ramón y cajal

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Health & Medicine


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Su padre le forzó a ser médico. Ingresóen la sanidad militar y fue destinado a Cuba, donde contrajo el paludismo. En el extranjero hubo intentos de desprestigiar sus descubrimientos sobre células nerviosas. Sólo cuando ganó el Nobel, España descubrió que tenía un sabio.

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Si hubiera tenido un padre menos bruto, no habría heredado un espíritu tan soberbio. Era don Justo Ramón, padre de Santiago, un carácter tan tremendo que sólo oponiéndole una obstinación aún mayor era posible un desarrollo individual. Sin su padre, Cajal habría sido cualquier otra cosa, sin duda importante, pero no el investigador, el científico que llegó a ser. Porque si el talento puede ser natural, la voluntad se forja y el espíritu se templa contra los obstáculos. Y don Justo fue como una peña: obstáculo y elevación sobre una perspectiva vital durísima, plana, árida, un yermo donde sólo crecía la necesidad.

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Su adolescencia fue un contínuo tira y afloja entre la voluntad paterna y sus ensoñaciones líricas o épicas, según le diera por ser general o pintor. Le gustaba la soledad, meterse en los montes, cultivar una cierta misantropía. Ganábale terreno una ambición sin objeto, una curiosidad desbocada, un afán de saber que iba más allá de la barbería y la cirugía. Pero su padre lo arrastraba. Lo introdujo en la anatomía con apenas 16 años y, cuando consiguiótrasladarse a Zaragoza como médico de la Beneficencia, lo matriculó en la universidad. Cursó medicina sin sosiego, entró en la sanidad militar y quiso el destino que su regimiento fuera llamado a formar en el ejército expedicionario que partió hacia Cuba en 1874. Apenas un año después, Cajal cayógravísimamente enfermo de paludismo, pero, devuelto a España, sobrevivió. La enfermedad no le abandonó del todo y retornó como hemoptisis, de la que curó en Panticosa el día en que decidió no ser un enfermo.

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En 1883 consiguió por fin la cátedra de Medicina de Valencia. Aunque había publicado ya un estudio sobre las terminaciones nerviosas de los músculos, era un desconocido. Mientras su familia crecía -Santiago, Luis, Paula, Jorge, Enriqueta-, él pasaba los días y no pocas noches volcado sobre el microscopio. Sus intentos de entrar en una cierta vida social no sobrepasaron el Ateneo. Estaba solo y carecía de medios para investigar. Fueron años a la vez luminosos y sombríos, de conocimiento sin reconocimiento, en los que su primitiva afición a pintar, extendida a la naciente fotografía, le consolaba de la aridez de la observación pura. Pero ahí, en la angostura del laboratorio, encontraba por fin horizonte para su ambición. Trabajó sobre el microbio del cólera y combatió también como médico la enfermedad. Firmaba artículos con el seudónimo de Doctor Bacteria y, siempre por su cuenta, perfeccionó el método de observación de Golgi, canónico en Europa. Mientras se creaba la primera cátedra de Histología en España, Cajal, que había aprendido un rudimentario alemán y un inglés elemental para completar su pobre francés, veía cómo sus primeras investigaciones sobre el sistema nervioso se publicaban en las revistas científicas germanas. Son años de roturación y siembra; también de supervivencia. En 1889 publica su Manual de Histología; en 1891, doña Silveria le da otra hija, Pilar; en 1892, consigue la cátedra de Madrid y brujulea en busca de tertulia: desembarca en la del Café Levante pero acaba fondeando en la del Suizo.

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Lo esencial de su trabajo, equivalente a la investigación mundial de 50 años, según algunos científicos, es el descubrimiento de la neurona y la clarificación de su estructura y funciones en el sistema nervioso, acabando con la teoría reticular que hasta entonces reinaba y cambiando por completo la idea que se tenía sobre ese ámbito. Pocas veces un descubrimiento ha ido tan a contrapelo de lo que se sabía a tan en contra de lo que se creía. De hecho, tanto en el extranjero como en España, Cajal padeció hasta el final de su vida intentos de acabar con su teoría y de desprestigiar su tarea. También la envidia, que no es una costumbre de la comunidad científica actual sino una vetusta tradición, lo distinguióde forma sañuda y señalada. Pero a lo más que llegaba era a indignarse, nunca a afligirse. Cuando corrió la noticia del Nobel, que a Cajal no le convencía mucho, España descubrió de pronto que tenía un sabio. No un científico, sino el científico por antonomasia, por no decir el único. Cajal es víctima de la curiosidad nacional: le ponen su nombre hasta a las gaseosas y enferma del estómago por culpa de los banquetes. Tendrán que pasar varios años para que su vida se sosiegue, recupere su vocación académica y forje una escuela que continúe sus enseñanzas. Los barquinazos de la Restauración le preocupan mucho, ya que una cierta paz ciudadana era necesaria para su ideal de reforma y modernización social, a la que Cajal aportaba la noción del patriotismo modernizador de la Ciencia como vocación y necesidad pública.

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En 1922 publicó sus Charlas de café, que acrecentaron su popularidad. Multitud de jóvenes lo tomaron por modelo, y su ejemplo o el de su gloria hicieron por despertar vocaciones más que 100 campañas gubernamentales. Nunca quiso ser ministro de Educación -Moret se lo propuso antes del Nobel- y, tras la dictadura, apoyó a la Agrupación al Servicio de la República, de efímera vida y nula eficacia. En 1930 quedóviudo y se dedicó por completo a la fundación de instituciones de educación como la Escuela Nacional de Sanidad o el Instituto Cajal para la Investigación. Vivió sus últimos años preocupado por la suerte de España, que veía cada vez más abocada al barranco, y murió el 17 de octubre de 1934, tras publicar El mundo visto a los 80 años y sin ver la guerra Civil. Menos mal, Para el descubridor de las neuronas habría sido letal ver cómo funcionaban en las cabezas o testas españolas en 1936, justo tres décadas después de su reconocimiento universal.

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