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Unidad 4 Relaci6n y diferencia etica como estructura, como actitud y como contenido 4.2.1 La vida moral Bibliograffa: Aranguren (1981). Etica. Paginas (279-291) Espana: Alianza. Capitulo 22 LA VIDA MORAL Cuanda, al prin clplO de esra segunda parte, estudiamos el objeto mater ial, nos pregundb:lffiOS si no debfn considerarse wmbien In en su totalidad como objeto de 1a ctica y respondiamos que, en rigor, cI ob· jete ultimo es el ethos. Pero como cste se conquista precisamente a 10 largo de hi vida, en ciena senticlo 0, co mo elida un escoJastico, «secundum quid», 1a vida, en tanto que ethos haciendose, puede y d ebe -para evitar una concepcion estati ca- consicier,'\fse objero de la erica. Desde que Scheler ech6 de menos en ]a Elica de Hartmann «un an:ilisis de In vida Illoral de l::t welos los trJtacios de filosofr:.1 moral de factura moderna declican un amplio capitulo, 0 toda una secci6n, a este tema. Ya vimos como Arist6teles Ibm6 la arenci6n sobre el: el objeto material de b erica no 10 con stituyen los aC[Qs tornados aisladamente, sino insertos en la totalidad lIniraria de la vida. Arist6telcs, de esta demancb, formula tina teoria de las divcrsas formas de vida: bios apolaustik6s, bios politik6s y bios Ih eoretikos -aunque b \- erdad es que ya Platon l as distingui6 antes, \"id:l segun el placer, Ia phronesis 0 el nOtls '. La etic" post:1ristotelica se declica sobre todo a cleterminar el ethos de Ia forma ideal de vi da, la del «s.lbio», que y<l no cs vida pma- mente tcorctic<l, sino bios synthetos. EI cristianismo, sobre las estampas bfblicas de M,uta y !\tula y de Lfa y Raque l, va a distinguir 1a z 'ila can- telJlplativa y la vila tic/iva, cl ando preferencia a la primera, de acuerdo, a In vez, con e1 Ev,mgelio y con Plnton y Arist6teles . Pero In etica cris- tiana ya no va a estar senoreada, como la antigua, por el ideal del sabio, sino por el ideal del santo. "\ 5i la c1 :lsificacion m,15 acreditacb de l as formas del ethos, entre las de I" Antigiieclad, es la de Arist6teles, y entre las medievalcs In de Santo Tomas, en los tiempo s modernos cs la clidsi6n de Kierkcg8arcl -esta dio estetico, estadio etico y estadio religioso el e la vid a- la que, si bien desdc hace re1ativamente pocos anos, ha ejercido y esta ejerciendo In8- yor influenci:l. Xavier Zubiri ha hecho ver, en primer Iug8r, que e1 problema de l as formas de "id a es fiIos6ficamentc secllnc1ario, porque sc trata de una preferente «dedicaci6n», y no de una estructura radical de 1a vida misma; 279

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  • Unidad 4 Relaci6n y diferencia etica como estructura, como actitud y como contenido 4.2.1 La vida moral

    Bibliograffa : Aranguren (1981). Etica. Paginas (279-291) Espana: Alianza.

    Capitulo 22

    LA VIDA MORAL

    Cuanda, al princlplO de esra segunda parte, estudiamos el objeto material, nos pregundb:lffiOS si no debfn considerarse wmbien In ~'ida en su totalidad como objeto de 1a ctica y respondiamos que, en rigor, cI ob· jete ultimo es el ethos. Pero como cste se conquista precisamente a 10 largo de hi vida, en ciena senticlo 0, como elida un escoJastico, «secundum quid», 1a vida, en tanto que ethos haciendose, puede y debe -para evitar una concepcion estatica- consicier,'\fse objero de la erica.

    Desde que Scheler ech6 de menos en ]a Elica de Hartmann «un an:ilisis de In vida Illoral de l::t pe rson~didad», welos los trJtacios de filosofr:.1 moral de factura moderna declican un amplio capitulo, 0 toda una secci6n, a este tema. Ya vimos como Arist6teles Ibm6 la arenci6n sobre el: el objeto material de b erica no 10 constituyen los aC[Qs tornados aisladamente, sino insertos en la totalidad lIniraria de la vida . Arist6telcs, ~tdemas de esta demancb, formula tina teoria de las divcrsas formas de vida: bios apolaustik6s, bios politik6s y bios Iheoretikos -aunque b \-erdad es que ya Platon las distingui6 antes, \"id:l segun el placer, Ia phronesis 0 el nOtls '. La etic" post:1ristotelica se declica sobre todo a cleterminar el ethos de Ia forma ideal de vida, la de l «s.lbio», que y

  • 2RO Erica

    . perc, en segundo lugar. esas diferentes farmas no se excluyen ni puede~ excluirsc' no hay una vida puramente acciva oi puramente contemplatt-va 2. Sob're Arist6teles pesa en este punto, como en otros, la idea plato-niea del ZW{J::;;i-16:;, (ya hemos visto que su rnisma teo ria de las fermas ~e vida precede, en definitiva, de Platon). Pero J3 vida no es nunct I.WP:°J-l~~ y oi siquiera la vida ecerna debe ser imaginada como punt theor/a. En el caso de Kierkegaard este ZWptvp.6-:; es mas patente aun, puesrc que cada uno de los estadios esta separado por un «saIto» y son incompatibles entre sf.

    Ya dijimos antes que quiza sea Jacques Leclercq quien mas ha insis-tido sabre la consideracion de la vida moral como el objcro formal de la etica. La \'ida del hombre forma un

  • 2M2 Edca

    en una concepcIOn ya mas espiritualizada, los dioses, en vez de movernos como marionetas, nos «vocam> 0 llaman. Pero, tanto en uno como en otro caso, eI sentido de nuestra vida nos vendria dado y nuestra tarea, en el mejer de los casas, se limitaria a escllchar 0 no, a seguir 0 no la Hamada. Ahara bien, (cs verdad que b vocaci6n consiste en esto? 1'\0.

    Al hombre no Ie acontece, salvo casas sobrenaturaJes, una reve/adDU de 10 que ha de ser; al hombre nadie Ie dicta, de t l11(1 vel. por Lodas, 10 que hn de haeer. EI porvenir es const itutivamente apaco y por tanto impenetrable: nadie puede preverlo como no sea profeta. Nadit puede ver su destino contempLlndolo en una idea-arquetipo. Por eso decfa :mtes que In pahlbra «\'ocacion», tomada al pie de la Ietra, es engJJ10sa. En el plano natural no hay quietamcntc orda. La vocacion se va forj ando en Ja realidad, en la praxis con ella. La manera concretn como esto ocurrc yn Ia hemos estudiado en el capitulo 3, al analizal.' los pro-yectos y In rert]iz'lCion de las posibilid~ldes. Naturalmente, ahara no se trata de un proyecto cU

  • 28~ Etica

    3.3 Mas alIa de los «riesgos de erron), de no saber si hemos acertado o no, descansa en la esperanza de ser aceptO de Dios.

    4.:1 La vacacion etica es una «busqueda» tan larga como Ia vida. Pero en 10 mas intimo de esa busqueda, cuando se es religioso, reina una gran quietud: quietud de entrega y «encuentro», de confianza y de amor.

    Sabemos que estamos puesto5 en las manos de Dios.

    * .',

    Parriendo del compromiso de la vida hemos examinado sus dos as-pectos; en primer lugar, el compromiso pasivo 0 compromis; despues, el compromiso activo 0 engagement, la e1ecci6n de l1ucstra vida conforme a nuestra vocaci6n, La vocacion es, pues, efecci6n (0 ficlelidad en 1a elec-ci6n al ser que somos y que tellemos que serl o Pero pOl' ser cleccion es tambien rellltncia (Ia reouncia es Ia otra cara de la eleccion). Al elegir la posibilidad demandada pOl' nuestra vocaci6n, co ipso, de golpe, reo nunciamos a atras posibilidades. Es \'erdad que cabe no renunciar a nada: es la actitud del dilettante que pica en todo sin abrazarse definitiv::lmeme a nada. Por el contrado, eI eO\'~s de la vida del hombre de vocaci6n estii' tejido de renunciaciones . Ahora bien, ]a cuImin3cion de la renunciacion es el sacrificio. Renunciamos a los bienes exreriores, renunciamos sabre todo a una parte de noso o'os mismos ((Sonij as y Otr3s jOyJS - ha esc rita Emerson~ no son donaciones , sino ap3riencia de donaci6n. EI (mico regalo q ue de vcrdad pueJes hacerme es una parte de ti mismo»)) par algo mas alto: sacrificio por la perfecci6n moral (ascedsmo), par alllor al projimo, a la patria, aDios.

    El sacrificio no siempre es genuino. Pl1cde prociucirsc por huid.l de Ia realidad, pOl' pobreza 0 incapacidad de sec cs cl G\SO qUt: se presenta, pOl' ejemplo, en La porle etroitc, de Andre Gide. A \'eees cl sacrificio puede ser tambien unrl solucion simplist~l, prematura )" en definitiva, frente a la complicaci6n de la "ida y de la rea!id ·,ld . En el mundo se dan mllchos sacrificios inautenricos. Sf, es \'erdad, pero tambien sc procillcen much os verdaderos sacrificios . Y, por regia feneral, el mayor de todos es el marririo.

    EI martirio ya fue estudiaclo anteriormenre como acto de las virtlldes de justicia -en Cllalli:Q testimonio de ]a yerciacl debi&l- y de (ort:tleza. Ahora toca considerarlo desde el punto de \·ista de b \'ida moral s. Dcsde luego, entre las actitlldes re1-:1 objero de la erica 285

    Cabe 'tambien una desconfianza de la autenticidad del martirio: del manirio en cuanto tal y no solo de este 0 del otro martirio concreto. Es Nietzsche 9 quien ha crerdo desenmascarar al manir, presentandole como un hombre inseguro, que trata de sobreponerse a su dud a mediante el voluntarismo y Ia embriaguez de la entrega al padecimiemo-pasi6n. La verdad debe bastarse a sf misma; perc en el martirio recurre a una fuer-za -no por pacien te y padeciente menos fuerza- que la consolide y afiance desde fuera. Este «psicoamllisis» efectivamentc es valida, perc no para el martirio genuino, sino para la deformaci6n suya: el falso martirio del famhico. Algunos psicoanalistas han vista esto bien.

    Desde una actitlld luterana, de falsa est imaci6n de las obras, Kier-kegaard 1} ha puesto en cuestion «el derecho de morir por la verclad». EI martirio serra entolKes llna abusiva garantfa de estar en la verdad, una «gloria) que a sl rnismo se concede el martir . SoIamente Cristo , porque era Dios, podia afrontar el rnartirio sin impurificarlo. Y, sin embargo, cabe objetar que eI propio Kierkegaard mudo en una especie de martirio. Sf, perc en un marririo menguado, ridlculo, un marririo, en su est ilo, tan poco «brillante» como el del sacerdote de El poder y fa gloria de Graham Greene II, el uni~o martirio legitimo a juicio de Kicrkegaard.

    Advirtamos que las crfticas expucstas, no por casualidad, proeeden de los dos

  • 286 Erica

    en uno de sus uIt imos libros, en ' 17 as heisst Denken?, cnraizandoIo en su historia de la metafisica" como metafisica del sec en cuanto descubierto hist6ricamente:

    E1 hecho de que hoy en los deportes se cuemen decima~ de segundo y, en Ia modern a Hsica, millonesimas de segundo, no quierc eecie que no!>otrOs aprehendamos cl tiempo mas agt.:damcnte }" por tantO, 10 £~tnemos, sino qut: esrc calcular es el camino mas segura para perder el tiempo esenci:"!l; cs clecir, para (c[ener» cada vez menDS riempo. Diche con mls rigor: Ia crecicote perdid:l de tiempo no es ocasionada por cste caleubr c1 ticmpo, sino que jusramentL' Jn fiebee de medir 1.'1 tiempo comenza en c1 momento cn que 1.'1 hombre cayc en b in.quietud de que ya no tenia tiempo. Estc momenta es cl comicnzo de 1a epoc:!. moderna.

    Desde esta perspect iva del (, tiempo perdido» sc eomprende bien e1 sumo acierto estilfstico de Seneca en la eleccion del verbo que usa en la frase citada: elabitur_ EI t iempo es constitutivamente labil, (,se desliza», resbala de nuestras manos y de nuestra vida, se nos escap:1 precisamen-te, p:Had6jicamente, porque corremos tras el. Siempre, casi siempre, hny t iempo para 10 verdaderamente importantc. Somas noso tros los que, mllchas veces, como ha dicho Marias, cuando decimos que «(no tenemos tiempo para nada», 1:1 verd:1d es que, en el fondo, «no [enemos n

  • 2RR

    el contrario, si Ia diversion huye de 10 esencial, se evade de responsabili. dades, pierde el tiempo 0, como se sueIe decir en c8stelbno, «10 m,WI», en· tonces Ia diversion es aversion, apartamiento de 10 que tendrfamos que hacer, del bien. «Mat

  • 290

    bueno y 10 malo que hemos hecho, 10 que Nieztsche llam'l el «etemo retor· no», ese volver a repetir una y otra vez, siempre, mi vida emera, con sus luces y sus sombras, esa, como dice el, «mnemotecnica al rojo»!

    Pero es Heidegger quien ha hecho notar que, juntO al «eterno reo torno» en el sentido nietzscheano, el arrepentimiento cristiano es otra manera -parad6jica manera-, no de borrar el pasado, como queria Scheler, sino precisamente al reves, de volver a querer 10 que fue. Pero, ahora, de quererlo como «perdonado», es decir, puesto en relaci6n con los conceptos puramente religiosos de la Redenci6n y el perd6n de los pecados. EI cristiano no «olvida» sus pecados, tiene tan buena memoria como Nietzsche. Prueba de elIo, las llamadas «confesiones generales» . En ell as volvemos a acusarnos, una y o tra vez, de pecados que ya nos fueron perdonados . ,En que consiste enronces el arrepentimiento cris· t inno? En linn act itud nueva frente a las acciones y a la vida pasacb, en una nueva manern de «es tar » ante ellas y de llevarlas sobre nosotros, de asumirlas.

    He aqui la difercncia profunda entre el cristiano verdadero y el frh-o· 10. E I frivolo cree que sjempre esta a t iempo para volver a empezar. In· terpreta su dda como una slices ion discontinua, puntual, de actos aisladl)s, ninguno de los cuales Ie pertenece esenciaimenlc, por 10 que esta sicmpre a liempo de sacudfrselos, liberandose de ellos. Jmagina In persona flo· tando pOl' encima de las acciones y de 1,i vida, sin «comprometerse» con elias. La vida y el yo sedan cntidades totalmente inclependientes, perfec· tamente despegables el uno de ]a otra .

    Advi rtnmos que can esta concepc ion hemos pasado al extrema opuesto de 13 de Nielzsche. Nietzsche hada coincidir tan cxnctamente n mi ser con mi \·ida y con ]a sucesion de las accioncs en que cst:l hrl consislido, que mi ser, cscatol6gicrlmentc futuro, no contendria )"rl otra COS:l que ]a «fepeticion», cI «ctemo retorno» de esa serie de acciones. Por cl can· trario, este hombre c6modamente espiritado de quicn hablnmos ahora piem::t que el pasado paso y no cuenta yn; que cl cspfritu n