raúl melendez - verdad sin fundamentos (1)

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i  Verdad

sin fundamentos

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P R E M I O S  

N A C I O N A L E S 

D E C U LTU R A

Filosofia

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Raúl Meléndez Acuña

Verdad sin fundament os 

Una indagación acerca dei concepto de verdad a la luz de la filosofìa de Wittgenstein

Ministerio de Cultura

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R e p ú b l i c a   d e   C o l o m b i a  

 Presidente de la República Ernesto Samper Pizano

M i n i s t e r i o   d e   C u l t u r a

 Ministro de Cultura 

Ramiro Osorio Fonseca

Viceministro de Cultura Miguel Durán Guzmán

Secretaria General de Cultura Pilar Ordóñez Méndez

Coordinadora de los Premios Nacionales de Cultura 

Miriam Vergara

©

 Raúl Melendez Acuña  Ministerio de Cultura

 Primera edición: abril de  1998

ISBN ,958-8052-11-4

Todos los derechos reservados. 

 Prohibida su reproducción total o parcial   por cualquier medio sin permiso del editor.

 Diseño de cubierta:

 Hugo Avila Leal 

 Fotografía de cubierta:

 Hideki Kuuiajima / Photonica 

 Edición, diseño y armada electrónica:  De Narváez  e’ Jursich 

 Impresión y encuadernación:  Panamericana Formas e Impresos S^4. 

 Impreso y hecho en Colombia

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Presentación 

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Desde los comienzos de la reflexión filosófica, la teoría del cono-cimiento en general y el problema de la verdad en particular, han 

 predominado en forma tal que para muchos la filosofía se identifica casi exclusivamente con la epistemología. Durante los siglos diecisiete 

y dieciocho, la prioridad concedida a esta línea de investigación en los sistemas de pensamiento llega a l punto de desplanar otros intereses  filosóficos o, al menos, subordinarlos a esta preocupación central.

Si bien ahora, cuando nos aproximamos al final de este mi-lenio, el panorama parece haberse modificado sustancialmente, el 

 problema de la verdad, sus criterios y fundamentos, se ha preservado 

como núcleo esencial de buena parte de las indagaciones filosóficas, especialmente de aquellas que giran en torno a la lógica y a la cien-cia. Cuando no se trata del tema que se desea desarrollar, este con-

 junto de problemas mantiene, sin embargo, lo que podríamos llamar  una prioridad negativa, en la medida en que se constituye como ob-

 jeto primordial de la crítica o como aquello en contra de lo cual se 

elaboran nuevas propuestas teóricas.Los esfuerzos por desalojar la epistemología de su lugar privilegia-

do han llevado, en muchas ocasiones, a suscribir diferentes variantes del irraáonalismo. En efecto, para algunos autores, la solución c o t ia  m 

tiría en abandonar el discurso racional y las herramientas argumni tativasy sustituirlos por la intuición y el sentimiento. Otros nmsidtrun

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liilm en los que modifica radicalmente sus posiciones iniciales. Para una mejor comprensión del problema, Meléndez toma como punto de 

 partida la ruptura que el propio Wittgenstein establece con su pen-samiento anterior. Considera luego una serie de interpretaciones posibles de la verdad en la segunda etapa de la reflexión wittgensteiniana, tentrándose en la relación entre lenguaje y realidad que se desprende de su obra posterior.

El último capítulo merece especial atención. En primer lugar,  porque el carácter asistemático de los escritos correspondientes al se- gundo período de Wittgenstein presenta una serie de dificultades es- peciales para quien intenta delimitar con claridad sus ideas respecto a un tema determinado. En segundo lugar, porque se aprecia un ma-yor distanciamiento respecto a los textos, que permite a Meléndez in-

troducir y analizar alternativas teóricas que enriquecen la discusión de las posiciones de Wittgenstein. En virtud de la perspectiva adopta-da la relación entre lenguaje y realidad se establece una unidad temática con el primer capítulo que comunica una gran coherencia a la argumentación. A la vez, sin embargo, se pone en evidencia la enor-me distancia teórica que media entre los primeros y los últimos escri-

tos del autor estudiado: mientras que el Tractatus permanece atado a los métodos del análisis lógico, en textos como Sobre la certeza,donde se recogen algunas de sus últimas reflexiones, Wittgenstein 

 propone una concepción por completo diferente del quehacer filosófico que hace posible formular de una manera inédita el problema de la verdad y muchos otros de los problemas clásicos de la filosofía. En lo 

que concierne a la verdad', se evita simultáneamente el irracionalismo y el primado de la razón; las estrategias conceptuales que le permiten a Wittgenstein lograr este equilibro conforman parte sustancial de este último capítulo.

Dada la complejidad de los problemas de que se ocupa y las pe-

culiares dificultades que ofrecen al lector los textos de Wittgenstein,

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Agradecimientos 

A mi familia, a la Tripita, a Oriana y a mis amigos, sincuyo amor y afecto no podría emprender nada; ellos son como mis fundamentos (pues si la verdad no necesita de funda

mentos, yo sí).Al profesorjaime Ramos por haber despertado en sus muy

enriquecedoras clases mi interés por la filosofía de Wittgens-tein y por la valiosísima ayuda que me dio como director deesta tesis.

A Magdalena Holguín, quien me ayudó muchas veces,de la manera más paciente y amable, a buscar la salida de labotella cazamoscas dentro de la cual yo quedaba frecuentemente atrapado en mis torpes intentos por interpretar el pensamiento de Wittgenstein, que ella conoce tan profundamente.

A los profesores, compañeros y alumnos que me han a-compañadado en mis primeros pasos en el estudio de la filosofía.

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¿Cuál es la verdad? ¿El ríoque fluye y pasa

donde el barco y el barqueroson también ondas del agua?

¿O este soñar del marinosiempre con ribera y ancla?

Antonio Machado, Proverbios y cantares

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 A  b r e v i a t u r a s   p a r a   i .a s   o b r a s   d e   W  i t t g e n s t e i n   c i t a d a s  

(Ver la información bibliográfica completa al final, bajo el título “Bibliografía ”)

t b   Tagebücher  1 9 1 4 - 1 9 1 6

t l p Tractatus LogicoPhilosophien pb Philosophische Bemerkungen CAM Cuadernos azul y marróni f    Investigaciones filosóficas

o f m   Observaciones sobre los fundamentos de la matemática g f    Gramática filosóficaz Zettelse Sobre la certeza b p p   Bemerkungen über die Philosophie der Psychologie  v B Verm ischte Bemerkungen

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Introducción general 

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La primera parte del segundo capítulo estará dedicada amostrar cómo Wittgenstein critica y abandona la imagen del

lenguaje como espejo y los supuestos sobre los que había hechodescansar su versión de la verdad como correspondencia. Unade las razones que llevaría al abandono de esta imagen es queella conduce a una caracterización demasiado unilateral dellenguaje, según la cual su función única y esencial sería reflejarlo real. En lugar de ceder a la tentación de buscar la funciónesencial del lenguaje que permita dar una explicación general,pero cuestionable, de lo verdadero como copia pictórica fiel delos hechos, Wittgenstein se esfuerza ahora por disipar las confusiones a las que lo condujo la perspectiva unilateral e idealizante (el “prejuicio de pureza cristalina”, para emplear una

expresión suya) que lo había tenido cautivo cuando escribió suprimera obra. Con el fin de librarse de tal perspectiva y de lasconfusiones que engendró, Wittgenstein busca lograr una visiónpanorámica (Übersickt} de la diversidad de funciones que cumple el lenguaje, de los variados usos que le damos a sus expresiones en diferentes contextos. En las dos partes restantes del

segundo capítulo se examinará esta nueva perspectiva de Wittgenstein sobre el lenguaje. Nuestro interés se enfocará en aclararel papel central que juegan en ella las nociones de significado,uso y aplicación de reglas, ya que estas últimas resultan particularmente pertinentes para nuestra ulterior discusión sobre elconcepto de verdad (capítulo tres).

En la nueva perspectiva el lenguaje adquiere autonomíafrente a lo real y ya no es simplemente un espejo que debe ajustarse a la realidad para poder reflejarla bien. El sentido de las

1919, citada en Ray Monk,  Ludw ig Wittgenste in: The D uty o f Genius , 

Penguin Books, 1991, p. 164).

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proposiciones del lenguaje ya no se deriva de los estados de<osas que deben representar, sino que se funda en los usos sig

nificativos que podamos darles en distintos contextos o “juegosdi; lenguaje”. Para que las expresiones de un juego de lengua je tengan sentido ya no se requiere que copien o representenlo real, sino que su uso, regido por ciertas reglas gramaticales<impartidas, se haya establecido como una de las costumbreso de las prácticas que hacen parte de nuestra forma de vida.Wittgenstein llega incluso a afirmar que la gramática, entendida en un sentido amplio como un sistema de reglas que rigent'l uso significativo de las expresiones en un juego de lenguaje,“no tiene que rendir cuentas a ninguna realidad” (GF, X, §133,p. 184)3.

El rechazo de la idea de que las proposiciones derivan susentido, su posibilidad de ser verdaderas o falsas, de una realidad independiente, en favor de la idea de que ellas adquieren sentido en virtud de su uso regular y habitual en diferentes

 juegos de lenguaje, el cual está regido por reglas autónomas,debe implicar, por supuesto, el abandono de la concepción de

la verdad como correspondencia del Tractatus. Con el lenguajey la gramática, la verdad también debe adquirir cierta autonomía respecto de la realidad. Surge, entonces, el problema principal de nuestro trabajo: indagar acerca de una nueva manerade entender el concepto de verdad que esté en consonanciacon sus nuevos puntos de vista. El objetivo que se persigue en

el tercer y último capítulo de la tesis es llevar a cabo esta indagación, evitando dejarse seducir por los ideales teorizantes,

3  Esta es una de las afirmaciones más tajantes de Wittgenstein so

bre la autonomía de la gramática, que discutiremos luego {parte I del 

capítulo tres) con el-debido detenimiento.

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M lRAÚL MELÉNDEZ ACUÑA 

unlversalizantes y fundamentadores (cabría llamarlos prejuicios) de los que Wittgenstein se esfuerza por liberarse en su

pensamiento tardío.

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Capítulo Uno 

Verdad como correspondencia 

en el  Tractatus

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La lógica no es una doctrina, sino una imagen especular del mundo.

Wittgenstein

Tractatus LogicoPhilosophicus

Introducción

En este primer capítulo nos proponemos poner el telón defondo, en contraste con el cual las cuestiones centrales de este,

trabajo se hacen más nítidamente visibles. Este telón de fondoestá constituido por la concepción de verdad como correspondencia defendida en el Tractatus LogicoPhilosophicus y por losprincipales pilares en que ésta se apoya, a saber, la ontologíaatomista que se presenta en las primeras páginas de esta obra,la teoría pictórica del significado y el postulado de que hay

una relación de isomorfismo lógico entre lenguaje y realidad.En su Tractatus Wittgenstein defendió una concepción de

la verdad como correspondencia {Übereinstimmung), la cualpuede ser caracterizada de manera muy general y breve enlas siguientes palabras: la verdad es un valor que atribuimosa una representación de lo real, y en particular a una proposición, entendida ésta como un modelo o figura (Bild)  de unestado de cosas, si ella está de acuerdo con la realidad. Si nose da esta correspondencia o concordancia entre la repn smtación y la realidad, la representación es falsa. En pal;il»i;is

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del propio Wittgenstein tenemos una formulación tambiénmuy concisa de esta concepción:

2.21 L a figura con cue rda con la realidad o no ; es justa o 

equivocada, verdadera o falsa.

(...) 2.2 22 E n el acuerd o o desacu erdo de su sentido con 

la realidad, consiste su verdad o falsedad.

2.2 23 Pa ra co n o ce r si la figura es verd ad era o falsa de

bem os com pa rarla con la realidad1.

Si bien estas escasas palabras apenas dan una idea demasiado vaga de la noción de verdad, partiendo de ellas podemos tratar de desentrañar algunos supuestos básicos sobre los

que se apoya. En primer lugar, para hablar de verdad comocorrespondencia en el sentido en el que lo hace Wittgensteinen el Tractatus, se requiere postular la existencia de una realidad que sirva como instancia determinante, en relación o encomparación con la cual se pueda saber de una figura si es ono es verdadera. El carácter verdadero o falso de la figura

no es algo que podamos atribuirle a ella, considerada en símisma, sino que depende de la relación que ella guarde conesa realidad cuya existencia se postula.

Pero, al señalar la obviedad de que para poder hablar deverdad como correspondencia se debe asumir la existencia deaquello, la realidad, a lo que debe corresponder lo verdadero,

todavía no se dice nada acerca de cómo debe ser tal realidad.En todo caso, el empleo del término ‘BiW  para designar unafigura o modelo que representa la realidad sugiere que estaúltima goza de una prioridad, que podría llamarse ontológica,

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en el Tractatus y si en esta obra se asume una postura realistacomo la que acabamos de esbozar, las examinaremos poste

riormente con más detenimiento.Por lo pronto, señalemos otro supuesto básico que sub-

yace a la concepción de la verdad del Tractatus. La idea deque lo verdadero constituye una representación correcta oadecuada de la realidad descansa, en esta obra, sobre unaasunción, que Wittgenstein tildará, en su obra posterior, deunilateral: la función esencial del lenguaje, se asume, consiste enservir como instrumento para que nosotros nos formemosrepresentaciones figurativas de la realidad, para construir conél una imagen del mundo. Usando una metáfora muy socorrida: el lenguaje funciona como un gran espejo que nos sir

ve esencialmente para reflejar en él lo real. Un reflejo fiel yexacto merece el honor de ser considerado verdadero. Y para que sea posible que el lenguaje se use para reflejar, bien omal, verdadera o falsamente, lo real, lenguaje y realidad deben tener algo en común. Lo representado y su representaciónfigurativa en el lenguaje deben tener algún tipo de similitud

no necesariamente visual (como en el caso de un objeto y undibujo o pintura del mismo) pero, por lo menos, estructuralo formal; de no ser así no serían conmensurables, no seríarealizable una comparación que permita establecer si la figura está en concordancia con la realidad que representa.

Estas consideraciones iniciales, basadas en una caracteri

zación todavía muy general e imprecisa de la noción de verdad del Tractatus, nos sugieren ya algunos interrogantes quenos pueden ir encaminando hacia un examen más completoy detallado de la apenas esbozada concepción de la noción deverdad del Tractatus y de los supuestos que subyacen a ella.

Para realizar tal examen trataremos de dar respuesta a las si-

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guíenles preguntas: ¿Cómo es la realidad a la que debe coi responder lo verdadero? ¿Qué supuestos ontológicos están

u la base de la concepción de la verdad defendida en el Trac tatns? ¿Implica tal concepción un compromiso con una postura realista y, en caso afirmativo, cómo precisar esta postura?(parte I) ¿Qué hace posible que el lenguaje se use para cumplir la función de representar o reflejar la realidad? ¿Cómoha de ser un lenguaje que pueda cumplir su función esencialde espejo? (parte II) ¿Cómo describir exactamente el isomor-fismo lógico entre lenguaje y realidad, sin el cual no sería posible la correspondencia o concordancia que se exige entrelo verdadero y la realidad? ¿En qué consiste exactamente esarelación de concordancia? (parte III).

/. La antología ¿fc/Tractatus: Cómo es la realidad que reflejamos en el espejo

En las primeras líneas del Tractatus Wittgenstein expone, demanera típicamente lacónica, las tesis básicas de su ontología:

el mundo es la totalidad de los hechos, no de las cosas ( t l p

1.1); un hecho es la existencia de estados de cosas (TLP 2); un

estado de cosas1es una combinación de objetos o cosas (TLP

2.01); los objetos son simples (TLP 2.02), son lo fijo, lo existente

3 La expresión alemana que se traduce como “estado de cosas” c-s 

“Sachverhalt1. A veces se la traduce también como “hecho atómico”, 

pero esta traducción es problemática pues sugiere que todo Sachvn huli 

es un hecho. Hay, sin embargo, Sachverhalte, es decir, combinanniu-N 

de cosas, que no son existentes, que, aunque son posibles, de ln‘( !i<> un 

se dan  y   no podrían llamarse, de acuerdo con TI.r '2.  Iicrliov

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(TLP 2.027), forman la sustancia del mundo {TLP 2.021) y le

dan a éste una forma fija (TLP, 2.023).

Esta abstracta descripción del mundo ganaría en concreción y detalle si se precisara de alguna manera cuáles son losobjetos que conforman los estados de cosas y constituyen “lasustancia del mundo”. ¿Son estos objetos simples datos de lossentidos (sensedata), como en la fenomenalista versión russe-lliana del atomismo lógico? ¿Son objetos físicos, quizá partículas elementales de algún tipo, como las que podrían postularse en un atomismo materialista o fisicalista? ¿Son otra clase de objetos?4.

La ontología del Tractatus tiene un carácter abstracto e indeterminado, que no resulta simplemente del hecho de que

Wittgenstein no estuviera en capacidad de precisar cómo sonlos objetos, por falta de información fáctica. Él no establecela existencia de los objetos simples empíricamente, sino pormedio de un argumento a priori que, como veremos, muestraque ella es una condición necesaria para que el lenguaje pueda cumplir su función representacional, para que en él poda

mos tener un reflejo puro, claro y bien determinado de lo real.Este carácter abstracto e indeterminado está estrechamen

te vinculado con la tesis que afirma que los objetos son simples. Si se quisiera enunciar proposiciones que expresaran

+Wittgenstein de hecho consideró, en sus cuadernos de notas de 

11)14-1916, estas dos posibilidades, fenomenalista y fisicalista, de precisar 

la sustancia de su ontología atomista. Sin embargo, en la versión final

mente publicada del Tractatus no quiso com prom eterse con ninguna de 

estas dos alternativas y se abstuvo de dar una respuesta concreta a la 

cuestión de qué tipo de cosas o entidades consideraba como objetos 

simples.

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cierta información fáctica para detallar cómo es un objrln,con tales proposiciones sólo podríamos decir en qué estados

de cosas aparece el objeto5. Es decir, se podría decir, usandoel lenguaje fáctico, tal como se lo concibe en el Tractatus, cómoel objeto se combina con otros y esto podría, en principio,descubrirse mediante una laboriosa investigación empírica.Sin embargo, el objeto carece, por ser absolutamente simple,de una complejidad interna (no es combinación de otros ob

 jetos) que pueda expresarse en tal lenguaje y que permita caracterizarlo o describirlo intrínsecamente, sin recurrir a losestados de cosas en los que, de hecho, aparezca:

2.0 23 1 L a sustancia del m und o puede determ inar sólo 

una form a y n inguna prop iedad material, pues éstas se presentan prim ero en las propo siciones —están formadas prim e

ro por la configuración de los objetos.

2 .0232   Sea dicho de paso: los objetos carecen de co lo r1’-

E1 carácter abstracto, incoloro de los objetos simples, que

aquí expresa Wittgenstein de manera un tanto oscura, sería,pues, una consecuencia de su simplicidad, esto es, de su carencia absoluta de complejidad interna. La forma que puedan poseer los simples tendría que estar determinada, comoveremos más adelante, por las combinaciones en que puedaentrar con otros objetos simples e incoloros y no por algo

que pueda atribuírseles considerándolos aisladamente.

■’ Esta afirmación se aclarará más adelante, cuando examinem os la 

concepción pictórica de las proposiciones, según la cual ellas son figii 

ras o modelos de estados de cosas. 

bTLP, p. 41.

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posiciones que poseen un sentido total y precisamente determinado. Una condición necesaria, a priori para que esto

sea posible es que tales proposiciones sean analizables en términos de proposiciones atómicas en las que se nombran objetossimples y que ya no pueden analizarse más. El argumentoestá resumido en las siguientes palabras:

2.02 El objeto es simple.2.0201 Todo aserto sobre complejos puede descom

ponerse en un aserto sobre sus partes constitutivas y en aquellas proposiciones que describen completamente el comple

 jo.2.021 Los objetos forman la sustancia del mundo. Por

eso no pueden ser compuestos.2.0211 Si el mundo no tuviese ninguna sustancia, dependería que una proposición tuviera sentido, de que otraproposición fuese verdadera.

2.0212 En este caso sería imposible trazar una figura(BiUt) del mundo (verdadera o falsa)8.

El argumento tiene la estructura lógica de una reducciónal absurdo: tiene que haber objetos simples, los cuales constituyen la sustancia del mundo, porque si no los hubiese, estocontradiría una afirmación que se tiene por verdadera, a saber, que es posible que nos formemos una representación fi

gurativa del mundo, sea ésta verdadera o no. Esta afirmaciónresulta obvia si ya se ha adoptado desde un comienzo la imagen del lenguaje como espejo, cuya función esencial es linafunción representacional que permite que formemos en él

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copias o reflejos de lo real. Las imágenes o figuras de los hechos que constituyen el mundo, están formadas en proposi

ciones que deberían poseer un sentido determinado. Sólo siposee un sentido determinado, una proposición puede figurarun estado de cosas y reflejar la manera determinada comoestán combinados los objetos en él.

Lo que hay que aclarar ahora, para comprender cabalmente el argumento, es por qué si no hubiera objetos simpleslas proposiciones no podrían tener un sentido determinado y,entonces, no podrían cumplir la función figurativa que, se asume, de hecho cumplen. Si no hubiera objetos simples todoslos objetos a los que se haga referencia en una proposicióntendrían que ser complejos. Pero, en virtud de 2.0201, una

proposición sobre complejos es analizable en términos deproposiciones acerca de las partes de los complejos. En lasInvestigaciones filosóficas Wittgenstein, con una intención crítica, da un ejemplo que ayuda a aclarar cómo sería esta clasede análisis:

Cu and o digo: ‘Mi escoba está en el rincón ’ - ¿es éste en 

realidad un enunciado sobre el palo y el cepillo de la esco

ba? (...) Así pues, ¿quién dice que la esco ba está en el rincón  

quiere realm ente d ecir: el palo está allí y tam bién el cepillo, 

y el palo está encaja do en el cepillo?1'.

No nos interesa, por el momento, adentramos en las consideraciones críticas acerca de este tipo de análisis, sino usarel ejemplo dado aquí para aclarar el papel de la afirmación2.0201 en el argumento. Supongamos, pues, que el sentido de

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la proposición “La escoba está en el rincón”, en la que se hace referencia al complejo ‘la escoba’, se explícita descoman

niéndola en “El palo está en el rincón, el cepillo está en **1rincón y el palo está encajado en el cepillo”. Puesto que elpalo y el cepillo no son tampoco simples, el análisis puedecontinuarse conduciendo a proposiciones sobre las partes delpalo y del cepillo. Se podría, por ejemplo, descomponer “elcepillo está en el rincón” en “las cerdas del cepillo están en elrincón, la cabeza del cepillo está en el rincón y las cerdas están adheridas a la cabeza”, que a su vez puede descomponerse en... Es claro que si no hay objetos simples (ésta es lahipótesis que se quiere reducir al absurdo) este análisis podría,en principio, prolongarse indefinidamente. La explicitación

del sentido de la proposición inicial nunca terminaría, se precipitaría en una regresión infinita y, entonces, el sentido permanecería indeterminado:

El análisis de los signos debe llegar a un térm ino, pues si 

los signos exp resa n algo en absoluto, el sentido debe perte- 

necerles de una m anera que es com pleta de una vez y para 

siempre10.

¿Pero acaso la proposición inicial carece de un sentidodeterminado hasta que su análisis no se complete? ¿No se aferra aquí Wittgenstein a una exigencia demasiado absoluta de

determinación y pureza del sentido de una proposición? Esloes lo que pondrá en cuestión Wittgenstein en su obra posterior, pero no nos adelantemos. En el Tractatus él afirma:

10 PTLP 3,20102, citado en Anthony Kenny, Wittgenstein, IVngiiin 

Books, 1973, p. 80.

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pilcaremos más adelante, no sea contingente, ni expresableen proposiciones fácticas. Sin tales objetos simples las pro

posiciones sobre complejos carecerían de un sentido determinado, el cual pueda explicitarse mediante un análisis lógicocompleto, y con ellas no nos podríamos formar una imagende la realidad, como de hecho lo hacemos. La no existencia delos simples se reduciría a lo absurdo, ya que contradiría nuestro uso efectivo y cotidiano del lenguaje para representar loreal.

Hay, sin embargo, un punto problemático en la interpretación que estamos proponiendo. La plausibilidad de lo afirmado en 2.0211 parecería descansar sobre el supuesto de queuna proposición carece de sentido si contiene expresiones

denotativas vacuas, esto es, si no existen los objetos sobre loscuales versa. Sin embargo, Wittgenstein rechaza explícitamente este supuesto (apoyándose en razones parecidas a lasque sirven de apoyo a Russell para defender su teoría de lasdescripciones definidas). El análisis de una proposición acerca de un complejo en proposiciones sobre sus partes muestra

que lo que depende de la existencia del complejo es la verdad de la proposición y no su sentido:

3.24 (...) El complejo sólo puede darse por descripción,y ésta será justa o errónea. La proposición en la cual se habla de un complejo no será, si éste no existe, sin sentido, sino

simplemente falsa13.

El sentido de una proposición en la que se menciona uncomplejo puede explicitarse analizándola y traduciéndola a

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proposición fuese verdadera”. La aparente incoherencia surgió de suponer, demasiado apresuradamente, que la proposi

ción que tiene que ser cierta para que una proposición sobreun objeto complejo tenga sentido, es la que afirma la existencia del complejo. Pero esto no está dicho explícitamente en2.0211. Con el fin de evitar la incoherencia y comprender me

 jor la argumentación wittgensteiniana en favor de los simples, examinaremos la posibilidad de que, suponiendo queellos no existen, la proposición cuya verdad sería condiciónde sentido de una proposición sobre un complejo no sea laque afirma la existencia del mismo.

Tomemos ahora a manera de ejemplo {para no desgastartanto a la escoba del rincón} la proposición “Pegaso está entre

las nubes”. De acuerdo con el fragmento citado de 3.24, lainexistencia de Pegaso hace que esta proposición sea falsa, pero no que carezca de sentido. En efecto, la proposición puedeanalizarse de manera que la referencia al objeto complejo Pegaso se elimine y se sustituya por una descripción de cómodeben estar dispuestas sus partes para que exista; quizá un

análisis semejante a: “El cuerpo de caballo está entre las nubes, las alas están entre las nubes y el cuerpo de caballo estáunido a las alas ... (de tal y tal modo)”.

Entendemos bien el sentido de la proposición sobre Pegaso, el cual no depende, entonces, de que la descripción “elcuerpo de caballo está unido a las alas ... (de tal y tal modo)”,que equivaldría a la afirmación de la existencia del complejoPegaso, sea verdadera, pues de hecho no lo es. Pero su sentido dependería, en conformidad con lo dicho en 2.0211, de laverdad de proposiciones distintas a la que afirma la existencia de Pegaso (afirmando que sus partes están combinadas

de cierto modo específico).

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simple describe estados de cosas posibles en los que puedeaparecer el simple. Se puede decir de un simple cómo se

combina con otros. Pero no se puede afirmar su mera existencia en una proposición con sentido, pues la mera existenciadel simple no es expresable como un estado de cosas, no esuna combinación de objetos y, por lo tanto, no se puede formular en un lenguaje fáctíco como el del Tractatus, cuya posibilidad de afirmar algo se agota totalmente en su posibilidadde representar posibles estados de cosas. Esto explicaría el siguíente pasaje de las Philosophische Bemerkungen en el que Witt-genstein echa una mirada retrospectiva sobre la concepción delos simples defendida en el Tractatus.

Lo que yo una vez llamé ‘objetos’, lo simple, es simplemente aquello a lo que puedo referirme sin temer que qui

zá no exista; esto es, aquello para lo cual no hay existencia 

ni inexistencia, y esto quiere decir aquello de lo que pode

m os habla r, sin im po rtar lo que sea el caso 1(1.

A diferencia de los complejos, los cuales, como ya hemosvisto, pueden describirse en proposiciones fácticas que dicencómo están dispuestas sus partes constitutivas y que puedenser falsas, los simples no pueden describirse, pues carecen decomplejidad interna, sino sólo nombrarse:

3.221 Sólo pued o nombrar   los objetos. Los signos los 

representan. Yo solamente puedo hablar de ellos; no puedo 

expresarlos.

ie PB, 36, p. 72. En el Trac/aítaWittgenstein afirmaba: uI,;i sust.mi i,i 

es aquello que existe independientemente de lo que acaen '" (n .r , ’ n 1|i

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exige en el Tractatus sin cuestionarlo, condicionado por y derivado del carácter determinado y fijo de la realidad que ellas

representan?Esta fijeza de los objetos, su carácter a priori, absoluto,

necesario y eterno, justifica el que se los identifique con lasustancia del mundo y, tal vez, aclara el sentido en el que Witt-genstein habla de sustancia. La sustancia se podría interpretaraquí (de manera muy tradicional) como la base que permanece inmutable en todo cambio. Todo cambio es una variación en la manera como se combinan los objetos y, por ello,los objetos mismos, que no son combinaciones, no puedencambiar (TLP, 2.0271).

Una característica importante de la red de posibles esta

dos de cosas, esto es, del espacio lógico o realidad, es que losestados de cosas atómicos que la conforman son independientes, en el siguiente sentido:

2.061 Lo s estados de cosas son indepen dientes unos de 

otros.

2.0 62 De la existencia o no existencia de un estado de cosas, no se puede conclu ir la existencia o n o existencia de 

otro21.

Como veremos posteriormente, esta independencia de losestados de cosas elementales juega un papel muy importante

en la explicación que se da en el Tractatus de la noción de necesidad lógica. Por ahora señalemos que si no se asume estaindependencia, entonces la forma lógica de la realidad no estaría determinada única y completamente por la forma lógi-

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q u i e re d e c i r q u e m i v o l u n t a d e n t r a a l m u n d o c o m p l e ta m e n t e  

d e sd e fu e ra , c o m o a a lg o y a c o m p l e to {etwas Fertiges)”  ( t b ,  

8.7.16, p. 168).Para concluir nuestra exposición de la ontología del Trac-

tatas, que subyace a la concepción de la verdad como correspondencia presentada en esta obra, resumamos y subrayemosde nuevo los principales resultados de la misma. Hemos mostrado que hay dos tesis ontológicas básicas en el Tractatus,  asaber, una tesis atomista según la cual hay objetos simples queconstituyen la sustancia del mundo y una tesis realista en virtud de la cual estos objetos simples determinan una forma fija,independiente, autónoma de la realidad. Para defender estastesis básicas, Wittgenstein usa argumentos que podemos in

terpretar como trascendentales y que se apoyan en un supuesto fundamental: nuestro lenguaje es como un espejo quecumple una función eminentemente representacional, quepermite que nos formemos en él imágenes verdaderas o falsas de lo real.

II. Las proposiciones como pinturas. Cómo es el espejo en el que refle- jamos la realidad

En la primera parte de este capítulo, para indagar acercade cómo es la realidad a la que debe corresponder lo verdadero, tuvimos que recurrir, en varios puntos claves, a su imagen en el espejo del lenguaje. En nuestras consideracionessobre la ontología del Tractatus ya se anticiparon, pues, algunas consideraciones importantes acerca del lenguaje. Enesta segunda parte pretendemos ampliar y  completar estasconsideraciones, centrándonos en la cuestión de cómo es la 

estructura del lenguaje que hace posible que en el se refleje la

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estructura dada e independiente (en el sentido aclarado ya) de lo r taL

Comencemos nuestra indagación acerca de la estructura(U*l lenguaje en el nivel básico en el que éste adquiere contacto directo e inmediato con la realidad que representa, es decir, en el nivel de los nombres simples y su relación con losobjetos simples. En este nivel básico se establece una asociación entre los elementos básicos del lenguaje, los nombres, ylos elementos básicos de la realidad, los simples, designadospor los primeros. A través de esta relación referencial entre elnombre y el objeto nombrado por éste, el lenguaje adquierela posibilidad de representar la realidad, adquiere su contacto con ella (TLP 2,1515). Y sobre esta asociación nominativa

básica se construye el completo isomorfismo entre lenguaje yrealidad.Wittgenstein afirma (distanciándose de la posición de Fre-

ge) que el objeto simple al que un nombre refiere constituyeno solamente su referencia, sino también su significado (TLP, 

3.203). Esto parecería implicar que el nombre, en virtud de

su mera asociación con el objeto que nombra, posee ya unsignificado. Sin embargo, oponiéndose a esto (y coincidiendocon Frege), Wittgenstein sostiene que sólo en el contexto deuna proposición el nombre adquiere significado. Una manera de mostrar que estas dos afirmaciones, aparentementeopuestas, son conciliables consiste en recurrir al uso del nombre en contextos proposicionales como criterio para saber si elnombre está cumpliendo realmente su función referencial y siretiene su significado23 (ver TLP, 3.32(i y 3.327). Para usar

 ,£i  Señalemos, de paso, que la estrecha vinculación entre significa

do  y   uso no es algo exclusivo, ni del todo nuevo en la que se ha dado

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elementales que figuran estados de cosas atómicas (TLP, 4.2 y

4.21). A las proposiciones elementales se las podría caracterizar

dr dos maneras diferentes. En primer lugar, son las proposiciones más simples, en el sentido de que no pueden analizaría' más. Ellas son concatenaciones de nombres simples (TLP, 

■1.22 y  4 .221) , los cuales ya no pueden descomponerse median-U' definiciones o descripciones (TLP, 3.26). En segundo lugar,las proposiciones elementales se distinguen de las demás porser todas lógicamente independientes entre sí (TLP, 4.211). Laverdad o falsedad de una de ellas no implica nada acerca deIh verdad o falsedad de otra. Esto no ocurre con las proposiciones complejas, las cuales están en determinadas conexiones lógicas con las proposiciones que forman parte de su

análisis y también con otras proposiciones que tienen en susanálisis partes comunes con ellas. Piénsese, por ejemplo enlas conexiones lógicas entre una proposición compleja de lalorma ‘p y q’ y sus partes p, q; o en la conexión lógica entre ‘py q’ y Lp ó q’. En contraposición a esto, si p y q son elementales entonces son lógicamente independientes. Esta independen

cia lógica entre las proposiciones elementales refleja, claroestá, la independencia, a la que ya aludimos, entre los estadosde cosas atómicos representados por ellas (TLP, 2.061, 2 .062).

La posibilidad de que las proposiciones elementales modelen lo real y tengan, entonces, sentido, se basa en su capacidadpictórica de figurar estados de cosas posibles. La concepción

pictórica de las proposiciones elementales puede resumirsebrevemente como sigue. Los nombres se combinan entre síde determinadas maneras para formar signos preposicionales (TLP, 3.14), los cuales figuran o modelan estados posiblesde cosas (TLP, 3.21). La proposición es el signo preposicional

o combinación de nombres en su relación con el estado de

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RAÚL MELÉNDEZ ACUÑA

cosas que figura (TLP, 3.12). Dicho en otras palabras, la proposición es la combinación de nombres en cuanto tiene un

sentido. La proposición tiene sentido si figura un posible estado de cosas, si representa una combinación posible de los ob

 jetos nombrados en ella. La proposición elemental es, pues,una figura o modelo {Bildj de la realidad (TLP, 4.01y 4.011).Ella representa un punto en el espacio lógico constituido porlas posibles combinaciones entre objetos.

En lo que sigue trataremos de dar respuesta a la cuestiónde qué es lo que hace posible que la proposición elemental cumpla su función esencial de representar figurativamente la realidad. A este respecto Wittgenstein nos dice: “La posibilidad de la proposición descansa en el principio de la representación de los

objetos por los signos” ( t l p , 4.0312). El que la proposiciónelemental pueda figurar estados de cosas presupone la conexión básica referencial entre nombres y objetos. Es sólo envirtud de esta conexión que la proposición adquiere su relación con la realidad. Pero la proposición no es un mero agregado inconexo de nombres asociados a objetos. Se requiere

además que la proposición tenga una forma y una estructura,o sea, que en ella los nombres estén articulados en ella de unamanera determinada (estructura de la proposición) y que estamanera determinada de articularse modele una posible manera de combinarse de los objetos nombrados, un estado de cosasposible (forma de figuración de la proposición): “Un nombre

está en lugar de una cosa y otro en lugar de otra y están unidos entre sí. Así el todo representa —como una figura viva—el estado de cosas,” (TLP, 4.0311). Refiriéndose a las figurasen general, no necesariamente lingüísticas, Wittgenstein escribe:

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2.12 La figura es un modelo de la realidad.2.13 A los objetos corresponden en la figura los elemen

tos de la figura.2.131 Los elementos de la figura están en la figura en

lugar de los objetos.2.14 La figura consiste en esto: en que sus elementos

están combinados unos respecto de otros de un modo determinado.

2.141 La figura es un hecho.2.15 Que los elementos de la figura estén combinados

unos respecto de otros de un modo determinado, representa que las cosas estén combinadas también unas con otrasde la misma manera.

A esta conexión de los elementos de la figura se la llamasu estructura y a su posibilidad su forma de figuración.2.151 La forma de figuración es la posibilidad de que las

cosas se combinen unas respecto de otras como los elementos de la figura24.

Podemos expresar ahora, usando la terminología del Tracta tus, las dos condiciones fundamentales para que una proposición, o en general una figura, pueda representar la realidad.La primera condición es la relación figurativa (TLP, 2,1514)  

que debe darse entre los elementos de la figura y los objetos.En el caso particular de las proposiciones puede hablarse más

específicamente de la relación referencial entre los nombres,que son los elementos de la proposición, y los objetos, queson los elementos del estado de cosas representado por la proposición. La segunda condición fundamental es que la figura

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i*n cuanto a su color es en ser ambas coloreadas, es decir, enln posibilidad de tener el mismo color. Es la posibilidad de ten e r el mismo color y n o el hecho de tener el mismo color lo(|U(‘ permite hacer la comparación entre la mancha y la m a n

/,una que establecería la corrección o incorrección de la manchai orno representación del color de la manzana. La posibilidad<le tener el mismo color que el objeto cuyo color se representa (lo que podríamos llamar, tratando de imitar la terminología wittgensteiniana, su ‘forma de coloración’} es lo que,e n este caso, permite a nuestra mancha poder cumplir su función representativa o figurativa.

Ahora bien, en el caso de una proposición como figura,ya no en un sentido visual sino lógico, de un estado de cosas,

también debe haber algo común a ambos para que la proposición pueda ser figura. Pero no debe haber tanto en comúnque resulte que la proposición sea siempre verdadera. La teoría pictórica de las proposiciones debe permitir resolver unviejo problema: explicar la posibilidad de proposiciones queposeen sentido, que figuran un estado de cosas, pero que son

falsas. La proposición tiene una estructura, dada por la manera específica como están conectados los nombres en ella. Yesta estructura representa una posible combinación entre losobjetos nombrados, un posible estado de cosas. Si se exigiera que lo común a proposición y realidad figurada fuese laestructura, el estado de cosas representado coincidiría, de hecho,

con la proposición en tener tal estructura y la proposición sería siempre verdadera. No se podría dar cuenta, entonces, dela posibilidad de proposiciones con sentido pero falsas. Lo común a proposición y realidad no puede ser, pues, la estructura, la manera de combinarse los nombres, por un lado y los

objetos, por el otro. Pero para que la proposición pueda cum

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plir su función figurativa debe ser por lo menos  posible quesus nombres y los objetos nombrados por ellos se combinen

de la misma manera, esto es, conformen la misma estructura. A esta posibilidad de coincidencia en la estructura la llama Wittgenstein la forma lógica de figuración.

Esta distinción entre estructura y forma lógica permite separar las condiciones para que una proposición tenga sentidode las condiciones que la hacen verdadera y permite, por loconsiguiente, resolver el antiguo problema de la posibilidad deproposiciones con sentido pero falsas“ . Este problema surge,en este contexto, si se identifica el sentido de una proposicióncon un hecho representado por ella, pues si la proposición esfalsa no se da el hecho que representa y entonces carecería

de sentido. Pero para poder ser falsa una proposición tieneque poseer ya un sentido. Por esto es importante subrayarque Wittgenstein no identifica el sentido de una proposicióncon un hecho, sino con un posible estado de cosas, con unpunto en el espacio lógico (ver TLP, 2.202 y 2.221), que podría ser un hecho, sin serlo siempre. El sentido de una proposi

ción no necesariamente hace parte del mundo, pues este últimoestá constituido por hechos. Pero el sentido de una proposición falsa tampoco cae en el vacío. Es aquí donde la distinción entre realidad y mundo cobra especial importancia. Hayun espacio más amplio que el mundo de los hechos, a saber,la realidad o el espacio lógico, que alberga además de los he

chos, además del mundo, las posibilidades de combinaciónentre objetos que de hecho no se dan y que están representa-

^ Que el problema es, en efecto muy antiguo, puede corrobo

rarse consultando: Platón,Teeteto

 , I H9a.

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iliis por proposiciones falsas pero con sentido*7. El sentidoi'hIú determinado completamente por la proposición y es in

dependiente de los hechos; depende de cómo sus nombres serimectan y cómo esta conexión representa una posible mani'ra de conectarse los objetos nombrados, un estado de cosasposible. Se puede comprender el sentido de una proposiciónNÍn saber si ella es verdadera o falsa y sólo habiendo comprendido el sentido de la proposición se puede compararlocon la realidad para establecer su verdad o falsedad. Tal comparación buscaría establecer si el estado de cosas figuradopor la proposición se da de hecho o no, si está en el mundo y 110 sólo en el espacio lógico, como mera posibilidad (TLP, 4.25).

Para que el lenguaje pueda servir como espejo de la rea

lidad tiene que haber, entonces, identidad entre su forma lógica y la forma lógica de la realidad. Esto quiere decir que enel lenguaje los elementos básicos que son los nombres deben, además de estar asociados a los elementos básicos de larealidad, poseer las mismas posibilidades de combinaciónque poseen tales elementos básicos. La gramática o la sinta

xis lógica, que determina la forma lógica del lenguaje, juegaaquí un papel clave, como reglamentación de las combinaciones lingüísticas que deben reflejar las posibles combinaciones

11  Se suele aclarar que la noción de posibilidad que se emplea en el 

Tractatus no debería entenderse en un discutible sentido metafísico, se

gún el cual algo posible hace presencia en un misterioso mundo diferente 

del actual. Lo posible, en este contexto, debería entenderse, más bien, 

como lo pensable o, equivalentemente, lo expresable en proposiciones con 

sentido. Sin embargo esta expresabilidad en proposiciones con sentido 

descansa en que este sentido haga parte de un metafisico espacio lógico 

de posibles combinaciones de abstractos objetos simples.

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ontológicas determinadas por la naturaleza intrínseca de losobjetos simples. De esta manera, la sintaxis lógica que rige el

uso de los nombres y que, por decirlo así, expresa su naturaleza, juega un papel fundamental en el lenguaje, análogo alque juega la naturaleza de los simples en la realidad. Es lasintaxis lógica la que, en último término, determina la formalógica del lenguaje, de manera análoga a como las esenciascombinatorias de los simples determinan la forma lógica dela realidad. Y ambas formas lógicas deben coincidir. La identidad de la forma lógica de lenguaje y realidad sería visuali-zable de la siguiente manera: la red de posibilidades de formarproposiciones elementales con sentido, permitidas por lasreglas sintácticas del lenguaje, debe poder superponerse a la

red de posibilidades combinatorias de la realidad, permitidaspor la naturaleza de los objetos; y tal superposición debe mostrar, en el nivel de las proposiciones elementales y sus correspondientes estados de cosas atómicos, una congruencia ocoincidencia absoluta, un isomorfismo perfecto, punto porpunto, nodo por nodo. No debe haber posibilidades en la rea

lidad inexpresables en el lenguaje, ni proposiciones con sentidoque no expresen posibilidades en la realidad. Es este isomorfismo lógico entre lenguaje y realidad el que permite explicarcómo las proposiciones elementales adquieren su sentido. Eneste isomorfismo, a diferencia de un isomorfismo entre estructuras matemáticas, las estructuras no están en pie de igualdad,

sino que una, la de la realidad, juega el papel de estructuraoriginal y la otra, la del lenguaje, tendría que ser una copia isomórfica de la primera.

Esta concepción pictórica del lenguaje permite dar unaexplicación general de lo que Wittgenstein considera como la

esencia de la noción de verdad:

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L a teoría de la figuración lóg ica a través del lenguaje nos 

da, en p rimer lugar, una comp rensión de la esencia de la re

lación de verdad. La teoría de la figuración lógica a través 

del lenguaje dice —de m an era totalmen te general: Para que 

sea posible que una prop osición sea verd ade ra o falsa - que 

ella concuerd e o no con la realidad - para ello tiene que haber 

en la prop osición algo idéntico con la realidad^.

El sentido de una proposición, su esencial posibilidad deser verdadera o falsa, presupone la identidad de la forma lógica de lenguaje y realidad. Pero para que lo expresado en el lenguaje sea de hecho verdadero se debe cumplir no solamentela identidad en la forma lógica de lenguaje y realidad, sino

también la identidad en la estructura de las proposiciones y loshechos. Es decir, las combinaciones entre nombres en las proposiciones ya no deben ser sólo combinaciones posibles entrelos objetos nombrados, hacer parte del espacio lógico (condición de sentido) sino que esta posibilidad debe actualizarse, losobjetos deben combinarse de hecho en el mundo como lo dicen

o representan las proposiciones (condición de verdad). Lascombinaciones entre objetos figuradas por las proposicionesverdaderas no forman parte únicamente del espacio lógico, delo posible, sino que forman parte del mundo, de lo fáctico. Yel total de proposiciones elementales verdaderas describe latotalidad de los hechos, es decir, es una descripción completa

del mundo (TLP, 4.26).La concepción pictórica de las proposiciones elementales

permite, de esta manera, dar cuenta de la relación entre lenguajey realidad y de las nociones de significado o sentido (Sinn) y

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verdad que enraízan en ella. Y puesto que el mundo se puededescribir completamente usando sólo proposiciones elemen-

tales, basta aclarar cómo ellas cumplen su función figurativapara aclarar cómo en el lenguaje se puede representar al mundo. Sin embargo, las proposiciones que usamos habitualmente no son elementales, sino complejas. Las proposicioneselementales están en un nivel tan profundo y oculto, que nisiquiera podemos dar ejemplos de ellas. Un ejemplo de proposición elemental contendría ejemplos de nombres de losabstractos objetos simples y ya vimos por qué Wittgensteinno da ejemplos de ellos. Para completar esta exposición de laestructura del lenguaje y de su isomorfismo con la realidaddebemos, pues, escalar todavía a un nivel más superficial y

explicar cómo las proposiciones no elementales pueden adquirir sentido. De hecho, recordémoslo, la existencia del nivel oculto y profundo se había mostrado como necesaria,precisamente para poder garantizar que las proposicionescomplejas que usamos habitualmente posean un sentidocompletamente determinado. Aclarar cómo está determinado

el sentido de éstas permitirá, a su vez, dar una breve explicación de las nociones de necesidad lógica y tautología, desdeesta perspectiva del Tractatus. La explicación se basa en que elsentido, las condiciones de verdad, de una proposición compleja es función de los sentidos de las proposiciones elementales que la constituyen o hacen parte de su análisis (TLP, 5.2341).

Las proposiciones complejas no son figuras de la maneradirecta e inmediata como lo son las proposiciones elementales.El carácter figurativo de la proposición compleja reside en serlo que podríamos llamar una combinación lógica de figuras yno en ser una figura sencilla, en el sentido en que lo es una

proposición elemental. Tomemos, a manera de ejemplo una

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proposición compleja de la forma ‘p v q’, conformada a parí itde las proposiciones elementales p y q. ¿Es la proposición

compleja una figura? Y si lo es, ¿cuál es el estado de cosas figurado por ella? Podríamos pensar que la proposición complejaes una figura de un estado de cosas complejo o una situación[Sachlagé] constituida ya no por un solo punto del espacio lógico, sino por una región del mismo. En tal caso, ¿cómo podríamos describir o caracterizar la región representada por ladisyunción de p y q? Esta región debería estar, de todos modos, determinada por los puntos representados por p y q. Sinembargo si llamamos R a la región de la que la disyunciónsería figur a (es decir, aquella que debería estar dentro del mundode los hechos para que la disyunción sea verdadera) se pre

sentan cuatro posibilidades excluyentes: que la región contengaambos puntos representados por p y q; que contenga sólo alprimero; que contenga sólo al segundo; y, finalmente que nocontenga a ninguno de los dos. Si se da la primera posibilidad,puede ocurrir que el mundo no contenga a R y sin embargocontenga a uno de los puntos representados por p o q y, en

tonces la disyunción sería verdadera. Por lo tanto R no es unbuen candidato para ser la región figurada por la disyunción.De análoga manera, en las otras tres posibilidades es problemático considerar a R como la región o situación figurada porla disyunción, ya que la verdad de la disyunción no equivaleen ningún caso a que la región R exista de hecho, es decir, a

que haga parte del mundo. Dicho más brevemente: no hayuna única región del espacio lógico que pudiera identificarsecon la situación de la que la disyunción es figura (en el sentido  

de ser la única región que deba existir o hacer parte del mimdo para que la disyunción sea verdadera). Más bien, h;tv vn

rias regiones alternativas (aquellas compatibles con las lie.

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A diferencia del caso de las proposiciones elementales,cuya verdad se puede establecer, en principio, por medio de

una comparación directa de su sentido, el cual se muestra demanera evidente en la estructura misma de la proposición, conla realidad, en el caso de las proposiciones complejas interviene un factor adicional que influye en su valor de verdad. Estenuevo factor es la manera particular como la verdad de la proposición compleja depende funcionalmente de la verdad delas proposiciones elementales que son sus argumentos. Y estadependencia funcional está determinada por los conectivosproposicionales veritativo-funcionales que intervienen en laconstrucción lógica de la proposición compleja a partir de proposiciones elementales. En la verdad de las proposiciones com

plejas intervienen, pues, dos factores: por una parte, los valoresde verdad de sus componentes elementales, los cuales dependen, a su vez, solamente de su correspondencia inmediata conla realidad; y, por la otra, un cálculo con estos valores de verdad que está regido por reglas convencionales asociadas a losconectivos proposicionales (como la negación, la disyunción,

la conjunción y el condicional)*’. Este cálculo con valores de

ti aquellas en las que se hacen atribuciones de actitudes proposiciona

les (o, en general, las que puedan considerarse como no extensiona- 

Ics o referencialmente opacas) no parecen ser funciones veritativas de 

proposiciones elementales. Wittgenstein considera estos casos con 

ulgún detalle pero nosotros no necesitamos extendernos para exami

nar sus consideraciones a este respecto, pues las objeciones que nos 

interesará examinar en los próximos capítulo contra las concepciones 

de significado y verdad del Tractatus  son más fundamentales que ésta.

311-Wittgenstein emplea en el Tractatus (TLP, 6) la posibilidad de re 

ducir todos los conectivos proposicionales a un solo conectivo com

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verdad, que usualmente se formula en las llamadas tablas deverdad y que se lleva a cabo independientemente de lo fáctico

(lo fáctico interviene sólo en la determinación del valor de verdad de las componentes elementales de la proposición compleja), presupone que las proposiciones elementales son todaslógicamente independientes entre sí. Si no fuera así, antes dellevar a cabo tal cálculo habría que excluir de entrada, teniendo en cuenta presuntas conexiones necesarias, no lógicas entrelas proposiciones elementales, ciertas posibilidades representadas por las filas de la tabla de verdad y, en tal caso, habríaverdades necesarias no lógicas, distintas a las tautologías.

Esta distinción entre dos factores determinantes para laverdad o falsedad de las proposiciones complejas resulta cla

ve para la explicación de la necesidad lógica en términos dela noción de tautología. En efecto, si la verdad de todas lasproposiciones se estableciera exclusivamente por su correspondencia con los hechos, como ocurre con las elementales,no habría manera de explicar cómo hay tautologías que sonverdaderas necesariamente, en todas las circunstancias posi

bles, independientemente de lo fáctico. Pero en las proposiciones complejas puede darse el caso límite en el que las reglas convencionales de cálculo de las funciones veritativascancelen el efecto del otro factor, el fáctico, en la determinación de su verdad o falsedad, esto es, el efecto de la verdad delas componentes elementales y de su correspondencia con

pleto que permita expresar todas la funciones veritativas. Este recur

so técnico tiene cierta importancia, no sólo por lo que podríamos 

llamar su “economía lógica”, sino también porque ayuda a mostrar 

una idea fundamental que se defiende en el Tractatus,  a saber, la idea  

de que los conectivos o constantes lógicos no representan nada real.

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los hechos. Tal es el caso de las tautologías y las contradicciones y de ahí su carácter a priori. Si la verdad de toda proposi

ción consistiera en su concordancia con los hechos, no habríaverdades necesarias, analíticas, a priori. Hay, proposiciones,sin embargo, cuya verdad no depende sólo de su concordancia con lo fáctico, sino que depende, al menos parcialmente, de su estructura lógica, es decir, de cómo se combinanlógicamente en ellas las proposiciones elementales constituyentes. Y hay casos límite en los que la particular manera enque están combinadas las proposiciones elementales tiene elefecto de anular su influencia en el valor de verdad de la “proposición” compleja y, consiguientemente, se anula la influencia de lo fáctico. Estas “proposiciones” pierden pues su co

nexión con los hechos (de ahí las comillas) y su “verdad” o“falsedad” ya no debe entenderse en el sentido de correspondencia, pues no está condicionada por lo fáctico. Si uno seatiene estrictamente a considerar como proposiciones sólolas proposiciones elementales o las combinaciones veritativo-funcionales de éstas que conserven un contenido fáctico, las

tautologías y las contradicciones no serían, en todo rigor,proposiciones, pues no se puede decir de ellas que sean verdaderas o falsas, en el sentido de correspondencia con loshechos.

Cuando se afirma, entonces, que las tautologías son verdades necesarias y que toda verdad necesaria es lógica, más

aún tautológica, se está empleando una noción lógica de verdad, cuyo sentido depende del uso de reglas lógicas de cálenlo con valores de verdad y que difiere del sentido de verdadcomo correspondencia.

La diferencia entre las proposiciones con sentido fácli» o v

las tautologías y contradicciones la expresa Witt^rnslciii,i m

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4.461 L a prop osición m uestra aquello que dice ; la tau

tología y la contradicción mu estran que no dicen nada.

La tautología no tiene condiciones de verdad, pues es 

incondicional men te verd adera; y la con tradicción, bajo nin

guna condición es verdadera. La tautología y la contradic

ción carecen de sentido31.

Sin embargo, si bien las tautologías y las contradiccionescarecen de sentido fáctico, no dicen nada acerca del mundode los hechos, ellas, sin embargo, muestran o exhiben propiedades lógicas del lenguaje que son reflejo de propiedadesformales de la realidad. Aunque las tautologías no afirmannada acerca del mundo de los hechos, ellas muestran algo

acerca de la forma lógica del lenguaje con el que figuramoslo real y, por lo tanto, muestran algo acerca de la forma lógica de la realidad que debe coincidir con la del lenguaje. Dichode otro modo: el que tales combinaciones de proposicioneselementales y no otras anulen su contenido fáctico, muestra,sin decirlo (esta distinción entre decir y mostrar jugará un

papel central en la última parte de este capítulo), propiedadesformales de la red de proposiciones elementales, la cual esuna copia isomórfica de la red de combinaciones posibles deobjetos que constituyen la realidad:

6.12 El hecho de que las proposiciones de la lógica sean 

tautologías muestra las propiedades formales - lógicas - del 

lenguaje, del mundo32.

al TLP, p. 109.

32 TLP, p. 171.

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6.13 L a lógica no es una do ctrina, sino un reflejo del

mundo33.

tu. Lo que no puede decirse, sino sólo mostrarse. Cómo es la relación entre la realidad y su reflejo en el espejo del lenguaje

En esta parte se discutirá la cuestión de cómo se puede aclarar la relación de isomorfismo lógico entre lenguaje y realidad,en la que se basa la concepción de verdad como correspondencia del Tractatus.  El resultado, lo anticipamos, será encierto modo decepcionante, pues se mostrará que la laborde describir y explicar esta relación entre la realidad y suimagen lingüística tropieza con limitaciones al parecer inelu

dibles.La posibilidad de hablar de verdad como correspondencia en el Tractatus, presupone que las proposiciones poseenun sentido, que debe poder determinarse a priori, previamentea la determinación de su valor de verdad, para la cual sí serequiere de una comparación con los hechos. Y las proposi

ciones tienen sentido, en cuanto ellas figuren o representen larealidad. La posibilidad de que el lenguaje represente la realidad se funda, a su vez, en que ambos compartan lo que Wittgenstein llama forma lógica. Aquello común a lenguaje yrealidad que los hace conmensurables, que posibilita la comparación que ha de hacerse entre una proposición y los hechos para establecer si guardan la debida correspondenciaque justifica llamar a la primera verdadera, es la forma lógica (TLP, 2,18). ¿Cómo podría describirse, en términos menos abstractos que los que hemos utilizado hasta ahora, esta form;i

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lógica común a lenguaje y realidad? ¿Y cómo podría justificarse la tesis según la cual un lenguaje que pretenda reflejar

la realidad tiene que tener en común con ella su forma lógica? Estas preguntas conducen a la siguiente dificultad. La posesión de la forma lógica de la realidad es, como hemos visto,una condición para que en un lenguaje cualquiera se puedadescribir la realidad. Por lo tanto, cualquier descripción o explicación, en cualquier lenguaje, de esta forma lógica debeposeer o ejemplificar ya lo que se quiere describir o explicar. Si el tener la misma forma lógica de lo real, de lo representado, es una de las condiciones para que las proposicionesde cualquier lenguaje posean sentido, no podemos justificaresta condición sin presuponer o emplear ya lo que se quiere

 justificar. Si quisiéramos explicar las condiciones lógicas paraexpresar algo con sentido sin cumplir o usar estas condiciones, ya no podríamos decir sino sinsentidos. Las condicionescuyo cumplimiento debe presuponerse para que el lenguajetenga sentido y para poder hablar de verdad son no sólo in

 justificables, sino, más aun, inefables:

Es imposible decir  cuáles son estas propiedades [las propiedades lógicas comunes al lenguaje y la realidad]; pues paraello se requeriría de un lenguaje que no poseyera las propiedades en cuestión, y es imposible que éste pudiera ser un lenguaje correcto. Imposible construir un lenguaje no lógico34.

No hay un meta-lenguaje privilegiado que permita explicar, sin poseerlas, las condiciones lógicas que hacen posible

■u TB, Anhang II (Aufzeichnungen, die G. E. M oore in Norwegen 

nach Diktat niedergeschrieben hat, April 1914), p. 209.

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que todo lenguaje tenga sentido, represente la realidad, seacomparable con ella y pueda albergar lo verdadero. El “pri

vilegio” al que aspira ese presunto meta-lenguaje de no presuponer y depender de tales condiciones lógicas lo privaríade la capacidad de expresar algo con sentido. Si pretendiéramos salimos de las condiciones lógicas de sentido y verdaddel lenguaje, para explicarlas y fundamentarlas sin tener queemplearlas, nos incapacitaríamos totalmente para decir algo,nos condenaríamos al silencio o a un balbuceo totalmenteininteligible, carente de sentido. La explicación de cómo esposible el sentido y la verdad en el lenguaje parece chocar,entonces, contra límites que no se pueden rebasar, so penade caer en lo inefable e impensable. Las condiciones lógicas

de posibilidad del lenguaje son, o bien injustificables e inexpresables, o bien tendrían que auto-justificarse y ser evidentessin necesidad de ser expresadas en el lenguaje (esto trae a lamemoria la primera frase de los Tagebücher 19141916: “La lógica debe bastarse a sí misma”, TB, p. 89). Para resolver, por lomenos parcialmente, esta dificultad Wittgenstein apela a su fun

damental distinción entre decir y mostrar.Pero antes de aclarar el papel que juega tal distinción en

el tratamiento de esta dificultad, tratemos de ahondar un poco más en la dificultad misma. ¿En qué consiste propiamentela imposibilidad o problematicidad de un lenguaje en el quese pretendan dar explicaciones y justificaciones últimas de

las condiciones lógicas para que él mismo pueda tener sentido? Intentemos ilustrar la dificultad a través de un ejemploun tanto extremo. Supongamos que preguntamos a alguienacerca de la verdad o falsedad de cierta proposición p (porejemplo: “mi ejemplar del Tractatus está sobre mi escritorio").

La persona interrogada reacciona de manera muy excéntrica

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e inesperada a nuestra pregunta, mostrando claramente queno logra comprender en absoluto el sentido de la proposición

p. Pero no sólo no logra reconocer cuál es el estado de cosas ola situación representada por p, sino que, a juzgar por sus reacciones, ni siquiera parece entender que la proposición seemplea para representar cierta situación. Podríamos intentar explicarle el sentido de p apelando a otras proposicionesque expresen lo mismo. Supongamos, empero, que tras estasexplicaciones nuestro desconcertado personaje todavía siguesin entender, ni las explicaciones, ni el sentido de p.

Podríamos intentar ahora, ya algo desesperados, la enorme empresa de llevar a cabo un análisis lógico de la proposición hasta llegar a sus componentes elementales últimas, que

figuran estados de cosas atómicos y que se conectan de manera inmediata con la realidad. Luego de los esfuerzos extremosque hay que empeñar para lograr esto (se trata, sin duda, deun ejemplo muy idealizado), la persona no comprende aún laproposición, ni su exhaustivo análisis, ni su relación con la realidad. Comenzamos ya a sospechar que estamos ante un caso

absolutamente irremediable y hasta ahora no visto de incompetencia lingüística. Tal vez esta persona es totalmente incapazde entender hasta lo más obvio, lo que para cualquier otrapersona en uso del habla es absolutamente claro".

3:1 En ese punto (¡probablemente mucho antes!) el ejemplo puede 

resultar demasiado inverosímil. ¿Cómo puede haber comunicación 

con alguien asi? Sin embargo, en aras de la aclaración que pretende

mos hacer, supongamos que la persona en cuestión ha dicho cosas to

talmente fuera de lugar luego de las explicaciones y que, sin embargo, 

con una obstinación casi inquebrantable seguimos insistiendo en en-

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Quizá, en nuestra desesperación, se nos llegue a ih im uque lo que le hace falta a este pobre hombre es una compren

sión muy básica de lo que se requiere, en general, para queuna proposición cualquiera tenga sentido. Y entonces tal ve/,podamos, como último recurso, tratar de (habiéndole dadouna buena repasada al Tractatus)  explicarle una concepciónlógico-filosófica muy fundamental de lo que es en general elsentido de una proposición, de las condiciones lógicas quedebe cumplir una proposición cualquiera para tener sentido,para poder representar lo real. Por supuesto, inmediatamentenos daríamos cuenta, antes de siquiera intentarlo, de que lapersona no podrá comprender nuestra pretendida explicación general por las mismísimas razones por las que no com

prendía la, a primera vista poco problemática, proposiciónoriginal p. Y si todavía llegara a ocurrírsenos la feliz idea deemplear otro lenguaje que no presuponga las mismas condiciones lógicas de sentido que el nuestro, con la vana esperanza de poder, ahora sí, entendemos con nuestro desamparadopersonaje, lo que ocurriría, más bien, sería que ya ni siquiera

podríamos entendemos nosotros mismos. Pues recordemosque en el Tractatus se sostiene que las condiciones de sentidode nuestro lenguaje son también las de cualquier lenguaje posible que pretenda reflejar la realidad (y ésta se ha asumidocomo la función esencial de todo lenguaje), por lo tanto unsupuesto lenguaje que no las cumpliese carecería completa

mente de sentido^.

irar en comunicación con él. La inevitable implausibilidad del ejemplo 

no le resta fuerza, confiamos, al punto que se quiere ilustrar con él.

36 El ejemplo se complica todavía más si se tiene en cuenta qu<‘ rl 

propio Wittgenstein reconoce al final de su Tractatus , que sus iiiirn

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El problema radica aquí en que cualquier explicación“completa”, “última” del sentido de las proposiciones del

lenguaje descansa sobre o presupone lo que se pretende explicar. Si alguien entiende ya la proposición p no necesitade tal explicación (¡suponiendo que no sea filósofo y cierto dpode filósofo!). Y si alguien tiene tal incompetencia lingüísticacomo la que hemos fabulado aquí, ninguna explicación teservirá para superarla, pues en cualquiera se emplearía ineludiblemente lo que no comprende aún y se requeriría, justamente, la competencia de la que carece.

Con el ejemplo hemos tratado de mostrar que ningunaexplicación general del sentido y de las condiciones de verdadde una proposición puede ser completa o absoluta. Las expli

caciones deben terminar en algún punto en el que el sentido

tos en esta obra de trazar los limites de lo decible y lo pensable, chocan 

con esos mismos límites. Es decir, las proposiciones del Tractatus  no  

cumplen con los requisitos que se exigen en él para que una proposi

ción tenga sentido. En efecto, las proposiciones del Tractatus no figuran 

estados de cosas y, de acuerdo con las ideas mismas de esta obra, care

cen de sentido. Wittgenstein, al pretender examinar tas condiciones que 

debe cumplir un lenguaje para poder reflejar lo real, ha traspasado los lí

mites que separan lo que tiene sentido de lo que no lo tiene, pues ha ne

cesitado recurrir a “proposiciones" que no cumplen tales condiciones. Se 

ha tropezado, pues, con las mismísimas dificultades que estamos seña

lando en esta parte de nuestro trabajo. L a clara conciencia que él tiene de 

este problema se expresa en su bella y famosa metáfora de la escalera: 

“Mis proposiciones son esclarecedoras de este modo; quien me com

prende acaba por reconocer que carecen de sentido, siempre que él haya 

salido a través de ellas fuera de ellas. (Debe, por así decirlo, tirar la esca

lera después de haber subido por ella.)” (TLP, 6.54, p. 203).

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se muestre de manera inmediata sin que se necesite expliaumás37. Si no se llega a este punto, o si éste no existiera, las ex

plicaciones no aclararían nada. Dicho de otro modo: toda explicación de las condiciones lógicas de sentido debe reposarsobre la previa posesión de un sentido que no requiera, a suvez, de explicación. De lo contrario no podría explicarse nada. En el Tractatus se asume que el nivel en el cual el sentidose muestra de modo completamente perspicuo, sin necesidadde decirlo expresamente o de dar explicaciones ulteriores, es elnivel de las proposiciones elementales. En este nivel el sentido debería poder mostrarse y captarse de manera inmediata,diáfana, transparente. Las proposiciones elementales deberían poder cumplir la aspiración de claridad completa que

tanto desvelaba a Wittgenstein.Vemos aquí cómo la distinción entre decir y mostrar juega un papel esencial. Entre las variadas cosas de las que Wittgenstein afirma que no pueden decirse, sino mostrarse, secuentan las condiciones lógicas que deben satisfacer las proposiciones para tener sentido, poder ser verdaderas o falsas,

y la forma lógica que debe tener el lenguaje para poder refle jar la realidad. Dada una proposición elemental, en ella debe

37 La idea de que las explicaciones o razones se agotan y que de

ben, entonces, reposar finalmente (si es que reposan en absoluto y no  

quedan suspendidas en el aire) sobre algo que ya no hay que expli

car, de lo cual no hay que dar razones, es una idea que será también  

muy importante en los puntos de vista sobre el significado y la aplica 

ción de reglas que expone Wittgenstein en sus  Investigaciones filosóficas. 

Pero en esta obra aquello que no hay que explicar más, el punto en el 

que podem os dejar de dar razones es muy distinto, com o lo v w n in s 

posteriormente.

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[**]RAÚL MELÉNDEZ ACUÑA

estar mostrada, exhibida su forma lógica de representación ode figuración, la cual debe coincidir con la forma lógica de lo

representado, coincidencia que es condición para que ella tenga sentido, para que pueda representar o figurar un estado decosas. Pero lo que la proposición muestra, ella no lo puededecir o representar:

2.172 L a figura, sin em ba rgo , no puede figurar su for

ma de figuración; la muestra.

2.173 L a figura represen ta su objeto desde fuera (su 

punto de vista es su forma de representación), porque la fi

gu ra rep resenta su objeto, justa o falsamente.

2.174 La figura no puede sin em ba rgo situarse fuera de 

su for m a de rep rese ntació n1*1.

Con estas palabras Wittgenstein sintetiza muy condensa-damente lo que hemos venido tratando de aclarar: si describo o trato de explicar la forma lógica usando proposicionesfácticas, la descripción debe poder ser correcta o falsa y en

tonces ella debe representarla “desde fuera”, es decir, sin poseer dicha forma lógica. Pero al no poseerla la descripcióncarece de sentido, no puede representar ni describir nada, nopuede ser justa o incorrecta. La imposibilidad de dar una explicación absolutamente completa, en un lenguaje fáctico, delos requerimientos lógicos para que una proposición tenga

sentido, comporta una imposibilidad de dar cuenta de manera completa, en tal lenguaje, de la noción de verdad comocorrespondencia. El que una proposición sea verdadera depende de su concordancia con la realidad a la que represen-

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ta. La verdad, en general, depende de la manera como estánrelacionados lenguaje y realidad. Pero no hay un punto de

vista exterior y privilegiado que permita pensar y describiresta relación, por así decirlo, “desde fuera”. Al pensar, explicar, describir estamos necesariamente inmersos en el lengua

 je, o en algún lenguaje, y todo lo que digamos en él tiene quecumplir ya sus, en últimas, inexpresables e injustificablescondiciones de sentido y verdad. Como no podemos salimosde uno de los extremos de la relación de isomorfismo en quese fundan el sentido y la verdad, no podemos ver desde unpretendido punto de vista exterior y privilegiado los extremos, para explicar cómo están relacionados. Sólo podemosver de la relación lo que de ella se nos muestra en una de las

partes relacionadas, la del lenguaje y el pensamiento, y estoque se nos muestra de ella no podemos decirlo, ni dar razoneso justificaciones de ello.

La concepción de verdad como correspondencia del Trac tatus se apoya sobre la concepción pictórica del sentido delas proposiciones. Sólo de una proposición con sentido se

puede decir si es verdadera o falsa y sólo si una proposiciónfigura una situación posible en la realidad, se puede comparar el sentido de la proposición con los hechos para determinar su valor de verdad, es decir, para determinar si el sentidode la proposición está de acuerdo con los hechos. Pero, ¿enqué consiste propiamente esta concordancia? ¿En qué con

siste la comparación entre la proposición (o su sentido) y larealidad que permitiría establecer la verdad o falsedad de laprimera? ¿Y cómo podría justificarse o fundamentarse laidea de que la verdad consiste en tal concordancia? Rcspcc lna estos interrogantes y a la posibilidad de resolverlos sr jnr

sentan dificultades anáJogas a las que encontramos ;il <lis< n

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que sería una figura de segundo orden, el escéptico no desperdiciaría la oportunidad de exigir ahora una justificación

de la verdad de esta figura de segundo orden q. Se vislumbraya la amenaza de una caída en una regresión infinita.

Para seguir la muy recomendable estrategia de atajar lasregresiones infinitas desde el mismo comienzo, tendríamosque negar que la concordancia entre p y el hecho sea un nuevo hecho de segundo orden expresable en una nueva proposición fáctica. La moraleja que habría que extraer, entonces,de nuestro fabulado encuentro con el escéptico es que la concordancia entre una proposición verdadera y el hecho figuradopor ella no es, ella misma, un nuevo hecho y, por consiguiente, no puede describirse en el lenguaje fáctico que Wittgen-

stein delimita en el Tractatus. Así como la forma lógica, encuanto condición de sentido, ya quedó confinada dentro de loinefable, lo trascendental, la concordancia entre proposiciones y hechos, que es la condición de verdad, también queda más allá de los límites que Wittgenstein trazji a lo decible. La concordancia entrep y el hecho, que constituyen la verdad de p, debe estar mos

trada, exhibida cuando se hace la comparación entre p y larealidad; pero ella no puede decirse, describirse ni justificarse mediante otras proposiciones fácticas, ya que esto nos precipitaría en una regresión infinita. Nuevamente, como en elcaso del sentido, los fundamentos o presupuestos lógicosmismos de la concepción de la verdad resultan ser inefables

e injustificables. La pretendida verdad acerca de la verdadno podría ser demostrada, sino que tendría que asumirse. Laplausibilidad de la teoría de correspondencia que Wittgenstein asume, reposa sobre el hecho de que ciertas cosas queno pueden decirse, ni explicarse, ni justificarse se mueslirn

en las proposiciones del lenguaje y en sus comparación«**

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con los hechos. Si, por ejemplo, alguien dijese “yo quierosaber cuáles son las condiciones que deben darse para que la

proposición p sea verdadera, quiero que se me explique cómo compararla con los hechos y cuál es exactamente la relación de concordancia que debo buscar ver para establecer suverdad, si es que realmente la verdad consiste en una concordancia con los hechos”, lo único que podríamos responderle, si p es elemental, sería algo parecido a “lo que tieneque ocurrir es que p” y tal vez señalar, exhibir de algún modo lo que no puede expresarse ni explicarse recurriendo aotras proposiciones: la correspondencia entre la proposicióny el hecho.

En este nivel muy básico de nuestra exposición de la con

cepción pictórica del sentido y de la noción de verdad comocorrespondencia en el Tractatus nos chocamos con el infranqueable límite de lo decible, nos topamos con lo inefable yquedamos condenados al silencio. Silencio que tendremosque romper en el siguiente capítulo para examinar las críticas que formula el propio Wittgenstein a sus concepciones

del Tractatus. Estas críticas deben poder conducirnos a nuevas perspectivas que nos permitan volver a decir algo positivo sobre el significado y la verdad.

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Capítulo Dos 

Bajando al viejo caos. 

El abandono de las concepciones del  Tractatus y el surgimiento de una nueva perspectiva 

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 Al filosofar debemos bajar al viejo caos y sentimos bien allí.

WittgensteinObservaciones (1948)

Introducción

En el primer capítulo hemos visto cómo la concepción de laverdad como correspondencia formulada en el Tractatus se

apoya en una ontología atomista, en la concepción pictóricadel significado y en una imagen del lenguaje como reflejo ocopia isomórfica de la realidad. En este segundo capítulo pretendemos mostrar cómo en su obra posterior, particularmente en las Investigaciones filosóficas, Wittgenstein abandona estospuntos de vista básicos del Tractatus y considera la noción de

significado y la relación entre lenguaje y realidad bajo unanueva perspectiva. Este cambio de perspectiva debe implicarun cambio en la concepción de la noción de verdad. Trataremos, en el siguiente capítulo, de extraer y examinar las implicaciones que tiene el cambio de perspectiva que expondremosen el presente capítulo para el concepto de verdad.

En la parte I de este capítulo se expondrá la manera cnninWittgenstein, en sus Investigaciones filosóficas,  critica y abundona los puntos de vista básicos que había adoptado en el ¡rtn tatus. Las ideas fundamentales de esta obra tempran» se ven,

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bajo esta mirada crítica, como cuestionables intentos de satisfacer un ideal absoluto de claridad en el lenguaje y de deter

minación totalmente precisa del sentido de sus proposiciones.Para superar este ideal Wittgenstein se apoya en una nuevaperspectiva, a la que dedicaremos el resto del capítulo. Trataremos de mostrar cómo algunas de las nuevas ideas centrales de su pensamiento tardío surgen, en buena medida, desus esfuerzos por abandonar las metas e ideales que, segúnél, lo tuvieron atrapado y por aclarar los malentendidos filosóficos surgidos de ellos. Por esta razón, en nuestros intentosde comprender sus nuevos puntos de vista insistiremos mucho en su aspecto negativo y crítico, y los contrastaremosreiteradamente, para comprenderlos más claramente, con

los del Tractatus.  Nos proponemos examinar, en particular,dos aspectos centrales de su pensamiento tardío que tienenespecial relevancia para nuestra ulterior discusión sobre larelación entre lenguaje y realidad y sobre la noción de verdad: en primer lugar, la relación entre significado y uso yel énfasis que se da al uso efectivo que damos al lenguaje

en contextos específicos (juegos de lenguaje) como aquelloque da sentido a sus expresiones (parte II); en segundo lugarla noción de seguir una regla y su relación con la noción designificado (parte III).

/. Mirada retrospectiva al ideal de purezfl cristalina

Algunas de las dificultades que se presentan al tratar de comprender las primeras secciones de las Investigaciones filosóficas radican en que, si bien es claro que en ellas se somete a unadura crítica cierta concepción del lenguaje y de su relación

con la realidad, en muchos pasajes no resulta del todo claro

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qué es propiamente lo que se está poniendo en cuestión nicuál es el propósito de tal crítica. En ciertas interpretaciones

de esta obra estas dificultades conducen a las preguntas por“la naturaleza del interlocutor de Wittgenstein en las primerassecciones”1, por el punto acerca del cual trata la crítica y porsu objetivo2.

Entendidos como una crítica a las concepciones básicasacerca del lenguaje defendidas en el Tractatus o a las ideas dealgún otro filósofo, los ataques de Wittgenstein parecen injustos. Resulta muy difícil creer que alguien haya sostenido, comotesis filosóficas o como parte de una teoría sobre el lenguajeo sobre el significado, ideas tan ingenuas como las que Wittgenstein toma como blanco de su crítica en las primeras sec

ciones de las Investigaciones filosóficas. “Cada palabra tiene unsignificado. Este significado está coordinado con la palabra.Es el objeto por el que está la palabra” (iF, § 1, p. 17). En elTractatus, por ejemplo, estas afirmaciones no tienen la validezgeneral que aquí se les atribuye. No obstante, gran parte delas críticas expuestas en los primeros parágrafos de las Inves-

tigaciones filosóficas si pueden tomarse como dirigidas contra elTractatus. Lo que dificulta su interpretación es que algunas deellas, en cierto sentido las más radicales, no constituyen ataques contra tesis específicas y explícitas de su primera obra,ni tampoco contra teorías allí desarrolladas, sino, más bien,

1Goldfarb, Warren D: “I want you to bring me a slab: Remarks 

on the opening sections of the Philosophical Investigations”, en Syn  

theseüfi, 1983, p. 266.

2  Ver, por ejemplo, von Savigny, Eike: Wittgensteim Philosofifiisi/ir  

Untersuchungen,  Band I, 2. Auflage, Vittorio Klostermann, Frankfml .mi 

Main, 1994, p. 1-2.

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contra las fuentes de las que se originan tales tesis y teorías.  No setrata, pues, principal o exclusivamente de refutar ciertas afir

maciones o supuestos básicos formulados expresamente, sinode cuestionar, problematizar y, finalmente, liberarse de lasimágenes, tendencias e inclinaciones no tematizadas que habrían sido las que, en últimas, motivaron y determinaron lamanera concreta como se llevó a cabo la labor filosófica deindagación acerca del lenguaje en el Tractatus. Una vez superadas tales tendencias y las confusiones filosóficas que surgende ellas, la crítica puede, entonces, conducir a lo que podríamos tomar como su objetivo principal, esto es, considerar al lenguaje y su funcionamiento efectivo desde un nuevo punto de vista, que ya no esté determinado por tales tendencias y que esté libre de los 

malentendidos a los que ellas dieron lugar.Entre las motivaciones que jugaron un papel muy determinante en la formulación de los problemas abordados en elTractatus y en la forma que adquirieron las soluciones dadas aellos, está la de buscar explicaciones generales y últimas que cum-

 plan con un ideal y una exigencia extremos de rigor, claridad y per-

 fección. Este ideal llegó a constituirse en la perspectiva a travésde la cual se insistía tercamente, como si fuera la única correcta o posible, en ver, valorar e interpretar lo que se deseabaexplicar y fundamentar; el afán de explicar y fundamentar demanera universal y definitiva podría entenderse también como una manifestación de ese ideal, como una manera o la 

manera, por excelencia, de satisfacerlo:

El ideal, tal como lo pensamos, está inamoviblemente 

fijo. No puedes salir fuera de él: Siempre tienes que volver.

No hay ningún afuera; afuera falta el aire.- ¿De dónde pro

viene esto? La idea se asienta en cierto modo como unas

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gafas sobre nuestras narices y lo que miramos lo vemos a 

través de ellas. Nunca se nos ocurre quitárnoslas.3

La transformación que lleva desde el Tractatus a las concepciones posteriores de Wittgenstein implica el abandono deeste ideal y la adopción de una nueva perspectiva. Lo difícilde esta transformación estriba en que a la vieja perspectiva sela había absolutizado como la única manera correcta de considerar el lenguaje, como el único punto de vista privilegiadoque permitía calar hasta su esencia. El punto de vista que sedesea superar y el ideal que lo orientó llegaron a imponersecon cierto carácter forzoso, como si desde siempre se hubiesemirado a través de ellos y uno, en su obstinación, no se hubie

ra dado cuenta de que podía prescindir de los mismos.El cambio de perspectiva que queremos examinar puededescribirse, en términos muy generales, como el volver la vista de lo que debería ser un lenguaje ideal absolutamente determinado, puro, claro e inequívoco para dirigirla ahora haciala manera como, de hecho, funciona el lenguaje, tal como lo

usamos corrientemente, con todas sus ambigüedades, imprecisiones, vaguedades, asperezas, las cuales, sin embargo, noafectan en lo más mínimo nuestro efectivo empleo del mismo. Así describe Wittgenstein su decisión de abandonar suantiguo punto de vista, de quitarse las gafas, que habían llegado a ser, casi, parte de sus propios ojos:

Cuanto más de cerca examinamos el lenguaje efectivo, 

más grande se vuelve el conflicto entre él y nuestra exigen 

cia. (La pureza cristalina de la lógica no me era dada como

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resultado , sino que era una exigencia .) El conflicto se vuelve 

insoportable; la exigencia amenaza ahora con convertirse 

en algo vacío. Vam os a para r a terreno helado en dond e falta 

la fricción y así las condiciones son en cierto sentido ideales, 

pero también por eso mismo no podemos avanzar. Quere

mos avanzar; por ello necesitamos la fricción.  ¡Vuelta a terre

no ásp ero!4.

Se trata de abandonar el espacio lógico puro, cristalino,helado del Tractatus, para regresar al terreno áspero y ver cómo funciona allí, en su lugar natal y natural, el lenguaje queusamos habitualmente. En este punto surge el siguiente problema: ¿Permite este cambio de perspectiva que aquí se pro

pone comprender más claramente o más correctamente ellenguaje y su relación con lo real? ¿Hay un(os) criterio(s) quepermita(n) establecer cuál, entre distintas perpectivas bajo lascuales se mira el lenguaje y su relación con la realidad, es lamejor o la más correcta o la más verdadera y en qué sentidolo es? ¿O, quizá, las diferentes perspectivas son simplemente

distintas y arrojan luz sobre diversos aspectos de lo que sedesea ver con claridad?

En el pasaje que acabamos de citar se sugiere que la nueva perspectiva, la vuelta al terreno áspero, es más adecuadao aconsejable, en el sentido de no ser “vacía”, de permitir“avanzar” y de permitir ver cómo “efectivamente”, realmen

te usamos el lenguaje. Parece, entonces, que, juzgada segúnsu concordancia (en un sentido vago, diferente claro está alsentido del Tractatus) con el uso efectivo que hacemos del lenguaje, y no con un cuestionable ideal, la nueva perspectiva es

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preferible. Volveremos más adelante sobre esta cuestión. Porlo pronto tratemos de precisar este cambio de óptica en tér

minos menos metafóricos que los que hemos empleado hastaahora.

Habría que aclarar, en primer término, cuál fue, más exactamente, ese ideal que orientó las indagaciones del Tractatus. Ya nuestras consideraciones preliminares acerca de esta obranos permiten desentrañar el ideal (de raigambre fregeana) deun lenguaje cuyos enunciados posean un sentido absolutamente 

 puro, claro, preciso, determinado e inequívoco. Un sentido que nocumpla con estas exigencias no sería, en absoluto, un sentido: “Vaguedad en lógica -queremos decir- no puede existir.Vivimos ahora en la idea: el ideal ‘tendría’que encontrarse

en la realidad.” (IF, § 101, p. 119). Tratar de determinar el sentido de un enunciado, pero admitiendo una vaguedad, pormínima que ésta sea, sería, para usar una imagen de las In-vestigaciones filosóficas (ver IF, § 99, p. 119), como tratar de encerrar a una persona en un cuarto, pero dejándole una puertaabierta, ¡una sóla de todas! Lo cual no es del todo absurdo,

si la puerta abierta es muy pequeña, o inaccesible, o... Asícomo puede pensarse que hay distintas maneras de encerrar a alguien en un cuarto, unas más efectivas o segurasque otras, pero que no es nada claro lo que pueda ser, engeneral, un encierro absoluto, asimismo puede pensarse quehay distintas maneras de precisar o aclarar el sentido de un

enunciado, pero que la idea de un sentido absolutamente determinado e inequívoco es, ella misma, muy poco clara, talvez vacía.

De todas maneras, buena parte del Tractatus está dedicadoa mostrar que, pese a las apariencias que resultan de umi con

sideración superficial del lenguaje que emplearnos coim-uir

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mente, éste reposa, en últimas, sobre una oculta estructuraprofunda en la que los enunciados elementales poseen un

sentido totalmente preciso, determinado y perspicuo. Los demás enunciados, que son funciones veritativas de enunciadoselementales, poseerían un sentido también completamentedeterminado, en cuanto sus condiciones de verdad puedenderivarse, mediante un cálculo realizable según reglas exactas, de los posibles valores de verdad de estos últimos. Vimosya cómo a la ontología atomista del Tractatus, a la existenciade los simples, se llega deduciéndola como condición necesaria para que las proposiciones elementales tengan un sentidoque no dependa de nada exterior a ellas, en particular, que nodependa de lo fáctico, de la verdad de otros enunciados {lo

cual conduciría a una regresión infinita). Así pues, el requerimiento, así se lo llama ya en el Tractatus, de que el sentido estéabsolutamente determinado lleva a requerir también la existencia de los simples (ver TLP, 3.23).

Ahora bien, este requerimiento extremo, que juega unpapel tan fundamental en el Tractatus, entra en conflicto con

la manera como se usa de hecho el lenguaje. El ideal “tendría” que encontrarse en la realidad y, sin embargo, cuandoexaminamos la manera como usamos en la práctica el lenguaje, no logramos encontrarlo. Los enunciados que usamoshabitualmente no poseen un sentido absolutamente determinado. Ellos están muy lejos de satisfacer la aspiración de pure

za y claridad perfectas que orienta los esfuerzos del Tractatus, lo cual no impide, empero, que en la práctica nos entendamos bien empleándolos. Pero si lo que se desea es mantenerse obstinadamente aferrado al ideal o si no se logra escapara su aparente carácter forzoso (“no se nos ocurre” prescindir

de él), el conflicto ha de resolverse considerando los enun-

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ciados que de hecho usamos como expresiones imperfecta*y vagas de un sentido absolutamente claro que tiene que ser

encontrado. Si éste no se presenta abiertamente ante nuestros ojos, hay que ir a buscarlo en las profundidades para desenterrarlo y sacarlo a la luz. Si esta pureza cristalina a laque se aspira no se encuentra en el lenguaje que efectivamente empleamos, entonces, en lugar de abandonar el idealcomo vacío, inconducente o poco realista, se opta, en lugarde ello, por suponer que tal ideal tiene que estar cumpliéndose ya en un nivel oculto profundamente bajo la superficie de nuestro uso cotidiano, vago e impreciso del lenguaje. Para decirlo de otra manera, si no se halla el ideal que “tendría que encontrarse”, selo introduce en un nivel oculto y se pretende que siempre ha

estado ahí, fijo, invariable, eterno, necesario aunque no lohubiéramos advertido:

‘La esencia nos es ocultd : ésta es la form a que tom a ahora  

nuestro problema. Preguntamos: «¿Qué es  el lenguaje?», 

« ¿ Q u é e s   la pro po sición?» Y la respue sta a estas preguntas 

ha de darse de una vez po r todas; e indepen dientemente de 

cualquier experiencia futura...''.

El ideal ha conducido, o más bien ha descaminado, a ale jar nuestro interés y nuestra mirada del uso habitual del lenguaje y exige ahora ir a la caza de quimeras (ver IF, § 94, p.

115), nos obliga a extraviamos, a hurgar en las honduras paratratar de extraer esencias ocultas: la esencia del lenguaje, lade la proposición, la de su sentido,... Y se plantean más exigencias imposibles de cumplir: las preguntas por las esencúis

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RAÚL M ELÉNDEZ ACUÑA

ocultas sólo pueden solucionarse cuando se encuentren respuestas definitivas, absolutas, necesarias, eternas, a priorib.

El medio por el cual se supone que se podrían satisfacerestas exigencias y por el cual se podría cavar hasta lo más hondo hasta finalmente desenterrar el pretendido nivel oculto,fundamental en el que el sentido se debería manifestar con suabsoluta pureza y perspicuidad, que se echa de menos en lasuperficie, es el análisis:

Pero a ho ra puede llegar a pa recer co m o si hubiera algo 

como un análisis último de nuestras formas de lenguaje, y 

así una única form a com pletamen te descomp uesta de la ex

presión. Es decir: como si nuestras formas de expresión  

usuales estuviesen, esencialmente, aún inanalizadas; como  si hubiera algo oculto en ellas que debiera sacarse a la luz.

Si se hace esto, la expresión se aclara con ello com pletam en

te y nu estro p rob lem a se resuelve7.

Este análisis llevado a su término conduciría a descubrir

los escondidos enunciados elementales a través de los cualesel lenguaje adquiere, por medio de la asociación entre nombres y objetos simples, su conexión directa e inmediata con larealidad. Son tales enunciados cristalinos, en los que deberíandescomponerse los ásperos enunciados que empleamos coti-

(l Es oportuno recordar en este punto las siguientes palabras que 

 Wittgenstein escribió en el pró lo go del Tractatus:  Por otra parte la 

verdad de los pensamientos aquí comunicados me parece intocable 

y definitiva. Soy, pues, de la opinión de que tos problemas han sido, 

cu lo esencial, finalmente resueltos (TLP, p, 33).

' II-, § !H, p. 113.

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RAÚL MELÉNDEZ ACUÑA

II. Regreso al terreno áspero

Veamos ahora cómo sobre la base libre que queda tras el abandono de la perspectiva idealizante del Tractatus surge otro punto de vista, es decir, veamos cómo Wittgenstein vuelve sobreel “terreno áspero” o “baja al viejo caos”. No se trata de construir nuevos castillos de viento, nuevas teorías a priori, trascendentales sobre el significado, el lenguaje y su relación conlo real; más bien se busca verlos de una manera distinta y daruna descripción, en lo posible libre de prejuicios y aspiraciones desmesuradas, de lo que nos muestra esta nueva mirada.Como hemos señalado, este cambio de perspectiva puede entenderse, a muy grandes rasgos, como una renuncia a la bús

queda de esencias ocultas y explicaciones generales, un volverla vista de las profundidades en las que se había extraviadohacia lo que está ahí delante ante nuestros ojos. Lo que tenemos ante nuestros ojos es el uso efectivo y habitual del lenguaje en diferentes contextos o situaciones. La mirada profunda y concentrada que trataba de penetrar hasta lo oculto, se dirige

ahora hacia la superficie y allí se dispersa para tratar de lograr lo que Wittgenstein llama una visión sinóptica o panorámica (Übersicht) del funcionamiento del lenguaje, de losdiversos usos que hacemos de él:

U n a fuente principal de nuestra falta de com prensión es 

que no vemos sinópticamente el uso de nuestras palabras.

—A nuestra gramática le falta visión sinóptica.- La repre

sentación sinóptica pro du ce la com prensión que consiste en 

Ver conexiones’. De ahí la importancia de encontrar y de 

inventar casos intermedios.

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El concepto de representación sinóptica es de fundamen

tal significación pa ra nosotros. Designa nuestra form a de re

presentación, el m od o en que vem os las cosas. (¿Es esto una 

‘Weltanschauung’?)8.

Nuevamente surge aquí la pregunta de si esta “forma derepresentación” constituye una perspectiva privilegiada quepermite ver las cosas como realmente son o si es un punto devista más entre muchos posibles que permite ver ciertos aspectos de ellas. Podría pensarse que, luego de que se ha reconocido que se veían las cosas a través de las gafas de un ideal yluego de despojarse de esas gafas que hacían ver ilusiones,pero de las cuales parecía que no se podía prescindir, ahora sí

pueden apreciarse las cosas como son realmente y no comocreemos o aspiramos a que deberían ser. Sin embargo, Witt-genstein no quiere caer de un prejuicio a otro; él enfatiza queesta nueva perspectiva es su perspectiva y no la perspectivacorrecta o verdadera: “Queremos establecer un orden ennuestro conocimiento del uso del lenguaje: un orden para

una finalidad determinada; uno de los muchos órdenes posibles; no el orden” (IF, § 132, p. 131).

¿Pero entonces todas las perspectivas están en pie de igualdad, en el sentido de que todas son posibles y ninguna es másadecuada que las demás? Puede haber unas más adecuadasque otras para ciertas finalidades. Lo que se niega en este pa

saje es que haya una que sea la correcta en un sentido absoluto. Nos quitamos unas gafas, pero no para tratar de lograruna visión inalcanzable: la visión directa de las cosas tal comoen verdad son, sin mediación de perspectiva particular ul^u

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RAUL MELENDEZ ACUNA

na. Si un punto de vista acerca del lenguaje y su relación conla realidad determina cosas tan básicas como qué criterios

pueden emplearse para determinar cuáles enunciados puedenconsiderarse como significativos, para establecer en qué consistiría su sentido o significado, para decidir qué enunciadoscon sentido pueden tomarse como verdaderos, para saber quése entiende en distintos contextos por ‘correcto’ o ‘adecuado’,‘justificado’ o ‘injustificado’, entonces resulta difícil dar una

 justificación de esta perspectiva sin presuponerla, con lo cualse cae en un círculo, o sin salirse de ella y apoyarse en otraque requeriría a su vez de justificación, con lo cual se corre elriesgo de caer en una regresión infinita. Aquí caeríamos denuevo en los atolladeros y extravíos a los que lleva la cues

tionable aspiración de dar justificaciones últimas y definitivas.Es justamente de la tendencia a buscar este tipo de justificaciones de lo que, entre otras cosas, Wittgenstein desea liberarse.

Es importante subrayar aquí que Wittgenstein no da, nisería consecuente al hacerlo, argumentos que refuten conclu

yentemente sus concepciones del Tractatus, ni que sustentende manera indubitable sus nuevos puntos de vista. El intenta,más bien, conducimos a considerar el lenguaje y su uso desde otro punto de vista, trata de persuadimos en favor de unanueva manera de verlos. Y los medios que utiliza para lograr esto son, a menudo, más sutiles que la simple argumen

tación (esto no quiere decir, empero, que prescinda del todode argumentos). Una idea central sobre la que él vuelve reiteradamente en su pensamiento tardío es que las razones, los argumentos y las justificaciones se agotan, llegan a un término.Llegados a ese punto ellos podrían sustituirse por la persua

sión (ver, por ejemplo, SC, § 612). Una de las maneras como

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puede llegar a lograrse la persuasión en favor de su nuevaperspectiva es aplicándola, poniéndola en acción, observan

do y describiendo lo que se aprecia desde ella para ver si selogra en efecto una mayor claridad y una mejor comprensión de cómo funciona efectivamente el lenguaje (aunque cabe decir que justamente este propósito forma parte central detal perspectiva y puede jugar un papel menos importante oincluso insignificante en otras, v. gr. la del Tractatus).

Se había señalado antes que sus nuevos puntos de vistaacerca del lenguaje podrían considerarse como mejores o másadecuados que otros en relación con una finalidad concreta.Wittgenstein no aclara explícitamente en el pasaje citado arriba (IF, § 132} cuál podría ser esa finalidad, pero unas líneas

después escribe:No queremos refinar o complementar de maneras inauditas el sistema de reglas para el empleo de nuestras palabras.Pues la claridad a la que aspiramos es en verdad completa. Pero esto sólo quiere decir que los problemas filosóficos debendesaparecer completamentey.

La finalidad que se persigue al buscar una visión sinópticadel uso del lenguaje, de nuestras palabras es, tal como se laformula aquí, superar o disolver (y no resolver) los presuntosproblemas filosóficos, que más que problemas son malentendidos y que son los que nos impiden comprender con completa claridad el funcionamiento del lenguaje. Esta aspiración a

la claridad completa no coincide, por supuesto, con el idealabsoluto del Tractatus. Esta aspiración no se satisface encontrando un fundamento último, oculto, sino que la claridad quese busca yace ante nuestros ojos en el uso del lenguaje y para

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llegar a ella hay que despejar los malentendidos filosóficosque la oscurecen y librarse de visiones idealizadas que impi

den ver lo más patente.Wittgenstein insiste en que su labor filosófica consiste en

describir y exponer lo que su visión sinóptica muestra acercadel uso del lenguaje y no en explicarlo, ni fundamentarlo, niinterferir en él con la superflua pretensión de perfeccionarlo(ver IF, § 109 y § 124). Nuestro uso del lenguaje no necesita deexplicaciones o fundamentaciones filosóficas pues ya tiene lasuficiente claridad y funciona ya lo suficientemente bien. Peroel ansia de tales explicaciones y fundamentaciones no es solamente superflua. Ella no es tan inofensiva, pues nos enredaen confusiones y Wittgenstein llega incluso a diagnosticarla

como una enfermedad, que, según él, debe ser tratada comotal, con las terapias que él practica (ver OFM, VI, § 31 y IF, § 

133). Para disipar estas confusiones en las que nos envuelve untipo de filosofía explicativa, fundamentadora, teorizante, élnos ofrece su filosofía descriptiva y terapéutica.

La visión sinóptica o Übersicht a la que aspira Wittgen

stein podría entenderse como una mirada panorámica quepermite abarcar la muy amplia diversidad de maneras comoempleamos ciertas expresiones del lenguaje en diferentescircunstancias, los aspectos más claramente visibles de esosusos, sus diferencias y sus conexiones, Pero no es una mirada que se desparrame indiscriminadamente, queriendo ser

lo más exhaustiva posible, sobre cualesquiera expresiones yusos de ellas, sino que se dirige a cumplir un propósito terapéutico concreto. Los usos del lenguaje que se desea describir con claridad son, específicamente, aquellos que ayudana curarnos de confusiones y librarnos de malentendidos filo

sóficos.

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Tratemos ahora de ilustrar cómo esta nueva perspectivase aplica para disipar ciertos malentendidos concretos surgi

dos en el Tractatus. Algo que inmediatamente llama la atención, cuando se considera esta obra bajo la nueva óptica, esla unilateralidad de su concepción sobre el lenguaje y su relación con la realidad. Esta unilateralidad puede verse comoefecto de un ansia de generalidad y una inclinación a buscaralgo común y esencial a todo lo que denominamos con unmismo término general (ver CAM, p. 45), como ‘lenguaje’,‘proposición’, ‘nombre’. Se busca que cosas muy diversas correspondan forzadamente a una única descripción o explicación general, la cual capturaría la supuesta esencia común queunificaría lo diverso y que justificaría cobijarlo bajo un mismo

término. Entonces, pasando por alto las muy diversas funciones que hacemos cumplir al lenguaje en diferentes contextos,se puede llegar a la discutible idea de que todo lenguaje, nosólo el que de hecho usamos, sino todo lenguaje posible, tiene que cumplir una función esencial, característica, a saber, lade ser una representación o copia isomórfica de la realidad.

Esta función se cumpliría por medio de proposiciones cuyaesencia común sería ser figuras de los estados de cosas posibles que constituyen la realidad. Para que las proposicionespuedan ser figuras, todas deben compartir la misma formageneral, esto es, la forma de concatenaciones de nombres querepresentan que los objetos nombrados están concatenados

como lo están sus nombres en la figura proposicional. Con loanterior ya se anticipa cuál es la función esencial común atodos los nombres: representar o denotar un objeto.

En los primeros parágrafos de las Investigaciones Wittgenstein toma como blanco de su crítica a una imagen de ln esrn  

cia del lenguaje que él asocia con San Agustín y que resume

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RAÚL MELENDEZ ACUÑA

en esta concisa formulación: “las palabras del lenguaje nombran objetos —las oraciones son combinaciones de estas deno

minaciones” (IF, §1, p.17). Si bien Wittgenstein atribuye estaimagen del función amiento del lenguaje a Agustín, él mismola defiende en su Tractatus, por lo menos para el caso de losnombres y las proposiciones elementales (ver TLP 3.203 y4.22). En esta imagen “primitiva” del lenguaje puede verse lafuente de una teoría referencial del significado, de acuerdocon la cual el significado de un signo o de una expresión lingüística sería una entidad asociada con el signo o expresión.En particular, el significado de un nombre sería el objeto denotado por él y el de un enunciado sería el estado de cosasque él figura.

Criticando esta manera de ver la relación entre nombresy objetos simples, que ocupaba un papel tan básico en el Trac-tatus, Wittgenstein arguye que el que una palabra esté asociada a un objeto que le corresponda no es condición ni necesaria,ni suficiente para que la palabra tenga significado. La tesis según la cual el significado de una palabra o expresión es un

objeto no valdría, entonces, ni siquiera en el caso de los nombres (en el Tractatus ya se había rechazado esta tesis para elcaso de las constantes lógicas veritativo-funcionales). El significado de un nombre no puede identificarse con el objeto quees su referente o portador, pues podemos seguir usándolocon sentido, aún en el caso de que el portador ya no exista

(por ejemplo cuando se dice “el sr. X murió” o “el sr. N.N. eraun famoso deportista” o “La espada Nothung se destruyó”,ver IF, § 39 a 42). Además yo puedo asociar convencionalmente un nombre, o lo que se pretende que sea un nombre,pongamos por caso ‘joj\ a un objeto, pero si posteriormente

nadie más lo usa o se lo usa arbitraria, ininteligiblemente,

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¿Tendría acaso ‘joj’ sentido, en virtud de la mera asociaciónmuy personal que he hecho entre él y el objeto? Suponer que

sí sería desconocer que el lenguaje es una práctica o costumbre que presupone un uso habitual, regular y uniforme. Elque un nombre adquiera sentido y se pueda usar significativamente no es algo que pueda ser garantizado en absolutopor medio de una ceremonia privada de bautismo que se realice en una única ocasión y en la que establezca una asociación entre un objeto y el nombre. Tal asociación no es, pues,suficiente para que el nombre adquiera un significado.

En el Tractatus  la existencia de los objetos simples y laasociación entre los nombres y los simples nombrados, queconstituirían su significado, era necesaria para que los enun

ciados tuviesen un sentido determinado. Esta asociación entre nombre y objeto se aprendería por medio de definicioneso explicaciones ostensivas (esta idea no se defiende explícitamente en el Tractatus, pero puede tomarse como una interpretación natural que, en todo caso, Wittgenstein critica ensus Investigaciones). Wittgenstein objeta que una definición

ostensiva mediante la cual se pretende enseñar el significadode un nombre sólo puede comprenderse cuando ya se sabeel papel que debe jugar el nombre en el lenguaje en el que seha de emplear (ver IF, § 30). Si alguien señala un objeto negro, digamos un zapato, y dice “eso es ‘negro’”, para enseñar el significado de la palabra a alguien que aprende a hablar,la definición o explicación ostensiva sólo puede ser correctamente interpretada si ya se sabe que se está señalando alcolor del zapato y no, por ejemplo, al zapato mismo c» a su

forma, etc. (aquí caben muchas interpretaciones distintas drla explicación), y si se sabe, además, cómo puede lm

cerse uso del nombre del color (uso que es muy dilrirnir ni

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que se le da al nombre de un objeto, v. gr., un zapato). Quienentiende bien una definición ostensiva ya debe dominar bue

na parte del lenguaje. La asociación entre nombres y objetosenseñada a través de la ostensión no podría ser, entonces, elfundamento del significado, del lenguaje, de su conexión conlo real, ni de su aprendizaje, puesto que presupone ya ciertodominio y cierta comprensión del mismo.

La mera asociación aislada entre nombre y objeto no daal nombre su significado, ya que éste depende de los variadosusos, y se trata naturalmente de usos públicos, que se le den alnombre en diversos contextos. Sólo a través de estos usos elnombre adquiere diferentes significados en distintas circunstancias, así no exista ningún objeto asociado a él o así no exista

un único objeto asociado a él (lo cual muestra que la asociación con un objeto tampoco es una condición necesaria paraque un nombre tenga significado). Aislada de su empleo laasociación entre palabra y objeto es vacía, carece de sentido,de vida (ver CAM, p. 31 e IF, § 432),

En el Tractatus se requería no solamente la asociación en

tre nombres y objetos como condición fundamental para queel lenguaje pudiera cumplir la que se tomaba como su funciónesencial, esto es, la de representar figurativamente la realidad.Se requería, además, que los nombres genuinos debían referir a objetos absolutamente simples, totalmente carentes decomplejidad. Wittgenstein también critica esta noción absolu

ta de simplicidad asumida en el Tractatus (ver IF, § 46 y siguientes). Las nociones ‘simple’ y ‘complejo’ son relativas alcontexto y al uso, es decir, sólo adquieren sentido cuando seemplean en juegos de lenguaje, en circunstancias concretas.Lo que se llama ‘simple’ en un contexto no recibiría ese ape

lativo en otros. A preguntas como “¿Cuáles son las últimas

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componentes simples de esta escoba?” no se les puede daruna respuesta clara, y no porque el proceso de análisis que

supuestamente conduciría a la respuesta sea demasiado largoo impracticable, sino porque la pregunta en muchas situaciones no tiene sentido y si se le da un sentido concreto en ciertos contextos determinados, las respuestas pueden ser muydiversas. Por ejemplo, un fabricante de escobas y un físicopueden, en situaciones distintas fácilmente imaginables, diferir en lo que llaman y toman como las partes simples de unaescoba (el primero tal vez se inclinaría a decir, en ciertas circunstancias, que las partes simples de la escoba son el palo, elcepillo y las cerdas; mientras que el otro, en circunstanciasmuy diferentes, diría que las partes simples de la escoba son

quarks). Lo que resulta muy cuestionable es la idea del Trac tatus según la cual hay una noción universal y absoluta de losimple que subyace y está presupuesta en todos los usos significativos del lenguaje.

Vemos, pues, como toda la elaborada explicación general, idealizada y esencialista del lenguaje que se da en el Trac 

tatus hace abstracción del obvio hecho de que el lenguaje,las proposiciones y los nombres funcionan en la prácticacomo instrumentos a los que se les dan los más diversosusos en diferentes contextos. Wittgenstein busca ahora, enlugar de dar una caracterización general y definitiva de loque debe ser un lenguaje o su esencia, resaltar la abigarrada

diversidad de actividades que pueden llamarse juegos de lenguaje y los diversos usos que pueden recibir las proposiciones o los nombres en ellos (el que él no defina con absolutaprecisión el sentido de la expresión ‘juego de lenguaje’ y selimite a ilustrar la noción con ejemplos, ya no puede en <■sl«■

nuevo contexto ser una objeción):

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La expresión «juego de lenguaje» debe po ner de relieve 

aquí que hablare 1 lenguaje fo rm a parte de una actividad o de 

una form a de vida.

Ten a la vista la multiplicidad de juego s de lenguaje en 

estos ejemplos y en otros:

D ar órdenes y actuar siguiendo órdenes —

Describir un objeto por su apariencia o por sus me

didas -

Fab ricar un objeto de acuerd o con un a descripción (di

bujo) -

R elatar un suceso —

H ace r conjeturas sobre el suceso -  

Fo rm ar y com prob ar una hipótesis —

Presentar los resultados de un experimento mediante  tablas y diagramas -

Inventar una historia; y leerla —

A ctuar en teatro -

Can tar a coro

Adivinar acertijos -

H ace r un chiste; contarlo -

Reso lver un prob lema d e aritmética aplicada —

Traducir de un lenguaje a otro -  

Suplicar, agradecer, maldecir, saludar, rezar.

- Es interesante com pa rar la multiplicidad de herram ien

tas del lenguaje y de sus mo do s de em pleo , la multiplicidad 

de géneros de palabras y oraciones, con lo que los lógicos 

han dich o sobre la estru ctura del leng uaje10. [Incluyen do al 

auto r del TraclatmLogicoPhilosophicu^.

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Pero, luego de comparar esta multiplicidad de usos dellenguaje con la estructura fija del lenguaje que fabula el autor

del Tractatus se podría seguir arguyendo obstinadamente quetal multiplicidad tiene que tener algo en común, pues de locontrarío no estaríamos autorizados a cobijarla bajo el mismotérmino ‘juego de lenguaje’. Y que este “algo en común” sería la esencial función descriptiva o representativa que tieneque cumplir todo lenguaje. Podrían entonces hacerse penososesfuerzos por mostrar que todos los usos que se describen aquícon tanta prodigalidad presuponen, en últimas, el uso descriptivo que sería el fundamental. Así, por ejemplo, dar una ordencomo ‘¡Alcánceme el vaso que está sobre la mesa!’ presupondría la descripción o representación figurativa del estado de

cosas consistente en que el vaso está sobre la mesa. Wittgenstein estaría asumiendo ahora una posición muy cómoda,ahorrándose la dura labor, que ya le había costado tantos esfuerzos en el Tractatus, de dar las difíciles caracterizacionesgenerales y esenciales de conceptos como ‘lenguaje’, ‘proposición’, ‘sentido’, ‘verdad’ (ver IF, § 65). El estaría renunciando

a la seria e importante tarea filosófica de hallar las esencias,para asumir la fácil tarea de dar descripciones y ejemplos triviales. A esta objeción podría responderse con la pregunta ¿Yqué se gana con forzar a la patente diversidad de usos del lenguaje a corresponder a una caracterización única? Wittgenstein, con el fin de poner en entredicho esta ansia de generalidad,recurre a la siguiente analogía: es como si se quisiera dar con laesencia de las herramientas (tan diversas como: martillo, serrucho, torno, destornillador, metro, tijeras, etc.) afirmando quetodas cumplen una función común: ¡modificar algo! (ver II', íi14). Asimilar esos diversos usos a funciones esenciales mm ¿is

es caer en la cuestionable tendencia filosófica hacia hi gnu-i.1

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lidad que él desea superar. Además, el carácter unitario y unificante de la función esencial no es algo que pueda darse por

sentado tan tranquilamente. Puede afirmarse, si se quiere,que la función esencial de la proposición es describir un estado de cosas, ¿Pero acaso hay una sola cosa o actividad quellamemos describir? ¿No tiene la palabra misma ‘describir’usos muy diversos en situaciones o juegos de lenguaje diferentes? (ver IF, § 290-1}. Con esta ansia de generalidad nosiempre se gana en comprensión, sino que, por el contrario, amenudo se pasan por alto diferencias importantes; se oscurecen o se ignoran las diversas funciones que cumplen las palabras y expresiones en distintos juegos de lenguaje, diversidadde funciones que Wittgenstein quiere ahora resaltar, mostrar

con claridad y apreciar sinópticamente.Antes de asumir dogmáticamente que tiene que haber unaesencia común, Wittgenstein recomienda observar los distintoscasos, prescindiendo del prejuicio esencialista, para comprobarsi, en efecto, se encuentra algo común a todos ellos. La esenciadebería ser, cuando más, el resultado de la indagación y no una

exigencia previa que tenga que cumplirse ineludiblemente. Ylo que él desea hacer ver es que examinando el uso de muchostérminos como ‘lenguaje’, ‘juego’, ‘describir’, ‘proposición’ nose encuentra una esencia común, se encuentran, más bien,los que él llama “parecidos de familia”:

En vez de indicar algo que sea común a todo lo que lla

m am os lenguaje, digo que no hay nad a en absoluto com ún 

a estos fenómeno s p or lo cual emp leamos la m isma palabra 

para todo s - sino que están emparentados entre sí de m uch as  

m aneras diferentes. Y a causa de este paren tesco, o de es

tos parentescos, los llamamos a todos «lenguaje».

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[...] No digas: «Tiene que haber algo común a ellos o no 

los llam aríam os ‘jueg os ’» — sino mira   si hay algo común a 

todos ellos. Pues si los miras no verás po r cierto algo que sea 

común a todos, sino que verás semejanzas, parentescos y 

por cierto toda una serie de ellos. Como se ha dicho: ¡no 

pienses, sino mira!

[...] Y el resultado de este exa m en re za así: V emos una  

complicada red de parecidos que se superponen y entrecruzan. 

Pare cido s a gran e scala y de detalle.

No puedo caracterizar mejor esos parecidos que con la 

exp resión «parecidos de familia»; pues es así com o se super

ponen y entrecruzan los diversos parecidos que se dan en

tre los miembros de una familia11.

En estas palabras se deja ver, de manera particularmenteclara, el conflicto entre el ideal de un lenguaje cuyos enunciados y términos tengan un sentido absolutamente determinado y el terreno áspero en el que se mueve el lenguaje queempleamos corrientemente. Muchos términos que usamos

cotidianamente, como ‘juego’, no tienen un sentido, ni unaextensión precisa y totalmente delimitados. Hay actividadesacerca de las cuales no estamos completamente seguros desi deberíamos llamarlas juegos o no. Pero este grado de indeterminación que este concepto comparte con muchos otrosdel lenguaje común no impide en lo más mínimo que poda

mos usarlo significativamente. La vaguedad, la falta de determinación absoluta no hace carentes de sentido ni a los conceptos,ni a los enunciados de nuestro lenguaje común, de nuestros

 juegos de lenguaje. Se puede trazar a voluntad un límite pr<>

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ciso a la extensión de ciertos conceptos en ciertos contextoso juegos de lenguaje y para ciertos propósitos. Pero la aplica

ción de tales conceptos no tiene siempre, ni necesita tener unlímite absolutamente definido. De hecho los usamos en muchas circunstancias sin determinar exactamente fronteras definidas de aplicación.

El grado de precisión o exactitud que se exija del uso deun concepto es relativo al contexto en el que se lo emplee.Por ejemplo “diez segundos” puede calificarse como una respuesta muy precisa a la pregunta “¿Cuánto tiempo demoró élen ello?” si lo que quiero saber es si se demoró en contestar alteléfono, pero sería una respuesta muy imprecisa si lo quedeseo saber es el tiempo que gastó en recorrer los cien metros

en una final de unas olimpiadas de atletismo. De la mayoríade los conceptos que usamos habitualmente no podríamos, sise nos pidiera hacerlo, dar una definición totalmente precisa.A menudo nos inclinaríamos más bien a dar ejemplos queilustren el concepto y no a trazar arbitrariamente límites precisos a su extensión, pues lo usamos sin límites definidos. Usa

mos nuestros conceptos muchas veces de manera correcta ytenemos, para casi todos los casos que nos interesan, manerasde establecer si se emplean bien o mal; esto ya es suficientepara considerarlos plenamente dotados de sentido, aunqueéste no esté absolutamente determinado.

A la estrecha vinculación que hace Wittgenstein entre significado y uso se puede objetar que el uso no puede ser lo queotorga sentido a una expresión, pues la expresión se usa correctamente sólo en la medida en que ya se tenga una comprensión de su sentido o significado. Lo esencial serían, pues,el significado y su comprensión. De ellos emanaría el uso co

rrecto del lenguaje. Esta objeción es para Wittgenstein una

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manifestación de otro malentendido que hay que aclarar, se-gún el cual el uso de las palabras se fundamenta y se determi

na por la manera como ellas se significan y se comprenden.¿Qué se entendería aquí por ‘significar’ y ‘comprender’ unaexpresión de un modo u otro (antes de usarla y para poderhacerlo correctamente)? De acuerdo a una concepción men-talista, a la que Wittgenstein se opone, significar y comprender una palabra o expresión es poseer una representaciónmental de la presunta entidad que constituye su significado, lacual se trata de trasmitir (significar) o de recibir (comprender).Pero, ¿depende realmente el uso efectivo que hacemos dellenguaje de representaciones o procesos mentales que nosharían presente el significado de las palabras?

El recurso a lo mental para fundamentar el uso de las palabras parece manifestarse aquí como un nuevo síntoma de laaspiración a un lenguaje cuyo uso correcto esté determinadode manera absoluta. En efecto, si se juzga como extraño einexplicado el hecho de que a las palabras les demos ciertosusos determinados y no otros posibles, si el uso se considera

como algo que hay que fundamentar sobre una base más sólida y racional, si se piensa que entre las palabras y su usoqueda abierto un abismo que hay que salvar, un vacío quedebe rellenarse con justificaciones o explicaciones últimas, entonces puede intentarse el recurso a un intermediario entre laspalabras y su uso. Este intermediario cumpliría el papel de

proporcionar la anhelada explicación definitiva del uso. Ycomo a él no lo encontramos en lo que tenemos ante nuestrosojos, suponemos que obra en un misterioso medio oculto: lamente. Los anhelos de explicaciones últimas nos extravían,otra vez, llevándonos a considerar como inexplicado nucsli n

confiado y seguro empleo de las palabras, alejándonos <lc ln

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RAÚL MELÉNDEZ ACUÑA 

usual, habitual, familiar y lanzándonos a la caza de lo que resulta ser, esto sí, misterioso y extraño: las ocultas y mágicas

operaciones de la mente.Wittgenstein se esfuerza en mostrar que el recurso a lo

mental, que da la errónea impresión de ser muy prometedor,muy explicativo, no logra provocar el efecto mágico que seespera de él, esto es, determinar de antemano y con una obligatoriedad inexorable el uso correcto de las palabras, tantoel uso presente, como todos los venideros. El arguye que elque se haga presente en nuestra mente un contenido o un proceso, que pudiéramos tomar como el significado de una palabra o expresión, no es (como no lo era tampoco la asociacióncon un objeto) una condición ni suficiente, ni necesaria de los

usos significativos que de hecho damos a las palabras en diferentes situaciones.La estrategia principal por medio de la cual Wittgenstein

busca mostrar que la presencia de una representación o imagen mental no es condición suficiente del uso de las palabras,consiste en hacer ver que, así como se piensa que las palabras,

por sí mismas, no determinan una única aplicación de ellas,tales representaciones mentales también podrían ser compatibles, o podrían hacerse concordar, con diferentes aplicaciones. Si las palabras se consideran como signos muertos, no esel significado entendido como una imagen mental el que lasanima y les da vida, pues la imagen mental, tomada aislada

mente, puede verse asimismo como un signo muerto al quele faltaría igualmente aquello que le da vida, esto es, su aplicación en la práctica (ver CAM, p. 31 y 32). Y si esta imagenmental es como un nuevo signo muerto que requiere, a suvez, ser significado y comprendido o interpretado, entonces

habría distintas maneras posibles de hacer esto y de darle apli-

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cación. En el nivel de lo mental vuelve a acechar el problemaque se planteaba en el nivel de los signos lingüísticos: ¿cómo 

se determina, en últimas y de manera forzosa, la única manera co-rrecta de aplicar las imágenes mentales que acompañan a las pala-bras? ¿Necesitaremos, acaso, una imagen de la imagen queacuda en nuestra ayuda? Si cedemos a la peligrosa tentaciónde apoyamos en este tipo de ayuda, muy probablemente yanada podrá detenemos en una incesante búsqueda de más ymás intermediarios entre las palabras y nuestras maneras deusarlas. Wittgenstein prefiere rechazar de entrada la tentación de concebir el significado en términos mentales:

Y ahora lo esencial es que veamos que al oír la palabra  

puede que nos venga a las mientes lo mismo y a pesar de todo ser distinta su aplicación. ¿Y tiene entonces el mismo 

significado las dos veces? Creo que lo negaríamos12.

Wittgenstein se expresa en este pasaje de manera muycauta. No pretende tener argumentos concluyentes que refu

ten de manera definitiva la concepción mentalista del significado a la que se opone. Más bien contrasta esta concepcióncon su punto de vista, desde el cual el uso, la aplicación de laspalabras aparece como lo más básico. Y espera que este contraste y la manera como lo describe nos persuada y nos llevea responder que si en varios casos los usos de una misma pa

labra son diferentes, así hayan estado acompañados por losmismos fenómenos mentales, el significado también difiere.Lo que determina el significado no sería, pues, la intermediación de lo mental, sino el uso mismo, que inicialmente

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se pensaba como algo a lo que le faltaba sustento. Las representaciones mentales por sí solas no son suficientes para de

terminar el uso y el significado de las palabras.Veamos ahora cómo la presencia de representaciones men

tales tampoco es condición necesaria para el uso significativo ycorrecto de las palabras. Wittgenstein apela aquí a su muy socorrida estrategia de examinar cómo se usan en la práctica lostérminos relevantes, en este caso ‘significar’, ‘comprender’. Suexamen del uso o los usos que de hecho hacemos de estas palabras (estos usos se asumen pues como lo básico y no como algoderivado del significado y la comprensión) muestra, entre otrascosas, que si bien pueden encontrarse algunos procesos característicos, incluyendo probablemente procesos mentales, que

acompañan lo que usualmente llamaríamos el significar o comprender una palabra de cierto modo, no hay un único procesomental que pudiera identificarse con el significado o la comprensión. De hecho, habitualmente atribuimos a alguien lacomprensión de una palabra según cómo la use. Si la usa correctamente (en un sentido que aclararemos luego y que es in

dependiente de la comprensión) decimos que la comprende,así no siempre este uso correcto esté asociado a un único estado o proceso mental correspondiente. Puede ocurrir quelos usos correctos de una expresión en diferentes ocasionesmuestren que quien la emplea la comprende bien, asi esosusos hayan sido acompañados por diferentes representacio

nes mentales. Además, Wittgenstein arguye (lo cual constituye una objeción en cierto sentido más radical y básica, encuanto choca más abiertamente contra el intelectualismo subyacente a la concepción mentalista del significado que él cuestiona) que en algunos casos usamos una palabra de manera

automática, sin pensar en su significado, ni comprenderlo y

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sin que tenga que ocurrir, ya no un único proceso mental específico, sino, ni siquiera, alguno cualquiera:

¿Cómo sé que el color que veo ahora se llama «verde»?

Si me estoy ahogando y grito «¡socorro!», ¿cómo sé loque significa la palabra socorro? Bueno, así reacciono en esasituación. Así también sé lo que quiere decir «verde», y también cómo he de seguir la regla en el caso particular13.

Aquí se considera el uso de una palabra como un caso particular de una actividad regida por reglas. Sobre la noción deseguir una regla y sobre nuestra manera de seguir reglas, y en

particular de usar palabras de manera ciega, automática, impensada, sin justificaciones últimas, volveremos en el próximoapartado. Lo que queremos enfatizar aquí, es que estas consideraciones de Wittgenstein acerca de las nociones de significado y uso responden a un propósito eminentemente negativo ycrítico. Antes que desarrollar una nueva teoría filosófica sobre

el significado, se trata, principalmente, de evitar las confusiones que surgen al entender el significado en términos mentales:

¡No pienses ni una sola vez en la comprensión como‘proceso mental’! —Pues esa es la manera de hablar que te

confunde. Pregúntate en cambio: ¿en qué tipo de caso, bajoqué circunstancias, decimos «Ahora sé seguir»?14.

13 OFM , VI, § 35, p. 283.

w IF,I 154,

 p .155.

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RAÚL M ELÉNDEZ ACUÑA

Las preguntas ¿qué es el significado? y ¿qué es la comprensión? nos descaminan, pues nos parece que para responderlas

adecuadamente hemos de dar con una cosa y nos lanzamos ala búsqueda de entidades o procesos ocultos en el misteriosofondo de la mente. Wittgenstein recomienda, entonces, sustituirlas por la pregunta acerca de las circunstancias en las quese usaría correctamente la expresión “comprender” o por loscriterios para su legítimo empleo. En cuanto el lenguaje esconcebido como una práctica o costumbre social que haceparte de una forma de vida, el criterio para el uso correcto deuna expresión sería su concordancia con el uso normal, habitual, acostumbrado, el que se espera en determinadas circunstancias, uso que no está escondido, sino que podemos

reconocer abiertamente ante nuestros ojos. El uso correctode una palabra no se funda en la comprensión de la misma,más bien solemos atribuir a alguien la comprensión de unapalabra si la usa correctamente. Y disponemos aquí de uncriterio de corrección independiente de la comprensión: eluso correcto es el uso que se ha acreditado como normal y

acostumbrado. Si alguien usa una palabra un suficiente número de veces, y en ciertas circunstancias normales, de lamanera uniforme, regular que se ha establecido y acreditadocomo la acostumbrada y, consiguientemente, la correcta, esdecir, de la manera que está acorde con la práctica habitual,entonces reconocemos que comprende la palabra. Y atribui

mos la comprensión sin tener que preocuparnos por indagar, si esto fuera posible, qué ocurre en lo profundo de sumente cada vez que usa bien la palabra; si ocurre siempre lomismo o cosas muy parecidas o completamente diferentes.Alguien puede usar correctamente una palabra muchas ve

ces, esto es usarla de la manera esperada y acostumbrada,

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aunque cada vez ocurran procesos totalmente diferentes ensu mente, o incluso puede hacerlo de manera instantánea,

automática, ciega, sin haber requerido pensar o interpretarnada. Con lo cual se muestra que la comprensión, entendidacomo una representación mental, no es una condición necesaria para el uso correcto de las palabras.

Nuestra familiarización cada vez más eficaz con nuestrolenguaje depende, muy probablemente, de que lo usemoscada vez más de un modo automático, mecanizado, impensado, confiado, seguro, exigiendo cada vez menos a nuestro cerebro o a nuestra mente para ello. Desde este punto de vista latranquilizadora regularidad y uniformidad que acompaña aluso correcto del lenguaje (y que puede verse, incluso, como

una condición de posibilidad del mismo), dependería no deuna determinante intervención de nuestra mente, sino justamente de lo contrario, de que tal uso se haga de manera confiada, podría decirse instintiva e irreflexiva. Nuestro uso dellenguaje reposaría en la seguridad de nuestras reacciones instintivas ante las palabras y no en la presunta seguridad que

brinda el intelecto, la razón o la mente: “El instinto es lo primero, el razonamiento lo segundo. Razones sólo hay dentrode un juego de lenguaje” (BPP, Band 2, § 689, p. 334). Y, podríamos agregar, nuestros juegos de lenguaje, dentro de loscuales nacen y viven nuestros razonamientos, descansan sobrelo primero, sobre nuestras maneras naturales e instintivas de

actuar.Para concluir esta parte reiteremos que Wittgenstein recu

rre, en este contexto, al uso y a los criterios de uso de laspalabras con el propósito de disolver ciertas confusiones filosóficas sobre la noción de significado (tales como la con

cepción referencial del significado y lo que hemos ll;nn;nli»

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la aclaración de malentendidos filosóficos surgidos de confusiones lingüísticas. La atribución a Wittgenstein de una nueva

teoría del significado como uso implicaría atribuirle un proceder incompatible con su manera de concebir la actividad filosófica como descriptiva, terapéutica y no teorizante.

III. Seguir una regla

A los objetos simples, fijos, eternos, indescriptibles de laontología del Tractatus los habíamos interpretado como aquello que tenía que existir para que pudiera construirse con ellenguaje una imagen del mundo. Bajo la nueva perspectivaque examinamos ahora no es necesario que nos restrinjamos

unilateralmente a construir imágenes o copias de la realidad,ni a figurar los estados de cosas que la conformarían, pues éstano es la función esencial, ni mucho menos la única, de todaproposición con sentido. Damos muy diversos usos a las palabras y a las proposiciones en diversos juegos de lenguaje yesos usos les dan su sentido. Si se quisiera aún hablar de con

diciones de posibilidad para que las expresiones de un juegode lenguaje tengan sentido, se tendría que decir, tal vez, quetales expresiones deben tener un uso y no cualquier uso quese le ocurra a un hablante particular, ni cualquier uso al quese llegue por un consenso explícito entre los qu'e participan enél, sino un uso que se haya vuelto costumbre, que sea el habitual, que se haya acreditado a través de una práctica regulary uniforme como el correcto, el que se espera sea seguido. 1*11uso del lenguaje se rige, pues, según ciertas reglas que se hanvuelto parte de nuestras costumbres, de nuestra forma de vida.

Probablemente con la analogía de los lenguajes como jue

gos se quiere ilustrar, no solamente que el sentido <le l;r. e\

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presiones de un lenguaje depende de las circunstancias enque se emplean y de las actividades que acompañan sus usos,

sino también que esos usos están, en cierta medida, regidospor reglas, como las jugadas o movidas de un juego. El empleo de las palabras y expresiones en los juegos de lenguajepuede considerarse, entonces, como un caso particular de loque es, en general, la aplicación de reglas. Aunque cabe aclarar que estas reglas que rigen el uso del lenguaje no debenentenderse como normas rígidas que estén consignadas expresamente en alguna parte, sino que son, más bien, reglas tácitasy maneras regulares, uniformes, habituales cómo hacemosuso de las expresiones en un juego de lenguaje, las cuales determinan si ese uso es significativo o no y si es correcto o no.

Sería erróneo pensar que las reglas juegan ahora un papel análogo al que jugaban los objetos simples del Tractatus. Si bien tiene que existir un uso regular, un uso conforme areglas para que las expresiones tengan sentido en los juegosde lenguaje, estas reglas de uso no constituyen una condiciónfija, definitiva, eterna del lenguaje y del significado, en el sen

tido en el que lo podían ser los objetos simples en la concepción pictórica del Tractatus.

Nuestro objetivo central en lo que sigue es interpretar lasobservaciones de Wittgenstein sobre la noción de seguir unaregla, tratando de comprenderlas en conformidad con lo quehemos venido enfatizando en las dos partes anteriores, es de

cir, a la luz de sus insistentes esfuerzos por superar el ansia deexplicaciones generales, definitivas y fundamentos últimos,que él mismo califica de enfermiza. Intentaremos aclarar, enprimer lugar, que las reglas de uso de las palabras y expresiones de un juego de lenguaje no garantizan que ellas adquie

ran, como se exigía en el Tractatus, un sentido absolutamente

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preciso; en segundo lugar, abordaremos la cuestión central deesta sección: si una regla puede determinar, y cómo, las api i

caciones correctas de la misma. AJ discutir esta cuestión pi etendemos mostrar que la actividad de seguir una regla, y enparticular la de usar las expresiones de un juego de lenguajede acuerdo con reglas, no está fundada en razones o justificaciones racionales últimas y que, no obstante, esto no implicaningún problema escéptico, como ha querido interpretarse.

Si se comprendieran algunas de las críticas específicas deWittgenstein contra ciertos supuestos y tesis básicos del Trac tatus pero se continuara aún preso de los ideales absolutistasy esencialistas que motivaron el surgimiento de estos supuestos y tesis, entonces el papel que juegan las nociones de uso

y de aplicación de reglas en la nueva concepción wittgenstei-niana se malentendería completamente. Por ello, al examinareste papel se debe estar todavía en guardia contra los viejosprejuicios que se desean superar y se debe resistir aún latentación de mirarlo con las gafas de los ideales que se deseaabandonar, so pena de caer en nuevas confusiones.

Una de estas confusiones es creer que las reglas de uso delas palabras y enunciados pueden satisfacer la ya cuestionadaexigencia de asegurar que éstos poseen un sentido absolutamente preciso. Esto podría llevar al error de asignar ahora alas reglas, o a una pretendida interpretación última de ellas, laimposible tarea de determinar de modo totalmente inequívoco

la aplicación correcta de las mismas y de considerar, en particular, el uso del lenguaje como la aplicación de un cálculo segúnreglas exactas que le darían a éste un sentido completamentedeterminado y preciso. Aquí surge nuevamente el conllic (<>entre este ideal de precisión y nuestro uso efectivo y cotidúinn

de las reglas y del lenguaje:

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R ecu érde se que, en general, nosotros no usam os et len

guaje confo rm e a reglas estrictas, ni tam po co se nos ha ense

ñad o po r medio de reglas estrictas. Po r otro lado, nosotros, en  

nuestras discusiones, com pa ram os constantemente el lenguaje 

con un cálculo que se realiza de acue rdo con reglas exactas.

Es éste un m od o m uy unilateral de considerar el lengua

je. De hecho, nosotros usamos muy raramente el lenguaje 

como tal cálculo.

[...] ¿Por qué al filosofar comparamos, pues, constante

mente nuestro uso de las palabras con uno que siga reglas 

exactas? La respuesta es que las confusiones que tratamos de eliminar surgen siempre precisamente de esta actitud hacia el len-

 guaje11'.  ¡El subrayado es nuestro].

lf' CAM, p. 54 .  Wittgenstein mismo, tras abandonar el atomismo 

lógico que defendió en el Tractatvs , llegó a com parar el lenguaje con 

un cálculo (esto lo hace en un periodo de su pensamiento que es lla

m ado por algunos intérpretes período transición al). Posteriormente, 

en su pensamiento tardío, en el que la noción de juego de lenguaje co

mienza a cobrar una importancia central, Wittgenstein abandona, co

mo lo evidencia la cita, esta concepción del lenguaje como cálculo. 

En un artículo en el que se examina este periodo transicional en el 

pensamiento de Wittgenstein, el intérprete David Stern escribe: “In 

1929, Wittgenstein rejected logical atomism for a logical holist con

ception of language as a system of calculi, formal systems charac

terised by their constitutive rules. But by the mid 1930s he came to 

see that the rules of our language are more like the rules of a game 

than a calculus, for they concern actions within a social context. This 

context, our practices and the ‘forms of life’ they embody, on the one 

hand, and the facts of nature on which those practices depend, on the

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su desaparición fue una suerte de ilusión.» —Pero supon que 

después de un tiem po desaparece de nuevo —o pa rece des

aparecer. ¿Q ué debem os decir ahora? ¿Dispones de reglas 

pa ra tales casos - que digan si aún en tonces se puede llamar 

a algo «silla»? ¿Pero nos abandonan al usar la palabra «si

lla»?; ¿y d ebem os decir que realmen te no a sociamos ningún 

significado a esta palabra porque no estamos equipados con 

reglas para todas sus posibles aplicaciones?17.

El que las reglas no determinen exactamente su aplicaciónen todas las situaciones posibles, por extravagantes e improbables que éstas sean, no implica, por supuesto, que ellas carezcan de sentido, ni afecta nuestro uso de las mismas. Las reglas

no necesitan despejar o evitar toda indeterminación posiblepara poder ser aplicadas. Hay indeterminaciones que en lapráctica no se presentan, dudas que no surgen y que no requieren entonces ser despejadas o contempladas de antemano por las reglas que usamos.

De este ejemplo tan implausible que nos da aquí Wittgen

stein nos podemos servir también para ilustrar otro punto importante: nuestro uso del lenguaje y nuestra aplicación dereglas son actividades que no poseen un carácter necesario. Elhecho de que usemos el lenguaje que usamos y los conceptosque empleamos y de que las reglas que se han acreditado como costumbres nuestras sean unas y no otras es un hecho

contingente, en la medida en que depende de ciertos hechosnaturales tan básicos que normalmente escapan a nuestraatención. Si, por ejemplo, los objetos físicos que nombramosen nuestras charlas cotidianas no poseyeran la permanencia

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concedido esto, puede plantearse otro problema que da laapariencia de ser mucho más radical: ¿Cómo una regla puede 

determinar la manera como debe seguirse incluso en los casos más normales y cotidianos? La amenaza que surge aquí es la de unescepticismo extremamente radical, según el cual las reglasde uso del lenguaje ya no sólo no logran determinar un sentido absolutamente inequívoco (lo cual, se admite, es pedirdemasiado), sino que ni siquiera pueden determinar en lo másmínimo un sentido y una manera correcta de seguirlas. ParaWittgenstein esta duda escéptica no es más que una nuevaconfusión, que surge de entender erróneamente la maneracomo funcionan las reglas en la práctica. Pero para comprender mejor cómo puede aclararse este malentendido es conve

niente caer en la tentación de plantear este presunto problemaescéptico, tan radical en apariencia. Si son los chichones queuno se hace al hacer mal uso del lenguaje y al tropezar consus límites los que le hacen a uno reconocer el valor de unaaclaración filosófica (ver 1F, § 119, p.127), entonces puede valer la pena sucumbir a la seductora tentación de caer en tales

malentendidos y soportar los tropiezos y los chichones con laesperanza de alcanzar luego una mayor claridad.

La tentación de plantear un problema escéptico surge yacon la lectura de las primeras líneas de las Investigaciones en lasque Wittgenstein propone el siguiente ejemplo:

Piensa ahora en este empleo del lenguaje: Envío a al

guien a co m prar. L e do y u na hoja que tiene los signos: «cin

co manzanas rojas». Lleva la hoja al tendero, y éste abre el 

cajón que tiene el signo «manzanas»; luego busca en una 

tabla la palabra «rojo» y frente a ella encuentra una mues

tra de co lor ; después dice la serie de los nú m eros cardinales

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actúa de una manera que podemos asumir como natural (o que dehecho nos parece de lo más natural cuando no filosofamos111) y 

que no necesita de explicaciones o justificaciones últimas. Pero antesde tratar de comprender mejor esta lacónica respuesta al escéptico (quizá sea más adecuado decir que es un rechazo desus dudas y no una respuesta propiamente dicha) tratemos dedesarrollar algo más, sin temor a los chichones, Las dudas escépticas que en este pasaje apenas se insinúan débilmente.

Para desarrollarlas modificaremos y ampliaremos el ejemplo de Wittgenstein, tratando de extremar las dudas escépticas a que puede dar lugar y volviéndolo, por ello, muchomás extravagante e inverosímil. Supongamos que la persona, a quien se ha encargado comprar las manzanas, entrega

la hoja en que se ha escrito «cinco manzanas rojas» al tendero, pero que éste luego de observar lo escrito en ella y deconsultar las etiquetas de sus cajones y sus muestras de color le entrega siete peras verdes. El comprador le dice, atóni-

lu La manera de actuar del tendero no parece, sin embargo, ser la 

más natural o esperada. Parecería la manera de actuar de un tendero  

inusualmente torpe, ineficiente e incluso con una seria incompetencia 

lingüística. Un tendero más normal no necesitaría, al ejercer su oficio, 

utilizar tablas, muestras de colores o cajones etiquetados. Seguramente 

la intención de Wittgenstein al inventarse un personaje asi, es hacer bien 

visible lo que en circunstancias más normales no es tan patente: que la  

actividad de emplear las palabras está regida por reglas. La aplicación 

de reglas, generalmente tácita en los juegos de lenguaje, es sacada delibe

radamente a la luz en este ejemplo, para lo cual se recurre a las tablas, 

las muestras, las etiquetas, que normalmente no se requiere emplear. Y  

se trata de una estrategia, la de sacar a la luz lo que asumimos que actúa  

en lo oculto, a la que Wittgenstein recurre reiteradamente.

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to: «¿Qué es lo que ha hecho usted? En el papel dice ‘cincomanzanas rojas’ y ¡usted me ha entregado siete peras ver

des!”. A lo que el tendero responde, también muy extrañado yun poco molesto: «No le comprendo, ¿siete peras verdes? ¡Loque he hecho es alcanzarle cinco manzanas rojas, siguiendo alpie de la letra la instrucción de la hoja!». El comprador prefiere no discutir más el asunto, pues presume que al tendero leha sobrevenido un acceso repentino de atolondramiento o delocura, que él espera sea pasajero. Decide, más bien, encaminarse con su hoja a la siguiente tienda más cercana y, una vezallí, la entrega al nuevo tendero. Este otro tendero, quien porsuerte ya no necesita usar etiquetas ni muestras de color, reacciona, empero, de una manera todavía más inaudita. El, des

pués de leer la hoja, mira al comprador con cara de pánicodurante unos breves instantes y luego sale corriendo despavorido. Ante esta reacción el comprador ya no siente únicamente perplejidad, sino también una creciente inquietud. Quizá,piensa él, aunque sin mucha convicción, una epidemia de unamuy rara perturbación mental se está extendiendo entre los

tenderos o entre algunas personas del barrio. Finalmente, tratando de recobrar la tranquilidad, pero sin lograrlo del todo,decide ir a un supermercado grande, algo alejado, donde élmismo pueda escoger sus manzanas sin tener que recurrir a laayuda de ningún tendero y donde, él espera, hayan seleccionado al persona] de manera muy cuidadosa. Allí él toma

con mucha cautela cinco manzanas, de las más rojas, lascuenta varias veces, inseguro, y después se acerca temerosoal lugar donde las pesan. El empleado las pesa y le dice «sustres guanábanas verdes cuestan... ». Ahora quien sale corriendo despavorido es el comprador, sin dejar terminar su

frase al empleado y dejando olvidadas las cinco manzanas,

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Pero ¿qué es lo que se pretende mostrar con este ejemploexcesivamente dramatizado y tan traído de los cabellos?

¿Acaso el que se puedan imaginar las reacciones más absurdas y excéntricas a una instrucción escrita, a una regla de usode ciertos signos, da el menor pie para defender una posturaescéptica? El que sean concebibles estas inverosímiles reacciones no quiere decir, en absoluto, que no pueda seguirse laregla o que ella deje abiertos cualesquiera cursos de acción yno determine una manera correcta de seguirla. El hecho mismo de que estas reacciones que imaginamos en el ejemplonos parezcan completamente descabelladas nos muestra yacon claridad que sí tenemos, en efecto, maneras de distinguirentre una aplicación correcta de una regla y una que no lo es;

que la regla sí excluye, o mejor nosotros sí excluimos, muchasreacciones como inapropiadas y totalmente discordantes conla regla. Lo que puede confundimos (y es en estas confusionesen las que se puede apoyar un escéptico) es la pretensión dedar satisfacción al desmedido afán de encontrar justificacionesabsolutas que expliquen, sin dejar cabida a la más mínima

duda, por qué nuestra manera de seguir las reglas es la correcta y las demás, incluyendo las del ejemplo, no lo son.

Veamos como el escéptico negando, con razón, que pueda satisfacerse esta cuestionable pretensión, puede caer, sin razón, en un extremo punto de vista, según el cual cualquieracción puede hacerse concordar con una regla. El puede ar

güir, tratando de darle mayor plausibilidad a su punto de vista,que si bien nosotros calificamos como absurdas las manerascomo los tenderos responden a la petición de las cinco manzanas, ellos podrían estar sincera y justificablemente convencidos de que están actuando correctamente. El primer

tendero tal vez interpreta las tablas y las etiquetas que con

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I I J Í IBAÚL MELENDEZ ACUÑA

La posibilidad de idearse estas interpretaciones no parecehaber dado mucho sustento a la posición del escéptico, pues

ellas son, sin duda, tan absurdas como las acciones que pretenden justificar. Pero el escéptico puede ahora hacer recaer elpeso de la discusión sobre nosotros preguntando: “¿Por quéconsidera usted, sin haber dado todavía ninguna razón de ello,que su interpretación de la regla es la correcta y por qué califica a otras como absurdas? ¿Acaso hay una interpretación quesea la correcta? ¿Acaso la regla determina un curso de accióny excluye los demás? Yo lo dudo y, después de todo, quienquiera contestar afirmativamente a estas últimas dos preguntas y disipar las dudas que ellas plantean, es quien debería darlas justificaciones”. Los tropiezos, las dificultades y las dudas

a las que quiere llevar al escéptico surgen en el momento enque se cae, inocentemente, en su juego de creer necesarias lasinterpretaciones y justificaciones últimas que él demanda.

Supongamos que, cayendo en el juego del escéptico, tratamos de explicar a los tenderos de modo concluyente que susinterpretaciones son total e irremediablemente incorrectas.

Podríamos decirle al primer tendero que en la tabla de muestras de colores, el color que corresponde a un nombre es elque está al frente de éste y no el que está diagonal a él. Y podemos decirle también que la palabra ‘manzanas’ refiere alas frutas que están dentro del cajón que lleva adherida estapalabra y no a las que están en el cajón de la derecha. Pero,

si a nuestras palabras explicativas él sigue reaccionando inusualmente, si él honestamente interpreta mal las expresiones‘estar al frente’, ‘estar en diagonal’, ‘el cajón de la derecha’ yotras, de manera que lo que hizo sigue estando de acuerdocon sus interpretaciones, entonces nuestras explicaciones no

logran convencerlo de que su manera de reaccionar no es la

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manera correcta de seguir la regla. Y si explicamos nuestrasexplicaciones, éstas pueden ser entendidas mal nuevamenlr.

Las interpretaciones erróneas y las dudas escépticas reaparecen una y otra vez, no importa cuánto descendamos en la cadena de interpretaciones e interpretaciones de interpretaciones.De no encontrarse una interpretación o explicación última,y, en efecto, no parece haber una interpretación que sea totalmente inmune a las dudas o una explicación que ya no pueda entenderse de maneras no ortodoxas, entonces nuestrosintentos de responder al escéptico correrían el riesgo de notener éxito nunca.

Podríamos probar suerte con el caso del contar que, siendo una actividad tan elemental, tan básica y familiar, debería,

confiamos, reposar sobre un fundamento bien sólido. Si notenemos seguridad de que las sencillas reglas del contar determinen inexorablemente una única manera de seguirlas bien,si no podemos confiar en que nuestra manera habitual de contar es correcta, confiable, regular, uniforme y excluye otrasmaneras heterodoxas de hacerlo (como la del tendero), en

tonces ¿qué otras reglas podrían ofrecer tal seguridad?En un renovado esfuerzo por hacer entrar al tendero en

razón y aclararle cómo contar correctamente las frutas podríamos decirle pacientemente: “Para contar bien hay que hacerlo siguiendo la serie 1, 2, 3, 4, 5,..., pero por cada número dela serie usted debe tomar una y sólo una fruta; lo que usted

hace, inexplicablemente, es tomar a veces una fruta y a vecesdos”. Supongamos que el tendero nos dice que ha comprendido perfectamente la explicación y que eso que hemos explicado, es decir, tomar cada vez una y sólo una fruta y no aveces una y a veces dos, es lo que siempre ha hecho. Para de

mostrarnos que ha entendido, el tendero anuncia que v;i ¡i

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RAÚL MELÉNDEZ ACUÑA

alcanzamos tres manzanas. Lee la etiqueta que dice ‘manzanas’, sin detenerse a pensarlo dos veces da un paso hacia la

derecha y abre el cajón que está al lado, el de las peras. Conun esmero exagerado empieza a contar muy lentamente? “Unoy tomo una manzana, dos y tomo una manzana, tres y tomouna manzana, la última”. Al decir esto ha vuelto a tomar unapera, luego dos y luego una, para entregamos finalmente ¡cuatro peras! Sospechamos ahora, intentando difícilmente considerar sus reacciones con cabeza fría, que el usa de maneramuy inusual la expresión “tomo una manzana”. Probablemente el uso que hace él de la expresión en una ocasión determinada depende de cómo la usó la vez anterior: si la vezanterior tomó una fruta, esta vez toma dos y si en la ocasión

anterior tomó dos, ahora toma una. Alternadamente usa demanera distinta la expresión. Por supuesto esta es sólo la manera como nosotros, quienes le damos otro uso, que consideramos el correcto, a la misma expresión, describiríamos eluso que él le da. Pero él mismo diría que siempre la usa de la misma manera, sencillamente toma una manzana cada vez que

dice “tomo una manzana”. Wittgenstein expresa estas dificultades para justificar que una regla, así sea tan elemental comoel contar, obliga o fuerza a una manera correcta de seguirla yexcluye las otras así:

¿Forzado? Después de todo, puedo presumiblemente  

tom ar el cam ino que quiera! - «Pero si usted quiere man te

nerse en concordancia con las reglas usted tiene que tom ar 

este camino .» —De ningún m od o; a eso llamo yo ‘conco rdan

cia’. —«Entonces has cambiado el significado de la palabra  

‘conc ord ancia’ o el significado de la regla.» - N o; ¿quién dice 

lo que significa aquí ‘cambiar’ o ‘dejar igual’?

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No importa cuántas reglas me dé usted —yo le doy unaregla que justifica mi aplicación de sus reglas20.

Toda interpretación o explicación de una regla puede considerarse como una nueva regla para entender la primera; y sihay dudas acerca de si la primera puede determinar una manera correcta de seguirla, las mismas dudas pueden volverse aplantear acerca de la segunda y de las que vengan luego. Si serecurre en este punto a una concepción mentalista de las interpretaciones de la regla, resurgen entonces las objeciones que yase plantearon antes en contra de la concepción mentalista de lasnociones de significar y comprender. Un peculiar atractivo quetiene la apelación al ámbito de lo mental parece residir en la

esperanza de que en este ámbito, precisamente por ser oculto,resulte más fácilmente creíble el que se pueda realizar un actomágico que logre determinar de manera absoluta el uso totalde una expresión o todas las aplicaciones de una regla (como elmago que lleva a cabo su magia en el fondo de un sombrero ode un cajón negro, bajo su manga o detrás de la oreja de un

asombrado espectador, en todo caso, siempre en lo oculto).Pero las interpretaciones, ya se las entienda como meta-reglaso como representaciones mentales, no ayudan a proveer elquimérico fundamento último de la aplicación de las reglas. Yes claro que si, como parece implicar el pasaje citado arriba,cada quien tiene su manera personal de aplicar una regla y sumanera de justificarla con sus peculiares interpretaciones, laregla pierde todo su sentido y su aplicabilidad.

Las dudas escépticas, que al comienzo daban la impresiónde ser tan descabelladas, parecen, cuando se trata de responder 

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de cierta forma a ellas, plantear un problema muy radical y conmuy graves implicaciones21. Los ejemplos dados arriba nos si

tuarían ante una dificultad aparentemente insalvable: ¿Cómoexplicar o asegurar que una regla determina una manera correcta de seguirla y excluye las demás como incorrectas? Si nose da una respuesta satisfactoria a esta pregunta la posibilidadmisma de seguir reglas, algo que es tan fundamental en nuestras vidas y que desprevenidamente tomamos como evidente ysobreentendido, quedaría en entredicho y se convertiría en algoasí como un milagro inexplicable. Wittgenstein plantea esto ensus Investigaciones como una paradoja: Nuestra paradoja eraésta: una regla no podía determinar ningún curso de acciónporque todo curso de acción puede hacerse concordar con la

regla. (IF, § 201, p. 203}. La misma paradoja recibe una formulación también muy concisa en las Observaciones sobre los Fundamentos de la Matemática: ¿Cómo puedo seguir una regla,si después de todo cualquier cosa que haga puede interpretarse como seguirla? (OFM, VI, § 38).

Si las reglas dejan abiertas cualesquiera maneras de se

guirlas y si no hay nada que garantice de manera segura unauniformidad y una regularidad en nuestras aplicaciones dereglas, nuestro uso de las mismas pierde su sentido, queda

21 Éste sería, por ejemplo, el punto de vista de Kripke, quien en  

su célebre interpretación de lo que él llama *el problema escéptico de 

 W ittg enste in ’ escribe: “W ittg enstein has invented a new form of 

scepticism. Personally I am inclined to regard it as the most radical 

and original sceptical problem that philosophy has seen to dale, one that 

only a highly unusual cast of mind could have produced”. (Kripke, 

Siiul. Wittgenstein on Rules and Prívate Language,  Harvard University 

hc-ss, Cambridge, Mass., 1982, p. 60).

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como suspendido misteriosamente en el aire, a punto de desplomarse en cualquier momento. Y con nuestro uso de reghts

quedarían también sin un piso firme nuestro uso de la lógica,de las matemáticas, del lenguaje e incluso nuestra entera vidaen comunidad, para la cual se requiere imprescindiblementedel uso del lenguaje y, en general, de reglas. Pero lo paradójico reside en que la aparente gravedad de este problema noperturba en lo más mínimo nuestro empleo efectivo, confiadoy cotidiano de reglas. Wittgenstein disuelve esta paradoja tratando de mostrar que, en realidad, las dudas que él mismo hainventado no plantean un problema genuino y radical, sinoque surgen, más bien, de una confusión, de un malentendido:

Puede fácilmente parecer como si toda duda mostrase sólo un hueco existente en los fundamentos; de modo que 

una comprensión segura sólo es entonces posible si prime

ro d udam os de todo aquello de lo que pueda dud arse y lue

go removemos todas esas dudas.

El indicad or de cam inos está en ord en si, en circunstan

cias no rm ale s, cu m ple su finalidad1̂ .

Podemos imaginar muchas dudas, imaginar, por ejemplo,que si un indicador de caminos tiene una flecha, alguien puede verla y sin pensarlo dos veces tomar la dirección contrariaa la indicada por la punta de la flecha o caminar perpendicu

larmente a ella. Y podemos imaginar también cómo justificarestas extrañas conductas. Pero ¿plantean estas dudas un auléntico problema? ¿Acaso, si no las resolvemos, podría ocurrirque ya no sepamos hacia dónde dirigirnos o que nos eut ;i

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minemos en la dirección equivocada, cuando veamos el indicador de caminos? ¿Podríamos, tras haber concebido estas

dudas, perder nuestra confianza y seguridad al orientarnospor él? ¡Por supuesto que no! El que se puedan imaginar oinventar ciertas dudas no quiere decir que en realidad se estédudando (con todos los efectos prácticos que deben seguirsede una duda genuina y revelarla). Estas dudas se inventan justamente con el propósito de desenmascararlas como lo queson: el resultado de malentendidos. El “problema escéptico"ha sido planteado a partir de dudas no genuinas, que no necesitamos solucionar, al menos no necesitamos resolverlas parapoder seguir aplicando correcta y confiadamente las reglasque solemos usar a diario y por ello no es un problema genui

no, ni radical, sino, repitámoslo, un malentendido'.

«¿Cómo puede seguirse una regla?» Así es como me 

gustaría preguntar.

¿Pero cómo es que quiero preguntar eso, si no encuen

tro ningún tipo d e diñcultades en seguir una regla?

Obviamente aquí malentendemos los hechos que tene

mos ante los ojos2;í.

Lo que ocurre, según Wittgenstein, es que no vemos o noqueremos ver lo que está ahí delante, ante nuestros ojos y buscamos un quimérico fundamento oculto, profundo, que esté

detrás o más allá de nuestro uso cotidiano de reglas. Para aclarar nuestro uso cotidiano de reglas no necesitamos ahondar enlo oculto hasta encontrar una explicación absolutamente inequívoca de la regla, una interpretación última o una compren

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sión esencial de la misma. Es una concepción intelectualisl.i <>racionalista de la regla, según la cual para poder aplicar la

regla es siempre necesario interpretarla hasta llegar a unabase inconmoviblemente firme dada por una interpretaciónracional última, la que nos hace pasar por alto lo que se dejaver con claridad cuando no filosofamos. El malentendido quesurge aquí lo aclara Wittgenstein inmediatamente después deplantear la paradoja escéptica. Volvamos, pues, a citar el pasaje ahora sí completo:

Nuestra paradoja era ésta: una regla no podía determi

nar ningún curso de acción porque todo curso de acción  

puede hacerse concordar con la regla. La respuesta era: si 

todo puede hacerse concordar con la regla, entonces también puede hacerse discordar. De donde no habría ni con

cordancia ni desacuerdo.

Que hay ahí un malentendido se muestra ya en que en este curso de pensamientos damos interpretación tras interpretación ; com o si 

cada una nos contentase al menos por un momento, hasta 

que pensam os en una interpretación que está aún detrás de 

ella. Con ello mostramos que hay una captación de una regla que no es una interpretación, sino que se manifiesta, de caso en caso de aplicación, en lo que llamamos «seguir la regla» y en lo que llama-mos «contravenirla».

De ahí que exista una inclinación a decir: tod a acción de 

acu erdo con la regla es una interpretación. P ero solamente 

debe Uamarse «interpretación» a esto: sustituir un a expresión  

de la regla por otra24. [Los subrayados son nuestros].

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Aquí vuelve Wittgenstein a enfatizar que la paradoja escéptica no es un problema genuino y es más explícito acerca

de la fuente de la que brota el malentendido, a saber, la búsqueda incesante de interpretaciones que fundamenten el usode la regla. No se quiere negar que haya interpretaciones queayuden en ciertas circunstancias a aclarar la aplicación de unaregla. Pero la cadena de interpretaciones, cuando se requieran, debe tener un término. Y cuando se llegue a él, cuando se agoten las interpretaciones, es en nuestro actuar, y ya no en nuestro razonamiento, que debe manifestarse la manera correcta de seguir la regla, la captación de ella que ya no es una interpretación. Suponerque siempre van a necesitarse interpretaciones de la regla parapoder usarla bien, que toda aplicación de ella requiere una in

terpretación, es lo que lleva al problema que quiere plantearel escéptico. Pues siempre pueden darse interpretaciones según las cuales cualquier acción está a la vez en acuerdo y endesacuerdo con la regla. Este supuesto es inaceptable paraWittgenstein, ya que entra en abierta contradicción con nuestro uso cotidiano de reglas, el cual funciona bien en la prácti

ca. Si se asume que entre la expresión de una regla y lasacciones que concuerdan con ella, se abre un abismo quedebe llenarse con interpretaciones, Wittgenstein hace regresara estas interpretaciones, en cuanto reformulaciones de la regla, al mismo nivel en que estaba la expresión inicial de lamisma, con lo cual el presunto abismo seguiría abierto, aho

ra entre las interpretaciones y sus aplicaciones. En algún punto,a veces después de haber necesitado algunas interpretacioneso explicaciones, que son como nuevas reglas que habría, entodo caso, que poder aplicar bien, debe darse una acción nomediada por ulteriores interpretaciones. Y es nuestro actuar

natural el que, en últimas, permite determinar si la regla y

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sus interpretaciones fueron comprendidas y aplicadas correctamente.

Tenemos, pues, la contraposición de dos actitudes incompatibles: la actitud escéptica de aferrarse a la exigencia de interpretaciones últimas que aseguren la correcta aplicación dereglas, pero, puesto que no se encuentran interpretacionestotalmente inequívocas, esto conduce a poner en entredichoel uso efectivo de reglas; o la actitud de Wittgenstein, que es lade aferrarse a lo que está ante nuestros ojos, es decir, al hechode que, en virtud de nuestras maneras naturales de actuar,seguimos habitualmente las reglas sin ninguna dificultad, asumir esto como algo dado que no necesita explicarse o fundamentarse y, consecuentemente, rechazar el escepticismo y el

ansia de justificaciones definitivas que lo hace surgir. La contraposición de estas dos actitudes se vuelve a expresar conclaridad en el siguiente pasaje:

«¿Pero cómo puede una regla enseñarme lo que tengo 

que hacer en este  lugar? Cualquier cosa que haga es, según  

alguna interpretación, co m patible co n la regla». —No, no es eso lo que debe decirse. Sino esto: To da interpretación p en

de, juntam ente con lo interpretado, en el aire; no puede  

servirle de apoyo. Las interpretaciones solas no determinan 

el significado25.

El interlocutor que habla entre las comillas es aquí, nuevamente, quien desea plantear un problema escéptico y es clarocómo apoya su posición en la idea de que son las interpretaciones las que deben determinar, en últimas, la manera de se

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guir la regla. Oponiéndose a él, Wittgenstein responde subrayando las limitaciones de las interpretaciones, las cuales, aun

que en ocasiones puedan ser útiles, por sí solas no determinanla aplicación de la regla. Esto no lleva, sin embargo, al escept ic i smo, sino a reconocer que tanto la regla como sus interpretaciones deben apoyarse, finalmente, en nuestro actuarnatural y habitual, de otra manera quedarían suspendidas enel aire. El malentendido consiste, pues, en creer que siemprese requiere de interpretaciones que constituyan el fundamentoultimo de nuestro uso de reglas. Lo que dificulta tanto la superación del malentendido es la pertinaz idea de que si prescindimos de las interpretaciones y explicaciones últimas, nosestá faltando algo esencial, fundamental:

Lo difícil no es aquí ahondar hasta el fundamento, sino 

reconocer como fundamento el fundamento que tenemos 

ahí delante.

Pues el fundamento nos vuelve a crear siempre la ima

gen ilusoria de una gran profundidad, y cuand o intentamos 

alcanzarla, volvemos a encontrarnos siempre al nivel de 

antes .

N uestra enferm edad es la de querer ex plica r2'1.

¿Cuál es el fundamento que está ahí delante, que Wittgenstein quiere hacemos reconocer, pero que no vemos por estarbuscando explicaciones profundas que no se necesitan? Loq u e está ante nuestros ojos y que bastaría describir, sin pretend e r explicarlo, es el uso cotidiano de reglas; lo que tendemosa ignorar es que lo clave para poder determinar si un curso

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de acción concuerda con una regla, es que dicha regla ya esté bien establecida como una de nuestras costumbres o prác

ticas sociales compartidas y que dicho curso de acción sea elusual, el que esperamos quienes ya estamos familiarizadoscon esta regla y la practicamos. De aquí resulta claro que notodo curso de acción puede hacerse concordar con la regla,sino solamente el que estamos acostumbrados a seguir, elque se ha acreditado a través de la práctica como correcto.Esto presupone una uniformidad o regularidad en las acciones que realizamos y que llamamos “seguir la regla” . De nodarse tal uniformidad la regla no llegaría a establecerse comocostumbre. Y para asegurar esta uniformidad o concordancia en la aplicación de reglas, se dispone de ciertas prácticas

de adiestramiento, con las que se trata de iniciar a las personas en tal aplicación normal, usual de las reglas, entendidascomo costumbres:

«Así pues, ¿cualquier cosa que yo haga es compatible 

con la regla?». - Permítaseme preg untar esto: ¿Q ué tiene que 

ver la expresión de la regla —el indicad or de caminos, por 

ejemplo —con mis acciones? ¿Qué clase de conexión existe 

ahí? —Bueno , quizás ésta: he sido adiestrado pa ra una deter

minada reacción a ese signo y ahora reacciono así.

Pero con ello sólo has indicado una conexión causal, 

sólo has explicado cómo se produjo el que ahora nos guie

mos por el indicador de caminos; no en qué consiste real

mente ese seguir-el-signo. No; he indicado también que 

alguien se guía por un indicador de cam inos solamente en la 

m edida en que hay a un uso estable, una costum bre27.

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sería vano. El adiestramiento y el seguimiento de regla* pi rsuponen, pues, una concordancia en ciertas reacciones nulo 

rales básicas, las cuales se toman como algo primitivo, dado,que no requiere ni de explicaciones, ni de a d i e s t r a m i e n t o s 

previos (antes bien, toda explicación o adiestramiento se apoyan en ellas, las presuponen). Quien no comparte con nosotros ciertas reacciones naturales básicas y, a causa de ello, a  

pesar de ser bien entrenado o instruido no logra aprender a  

seguir bien las reglas, a actuar de la manera esperada y acostumbrada, corre el riesgo de verse marginado de muchas actividades de nuestra vida en comunidad. Por ello resulta muydifícil creer que tenderos como los que hemos imaginado ennuestro ejemplo puedan atender una tienda o seguir mucho

tiempo en ello. Si persisten en sus maneras anómalas de actuar, terminarían probablemente, y si tienen suerte, recluidos en algún centro de rehabilitación. Y si estas anomalíasllegaran a generalizarse y el mundo se poblara súbitamentede personas como ellos, ya no podríamos entendemos unosa otros, a menos que lográsemos desarrollar nuevas reglas y

formas de lenguaje y comunicación insospechadas, inclusoinimaginables desde nuestra forma de vida.

Lo anterior muestra cómo nuestro uso efectivo del lenguaje y de reglas está en cierta medida garantizado de modoseguro y confiable no por fundamentos racionales, sino porhechos naturales muy básicos (y que son tan sobreentendidos

que normalmente no se nos ocurre ni mencionarlos}: por cierta regularidad y concordancia en nuestras reacciones instintivas y también por cierta uniformidad en lo que podríamosllamar la manera como se comportan las cosas (por ejemplo,el ya citado hecho de que los objetos no desaparecen y ir

apa recen súbitamente). También se desprende de lo uiilci mi

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que nuestro lenguaje, nuestros conceptos y nuestras reglasno poseen el carácter necesario que a menudo sentimos la

inclinación de otorgarles:

No digo: Si tales y cuales hechos naturales fueran dis

tintos, los seres humanos tendrían otros conceptos (en el 

sentido d e un a hipótesis). Sino: Q uien crea que ciertos co n

ceptos son los corre ctos sin má s; que quien tuviera otros, no 

apreciaría justame nte algo que nosotros apreciam os —que se 

imag ine que ciertos hechos naturales m uy generales ocurren 

de m an era distinta a la que estamos acostum brado s, y le se

rán comprensibles formaciones conceptuales distintas a las 

usuales1“ .

En este pasaje se aclara el papel que esta suerte de naturalismo juega en este contexto. No constituye una hipótesisexplicativa que haga parte de una teoría sobre las regías y elsignificado. Su papel es principalmente negativo o crítico ytambién terapéutico, ya que ayuda a abandonar la creencia

(¿o prejuicio?) en que nuestros conceptos y nuestro lenguajetienen un carácter necesario y absoluto.

Para finalizar esta parte queremos enfatizar lo que nos parece central: en la concepción de Wittgenstein las actividadesde seguir reglas, incluidas en ellas nuestros usos de expresiones en juegos de lenguaje, no están, ni necesitan estar fundamentadas sobre una base racional inconmovible e indubitable.Ya en el ejemplo del tendero Wittgenstein rechaza inmediatamente las dudas escépticas acerca del uso que hace el tendero de las palabras ‘cinco manzanas rojas’, pero no lo hace

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dando justificaciones racionales, sino asumiendo sus at riones como algo natural de lo que no se necesita dar cui*nl;i

(“asumo que así actúa”). Las explicaciones, insiste él, tienenun final y, llegados a éste, las hacemos descansar sobre núestras reacciones naturales a las palabras y a las reglas. Lo difícil es reconocer el punto en el que ya no se necesitarían másexplicaciones, pues no parece haber un único punto absolutodonde tengan, necesariamente, que terminar:

Aquí nos topamo s con un fenóm éno n otable y caracte

rístico de la investigación filosófica: la dificultad —podría 

decir - no es la de en con trar la solución, sino más bien la de 

reconocer como solución algo que parece ser sólo un preli

minar de ella [...].Esto está conectado, creo yo, con el que erróneamente 

esperemos una explicación; mientras que la solución de la 

dificultad es una descripción, si le damos su lugar correcto  

en nuestras consideraciones. Sí pe rm an ecem os en ella y no 

intentamos ir más allá.

La dificultad es aquí: parar29.

Wittgenstein para en nuestro actuar instintivo, que, segúnél, debemos simplemente describir y no tratar de explicar. Eneste punto, más explicaciones nos conducirían al peligro decaer en la ilusión de la explicación última y en todas las confusiones que surgen de esta ilusión. Reconocer que las justificaciones racionales llegan a un término lleva a reconocer quetoda justificación termina apoyándose, cuando se llega a escpunto, en algo que ya no es justificable racionalmente. En ese

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punto Wittgenstein confía en lo que está ante nuestros ojos yno en nuestro pensamiento: nuestras maneras naturales de

actuar:

«¿Cómo puedo seguir una regla?». —Si ésta no es una 

preg unta po r las causas, entonces lo es po r la justificación de 

que actúe o h 'siguiéndola.

Si he agotado los fundamentos, he llegado a roca dura 

y m i pa la se retuerce . E stoy enton ces inclinado a decir: «Así 

simplemente es como actúo»'10.

Aquí se muestra la oposición de Wittgenstein a una concepción intelectualista de las reglas y, consecuentemente, del

uso del lenguaje. Más que en nuestra razón y en nuestro entendimiento, el uso de reglas y del lenguaje se funda en nuestras maneras naturales de actuar, de las cuales no hay que darrazones últimas. Al dar razones y justificaciones se está usando ya el lenguaje y, entonces, se presuponen ya aquellos hechos naturales tan básicos, sin los cuales no habría lenguaje o

habría uno muy distinto al que efectivamente empleamos. Lainjustificabilidad de nuestro actuar natural sobre el que reposanuestra aplicación de reglas y nuestro uso del lenguaje es algoque Wittgenstein subraya claramente una y otra vez: “Bueno,yo asumo que actúa como he descrito. Las explicaciones tienenen algún lugar un final” (IF, § 1, p. 19); “(...) las razones pron

to se me agotan. Y entonces actuaré sin razones” (IF, § 211, p.209); “(...) actúo presto, con perfecta seguridad, y la falta derazones no me perturba” (IF, § 212, p. 209); “Cuando sigo laregla no elijo. Sigo la regla ciegamente” (IF, § 219, p. 211);

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h í j JVerdad sin fundamentos

“(,..)así es como actúo; no preguntes por una razón. (...) Yodigo ‘por supuesto’, no puedo dar una razón.” (oi-M, VI, S

24); “Como si la fundamentación no llegara nunca a un Um

mino. Y el término no es una presuposición sin fundamentos, sino una manera de actuar sin fundamentos.” (SC, § 110,p. 16).

El “fundamento” de nuestra aplicación de reglas y denuestro uso del lenguaje que está ahí delante y que tendemosa pasar por alto está en nuestra forma de vida y en nuestroactuar, de los que ya no se dan explicaciones, ni razones.Buscar fundamentos, razones, explicaciones “más esenciales”, “más ocultas”, “más profundas”, que estén “más allá”es caer en esa enfermedad típica de los filósofos, la enfer

medad de estar constantemente a la caza de quimeras.

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Capítulo írts 

Verdad, sin fundamentos 

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todo yace abiertamente, no hay nada que explicar. Pues loque acaso esté oculto, no nos interesa» (IF, § 126, p. 131). En su

obra tardía, Wittgenstein critica y rechaza, como ya hemosmostrado suficientemente, las aspiraciones a dar en filosofíadefiniciones generales o explicaciones últimas, a buscar fundamentos absolutos e inconmovibles, a desarrollar teoríascon una pretensión de universalidad, a emplear argumentaciones deductivas que presuman ser totalmente concluyentesy definitivas. A estas inclinaciones él opone su concepciónde la actividad filosófica como «meramente» expositiva, descriptiva.

La distinción que él establece entre teorización y explicación, por un lado, y descripción, por el otro, puede dar lugar

a la objeción de que las descripciones, en particular las que élhace en sus observaciones filosóficas, tienen también, en muchos casos, un valor explicativo. En todo caso, a las descripciones del uso del lenguaje en diferentes contextos, que jueganun papel central en su filosofía tardía, Wittgenstein les hacecumplir una función terapéutica, en el sentido de que con

ellas se pretende, principalmente, contribuir a disipar confusiones filosóficas. Si en esa labor terapéutica se usan explicaciones, no se aspira con ellas, en todo caso, a dar justificacionesuniversales y absolutas.

Habría que tener muy en cuenta que Wittgenstein, al cuestionar y rechazar la elaboración de teorías y explicaciones

en la filosofía, se está distanciando, particularmente, de untipo específico de teorización y explicación: el que se tiendea imitar siguiendo el modelo de las ciencias naturales.

La tentación de plantear y resolver problemas filosóficos siguiendo un modelo científico, la cual cobró mucha

fuerza en la época en la que él desarrolló su actividad filo

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sófica1, era, para él, la principal y más peligrosa fuente delas cuestionables ansias de generalidad y universalidad que

él buscaba evitar, de la consecuente tendencia a dar cierto tipo de explicaciones y formular teorías para satisfacerlas y delas confusiones filosóficas que surgen de ella:

Nu estra ansia de generalidad tiene otr a fuente principal: 

nuestra preocupación por el método de la ciencia. Me refie

ro al mé todo de reducir la explicación de los fenómen os na 

turales al menor n úm ero posible de leyes naturales primitivas; 

y, en m atem áticas, al de unificar el tratam iento de diferentes 

temas mediante el uso de una generalización. Los filósofos 

tienen constantemente ante los ojos el m étod o de la ciencia y 

sienten una tentación irresistible a plantear y a con testar pre guntas del mismo m od o que lo hace la ciencia. Esta tenden

cia es la verdadera fuente de la metafísica y lleva al filósofo 

a la oscuridad m ás com pleta. Quiero afirmar en este mo mento 

que nuestra tarea no puede ser nunca reducir algo a algo, o  

explicar algo. En realidad la filosofía « ‘puram ente descrip-

De acuerdo con estas palabras debe resultar, entonces,muy claro que, dado que lo que se busca en este capítulo esesbozar una concepción de la verdad que esté en consonanciacon la filosofía posterior de Wittgenstein, lo último que ha de

esperarse es que pretendamos partir de ella para tratar de es

1 Piénsese en los esfuerzos de Russell y de los positivistas ló

gicos por desarrollar la filosofía de manera científica y en la muy 

amplia influencia que ellos ejercieron.

2   CAM, p . 46 .

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bozar una teoría de la verdad que ofrezca una definición universal, una explicación última y general de esta noción o una

reducción de la misma a otros conceptos supuestamente másbásicos. Por el contrario, habría que criticar las posibles interpretaciones que quieran desprender de los puntos de vistatardíos de Wittgenstein, o incluso atribuirle, una teoría o unaexplicación general de la verdad.

Sin embargo, antes de retomar el tema de la verdad emprendiendo esta tarea crítica y con el fin de comprender me

 jor esta noción a la luz de la filosofía posterior de Wittgenstein,intentaremos, en la primera parte de este capítulo, aclararcómo se ve bajo esta nueva luz la relación entre lenguaje yrealidad. Estas aclaraciones nos darán argumentos para criti

car, en la segunda parte, la pretensión de tomar como puntode partida algunas ideas del Wittgenstein tardío para defenderuna teoría general de la verdad, ya sea en términos de correspondencia, de consideraciones pragmáticas, de convencioneso de coherencia. En la tercera parte, habiendo despejado elcamino de malentendidos y de posibles interpretaciones equi

vocadas, intentaremos, complementando la crítica de la parte anterior, mostrar cómo la verdad es una noción relativa alcontexto en el que se la use y describir cómo en diferentescontextos y para distintos tipos de proposiciones suelen usarse diferentes criterios o maneras de distinguir lo verdadero delo falso. Haremos énfasis en que, aunque la noción de verdad

no requiera de una fundamentación última, la carencia y laprescindibilidad de tal fundamentación no debe conducir, sinembargo, a una postura escéptica o irracionalista. Los puntosde vista que expondremos no se sitúan en ninguno de los doscuernos del falso y viejo dilema entre fundamentalismo epis

temológico y escepticismo.

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I. Regreso a la cuestión de la armonía entre lenguaje y realidad

De acuerdo con uno de los supuestos básicos del Tractatus, unaproposición debía poseer, considerada aisladamente, un sentido absolutamente determinado, puro y cristalino, explici-table mediante un análisis lógico en el que se la descompusieseen sus partes elementales, las cuales tendrían un contacto directo con la realidad que representan. Se exigía que tal análisis fuera realizable a partir de la proposición sola, sin quedependiera de otras proposiciones cuya verdad fuese condición de sentido de la primera, ya que esto entrañaría el peligro de que la determinación de su sentido se extraviase enuna regresión infinita. Este supuesto y esta exigencia son de

 jados atrás, como hemos visto, por el giro que da Wittgensteinhacia una postura holista. Según esta postura, el sentido deuna proposición no es aislable de los usos que se le dé a lamisma en conjunto con otras proposiciones y dentro de uncontexto o juego de lenguaje que incluye también actividadesextralingüísticas inextricablemente ligadas a tales usos.

La estructura del lenguaje, que antes se consideraba comouna estructura reflejada y derivada de la estructura original eindependiente de la realidad, y el significado de sus proposiciones, que antes se fundaba en su capacidad intrínseca defigurar lo real, están ahora determinados por las reglas gra-‘maticales que gobiernan sus usos en diferentes contextos.

Dentro de esta nueva perspectiva en la que las reglas de lagramática (entendidas en un sentido amplio como las reglasde uso en los juegos de lenguaje) adquieren un papel tan central, ¿no serian ahora estas reglas las que garantizarían aún laconcordancia entre lenguaje y realidad en la que se funda

mentaría la verdad? ¿Qué relación tienen estas reglas gra

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maticales con la realidad? ¿Pueden seguir considerándosecomo un reflejo de lo real o de algunos de sus rasgos bási

cos? ¿En qué sentido y en qué medida deben guardar ellasuna correspondencia con lo real?

En algunos pasajes, como el que sigue, Wittgensteín esbastante enfático en afirmar la autonomía del lenguaje y de sugramática respecto de lo real:

La gramática no tiene que rendirle cuentas a ninguna 

realidad. Sólo las reglas gramaticales determinan el signifi

cado (lo constituyen) y, entonces, no tienen que responder 

ante ningún significado y son, en esa medida, arbitrarias3.

Si las reglas de la gramática tuviesen que rendirle cuentasa la realidad, si tuviesen que reflejarla de alguna manera oconcordar con ella, entonces se podría recurrir a ella para

 justificar un sistema de reglas gramaticales como correcto yrechazar otros, según si guardan o no la debida concordancia,si la reflejan fielmente o no.

Un intento de justificar la gramática, en virtud de su concordancia con lo real, revelaría ya un malentendido acercadel papel especial que juegan las reglas gramaticales en nuestros juegos de lenguaje. Ellas no cumplen la misma funciónque cumplen las proposiciones empíricas, descriptivas, sinoque funcionan, más bien, como normas de descripción. A las

proposiciones empíricas, descriptivas podríamos juzgarlassegún su concordancia con lo que se quiere describir; al hacerlo usaríamos las reglas gramaticales que rigen nuestrasdescripciones en determinados juegos de lenguaje (no en to-

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dos el propósito de describir lo real es importante). Pero tratarde establecer la correspondencia entre las reglas mismas y la

realidad podría llevar a atribuirles erróneamente una funciónque elias no cumplen, esto es, a considerarlas como descripciones y no como reglas.

Claro está que podría darse una justificación de las reglasde la gramática que no consista en mostrar que ellas mismasdescriben bien lo real (pues se incurriría en el error que acabamos de señalar), sino en mostrar que con su aplicación podemos formarnos una imagen adecuada de la realidad. Setrataría, entonces, de justificar que un lenguaje con sus reglasgramaticales y sus conceptos es más adecuado que otros, encuanto posibilita una mejor descripción del mundo. Sin em

bargo, Wittgenstein argumenta (ver GF, X , § 134) que la gramática no se puede justificar de esta manera, lo cual explicaríapor qué la llama también ‘arbitraria’.

El argumento, que es análogo al que se empleó para mostrar la inefabilidad de las condiciones lógicas que debía cumplir un lenguaje para poder representar figurativamente lo

real (examinado en la parte III del capítulo uno), puede resumirse como sigue. Si se quiere justificar las reglas de lagramática y si tal justificación se expresa en el lenguaje cuyouso está regido por tales reglas, al intentar justificarlas se lasestá ya empleando y al emplearlas se está presuponiendo yala validez y aplicabilidad de lo que se desea justificar. La jus

tificación caería, pues, en un círculo vicioso. Por otro lado, sifuera posible emplear otro lenguaje con reglas gramaticalesdistintas para formular tal justificación, entonces se utilizaríanesas otras reglas, cuya justificación estaría aún por darse. i;.Sela podría dar en un tercer lenguaje con otras reglas? Se en

mienza a vislumbrar aquí el comienzo de una regresión mil

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nita. ¿O se la daría en nuestro lenguaje? Entonces la justificación se volvería, otra vez, circular. Además, si nos estuviera

dado recurrir a otro lenguaje, en tal lenguaje con otra gramática, podrían valer como justificaciones lo que normalmenteno aceptaríamos como tales, y viceversa. Lo que nosotros llamamos o aceptamos como una posible o una buena justificación y las maneras en que la concebimos y la formulamosestán determinadas por las reglas de uso de nuestro lenguaje,por las reglas de su gramática (en el sentido amplio en el queusamos aquí este término). En la medida en que las regléis dela gramática contribuyen a determinar el uso del término ‘justificar’ y otros emparentados con él, así como los criterios paraaceptar una justificación como válida, en esa medida ellas

mismas son injustificables.El anterior argumento, o una variante suya, es aplicable acualquier pretendida justificación, por medio de la cual se trate de demostrar que un lenguaje con sus reglas de uso refle

 ja más adecuadamente lo real que otros4. Una tal justificaciónen términos de correspondencia con la realidad deberá conte

ner una descripción de esta última o, por lo menos, de algunos de sus rasgos, a los que se adecuarían bien las reglas. Paracomparar y contrastar las reglas de la gramática con lo real,buscando establecer la concordancia que las justifique, hayque describir lo real. Pero una descripción de lo real no podría hacerse sin usar el lenguaje y las reglas que se quiere

mostrar como adecuadas o fieles a ello. No podemos compa-

* Posteriormente, como parte de la tarea crítica que emprendere

mos en la segunda parte de este capítulo, desarrollaremos otras va

riantes de este argumento para aplicarlas a pretendidas justificaciones 

de explicaciones generales del concepto de verdad.

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rar nuestro lenguaje y su gramática con la realidad desde umiinaccesible perspectiva exterior a ellos, que nos permitiese

ver cómo es la realidad «en sí misma». De la realidad teñemos, y sólo podemos tener, una imagen que nos formamoscon nuestro lenguaje, sus reglas y conceptos. Al intentarprescindir de éstos ya no podríamos decir ni describir ni

 justificar nada. En tanto no haya un acceso privilegiado y directo a lo real y en tanto no podamos prescindir de un lenguaje y de una perspectiva que contribuyen a determinarnuestra imagen de lo real, nuestras tentativas de dar una justificación última de nuestra gramática o de esta imagen queconstruimos empleándola, en términos de correspondencia,cae inevitablemente en un círculo (ver SC, § 191).

Para aclarar un poco más esta idea de la autonomía de lagramática respecto de lo real, ilustrémosla con un ejemplo.Supongamos que un esquimal nos informa que en su lengua

 je puede hablarse de más de, digamos, diez matices diferentes de color blanco. En cambio, los conceptos que nosotrosempleamos en nuestro lenguaje y las reglas de su uso sólo nos

permiten distinguir menos de diez matices de blanco. ¿Habríaalguna manera de mostrar que uno de los dos lenguajes seadecúa mejor a la realidad, permite describirla más fiel y verdaderamente, por lo menos en lo que concierne a la realidadde lo blanco?

El esquimal podría argüir: «Pero si es muy claro que, en

verdad, hay más de diez matices distintos de blanco. Quizáustedes tengan dificultad en percibirlos. O probablemente l o s

perciban tan bien como nosotros, sin embargo no les i n t e r e s a ,

ni les es importante distinguirlos en su lenguaje; en todo e a s u

existen, son reales. Yo puedo simplemente mostrárselos, imir

...» y seguidamente comienza a señalar cosas dando los ikhh

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bres, en su lenguaje, de los matices de blanco que él distingue. Por supuesto, al nombrarlos está empleando ya, toman

do como válidamente aplicable y correcta, la gramática delblanco que desea justificar en virtud de su concordancia conla realidad. Nosotros, a nuestra vez, podríamos responder:«El problema es que ud. hace distinciones superfluas, que nose fundamentan en lo real. No sé por qué razones, le da ud.distintos nombres a un mismo matiz de blanco. Enumerar yemplear los nombres de la manera que ha hecho no basta para justificar el uso que hace de ellos. Pues lo que ocurre es,precisamente, que en su lenguaje hay una super-abundanciade palabras y conceptos innecesarios, ya que no correspondena nada en el mundo». Con esta respuesta tan insatisfactoria

simplemente evidenciamos que nuestro lenguaje, su gramática y sus conceptos son distintos a los del esquimal y que conellos describimos de manera diferente lo real. Lo que decimosmuestra que en nuestro lenguaje sólo hay cabida para menosdistinciones de matices de blanco y no que realmente existanen el mundo sólo los que nosotros nombramos.

Ambos interlocutores tratan de dar sus razones usandolenguajes, reglas gramaticales, conceptos y creencias que nocomparten, lo cual hace improbable que uno pueda convencer al otro, mientras cada uno se apoye en su propia perspectiva o imagen del mundo. Sus maneras de argumentar secruzan, por decirlo así, sin tocarse. Pero aparte de sus pers

pectivas (y de otras posibles), no hay la perspectiva o imagenabsolutamente verdadera del mundo, que no estuviera mediada por ningún lenguaje o gramática y que permitiera dirimir definitiva y concluyentemente este tipo de controversias.

Podríamos, empero, empeñamos en acudir a justificacio

nes más elaboradas y, en apariencia, menos simplistas y ob

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 jetables. Podríamos, por ejemplo, utilizar el lenguaje dmlilico y discutir en términos de frecuencias, longitudes de onda

y conceptos relacionados para mostrar más objetiva e incontrovertiblemente por qué razones han de tomarse varias instandas de lo blanco como representantes de un mismo matizy no de varios. Lograríamos entonces, si lo hacemos bien,

 justificar una parte de nuestra gramática, la del color blancoapoyándonos en otra parte de ella, a saber la de ciertas teorías científicas. Pero el lenguaje científico no es, en absoluto,como ningún otro lo es tampoco, un lenguaje privilegiadoque permita dejar hablar a la realidad por sí misma, de manera directa y sin mediaciones, con su propia voz, por decirloasí. En tal lenguaje operamos, de todas maneras, con con

ceptos y reglas, los cuales pueden ser más abstractos, técnicos y pueden llegar a valorarse como «más objetivos» (¿estono ameritaría, acaso, una justificación?), pero que están ligadosinextricablemente a nuestros demás conceptos, incluyendolos más familiares y cotidianos. También en estas justificaciones más elaboradas, en nuestra imagen científica del mun

do, estamos, pues, empleando y presuponiendo de antemanola corrección y aplicabilidad de nuestro lenguaje, visto comoun sistema complejo y coherente de conceptos y reglas deuso interrelacionados. Seguiríamos, en todo caso, careciendode una justificación última y no circular de la gramática denuestro lenguaje.

¿Y si todavía se insistiera obstinadamente en que un lenguaje mínimamente aceptable debería, por lo menos, tenoralgunos nombres para los colores, aunque no se determinecuántos, pues de lo contrario se estaría dejando de representar un aspecto muy importante de lo real? Se estaría tentado

a proclamar: «Sin duda alguna, en la realidad no todo posee

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RAÚL MELÉNDEZ ACUÑA

el mismo color. Es innegable que las diferencias de color existen realmente y que un lenguaje adecuado tiene que permitir

expresarlas». Por supuesto que visto desde nuestra imagen del mundo esto resulta innegable y no queremos poner en cuestión nuestra perspectiva; lo que queremos subrayar es quenuestra perspectiva no puede justificarse como verdadera en un sen-tido absoluto, así la tomemos de hecho como verdadera y asísea muy poco razonable cuestionarla. Si lo hiciéramos, si noconñáramos en nuestra perspectiva, en nuestros conceptos ynuestras maneras de usarlos ya no sabríamos qué creer, cómo describir lo que ocurre en el mundo, cómo distinguir entreverdadero y falso, cómo argumentar, razonar, o incluso actuar.

Surge aquí la cuestión: ¿desde qué perspectiva se determi

naría qué es lo que forma parte verdaderamente constitutiva delo real o lo que es un aspecto importante, no despreciable de lamisma? Nosotros, no podría ser de otro modo, lo hacemosdesde la nuestra. Pero ¿por qué no podría una comunidad lingüística diferente a la nuestra prescindir en su lenguaje del concepto de color si no le ha sido necesario o importante usarlo o

si simplemente no ha surgido el uso de tal concepto en su forma de vida? ¿Sería su lenguaje por ello incompleto, inadecuado o incorrecto? Es incluso concebible, como en el cuento deBorges (Ttón, Uqbar, Orbis Tertius), que existieran unos seres deun remoto planeta, en cuyo lenguaje no hubiera sustantivospara denotar objetos físicos, espaciales. Y si les reprocháramos

que tanto nosotros como ellos habitamos el mismo universoen el que los objetos físicos existen así ellos no puedan referirse a ellos, lo cual sería una muy seria limitación de su lengua

 je, estaríamos cayendo en el error de creer injustificadamenteque nuestra imagen del mundo, nuestros conceptos y creen

cias, con los cuales la construimos, son los correctos en un

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sentido absoluto. Es con el objeto de prevenir acerca di* esteerror que Wittgenstein inventa historias naturales ficticias,

adentrándose también en la literatura fantástica. Aquí vale lapena recordar un pasaje que ya habíamos citado antes:

No digo: Si tales y cuales hechos naturales fueran dis

tintos, los seres humanos tendrían otros conceptos (en el 

sentido de un a hipótesis). Sino: Q uien c re a que ciertos co n

cep tos son los co rrec tos sin m ás; que quien tuviera otros, no 

apreciaría justamen te algo que no sotros apreciam os —que se 

imagine que ciertos hechos naturales muy g enerales ocurren 

de m anera distinta a la que estamos acostumb rados, y le serán 

com pren sibles form aciones conceptuales distintas a las usua

les5.

De la manera algo radical como hemos expuesto la ideade la autonomía de la gramática no sería muy difícil desprender como consecuencias suyas un relativismo y un anti-realis-mo extremos. Sin embargo, el propio Wittgenstein no quiso

extraer estas consecuencias, que llevarían demasiado lejos. Esreconocible cierta tensión entre su afirmación tajante de laautonomía de la gramática y sus ideas cercanas a un naturalismo de tipo humano”. Trataremos de mostrar que no hay,sin embargo, una incompatibilidad o contradicción entre estas dos posturas.

5 IF, Parte II, XII, p. .523.

(' En relación con esto se puede consultar el libro de Strawson

Skepticism and Naturalism. Some Variéties (ver Bibliografía), en el que se

hacen ver algunas relaciones entre el naturalismo de Hume y algunas

ideas de Wittgenstein que podrían tildarse también de naturalistas.

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RAÚL MELÉNDEZ ACUÑA

Comencemos aclarando que al afirmar que de la gramáticano pueda darse una justificación última en términos de concor

dancia con la realidad {pues la primera contribuye a determinarnuestra imagen de esta última y nuestras maneras de concebirla y describirla), no se está negando, ni mucho menos, laexistencia de dicha realidad. La autonomía de la gramática noimplica, en absoluto, que no hay un mundo exterior sino sólonuestras perspectivas o imágenes de él, ni tampoco que lo realesté constituido por nuestro lenguaje y nuestros conceptos. Enlo que sigue mostraremos, apoyándonos en las observacionesde Wittgenstein sobre la certeza (escritas en los últimos mesesde su vida), que su rechazo del escepticismo respecto de la existencia del mundo exterior no es incompatible con sus ideas

anteriores sobre la autonomía de la gramática.Una convicción muy básica, aunque indemostrable, queharía parte del sistema de creencias básicas que Wittgensteinllama nuestra ‘imagen del mundo’, es la convicción de que elmundo existe desde mucho antes de que aparecieran en él lascriaturas humanas con sus costumbres, lenguajes, conceptos,

maneras de representárselo. Wittgenstein no considera, sinembargo, que el realismo sea una tesis de la cual tenga sentido dar una demostración o justificación (él no busca dar una«prueba del mundo exterior» para dar respuesta al escepticismo). Nuestra confianza en que el mundo existe y en muchascreencias básicas acerca de él, las cuales conforman nuestra

imagen del mismo, es algo que está presupuesto por y que seevidencia claramente en lo que decimos, lo que pensamos yen la manera como actuamos.

Si se objetara que este realismo es, entonces, apenas unamera creencia a la que le falta una justificación, preguntaría

mos: ¿qué otras creencias son, acaso, más básicas, seguras y

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confiables como para, partiendo de eHas, justificar nursliacreencia en la existencia del mundo exterior? Si esta creencia

forma parte de la imagen del m u n d o que sirve de suelo anuestras justificaciones y argumentos (ver SC, § 94, 162), ellamisma sería injustificable. Pero no por s^r injustificable dejamos de confiar y apoyamos ciegamente en ella al razonar y alactuar. Wittgenstein sigue oponiéndose aquí a la pertinaz ansia de justificaciones y fundamentos. Confiamos en muchascreencias acerca del mundo así ellas no cumplan las exigencias cartesianas de fundamentación. Y si no lo hiciéramos,una duda genuina acerca de estas convicciones tan básicasarrasaría con la mayoría de nuestras creencias, de nuestrosrazonamientos y nos dejaría además totalmente «irresolutos

en nuestras acciones»7.L a creencia en que el mundo exterior existe y no es una

mera construcción conceptual nuestra, ni una ilusión engaño

sa, sería una, entre otras, de las convicciones muy básicas queconforman nuestra imagen del m u n d o , la cual es, y esto puedeparecer muy paradójico, injustificable a partir de lo real, del

mundo exterior mismo (como hemos visto al pretender dar tal justificación caemos en un círculo)' Pero esto resulta paradó jico, solamente en la medida en que sigamos aspirando a demostraciones definitivas, a fundaiflentos inconmovibles quegaranticen c o n certeza absoluta la existencia del mundo exterior. D e hecho, la carencia de tale® pruebas no afecta en lo

7Ver Descartes, Discurso del método, Grupo Editorial Norma, San

tafé de Bogotá, 1992, Tercera parte, p. 3? Traducción de Jorge Aurelio

Díaz A. Empleamos aquí esta expresión cartesiana, justamente |>.u;i

poner en cuestión el ansia cartesiana de fundamentación como mm n

cura con tra el escepticismo.

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¡Con seguridad las reglas de la gramática, por las qm- 

procedemos y operamos, no son arbitrarias! —Bien, enton

ces ¿p or qué piensa un ho m bre co m o piensa, por qué realiza 

estas operaciones de pensamiento? (Naturalmente se pregunta 

aquí po r razones, no p or causas.) Pues bien, aquí pueden d ar

se razo ne s dentro del cálculo, y finalmente se está, entonces, 

tentado a d ecir: «es justamente m uy probable que las cosas 

se com porten ahora com o siempre se han com portado», —o 

algo parecido. U na expresión que enc ub re el com ienzo de la 

justificación8.

Estas palabras arrojan luz sobre el sentido en que la gramática puede considerarse como no arbitraria. En primer lugar,

la adopción de un lenguaje y un sistema de conceptos y reglasgramaticales para su uso no debe interpretarse como la adopción de una convención arbitraria (digamos la de transitar encarro por la calzada derecha de la carretera y no por la izquierda). Wittgenstein sugiere, más bien, compararla con reacciones naturales tan básicas como tenerle miedo al fuego o

a una persona iracunda que se nos aproxima, a las cuales no senos ocurriría calificarlas de arbitrarias, más aún, nos pareceríaabsurdo que se les diese tal calificativo. En varios pasajes élconsidera el surgimiento y el desarrollo histórico de nuestrolenguaje y de sus reglas como hechos básicos que forman par-

HPG, V, § 68, p. 110-111. En este pasaje Wittgenstein utiliza todaviíi 

la analogía del lenguaje como cálculo que él critica y abandona poslf 

nórmente. A nosotros nos interesa examinar si lo que se dic<‘ aquí 

puede ayudar a comprender mejor la relación entre el lenguaje (su 

gramática, sus reglas) y el mundo, independientemente de si el leugnu 

je se compara con un cálculo o con un juego.

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te de nuestra historia natural, tanto como lo harían también elsurgimiento y evolución de nuestras formas de vestir, de co

mer, de construir ciudades o de tantas otras actividades queno nos parecen en absoluto arbitrarias, así tampoco podamosdarles, ni requieran de, una justificación última.

En el fragmento citado se sugiere otro sentido importante,y relacionado estrechamente con el anterior, en el que las reglas de la gramática no son arbitrarias. Si se nos preguntarapor una justificación de las mismas, estaríamos tentados a darrazones que operan ya con ellas y que, por ello, vuelven circular la justificación. Wittgenstein nos dice que finalmentepodría surgir la inclinación a decir «es muy probable que lascosas se sigan comportando como hasta ahora lo han hecho».

No resulta fácil entender cómo podrían valer estas palabrascomo una respuesta a la exigencia de una justificación. Seestaría, en todo caso, apelando a una cierta regularidad en loque podría llamarse el comportamiento o curso de las cosas,a una regularidad que se daría en la realidad, en la naturaleza misma. Pero, más que como aquello que justificaría las reglas de 

la gramática, esta regularidad natural puede interpretarse mejor  como una condición básica sin cuyo cumplimiento nuestras reglas, nuestros conceptos, nuestro lenguaje, incluidas nuestras justificacio-nes y razones expresadas en él, perderían su sentido, dejarían de ser  aplicables. Recordemos en este punto los ejemplos que da Wittgenstein de fragmentos de historias naturales ficticias en las

que los objetos comienzan a aparecer y desaparecer misteriosa e inexplicablemente o a cambiar de longitud sin razónaparente. En tales situaciones Tabuladas nuestra aritmética,nuestros sistemas de medición, nuestro lenguaje entero, nuestras argumentaciones perderían todo su sentido y aplicabi-

lidad. Nuestros conceptos no habrían surgido o no sobrevirían

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en tan extrañéis circunstancias y si en ellas pudiesen smgiiotros, nos sería muy difícil imaginar cuáles podrían ser. Asi

pues, no sólo el surgimiento y el efectivo uso de nuestro leuguaje son hechos naturales, sino que también presuponenotras condiciones naturales muy básicas, tales como ciertaregularidad en el curso de los hechos, así como en nuestrasreacciones inmediatas e instintivas a ellos.

Un relativista y anti-realista radical, todavía cautivo de aspiraciones a justificaciones absolutas (las terapias wittgens-teinianas aún no habrían surtido en él los efectos esperados),podría echar mano de las armas que ya antes nosotros mismos hemos puesto a su disposición, para lanzar un contraataque. El podría, en efecto, objetar en los siguientes términos:

«En el momento en que usted recurre a una supuesta regularidad en la naturaleza y en nuestras reacciones naturales, noestá haciendo otra cosa que caer en un persistente error, esdecir, está usando sus conceptos ‘regular’, ‘naturaleza’, ‘hecho natural’, ‘reacción natural’ y los está tomando como absolutos, totalmente objetivos o como justificados por sí mismos;

usando otro lenguaje y otras reglas de uso, lo que ud. llama‘regular’ o ‘natural’ ya no sería llamado así, ni consideradocomo tal. La regularidad en la naturaleza a la que usted quiere recurrir no es, pues, parte intrínseca de lo que ud. llamanaturaleza, sino es sólo parte de la imagen que tenemos deella y de nuestra manera de concebirla y expresarla en el len

guaje. Más allá de tal imagen, no podemos saber si hay unmundo independiente ni cómo es, si presenta esa regularidado es completamente caótico».

La exigencia de justificar la objetividad de esta regularidad en el curso de los fenómenos naturales, la cual es cmuli

ción de posibilidad de nuestro uso del lenguaje, truc.1

  l.i

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memoria el problema, que se presentaba en el Tractatus, de lainefabilidad e injustificabilidad de las condiciones lógicas que

debía cumplir un lenguaje para poder figurar lo real, cuestión que Wittgenstein trató de aclarar con su distinción entredecir y mostrar. Tales condiciones no se podían, según él, expresar, sino sólo mostrar, en el lenguaje (ver parte III delcapítulo uno). Surge aquí la tentación de rescatar esta distinción, que jugaba un papel clave en el Tractatus; para aplicarlaahora en este nuevo contexto, ya no a condiciones lógicas, sino a lo que hemos llamado las condiciones naturales básicasde nuestro uso del lenguaje. Con nuestro lenguaje no podríamos decir  cuáles son esas condiciones naturales ni justificarlas,pues al intentar describirlas explícitamente las estamos presu

poniendo, estamos apoyándonos en ellas, pero tal vez ellas semostrarían en el uso del lenguaje. Wittgenstein se niega explícitamente a servirse nuevamente de esta distinción:

¿Quiere esto decir: «Sólo puedo juzgar porque las co

sas se comportan de tal y tal modo (bondadosamente, por 

así decirlo)»?

(...) Algunos acontecimientos me colocarían en una si

tuación tal que ya no podría continuar con el viejo juego.

Una situación en la que se me privaría de la  seguridad  del  

juego.

En efecto, ¿no es evidente que la posibilidad de un jue

go de lenguaje está condicionada por ciertos hechos?

En ese caso po dría pare cer que el jueg o de lenguaje tu

viera que ‘mostrar   'los hechos que lo hacen posible. (Pero no 

es así)a.

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Pero subrayemos una vez más que aún admitiendo queestos hechos naturales básicos que constituyen una condición

de posibilidad de nuestros juegos de lenguaje no pueden i-xpresarse ni explicarse sin usar los juegos de lenguaje que lospresuponen y que tampoco se muestran en ellos, esto planteaun problema únicamente si se sigue aspirando a una funda-mentación absoluta del realismo o del naturalismo. Wittgenstein no pretende dar cumplimiento a esta aspiración, perotampoco cae en el otro extremo de un falso dilema entre fun-damentalismo y escepticismo anti-realista. Para Wittgensteinla naturaleza tiene, de todas maneras, algo que decir:

¿Sí pero no tiene, entonces, la naturaleza nada qué de

cir aquí? Por supuesto - sólo que ella se hace audible de otramanera.«En algún punto te chocarás, después de todo, contra la

existencia y no-existencia!». Esto quiere decir,- sin embargo,contra hechos, no contra conceptos1*1.

La naturaleza no nos dicta inexorablemente qué conceptos, ni qué lenguaje con cuáles reglas tenemos que emplearpara hablar de ella. Ella no dispone conceptos contra los cuales tengamos que estrellarnos. Nuestro lenguaje y nuestragramática siguen siendo, en esa medida, arbitrarios y no lerinden cuentas a la naturaleza. ¿Cómo se hace escuchar, en

tonces, la naturaleza? Una posible respuesta que permite interpretar el oscuro pasaje anterior, es que en la naturaleza sedan ciertas condiciones que hacen posible el lenguaje, aunque este último no las describa explícitamente, ni las muestre

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implícitamente. Ella sólo se hace audible para nosotros a través de nuestro lenguaje y de nuestros conceptos, lo cual está,

por supuesto, muy lejos de implicar una negación de su existencia o una subordinación suya a nuestros esquemas conceptuales. Una vez que se ha adoptado un lenguaje con susconceptos y reglas gramaticales, y solamente entonces, lanaturaleza puede decimos algo, hacerse audible, hablar a través de los hechos contra los cuales nos tropezamos, los cualesno son unos «hechos en sí mismos» sino los hechos expre-sables en tal lenguaje. Y si bien es cierto que con otro lenguaje la naturaleza hablaría de otra manera pues serían otroslos hechos expresables en él, puede ocurrir que la naturalezay ciertos hechos o condiciones naturales básicas se mues

tren, por decirlo de este modo, más reacios a encajar en ciertas formas de descripción que en otras. Si la naturaleza, talcomo se nos presenta a través de cierta forma de describirlay de hablar de ella, no se expresa, no se muestra con la suficiente regularidad (así ésta sea «sólo» lo que nosotros desdenuestra restringida perspectiva llamamos ‘regularidad’, lo

cual no debe representar un problema; después de todo, ¿có-m o podría ser de otro modo si no se acepta, ni se consideraimprescindible, la existencia de un punto de vista absoluto yprivilegiado que permita un acceso puro, directo, no mediado a lo real «tal como es en sí mismo»?), entonces nuestrolenguaje, nuestra gramática, nuestros conceptos podrían resultar inuülizables y no llegarían a establecerse. Nos veríamosforzados, en lo posible, a cambiarlos por otros que permitan ala naturaleza hablarnos de modo menos caótico, presentar hechos más ordenados y regulares que nos ayuden a orientamosmejor en ella. Si nuestro lenguaje y su gramática fuesen total

mente arbitrarios y si la naturaleza no tuviese nada que decir,

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no nos resultaría inteligible el cambio conceptual, ya que daríalo mismo que nos sirviésemos de unos conceptos y no de otros.

Ahora bien, solamente dados cierto lenguaje y ciertas reglas para su uso, disponemos de maneras de reconocer y diferenciar hechos y de distinguir entre proposiciones verdaderasy falsas. En otro lenguaje con otra gramática el límite entre lofalso y lo verdadero se trazaría de manera diferente, pero de las reglas mismas no tendría sentido afirmar que sean verdaderas o 

 falsas, pues nos resulta imposible salir del lenguaje para compararlas desde un punto exterior neutro con la realidad:

Aquello que es tan difícil de comprender, puede expre

sarse así: que, mientras permanezcamos en el terreno de los 

juegos-de-verdadero-falso, una alteración de la gramática sólo nos puede conducir de un tal juego a otro, pero no de 

algo verd ad ero a algo falso. Y si nosotros, po r otro lado, nos 

salimos del terreno de estos juegos, ya no lo llamamos más 

‘lenguaje’ y ‘gramática’, y no llegamos tampoco a una con

tradicción con la realidad11.

La naturaleza determina parcialmente la distinción entrelo verdadero y lo falso, pero únicamente a través de un lenguaje, unas reglas y unos conceptos que ella no determinaunívocamente. Lo que la naturaleza tenga para decir, los hechos pensables, concebibles, expresables contra los cualeschocamos varían dependiendo del lenguaje y la gramática,como también puede variar el grado de armonía entre lenguaje y realidad. Así pues, la idea de una realidad que ya nose concibe como un original reflejado en el espejo del lengua

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Después de haber chocado con estas confusiones y una v<vhayamos tratado de superarlas, podremos intentar, sobre mui

base ya despejada de «castillos en el aire», describir, aprecia'mejor y comprender con más claridad cómo funciona el concepto de verdad en diferentes contextos.

 A. ¿Verdad como correspondencia en un nuevo sentido?

Habiendo aclarado cómo cambia en el pensamiento tardío de Wittgenstein su manera de entender la relación entrelenguaje y realidad, volvamos ahora a examinar la noción deverdad como correspondencia. La teoría de la verdad comocorrespondencia del Tractatus se vuelve insostenible si se aban

dona la imagen básica de la relación entre lenguaje y realidaden la que se apoyaba. Sin embargo, algunas observaciones deWittgenstein, como la siguiente, podrían dar pié para seguirdefendiendo una revisada concepción de la verdad como correspondencia: «Cuando se sabe alguna cosa es siempre porgracia de la Naturaleza» (SC, § 505, p. 66).

Wittgenstein, se podría interpretar, así haya abandonadoya los supuestos básicos del Tractatus, seguiría pensando quelas verdades que sabemos están determinadas por la Naturaleza, continuaría defendiendo la idea básica de que la verdaddepende de que haya una concordancia, que ahora debe servista bajo un nuevo punto de vista, entre el lenguaje y la Na

turaleza o el mundo. El seguiría buscando por nuevos caminos resolver la vieja cuestión de la armonía entre el lenguajey el mundo. Pero ello exigiría que la noción de correspondencia fuese reinterpretada, a la luz de su obra posterior.Intentaremos reinterpretar esta noción, pero con el i n l e i e s

de criticarla como posible explicación general de lu venhid

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una forzada uniformidad que ignore estas diferencias? Klhiparece responder únicamente a una controvertible aspiración

a la generalidad; pero antes que exigir ciegamente tal generalidad, cediendo a un pertinaz prejuicio universalista, habríaque mirar y describir la diversidad de maneras cómo se establece la distinción entre lo verdadero y lo falso en diferentescontextos y para diferentes proposiciones (lo que intentaremosmás adelante) y entonces sí juzgar si el concepto de verdad seemplea de manera tan uniforme y universal en un sentido, oen distintos sentidos, que podamos cobijar bajo la expresióncomún ‘correspondencia con los hechos’. El deseo de asimilar de entrada los distintos usos de ‘verdad’ y ‘falsedad’ a unaúnica noción de correspondencia, así sea muy amplia, tanto

que correría el riesgo de volverse vacía, entraña ciertas confusiones, sobre las «que cabe prevenir expresamente.Estas confusiones surgen, principalmente, de una asimila

ción poco crítica del modelo de las ciencias naturales, concretamente de cierta imagen ingenua de cómo se verifican susenunciados. En estas ciencias, se suele creer, debe ser aplica

ble una noción de verdad como correspondencia con los hechos, la cual les imprimiría su crucial carácter empírico. Loque haría un científico natural al recopilar y utilizar datosobservacionales y al diseñar experimentos (que valdrían como un tipo especial de experiencias diseñadas o provocadasde forma artificial) sería reunir la suficiente evidencia em

pírica para confirmar que sus hipótesis y teorías son verdaderas, en el sentido de que guardan el debido acuerdo con lofáctico. Esto no es sino una imagen general muy ingenua ysimplificada, pero también muy extendida e influyente, delpapel fundamental que debe jugar la noción de acuerdo mu

los hechos en la determinación de la verdad cienlifirn n.itm ;il

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En la práctica científica lo fáctico, el ámbito presuntamente puro de los hechos, en comparación con el cual se estable

cerían las verdades de las ciencias naturales, resulta muydifícilmente separable de los supuestos teóricos que subyacena la labor de investigación científica, supuestos cuya correspondencia con los hechos está muy lejos de ser clara. Perono es nuestro propósito aquí perseguir las dificultades a lasque conduce la interpretación de las hipótesis y teorías científico-naturales como verdaderas en el sentido de correspondencia con los hechos, ni adentrarnos en las consideracionescríticas que han contribuido a derrumbar el mito de los hechos observables como lo dado, como el fundamento puro,último e incontrovertible en el que se basa la verdad cientí

fica. Lo que queremos es prevenir acerca de las confusionesa las que puede llevar una acrítica generalización de estaimagen, de suyo problemática, de la verdad científica comoconcordancia con los hechos. Queremos oponernos a la tentación de darle un alcance excesivamente extendido y generala esta imagen de la verdad, señalando el carácter problemá

tico de algunas consecuencias de tal generalización.Hacer valer esta imagen en la lógica y en la matemática

podría conducir a una posición platónica, según la cual el lógico y el matemático, análogamente a un físico, descubrenverdades que corresponden también a hechos. Sólo que estoshechos serían más abstractos y generales que los naturales y

acaecerían en un reino o cielo platónico de objetos idealescuya existencia sería independiente de la mente humana quelos capta por medio de alguna especial facultad intuitiva. Wittgenstein se opone de forma muy vehemente a este platonismo, no solamente en su obra tardía sino ya desde el Tractatus. 

En él se afirma que las constantes lógicas no denotan nada

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real y que las pseudo-proposiciones de la lógica no describenninguna realidad:

4 .03 12 [...] Mi pen sam iento fund am ental es que las

«constantes lógicas» no representan.

[...] 4.4 61 L a prop osición m uestra aquello que dice ; la 

tautología y la contradicción muestran que no dicen nada 

[...].4 .46 2 Tautología y contradicción no son figuras de la 

realidad [...].

5.4 A pa rece, pues, claro que no hay «objetos lógicos», 

«constantes lógicas» (en el sentido de Frege y Russell)14.

En razón de que las «proposiciones» de la lógica carecende contenido fáctico y no pueden ser ni verdaderas ni falsas enel sentido de correspondencia del Tractatus, Wittgenstein llegaa negar que sean, estrictamente hablando, proposiciones. Suposición respecto de las «pseudo-proposiciones de la matemática» es análoga:

6.2 L a m atemática es un m étodo lógico.

Las proposiciones de la matemática son ecuaciones, y, 

por consiguiente, pseudo-proposiciones.

6.21 Las prop osiciones m atemá ticas no expresan nin 

gún pensamiento15.

Wittgenstein no abandonará en su obra posterior el recliazo a este platonismo, aunque algunos de sus puntos de visla

14 TLP, p. 77, p 107, p, 131.

15 TLP, p. 181.

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sobre la lógica y las matemáticas sufran otras transformaciones. Posteriormente (ver abajo la parte C) volveremos sobre

las cuestiones de cómo entender, vistas bajo su nueva perspectiva, las nociones de verdad lógica y matemática y cómo darcuenta del carácter necesario que se les atribuye. Por ahoranos basta con testimoniar su persistente y muy abierto rechazo a la tentativa de aplicar un criterio de verdad comoconcordancia con la realidad a las proposiciones lógicas ymatemáticas:

¡Pero yo sólo puedo inferir aquello que realmente se  s i-

 gue*. —   ¿Ha de significar esto: sólo aquello que se sigue de 

acuerdo a las reglas de inferencia; o bien: sólo aquello que 

se sigue de acuerdo con ciertas reglas de inferencia, que co rresponden de algún modo a una realidad? Lo que vaga

mente nos ronda aquí en la cabeza es que esa realidad es 

algo muy abstracto, m uy general y m uy rígido. La lógica es 

una suerte de ultrafísica, la descripción de la «construcción  

lógica» del mundo, que percibimos m ediante una especie de 

ultraexperiencia (con el entendimiento por ejemplo).

[...] L o que llam am os ‘inferencia lógica’ es una transfor

m ación de una expresión. Po r ejemplo, la conversión de una 

medida a otra. Un lado de la regla está dividido en pulga

das, el otro en centímetros. Mido la mesa en pulgadas y lo 

paso luego a centím etros  sobre la regla.  - Y realmente existe 

también lo correcto y lo falso en el paso de una medida a 

otra; pero ¿con qué realidad concuerda aquí lo correcto? 

Seguram ente con un a conversión, o con un uso, o acaso con 

las nece sidad es p rác tica s16.

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Para evitar generalizar excesivamente la noción de verdadcomo correspondencia que llevaría a considerar la lógica y

también la matemática como ‘ultrafísicas’ que se ocupan deunos ‘ultrahechos’ no naturales intuibles mediante alguna ‘ul-trafacultad’ especial del entendimiento, Wittgenstein sugierecautamente la aplicabilidad de criterios de verdad diferentesal de correspondencia: un criterio pragmatista o, tal vez, unoconvencionalista. Pero a estos criterios tampoco habría quegeneralizarlos en demasía, con el fin de desarrollar una teoría o definición general alternativa de la verdad (ver abajo laspartes B y C).

Las confusiones y los riesgos a los que conduciría unaaplicación excesivamente generalizada de la verdad como

correspondencia se hacen sentir también en campos distintosa la lógica y a la matemática. En una carta escrita a LudwigFecker en 1919, Wittgenstein le revela que el punto central desu Tractaíuses ético17. El habría tratado de delimitar la esfera delo ético desde dentro, es decir trazando los límites de lo decible(un propósito que puede interpretarse como crítico, en sentido

kantiano) para mostrar que lo ético queda más allá de esos límites. Wittgenstein se habría propuesto salvar a la ética, a laque él considera, como a la lógica, ‘trascendental’ (ver TLP,

6.421), de las garras de un cientifismo positivista amenazante.

17El pasaje relevante de esta carta está citado en Janik, Alian

and Stephen Toulmin: Witlgenstein’s Vienna,  Touchstone Books pu

 blished by Simón and Schuster, N.Y., 1973, p. 192; y también en

Schulte, Joachim: Wittgenstein, an Introduction, SUNY Press, Albany,

 N.Y., 1992, p. 61. En su libro, Janik y Toulmin muestran de manera

sumamente clara y convincente la importancia crucial que tenía para

Wittgenstein este punto ético del Tractatus.

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Él rechaza enfáticamente la posibilidad de una aproximacióncientífica a la ética que pretenda hallar teorías y verdades que

correspondan a presuntos hechos éticos. Lo ético tiene su lugar más allá del imperio de lo fáctico y por ello no puede haber proposiciones éticas (ver TLP, 6.42), acerca de las cualestenga sentido afirmar que corresponden o no con los hechos,que sean verdaderas o falsas. Su posición acerca de la estética es esencialmente la misma ya que él identifica a la éticacon la estética (ver TLP, 6.421). Ambas quedan desvinculadasde lo fáctico, de lo decible, pero ello no implica una condenao una valoración negativa de ellas. Al contrario, como lo expresa en su carta a Ficker, él valora aquello que no puede decirse en el delimitado lenguaje fáctico del Tractatus como lo

más importante.Pero considerar a lo ético y a lo estético como inefables,situarlos dentro de aquello acerca de lo cual se debe guardarsilencio, es, por supuesto, una consecuencia de su antiguoaferramiento a la idea de que las únicas proposiciones consentido son las que figuran estados de cosas, las que tienen un

contenido fáctico que permite afirmar de ellas que sean verdaderas o falsas en el sentido de estar de acuerdo o no con loshechos. Rechazado este supuesto, puede admitirse la posibilidad de proposiciones éticas, religiosas o estéticas que tendríanun sentido en la medida en que se usen significativamente encontextos específicos, en juegos de lenguaje. Lo que en todo

caso seguirá rechazando Wittgenstein con tanta fuerza comoen el Tractatus, es una aproximación científica, positivista a laética, la religión o la estética que pretenda encontrar en ellasverdades correspondientes a hechos.

Habiendo advertido acerca de los peligros que entraña la

Icndencia a universalizar demasiado la concepción de la ver

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dad como correspondencia, criticaremos brevemente, |>¡imfinalizar esta parte, un posible intento de defender una versión

holista de esta concepción que trate de evitar estos peligros. Sepodría argüir, en efecto, que tales peligros, como el platonismomatemático o una problemática, y para Wittgenstein inaceptable, aproximación cientifista a las cuestiones éticas o estéticas,surgen solamente si se intenta aplicar ilegítimamente un criterio de correspondencia a las proposiciones tomadas aisladamente. Esto es lo que nos lanzaría a extraviamos en la incierta búsqueda de hechos lógicos, matemáticos, éticos o estéticos, uno paracada proposición verdadera111. Pero habría una noción holistade correspondencia que es más defendible. Ella no nos hacecaer en estos extravíos y confusiones, pues no se funda en la

comparación aislada de proposiciones individuales con hechos, sino que considera las proposiciones que tomamos porverdaderas como haciendo parte de un sistema coherente quepuede concordar, de manera global, en mayor o menor grado con la realidad.

Tomando en serio la afirmación de Wittgenstein, según la

cual «Nuestro saber forma un enorme sistema. Y sólo dentrode este sistema tiene lo particular el valor que le otorgamos»(SC, § 410, p. 52), se podría intentar comparar este sistema denuestro saber, como una totalidad, con la realidad, para establecer si se da una feliz concordancia entre ambos que justifique al primero como verdadero, acorde con los hechos.

Dentro de tal sistema se incluyen creencias y supuestos, que

1KEsta es la concepción simplista que Austin parodia dicicmln 

«for every true statement there existí ‘one’ and its own precise cm íes 

ponding fact —for every cap the head it fus» (Austin, J. L. «Truih», '-n 

 Philosophical Papers,  Clarendon Press, Oxford, 19(>1, p. ÍM).

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no tendría sentido comparar aisladamente con lo real. Peroaún los supuestos más teóricos, incluso metafísicos, de las cien

cias empíricas, las proposiciones lógicas y matemáticas másabstractas y también las creencias religiosas y las opinionesmorales o estéticas adquirirían de manera indirecta o derivada un contenido empírico, en la medida en que jueguen unimportante papel dentro nuestro sistema total de creencias, elcual proporcionaría una imagen global adecuada, coherentey fecunda del mundo de los hechos10.

La principal objeción a esta defensa holista de la nociónde verdad como correspondencia ya se ha esgrimido en laparte 1de este capítulo (por lo cual, ya no nos extenderemosdemasiado en ella). Ella consiste en que si consideramos nues

tro saber como un sistema tan global, él incluiría tambiénnuestros supuestos básicos acerca de cómo es la realidad conla que habría que comparar tal sistema y acerca de qué puede llamarse o no ‘acuerdo’ o ‘concordancia’ con ella. El intento de justificación empírica, en términos de correspondencia,de nuestro saber como un todo caería en una circularidad

viciosa. Si nuestras creencias acerca de los conceptos de ‘realidad’, ‘hecho’, ‘verdad’ y ‘correspondencia con los hechos’son algunas entre las que constituyen nuestro sistema totalde creencias, entonces sólo dentro de tal sistema y apoyadaen ciertas certezas muy básicas que forman parte de él, la noción de correspondencia podría jugar un papel limitado y

restringido. Extraerla de los contextos en los que tendría unaaplicación significativa, razonable sería pretender otorgarleuna validez universal que no tiene y asignarle el problemático

|,J Quine, en su célebre y muy influyente artículo «Dos dogmas del 

empirismo» defiende una posición hólista como la que se esboza aquí.

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papel de un criterio que está más allá de todas nuestras dañascreencias, en una inaccesible posición privilegiada y extrrim

que permitiera usarlo como juez absoluto y último de ellas.

B. ¿Verdad como utilidad práctica?

Oponiéndose a la manera demasiado unilateral como habíaconcebido el lenguaje en el Tractatus, Wittgenstein enfatiza, ensu obra posterior, la diversidad de funciones que cumplen laspalabras y expresiones en diferentes juegos de lenguaje. Elcompara estas palabras y expresiones con herramientas quepueden recibir usos muy distintos (ver IF, § 11, 12, 14 y 23).Este énfasis en el uso efectivo de las herramientas del lenguaje

puede sugerir que Wittgenstein, con el cambio de perspectivaque examinamos en el capítulo anterior, está dando lo que cabría caracterizar a grandes rasgos como un giro hacia el pragmatismo. En efecto, al resaltarse los usos de las herramientasdel lenguaje en diferentes circunstancias, surge la posibilidad de

 juzgar tales herramientas y sus usos según si contribuyen o no

al logro de propósitos prácticos y de honrar o alabar los usosmás convenientes o provechosos con el título de ‘verdaderos’.La cuestión que se nos plantea aquí es la de si partiendo de lospuntos de vista del Wittgenstein tardío puede desarrollarse ydefenderse una teoría pragmatista de la verdad.

Entre quienes adoptan una interpretación pragmatista deWittgenstein se cuenta Richard Rorty, quien escribe:

El holismo y pragmatismo que comparten ambos filósnfos [Sellars y Quine], y que comparten con el Wittgensteinde los últimos años, son las líneas de pensamiento denlrn dr

la filosofía analítica que deseo ampliar. Señalo que, anuido

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RAÚL MELÉNDEZ ACUÑA

se amplían de una determinada man era, nos permiten v er la 

verdad n o com o «la representación exacta de la realidad» sino 

como «lo que nos es más conveniente creer», utilizando la 

expresión de Ja m es. O , dicho menos provocativam ente , nos 

dem uestra que la idea de «representación exac ta» n o pasa de 

ser un cump lido au tom ático y sin contenido que h acem os a 

las creencias que consiguen ayu dam os a hac er lo que quere

m os h ace r20.

En lo que sigue examinaremos críticamente la propuestade ampliar ciertas líneas de pensamiento, entre ellas un supuesto pragmatismo del Wittgenstein de los últimos años, paraexplicar de manera general la verdad en términos de utilidad,

para entender lo verdadero como aquello que nos convienecreer o que, creyéndolo, nos ayuda a hacer lo que queremos.Comencemos citando un chiste anti-pragmatista que Wittgenstein nos cuenta en su Gramática filosófica:

A le cuenta a B que ha ganado el premio gordo de la  

lotería. E l había visto una caja tirada sobre la calle y en ella 

los números 5 y 7. Había calculado 5 x 7 es 64, y le había  

apostado al 64.

B: ¡Pero si 5  x 7 no es 64!

A : ¡Gano el premio g ordo y él pretende en señarm e!21.

El chiste ridiculiza una concepción pragmatista de la verdad demasiado ingenua y simplista. Por ello, independiente

20 Richard Rorty,  La filo sofía y el espejo de la naturaleza.  Ediciones 

Cátedra S. A., Madrid, 1989, p. 19.

21GF, X, § 133, p. 185.

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mente de qué tan gracioso nos parezca, no logra, en Uh Iu <aso, plantear una buena y seria objeción. Pero vamos a seivu

nos de él para tratar de formular la concepción pragmatistade la verdad de una manera menos vaga y más defendible.

Es claro que en el chiste se ilustra la aplicabilidad de criterios diferentes de verdad o corrección para el cálculo 5x7= 64.Según un criterio pragmatista empleado por A, el cálculo escorrecto pues lo ha llevado a escoger el número ganador delpremio gordo y, de acuerdo con tal criterio, lo correcto o loverdadero es lo más conveniente, lo más provechoso, lo queayuda a lograr lo que se quiere. Sin embargo sería absurdoque este criterio obligara a poner en entredicho el bien establecido uso de las familiares y elementales reglas de la aritmé

tica, en virtud de las cuales B rechaza, muy razonablemente,el cálculo de A como incorrecto, así haya resultado de lo másconveniente. El que ni se nos ocurra poner en duda nuestrasbien acreditadas reglas aritméticas por el simple hecho deque un cálculo incorrecto pueda resultar muy provechosoen una situación particular, el que en este caso resulte risible

considerar lo conveniente como si fuese lo correcto o verdadero, no constituye, ni mucho menos, una refutación seriadel pragmatismo. Más bien, el chiste motiva a aclarar y re-finar el criterio pragmatista de verdad, que se ha formuladoen términos todavía muy vagos y simplistas.

Hemos dicho de nuestras familiares reglas de la aritmética que están «bien establecidas y acreditadas». Esto sugiereque es posible adoptar un pragmatismo menos ingenuo, según el cual la acreditación de la aritmética, el hecho de quenos aferremos tan firmemente a ella como a algo incueslionablemente verdadero, se debe, en últimas, justamente a que

nos ha sido sumamente útil para satisfacer fines p r a c ti< n,s

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muy importantes, claro está, mucho más generales que el deganarse el gordo de la lotería. Supongamos que el personaje

A del chiste, muy entusiasmado por el gran éxito obtenidogracias a su cálculo 5x7=64, se aferra en el futuro a creer enél como verdadero. No resulta difícil sospechar que su terquedad le causaría serias dificultades de tipo práctico. Seguramente creer que 5 x 7 es 64 lo obligaría a usar una aritméticainusual, diferente a la nuestra, pues una multiplicación formaparte de un sistema coherente de cálculos y reglas que tienenentre sí estrechas conexiones matemáticas y lógicas, de manera que rechazarla implicaría rechazar todo o buena partedel sistema. Y basta imaginar la innumerable cantidad de actividades, de un inmenso valor práctico, para las cuales es

importante o incluso imprescindible usar la aritmética de lamanera habitual, para damos cuenta de que su decisión pragmatista ingenua de aferrarse a la creencia en que 5 x 7 = 64es verdadera, que en una ocasión pudo haber sido muy provechosa, le impediría, a la larga, satisfacer otros propósitosprácticos muy importantes y le causaría muchas frustracio

nes (habiéndose ganado el gordo, ¿cómo calcularía si le hanentregado la suma correcta? ¿cómo trataría de consignarla ode invertirla? ¿Podría entenderse con un vendedor al que quisiera comprarle algo? ¿Podría, si usara su peculiar aritméticapersonal, comunicarse con los demás y vivir normalmente ensociedad? ¿No terminaría, tal vez, marginado y rechazado co

mo un perturbado mental? ¿Quizá acabaría encerrado en algúnlúgubre centro de rehabilitación, acompañando a los tenderosde nuestro ejemplo?).

Lo que habría que hacer, pues, para aclarar y defender laexplicación pragmatista de la verdad y para rechazar ciertos

graciosos intentos de parodiarla, es precisar lo que se entien

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de en ella por utilidad práctica o conveniencia. Las propnsiciones que tomamos por verdaderas no serían justificables po r 

la mera conveniencia personal e inmediata que nos reporte elcreer en ellas, pues entonces cada quien podría juzgar, calcular, argumentar a su propia y personal manera, la que le p;irezca más útil. Este sería el final de todo razonamiento, detodo lenguaje, de toda aritmética, ya que en tal caso, nuestros

 juicios, razones, argumentos, cálculos, nuestro uso del lenguaje en general perderían todo su sentido, su aplicabilidady, precisamente, su valor práctico. Se ignoraría así el hechode que juzgar, calcular, argumentar, usar el lenguaje no sonactividades privadas de relevancia meramente personal, sinocostumbres o prácticas sociales compartidas por una comuni

dad. Las creencias que tomamos por verdaderas forman parte de un sistema que es también, en considerable medida,compartido. Por otra parte, nuestros propósitos personalesentran a veces en conflicto, de manera que el buscar la satisfacción de uno(s) impide el logro de otro(s). Quien defiendauna teoría pragmatista de la verdad debería, entonces, poder

establecer una jerarquía entre fines prácticos distintos, la cualpermita establecer prioridades en los casos en que ellos entren en conflicto y, asimismo, distinguir entre aquellos queson personales y los que son compartidos por una comunidad lingüística.

Aunque nuestro lenguaje, nuestra gramática, nuestros

conceptos y las creencias que expresamos mediante ellos yque tomamos por verdaderas no puedan fundamentarse o

 justificarse como un fiel reflejo de una «realidad indepeudiente», ellos, se argumentaría, nos han sido útiles, más aúnvitales, para propósitos prácticos muy importantes: pant so  

brevivir y orientarnos con cierto éxito en el mundo, p;u;i <o

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municarnos, entendernos bien entre nosotros y llevar unabeneficiosa y fructífera vida en comunidad. Quizá, volviendo

al ejemplo de los esquimales, el uso que ellos hacen de tantosnombres para matices de blanco no sea justificable apelandoa su correspondencia con lo real, sino al valor práctico queeste uso tiene para ellos, al papel que juega en sus vidas, alhecho de que hacer esas distinciones les ayuda a satisfacerciertos fines muy importantes para ellos. Y si nosotros tenemos menos nombres para matices de blanco esto se debería aque en nuestra forma de vida no ha llegado a ser tan importante, ni tan útil tenerlos.

Sin embargo, podemos recurrir aquí a una variación másdel argumento para mostrar que la gramática no es justifica

ble en términos de correspondencia con la realidad (formulado en la parte I de este capítulo), para aplicarla ahora al casode justificaciones últimas de tipo pragmático. Para concebir,expresar, lograr comprender y hacer plausible tales justificaciones empleamos conceptos como ‘éxito’, ‘entendernosbien’, ‘beneficioso’, ‘fructífero’ y otros similares. Y al emplear

tales conceptos ya estamos aplicando las reglas que rigen suuso, que les dan su significado y que constituyen, justamente,aquello que pretendía justificarse, en el sentido de ser lo másprovechoso, lo más útil. No parece haber una noción absoluta de ‘utilidad’ o ‘valor práctico’, independiente de nuestrolenguaje con sus reglas y de nuestras creencias, que permitiese

decidir que ellas son las preferibles, las que, por ser más útilesy provechosas merecerían ser honradas con el calificativo de«ser las más verdaderas». Wittgenstein, como queda muy claro en el siguiente pasaje, no acepta la invocación de propósitos prácticos para justificar el lenguaje:

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y dar una explicación general de la noción de verdad es queen la concepción y formulación misma de ellos se usan ya

un lenguaje, unos conceptos y imas reglas gramaticales que nopueden recibir, a su vez, una justificación última en términospragmáticos. La formulación de tales propósitos y de la particular noción de conveniencia o valor práctico en la que sefundaría una teoría pragmatista de la verdad depende, tantode las reglas gramaticales como de las creencias que compartamos acerca de lo que nos es útil, lo que nos es provechoso, creencias que hacen parte del sistema total de creenciasque se pretende justificar como verdadero. Por ejemplo, siconsideramos como útil lo que favorece nuestra adaptabilidad al medio natural en que vivimos, nos estaríamos apo

yando ya en cierta imagen que, en últimas, está determinada,al menos parcialmente, por una herencia científica en la que juegan un papel central ciertas creencias sobre la naturaleza,la evolución de las especies, la selección natural, etc. Estascreencias ya no podrían justificarse en términos pragmáticos,en cuanto ellas mismas contribuyen a determinar las nocio

nes de utilidad y valor práctico a partir de las cuales las justificaciones pragmatistas adquirirían su sentido y su validez.Para decirlo brevemente, una justificación pragmatista de lascreencias que tomamos por verdaderas terminaría apoyándose en algunas de esas creencias que se quieren justificar. Nohay, análogamente a lo dicho en el caso de la noción de corres

pondencia, una noción privilegiada, absoluta de utilidad práctica que sirva como juez último, imparcial e independiente,para determinar cuáles de nuestras creencias son verdaderas o

llevar a creer que verdadero es lo que conviene a cada individuo particu

lar (subjetivismo que llevaría a los absurdos que hemos ilustrado arriba).

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si nuestro sistema de creencias, considerado como un todo, esmás verdadero, en el sentido de ser más útil, que otros.

Con argumentos similares la crítica al pragmatismo puede adelantarse en dos frentes: a una justificación pragmatistade nuestro sistema global de creencias y a una justificaciónpragmatista de nuestro lenguaje y su gramática. Con el fin deilustrar lo que él entiende por ‘arbitrariedad’ de las reglas de lagramática, las cuales contribuyen a determinar lo que llamamos ‘verdadero’ o ‘falso’, y de cuestionar una concepción pragmatista de las mismas, Wittgenstein las compara con las reglaspara cocinar, por un lado, y con las del ajedrez, por el otro:

¿Po r qué llamo yo a las reglas de co cin ar no arbitrarias?;

¿ Y p o r qué estoy tentado a llam ar arbitrarías a las reglas de la gram ática? Porque yo concibo al concepto ‘cocinar’ com o 

definido a través de su finalidad, mientras que no al concep

to ‘lenguaje’ a través de la finalidad del lenguaje. Quien al 

cocinar se rige por reglas diferentes a las correctas, cocina  

mal; pero quien se rige por reglas distintas a las del ajedrez, 

juega otro juego; y quien se rige por otras reglas gramati

cales, distintas de las usuales, no habla por ello de algo in

correcto, sino de otra cosa24.

La diferencia clave que permita aquí tildar a las reglas decocina de ‘no arbitrarias’ y a las del ajedrez o a las de la gra

mática de ‘arbitrarias’, radica básicamente en que el cocinarpuede caracterizarse como una actividad con un propósitoque es independiente de las reglas de cocina, en el sentido depoder formularse y entenderse sin necesidad de usar las re-

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glas mismas. A diferencia de este caso, el propósito del ajedrez, a saber, vencer al adversario dándole jaque mate a su

rey, no puede formularse, ni comprenderse sin emplear lasreglas del juego (a menos que se considere que su propósitopueda ser, más bien, algo tan vago como divertirse o, tal vez,desarrollar la inteligencia, en cuyo caso sí podría argumentarse y justificarse, como en el del cocinar, que las reglas sonadecuadas o no para dicho propósito). Volviendo sobre las reglas que rigen el uso del lenguaje, resulta todavía más patenteque el propósito general del lenguaje, suponiendo que tuvieseun único propósito general, no podría expresarse, ni siquieraconcebirse, sin usar dichas reglas. Por lo tanto, toda justificación de las reglas de la gramática que invoque un(os) propó

sito^) práctico(s) del lenguaje presupone lo que se quiere justificar y, por lo tanto, adolece de una petición de principio.Podrían esbozarse otras dificultades que surgen del inten

to de fundamentar pragmáticamente la verdad de nuestrascreencias o el uso de nuestro lenguaje y sus reglas gramaticales. Distintas comunidades lingüísticas que persigan diferentes

fines generales o compartidos podrían aferrarse a muy distintas creencias y emplear lenguajes con conceptos y reglas diversos, que ayuden a lograr tales fines. E incluso es concebibleque la estipulación de unos fines generales comunes a un grupo social no determinen unívocamente un único sistema decreencias y conceptos que contribuyan al logro de los mismos.

Pero reiteremos y subrayemos nuestra objeción más fundamental: no parece haber unos propósitos prácticos que pueden concebirse y formularse previa o independientemente delas reglas de uso del lenguaje y de las creencias cuya verdad ofalsedad pretende establecerse y justificarse mediante criterios

pragmatistas que se basen en tales propósitos. Por supuesto,

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esta objeción básica no demuestra que la concepción pragmatista esté totalmente errada; solamente la invalida, en cuan-

to ella aspire a dar una explicación universal o una fiindamentación absoluta de la noción de verdad Si no se alberga esta aspiraciónpuede reconocerse la limitada y relativa aplicabilidad de criterios pragmatistas en algunos contextos específicos2’.

C. ¿Verdad y necesidad por convención?

Si el papel central que juega la noción de ‘uso’ en la filosofía deWittgenstein puede dar pie a interpretaciones pragmatistas, el

 ,¿5 En nuestras objeciones contra el pragmatismo se asume que éste 

propone un criterio de verdad com o utilidad. William Jam es se ha defendido de esta clase de objeciones, que hacen esta asunción, arguyendo: 

«Good consequences are not proposed by us merely as a sure sign, mark 

or criterion, by which truth’s presence is habitually ascertained, tho they 

may indeed serve on occasion as such a sign; they are proposed rather as 

the lurking motive inside of every truth claim, whether the ‘trower’ be 

conscious of such motive, or whether he obey it blindly. They are pro

posed as the causa existendi of our beliefs, not as their logical cue or pr

emise, and still less as their objective deliverance or content.» (James, 

 William. «Two English Critics», en: Pragmatism and The Meaning o f Truth, 

Harvard University Press, Cambridge, Mass., 1978, p. 312-313). Si una  

concep ción pragmatista de la verdad, c om o la de Jam es, sólo quiere 

buscar la causa existendi de nuestras creencias verdaderas, nuestras obje

ciones, en efecto, no son aplicables a ella (quizá cabría formular, enton

ces, otras objeciones, pero ello no cae dentro de nuestros propósitos). A

lo que queremos oponemos es a un pragmatismo que proponga una 

 justificación general (y no solamente una explicación causal) de las creen 

cías verdaderas en términos de utilidad.

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papel central que juegan las nociones de ‘aplicación de reglas’y ‘acuerdo’ puede sugerir interpretaciones convencionalistas26.

No queremos negar que los puntos de vista de Wittgenstein seaproximen a posturas pragmatistas o convencionalistas. Insistimos, una y otra vez, en que lo que queremos criticar es latentación de, partiendo de sus puntos de vista, encontrar unafundamentación última del concepto de verdad.

Una lectura convencionalista podría apoyarse sobre lasconsideraciones de Wittgenstein acerca de la autonomía de lagramática. Si las reglas de la gramática son autónomas, en lamedida en que no tienen que rendirle cuentas a ninguna realidad, ni a ninguna finalidad práctica, ni a ningún significado—pues son ellas mismas las que constituyen el significado y de

terminan nuestra manera de describir y hablar de la realidady de nuestras finalidades prácticas {ver GF, X, § 133), entoncescabría interpretarlas como convenciones arbitrarias. Y si estasreglas convencionales determinan también nuestra manera dedelimitar, en distintos juegos de lenguaje, la frontera entre loverdadero y lo falso, entonces se podría tratar de esbozar una

explicación general de la verdad como un valor que se asigna a las proposiciones, no por su correspondencia con unarealidad independiente, ni por su utilidad, sino aplicando con-

a<>Una explicación de la verdad en términos de convenciones, no

excluye una postura pragmatista. En efecto, se puede defender la idea

de que distinguimos entre lo verdadero y lo falso haciendo uso de

ciertas reglas convencionales acerca de las cuales se da un acuerdo y

que acordamos adoptar esas reglas convencionales y no otras por su

valor práctico. Pero tratamos separadamente la interpretación con-

vencionalista, pues ella puede defenderse y criticarse independiente

mi'nle del pragmatismo.

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venciones arbitrarias que no necesitan forzosamente corresponder a lo real ni ser provechosas. La aplicabilidad y fuerza

de tales convenciones residiría, más bien, en que, a pesar desu carácter arbitrario y autónomo, haya un acuerdo o consenso unánime en seguirlas de la misma manera.

El papel principal que se le ha hecho cumplir al convencionalismo es dar una explicación del carácter necesario y apriori de las verdades de la lógica y de las matemáticas. Enconsonancia con esto, se ha recurrido a una interpretaciónconvencionalista de Wittgenstein para dar cuenta de su concepción de la verdad y la necesidad matemáticas. Adoptandoesta línea interpretativa, Dummett sostiene que Wittgensteindefiende un convencionalismo de un tipo más radical que el

«convencionalismo modificado» de algunos positivistas lógicos. De acuerdo con este último, los supuestos de una teoríadeductiva matemática o lógica, sus axiomas y sus reglas deinferencia, no son auto-evidentes, ni absolutamente verdaderos, sino que son convenciones que se adoptan en virtud de unacuerdo unánime. Decidimos o acordamos adherimos inflexi

blemente a tales convenciones y, una vez dado el acuerdoacerca de ellas, tenemos obligadamente que aceptar los teoremas que se derivarían de ellas de manera inescapable. Sinembargo, esta concepción convencionalista del carácter necesario de la verdad lógica y matemática se queda corta ensu explicación, pues no da razón, precisamente, de la peculiar inexorabilidad en la aplicación de las convencionales reglaslógicas de inferencia para deducir la lógica y la matemáticade sus principios o axiomas convencionales27. ¿Por qué segui-

11 Esta crítica al convencionalismo modificado del positivismo

lógico la condensa Quine en estas pocas palabras: «In a worcl, llic

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mos estas reglas de modo tan rígido y uniforme? ¿Cómo determinan tan inexorablemente una única manera correcta de

seguirlas? Surgen aquí, nuevamente, las dudas escépticas queinventa Wittgenstein acerca de la aplicación de reglas, en estecaso reglas lógicas. Según la interpretación de Dummett, Wittgenstein resuelve estas dudas apoyándose en un convencionalismo más extremo que el de los positivistas lógicos:

Wittgenstein adopta un convencionalismo total \full 

blooded\; para él la necesidad lógica de cualquier enunciado

es siempre la expresión directa de una convención lingüistica.

El que un cierto enunciado sea necesario consiste siempre en

una decisión expresa de nuestra parte de considerar este mis-

mo enunciado como irrefutable, no descansa en nuestra adop-ción de algunas otras convenciones que, se descubra, entrañan

el que lo consideremos así. Esta explicación se aplica de igual

manera a los teoremas más profundos y a los cálculos más

elementales.

[...] no hay nada en nuestra formulación de los axiomas

y de las reglas de inferencia, así como nada en nuestra mentecuando las aceptamos antes de que se dé la prueba, que por

sí mismo muestre si aceptaremos o no la prueba; y, por lo

tanto, no hay nada que nos fuerce a aceptar la prueba. Si la

aceptamos, le conferimos necesidad al teorema probado; lo

«archivamos» y no consideramos que haya algo que lo con-

tradiga. Al hacer esto estamos tomando una nueva decisión

difficulty is that if logic is to proceed mediately  from conventions, 

logic is needed for inferring logic from the conventions.» (Quine, W. 

V. O. «Truth by Conventíon», en: The Ways o f Paradox and other Essays, 

Harvard University Press, 1976, p. 104).

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de inferencia que nos ocupa ahora, algunos de los resultadosde nuestra interpretación de la concepción wittgensteiniana

de la aplicación de reglas, los cuales nos ayudan a comprender más claramente su manera de concebir lo que él llama«la dureza» de la necesidad lógica.

De los puntos de vista de Wittgenstein no se sigue de ninguna manera que «no hay nada que nos fuerce a aceptar laprueba», como afirma Dummett. Se sigue, por el contrario,que sí hay algo que nos obliga a aceptar la prueba y es, comohemos visto, que hay una manera uniforme, regular, habitual,de aplicar las reglas lógicas de inferencia, que se ha establecido ya como una de las costumbres o prácticas que formanparte de nuestra forma de vida. Estamos forzados a aplicar las

reglas de inferencia de la manera que se ha acreditado comouna de nuestras costumbres y si no lo hacemos de esa determinada manera, a lo que hacemos no lo llamaríamos ‘inferir correctamente’. Pero no porque nos hayamos puesto de acuerdoexplícita, arbitraria y convencionalmente en llamar ‘inferir’ aesto y no a lo otro. Lo que nos obliga a inferir de cierta mane

ra que llamamos la correcta y a llamar a esto y no a lo otro‘inferir’ no es la fuerza de una convención arbitraria, sino lo que 

 podríamos llamar la fuerza de la costumbre.  Concordamos ennuestras maneras de seguir una regla, sea lógica o no, en lamedida en que aplicarla se haya vuelto una práctica habitualnuestra, sin haber requerido siempre llegar a un acuerdo ex

plícito o una decisión convencional en favor de una manerade aplicarla, excluyendo las demás. El acuerdo que se requiere 

 para seguir la regla no es un acuerdo convencional a l que decidamos adherimos concientey voluntariamente, sino es un acuerdo, o mejor  una concordancia, que ya está dada, una concordancia en ciertas 

maneras comunes y naturales de actuar y de reaccionar, sin la cual

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RAÚL MELÉNDEZ ACUÑA

ciones o procesos mentales, también la postura convencio-nalista es cuestionable por razones análogas. Los acuerdos

convencionales, por sí mismos, no constituyen el talismáncapaz de hacemos salvar el supuesto abismo entre los signosmuertos y nuestro uso de ellos que les da vida, entre las reglasy nuestra manera de aplicarlas. No necesitamos talismanesmentales, ni convencionales, pues no hay tal abismo. El queuna regla, sea convencional o no, pueda ser aplicada de modototalmente regular, el que pueda llegar a establecerse comouna práctica que seguimos todos con una uniformidad casiinfalible, con la rigidez característica de las inferencias lógicaso de las demostraciones matemáticas, presupone que hay ya,sin que tengamos que llegar a acuerdos convencionales siem

pre nuevos (los cuales nos regresarían a) nivel de antes, a lasdudas escépticas y dificultades de antes), una concordancianatural en ciertas maneras regulares y uniformes de reaccionar y actuar. Nuestra aplicación de reglas lógicas, nuestrasmaneras de distinguir lo correcto de lo incorrecto, lo verdadero de lo falso, nuestros razonamientos, nuestras interpreta

ciones y también nuestra manera de adoptar y seguir reglasconvencionales, reposan sobre tal concordancia básica, queno es ella misma convencional, ni arbitraria (¡lo es tan pococomo gritar cuando algo nos asusta mucho!).

Lo anterior permite afirmar que la inexorabilidad característica de la lógica y la matemática es posible gracias a que

descansa, en últimas, en la seguridad de nuestro compartidoactuar natural, diríase, en la inexorabilidad del instinto: «Primero viene el instinto, luego el razonamiento» (BPP, Band 2,§ 689, p. 334). Y si se preguntara por qué son justamente nuestros particulares procedimientos lógicos y matemáticos, y no

otros, los que, de hecho, han llegado a adquirir su peculiar ine-

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xorabilidad, se podrían dar otras razones. Wittgenstein daalgunas para el caso del contar:

«¿Dónde reside, entonces, la inexorabilidad propia de

Ja matemática?» (...) aquello que llamamos ‘contar’ es cier

tamente una parte importante de la actividad de nuestra

vida. El contar, el calcular, no son, por ejemplo, un simple

 pasatiempo. Contar (y esto significa: contar ast) es una téc-

nica que se usa diariamente en las más variadas operacio-

nes de nuestra vida. Y por eso aprendemos a contar tal

como lo aprendemos: con un inacabable ejercicio, con una

exactitud sin piedad; por eso se nos impone inexorablemen-

te a todos decir ‘dos’ después de ‘uno’ , ‘tres’ después de

‘dos’, etc. «Pero ¿es este contar, entonces, sólo un uso? ¿nocorresponde a esta serie también una verdad?» La verdad

es que que el contar se ha acreditado. —«¿Quieres decir,

 pues, que ‘ser verdadero’ significa: ser utilizable (o útil)?»

 —No; sino que de la serie de los números naturales —asi

como de nuestro lenguaje no se puede decir que sea ver-

dadera, sino: que es utilizable y, sobre todo, que es utili-zada20.

El tono en que se dan estas razones es pragmático, aunque hacia el final del pasaje Wittgenstein rechaza explícitamente una definición general de la verdad como utilidad.

Agrega además que no cabría decir de la práctica de contarque sea verdadera. Tal vez se recurra al carácter obliganteque suele asociarse a lo que llamamos ‘verdadero’, y másaún a lo que llamamos ‘necesariamente verdadero’, para

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RAÚL MELÉNDCZ ACUÑA 

forzarnos a seguir la práctica de contar de una manera inflexible y quizá se pueda argüir que nos obligamos a ello por

la utilidad y el valor práctico innegable de nuestra aritmética.Pero, como se dijo al final de la parte anterior, si bien hay

 justificaciones pragmáticas que pueden tener validez dentrode un contexto específico y que se apoyan en nociones deutilidad o valor práctico que no son absolutas, ni universales(¿no podrían concebirse comunidades que satisficieran suspropósitos prácticos con otras maneras de contar?, ¿o sin usaralgo como el contar?), esto no es suficiente para justificar laempresa de desarrollar una teoría general pragmatista de laverdad.

Subrayemos que de los puntos de vista de Wittgenstein

sobre nuestro uso del lenguaje y nuestras maneras de aplicarreglas, en particular reglas de inferencia, como costumbres oprácticas que juegan un papel importante en nuestra forma devida («Seguir una regla, hacer un informe, dar una orden, jugar una partida de ajedrez son costumbres» IF, § 199; inferir oseguir una inferencia «es un uso y costumbre entre nosotros, o

un hecho de nuestra historia natural» OFM, I, § 63) no se sigueque aceptemos la necesidad de una verdad lógica o matemática, ni que establezcamos otro tipo de verdades medianteacuerdos o reglas convencionales. La oposición de Wittgenstein a un convencionalismo, según el cual la verdad se pueda explicar de manera general en términos de decisionesconvencionales acerca de las cuales se da un acuerdo o consenso, se expresa claramente en el siguiente pasaje:

«¿Dices, pues, que la concordancia de los hombres deci-

de lo que es verdadero y lo que es Falso?» Verdadero y falso

es lo que los hombres dicen., y los hombres concuerdan en el

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comparar con una inaccesible realidad en sí para estableen1su verdad, nos quedaría entonces la alternativa de comparar

las con otras proposiciones que expresan convicciones ocertezas muy básicas, aunque injustificables, acerca del mundo. Esta idea podría conducir a esbozar una teoría general dela verdad como coherencia, de acuerdo con la cual una proposición ha de tomarse como verdadera si ella se ajusta y noentra en conflicto con el sistema de proposiciones en las quese expresa nuestra imagen del mundo o con el sistema másamplio de creencias que constituye la totalidad de nuestrosaber. La concordancia o armonía que se buscaría para establecer la verdad de una proposición sería una armonía conotras proposiciones y ya no con presuntos hechos en sí mis

mos. Citemos otro pasaje más que cabría aducir como evidencia textual para esta interpretación:

¿No podría creer que una vez he estado lejos de la Tie-

rra, sin saberlo y quizás en estado de inconsciencia, y que

los demás lo saben pero no me lo dicen? Sin embargo, tal

Vale la pena aclarar que Rescher no pretende con su teoría dar una de-

finición general de la verdad en términos de coherencia, sino desarro-

llar un criterio coherentísta para determinar si a una proposición ha de

atribuirsele el predicado ‘verdadera’. Nosotros trataremos de criticar,

tras haber puesto en cuestión, apoyándonos en Wittgenstein, la idea de

una Welt an sich, la posibilidad de interpretar sus observaciones sobre

nuestro Weitbild como compatibles con una teoría general de la verdad

como coherencia. Al igual que en los casos anteriores (corresponden

cia, pragmatismo, verdad por convención) no queremos, empero, negui

que la coherencia pueda funcionar como un criterio relativo, de uplir;i

ción restringida para algunas determinaciones de verdad o falsedad

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cosa no se ajustaría de ningún modo al resto de mis convicciones, aunque no pudiera describir el sistema de estas conviccio

nes. Mis convicciones constituyen un sistema, un edificio.[...] Cualquier prueba, cualquier confirmación y refuta

ción de una hipótesis, ya tiene lugar en el seno de un sistema. Y tal sistema no es un punto de partida más o menosarbitrario y dudoso de nuestros argumentos, sino que pertenece a la esencia de lo que denominamos una argumentación. El sistema no es el punto de pardda, sino el elementovital de los argumentos33. [El subrayado es nuestro].

Sometamos ahora a examen crítico este nuevo malentendido, esta nueva posibilidad de desprender de algunas obser

vaciones aisladas de Wittgenstein una teoría general, ahoracoherentista, de la verdad.Si se quisiera desarrollar, así fuera sólo a manera de esbozo

incompleto, tal teoría se tendría que explicar qué se entiendemás precisamente por ‘coherencia’. Seguramente un requisitomínimo, necesario pero no suficiente, para aceptar a una pro

posición como coherente con un sistema de proposiciones, esque la primera sea lógicamente consistente con las últimas, esdecir, que dado que el sistema es consistente (en el sentido deno implicar contradicciones lógicas), al añadir la proposición, el nuevo conjunto ampliado de proposiciones siga siendo consistente. Para determinar si una proposición cumple

con este requisito mínimo se han de emplear los principios yreglas de la lógica formal. La verdad o falsedad de estos principios y la corrección o incorrección de estas reglas tendríaque darse por supuesta o justificarse dando razones que ya

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no deben apoyarse en una noción de coherencia que (lependa, a su vez, de la verdad o aplicabilidad de la lógica.

Ahora bien, la consistencia lógica difícilmente puede lomarse como criterio suficiente para establecer la verdad deuna proposición, por su coherencia con un sistema de proposiciones. En efecto, puede haber muchas proposiciones distintas, incluso incompatibles entre sí, cada una de las cualeses consistente con el sistema (para dar un breve ejemplo: sir y s son proposiciones que no implican ni a p ni a su negación, entonces estas dos últimas son consistentes con el sistema formado por las dos primeras). En tal caso debería haberotras maneras, que vayan más lejos que la simple consistencia lógica, de determinar cuál de ellas se ajusta mejor al sis

tema o cuál entra en menor conflicto con él. Nada impide,sin embargo, que en diferentes contextos y para diferentesproposiciones haya diversas maneras de entender y determinar su coherencia con el sistema. Independientemente de lasdiversas maneras como se trate de precisar lo que llamamos‘ajuste’ o ‘conflicto’ entre proposiciones y de aclarar la gra

mática de estos conceptos, es claro que la corrección o aplicabilidad de estos últimos y el carácter verdadero o falsode lo que se afírme o crea de ellos, no puede justificarse entérminos de coherencia, pues sólo ellos mismos determinarían lo que se entiende por tal.

En una teoría general de la verdad en términos de cohe

rencia se debe precisar, no solamente la noción misma docoherencia, sino también cuál es el sistema de proposiciones, o el núcleo básico del mismo, al que debe ajustarse unaproposición para ser considerada verdadera. Dentro de uiuiinterpretación coherentista de Wittgenstein serían las propo

siciones que describen nuestra imagen del mundo la.s <|ii<-

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podrían conformar tal núcleo básico. Si bien Wittgensteinhabla de la totalidad de nuestro saber, de nuestras creencias

como un enorme sistema, dentro de este sistema son las certezas básicas que constituyen nuestra imagen del mundo lasque funcionan como un eje más o menos fijo alrededor delcual giran nuestras demás creencias, o como un suelo firmesobre el cual descansan aquellas. Podría interpretarse, entonces, que nuestras creencias se van adhiriendo al sistema totalde nuestro saber si se ajustan bien al núcleo de conviccionesbásicas de nuestra imagen del mundo. Pero entonces esasconvicciones básicas no pueden, a su vez, justificarse por sucoherencia (¿con qué?), al constituir ellas el sistema base conel que las demás deben ser coherentes. El criterio de coheren

cia sólo puede ser aplicable cuando ya se cuenta con una basesuficiente de proposiciones, cuya verdad no puede establecerse mediante el mismo criterio.

Con lo anterior se muestra que el criterio de verdad como coherencia puede funcionar, a lo sumo como un criterio de verdad parcial (y esto por razones análogas a las que

hemos aducido para argumentar que la correspondencia ola utilidad práctica también servirían sólo como criteriosparciales) que debe ser complementado con el uso de supuestos o creencias cuya verdad o aceptabilidad ya no se fundamenta en ese mismo criterio. Estos supuestos y creenciaslos aceptamos sin fundamentarlos o los apoyamos en otros

que, a su vez,... Nos acechan aquí, una vez más, los al parecer ubicuos peligros de caer en circularidades viciosas o enregresiones infinitas (Wittgenstein, como ya se habrá advertido, es muy suspicaz acerca de estos peligros y previeneinsistentemente en su obra sobre ellos). Pero caemos en es

tos círculos o regresiones infinitas únicamente si continua

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mos presos del ansia de fundamentos absolutos. Si intentamosliberarnos de tal ansia, podremos reconocer nuevamente

que nuestros intentos de fundamentación —en este caso delconcepto de verdad, como anteriormente de las condiciones lógicas de sentido (ver parte III del capítulo uno), de laaplicación de reglas (parte III del capítulo dos), de la gramática (parte I de este capítulo tres), de las condiciones naturales para que nuestros conceptos y nuestro lenguaje seanusables (parte I de este capítulo)—deben tener un término yllegados a él hay que saber parar y dejar de exigir más fundamentos, razones o explicaciones. Reconocer la prescindibilidad de los fundamentos absolutos y curarse del ansiade explicaciones generales que Wittgenstein califica como

una enfermedad (ver OFM, VI, § 31, p. 280) es, para él, unalabor muy importante sobre la que él vuelve una y otra vez:«Lo difícil es percibir la falta de fundamentos de nuestra creencia» (SC, § 166, p. 24), «En el fundamento de la creencia bienfundamentada se encuentra la creencia sin fundamentos»(SC, § 253).

Hemos tratado de mostrar que la noción de coherenciano puede ayudamos, como tampoco la de ‘correspondencia’,ni la de ‘utilidad’, ni la de ‘convención arbitraria’, a satisfacer el afán de encontrar el quimérico fundamento absoluto del concepto de verdad. En lugar de extraviarnos en labúsqueda de este tipo de quimeras, es más compatible con

los puntos de vista del Wittgenstein tardío tratar de lograruna visión panorámica de los diversos usos que se dan alconcepto de verdad en los diferentes contextos; una visiónque muestre un concepto de verdad relativo y sin fundamentos. Este es el propósito central de la última parte de

este trabajo.

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En esta parte final nos proponemos llevar a cabo una labordescriptiva (complementaria a la labor crítica realizada en laparte anterior), con el fin de mostrar cómo para distintos tiposde proposiciones y en contextos diferentes son aplicables diversos criterios de verdad, los cuales difícilmente se dejancobijar bajo una misma explicación general. No se trata deestablecer el significado de la noción de verdad haciendo unaenumeración lo más exhaustiva posible de los usos de lostérminos ‘verdadero’ o ‘falso’ en diversas circunstancias. Loque queremos es ilustrar cómo dicha noción es relativa alcontexto y al tipo de proposición a la que se aplique y seguir

oponiéndonos, así, a una perspectiva que busque fundamentarla por medio un teoría general. Para lograr esto debemosconsiderar casos concretos en vez de generalizar, resaltardiferencias en lugar de ignorarlas, tratar de seguir la siguientesugerencia: «No se puede adivinar cómo funciona una palabra. Hay que examinar  su aplicación y aprender de ello. Pero

la dificultad es remover el prejuicio que se opone a este aprendizaje. No es ningún prejuicio estúpido»  ( iF, § 340, p. 267).

Comenzaremos nuestro examen de cómo se aplica la noción de verdad para distintas proposiciones y en diferentessituaciones, observando, en primer lugar, si ella es aplicable,en general, a todo tipo de proposiciones, es decir, si todas es

tán sometidas en igual medida a la verificación. Wittgensteinseñala en sus observaciones sobre la certeza que la posibilidad misma de distinguir entre lo verdadero y lo falso, se apoyaen el hecho de que contamos con un trasfondo de creencias,expresables en proposiciones que tomamos por verdaderas

sin ponerlas en cuestión ni tomamos la molestia de indagar

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acerca de su verdad. Estas proposiciones «permanecen en losmárgenes del camino que recorre la investigación» (SC, § K8) 

y a ellas las aceptamos sin exigir ningún tipo especial de comprobación, pues están ya presupuestas en nuestros procedimientos de verificación.

La posibilidad de nuestros procedimientos de verificacióny de investigación descansa sobre el hecho de que confiamosciegamente en algunas certezas muy básicas, tanto que normalmente no vemos ninguna necesidad de formularlas demanera expresa. Es así como quien está tratando de comprobar si en su ciudad el agua hierve a cien grados centígrados,poniendo un termómetro dentro de una olla de agua al fuego,debe, por supuesto, confiar plenamente en que lo que hay

dentro de la olla es agua (y no algún líquido parecido), enque lo que él sumerge parcialmente dentro del agua es realmente un termómetro y que éste funciona bien, en que él seencuentra en su ciudad, más aún, en que el fuego, la olla, elagua, el termómetro, la ciudad y él mismo en verdad existeny no son una mera ilusión, en que él no está dormido, ni alu

cinando, ni loco, en que no hay un demonio maligno que loesté engañando... Podríamos llenar páginas dando ejemplosde las innumerables certezas sin la confianza en las cuales suexperimento con el agua pierde su sentido o, peor aún, nosería realizable. Entre tales certezas pueden distinguirse algunas que se requieren específicamente para este experimentoconcreto, pero que serían objeto de duda e investigación enotras circunstancias. Por ejemplo, el hecho de que el termómetro funciona bien, que en esta situación debe darse porsentado, pudo haber sido antes sometido a comprobación enel departamento de control de calidad de la empresa que los

fabrica. En los procedimientos usados para corroborar si un

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termómetro funciona bien, habría otras certezas que quedanal margen de la investigación. Lo que en cierto contexto se

da por sentado y no requiere comprobación, puede ser so-metible a verificación en circunstancias diferentes.

En distintos juegos de lenguaje puede variar La mudable yno del todo nítida diferenciación entre las proposiciones queno se cuestionan ni investigan, pues sirven como una base firme sin la cual no se podría cuestionar, verificar o refutar otras,y las que de hecho sí se someten a los criterios y reglas querigen en tales juegos para distinguir lo verdadero de lo falso.Parece haber, no obstante, unas convicciones tan básicas queestán presupuestas en la mayoría de nuestros juegos de lenguaje habituales. La creencia en la existencia del mundo ex

terno, en que hay seres humanos, en que los objetos físicosno aparecen y desaparecen misteriosamente y otras similaresserían ejemplos de tales certezas34.

Nuestras maneras de distinguir entre lo falso y lo verdadero, nuestros criterios y procedimientos prácticos de verificación son aplicables y cobran sentido solamente en contextos

determinados, en juegos de lenguaje concretos. Quienes par

14 Podrían agregarse aquí también las otras proposiciones tipo

Moore que Wittgenstein considera en sus observaciones sobre la certe

za. Se trata de proposiciones como las que Moore lista en su artículo

«Defensa del sentido común», para afirmar de ellas que él conoce su

verdad con toda certeza. Wittgenstein plantea la objeción de que M oo

re usa el término ‘conocer’ de manera inapropiada, pues creemos en

tales certezas, las aceptamos sin necesidad de tener razones o argumen

tos para justificarlas y defenderlas. Antes bien, nuestras justificaciones

se apoyan en ellas. En cambio, de lo que conocemos sí debemos

poder dar razones y justificaciones objetivas.

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ticipan en un juego de lenguaje, quienes se comunican y seentienden en él, deben compartir ya unas reglas implícitas de

uso de las palabras. Pero, según Wittgenstein, la comunicación efectiva por medio del lenguaje requiere también quelos que lo emplean concuerden también en ciertos juiciosbásicos o creencias (ver IF, § 242). Estos juicios básicos,que llegan a cumplir un papel similar al de reglas gramaticales, conformarían el suelo sobre el que descansan o en elque viven nuestras demás creencias, nuestras argumentaciones y razonamientos.

En Sobre la certezfl, Wittgenstein utiliza la expresión ‘imagen del mundo’ ( Weltbild) para referirse al sistema que estáconstituido por estas creencias básicas. Es en contraste con el

telón de fondo conformado por ellas que podemos reconocery distinguir, en diferentes juegos de lenguaje, entre lo verdadero y lo falso, lo dudoso y lo que ofrece certeza, lo erróneoy lo correcto. Muchas de las proposiciones con las que formulamos las convicciones que constituyen nuestra imagen delmundo, pese a tener la apariencia de proposiciones empíricas,

no tienen el grado de revisabilidad que poseen éstas. Antesbien, ellas pueden jugar el papel de proposiciones gramaticales, es decir, funcionar no como descripciones sino como criterios o normas de descripción empírica, de acuerdo con loscuales se decide acerca de la aceptabilidad de la verdad deotras proposiciones. Tratemos de ilustrar esto imaginando el

siguiente diálogo (supongamos que es parte de una conversación telefónica) en el que se expresa una duda y se trata deconfirmarla:

-Hombre, me parece que no estoy viendo bien. Creo que

no estoy bien de los ojos, ¿o será una jaqueca?

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-Pero ¿por qué dice eso?-Pues desde hace unos segundos trato de mirarme las ma

nos y sólo logro ver como un borrón blanco.—Eso parece grave, lo mejor es que vaya a un médico in

mediatamente.—Bueno, eso si logro divisar el camino hacia allá.

El diálogo, a pesar de que no parece contener mucha sustancia filosófica, pretende, en este contexto, servir de ilustración de cómo una duda y la manera de verificarla se apoya enel tipo de certezas básicas que constituyen lo que hemos llamado nuestra imagen del mundo. La duda del preocupadopersonaje acerca de si su sentido de la vista está funcionando

normalmente se apoya en el hecho de que él no logra ver susmanos. Su duda gira, entonces, alrededor de un eje fijo, asaber, la certeza de que él tiene dos manos. El hecho de queno pueda ver sus manos, no suscita ninguna duda acerca de laexistencia de las mismas. A esta certeza se aferra tan firmemente, que ni siquiera se le ocurre afirmarla explícitamente.

Ella está, en todo caso, presupuesta en lo que dice: «intentomirarme las manos y sólo veo un borrón blanco». Pero no estápresupuesta en el sentido de una premisa tácita, sino comouna convicción, que si no la tuviera, no le sería posible decirlo que dice, dudar como duda, ni tratar de confirmar sus dudas como lo hace. Vemos, pues, cómo en este caso la proposición «tengo dos manos» puede llegar a funcionar, más quecomo una descripción falible, como un criterio fijo, aunqueno en un sentido absoluto, que se mantiene al margen de laduda y de la verificación y que contribuye a determinar laaceptabilidad o dubitabilidad de otras proposiciones como

«estoy viendo bien». Consideremos ahora una variación del

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diálogo que resulta, lo cual es muy significativo, mucho musinverosímil:

-Hombre, me parece que no tengo manos.-¿Cómo? ¿Qué es lo que está diciendo?—Creo que no tengo manos. He estado intentando verifi

car si tengo manos y no logro verlas, sólo veo como un manchón blanco.

-¡No lo entiendo en absoluto! ¿Cómo puede creer ud. quesus manos vayan a desaparecer así, sin más? ¡Ud. se está chiflando o me está tomando el pelo!

Y con esto se daría abrupto término a un diálogo que no

tiene ya muchas posibilidades de prosperar. Seguramente conuna persona como la que fabulamos aquí no podríamos comunicamos efectivamente. ¿Tendría sentido tratar de hacerloentrar en razón y de convencerlo de lo absurdo de su duda?¿Qué le diríamos? Nuestras razones se apoyarían en las convicciones básicas que nosotros tenemos y que él da muestras

de no compartir. Para poder dialogar y razonar con otra persona, ella debe compartir el suelo común en el que vivennuestros diálogos y razones y dudas, Pero una persona que,en circunstancias normales, dude que tiene manos, basándose en la presunta razón que se da en el diálogo, no compartíría buena parte de tal suelo común. Si cree que de repente

puede dejar de tener sus dos manos o que nunca las ha tenido, deberá tener muchas otras extravagantes creencias latíincomprensibles para nosotros como ésa. Tal vez crea q ue  

los miembros de un cuerpo humano, suponiendo que araen la existencia de cuerpos humanos, no tienen la contimu

dad espacio-temporal que nosotros estamos convencidos que

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RAÚL MELÉNDEZ ACUÑA

tienen. Quizá piense que los objetos físicos aparecen y desaparecen inmotivadamente, de manera que sus manos pueden

entonces esfumarse así no más, de súbito, sin que él se dé claracuenta de ello, «a sus espaldas», por decirlo así. O quizá piense que nunca nadie ha tenido manos, que todos hemos sidovíctimas de una inexplicable ilusión colectiva que viola elprincipio de razón suficiente. Sea como fuere, su imagen delmundo sería muy diferente a la nuestra y si nosotros mismostrataramos de albergar seria y consecuentemente su duda, ellaarrasaría con una significativa porción de nuestra imagen delmundo. Entonces ya no sabríamos bien qué deberíamos tomar por verdadero, qué creer, de qué dudar, ni cómo razonaro argumentar con otros; más grave aún, no sabríamos cómo

actuar. Si esta «duda» nos resulta tan ininteligible, si la rechazamos por absurda ello se debe, no a que choque contra unaverdad absoluta, sino a que ella derrumbaría el eje de certezasbásicas y compartidas en tomo al cual podrían girar nuestrasdemás creencias y las dudas que nos son comprensibles.

Con estos ejemplos se muestra también lo problemática

que resulta una duda tan radical y generalizada como la quetrata de perseguir Descartes en el primer libro de sus  Medita-ciones metafísicas. Si bien su duda es una duda metódica y, encierto sentido artificial, que se pone en acción para poderfundar luego el edificio del conocimiento sobre bases inconmovibles que resistan los ataques escépticos más fuertes (laduda cartesiana sería como una especie de vacuna radical ala que él se somete para quedar inmune al escepticismo), elladio lugar dentro de ciertas corrientes de la filosofía modernaa un fortalecimiento del escepticismo mismo. Wittgensteinoponiéndose tanto al escepticismo, como a los intentos fun-

damentalistas de escapar a él, trata de superar este falso dile

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ma entre cuyos cuernos quedó oscilando buena parte de l;ifilosofía posterior a Descartes.

El distanciamiento de Wittgenstein respecto del cuerno fun-damentalista y absolutista del dilema es lo que nos hemos propuesto enfatizar reiteradamente (¿quizá en exceso?} a lo largode este trabajo. Por otro lado, su distanciamiento del cuernoescéptico queda claramente expresado en afirmaciones comolas siguientes (y que esperamos haber ilustrado con los ejemplos que acabamos de dar): «Una duda que dudara de todo nosería una duda» (SC, § 450); «Quien quisiera dudar de todo, nisiquiera llegaría a dudar. El mismo juego de la duda presupone ya la certeza» (SC, § 115); «...las preguntas que hacemos ynuestras dudas, descansan sobre el hecho de que algunas

proposiciones están fuera de duda, son -por decirlo de algúnmodo—los ejes sobre los que giran aquéllas» (SC, § 341).

La distinción entre las proposiciones y las creencias some-tibles a la verificación y las que la hacen posible quedando,por consiguiente, al margen de ella y, a la vez, al margen dela duda, no es, sin embargo, una distinción absolutamente

nítida ni está fijada de manera definitiva e invariable. Si bienla imagen del mundo puede concebirse como una base sobrela que se apoyan nuestros criterios de verdad, nuestro conocimiento y nuestros razonamientos, ella no juega el papel defundamento epistemológico absoluto, en el sentido en el quelo entendía y lo buscaba Descartes. La imagen del mundo nocumple con los requisitos cartesianos exigidos de un fundamento, ya que no posee un carácter universal, absoluto, eternoo necesario. Ella es, por el contrario, contingente, históricay, en últimas, injustificable, como también lo es, entonces, ladistinción entre las proposiciones que colocamos al margen

de la verificación y las que sometemos a ella. Este carácter

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cbntingente e histórico es subrayado por Wittgenstein en lasiguiente comparación:

Las prop osiciones que describen esta imagen del mu n

do podrían p erten ecer a una suerte de mitología. Su función 

es semejante a la de las reglas del juego, y el juego también 

puede aprenderse de un modo puramente práctico, sin ne

cesidad de reglas explícitas.

Po dríam os im aginar que algunas proposiciones, que tie

nen la form a de proposiciones empíricas, se solidifican y fun

cionan com o un canal p ara las proposiciones emp íricas que 

no están solidificadas y fluyen; y también que esta relación 

cambia con el tiempo, de modo que las proposiciones que 

fluyen se solidifican y las sólidas se fluidifican.L a m itología puede con vertirse de nuev o en algo fluido, 

el lecho del río de los pensamientos puede desplazarse. Pero 

distingo entre la agitación del agua en el lecho del río y el 

desplazamiento de éste último, por m ucho que no haya una 

distinción precisa en tre una c os a y la o tra 1'’.

Esta imagen dinámica de nuestro sistema de creenciascomo un cambiante río, cuyo lecho también se mueve, aunque más lenta e imperceptiblemente, ofrece un muy notablecontraste visual con la estática imagen cartesiana del conocimiento verdadero como un edificio erigido sobre cimientosinconmovibles, inmutables y definitivos.

En otro pasaje Wittgenstein nos da un ejemplo concretode una de esas proposiciones que, habiendo formado partedel sólido lecho, se fluidifican: «Los hombres han creído que

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un rey podía hacer llover; nosotros decimos que eso contradice toda experiencia» (SC, § 132, p. 19). Pero, sin proponérselo,

él nos ofrece un ejemplo más diciente a este respecto. Tratando de ilustrar el hecho de que las proposiciones que formanesa suerte de mitología o imagen del mundo constituyen unlegado que aprendemos y en el que nos apoyamos, para poder distinguir entre lo equivocado y lo correcto, lo falso y loverdadero, él nos deja, de manera curiosamente irónica, unclaro testimonio de cómo ha cambiado la imagen del mundodesde que él escribía el siguiente pasaje de sus observaciones sobre la certeza, en 1950, hasta nuestros días:

Lo que creemos depende de lo que aprendemos. Cree

mos que es imposible llegar a la Luna; pero es posible quealgunas personas crean que tal cosa es posible y que algúndía sucederá de hecho. Decimos: tales personas no sabenmuchas de las cosas que nosotros sabemos. Aunque esténtan seguros como quieran de lo que dicen - están equivocados y nosotros lo sabemos31'.

El irónico ejemplo muestra también que a pesar de que alas proposiciones de nuestra mitología las colocamos al margen de la duda y no aceptamos que sean contradichas, ellono es garantía, ni mucho menos, de que sean verdades absolutas o eternas, de que vayan a ser para siempre parte del le

cho del río de nuestros pensamientos y creencias.Pero la imagen del mundo no sólo es contingente e histó

rica, sino que también es injustificable y no fundamentada.En la medida en que constituye el suelo en el que se apoyan

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nuestras justificaciones, o el límite en el que ellas encuentransu término, ella misma carece de justificación o fundamen-

tación. La carencia de fundamentación de nuestras creenciasmás básicas está expresada con claridad en pasajes comoéste:

Lo difícil es percibir la falta de fundamentos de nuestra 

creencia.

En el fundam ento de la creencia bien fund amen tada se 

encuentra la creencia sin fundamentos.

Pero no tengo mi imagen del mundo porque me haya 

convencido a mí mismo de que sea la correcta; ni tampoco 

porque esté convencido de su corrección. Por el contrario 

se trata del trasfondo que me viene dado y sobre el que distingo entre lo ve rda de ro y lo falso’' .

Hemos querido dejar claro que no todas las proposicionesse someten en igual medida a la verificación, pues algunaspueden llegar a cumplir el papel de reglas o criterios con ayu

da de los cuales establecemos la verdad o falsedad de otras.La verdad de las primeras no necesita establecerse empleandoprocedimientos específicos de comprobación, sino que ella,nos dice Wittgenstein, «pertenece a nuestro sistema de referencia» (SC, § 83, p. 12). Veamos ahora cómo para las proposiciones más fluidas, cuya verdad no pertenece al sistema de

referencia, sino que se debe establecer dentro de tal sistema,pueden aplicarse diversas formas de establecerla relativas alcontexto y al tipo de proposición de que se trate. No haremosotra cosa que dar unos pocos ejemplos para ilustrar obvieda

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des, sin embargo hacerlo no es del todo sencillo, pues estas obviedades se pasan frecuentemente por alto o se ven bajo una

niebla que las oscurece, cuando se adoptan ciertos prejuiciosidealizantes acerca de las nociones de significado y verdad.El volver sobre lo obvio cobra entonces un valor terapéutico: ayudar a liberarnos de tales prejuicios, a disipar la nieblaque éstos generan y a curarnos del ansia de buscar una comprensión que vaya más allá de lo que se muestra claramenteante nuestros ojos; como si no quisiéramos reconocer la claridad que ello nos ofrece, como si ella no nos bastara, comosi nos faltara una anhelada «comprensión más profunda». Lapeculiar dificultad de esta tarea la expresa Wittgenstein así:

Aquello que hac e al objeto difícilmente com prensible —cua nd o éste es significativo, im po rtante no es que alguna 

instrucción especial sobre cosas abstrusas sea necesaria  

para su comprensión, sino la oposición entre la compren

sión del objeto y lo que quiere ver  la mayo ría de los hombres.

Por ello puede llegar a ser precisamente lo cercano lo más 

difícilmente comprensible. No es una dificultad del entendim iento sino de la voluntad la que hay que s up era r1*.

Hay, sin duda alguna, proposiciones que, en determinadas circunstancias, son comprobadas según su correspondencia con los hechos. Si se pregunta a alguien por un libro y

la respuesta es «el libro está sobre su escritorio», se puedetratar de confirmar la veracidad de la respuesta yendo al escritorio y mirando si, de hecho, el libro yace sobre él. Estasencilla y natural maniobra puede describirse como una com

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paración directa entre la proposición y su sentido con la realidad, con los hechos. Pero no hay que olvidar que incluso

esta comparación tan simple e inmediata se hace, y sólo puede hacerse, dentro de un marco de referencia básico, tan sobreentendido que no reparamos en que está ahí como sosténde nuestros más familiares procedimientos de verificación.Es dentro de un juego de lenguaje concreto que éstos procedimientos adquieren sentido y aplicabilidad, pues las certezas básicas y las reglas de uso que están presupuestas en el

 juego determinan cuáles son los hechos expresables en él yqué vale en él como una manera legítima de hacer una comparación con estos hechos para establecer si una proposición (una movida del juego} es verdadera en el sentido de

correspondencia. Los criterios para determinar cuáles sonlos hechos y a qué llamamos concordancia con ellos, no poseen una validez en sí, independiente de o exterior a los contextos en los que se usen.

Lo que vale como comparación con la realidad en unasituación cotidiana como la de la pregunta por el libro, puede

ser muy diferente a lo que vale como contrastación experimental con los hechos en un sofisticado laboratorio de físicade partículas elementales, donde una comparación tan inmediata no es realizable. Allí la comparación estaría mediadapor el uso de supuestos teóricos cuya correspondencia con larealidad plantea no pocas dificultades. ¿Cómo, por ejemplo,

a partir de la lectura de cierta cifra que aparece en la pantallade un complejo aparato o de la forma visible de una gráficaque sale de la impresora de un enorme computador puedenextraerse conclusiones acerca de lo que ocurre con unas partículas inobservables? Las conclusiones que se extraigan, los

cálculos matemáticos y argumentos físicos que se empleen

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para extraerlas dependen de criterios y supuestos teóricosque determinan !as maneras legitimas y aceptables de des

cribir los hechos que resultan del experimento*1. Así pues,los usos de criterios de correspondencia con los hechos pueden ser muy diversos según el contexto en el que se apliquen.

Para ilustrar esto con otro caso más, pensemos en las distintas maneras como un historiador podría tratar de corroborar una hipótesis histórica como correspondiente o fiel a loshechos pasados. Un ejemplo nos lo ofrece la controversia entre distintos historiadores de la matemática griega acerca decómo fue demostrada por vez primera la existencia de magni-

313 Estas consideraciones están estrecham ente relacionadas con la 

crítica al mito de lo dado  y  con lo que se ha llamado la ‘theory ladeness’ de los hechos (la carga teórica que llevan encima los hechos). Si quisié

ramos verificar, por ejemplo, si la proposición «el sol gira alrededor de 

la tierra» es cierta, la verificación misma dependerá de la teoría de la 

que nos sirvamos para expresar y describir los movimientos de los astros 

(de si tal teoría es heliocéntrica o geocéntrica o alguna otra alternativa). 

Y no podríamos recurrir a los hechos para decidir cuál teoría es más 

verdadera, pues eso presupondría justamente lo que se está poniendo en 

cuestión, esto es, que haya hechos en si mismos, absolutamente puros, 

incontaminados e independientes de las teorías que empleamos para 

pensarlos y describirlos. Para comparar las teorías podríamos emplear, 

tal vez, criterios tales como su simplicidad, su utilidad, su capacidad  

predictiva u otros. Sin embargo, hay otro punto que queremos enfatizar 

también, a saber, que los que tomamos como hechos no sólo están car

gados de supuestos teóricos, sino que también dependen del uso que 

podríamos llamar pre-teórico de las palabras y expresiones de un juego 

de lenguaje y de las reglas que valen en él para tai uso. Podría hablarse 

entonces de algo como un ‘language-ladeness’ de los hechos.

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tudes inconmensurables. Dado que no se ha conservado untexto antiguo con la demostración original, han surgido mu

chas conjeturas diferentes al respecto y diversas razones enapoyo de estas conjeturas40. En la discusión y evaluación crítica de estas distintas hipótesis un criterio importante paradeterminar cuáles reconstruyen mejor, más plausiblemente,la verdad histórica es la coherencia que ellas guarden con latotalidad de la evidencia textual dispersa en la literatura antigua, evidencia fragmentaria que sólo da una imagen parcialde los comienzos de la matemática griega. La labor filológicade aclarar el sentido en el que se usan expresiones claves dentro de los textos y de traducir e interpretar bien los mismos

 juega aquí un papel muy importante. Y dado que no todos los

testimonios antiguos han de tomarse como igualmente confiables se requiere, entonces, del uso de criterios para juzgartal habilidad. Vemos, pues, cómo los procedimientos que se

40 Una exposición crítica de varias de estas conjeturas se encuentra  

en: W. R. Knorr, The Evolution o f tke Euclidean E lements , D. Reidel 

Publishing Company, Dordrecht, Holland, 1975, capítulo II. No hay 

acuerdo ni siquiera acerca de si la inconmensurabilidad fue demostrada  

primero para el caso de la diagonal y el lado de un cuadrado o de un 

pentágono regular, como tampoco lo hay acerca del tipo de argumen

tación que pudo haber sido empleada (¿se habría usado una reducción 

al absurdo? ¿o argumentos que recurrían a la noción de divisibilidad 

infinita, similares a los de Zenón de Elea? ¿se usó el procedimiento  

pitagórico denominado ‘sustracción mutua’ para tratar de hallar una 

medida común de dos segmentos?) El que se hayan formulado tan di

versas conjeturas evidencia la escasez de fuentes con las que se cuenta 

y es en casos tan inciertos como éste en los que pueden surgir maneras 

muy diversas de tratar de reconstruir la verdad histórica.

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emplean para reconstruir la verdad histórica pueden diferirsignificativamente de los métodos de verificación que se em

plean en otras situaciones. Si en el caso del libra sobre la mesa era determinante la evidencia de los sentidos, de la vista yen el caso del laboratorio era muy importante el uso y buenfuncionamiento de aparatos sofisticados y la correcta interpretación teórica de los datos suministrados por ellos, aquí surgealgo que no era clave en los ejemplos anteriores, a saber, lacoherencia con la evidencia encontrada en testimonios textuales, su fiabilidad y la correcta interpretación de los mismos.

Aun si la patente diversidad de usos que puedan darse decriterios de correspondencia con los hechos fuese ignoradapara ser cobijada bajo una única definición general, se pue

den dar otros ejemplos en los que ya sería muy problemáticoseguir hablando de verdad en sentido de correspondencia.Como ya hemos observado antes, generalizar demasiado laaplicabilidad de esta noción puede llevar, para usar una muygráfica expresión de Quine, a mellar el higiénico filo de lanavaja de Occam, es decir, a superpoblar innecesariamente la

realidad con entidades y hechos misteriosos y a suponer ennosotros mismos facultades igualmente misteriosas para explorar tales paisajes difícilmente accesibles, llenos de escurridizos objetos. Para conservar una más austera y, sobretodo, menos problemática imagen de lo real, debemos restringir la aplicabilidad de la noción de correspondencia. Silohacemos, entonces no se requerirá postular la existencia deobjetos matemáticos y lógicos ideales o de ocultas entidadesmentales para poder seguir distinguiendo entre verdad y falsedad en casos como los de proposiciones matemáticas ológicas y en otros como los de proposiciones sobre sensacio

nes o sentimientos. Veamos ejemplos.

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Para proposiciones aritméticas como «2+2=4», ¿qué criterio o criterios de verdad cabe emplear? Ya señalamos antes

el rechazo de Wittgenstein de un platonismo, según el cual laverdad matemática sería entendida en el sentido de correspondencia con una ultra-realidad de entidades ideales, abstractas. Pero él tampoco acepta una concepción empirista,como la de J . S. Mili, en la que las proposiciones matemáticassean concebidas como generalizaciones empíricas. Tal concepción no es compatible con la peculiar independencia quetienen las proposiciones de la matemática respecto de los hechos. Supongamos, por un momento, que se intentara justificar una proposición matemática como verdadera haciendoexperimentos como:

Coloca 2  manzanas sobre una m esa vacía, procura que 

nadie se acerque y que no se mueva la mesa; coloca ahora 

otras dos manzanas sobre la mesa; cuenta ahora las man

zanas que hay allí. Has hecho un experimento; el resultado 

del recuento es probablemente 4. (Presentaríamos el resul

tado de este modo: si bajo tales y tales circunstancias se colocan sobre una mesa, primero dos, después otras dos 

m anzan as, en la m ayo ría de los casos no desap arece ningu

na, ni se añade ninguna.) Y pueden hace rse análogos expe ri

mentos, con el mismo resultado, con toda clase de cuerpos 

sólidos. Así es como los niños aprenden a calcular entre  

nosotros, puesto que se les coloca 3 habas y 3 más, y se les 

ha ce co nta r luego lo que ahí queda. Si de ahí resultara unas 

veces 5 y otras 7 (por ejemplo como diríamos ahora, unas 

veces u na bola se añadiera, otras desap areciera, po r sí mis

ma), declararíamo s en principio que las habas son inadecu a

das para la enseñanza del cálculo. Pero si suced iera lo m ismo

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con varillas, dedos, rayas y con la mayoría de las demás cosas, entonces se acabaría el cálculo.

«Pero incluso entonces, ¿no serían 2+2=4?». —Con ello,esta pequeña proposición se habría vuelto inutilizable41.

Los experimentos con las manzanas o las habas u otrosobjetos, aun si sus resultados fuesen los esperados, no corroborarían las proposiciones del tipo «2+2=4». Confirmarían,más bien, generalizaciones empíricas como la que Wittgen-stein pone entre paréntesis, presentando el resultado del experimento de las manzanas. Pero proposiciones como «2+2=4»no coinciden con estas generalizaciones ni son equivalentes aellas. Si el resultado del experimento con las manzanas no fue

se el esperado, ello no nos obligaría a abandonar la proposición «2+2=4» ni a considerarla como refutada empíricamente.No revisamos las proposiciones de la matemática a la luz de laevidencia empírica del modo en que revisaríamos proposiciones empíricas propiamente dichas (tales como «el libro estásobre la mesa»). Antes que refutar una proposición matemáti

ca por no corresponder con los hechos, dudaríamos de quehemos registrado bien la evidencia fáctica; nos inclinaríamos arevisar, más bien, lo que consideramos como hechos. En elcaso de las manzanas sospecharíamos que hemos contado maly si al recontarlas sigue obteniéndose un número distinto de 4trataríamos de dar explicaciones como «algunas manzanas

han aparecido (o desaparecido) misteriosamente sin que nosdiéramos cuenta» o algo parecido.

¿Pero qué ocurriría si sistemáticamente las experienciasal contar objetos muy diversos en circunstancias diferentes

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parecieran contradecir nuestras proposiciones aritméticas? Entonces nuestra aritmética se volvería inaplicable. Pero ¿se vol

vería inaplicable por haberse comprobado que es falsa? No,puesto que las proposiciones de la aritmética no describen hechos empíricos. Las que se comprobarían como falsas seríanciertas generalizaciones empíricas (como la del paréntesis enel pasaje citado) que describen hechos naturales muy básicos.Y si bien estos hechos naturales muy básicos pueden versecomo condiciones sin las cuales no sería posible nuestra aritmética, las proposiciones de la aritmética no afirman, a lamanera de proposiciones empíricas muy generales, que sedan estas condiciones de posibilidad de su empleo. Por lo tanto, ellas no se vuelven falsas, sino inaplicables, al no darse ta

les condiciones naturales. Nuestro uso de la matemática y lalógica presupone que se dan ciertos hechos naturales, peroello no debe llevar a pensar que las proposiciones de la lógicao la matemática sean proposiciones empíricas. ¿Pero entonceslas proposiciones de la aritmética seguirían siendo verdaderasindependientemente de los hechos, incluso de aquellos que

están presupuestos en su aplicación? Tampoco, pues para serverdaderas deben tener sentido y si ellas se volvieran inutili-zables, al no darse las condiciones naturales sobre las que descansa su uso, entonces careciendo de aplicabilidad careceríantambién de sentido. Sería problemático, seguramente nos re-conduciría al platonismo, afirmar que en un mundo en el que

no se dan condiciones naturales que posibiliten el uso de nuestra aritmética sigue siendo cierto que 2+2=4.

Wittgenstein rechaza tanto la concepción de que la lógicay las matemáticas son ciencias empíricas muy universales,que se ocupan de rasgos muy generales de los hechos, como

la de que son ultra-teorías acerca de una realidad no empírica.

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¿Qué concepción positiva de la lógica y las matemáticas pucde entonces aribuírsele? Para él la lógica y la matemática son

técnicas o prácticas que operan con reglas aplicables a las proposiciones empíricas (reglas para inferir unas de otras, parasustituirlas o transformarlas de determinadas maneras). Ellascontribuyen a constituir un marco de referencia en el quesituamos nuestras descripciones de hechos, nuestras proposiciones empíricas: «la proposición matemática sólo ha deproporcionar el entramado para una descripción» (OFM, VII,

§ 2, p. 301)42. El papel de las proposiciones lógicas y matemáticas es comparable al de las proposiciones tipo-Moore queexpresan las certezas que están a la base de nuestra imagendel mundo, pues tanto unas como las otras funcionan como

normas de descripción y no como descripciones empíricas:

No hay, ciertamente, duda alguna de que, al contrario  

que las proposiciones descriptivas, las proposiciones mate

m áticas desemp eñan en determinados juegos de lenguaje el  pa

pel de reglas de represen tación.

El pedestal sobre el que para nosotros está la matemática, lo ha conseguido ésta gracias al papel concreto que sus pro po

siciones desem peñan en nuestros juegos de lenguaje41.

Este papel de reglas de representación que en ciertos contextos juegan las proposiciones matemáticas ayuda a expli-

Wittgenstein da un ejemplo concreto de cómo la aritmética se

requiere como marco para preguntar por y establecer ciertos hechos

(en cierto sentido, para constituirlos): ¿Cóm o, sin ella, establecí1!

cuantas vibraciones se producen cuando suena una nota rmi.si(;il

43 OFM,  v n , § 6, p. 306.

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car su peculiar dignidad, esto es, el carácter necesario que seles atribuye. A las reglas de la matemática normalmente no

las sometemos a revisión y, como ilustramos en el ejemplode las manzanas, si ciertos hechos parecen contradecirlas,lo que estamos inclinados a hacer es reformular los hechospara que encajen dentro de los marcos o esquemas de descripción y representación que ellas ayudan a constituir. Abandonar tales reglas implicaría abandonar en buena medidanuestras maneras de hablar de hechos (como lo muestra elejemplo del número de vibraciones al sonar una nota música]), no sólo en las ciencias, sino también en nuestros juegosde lenguaje cotidianos. En cuanto funcionen como reglaspara describir hechos y no como descripciones de ellos, no

puede afirmarse de las proposiciones de la lógica y de la matemática que sean verdaderas o falsas en el sentido de concordancia con los hechos.

En juegos de lenguaje en los que se apliquen las proposiciones matemáticas o lógicas como reglas de representación,en sus usos «en lo civil» (ver OFM, V, § 2, p. 215), es decir,

fuera del ámbito de lo que suele llamarse «matemática pura», no cabría someterlas a verificación. Pero en otros contextos, por ejemplo cuando se está exponiendo o desarrollandouna teoría matemática en forma de sistema axiomático, cabría hablar de ellas como verdaderas o falsas y cabría emplear procedimientos para justificarlas. En tales contextos

el criterio determinante para establecer la verdad lógica omatemática sería la demostrabilidad. Por supuesto este criterio es relativo a los supuestos (que cumplen el papel de puntosde partida de las demostraciones) y las reglas de inferenciaque se asuman dentro de un sistema deductivo particular.

Wittgenstein escribe: « ‘Verdadera en el sistema de Russell’

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significa, como se ha dicho: demostrada en el sistema de Russell; y ‘falsa en el sistema de Russell’ quiere decir: lo contni

rio está demostrado en el sistema de Russell» (OFM, apéndiceIII a la parte I, § 8 , p. 93).

El hecho de que Wittgenstein sostenga que dentro de unsistema deductivo el criterio de verdad es la demostrabilidad yel de falsedad la refutabilidad, hace pensar en cierta semejanza entre su posición y el rechazo del platonismo por parte de losintuicionistas. De hecho, la identificación dentro de un sistemadeductivo entre verdad y demostrabilidad sirve a Wittgensteinpara tomar una posición crítica frente a un platonismo implícito en algunas maneras de interpretar la demostración del famoso Teorema de Incompletitud de Gódel y el significado del

teorema mismo. Según ciertas maneras de formular e interpretar este teorema, en él se demuestra que en el sistema delos Principia Mathematica de Russell y Whitehead y en «sistemas afines» en los que la prueba es también aplicable, haysentencias aritméticas verdaderas que no son demostrables dentro del sistema  (ver Gódel, Kurt: Obras completas,  Alianza Editorial,

Madrid, 1981, p. .59). Esto supone que puede hablarse de verdad en un sentido diferente al de demostrabilidad. Habría,entonces, enunciados aritméticos verdaderos, en el sentidode que describen relaciones que se dan realmente entre losnúmeros, entendidos como entidades independientes e ideales, así ellos no puedan deducirse formalmente.

Pero si bien hay cierto acercamiento al intuicionismo eneste respecto particular, la oposición al platonismo, WiLtgenstein se distancia mucho de ciertas doctrinas básicas de losintuicionistas, principalmente de la idea de que la maternal» ase ocupa de estudiar ciertos procesos mentales privados ilu

díante los cuales se construyen los objetos y las verdades m.i

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temáticas44. Wittgenstein al rechazar por igual una concepción platonista y una empirista de la matemática, no cae tam

poco en este mentalismo de los intuicionistas, el cual quedaríaexpuesto a sus objeciones contra la posibilidad de un lenguajeprivado y contra una concepción mentalista del significado yla comprensión. Pero más que adentramos en las honduras dela filosofía matemática de Wittgenstein, lo que hemos pretendido es dejar claro que el uso de la noción de verdad en contextos matemáticos (tanto en la matemática pura, como en susaplicaciones «en lo civil») no es asimilable a sus usos en relación con proposiciones empíricas.

Ahora tomemos en consideración el caso, muy diferente alos anteriores, de una proposición en la que se expresa un sen

timiento (inevitablemente este ejemplo resultará algo melodramático): en medio de una de sus fuertes discusiones con supadre, una hija le dice: «A pesar de todo lo que he dicho yhecho, tú sabes muy bien que yo te quiero mucho». El padre, preocupado y un poco incrédulo, frunce el ceño pensando en qué tan sincera es esta repentina expresión de afecto.

En este tipo de circunstancias, nada infrecuentes, se muestraque de hecho en muchas ocasiones hacemos uso de maneras

44 Para Brouwer la matemática es una actividad por medio de la  

cual se «deducen teoremas exclusivamente por medio de la construcción 

introspectiva» (Brouwer, «Consciousness, Philosophy and Mathematics», 

en  Philosophy o f Mathematics,  eds. Benacerraf and Putnam, Englewood 

Cliffs, Newjersey, 1964, p. 42); Heyting, por su parte, escribe: «La  

característica del pensamiento matemático es que no nos proporciona 

verdad alguna acerca del mundo exterior, sino que sólo se ocupa de 

construcciones mentales» (Heyting,  Introducción a l intuicionismo,  Tec- 

nos, Madrid, 1976, p. 19).

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Un ejemplo que guarda similitudes con éste es el de la expresión de una sensación, por ejemplo de dolor. La madre tie

ne sus maneras efectivas de saber si el niño está fingiendo dolorpara no tener que ir al colegio o si realmente está enfermo,aunque si le preguntáramos cómo hace para saberlo no responda sino de manera muy vaga. Compárese lo que hemos venido ilustrando aquí con los siguientes pasajes de Wittgenstein:

Estoy seguro, seguro, de que él no disimula; pero un tercero no lo está. ¿Lo puedo convencer siempre. Y, si no esasí, ¿comete él un error conceptual o de observación?

«¡No entiendes nada!». - Así decimos cuando alguienpone en duda lo que nosotros reconocemos claramente

como auténtico —pero no podemos demostrar nada.¿Hay juicios ‘expertos’ sobre la autenticidad de una expresión de sentimientos? - También en este caso hay personas con capacidad de juicio ‘mejor’ o ‘peor’.

Del juicio hecho por un conocedor de los hombres saldrán, por lo general, prognosis más correctas.

[...] Ciertamente es posible convencerse, por medio depruebas, de que alguien se encuentra en tal o cual estadoanímico, por ejemplo, que no disimula. Pero aquí tambiénhay pruebas ‘imponderables’.

[...] Entre las pruebas imponderables se cuentan las sutilezas de la mirada, del gesto, del tono de la voz. Puedo reco

nocer la mirada auténtica del amor, distinguirla de la falsa (ynaturalmente puede haber aquí una confirmación ‘ponderable’ de mi juicio). Pero puedo ser completamente incapazde describir la diferencia45.

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Éste es el tipo de ejemplos que suelen ignorarse y despreciarse por irrelevantes en ciertas maneras tradicionales de llevar

a cabo la actividad filosófica (¿una vez más el menospreciopor el caso particular, concreto?, ¿el afán de abstraer, olvidando las diferencias?) y, por ello, recordarlos puede ayudar a hacer ver las cosas de otra manera, con otros ojos.

Un notable contraste con la «imponderabilidad» y el carácter impreciso de ciertas maneras de corroborar si la expresión de un sentimiento es veraz, lo ofrece el uso de normasexplícitas para llevar a cabo los procedimientos jurídicos quesuelen emplearse para juzgar si una afirmación frente a untribunal es verdadera o si una evidencia es aceptable. En loscontextos jurídicos, a diferencia de los ejemplos anteriores,

deben regir normas clara y expresamente consignadas acercade cómo determinar la veracidad de un testimonio y la aceptabilidad de un indicio, una evidencia o una prueba. No hayduda de que las maneras de valorar y juzgar una declaracióncomo «a pesar de que todas las evidencias hablan en mi contra, yo no lo hice» varían radicalmente si se la enuncia en un

tribunal o en el curso de una discusión familiar.Para citar un nuevo caso que contribuya a ilustrar toda

vía un poco más la diversidad de criterios que se empleanen la práctica, en juegos de lenguaje concretos, para aceptar una afirmación como verdadera, tomemos brevementeen consideración el caso de las creencias religiosas. Lo que

históricamente se ha hecho valer como evidencia aceptablepara defender una creencia religiosa ha sufrido no pocas variaciones. En muchas circunstancias se ha aplicado de maneradogmática e intolerante como criterio último la coherenciacon lo que dicen las Sagradas Escrituras. También se ha recu

rrido a dar demostraciones racionales de las creencias reli-

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giosas. Se han formulado asimismo justificaciones pragmáticas. En otros casos el tener una fe no fundamentada racional

mente, o tal vez el haber pasado por cierto tipo de vivenciasque se califican como místicas o por trances extáticos, se constituyen en la manera más genuina de confirmar las creenciasreligiosas. Y en estos contextos se suele hablar también de verdades.

El carácter histórico que poseen nuestras maneras de distinguir entre lo verdadero y lo falso, lo correcto y lo inaceptable está muy ligado, como ya lo señalamos, con el carácterhistórico de nuestra imagen del mundo. No sólo cambian lascreencias que tomamos por verdaderas (por ejemplo la creencia en que es imposible viajar hasta la luna), sino que cam

bian asimismo, aunque tal vez más imperceptiblemente («ellecho del río de los pensamientos» también se desplaza),nuestras maneras de justificarlas y de juzgarlas, nuestros procedimientos y nuestros criterios mismos para distinguir entrelo verdadero y lo falso, lo válido y lo inaceptable. Y, claroestá, no sólo se dan estos cambios en relación con las mane

ras de defender las creencias religiosas, también cambian lasnormas jurídicas con las que se establece la verdad en los tribunales, las maneras socialmente aceptadas de expresar sentimientos y de reconocerlos en los otros, las exigencias derigor en una demostración matemática, los métodos experimentales usados en la ciencia...

Podríamos seguir dando más ejemplos, pero no queremos caer innecesariamente en el riesgo de sustituir el ansiade universalidad a la que ellos se oponen por un ansia de ex-haustividad. No se trata aquí de aplicar una presunta teoríadel significado como uso (Wittgenstein, como ya hemos acla

rado, no pretendió en su obra tardía desarrollar ninguna teo

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ría del significado) haciendo una enumeración lo más exhaustiva posible de las aplicaciones del concepto de verdad en

diferentes circunstancias posibles, que pudiera valer como laexplicitación completa de su significado. Tal significado nopuede establecerse de manera definitiva por una enumeración de usos, pues éstos no están fijados de una vez y parasiempre. Con el tiempo surgen usos nuevos y otros se vanabandonando. Los casos particulares que hemos consideradoy las diferencias que saltan a la vista entre ellos ya han ilustrado suficientemente, esperamos, lo que pretendíamos mostraro recordar: la diversidad y el carácter relativo de nuestras maneras de distinguir entre lo verdadero y lo falso.

Para concluir aclaremos que con los ejemplos que se han dado en esta última parte no se pretende haber demostradoconcluyentemente la imposibilidad de desarrollar una teoríageneral de la verdad. Lo que se ha buscado es examinar estanoción desde una perspectiva en la que no hay lugar para

teorías o definiciones generales, en la que desarrollarlas noes lo importante. Desde la perspectiva que nos ofrece Witt-genstein en su obra tardía la claridad acerca de un concepto,en nuestro caso el de verdad, no se logra teorizando ni aproximándose a él con métodos tomados en préstamo de lasciencias, sino, como lo hemos intentado en este último capí

tulo, superando prejuicios universalizantes que lo oscureceny tratando de obtener una visión sinóptica de sus diversosusos. Esta perspectiva no ha de tomarse, desde luego, comola correcta en un sentido absoluto o como totalmente inmunea cualquier objeción, pero es la que se ha adoptado en este

trabajo para tomar una posición crítica frente a una perspec

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tiva teórica y fundamentalista que ha ejercido una influenciadeterminante en maneras más tradicionales de aproximarse

desde la filosofía al concepto de verdad.

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Epilogo 

Una conversación sin testigos 

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Yo escribo casi siempre conversaciones co nm i-

 go mismo. Cosas que yo me digo sin testigos.

WittgensteinObservaciones (1948)

Nuestra indagación sobre el concepto de verdad, que hemoshecho tratando de tomar como punto de partida la manera deconcebir la actividad filosófica y los puntos de vista acerca delsignificado y la relación entre lenguaje y realidad del Wittgen

stein tardío, pueden dejar todavía en el lector un sentimientode decepción: «¡Pero si no se ha explicado nada! Se han dadosólo ejemplos superficiales, pero no se ha llegado a tocar ElProblema de la Verdad, el cual yace mucho más profundo quetales ejemplos triviales».

Con el fin de defender lo que hemos dicho sobre la noción

de verdad de esta perspectiva, desde la cual se espera encontrar cierto tipo de explicaciones, hemos querido confrontarlauna vez más con la perspectiva que se ha adoptado en estetrabajo. Para ello, y asimismo para aclarar más y subrayaralgunos puntos centrales de este trabajo, recurrimos al siguiente diálogo en el que imaginamos una posible discusión entreun lector decepcionado, D, y uno no decepcionado, L (¡esosuponiendo muy optimistamente que haya por lo menos doslectores de este trabajo, que haya uno no decepcionado y quehayan llegado hasta este punto en la lectura!).

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RAÚL MELÉNDLZ ACUÑA

D: Me parece que luego de este largo ejercicio -demasiado wittgensteiniano para mi gusto y por ello muy teñido con

un problemático, yo diría más aún: inaceptable, tono relativista- el problema de la verdad no ha sido tocado todavía.Los ejemplos dados tienen que ver solamente con la cuestiónpráctica de cómo nos las arreglamos en diferentes situacionespara tratar de establecer lo verdadero. Pero ellos no se aproximan ni de lejos al problema teórico, este sí de auténtica relevancia filosófica, de cómo definir y explicar en general lanoción de verdad que subyace a tales ejemplos, por lo menosa los que están bien dados. Se muestra de manera superficialcierta diversidad en nuestros procedimientos de verificación.Sin embargo, no se va más allá, para dar cuenta de la noción

misma de Verdad a la que se quiere llegar a través de talesprocedimientos.L: Es justamente ese perderse más allá buscando explica

ciones profundas y universales lo que se ha querido evitar. Eltipo de comprensión que se busca aquí acerca del concepto deverdad se logra en lo que usted menosprecia como la super

ficie, es decir, observando, describiendo y resaltando la diversidad de las maneras concretas que, de hecho, se emplean encontextos diferentes para distinguir lo verdadero de lo falso.Se juzga, o más bien se descalifica, tal diversidad como algoimpuro y engañoso que encubre una subyacente Verdad profunda, general, común, esencial. Pero tal vez sea precisamen

te su aspiración a esta Verdad idealizada lo que nos engaña.Al desviar nuestros ojos hacia el cuestionable ideal que siempre parece ocultársenos, no vemos ya lo que, liberados de esteideal, podríamos apreciar con claridad: nuestros usos de losconceptos ‘verdadero’ y ‘falso’ en la ‘superficie’, esto es, en las

circunstancias concretas y familiares, en las que ellos funcio

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nan efectivamente. Extraída de los juegos de lenguaje en losque se emplea efectivamente, una pretendida noción de ver

dad completamente general y no contaminada por nuestrosmétodos concretos de verificación no parece poder enraizaren algo que le dé vida.

D: Ud. piensa que yo estoy tratando de perseguir idealesremotos. ¡No! lo único que yo echo de menos es una explicación general que justifique el que se hable de verdad en todoslos diferentes casos concretos en que se use correctamente estanoción, que los unifique cobijándolos bajo una caracterizaciónque sintetize lo común a ellos. Esto sí permite comprender laaparentemente caótica diversidad de usos del concepto, que sequiere describir tan prolijamente en este trabajo, pues com

prender es abstraer, generalizar, unificar lo diverso.L: Eso es sólo el tipo de comprensión que usted desearíaalcanzar, pero no el único, ni el que deba buscarse siempre,en todos los casos. En ciertos casos la aspiración a tal comprensión general puede, por el contrario, oscurecer lo que setrata de entender claramente ¿Cuántos discursos que preten

den ser lo más generales y puros, por ejemplo algunos discursos sobre el Ser en cuanto Ser, no terminan por ser losmenos esclarecedores? El mismo riesgo corren los intentosde formular teorías acerca del concepto de Verdad en toda sugeneralidad (Verdad en cuanto Verdad, podríamos decir, independientemente de las maneras concretas, habituales, yestas sí claramente significativas, como usamos el concepto).Resaltar lo diverso, en vez de reducirlo a una explicación general, puede damos otro tipo de comprensión y claridad. Peroel anhelo de universalidad nos lleva a sentimos insatisfechoscon él, a echar de menos las teorías, las explicaciones genera

les, los fundamentos últimos. La dificultad principal radica

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entonces en resistir tal deseo, en liberarse de su dominio. Setrata, pues, de una «dificultad de la voluntad y no del entendi

miento» (ver VB, 1931, p. 474}.D: No todas las explicaciones generales tienen que caer

ineludiblemente en oscuridades metafísicas. Es innegable quelas ciencias se han valido de explicaciones generales y teoríasque han resultado ser muy fecundas.

L: De acuerdo, pero no por ello la filosofía tiene que imitar las explicaciones científicas. La filosofía puede concebirsede otra manera y a través de ella pueden perseguirse otrospropósitos, entre ellos un propósito crítico y terapéutico que seoponga a hacer de ella una actividad explicativa y teorizantede tipo científico.

D: ¡Sí, claro, puede concebirse de otra manera, puede abandonarse en ella, como lo hace Wittgenstein, toda reflexión seriay limitarse a la mera enumeración de ejemplos triviales e irrelevantes!

L: Tales ejemplos cumplen una función terapéutica. Conellos se trata de disolver malentendidos filosóficos que surgen,

en muchos casos, precisamente de la inclinación a teorizar enfilosofía a la manera de las ciencias naturales. Cumplida talfunción crítica y terapéutica ellos pueden ofrecer una comprensión diferente, una manera diferente de ver las cosas: loque Wittgenstein llama una visión panorámica o Übersicht delos usos de un concepto. Pero si se los juzga todavía bajo su

perspectiva (si ellos no han logrado provocar o conducir a unaactitud, una mirada diferentes) no pueden parecer sino irrelevantes.

D: Volvamos, por favor, al asunto de la verdad. Creo quecon respecto a este asunto concreto esa visión panorámica de

los usos del concepto es muy insuficiente. Si bien es cierto que

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tales usos son, en la práctica, muy diversos, esta diversidadatañe solamente al problema de la verificación. Con los dife

rentes criterios de verificación que empleamos, por diversosque sean, se debe tratar de establecer siempre lo mismo: loverdadero. Las reflexiones filosóficas serias sobre la verdaddeben dar, entonces, una respuesta a la pregunta fundamental: ¿En qué consiste esencialmente ese «ser verdadero», que sebusca establecer mediante tales criterios? Algunos de nuestrosprocedimientos de verificación pueden ser más adecuadosque otros. Algunos son muy inadecuados, hasta irracionales,como se muestra en los ejemplos de la intuición vaga de unpadre acerca de los sentimientos de su hija, o de las experiencias místicas de un fanático religioso a través de las cuales el

quiere llegar a verdades divinas reveladas, o de los prejuiciosde un Inquisidor intolerante que juzga las opiniones de alguien a quien considera un hereje. Sólo si sabemos qué quieredecir en esencia ‘ser verdadero’ podemos determinar si ciertos procedimientos de verificación son o no adecuados. Si, porejemplo, se explica que la verdad es, en general, la concor

dancia con los hechos y se aclara en qué consiste esa concordancia, entonces podemos saber qué criterios son correctospara establecer si ella se da o no. En todo caso, verdadero noes todo aquello que resulte de nuestros procedimientos de verificación, suponiendo que se los emplea bien. No son elloslos que definen lo verdadero, sino lo verdadero, que es inde

pendiente de ellos, es lo que se trata de descubrir usándolos.Nuestros criterios de comprobación deben, entonces, ajustarse a una noción previa y general de verdad. Pensar queuna mera descripción de los usos de diversos criterios ya nosda una comprensión del concepto de verdad es como poner

el carruaje delante de los caballos.

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L: En lo que ud. dice ya se muestra claramente cuál es elsupuesto básico que no compartimos: ud. asume que hay una

noción de verdad que es independiente de las maneras comoestablecemos la distinción entre verdadero y falso en distintos

 juegos de lenguaje. Quizá ud. crea, además, que tal nociónindependiente de verdad es absoluta, eterna e inmutable. Perouna noción de verdad como la que ud. asume no juega ningúnpapel en nuestras consideraciones. Las Verdades que pudierantener el «honor» de yacer eterna e inmutablemente más allá denuestras maneras relativas, contingentes, históricas de tratar dedeterminarlas, son, por poseer tal dudoso honor, inaccesiblespara nosotros. ¿Cómo contemplarlas sin manchar su purezacon nuestros contingentes y falibles procedimientos? Pues bien,

dejémoslas quietas en su cielo inaccesible y ocupémonos, másbien, de tales procedimientos impuros, pero que son, de hecho, aquello con lo que sí contamos; aquello que podemostratar de comprender mejor en su diversidad y relatividad,

D: Pero su postura lleva a negar el carácter objetivo de laverdad. Y si no hay una verdad objetiva, sino sólo procedi

mientos de verificación en los que la verdad se crea o se inventa y no se descubre, entonces cada quien podría inventarsela verdad que se le antoje y, más grave aún, actuar de acuerdo con ello. Y usted no me dirá que ignora los peligros quecomporta esa postura extremamente relativista.

L: La postura que se defiende aquí está muy lejos de éseextremo al que usted quiere forzarla. Negar que haya una noción universal de verdad que sea independiente de nuestrasmaneras de aplicarla, no lleva de ninguna manera a esa postura extrema en la que se niega el carácter objetivo de la verdad. Nuestras maneras de usar el concepto de verdad no son,

en absoluto, arbitrarias, ni subjetivas o personales, como usted

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trata de caricaturizarlas. En los juegos de lenguaje en los quesea importante distinguir entre lo verdadero y lo falso hay

reglas o criterios objetivos que rigen nuestras maneras de hacer esas distinciones. Quien se aparte de tales reglas y criterios para usar el concepto de verdad de la manera que se leantoje (como ud. lo expresa) y no de la manera que vale dentro del juego de lenguaje como la correcta, se margina del

 juego. Hay, sin duda alguna, dentro de un juego de lenguajeconcreto, maneras totalmente objetivas -en el sentido de sercompartidas, de que coincidimos en su empleo- de establecersi se usa correctamente el concepto de verdad. Hay razonesobjetivas para tomar tal enunciado y no aquél como verdadero. Pero las reglas que empleamos para establecer lo ver

dadero son relativas al contexto y al tipo de proposición deque se trate. Lo que se rechaza es la idea de que haya una noción absoluta de verdad que determine el uso del concepto‘verdadero’ en todas las circunstancias posibles. Esto no obliga, sin embargo, a renunciar al carácter objetivo {y a la vezrelativo) de dicha noción.

D: Con una persona que vé las cosas de la manera comoud. las ve me parece muy difícil discutir.

L: Es difícil mientras ud. siga creyendo que su perspectivaes la correcta en un sentido absoluto. La labor terapéutica quese pretende realizar aquí ha resultado ser insuficiente en sucaso. Pero tal vez este diálogo es sólo una primera dosis; espe

ro que podamos seguir discutiendo acerca de estos asuntos.Hasta luego.

D: Sí, tal vez podamos volver algún día sobre estos asuntos. Hasta luego y gracias, pero no creo necesitar de ningunaterapia.

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Bibliografía 

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índice 

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Presentación  9

Introducción general  19

Capítulo1

:Verdad como correspondenciaen el Tractatus  27

Introducción  29I. La ontología del Tractatus.

Cómo es la realidad que reflejamosen el espejo del lenguaje 33

II. Las proposiciones como pinturas.Cómo es el espejo en el que reflejamos la realidad 5 8

III. Lo que no puede decirse, sino sólo mostrarse.Cómo es la relación entre la realidad y su reflejoen el espejo del lenguaje  77

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Capítulo 2:Bajando al viejo caos.El abandono de las concepcionesdel Tractatus y el surgimientode una nueva perspectiva 89

Introducción 9 1I. Mirada retrospectiva al ideal de pureza cristalina 92II. Regreso al terreno áspen 102III. Seguir una regla 125

Capítulo 3:Verdad sin fundamentos 157

Introducción 159I. Regreso a la cuestión de la armonía

entre lenguaje y realidad 163II. Verdad sin teorías o definiciones generales 182

 A. ¿Verdad como correspondencia en un nuevo sentido? 183B. ¿Verdad como utilidad práctica? 193C. ¿ Verdad y necesidad por convención ? 2 03D. ¿Verdad como coherencia? 213III. Verdad y relatividad 220

Epílogo:Una conversación sin testigos 249

Bibliografía 270

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