia se torne en justicia y la vida sea posible, y así coman del fruto de su trabajo los que trabajan en el campo, y habiten casas los que las construyen (Is 65, 21), que se supere el distanciamiento religioso y la exterioridad con respecto de Dios, y así Dios sea quien hable primero e inscriba su ley en los corazones (Jer 31, 33). En síntesis que, en contra de la realidad actual, aparezcan “los nuevos cielos y la tierra nueva” (Is 65, 17). Al reino de Dios se le corresponde, entonces, no sólo con esperanza, sino con una esperanza popular, de todo un pueblo y para todo un pueblo.”29 Cuando se tenga el juicio final y que el Mesías reúna las naciones en el reino definitivo, él dirá a los de un lado: “Vengan, benditos de mi Padre, tomen posesión del reino preparado para ustedes desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me dieron de comer; tuve sed y me dieron de beber; era un forastero y me hospedaron; estaba desnudo y me vistieron, enfermo y me visitaron, en la cárcel y fueron a verme.” Mt 35, 34-36. El reino gobernado por el Señor se caracteriza por la libertad, la solidaridad, la justicia, el amor y la paz. El reino de Dios se compara a “la más pequeña de las semillas, pero cuando crece es mayor que las hortalizas y se hace como un árbol, hasta el punto que los pájaros del cielo pueden anidar en sus ramas.” Mt 13, 32. Surge, entre los ciudadanos del reino, una fuerza de transformación espiritual y temporal que alcanza a todos los necesitados. Éstos últimos, gracias a esta transformación, pueden anidar confiados en las ramas del árbol cultivado. Es el sueño de Dios y de todos los que buscan el bien de la humanidad. El reino se sitúa en el corazón humano, no se impone a la fuerza, nace libremente en la voluntad del discipulado. Se parece también a “la levadura que una mujer toma y mete en tres medidas de harina hasta que fermenta toda la pasta.” Mt 13, 33. El reino crece con el tiempo y

29 Jon Sobrino, ídem, p.101.

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cuando se expande en la comunidad, produce frutos del Espíritu: amor, solidaridad, gozo y paz. Cuando el creyente descubre en su corazón o cuando la comunidad cristiana localiza en su comunión la fuerza transformadora del reino, se la percibe como la perla más fina o el tesoro de la vida. “Lleno de alegría, va y vende todo lo que tiene y compra aquella perla o aquel campo.” Mt 13, 44-45. Una vez aceptado, el reino del amor solidario requiere toda la energía del testigo convertido a la nueva realidad. Jesús les advierte: “La ley y los profetas llegan hasta Juan; desde entonces se anuncia la alegre noticia del reino de Dios y todos deben esforzarse para entrar en él,” Lc 16,16, pues el reino de Dios tiene muchos enemigos. Todas las fuerzas del mal se juntan y se oponen a su realización. Jesús recomienda la sagacidad del testigo frente a las fuerzas enemigas, como el administrador sagaz de la parábola. (Lc 16, 1-8). Entre las fuerzas adversas se destacan las opresiones políticas, las desigualdades sociales, las corrupciones que burlan a la humanidad pobre. Estas fuerzas enemigas provocan los golpes que recibe el corazón de Dios, o asimismo, figuran la lanzada clavada en el costado de Cristo crucificado. Resulta imperiosa la solidaridad humana frente al anti reino que transparenta en el mundo. El remedio contra el mal universal radica en el amor a los enemigos, en el reino regido por el Espíritu Santo de Dios. En respuesta al llamado, la comunidad del reino, (ustedes son la comunidad del reino), uniéndose al sacrificio redentor de Cristo, lucha por la salvación del mundo. Es imprescindible, todavía, la misión de ir al mundo entero para anunciar el reino de Dios. Los que lo acogen, de verdad, se salvan y salvan a los suyos. Los Obispos en Aparecida comentan: “Conscientes y agradecidos porque el Padre amó tanto al mundo que envió a su Hijo para salvarlo, Jn 3, 16, queremos ser continuadores de su misión, ya que ésta es la razón de ser de la Iglesia y que define su identidad más profunda.”30 Somos misioneros. Recuerdo cuando nos fuimos a África hace algunos años, el grupo de los tres misioneros enviados desde la República Dominicana. Antes del viaje, un familiar de mi pueblo, que había dejado de practicar la fe desde algún tiempo, me amonestó: “¿Por qué irte a África a decir misas a unas gentes que más necesitan comida que la hostia? Déjalos a sus creencias. Ellos vivían felices antes que ustedes fueran.” Le contesté: “Justamente, pueden vivir más felices. Por eso voy a donde ellos.” Al llegar a Tambaga, los ancianos de varios pueblos de la región empezaron a pedir que se les visitara. Por otro lado, los jóvenes no veían en el culto a los fetiches la salvación esperada. Antes que se volvieran ateos por completo, era urgente que conocieran el camino de Jesús. Éste, sí, les hablaba al corazón.

30 DA #373.

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Del costado herido de Cristo nace la solidaridad universal, sobre todo, con los más necesitados. Según los Padres de la Iglesia, allí, del costado abierto por la lanza del soldado, nace la Iglesia comprometida por el reino de vida, en el amor, la justicia y la paz. El texto bíblico de la muerte en cruz revela el hondo compromiso solidario de Cristo con la humanidad sufrida. Su oración fue la del sufriente que se piensa abandonado de Dios (salmo 22): “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? Mc 15, 34. Se solidarizó, experimentando en su cuerpo, soportando la violencia que sufre el pueblo crucificado. “Los soldados rompieron las piernas a los dos ladrones que habían sido crucificados con Jesús. Cuando se acercaron a Jesús se dieron cuenta que ya había muerto; por eso no le rompieron las piernas, pero uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza y enseguida, brotó del costado, sangre y agua.” Jn 19, 32-34. El agua y la sangre se aplican también a toda la vida sacramental que nutre a los creyentes. Seducidos por la vida de los sacramentos, los bautizados toman en serio su compromiso evangélico y alcanzan la promesa de Jesús sobre la justicia del reino que les pertenece. Jesús promete la justicia por la fuerza salvadora del reino a cuantos se comprometen en la liberación de su comunidad humana. El Padre Manuel Soler escribe: “La mirada al Corazón abierto de Cristo puede ser una llamada a la esperanza, para que, en las relaciones internacionales, haya un poco de corazón humano que se traduzca en ventanas para la esperanza en cuestiones tan graves como la deuda externa, o tan macabras como el comercio de armas, o tan sutiles como el lograr que los campos de guerra siempre coincidan con el llamado Tercer Mundo.”31

Reflexión Personal sobre los fervorosos del Reino de Dios. Se confiesa testigo el que se entrega a promover el reino de Dios. En qué soy yo testigo del reino de Dios frente a las demás criaturas? “El plazo se ha cumplido. El reino de Dios está llegando. Conviértanse y crean en el evangelio.” Mc 1, 14. ¿Acaso puedo verificar mi conversión a la alegre noticia del reino? El reino de Dios y su justicia es la utopía de los fervorosos o testigos que luchan por un reinado de amor que se edifica únicamente en la justicia y la paz. ¿Cuáles son mis esfuerzos por un mundo de justicia y de paz? El mundo tiene que liberarse de la esclavitud de andar tras las riquezas como ídolo. ¿Tengo yo esta tentación como Jesús la tuvo?

31 Manuel Soler MSSCC, Mirando al que traspasaron, Ediciones MSC, 1990, Santo Domingo, RD, p.139.

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Jesús rechazó dominar al mundo como rey poderoso como método violento sin valor de liberación porque se recae en otra sumisión. ¿Tengo yo esta tentación de querer dominarlo todo? Obrando maravillas desde el poder religioso del templo Jesús conquistaría el mundo a su reino. Otra tentación que Jesús rechaza como tentación al mismo Dios. ¿Tengo yo esta tentación del prestigio para traer el mundo a la fe? “Jesús, el Buen Pastor, quiere comunicarnos su vida y ponerse al servicio de la vida.” Esta cita de Aparecido es todo un programa de vida. ¿Cómo soy yo testigo del reino comunicando la vida de Dios y al servicio de la vida humana. Comenta el teólogo Jon Sobrino: “Sobre ese reinado de Dios esperado por Israel y el mundo hay que insistir en que la acción de Dios versa sobre la transformación de toda la sociedad. ¿A quienes excluyo de mis esfuerzos por el reinado de Dios? El reino gobernado por el Señor se caracteriza por la solidaridad, el amor y la paz. ¿Cuál es mi solidaridad, mi amor y la paz que comparto? Surge, entre los ciudadanos del reino, una fuerza de transformación espiritual y temporal que alcanza a todos los necesitados. Las parábolas del reino iluminan esta transformación. ¿Participo yo en ella?

Octava Promesa Les daré vida en abundancia.

Esta promesa alude a la vida divina - la vida de gracia como subraya el catecismo32 - que engendra la santidad en los fieles testigos del reino. La santidad se mide por la entrega del discipulado al servicio del reino como vimos anteriormente, y por la oración al internarse en la intimidad de la vida trinitaria, como el pez nadando en el océano infinito del amor de Dios. Con tal de no ahogarse en un “intimismo”, sino de tener la mirada puesta en las necesidades del mundo ansioso de justicia, de paz y de fraternidad, se trabaja, como lo repite Benedicto XVI, retomando la expresión Juan Pablo II, a elaborar la nueva civilización del amor.

32 Catecismo de la Iglesia Católica, p. 336.

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Los Obispos en Aparecida afirman: “De los que viven en Cristo se espera un testimonio muy creíble de santidad y compromiso. Deseando y procurando esa santidad no vivimos menos, sino mejor, porque cuando Dios pide más es porque está ofreciendo mucho más: ¡No tengan miedo de Cristo! Él no quitanada y lo da todo.”33 El Corazón de Jesús es fuente de vida como el manantial de agua que riega el Espíritu. Se sabe que, en la cultura del Primer Testamento, el corazón representa el órgano de la vida y se identifica como fuerza vital del cuerpo y del alma. El salmista, aludiendo a su malestar, se queja de que pierde su fuerza vital: “Mi corazón dentro de mí está yerto, se me acaban las fuerzas y hasta la luz de los ojos me falta.” Sal 38, 11. Dios reaviva el corazón del que acude a su amparo. “¡No me abandones, Señor, Dios mío, no te alejes de mi!” Sal 38, 22. San Pablo proclama a Cristo como autor de la verdadera vida: “Pablo, apóstol de Jesucristo, para anunciar la promesa de la vida que nos ha hecho Jesucristo.” 1ª Tim 1, 1. En otra carta, Pablo explica a los Gálatas como se logra la vida en Cristo: “Estoy crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí.” Gal 2, 20a. Cristo lo santifica en su vida humana, pues Pablo entra en relación con él y participa de su misma vida. “Ahora en mi vida mortal, vivo creyendo en el Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí.” Gal 2, 20b. Cristo comunica su vida de santidad al anonadarse en el corazón del creyente y entrar en comunión con los que creen en él. “Tanto si sigo viviendo como si muero, Cristo manifestará en mi cuerpo su gloria. Porque, para mí, la vida es Cristo y la muerte una ganancia.” Flp 1, 20-21. Cristo, al morar en nosotros, nos guía a la intimidad de la Trinidad en su vida de amor infinito. El evangelista san Juan revela la fuente de la vida: “Ésta es la promesa que él nos ha hecho: la vida eterna. El Espíritu que recibieron de él permanece en ustedes; así pues, permanezcan en él, conforme a lo que les enseñó.” 1ª Jn 2, 25. 27. La vida de fe, esperanza y caridad en Cristo establece la base o el trampolín de la perfección, o de la santidad de vida en Dios, gracias al Espíritu que él nos comunica. “Ahora bien, el testimonio consiste en que Dios nos ha dado vida eterna, la vida que está en su Hijo. Quien tiene al Hijo, tiene la vida; quien no tiene al Hijo de Dios, no tiene la vida.” 1ª Jn 5, 11-12. En el evangelio, Jesús se presenta a Marta como la vida, el autor de la vida: “Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá, y todo el que esté vivo y crea en mí, jamás morirá.” Jn 11, 25-26. Dicho esto, Jesús hizo salir a Lázaro con vida de la tumba donde llevaba muerto cuatro días. En Cristo la vida es más fuerte que la muerte, aunque ésta parezca triunfar sobre la vida de cuerpo. Dice Eloi Leclerc: “En Jesús, la vida está íntimamente ligada a su ser. Ella irradia de su persona a tal punto que se recibe solamente si se acoge a Jesús en un acto de fe sin reserva. Frente a este don, sólo se exige una cosa: la fe en su persona como enviado por el Padre. Creer en él es acoger el don de Dios como

33 DA #352.

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prometido a la samaritana, sacando agua del pozo de Jacob;34creer o relacionarse con él es recibir la vida de Dios. La vida como la vida de familia consiste en la relación entre los miembros de la familia. Si se trata de la familia de Dios consiste de mismo modo en la relación entre todos los hijos de Dios, unos con otros, y con el Señor, Padre, Hijo y Espíritu Santo. El Apocalipsis concluye con entusiasmo: “Si alguno tiene sed, venga y beba de balde, si quiere, del agua que da vida.” Ap. 22,17. Quien cree en él, nace para la vida eterna. “Tal es la voluntad del Padre que quien ve al Hijo y cree en él tenga la vida eterna.” Jn 6, 40.35 Usando la comparación de la vid y de su Padre como viñador, Jesús nos explica el misterio de su vida entregada, compartida con el creyente, Ella se comunica como la savia que corre por el corazón de la planta: “Yo soy la vid, ustedes las ramas. El que permanece unido a mí, como yo estoy unido a él, produce mucho fruto porque, sin mí, ustedes no pueden hacer nada. El que no permanece unido a mí, es arrojado fuera como las ramas que se secan y luego son amontonadas y arrojadas al fuego para ser quemadas.” Jn 15, 5-6. “Como el Padre me ama a mí, así los amo a ustedes. Permanezcan en mi amor. Les he dicho esto para que ustedes participen en mi alegría y su alegría sea completa.” Jn 15, 9-11. La comparación de la vid ilustra espléndidamente la vida que conduce a la unión intima con Dios en el Espíritu. La vida se alcanza, estando vinculado al Corazón de Cristo; así su vida corre en nosotros como la savia que da vida a la vid. Esa vida de Dios no es independiente de la simple vida que Dios insufla en nuestro cuerpo mortal. La vida corporal se encuentra muchas veces amenazada por la enfermedad, por fenómenos naturales, o peor aún, por conflictos y guerras. La vida de Dios que se fusiona en la vida mortal, abre al creyente a la esperanza a pesar de las duras pruebas y le procura un sentido de plenitud. Aun desdichada la vida puede salvarse por la esperanza que nace de la vida divina. Esto no quiere decir que no haya que defenderse. Si Dios está con nosotros y obra en nosotros ¿quién contra nosotros? Se participa de la vida de Dios cuando se entra en relación con él como en la vida de familia cuando los hijos se relacionan con sus padres o los hermanos entre ellos. La vida de familia se caracteriza por la felicidad de estar juntos, por la solidaridad en los momentos trágicos, por la paz al vivir la amistad fraterna. Si entramos en relación con el Señor, él comparte con nosotros su paz, su felicidad, su amor solidario. ¡Cuántas desdichas o injusticias de nuestra sociedad necesitan redimirse por esta esperanza! Los matrimonios que no llegan a cuajar en el amor y, como unos vasos de cristal, se agrietan y se rompen por la poca atención del uno al otro; las situaciones de trabajo mal remunerado, de desempleo crónico que, como una enfermedad arruinan la vida familiar; las drogas y los vicios que aparentan traer la

34 Jn 4, 10. 35 Eloi Leclerc, Le maître du désir, Desclée de Brower, 1997, p.115.

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felicidad y producen peores situaciones de desventura; las injusticias y los engaños provocados por los egoísmos, la codicia y los intereses de clase social. La vida que nos brinda Dios asume estas situaciones de cruz, si el que las sufre se lo permite, abriéndole un puente a la esperanza. Ya no son simples desgraciados, los que dejan al Señor espacios en su vida, son hombres y mujeres de esperanza. Si guardan los ojos fijos en la vida de relación con Dios, el Señor va inspirando sus actuaciones, los anima a no ceder a la depresión, los aconseja en la superación de los males y orienta sus esfuerzos hasta conquistar la paz. La santidad, fruto del deseo personal de compartir la vida de Dios acogiendo a Cristo en las circunstancias concretas de la vida, abre el corazón a la esperanza. Esa esperanza no es simplemente una espera sino el resurgir de una vida nueva que culmina en la gloria eterna. Esa vida nueva se descubre en la presencia del Señor y la actuación del Espíritu Santo en nosotros. La oración por la cual el creyente se introduce en el Corazón de Dios, santuario de la Trinidad, es el motor de la vida espiritual. Dice el catecismo de la Iglesia católica que la vida de oración es estar habitualmente en presencia de Dios, tres veces santo, y en comunión con él.”36 “La vida espiritual comienza con la fe puesta en un Dios que nos ama,” escribe Monseñor Cuskelly. Esa fe se cultiva orando, en presencia del Señor. Tres dimensiones se distinguen en la oración que califica el encuentro con Dios. La primera dimensión procura que las palabras de la oración se enciendan como una fogata. Mientras no se le pega candela a la leña, la fogata no existe. Así la palabra rezada no compone oración hasta que se le pegue el fuego de un corazón presente en la alabanza al Señor. El salmo que reza la asamblea en la liturgia dominical puede ser muy bonito, muy poético, pero le falta alma si el corazón no lo está rumiando. La segunda dimensión de la oración es el paso de una oración de corazón como acto puntual en el día a un corazón de oración como estado permanente. Según la parábola del juez y la viuda, “es necesario orar siempre sin desanimarse nunca.” Lc 18, 1. El orante desarrolla en su corazón una vida que se nutre de oración; que esté postrado ante el Santísimo o trabajando en el taller, en el campo o en la oficina, todo lo vive como Jesús en unión íntima de voluntad con su Padre. El maestro espiritual Jean Lafrance dice del orante: “El que pasa de la oración del corazón al estado de oración, a tener un corazón de oración, se ha hecho capaz de hacer de su vida, de sus relaciones y de su actividad un culto espiritual.”37 “Hemos sido creado para la adoración. Es preciso ser seducido, atraído, cautivado por el rostro del Señor, y sobre todo dejarse poseer por él.”38

36 Catecismo Iglesia Católica. #2565. 37 Jean Lafrance, La Oración del Corazón. Narcea S.A. de Ediciones, Madrid, p.35. 38 Jean Lafrance, ídem, p.38.

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A esa unión mística, me atrevo a decir, a este matrimonio místico, nos invita el Señor, dándonos su Espíritu. En este sentido, dice Pablo: “Oren en todo momento. Den gracias por todo, pues ésta es la voluntad del Dios con respecto a ustedes como cristianos.” 1ª Tes 5, 17-18. La tercera dimensión abre el campo de la oración a las situaciones humanas del prójimo. Cuando Dios ha establecido su morada en el corazón del creyente, ya no se puede distinguir en él, el amor a Dios del amor al prójimo. Como Jesús, su modelo, el orante ve el rostro de Dios en los hermanos todos: pecadores, necesitados, simplemente hermanos o enemigos. El documento de Puebla nos advierte sobre las situaciones de extrema pobreza, productos de ambiciones, de codicias y de dominaciones. “Esta situación adquiere en la vida real rostros muy concretos en los que reconocemos los rasgos sufrientes del Señor que nos interpela: Rostros de niños golpeados por la pobreza desde antes de nacer; niños de la calle y muchas veces explotados en nuestras ciudades; rostros de jóvenes, desorientados por no encontrar su lugar en la sociedad; Rostros de indígenas o afro-americanos que, viviendo marginados, pueden ser considerados los más pobres entre los pobres; Rostros de campesinos privados de tierra o sometidos a sistemas de comercialización que los explotan; Rostros de obreros mal retribuidos y con dificultades para defender sus derechos.”39 Se puede añadir a la lista los rostros de mujeres explotadas y violentadas. Como prójimos de todos estos hermanos y hermanas, nosotros reconocemos en estos rostros, sus condiciones penosas de vida y las presentamos al Señor en la oración. En la mayoría de los casos, junto con la oración, seguirá el gesto de solidaridad y de ayuda al prójimo. En el evangelio, Jesús se identificaba de modo prioritario con los pobres y los pecadores: “Entiendan bien que significa: misericordia quiero y no sacrificios; porque yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores.” Mt 9, 13. “Dirá a los de un lado: Vengan benditos de mi Padre, porque tuve hambre y me dieron de comer; tuve sed y me dieron de beber; era un extraño y me hospedaron; estaba desnudo y me vistieron; enfermo y me visitaron; en la cárcel y fueron a verme.” Mt 25, 34-36. En virtud de la presencia divina percibida en las situaciones humanas, por la oración se abre una ventana hacia la vida trinitaria, lugar de la santidad y otra ventana hacia una vida humana decente y digna para todos, conforme al plan divino. Por eso, el discípulo, abierto a la suerte de la humanidad se vuelve hombre o mujer de oración. “El Espíritu que da la vida,” Jn 6, 63, es quien nos mueve a la oración. En él radica la salvación de todas nuestras situaciones terrenas. En el famoso capítulo ocho de

39 III Conferencia Del Episcopado Latinoamericano. Puebla, #31-36.

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la carta a losromanos, Pablo habla de la acción del Espíritu en nuestros corazones y termina diciendo: “El Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad, pues nosotros no sabemos orar como es debido, y es el mismo Espíritu el que intercede por nosotros con gemidos inenarrables. Por su parte, Dios que sondea los corazones, conoce el pensar del Espíritu que intercede por los creyentes según la voluntad de Dios. Además, se sabe que todo contribuye al bien de los que aman a Dios. Porque a los que conoció de antemano los destinó desde el principio a reproducir la imagen de su Hijo, llamado a ser el primogénito entre muchos hermanos. A los que desde el principio destinó, también los llamó; a los que llamó, les otorgó la salvación; y a quienes otorgó la salvación, les comunicó su gloria.” Rm 8, 26-30. En la gran oración sacerdotal de la última cena, Jesús reveló el secreto de la santidad que radica en su vida de gloria compartida. “Padre ha llegado la hora. Glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique, Tú me diste el poder sobre todos los seres humanos, para que se les dé la vida eterna a todos los que me has dado. Y la vida eterna consiste en esto: en que te conozcan a ti el único Dios verdadero y a Jesucristo tu enviado.” Jn 17, 1-3. Conocer al Padre y a Jesucristo requiere estar en relación familiar con ellos, pues somos hijos/as y hermanos/as. “Padre santo, protege en tu nombre a los que me has dado para que sean uno, lo mismo que lo somos tú y yo, Padre. Y que también ellos vivan unidos a nosotros para que el mundo crea que tú me has enviado. Yo les he dado a ellos la gloria que tú me diste a mí, de tal manera que puedan ser uno, como lo somos nosotros. Padre, yo deseo que todos éstos que tú me has dado puedan estar conmigo donde esté yo, para que contemplen la gloria que me has dado, porque tú me amaste antes de la creación del mundo.” Jn 17, 21-24. En conclusión, la santidad radica y desemboca en la vida gloriosa que el creyente comparte con la Trinidad. Esa vida divina no se acomoda sólo en un disfrute egocéntrico, sino que apunta a la transformación del mundo. Que el mundo conozca también, por intermedio del discipulado, la santidad divina, el gran amor que Dios dispensa a la humanidad. Se entiende mejor el prólogo de san Juan cuando se valora el amor que Dios nos tiene, pues él es amor y nos dedica su gloria. “Al principio ya existía la Palabra. La Palabra estaba junto a Dios y la Palabra era Dios. En ella estaba la vida y la vida era la luz del mundo.” Jn 1, 1.4. La luz que ilumina el camino de todo ser humano hacia la santidad de Dios. “La luz resplandeció en la oscuridad y la oscuridad no pudo sofocarla. Y hemos visto su gloria, la gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad.” Jn 1, 5.14b. “Dichosos (ánimo) los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.” Mt 5, 8.

Reflexión personal sobre la vida de Dios.

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De los que viven en Cristo se espera un testimonio muy creíble de santidad y compromiso. (Mensaje de aparecida) El grado de mi santidad se mide por mi oración y mi entrega al servicio del reino. Estoy crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí. (Ga 2,20) ¿Cómo invade la vida de Dios tu vivencia cotidiana? Cristo manifestará en mi cuerpo su gloria. Porque, para mí, la vida es Cristo y la muerte una ganancia. (Flp 1,21)Según estas palabras de Pablo, ¿cómo descubro la gloria divina en mí cuerpo?

Quien tiene al Hijo, tiene la vida; quien no tiene al Hijo de Dios, no tiene la vida. (1ª Jn 5, 11-12). Comunicando su Espíritu, Jesucristo nos comunica su vida entrando en comunión con nosotros. ¿Cómo cultivo esta relación con Cristo?

Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá, y todo el que esté vivo y crea en mí, jamás morirá.(Jn 11, 25-26).

Si alguno tiene sed, venga y beba de balde, si quiere, del agua que da vida. Ap. 22,17. La vida de Dios es vida de relación con la Trinidad fuente de vida, y con los hermanos y hermanas llevándoles el agua del Espíritu. Como el Padre me ama a mí, así les amo a ustedes. Permanezcan en mi amor. Les he dicho esto para que ustedes participen en mi alegría y su alegría sea completa.(Jn 15, 9-11). Es vida de felicidad. ¿Soy yo tan feliz? Si entramos en relación con el Señor, él comparte con nosotros su paz, su felicidad, su amor solidario. Esto es vida de verdad. ¿Cómo vivo yo las tres dimensiones de la oración? Padre, yo deseo que todos éstos que tú me has dado puedan estar conmigo donde esté yo, para que contemplen la gloria que me has dado, porque tú me amaste antes de la creación del mundo.” Jn 17, 21-24.

Novena Promesa

Vivirán a plenitud la nueva Alianza. Esta promesa revela la gran bendición del pueblo de Dios, la alianza o la comunión con el Señor. Se proyecta, también esta promesa como bendición de la familia, por el sacramento del matrimonio que destaca de modo especial la alianza vivida entre los miembros de la misma.

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Esta bendición se enraíza en la alianza bíblica que Dios pactó desde Abrahán y Moisés con su pueblo, y que, finalmente, Jesucristo con su muerte y resurrección asumió voluntariamente en la cruz en favor de su discipulado. La alianza se vive de manera excelente en la Iglesia, a través de los sacramentos. El sacramento del matrimonio que destaca la alianza de la Iglesia con el Señor, esposo de la humanidad, consolida en primacía la Iglesia doméstica. Desde antiguo, Dios buscó aliarse con su creación de modo constante para que ésta pudiera disfrutar de su gloria. En el paraíso terrenal, entre Dios y el hombre existía una profunda amistad de manera que Dios, al frescor de la tarde, paseaba con Adán por el huerto, pero el pecado vino a perjudicar esta relación tan genuina. Dios no renunció, por tanto, a buscar de nuevo la amistad con sus criaturas queridas. Con Noé, después del diluvio, Dios puso el arco iris como signo de alianza universal con su creación que no iba a destruir más nunca. Esta primera alianza fundamenta la ecología o sea, el cuidado de la naturaleza que Dios puso entre nuestras manos. ¡Qué el arcoíris nos recuerde siempre el pacto primordial de cuidar la naturaleza: de preservar nuestros bosques, nuestros ríos, la atmósfera con su capa de ozono! No habría que lamentar el calentamiento global si se hubiera respetado las leyes naturalesdel planeta heredado de Dios. Con Abrahán, él hizo un pacto gracioso, al estilo de los pactos de los reyes de Canaán. Al sacarlo de Caldea, de entre su familia, Dios prometió a Abrahán que su descendencia se multiplicaría como las estrellas del cielo en una tierra que manaría leche y miel. Luego lo invitó a sacrificar una ternera, una cabra, un chivo, una paloma y un pichón. Abrahán partió los animales por la mitad y puso cada mitad frente a la otra; las aves, las colocó unas a un lado, otras al otro lado. Sellando el pacto, Abrahán pasó de modo decidido entre los animales descuartizados para significar que él aceptaba ser partido en dos si no respetaba el pacto. Al concluirse el gesto de Abrahán sólo faltaba la confirmación de Dios. “Cuando anocheció cayeron densas tinieblas; entre los animales descuartizados pasó un fuego humeante y una antorcha encendida. Aquel día, hizo el Señor una alianza con Abrahán.” Gn 15, 17-18. Dios prometió a Abrahán ser su Protector y llevarlo de la mano a la tierra de Canaán. “Creyó Abrahán al Señor y el Señor se lo tomó en cuenta.” Gn 15, 6. Más tarde, en el desierto del Sinaí, Dios retocó la alianza con su pueblo liberado de Egipto por intermedio de Moisés. La alianza supone el compromiso de ambas partes. En cuanto a Dios, él ofrecía su protección como padre del pueblo; el pueblo, a su vez, se sometía a su autoridad y prometía obediencia a su ley: unos mandamientos que quieren subsanar la convivencia humana y la justicia para con los más débiles. “Moisés subió al encuentro de Dios y el Señor lo llamó desde la montaña y le dijo: - Así hablarás a los hijos de Israel. Ya han visto lo que he hecho con los egipcios, y como a ustedes los he llevado sobre alas de águila y los he traído a mí. Ahora bien, si me obedecen fielmente y guardan mi alianza, ustedes serán el pueblo de

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mi propiedad entre todos los pueblos, porque toda la tierra es mía; serán para mí un reino de sacerdotes, una nación santa. Esto es lo que dirás a los hijos de Israel. Cuando Moisés regresó de la montaña, llamó a los ancianos del pueblo y les comunicó todo lo que el Señor le había ordenado. Y todo el pueblo a una voz respondió: -Nosotros haremos todo lo que el Señor ha dicho.” Ex 19, 3-8. Los profetas tuvieron la tarea de recordar al pueblo esta alianza que el pueblo profanaba en cada época de su historia. Isaías se atrevió a comparar la alianza entre Dios y su pueblo con un matrimonio: “El que te hizo te tomará por esposa.” Is 54, 5. Ya no te llamarán “Abandonada” ni a tu tierra “Desolada”, sino que te llamarán “Mi Preferida” y a tu tierra “Desposada”, porque el Señor te prefiere a ti y tu tierra tendrá un esposo. Como un joven se casa con una novia, así se casará contigo tu constructor; como se alegra el esposo con su esposa, así se alegrará contigo tu Dios. Is 62, 4-5.“Presten atención, vengan a mí; escúchenme y vivirán. Sellaré con ustedes una alianza perpetua, según la promesa que aseguré a David.” Is 55, 3. Jeremías reveló, de parte de Dios, una nueva alianza: “Ésta será la alianza que haré con el pueblo de Israel después de aquellos días: Pondré mi ley en su interior y la escribiré en su corazón; yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo.” Jr 31,33. El profeta Ezequiel quiso reforzar la profecía de Jeremías: “Los rociaré con agua pura y los purificaré de todas sus inmundicias e idolatrías. Les daré un corazón nuevo y les infundiré un espíritu nuevo; los arrancaré el corazón de piedra y les daré un corazón de carne. Infundiré mi espíritu en ustedes y haré que vivan según mis mandamientos, observando y cumpliendo mis leyes. Vivirán en la tierra que di a sus antepasados; ustedes serán mi pueblo y yo seré su Dios.” Ez 36, 25-28. “De alianza en alianza, la relación entre Dios y el hombre se profundizó, volviéndose más y más íntima. Este movimiento alcanzó su punto culminante en la nueva alianza o comunión, esta vezpor mediación de Cristo. La revelación se situó, entonces, a nivel del mismo misterio divino. “Nadie conoce al Hijo sino el Padre y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiere revelar.” Mt 11, 27. Así la relación de alianza que estructura toda la historia de salvación aparece finalmente como la revelación del misterio íntimo de Dios: las relaciones eternas entre el Padre y el Hijo.”40Jesús nos propone como alianza, la misma vida divina, la comunión con Dios. Al entrar en relación profunda con Jesucristo se vive la misma alegría del Hijo de Dios en la Trinidad Cada año, el pueblo judío renovaba su alianza con el Señor ofreciendo el cordero pascual. El cordero, que el pueblo había comido al salir de la esclavitud de Egipto y que simboliza el paso a la libertad sellado por el Señor.Jesús quiso compartir todos los años de su vida, esta alianza judía en familia, pero, en la última cena, le dio un nuevo giro en virtud de su relación íntima con su Padre y con la humanidad en la cual se había encarnado. En Jesús se realizaba la alianza en toda su plenitud. “Dios y hombre en una única persona, Cristo representa, por unlado, a

40 Jean Richard, MSC, Dios. Ediciones Novalis, Québec 1990, p.178.

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Dios en sus relaciones de amistad con la humanidad, y por otrolado, representa a la humanidad en su reconciliación con Dios a través del sacrificio.”41 Jesucristo elevó la alianza con la humanidad a la plenitud de la comunión trinitaria. En Cristo vivimos la comunión con el Dios trino compartiendo su amor, su gloria. Jesucristo como nuevo Cordero pascual, se ofrece por los pecados, para salvación del mundo. “Durante la cena, Jesús tomó pan, pronunció la bendición, lo partió, lo dio a sus discípulos y dijo: - Tomen, esto es mi cuerpo. Tomó luego un cáliz, pronunció la acción de gracias, lo dio a sus discípulos y bebieron todos de él. Y les dijo: Ésta es mi sangre, la sangre de la alianza derramada por todos.” Mc 14, 22-24. La Eucaristía quedó establecida, desde entonces, como memorial de la alianza entre Dios y su pueblo. Una nueva alianza acontecía en Jesucristo que se ofrecía con su cuerpo entregado a la humanidad y su sangre derramada en la cruz para el perdón de los pecados. Desde entonces,el pueblo perdonado camina en la nueva libertad pactada por Cristo su Señor. La alianza y comunión con Cristo favorece el caminar en una vida de paz, libre y feliz, vida que desemboca en la gloria de Dios. Jesús dice. "Ustedes conocerán la verdad y la verdad les hará libres. “ Jn 8, 32. En otra parte dice: “Yo soy la verdad.” Jn 14, 6. Jesús es la verdad por ser la Palabra de Dios que no miente, y por realizar en nosotros la promesa hecha a la descendencia de Abrahán. Por eso, la palabra de la verdad que ilumina la vida es la clave de la libertad y de la felicidad. En la plegaria eucarística, después de las palabras de la institución eucarística, Jesús añade: “Hagan esto en conmemoración mía.” En la plegaria eucarística número II se sigue diciendo: “Así pues, Padre, al celebrar ahora el memorial de la muerte y resurrección de tu Hijo, te ofrecemos el pan de vida y el cáliz de salvación.” Así se realiza la anamnesis, el memorial, o sea, la renovación de la nueva alianza, ya no sólo de la última cena, sino la del sacramento eucarístico que se vive con Jesús glorificado. Jesús nos salva y libera en las situaciones concretas de la vida presente. Por lo pronto, nos toca vivir la marcha por el desierto donde se conquista la libertad a través del propio esfuerzo, la cruz de la vida, por las condiciones difíciles de vida en el desierto. Pero, con nosotros camina el Señor Jesucristo, el Resucitado, quien asegura la marcha. Podemos decir que la alianza o comunión del Señor con nosotros constituye el fundamento de la providencia divina en la vida del pueblo. San Pablo da la clave de esta bendición: “Nadie odia a su propio cuerpo, antes bien, lo alimenta y lo cuida como hace Cristo con su Iglesia que es su cuerpo del cual nosotros somos miembros. Por eso, dejará el hombre a su padre y a su madre, para unirse a su mujer, y llegarán a ser los dos uno solo. Gran misterio, es éste, que yo relaciono con la unión de Cristo y de la Iglesia.” Ef 5, 29-32. El matrimonio llevado con la gracia de Dios significa de modo fascinante la alianza divina con sus criaturas. En el matrimonio, como en Dios, hay diversidad de

41 Eucaristía, Sacramento de Vida nueva. Comité para el Jubileo del año 2000, Biblioteca de autores cristianos., Madrid, 1999, p.52.

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personas, y cada una está llamada a realizarse como persona libre. El amor, que alimenta el hogar, compromete a cada pareja en la evolución espiritual del cónyuge. Por eso el matrimonio abre los corazones a la felicidad. Ésta no se consigue, por cierto, a través del llamado amor libre, sino a través de la libertad real que brota del amor como de su fuente. La libertad produce la felicidad porque libera el corazón del individuo del egoísmo y lo abre a las necesidades del prójimo, sobre todo de los hijos pequeños, aunque sea a costa del sacrificio personal. El amor vivido en alianza o comunión matrimonial ha de ser siempre fiel; fiel hasta la muerte, pues, no puede imaginarse un amor comprometido en alianza con Dios sin convivencia estable. El amor entre los esposos se torna en beneficio de los hijos, frutos de su amor. Éstos, gracias al ambiente amoroso del hogar, crecen física y espiritualmente en armonía con su entorno. El acompañar a los hijos en su crecimiento, y hacerlos libres para la vida, puntualiza en definitiva la alegría y el reto de los padres. Como Jesús, que “crecía en estatura, en sabiduría y en gracia delante de Dios y de la sociedad,” los hijos desarrollan sus cualidades y se educan para ser útiles en la vida social. En la sociedad humana, los esposos cristianos viven su vocación como testigos de la comunión divina. Los casados, inmersos en el pueblo, presencian a Dios que, en su amor, anhela la libertad de todo el género humano. Una libertad en la cual se destaca la dignidad del ser humano, un hombre y una mujer no esclavizados, que caminan con la cabeza en alto, buscando el bien común. Claramente, en la alianza matrimonial, el amor de Dios consagra la convivencia humana y facilita el ambiente de felicidad. Por la confianza mutua que despierta el amor, la felicidad alcanza no sólo a los miembros de la familia, sino a toda la sociedad que lleva en su seno esta maravilla de Dios, el hogar cristiano.

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Reflexión personal sobre la nueva alianza.

La alianza se vive de modo excelente en la Iglesia, a través de los sacramentos. ¿Cómo realizo yo la alianza o la comunión con Dios. Desde antiguo, Dios buscó aliarse con su creación de modo constante para que ésta pudiera disfrutar de su gloria. Repaso en mi memoria la alianza que el Señor realizó con Adán, Noé, Abrahán, con el pueblo a través de Moisés y vivo como ellos esta primera alianza. Los profetas Isaías, Jeremías y Ezequiel me invitan a una alianza más profunda con el Señor. ¿Deseo yo de verdad esta alianza profunda? En Jesús se realizaba la alianza en toda su plenitud. “Dios y hombre en una única persona, Cristo representa, por un lado, a Dios en sus relaciones de amistad con la humanidad, y por otro lado, representa a la humanidad en su reconciliación con Dios a través del sacrificio.”42 Jesucristo elevó la alianza con la humanidad a la plenitud de la comunión trinitaria. En Cristo vivimos en el Dios trino compartiendo su amor. ¿Cómo está mi relación de comunión o alianza en Cristo? La Eucaristía queda establecida, desde entonces, como memorial de la alianza entre Dios y su pueblo. ¿Vivo yo la Eucaristía en comunión con Dios y su pueblo? Por lo pronto, nos toca vivir la marcha por el desierto donde se conquista la libertad a través del propio esfuerzo, la cruz de la vida, por las condiciones difíciles de vida en el desierto. Pero, con nosotros camina el Señor Jesucristo, el Resucitado, quien perpetúa la alianza. ¿Acaso siento que mi alianza o comunión con el Señor implica mi vida de desierto? El matrimonio o la consagración religiosa refleja la alianza o comunión con Dios. ¿Cómo lo vivo? En la sociedad humana, los esposos cristianos y los consagrados viven su vocación como testigos de la alianza divina. ¿Cuál es mi testimonio?

Décima Promesa:

42 Eucaristía, Sacramento de Vida nueva. Comité para el Jubileo del año 2000, Biblioteca de autores cristianos., Madrid, 1999, p.52.

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Llamados a compartir el sacerdocio de Cristo Esta promesa del sacerdocio regio de Cristo corresponde a la misión de la Iglesia, pueblo de Dios, como “templo espiritual dedicado a un sacerdocio consagrado”. La primera carta de Pedro declara acerca del pueblo sacerdotal: “Acercándose a Cristo, piedra viva, rechazada por los hombres, pero elegida y preciosa para Dios, también ustedes, como piedras vivas, van construyendo un templo espiritual dedicado a un sacerdocio consagrado, para ofrecer, por medio de Jesucristo, sacrificios espirituales agradables a Dios.” 1ª Pe 2, 4-5. La función sacerdotal incluye la responsabilidad de ser rey o reina, profeta y sacerdote en el pueblo de Dios. Esta función sacerdotal común constituye el sacrificio espiritual agradable al Señor. “Ustedes son descendencia elegida, reino de sacerdotes y nación santa, pueblo adquirido en posesión suya para anunciar las grandezas del que les llamó de la oscuridad a su luz admirable.” 1ª Pe 2, 9. Todo esto se realiza según la promesa de Dios en el Sinaí: “Ahora bien, si me obedecen fielmente y guardan mi alianza, ustedes serán el pueblo de mi propiedad entre todos los pueblos, porque toda la tierra es mía; serán para mí un reino de sacerdotes, una nación santa.” Ex 19, 5-6. En los cursillos de catequesis, se presenta habitualmente la dinámica del bautizado ungido como rey, profeta y sacerdote a semejanza de Cristo. Esta verdad, repetida en la catequesis y en las predicaciones litúrgicas, se ha vuelto una convicción del pueblo cristiano. Hoy, ningún laico consciente duda que le toque una misión como rey o reina responsable de la libertad y felicidad del pueblo de Dios, o como profeta en la formación de la comunidad humana dentro de la cual urge el rescate de la dignidad humana, o también como sacerdote por sus servicios amorosos que salvan al pueblo humilde. El ser rey o reina supone una gran tarea, pues, se trata de que la comunidad humana pueda vivir su libertad felizmente en la justicia y la paz. En este sentido, el trabajo social le incumbe a todo bautizado. El Papa Benedicto XVI en la encíclica “Caritas in veritate” recuerda que la atención a la vida de todo ser humano constituye el centro del verdadero progreso; el desarrollo integral debe resaltar el respeto a la vida y el derecho de los pueblos a la vida sosegada. Nuestros obispos, en su mensaje en ocasión de la fiesta de la Independencia nacional 2010, nos invitan a la esperanza y subrayan unas urgencias sociales: La educación como prioridad absoluta; el respeto a la vida de los individuos amenazada por la violencia desbocada; la erradicación de la droga que envilece a la persona y descompone la sociedad; la asistencia a los pobres dejados a su suerte. El carisma del rey o de la reina consiste en crear ambiente de paz, de solidaridad, de justicia y de libertad en su vida; en su casa: en su comunidad. Los roles resultan variados y diversos dentro de esa gran tarea. En comparación, la misión de un laico de barrio no equivale a la del papado que abarca la coordinación de la Iglesia universal. Pero, sí, al laico de barrio le toca animar a los fieles de su comunidad en la justicia y la paz. Es una animación muy diversificada en cuanto apunta al cuidado de los innumerables necesitados: los enfermos, los desempleados, los analfabetos, los indocumentados, los excluidos de la sociedad y los míseros de

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toda especie. En la historia cristiana, muchas obras atestiguan el cumplimiento de esta misión: los hospitales para los enfermos, las escuelas para los niños y los analfabetos; los movimientos de caridad para los damnificados. Se debe reconocer la labor meritoria de todos los laicos, religiosos o no, que han dado la vida en el cuidado de la salud, la dignidad y la libertad de los conciudadanos. Algunos laicos, por su vocación específica de promover el orden temporal, aportan mucho en su trabajo humano y social a la edificación de la comunidad humana. Por su profesión, llevada de manera excelente, estos laicos promueven la justicia y fomentan la dignidad humana al compartir bienes, habilidades y ciencia. En la historia bíblica, se destacó un rey que supo gobernar según el corazón de Dios: el rey David. Este rey y su hijo Salomón fueron reconocidos por su sabiduría en el gobierno de su pueblo. La principal función del rey sabio consistía en asegurar la unidad y la paz en todo su territorio. Según esta tradición, Jesús fue aclamado como el “Hijo de David”, príncipe de la paz. El pueblo lo reconoció como rey Mesías, en su entrada triunfal a Jerusalén, citando las palabras del profeta Zacarías: “Mira, tu rey viene a ti, humilde y sentado en un burro. El gentío que era muy numeroso, extendía sus mantos en el camino. La gente que iba delante y atrás gritaba: Hosanna al Hijo de David.” Mt 21, 5.8.9. Jesús aceptó el título de rey delante de Pilato porque él venía a trabajar, siguiendo la línea de los grandes reyes, por la paz y la dignidad del ser humano, pero añadió: “Mi reino no es de este mundo.” Jn 18, 36-37. Como discípulos de Cristo, compartimos su título de rey; un título específico del laico que conlleva la inmensa tarea de trabajar por el orden temporal, promoviendo la libertad, la justicia y la paz. Es preciso recordar que, en el bautismo y la confirmación, fuimos ungidos por el Espíritu en calidad de reyes y reinas, como Jesús el Mesías, el Ungido, para la salvación del mundo. Además de reyes, por la unción del Espíritu Santo, se nos llama a ser profetas del pueblo de Dios. El ser profeta en el mundo de hoy, es una tarea arriesgada. Se conocen grandes profetas modernos, como Gandhi en la India. Martín Luther King en Estados Unidos, la Madre Teresa entre los más pobres, Monseñor Romero en el Salvador; algunos viven todavía: Nelson Mandela en África del Sur, Rigoberta Menchú entre los indígenas, junto con otros tantos más humildes, cuyos nombres no se mencionan y que han dado su vida por los marginados. En Aparecida los obispos escriben: “Nos alienta el testimonio de tantos misioneros y mártires de ayer y de hoy en nuestros pueblos que han llegado a compartir la cruz de Cristo hasta la entrega de su vida.”43 El profeta llevado por el Espíritu de Dios, denuncia las situaciones de violencia, de egoísmos de clases, de marginación social en el ámbito mundial y nacional. El profeta está llamado a solidarizarse con las víctimas del sistema económico y social y algunas veces, llamado a morir por ellos como Jesús crucificado.

43 Doc. Conclusivo, Aparecida. #140.

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Más allá de la denuncia de las injusticias, la tarea sublime del profeta culmina en el anuncio de una esperanza que ve por encima de la cruz, la gloria futura. La esperanza del reino de Dios favorece a los más humildes, a los más necesitados. A éstos se les anuncia un Salvador, muerto en solidaridad por ellos en una cruz, y un Consolador, el Espíritu que da vida y les acompaña en la difícil tarea de salir de su pobreza. Un día, en su oración de alabanza, Jesús se alegraba de que los pobres acogieran su mensaje de esperanza mejor que los más entendidos. Mt 11, 25-30. El Primer Testamento bíblico da testimonio de la misión de los profetas que alertaron al pueblo sobre la voluntad de Dios. Se conoce la valentía de Elías, haciéndose conciencia de un pueblo que se alejaba de su Dios. El mismo profeta hostigó la conciencia de Ajab, un rey que obraba la injusticia y promovía la idolatría. El rey Ajab, prepotente y codiciosos, pretendía ser dueño del país entero y de la vida de los ciudadanos. En esto, le pidió a Nabot venderle su propiedad para hacerse un huerto, ya que colindaba con su palacio. Delante de la negativa de Nabot, el rey se volvió taciturno e irritado. La reina Jezabel resolvió el conflicto, pues, mandó matar a Nabot y entregó la viña de Nabot al rey Ajab. El día que el rey bajaba a tomar posesión del terreno, el profeta Elías se le enfrentó diciendo: “Has asesinado, y encima expropias. Así dice el Señor: En el mismo lugar en que los perros han lamido la sangre de Nabot, lamerán también la tuya.” I Re 21, 18b-19. Arriesgando sus vidas, los profetas denunciaban los pecados y promovían la vuelta al verdadero Dios, única esperanza que nunca miente. Jesús, en la línea de los profetas, el Profeta por excelencia, denunció toda servidumbre, y anunció el reino divino como presencia del Espíritu en todos los esfuerzos humanos. Él estimula nuestra esperanza para la tarea de instaurar una tierra nueva y un cielo nuevo. Finalmente, el oficio sacerdotal del laico consiste en ofrecer su vida para salvación de la comunidad humana. Cristo, en la carta a los hebreos, reza a su Padre en este sentido: “Padre, no has querido sacrificios ni ofrendas, pero me has formado un cuerpo. No has aceptado holocaustos ni sacrificios por el pecado. Entonces yo dije: Aquí vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad.” Heb 10, 5-7. No son tanto los sacrificios de cosas sagradas o de animales ofrecidos que Dios espera de nosotros;él espera que le ofrezcamos nuestras vidas, estando dispuestos a cumplir su voluntad en el servicio al reino de Dios. Hacer la voluntad de Dios es el camino de salvación que Jesús nos indica desde la cruz, el recurso que vence todo mal. “Si alguno quiere venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, cargue con su cruz y me siga.” Mt 16, 24. Como la voluntad de Dios es amar y servir a los pobres entre todos, cada servicio amoroso realiza el ejercicio sacerdotal del seguidor de Cristo. Ese servicio configura su eucaristía, su sacrificio espiritual. Así lo enseñó Jesús, el Jueves Santo, lavando los pies de los discípulos. Les dijo: “¿Comprenden lo que acabo de

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hacer con ustedes? Les he dado ejemplo, para que hagan lo mismo que yo he hecho con ustedes.” Jn 13, 12b.15. La acción sacerdotaldel pueblo bautizado se cumple en los pequeños y grandes servicios hechos por amor. Una madre y un padre de familia que atienden a los hijos, preparando la comida con amor para que todos coman a gusto, están ejerciendo su sacerdocio. Igualmente realiza su sacerdocio el obrero o el profesional, que nutre su familia y ofrece su servicio con abnegación a la comunidad humana.Otros ejercen su sacerdocio en el servicio a los enfermos o en una asociación humanitaria. La pastoral social con su enfoque a los más necesitados se ubica y se fortalece en el ejercicio del sacerdocio común de los fieles. Éstos son los sacrificios que el pueblo laical ofrenda al Padre en el sacrificio eucarístico de Jesucristo sacerdote. El ser rey o profeta conlleva una especial pericia, pero el ser laico sacerdote, ofreciendo su vida y sus servicios amorosos, está al alcance de los más humildes. Al respecto, la carta a los hebreos nos alienta: “Ustedes, amadísimos, se encuentran en una situación mejor y más favorable para ser salvados. Porque no es Dios injusto para olvidar las obras y el amor que ustedes han mostrado a su nombre, a través de los servicios que prestan a los creyentes. Sólo deseamos que cada uno de ustedes siga el ejemplo de aquellos que, por su fe y su perseverancia, son ya herederos de las promesas divinas.” Heb 6, 9-12. La esperanza cristiana se manifiesta con brillo en Jesús, único sacerdote, profeta y rey para el mundo. En conclusión, nuestra dignidad de rey, profeta y sacerdote, nos asemeja a Cristo. Siervo de Dios y Servidor de la humanidad. Con él, ungidos por el Espíritu Santo, procuramos una esperanza de salvación a un mundo que anhela la libertad y la felicidad.

Reflexión personal sobre el sacerdocio

“Acercándose a Cristo, piedra viva, rechazada por los hombres, pero elegida y preciosa para Dios, también ustedes, como piedras vivas, van construyendo un templo espiritual dedicado a un sacerdocio consagrado, para ofrecer, por medio de Jesucristo, sacrificios espirituales agradables a Dios.” 1ª Pe 2, 4-5. ¿Qué hago yo en la construcción de este templo? La función sacerdotal incluye la responsabilidad de ser rey, profeta y sacerdote en el pueblo de Dios. Esta función sacerdotal común constituye el sacrificio espiritual agradable al Señor. Trato de entender como realizo mi vocación como sacerdote, profeta y rey o reina. ¿Cuáles son los servicios que realizo como sacerdote en bien de la comunidad humana? ¿Cómo en la Eucaristía soy plenamente sacerdote ofreciéndome con el cordero pascual para la salvación del mundo?

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No son tanto los sacrificios de cosas sagradas o de animales ofrecidos que Dios espera de nosotros; él espera que le ofrezcamos nuestras vidas, estando dispuestos a cumplir su voluntad en el servicio al reino de Dios. Hacer la voluntad de Dios es el camino de salvación que Jesús nos indica desde la cruz, el recurso que vence toda maldad. “Si alguno quiere venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, cargue con su cruz y me siga.” Mt 16, 24. ¿Cuáles son los oficios míos como rey o reina en este mundo que se presenta, muchas veces, perturbado? ¿Cuáles son mis proyectos como profeta para anunciar el camino de Dios y limpiar los obstáculos que obstruyen el mismo camino? Sólo deseamos que cada uno de ustedes siga el ejemplo de aquellos que, por su fe y su perseverancia, son ya herederos de las promesas divinas. Heb 6, 9-12.

Undécima Promesa: La plenitud de la gracia, la gloria.

El pleno crecimiento espiritual de la persona y de la comunidad es la meta última del amor a Dios y al prójimo, y coincide con el propósito de la espiritualidad cristiana: la plenitud de la gracia en esta vida y en la gloria eterna. Algunas Biblias hablan de “plenitud de la felicidad”, “gloria”o“alegría completa”. Esta plenitud del gozo acontece gracias a la encarnación de Cristo y a su presencia gloriosa en nuestra vida personal o comunitaria. “La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros; y hemos visto su gloria, la gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad. En efecto, de su plenitud todos nosotros hemos recibido gracia en abundancia.” Jn 1, 14.16, El amor que anida en el corazón de Jesús fue el motor de su vida ydel mayor desenvolvimiento de su ser espiritual, de modo que, estandoclavado en la cruz, Jesús sabe que la gloria (el amor) de su Padre lo acompaña y no lo abandona en su martirio. Cristo reserva la misma gloria (el mismo amor)a todos los que creen en él para plenitud de sus vidas. Esta plenitud gozosa surge del Corazón de Dios, de su gloria compartida. Por eso, se puede decir que la persona unida al corazón de Cristo, tiene su nombre inscrito en el libro de vida y jamás será borrado porque participa de la plenitud de su vida. Se comentaba, en la quinta promesa, que el amor conduce a la libertad en el espíritu, a la alegría plena o a la plenitud de la felicidad. El psicólogo Scott Peck escribe: “Los esfuerzos para explicar el amor han conducido a dividir el amor en varias categorías: Eros, filia, ágape, amor perfecto, amor imperfecto, etc. Yo me

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propongo, en cambio, dar una sola definición del amor, sin dejar por ello de ser consciente de que, probablemente, no será la más apropiada. Yo defino el amor como la voluntad de extender los límites del propio yo, con el fin de impulsar el desarrollo espiritual propio y ajeno.”44 En realidad, los límites espirituales del creyente se prolongan hacia la plenitud del amor de Diosen Cristo. Dice el mismo autor: “Podemos definir el desarrollo espiritual como la evolución plena de la conciencia. La conciencia se desarrolla cuando la parte consciente de nuestra conciencia percibe un conocimiento que la parte inconsciente ya posee. Se trata de un proceso de hacer consciente el tesoro inconsciente contenido en la conciencia del individuo. Cuando se ha asimilado todo lo que el inconsciente posee, el individuo se realiza por completo. Sin embargo, queda un interrogante: esto no explica cómo el inconsciente posee todos esos conocimientos que la parte consciente ignora todavía. No podemos dar una respuesta científica, sólo podemos plantear hipótesis y no conozco ninguna hipótesis tan satisfactoria como la de un Dios tan íntimamente asociado a nosotros que forma parte de nuestro ser.”45 La gloria de Dios forma parte de nuestro ser, se trata de su presencia gloriosa en los corazones abiertos a su amor. Esta hipótesis puede cautivar a todos los que creen en el Dios de amor que nos ha creado a su imagen y semejanza. Dios es amor, un amor que se comunica en la creación universal. Sabemos que, en el bautismo, el Padre nos baña en el agua viva prometida a la samaritana, un baño en el amor de Cristo. El Padre reconoce en el bautizado, ungido por el Espíritu Santo, el amor divino que contempla en su Hijo. Según la palabra de Pablo: “Por la fe en Cristo hemos logrado esta situación de gracia en la que vivimos y de la que nos sentimos orgullosos, esperando participar plenamente de la gloria de Dios. Y no sólo esto, sino que produce en nosotros una esperanza que no defrauda porque, al darnos el Espíritu Santo, Dios ha derramado su amor en nuestros corazones.” Rm 5, 2-5. Bien podemos afirmar con Scott Peck, que su amor divino ha sido escondido en nuestra conciencia, en esa parte de la conciencia que se llama inconsciente. Nuestra labor constante consiste en integrar este amor depositado en la parte inconsciente de la conciencia o del corazón. Pablo nos invita a reflejar la imagen de Cristo como en un espejo: “Por nuestra parte, con la cara descubierta, reflejando como en un espejo la gloria del Señor, nos vamos transformando en esa imagen cada vez más gloriosa, como corresponde a la acción del Espíritu del Señor.” 2ª Co 3, 18. Por eso, los misioneros del Sagrado Corazón escogimos como lema: Reflejar en el mundo el Corazón de Dios. En el tiempo de mi misión en África, me interesé mucho a la cultura gurmanchesa de Burkina Faso. Según la sabiduría de esa cultura africana, el ser humano no se compone solamente de cuerpo y alma, sino que integra seis componentes. “Todo

44 Scott Peck, La nueva psicología del amor, Emecé, Editores España S.A. 1997, p.281. 45Scott Peck, idem, p. 279-280.

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lo que el cuerpo humano puede poseer está contenido en estas seis nociones: cuerpo, alma, espíritu, molde, conciencia, destino.”46 Además del “cuerpo” formado por Dios en el seno de la madre y del “alma” que garantiza la vida al cuerpo, el ser humano recibe un “espíritu guía” que lo caracteriza en sus relaciones con los demás. Un cuarto componente de su ser personal es el “molde heredado” de algún ancestro paterno o materno que le transmite sus destrezas y habilidades. Parte del ser está, también, la “conciencia de Dios”, conciencia de la gloria o presencia de Dios que se hereda por la imagen y semejanza divina depositada en el corazón de la persona. Algunos científicos dicen que esta conciencia o semejanza de Dios está en el genoma humano. Finalmente, el sexto componente, el “destino” que Dios deposita en el individuo al nacer. Un destino que marcará su vida. Imitando a Pablo hablando a los atenienses del dios desconocido, yo me atreví a revelarles de dónde venía este destino. Por supuesto viene de Dios, más precisamente de su imagen que ha depositado en el corazón o conciencia del niño y que éste debe reproducir en su vida. Si el individuo obra según su conciencia, o ajusta su vida a la imagen de Dios, su destino será la gloria divina; si se aparta de la voluntad divina, sufrirá su destino las malas consecuencias de su elección equivocada.Era importante quitarles la idea de fatalidad en el destino. Estamos invitado a reflejar, como en un espejo, la gloria del Señor que es participación plena del gozo o de la felicidaden su amor trinitaria; esta meta exige el hacernos conscientes del amor que Dios, forjando nuestro destino, tiene depositado en nuestra conciencia. El evangelio de Juan resalta la dinámica del amor divino que produce en nosotros el gozo pleno de la vida divina. El discurso de despedida en la última cena subraya la alegría que Jesús promete comunicar a sus discípulos: “Yo soy la vid, ustedes las ramas. El que permanece unido a mí, como yo estoy unido a él produce mucho fruto; porque sin mí no pueden hacer nada. Como el Padre me ama a mí, así, los amo a ustedes. Permanezcan en mi amor. Les he dicho todo esto para que participen en mi alegría y su alegría se realice en plenitud.” Jn 15, 5.9.11. El recorrido hacia la plenitud de la felicidad exige todo el empeño del creyente. Jesús lo compara al dolor y a la alegría del parto. “Yo les aseguro que ustedes llorarán y gemirán, mientras que el mundo se sentirá satisfecho; ustedes estarán tristes, pero su tristeza se convertirá en alegría. Cuando una mujer va a dar a luz siente tristeza, porque le ha llegado la hora, pero cuando el niño ha nacido, su alegría le hace olvidar el sufrimiento pasado y está contenta por haber traído un niño al mundo. Pues lo mismo ustedes: de momento están tristes; pero volveré a verlos y de nuevo se alegrarán con una alegría que nadie les podrá arrebatar. Hasta ahora no han pedido nada en mi nombre. Pidan y recibirán, así su alegría alcanzará la plenitud.” Jn 16, 20-22.24. “Si digo estas cosas mientras todavía estoy en el mundo, es para que puedan participar plenamente en mi alegría.” Jn 17, 13b. Lo vivió así Santa Teresita del Niño Jesús.

46 Richard Alan Swanson, Gourmanche Ethno anthropology. University Press of America, p.38.

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El afán de Jesucristo apuntaque logremos ser totalmente felices en la vida cotidiana. La salvación se realiza con la felicidad logradaen las relaciones de vidafamiliar y comunitaria. Tanto san Pablo como san Juan nos invitan a alcanzar la plenitud espiritual en comunión con Jesús en esta vida mortal. Esa plenitud de vida procura gracias o favores en abundancia y refleja la felicidad y la gloria de Dios. En estos tiempos carismáticos se canta que la gloria de Dios se mueve en nuestros corazones por la acción del Espíritu divino. La gloria divina se revela en una presencia activa del Espíritu que nos anima y nos colmacon sus múltiples dones, cada vez que nos reclamamos de su acción. No queremos olvidar que la gloria de Dios, siendo vida de relación, se comparte en comunidad con los más pequeños y las víctimas de la injusticia, haciéndonos solidarios con el pueblo crucificado. El Espíritu Santo es el que va delante en esta empresa gloriosa. Dice Piet van Breemen: “Quien busca la gloria de Dios sólo la puede encontrar en el camino con y hacia los pobres; en ellos Dios revela suכאבזד “kabod”, “gloria” en hebreo, y con mayor claridad aún, en su Hijo que se hace uno con ellos.”47 Esa misma gloria, o presencia divina, nos acompaña de modo permanente aunque estemos atravesando dificultades y contradicciones de la vida. Cuando el pueblo hebreo caminaba en el desierto veía la gloria de Dios que lo acompañaba de día en la nube que iba delante del grupo, y de noche en la columna de fuego, es importante hacernos conscientes de su presencia gloriosa ya desde ahora en el desierto de nuestras vidas. Estandoclavado a la cruz, Jesús encontraba su fuerza en la gloria de Dios que lo acompañaba en su sacrificio. No se puede concluir esta promesa sobre la plenitud de vida y la gloria de Dios en el creyente sin mencionar a los santos que las han vivido con excelencia en su vida mortal. Éstos, con su vida heroica, tuvieron una conciencia intensa de la presencia gloriosa de Dios que los llenaba de vida, gozo y paz. La madre de Jesús, llamada entre otros títulos, Nuestra Señora del Sagrado Corazón, se presenta modelo de los que alcanzan la plenitud de la felicidad. La Virgen María, desde el principio, estuvo atenta a la voluntad divina. Cuando el, ángel Gabriel la invitó a ser la madre del Salvador y le reveló: “el Espíritu del Señor vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra”, ella contestó: “Aquí está la esclava del Señor, que me suceda como tú dices.” Lc 1, 38. Dos disposiciones permanentes que transparentan en toda su vida: María se entregó como Jesús en sacrificio: “Heme aquí.” Y declaró su obediencia: “Que se haga en mí según tu voluntad.” La joven María se ofreció a sí misma para la salvación del género humano. Ofreció su cuerpo para la encarnación del Hijo de

47 Piet van Breemen, Transparentar la gloria de Dios. Santander, 1994, p.187.

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Dios; lo hizo visible para el mundo. Luego, ella reveló su sumisión entera a la voluntad de Dios hasta el calvario. El viejo Simeón le había advertido: “Una espada te atravesará el corazón, porque tu Hijo será signo de contradicción.” Lc 2, 34-35. A lo largo de su vida, María como madre acompañó a Jesús y fue creciendo en la fe a su contacto. Al pie de la cruz, delante del Crucificado elevado entre cielo y tierra, ella vivió ese momento doloroso con la convicción de que la gloria de Dios les acompañaba a ambos. Al vencer esta dura prueba, ella pudo cantar el Magníficat por el resto de su vida: “Mi alma glorifica al Señor por que ha hecho en mí obras grandes el Poderoso en amor.” Lc 1, 47.49. Con Jesús, ella vivió el misterio de la redención, su fe puesta en la gloria divina. En el momento de la muerte de Jesús en cruz, Nuestra Señora del Sagrado Corazón aparece en la plenitud de la fe: la gloria divina que la cubrió con su sombra desde la Anunciación del ángel Gabriel, le procuró una felicidad serena al saber que su Hijo, en ese momento preciso, había resucitado a la vida eterna. María resulta, en verdad, el modelo obsequiado a la humanidad que sufre y que lucha con amor por la justicia y la paz de la familia y del pueblo oprimido. Ella es la esperanza en las causas difíciles. Ella, la primera con Jesús, venció la muerte y sus secuelas para abrir a la humanidad sufrida la esperanza de la gloria divina. Con María son innumerables los santos que han compartido en sus vidas la gloria del Eterno. Sea también ésta nuestra herencia.

Reflexión personal sobre la plenitud de la gracia.

El propósito de la espiritualidad cristiana: la plenitud de la felicidad en esta vida y en la gloria eterna. ¿Qué busco yo en mi espiritualidad? “La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros; y hemos visto su gloria, la gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad. En efecto, de su plenitud todos nosotros hemos recibido gracia en abundancia.” Jn 1, 14.16.

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¿Acepto en mi vida la encarnación de Cristo y su gloria llena de gracia y de verdad? Estando aun clavado en la cruz, Jesús sabe que la gloria de su Padre lo acompaña y no lo abandona en su martirio. ¿Siento que la gloria de Dios me acompaña en los momentos difíciles? La gloria de Dios forma parte de nuestro ser, se trata de su presencia gloriosa en los corazones abiertos a su amor. Esa presencia divina puede llenar plenamente nuestro corazón o nuestra conciencia si nos hacemos consciente de su amor y lo acogemos con el mismo amor. Hasta ahora no han pedido nada en mi nombre. Pidan y recibirán, así su alegría alcanzará la plenitud.” Jn 16, 20-24. “Si digo estas cosas mientras todavía estoy en el mundo, es para que puedan participar plenamente en mi alegría.” Jn 17, 13b.¿Acaso puedo pedir la plenitud del amor o de la felicidad? La salvación se realiza con la felicidad lograda en las relaciones de vida familiar y comunitaria. Tanto san Pablo como san Juan nos invitan a alcanzar la plenitud espiritual en comunión con Jesús en esta vida mortal. Esa plenitud de vida procura gracias en abundancia y refleja la felicidad y la gloria de Dios. Con Jesús, María vivió el misterio de la redención, su fe puesta en la gloria divina. ¿Qué provecho puedo sacar del ejemplo de los santos y en particular de la Virgen María?

Duodécima Promesa: El que come mi carne tendrá vida eterna y lo resucitaré en el último día.

Esta última promesa surge de la institución de la Eucaristía, y en ella se condensan todas las promesas bíblicas, desde el amor prometido al origen hasta la gloria que se hereda en Cristo. Esta promesa, en la versión de santa Margarita María, ponía el acento en el número nueve (número simbólico 1+4+4=9 nuevo humano). El cristiano que comulgaba nueve primeros viernes seguidos, aseguraba su perseverancia final. Sin embargo, el asunto de la perseverancia no está en el número de comuniones sino en la calidad de la comunión o alianza con Cristo. Si tengo costumbre de recibir la Eucaristía, no tengo que preocuparme si voy a alcanzar o no la gloria eterna de Dios, pues el Señor que mora en mí por el sacramento, me tiene abierta la puerta de la gloria del Padre. Él mismo lo dijo: “Yo soy la puerta por la que deben entrar las ovejas.” Jn 10, 7b.

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El rito de comulgar, el postre de la Eucaristía, recapitula toda la riqueza del sacramento del cuerpo y de la sangre de Cristo. Jesús, antes de ofrecer su vida en la cruz por la salvación del mundo, en la última cena con los discípulos, tomó pan, lo bendijo y lo compartió diciendo: Tomen y coman todos de él porque éste es mi cuerpo entregado por ustedes. Y tomando la copa de vino dijo: Tomen y beban, ésta es mi sangre, la sangre de la nueva alianza, derramada por ustedes y por todos los hombres para el perdón de los pecados.” Mt 26, 26-28. Y añadió: “Hagan esto en conmemoración mía.” El comulgar significa aliarse a Jesús en su muerte de cruz (solidarizarse con Jesús crucificado). “El que quiera venir detrás de mí, que cargue con su cruz y me siga.” Mt 16, 24. La cruz en Jesús se hizo símbolo de la solidaridad humana. De la misma manera que Jesús se solidariza con el pueblo crucificado, así el discípulo se solidariza con la cruz de Cristo, cargando con su cruz personal, la de su familia, la de su comunidad y la del mundo. El cargar la cruz cotidiana supone implicarse con Jesús en el proceso de salvación de la humanidad, salvación del pecado y de la muerte consecuente al pecado. Asimismo la alianza o comunión con Jesús nos apremia a dar muerte en nosotros y en nuestro alrededor a toda violencia, egoísmo, robo, injusticia, irrespeto y desprecio que provocan la desdicha ajena, la miseria y la exclusión de muchos seres humanos. Hace falta que el combate, contra el mal y las estructuras del pecado, promueva una nueva civilización, la civilización del amor. La carta a los hebreos nos advierte: “Fíjense en aquel que soportó en su persona tal contradicción de parte de los pecadores, a fin de que no se dejen vencer por el desaliento. Ustedes no han llegado todavía a derramar la sangre en su combate contra el mal.” Heb 12, 3-4. El comulgar significa, también, aliarse a Jesús en su resurrección (entrar en comunión con el Resucitado). Jesús resucitado, vuelto a la vida, vive en la vida cotidiana de los creyentes. Él continúa su encarnación en nosotros. Antes de su muerte, Jesús explicaba a los discípulos: “De momento están tristes pero volveré a verlos y de nuevo se alegrarán con una alegría que nadie podrá arrebatar.” Jn 16, 22. En el momento de comulgar, nos hacemos más conscientes de la presencia del Resucitado que se recibe como pan de vida, pan para la vida del mundo. El pan eucarístico aviva en la multitud del discipulado el adquirirla vida de resucitado que también transforma su entorno. Cristo pues vive en nosotros y nos comunica su vida de Resucitado. Somos el cuerpo de Cristo, el nuevo templo de Dios del cual somos las piedras vivas. El sacrificio eucarístico hace presente al Señor en la vida de la asamblea sacerdotal. Toda la asamblea grita: “¡Ven Señor Jesús!” El grito es, ante todo, para despertarnos a la realidad de Cristo resucitado en nuestra vida cotidiana. Por eso, la asamblea vocea el kerigma: “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. ¡Ven Señor Jesús!” ¡Maran atha! ¿Acaso puede el cristiano tener mayor garantía de la presencia del Señor que ésta de recibirlo como pan para la

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vida? El cristiano, consciente de la realidad de Jesús resucitado, no necesita ninguna aparición física de Jesús para convencerse de su resurrección. En el evangelio, Jesús tuvo que aparecerse a los discípulos porque éstos andaban turbados, frustrados a causa de su muerte y no recordaban las palabras de Jesús “que lo matarían y al tercer día resucitaría.” Mt 16, 21b. Es digno de notar que, en los evangelios, Jesús no se apareció a su madre porque ella, aun después de la muerte en la cruz, no dudó que su hijo resucitaría a los tres días según la advertencia hecha a los apóstoles. La Virgen María, después de sepultar a Jesús, volvió a la casa y, por los ojos de la fe, veía a su hijo resucitado viviendo con ella su nueva presencia espiritual. Ella vivió el resto de su vida teniendo a Jesús más presente aún que cuando lo era físicamente. Nosotros, como María, también por los ojos de la fe, estemos conscientes y veamos a Jesús resucitado luchando con nosotros por la vida digna y feliz de todo ser humano. Con Jesús resucitado, compartimos la comida, el banquete del Señor. La Eucaristía revive el sacrificio pascual de comunión que se comparte entre el Resucitado y la asamblea sacerdotal. El sacrificio de comunión gustaba al pueblo hebreo en el Primer Testamento. Se destaca, entre la multitud de los sacrificios, el sacrificio del cordero pascual. “Digan a toda la asamblea de Israel: que el día décimo de este mes prepare cada uno un cordero entero, que invite a cenar en su casa a su vecino más próximo, según el número de personas y la porción de cordero que cada cual pueda comer.” Ex 12, 3-4. La Eucaristía conserva el simbolismo de este sacrificio pascual de comunión de modo que el Pan ofrecido significa el cuerpo inmolado del Señor, nuevo Cordero pascual compartido entre los comensales. Dios comparte dos mesas con nosotros, la mesa de la Palabra y la mesa del nuevo Cordero pascual. En un primer compartir la asamblea cristiana escucha el mensaje del Señor que ilumina, pues él es la Palabra que se oye desde el Libro llamado Biblia. La misma asamblea acoge la Palabra, el Logos,48 el mismo Cristo, dándole su respuesta comunitaria en el silencio o con oraciones y cantos. Por eso, la regla litúrgica de la asamblea instituye que todos participen, abriendo los oídos a la Palabra que ilumina, y nadie se quede sin cantar o sin abrir la boca en la oración. Nadie va a misa para observar o asistir sin más, sino cada cual celebra y se implica en la acción litúrgica, según el servicio que desempeña y según la fe que lleva en el corazón, ofreciéndose al Padre junto con el Cuerpo de Cristo. En esto, se prepara la segunda mesa, la de la Eucaristía con la ofrenda vegetal del pan y del vino a la cual todos están invitados a participar. Sólo se aparta de la comunión eucarística aquel que rechaza la comunión con el Señor resucitado o con la asamblea de los creyentes por su pecado.

48 El Logos más que sólo Palabra es una Luz que ilumina la vida.

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Un bello gesto de comunión se vive cuando la asamblea se da el abrazo de paz. Este gesto se da justamente antes de recibir el cuerpo de Cristo expresando así la comunión de la asamblea dándose la paz. Se aprende a vivir plenamente el sacrificio de comunión eucarístico pues se edifica en la historia de la humanidad, el reino de Dios definido como comunión de los creyentes en la justicia (ajuste a la voluntad divina) y la paz. En este banquete eucarístico, se memorizan las palabras de Jesús: “Es mi Padre quien les da el verdadero pan del cielo. El pan de Dios viene del cielo y da la vida al mundo. Yo soy el pan de vida, el que viene a mí no volverá a tener hambre; el que cree en mí nunca tendrá sed.” Jn 6, 32.35. Resumiendo el cuadro de la promesa eucarística, Cristo celebra con los suyos la nueva Pascua que se hace memorial de la liberación del pueblo que camina hacia la casa del Padre. Él es el nuevo Cordero pascual ofrecido, haciendo referencia al cordero pascual que los judíos ofrecían cada año, para el perdón de los pecados. Antes de recibir la comunión, la asamblea reza: “Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros.” Con él renovamos la alianza nueva sellada en el evento solidario de la cruz; compartimos la nueva alianza comunión uniéndonos a su gran Acción de Gracias al Padre que, en su amor eterno, perdona y nos acoge en su Corazón. Con Jesús en el corazón, se le agradece al Padre todas sus bendiciones y el poder participar de su vida. Aceptar la alianza, en comunión profunda con él, es aceptar vivirla al estilo de Jesús, decididos a trabajar por el reino o la civilización del amor que se edifica sólo en la justicia y la paz. La Eucaristía evoca y se hace memorial de la Pascua y de la nueva Alianza que se actualiza en la historia del nuevo Pueblo de Dios. La Eucaristía compartida impulsa al pueblo sacerdotal a la misión; a promoverel reino de sacerdotes dedicados por su servicio a la instauración de una nueva tierra en vista del nuevo cielo. Este conjunto de gracias fundamenta la perseverancia final del que permanece unido al Corazón de Dios en su itinerario hacia la herencia de la gloria.

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Reflexión personal sobre la Eucaristía. “Yo soy la puerta por la que deben entrar las ovejas.” Jn 10, 7b. El asunto de la perseverancia no está en el número de comuniones sino en la calidad de la comunión o alianza con Cristo. ¿Cuál es la calidad de mi comunión con Cristo? El comulgar significa aliarse a Jesús en su muerte de cruz. “El que quiera venir detrás de mí, que cargue con su cruz y me siga.” Mt 16, 24. ¿Me hago solidario de la cruz de Cristo cargando como él con la cruz personal y la cruz de los que me rodean? Hace falta que el combate, contra el mal y las estructuras del pecado, promueva una nueva civilización, la civilización del amor. La carta a los hebreos nos advierte: “Fíjense en aquel que soportó en su persona tal contradicción de parte de los pecadores, a fin de que no se dejen vencer por el desaliento. Ustedes no han llegado todavía a derramar la sangre en su combate contra el mal.” Heb 12, 3-4. ¿Dónde se sitúa mi combate para la civilización del amor? El comulgar significa, también, aliarse a Jesús en su resurrección. Jesús resucitado, vuelto a la vida, vive en la vida cotidiana de los creyentes.El pan eucarístico aviva en la multitud del discipulado el vivir para Dios. Pues, Cristo vive en nosotros y nos comunica su vida de Resucitado. ¿Cómo participo de la vida del Resucitado? ¿Se encarna el Resucitado en mi vida? El sacrificio eucarístico hace presente al Señor en la vida de la asamblea sacerdotal. Toda la asamblea grita: “¡Ven Señor Jesús!”¿Me acostumbro a reclamar la presencia del Señor en mi vida y en la vida de la comunidad reunida en asamblea? Nosotros, como María, también por los ojos de la fe, vemos a Jesús resucitado luchando con nosotros por la vida digna y feliz de todo ser humano. ¿Hasta qué punto lucho con Jesús por la felicidad de todo ser humano? La Eucaristía revive el sacrificio pascual de comunión que se comparte con el Resucitado y con la asamblea. ¿Cómo comparto? Nadie va a misa para observar o asistir sin más, sino cada cual participa y se implica en la acción litúrgica. ¿Cuál es mi nivel de participación en la Eucaristía?

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Conclusión

La espiritualidad del Corazón encierra el deseo de configurar el propio corazón al Corazón de Cristo y, con la ayuda del Espíritu, transformar el mundo según el modelo de su Corazón divino. La consigna común de los consagrados a su Corazón les insta a “reflejar en el mundo, el Corazón de Cristo”. En este ensayo, se destaca la estructura de la espiritualidad cristiana cuyos rudimentos se entremezclan y se relacionan íntimamente con el Amor simbolizado en el Corazón de Dios. Todos estos elementos giran en torno a la presencia activa del amor de Dios en la creación, o a la plenitud espiritual del corazón humano que reproduce, en su consciente, la imagen del Corazón divino. Si queremos estudiar nuestra espiritualidad personal o comunitaria, encontramos en las promesas bíblicas un acertado orden de los rudimentos de la espiritualidad cristiana. El elemento básico consiste en reconocer el amor que Dios nos tiene y en dejarse invadir por su amor. Sabemos que Dios nos ama desde el principio, antes de conocerlo nosotros. Dejándose amar por él, se descubre el beneficio de su plan amoroso. En la creación del universo, él nos tenía previsto como criaturas formadas a su imagen, a imagen de su ser que es amor, para que sigamos creando con él un mundo libre y feliz. Un mundo que, por desgracia, se ha ido desfigurando en el transcurso de la historia. Entró el pecado en el mundo y con el pecado, las enemistades, los abusos, las violencias y los conflictos raciales y sociales. Nos toca recuperar la libertad y la felicidad de un mundo concebido libre y feliz desde el origen. En su plan primitivo, Dios deseaba un mundo sin esclavitudes ni miserias. Al ver su proyecto empañado por las violencias, los celos, las injusticias y las desgracias de un mundo desviado de su voluntad, Dios decidió comprometerse con la humanidad pecadora. Entonces el amor divino se encarnó en el género humano naciendo de María Virgen, Mujer de la nueva humanidad, Jesús de Nazaret. El misterio sublime de la encarnación que san Pablo narra en un hermoso himno de la comunidad primitiva: “Siendo el Hijo de condición divina, no se aferró a su igualdad con Dios. Al contrario, se despojó de su grandeza, tomó la condición de esclavo y se hizo semejante a todo ser humano.” Flp 2, 6-7. La encarnación de Cristo continúa su curso, más allá de su muerte en cruz, enlos que lo aman. “No los dejaré huérfanos; regresaré con ustedes.” Jn 14, 18. Una vez resucitado, vive para siempre y nos entrega su Espíritu. Cada bautizado, gracias al don del Espíritu reproduce en su vida la encarnación de Jesucristo. Al encarnarse en nosotros, Jesús nos envuelve con el Espíritu Santo en su obra de salvación. Con él, el discipulado emprende la tarea de salvar el mundo, haciendo efectivo y actual el misterio de su muerte en la cruz y de su resurrección de entre los muertos. Cuando proclamamos el kerigma: “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ¡Ven Señor Jesús!” nos implicamos con él en su misterio pascual, dando paso a una vida nueva. Anunciamos que Jesús ha muerto en la cruz en solidaridad con el pueblo crucificado, cada vez que gastamos nuestra vida con nuestros servicios solidarios

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a favor de la humanidad necesitada. Morimos al pecado en nosotros y batallamos contra las estructuras de pecado que esclavizan a la humanidad. Proclamamos que Cristo ha resucitado, que vive y se encarna en cuantos aceptan su presencia espiritual. El Resucitado nos acompaña en todas nuestras alegrías y penas. Además nos apoya con su Espíritu en todos los esfuerzos desplegados por un mundo mejor. Pregonamos: ¡Ven Señor Jesús! Contamos con tu Espíritu, Señor, para la salvación de este pueblo. ¡Abramos la puerta de los corazones al Salvador y en Él a los pobres! El éxito de la salvación está en la obediencia a la voluntad de Dios (la justicia) y la entrega o el servicio amoroso al pueblo querido. A esto mismo nos invita Jesús: “Si alguno quiere venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, cargue con su cruz y me siga.” Mt 16, 24. Así lo acompañamos en su muerte y resurrección, “completando en nuestra carne, como dice Pablo, lo que falta a la pasión de Cristo.” Col 1, 24. ¿Acaso no es el mismo Cristo quien completa en nosotros lo que falta a nuestra pasión, a nuestra muerte y resurrección como género humano? El Espíritu confirma con su sello nuestra entrega y nuestra obediencia a la voluntad divina. Por eso, Cristo es nuestra paz definitiva, y con su providencia nos responsabilizamos para la creación de una tierra nueva, verdadero reino de Dios. En todo el trayecto de liberación que conduce a la santidad, o sea, a la vida plena en Dios, la oración se hace ineludible. No hay liberación eficaz sin la unión y la comunicación con la fuente de la vida. La oración plasmala comunión con la Santísima Trinidad, pues la oración se dirige al Padre, en nombre del Hijo y en unión del Espíritu Santo que ora en nosotros. La Eucaristía es la oración más cumplida en cuanto contiene los tres grados de la comunión de los cristianos con su Dios: al inicio de la celebración litúrgica, se pide el perdón para purificación del pueblo reunido en asamblea; luego, viene la iluminación de la comunidad atenta a la palabra proclamada y meditada, el Logos; y finalmente, la celebración eucarística culmina en la comunión íntima de Dios con los que ofrendan sus vidas en sacrificio y comulgan al banquete del Pan de vida. Celebrando la Eucaristía se logran estos tres grados de comunión espiritual con el Dios trino: la purificación, la iluminación y la unión perfecta. “Que todos sean uno lo mismo que los somos tú y yo, Padre. Y que también ellos vivan unidos a nosotros para que el mundo crea que tú me has enviado. Les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno como somos uno; yo en ellos y tú en mí, y así, ellos sean perfectos en la unidad. Padre, yo deseo que todos éstos que tú me has dado puedan estar conmigo donde esté yo, para que contemplen la gloria que me has dado.” Jn 17, 21-23ª.24. La Santísima Trinidad nos abre a la esperanza cuando todas las esperanzas humanas se desvanecen. En un mundo lleno de enredos, es menester tener los ojos fijos en la gloria eterna que se nos reserva. A la gloria divina apuntan todos los esfuerzos de redención de nuestro mundo. San Ireneo dice: “La gloria de Dios es una humanidad libre y feliz; y la gloria del ser humano es la comunión con Dios. La gloria divina se vive aquí en el país heredado con su contenido de plenitud de la vida. Los elementos constitutivos de esta plenitud son la paz, la justicia, la libertad y la felicidad. Revestidos de estos elementos salvíficos hacemos de

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nuestro mundo, un país de la vida, una tierra nueva, un cielo nuevo donde el pueblo puede gozarla vida digna que Dios ha ideado para sus creaturas. Éste es el camino espiritual que estamos llamados a recorrer por gracia divina. Se puede estructurar o trazar este recorrido en la vida personal, como también en la vida de la comunidad cristiana. Algunos ven la importancia del camino del Corazón de Jesús para dar sentido a la lucha de la vida humana con sus contradicciones; otros para situarse en el recorrido hacia la gloria de Dios. No es un camino sólo personal, sino un itinerario que se recorre con la humanidad. Efectivamente, si somos solidarios con la humanidad en el bien, lo somos también en el mal que debe redimirse. ¡Ven, Señor Jesús! Este camino es tuyo y nuestro. No es fácil, pero está lleno de luz y esperanza. Tuviste que morir en una cruz, pero, a los tres días, resucitaste. Contigo morimos y contigo vivimos.

¡Viva Jesús, nuestra Pascua!

Reflexión personal sobre la estructura espiritual de la vida.

La espiritualidad del corazón encierra el deseo de configurarse al corazón de Cristo y con la ayuda del Espíritu de transformar el mundo según el Corazón de Dios. ¿Tengo yo este deseo? El elemento básico consiste en reconocer el amor que Dios nos tiene y en dejarse conquistar por su amor. ¿Cómo vivo el amor que Dios me tiene? Él nos forma a su imagen, a imagen de su amor, para que sigamos creando con él un mundo libre y feliz. ¿He descubierto la tarea que Dios me ha propuesto al crearme a su imagen? Dios decidió comprometerse con la humanidad pecadora. El amor divino se encarnó en el género humano naciendo de María Virgen, Mujer de la nueva humanidad, Jesús de Nazaret. La encarnación de Jesucristo sigue su curso en los que lo aman. Por su Espíritu, se encarna en los bautizados y prosigue con ellos la salvación del mundo. ¿Cómo vivo yo la encarnación de Jesucristo? Anunciamos que Jesús ha muerto en la cruz en solidaridad con el pueblo crucificado, cada vez que ofrecemos nuestra vida con nuestros servicios solidarios a favor de la humanidad necesitada. ¿Cuáles son mis servicios a favor de la humanidad?

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Proclamamos que Cristo ha resucitado, que vive y se encarna en cuantos aceptan su presencia espiritual. ¿Cómo vivo la encarnación del Resucitado en mi misión cristiana? El éxito de la salvación está en la obediencia a la voluntad de Dios y la entrega o el servicio amoroso al pueblo querido. A esto mismo nos invita Jesús: “Si alguno quiere venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, cargue con su cruz y me siga.” Mt 16, 24. ¿Acaso lo acompaño en su muerte y resurrección? En todo el trayecto de liberación que conduce a la santidad, o sea, a la vida plena de Dios, la oración se hace ineludible. ¿Cómo vivo mi oración? La Eucaristía es la oración más consumada en cuanto contiene los tres grados de la comunión de los cristianos con su Dios. ¿Cómo vivo yo la Eucaristía? ¿En cuánto promueve la purificación? ¿En cuánto suscita la iluminación? ¿En cuánto favorece la unión perfecta? La gloria divina se vive aquí en el suelo heredado con su contenido de plenitud de la vida. ¿Cómo vivo esta plenitud de vida? ¿Cómo tramito a los demás la plenitud de vida? La Santísima Trinidad nos abre a la esperanza cuando todas las esperanzas humanas se desvanecen. En un mundo lleno de enredos, es menester tener los ojos fijos en la gloria eterna que nos está reservada. ¿Cuál es el motivo de mi entrega a la salvación del mundo? ¡Ven, Señor Jesús! Este camino es tuyo y nuestro. No es fácil, pero está lleno de luz y esperanza. Tuviste que morir en una cruz, pero, a los tres días, resucitaste. Contigo morimos y contigo vivimos. ¿Cuál es el camino que emprendo cada día?