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¿é es la propiedad? Investigaciones sobre el principio del dereo y del gobierno Pierre-Joseph Proudhon 1840

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¿Qué es la propiedad?Investigaciones sobre el principio del derecho y

del gobierno

Pierre-Joseph Proudhon

1840

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Índice general

Prólogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 6

Capítulo I. Método seguido en esta obra. — Es-bozo de una revolución 23

Capítulo II. De la propiedad considerada comoderecho natural. — De la ocupación y de laley civil como causas eficientes del derechode propiedad 68Definiciones . . . . . . . . . . . . . . . . . . 68I. — De la propiedad como derecho natural . 72II. De la ocupación como fundamento de la

propiedad . . . . . . . . . . . . . . . . . 85III. — De la ley civil como fundamento y san-

ción de la propiedad . . . . . . . . . . . 111

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Capítulo III. Del trabajo como causa eficientedel derecho de propiedad 132I. — La tierra no puede ser apropiada . . . . . 138II. — El consentimiento universal no justifica

la propiedad . . . . . . . . . . . . . . . 145III. — La propiedad no puede adquirirse por

prescripción . . . . . . . . . . . . . . . 146IV. — Del trabajo. — El trabajo no tiene por

sí mismo ninguna facultad de apropia-ción sobre las cosas de la naturaleza . . 158

V. — El trabajo conduce a la igualdad en lapropiedad . . . . . . . . . . . . . . . . . 167

VI. — Que en la sociedad todos los salariosson iguales . . . . . . . . . . . . . . . . 182

VII. — La desigualdad de facultades es lacondición necesaria de la igualdad defortunas . . . . . . . . . . . . . . . . . 193

VIII. — Que en el orden de la justicia, el tra-bajo destruye la propiedad . . . . . . . 221

Capítulo IV. La propiedad es imposible 225Axioma. — La propiedad es el antiguo derecho

señorial de albarranía que el propietariose atribuye sobre una cosa marcada porél con su insignia. . . . . . . . . . . . . 228

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Primera proposición: La propiedad es impo-sible, porque de nada exige algo. . . . . . 236

Segunda proposición: La propiedad es impo-sible, porque donde es admitida, la pro-ducción cuesta más de lo que vale. . . . . 246

Tercera proposición: La propiedad es impo-sible, porque sobre un capital dado, laproducción está en razón del trabajo, noen razón de la propiedad. . . . . . . . . 253

Cuarta proposición: La propiedad es imposi-ble, porque es homicida. . . . . . . . . . 259

Quinta proposición: La propiedad es imposi-ble, porque la sociedad se devora con ella. 268Apéndice a la quinta proposición . . . . 285

Sexta proposición: La propiedad es imposible,porque es madre de la tiranía . . . . . . 302

Séptima proposición: La propiedad es impo-sible porque al consumir lo que recibe, lopierde; al ahorrarlo,lo anula y al capita-lizarlo, lo emplea contra la producción. . 305

Octava proposición: La propiedad es imposi-ble, porque siendo infinito su poder deacumulación, sólo actúa sobre cantida-des limitadas. . . . . . . . . . . . . . . . 314

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Novena proposición: <em>La propiedad esimposible, porque es impotente contrala propiedad. . . . . . . . . . . . . . . . 317

Décima proposición: La propiedad es imposi-ble, porque es la negación de la igualdad. 323

Capítulo V. Exposición psicológica de la ideade lo justo e injusto y determinación delprincipio de la autoridad y del derecho 326Primera parte . . . . . . . . . . . . . . . . . . 327

I. — Del sentido moral en los hombresy en los animales . . . . . . . . 327

II. — Del primero y del segundo gradode sociabilidad . . . . . . . . . 335

III. — Del tercer grado de sociabilidad . 347Segunda parte . . . . . . . . . . . . . . . . . 365

I. — De las causas de nuestros errores:origen de la propiedad . . . . . 365

II. — Caracteres de la comunidad y dela propiedad . . . . . . . . . . . 378

III. — Determinación de la tercera for-ma social. Conclusión . . . . . 408

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Prólogo

“No pertenezco a ningún partido ni camarilla; notengo adeptos, ni colegas, ni compañeros. No he crea-do ninguna secta; aun cuando me lo ofrecieran, recha-zaría el papel de tribuno por la simple razón de queno deseo esclavizarme”. Esto declaraba Proudhon en1840, poco después de la publicación de su Obra ¿Quées la propiedad?, la que habría de darle fama, amén deubicarlo entre los más grandes pensadores socialistasdel siglo diecinueve.

Henos aquí ante una de esas paradójicas declaracio-nes en que tanto se complacía Proudhon, pues en ellahay verdad y no la hay. Durante el cuarto de siglode su carrera de filósofo revolucionario fue siempreuna figura solitaria, que no adhirió a ningún partido,no creó ningún movimiento formal para propagar susideas y trató de ser rechazado antes que aceptado. Nofue puramente maliciosa la definición que de él hizoVictor Considérant: “Ese extraño hombre empeñadoen lograr que nadie compartiera sus puntos de vista”.Le gustaba desconcertar no sólo a los burgueses sinotambién a los demás socialistas; y gran deleite le diorecibir en los días más tormentosos de la revoluciónde 1848 el mote de “l’homme terreur”.

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Sin embargo, las ideas de Proudhon fueron tan vigo-rosas que fertilizaron a muchos movimientos posterio-res. “Proudhon es el maestro de todos nosotros”, dijosu formidable admirador ruso Miguel Bakunin, por cu-yo intermedio pasaron aquellas ideas al movimientoanarquista histórico. La Primera Internacional nacióprincipalmente por los esfuerzos de los trabajadoresfranceses, para los que la palabra de Proudhon era elevangelio revolucionario, y fue destruida por la grandisputa entre quienes apoyaban al socialismo liberta-rio del tipo que él propiciaba y quienes aceptaban elpatrón autoritario concebido por KarlMarx.Más tarde,también a impulsos de anarcosindicalistas que se guia-ban por las teorías de Proudhon sobre la acción de laclase trabajadora, surgió la CGT, el gran movimientogremial francés, ahora prisionero del Partido Comunis-ta. Del mismo modo, en España no sólo los anarquis-tas sino también los federales de 1870 recibieron la in-fluencia de sus enseñanzas, al igual que los narodniksde Rusia. Kropotkin, Herzen y Sorel se confesaban dis-cípulos de Proudhon. Baudelaire lo apoyó durante larevolución de 1848; Sainte-Beuve (C. A. Sainte-Beuve,Proudhon, su vida y su correspondencia, Ed. America-lee) y Flaubert lo admiraban por su prosa francesa clá-sica. Gustave Coubert forjó sus teorías en un arte que

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aspiraba a expresar los anhelos del pueblo; Péguy su-frió su influencia; hasta Tolstoi lo estudió y tomó eltítulo y buena parte de los fundamentos teóricos de suobra maestra, La guerra y la paz, del libro de Proudhonintitulado La Guerre et la Paix.

Este férreo individualista, que desdeñaba ganaradeptos y no obstante ejerció tan amplia y duraderainfluencia en su época y después, nació en 1809 en lossuburbios de Besanzon. Sus padres eran de extraccióncampesina y provenían de las montañas del FrancoCondado, rincón de Francia cuyos naturales son famo-sos por su fuerte espíritu de independencia: “Soy dela más pura piedra jurásica”, expresó en una oportuni-dad. El padre era tonelero y cervecero, y su cerveza eramuy superior a sus habilidades comerciales. Siempreque fracasaba en alguna de sus aventuras económicas,cosa bastante frecuente, la familia regresaba a la gran-ja ancestral. Proudhon recuerda una infancia austeraaunque en muchos aspectos idílica.

“En casa de mi padre, nos desayunábamoscon potaje demaíz; al mediodía comíamospatatas y por la noche, tocino. Y así todoslos días de la semana. Pese a los econo-mistas que tanto ensalzan la dieta ingle-

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sa, nosotros, con esa alimentación vegeta-riana, nos manteníamos gordos y fuertes.¿Sabéis por qué? Porque respirábamos elaire de nuestros campos y vivíamos delproducto de nuestros propios cultivos”.

Hasta el fin de sus días, Proudhon siguió siendo enel fondo de su corazón un campesino que idealizó lascondiciones duras pero satisfactorias de su niñez. Es-to influyó sobre su enfoque de la vida al punto que suimagen de una sociedad digna incluyó siempre comopunto de partida el que cada granjero tuviera derechoa usar la tierra que podía cultivar y cada artesano con-tara con el taller y las herramientas necesarias paraganarse el sustento.

A su incapacidad comercial, el padre de Proudhonunía una pasión por el litigio. La educación de Pierre-Joseph en el colegio de Besanzon, donde se lo veía an-dar con sus ruidosos zuecos campesinos en medio delos bien calzados niños de familias adineradas, fue in-terrumpida bruscamente cuando la familia se hundióen la bancarrota a consecuencia de un fallo judicialadverso. Entonces, lo enviaron a una imprenta comoaprendiz, cambio de suerte del que se enorgullecía por-que hizo de él un artesano y no un dependiente o un

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abogado. “Todavía recuerdo”, escribió mucho despuésde haber dejado el taller para tomar la pluma de es-critor, “aquel grandioso día en que mi herramienta detipógrafo se convirtió en símbolo e instrumento de milibertad”. La imprenta le permitió adquirir el sentidode independencia que da un oficio bien aprendido yfue también su segunda escuela: allí aprendió hebreo yperfeccionó su latín y griego, mientras ponía en letrasde molde las obras de los teólogos que infestaban losseminarios de Besanzon; allí entró en contacto direc-to y personal con las tradiciones del socialismo cuan-do conoció al excéntrico Charles Fourier, su celebra-do coterráneo, con cuyo pensamiento se familiarizó alsupervisar la impresión de Le Nouveau Monde Indus-triel et Sociétaire, esa extraña obra maestra de tan nota-ble influencia. Posteriormente, por amor a la libertad,Proudhon rechazaría la forma utópica de socialismo deFourier, con sus falansterios o comunidades planeadas;“durante seis semanas estuve cautivado por ese singu-lar genio”, recuerda.

Mientras trabajaba en la imprenta, Proudhon hizosu primera publicación. Tratábase de un ensayo filo-sófico más bien ingenuo que llamó la atención de laAcademia de Besanzon, y por cuyos méritos se le acor-dó la Pensión Suard, que le permitió estudiar y vivir,

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no sin penurias, en París, en tanto escribía su primer li-bro importante: Qu’est-ce que la Propriété? (¿Qué es lapropiedad?). Aparecido en 1840, fue sólo el principiode una larga serie de obras, producto de toda una vidadedicada a escribir con fervor.

Proudhon no fue un simple teórico de escritorio, si-tuación a la que se vio reducido en sus últimos años,cuando así se lo impuso su mala salud. A su manera,con la independencia que lo caracterizaba, cumplió unpapel activo en los dramáticos sucesos de su época. Laedición de ¿Qué es la propiedad? le ganó fama en loscírculos radicales de la Europa de entonces, y durantela primera parte de la década de 1840 entabló relacióncon muchos de los hombres que luego tendrían actua-ción fundamental en el movimiento socialista. Marx,Bakunin y Alexander Herzen se encontraban exiliadosen París; vivían enmiserables y escondidos cuartuchosdel Barrio Latino, también barrio de Proudhon. Pron-to se hicieron amigos y pasaban días y hasta nochesanalizando las tácticas de la revolución y la filosofíade Hegel, así como las ideas de los hegelianos de iz-quierda, grupo que en esos momentos estaba a la ca-beza del socialismo francés. La amistad con Bakunin yHerzen fue duradera; ambos trasladarían las ideas deProudhon a campos más amplios que el movimiento

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revolucionario francés: Bakunin, al anarquismo inter-nacional y Herzen, al populismo ruso. La relación conMarx fue cauta y temporaria. Éste saludó con alboro-zo la publicación de ¿Qué es la propiedad?, de la cualdijo que era una “obra profunda” y “el primer estudiocientífico vigoroso y decisivo” que se hubiera hechosobre el tema. Fue uno de los primeros escritores nofranceses que reconoció la importancia de Proudhon,a quien se esforzó por reclutar en las filas del comunis-mo internacional que él y Engels trataron de estable-cer en los años anteriores a 1848. En la corresponden-cia que intercambiaron durante1846, Proudhon expre-só claramente su opinión acerca del dogmatismo repre-sivo con que Marx encaraba el socialismo. Hay en suúltima misiva un pasaje clave que señala el verdaderocomienzo del conflicto de personalidades e ideas quedividió al movimiento socialista del siglo XIX y que,cuando Bakunin ocupó el lugar de Proudhon como vo-cero del socialismo libertario, culminó con la rupturadefinitiva entre los movimientos anarquista y comu-nista.

“Investiguemos juntos, si así lo deseáis” (le dice aMarx), “las leyes de la sociedad, estudiemos cómo to-man forma y por qué proceso lograremos descubrirlas;pero, por Dios, después de destruir todos los dogmatis-

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mos a priori, no soñemos, a nuestra vez, en adoctrinaral pueblo… Aplaudo de todo corazón vuestra idea desacar a luz todas las opiniones; realicemos una polé-mica recta y leal; demos al mundo el ejemplo de unatolerancia ilustrada e inteligente, pero, no por estar ala cabeza de un movimiento, hemos de erigirnos enjefes de una nueva intolerancia, no nos pongamos enapóstoles de una nueva religión, aun cuando ella seala religión de la lógica, la religión de la razón. Unámo-nos para fomentar toda protesta y condenar todo ex-clusivismo, todo misticismo; nunca consideremos unacuestión totalmente agotada, y cuando hayamos usa-do nuestro último argumento, comencemos de nuevo,de ser necesario, con elocuencia e ironía. Sólo con esacondición me uniré gustoso a vosotros. De otra mane-ra, ¡no!”

Profundamente ofendido, por reconocer en estas pa-labras de Proudhon un reproche a su propia intoleran-cia, Marx nunca respondió. En rigor, contestó de otramanera cuando, en 1847, publicó un libro —La miseriade la filosofía— en el que atacó con saña a Proudhon yrompió definitivamente todo vínculo con él.

Proudhon no se cuidó demasiado del ataque deMarx, el que sólo mereció un par de líneas en su diario,donde leemos esta lacónica observación: “¡Marx es el

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gusano del socialismo!”. En esos momentos, su princi-pal preocupación era difundir al máximo sus propiasideas sobre el socialismo, pues ya Francia se encami-naba hacia la revolución de 1848. Consideró necesa-rio lanzar un periódico; y fue así como, a los pocosdías de haber ayudado a levantar las barricadas de unarevolución. que, a su juicio, se había “hecho sin ideas”,fundó Le Représentant du Peuple, primero de una seriede cuatro periódicos que, en total, vivieron algo másde dos años y medio y murieron uno tras otro porquela rectitud de Proudhon era excesiva, incluso para esosdías revolucionarios. El pueblo compraba cada númerocon entusiasmo, pero las autoridades se asustaron tan-to de su popularidad que no sólo suprimieron sus pu-blicaciones, sino que además, en 1849, lo condenarona tres años de prisión por injuriar al nuevo príncipe-presidente, Louis Napoleón, que se disponía a recrearel imperio napoleónico.

Antes de ser, enviado a prisión, Proudhon llegó aocupar una banca en la Asamblea Nacional, donde pro-vocó un escándalo al presentar unamoción que estima-ba contribuiría a los deseados fines de la revolución:propuso que se abolieran las rentas, con lo cual la pro-piedad quedaría reducida a una simple posesión. Alotorgarse una moratoria parcial sobre arrendamientos

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y deudas, se daría a los propietarios la oportunidad “decontribuir, por su parte, a la obra revolucionaria, sien-do ellos responsables de las consecuencias de su nega-tiva”. Cuando sus colegas pidieron a gritos una explica-ción, Proudhon hizo una de sus históricas definiciones.“Significa”, dijo a la Asamblea, “que en caso de negati-va, nosotrosmismos procederemos a la liquidación, sinvosotros”. A los gritos de “¿qué queréis decir con voso-tros?” respondió: “Si usé esos dos pronombres, vosotrosy nosotros, está claro que yo me identifiqué con el pro-letariado y a vosotros os identifiqué con la clase bur-guesa”. “¡Es la guerra social!”, vociferaron los irritadosmiembros de la Asamblea, que rechazaron la proposi-ción por 691 votos contra 2. Proudhon se vanaglorióde constituir semejante minoría y hasta se dice que ledisgustó que ese solitario amigo votara lealmente conél.

En rigor, aunque con esto Proudhon dejó perfecta-mente sentada su idea de que la revolución debía to-mar la forma de una lucha de clases, en la cual lostrabajadores encontraran su propio camino hacia la li-bertad, nunca fue un revolucionario violento. El armacon que quiso promover el cambio social fue el tan po-co mortífero Banco Popular, institución de crédito mu-tuo para productores que, al proporcionar a éstos sus

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propios medios de intercambio, con el tiempo llegaríaa minar el sistema capitalista. A pesar de sus 27.000adherentes, el Banco Popular, creado en 1848, se fun-dió cuando Proudhon fue encarcelado. La prisión nointerrumpió sus actividades literarias, gracias a la in-dulgencia con que se trataba a los presos políticos enla Francia del siglo XIX: se les permitía recibir los li-bros, visitantes y alimentos que desearan, podían salirbajo palabra, una vez por semana. En los tres años queduró su condena, escribió tres libros, siguió editandosus periódicos hasta su prohibición definitiva, se casóy tuvo un hijo.

Una vez libre (1852), no tardó en verse nuevamenteen dificultades. El régimen autocrático de Napoleón IIIhabía desterrado, encarcelado y acallado a la mayoríade los socialistas; Proudhon, que se negaba a guardarsilencio, se erigió prácticamente en el único vocero dela izquierda independiente. En 1858, al publicarse suimpresionante obra De la Justice dans la Révolution etdans l’Église, se le inició juicio por atacar a la Iglesia yal Estado. Esta vez, en lugar de aceptar la sentencia decinco años de cárcel, huyó a Bélgica, donde permane-ció hasta 1862, fecha en la que retornó a París, ciudaddonde pasaría sus dos últimos años de vida.

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En la etapa final de su existencia, Proudhon escri-bió sobre diversos temas, desde el federalismo hastalos principios de la pintura. Mas su preocupación pri-mera era convencer al pueblo para que no participaraen las elecciones con las que Napoleón III trataba dedar validez a su régimen, con lo cual inició la prácticaanarquista de abstención electoral; al mismo tiempo,desarrolló su teoría de que los trabajadores en nada sebeneficiaban al dar su apoyo a partidos organizadospor individuos de otras clases y que debían tomar con-ciencia de su poder político y crear ellos mismos losorganismos necesarios para producir el cambio social.“os digo con toda la energía y tristeza de mi corazón:separaos de aquellos que se han apartado de vosotros”.Los trabajadores comenzaron a aceptar estos argumen-tos, de manera que, a fin de cuentas, este hombre, queno deseaba crear ningún partido, llegó a ganar la ad-hesión de muchos y vivió lo suficiente como para oírque la Internacional había sido creada principalmentepor los proudhonianos.

¿Qué es la propiedad? ocupa un lugar especial den-tro de esa carrera que hizo de Proudhon una figuratan fundamental y fecunda dentro del socialismo eu-ropeo. El libro, según lo conocemos hoy, consiste endos trabajos separados: ¿Qué es la propiedad?, apareci-

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do originariamente en 1840, y Carta al señor Blanqui,publicado en 1841. Louis-Adolphe Blanqui, parientedel famoso conspirador, era un economista que criticóla primera obra de Proudhon; pero la Carta, más queuna réplica, en realidad cumple el propósito de llenarlas lagunas que pudieron haber quedado en ¿Qué es lapropiedad?

¿Qué es la propiedad? produjo gran revuelo con surespuesta a la pregunta del título: “¡La propiedad esun robo!”, frase que llegó a convertirse en máxima portodos citada; una máxima a la que los anarquistas, yotros, darían vueltas y revueltas en sus polémicas, yque siempre rondaría cual albatros verbal en torno dela reputación de su creador.

Paradójicamente, Proudhon no usó tan audaz expre-sión en su sentido literal, sino sólo para darmás énfasisa su idea. Con el término “propiedad” designó lo quemás tarde llamaría “la suma de sus abusos”. Quiso se-ñalar lo injusto de la propiedad, como bien usado porel hombre para explotar el trabajo de otros, sin aportarel esfuerzo propio, de la propiedad que se caracterizapor rendir intereses y rentas y permitir imposicionespor parte del que no produce sobre el que produce. Encambio, la propiedad como “posesión”, el derecho deun hombre a disponer de su vivienda, de la tierra y

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las herramientas que necesita para vivir, eso era paraProudhon lo justo, la piedra fundamental de la liber-tad. Reprobaba el comunismo sobre todo porque éstebuscaba la destrucción de esta forma de propiedad.

Tras ver los inconvenientes de la propiedad en suacepción común y del comunismo, Proudhon llegó a laconclusión de que la única organización social, capazde otorgar al hombre el derecho de gozar del productode su trabajo, era la basada en la “libertad”. Arribó asía otra célebre definición, pues después de examinar lasdistintas formas de gobierno, declaró no ser “democrá-tico” sino “anarquista”. Con esto no quiso dar a enten-der que propugnaba el caos político: creía en la exis-tencia de una justicia inmanente que el hombre habíapervertido con la creación de malas instituciones. Lapropiedad era incompatible con esta justicia, por qui-tarle al trabajador el derecho de disfrutar del fruto desu trabajo y privarlo de los beneficios sociales, que sonproducto de siglos de esfuerzo común. Por lo tanto, lajusticia exigía una sociedad en la que coexistieran laigualdad y el orden. Esta sociedad sólo podía tomaruna forma. “Así como el hombre busca la justicia en laigualdad, la sociedad busca el orden en la anarquía. Laanarquía, la ausencia de amos, de soberanos, he aquí

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la forma de gobierno a la que nos aproximamos día adía”.

Proudhon no fue el primer anarquista en el senti-do de abogar por una sociedad fundada en la coopera-ción espontánea y no en la coerción; William Godwinlo precedió por medio siglo con su Political Justice. Encambio, fue el primero en utilizar el término “anarquis-mo”, hasta entonces empleado en el mal sentido de lapalabra, para definir una teoría que proponía una so-ciedad en la cual el comunismo y la propiedad se sin-tetizarían de manera tal que el gobierno desapareceríaal tiempo que florecería la libertad en un mundo depequeños propietarios unidos por libre contrato.

Tanto en la sociedad ideal, imaginada por Godwin,como en la concebida por Proudhon, lo primero que re-salta es este predominio del pequeño propietario, delcampesino y del artesano. De la lectura de ¿Qué es lapropiedad? se desprende de inmediato que la propie-dad a la que se refiere Proudhon es principalmente lade la tierra; por ende, la solución que propone es prác-ticamente de orden agrario, el tipo de solución quehabría salvado de la bancarrota crónica a muchos ho-nestos y laboriosos hombres de campo, cual fue su pa-dre. Aparentemente, no toma en consideración las ac-tividades fabriles más complejas y sólo piensa en los

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artesanos que trabajan en su pequeño taller personal.Mas no debemos olvidar que, lo mismo que Godwin,Proudhon hablaba sobre la base de su propia experien-cia, que hasta 1840 estuvo limitada al ámbito rural deBesanzon, adonde aún no había llegado el ferrocarril,pionero del industrialismo, y a la vida del Barrio La-tino de París, que entonces, como ahora, era un nidalde pequeños talleres. Más tarde, en Lyon, conoció lasindustrias nacientes de ese período y vemos que, enobras posteriores, particularmenteLa idea general de larevolución en el siglo XIX, trata ampliamente sobre lacreación de asociaciones cooperativas para la adminis-tración de fábricas y ferrocarriles.

¿Qué es la propiedad? abraza los fundamentos delanarquismo del siglo XIX, sin presentar los matices deviolencia que luego se adosaron a la doctrina. Si bienalgunos de sus sucesores no coincidieron con Proud-hon, en cuanto a la posibilidad de eliminar los abusosde la propiedad, sin las convulsiones traumáticas deuna revolución sangrienta, lo cierto es que en esta obraencontramos, explícita o implícitamente, la esencia detodo el anarquismo: la idea de una sociedad libre unidapor asociación que pone los medios de producción enmanos de los trabajadores. Proudhon elaboraría des-pués otros aspectos de su teoría, tales como la nece-

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sidad de que la clase trabajadora emprenda una luchapolítica propia (especialmente en su obra póstuma Ca-pacidad política de la clase obrera[1864]), la convenien-cia de remodelar la sociedad sobre la base del federa-lismo y la descentralización, la formación de comunasy asociaciones industriales, como células primarias dela interrelación humana y la eliminación de fronterasy naciones.

¿Qué es la propiedad?, pese a ser una obra de juven-tud, desprovista de la elocuencia y los trofeos de unacultura autodidacta que ornan obras posteriores comoDe la justicia y La guerra y la paz, ha sido el cimientosobre el cual se construyó íntegramente el edificio dela teoría anarquista del siglo XIX.

George Woodcock

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Capítulo I. Método seguidoen esta obra. — Esbozo deuna revolución

Si tuviera que contestar a la siguiente pregunta:¿qué es la esclavitud? y respondiera en pocas palabras:es el asesinato, mi pensamiento, desde luego, sería com-prendido. No necesitaría de grandes razonamientos pa-ra demostrar que el derecho de quitar al hombre el pen-samiento, la voluntad, la personalidad, es un derechode vida y muerte, y que hacer esclavo a un hombre esasesinarlo. ¿Por qué razón, pues, no puedo contestara la pregunta ¿qué es la propiedad?, diciendo concreta-mente: la propiedad es un robo, sin tener la certeza deno ser comprendido, a pesar de que esta segunda afir-mación no es más que una simple transformación dela primera?

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Me decido a discutir el principio mismo de nuestrogobierno y de nuestras instituciones, la propiedad; es-toy en mi derecho. Puedo equivocarme en la conclu-sión que de mis investigaciones resulte; estoy en miderecho. Me place colocar el último pensamiento demi libro en su primera página; estoy también en miderecho.

Un autor enseña que la propiedad es un derecho ci-vil, nacido de la ocupación y sancionado por la ley;otro sostiene que es un derecho natural, que tiene porfuente el trabajo; y estas doctrinas tan antitéticas sonaceptadas y aplaudidas. Yo creo que ni el trabajo, ni laocupación, ni la ley, pueden engendrar la propiedad,pues ésta es un efecto sin causa. ¿Se me puede censu-rar por ello? ¿Cuántos comentarios producirán estasafirmaciones?

¡La propiedad es un robo! ¡He aquí el toque de rebatodel 93! ¡La turbulenta agitación de las revoluciones!…

Tranquilízate, lector; no soy, ni mucho menos, unelemento de discordia, un instigador de sediciones. Melimito a anticiparme en algunos días a la historia; ex-pongo una verdad cuyo esclarecimiento no es posibleevitar. Escribo, en una palabra, el preámbulo de nues-tra constitución futura. Esta definición que te parecepeligrosísima, la propiedad es un robo, bastaría para

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conjurar el rayo de las pasiones populares si nuestraspreocupaciones nos permitiesen comprenderla. Pero¡cuántos intereses y prejuicios no se oponen a ello!…La filosofía no cambiará jamás el curso de los aconte-cimientos: el destino se cumplirá con independenciade la profecía. Por otra parte, ¿no hemos de procurarque la justicia se realice y que nuestra educación seperfeccione?

¡La propiedad es un robo!… ¡Qué inversión de ideas!Propietario y ladrón fueron en todo tiempo expresio-nes contradictorias, de igual modo que sus personasson entre sí antipáticas; todas las lenguas han consa-grado esta antinomia. Ahora bien; ¿con qué autoridadpodréis impugnar el asentimiento universal y dar unmentís a todo el género humano? ¿Qué sois para quitarla razón a los pueblos y a la tradición?

¿Qué puede importarte, lector, mi humilde persona-lidad? He nacido, como tú, en un siglo en que la razónno se somete sino al hecho y a la demostración; minombre, lo mismo que el tuyo, es buscador de la ver-dad;1 mi misión está consignada en estas palabras dela ley: ¡habla sin odio y sin miedo; di lo que sepas! La

1 En griego skepticoos, examinador, filósofo que hace profe-sión de buscar la verdad.

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obra de la humanidad consiste en construir el templode la ciencia, y esta ciencia comprende al hombre ya la Naturaleza. Pero la verdad se revela a todos, hoya Newton y a Pascal, mañana al pastor en el valle, alobrero en el taller. Cada uno aporta su piedra al edifi-cio y, una vez realizado su trabajo, desaparece. La eter-nidad nos precede, la eternidad nos sigue; entre dosinfinitos, ¿qué puede importar a nadie la situación deun simple mortal? Olvida, pues, lector, mi nombre yfíjate únicamente en mis razonamientos. Desprecian-do el consentimiento universal, pretendo rectificar elerror universal; apelo a la conciencia del género hu-mano, contra la opinión del género humano. Ten elvalor de seguirme, y si tu voluntad es sincera, si tu con-ciencia es libre, si tu entendimiento sabe unir dos pro-posiciones para deducir una tercera, mis ideas llegaráninfaliblemente a ser tuyas. Al empezar diciéndote miúltima palabra, he querido advertirte, no incitarte; por-que creo sinceramente que si me prestas tu atenciónobtendré tu asentimiento. Las cosas que voy a tratarson tan sencillas, tan evidentes, que te sorprenderá nohaberlas advertido antes, y exclamarás: “No había re-flexionado sobre ello”. Otras obras te ofrecerán el es-pectáculo del genio apoderándose de los secretos dela Naturaleza y publicando sublimes pronósticos; en

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cambio, en estas páginas únicamente encontrarás unaserie de investigaciones sobre lo justo y sobre el dere-cho, una especie de comprobación, de contraste de tupropia conciencia. Serás testigo presencial de mis tra-bajos y no harás otra cosa que apreciar su resultado. Yono formo escuela; vengo a pedir el fin del privilegio, laabolición de la esclavitud, la igualdad de derechos, elimperio de la ley. Justicia, nada más que justicia; tal esla síntesis de mi empresa; dejo a los demás el cuidadode ordenar el mundo.

Un día me he dicho: ¿por qué tanto dolor y tanta mi-seria en la sociedad? ¿Debe ser el hombre eternamentedesgraciado? Y sin fijarme en las explicaciones opues-tas de esos arbitristas de reformas, que achacan la pe-nuria general, unos a la cobardía e impericia del poderpúblico, otros a las revoluciones y motines, aquéllos ala ignorancia y consunción generales; cansado de lasinterminables discusiones de la tribuna y de la pren-sa, he querido profundizar yo mismo la cuestión. Heconsultado a los maestros de la ciencia, he leído cienvolúmenes de Filosofía, de Derecho, de Economía polí-tica e Historia… ¡y quiso Dios que viniera en un sigloen que se ha escrito tanto libro inútil! He realizado su-premos esfuerzos para obtener informaciones exactas,comparando doctrinas, oponiendo a las objeciones las

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respuestas, haciendo sin cesar ecuaciones y reduccio-nes de argumentos, aquilatandomillares de silogismosen la balanza de la lógica más pura. En este penoso ca-mino he comprobado varios hechos interesantes. Pero,es preciso decirlo, pude comprobar el verdadero senti-do de estas palabras tan vulgares como sagradas: jus-ticia, equidad, libertad; que acerca de cada uno de es-tos conceptos, nuestras ideas son completamente con-fusas, y que, finalmente, esta ignorancia es la únicacausa del pauperismo que nos degenera y de todas lascalamidades que han afligido a la humanidad.

Antes de entrar en materia, es preciso que diga dospalabras acerca del método que voy a seguir. CuandoPascal abordaba un problema de geometría, creaba unmétodo para su solución. Para resolver un problema defilosofía, es asimismo necesario un método. ¡Cuántosproblemas de filosofía no superan, por la gravedad desus consecuencias, a los de geometría! ¡Cuántos, porconsiguiente, no necesitan con mayor motivo para suresolución un análisis profundo y severo!

Es un hecho ya indudable, según los modernos psi-cólogos, que toda percepción recibida en nuestro es-píritu se determina en nosotros con arreglo a ciertasleyes generales de ese mismo espíritu. Amóldase, pordecirlo así, a ciertas concepciones o tipos preexistentes

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en nuestro entendimiento que son a modo de condicio-nes de forma. De manera —afirman— que si el espíritucarece de ideas innatas, tiene por lo menosformas in-natas. Así, por ejemplo, todo fenómeno es concebidopor nosotros necesariamente en el tiempoy en el espa-cio; todos ellos nos hacen suponer una causa por lacual acaecen; todo cuanto existe implica las ideas desubstancia, de modo, de número, de relación, etcétera.En una palabra, no concebimos pensamiento algunoque no se refiera a los principios generales de la razón,límites de nuestro conocimiento.

Estos axiomas del entendimiento, añaden los psicó-logos, estos tipos fundamentales a los cuales se adap-tan fatalmente nuestros juicios y nuestras ideas, y quenuestras sensaciones no hacen más que poner al des-cubierto, se conocen en la ciencia con el nombre decategorías. Su existencia primordial en el espíritu estáal presente demostrada; sólo falta construir el sistemay hacer una exacta relación de ellas. Aristóteles enu-meraba diez; Kant elevó su número a quince, Cousinlas ha reducido a tres, a dos, a una, y la incontestablegloria de este sabio será, si no haber descubierto la ver-dadera teoría de las categorías, haber comprendido almenos mejor que ningún otro la gran importancia de

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esta cuestión, la más trascendental y quizá la única detoda la metafísica.

Ante una conclusión tan graveme atemoricé, llegan-do a dudar de mi razón. ¡Cómo! —exclamé—, lo quenadie ha visto ni oído, lo que no pudo penetrar la in-teligencia de los demás hombres, ¿has logrado tú des-cubrirlo? ¡Detente, desgraciado, ante el temor de con-fundir las visiones de tu cerebro enfermo con la reali-dad de la ciencia! ¿Ignoras que, según opinión de ilus-tres filósofos, en el orden de la moral práctica el erroruniversal es contradicción? Resolví entonces sometera una segunda comprobación mis juicios, y como temade mi nuevo trabajo, fijé las siguientes proposiciones:¿es posible que en la aplicación de los principios de lamoral se haya equivocado unánimemente la humani-dad durante tanto tiempo? ¿Cómo y por qué ha pade-cido ese error? ¿Y cómo podrá subsanarse éste siendouniversal?

Estas cuestiones, de cuya solución hacía dependerla certeza de mis observaciones, no resistieron muchotiempo al análisis. En el capítulo V de este libro se veráque, lo mismo enmoral que en cualquiera otra materiade conocimiento, los mayores errores son para noso-tros grados de la ciencia; que hasta en actos de justicia,equivocarse es un privilegio que ennoblece al hombre,

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y en cuanto al mérito filosófico que pudiera caberme,que este mérito es infinitamente pequeño. Nada signi-fica dar un nombre a las cosas; lo maravilloso sería co-nocerlas antes de que existiesen. Al expresar una ideaque ha llegado a su término, una idea que vive en to-das las inteligencias, y que mañana será proclamadapor otro si yo no la hiciese pública hoy, solamente mecorresponde la prioridad de la expresión. ¿Acaso se de-dican alabanzas a quien vio por primera vez despuntarel día?

Todos los hombres, en efecto, creen y sienten quela igualdad de condiciones es idéntica a la igualdad dederecho; que propiedad y robo son términos sinónimos;que toda preeminencia social otorgada, o mejor dicho,usurpada so pretexto de superioridad de talento y deservicio, es iniquidad y latrocinio: todos los hombres,afirmo yo, poseen estas verdades en la intimidad de sualma; se trata simplemente de hacer que las adviertan.

Confieso que no creo en las ideas innatas ni en lasformas o leyes innatas de nuestro entendimiento, yconsidero la metafísica de Reid y de Kant aún más ale-jada de la verdad que la de Aristóteles. Sin embargo,como no pretendo hacer aquí una crítica de la razón(pues exigiría un extenso trabajo que al público no in-teresaría gran cosa), admitiré en hipótesis que nues-

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tras ideasmás generales ymás necesarias, como las deltiempo, espacio, substancia y causa, existen primor-dialmente en el espíritu, o que, por lo menos, derivaninmediatamente de su constitución.

Pero es un hecho psicológico no menos cierto, aun-que poco estudiado todavía por los filósofos, que elhábito, como una segunda naturaleza, tiene el poderde sugerir al entendimiento nuevas formas categóri-cas, fundadas en las apariencias de lo que percibimos,y por eso mismo, desprovistas, en la mayor parte delos casos, de realidad objetiva. A pesar de esto ejercensobre nuestros juicios una influencia no menos prede-terminante que la de las primeras categorías. De suerteque enjuiciamos, no sólo con arreglo a las leyes eternasy absolutas de nuestra razón, sino también conforme alas reglas secundarias, generalmente equivocadas, quela observación de las cosas nos sugiere. Ésa es la fuentemás fecunda de los falsos prejuicios y la causa perma-nente y casi siempre invencible de multitud de erro-res. La preocupación que de esos errores resulta es tanarraigada que, frecuentemente, aun en el momento enque combatimos un principio que nuestro espíritu tie-ne por falso, y nuestra conciencia rechaza, lo defen-demos sin advertirlo, razonamos con arreglo a él; loobedecemos atacándolo. Preso en un círculo, nuestro

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espíritu se revuelve sobre sí mismo, hasta que una nue-va observación, suscitando en nosotros nuevas ideas,nos hace descubrir un principio exterior que liberta anuestra imaginación del fantasma que la había ofus-cado. Así, por ejemplo, se sabe hoy que por las leyesde un magnetismo universal, cuya causa es aún des-conocida, dos cuerpos, libres de obstáculos, tienden areunirse por una fuerza de impulsión acelerada que sellama gravedad. Esta fuerza es la que hace caer haciala tierra los cuerpos faltos de apoyo, la que permitepesarlos en la balanza y la que nos mantiene sobre elsuelo que habitamos. La ignorancia de esta causa fuela única razón que impedía a los antiguos creer en lasantípodas. “¿Cómo no comprendéis —decía San Agus-tín, después de Lactancio— que si hubiese hombres ba-jo nuestros pies tendrían la cabeza hacia abajo y cae-rían en el cielo?” El obispo de Hipona, que creía quela tierra era plana porque le parecía verla así, suponíaen consecuencia que si del cenit al nadir de distintoslugares se trazasen otras tantas líneas rectas, estas lí-neas serían paralelas entre sí, y en la misma direcciónde estas líneas suponía todo el movimiento de arribaabajo. De ahí deducía forzosamente que las estrellas es-tán pendientes como antorchas movibles de la bóvedaceleste; que en el momento en que perdieran ese apo-

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yo, caerían sobre la tierra como lluvia de fuego; quela tierra es una tabla inmensa, que constituye la parteinferior del mundo, etcétera. Si se hubiera pregunta-do quién sostiene la tierra, habría respondido que nolo sabía, pero que para Dios nada hay imposible. Ta-les eran, con relación al espacio y al movimiento, lasideas de San Agustín, ideas que le imponía un prejui-cio originado por la apariencia, pero que había llegadoa ser para él una regla general y categórica de juicio.En cuanto a la causa verdadera de la caída de los cuer-pos, su espíritu la ignoraba totalmente; no podía darmás razón que la de que un cuerpo cae porque cae.

Para nosotros, la idea de la caída es más compleja ya las ideas generales de espacio y de movimiento, queaquélla impone, añadimos la de atracción o de direc-ción hacia un centro, la cual deriva de la idea superiorde causa. Pero si la física lleva forzosamente nuestrojuicio a tal conclusión, hemos conservado, sin embar-go, en el uso, el prejuicio de San Agustín, y cuando de-cimos que una cosa se ha caído, no entendemos simple-mente y en general que se trata de un efecto de la leyde gravedad, sino que especialmente y en particular,imaginamos que ese movimiento se ha dirigido haciala tierra y de arriba abajo. Nuestra razón se ha esclare-cido, la imaginación la corrobora, y sin embargo, nues-

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tro lenguaje es incorregible. Descender del cielo no es,en realidad, una expresión más cierta que subir al cielo,y esto no obstante, esa expresión se conservará todo eltiempo que los hombres se sirvan del lenguaje.

Todas estas expresiones arriba, abajo, descender delcielo, caer de las nubes, no ofrecen de aquí en adelan-te peligro alguno, porque sabemos rectificarlas en lapráctica. Pero conviene tener en cuenta cuánto han he-cho retrasar los progresos de la ciencia. Poco importa,en efecto, en la estadística, en la mecánica, en la hi-drodinámica, en la balística, que la verdadera causa dela caída de los cuerpos sea o no conocida, y que seanexactas las ideas sobre la dirección general del espacio;pero ocurre lo contrario cuando se trata de explicar elsistema del mundo, la causa de las mareas, la figurade la tierra y su posición en el espacio. En todas es-tas cuestiones es preciso salir de la esfera de las apa-riencias. Desde la más remota antigüedad han existidoingenieros y mecánicos, arquitectos excelentes y hábi-les; sus errores acerca de la redondez del planeta y dela gravedad de los cuerpos no impedían el progreso desu arte respectivo; la solidez de los edificios y la pre-cisión de los disparos no eran menores por esa causa.Pero más o menos pronto habían de presentarse fenó-menos que el supuesto paralelismo de todas las per-

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pendiculares levantadas sobre la superficie de la tierrano podía explicar; entonces debía comenzar una luchaentre los prejuicios que por espacio de los siglos basta-ban a la práctica diaria y las novísimas opiniones queel testimonio de los sentidos parecía contradecir.

Hay que observar cómo los juicios más falsos, cuan-do tienen por fundamento hechos aislados o simplesapariencias, contienen siempre un conjunto de realida-des que permite razonar un determinado número deinducciones, sobrepasado el cual se llega al absurdo.En las ideas de San Agustín, por ejemplo, era ciertoque los cuerpos caen hacia la tierra, que su caída se ve-rifica en línea recta, que el sol o la tierra se pone, queel cielo o la tierra se mueve, etcétera. Estos hechos ge-nerales siempre han sido verdaderos; nuestra cienciano ha inventado nada. Pero, por otra parte, la necesi-dad de encontrar las causas de las cosas nos obliga adescubrir principios cada vez más generales. Por esoha habido que abandonar sucesivamente, primero laopinión de que la tierra es plana, después la teoría quela supone inmóvil en el sentir del universo, etcétera,etcétera.

Si de la naturaleza física pasamos al mundo moral,nos encontraremos sujetos en él a las mismas decep-ciones de la apariencia, a las mismas influencias de la

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espontaneidad y de la costumbre. Pero lo que distin-gue esta segunda parte del sistema de nuestros conoci-mientos es, de un lado, el bien o el mal que de nuestraspropias opiniones nos resulta, y de otro, la obstinacióncon que defendemos el prejuicio que nos atormenta ynos mata.

Cualquiera que sea el sistema que aceptemos sobrela gravedad de los cuerpos y la figura de la tierra, lafísica del globo no se altera; y en cuanto a nosotros,la economía social no puede recibir con ello daño niperjuicio. En cambio, las leyes de nuestra naturalezamoral se cumplen en nosotros y por nosotros mismos;y por lo tanto, estas leyes no pueden realizarse sinnuestra reflexiva colaboración, y de consiguiente, sinque las conozcamos. De aquí se deduce que, si nues-tra ciencia de leyes morales es falsa, es evidente que aldesear nuestro bien, realizamos nuestromal. Si es com-pleta, podrá bastar por algún tiempo a nuestro progre-so social, pero a la larga nos hará emprender derrote-ros equivocados, y finalmente, nos precipitará en unabismo de desdichas.

En ese momento se hacen indispensables nuevos co-nocimientos, los cuales, preciso es decirlo para glorianuestra, no han faltado jamás; pero también comienzauna lucha encarnizada entre los viejos prejuicios y las

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nuevas ideas. ¡Días de conflagración y de angustia! Serecuerdan los tiempos en que con las mismas creen-cias e instituciones que se impugnan, todo el mundoparecía dichoso; ¿cómo recusar las unas, cómo proscri-bir las otras? No se quiere comprender que ese perío-do feliz sirvió precisamente para desenvolver el prin-cipio del mal que la sociedad encubría; se acusa a loshombres y a los dioses, a los poderosos de la tierra y alas fuerzas de la Naturaleza. En vez de buscar la causadel mal en su inteligencia y su corazón, el hombre laimputa a sus maestros, a sus rivales, a sus vecinos, a élmismo. Las naciones se arman, se combaten, se exter-minan hasta que, mediante una despoblación intensa,el equilibrio se restablece y la paz renace entre las ce-nizas de las víctimas, ¡tanto repugna a la humanidadalterar las costumbres de los antepasados, cambiar lasleyes establecidas por los fundadores de las ciudades yconfirmadas por el transcurso de los siglos!

Nihil motum ex antiquo probabile est: “Desconfiadde toda innovación” escribía Tito Livio. Sin duda se-ría preferible para el hombre no tener necesidad nun-ca de alteraciones; pero si ha nacido ignorante, si sucondición exige una instrucción progresiva, ¿habrá derenegar de su inteligencia, abdicar de su razón y aban-donarse a la suerte? La salud completa es mejor que

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la convalecencia. ¿Pero es éste un motivo para que elenfermo no intente su curación? “¡Reforma, reforma!”,exclamaron en otro tiempo Juan Bautista y Jesucris-to. “¡Reforma, reforma!”, pidieron nuestros padres ha-ce cincuenta años, y nosotros seguiremos pidiendo pormucho tiempo todavía ¡reforma, reforma!

He sido testigo de los dolores de mi siglo, y he pen-sado que entre todos los principios en que la sociedadse sienta, hay uno que no comprende, que su ignoran-cia ha viciado y es causa de todo el mal. Este principioes el más antiguo de todos, porque las revoluciones só-lo tienen eficacia para derogar los principios más mo-dernos, mientras confirman los más antiguos. Por lotanto, el mal que nos daña es anterior a todas las revo-luciones. Este principio, tal como nuestra ignorancialo ha establecido, es reverenciado y codiciado por to-dos, pues de no ser así, nadie abusaría de él y careceríade influencia.

Pero este principio, verdadero en su objeto, falso encuanto a nuestra manera de comprenderlo, este prin-cipio tan antiguo como la humanidad, ¿cuál es? ¿Serála religión?

Todos los hombres creen en Dios; este dogma co-rresponde a la vez a la conciencia y a la razón. Dios espara la humanidad un hecho tan primitivo, una idea

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tan fatal, un principio tan necesario como para nues-tro entendimiento lo son las ideas categóricas de causa,de substancia, de tiempo y de espacio. A Dios nos lomuestra nuestra propia conciencia con anterioridad atoda inducción del entendimiento, de igual modo queel testimonio de los sentidos nos prueba la existenciadel sol anticipándose a todos los razonamientos de lafísica. La observación y la experiencia nos descubrenlos fenómenos y sus leyes. El sentido interno sólo nosrevela el hecho de su existencia. La humanidad creeque Dios existe, pero ¿qué es lo que cree al decir Dios?En una palabra, ¿qué es Dios?

La noción de la divinidad, noción primitiva, unáni-me, innata en nuestra especie, no está determinadatodavía por la razón humana. A cada paso que avan-zamos en el conocimiento de la Naturaleza y de suscausas, la idea de Dios se agranda y se eleva. Cuan-to más progresa la ciencia del hombre, más grande ymás alejado le parece Dios. El antropomorfismo y laidolatría fueron consecuencia necesaria de la juventudde las inteligencias, una teología de niños y de poetas.Error inocente, si no se hubiese querido hacer de éluna norma obligatoria de conducta, en vez de respetarla libertad de creencias. Pero el hombre, después dehaber creado un Dios a su imagen, quiso apropiárse-

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lo; no contento con desfigurar al Ser Supremo, lo tratócomo su patrimonio, su bien, su cosa. Dios, representa-do bajo formas monstruosas, vino a ser en todas partespropiedad del hombre y del Estado. Éste fue el origende la corrupción de las costumbres por la religión yla fuente de los odios religiosos y las guerras sagradas.Al fin, hemos sabido respetar las creencias de cada unoy buscar la regla de las costumbres fuera de todo cul-to religioso. Esperamos sabiamente, para determinarla naturaleza y los atributos de Dios, los dogmas dela teología, el destino del alma, etcétera, que la cien-cia nos diga lo que debemos olvidar y lo que debemoscreer. Dios, alma, religión, son materias constantes denuestras infatigablesmeditaciones y nuestros funestosextravíos, problemas difíciles, cuya solución, siempreintentada, queda siempre incompleta. Sobre todas es-tas cosas todavía podemos equivocarnos, pero al me-nos nuestro error no tiene influencia. Con la libertadde cultos y la separación de lo espiritual y lo temporal,la influencia de las ideas religiosas en la evolución so-cial es puramente negativa, mientras no dependan dela religión las leyes y las instituciones políticas y civi-les. El olvido de los deberes religiosos puede favorecerla corrupción general, pero no es la causa eficiente deella, sino su complemento o su derivado. Sobre todo,

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en la cuestión de que se trata (y esta observación esdecisiva) la causa de desigualdad de condiciones entrelos hombres, del pauperismo, del sufrimiento univer-sal, de la confusión de los gobiernos, no puede ser atri-buida a la religión; es preciso remontarse más alto einvestigar con mayor profundidad.

¿Qué hay, pues, en el hombre más antiguo y másarraigado que el sentimiento religioso? El hombre mis-mo, es decir, la voluntad y la conciencia, el libre albe-drío y la ley, colocados en antagonismo perpetuo. Elhombre vive en guerra consigo mismo. ¿Por qué? “Elhombre —dicen los teólogos— ha pecado en su origen;su raza es culpable de una antigua prevaricación. Poresa falta, la humanidad ha degenerado; el error y laignorancia han llegado a ser sus inevitables frutos. Le-yendo la historia, encontraréis en todos los tiemposla prueba de esta necesidad del mal en la permanen-te miseria de las naciones. El hombre sufre y sufrirásiempre; su enfermedad es hereditaria y constitucio-nal. Usad paliativos, emplead emolientes; no hay re-medio eficaz”.

Este razonamiento no sólo es propio de los teólogos;se encuentra en términos semejantes en los escritosde los filósofos materialistas, partidarios de una indefi-nida perfectibilidad. Destutt de Tracy asegura formal-

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mente que el pauperismo, los crímenes, la guerra, soncondición inevitable de nuestro estado social, un malnecesario contra el cual sería locura rebelarse. De aquíque necesidad del mal y perversidad originaria sean elfondo de una misma filosofía.

“El primer hombre ha pecado”. Si los creyentes in-terpretasen fielmente la Biblia, dirían: El hombre en unprincipio peca, es decir, se equivoca; porque pecar, en-gañarse, equivocarse, es una misma cosa. “Las conse-cuencias del pecado deAdán se transmiten a su descen-dencia”. En efecto, la ignorancia es original en la espe-cie como en el individuo; pero en muchas cuestiones,aun en el orden moral y político, esta ignorancia de laespecie ha desaparecido. ¿Quién puede afirmar que nocesará en todas las demás? El género humano progresade continuo hacia la verdad, y triunfa incesantementela luz sobre las tinieblas. Nuestro mal no es, pues, ab-solutamente incurable, y la explicación de los teólogosse reduce a esta vacuidad: “El hombre se equivoca por-que se equivoca”. Es preciso decir, por el contrario: “Elhombre se equivoca porque aprende”. Por tanto, si elhombre puede llegar a saber todo lo necesario, hay po-sibilidad de creer que equivocándose más dejaría desufrir.

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Si preguntamos a los doctores de esa ley que, se-gún se dice, está grabada en el corazón del hombre,pronto veríamos que disputan acerca de ella sin sabercuál es. Sobre los más importantes problemas, hay casitantas opiniones como autores. No hay dos que esténde acuerdo sobre la mejor forma de gobierno, sobre elprincipio de autoridad, sobre la naturaleza del derecho;todos navegan al azar en un mar sin fondo ni orillas,abandonados a la inspiración de su sentido particularque modestamente toman por la recta razón; y en vis-ta de este caos de opiniones contradictorias, decimos:el objeto de nuestras investigaciones es la ley, la de-terminación del principio social; mas los políticos, esdecir, los que se ocupan en la ciencia social, no llegana entenderse; luego es en ellos donde está el error; ycomo todo error tiene una realidad por objeto, en suspropios libros debe encontrarse la verdad, consignadaen sus páginas a pesar suyo.

Pero ¿de qué se ocupan los jurisconsultos y los pu-blicistas? De justicia, de equidad, de libertad, de la leynatural, de las leyes civiles, etc. ¿Y qué es la justicia?¿Cuál es su principio, su carácter, su fórmula? A estapregunta, nuestros doctores no tienen nada que res-ponder, pues si así no fuese, su ciencia, fundada en

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principio positivo y cierto, saldría de su eterno proba-bilismo y acabarían todos los debates.

¿Qué es la justicia? Los teólogos contestan: “Todajusticia viene de Dios”. Esto es cierto, pero nada ense-ña.

Los filósofos deberían estar mejor enterados des-pués de disputar tanto sobre lo justo y lo injusto. Des-graciadamente, la observación prueba que su saber sereduce a la nada; les sucede lo mismo que a los salva-jes, que, por toda plegaria, saludan al sol gritando: ¡oh!,¡oh! Es ésta una exclamación de admiración, de amor,de entusiasmo; pero quien pretenda saber qué es el sol,obtendrá poca luz de la interjección “¡oh!”. La justicia,dicen los filósofos, es hija del cielo, luz que ilumina atodo hombre al venir al mundo, la más hermosa prerro-gativa de nuestra naturaleza, lo que nos distingue de lasbestias y nos hace semejantes a Dios, y otras mil cosasparecidas. ¿Y a qué se reduce, pregunto, esta piadosaletanía? A la plegaria de los salvajes: “¡oh!”.

Lo más razonable de lo que la sabiduría humana hadicho respecto de la justicia, se contiene en este famo-so principio: Haz a los demás lo que deseas para ti; nohagas a los demás lo que para ti no quieras. Pero esta re-gla demoral práctica nada vale para la ciencia; ¿cuál esmi derecho a los actos u omisiones ajenos? Decir que

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mi deber es igual a mi derecho, no es decir nada; hayque explicar al propio tiempo cuál es este derecho.

Intentemos averiguar algo más preciso y positivo.La justicia es el fundamento de las sociedades, el ejea cuyo alrededor gira el mundo político, el principioy la regla de todas las transacciones. Nada se realizaentre los hombres sino en virtud del derecho, sin la in-vocación de la justicia. La justicia no es obra de la ley;por el contrario, la ley no es más que una declaracióny una aplicación de lo justo en todas las circunstan-cias en que los hombres pueden hallarse con relacióna sus intereses. Por tanto, si la idea que concebimosde lo justo y del derecho está mal determinada, es evi-dente que todas nuestras aplicaciones legislativas se-rán desastrosas, nuestras instituciones viciosas, nues-tra política equivocada, y por tanto, que habrá por esacausa desorden y malestar social.

Esta hipótesis de la perversión de la idea de justiciaen nuestro entendimiento y por consecuencia necesa-ria en nuestros actos, será un hecho evidente si las opi-niones de los hombres, relativamente al concepto dejusticia y a sus aplicaciones, no han sido constantes,si en diversas épocas han sufrido modificaciones: enuna palabra, si ha habido progresos en las ideas. Y a

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este propósito, he aquí lo que la historia enseña conirrecusables testimonios.

Hace dieciocho siglos, el mundo, bajo el imperio delos Césares, se consumía en la esclavitud, en la supers-tición y en la voluptuosidad. El pueblo, embriagadopor continuas bacanales, había perdido hasta la nocióndel derecho y del deber; la guerra y la orgía lo diezma-ban sin interrupción; la usura y el trabajo de las máqui-nas, es decir, de los esclavos, arrebatándole los mediosde subsistencia, le impedían reproducirse.

La barbarie renacía de esta inmensa corrupción, ex-tendiéndose como lepra devoradora por las provinciasdespobladas. Los sabios predecían el fin del imperio,pero ignoraban los medios de evitarlo. ¿Qué podíanpensar para esto? En aquella sociedad envejecida eranecesario suprimir lo que era objeto de la estimacióny de la veneración públicas, abolir los derechos con-sagrados por una justicia diez veces secular. Se decía:“Roma ha vencido por su política y por sus dioses; todareforma, pues, en el culto y en la opinión pública, se-ría una locura y un sacrilegio. Roma, clemente para lasnaciones vencidas, al regalarles las cadenas, les hacegracia de la vida; los esclavos son la fuente más fecun-da de sus riquezas; la manumisión de los pueblos seríala negación de sus derechos y la ruina de sus hacien-

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das. Roma, en fin, entregada a los placeres y satisfechahasta la hartura con los despojos del Universo, usa dela victoria y de la autoridad, su lujo y sus concupiscen-cias son el precio de sus conquistas: no puede abdicarni desposeerse de ellas”. Así comprendía Roma en subeneficio el hecho y el derecho. Sus pretensiones esta-ban justificadas por la costumbre y por el derecho degentes. La idolatría en la religión, la esclavitud en elEstado, el materialismo en la vida privada, eran el fun-damento de sus instituciones. Alterar esas bases equi-valía a conmover la sociedad en sus propios cimientos,y según expresión moderna, a abrir el abismo de lasrevoluciones. Nadie concebía tal idea, y entretanto lahumanidad se consumía en la guerra y en la lujuria.

Entonces apareció un hombre llamándose Palabrade Dios. Ignorábase todavía quién era, de dónde venía yquién le había inspirado sus ideas. Predicaba por todaspartes que la sociedad estaba expirante; que el mundoiba a transformarse; que los maestros eran falaces, losjurisconsultos ignorantes, los filósofos hipócritas em-busteros; que el señor y el esclavo eran iguales; que lausura y cuanto se le asemejaba era un robo; que lospropietarios y concupiscentes serían atormentados al-gún día con fuego eterno, mientras los pobres de espí-ritu y los virtuosos habitarían en un lugar de descanso.

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Afirmaba además otras muchas cosas no menos extra-ordinarias.

Este hombre, Palabra de Dios, fue denunciado y pre-so como enemigo del orden social por los sacerdotes ylos doctores de la ley, quienes tuvieron la habilidad dehacer que el pueblo pidiese su muerte. Pero este asesi-nato jurídico no acabó con la doctrina que Jesucristohabía predicado. A su muerte, sus primeros discípulosse repartieron por todo el mundo, predicando la buenanueva, formando a su vez millones de propagandistas,que morían degollados por la espada de la justicia ro-mana, cuando ya estaba cumplida su misión. Esta pro-paganda obstinada, verdadera lucha entre verdugos ymártires, duró casi trescientos años, al cabo de los cua-les se convirtió el mundo. La idolatría fue aniquilada,la esclavitud abolida, la disolución reemplazada porcostumbres austeras; el desprecio de la riqueza llegóalguna vez hasta su absoluta renuncia. La sociedad se

2 La religión, las leyes y el matrimonio eran privilegio de loshombres libres, y, en un principio, solamente de los nobles, Deimajorum gentium, dioses de las familias patricias: jus gentium, de-recho de gentes, es decir, de las familias o de los nobles. El esclavoy el plebeyo no constituían familia. Sus hijos eran consideradoscomo cría de los animales. Bestias nacían y como bestias habríande vivir.

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salvó por la negación de sus principios, por el cambiode la religión y la violación de los derechos más sagra-dos. La idea de lo justo adquirió en esta revolución unaextensión hasta entonces no sospechada siquiera, quedespués ha sido olvidada. La justicia sólo había existi-do para los señores;2 desde entonces comenzó a existirpara los siervos.

Pero la nueva religión no dio todos sus frutos. Hu-bo alguna mejora en las costumbres públicas, algunatemplanza en la tiranía; pero en lo demás, la semilladel Hijo del hombre cayó en corazones idólatras, y só-lo produjo una mitología semipoética e innumerablesdiscordias. En vez de atenerse a las consecuencias prác-ticas de los principios de moral y de autoridad que Je-sucristo había proclamado, se distrajo el ánimo en es-peculaciones sobre su nacimiento, su origen, su per-sona y sus actos. Se comentaron sus parábolas, y dela oposición de las opiniones más extravagantes sobrecuestiones irresolubles, sobre textos incomprensibles,nació la Teología, que se puede definir como la cienciade lo infinitamente absurdo.

La verdad cristiana no traspasa la edad de los após-toles. El Evangelio, comentado y simbolizado por losgriegos y latinos, adicionado con fábulas paganas, lle-gó a ser, tomado a la letra, un conjunto de contradic-

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ciones, y hasta la fecha el reino de la Iglesia infalibleha sido el de las tinieblas. Dícese que las puertas del in-fierno no prevalecerán; que la Palabra de Dios se oiránuevamente, y que, por fin, los hombres conocerán laverdad y la justicia; pero en el momento en que estosucediera, acabaría el catolicismo griego y romano, deigual modo que a la luz de la ciencia desaparecen lassombras del error.

Los monstruos que los sucesores de los apóstoles es-taban encargados de exterminar, repuestos de su de-rrota, reaparecieron poco a poco, merced al fanatismoimbécil y a la conveniencia de los clérigos y de los teó-logos. La historia de la emancipación de los munici-pios en Francia presenta constantemente la justicia yla libertad infiltrándose en el pueblo, a pesar de los es-fuerzos combinados de los reyes, de la nobleza y delclero. En 1789 después de Jesucristo, la nación france-sa, dividida en castas, pobre y oprimida, vivía sujetapor la triple red del absolutismo real, de la tiranía delos señores y de los parlamentos y de la intoleranciasacerdotal. Existían el derecho del rey y el derecho delclérigo, el derecho del noble y el derecho del siervo; ha-bía privilegios de sangre, de provincia, de municipios,de corporaciones y de oficios. En el fondo de todo estoimperaban la violencia, la inmoralidad, la miseria. Ya

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hacía algún tiempo que se hablaba de reforma; los quela deseaban sólo en apariencia, no la invocaban sino enprovecho personal, y el pueblo, que debía ganarlo to-do, desconfiaba de tales proyectos y callaba. Por largotiempo, el pobre pueblo, ya por recelo, ya por incre-dulidad, ya por desesperación, dudó de sus derechos.El hábito de servidumbre parecía haber acabado conel valor de las antiguas municipalidades, tan soberbiasen la Edad Media.

Un libro apareció al fin, cuya síntesis se contiene enestas dos proposiciones: ¿qué es el tercer estado? Nada.¿Qué debe ser? Todo. Alguien añadió por vía de comen-tario: ¿qué es el rey? Es el mandatario del pueblo.

Esto fue como una revelación súbita; rasgóse un tu-pido velo, y la venda cayó de todos los ojos. El pueblose puso a razonar: “Si el rey es nuestro mandatario, de-be rendir cuentas. Si debe rendir cuentas, está sujeto aintervención. Si puede ser intervenido, es responsable.Si es responsable, es justificable. Si es justificable, lo essegún sus actos. Si debe ser castigado según sus actos,puede ser condenado a muerte”.

Cinco años después de la publicación del folleto deSieyès, el tercer estado lo era todo; el rey, la nobleza, elclero, no eran nada. En 1793, el pueblo, sin detenerseante la ficción constitucional de la inviolabilidad del

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monarca, llevó al cadalso a Luis XVI, y en 1830 acom-pañó a Cherburgo a Carlos X. En uno y otro caso pudoequivocarse en la apreciación del delito, lo cual cons-tituiría un error de hecho; pero en derecho, la lógicaque lo impulsó fue irreprochable. Es ésta una aplica-ción del derecho común, una determinación solemnede la justicia penal.3

El espíritu que animó el movimiento de 1789 fueun espíritu de contradicción. Esto basta para demos-trar que el orden de cosas que sustituyó al antiguo norespondió a método alguno ni estuvo meditado. Naci-do de la cólera y del odio, no podía ser efecto de unaciencia fundada en la observación y en el estudio, ylas nuevas bases no fueron deducidas de un profun-do conocimiento de las leyes de la Naturaleza y de lasociedad. obsérvase también, en las llamadas institu-ciones nuevas, que la república conservó los mismosprincipios que había combatido y la influencia de to-dos los prejuicios que había intentado proscribir. Y aún

3 Si el jefe del Poder Ejecutivo es responsable, los diputadosdeben serlo también. Es asombroso que esta idea no se le ocurrie-se jamás a nadie; sería tema para una tesis interesante. Pero decla-ro que, por nada del mundo, yo quisiera sostenerla: el pueblo estodavía demasiado gran típico para que yo le dé materia para ex-traer algunas consecuencias.

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se habla, con inconsciente entusiasmo, de la gloriosaRevolución Francesa, de la regeneración de 1789, delas grandes reformas que se acometieron, de las insti-tuciones… ¡Mentira! ¡Mentira!

Cuando, acerca de cualquier hecho físico, intelec-tual o social, nuestras ideas cambian radicalmente aconsecuencia de observaciones propias, llamo a estemovimiento del espíritu, revolución; si solamente hahabido extensión omodificación de nuestras ideas, pro-greso. Así, el sistema de Ptolomeo fue un progreso enastronomía, el de Copérnico una revolución. De igualmodo en 1789 hubo lucha y progreso; pero no ha habi-do revolución. El examen de las reformas que se ensa-yaron lo demuestra.

El pueblo, víctima por tanto tiempo del egoísmomo-nárquico, creyó librarse de él para siempre declarándo-se a sí mismo soberano. Pero ¿qué era la monarquía?La soberanía de un hombre. Y ¿qué es la democracia?La soberanía del pueblo, o mejor dicho, de la mayoríanacional. Siempre la soberanía del hombre en lugar dela soberanía de la ley, la soberanía de la voluntad envez de la soberanía de la razón; en una palabra, laspasiones en sustitución del derecho. Cuando un pue-blo pasa de la monarquía a la democracia es indudableque hay progreso, porque al multiplicarse el soberano,

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existen más probabilidades de que la razón prevalez-ca sobre la voluntad: pero el caso es que no se realizarevolución en el gobierno y que subsiste el mismo prin-cipio. Ahora bien, nosotros tenemos la prueba hoy deque con la democracia más perfecta se puede no serlibre.4

Y no es esto todo: el pueblo rey no puede ejercerla soberanía por sí mismo: está obligado a delegarlaen los encargados del poder. Esto es lo que le repitenasiduamente aquellos que buscan su beneplácito. Queestos funcionarios sean cinco, diez, ciento, mil, ¿quéimporta el número ni el nombre? Siempre será el go-bierno del hombre, el imperio de la voluntad y del fa-vor.

Se sabe, además, cómo fue ejercida esta soberanía,primero por la Convención, después por el Directo-rio, más tarde por el Cónsul. El Emperador, el grandehombre tan querido y llorado por el pueblo, no quisoarrebatársela jamás; pero como si hubiera querido bur-larse de tal soberanía, se atrevió a pedirle su sufragio,

4 Véase Tocqueville, De la Démocratie aux Etats-Unis, y Mi-chel Chevallier, Lettres sur l’Amérique du Nord. Se ve en Plutarco,Vida de Pericles, que en Atenas las gentes honradas estaban obli-gadas a ocultarse para instruirse, por miedo a aparecer como aspi-rantes a la tiranía.

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es decir, su abdicación, la abdicación de esa soberaníainalienable, y lo consiguió.

Pero ¿qué es la soberanía? Dícese que es el poder dehacer las leyes.5 Otro absurdo, renovado por el despo-tismo. El pueblo, que había visto a los reyes fundar susdisposiciones en la fórmula porque tal es mi voluntad,quiso a su vez conocer el placer de hacer las leyes. Enlos cincuenta años que median desde la Revolución ala fecha ha promulgado millones de ellas, y siempre,no hay que olvidarlo, por obra de sus representantes.Y el juego no está aún cerca de su término.

Por lo demás, la definición de la soberanía se de-ducía de la definición de la ley. La ley, se decía, eslaexpresión de la voluntad del soberano; luego, en unamonarquía, la ley es la expresión de la voluntad del rey;en una república, la ley es la expresión de la voluntaddel pueblo. Aparte la diferencia del número de volun-tades, los dos sistemas son perfectamente idénticos; enuno y otro el error es el mismo: afirmar que la ley esexpresión de una voluntad, debiendo ser la expresiónde un hecho. Sin embargo, al frente de la opinión iban

5 “La soberanía, según Toullier, es la omnipotencia humana”.Definición materialista: si la soberanía es algo, es un derecho, nouna fuerza o facultad. ¿Y qué es la omnipotencia humana?

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guías expertos: se habían tomado al ciudadano de Gi-nebra, Rousseau, por profeta y elContrato social porCorán.

La preocupación y el prejuicio se descubren a cadapaso en la retórica de los nuevos legisladores. El pue-blo había sido víctima de una multitud de exclusionesy de privilegios; sus representantes hicieron en su ob-sequio la declaración siguiente: Todos los hombres soniguales por la Naturaleza y ante la ley;declaración am-bigua y redundante. Los hombres son iguales por la Na-turaleza: ¿quiere significarse que tienen todos unamis-ma estatura, iguales facciones, idéntico genio y análo-gas virtudes? No; solamente se ha pretendido designarla igualdad política y civil. Pues en ese caso bastabahaber dicho: todos los hombres son iguales ante la ley.

Pero ¿qué es la igualdad ante la ley? Ni la Constitu-ción de 1790, ni la del 93, ni las posteriores, han sabidodefinirla. Todas suponen una desigualdad de fortunasy de posición, a cuyo lado no puede haber posibilidadde una igualdad de derechos. En cuanto a este punto,puede afirmarse que todas nuestras constituciones hansido la expresión fiel de la voluntad popular; y voy aprobarlo.

En otro tiempo el pueblo estaba excluido de los em-pleos civiles y militares. Se creyó hacer una gran cosa

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insertando en la Declaración de los derechos del hom-bre este artículo altisonante: “Todos los ciudadanos sonigualmente admisibles a los cargos públicos: los puebloslibres no reconocen más motivos de preferencia en susindividuos que la virtud y el talento”.

Mucho se ha celebrado una frase tan hermosa, peroafirmo que no lo merece. Porque, o yo no la entien-do, o quiere decir que el pueblo soberano, legisladory reformista, sólo ve en los empleos públicos la remu-neración consiguiente y las ventajas personales, y quesólo estimándolos como fuentes de ingresos, establecela libre admisión de los ciudadanos. Si así no fuese, siéstos nada fueran ganando, ¿a qué esa sabia precau-ción? En cambio, nadie se acuerda de establecer quepara ser piloto sea preciso saber astronomía y geogra-fía, ni de prohibir a los tartamudos que representenóperas. El pueblo siguió imitando en esto a los reyes.Como ellos, quiso distribuir empleos lucrativos entresus amigos y aduladores. Desgraciadamente, y este úl-timo rasgo completa el parecido, el pueblo no disfrutatales beneficios; son éstos para sus mandatarios y re-presentantes, los cuales, además, no temen contrariarla voluntad de su inocente soberano.

Este edificante artículo de laDeclaración de derechosdel hombre, conservado en lasCartas de 1814 y de 1830,

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supone variedad de desigualdades civiles, o lo que es lomismo, de desigualdades ante la ley. Supone tambiéndesigualdad de jerarquías, puesto que las funciones pú-blicas no son solicitadas sino por la consideración ylos emolumentos que confieren; desigualdad de fortu-nas, puesto que si se hubiera querido nivelarlas, los em-pleos públicos habrían sido deberes y no derechos; de-sigualdad en el favor, porque la ley no determina quése entiende por talentos y virtudes. En tiempos del Im-perio, la virtud y el talento consistían únicamente enel valor militar y en la adhesión al Emperador; cuandoNapoleón creó su nobleza parecía que intentaba imi-tar a la antigua. Hoy día el hombre que satisface 200francos de impuestos es virtuoso; el hombre hábil esun honrado acaparador de bolsillos ajenos; de hoy enadelante, estas afirmaciones serán verdades sin impor-tancia alguna.

El pueblo, finalmente, consagró la propiedad… ¡Dioslo perdone, porque no supo lo que hacía! Hace cincuen-ta años que expía ese desdichado error. Pero ¿cómo hapodido engañarse el pueblo, cuya voz, según se dice,es la de Dios y cuya conciencia no yerra? ¿Cómo, bus-cando la libertad y la igualdad, ha caído de nuevo en elprivilegio y en la servidumbre? Por su constante afánde imitar al antiguo régimen.

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Antiguamente la nobleza y el clero sólo contribuíana las cargas del Estado a título de socorros voluntariosy de donaciones espontáneas. Sus bienes eran inalie-nables aun por deudas. Entretanto, el plebeyo, recar-gado de tributos y de trabajo, era maltratado de conti-nuo, tanto por los recaudadores del rey como por losde la nobleza y el clero. El siervo, colocado al nivel delas cosas, no podía testar ni ser heredero. Considera-do como los animales, sus servicios y su descendenciapertenecían al dueño por derecho de acción. El puebloquiso que la condición de propietario fuese igual paratodos; que cada uno pudieragozar y disponer libremen-te de sus bienes, de sus rentas, del producto de su trabajoy de su industria. El pueblo no inventó la propiedad;pero como no existía para él del mismo modo que pa-ra los nobles y los clérigos, decretó la uniformidad deeste derecho. Las odiosas formas de la propiedad, laservidumbre personal, la mano muerta, los vínculos,la exclusión de los empleos, han desaparecido; el mo-do de disfrutarla ha sido modificado, pero la esenciade la institución subsiste. Hubo progresos en la atribu-ción, en el reconocimiento del derecho, pero no huborevolución en el derecho mismo.

Los tres principios fundamentales de la sociedadmoderna, que el movimiento de 1789 y el de 1830 han

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consagrado reiteradamente, son éstos: 1°) Soberanía dela voluntad del hombre, o sea, concretando la expresión,despotismo. 2°)Desigualdad de fortunas y de posición so-cial. 3°) Propiedad. Y sobre todos estos principios el dejusticia, en todo y por todos invocada como el geniotutelar de los soberanos, de los nobles y de los propie-tarios; la justicia, la ley general, primitiva, categórica,de toda sociedad.

¿Es justa la autoridad del hombre sobre el hombre?Todo el mundo contesta: no; la autoridad del hom-

bre no es más que la autoridad de la ley, la cual debeser expresión de justicia y de verdad. La voluntad pri-vada no influye para nada en la autoridad, debiendolimitarse aquélla, de una parte, a descubrir lo verdade-ro y lo justo, para acomodar la ley a estos principios, yde otra, a procurar el cumplimiento de esta ley.

No estudio en este momento si nuestra forma de go-bierno constitucional reúne esas condiciones: si la vo-luntad de los ministros interviene o no en la declara-ción y en la interpretación de la ley; si nuestros dipu-tados, en sus debates, se preocupan más de convencerpor la razón que de vencer por el número. Me bastaque el expresado concepto de un buen gobierno sea co-mo lo he definido. Sin embargo, de ser exacta esa idea,vemos que los pueblos orientales estiman justo, por ex-

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celencia, el despotismo de sus soberanos; que entre losantiguos, y según la opinión de sus mismos filósofos,la esclavitud era justa; que en la Edad Media los no-bles, los curas y los obispos consideraban justo tenersiervos; que Luis XIV creía estar en lo cierto cuandoafirmaba El Estado soy yo; que Napoleón reputaba co-mo crimen de Estado la desobediencia a su voluntad.La idea de lo justo, aplicada al soberano y a su auto-ridad, no ha sido, pues, siempre la misma que hoy te-nemos; incesantemente ha ido desenvolviéndose y de-terminándose más y más hasta llegar al estado en quehoy la concebimos. ¿Pero puede decirse que ha llegadoa su última fase? No lo creo; y como el obstáculo finalque se opone a su desarrollo procede únicamente de lainstitución de la propiedad que hemos conservado, esevidente que para realizar la forma del Poder públicoy consumar la revolución debemos atacar esa mismainstitución.

¿Es justa la desigualdad política y civil? Unos res-ponden, sí; otros, no. A los primeros contestaría que,cuando el pueblo abolió todos los privilegios de naci-miento y de casta, les pareció bien la reforma, proba-blemente porque los beneficiaba. ¿Por qué razón, pues,no quieren hoy que los privilegios de la fortuna des-aparezcan como los privilegios de la jerarquía y de la

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sangre? A esto replican que la desigualdad política esinherente a la propiedad, y que sin la propiedad no haysociedad posible. Por ello la cuestión planteada se re-suelve en la de la propiedad. A los segundos me limitoa hacer esta observación: Si queréis implantar la igual-dad política, abolid la propiedad; si no lo hacéis, ¿porqué os quejáis?

¿Es justa la propiedad? Todo el mundo respondesin vacilación: “Sí, la propiedad es justa”. Digo todoel mundo, porque hasta el presente creo que nadie harespondido con pleno convencimiento: “No”. Tambiénes verdad que dar una respuesta bien fundada no eraantes cosa fácil; sólo el tiempo y la experiencia podíantraer una solución exacta. En la actualidad esta solu-ción existe: falta que nosotros la comprendamos. Yovoy a intentar demostrarla.

He aquí cómo he de proceder a esta demostración:I. — No disputo, no refuto a nadie, no replico nada;

acepto como buenas todas las razones alegadas en fa-vor de la propiedad, y me limito a investigar el princi-pio, a fin de comprobar seguidamente si ese principioestá fielmente expresado por la propiedad. Defendién-dose como justa la propiedad, la idea, o por lo menosel propósito de justicia, debe hallarse en el fondo de to-dos los argumentos alegados en su favor; y como, por

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otra parte, la propiedad sólo se ejercita sobre cosas ma-terialmente apreciables, la justicia debe aparecer bajouna fórmula algebraica. Por estemétodo de examen lle-garemos bien pronto a reconocer que todos los razona-mientos imaginados para defender la propiedad, cua-lesquiera que sean,concluyen siempre necesariamenteen la igualdad, o lo que es lo mismo, en la negación dela propiedad. Esta primera parte comprende dos capí-tulos: el primero referente a la ocupación, fundamentode nuestro derecho; el otro relativo al trabajo y a la ca-pacidad como causas de propiedad y de desigualdadsocial. La conclusión de los dos capítulos será, de unlado, que el derecho de ocupación impide la propiedad,y de otro, que el derecho del trabajo la destruye.

II. — Concebida, pues, la propiedad necesariamen-te bajo la razón categórica de igualdad, he de investi-gar por qué, a pesar de la lógica, la igualdad no exis-te. Esta nueva labor comprende también dos capítulos:en el primero, considerando el hecho de la propiedaden sí mismo, investigaré si ese hecho es real, si existe,si es posible; porque implicaría contradicción que dosformas sociales contrarias, la igualdad y la desigual-dad, fuesen posibles una y otra conjuntamente. Enton-ces comprobaré el fenómeno singular de que la pro-piedad puede manifestarse como accidente, mientras

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como institución y principio es imposible matemática-mente. De suerte que el axioma ab actu ad posse valetconsecutio, del hecho a la posibilidad la consecuenciaes buena, se encuentra desmentido en lo que a la pro-piedad se refiere.

Finalmente, en el último capítulo, llamando en nues-tra ayuda a la psicología y penetrando a fondo en lanaturaleza del hombre, expondré el principio de lo jus-to, su fórmula, su carácter: determinaré la ley orgánicade la sociedad; explicaré el origen de la propiedad, lascausas de su establecimiento, de su larga duración y desu próxima desaparición; estableceré definitivamentesu identidad con el robo; y después de haber demos-trado que estos tres prejuicios, soberanía del hombre,desigualdad de condiciones, propiedad, no son más queuno solo, que se pueden tomar uno por otro y son re-cíprocamente convertibles, no habrá necesidad de es-fuerzo alguno para deducir, por el principio de contra-dicción, la base de la autoridad y del derecho. Termi-nará ahí mi trabajo, que proseguiré en sucesivas publi-caciones.

La importancia del objeto que nos ocupa embargatodos los ánimos.

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“La propiedad —dice Ennequín— es elprincipio creador y conservador de la so-ciedad civil… La propiedad es una de esastesis fundamentales a las que no convieneaplicar sinmaduro examen las nuevas ten-dencias. Porque no conviene olvidar nun-ca, e importa mucho que el publicista y elhombre de Estado estén de ello bien con-vencidos, que de la solución del problemasobre si la propiedad es el principio o el re-sultado del orden social, si debe ser consi-derada como causa o como efecto, depen-de toda la moralidad, y por esa misma ra-zón, toda la autoridad de las institucioneshumanas”.

Estas palabras son una provocación a todos los hom-bres que tengan esperanza y fe en el progreso de la hu-manidad. Pero aunque la causa de la igualdad es her-mosa, nadie ha recogido todavía el guante lanzado porlos abogados de la propiedad, nadie se ha sentido convalor bastante para aceptar el combate. La falsa sabi-duría de una jurisprudencia hipócrita y los aforismosabsurdos de la economía política, tal como la propie-dad la ha formulado, han obscurecido las inteligencias

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más potentes. Es ya una frase convenida entre los titu-lados amigos de la libertad y de los intereses del puebloque ¡la igualdad es una quimera! ¡A tanto llega el poderque las más falsas teorías y las más mentidas analogíasejercen sobre ciertos espíritus, excelentes bajo otrosconceptos, pero subyugados involuntariamente por elprejuicio general! La igualdad nace todos los días, fitoequalitas. Soldados de la libertad, ¿desertaremos denuestra bandera en la víspera del triunfo?

Defensor de la igualdad, hablaré sin odio y sin ira,con la independencia del filósofo, con la calma y laconvicción del hombre libre. ¿Podré, en esta lucha so-lemne, llevar a todos los corazones la luz de que estápenetrado el mío, y demostrar, por la virtud de mis ar-gumentos, que si la igualdad no ha podido vencer conel concurso de la espada es porque debía triunfar conel de la razón?

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Capítulo II. De lapropiedad consideradacomo derecho natural. —De la ocupación y de la leycivil como causas eficientesdel derecho de propiedad

Definiciones

El derecho romano definía la propiedad como el de-recho de usar y de abusar de las cosas en cuanto lo au-torice la razón del derecho. Se ha pretendido justificarla palabra abusar diciendo que significa, no el abusoinsensato e inmoral, sino solamente el dominio abso-luto. Distinción vana, imaginada para la santificaciónde la propiedad, sin eficacia contra los excesos de su

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disfrute, los cuales no previene ni reprime. El propie-tario es dueño de dejar pudrir los frutos en su árbol,de sembrar sal en su campo, de ordeñar sus vacas enla arena, de convertir una viña en erial, de transformaruna huerta en monte. ¿Todo esto es abuso, sí o no? Enmateria de propiedad el uso y el abuso se confundennecesariamente.

Según la Declaración de los derechos del hombre, pu-blicada al frente de la Constitución de 1793, la propie-dad es “el derecho que tiene todo hombre de disfrutary disponer a su voluntad de sus bienes, de sus rentas,del fruto de su trabajo y de su industria”.

El Código de Napoleón, en su art. 544, consigna que“la propiedad es el derecho de disfrutar y disponer delas cosas de la manera más absoluta, en tanto no sehaga de ellos un uso prohibido por las leyes y regla-mentos”.

Ambas definiciones reproducen la del derecho ro-mano: todas reconocen al propietario un derecho ab-soluto sobre las cosas. Y en cuanto a la restricción de-terminada por el Código, al decir en tanto que no sehaga de ellas un uso prohibido por las leyes y los regla-mentos, dicha restricción tiene por objeto, no limitarla propiedad, sino impedir que el dominio de un pro-

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pietario sea obstáculo al dominio de los demás. Es unaconfirmación del principio, no una limitación.

En la propiedad se distingue: 1°, la propiedad pu-ra y simple, el derecho señorial sobre la cosa, y 2°,laposesión. “La posesión—dice Duranton— es una cues-tión de hecho, no de derecho”. Y Toullier: “La propie-dad es un derecho, una facultad legal; la posesión esun hecho”. El arrendatario, el colono, el mandatario,el usufructuario, son poseedores; el señor que arrien-da, que cede el uso, el heredero que sólo espera gozar lacosa al fallecimiento de un usufructuario, son propie-tarios. Si me fuera permitida una comparación, diríaque el amante es poseedor, el marido es propietario.

Esta doble definición de la propiedad como dominioy como posesión es de la mayor importancia, y es ne-cesario no olvidarla si se quiere entender cuanto voya decir.

De la distinción de la posesión y de la propiedad na-cen dos especies de derechos: el derecho en la cosa,por el cual puedo reclamar la propiedad que me per-tenece de cualquiera en cuyo poder la encuentre; y elderecho a la cosa, por el cual solicito que se me declarepropietario. En el primer caso, la posesión y la propie-dad están reunidas; en el segundo, sólo existe la nudapropiedad.

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Esta distinción es el fundamento de la conocida di-visión del juicio en posesorio y petitorio, verdaderascategorías de la jurisprudencia, pues la comprendentotalmente en su inmensa jurisdicción. Petitorio se de-nomina el juicio que hace relación a su propiedad; pose-sorio el relativo a la posesión. Al escribir estas páginascontra la propiedad, insto en favor de toda la sociedaduna acción petitoria y pruebo que los que hoy nada po-seen son propietarios por el mismo título que los quetodo lo poseen, pero en vez de pedir que la propiedadsea repartida entre todos, solicito que, coma medidade orden público, sea abolida para todos. Si pierdo elpleito, sólo nos queda a los propietarios y a mí el re-curso de quitarnos de en medio, puesto que ya nadapodemos reclamar de la justicia de las naciones; por-que, según enseña en su conciso estilo el Código deprocedimientos, art. 26, el demandante cuyas pretensio-nes hayan sido desestimadas en el juicio petitorio no po-drá entablar el posesorio. Si por el contrario, gano elpleito, ejercitaremos entonces una acción posesoria, afin de obtener nuestra reintegración en el disfrute delos bienes que el actual derecho de propiedad nos arre-bata. Espero que no tendremos necesidad de llegar aeste extremo; pero estas dos acciones no pueden ejer-citarse a un tiempo, porque, según el mismo Código de

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procedimientos, la acción posesoria y la petitoria nuncapodrán acumularse.

Antes de entrar en el fondo del asunto, no será inútilpresentar aquí algunas cuestiones prejudiciales.

I. — De la propiedad como derechonatural

La Declaración de los derechos del hombre ha colo-cado al de propiedad entre los llamados naturales eimprescriptibles, que son, por este orden, los cuatrosiguientes: libertad, igualdad, propiedad y seguridad in-dividual. ¿Quémétodo han seguido los legisladores del93 para hacer esta enumeración? Ninguno; fijaron esosprincipios y disertaron sobre la soberanía y las leyes deun modo general y según su particular opinión. Todolo hicieron a tientas, ligeramente.

A creer a Toullier, “los derechos absolutos puedenreducirse a tres: “seguridad, libertad, propiedad».¿Porqué ha eliminado la igualdad? ¿Será porque la libertadla supone, o porque la propiedad la rechaza? El autordel Derecho civil comentado nada dice sobre ello; no hasospechado siquiera que ahí está el punto de discusión.

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Pero si se comparan entre sí estos tres o cuatro dere-chos, se observa que el de propiedad en nada se parecea los otros; que para la mayor parte de los ciudada-nos sólo existe en potencia como facultad dormida ysin ejercicio; que para los que la disfrutan es suscep-tible de determinadas transacciones y modificacionesque repugnan a la cualidad de derecho natural que a lapropiedad se atribuye; que en la práctica los gobiernos,los tribunales y las leyes no la respetan; y en fin, quetodo el mundo, espontánea y unánimemente, la juzgaquimérica.

La libertad es inviolable. Yo no puedo vender nienajenar mi libertad. Todo contrato, toda estipulaciónque tenga por objeto la enajenación o la suspensión dela libertad, es nulo; el esclavo que pisa tierra de liber-tad es en el mismo instante libre. Cuando la sociedaddetiene a un malhechor y le quita su libertad, obra enlegítima defensa; quien quebrante el pacto social co-metiendo un crimen, se declara enemigo público, y alatentar a la libertad de los demás, los obliga a que lopriven de la suya. La libertad es la condición primeradel estado del hombre; renunciar a la libertad equival-dría a renunciar a la cualidad de hombre. ¿Cómo sinlibertad podría el hombre realizar sus actos?

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Del mismo modo, la igualdad ante la ley no admi-te restricción ni excepción. Todos los ciudadanos sonigualmente admisibles a los cargos públicos; y he aquípor qué, en razón de esta igualdad, la suerte o la edaddeciden, en muchos casos, la preferencia. El ciudadanomás humilde puede demandar judicialmente al perso-najemás elevado y obtener un fallo favorable. Si unmi-llonario construyese un palacio en la viña de un pobrelabrador, los tribunales podrían condenar al intruso ala demolición del palacio, aunque le hubiese costadomillones, al replanteo de la viña y al pago de daños yperjuicios. La ley quiere que toda propiedad legítima-mente adquirida sea respetada sin distinción de valory sin preferencia de personas.

Cierto es que para el ejercicio de algunos derechospolíticos suele exigir la ley determinadas condicionesde fortuna y de capacidad. Pero todos los publicistassaben que la intención del legislador no ha sido esta-blecer un privilegio, sino adoptar garantías. Una vezcumplidas las condiciones exigidas por la ley, todo ciu-dadano puede ser elector y elegible: el derecho, unavez adquirido, es igual para todos, y la ley no distin-gue entre las personas y los sufragios. No examino eneste momento si este sistema es el mejor; basta a mipropósito que en el espíritu de la Constitución y a los

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ojos de todo el mundo la igualdad ante la ley sea abso-luta y que, como la libertad, no pueda ser materia detransacción alguna.

Lo mismo puede afirmarse respecto al derecho deseguridad personal. La sociedad no ofrece a sus miem-bros una semiprotección, una defensa incompleta; lapresta íntegramente a sus individuos, obligados a suvez con la sociedad. No les dice: “Os garantizaré vues-tra vida, si el hacerlo nada me cuesta; os protegeré, sien ello no corro peligro”, sino que les dice: “Os defen-deré de todo y contra todos; os salvaré y os vengaréo pereceré con vosotros”. El Estado pone todo su po-der al servicio de cada ciudadano. La obligación querecíprocamente los une es absoluta.

¡Cuánta diferencia en la propiedad! Codiciada portodos, no está reconocida por ninguno. Leyes, usos,costumbres, conciencia pública y privada, todo cons-pira para su muerte y para su ruina. Para subvenir alas necesidades del Gobierno, que tiene ejércitos quemantener, obras que realizar, funcionarios que pagar,son necesarios los impuestos. Nada más razonable quetodo elmundo contribuya a estos gastos. Pero ¿por quéel rico ha de pagarmás que el pobre? Esto es lo justo, sedice, porque posee más. Confieso que no comprendoesta justicia.

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¿Por qué se pagan los impuestos? Para asegurar acada uno el ejercicio de sus derechos naturales, liber-tad, igualdad, seguridad, propiedad; para mantener elorden en el Estado; para realizar obras públicas de uti-lidad y de esparcimiento.

¿Pero es que la vida y la libertad del rico son máscostosas de defender que las del pobre? ¿Es que en lasinvasiones, las hambres y las pestes representa para elEstado mayor número de dificultades el gran propieta-rio que huye del peligro sin acudir a su remedio, que ellabriego que continúa en su choza abierta a todos losazotes?

¿Es que el orden está más amenazado para el bur-gués que para el artesano o el obrero? No, pues al con-trario, la policía tiene más trabajo con dos centenaresde obreros en huelga que con 200.000 propietarios.

¿Es que el capitalista disfruta de las fiestas naciona-les, de la propiedad de las calles, de la contemplaciónde los monumentos, más que el pobre?… No; el pobreprefiere su campo a todos los esplendores de la ciudad,y cuando quiere distraerse se contenta con subir a lascucañas.

Una de dos: o el impuesto proporcional garantiza yconsagra un privilegio en favor de los grandes contri-buyentes, o significa en sí mismo una iniquidad. Por-

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que si la propiedad es de derecho natural, como afirmala Declaración de los derechos del hombre, todo lo queme pertenece en virtud de ese derecho es tan sagradocomo mi propia persona; es mi sangre, es mi vida, soyyo mismo. Quien perturbe mi propiedad atenta a mivida. Mis 100.000 francos de renta son tan inviolablescomo el jornal de 75 céntimos de la obrera, y mis con-fortables salones como su pobre buhardilla. El impues-to no se reparte en razón de la fuerza, de la estatura nidel talento; no puede serlo tampoco en razón de la pro-piedad. Si el Estado me cobra más, debe darme más, ocesar de hablarme de igualdad de derechos; porque enotro caso, la sociedad no está instituida para defenderla propiedad, sino para organizar su destrucción. El Es-tado, por el impuesto proporcional, se erige en jefe debandidos; él mismo da el ejemplo del pillaje reglamen-tado; es preciso sentarlo en el banco de los acusados,al lado de esos ladrones, de esa canalla execrada que élhace asesinar por envidias del oficio.

Pero se arguye que precisamente para contener aesa canalla son precisos los tribunales y los soldados.El Gobierno es una sociedad, pero no de seguros, por-que nada asegura, sino constituida para la venganza yla represión. La prima que esta sociedad hace pagar, elimpuesto, se reparte a prorrata entre las propiedades,

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es decir, en proporción de las molestias que cada unaocasiona a los vengadores y represores asalariados porel Gobierno.

Nos encontramos en este punto muy lejos del dere-cho de propiedad absoluto e inalienable. ¡Así están elpobre y el rico en constante situación de desconfian-za y de guerra! ¿Y por qué se hacen la guerra? Por lapropiedad: ¡de suerte que la propiedad tiene por con-secuencia necesaria la guerra a la propiedad!… La li-bertad y la seguridad del rico no estorban a la libertady a la seguridad del pobre; lejos de ello, pueden forta-lecerse recíprocamente. Pero el derecho de propiedaddel primero tiene que estar incesantemente defendidocontra el instinto de propiedad del segundo. ¡Qué con-tradicción!

En Inglaterra existe un impuesto en beneficio de lospobres. Se pretende que yo, como rico, pague este im-puesto. Pero ¿qué relación hay entre mi derecho na-tural e imprescriptible de propiedad y el hambre queatormenta a diez millones de desgraciados? Cuando lareligión nos manda ayudar a nuestros hermanos, esta-blece un precepto para la caridad; pero no un principiode legislación. El deber de beneficencia, que me impo-ne la moral cristiana, no puede crear en mi perjuicioun derecho político a favor de nadie, y mucho menos

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un instituto de mendigos. Practicaré la caridad, si ésees mi gusto, si experimento por el dolor ajeno esa sim-patía de que hablan los filósofos y en la que yo no creo:pero no puedo consentir que a ello se me obligue. Na-die está obligado a ser justo más allá de esta máxima:

Gozar de su derecho, mientras no perjudique el de losdemás; máxima que es la definición misma de la liber-tad. Y como mi bien reside en mí y no debo nada anadie, me opongo a que la tercera de las virtudes teo-logales esté a la orden del día.

Cuando hay que hacer una conversión de la deudapública, se exige el sacrificio de todos los acreedoresdel Estado. Hay derecho a imponerlo si lo exige el bienpúblico; pero ¿en qué consiste la justa y prudente in-demnización ofrecida a los tenedores de esa deuda? Nosólo no existe tal indemnización, sino que es imposibleconcederla; porque si es igual a la propiedad sacrifica-da, la conversión es inútil.

El Estado se encuentra hoy, con relación a sus acree-dores, en la misma situación que la villa de Calais, si-tiada por Eduardo III, estaba con sus patricios. El in-gles vencedor consentía en perdonar a sus habitantesa cambio de que se le entregasen a discreción los mássignificados de la ciudad. Eustache y algunos otros sesacrificaron; acto heroico, cuyo ejemplo debían propo-

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ner los ministros a los rentistas del Estado para que loimitasen. ¿Pero tenía la villa de Calais derecho a entre-garlos? No, indudablemente. El derecho a la seguridades absoluto; la patria no puede exigir a nadie que sesacrifique. El soldado que está de centinela en la proxi-midad del enemigo no significa excepción de ese prin-cipio; allí donde un ciudadano expone su vida, está lapatria con él; hoy le toca a uno, mañana a otro; cuan-do el peligro y la abnegación son comunes, la fuga esun parricidio. Nadie tiene el derecho de sustraerse alpeligro, pero nadie está obligado a servir de cabeza deturco. La máxima de Caifás, bueno es que un hombremuera por todo el pueblo,es la del populacho y la de lostiranos, los dos extremos de la degradación social.

Afírmase que toda renta perpetua es esencialmen-te redimible. Esta máxima de derecho civil aplicadaal Estado es buena para los que pretenden llegar a laigualdad natural del trabajo y del capital; pero desdeel punto de vista del propietario y según la opinión delos obligados a dar su asentimiento, ese lenguaje es elde los tramposos. El Estado no es solamente un deudorcomún, sino asegurador y guardián de la propiedad delos ciudadanos, y como ofrece la mayor garantía, hayderecho a esperar de él una renta segura e inviolable.¿Cómo, pues, podrá obligar a la conversión a sus acree-

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dores, que le confiaron sus intereses, y hablarles luegode orden público y de garantía de la propiedad? El Esta-do, en semejante operación, no es un deudor que paga,es una empresa anónima que lleva a sus accionistas auna emboscada y que, violando su formal promesa, losobliga a perder el 20, 30 ó 40 por 100 de los interesesde sus capitales.

Y no es esto todo. El Estado es también la universa-lidad de los ciudadanos reunidos bajo una ley comúnpara vivir en sociedad. Esta ley garantiza a todos susrespectivas propiedades: al uno su tierra, al otro su vi-ña, a aquél sus frutos, al capitalista, que podría adquirirfincas, pero prefiere aumentar su capital, sus rentas. ElEstado no puede exigir, sin una justa indemnización, elsacrificio de un palmo de tierra, de un trozo de viña, ymenos aún disminuir el precio de arriendo. ¿Cómo va,pues, a tener el derecho de rebajar el interés del capi-tal? Sería preciso, para que este derecho fuera ejercidosin daño para nadie, que el capitalista pudiera hallaren otra parte una colocación igualmente ventajosa pa-ra su dinero; pero no pudiendo romper su relación conel Estado, ¿dónde encontraría esa colocación, si la cau-sa de la conversión, es decir, el derecho de tomar di-nero a menor interés reside en el mismo Estado? Heaquí por qué un gobierno, fundado en el principio de

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la propiedad,jamás puede menoscabar las rentas sin lavoluntad de sus acreedores. El dinero prestado a la na-ción es una propiedad a la que no hay derecho a tocarmientras las demás sean respetadas: obligar a hacer laconversión equivale, con relación a los capitalistas, aromper el pacto social, a colocarlos fuera de la ley. To-da la contienda sobre la conversión de las rentas sereduce a esto:

Pregunta. — ¿Es justo reducir a la miseria a 45.000familias poseedoras de títulos de la deuda pública?

Respuesta. — ¿Es justo que siete u ocho millonesde contribuyentes paguen cinco francos de impuestocuando podrían pagar tres solamente?

Desde luego se observa que la respuesta no se con-trae a la cuestión, para resolver la cual hay que ex-ponerla de este modo: ¿es justo exponer la vida de100.000 hombres cuando se los puede salvar entregan-do cien cabezas al enemigo? Decide tú, lector.

Concretando: la libertad es un derecho absoluto,porque es al hombre, como la impenetrabilidad a lama-teria, una condición sine qua non de su existencia. Laigualdad es un derecho absoluto, porque sin igualdadno hay sociedad. La seguridad personal es un derechoabsoluto, porque a juicio de todo hombre, su libertady su existencia son tan preciosas como las de cualquie-

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ra otro. Estos tres derechos son absolutos, es decir, nosusceptibles de aumento ni disminución, porque en lasociedad cada asociado recibe tanto como da, libertadpor libertad, igualdad por igualdad, seguridad por se-guridad, cuerpo por cuerpo, alma por alma, a vida y amuerte.

Pero la propiedad, según su razón etimológica y ladoctrina de la jurisprudencia, es un derecho que vivefuera de la sociedad, pues es evidente que si los bie-nes de propiedad particular fuesen bienes sociales, lascondiciones serían iguales para todos, y supondría unacontradicción decir: La propiedad es el derecho que tie-ne el hombre de disponer de la manera más absoluta deunos bienes que son sociales.

Por consiguiente, si estamos asociados para la liber-tad, la igualdad y la seguridad, no lo estamos para lapropiedad. Luego, si la propiedad es un derecho na-tural, este derecho natural no es social, sinoantisocial.Propiedad y sociedad son conceptos que se rechazanrecíprocamente; es tan difícil asociarlos como unir dosimanes por sus polos semejantes.

Por eso, o la sociedad mata a la propiedad o ésta aaquélla.

Si la propiedad es un derecho natural, absoluto, im-prescriptible e inalienable; ¿por qué en todos los tiem-

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pos ha preocupado tanto su origen? Éste es todavíauno de los caracteres que la distinguen. ¡El origen deun derecho natural! ¿Y quién ha investigado jamás elorigen de los derechos de libertad, de seguridad y deigualdad? Existen por la misma razón que nosotrosmismos, nacen, viven y mueren con nosotros. Otra co-sa sucede, ciertamente, con la propiedad. Por imperiode la ley, la propiedad existe aun sin propietario, comofacultad sin sujeto; lo mismo existe para el que aún noha nacido que para el octogenario. Y entretanto, a pe-sar de estas maravillosas prerrogativas que parecen de-rivar de lo eterno, no ha podido esclarecerse jamás dedónde procede la propiedad. Los doctores están contra-diciéndose todavía. Sólo acerca de un punto están deacuerdo: en que la justificación del derecho de propie-dad depende de la autenticidad de su origen. Pero estamutua conformidad a todos perjudica, porque ¿cómohan acogido tal derecho sin haber dilucidado antes lacuestión de su origen?

Aún hay quienes se oponen a que se esclarezca loque haya de cierto en los pretendidos títulos del dere-cho de propiedad y a que se investigue su fantásticay quizás escandalosa historia: quieren que se atengauno a la afirmación de que la propiedad es un hecho,y como tal ha existido y existirá siempre. Es por ese

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derecho por el que comienza el sabio Proudhon con suTraité des droits d’usufruit, poniendo la cuestión de lapropiedad en el rango de las inutilidades escolásticas.Quizá subscribiría yo este deseo, que quiero creer ins-pirado en un loable amor a la paz, si viese a todos missemejantes gozar de una propiedad suficiente, pero…no…, no lo suscribiré.

Los títulos en que se pretende fundar el derecho depropiedad se reducen a dos: la ocupación y eltrabajo,Los examinaré sucesivamente bajo todos sus aspectosy en todos sus detalles, y prometo al lector que, cual-quiera que sea el título invocado, haré surgir la pruebairrefragable de que la propiedad, para ser justa y posi-ble, debe tener por condición necesaria la igualdad.

II. De la ocupación como fundamentode la propiedad

Bonaparte, que tanto dio que hacer a sus legistasen otras cuestiones, no objetó nada sobre la propiedad.No es de extrañar su silencio: a los ojos de ese hombre,personal y autoritario como ningún otro, la propiedaddebía ser el primero de los derechos, de igual modo

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que la sumisión a su voluntad era el más santo de losdeberes.

El derecho de ocupación o del primer ocupante esel que nace de la posesión actual, física, efectiva dela cosa. Si yo ocupo un terreno, se presume que soyun dueño en tanto que no se demuestre lo contrario.Obsérvese que originariamente tal derecho no puedeser legítimo sino en cuanto es recíproco. En esto estánconformes los jurisconsultos.

Cicerón compara la tierra con un amplio teatro:Que-madmodum theatrum cum commune sit, recte tamendici potest ejus esse eum locum quem quisque accupa-vit. En este pasaje se encierra toda la filosofía que laantigüedad nos ha dejado acerca del origen de la pro-piedad. El teatro —dice Cicerón— es común a todos; ysin embargo, cada uno llama suyo al lugar que ocupa;lo que equivale a decir que cada sitio se tiene en po-sesión, no en propiedad. Esta comparación destruye lapropiedad y supone por otra parte la igualdad. ¿Puedeocupar simultáneamente en un teatro un lugar en lasala, otro en los palcos y otro en el paraíso? En modoalguno, a no tener tres cuerpos como Géryon, o exis-tir al mismo tiempo en tres distintos lugares como secuenta del mago Apolonio.

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Nadie tiene derecho más que a lo necesario, segúnCicerón: tal es la interpretación exacta de su famosoaxioma “a cada uno lo que le corresponde”, axioma quese ha aplicado con indebida amplitud. Lo que a cadauno corresponde no es lo que cada uno puede poseer,sino lo que tiene derecho a poseer. ¿Pero qué es lo quetenemos derecho a poseer? Lo que baste a nuestro tra-bajo y a nuestro consumo. Lo demuestra la compara-ción que Cicerón hacía entre la tierra y un teatro. Bienestá que cada uno se coloque en su sitio como quiera,que lo embellezca y mejore, si puede; pero su actividadno debe traspasar nunca el límite que lo separa del ve-cino. La doctrina de Cicerón va derecha a la igualdad;porque siendo la ocupación una mera tolerancia, si latolerancia es mutua (y no puede menos de serlo), lasposesiones han de ser iguales.

Grotius acude a la historia; pero desde luego es ex-traño su modo de razonar, porque ¿a qué buscar el ori-gen de un derecho que se llama natural fuera de la Na-turaleza? Ése es el método de los antiguos. El hechoexiste, luego es necesario; siendo necesario, es justo,y por tanto, sus antecedentes son justos también. Exa-minemos, sin embargo, la cuestión según la planteaGrotius:

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“Primitivamente, todas las cosas eran comunes e in-divisas: constituían el patrimonio de todos…”. No lea-mos más: Grotius refiere cómo esta comunidad primi-tiva acabó por la ambición y la concupiscencia, cómoa la edad de oro sucedió la de hierro, etcétera. De mo-do que la propiedad tendría su origen primero en laguerra y la conquista, después en los tratados y en loscontratos. Pero o estos pactos distribuyeron los bienespor partes iguales, conforme a la comunidad primiti-va, única regla de distribución que los primeros hom-bres podían conocer, y entonces la cuestión del origende la propiedad se presenta en estos términos: ¿cómoha desaparecido la igualdad algún tiempo después?, oesos tratados y contratos fueron impuestos por violen-cia y aceptados por debilidad, y en este caso son nulos,no habiéndolos podido convalidar el consentimientotácito de la posteridad y entonces vivimos, por consi-guiente, en un estado permanente de iniquidad y defraude.

No puede comprenderse cómo habiendo existido enun principio la igualdad de condiciones, ha llegado aser con el tiempo esta igualdad un estado extranatural.¿Cómo ha podido efectuarse tal depravación? Los ins-tintos en los animales son inalterables, manteniéndoseasí la distinción de las especies. Suponer en la sociedad

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humana una igualdad natural primitiva es admitir quela actual desigualdad es una derogación de la natura-leza de la sociedad, cuyo cambio no pueden explicarsatisfactoriamente los defensores de la propiedad. Deesto deduzco que si la Providencia puso a los primeroshombres en una condición de igualdad, debe estimarseeste hecho como un precepto por ella misma promul-gado, para que practicasen dicha igualdad con mayoramplitud; de la misma manera que se ha desarrolladoy entendido en múltiples formas el sentimiento reli-gioso que la misma Providencia inspiró en su alma. Elhombre no tiene más que una naturaleza, constante einalterable; la sigue por instinto, la abandona por re-flexión y vuelve a aceptarla por necesidad. ¿Quién seatreverá a decir que no hemos de tornar a ella? SegúnGrotius, el hombre ha salido de la igualdad. ¿Cómo sa-lió de ella? ¿Cómo volverá a conseguirla?Más adelantelo veremos.

Reid dice: “El derecho de propiedad no es natural,sino adquirido; no procede de la constitución del hom-bre, sino de sus actos. Los jurisconsultos han explicadosu origen de manera satisfactoria para todo hombre debuen sentido. La tierra es un bien común que la bondaddel cielo ha concedido a todos los hombres para las ne-cesidades de la vida; pero la distribución de este bien

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y de sus productos es obra de ellos mismos; cada unoha recibido del cielo todo el poder y toda la inteligen-cia necesarios para apropiarseuna parte sin perjudicara nadie.

“Los antiguos moralistas han comparadocon exactitud el derecho común de todohombre a los productos de la tierra, antesque fuese objeto de ocupación y propie-dad de otro, al que se disfruta en un teatro;cada cual puede ocupar, según va llegan-do, un sitio libre, y adquirir por este hechoel derecho de estar en él mientras dura elespectáculo, pero nadie tiene facultad pa-ra echar de sus localidades a los espectado-res que estén ya colocados. La tierra es unvasto teatro que el Todopoderoso ha des-tinado con sabiduría y bondad infinitas alos placeres y penalidades de la humani-dad entera. Cada uno tiene derecho a co-locarse como espectador y de representarsu papel como actor, pero a condición deque no inquiete a los demás”.

Consecuencias de la doctrina de Reid:

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1ª) Para que la porción que cada uno pueda apropiar-se no signifique perjuicio para nadie, es preciso que seaigual al cociente de la suma de los bienes repartibles,dividida por el número de los copartícipes.

2ª) Debiendo ser siempre igual el número de loca-lidades y de espectadores, no puede admitirse que unespectador ocupe dos puestos ni que un mismo actordesempeñe varios papeles.

3ª) A medida que un espectador entre o salga, laslocalidades deben reducirse o ampliarse para todo elmundo en la debida proporción, porque, como diceReid, el derecho de la propiedad no es natural, sino ad-quirido y, por consiguiente, no tienen nada absoluto,y de aquí que, siendo la ocupación en que se funda unhecho contingente, claro está que no puede comuni-car a tal derecho condiciones de inmutabilidad. Estomismo parece que es lo que cree el profesor de Edim-burgo cuando añade: “El derecho a la vida presume elderecho a los medios para sostenerla, y la misma reglade justicia que ordena que la vida del inocente debeser respetada, exige también que no se le prive de losmedios para conservarla; ambas cosas son igualmen-te sagradas… Entorpecer el trabajo de otro es cometercon él una injusticia tan grande como sería sujetarlo

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con cadenas o encerrarlo en una prisión; el resultadoy la ofensa en uno y otro caso son iguales”.

Así, el jefe de la escuela escocesa, sin tener en consi-deración las desigualdades del talento o de la industria,establece a priori la igualdad de los medios del trabajo,encomendando a cada trabajador el cuidado de su bien-estar individual, con arreglo al eterno axioma: Quiensiembra, recoge.

Lo que ha faltado al filósofo Reid no es el conoci-miento del principio, sino el valor de deducir sus con-secuencias. Si el derecho a la vida es igual, el derechoal trabajo también es igual y el derecho de ocupaciónlo será asimismo. ¿Podrían ampararse en el derechode propiedad los pobladores de una isla para rechazarviolentamente a unos pobres náufragos que intentasenarribar a la orilla? Sólo ante la idea de semejante barba-rie se subleva la razón. El propietario, como un Robin-son en su isla, aleja a tiros y a sablazos al proletario, aquien la ola de civilización ha hecho naufragar, cuan-do pretende salvarse asiéndose a las rocas de la pro-piedad. —“¡Dadme trabajo!, grita con toda su fuerza alpropietario; no me rechacéis, trabajaré por el precioque queráis.” -”No tengo en qué emplear tus servicios”,responde el propietario presentándole la punta de suespada o el cañón de su fusil.”— “Al menos, rebajad las

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rentas.” —“Tengo necesidad de ellas para vivir.” ¿Cómopodré pagarlas si no trabajo?”— “Eso es cosa tuya”.

Y el infortunado proletario se deja llevar por la co-rriente o, si intenta penetrar en la propiedad, el propie-tario apunta y lo mata.

Acabamos de oír a un espiritualista; ahora pregunta-remos a un materialista y luego a un ecléctico, y reco-rrido el círculo de la filosofía, estudiaremos la jurispru-dencia. Según Destutt de Tracy, la propiedad es unanecesidad de nuestra naturaleza. Que esta necesidadocasiona horrorosas consecuencias no puede negarse,a no estar ciego. Pero son un mal inevitable que nadaprueba contra el principio; de modo —añade— que tanpoco razonable sería rebelarse contra la propiedad acausa de los abusos que origina, como quejarse de lavida, porque su resultado inevitable es la muerte. Es-ta brutal y odiosa filosofía promete, al menos, una ló-gica franca y severa; veamos si cumple esta promesa.“Se ha instruido solemnemente el proceso de la propie-dad… como si nosotros pudiésemos hacer que haya oque no haya propiedad en este mundo… Oyendo a al-gunos filósofos y legisladores, no parece sino que enun determinado momento decidieron los hombres, es-pontáneamente y sin causa alguna, hablar de lo tuyo yde lo mío, y que de ello habrían podido y aun debido

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excusarse. Pero lo cierto es que lo tuyo y lo mío no hansido inventados jamás”.

Esta filosofía es demasiado realista. Tuyo y mío noexpresan necesariamente asimilación, y así decimostufilosofía y mi igualdad; porque tu filosofía eres túmismo filosofando y mi igualdad soy yo profesando laigualdad. Tuyo ymío indican casi siempre una relación:tu país, tu parroquiano, tu sastre; mi habitación,mi bu-taca, mi compañía y mi batallón. En la primera acep-ción puede decirse algunas vecesmi talento,mitrabajo,mi virtud; pero jamás mi grandeza ni mi majestad; so-lamente en el sentido de relación podemos decir micasa, mi campo, mi viña, mis capitales, de igual mo-do que el criado de un banquero dice mi caja. En unapalabra, tuyo y mío son expresiones de derechos per-sonales idénticos, y aplicados a las cosas que están fue-ra de nosotros indican posesión, función, uso, pero nopropiedad.

Nadie creería, si yo no lo probase con textos autén-ticos, que toda la teoría de ese autor se funda en esteinocente equívoco: “Con anterioridad a toda conven-ción, los hombres se encontraban, no precisamente, co-mo asegura Hobbes, en un estado de hostilidad, sino deindiferencia. En este estado no había propiamente nadajusto ni injusto; los derechos del uno en nada obstaban

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a los del otro. Cada cual tenía tantos derechos como ne-cesidades y el deber de satisfacerlas sin consideraciónde ningún género”.

Aceptemos este sistema, sea verdadero o falso. Des-tutt de Tracy no rehusaría la igualdad. Según dicha hi-pótesis, los hombres, mientras están en el estado deindiferencia, nada se deben. Todos tienen el derechode satisfacer sus necesidades sin inquietar a los demás,y por tanto, la facultad de ejercitar su poder sobre laNaturaleza, según la intensidad de sus fuerzas y desus facultades. De ahí, como consecuencia necesaria,la mayor desigualdad de bienes entre los hombres. Ladesigualdad de condiciones es, pues, aquí el carácterpropio de la indiferencia o del salvajismo, precisamen-te lo contrario que en el sistema de Rousseau. Ahoraprosigamos: “Las restricciones de estos derechos y deese deber no comienzan a indicarse hasta el momentoen que se establecen convenciones tácitas o expresas.Entonces surge la idea de la justicia y de la injusticia,es decir, del equilibrio entre los derechos del uno y losdel otro, iguales necesariamente hasta ese instante”.

Detengámonos un momento. Dice Reid que los dere-chos eran iguales hasta ese momento, lo que significaque cada cual tenía el derecho de satisfacer sus necesida-des sin consideración alguna a las necesidades de otro; o

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en otros términos, que todos tenían por igual el dere-cho de alimentarse; que no había más derecho que elengaño o la fuerza. Al lado de la guerra y del pillaje,coexistía, pues, como medio de vida, la apropiación.

Para abolir este derecho a emplear la violencia yel engaño, este derecho a causarse mutuos perjuicios,única fuente de la desigualdad de los bienes y de losdaños, se celebraron convenciones tácitas o expresasy se inventó la balanza de la justicia. Luego estas con-venciones y esta balanza tenían por objeto asegurar atodos la igualdad en el bienestar, y si el estado de indi-ferencia es el principio de la desigualdad, la sociedaddebe tener por consecuencia necesaria la igualdad. Labalanza social es la igualación del fuerte y del débil, loscuales, en tanto no son iguales, son extraños, viven ais-lados, son enemigos. Por lo tanto, si la desigualdad decondiciones es un mal necesario, lo será en ese esta-do primitivo, ya que sociedad y desigualdad implicancontradicción. Luego, si el hombre está formado paravivir en sociedad, lo está también para la igualdad; estaconsecuencia es inconcusa.

Y siendo así, ¿cómo se explica que, después de ha-berse establecido la balanza de la justicia, aumente ladesigualdad de modo incesante? ¿Cómo sigue siendodesconocido para el hombre el imperio de la justicia?

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¿Qué contesta a esto Destutt de Tracy? “Necesidadesy medios, derechos y deberes —dice— derivan de la fa-cultad de querer. Si el hombre careciese de voluntad,estas cuestiones no existirían. Pero tener necesidadesy medios, derechos y deberes, es tener, es poseer algo.Son éstas otras tantas especies de propiedades, toman-do esta palabra en su amplia acepción; esas cosas nospertenecen”.

Éste es un equívoco indigno que no puede justifi-carse por el afán de generalizar. La palabra propiedadtiene dos sentidos: 1°) Designa la cualidad, por la cualuna cosa es lo que es, las condiciones que la individua-lizan, que la distinguen especialmente de las demás co-sas. En este sentido, se dice: las propiedades del trián-gulo o de los números, la propiedad del imán, etcétera.2°) Expresa el derecho dominical de un ser inteligen-te y libre sobre una cosa; en este sentido la empleanlos jurisconsultos. Así en esta frase: el hierro adquierela propiedad del imán, la palabra propiedad no expresala misma idea que en esta otra: Adquiero la propiedadde este imán. Decir a un desgraciado que es propieta-rio porquetiene brazos y piernas, que el hambre que loatormenta y la posibilidad de dormir al aire libre sonpropiedades suyas, es jugar con el vocablo y añadir laburla a la inhumanidad.

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“La idea de propiedad es inseparable de lade personalidad. Y es de notar cómo sur-ge aquélla en toda su plenitud necesariae inevitablemente. Desde el momento enque un individuo se da cuenta de su yo,de su persona moral, de su capacidad paragozar, sufrir y obrar, sabe necesariamen-te que ese yo es propietario exclusivo delcuerpo que anima, de sus órganos, de susfuerzas y facultades, etcétera. Era precisoque hubiese una propiedad natural y ne-cesaria, como antecedente de las que sonartificiales y convencionales, porque nadapuede haber en el arte que no tenga su ori-gen y principio en la misma Naturaleza”.

Admiremos la buena fe de los filósofos. El hombretiene propiedades naturales, es decir, facultades, en laprimera acepción de la palabra. Sobre ellas le corres-ponde la propiedad, es decir, el dominio en el segundosentido del vocablo. Tiene, por consiguiente, la propie-dad de ser propietario. ¡Cuánto me avergonzaría ocu-parme de semejantes tonterías, si sólo considerase laautoridad de Destutt de Tracy! Pero esta pueril con-fusión es propia de todo el género humano, desde el

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origen de las sociedades y de las lenguas, desde quecon las primeras ideas y las primeras palabras nacie-ron la metafísica y la dialéctica. Todo lo que el hombrepudo llamar mío fue en su entendimiento identificadoa su persona, lo consideró como su propiedad, comosu bien, como parte de sí mismo, miembro de su cuer-po, facultad de su alma. La posesión de las cosas fueasimilada a la propiedad de las facultades del cuerpo ydel espíritu. Sobre tan falsa analogía se fundó el dere-cho de propiedad, imitación de la naturaleza por el arte,como con tanta elegancia dice Destutt de Tracy.

Pero ¿cómo este ideólogo tan sutil no ha observadoque el hombre no es ni aun siquiera propietario de susfacultades? El hombre posee potencias, virtudes, capa-cidades que le han sido dadas por la Naturaleza paravivir, aprender, amar; pero no tiene sobre ellas un do-minio absoluto; no es más que su usufructuario; ynopuede gozar de este usufructo sino conformándose alas prescripciones de la Naturaleza. Si fuese dueño yseñor de sus facultades, se abstendría de tener ham-bre y frío; levantaría montañas, andaría cien leguas enun minuto, se curaría sin medicinas por la fuerza de supropia voluntad y sería inmortal. Diría: “Quiero produ-cir”, y sus obras, ajustadas a su ideal, serían perfectas.Diría: “Quiero saber”, y sería sabio: “quiero gozar”, y

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gozaría. Por el contrario, el hombre no es dueño de símismo, ¡y se pretende que lo sea de lo que está fuera deél! Bueno que use de las cosas de la Naturaleza, puestoque vive a condición de disfrutarlas; pero debe renun-ciar a sus pretensiones de propietario, recordando queeste nombre sólo es aplicable por metáfora.

En resumen: Destutt de Tracy confunde, en una ex-presión común, los bienes exteriores de la Naturalezay del arte con el poder o facultad del hombre, llaman-do propiedades a unos y otros, y amparándose en es-te equívoco, intenta establecer de modo inquebranta-ble el derecho de propiedad. Pero de estas propiedades,unas son innatas, como la memoria, la imaginación, lafuerza, la belleza, y otras adquiridas, como la tierra,las aguas, los bosques. En el estado primitivo o de in-diferencia, los hombres más valerosos y más fuertes,es decir, los más aventajados en razón de las propie-dades innatas, gozarían el privilegio de obtener exclu-sivamente las propiedades adquiridas. Para evitar estemonopolio y la lucha que, por consecuencia, origina-se, se inventó una balanza, una justicia. El objeto de lospactos tácitos o expresos sobre este particular no fueotro que el de corregir, en cuanto fuera posible, la de-sigualdad de las propiedades innatas mediante la igual-dad de las propiedades adquiridas. Mientras el repar-

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to de éstas no es igual, los copartícipes siguen siendoenemigos y la distribución no es definitiva. Así, de unlado, tenemos: indiferencia, desigualdad, antagonismo,guerra, pillaje, matanzas; y de otro: sociedad, igualdad,fraternidad, paz y amor. La elección no es dudosa.

José Dutens, autor de una Filosofía de la economíapolítica, se ha creído obligado en dicha obra a romperlanzas en honor de la propiedad. Su metafísica pareceprestada por Destutt de Tracy. Comienza por esta de-finición de la propiedad, que es una perogrullada: “Lapropiedad es el derecho por el cual una cosa pertenececomo propia a alguno”. Traducción literal: “La propie-dad es el derecho de propiedad”.

Después de varias disquisiciones confusas sobre lavoluntad, la libertad y la personalidad, y de distinguirunas propiedades inmateriales naturales de otrasmate-riales naturales, cuya división recuerda a la de Destuttde Tracy en innatas y adquiridas, José Dutens conclu-ye por sentar estas dos proposiciones: 1ª) La propiedades en todo hombre un derecho natural e inalienable. 2ª)La desigualdad de las propiedades es resultado necesa-rio de la Naturaleza, cuyas proposiciones se reducena esta otra aún más sencilla: todos los hombres tienenun derecho igual de propiedad desigual.

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Censura Dutens a Sismondi por haber afirmado quela propiedad territorial no tiene más fundamento quela ley y los contratos; y él mismo dice, hablando delpueblo, que “su buen sentido le revela la existenciadelcontrato primitivo celebrado entre la sociedad y lospropietarios”.

Confunde la propiedad con la posesión, la comuni-dad con la igualdad, lo justo con lo natural, lo naturalcon lo posible. Tan pronto toma por equivalentes estosopuestos conceptos como parece diferenciarlos, man-teniendo la confusión en tales términos, que costaríamenos refutarlo que comprenderlo. Atraído por el tí-tulo del libro, Filosofía de la economía política, sólo hehallado en él, fuera de las tinieblas del autor, ideas vul-gares; por esto renuncio a seguir ocupándome de sucontenido.

Cousin, en su Filosofía moral, nos enseña que todamoral, toda ley, todo derecho, están contenidos en es-te precepto: ser libre, consérvate libre. ¡Bravo, maestro!No quiero continuar siendo libre; sólo falta que puedaserlo. Y continúa diciendo: “Nuestro principio es ver-dadero; es bueno, es social; no temamos deducir de éltodas sus consecuencias.

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“1ª) Si el ser humano es santo, lo es entoda su naturaleza, y particularmente ensus actos interiores, en sus sentimientos,en sus ideas, en las determinaciones de suvoluntad. De ahí el respeto debido a la fi-losofía, a la religión, a las artes, a la indus-tria, al comercio, a todas las produccionesde la libertad. Digo respeto y no toleran-cia, porque al derecho no se lo tolera, selo respeta”.Me prosterno humildemente ante la filo-sofía.“2ª) Mi libertad, que es sagrada, tiene ne-cesidad, para exteriorizarse, de un instru-mento que se llama cuerpo: el cuerpo par-ticipa, por tanto, de la santidad de la li-bertad; es inviolable como ella. De aquí elprincipio de la libertad individual.“3ª) Mi libertad, para exteriorizarse, tienenecesidad de una propiedad o una cosa.Esta cosa o esta propiedad participan, portanto, de la inviolabilidad de mi persona.Por ejemplo, me apodero de un objeto quees necesario y útil para el desenvolvimien-

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to exterior demi libertad, y digo: este obje-to es mío, porque no es de nadie; pues des-de entonces lo poseo legítimamente. Asíla legitimidad de la posesión se funda endos condiciones. En primer término, yono poseo sino en cuanto soy libre: supri-mid mi actividad libre y habréis destrui-do en mí el principio del trabajo; luego só-lo por el trabajo puedo asimilarme la pro-piedad o la cosa y sólo asimilándomela laposeo. La actividad libre es, pues, el prin-cipio del derecho de propiedad. Pero estono basta para legitimar la posesión. Todoslos hombres son libres, todos pueden asi-milarse una propiedad por el trabajo; pe-ro ¿es esto decir que todos tienen derechosobre toda propiedad? No, pues para queposea legítimamente, no sólo es necesarioque, por condición de ser libre, pueda tra-bajar y producir, sino que es preciso queocupe la propiedad antes que cualquierotro. En resumen: si el trabajo y la produc-ción son el principio del derecho de pro-piedad, el hecho de la ocupación primitivaes su condición indispensable.

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“4ª) Poseo legítimamente; tengo, pues, elderecho de usar como me plazca de mipropiedad. Me corresponde, por tanto, elderecho de donarla y el de transmitirlapor cualquier concepto, porque desde elmomento en que un acto de libertad haconsagrado mi donación, ésta es eficaztanto después de mi muerte como durantemi vida”.

En definitiva, para llegar a ser propietario, segúnCousin, es preciso adquirir la posesión por la ocupa-ción y el trabajo. A mi juicio, es preciso además llegara tiempo, porque si sus primeros ocupantes se han apo-derado de todo, ¿de qué se van a apoderar los últimos?¿De qué, les servirán sus facultades de apropiación?¿Habrán de devorarse unos a otros? Terrible conclu-sión que la prudencia filosófica no se ha dignado pre-ver, sin duda porque los grandes genios desprecian losasuntos triviales.

Fijémonos también en que Cousin no concede al tra-bajo ni a la ocupación, aisladamente considerados, lavirtud de producir el derecho de propiedad. Éste, segúnél, nace de la unión de esos dos elementos en extrañomatrimonio. Éste es uno de tantos rasgos de eclecti-

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cismo tan familiares a M. Cousin, de los que él, másque nadie, debiera abstenerse. En vez de proceder poranálisis, por comparación, por eliminación y por re-ducción (únicos medios de descubrir la verdad a travésde las formas del pensamiento y de las fantasías de laopinión), hace con todos los sistemas una amalgama, ydando y quitando la razón a cada cual simultáneamen-te, dice: “He aquí la verdad”.

Pero ya he dicho que no refutaría a nadie, y que detodas las hipótesis imaginadas en favor de la propiedaddeduciría el principio de igualdad que la destruye. Heafirmado también que toda mi argumentación sólo hade consistir en esto: descubrir en el fondo de todos losrazonamientos la igualdad, del mismomodo que habréde demostrar algún día que el principio de propiedadfalsea las ciencias de la economía, del derecho y delpoder, y las separa de su verdadero camino.

Ahora bien; ¿no es cierto, volviendo a M. Cousin,que si la libertad del hombre es santa, es santa por elmismo título en todos los individuos; que si necesita dela propiedad para exteriorizarse, es decir, para vivir,esta apropiación de la materia es a todos igualmenteprecisa; que si quiero ser respetado en mi derecho deapropiación, debo respetar a los demás en el suyo, ypor consecuencia, que si en el concepto de lo infini-

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to el poder de apropiación de la libertad no tiene máslímites que ella misma, en la esfera de lo finito ese mis-mo poder se halla limitado por la relación matemáticaentre el número de las libertades y el espacio que ocu-pen? ¿No se sigue de aquí que si una libertad no puedeestorbar a otra libertad coetánea en el hecho de apro-piarse una materia igual a la suya, tampoco podrá me-noscabar esa facultad a las libertades futuras, porquemientras que el individuo pasa, la universalidad per-siste, y la ley de un organismo perdurable no puededepender de simples y pasajeros accidentes? Y de todoesto, ¿no se desprende en conclusión que siempre quenazca un ser dotado de libertad es necesario que losdemás reduzcan su esfera de acción, haciendo puestoal nuevo semejante, y por deber recíproco, que si el re-cién llegado es designado heredero de otro individuoya existente, el derecho de sucesión no constituye pa-ra él un derecho de acumulación, sino solamente underecho de opción?

He seguido a Cousin hasta en su propio estilo, y losiento. ¿Acaso es preciso emplear términos tan pom-posos, frases tan sonoras, para decir cosas tan senci-llas? El hombre tiene necesidad de trabajar para vivir;por consiguiente, tiene necesidad de instrumentos yde materias de producción. Esta necesidad de produ-

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cir constituye un derecho; pero este derecho es garan-tizado por sus semejantes, a cuyo favor contrae él asu vez idéntica obligación. Cien mil hombres se esta-blecen en un territorio despoblado, tan grande comoFrancia. El derecho de cada uno al capital territorial esde una cienmilésima parte. Si el número de poseedo-res aumenta, la parte de cada uno disminuye en pro-porción a ese aumento. De modo que si el número dehabitantes asciende a 34 millones, el derecho de cadauno será de una 34 millonésima parte. Estableced en-tonces la policía, el gobierno, el trabajo, los cambios,las sucesiones, etcétera, para que los medios de traba-jo permanezcan siempre iguales y para que cada unosea libre, y tendréis una sociedad perfecta.

De todos los defensores de la propiedad, es Cousinel que mejor la ha fundado. Sostiene, en contra de loseconomistas, que el trabajo no puede dar un derechode propiedad si no está precedido de la ocupación; y encontra de los legistas, que la ley civil puede determinary aplicar un derecho natural, pero no crearlo. No bastadecir: “El derecho de propiedad está justificado por elhecho de la propiedad, y en cuanto a este particular,la ley civil es puramente declaratoria”, esto es confe-sar que nada se puede refutar a quienes impugnan lalegitimidad del hecho mismo. Todo derecho debe jus-

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tificarse por sí mismo o por otro derecho anterior; lapropiedad no puede escapar a esta alternativa. He aquípor qué Cousin lo ha fundado en lo que se llama la san-tidad de la persona humana, y en el acto por el cual lavoluntad se asimila una cosa. “Una vez tocadas por elhombre —dice un discípulo de Cousin—, las cosas re-ciben de él una cualidad que las transforma y las hu-maniza”. Confieso, por mi parte, que yo no creo en lamagia y que no conozco nada que sea menos santo quela voluntad del hombre. Pero esta teoría, por endebleque sea, tanto en psicología como en derecho, tiene almenos un carácter más filosófico y profundo que lasque fundan la propiedad solamente en el trabajo o enla autoridad de la ley: por eso, según acabamos de ver,la teoría de Cousin conduce a la igualdad, la cual estálatente en todos sus términos.

Pero quizá la filosofía vea las cosas desde muy alto,sin percibir por ello su lado práctico. Quizá desde laelevada altura de la especulación, los hombres parez-can muy pequeños para que el metafísico tenga pre-sentes las diferencias que los separan; quizás, en fin,la igualdad de condiciones sea uno de esos aforismos,verdaderos en su sublime generalidad, pero que seríaridículo y aun peligroso aplicar rigurosamente en eluso corriente de la vida y de las transacciones socia-

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les. Sin duda, es de imitar en este caso la sabia reser-va de los moralistas y jurisconsultos que aconsejan noextremar ninguna conclusión y previenen contra todadefinición, porque según dicen, no hay ninguna queno pueda impugnarse deduciendo de ella consecuen-cias absurdas. La igualdad de condiciones, este dogmaterrible para los oídos del propietario, verdad consola-dora en el lecho del pobre que desfallece, imponenterealidad bajo el escalpelo del anatomista, la igualdadde condiciones, repito, llevada al orden político, civile industrial, es, a juicio de los filósofos, una seductoraimposibilidad, una satánica mentira.

Jamás creeré bueno el sistema de sorprender la bue-na fe de mis lectores. Odio tanto como a la muertea quien emplea subterfugios en sus palabras y en suconducta. Desde la primera página de este libro me heexpresado en forma clara y terminante, para que to-dos sepan desde luego a qué atenerse respecto de mispensamientos y de mis propósitos, y considero difícilhallar en nadie ni más franqueza ni más osadía. Puesbien; no temo afirmar que no está muy lejos el tiempoen que la reserva tan admirada en los filósofos, el jus-tomedio tan recomendado por los doctores en cienciasmorales y políticas, han de estimarse como el carácterde una ciencia sin principios, como el estigma de su re-

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probación. En legislación y en moral, como en geome-tría, los axiomas son absolutos, las definiciones ciertasy las consecuencias más extremas, siempre que seanrigurosamente deducidas, verdaderas leyes. ¡Deplora-ble orgullo! No sabemos nada de nuestra naturaleza yle atribuimos nuestras contradicciones y, en el entu-siasmo de nuestra estúpida ignorancia, nos atrevemosa decir: la verdad está en la duda, la mejor definiciónconsiste en no definir nada. Algún día sabremos si estadesoladora incertidumbre de la jurisprudencia procedede su objeto o de nuestros prejuicios, si para explicarlos hechos sociales sólo es preciso cambiar de hipóte-sis, como hizo Copérnico cuando rebatió el sistema dePtolomeo.

Pero ¿qué se dirá si demuestro que en todo momen-to esta misma jurisprudencia argumenta con la igual-dad para legitimar el derecho de propiedad? ¿Qué seme contestará entonces?

III. — De la ley civil como fundamentoy sanción de la propiedad

Pothier parece creer que la propiedad, al igual de larealeza, es de derecho divino y hace remontar su ori-

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gen hasta el mismo Dios. He aquí sus palabras: “Diostiene el supremo dominio del Universo y de todas lascosas que en él existen. Para el género humano ha crea-do la tierra y los seres que la habitan, concediéndoleun dominio subordinado al suyo: Tú lo has establecidosobre tus propias obras; tú has puesto la Naturaleza ba-jo sus pies, dice el Salmista. Dios hizo esta donación algénero humano con estas palabras que dirigió a nues-tros primeros padres después de la creación: Creced ymultiplicaos, y ocupad la tierra», etcétera.

Leyendo este magnífico exordio, ¿quién no cree queel género humano es como una gran familia que viveen fraternal unión, bajo la autoridad de un padre ve-nerable? Pero ¡cuántos hermanos enemigos, cuántospadres desnaturalizados, cuántos hijos pródigos!

¿Dios ha hecho donación de la tierra al género hu-mano? Entonces, ¿por qué no he recibido yo nada?Elha puesto la naturaleza bajo mis pies, ¡y, sin embargo,no tengo dónde reclinar mi cabeza!Multiplicaos, nos di-ce por boca de su intérprete Pothier. ¡Ah! sabio Pothier,esto se hace mejor que se dice; pero antes es necesarioque facilitéis al pájaro ramas para tejer su nido.

“Una vez multiplicado el género humano,los hombres repartieron entre sí la tierra

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y las cosas que sobre ella había; lo que co-rrespondió a cada uno comenzó a pertene-cerle con exclusión de los demás; éste esel origen del derecho de propiedad”.

Decid del derecho de posesión. Los hombres vivíanen una comunidad, positiva o negativa, que esto im-porta poco; pero no había propiedad, puesto que niaun había exclusivismo en la posesión. El aumento depoblación obligó al hombre a trabajar para aumentarlas subsistencias, y entonces se convino, solemne o tá-citamente, en que el trabajador era único propietariodel producto de su trabajo; esto quiere decir que se es-tableció una convención, declarando que nadie podríavivir sin trabajar. De aquí se sigue necesariamente quepara obtener igualdad de subsistencias era menesterfacilitar igualdad de trabajo, y que para que el trabajofuese igual, eran precisos medios iguales para realizar-lo. Quien, sin trabajar, se apoderase por fuerza o porengaño de la subsistencia de otro, rompía la igualdady estaba fuera de la ley. Quien acaparase los mediosde producción, bajo pretexto de una mayor actividad,destruía también la igualdad. Siendo, pues, en esa épo-ca la igualdad la expresión del derecho, lo que atentasea la igualdad era injusto.

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De este modo nació con el trabajo la posesión priva-da, el derecho en la cosa, ¿pero en qué cosa? Evidente-mente en el producto, no en el suelo; así es como lo hanentendido siempre los árabes y como, según las relacio-nes de César y de Tácito, lo comprendían los germanos.“Los árabes —dice M. de Sismondi—, que reconocen lapropiedad del hombre sobre los rebaños que apacienta,jamás disputan la recolección a quien sembró un cam-po, pero no ven la razón de negar a cualquier otro elderecho de sembrarlo a su vez. La desigualdad que re-sulta del pretendido derecho del primer ocupante noles parece fundada en ningún principio de justicia; ysi el terreno está distribuido entre determinado núme-ro de habitantes, les parece un monopolio de éstos enperjuicio del resto de la nación, con el que no quierenconformarse…”

En otras partes la tierra fue distribuida entre sus po-bladores. Admito que de este reparto resulte unamejororganización entre los trabajadores, y que este siste-ma de repartición, fijo y duradero, ofreciera más ven-tajas. Pero ¿cómo ha podido constituir esta adjudica-ción a favor de cada partícipe un derecho transmisiblede propiedad sobre una cosa a la que todos tenían underecho inalterable de posesión? Según la jurispruden-cia, esta transformación del poseedor en propietario es

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legalmente imposible: implica en el derecho procesalprimitivo la acumulación de la acción posesoria y de lapetitoria, y admitida la existencia de una mutua conce-sión entre los partícipes, supone una transacción sobreun derecho natural. Cierto que los primeros agriculto-res, que fueron también los primeros autores de las le-yes, no eran tan sabios como nuestros legistas, y auncuando lo hubieran sido, no lo hubiesen hecho peorque ellos. Por eso no previeron las consecuencias de latransformación del derecho de posesión individual enpropiedad absoluta.

Refuto a los jurisconsultos con sus propias máxi-mas.

El derecho de propiedad, si pudiese tener algunacausa, no podría tener más que una sola: Dominiumnon potest nisi ex una causa contingere. Se puede po-seer por varios títulos, pero no se puede ser propie-tario sino por uno solo. El campo que he desbrozado,que cultivo, sobre el que he construidomi casa, quemeproporciona con sus frutos el alimento, que me permi-te sostener mi rebaño, puede estar en mi posesión: 1°,a título de primer ocupante; 2°, a título de trabajador;3°, en virtud del contrato social que me lo asignó comopartícipe. Pero ninguno de estos títulos me concede elderecho de dominio o de propiedad. Porque si invoco

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el derecho de ocupación, la sociedad puede contestar-me: “Estoy antes que tú”. Si hago valer mi trabajo, mediría: “Sólo con esa condición lo posees”. Si me fun-do en las convenciones, me replicaría: “Esas conven-ciones establecen precisamente la cualidad de usufruc-tuario”. Tales son, sin embargo, los únicos títulos quelos propietarios presentan; jamás han podido encon-trar otros mejores.

En efecto, todo derecho, según nos enseña Pothier,supone una causa que lo produce en beneficio de la per-sona que lo ejercita. Pero en el hombre que nace y quemuere, en ese hijo de la tierra que pasa rápidamentecomo un fantasma, sólo existen, en cuanto a las cosasexteriores, títulos de posesión y no de propiedad. ¿Có-mo ha podido reconocer la sociedad un derecho contrasí misma, a pesar de no existir causa que lo produjese?¿Cómo, estableciendo la posesión, ha podido concederla propiedad? ¿Cómo ha sancionado la ley este abusode poder?

El alemán Aucillón responde a esto: “Algunos filó-sofos pretenden que el hombre, al aplicar su esfuerzoa un objeto de la Naturaleza, a un campo, a un árbol,sólo adquiere derecho sobre las alteraciones que haga,sobre la forma que dé al objeto y no sobre el objetomis-mo. ¡Vana distinción! Si la forma pudiera separarse del

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objeto, quizá cupiese duda; pero como eso es casi siem-pre imposible, la aplicación del esfuerzo humano a lasdistintas partes del mundo exterior es el primer funda-mento del derecho de propiedad, el primer origen delos bienes”.

¡Ridículo pretexto! Si la forma no puede ser separa-da del objeto, ni la propiedad de la posesión, es precisodistribuir la posesión. A la sociedad corresponde en to-do caso el derecho de fijar condiciones a la propiedad.Supongamos que una finca rústica rinde anualmente10.000 francos de productos líquidos, y que (esto seríaverdaderamente extraordinario) esa finca no puede di-vidirse. Supongamos también que, según cálculos pru-dentes, el gastomedio anual de cada familia es de 3.000francos. Con arreglo a mi criterio, el poseedor de esapropiedad debe estar obligado a abonar a la sociedadun valor equivalente a 10.000 francos anuales, previadeducción de todos los gastos de explotación y de los3.000 necesarios al sostenimiento de su familia. Estepago anual no es el de un arrendamiento, sino el deuna indemnización.

La justicia hoy en uso expondría su opinión en lasiguiente forma: “Considerando que el trabajo alterala forma de las cosas, y como la forma y la materiano pueden separarse sin destruir el objeto mismo, es

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necesario optar por que la sociedad sea desheredada,o por que el trabajador pierda el fruto de su trabajo:Considerando que en cualquier otro caso la propiedadde la materia supondría la de lo que por accesión sele hubiera incorporado, pero en el de que se trata, lapropiedad de lo accesorio implica la de lo principal. Sedeclara que el derecho de apropiación, por razón deltrabajo, no es admisible contra los particulares, y encambio tendrá lugar contra la sociedad”.

Tal es el constante modo de razonar de los juriscon-sultos sobre la propiedad. La ley se ha establecido pa-ra determinar los derechos de los hombres entre sí, esdecir, del individuo para con el individuo y del indi-viduo para con la sociedad. Y como si una proporciónpudiese subsistir con menos de cuatro términos, los ju-risconsultos prescinden siempre del último. Mientrasel hombre se halla en oposición con el hombre, la pro-piedad sirve de peso a la propiedad, y ambas fuerzascontrarias se equilibran. Pero cuando el hombre se en-cuentra aislado, es decir, en oposición a la sociedadque él mismo representa, la jurisprudencia enmudece,Themis pierde un platillo de su balanza.

Oigamos al profesor de Rennes, al sabio Touiller:“¿Cómo la preferencia originada por la ocupación seha convertido después en una propiedad estable y per-

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manente, a pesar de poder ser impugnada desde el mo-mento en que el primer ocupante cesase en su pose-sión? La agricultura fue una consecuencia natural dela multiplicación del género humano, y la agricultura,a su vez, favoreció la población e hizo necesario el re-conocimiento de una propiedad permanente, porque¿quién se habría tomado el trabajo de labrar y sembrar,si no tuviera la seguridad de recolectar los frutos?”.

Para tranquilizar al labrador bastaría asegurarle laposesión de los frutos. Concedamos además que se lomantuviera en su ocupación territorial mientras con-tinuase su cultivo. Todo esto era cuanto tenía derechoa esperar, cuanto exigía el progreso de la civilización.Pero ¿la propiedad? ¡el derecho sobre un suelo que nose ocupa ni se cultiva! ¿Quién lo ha autorizado paraotorgárselo? ¿Cómo podrá legitimarse?

“La agricultura no fue por sí sola bastan-te para establecer la propiedad permanen-te; se necesitaron leyes positivas, magis-trados para aplicarlas; en una palabra, elEstado político. La multiplicación del gé-nero humano hizo precisa la agricultura;la necesidad de asegurar al cultivador losfrutos de su trabajo exigió una propiedad

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permanente y leyes para protegerla. Así,pues, a la propiedad debemos la creacióndel Estado”.

Es verdad, del Estado político, tal como está estable-cido, Estado que primero fue despotismo, luegomonar-quía, después autocracia, hoy democracia y siempretiranía.

“Sin el lazo de la propiedad no hubiera si-do posible someter a los hombres al yu-go saludable de la ley, y sin la propiedadpermanente la tierra hubiera continuadosiendo un inmenso bosque. Afirmamos,pues, con los autores más respetables, quesi la propiedad transitoria, o sea el dere-cho de preferencia que se funda en la ocu-pación, es anterior a la existencia de la so-ciedad civil, la propiedad permanente, talcomo hoy la conocemos, es obra del de-recho civil. Ése es el que ha sancionadola máxima de que la propiedad, una vezadquirida, no se pierde sino por acto delpropietario, y que se conserva después deperdida la posesión de la cosa, aunque és-ta se encuentre en poder de un tercero. Así

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la propiedad y la posesión, que en el esta-do primitivo estaban confundidas, llegana ser, por el derecho civil, dos conceptosdistintos e independientes; conceptos que,según la expresión de las leyes, nada tie-nen entre sí de común. Obsérvese por estoqué prodigioso cambio se ha realizado enla propiedad y cómo las leyes civiles hanalterado la Naturaleza”.

En efecto; la ley, al constituir la propiedad, no ha si-do la expresión de un hecho psicológico, el desarrollode una ley natural, la aplicación de un principio moral.La ley, por el contrario, ha creado un derecho fueradel círculo de sus atribuciones; ha dado forma a unaabstracción, a una metáfora, a una ficción; y todo estosin dignarse prever las consecuencias, sin ocuparse desus inconvenientes, sin investigar si obraba bien o mal.Ha sancionado el egoísmo, ha amparado pretensionesmonstruosas, ha accedido a torpes estímulos, como siestuviera en su poder abrir un abismo sin fondo y darsatisfacción al mal. Ley ciega, ley del hombre ignoran-te, ley que no es ley; palabra de discordia, de mentiray de guerra. La ley, surgiendo siempre rejuvenecida yrestaurada, como la salvaguardia de las sociedades, es

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la que ha turbado la conciencia de los pueblos, oscu-reciendo la razón de los sabios y originando las catás-trofes de las naciones. Condenada por el cristianismo,defiéndenla hoy sus ignorantes ministros, tan poco ce-losos de estudiar la Naturaleza y el hombre como inca-paces de leer sus Sagradas Escrituras.

Pero, en definitiva, ¿qué norma siguió la ley al crearla propiedad? ¿Qué principio la inspiró? ¿Cuál era suregla? En esto no hay duda posible: ese principio fuela igualdad.

La agricultura fue el fundamento de la propiedad te-rritorial y la causa ocasional de la propiedad. No bas-taba asegurar al cultivador el fruto de su trabajo; eraademás preciso garantizar el medio de producir. Pa-ra amparar al débil contra las expoliaciones del fuerte,para suprimir las violencias y los fraudes, se sintió lanecesidad de establecer entre los poseedores límites dedemarcación permanentes, obstáculos infranqueables.Cada año veíase aumentar la población y crecer la co-dicia de los colonos. Se creyó poner un freno a la am-bición señalando límites que la contuviesen. El suelofue, pues, apropiado en razón de una igualdad indis-pensable a la seguridad pública y al pacífico disfrutede cada poseedor. No cabe duda de que el reparto nofue geográficamente igual. Múltiples derechos, algu-

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nos fundados en la Naturaleza, pero mal interpretadosy peor aplicados, como las sucesiones, las donaciones,los cambios, y otros, como los privilegios de nacimien-to y de dignidad, creaciones ilegítimas de la ignoranciay de la fuerza bruta, fueron otras tantas causas que im-pidieron la igualdad absoluta. Pero el principio no sealtera por esto. La igualdad había consagrado la pose-sión, y la igualdad consagró la propiedad.

Necesitaba el agricultor un campo que sembrar to-dos los años: ¿qué sistema más cómodo y más sencillopodía seguir que el de asignar a cada habitante un pa-trimonio fijo e inalienable, en vez de comenzar cadaaño a disputarse las propiedades y a transportar de te-rritorio en territorio la casa, los muebles y la familia?

Era necesario que el guerrero, al regresar de unacampaña, no se viese desposeído por los servicios quehabía prestado a la patria y que recobrase su heredad.Para esto la costumbre admitió que para conservar lapropiedad bastaba únicamente la intención, nudo ani-mo, y que no se perdía aquélla sino en virtud del con-sentimiento del mismo propietario.

Era necesario también que la igualdad de las partici-paciones territoriales se mantuviese de generación engeneración, sin obligación de renovar la distribuciónde las tierras a la desaparición de cada familia. Pare-

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ció, por tanto, natural y justo que los ascendientes ylos descendientes, según el grado de consanguinidado de afinidad que los unía con el difunto, le sucedie-sen en sus bienes. De ahí procede, en primer término,la costumbre feudal y patriarcal de no reconocer másque un heredero. Después, por el principio de igual-dad, fue la admisión de todos los hijos a la sucesióndel padre; y más recientemente, en nuestro tiempo, laabolición definitiva del derecho de primogenitura.

Pero ¿qué hay de común entre estos groseros bos-quejos de organización instintiva y la verdadera cien-cia social? ¿Cómo esos hombres, que no tenían la me-nor idea de estadística, de catastro ni de economía po-lítica, pudieron imponernos los principios de nuestralegislación?

La ley, dice un jurisconsulto moderno, es la expre-sión de una necesidad social, la declaración de un he-cho: el legislador no la hace, la escribe. Esta definiciónno es del todo exacta. La ley es la regla por la cual de-ben satisfacerse las necesidades sociales. El pueblo nola vota, el legislador no la inventa; es el sabio quienla descubre y la formula. De todos modos, la ley, talcomo Comte la ha definido en un extenso trabajo con-sagrado casi por completo a ese objeto, no podría seren su origen más que la expresión de una necesidad y

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la indicación de los medios para remediarla; y hastael presente no ha sido tampoco otra cosa. Los legis-tas, con una exactitud mecánica, llenos de obstinación,enemigos de toda filosofía, esclavos del sentido literal,han considerado siempre como la última palabra de laciencia lo que sólo fue el voto irreflexivo de hombresde buena fe, pero faltos de previsión.

No preveían, en efecto, estos primitivos fundadoresdel dominio, que el derecho perpetuo y absoluto a con-servar un patrimonio, derecho que les parecía equitati-vo, porque entonces era común, supone el derecho deenajenar, de vender, de donar, de adquirir y de perder,y que, por consecuencia, tal derecho conduce nada me-nos que a la destrucción de la misma igualdad en cu-yo honor lo establecieron. Además, aun cuando lo hu-bieran podido prever, no lo hubieran tenido en cuentapor impedirlo la necesidad inmediata que los estimu-laba. Esto aparte de que, como ocurre de ordinario, losinconvenientes son en un principio muy pequeños ypasan casi inadvertidos.

No previeron esos cándidos legisladores que el prin-cipio de que la propiedad se conserva solamente porla intención implica el derecho de arrendar, de prestarcon interés, de lucrarse en cambio, de crearse rentas,de imponer un tributo sobre la posesión de la tierra,

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cuya propiedad está reservada por la posesión, mien-tras su dueño vive alejado de ella. No previeron esospatriarcas de nuestra jurisprudencia que si el derechode sucesión no era el modo natural de conservar laigualdad de las primitivas porciones, bien pronto lasfamilias serían víctimas de las más injustas exclusio-nes, y la sociedad, herida de muerte por uno de susmás sagrados principios, se destruiría a sí misma entrela opulencia y la miseria.

No previeron tampoco… Pero no hay necesidad deinsistir en ello. Las consecuencias se perciben dema-siado por sí mismas y no es éste el momento de haceruna crítica al Código civil.

La historia de la propiedad en los tiempos antiguosno es para nosotros más que un motivo de erudición yde curiosidad. Es regla de jurisprudencia que el hechono produce el derecho; la propiedad no puede sustraer-se a esta regla. Por tanto, el reconocimiento universaldel derecho de propiedad no legitima el derecho de pro-piedad. El hombre se ha equivocado sobre la constitu-ción de las sociedades, sobre la naturaleza del derecho,sobre la aplicación de lo justo, de igual modo que so-bre la causa de los meteoros y sobre el movimientode los cuerpos celestes; sus antiguas opiniones no pue-den ser tomadas por artículos de fe. ¿Qué nos importa

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que la raza india estuviese dividida en cuatro castas; nique en las orillas del Nilo y del Ganges se distribuyesela tierra entre los nobles y los sacerdotes; ni que losgriegos y los romanos colocaran la propiedad bajo elamparo de los dioses; ni que las operaciones de deslin-de y medición de fincas se celebraran entre ellos consolemnidades y ceremonias religiosas? La variedad delas formas del privilegio no las salva de la injusticia; elculto de Júpiter propietario (Zeus klesios) nada pruebacontra la igualdad de los ciudadanos, de igual modoque los misterios de Venus, la impúdica, nada demues-tran contra la castidad conyugal.

La autoridad del género humano afirmando el dere-cho de propiedad es nula, porque este derecho, origi-nado necesariamente por la igualdad, está en contra-dicción con su principio. El voto favorable de las reli-giones que lo han consagrado es también nulo, porqueen todos los tiempos el sacerdote se ha puesto al ser-vicio del poderoso y los dioses han hablado siemprecomo convenía a los políticos. Las utilidades socialesque se atribuyen a la propiedad no pueden citarse ensu descargo, porque todas provienen del principio deigualdad en la posesión, que le es inherente.

¿Qué valor tiene, después de lo dicho, el siguienteditirambo en honor de la propiedad, compuesto por

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Giraud en su libro sobre La propiedad entre los roma-nos?

“La institución del derecho de propiedad es la másimportante de las instituciones humanas…” Ya lo creo;como la monarquía es la más gloriosa.

“Causa primera de la propiedad del hombre sobre latierra”. Porque entonces suponía la justicia.

“La propiedad llegó a ser el objeto legítimo de suambición, el anhelo de su existencia, el asilo de su fa-milia, en una palabra, la piedra fundamental del hogardoméstico de la ciudad y del Estado político”. Sólo laposesión ha producido todo eso.

“Principio eterno…” La propiedad es eterna como to-da negación.

“De toda institución social y de toda institución ci-vil…” He ahí por qué toda institución y toda ley funda-da en la propiedad perecerá.

“Es un bien tan precioso como la libertad”. Para elpropietario enriquecido.

“En efecto, el cultivo de la tierra laborable…” Si elcultivador dejase de ser arrendatario, ¿estaría la tierrapor eso peor cultivada?

“La garantía y la moralidad del trabajo…” Por causade la propiedad, el trabajo no es una condición, es unprivilegio.

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“La aplicación de la justicia…” ¿Qué es la justicia sinla igualdad económica? Una balanza… con pesos fal-sos.

“Toda moral…” Vientre famélico no conoce la moral.“Todo orden público…” Sí, la conservación de la pro-

piedad.“Se funda en el derecho de propiedad”. Piedra angu-

lar de todo lo que existe, falso cimiento de todo lo quedebe existir: ésa es la propiedad.

Resumo y concluyo:La ocupación no sólo conduce a la igualdad, sino

que impide la propiedad. Porque si todo hombre tie-ne derecho de ocupación en cuanto existe y no puedevivir sin tener una materia de explotación y de traba-jo, y si, por otra parte, el número de ocupantes varíacontinuamente por los nacimientos y las defunciones,fuerza es deducir que la porción que a cada trabaja-dor corresponde es tan variable como el número deocupantes, y, por consecuencia, que la ocupación estásiempre subordinada a la población, y, finalmente, queno pudiendo en derecho ser fija la posesión, es impo-sible en hecho que llegue a convertirse en propiedad.

Todo ocupante es, pues, necesariamente poseedor ousufructuario, carácter que excluye el de propietario.El derecho del usufructuario impone las obligaciones

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siguientes: ser responsable de la cosa que le fue con-fiada; usar de ella conforme a la utilidad general, aten-diendo a su conservación y a su producción; no podertransformarla, menoscabarla, desnaturalizarla, ni divi-dir el usufructo de manera que otro la explote, mien-tras él recoge el producto. En una palabra, el usufruc-tuario está bajo la inspección de la sociedad, y someti-do a la condición del trabajo y a la ley de igualdad.

En este concepto queda destruida la definición ro-mana de la propiedad: derecho de usar y de abu-sar,inmoralidad nacida de la violencia, la más mons-truosa pretensión que las leyes civiles han sancionadojamás. El hombre recibe el usufructo de manos de lasociedad, que es la única que posee de unmodo perma-nente. El individuo pasa, la sociedad no muere jamás.

¡Qué profundo disgusto se apodera de mí al discu-tir tan triviales verdades! ¿Son éstas las cosas de queaún dudamos? ¿Será necesario rebelarse una vez máspara el triunfo de estas ideas? ¿Podrá la violencia, endefecto de la razón, traducirlas en leyes?

El derecho de ocupación es igual para todos. No depen-diendo de la voluntad, sino de las condiciones variablesdel espacio y del número, la extensión de ese derecho, nopudo constituirse la propiedad.

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¡Esto es lo que ningún Código ha expresado, lo queninguna Constitución puede admitir! ¡Ésos son losaxiomas que rechazan el derecho civil y el derecho degentes!…

Llegan hasta mí las protestas de los partidarios deltercer sistema, que dicen: “El trabajo, el trabajo es elque origina la propiedad”.

No hagas caso, lector. Te aseguro que este nuevofundamento de la propiedad es peor que el primero.

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Capítulo III. Del trabajocomo causa eficiente delderecho de propiedad

Casi todos los jurisconsultos, siguiendo a los eco-nomistas, han abandonado la teoría de la ocupaciónprimitiva, que consideraban demasiado ruinosa, paradefender exclusivamente la que funda la propiedad enel trabajo. Pero, a pesar de haber cambiado de criterio,continúan forjándose ilusiones y dando vueltas den-tro de un círculo de hierro. “Para trabajar es necesarioocupar”, ha dicho Cousin. Por consiguiente, digo yo ami vez: siendo igual para todos el derecho de ocupa-ción, es preciso para trabajar someterse a la igualdad.“Los ricos —escribe Juan Jacobo Rousseau— suelen de-cir: yo he construido ese muro, yo he adquirido esteterreno por mi trabajo. ¿Y quién os ha concedido loslinderos?—podemos replicarle—. ¿Y por qué razón pre-

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tendéis ser compensados a nuestra costa de un trabajoal que no os hemos obligado?” Todos los sofismas seestrellan ante este razonamiento.

Pero los partidarios del trabajo no advierten que susistema está en abierta contradicción con el Código,cuyos artículos y disposiciones suponen a la propie-dad fundada en el hecho de la ocupación primitiva. Siel trabajo, por la apropiación que de él resulta, es porsí solo la causa de la propiedad, el Código civil mien-te; la Constitución es una antítesis de la verdad; todonuestro sistema social una violación del derecho. Estoes lo que resultará demostrado hasta la evidencia de ladiscusión que entablaremos en este capítulo y en el si-guiente, tanto sobre el derecho del trabajo como sobreel hecho mismo de la propiedad. Al propio tiempo ve-remos, de un lado, que nuestra legislación está en opo-sición consigo misma, y de otro, que la jurisprudenciacontradice sus principios y los de la legislación.

He afirmado anteriormente que el sistema que fun-da la propiedad en el trabajo presupone la igualdad debienes, y el lector debe estar impaciente por ver cómode la desigualdad de las aptitudes y de las facultadeshumanas ha de surgir esta ley de igualdad: en seguidaserá satisfecho. Pero conviene que fije un momento suatención en un incidente interesantísimo del proceso,

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a saber: la sustitución del trabajo a la ocupación, co-mo principio de la propiedad, y que pase rápidamenterevista a ciertos prejuicios que los propietarios tienencostumbre de invocar, que las leyes consagran y el sis-tema del trabajo destroza por completo.

¿Has presenciado alguna vez, lector, el interrogato-rio de un acusado? ¿Has observado sus engaños, susrectificaciones, sus huidas, sus distinciones, sus equí-vocos? Vencido, confundido en todas sus alegaciones,perseguido como fiera salvaje por el juez inexorable,abandona un supuesto por otro, afirma, niega, se re-prende, se rectifica; acude a todas las estratagemas dela dialéctica más sutil, con un ingenio mil veces mayorque el del inventor de las setenta y dos formas de si-logismos. Eso mismo hace el propietario obligado a lajustificación de su derecho. Al principio, rehúsa con-testar, protesta, amenaza, desafía; después, forzado aaceptar el debate, se parapeta en el sofisma, se rodeade una formidable artillería, excita su acometividad ypresenta como justificantes, uno a otro y todos jun-tos, la ocupación, la posesión, la prescripción, las con-venciones, la costumbre inmemorial, el consentimien-to universal. Vencido en este terreno, el propietario serehace. “He hecho algo más que ocupar —exclama conterrible emoción—, he trabajado, he producido, he me-

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jorado, transformado, creado. Esta casa, estos árboles,estos campos, son obra de mis manos; yo he sido quienha puesto la vid en el lugar de la planta silvestre, la hi-guera en el del arbusto salvaje; yo soy quien hoy siem-bra en tierras ayer yermas. He regado el suelo con misudor, he pagado a los obreros que, a no ser por los jor-nales que conmigo ganaban, hubieran muerto de ham-bre. Nadie me ha ayudado en el trabajo ni en el gasto;nadie participará de sus productos”.

¡Has trabajado, propietario! ¿A qué hablas entoncesde ocupación primitiva? ¿Es que no estás seguro de tuderecho y crees poder engañar a los hombres y sor-prender a la justicia? Apresúrate a formular tus alega-ciones de defensa, porque la sentencia será inapelable,y ya sabes que se trata de una reivindicación.

¡Conque has trabajado! Pero ¿qué hay de común en-tre el trabajo impuesto por deber natural y la apropia-ción de las cosas comunes? ¿Ignoras que el dominio dela tierra, como el del aire y de la luz, no puede prescri-bir nunca?

¡Has trabajado! ¿No habrás hecho jamás trabajar aotros? ¿Cómo, entonces, han perdido ellos trabajandopor ti lo que tú has sabido adquirir sin trabajar porellos? ¡Has trabajado! Enhorabuena; pero veamos tuobra. Vamos a contarla, a pesarla, a medirla. Éste será

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el juicio de Baltasar, porque juro por la balanza, por elnivel y por la escuadra, signos de tu justicia, que si tehas apropiado del trabajo de otro, de cualquier maneraque haya sido, devolverás hasta el último adarme.

El principio de la ocupación primitiva ha sido, pues,abandonado. Ya no se dice: “La tierra es del primeroque la ocupa”. La propiedad, rechazada en su primeratrinchera, tira el arma de su antiguo adagio. La justi-cia, recelosa, reflexiona sobre sus máximas, y la vendaque cubría su frente cae sobre sus mejillas avergonza-das. ¡Y fue ayer cuando se inició el progreso de la fi-losofía social! ¡Cincuenta siglos para disipar una men-tira! Durante ese lamentable período, ¡cuántas usur-paciones sancionadas, cuántas invasiones glorificadas,cuántas conquistas bendecidas! ¡Cuántos ausentes des-poseídos, cuántos pobres expatriados, cuántos ham-brientos víctimas de la riqueza rápida y osada! ¡Cuán-tas intranquilidades y luchas! ¡Qué de estragos y deguerras entre las naciones! Al fin, gracias al tiempo ya la razón, hoy se reconoce que la tierra no es premiode la piratería; que hay lugar en su suelo para todos.Cada uno puede llevar su cabra al prado y su vaca alvalle, sembrar una parcela de tierra y cocer su pan alfuego tranquilo del hogar.

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Pero no; no todos pueden hacerlo. Oigo gritar portodas partes: “¡Gloria al trabajo y a la industria! A cadauno según su capacidad, a cada capacidad según susobras”. Y veo de nuevo desposeídas a las tres cuartaspartes del género humano; diríase que el trabajo de losunos fecundiza, como agua del cielo, el de los demás.

“El problema está resuelto —afirma M.Hennequin—. La propiedad, hija del tra-bajo, no goza del presente ni del porvenirsino bajo la égida de las leyes. Su origenviene del derecho natural; su poder del de-recho civil, y en la combinación de estasdos ideas, trabajo y protección, se han ins-pirado las legislaciones positivas”.

¡Ah! ¡El problema está resuelto! ¡La propiedad es hijadel trabajo! ¿Qué es, en tal caso, el derecho de acce-sión, el de sucesión, el de donación, etc., sino el dere-cho de convertirse en propietario por la simple ocu-pación? ¿Qué son vuestras leyes sobre la mayoría deedad, la emancipación, la tutela, la interdicción, sinocondiciones diversas por las cuales el que ya es traba-jador adquiere o pierde el derecho de ocupar, es decir,la propiedad?…

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No pudiendo en este momento dedicarme a una dis-cusión detallada del Código, me limitaré a examinarlos tres prejuicios más frecuentemente alegados en fa-vor de la propiedad: 1°, la apropiación o formación dela propiedad por la posesión; 2°, el consentimiento delos hombres; 3°, la prescripción. Investigaré a continua-ción cuáles son los factores del trabajo, ya con relacióna la condición respectiva de los trabajadores, ya conrelación a la propiedad.

I. — La tierra no puede ser apropiada

“Las tierras laborables parece que debieran ser in-cluidas entre las riquezas naturales, puesto que no soncreación humana, y la Naturaleza las da gratuitamen-te al hombre; pero como esta riqueza no es fugitivacomo el aire y el agua, como un campo es un espaciofijo y circunscripto del que algunos hombres han po-dido apropiarse con exclusión de los demás, los cualeshan prestado su consentimiento a esta apropiación, latierra, que era un bien natural y gratuito, se ha conver-tido en una riqueza social, cuyo uso ha debido pagarse.”(Say, Economía política.)

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¿Tendré yo la culpa de afirmar que los economistasson la peor clase de autoridades en materia de legisla-ción y de filosofía? Véase, si no, cómo el más signifi-cado de la secta, después de plantear la cuestión de sipueden ser propiedad privada los bienes de la Natura-leza, las riquezas creadas por la Providencia, la contes-ta con un equívoco tan grosero que no se sabe a quéimputarlo, si a falta de inteligencia o a exceso de ma-la fe. ¿Qué importa la condición inmueble del terrenopara el derecho de apropiación? Comprendo que unacosa circunscrita y no fugitiva como la tierra se pres-te mejor a la apropiación que el agua y la luz, que seamás factible ejercitar un derecho de dominio sobre elsuelo que sobre la atmósfera, pero no se trata de saberqué es más o menos fácil, y Say toma esa relativa fa-cilidad por el derecho mismo. No se pregunta por quéla tierra ha sido apropiada antes que el mar y el aire;se trata de averiguar en virtud de qué derecho se haapropiado el hombre esta riqueza que no ha creado yque la Naturaleza le ofrece gratuitamente.

No resuelve, pues, Say la cuestión que él mismoplantea. Pero aun cuando la resolviese, aun cuando suexplicación fuera tan satisfactoria como falta de lógica,quedaría por saber quién tiene derecho a hacer pagarel uso del suelo, que no ha sido creado por el hombre.

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¿A quién se debe el fruto de la tierra? Al productor deella, indudablemente. ¿Quién ha hecho la tierra? Dios.En este caso, señores propietarios, podéis retiraros.

Pero el Creador de la tierra no la vende, la regala, yal donarla no hace expresión nominal de los favoreci-dos. ¿Cómo, pues, entre todos sus hijos unos tienen laconsideración de legítimos y otros la de bastardos? Sila igualdad de lotes fue de derecho primitivo, ¿cómopuede sancionarse la desigualdad de condiciones porun derecho posterior?

Say da a entender que si el aire y el agua no fuesende naturaleza fugitiva, también habrían sido apropia-dos. Observaré de paso que esto, más que una hipóte-sis, es una realidad. El aire y el agua han sido apropia-dos en cuanto es posible.

Habiendo descubierto los portugueses el paso a lasIndias por el Cabo de Buena Esperanza, pretendieronque sólo a ellos correspondía la propiedad del itinera-rio; y Grotius, consultado sobre esta cuestión por losholandeses, que se negaban a reconocer tal derecho,escribió expresamente su tratado De mari libero,paraprobar que el mar no puede ser objeto de apropiación.

El derecho de caza y de pesca ha estado en todo tiem-po reservado a los señores y a los propietarios. Hoy es-tá reconocido por el Estado y losmunicipios a todos los

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que puedan pagar el impuesto correspondiente. Justoes que se reglamente la caza y la pesca, pero que sela repartan los favorecidos por la fortuna es crear unmonopolio sobre el aire y sobre el agua.

¿Qué es el pasaporte? Una recomendación en favorde la persona del viajero, un certificado de seguridadpara él y para lo que le pertenece. El fisco, cuyo afánconsiste en desnaturalizar todas las buenas cosas, haconvertido el pasaporte en un medio de espionaje yen una gabela. ¿No es esto vender el derecho de an-dar y de moverse libremente? Finalmente, tampoco sepermite sacar agua de una fuente enclavada en el te-rreno particular sin permiso del propietario, porque,en virtud del derecho de accesión, la fuente perteneceal poseedor del suelo, a no haber posesión contraria;ni tener vistas a un patio, jardín, huerta, sin consenti-miento de su propietario; ni pasearse por parque ajenocontra la voluntad de su dueño; pero, en cambio, a éstese le permite cercarlo. Pues bien; todas esas prohibicio-nes son otras tantas limitaciones sagradas, no sólo deluso de la tierra, sino del aire y del agua. ¡Proletarios: atodos nosotros nos excomulga la propiedad!

La apropiación del más consistente de los elementosno ha podido realizarse sin la de los otros tres, puestoque, según el derecho francés y el romano, la propie-

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dad del suelo implica la de lo que está encima y debajo,del subsuelo y del cielo.

Un hombre a quien se le impidiese andar por los ca-minos, detenerse en los campos, ponerse al abrigo delas inclemencias, encender lumbre, recoger los frutosy hierbas silvestres y hervirlos en un trozo de tierracocida, ese hombre no podría vivir. La tierra, como elagua, el aire y la luz, es una materia de primera ne-cesidad, de la que cada uno debe usar libremente, sinperjudicar el disfrute ajeno; ¿por qué, entonces, estáapropiada la tierra? La contestación de Ch. Comte escuriosa: Say decía que por no ser fugitiva; Ch. Comteafirma que por no ser infinita. La tierra es cosa limi-tada, luego, según Comte, debe ser cosa apropiada. Lológico sería lo contrario, y así debiera decir que por serfinita no debe ser apropiada. Porque si uno se apropiadeterminada cantidad de aire o de luz, no puede resul-tar de ello daño a nadie; pero en cuanto al suelo, suce-de lo contrario. Apodérese quien quiera o quien puedade los rayos del sol, de la brisa que pasa, de las olasdel mar; se lo permito, y además, le perdono su ma-la voluntad de privarme de ello; pero al hombre quepretenda transformar su derecho de posesión territo-rial en derecho de propiedad, le declaro la guerra y locombato a todo trance.

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La argumentación de Ch. Comte va contra su pro-pia tesis. “Entre las cosas necesarias a nuestra conser-vación —dice— hay algunas en tan gran cantidad, queson inagotables; otras que existen en cantidad menosconsiderable y sólo pueden satisfacer las necesidadesde un determinado número de personas. Las primerasse llaman comunes; las segundas particulares.»

No es exacto este razonamiento: el agua, el aire y laluz son cosas comunes, no porque sean inagotables,sinoporque son indispensables; tan indispensables, que porello la Naturaleza parece haberlas creado en cantidadcasi ilimitada, a fin de que su inmensidad las preserva-ra de toda apropiación. Delmismomodo, la tierra es in-dispensable a nuestra conservación, y por tanto, cosacomún, no susceptible de apropiación. Pero la tierra esmucho más limitada que los otros elementos, y su usodebe ser regulado, no en beneficio de algunos, sino eninterés y para la seguridad de todos. En dos palabras:la igualdad de derechos se justifica por la igualdad denecesidad; pero la igualdad de derechos, si la cosa es li-mitada, sólo puede realizarse mediante la igualdad enla posesión. Es una ley agraria lo que late en el fondode los argumentos de Ch. Comte.

Bajo cualquier aspecto que se mire esta cuestión dela propiedad, cuando se quiere profundizar se llega a

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la igualdad. No insistiré más sobre la división de lascosas que pueden o no ser apropiadas; en este parti-cular, economistas y jurisconsultos rivalizan en decirtonterías. El Código civil, después de haber definidola propiedad, guarda silencio sobre las cosas suscepti-bles o no susceptibles de apropiación, y si habla de lasque están en el comercio es siempre sin determinar nidefinir nada. Y sin embargo, no han faltado luminososprincipios, como son los contenidos en estas trivialesmáximas: ad reges potestas omnium pertinet, ad singu-los propietas; omnia rex imperio possidet, singuli domi-nio. ¡La soberanía social opuesta a la propiedad indivi-dual! ¿No parece esto una profecía de la igualdad, unoráculo republicano? Los ejemplos se ofrecen en grannúmero. En otro tiempo, los bienes de la Iglesia, losdominios de la Corona, los estados de la nobleza, eraninalienables e imprescriptibles. Si la Constitución, envez de abolir ese privilegio, lo hubiera reconocido atodo ciudadano, si hubiese declarado que el derechoal trabajo, como la libertad, no puede perderse jamás,desde ese momento la revolución estaría consumada,y sólo faltaría procurar su perfeccionamiento.

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II. — El consentimiento universal nojustifica la propiedad

En las palabras de Say, antes copiadas, no se perci-be claramente si ese autor hace depender el derecho depropiedad de la cualidad no fugitiva del suelo o del con-sentimiento que asegura han prestado todos los hom-bres a esa apropiación. Tal es la construcción de sufrase, que permite igualmente interpretarla en uno uotro sentido, y aun en los dos a la vez. De suerte quepudiera sostenerse que el autor ha querido decir: el de-recho de propiedad nació primitivamente del ejerciciode la voluntad; la fijeza del suelo le dio ocasión de seraplicado a la tierra, y el consentimiento universal hasancionado después esa aplicación.

Sea de esto lo que quiera, ¿han podido legitimar loshombres la propiedad por su mutuo asentimiento? Loniego. Tal contrato, aun teniendo por redactores a Gro-tius, a Montesquieu y a J. J. Rousseau, aun estando au-torizado por la firma y rúbrica de todo el género hu-mano, sería nulo de pleno derecho, y el acto en él con-tenido ilegal. El hombre no puede renunciar al trabajoni a la libertad; reconocer el derecho de propiedad te-rritorial es renunciar al trabajo, puesto que es abdicar

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el medio para realizarlo, es transigir sobre un derechonatural y despojarse de la cualidad de hombre.

Pero quiero suponer que haya existido tal consenti-miento tácito o expreso: ¿cuál sería su resultado? Lasrenuncias debieron ser recíprocas: no se abandona underecho sin obtener, en cambio, otro equivalente. Cae-mos otra vez en la igualdad, condición sine qua non detoda apropiación. De modo que después de haber jus-tificado la propiedad por el consentimiento universal,es decir, por la igualdad, hay necesidad de justificar ladesigualdad de condiciones por la propiedad. Es impo-sible salir de este dilema.

En efecto, si según los términos del pacto social lapropiedad tiene por condición la igualdad, desde el mo-mento en que esta igualdad no existe, el pacto quedainfringido y toda propiedad es una usurpación. Nadase va ganando, pues, con acudir a este pretendido con-sentimiento de todos los hombres.

III. — La propiedad no puede adquirirsepor prescripción

El derecho de propiedad ha sido el principio del malsobre la tierra, el primer eslabón de la larga cadena de

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crímenes y de miserias que el género humano arrastradesde su nacimiento. La mentira de la prescripción esel hechizo con que se ha sugestionado el pensamientode los hombres, la palabra de muerte con que se haamenazado a las conciencias para detener el progresodel hombre hacia la verdad y mantener la idolatría delerror.

El Código francés define la prescripción como “unmedio de adquirir los derechos y de librarse de las obli-gaciones por el transcurso del tiempo”. Aplicando estadefinición a las ideas, se puede emplear la palabra pres-cripción para designar el favor constante de que gozanlas antiguas tradiciones cualquiera que sea su objeto;la oposición, muchas veces airada y sangrienta, que entodas las épocas hallan las nuevas creencias, haciendodel sabio un mártir. No hay descubrimiento ni pensa-miento generoso que, a su entrada en el mundo, nohaya encontrado una barrera formidable de opiniones,a modo de conjuración de todos los principios existen-tes. Prescripciones contra la razón, prescripciones con-tra los hechos, prescripciones contra toda verdad antesdesconocida, han sido el sumario de la filosofía del sta-tu quo y el símbolo de los conservadores de todos lostiempos.

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Cuando la reforma evangélica vino al mundo, exis-tía la prescripción en favor de la violencia, del vicioy del egoísmo. Cuando Galileo, Descartes, Pascal ysus discípulos transformaron la filosofía y las ciencias,la prescripción amparaba la doctrina de Aristóteles.Cuando nuestros antepasados de 1789 reclamaron lalibertad y la igualdad, existía la prescripción para latiranía y el privilegio. “Hay y ha habido siempre pro-pietarios, luego siempre los habrá”. Y con esta profun-da máxima, último esfuerzo del egoísmo expirante, losdoctores de la desigualdad social creen contestar a losataques de sus adversarios, imaginando, sin duda, quelas ideas prescriben como la propiedad.

Alentados por la marcha triunfal de las ciencias a nodesconfiar de nuestras opiniones, acogemos hoy conaplauso al observador de la naturaleza que, despuésde mil experiencias, fundado en un análisis profundo,persigue un principio nuevo, una ley ignorada. No re-chazamos ya ninguna idea con el pretexto de que hanexistido hombres más sabios que nosotros y no hanobservado los mismos fenómenos ni deducido las mis-mas consecuencias. ¿Por qué razón no hemos de se-guir igual conducta en las cuestiones políticas y filo-sóficas? ¿Por qué la ridícula manía de afirmar que yase ha dicho todo, lo que equivale a decir que nada hay

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ignorado por la inteligencia humana? ¿Por qué razónla máxima nada nuevo hay bajo el sol se ha reservadoexclusivamente para las investigaciones metafísicas?Pues sencillamente porque todavía estamos acostum-brados a filosofar con la imaginación en lugar de ha-cerlo con la observación y el método; porque imperan-do la fantasía y la voluntad en lugar del razonamientoy de los hechos, ha sido imposible hasta el presentedistinguir al charlatán del filósofo, al sabio del impos-tor. Desde Salomón y Pitágoras, la imaginación se haagotado en el estéril trabajo de inventar, no descubrirlas leyes sociales y políticas. Se han propuesto ya to-dos los sistemas posibles. Desde este punto de vista,es probable que todo esté dicho,pero no es menos cier-to que todo queda por saber. En política (para no citaraquímás que esta rama de la filosofía), en política, cadacual toma partido según su pasión y su interés; el espí-ritu se somete a lo que la voluntad le impone; no hayciencia, no hay ni siquiera un indicio de certidumbre.Así, la ignorancia general produce la tiranía general;y mientras la libertad del pensamiento está escrita enla Constitución, la servidumbre del pensamiento, bajoel nombre de preponderancia de las mayorías, se halladecretada igualmente en la Constitución.

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Para impugnar la prescripción de que habla el Có-digo no entablaré una discusión sobre el ánimo de noadquirir invocado por los propietarios. Sería esto muyenojoso y declamatorio. Todos saben que hay derechosque no pueden prescribir; y en cuanto a las cosas quese adquieren por el tiempo, nadie ignora que la pres-cripción exige ciertas condiciones, y que basta la omi-sión de una sola para que aquélla no exista. Si es cier-to, por ejemplo, que la posesión de los propietariosha sido civil, pública, pacífica y no interrumpida, lo estambién que carece de justo título, puesto que los úni-cos que presentan, la ocupación y el trabajo, favorecentanto al proletario demandante como al propietario de-mandado. Además, esa misma posesión carece de bue-na fe, porque tiene por fundamento un error de dere-cho, y el error de derecho impide la prescripción. Aquíel error de derecho consiste ya en que el detentadorposee a título de propiedad no pudiendo poseer másque a título de usufructo, ya en que ha comprado unacosa que nadie tiene derecho a enajenar ni a vender.

Otra razón por la cual no puede ser invocada la pres-cripción en favor de la propiedad, razón deducida dela misma jurisprudencia, es que el derecho de posesióninmobiliaria forma parte de un derecho universal queni aun en las más desastrosas épocas de la humanidad

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ha llegado a extinguirse; y bastaría a los proletariosprobar que han ejercitado siempre alguna parte de esederecho para ser reintegrado en la totalidad. El indivi-duo que tiene, por ejemplo, el derecho universal de po-seer, donar, cambiar, prestar, arrendar, vender, trans-formar, o destruir la cosa, lo conserva íntegro por larealización de cualquiera de esos actos, el de prestar,verbigracia, aunque nomanifieste nunca en otra formasu dominio. Del mismo modo, la igualdad de bienes, laigualdad de derechos, la libertad, la voluntad, la per-sonalidad, son otras tantas expresiones de una mismacosa, del derecho de conservación y de reproducción; enuna palabra, del derecho a vivir, contra el cual la pres-cripción no puede comenzar a correr sino desde el díade la exterminación del género humano.

Finalmente, en cuanto al tiempo requerido para laprescripción, estimo superfluo demostrar que el dere-cho de propiedad, en general, no puede adquirirse porninguna posesión de diez, veinte, ciento, mil ni cienmil años, y que mientras haya un hombre capaz decomprender e impugnar el derecho de propiedad, talderecho no habrá prescripto. Porque no es lo mismoun principio de la jurisprudencia, un axioma de la ra-zón, que un hecho accidental y contingente. La pose-sión de un hombre puede prescribir contra la posesión

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de otro hombre, pero así como el poseedor no puedeganar la prescripción contra sí mismo, la razón conser-va siempre la facultad de rectificarse y modificarse: elerror presente no la obliga para el porvenir. La razónes eterna e inmutable; la institución de la propiedad,obra de la razón ignorante, puede ser derogada por larazón instruida: por tanto, la propiedad no puede fun-darse en la prescripción. Tan sólido y tan cierto es todoesto, que precisamente en estos mismos fundamentosse halla basada la máxima de que en materia de pres-cripción el error de derecho no beneficia a nadie.

Pero faltaría a mi propósito, y el lector tendría de-recho a acusarme de charlatanismo, si no tuviese másque decir sobre la prescripción. He demostrado ante-riormente que la apropiación de la tierra es ilegal, yque aun suponiendo que no lo fuese, sólo se consegui-ría de ella una cosa, a saber: igualdad de la propiedad.He demostrado en segundo lugar que el consentimien-to universal no prueba nada en favor de la propiedad,y que, de probar algo, sería también la igualdad en lapropiedad. Réstame demostrar que la prescripción, sipudiera admitirse, presupondría también la igualdadde la propiedad.

Según ciertos autores, la prescripción es una medi-da de orden público, una restauración, en ciertos casos,

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del modo primitivo de adquirir una ficción de la ley ci-vil, la cual procura atender de este modo a la necesidadde terminar y resolver litigios que con otro criterio nopodrían resolverse. Porque, como dice Grotius, el tiem-po no tiene por sí mismo ninguna virtud efectiva; todosucede en el tiempo, pero nada se hace por el tiempo.La prescripción o el derecho de adquirir por el trans-curso del tiempo es, por tanto, una ficción de la ley,convencionalmente admitida.

Pero toda propiedad ha comenzado necesariamen-te por la prescripción, o como decían los latinos, porlausucapion, es decir, por la posesión continua. Y enprimer término, pregunto: ¿cómo pudo la posesiónconvertirse en propiedad por el curso del tiempo? Ha-ced la posesión tan antigua como queráis, acumuladaños y siglos, y no conseguiréis que el tiempo, que porsí mismo no crea nada, no altera nada, no modifica na-da, transforme al usufructuario en propietario. La leycivil, al reconocer a un poseedor de buena fe el dere-cho de no poder ser desposeído por un nuevo poseedor,no hace más que confirmar un derecho ya respetado, yla prescripción, así entendida, sólo significa que en laposesión, comenzada hace veinte, treinta o cien años,será mantenido el ocupante. Pero cuando la ley decla-ra que el tiempo convierte en propietario al poseedor,

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supone que puede crearse un derecho sin causa que loproduzca, altera la calidad del sujeto inmotivadamente,legisla lo que no se discute, sobrepasa sus atribuciones.El orden público y la seguridad de los ciudadanos sóloexigen la garantía de la posesión. ¿Por qué ha creadola ley la propiedad? La prescripción ofrecía una segu-ridad en el porvenir. ¿Por qué la ley la ha convertidoen privilegio?

El origen de la prescripción es, pues, idéntico al dela propiedad misma; y puesto que ésta no puede legiti-marse sino bajo la indispensable condición de la igual-dad, la prescripción es asimismo una de las muchasformas con que se ha manifestado la necesidad de con-servar esa preciosa igualdad. Y no es esto una vana in-ducción, una consecuencia deducida caprichosamente;la prueba de ello está consignada en todos los códigos.

En efecto, si todos los pueblos han reconocido, porinstinto de justicia y de conservación, la utilidad y lanecesidad de la prescripción, y si su propósito ha si-do velar por ese medio por los intereses del poseedor,¿pudieron dejar abandonados los del ciudadano ausen-te, obligado a vivir lejos de su familia y de su patriapor el comercio, la guerra o la cautividad, sin posibili-dad de ejercer ningún acto de posesión? No. Por eso almismo tiempo que la prescripción se sancionaba por

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las leyes, se declaraba que la propiedad se conservabapor la simple voluntad.Mas si la propiedad se conservapor la simple voluntad, si no puede perderse sino poracto del propietario, ¿cómo puede alegarse la prescrip-ción? ¿Cómo se atreve la ley a presumir que el propie-tario, que por su simple voluntad lo sigue siendo, hatenido intención de abandonar lo que ha dejado pres-cribir, cualquiera que sea el tiempo que se fije para de-ducir tal conjetura? ¿Con qué derecho castiga la ley laausencia del propietario despojándolo de sus bienes?¿Cómo puede ser esto? Hemos visto antes que la pro-piedad y la prescripción eran cosas idénticas, y ahoranos encontramos, sin embargo, con que son conceptosantitéticos que se destruyen entre sí.

Grotius, que presentía la dificultad, la resuelve demanera tan singular, que bien merece ser conocida:“Hay algún hombre —dice— de alma tan poco cristia-na que, por una miseria, quisiera eternizar el pecadode un poseedor, y esto sucedería infaliblemente si notuviera por caducado su derecho”. Pues bien; yo soyese hombre. Por mi parte ya puede arder un millónde propietarios hasta el día del juicio; arrojo sobre suconciencia la porción que ellos me han arrebatado delos bienes de este mundo. A esa poderosa considera-ción, añade Grotius la siguiente: “Es más beneficioso

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—dice— abandonar un derecho litigioso que pleitear,turbar la paz de las naciones y atizar el fuego de laguerra civil”. Acepto, si se quiere, esta razón, en cuantome indemnice del perjuicio permitiéndome vivir tran-quilo. Pero si no consigo tal indemnización, ¿qué meimporta a mí, proletario, la tranquilidad y la seguridadde los ricos? Me es tan indiferente el orden público co-mo el saludo de los propietarios. Reclamo, pues, quese me permita vivir trabajando, porque si no morirécombatiendo.

Cualesquiera que sean las sutilezas que se empleen,la prescripción es una contradicción de la propiedad,o mejor dicho, la propiedad y la prescripción son dosmanifestaciones de un mismo principio, pero en for-ma que se contrarrestan recíprocamente, y no es unode los menores errores de la jurisprudencia antigua ymoderna haber pretendido armonizarlas.

Después de las primeras convenciones, después delos ensayos de leyes y de constituciones que fueronla expresión de las primeras necesidades sociales, lamisión de los hombres de ley debía ser reformar lalegislación en lo que tuviese de imperfecta, corregirlo defectuoso, conciliar, con mejores definiciones, loque parecía contradictorio. En vez de esto, se atuvie-ron al sentido literal de las leyes, contentándose con

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el papel servil de comentaristas y glosadores. Toman-do por axiomas de lo eterno y por indefectible verdadlas inspiraciones de una razón necesariamente falible,arrastrados por la opinión general, subyugados por lareligión de los textos, han establecido el principio, aimitación de los teólogos, de que es infaliblemente ver-dadero lo que es admitido constante y universalmente,como si una creencia general, pero irreflexiva, probasealgo más que la existencia de un error general. No nosengañemos hasta ese extremo. La opinión de todos lospueblos puede servir para comprobar la percepción deun hecho, el sentimiento vago de una ley; pero nadapuede enseñarnos ni sobre el hecho ni sobre la ley. Elconsentimiento del género humano es una indicaciónde la Naturaleza; no, como ha dicho Cicerón, una leyde la Naturaleza. Bajo la apariencia se oculta la ver-dad, que la fe puede creer, pero sólo la reflexión puededescubrir. Éste ha sido el objeto del progreso constan-te del espíritu humano en todo lo concerniente a losfenómenos físicos y a las creaciones del genio; ¿paraqué nos servirían si no los actos de nuestra concienciay las reglas de nuestras acciones?

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IV. — Del trabajo. — El trabajo no tienepor sí mismo ninguna facultad deapropiación sobre las cosas de lanaturaleza

Vamos a demostrar, por los propios aforismos de laeconomía política y del derecho, es decir, por todo lomás especioso que los defensores de la propiedad pue-den oponer:

1°)Que el trabajo no tiene por sí mismo, sobre las co-sas de la Naturaleza, ninguna facultad de apropiación.

2°) Que aun reconociendo al trabajo esta facultad,se llega a la igualdad de propiedades, cualesquiera quesean, por otra parte, la clase del trabajo, la rareza delproducto y la desigualdad de las facultades producti-vas.

3°) Que en orden a la justicia, el trabajo destruye lapropiedad.

A imitación de nuestros adversarios, y con objeto deno omitir cosa ninguna, tomamos la cuestión remon-tándonos a sus principios todo lo posible.

Dice Ch. Comte en su Traité de la proprieté: “Francia,considerada como nación, tiene un territorio que le espropio”.

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Francia, como un solo hombre, posee un territorioque explota, pero no es propietaria de él. Sucede a lasnaciones lo mismo que a los individuos entre sí; lescorresponde simplemente el uso y el trabajo sobre elterritorio, y sólo por un vicio del lenguaje se les atri-buye el dominio del suelo. El derecho de usar y abusarno pertenece al pueblo ni al hombre. Tiempo vendrá enque la guerra contra un Estado para reprimir el abusoen la posesión será una guerra sagrada.

Ch. Comte, que trata de explicar cómo se forma lapropiedad, comienza por suponer que una nación espropietaria. Cae en el sofisma llamado petición de prin-cipio. Desde ese momento, toda su argumentación ca-rece de solidez.

Si el lector cree que es ir demasiado lejos el negar auna nación la propiedad de su territorio, me limitaréa recordar que del derecho ficticio de propiedad nacio-nal han nacido en todas las épocas las pretensiones se-ñoriales, los tributos, la servidumbre, los impuestos desangre y de dinero, las exacciones en especies, etcétera,y por consecuencia, la negativa a abonar los impuestos,las insurrecciones, las guerras y la despoblación.

“Existen en ese territorio grandes exten-siones de terreno que no han sido con-

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vertidas en propiedades individuales. Es-tas tierras, que consisten generalmente enmontes, pertenecen a la masa de la pobla-ción, y el gobierno que percibe los impues-tos las emplea, o debe emplearlas, en inte-rés común”.

Debe emplearlas, está bien dicho: así no hay peligrode mentir.

“Si fueran puestas a la venta…” ¿Por qué razón hande venderse? ¿Quién tiene derecho a hacerlo? Auncuando la nación fuera propietaria, ¿puede la presen-te generación desposeer a la generación de mañana?El pueblo posee a título de usufructo; el gobierno ri-ge, inspecciona, protege, ejerce la justicia distributiva;si otorga también concesiones de terreno, sólo puedeconceder el uso; no tiene derecho de vender ni enaje-nar cosa alguna. No teniendo la cualidad de propieta-rio, ¿cómo ha de poder transmitir la propiedad?

“… Si un hombre industrioso comprareuna parte de dichos terrenos, una vastamarisma, por ejemplo, claro es que nadahabría usurpado, puesto que el público re-cibe su precio justo por mano de su go-

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bierno, y tan rico es después de la ventacomo antes”.

Esto es irrisorio. ¿De modo que porque un ministropródigo, imprudente o inhábil, venda los bienes del Es-tado, sin que yo pueda hacer oposición a la venta (yo,tutelado del Poder público, yo, que no tengo voto con-sultivo ni deliberativo en el Consejo de Estado), dichaventa debe ser valedera y legal? ¡Los tutores del pueblodisipan su patrimonio, y no le queda a aquél recurso al-guno! “He recibido —decís— por mano de mi gobiernomi parte en el precio de la venta”; pero es que yo no hequerido vender, y aun cuando lo hubiese querido, nopuedo, no tengo ese derecho. Además, yo no sé si estaventa me beneficia. Mis tutores han uniformado algu-nos soldados, han restaurado una antigua ciudadela,han erigido a su vanidad algún costoso y antiartísticomonumento, y quizás han quemado, además, unos fue-gos artificiales y engrasado algunas cucañas. ¿Y qué estodo esto en comparación con lo que he perdido?

El comprador del Estado cerca su finca, se encierraen ella, y dice: “Esto es mío, cada uno en su casa yDios en la de todos”. Desde entonces, en ese espaciode terreno nadie tiene derecho de poner el pie, a noser el propietario y sus servidores. Que estas ventas

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aumenten, y bien pronto el pueblo, que no ha podi-do ni querido vender, no tendrá dónde descansar, nicon qué abrigarse, ni con qué recolectar. Irá a morir dehambre a la puerta del propietario, en el lindero de esapropiedad que era todo su patrimonio; y el propietario,al verlo expirar, le dirá: “¡Así mueren los holgazanes ylos canallas!”.

Para que se acepte de buen grado la usurpación delpropietario, Ch. Comte intenta despreciar el valor delas tierras en el momento de la venta.

“Es preciso, dice, no exagerar la importan-cia de esas usurpaciones; se debe apreciar-las por el número de hombres que vivían acosta de las tierras ocupadas y por los me-dios de subsistencia que éstas les suminis-traban. Es evidente, por ejemplo, que si latierra que hoy vale 1.000 francos no valíamás que cinco céntimos cuando fue usur-pada, en realidad el perjuicio debe apre-ciarse en cinco céntimos. Una legua cua-drada de tierra apenas bastaba para la vi-da miserable de un salvaje; hoy, en cam-bio, asegura los medios de existencia a milpersonas. Noventa y nueve partes de esa

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extensión son propiedad legítima de susposeedores; la usurpación se reduce a unamilésima de su valor actual”.

Un labriego se acusaba en confesión de haber rotoun documento en el que reconocía deber cien escudos.El confesor decía: “Es preciso devolver esos cien escu-dos”. “Eso no —respondió el labriego-; sólo debo resti-tuir dos cuartos que valía la hoja de papel en que cons-taba la deuda”.

El razonamiento de Ch. Comte se parece a la buenafe del labriego. El suelo no tiene solamente un valor in-tegrante y actual, sino también un valor de potencia yde futuro, cuyo valor depende de nuestra habilidad pa-ra mejorarlo y cultivarlo. Destruid una letra de cambio,un título de la deuda pública: considerando solamenteel valor del papel, destruís un valor insignificante; peroal romper el papel inutilizáis vuestro título, y al perdervuestro título os despojáis de vuestro bien. Destruid latierra, o lo que es lo mismo para vosotros, vendedla; nosolamente enajenáis una, dos o varias cosechas, sinoque renunciáis a todos los productos que de ella hubié-rais podido obtener, y que luego obtendrían vuestroshijos y vuestros nietos.

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Decir que la propiedad es hija del trabajo y otorgardespués al trabajo una propiedad como medio de ejer-citarlo es, si no me engaño, formar un círculo vicioso.Las contradicciones no tardarán en presentarse.

“Un espacio de tierra determinado sólopuede producir alimentos para el consu-mo de un hombre durante un día; si el po-seedor, por su trabajo, encuentra mediode que produzca para dos días, duplica suvalor. Este valor nuevo es obra suya, noperjudica a nadie, es su propiedad”.

Sostengo a mi vez que el poseedor encuentra el pa-go de su trabajo y de su industria en esa doble produc-ción, pero no adquiere ningún derecho sobre el suelo.Apruebo que el trabajador haga suyos los frutos; perono comprendo cómo la propiedad de éstos puede impli-car la de la tierra. El pescador que desde la orilla del ríotiene la habilidad de coger más cantidad de peces quesus compañeros, ¿se convertirá, por esa circunstancia,en propietario de los parajes en que ha pescado? ¿Ladestreza de un cazador, ha sido nunca considerada co-mo título de propiedad sobre toda la caza de unmonte?La comparación es perfecta: el cultivador diligente en-

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cuentra en una cosecha abundante y de calidad exce-lente la recompensa de su industria; si mejoró el suelo,tendrá derecho a una preferencia como poseedor, pe-ro de ningún modo podrá aceptarse su habilidad parael cultivo como un título a la propiedad del suelo quelabra.

Para transformar la posesión en propiedad, sin queel hombre cese de ser propietario cuando cese de sertrabajador, es necesario algo más que el trabajo; pe-ro lo que constituye la propiedad, según la ley, es laposesión inmemorial, pacífica; en una palabra, la pres-cripción; el trabajo no es más que el signo sensible, elacto material por el cual se manifiesta la posesión. Portanto, si el cultivador sigue siendo propietario aun des-pués de trabajar y producir por sí mismo; si su pose-sión, al principio concedida y luego tolerada, llega alfin a ser inalienable, es esto al amparo de la ley civil ypor el principio de ocupación. Esto es tan cierto, queno hay contrato de venta ni de arrendamiento, ni deconstitución de renta, que no lo presuponga. Acudiré,para demostrarlo, a un ejemplo.

¿Cómo se valúa un inmueble? Por su producto. Siuna tierra produce 1.000 francos, se calcula que, al 5por ciento, vale 20.000, al 6 por ciento, 25.000, etcéte-ra; esto significa, en otros términos, que pasados vein-

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te o veinticinco años, el adquirente se habrá reintegra-do del precio de esa tierra. Por tanto, si después de uncierto tiempo está íntegramente pagado el precio deun inmueble, ¿por qué razón el adquirente sigue sien-do propietario? Sencillamente en virtud del derecho deocupación, sin el cual toda venta sería una retroventa.

El sistema de la apropiación por el trabajo está, pues,en contradicción con el Código, y cuando los partida-rios de este sistema intentan servirse de él para expli-car las leyes, incurren en contradicción con ellas mis-mas.

“Si los hombres llegan a fertilizar una tie-rra improductiva o perjudicial, como algu-nos pantanos, crean al hacerlo una propie-dad integral”.

¿Para qué exagerar la expresión y jugar a los equívo-cos, como si se pretendiera alterar el concepto? Al afir-mar que crean una propiedad completa, queréis decirque crean una capacidad productiva que antes no exis-tía. Pero esa capacidad no puede crearse sino median-do la materia que la produce. La substancia del suelosigue siendo la misma; lo único que ha sufrido altera-ción son sus cualidades. El hombre todo lo ha creado,

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menos la materia misma. Y respecto de esta materia,sostengo que no puede tenerse más que la posesión yel uso, con la condición permanente del trabajo, por elcual únicamente se adquiere la propiedad de los frutos.

Está, pues, resuelto el primer punto: la propiedaddel producto, aun cuando sea concedida, no suponela propiedad del medio; no creo que esto necesite de-mostración más amplia. Hay completa identidad entreel soldado poseedor de sus armas, el albañil poseedorde los materiales que se le confían, el pescador posee-dor de las aguas, el cazador poseedor de los campos ylos montes y el cultivador poseedor de la tierra. Todosellos son, si se quiere, propietarios de los productos,pero ninguno es propietario de sus instrumentos. Elderecho al producto es individual, exclusivo; el dere-cho al instrumento, al medio, es común.

V. — El trabajo conduce a la igualdaden la propiedad

Aceptemos, sin embargo, la hipótesis de que el tra-bajo confiere un derecho de propiedad sobre la cosa.¿Por qué no es universal este principio? ¿Por qué el be-neficio de esta pretendida ley se otorga a un pequeño

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número de hombres y se niega a la multitud de trabaja-dores? A un filósofo que sostenía que todos los anima-les habían nacido primitivamente de la tierra, fecun-dizada por los rayos del sol, del mismo modo que loshongos, se le preguntaba en cierta ocasión por qué latierra no seguía produciendo de la mismamanera. A loque él respondió: “Porque ya es vieja y ha perdido sufecundidad”. ¿El trabajo, en otro tiempo tan fecundo,habrá llegado también a ser estéril? ¿Por qué el arren-datario no adquiere ya por el trabajo esa misma tierraque el trabajo transmitió ayer al propietario?

Dícese que porque ya está apropiada. Esto no es con-testar. La aptitud y el trabajo del arrendatario elevanel producto de la tierra al doble; este exceso es crea-ción del arrendatario. Supongamos que el dueño, porrara moderación, no se apropia esa nueva utilidad au-mentando el precio del arriendo, y deja al cultivadorel disfrute de su obra; pues aun así, no se da satisfac-ción a la justicia. El arrendatario, al mejorar el suelo,ha creado un nuevo valor en la propiedad, luego tienederecho a una participación en ella. Si la tierra valía enun principio 100.000 francos, y por el trabajo del arren-datario llega a valer 150.000, el productor es propieta-rio legítimo de la tercera parte de la tierra. Ch. Comteno hubiera podido objetar nada contra esta doctrina,

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porque él mismo ha dicho: “Los hombres que dan a latierra mayores condiciones de fertilidad, prestan tantautilidad a sus semejantes como si creasen una nueva”.

¿Por qué razón esa regla no es aplicable lo mismo alque mejora las condiciones de una tierra que al que laha roturado? Por el trabajo del primer trabajador la tie-rra vale 1; por el del segundo vale 2; por parte de uno yotro se ha creado un valor igual: ¿por qué no reconocera ambos igualdad en su propiedad? A menos que se in-voque otra vez el derecho del primer ocupante, desafíoa que se oponga a mi criterio algún argumento eficaz.

Pero se me dirá: “De aceptar vuestra doctrina se lle-garía a una mayor división de propiedad. Las tierrasno aumentan indefinidamente de valor; a los dos o trescultivos llegan al máximo de su fecundidad. Lo que laagronomía mejora, es consecuencia del progreso y di-fusión de las ciencias más que de la habilidad de loslabradores. Así, pues, el hecho de que algunos trabaja-dores entrasen en la masa de propietarios ningún ar-gumento ofrecería contra la propiedad”.

Sería, en efecto, obtener en esta discusión un resul-tado muy desfavorable, si nuestros esfuerzos no logra-sen más que ampliar el privilegio del suelo y el mono-polio de la industria, emancipando algunos centenaresde trabajadores con olvido de millones de proletarios.

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Pero esto sería interpretar muy torpemente nuestropensamiento y dar escasas pruebas de inteligencia yde lógica.

Si el trabajador que multiplica el valor de la cosatiene derecho a la propiedad, quien mantiene ese va-lor tiene el mismo derecho. Porque para mantenerlo espreciso aumentar incesantemente, crear de modo con-tinuo. Para cultivar hay que dar al suelo su valor anual;y sólo mediante una creación de valor, renovada todoslos años, se consigue que la tierra no se deprecie ni seinutilice. Admitiendo, pues, la propiedad como racio-nal y legítima, admitiendo el arriendo como equitativoy justo, afirmo que quien cultiva la tierra adquiere supropiedad con el mismo título que quien la rotura yquien la mejora, y que cada vez que un arrendatariopaga la renta, obtiene sobre el campo confiado a suscuidados una fracción de propiedad cuyo denomina-dor es igual a la cuantía de esa renta. Salid de ahí ycaeréis irremisiblemente en lo arbitrario y en la tira-nía; reconoceréis los privilegios de casta; sancionaréisla servidumbre.

Quien trabaja se convierte en propietario. Este he-cho no puede negarse, con arreglo a los principios ac-tuales de la economía política y del derecho. Y al de-cir propietario, no entiendo solamente, como nuestros

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hipócritas economistas, propietario de sus sueldos, desus jornales, de su retribución, sino que quiero decirpropietario del valor que crea, el cual sólo redunda enprovecho del dueño.

Como todo esto se relaciona con la teoría de los sa-larios y de la distribución de los productos, y esta ma-teria no ha sido aún razonablemente esclarecida, mepermito insistir en ello; esta discusión no será del to-do inútil a mi causa. Muchas gentes hablan de que seconceda a los obreros una participación en los produc-tos y en los beneficios, pero esta participación que sereclama para ellos es pura caridad, simple favor. Jamásse ha demostrado, y nadie lo ha supuesto, que sea underecho natural, necesario, inherente al trabajo, inse-parable de la cualidad de productor hasta en el últimode los operarios.

He aquí mi proposición: El trabajador conserva, aundespués de haber recibido su salario, un derecho naturalde propiedad sobre la cosa que ha producido.

Y continúo citando a Comte: “Los obreros están de-dicados, por ejemplo, a desecar un pantano, a arrancarlos árboles y las malezas, en una palabra, a preparar elcultivo del terreno; es indudable que al hacerlo aumen-tan su valor, crean una propiedad más considerable;pero el valor que adicionan al terreno les es pagado

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con los alimentos que reciben y con el precio de susjornadas: el terreno sigue siendo, pues, propiedad delcapitalista”.

Este precio no basta. El trabajo de los obreros hacreado un valor; luego este valor es propiedad de ellos.Y como no han vendido ni permutado, el capitalistano ha podido adquirirlo. Nada más justo que el capi-talista tenga un derecho parcial sobre el todo por lossuministros que ha facilitado. Ha contribuido con ellosa la producción y debe tener parte en su disfrute. Perosu derecho no destruye el de los obreros, que han sidosus compañeros en la obra de la producción. ¿A quéhablar de salarios? El dinero invertido en jornales pa-ra los obreros apenas equivale a unos cuantos años dela posesión perpetua que ellos abandonan. El salarioes el gasto necesario que exige el sostenimiento diariodel trabajador. Es un grave error ver en él el precio deuna venta. El obrero nada ha vendido; no conoce su de-recho, ni el alcance de la cesión que hace al capitalista,ni el espíritu del contrato que se pretende haber otor-gado con él. Por su parte, ignorancia completa; por ladel capitalista, error e imprevisión, en el caso que nosea dolo y fraude.

Hagamos ver todo esto con más claridad y de modomás gráfico, por medio de un ejemplo. Nadie ignora

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cuántas dificultades existen para convertir una tierrainculta en tierra laborable y productiva. Son tales, quela mayor parte de las veces un hombre solo moriría an-tes de haber podido poner el terreno en situación deprocurar el menor fruto. Se necesitan para ello los es-fuerzos reunidos y combinados de la sociedad y todoslos medios de la industria.

Supongamos que una colonia de 20 ó 30 familias seestablece en un territorio salvaje e inculto, el cual con-sienten los indígenas en abandonar por arreglo amis-toso. Cada una de esas familias dispone de un capitalpequeño, pero suficiente: animales, semillas, útiles, al-gún dinero y víveres. Dividido el territorio, cada cualse acomoda como puede y comienza a desbrozar el loteque le ha correspondido. Pero después de algunas se-manas de fatigas extraordinarias, de penas increíblesy trabajos ruinosos y casi sin resultado, los coloniza-dores comienzan a quejarse del oficio; la condición lesparece dura ymaldicen su triste existencia. Un día, unode los más listos mata un cerdo, sala una parte de él,y resuelto a sacrificar el resto de sus provisiones, vaa buscar a sus compañeros de miseria. “Amigos —lesdice con afectuoso acento—, ¡cuánto sufrís trabajandosin fruto y viviendo de mala manera! ¡Quince días detrabajo os han reducido al último extremo!… Celebre-

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mos un pacto que será en todo beneficioso para vo-sotros; os daré la comida y el vino; ganaréis, además,tanto por día; trabajaremos juntos, y ya veréis, amigosmíos, cómo estaremos todos contentos”.

¿Puede creerse que hay estómagos necesitados ca-paces de resistir a semejante oferta? Los más ham-brientos siguen al que formula la proposición, y ponenmanos a la obra; el atractivo de la sociedad, la emula-ción, la alegría, el mutuo auxilio, multiplican las fuer-zas; el trabajo avanza visiblemente; se vence a la Na-turaleza entre alegres cantos y francas risas; en pocotiempo el suelo está transformado; la tierra, esponjada,sólo espera la semilla. Hecho esto, el propietario pagaa sus obreros, que se marchan agradecidos recordandolos días felices que pasaron a su lado. Otros siguen esteejemplo, siempre con el mismo éxito, y una vez obte-nido, los auxiliares se dispersan, volviendo cada uno asu cabaña. Sienten entonces estos últimos la necesidadde vivir. Mientras trabajaban para el vecino, no traba-jaban para sí, y ocupados en el cultivo ajeno, no hansembrado ni cosechado nada propio durante un año.Contaron con que al arrendar su esfuerzo personal só-lo podían obtener beneficio, puesto que ahorrarían susprovisiones, y viviendo mejor, conservarían aún su di-nero. ¡Falso cálculo! Crearon para otro un instrumento

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de producción, pero nada crearon para ellos. Las difi-cultades de la roturación siguen siendo las mismas, susropas se han deteriorado, sus provisiones están a pun-to de agotarse, pronto su bolsa quedará vacía en bene-ficio del particular para quien trabajaron, puesto quesólo él ha comenzado el cultivo. Poco tiempo después,cuando el pobre bracero está falto de recursos, el fa-vorecido, semejante al ogro de la fábula, que huele delejos a su víctima, le brinda un pedazo de pan. Al uno leofrece ocuparlo en sus trabajos, al otro comprarle me-diante buen precio un pedazo de ese terreno perdido,del que ningún producto puede obtener; es decir, haceexplotar por su cuenta el campo del uno por el otro. Alcabo de veinte años, de treinta individuos que primiti-vamente eran iguales en fortuna, cinco o seis han lle-gado a ser propietarios de todo el territorio, mientraslos demás han sido desposeídos filantrópicamente.

En este siglo de moralidad burguesa en que he teni-do la dicha de nacer, el sentido moral está de tal mododebilitado, que nada me extrañaría que muchos honra-dos propietariosme preguntasen por qué encuentro to-do esto injusto e ilegítimo. Almas de cieno, cadáveresgalvanizados, ¿cómo esperar convenceros si no que-réis ver la evidencia de ese robo en acción? Un hom-bre, con atractivas e insinuantes palabras, halla el se-

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creto de hacer contribuir a los demás a establecer suindustria. Después, una vez enriquecido por el comúnesfuerzo, rehúsa procurar el bienestar de aquellos quehicieron su fortuna en las mismas condiciones que éltuvo a bien señalar. ¿Y aún preguntáis qué tiene defraudulenta semejante conducta? Con el pretexto deque ha pagado a sus obreros, de que nada les debe, deque no tiene por qué ponerse al servicio de otros aban-donando sus propias ocupaciones, rehúsa auxiliar a losdemás en el cultivo, de igual modo que ellos lo ayuda-ron a él. Y cuando en la impotencia de su aislamientoestos trabajadores se ven en la necesidad de reducira dinero su participación territorial, el propietario, in-grato y falaz, se encuentra dispuesto a consumar suexpoliación y su ruina. ¡Y halláis esto justo! Disimuladmejor vuestra impresión, porque leo en vuestras mira-das el reproche de una conciencia culpable más que laestúpida sorpresa de una involuntaria ignorancia.

El capitalista, se dice, ha pagado los jornales a susobreros. Para hablar con exactitud, había que decir queel capitalista había pagado tantos jornales como obre-ros ha empleado diariamente, lo cual no es lo mismo.Porque esa fuerza inmensa que resulta de la conver-gencia y de la simultaneidad de los esfuerzos de los tra-bajadores no la ha pagado. Doscientos operarios han

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levantado en unas cuantas horas el obelisco de Luxorsobre su base. ¿Cabe imaginar que lo hubiera hecho unsolo hombre en doscientos días? Pero según la cuentadel capitalista, el importe de los salarios hubiese sidoel mismo. Pues bien; cultivar un erial, edificar una ca-sa, explotar una manufactura, es erigir un obelisco, escambiar de sitio una montaña. La más pequeña fortu-na, la más reducida explotación, el planteamiento dela más insignificante industria, exigen un concurso detrabajos y de aptitudes tan diversas, que el hombre ais-lado no podría suplir jamás. Es muy extraño que loseconomistas no lo hayan observado. Hagamos, pues,el examen de lo que el capitalista ha recibido y de loque ha pagado.

Necesita el trabajador un salario que le permita vivirmientras trabaja, porque sólo produce a condición deun determinado consumo. Quien ocupe a un hombrele debe, pues, alimento y demás gastos de conserva-ción o un salario equivalente. Esto es lo primero quehay que satisfacer en toda producción. Concedo por elmomento que el capitalista cumpla debidamente conesta obligación.

Es preciso que el trabajador, además de su subsis-tencia actual, encuentre en su producción una garan-tía de su subsistencia futura, so pena de ver agotarse

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la fuente de todo producto y de que se anule su capa-cidad productiva. En otros términos, es preciso que eltrabajo por realizar renazca perpetuamente del trabajorealizado; tal es la ley universal de reproducción. Poresa misma ley, el cultivador propietario halla: 1°) Ensus cosechas, el medio no sólo de vivir él y su familia,sino de entretener y aumentar su capital, de mantenersus ganados y, en una palabra, de trabajar más y de re-producir siempre. 2°) En la propiedad de un instrumen-to productivo, la garantía permanente de un fondo deexplotación y de trabajo.

¿Cuál es el fondo de explotación del que arriendasus servicios? La necesidad que el propietario tienede ellos y su voluntad, gratuitamente supuesta, de darocupación al obrero. De igualmodo que en otro tiempoel colono tenía el campo por la munificencia del señor,hoy debe el obrero su trabajo a la benevolencia y a lasnecesidades del propietario; es lo que se llama un po-seedor a título precario. Pero esta condición precariaes una injusticia, porque implica una desigualdad en laremuneración. El salario del trabajador no excede nun-ca de su consumo ordinario, y no le asegura el salariodel mañana, mientras que el capitalista halla en el ins-trumento producido por el trabajador un elemento deindependencia y de seguridad para el porvenir.

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Este fermento reproductor, este germen eterno devida, esta preparación de un fondo y de instrumentosde producción, es lo que el capitalista debe al produc-tor y lo que no le paga jamás, y esta detentación frau-dulenta es la causa de la indigencia del trabajador, dellujo del ocioso y de la desigualdad de condiciones. Enesto consiste, especialmente, lo que tan propiamentese ha llamado explotación del hombre por el hombre.

Una de tres: o el trabajador tiene parte en la cosa queha producido, deducción hecha de todos los salarios, oel dueño devuelve al trabajador otros tantos serviciosproductivos, o se obliga a proporcionarle siempre tra-bajo. Distribución del producto, reciprocidad de servi-cios o garantía de un trabajo perpetuo: el capitalistano puede escapar a estas alternativas. Pero es eviden-te que no puede acceder a la segunda ni a la tercerade estas condiciones; no puede ponerse al servicio delos millares de obreros que directa o indirectamentehan procurado su fortuna, ni dar a todos un trabajoconstante. No queda más solución que el reparto de lapropiedad. Pero si la propiedad se distribuyese, todaslas condiciones serían iguales, y no habría ni grandescapitalistas ni grandes propietarios.

Divide et impera: divide y vencerás; divide y llegarása ser rico; divide y engañarás a los hombres, y seduci-

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rás su razón, y te burlarás de la justicia. Aislad a lostrabajadores, separadlos uno de otro, y es posible queel jornal de cada uno exceda del valor de su produc-ción individual; pero no es esto de lo que se trata. Elesfuerzo de mil hombres actuando durante veinte díasse ha pagado igual que el de uno solo durante cincuen-ta y cinco años; pero este esfuerzo de mil ha hechoen veinte días lo que el esfuerzo de uno solo, duranteun millón de siglos, no lograría hacer. ¿Es equitativoel trato? Hay que insistir en la negativa una vez más.Cuando habéis pagado todas las fuerzas individuales,dejáis de pagar la fuerza colectiva; por consiguiente,siempre existe un derecho de propiedad colectiva queno habéis adquirido y que disfrutáis injustamente.

Voy a suponer que un salario de veinte días baste aesa multitud para alimentarse, alojarse y vestirse du-rante igual tiempo. Cuando una vez expirado ese tér-mino cese el trabajo, ¿qué puede quedar a esos hom-bres, si a medida que han creado han ido abandonan-do sus obras a los propietarios? Mientras el capitalista,bien asegurado, merced al concurso de todos los traba-jadores, vive tranquilo sin temor de que le falte el panni el trabajo, el obrero sólo puede contar con la bene-volencia de ese mismo propietario, al que ha vendidoy esclavizado su libertad. Por tanto, si el propietario,

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fundándose en su obra de producción y alegando suderecho, no quiere dar trabajo al obrero, ¿de qué va avivir éste? Habrá preparado un excelente terreno y nolo sembrará; habrá construido una casa confortable ymagnífica y no la habitará; habrá producido de todo yno disfrutará de nada.

Caminamos por el trabajo hacia la igualdad. Cadapaso que damos nos aproxima más a ella, y si la fuer-za, la diligencia, la industria de los trabajadores fueseniguales, es evidente que las fortunas lo serían también.Si como se pretende, y yo creo haber demostrado, eltrabajador es propietario del valor que crea, se deduce:

1°)Que el trabajador adquiere a expensas del propie-tario ocioso. 2°) Que siendo toda producción necesa-riamente colectiva, el obrero tiene derecho, en propor-ción de su trabajo, a una participación en los produc-tos y en los beneficios. 3°) Que siendo una verdaderapropiedad social todo capital acumulado, nadie puedetener sobre él una propiedad exclusiva.

Estas consecuencias son irrebatibles. Sólo ellas bas-tarían para trastrocar toda nuestra economía y cam-biar nuestras instituciones y nuestras leyes. ¿Por quélos mismos que establecieron el principio rehúsan, sinembargo, aceptar sus consecuencias? ¿Por qué los Say,los Comte, los Ennequín y otros, después de haber di-

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cho que la propiedad es efecto del trabajo, tratan a con-tinuación de inmovilizarla por la ocupación y la pres-cripción?

Pero abandonemos a estos sofistas a sus contradic-ciones y a su ceguedad. El buen sentido del pueblo harájusticia a sus equívocos. Apresurémonos a ilustrarlo ya enseñarle el camino. La igualdad se acerca; estamosya a muy corta distancia de ella y no tardaremos enfranquearla.

VI. — Que en la sociedad todos lossalarios son iguales

Cuando los saintsimonianos, los fourieristas, y en ge-neral todos los que en nuestros días se ocupan de eco-nomía social y de reforma, inscriben en su bandera: Acada uno según su capacidad, a cada capacidad segúnsus obras (Saint-Simon). A cada uno según su capital,su trabajo y su capacidad(Fourier) entienden, aunqueno lo expresen de unmodo terminante, que los produc-tos de la Naturaleza, fecundada por el trabajo y por laindustria, son una recompensa, un premio, concedidoa toda clase de preeminencias y superioridades. Con-sideran que la tierra es un inmenso campo de lucha,

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en el cual la victoria se alcanza no tanto por el mane-jo de la espada, o por la violencia y la traición, comopor la riqueza adquirida, por la ciencia, por el talen-to, por la virtud misma. En una palabra, entienden, ycon ellos todo el mundo, que a la mayor capacidad sedebe la más alta retribución, y sirviéndome del estilocomercial, que tiene la ventaja de ser exacto, que losbeneficios deben ser proporcionados a las obras y a lascapacidades.

Los discípulos de los dos supuestos reformadores nopueden negar que tal es su pensamiento, porque si lointentasen, se pondrían en contradicción con sus tex-tos oficiales y romperían la unidad de sus sistemas.

Por lo demás, semejante negación por su parte noes de temer: las dos sectas se atribuyen la gloria deplantear en principio la desigualdad de las condicio-nes, de acuerdo con las analogías de la naturaleza que,dicen, ha querido ella misma la desigualdad de las ca-pacidades; no se jactan más que de una cosa, de hacer

1 Según Saint-Simon, el sacerdote saintsimoniano debía de-terminar la capacidad de cada uno en virtud de su infalibilidadpontifical, a imitación de la Iglesia romana; según Fourier, los ran-gos y los méritos serían designados por el voto y la elección delrégimen constitucional. Evidentemente el gran hombre se ha bur-lado del lector; no ha querido decir su secreto.

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de tal modo, por su organización política, que las de-sigualdades sociales estén siempre de acuerdo con lasdesigualdades naturales. En cuanto a la cuestión de sa-ber si la desigualdad de las condiciones, quiero decir delos salarios, es posible, ellas no se inquietan tampocopor fijar la métrica de las capacidades.1

A cada uno según su capacidad, a cada capacidad se-gún sus obras. A cada uno según su capital, su trabajo ysu talento.

Después de la muerte de Saint-Simon y del silenciode Fourier, ninguno de sus numerosos adeptos ha in-tentado dar al público una demostración científica deesta gran máxima; y me atrevo a apostar ciento con-tra uno a que ningún fourierista sospecha siquiera queese aforismo biforme es susceptible de dos interpreta-ciones diferentes.

A cada uno según su capacidad, a cada capacidad se-gún sus obras. A cada uno según su capacidad, su trabajoy su talento.

Esta proposición, pretenciosa y vulgar, tomada, co-mo suele decirse, in sensu obvio, es falsa, absurda, in-justa, contradictoria, hostil a la libertad, fautora de ti-ranía, antisocial, y ha sido concebida necesariamentebajo la influencia categórica del prejuicio capitalista.

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Desde luego, hay que eliminar el capital como ele-mento de la retribución que se reclama. Losfourieristas,según he podido apreciar estudiando algunas de susobras, niegan el derecho de ocupación y no reconocenmás principio de propiedad que el trabajo. Sentada estapremisa, hubieran comprendido, si fuesen lógicos, queun capital sólo produce a su propietario en virtud delderecho de ocupación, y por consiguiente, que tal pro-ducción es ilegítima. En efecto, si el trabajo es el únicofundamento de la propiedad, dejo de ser propietariode mi campo en cuanto haya un arrendatario que loexplote, aunque me abone la renta. Lo he demostradoya hasta la saciedad. Esto mismo sucede con todos loscapitales, porque emplear un capital en una empresaes, con arreglo a estricto derecho, cambiar ese capitalpor una suma equivalente de productos. No entraré ental discusión, por demás inútil en este lugar, por pro-ponerme tratar a fondo en el capítulo siguiente de loque se llama la producción de un capital.

El capital, pues, es susceptible de cambio; pero nopuede ser, en ningún caso, fuente de utilidades. Que-dan simplemente el trabajo y el talento, o como diceSaint-Simon, las obras y las capacidades; voy a exami-nar ambos elementos uno tras otro.

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¿Deben ser las utilidades proporcionadas al trabajo?En otros términos, ¿es justo que quien más haga másgane? Ruego al lector que ponga en este punto toda suatención.

Para resolver de una vez el problema, basta enunciarla cuestión en esta forma: ¿es el trabajo unacondición ouna guerra? La respuesta no parece dudosa. Dios dijoal hombre: ganarás el pan con el sudor de tu rostro; esdecir, tú mismo producirás tu pan; trabajarás con es-fuerzo mayor o menor, según sepas dirigir y combinartus facultades. Dios no ha dicho: disputarás el pan atu prójimo, sino: trabajarás a su lado y juntos viviréisen paz. Fijemos el sentido de esta ley, cuya extremadasencillez puede prestarse al equívoco.

Preciso es distinguir en el trabajo dos cosas: la aso-ciación y la materia explotable. Los trabajadores, encuanto están asociados, son iguales, e implica una con-tradicción el que a uno se le pague más que a otro, por-que no pudiendo pagarse el producto de un trabajadorsino con el producto de otro trabajador, si ambos pro-ductos son desiguales, el exceso, o sea la diferencia delmayor al menor, no es adquirido por la sociedad, y porconsiguiente, no habiendo cambio, en nada afecta es-ta diferencia a la igualdad de los salarios. Resultará, sise quiere, una igualdad natural para el trabajador más

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fuerte, pero una desigualdad social en cuanto no haypara nadie perjuicio de su fuerza ni de su energía pro-ductiva. En una palabra, la sociedad sólo cambia pro-ductos iguales, es decir, paga únicamente los trabajosrealizados en su beneficio; por consiguiente, retribuyelo mismo a todos los trabajadores.Que uno pueda pro-ducir más que otro fuera de la sociedad importa tantoa ésta como la diferencia del tono de su voz y la delcolor de su pelo.

Quizá parezca que acabo de establecer yo mismo elprincipio de la desigualdad: todo lo contrario. Siendola suma de los trabajos realizados para la sociedad tan-to mayor cuanto más numerosos son los trabajadoresy cuanto más limitada esté la labor de cada uno, sí-guese de ahí que la desigualdad natural se neutralizaa medida que la asociación se extiende produciéndosesocialmente una mayor cantidad de productos. De ma-nera que en la sociedad lo único que podría mantenerla desigualdad del trabajo es el derecho de ocupación,el derecho de propiedad.

Supongamos que esta labor social diaria, ya consis-ta en sembrar, cavar, segar, etcétera, es de dos decá-metros cuadrados, y que el término medio de tiemponecesario para realizarla es de siete horas. Algún tra-bajador la terminará en seis, otro en ocho, la mayor

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parte empleará siete; pero con tal que cada uno pres-te la cantidad de trabajo exigido, cualquiera que seael tiempo que emplee, tendrá derecho a la igualdad desalario.

El trabajador capaz de hacer su labor en seis horas,¿tendrá derecho, bajo pretexto de su mayor fuerza yde su superior aptitud, a usurpar la tarea al trabajadormenos hábil, y de arrebatarle así el trabajo y el pan?¿Quién se atreverá a sostenerlo? Quien acabe antesque los otros podrá descansar, si quiere; podrá entre-garse, para entretener sus fuerzas y cultivar su espíritu,a ejercicios y trabajos útiles; pero deberá abstenerse deprestar sus servicios a los débiles con miras interesa-das. El vigor, el genio, la actividad y todas las venta-jas personales que estas circunstancias originan, sonobra de la Naturaleza y hasta cierto punto del indivi-duo. La sociedad hace de ellas el aprecio que merecen,pero la retribución debe ser proporcionada, no a lo quepuedan hacer, sino a lo que produzcan. El producto decada uno está limitado por el derecho de todos.

Aun en el caso de que la extensión del suelo fueseinfinita y la cantidad de materias de explotación inago-table, tampoco se podría practicar la máxima de a cadauno según su trabajo. ¿Por qué? Porque aun en tal su-puesto, la sociedad, cualquiera que sea el número de

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los individuos que la componen, sólo puede dar a to-dos el mismo salario, puesto que les paga con sus pro-pios productos. Lo que sí ocurriría es que no habiendoposibilidad de impedir a los más vigorosos el ejerciciode su actividad, serían mayores, aun dentro de la igual-dad social, los inconvenientes de la desigualdad natu-ral. Pero la tierra, teniendo en cuenta la fuerza produc-tiva de sus habitantes y de su progresiva multiplica-ción, es muy limitada. Por otra parte, el trabajo sociales fácil de realizar en razón de la inmensa variedad deproductos y de la extremada división del trabajo. Puesbien; la limitación de la producción y al propio tiem-po la facilidad de producir, imponen la ley de igualdadabsoluta.

La vida es, en efecto, un combate; pero no del hom-bre contra el hombre, sino del hombre contra la Na-turaleza, y cada uno de nosotros debe arriesgarse enél. Si en la lucha acude el fuerte en socorro del débil,su esfuerzo merecerá aplausos y amor, pero tal auxiliodebe ser libremente prestado, no exigido por la fuerzani puesto a precio. Para todos el camino es el mismo,ni demasiado largo ni demasiado difícil; quien lo sigueencuentra su recompensa a su terminación; pero no esnecesario, no es indispensable llegar el primero.

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En la imprenta, donde los trabajadores están de ordi-nario atendiendo a su ocupación respectiva, el obrerocajista recibe un tanto por cada millar de letras com-puestas, el obrero maquinista un tanto por igual canti-dad de pliegos impresos. En ese oficio, como en todos,se observan las desigualdades del talento y de la habi-lidad. Cada cual es libre de desarrollar su actividad yde ejercitar sus facultades: quien más hace más gana;quien hacemenos ganamenos. Si el trabajo disminuye,cajista y maquinista se lo distribuyen equitativamente.Quien pretenda acapararlo todo es rechazado como sise tratara de un ladrón o de un negrero.

Hay en esta conducta de los tipógrafos una filoso-fía que no alcanzan a comprender economistas ni ju-risperitos. Si nuestros legisladores hubieran inspiradosus códigos en el principio de justicia distributiva quese practica en las imprentas, si hubieran observadolos instintos populares, no para imitarlos servilmen-te, sino para reformarlos y generalizarlos, hace tiempoque la libertad y la igualdad estarían aseguradas sobrebases indestructibles y no se discutiría más acerca delderecho de propiedad y de la necesidad de las diferen-cias sociales.

Se ha calculado que si el trabajo estuviera repartidoentre el número de individuos útiles, la duración me-

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dia de la labor diaria no excedería en Francia de cincohoras. ¿Y hay quien se atreva a hablar de esto, de ladesigualdad de los trabajadores? El principio de a ca-da uno según su trabajo, interpretado en el sentido dequien más trabaje más debe recibir, supone, por tanto,dos hechos evidentemente falsos; el uno de economía,a saber: que en un trabajo social las labores pueden serdesiguales; el segundo de física, a saber: que la cuantíade la producción es ilimitada.

Pero se dirá: ¿y si alguno no quisiera hacer más quela mitad de su trabajo? ¿Cómo resolver tal dificultad?La mitad del salario habría de bastarle, y estando retri-buido según el trabajo realizado, ¿de qué podría quejar-se? ¿Qué perjuicio causaría a los demás? En este sen-tido sería justo aplicar el proverbio a cada uno segúnsus obras; es la ley de la igualdad misma.

Por lo demás, pueden presentarse numerosas dificul-tades, todas ellas relativas a la policía y organizaciónde la industria. Para resolverlas no hay norma más se-gura que aplicar el principio de igualdad. Así, podríapreguntarse, tratándose de un trabajo que no pudiesedemorarse sin peligro de la producción: ¿debe tolerarla sociedad la negligencia de algunos, y por respeto alderecho al trabajo dejar de realizar por sí misma el pro-ducto que necesita? En este caso, ¿a quién pertenecerá

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el salario? A la sociedad mediante haber realizado eltrabajo, ya por sí misma, ya por delegación, pero siem-pre de forma que la igualdad general no sea violada yque únicamente el perezoso sufra las consecuencias desu holgazanería. Además, si la sociedad no puede em-plear una severidad excesiva con los perezosos, tienederecho, en interés de su propia existencia, a corregirlos abusos.

Serán precisos —se dirá— en todas las industrias di-rectores, maestros, vigilantes, etc. ¿Estarán éstos obli-gados a realizar el trabajo? No, porque su trabajo con-siste en dirigir, en enseñar y en vigilar. Pero debenser elegidos entre los trabajadores por los trabajado-res mismos y cumplir las condiciones de sus cargos.Es eso comparable a toda función pública, ya de admi-nistración, ya de enseñanza.

Formularíamos, pues, el artículo primero del regla-mento universal en estos términos: la cuantía limita-da de la materia explotable demuestra la necesidad dedividir el trabajo por el número de trabajadores. La ca-pacidad que todos tienen para realizar una labor socialútil, es decir, una labor igual, y la imposibilidad de pa-gar a un trabajador de otro modo que con el productode otro trabajador, justifican la igualdad en la retribu-ción.

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VII. — La desigualdad de facultades esla condición necesaria de la igualdadde fortunas

Se objeta lo siguiente, y esta objeción constituye lasegunda parte del adagio saintsimoniano y la terceradel fourierista:

Todos los trabajos no son igualmente fáciles. Algu-nos exigen una gran superioridad de talento e inteli-gencia, superioridad que determina un mayor precio.El artista, el sabio, el poeta, el hombre de Estado, sonapreciados en razón de su mérito superior, y este méri-to destruye toda igualdad entre ellos y los demás hom-bres. Ante las manifestaciones elevadas de la ciencia ydel genio, desaparece la ley de igualdad. Y si la igual-dad no es absoluta, no hay tal igualdad. Del poeta des-cendemos al escritor insignificante; del escultor, al can-tero; del arquitecto, al albañil; del químico, al cocine-ro, etcétera. Las capacidades se dividen y subdividenen órdenes, en géneros y en especies. Los talentos su-periores se relacionan con los inferiores por otros in-termedios. La humanidad ofrece una extensa jerarquía,en la que se aprecia al individuo por comparación y se

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determina su valor por la opinión que alcanza lo queproduce.

Esta objeción ha parecido siempre formidable. Es elobstáculo insuperable de los economistas y los parti-darios de la igualdad. A los primeros los ha inducido agrandes errores, y ha hecho vacilar a los segundos enincreíbles minucias. Graco Babeuf pretendía que todasuperioridad fuese reprimida severamente y aun perse-guida como un peligro social. Para asegurar el edificiode su comunidad, rebajaba a todos los ciudadanos alnivel del más pequeño. Se ha visto a gentes ignorantesrechazar la desigualdad en la ciencia, y nada me extra-ñaría que se insurreccionasen algún día contra la de-sigualdad en los méritos. Aristóteles fue expulsado desu patria; Sócrates apuró la cicuta; Epaminondas fue ci-tado a juicio; todos por haber sido mirados como supe-riores en inteligencia y virtud por demagogos imbéci-les. Semejantes atropellos pueden renovarse mientrashaya un pueblo ignorante y ciego, al que la desigual-dad de condiciones haga temer la creación de nuevostiranos.

Nada parece más monstruoso que lo que se mira de-masiado cerca. Nada es más inverosímil muchas vecesque la realidad misma. Según J. J. Rousseau, “hace faltamucha filosofía para poder apreciar lo que se ve todos

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los días” y según D’Alembert, “la verdad, que parecemostrarse de continuo a los hombres, no llega a su co-nocimiento a menos que estén advertidos de su exis-tencia”. El patriarca de los economistas, Say, a quienofrezco ambas citas, habría podido sacar de ellas buenpartido; pero hay quien se ríe de los ciegos y debe lle-var anteojos, y quien observa atentamente y es miope.

¡Cosa singular! Lo que tanto ha alarmado a los hom-bres no es una objeción, ¡es la condición misma de laigualdad!…

¡La desigualdad de naturaleza, condición de la igual-dad de fortunas! ¡Qué paradoja!… Repito mi aserto, yno se crea que he sufrido error al expresarme. La de-sigualdad de facultades es la condición sine qua nondela igualdad de fortunas. Hay que distinguir en la socie-dad dos elementos: las funciones y las relaciones.

I. Funciones. — A todo trabajador se le reputa ca-paz de la obra que se le confía, o, según una expre-sión vulgar, todo obrero debe conocer su oficio. Bas-tándose el trabajador para su obra, hay ecuación entreel funcionario y la función. En una sociedad de hom-bres, las funciones son distintas unas de otras. Deben,pues, existir capacidades también diferentes. Además,determinadas funciones exigen una mayor inteligen-cia y facultades sobresalientes, y para realizarlas exis-

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ten individuos de un talento superior. Toda obra indis-pensable atrae necesariamente al obrero; la necesidadinspira la idea y la idea hace al producto. Solamente sa-bemos aquello que la excitación de nuestros sentidosnos hace desear solicitando nuestra inteligencia. Sólodeseamos con vehemencia lo que hemos concebido, ycuanto mejor concebimos, más capaces somos de pro-ducir.

Así, correspondiendo las funciones a las necesida-des, las necesidades a los deseos y los deseos a la per-cepción espontánea, o sea a la imaginación, la mismainteligencia que imagina puede también producir. Porconsiguiente, ningún trabajo es superior al obrero. Ensíntesis, si la función llama al funcionario, es porqueen realidad el funcionario existe antes que la función.

Es de admirar la economía de la Naturaleza. Dada lamultitud de necesidades diversas que nos ha impuesto,las cuales el hombre aislado, entregado a sus propiasfuerzas, no podría satisfacer, la Naturaleza debía con-ceder a la raza el poder que ha negado al individuo. Deaquí el principio de la división del trabajo, fundado enla especialidad de aptitudes. Además de esto, la satisfac-ción de ciertas necesidades exige al hombre una crea-ción continua, mientras que otras pueden ser atendi-das en beneficio de millones de hombres y por millares

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de siglos con el trabajo de un solo individuo. Por ejem-plo, la necesidad de vestidos y alimentos exige una re-producción perpetua, mientras el conocimiento del sis-tema del mundo puede ser adquirido para siempre pordos o tres hombres de talento superior. Del mismo mo-do, el curso continuo de los ríos facilita nuestro comer-cio y pone en movimiento nuestras máquinas, y el sol,inmóvil en medio del espacio, ilumina el mundo. LaNaturaleza, que podría haber creado tantos Platón yVirgilio, Newton y Cuvier, como agricultores y pasto-res, no quiso hacerlo. En cambio, ha establecido ciertaproporción entre la intensidad del genio y la duraciónde sus producciones, equilibrando el número de capa-cidades por la suficiencia de cada una de ellas.

No trato ahora de investigar si la diferencia que exis-te hoy de un hombre a otro por razón del talento y la in-teligencia es efecto de nuestra deplorable civilización,y si lo que hoy se llama desigualdad de facultadesen

2 No concibo cómo, para justificar la desigualdad de las con-diciones, hay quien se atreve a alegar la bajeza de las inclinacio-nes y de genio de ciertos hombres. ¿De dónde viene esa vergon-zosa degradación del corazón y del espíritu de que vemos tantasvíctimas, si no es de la miseria y de la abyección a que la propie-dad los relega? La propiedad hace al hombre eunuco, y después lereprocha el no ser más que un tronco desecado, un árbol estéril.

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condiciones más favorables no sería más que diversi-dad de facultades. Coloco la cuestión en el peor supues-to, y con objeto de que no se me acuse de tergiversarargumentos y suprimir obstáculos, concedo todas lasdesigualdades de talento que se quiera.2 Algunos filó-sofos amantes de la nivelación afirman que todas lasinteligencias son iguales y toda la diferencia que hayentre ellas proviene de la educación. Estoy muy lejos,lo confieso, de tener esta opinión, que, por otra parte,si fuese cierta, conduciría a un resultado completamen-te contrario al que se propone. Porque si las capacida-des son iguales, cualquiera que sea su intensidad, lasfunciones más repugnantes, más viles y despreciadas,no pu-diendo obligarse a nadie a su ejecución, habíande ser las mejor retribuidas, lo cual repugna a la igual-dad tanto como el principio a cada uno según sus obras.Dadme, por el contrario, una sociedad en la que cadatalento esté en relación numérica con las necesidades,y en que no se exija a cada productor más de lo que suespecialidad le permita producir, y respetando escru-pulosamente la jerarquía de las funciones, deduciré deella la igualdad de las fortunas.

II. Relaciones. — Al tratar del elemento del traba-jo, he hecho ver cómo en una misma clase de servi-cios productivos, teniendo todos capacidad para reali-

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zar una labor social, la desigualdad de las fuerzas in-dividuales no puede originar desigualdad alguna enla retribución. Sin embargo, justo es decir que cier-tas capacidades parecen no ser aptas para determina-dos servicios, al extremo de que si la industria huma-na se limitase en un momento a producir una sola es-pecie de productos, surgirían inmediatamente incapa-cidades numerosas, y por consiguiente, sobrevendríala mayor desigualdad social. Pero todo el mundo sabe,sin necesidad de que yo lo advierta, que la variedad deindustrias compensa y evita las inutilidades absolutas.Es ésta una verdad tan notoria, que no he de detener-me a justificarla. La cuestión se reduce, pues, a probarque las funciones son iguales entre sí, de igual modoque en una misma función los trabajadores son entresí también iguales.

Nadie extrañe que yo niegue al genio, a la ciencia, alvalor, a todas las superioridades que el mundo admira,el homenaje de las dignidades y las distinciones del po-der y de la opulencia. No soy yo quien lo niega; es laeconomía, es la justicia, es la libertad las que lo prohí-ben. ¡La libertad! Invoco su nombre por primera vezen este debate. Ella por sí misma defenderá su causa ydecidirá la victoria.

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Toda transacción tiene por objeto un cambio de pro-ductos o de servicios, y puede, por tanto, ser calificadade acto de comercio. Quien dice comercio, dice cambiode valores iguales, porque si los valores no son igualesy el contratante perjudicado lo advierte, no consenti-rá el cambio y no habrá comercio. El comercio sóloexiste entre hombres libres; por consiguiente, no ha-brá comercio si la transacción se realiza con violenciao fraude.

Es libre el hombre que está en el uso de su corazóny de sus facultades, que no obra cegado por la pasiónni obligado o impedido por el miedo, ni arrastrado porel error. Hay, pues, en todo cambio obligación moralde que ninguno de los contratantes se beneficie en per-juicio del otro. El comercio, para ser legítimo y verda-dero, debe estar exento de toda desigualdad; ésta esla primera condición del comercio. La segunda es quesea voluntario, es decir, que las partes transijan conlibertad y pleno conocimiento.

Por tanto, defino el comercio o el cambio diciendoque es un acto de sociedad.

El negro que vende su mujer por un cuchillo, sus hi-jos por unos pedazos de vidrio, aun su propia personapor una botella de aguardiente, no es libre. El tratantede carne humana que con él comercia, no es su asocia-

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do, sino su enemigo. El obrero civilizado que vende suenergía muscular por un trozo de pan; que edifica unpalacio para dormir él en una buhardilla; que fabricalas telas más preciadas para ir vestido de harapos; queproduce de todo para no disfrutar de nada, no es libre.El amo para quien trabaja, no siendo su asociado porel cambio de salario y de servicios que entre ellos serealiza, es su enemigo.

El soldado que sirve a su patria por temor, en lugarde servirla por amor, no es libre. Sus camaradas y susjefes, ministros u órganos de la justicia militar, son to-dos sus enemigos. El labriego que trabaja en arriendolas tierras; el industrial que recibe un préstamo usura-rio; el contribuyente que paga impuestos, gabelas, pa-tentes, etc., y el diputado que las vota, carecen del co-nocimiento y de la libertad de sus actos. Sus enemigosson los propietarios, los capitalistas, el Estado.

Devolved a los hombres la libertad, iluminad su in-teligencia a fin de que conozca el alcance de sus con-tratos, y veréis la más perfecta igualdad inspirando suscambios, sin consideración alguna a la superioridad detalentos. Reconoceréis entonces que en el orden de lasideas comerciales, es decir, en la esfera de la sociedad,la palabra superioridad carece de sentido. Si Homerome recita sus versos, apreciaré su genio sublime, en

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comparación del cual yo, sencillo pastor, humilde la-briego, no soy nada. Si se compara obra con obra, ¿quéson los quesos que produzco y las habas que cosechopara el mérito de una Ilíada? Pero si, como precio de suinimitable poema, Homero quiere apoderarse de cuan-to tengo y hacerme su esclavo, renuncio al placer desus versos y le doy además las gracias. Yo puedo pasar-me sin laIlíada, mientras Homero no puede estar vein-ticuatro horas sin mis productos. Que acepte, pues, lopoco que está en mi mano darle, y después, que su poe-sía me instruya, me deleite y me consuele.

De seguro diréis: ¿pero ha de ser tal la situación dequien canta a los dioses y a los hombres? ¡La limos-na con todas sus humillaciones y con todos sus sufri-mientos! ¡Qué bárbara generosidad!… Os ruego quetengáis un poco de calma. La propiedad hace del poetaun Creso o un mendigo; sólo la igualdad sabe honrarloy aplaudirlo. ¿De qué se trata? De regular el derechodel que canta y el deber del que escucha. Pues bien;fijaos en esto, que es muy importante para resolver lacuestión. Los dos son libres, el uno de vender, el otrode comprar; esto sentado, sus pretensiones respectivasno significan nada, y la opinión, modesta o exagerada,que respectivamente puedan tener de sus versos y desu liberalidad, en nada afectan a las condiciones del

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contrato. No es, por consiguiente, en la consideracióndel talento, sino en la de los productos, donde debemosbuscar los elementos de nuestro juicio.

Para que el cantor de Aquiles obtenga la recompen-sa que merece, es necesario que empiece por encon-trar quien se la abone. Esto supuesto, siendo el cam-bio de sus versos por una retribución cualquiera unacto libre, debe ser al mismo tiempo un acto justo, o loque es lo mismo, los honorarios del poeta deberán seriguales a su producción. Pero ¿cuál es el valor de suproducción? Supongo, desde luego, que la Ilíada, esaobra maestra que se trata de retribuir equitativamen-te, tenga en realidad un precio ilimitado. Me pareceque no podría exigirse más. Si el público, que es librede hacer tal adquisición, no la realiza, claro es que elpoema no habrá perdido su valor intrínseco. Pero suvalor en cambio, su utilidad productiva, queda reduci-da a cero, será nula. Debemos, pues, buscar la cuantíadel salario correspondiente entre lo infinito de un ladoy la nada de otro, manteniéndonos a igual distancia deambos extremos, ya que todos los derechos y todas laslibertades deben ser respetados por igual. En otros tér-minos, no es el valor intrínseco, sino el valor relativode la cosa vendida lo que se trata de fijar. La cuestiónempieza a simplificarse. ¿Cuál es actualmente ese va-

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lor relativo? ¿Qué recompensa debe proporcionar a suautor un poema como la Ilíada?

Este problema era el primero que la economía polí-tica debía resolver; pero no solamente no lo resuelve,sino que lo declara irresoluble. Según los economistas,el valor relativo o de cambio de las cosas no puede de-terminarse de un modo absoluto, porque varía cons-tantemente.

Say insiste en que el valor tiene por base la utilidad,y que la utilidad depende enteramente de nuestras ne-cesidades, de nuestros caprichos, de la moda, etc., yes tan variable como la opinión. Pero si la economíapolítica es la ciencia de los valores, de su producción,distribución, cambio y consumo, y a pesar de ello nopuede determinar de un modo absoluto cuál es el va-lor en cambio, ¿para qué sirve le economía política?¿Cómo puede ser ciencia? ¿Cómo pueden mirarse doseconomistas sin echarse a reír? ¿Cómo se atreven a in-sultar a los metafísicos y a los psicólogos? Mientrasese loco de Descartes pensaba que la filosofía necesitauna base inquebrantable sobre la cual pudiera levan-tarse el edificio de la ciencia, y tenía la paciencia debuscarla, el Hermes de la economía, el gran maestroSay, después de dedicar casi un volumen a la amplifi-cación de este solemne enunciado la economía política

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es una ciencia, tiene el valor de afirmar a continuaciónque esa ciencia no puede determinar su objeto, lo cualequivale a decir que carece de principio y de funda-mento… El ilustre Say ignoraba lo que es una ciencia,o mejor dicho, no sabía de qué hablaba.

El ejemplo dado por Say ha producido sus frutos. Laeconomía política, al extremo a que ha llegado, se pa-rece a la ontolo-gía; disertando sobre los efectos y lascausas, no sabe nada, ni deduce nada. Lo que se llamanleyes económicas se reduce a algunas generalidadestriviales a las que se ha querido dar una apariencia degran profundidad, revistiéndolas de un estilo preten-cioso e ininteligible. En cuanto a las soluciones quelos economistas han propuesto para resolver los pro-blemas sociales, todo lo que se puede decir es que sialguna vez en sus declaraciones se separan de lo ridícu-lo, es para caer en lo absurdo. Hace veinticinco añosque la economía política envuelve como en una densaniebla a Francia, deteniendo el progreso de las ideas yatentando a la libertad.

¿Tiene toda creación industrial un valor absoluto,inmutable, y por lo tanto legítimo y cierto? —Sí. ¿To-do producto humano puede ser cambiado por otro pro-ducto humano? —Sí. ¿Cuántos clavos vale un par dezapatos? Si pudiéramos resolver este importante pro-

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blema, tendríamos la clave del sistema social que la hu-manidad busca hace seis mil años. Ante ese problemael economista se confunde y retrocede, pero el campe-sino que no sabe leer ni escribir contesta sin vacilación:tantos como puedan hacerse en el mismo tiempo y conel mismo gasto.

El valor absoluto de una cosa es, pues, lo que cuestade tiempo y de gasto. ¿Cuánto vale un diamante quesólo ha costado ser recogido en la arena? —Nada, noes producto del hombre-. ¿Cuánto valdrá cuando ha-ya sido tallado y montado? —El tiempo y los gastosque haya invertido el obrero-. ¿Por qué se vende tancaro? —Porque los hombres no son libres. La sociedaddebe regular los cambios y la distribución de las co-sas más raras, igual que los de las cosas más corrien-tes, de modo que cada cual pueda participar de ellasy disfrutarlas—. ¿Qué es entonces el valor en cambio?—Una mentira, una injusticia y un robo.

Dicho esto, es fácil hallar la solución. Si el términomedio que deseamos encontrar entre un valor infinitoy un valor nulo consiste, para cada producto, en la su-ma de tiempo y gastos que ese mismo producto ha cos-tado, un poema en cuya composición haya invertido suautor treinta años de trabajo y 10.000 francos en via-jes, libros, etc., debe pagarse con la suma de ingresos

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ordinarios de un trabajador durante treinta años, más10.000 francos de indemnización. Supongamos que lasuma total sea de 50.000 francos; si la sociedad que ad-quiere la obra maestra se compone de un millón dehombres, cada uno de ellos deberá abonar cinco cénti-mos.

Esto da lugar a algunas observaciones:1ª) El mismo producto, en diferentes épocas y en dis-

tintos lugares, puede costar más o menos cantidad detiempo y de gastos. En ese sentido es cierto que el va-lor es una cantidad variable. Pero esta variación no esla que indican los economistas, los cuales enumerancomo causas de la variación de los valores el gusto, elcapricho, la moda, la opinión. En una palabra, el valorverdadero de una cosa es invariable en su expresiónalgebraica, si bien puede variar en su expresión mone-taria.

2ª) El precio de cada producto es lo que ha costadode tiempo y de gastos, ni más ni menos. Todo productoinútil es una pérdida para el productor, un no-valorcomercial.

3ª) La ignorancia del principio de evaluación, y enmuchas ocasiones la dificultad de aplicarlo, es fuentede fraudes comerciales y una de las causas más pode-rosas de la desigualdad de fortunas.

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4ª) Para retribuir ciertas industrias y determinadosproductos, la sociedad debe ser muy numerosa, con ob-jeto de facilitar la concurrencia del talento, de los pro-ductos, de las ciencias y de las artes. Si, por ejemplo,una sociedad de 50 labradores puede sostener unmaes-tro de escuela, habrán de ser 100 los asociados parapagar un zapatero, 150 para un herrador, 200 para unsastre, etc. Si el número de labradores se eleva a 1.000,10.000, 100.000, etc., a medida que aumenta se haceindispensable aumentar también en la misma propor-ción el de funcionarios de primera necesidad; de modoque sólo en las sociedades más poderosas son posibleslas funciones más elevadas.3 Sólo en esto consiste ladistinción de las capacidades. El carácter del genio, eltimbre de su gloria, es no poder nacer y desenvolver-se sino en el seno de una nacionalidad inmensa. Peroesta condición filosófica del genio nada altera en susderechos sociales. Lejos de ello, la tardanza de su apa-rición demuestra que, en el orden económico y civil,la más alta inteligencia está sometida a la igualdad de

3 ¿Cuántos ciudadanos hacen falta para asalariar a un profe-sor de filosofía? 35 millones. ¿Cuántos para un economista? 2.000millones. ¿Y para un escritor, que no es ni sabio, ni artista, ni filó-sofo, ni economista, y que escribe novelas y folletones? Ninguno.

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bienes, igualdad que es anterior a ella y que con ella seperfecciona.

Esto molesta nuestro amor propio, pero es una ver-dad inexorable. Aquí la psicología viene en auxilio dela economía social, haciéndonos ver que entre una re-compensa material y el talento no puede haber unamedida común. Desde este punto de vista, la condiciónde todos los productos es igual: por consiguiente, todacomparación entre ellos y toda distinción de fortunases imposible.

Si se compara toda obra producida por las manosdel hombre con la materia bruta de que está formada,resultará de un precio inestimable. Merced a esta con-sideración, la diferencia que existe entre un par de zue-cos y un trozo de nogal es tan grande como la que hayentre una estatua de Scopas y un pedazo de mármol.El genio del más sencillo artesano se impone sobre lasmaterias que explota del mismo modo que el espíritude un Newton sobre las esferas inertes en que calculalas distancias, las masas y las revoluciones. Pedís parael talento y genio la proporcionalidad de los honores ylos bienes. Decidme cuál es el talento de un leñador, yyo os diré cuál es el de unHomero. Si hay algo que pue-da satisfacer el mérito de la inteligencia, es la inteligen-cia misma. Esto es lo que ocurre cuando dos producto-

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res de diversos órdenes se rinden recíprocamente untributo de admiración y aplauso. Pero cuando se tra-ta de un cambio de productos con objeto de satisfacermutuas necesidades, ese cambio sólo puede realizarsecon arreglo a una razón de economía que es indiferen-te a la consideración del talento y del genio, pues susleyes se deducen, no de una vaga e inapreciable admi-ración, sino de un justo equilibrio entre el debe y haber,en una palabra, de la aritmética comercial.

Para que no se crea que la libertad de comprar y ven-der es la única razón de la igualdad de los salarios y quela sociedad sólo puede oponer a la superioridad del ta-lento cierta fuerza de inercia que nada tiene de comúncon el derecho, voy a explicar por qué es justa una mis-ma retribución para todas las capacidades, y por qué ladiferencia de salario es una injusticia. Demostraré quees inherente al talento la obligación de ponerse al nivelsocial, y sobre la misma superioridad del genio echarélos cimientos de la igualdad de las fortunas. Hasta aquíhe dado la razón negativa de la igualdad de los salariosentre todas las capacidades; voy a exponer ahora cuáles la razón directa y positiva.

Oigamos antes al economista, pues siempre es gratoobservar cómo razona y procura ser justo. Por otra par-te, sin él, sin sus atractivos errores y sus deleznables ar-

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gumentos, nada aprenderíamos. La igualdad, tan odio-sa al economista, todo lo debe a la economía política.“Cuando la familia de un médico (el texto dice de unabogado, pero es menos acertado ese ejemplo) ha gas-tado en su educación 40.000 francos, puede conside-rarse esta suma capitalizada en su persona. Por tan-to, habrá que calcular a esa suma un interés anual de4.000 francos. Si el médico gana 30.000 francos, quedan26.000 para la retribución de su talento personal con-cedido por la Naturaleza. El capital correspondiente aesta retribución, calculado al 20 por ciento, ascenderáa 26.000 francos, a los que hay que sumar los 40.000que importa el capital que sus padres han gastado ensu instrucción. Estos dos capitales unidos constituyensu fortuna.” (Say, Curso completo, etcétera.)

Say divide la fortuna del médico en dos partes: unase compone del capital invertido en su educación, laotra corresponde a su talento personal. Esta divisiónes justa, se conforma con la naturaleza de las cosas, esuniversalmente admitida, sirve de mayor al gran argu-mento de la desigualdad de capacidades. Admito sinreserva este mayor, pero veamos sus consecuencias:

1ª) Say anota en el haber del médico los 40.000 fran-cos que ha costado su educación. Esos 40.000 francosdeben aumentarse en su debe. Porque si este gasto ha

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sido hecho para él, no lo ha sido por él. Por tanto, envez de apropiarse esos 40.000 francos, el médico debedescontarlos de sus utilidades y reintegrarlos a quienlos deba. Observemos de paso que Say habla de rentaen lugar de decir reintegro,razonando con arreglo al fal-so principio de que los capitales son productivos. Así,pues, el gasto invertido en la instrucción de un indivi-duo es una deuda contraída por ese mismo individuo.Por el hecho mismo de haber adquirido determinadaaptitud, es deudor de una suma igual a la empleada endicha adquisición. Y esto es tan cierto, está tan alejadode toda sutileza, que si en una familia la educación deun hijo ha costado doble o triple que la de sus herma-nos, éstos tienen derecho a reintegrarse la diferenciade lamasa común hereditaria antes de proceder a su re-parto. Tampoco ofrece este criterio la menor dificultadpráctica, tratándose de una tutela en la que los bienesse administran a nombre de los menores.

2ª) Lo que acabo de decir respecto de la obligacióncontraída por el médico de reintegrar los gastos de sueducación no es para el economista una dificultad, por-que puede objetar que el hombre de talento que lleguea heredar a su familia heredará también el crédito de40.000 francos que pesa sobre él, y por este medio lle-gará a ser dueño del mismo. Obsérvese que abandona-

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mos ya el derecho del talento para caer en el derechode ocupación, y por esto, cuantas cuestiones quedanplanteadas y resueltas en el capítulo II tienen aquí apli-cación. ¿Qué es el derecho de ocupación? ¿Qué es laherencia? ¿El derecho hereditario, es un derecho deacumulación o solamente un derecho de opción? ¿Dequién recibió el padre del médico su fortuna? ¿Era pro-pietario o sólo usufructuario de ella? Si era rico, queexplique el origen de su riqueza; si era pobre, ¿cómopudo subvenir a un gasto tan considerable? Si fue au-xiliado por los demás, ¿cómo se ha constituido sobreesos auxilios en favor de quien los recibía un privilegiopara su disfrute aun contra sus bienhechores?, etcéte-ra.

3ª) “Quedan 26.000 francos para la renta del talentopersonal concedido por la Naturaleza”. Según Say, par-tiendo de esta afirmación, establece que el talento denuestro médico equivale a un capital de 200.000 fran-cos. Este hábil calculador toma una consecuencia porun principio. No es por la ganancia por lo que se debeapreciar el talento, sino al contrario, es el talento lo quedebe determinar los honorarios. Porque puede ocurrirque, con todo su mérito, el médico en cuestión no ga-ne nada. Y ¿habrá entonces razón para decir que su ta-lento o su fortuna son nulos? Tal sería la consecuencia

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del razonamiento de Say, consecuencia evidentementeabsurda.

Pero determinar en especie el valor de un talentocualquiera es cosa imposible, porque el talento y losméritos son inconmensurables. ¿Por qué motivo ra-zonable puede justificarse que un médico debe ganardoble, triple o céntuple que un campesino? Dificultadinextricable que nunca ha sido resuelta sino por la ava-ricia, la necesidad y la opresión. No es así, ciertamente,como debe determinarse el derecho de talento. ¿Peroqué criterio seguir para señalarlo?

4ª) He afirmado antes que el médico no puede serpeor retribuido que cualquier otro productor, que nodebe quedar por debajo de la igualdad, y no me deten-dré a demostrarlo.

Pero ahora añado que tampoco puede elevarse porencima de esa misma igualdad, porque su talento esuna propiedad colectiva que no ha pagado y de la quesiempre será deudor. Así como la creación de todo ins-trumento de producción es el resultado de un esfuer-zo colectivo, el talento y la ciencia de un hombre sonproducto de la inteligencia universal y de una cienciageneral lentamente acumulada por multitud de sabios,mediante el concurso de un sinnúmero de industriasinferiores. Aun cuando el médico haya pagado sus pro-

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fesores, sus libros, sus títulos y satisfecho todos susgastos, no por eso puede decirse que ha pagado su ta-lento, como el capitalista tampoco ha pagado su fincay su palacio con el salario de sus obreros. El hombrede talento ha contribuido a producir en sí mismo uninstrumento útil, del cual es coposeedor, pero no pro-pietario. A un mismo tiempo existen en él un trabaja-dor libre y un capital social acumulado. Como traba-jador es apto para el uso de un instrumento, para ladirección de una máquina, que es su propia capacidad.Como capital no se pertenece, no debe explotarse ensu beneficio, sino en el de los demás hombres.

Quizá hubiera más motivos para disminuir la retri-bución del talento que para aumentarla sobre la con-dición común, si no correspondiese su mérito a los sa-crificios que exige. Todo productor recibe una instruc-ción, todo trabajador es una inteligencia, una capaci-dad, es decir, una propiedad colectiva cuya creación noes igualmente costosa. Para formar un cultivador y unartesano son necesarios pocos maestros, pocos años ypocos elementos tradicionales. El esfuerzo generadory (si se me permite la frase) la duración de la gestaciónsocial, están en razón directa con la superioridad delas capacidades. Pero mientras el médico, el poeta, elartista, el sabio, producen poco y tarde, la producción

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del labrador es más constante y sólo requiere el trans-curso de los años. Cualquiera que sea la capacidad deun hombre, desde el instante en que fue creada no lepertenece. Comparable a la materia que una mano ar-tista modela, el hombre tiene la facultad de llegar a ser,y la sociedad lo hace ser. ¿Podría decir el puchero alalfarero: “Yo soy como soy y no te debo nada”?

El artista, el sabio, el poeta, reciben su justa recom-pensa sólo con que la sociedad les permita entregarseexclusivamente a la ciencia y al arte. De modo que enrealidad no trabajan para ellos, sino para la sociedadque los ha instruido y los dispensa de otro trabajo. Lasociedad puede, en rigor, pasarse sin prosa, ni versos,ni música, ni pintura; pero no puede estar un solo díasin comida ni alojamiento.

Es indudable que el hombre no vive sólo de pan. Vi-ve también, según el Evangelio, de la palabra de Dios,esdecir, debe amar el bien y practicarlo, conocer y admi-rar lo bello, contemplar las maravillas de la Naturale-za. Mas para cultivar su alma es preciso que comiencepor mantener su cuerpo. La necesidad le ha impuestoeste último deber, cuyo cumplimiento no puede dejardesatendido. Si es honroso educar e instruir a los hom-bres, también lo es alimentarlos. Cuando la sociedad,fiel al principio de la división del trabajo, encomienda

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a uno de sus miembros una labor artística o científica,haciéndole abandonar el trabajo común, le debe unaindemnización por cuanto le impide producir indus-trialmente; pero nada más. Si el designado pidiera más,la sociedad, rehusando sus servicios, reduciría sus pre-tensiones a la nada. Y entonces, obligado para vivir adedicarse a un trabajo para el cual la Naturaleza no ledio aptitud alguna, el hombre de talento conocería suimperfección y viviría de un modo miserable.

Cuéntase que una célebre cantante pidió a la empe-ratriz de Rusia, Catalina II, 20.000 rublos.”Esa suma esmayor que la que doy a mis feldmariscales”, dijo Cata-lina. “Vuestra majestad —replicó la artista— no tienemás que mandarlos cantar”. Si Francia, más poderosaque Catalina II, dijese amademoiselle Rachel: “Si no re-presentáis comedias por 100 luises, hilaréis algodón”,y a M. Duprez: “Si no cantáis por 2.400 francos, iréis acavar viñas”, ¿creéis que la trágica Rachel o el tenorDuprez abandonarían el teatro? Serían los primerosen arrepentirse si tal hicieran. Mlle. Rachel gana enla Comedia Francesa 60.000 francos por año. Para ungenio como el suyo es poca retribución ésa; ¿por quéno ha de ser de 100.000 ó 200.000 francos? ¿Por quéno asignarle una lista civil? ¡Qué mezquindad! ¿Qué

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es un comerciante comparado con una artista como laRachel?

Contéstase que la Administración no podría pagarmás sin exponerse a una pérdida; que nadie niega eltalento de esa artista, y que para determinar su retri-bución ha habido necesidad de tener presente el pre-supuesto de gastos e ingresos de la compañía.

Todo esto es justo, y viene a confirmar lo que he di-cho, o sea que el talento puede ser infinito, pero quela cantidad de su retribución está limitada por la uti-lidad que reporta a la sociedad que se la abona y porla riqueza de esa misma sociedad, o en otros términos,que la demanda del vendedor está compensada por elderecho del comprador.

Mlle. Rachel, se dice, proporciona al Teatro Francésmás de 60.000 francos de ingresos. Estoy conforme, pe-ro ¿de quién obtiene el Teatro Francés ese impuesto?De curiosos perfectamente libres al satisfacerlo. Muybien; pero los obreros, arrendatarios, colonos, presta-tarios, etc., a quienes esos curiosos toman todo lo queluego gastan ellos en el teatro, ¿son libres? Y mientrasla mejor parte de sus productos se invierte en el espec-táculo que esos trabajadores no presencian, ¿se puedeasegurar que sus familias no carecen de nada? Hastaque el pueblo, después de haber deliberado sobre la

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cuantía de los salarios de todos los artistas, sabios yfuncionarios públicos, no haya expresado su voluntad,juzgando con conocimiento de causa, la retribución deMlle. Rachel y de todos sus compañeros será una con-tribución forzosa, satisfecha por la violencia, para re-compensar el orgullo y entretener el ocio. Sólo porqueno somos libres ni suficientemente instruidos es hoyposible que el trabajador pague las deudas que el pres-tigio del poder y el egoísmo del talento imponen a lacuriosidad del ocioso, y que suframos el perpetuo es-cándalo de esas desigualdades monstruosas, aceptadasy aplaudidas con entusiasmo por la opinión.

La nación entera y sólo la nación paga a sus auto-res, a sus sabios, a sus artistas y a sus funcionarios,cualquiera que sea el conducto por que reciban sus in-gresos. ¿Con arreglo a qué base debe pagárseles? Consujeción a la de igualdad. Lo he demostrado ya por laapreciación de los talentos, y lo confirmaré en el capí-tulo siguiente por la imposibilidad de toda desigualdadsocial.

¿Qué hemos probado con todo lo expuesto? Cosastan sencillas que ciertamente no merecen un debateserio. Que así como el viajero no se apropia el caminoque pisa, el labrador no se apropia el campo que siem-bra.Que, sin embargo, si un trabajador, por el hecho de

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su industria, puede apropiarse la materia que explota,todo productor se convierte, por el mismo título, enpropietario. Que todo capital, sea material o intelec-tual, es una obra colectiva. Que el fuerte no tiene de-recho a impedir con sus violencias el trabajo del débil,ni el malicioso a sorprender la buena fe del crédulo. Yfinalmente, que nadie puede ser obligado a comprar loque no desea, y menos aún pagar lo que no ha compra-do. Y por consiguiente, que no pudiendo determinar elvalor de un producto por la opinión del comprador nipor la del vendedor, sino únicamente por la suma detiempo y de gastos invertidos en su creación, la pro-piedad de cada uno permanece siempre igual.

¿No son estas verdades bien sencillas? Pues pormuysimples que te parezcan, aun has de ver, lector, otrasque les ganan en llaneza y claridad. Nos ocurre lo con-trario que a los geómetras. Para éstos los problemasvan siendo más difíciles a medida que avanzan. Noso-tros, por el contrario, después de haber comenzado porlas proposiciones más abstractas, acabaremos por losaxiomas. Pero es necesario que, para terminar este ca-pítulo, exponga aún una de esas verdades exorbitantesque jamás descubrirán jurisconsultos ni economistas.

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VIII. — Que en el orden de la justicia, eltrabajo destruye la propiedad

Esta proposición es consecuencia de los dos prece-dentes capítulos, cuyo contenido vamos aquí a sinteti-zar.

El hombre aislado no puede atender más que a unapequeña parte de sus necesidades. Todo su poder resi-de en la sociedad y en la combinación inteligente delesfuerzo de cada uno. La división y la simultaneidaddel trabajo multiplican la cantidad y la variedad de losproductos. La especialidad de las funciones beneficiala calidad de las cosas consumibles.

No hay un hombre que no viva del producto de infi-nidad de industrias diferentes; no hay trabajador queno reciba de la sociedad entera su consumo, y con suconsumo los medios de reproducirse. ¿Quién se atre-vería a decir: yo sólo consumo lo que produzco, notengo necesidad de más? El agricultor, a quien los anti-guos economistas consideraban como el único produc-tor verdadero, el agricultor, alojado, amueblado, vesti-do, alimentado, auxiliado por el albañil, el carpintero,el sastre, el molinero, el panadero, el carnicero, el he-

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rrero, etcétera, el agricultor, repito, ¿puede jactarse deproducir él solo?

El consumo de cada uno está facilitado por todos losdemás; la misma razón determina que la producciónde cada uno suponga la producción de todos. Un pro-ducto no puede darse sin otro producto; una industriaindependiente es cosa imposible. ¿Cuál sería la cose-cha del labrador si otros no construyeran para él gra-neros, carros, arados, trajes, etc? ¿Qué haría el sabiosin el librero, el impresor sin el fundidor y el mecáni-co, y todos ellos a su vez sin una infinidad de distintasindustrias?…

No prolongaremos esta enumeración, de fácil inte-ligencia, por el temor de que se nos acuse de emplearlugares comunes. Todas las industrias constituyen porsus mutuas relaciones un solo elemento. Todas las pro-ducciones se sirven recíprocamente de fin y de medio.Todas las variedades del talento no son sino una seriede metamorfosis del inferior al superior.

Ahora bien; el hecho incontestable e incontestadode la participación general en cada especie de productoda por resultado convertir en comunes todas las pro-ducciones particulares, de tal manera, que cada pro-ducto al salir de las manos de su productor se encuen-tra coma hipotecado en favor de la sociedad. El dere-

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cho del mismo productor a su producto se expresa poruna fracción, cuyo denominador es igual al número deindividuos de que se compone la sociedad. Cierto esque, en compensación, ese mismo producto tiene de-recho sobre todos los productos diferentes al suyo, demodo que la acción hipotecaria le corresponde contratodos, de la misma manera que corresponde a todoscontra el suyo. Pero ¿no se observa cómo esta recipro-cidad de hipotecas, lejos de permitir la propiedad, des-truye hasta la posesión? El trabajador no es ni siquie-ra poseedor de su producto. Apenas lo ha terminado,la sociedad lo reclama. Pero se me dirá: cuando estoocurra, y aunque el producto no pertenezca al produc-tor, como la sociedad ha de dar a cada trabajador unequivalente de su producto, este equivalente, salario,recompensa o utilidad, se convertirá en propiedad par-ticular. Y ¿negaréis entonces que esta propiedad sealegítima? Y si el trabajador, en vez de consumir ente-ramente su salario, hace economías, ¿quién se atreveráa disputárselas?

El trabajador no es propietario ni aun del precio desu trabajo, sobre el cual no tiene libre disposición. Nonos dejemos ofuscar por la idea de una falsa justicia.Lo que se concede al trabajador a cambio de su pro-ducto no es la recompensa de un trabajo hecho, sino

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el anticipo de un trabajo futuro. El consumo es ante-rior a la producción. El trabajador, al fin del día, puededecir: “He pagado mi gasto de ayer; mañana pagaré migasto de hoy”. En cada momento de su vida, el indivi-duo se anticipa a su cuenta corriente ymuere sin haberpodido saldar. ¿Cómo podrá acumular riquezas?

Se habla de economías a estilo propietario. Bajo unrégimen de igualdad, todo ahorro que no tenga por ob-jeto una reproducción o un disfrute ulterior, es impo-sible. ¿Por qué? Porque no pudiendo ser capitalizado,carece de objeto desde ese momento y no tiene cau-sa final. Esto se comprenderá mejor en el capítulo si-guiente.

Concluyamos. El trabajador es, como la sociedad, undeudor que muere necesariamente insolvente. El pro-pietario es un depositario infiel que niega el depósitoconfiado a su custodia y quiere cobrar los días, mesesy años de su empleo.

Pudiendo parecer los principios que acabamos de ex-poner demasiado metafísicos a algunos lectores, voy areproducirlos en forma más concreta, asequible a to-das las inteligencias y fecunda en consecuencias delmayor interés. Hasta aquí he considerado a la propie-dad como facultad de exclusión. Ahora voy a examinar-la como facultad de usurpación.

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Capítulo IV. La propiedades imposible

La última razón de los propietarios, el argumentoAquiles que les garantiza su invencible poder, consis-te, según ellos, en que la igualdad de condiciones esimposible. “La igualdad de condiciones es una quime-ra —dicen en tono pretencioso-; repartid hoy los bie-nes en porciones iguales, y mañana esa igualdad habrádesaparecido”.

A esta ridícula objeción, que repiten en todas oca-siones con increíble insistencia, siempre añaden la si-guiente glosa, a modo de Gloria patri: “Si todos loshombres fuesen iguales, nadie querría trabajar”.

Y cantan esta antífona en diversos tonos: “Si todosfuesen maestros, nadie querría obedecer. Si no hubiesericos, ¿quién haría trabajar a los pobres?..”.

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Es cosa de replicarles: y si no hubiese pobres, ¿quiéntrabajaría para los ricos?… Pero nada de recriminacio-nes: vamos a contestar a esas preguntas.

Si yo demuestro que la propiedad es imposible; quela propiedad es la contradicción, la quimera, la utopía;y si lo demuestro no por consideraciones de metafísicani de derecho, sino por la razón de los números, porecuaciones y por cálculos, ¿cuál no será el terror delsorprendido propietario? Y tú, lector, ¿qué pensarás deese cambio de ideas?

Los números gobiernan al mundo; este adagio es tancierto en el mundo moral y político como en el sideraly molecular. Los elementos del derecho son los mis-mos que los del álgebra. La legislación y el gobiernono son otra cosa que el arte de hacer clasificaciones yequilibrar derechos. Toda la jurisprudencia está conte-nida en las reglas de la aritmética. Este capítulo y elsiguiente servirán para exponer los fundamentos deesta increíble doctrina. Entonces se descubrirá a la vis-ta del lector un inmenso y nuevo horizonte. Entoncescomenzaremos a apreciar en las proporciones de losnúmeros la unidad sintética de la filosofía y de las cien-cias, y llenos de admiración y entusiasmo ante esta pro-funda ymajestuosa simplicidad de la Naturaleza, excla-maremos con el apóstol: “El Eterno lo ha hecho todo

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con sujeción a número, a peso y a medida”. Observa-remos cómo la igualdad de condiciones, no solamenteexiste, sino que es la única posible, y cómo la aparenteimposibilidad con que se presenta la igualdad procedede que siempre concebimos, ya en la propiedad, ya enla comunidad, fórmulas políticas igualmente opuestasuna y otra a la naturaleza del hombre. Reconoceremos,finalmente, que todos los días, contra nuestra volun-tad, al propio tiempo que afirmamos que es irrealiza-ble, la igualdad se realiza; que se aproxima el momentoen que, sin haberlo procurado ni aun deseado, la halla-remos establecida en todas partes, y que con ella, enella y por ella, debe manifestarse el orden político deacuerdo con la Naturaleza y la verdad.

Se ha dicho, hablando de la ceguera y la obstinaciónde las pasiones, que si el hombre tuviese algún interésen negar las verdades de la aritmética, hallaría mediopara desmentir su exactitud. He aquí la ocasión de ha-cer esta curiosa experiencia. Yo impugno la propiedad,no por sus propios aforismos, sino por medio de losnúmeros.Que se dispongan los propietarios a compro-bar mis operaciones, porque si, por desdicha para ellos,están bien hechas, pueden considerarse perdidos.

Demostrando la imposibilidad de la propiedad, aca-baré probando su injusticia; en efecto:

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Lo que es justo, con mayor razón será útil.Lo que es útil, con mayor razón será cierto.Lo que es cierto, con mayor razón será posible.Por consiguiente, todo lo que sale de lo posible sale

por ello mismo de la verdad, de la utilidad, de la justi-cia. Puede juzgarse a priori de la justicia de una cosapor su imposibilidad; de suerte que, si esa cosa fueseabsolutamente imposible, sería también absolutamen-te injusta.

La propiedad es física y materialmente imposible.

Axioma. — La propiedad es el antiguoderecho señorial de albarranía que elpropietario se atribuye sobre unacosa marcada por él con su insignia.

Esta proposición es un verdadero axioma, porque:1°) No es en modo alguno una definición, una vez

que no expresa todo lo que comprende el derecho depropiedad: derecho de vender, cambiar, donar, trans-formar, alterar, consumir, destruir, usar y abusar, et-cétera. Todos estos derechos son otros tantos efectosdiversos de la propiedad, que se pueden considerar se-

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paradamente, pero que desatendemos aquí para ocu-parnos solamente de uno solo, del derecho de albarra-nía.

2°) Esta proposición está universalmente admitida.Nadie puede negarla sin negar los hechos y sin ser alinstante desmentido por la práctica universal.

3°) Esta proposición es de una evidencia inmediata,puesto que el hecho que expresa es inseparable, real ofacultativamente, de la propiedad, y por él sobre todo,se manifiesta, se constituye y se afirma esa institución.

4°) Finalmente, la negación de esta proposición im-plicaría contradicciones. El derecho de albarranía esrealmente inherente y de tal modo conexo a la propie-dad, que donde no existe, la propiedad es nula.

Observaciones. — La albarranía recibe diferentesnombres, según las cosas que la originan: arrien-do,tratándose de tierras; alquiler, de las casas y losmuebles; renta, de los capitales colocados a perpetui-dad;interés, del dinero; beneficio, ganancia, lucro, delcomercio, cosa que es necesario no confundir con elsalario o precio legítimo del trabajo.

La albarranía, especie de tributo, de homenaje tangi-ble y fungible, corresponde al propietario en virtud desu ocupación nominal y metafísica. Su sello está fijado

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sobre la cosa; esto basta para que nadie pueda ocuparlasin su licencia.

Esta licencia puede concederla por nada; de ordina-rio la vende. En realidad, tal venta es una estafa o unaconcusión; pero merced a la ficción legal del dominioese mismo acto, severamente castigado, no se sabe porqué razón, en otros casos se convierte para el propie-tario en fuente de ingresos y de honores.

La retribución que el propietario exige por la licen-cia para ocupar la cosa se satisface, ya en metálico, yaen un dividendo en especie del producto calculado. Desuerte que por el derecho de albarranía el propietariocosecha y no labra, recoge y no cultiva, consume y noproduce, disfruta y no trabaja. Muy diferentes a los ído-los del salmista son los dioses de la propiedad. Aqué-llos tenían manos y no tocaban; éstos, por el contrario,no tienen manos y agarran.

Todo es misterioso y sobrenatural en el conocimien-to del derecho de albarranía. Se practican ceremoniasterribles a la entrada de un nuevo propietario, comoen otros tiempos a la recepción de un iniciado. Prime-ramente se procede a la consagración de la cosa, ha-ciendo saber a todos que deben satisfacer una peque-ña ofrenda al propietario, siempre que quieran obte-ner de él la concesión de usar de su finca. En segun-

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do lugar, se pronuncia el anatema, que, salvo el casoprecedente, prohíbe tocar en absoluto la cosa, aun enausencia del propietario, y declara sacrílego, infame,ajusticiable, digno de ser entregado al brazo secular, atodo violador de su propiedad. En tercer lugar vienela dedicatoria, por la que el propietario queda recono-cido como dios protector de la cosa, habitando en ellamentalmente, como una divinidad en su santuario. Porefecto de esta dedicatoria, la substancia de la cosa seconvierte, por decirlo así en la persona del propietario,siempre presente bajo la apariencia de la cosa.

Ésta es la pura doctrina de los jurisconsultos.“La propiedad —dice Toullier— es una cualidad mo-ralinherente a la cosa, un vínculo real que la une al pro-pietario y que no puede romperse sino por un acto deéste”. Locke dudaba si Dios podía crear la materia pen-sante. Toullier afirma que el propietario la hacemoral.¿Qué le falta para ser divinidad? Ciertamente no seráel culto.

La propiedad es el derecho de albarranía; es decir lafacultad de producir sin trabajar. Pero producir sin tra-bajar es obtener algo de nada, en una palabra, es crear.Esto no debe ser menos difícil que moralizar la mate-ria. Los jurisconsultos tienen razón para aplicar a lospropietarios estas palabras de la Escritura: Ego dixi: Dii

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estis et filii Excelsi omnes. He dicho: sois dioses y todoshijos del Eterno.

La propiedad es el derecho de albarranía; este axiomaserá para nosotros como el nombre de la fiera del Apo-calipsis, en cuyo nombre estaba comprendido todo elmisterio de esemonstruo. Sabido es que quien llegase apenetrar el misterio de ese nombre, obtendría el cono-cimiento de la profecía y vencería al monstruo. Puesbien; por la interpretación exacta de nuestro axioma,lograremosmatar la esfinge de la propiedad. Partiendode este hecho eminentemente característico, el derechode albarranía, vamos a seguir toda la sinuosa marchadel viejo reptil. Comprobaremos los ocultos crímenesde esta terrible tenia, cuya cabeza, con sus mil bocas,ha escapado siempre a la espada de sus más ardientesenemigos. Y es que era preciso algo más que valor pa-ra vencer al monstruo; estaba escrito que no había demorir hasta que un proletario, armado de una varitamágica, saliera a combatirlo y aniquilarlo.

Corolarios. —1°) La cuota de albarranía es proporcio-nal a la cosa. Cualquiera que sea la tarifa del interés, yase eleve a 3,5 o a 10 por ciento, o se reduzca a 1/2, 1/4ó 1/10 no importa, su ley de crecimiento es la misma.He aquí cuál es esa ley.

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Todo capital evaluado en numerario puede ser con-siderado como un término de la progresión aritméticaque tiene por razón 100, y la renta que ese capital pro-porciona como el término correspondiente de otra pro-gresión aritmética que tendría por razón la tarifa delinterés. Así, siendo un capital de 500 francos el quin-to término de la progresión aritmética cuya razón es100, su renta a 3 por ciento será indicada por el quintotérmino de la progresión aritmética cuya razón es 3:

100 200 300 400 5003 6 9 12 15

Es el conocimiento de esta especie de logaritmos, dela que los propietarios tienen en su casa tablas forma-das y calculadas en muy alto grado, el que nos dará laclave de los más curiosos enigmas y nos hará marcharde sorpresa en sorpresa.

De acuerdo con esta teoría logarítmica del derechode albarranía, una propiedad con su renta puede serdefinida un número cuyo logaritmo es igual a la sumade sus unidades dividida por 100 y multiplicada por latarifa del interés. Por ejemplo, una casa estimada en100.000 francos y alquilada a razón de 5 por ciento pro-porciona 5.000 francos de renta, según la fórmula:

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100.000 x 5 = 5.000 100

Y recíprocamente, una tierra de 3.000 francos de ren-ta evaluada a 2½ por ciento, vale 120.000 francos, se-gún esta otra fórmula:

3.000 x 100 = 120.000 2%

En el primer caso, la progresión que designa el cre-cimiento del interés tiene por razón 5, en el segundotiene por razón 2%.

Observación. — La albarranía conocida bajo el nom-bre de arriendo, renta, interés, se paga todos los años;los alquileres corren por semana, por mes, por año; losprovechos y beneficios tienen lugar siempre que haycambios. De suerte que la albarranía es a la vez en ra-zón de la cosa, lo que ha hecho decir que la usura crececomo el cáncer, foenus serpit sicut cancer.

2°) La albarranía pagada al propietario por el deten-tador es cosa perdida para éste. Porque si el propietariodebía, a cambio de la albarranía que percibe, algo másque el permiso que concede, su derecho de propiedadno sería perfecto, no poseería jure optimo, jure perfecto,es decir que no sería realmente propietario. Por tanto,todo lo que pasa de manos del ocupante a las del pro-

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pietario a título de albarranía y como precio por el per-miso para ocupar, es adquirido irrevocablemente porel segundo, perdido, aniquilado para el primero, al cualnada puede corresponderle, si no es como donativo, li-mosna, salario de servicios, o precio de mercaderíasentregadas por él. En una palabra, la albarranía pere-ce para el que toma a préstamo, o, como habría dichoenérgicamente el latino, res perit solventi.

3°) El derecho de albarranía tiene lugar contra el pro-pietario como contra el extraño. El señor de la cosa, aldistinguir en sí al poseedor del propietario, se imponeél mismo, para el usufructo de su propiedad, una tari-fa igual a la que podría recibir de un tercero; de suerteque un capital lleva interés a manos del capitalista co-mo a las del que toma el préstamo y a las del comandi-tado. En efecto, si, en lugar de aceptar 500 francos dealquiler de mi departamento, prefiero ocuparlo y dis-frutar de él, está claro que me vuelvo hacia mí de unarenta igual a la que rehúso: este principio es universal-mente seguido en el comercio, y considerado como unaxioma por los economistas. Así los industriales quetienen la ventaja de ser propietarios de su fondo degastos corrientes, aunque no deben intereses a nadie,no calculan sus beneficios más que después de haberdeducido, con sus salarios y sus gastos, los intereses

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de su capital. Por la misma razón, los prestadores dedinero conservan en su poder el menor dinero que pue-den; porque todo capital que produce necesariamenteinterés, si ese interés no es servido por nadie, consu-mirá capital, que de ese modo se hallará disminuidoen otro tanto. Así, por el derecho de albarranía el capi-tal se consume a sí mismo: es lo que Papiniano habríaexpresado sin duda por esta fórmula tan elegante co-mo enérgica: Faenus mordet solidum. Pido perdón porhablar tan a menudo latín en este asunto: es un home-naje que hago al pueblo más usurero que haya existidojamás.

Primera proposición: La propiedad esimposible, porque de nada exige algo.

El estudio de esta proposición equivale a hacer eldel origen del arrendamiento, tan controvertido porlos economistas. Cuando leo lo que la mayor parte deellos ha escrito sobre este punto, no puedo evitar unsentimiento de desprecio y de cólera al mismo tiempo,al ver un conjunto de necedades donde lo odioso pug-na con lo absurdo. Seguramente la historia de un ele-fante en la luna contendría menos atrocidades. Buscar

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un origen racional y legítimo a lo que no es, ni puedeser, más que robo, concusión y rapiña, es el colmo dela locura propietaria, el más eficaz encantamiento conque el egoísmo pudo ofuscar las inteligencias.

“Un cultivador —dice Say— es un fabrican-te de trigo que, entre los útiles que le sir-ven para modificar la materia de que hacetal producto, emplea un instrumento quellamamos campo. Cuando el cultivador noes el propietario del campo, sino solamen-te su arrendatario, el campo no es un útilcuyo servicio productivo se paga al pro-pietario. El arrendatario, en tal caso, es re-integrado de ese pago por el compradordel producto; este comprador lo hace a suvez de otro posterior, hasta que el produc-to llega al consumidor, que es quien en de-finitiva satisface el primer anticipo y lossucesivos, mediante los cuales el productose ha transmitido hasta él”.

Dejemos a un lado los anticipos sucesivos, por losque el producto llega al consumidor, y no nos ocupe-mos en este momento más que del primero de todos,

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de la renta pagada al propietario por el arrendatario.Lo que interesa saber es en qué se funda el propietariopara percibir esa renta.

Según Ricardo, Maccullock y Mill, el arriendo pro-piamente dicho no es otra cosa que la diferencia entreel producto de una tierra fértil y el de tierras de infe-rior calidad; de forma que el arriendo no comienza aexistir en la primera sino cuando, por el aumento depoblación, hay necesidad de recurrir al cultivo de lassegundas.

Es difícil hallar a esto sentido alguno. ¿Cómo de lascualidades diferentes del terreno puede resultar un de-recho sobre el terreno? ¿Cómo puede nacer de las va-riedades del humus un principio de legislación y depolítica? Esta metafísica es para mí tan sutil, que mepierdo cada vez que pienso en ella. Supongamos quela tierra A es capaz de alimentar 10.000 habitantes y latierra B demantener solamente 9.000, siendo ambas dela misma extensión. Cuando por haber aumentado sunúmero los habitantes de la tierra A se vean obligadosa cultivar la tierra B, los propietarios territoriales de latierra A exigirán a los arrendatarios de ésta el pago deuna renta calculada a razón de 10 a 9. Esto es —piensopara mis adentros— lo que dicen Ricardo, Maccullocky Mill. Pero si la tierra A alimenta tantos habitantes

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como caben en ella, es decir, si los habitantes de la tie-rra A sólo tienen, por razón de su número, lo precisopara vivir, ¿cómo podrán pagar un arriendo?

Si dichos autores se hubiesen limitado a decir quela diferencia de las tierras ha sido la ocasión del arren-damiento y no su causa, obtendríamos de esta sencillaobservación una provechosa enseñanza, la de que elestablecimiento del arriendo había tenido su origen enel deseo de la igualdad. En efecto; si el derecho de to-dos los hombres a la posesión de las tierras fértiles esigual, ninguno puede, sin indemnización, ser obligadoa cultivar las estériles. El arrendamiento es, por tan-to, según Ricardo, Maccullock y Mill, un método deindemnización al objeto de compensar las utilidadesobtenidas y los esfuerzos realizados.

Estoy de acuerdo en que la tierra es un instrumento;pero ¿quién es en ella el obrero? ¿Lo es el propietario?¿Es éste el que por la virtud eficaz del derecho de pro-piedad, por esa cualidad moral infusa en el suelo, le co-munica el vigor y la fecundidad?He aquí precisamenteen qué consiste el monopolio del propietario, quien apesar de no haber creado el instrumento, se hace pa-gar, sin embargo, su servicio. Si el Creador se presenta-se a reclamar personalmente el precio del arriendo dela tierra, sería justo satisfacérselo; pero el propietario

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que se llama su delegado no debe ser atendido en sureclamación mientras no presente los poderes.

“El servicio del propietario —añade Say— es cómodopara él, convengo en ello”. Esta confesión es ridícula.“Pero no podemos prescindir de él. Sin la propiedad,un labrador se pegaría con otro por cuál de los doshabía de cultivar un campo que no tuviese dueño, yentretanto el campo quedaría inculto…”

La misión del propietario consiste, pues, en ponerde acuerdo a los labradores, despojándolos a todos…¡Oh, razón! ¡Oh, justicia! ¡Oh, ciencia maravillosa delos economistas! El propietario, según ellos, es comoPerrin-Dandin, que llamado por dos caminantes quedisputaban por una ostra, la abre, se la come y ponefin a la disputa diciéndoles enfáticamente:

El tribunal declara que cada uno de vosotros es dueñode una concha.

¿Es posible hablar peor de la sociedad? ¿Nos explica-ría Say por qué los labradores (que a no ser los propie-tarios, lucharían entre sí por la posesión del suelo) noluchan hoy contra los propietarios por esa misma po-sesión? Aparentemente, ocurre esto porque aquéllosreputan a los propietarios poseedores legítimos, y laconsideración de este derecho se impone a su codicia.En el capítulo II he demostrado que la posesión sin la

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propiedad es suficiente para el mantenimiento del or-den social; ¿sería más difícil aquietar a los poseedoressin dueños que a los arrendatarios con ellos? Los hom-bres de trabajo que respetan hoy, en su perjuicio y asus expensas, el pretendido derecho del ocioso, ¿viola-rían el derecho natural del productor y del industrial?Si el colono perdía sus derechos sobre la tierra desdeel momento en que cesara en su ocupación, ¿había deser por ello más codicioso? ¿Cómo había de ser fuen-te de querellas y procesos la imposibilidad de exigirla albarranía y de imponer una contribución sobre eltrabajo de otro? La lógica de los economistas es singu-lar. Pero no hemos terminado aún. Admitamos que elpropietario es el dueño legítimo de la tierra.

“La tierra —dicen— es un instrumento de produc-ción”; esto es cierto. Pero cuando, cambiando el sus-tantivo en calificativo, hacen esta conversión: “la tierraes un instrumento productivo”, sientan un lamentableerror.

Según Quesnay y los antiguos economistas, la tie-rra es la fuente de toda producción; Smith, Ricardo, deTracy, derivan, por el contrario, la producción del tra-bajo. Say y la mayor parte de los economistas poste-riores enseñan que tanto la tierra como el trabajo yel capital son productivos. Esto es el eclecticismo en

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economía política. La verdad es que ni la tierra es pro-ductiva, ni el trabajo es productivo, ni el capital es pro-ductivo; la producción resulta de esos tres elementos,igualmente necesarios, pero, tomados separadamente,son todos ellos igualmente estériles.

En efecto, la economía política trata de la produc-ción, de la distribución y del consumo de la riquezao de los valores; pero ¿de qué valores? De los valoresproducidos por la industria humana, es decir, de lastransformaciones que el hombre ha hecho sufrir a lamateria para apropiarla a su uso, pero no de las pro-ducciones espontáneas de la Naturaleza. El trabajo delhombre no consiste en una simple aprehensión de lamano, y sólo tiene valor cuando media su actividad in-teligente. Sin ella, la sal del mar, el agua de las fuentes,la hierba de los campos, los árboles de los bosques, notienen valor por sí mismos. La mar, sin el pescador ysus redes, no suministra peces; el monte, sin el leña-dor y su hacha, no produce leña para el hogar ni ma-dera para el trabajo; la pradera, sin el segador, no daheno ni hierba. La Naturaleza es como una vasta mate-ria de explotación y de producción. Pero la Naturalezano produce nada sino para la Naturaleza. En el senti-do económico, sus productos, con respecto al hombre,no son todavía productos. Los capitales, los útiles y las

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máquinas, son igualmente improductivos. El martilloy el yunque, sin herrero y sin hierro, no forjan; el mo-lino, sin molinero y sin grano, no muele, etc. Reunidlos útiles y las primeras materias; arrojad un arado ysemillas sobre un terreno fértil; preparar una fragua,encended el fuego y cerrad el taller, y no produciréisnada.

Finalmente, el trabajo y el capital unidos, pero malcombinados, tampoco producen nada. Labrad en el de-sierto, agitad el agua del río, amontonad caracteres deimprenta, y con todo esto no tendréis ni trigo, ni pe-ces, ni libros. Vuestro esfuerzo será tan improductivocomo fue el trabajo del ejército de Jerjes, quien, segúnel dicho de Herodoto, mandó a sus tres millones desoldados azotar al Helesponto para castigarlo por ha-ber destruido el puente de barcas que el gran rey habíaconstruido.

Los instrumentos y el capital, la tierra, el trabajo, se-parados y considerados en abstracto, sólo son produc-tivos metafísica-mente. El propietario que exige unaalbarranía como precio del servicio de su instrumen-to, de la fuerza productiva de su tierra, se funda enun hecho radicalmente falso, a saber: que los capitalesproducen algo por sí mismos, y al cobrar ese produc-to imaginario, recibe, indudablemente, algo por nada.

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Se me dirá: —Pero si el herrero, el carretero, todo in-dustrial, en una palabra, tiene derecho al producto porrazón de los instrumentos que suministra, y si la tierraes un instrumento de producción, ¿por qué este instru-mento no ha de valer a su propietario, verdadero o su-puesto, una participación en los productos, como lesvale a los fabricantes de carros y de coches?

Contestación. — Éste es el nudo de la cuestión, el ar-cano de la propiedad, que es indispensable esclarecer sise quiere llegar a comprender cuáles son los extrañosefectos del derecho de albarranía.

El obrero que fabrica o que repara los instrumen-tos del cultivador recibe por ello el precio una vez, yaen el momento de la entrega, ya en varios plazos; yuna vez pagado al obrero este precio, los útiles que haentregado dejan de pertenecerle. Jamás reclama doblesalario por un mismo útil, por una misma reparación:si todos los años participa del producto del arrendata-rio, es porque todos los años le presta algún servicionuevo.

El propietario, por su parte, no pierde la menor por-ción de su tierra; eternamente exige el pago de sus ins-trumentos y eternamente los conserva. En efecto, elprecio de arriendo que recibe el propietario no tienepor objeto atender a los gastos de entretenimiento y

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reparación del instrumento. Estos gastos son de cargodel arrendatario y no conciernen al propietario sinocomo interesado en la conservación de la cosa. Si élse encarga de anticiparlos, tiene buen cuidado de re-integrarse de sus desembolsos. Este precio no repre-senta, en modo alguno, el producto del instrumento,puesto que éste, por sí mismo, nada produce; ya lo he-mos comprobado anteriormente y tendremos ocasiónde observarlo más adelante. Finalmente, el precio norepresenta tampoco la participación del propietario enla producción, puesto que esta participación sólo po-dría fundarse, como la del herrero o la del carretero, enla cesión de todo o parte de su instrumento, en cuyocaso el propietario dejaría de serlo, oponiéndose estoa la idea de propiedad.

Por consiguiente, entre el propietario y el arrenda-tario no hay cambio alguno de valores ni de servicios.Luego, conforme hemos afirmado, el arrendamiento esuna verdadera albarranía, un robo, cuyos elementosson el fraude y la violencia de una parte, y la ignoran-cia y la debilidad de la otra. “Los productos —dicen loseconomistas— sólo se compran con productos.» Este afo-rismo es la condenación de la propiedad. El propietarioque no produce por sí mismo ni por su instrumento yadquiere los productos a cambio de nada, es un pará-

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sito o un ladrón. Por tanto, si la propiedad sólo puedeexistir como derecho, la propiedad es imposible.

Segunda proposición: La propiedad esimposible, porque donde es admitida,la producción cuesta más de lo quevale.

La proposición precedente era de orden legislativo;ésta es de orden económico. Servirá para probar quela propiedad, que tiene por origen la violencia, da porresultado crear un valor negativo.

“La producción —dice Say— es un grancambio. Para que el cambio sea producti-vo, es necesario que el valor de todos losservicios se encuentre equilibrado por elvalor de la cosa producida. Si falta estacondición, el cambio será desigual, el pro-ductor habrá dado más de lo recibido”.

Pero teniendo el valor por base forzosa la utilidad,resulta que todo producto inútil carece necesariamen-te de valor, que no puede ser cambiado, y por tanto,

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que no puede servir para pagar los servicios de la pro-ducción. En consecuencia, si la producción puede igua-lar al consumo, no debe excederlo nunca, porque nohay producción real sino allí donde hay producciónútil, y sólo hay utilidad donde haya posibilidad de con-sumo. Así, todo producto que por su excesiva abun-dancia es inagotable, es, en cuanto a la cantidad noconsumida, inútil sin valor, no cambiable, y por tanto,impropio para exigir por él cualquier precio: no es unproducto.

El consumo, a su vez, para ser legítimo y verdadero,debe ser productivo de utilidad, porque si no lo fuese,los productos que destruye serían valores anulados, co-sas producidas para su definitiva pérdida, circunstan-cia que disminuye el valor de los productos. El hombretiene el poder de destruir, pero no consume más quelo que reproduce. En una justa economía hay, pues,ecuación entre la producción y el consumo. Esto sen-tado, imaginemos una tribu de mil familias ocupandouna extensión determinada de territorio y privada decomercio exterior. Esta tribu nos representará a la hu-manidad entera, que, repartida por la faz de la tierra,está verdaderamente aislada. La diferencia entre unatribu y el género humano consiste simplemente en lasproporciones numéricas, por lo que los resultados eco-

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nómicos de una y otra colectividad serán absolutamen-te iguales.

Vamos a suponer que estas mil familias, dedicadasexclusivamente al cultivo del trigo, deben pagar cadaaño, en especie, una renta del 10 por 100 de los pro-ductos a cien individuos particulares escogidos entreellas mismas. Obsérvese ya que el derecho de albarra-nía significa una deducción sobre la producción total.¿A quién beneficiará esa deducción? Al aprovisiona-miento de la tribu no, porque este aprovisionamientonada tiene de común con la renta. Tampoco servirápara pagar ninguna clase de servicios, porque los pro-pietarios, trabajando como los demás, sólo trabajaránpara sí. Por último, esa deducción no reportará utili-dad alguna a los rentistas, que, habiendo recogido tri-go en cantidad suficiente para su consumo, y viviendoen una sociedad sin comercio y sin industria, no po-drán procurarse ninguna otra cosa, y no podrán, portanto, beneficiarse con el importe de sus rentas. En se-mejante sociedad, quedará, pues, sin consumir el diez-mo del producto, y habrá un diezmo de trabajo queno estará pagado: la producción costará más de lo quevale.

Convirtamos ahora 300 productores de trigo en in-dustriales de todas clases: 100 jardineros y viñadores,

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60 zapateros y sastres, 50 carpinteros y herreros, 80 deotras profesiones, y para que nada falte en ella, 7 maes-tros de escuela, un alcalde, un juez y un cura: cada ofi-cio, en lo que es de su competencia, produce para todala tribu. Ahora bien; siendo 1.000 la producción total,el consumo para cada trabajador es de 1. A saber: trigo,comestibles, cereales, 0,700; vino y legumbres, 0,100;calzado y vestidos, 0,060; herramientas y mobiliario,0,050; productos diversos, 0,080; instrucción, 0,007; ad-ministración, 0,002; misa, 0,001. Total, 1.

Pero la sociedad paga una renta anual de 10 por 100,siendo de observar que nada importa que la paguenúnicamente los agricultores o todos los trabajadores.El resultado es el mismo. El arrendatario aumenta elprecio de sus productos en proporción a lo que paga,los industriales siguen el movimiento de alza, y, des-pués de algunas oscilaciones, se establece el equilibrioen los precios, habiendo pagado cada cual una canti-dad poco más o menos igual. Es un grave error creerque en una nación únicamente los arrendatarios paganlas rentas; las paga toda la nación.

Afirmo, pues, que, dado el descuento de un 10 por100 sobre la producción, el consumo de cada traba-jador queda reducido de la manera siguiente: Trigo,0,630; vino y legumbres, 0,090; ropa y calzado, 0,054;

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muebles y utensilios, 0,045; otros productos, 0,072; ins-trucción, 0,0063; administración, 0,0018; misa, 0,0009.Total, 0,9.

El trabajador ha producido 1 y no consume más que0,9; pierde, por tanto, una décima parte del precio desu trabajo, y su producción le cuesta siempre más delo que vale. Por otra parte, el diezmo percibido por lospropietarios tiene para éstos un valor negativo, porquesiendo también trabajadores ellos, pueden vivir con losnueve décimos de sus productos; como a los demás, na-da les falta. ¿De qué les sirve que su ración de pan, vino,comida, vestidos, habitación, etc., sea doble, si no pue-den consumirla ni cambiarla? El precio del arriendoes, pues, para ellos, como para el resto de los trabaja-dores, un no valor, y perece entre sus manos. Ampliadla hipótesis, multiplicad el número y las clases de losproductos, y el resultado será siempre el mismo.

Hasta aquí he considerado al propietario toman-do parte en la producción, no solamente —como diceSay— por el servicio de su instrumento, sino de unamanera efectiva, con su propio esfuerzo. Pero fácil essuponer que en semejantes condiciones la propiedadno existiría. ¿Qué es entonces lo que sucede?

El propietario, animal esencialmente libidinoso, sinvirtud ni vergüenza, no se acomoda a una vida de or-

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den y de disciplina. Si desea la propiedad no esmás quepara hacer su gusto, cuando y como quiera. Seguro detener con qué vivir, se abandona a la molicie; goza ybusca alicientes y sensaciones nuevas. La propiedad,para ser disfrutada, exige renunciar a la condición co-mún y dedicarse a ocupaciones de lujo, a placeres in-morales.

En vez de renunciar al precio de un arriendo quese inutiliza entre sus manos y de descargar de ese im-puesto al trabajo social, los 100 propietarios dejan detrabajar. Habiendo disminuido por su inactividad en100 la producción absoluta, mientras el consumo siguesiendo el mismo, parece que al fin la producción y elconsumo han de equilibrarse. Pero como los propieta-rios no trabajan, su consumo es improductivo, segúnlos principios de la economía. Por consiguiente, en es-te caso existirán en la sociedad, no ya 100 servicios sinla retribución de su producto, como antes ocurría, sinocien productos consumidos sin servicio; el déficit serásiempre el mismo, cualquiera que sea la columna quelo exprese. O los aforismos de la economía política sonfalsos, o la propiedad, que los desmiente, es imposible.

Los economistas, considerando todo consumo im-productivo como un mal, como un atentado contra elgénero humano, no dejan de exhortar a los propieta-

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rios a la moderación, al trabajo, al ahorro; les predicanla necesidad de ser útiles, de devolver a la producciónlo que de ella reciben; fulminan contra el lujo y la ocio-sidad las más terribles imprecaciones. Esta moral esmuy hermosa seguramente; ¡lástima que no tenga sen-tido común! El propietario que trabaja, o como dicenlos economistas, que se vuelve útil, cobra este trabajoy esta utilidad. ¿Pero es por eso menos ocioso con re-lación a las propiedades que no explota y cuyas rentaspercibe? Su condición, haga lo que haga, es la impro-ductividad. Sólo puede cesar demalgastar y de destruirdejando de ser propietario.

Pero no es éste el menor de los males que la propie-dad engendra. Aun se concibe que la sociedad manten-ga a los ociosos; en ella habrá siempre ciegos, mancos,locos e imbéciles; bien puede dar de comer además aalgunos holgazanes. Pero en las páginas siguientes severá cómo se complican y acumulan las imposibilida-des.

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Tercera proposición: La propiedad esimposible, porque sobre un capitaldado, la producción está en razón deltrabajo, no en razón de la propiedad.

Para satisfacer un arriendo de 100, a razón del 10por 100 del producto, es preciso que éste sea 1.000; pa-ra que el producto sea 1.000, es necesario el esfuerzode 1.000 trabajadores. Síguese de aquí que permitien-do a los 100 trabajadores propietarios que se den vidade rentistas, nos vemos en la imposibilidad de pagarlessus rentas. En efecto, la fuerza productiva, que en unprincipio era de 1.000, al descontar esos 100 propieta-rios, queda reducida a 900, cuyo 10 por 100 es 90. Espues necesario, o que 10 propietarios de los 100 no co-bren, si los demás quieren percibir íntegras las rentas,o que todos se conformen con tener en ellas un dismi-nución de 10 por 100. Porque no es el trabajador, queno ha faltado a ninguna de sus ocupaciones y sigueproduciendo como antes, quien ha de sufrir los efec-tos de la inactividad del propietario; éste es quien debesufrir las consecuencias de su ociosidad. Pero en estecaso el propietario se encontrará más pobre que antes;al ejercitar su derecho, lo pierde; parece como que la

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propiedad disminuye hasta desvanecerse cuanto másempeño se pone en sujetarla; cuanto más se la persi-gue, menos se deja coger. ¿Qué derecho es ése queestá sometido a toda alteración, según la relación delos números, y que una combinación aritmética puededestruir?

El propietario trabajador recibe: 1°, como trabajador,0,9 de salario; 2°, como propietario, 1 de renta. Pero di-ce: “Mi renta es suficiente; no tengo necesidad de tra-bajar para tener hasta lo superfluo”. Y he aquí que larenta con que contaba ha disminuido en una décimaparte, sin que acierte a encontrar el motivo de tal dis-minución. Y es que tomando parte en la producción,él mismo creaba esa décima parte que ahora no halla,y creyendo trabajar sólo para él, sufría, sin advertir-lo, en el cambio de sus productos, una pérdida cuyoresultado era pagarse a sí mismo un diezmo de su pro-pia renta como cualquier otro: producía 1, y no recibíamás que 0,9.

Si en vez de 900 trabajadores no hay más que 500, latotalidad del precio de la renta se reducirá a 50; si nohay más que 100, a 10. Podemos, pues, sentar como leyde economía propietaria el axioma siguiente:La alba-rranía disminuye en proporción al aumento del númerode ociosos.

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Esta primera solución va a conducirnos a otra aúnmás extraña: se trata de liberarnos de una vez por to-das de las cargas de la propiedad, sin abolirla, sin cau-sar perjuicio a los propietarios, mediante un procedi-miento eminentemente conservador.

Acabamos de ver que si el precio del arriendo deuna sociedad de 1.000 trabajadores es 100, el de 900,será 90; el de 800, 80; el de 100, 10, etc. De modo que sila sociedad no cuenta más que con un trabajador, eseprecio será 0,1, cualesquiera que sean por otra parte laextensión y el valor del terreno apropiado. Por tanto,dado un capital territorial, la producción estará en razóndel trabajador, no en razón de la propiedad.

Con arreglo a este principio, investiguemos el límitemáximo de la albarranía en toda propiedad. ¿Qué es ensu origen el arrendamiento? Un contrato por el cual elpropietario cede a un colono la posesión de su tierra, acambio de una parte de lo que él, el propietario, aban-dona. Si por el aumento de su familia, el arrendatarioes 10 veces más fuerte que el propietario, producirá10 veces más. ¿Será esto una razón para que el pro-pietario aumente 10 veces la renta? Su derecho no es:cuanto más produces, más renta; sino: cuanto más tecedo, más cobro. El aumento de la familia del colono,el número de brazos de que dispone, los recursos de

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su industria, causas del acrecentamiento de la produc-ción, son ajenos al propietario. Sus pretensiones debentasarse por la fuerza productiva que él tenga, no por lafuerza productiva que otros tengan. La propiedad es elderecho de albarranía, no es el derecho de capitación.1¿Cómo un hombre, capaz apenas para cultivar una hec-tárea de terreno, ha de poder exigir a la sociedad, por-que su propiedad tenga 10.000 hectáreas, 10.000 veceslo que él no podría producir en una sola? ¿Por qué ra-zón ha de aumentar el precio de lo arrendado en pro-porción a la aptitud y al esfuerzo del arrendatario, yno en razón de la utilidad de que se haya desprendidoel propietario? Fuerza es, pues, reconocer esta segun-da ley económica: La albarranía tiene por medida unafracción de la producción del propietario.

¿Pero cuál es esta producción? En otros términos:¿en qué consiste que el señor y dueño de un terreno,al prestarlo a un colono, puede decir con razón que loabandona? Siendo 1 la fuerza productiva de un propie-tario, el producto de que se priva al ceder su tierra estambién 1. Si la tasa de albarranía es, pues, 10 por 100,el máximo de toda albarranía será 0,1.

1 Impuesto que satisfacía cada individuo a su señor, en tiem-pos del feudalismo.

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Pero ya hemos visto que cada vez que un propietarioabandona la producción, la suma de los productos dis-minuye en una unidad. Por tanto, siendo la albarraníaque le corresponde mientras está entre los trabajado-res igual a 0,1, será, por su retraimiento, según la ley dedecrecimiento del arriendo, igual a 0,09. Esto nos llevaa establecer esta última fórmula. El máximum de rentade un propietario es igual a la raíz cuadrada del produc-to de un trabajador (previa determinación del productopor un número dado); la disminución que sufre esa rentacuando el propietario no trabaja es igual a una fracciónque tiene por numerador la unidad y por denominadorel número que sirva para expresar el producto.

Así, el máximo de renta de un propietario ocioso, oque trabaje por su propia cuenta sin relación con la so-ciedad, calculada al 10 por 100 sobre una producciónmedia de 1.000 francos por trabajador, será de 90 fran-cos. Por tanto, si Francia tiene un millón de propieta-rios disfrutando, uno con otro, 1.000 francos de rentaque se consumen improductivamente, en vez de 1.000millones que perciben cada año, sólo se les debe, enrigor de derecho y con arreglo al cálculo más exacto,90 millones.

Ya es algo conseguir una reducción de 910 millonessobre las cargas que aniquilan a la clase trabajadora.

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Sin embargo, no hemos terminado todavía la cuenta, yel trabajador no conoce aún toda la extensión de susderechos.

¿Qué es el derecho de albarranía reducido, comoacabamos de ver, a su justa medida en el propietarioocioso? Una remuneración del derecho de ocupación.Pero siendo el derecho de ocupación igual para todos,todos los hombres serán, por el mismo título, propieta-rios: todos tendrán derecho a una renta igual a deter-minada fracción de su producto. Luego, si el trabajadorestá obligado por el derecho de albarranía a pagar unarenta al propietario, éste vendrá obligado, por el mis-mo derecho, a pagar igual renta al trabajador, y puestoque sus mutuos derechos se compensan, la diferenciaentre ellos es igual a cero.

Escolio. — Si el arrendamiento no puede ser legal-mente más que una fracción del producto presunto delpropietario, cualquiera que sea la extensión y la impor-tancia de la propiedad, lo mismo puede decirse de ungran número de pequeños propietarios separados: por-que, aunque un solo hombre pueda explotar separada-mente a cada uno de ellos, el mismo hombre no puedeexplotarlos simultáneamente a todos.

Resumamos: el derecho de albarranía que no puedeexistir más que en límites muy restringidos, marcados

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por las leyes de la producción, se aniquila por el de-recho de ocupación; ahora bien, sin el derecho de al-barranía, no hay propiedad; por tanto la propiedad esimposible.

Cuarta proposición: La propiedad esimposible, porque es homicida.

Si el derecho de albarranía pudiera sujetarse a lasleyes de la razón y de la justicia, se limitaría a una in-demnización, cuyo máximum no excedería jamás, pa-ra cada trabajador, de una determinada fracción de loque es capaz de producir. Acabamos de demostrarlo.Pero ¿cómo es posible que el derecho de albarranía, o,denominándolo sin temor por su verdadero nombre,el derecho del robo se deje regular por la razón, conla que nada tiene de común? El propietario no se con-tenta con la albarranía, tal como el buen sentido y lanaturaleza de las cosas la establecen: obliga a que sela satisfagan diez, ciento, mil, un millón de veces. En-tregado a sus propias fuerzas, no obtendría de la cosamás que una producción igual a 1, y exige que la socie-dad le pague, no un derecho proporcional a la potenciaproductiva de sí mismo, sino un impuesto por cabeza.

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Pone precio a sus hermanos según su fuerza, su núme-ro y su industria. Cuando nace un hijo al labrador, di-ce el propietario: “Me alegro; ya tengo una albarraníamás”. ¿Cómo se ha realizado esta transformación delarriendo en capitación? ¿Cómo nuestros jurisconsul-tos y nuestros teólogos, siendo tan minuciosos, no hanreprimido esa extensión del derecho de albarranía?

El propietario calcula cuántos trabajadores necesita,según su respectiva aptitud en la producción, para ocu-par su finca. La divide en otras tantas porciones, y dice:“Cada uno me pagará la albarranía”. Para multiplicarsu renta le basta, pues, dividir su propiedad. En vezde evaluar en razón de su trabajo personal el interésque debe percibir, lo tasa con arreglo a su propiedad,y por virtud de esta sustitución, la misma propiedad,que en manos del dueño no podía producir nunca másque uno, le vale diez, mil, un millón. Para ello sólo ne-cesita anotar los nombres de los trabajadores que sele ofrecen: su labor se reduce a otorgar permisos y aextender recibos. No contento aún con trabajo tan có-modo, el propietario enjuga el déficit que resulta de suinacción cargándolo sobre el productor, al que exigesiempre la misma renta. Una vez elevado el arriendoa su precio máximo, el propietario no lo disminuye; lacarestía de las subsistencias, la escasez de brazos, los

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contratiempos de las estaciones, la mortalidad misma,son circunstancias para él indiferentes; ¿por qué ha desufrir esos perjuicios si él no trabaja? Aquí empiezauna nueva serie de fenómenos.

Say, que razona muy bien siempre que impugna elimpuesto, pero que no quiere comprender nunca queel propietario ejercita con relación al colono el mismoacto de expoliación que el perceptor de aquél, replicaen estos términos a Malthus: “Si el recaudador de con-tribuciones, sus agentes, etcétera, consumen un sextode los productos, obligan por este hecho a los produc-tores a nutrirse, a vestirse, en una palabra, a vivir conlas cinco sextas partes restantes de su producción. Es-to es indudable, pero al mismo tiempo suele objetarseque cada uno puede vivir con las cinco sextas partes delo que produce. Yo mismo, si se quiere, convendría enello, pero preguntaría a mi vez: ¿es posible creer queel productor viviría de igual modo en el caso de quese le exigiera en vez de un sexto dos sextos o el terciode su producción? No, y sin embargo, aún podría vi-vir. En tal caso, volvería a preguntar si todavía le seríaposible la vida arrebatándole los dos tercios… despuéslas tres cuartas partes… pero observo que ya nadie mecontesta”.

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Si el padre de los economistas franceses estuvieramenos ofuscado por sus prejuicios en favor de la pro-piedad, comprendería que eso mismo, precisamente,ocurre con la renta. Supongamos que una familia decampesinos, compuesta de seis personas, el padre, lamadre y cuatro hijos, vive de un pequeño patrimonioexplotado por ellos. Supongamos también que traba-jando incesantemente consiguen cubrir todas sus ne-cesidades, y que, una vez instalados, vestidos y alimen-tados, no contraen deudas, pero tampoco hacen econo-mías. Venga buen o mal año, van viviendo; si el año esexcelente, el padre bebe vino, las hijas se compran ves-tidos, los muchachos un sombrero; comen entonces al-guna que otra golosina y carne de vez en cuando. Puesbien; afirmo que esta familia acaba de arruinarse.

En efecto; según el tercer corolario de nuestro axio-ma, esos individuos se adeudan a sí mismos un interéspor el capital de que son propietarios: apreciando estecapital de 8.000 francos, a 2½ por 100, resultan 200 fran-cos de interés anual. Si estos 200 francos, en vez de serdescontados del producto bruto para construir un aho-rro y capitalizarse, se invierten en el consumo, existiráun déficit anual de 200 francos sobre el activo de la ex-plotación, de modo que al cabo de cuarenta años esta

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pobre gente, sin sospecharlo siquiera, se habrá comidosu haber y verá fallida su empresa.

Este resultado, que parecerá absurdo, es, sin embar-go, una triste realidad.

Uno de los hijos es llamado al servicio militar…¿Qué es el servicio militar? Un acto de propiedad ejer-cido por el Estado sobre los ciudadanos: una expolia-ción de hombres y de dinero. Los campesinos no quie-ren que sus hijos sean soldados, en lo que tienen razónsobrada. Es difícil que un hombre de veinte años ganenada con estar en el cuartel; o se pervierte o lo aborre-ce. Juzgad en general de la moralidad del soldado porla aversión que tiene al uniforme; hombre desgraciadoo pervertido, ésa es la condición del soldado en las fi-las. No debiera suceder esto, pero así es. Preguntad alos miles de hombres que están bajo las armas y veréiscomo no hay uno que me desmienta.

Nuestro campesino, para redimir a sus dos hijos,desembolsa 4.000 francos que toma a préstamo al 5por 100: he aquí ya los 200 francos de que hemos ha-blado antes. Si hasta ese momento la producción dela familia, normalmente en equilibrio con su consumo,ha sido de 1.200 francos, o sean 200 por persona, seránecesario para pagar dicho interés, o que los seis traba-jadores produzcan como siete, o que consuman como

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cinco. Reducir el consumo no es posible, ¿cómo privar-se de lo necesario? Producir más es imposible también:no cabe ya trabajar más. ¿Podrán seguir un sistemamixto consumiendo como cinco y medio y producien-do como seis y medio? Bien pronto se convenceríande que con el estómago no es posible transigir. Llegan-do a cierto punto de abstinencia, no cabe el aumentode privaciones; lo que puede descontarse de lo estricta-mente necesario, sin riesgo de la salud, es insignifican-te; y en cuanto al propósito de elevar la producción,una helada, una sequía, una epidemia en plantas o enel ganado frustran todas las esperanzas del labrador.Al poco tiempo deberá la renta, se habrán acumuladolos intereses, la granja será embargada y desahuciadode ella su antiguo inquilino.

Así una familia que vivió feliz mientras no ejercióel derecho de propiedad cae en la miseria tan prontocomo se ve en la necesidad de ejercerlo. Para que lapropiedad quede satisfecha es preciso que el colonotenga el doble poder de hacer multiplicar el suelo y defecundizarlo. Simple poseedor de la tierra, encuentraen ella el hombre con qué mantenerse; en cuanto in-tenta ejercitar el derecho del propietario, ya no le bas-ta. No pu-diendo producir más que lo que consume, elfruto que cosecha es la recompensa de su trabajo; pero

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no consigue ganar para el pago de la renta, que es laretribución del instrumento.

Pagar lo que no puede producir: tal es la condicióndel arrendatario cuando el dueño abandona la produc-ción social para explotar al trabajador con nuevos pro-cedimientos.

Volvamos entretanto a nuestra primera hipótesis.Los novecientos trabajadores, seguros de haber traba-jado tanto como antes, se ven sorprendidos, despuésde pagar sus rentas, notando que tienen un décimome-nos que el año anterior. En efecto, este décimo era pro-ducido y satisfecho por el propietario trabajador cuan-do participaba en la producción y contribuía a las car-gas públicas. Ahora ese décimo no ha sido producido,y no obstante, ha sido satisfecho; debe, pues, deducirsedel consumo del productor. Para enjugar este incom-prensible déficit, el trabajador toma dinero a préstamoen la seguridad de pagarlo. Pero esta seguridad al añosiguiente se convierte en un nuevo préstamo, aumen-tado por los intereses atrasados del primero. ¿Y a quiénse dirige en solicitud de fondos? Al propietario. El pro-pietario presta al trabajador lo que le cobra de más, yeste exceso, que en justicia debiera restituirle, le produ-ce un nuevo beneficio en forma de préstamo a interés.Llegado ese caso, las deudas aumentan infinitamente;

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el propietario se niega finalmente a hacer anticipos aun productor que no le paga nunca, y este productor,siempre robado y siempre recibiendo a préstamo supropia riqueza, acaba por arruinarse. Supongamos queentonces el propietario, que para conservar sus rentastiene necesidad del colono, le perdona sus deudas. Ha-brá realizado un acto de gran beneficencia, por el cualel señor cura lo elogiará en el sermón, mientras el po-bre arrendatario, confundido ante tan inagotable cari-dad, enseñado por el Catecismo a rogar por sus bien-hechores, se dispondrá a redoblar sus esfuerzos y susprivaciones con objeto de corresponder a un amo tanbueno.

Esta vez el colono toma sus medidas: eleva el pre-cio de los cereales. El industrial hace otro tanto consus productos; la reacción llega, y después de algunasoscilaciones, la renta que el labrador creyó imponeral industrial, vuelve a pesar sobre él. Y mientras espe-ra confiado el éxito de su inútil táctica, continúa sien-do pobre, aunque en proporción algo menor que antes.Porque si el alza de la producción ha sido general, ha-brá alcanzado al propietario, de suerte que los trabaja-dores, en vez de empobrecerse en un décimo, lo estánsolamente en nueve centésimas. Pero la deuda, aunquemenor, subsiste, y para satisfacerla es necesario, como

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antes, tomar dinero a préstamo, abonar réditos, econo-mizar y ayunar. Ayuno por las nueves centésimas queno debiera pagar y que paga; ayuno por la amortiza-ción de las deudas; ayuno por sus intereses, y además,si la cosecha es mala, el ayuno llegará hasta la inani-ción. Se dice: es preciso trabajar más. Pero el exceso detrabajo perjudica tanto como el ayuno: ¿qué ocurrirá sise reúnen? Es preciso trabajar más, significa aparente-mente que es preciso producir más. ¿Y en qué condicio-nes se realiza la producción? Por la acción combinadadel trabajo, del capital y la tierra. El trabajo, el arren-datario se encarga de facilitarlo; pero el capital sólose forma por el ahorro, y si el colono pudiese ahorraralgo, no tendría deudas. Aun admitiendo que tuvieracapital, ¿de qué le serviría si la extensión de la tierraque cultiva es siempre la misma? No es capital lo quele hace falta; lo que necesita es multiplicar el suelo.

¿Se dirá finalmente que es preciso trabajar mejor ycon más fruto? Hay que tener en cuenta que la rentaestá calculada sobre un término medio de producciónque no puede ser rebasado; si lo fuese, el propietariose apresuraría a encarecer el precio del arriendo. ¿Noes así como los grandes propietarios territoriales hanaumentado sucesivamente el precio de la madera deconstrucción, a medida que el desarrollo de la pobla-

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ción y el desenvolvimiento de la industria les ha ad-vertido los beneficios que la sociedad podía obtener desus propiedades? El propietario permanece extraño ala acción social; pero como el ave de rapiña, fijos losojos en su víctima, está siempre dispuesto a arrojarsesobre ella para devorarla.

Los hechos que hemos observado en una sociedadde mil personas se reproducen en gran escala en cadanación y en la humanidad entera, pero con variacionesinfinitas y caracteres múltiples, que no es mi propósitodescribir.

En suma, la propiedad, después de haber despojadoal trabajador por la usura, lo asesina lentamente porla extenuación. Sin la expoliación y el crimen, la pro-piedad no es nada. Con la expoliación y el crimen, esinsostenible. Por tanto, es imposible.

Quinta proposición: La propiedad esimposible, porque la sociedad sedevora con ella.

Cuando el asno lleva mucha carga, se tira al suelo;pero el propietario conoce, funda la esperanza de su

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especulación. “Si el trabajador cuando es libre produce10, para mí —piensa el propietario— producirá 12”.

En efecto, antes de consentir la confiscación de sucampo, antes de abandonar el hogar paterno, el labra-dor, cuya historia hemos referido, hace un desespera-do esfuerzo; toma en arriendo nuevas tierras. Su pro-pósito es sembrar una tercera parte más, y siendo pa-ra él la mitad de este nuevo producto, o sea una sextaparte, tendrá de sobra para pagar toda la renta. ¡Quégrave error! Para aumentar en una sexta parte su pro-ducción, es preciso que el agricultor aumente su traba-jo, no en un sexto, sino en dos sextos más. Sólo a esteprecio recolecta y paga un arriendo que no debe anteDios. La conducta del colono es imitada también porel industrial. Aquél multiplica su labor, perjudicandoa sus compañeros: el industrial rebaja el precio de sumercancía, y se esfuerza en acaparar la fabricación y laventa, en aniquilar a los que le hacen competencia. Pa-ra saciar a la propiedad, es necesario, ante todo, que eltrabajador produzca más de lo que sus necesidades exi-gen; y después, que produzcamás de lo que consientensus fuerzas. Para producir más de lo que sus energíasy sus necesidades permiten, es preciso apoderarse dela producción de otro, y por consiguiente, disminuirel número de productos. Así, el propietario, después

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de haber aminorado la producción, al abandonarla lareduce todavía más, fomentando el acaparamiento deltrabajo. Veámoslo.

Siendo un décimo el déficit sufrido por el trabaja-dor después del pago de la renta, según hemos visto,en esa cantidad ha de procurar aumentar su produc-ción. Para ello no ve más medio que centuplicar susesfuerzos; esto es, pues, lo que hace. El descontentode los propietarios que no han podido cobrar íntegrassus rentas; los ofrecimientos ventajosos y las prome-sas que les hacen otros colonos que ellos reputan másdiligentes, más laboriosos, más formales; las intrigasde unos y otros, son causas determinantes de una al-teración en la repartición de los trabajos y de la elimi-nación de un determinado número de productores. De900, son expulsados 90, con objeto de añadir un décimoa la producción de los restantes. Pero ¿habrá aumenta-do por el eso el producto total? Evidente es que no.Habrá 810 trabajadores, produciendo como 900, sien-do así que debían producir como 1.000. Además, esta-blecida la renta en razón del capital industrial y no enrazón del trabajo, las deudas seguirán como antes conun aumento en el trabajo. He aquí una sociedad quese diezma progresivamente, y que de seguro se extin-guirá si las quiebras y las catástrofes económicas y po-

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líticas no viniesen de tiempo en tiempo a restablecerel equilibrio y a distraer la atención de las verdaderascausas del infortunio universal.

Al acaparamiento de los capitales y de las tierrassucede el desarrollo económico, cuyo desarrollo es co-locar fuera de la producción a un determinado númerode trabajadores. El rédito es la pesadilla del arrendata-rio y del comerciante, los cuales piensan de este modo:“Si pagase menos por la mano de obra, podría satisfa-cer la renta y los intereses que debo”. Y entonces esosadmirables inventos, destinados a hacer el trabajo fá-cil y rápido, se convierten en máquinas infernales quematan a los trabajadores por millares.

“Hace algunos años la condesa de Stratford expulsó15.000 individuos de sus tierras, de las que eran arren-datarios. Este acto de administración privada fue repe-tido en 1820 por otro gran propietario escocés, siendovíctimas 600 familias de colonos.” (Tissot, Del suicidioy de la rebelión.)

El autor citado, que ha escrito páginas elocuentesacerca del espíritu de protesta que caracteriza a las so-ciedades modernas, no dice si habría desaprobado larebeldía de esos proscritos. Por mi parte, declaro sinrebozo que ese acto hubiese sido, a mi juicio, el prime-ro de los derechos y el más santo de los deberes, y mi

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mayor deseo consiste en que oigan todos mi profesiónde fe.

La sociedad se extingue: 1°, por la supresión violen-ta y periódica de los trabajadores; acabamos de verloy lo hemos de comprobar más adelante; 2°, por la li-mitación que la propiedad impone al consumo del pro-ductor. Estas dos formas de suicidio son simultáneasy se complementan; el hambre se une a la usura parahacer que el trabajo sea cada vez más necesario y másescaso.

Con arreglo a los principios del comercio y de la eco-nomía política, para que una empresa industrial seabuena es preciso que su producto sea igual: 1°, al inte-rés del capital; 2°, al gasto de conservación de ese ca-pital; 3°, al importe de los salarios de todos los obrerosy empresarios; además, es necesario obtener un bene-ficio tan crecido como sea posible.

Fuerza es admirar el genio fiscal y codicioso de lapropiedad. El capital busca hacer efectiva la albarra-nía bajo todos los nombres: 1°, en forma de interés; 2°,en la de beneficio. Porque, según se dice, el interés delcapital forma parte de los anticipos de la fabricación.Si se han empleado 100.000 francos en una manufactu-ra, y deducidos los gastos se obtiene un ingreso anualde 5.000, no hay beneficio alguno, sino simplemente

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interés del capital. Pero el propietario no es hombredispuesto a ninguna clase de trabajo; semejante al leónde la fábula, cobra en razón de cada uno de los diver-sos títulos que se atribuye: de modo que una vez liqui-dados sus derechos no quedará nada para los demásasociados.

Ego primam tollo, nominor quia leo:Secundum quia sum fortis tribuetis mihi:Tum quia plus valeo, me sequetur tertia:Malo adficietur, si quis quartam tetigerit.

No conozco nada más hermoso que esta fábula.

Como empresario tomo la primera parte;como trabajador me apropio la segunda;como capitalista me corresponde la

tercera;como propietario todo es mio.

En cuatro versos ha resumido Fedro todas las for-mas de la propiedad.

Yo afirmo que ese interés, y con mayor razón esebeneficio, es imposible.

¿Qué son los trabajadores en sus mutuas relacionesde trabajo? Miembros diferentes de una gran sociedad

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industrial, encargados, cada uno en particular, de unaparte de la producción general, conforme al principiode la división del trabajo. Supongamos que esta socie-dad se reduce a los tres individuos siguientes: un ga-nadero, un curtidor y un zapatero. La industria socialconsistirá en hacer zapatos. Si yo preguntase cuál debeser la parte de cada uno en el producto social, un niñome respondería que esa parte es igual al tercio del pro-ducto. Pero no se trata aquí de ponderar los derechosde los trabajadores convencionalmente asociados, sinode probar que, aunque no estén asociados esos tres in-dustriales, quieran o no quieran, la fuerza de las cosas,la necesidad matemática, los asocia.

Tres operaciones son indispensables para producirzapatos; el cuidado de la ganadería, la preparación delcuero, el corte y la costura. Si el cuero en manos delpastor vale uno, valdrá dos al salir del taller del curti-dor y tres al exponerse en la tienda del zapatero. Cadatrabajador ha producido un grado de utilidad; de modoque, sumando todos ellos, se tendrá el valor de la cosa.Para adquirir una cantidad cualquiera de ese produc-to, es, por tanto, preciso que cada productor abone enprimer término su propio trabajo, y después el de losdemás productores. Así, para adquirir 10 en zapatos, elganadero dará 30 en cueros sin curtir y el curtidor 20

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en cuero curtido. Porque en razón de las operacionesrealizadas, 10 en zapatos valen 30 en cuero en bruto,de igual modo que 20 en cuero curtido valen también30 en cuero sin curtir. Si el zapatero exige 33 al ga-nadero y 22 al curtidor por 10 de su mercancía, no seefectuará el cambio, porque resultara que el ganaderoy el curtidor, después de haber pagado 10 por el traba-jo del zapatero, venían a readquirir por 11 lo que ellosmismos habían dado por 10, lo cual es imposible.

Pues esto es precisamente lo que ocurre siempre queun industrial realiza un beneficio cualquiera, llámeserenta, alquiler, interés o ganancia. En la reducida socie-dad de que hablamos, si el zapatero, para procurarselos útiles de su oficio, para comprar las primeras pro-visiones de cuero y para vivir algún tiempo antes dereintegrarse de esos gastos, toma dinero a préstamo,es evidente que para pagar el interés de ese dinero severá obligado a beneficiarse a costa del curtidor y delganadero; pero como este beneficio es imposible sincometer fraude, el interés recaerá sobre el desdichadozapatero, y lo arruinará en definitiva.

He puesto como ejemplo un caso imaginario y deuna sencillez fuera de lo natural, pues no hay socie-dad humana que esté reducida a tres funciones. La so-ciedad menos civilizada obliga a numerosas industrias.

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Hoy, el número de funciones industriales (y entiendopor función industrial toda función útil) asciende qui-zás a más de mil. Pero cualquiera que sea el númerode funcionarios, la ley económica sigue siendo la mis-ma.Para que el productor viva, es preciso que con su sa-lario pueda readquirir su producto.

Los economistas no pueden ignorar este principiorudimentario de su pretendida ciencia. ¿Por qué, pues,se obstinan en sostener la propiedad, la desigualdadde los salarios, la legitimidad de la usura, la licitud dellucro, cosas todas que contradicen la ley económica yhacen imposibles las transacciones? Un intermediarioadquiere primeras materias por valor de 100.000 fran-cos; paga 50.000 por salarios y mano de obra, y luegopretende obtener 200.000 del producto. Es decir, quierebeneficiarse a costa de la materia y del trabajo de susobreros; pero si el que facilitó esas primeras materiasy los trabajadores que las transformaron no puedenreadquirir con la suma total de sus salarios lo mismoque para el mediador produjeron, ¿cómo pueden vivir?Explicaré minuciosamente esta cuestión; los detallesson en este punto necesarios.

Si el obrero recibe por su trabajo un salario mediode tres francos por día, para que el patrono gane algu-na cosa es necesario que al revender, bajo la forma de

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mercancía, la jornada de su obrero, cobre por ella másde tres francos. El obrero no puede, por tanto, adquirirlo que él mismo ha producido por cuenta del capitalis-ta.

Esto ocurre en todos los oficios sin excepción. El sas-tre, el sombrerero, el ebanista, el herrero, el curtidor,el albañil, el joyero, el impresor, el dependiente, etcé-tera, hasta el agricultor, no pueden readquirir sus pro-ductos, ya que produciendo para un patrono, a quienen una u otra forma benefician, habrían de pagar supropio trabajo más caro que lo que por él reciben.

En Francia, 20 millones de trabajadores dedicadosal cultivo de todas las carreras de la ciencia, del artey de la industria, producen todas las cosas útiles a lavida del hombre. La suma de sus jornales equivale ca-da año hipotéticamente a 20.000 millones; pero a cau-sa del derecho de propiedad y del sinnúmero de alba-rranías, primas, diezmos, gabelas, intereses, ganancias,arrendamientos, alquileres, rentas y beneficios de todaclase, los productos son valorados por los propietariosy patronos en 25.000 millones. ¿Qué quiere decir esto?Que los trabajadores, que están obligados a adquirirde nuevo esos mismos productos para vivir, deben pa-gar como cinco lo que han producido como cuatro, oayunar un día cada cinco.

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Si hay un economista capaz de demostrar la falsedadde este cálculo, lo invito a que lo haga y, en ese caso,mecomprometo a retractarme de cuanto he dicho contrala propiedad.

Examinemos entretanto las consecuencias de estebeneficio. Si el salario del obrero fuese el mismo entodas las profesiones, el déficit ocasionado por la de-tracción del propietario se haría notar igualmente entodas ellas; pero la causa del mal se habría manifestadocon tal evidencia, que hace tiempo hubiese sido adver-tida y reprimida. Mas como en los salarios, desde el delbarrendero hasta el del ministro, impera la misma de-sigualdad que en las propiedades, sigue la expoliaciónun movimiento de repercusión del más fuerte al másdébil, por el cual el trabajador sufre mayor número deprivaciones cuantomás bajo está en la escala social, cu-ya última clase se ve literalmente desnuda y devoradapor las demás.

Los trabajadores no pueden comprar ni los lienzosque tejen, ni los muebles que construyen, ni los meta-les que forjan, ni las piedras preciosas que tallan, ni lasestampas que graban; no pueden procurarse el trigoque siembran, ni el vino que hacen, ni la carne de losanimales que pastorean; no les está permitido habitaren las casas que edifican, asistir a los espectáculos que

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sufragan, dar a su cuerpo el descanso que necesitan. Yesto es así porque para disfrutar de todo ello tendríanque adquirirlo a precio de coste, y el derecho de alba-rranía se lo impide. Debajo de las lujosas muestras deesos almacenes suntuosos que su indigencia admira, eltrabajador lee en gruesos caracteres:Todo esto es obratuya y carecerás de ello. ¡Sic VOS non vobis!

Todo industrial que hace trabajar a 1.000 obreros ygana con cada uno de ellos un céntimo por día, es unhombre que ocasiona la miseria de 1.000 obreros. To-do explotador ha jurado mantener el pacto del hambre.Pero el pueblo carece hasta de ese trabajo, mediante elcual la propiedad lo aniquila. ¿Y por qué? Porque lainsuficiencia del salario obliga a los obreros al acapa-ramiento del trabajo, y antes de ser diezmados por lamiseria, se diezman ellos mismos por la concurrencia.Conviene tener presente esta verdad.

Si el salario del obrero no le permite adquirir su pro-ducto, claro es que el producto no es para el productor.¿Para quién se reserva en ese caso? Para el consumidorrico, es decir, solamente para una pequeña parte de lasociedad. Pero cuando toda la sociedad trabaja, produ-ce para toda la sociedad; luego si sólo una parte de lasociedad consume, es a cambio de que el resto perma-nezca inactivo. Y estar en esa inactividad es perecer,

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tanto para el trabajador como para el propietario; esimposible salir de esta conclusión.

El espectáculo más desolador que puede imaginarsees ver a los productores rebelarse y luchar contra esanecesidad matemática, contra ese poder de los núme-ros, que sus propios prejuicios impiden conocer.

Si 100.000 obreros impresores pueden proveer alconsumo literario de 34 millones de hombres, y el pre-cio de los libros sólo es accesible a una tercera parte delos consumidores, es evidente que esos 100.000 obrerosproducirán tres veces más de lo que los libreros pue-den vender. Para que la producción de los primerosno sobrepase nunca las necesidades del consumo, serápreciso, o que de tres días no trabajen más que uno, oque se releven por terceras partes cada semana, cadames o cada trimestre, es decir, que no vivan durantedos tercios de su vida. Pero la industria bajo la influen-cia capitalista no procede con esta regularidad: es enella de esencia producir mucho en poco tiempo, pues-to que cuanto mayor sea la masa de productos y másrápida la ejecución, más disminuye el precio de fabri-cación de cada ejemplar. Al primer síntoma de escasezde productos, los talleres se llenan de operarios, todoel mundo se pone en movimiento; entonces el comer-cio es próspero, y gobernantes y gobernados aplauden.

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Pero cuanto mayor es la actividad invertida, mayor esla ociosidad forzosa que se avecina; pronto la risa seconvertirá en llanto. Bajo el régimen de propiedad, lasflores de la industria no sirven más que para tejer co-ronas funerarias. El obrero que trabaja cava su propiafosa.

Aun cuando el taller se cierre, el capital sigue deven-gando interés. El propietario, para cobrarlo, procura atodo trancemantener la producción disminuyendo susgastos. Como consecuencia, vienen las rebajas del sa-lario, la introducción de las máquinas, la intrusión deniños y mujeres en los oficios de los hombres, la depre-ciación de la mano de obra y la mala fabricación. Aúnse produce, porque la disminución de los gastos faci-lita la venta del producto; pero no se continúa muchotiempo, pues fundándose la baratura del precio de cos-te en la cuantía y la celeridad de la producción, la po-tencia productiva tiende más que nunca a sobrepasarel consumo. Y cuando la producción se modera antetrabajadores cuyo salario apenas basta para el diariosustento, las consecuencias del principio de propiedadson horrorosas. No hay economía, ni ahorro, ni recur-so alguno que les permita vivir un día más. Hoy se cie-rra el taller, mañana ayunarán en medio de la calle, al

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otro día morirán de hambre en el hospital o comeránen la cárcel.

Nuevos accidentes vienen a complicar esta espan-tosa situación. A consecuencia de la acumulación demercancías y de la extremada disminución de precio,el industrial se ve muy pronto en la imposibilidad desatisfacer los intereses de los capitales que maneja. En-tonces, los accionistas, alarmados, se apresuran a reti-rar sus fondos, la producción se suspende totalmente,el trabajo se interrumpe. Hay quien se extraña de quelos capitales huyan del comercio para precipitarse enla Bolsa, y hasta M. Blanqui se ha lamentado amarga-mente de la ignorancia y la ligereza de los capitalistas.La causa de este movimiento de los capitales es muysencilla; pero por eso mismo un economista no podíaadvertirla, o mejor dicho, no debía decirla. Esta causareside únicamente en la concurrencia.

Llamo concurrencia no solamente a la rivalidad dedos industrias de una misma clase, sino al esfuerzo ge-neral y simultáneo de todas ellas para imponerse unasa otras. Este esfuerzo es hoy tan intenso, que el preciode las mercaderías apenas puede cubrir los gastos defabricación y de venta. De suerte que, descontados lossalarios de todos los trabajadores, no queda nada, niaun el interés para los capitalistas.

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La causa primera de la paralización comercial e in-dustrial es, por tanto, el interés de los capitales, ese in-terés que la antigüedad designó con el infame nombrede usura cuando sirve para pagar el precio del dine-ro, pero que nadie se ha atrevido a condenar bajo lasdenominaciones de alquiler, arriendo o beneficio, co-mo si la especie de las cosas prestadas pudiese nuncalegitimar el precio del préstamo, el robo.

La cuantía de la albarranía que percibe el capitalistadeterminará siempre la frecuencia y la intensidad delas crisis comerciales. Conocida la primera, será fácildeterminar las últimas, y recíprocamente. ¿Queréis sa-ber cuál es el regulador de una sociedad? Informaosde la masa de los capitales activos, es decir, que deven-guen interés, y de la tasa legal de ese interés. El cursode los acontecimientos no será más que una serie dequiebras, cuyo número e importancia estarán en razóndirecta de la acción de los capitales.

El aniquilamiento de la sociedad es unas veces in-sensible y permanente y otras periódico y brusco. Estodepende de las varias formas que la propiedad reviste.En un país de propiedad parcelaria y de pequeña in-dustria, los derechos y las pretensiones de cada unose compensan mutuamente; la potencia usurpadora esmuy débil; allí, en rigor de verdad, la propiedad no exis-

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te, puesto que el derecho de albarranía apenas se ejer-cita. La condición de los trabajadores, en cuanto a losmedios de subsistencia, es pocomás omenos lo mismoque si hubiera entre ellos igualdad absoluta; carecen detodas las ventajas de una verdadera asociación, peroal menos sus existencias no están amenazadas. Apar-te de algunas víctimas aisladas del derecho de propie-dad, cuya causa primera es desconocida para todos, lasociedad vive tranquila en el seno de esta especie deigualdad; pero es de advertir que está en equilibrio so-bre el filo de una espada, y el menor impulso la harácaer con estrépito.

De ordinario, el movimiento de la propiedad se loca-liza. Por una parte, la renta se detiene en un límite fijo;por otra, a consecuencia de la concurrencia y del exce-so de producción, el precio de las mercancías industria-les se estaciona; de modo que la situación del labradores siempre la misma, y sólo depende de la regularidadde las estaciones. Es, por tanto, en la industria donde senota principalmente la acción devoradora de la propie-dad. Por esto ocurre con frecuencia lo que llamamoscrisis industriales, y no existen apenas crisis agrícolas,pues mientras el colono es devorado lentamente porel derecho de albarranía, el industrial es engullido deuna vez. De aquí las huelgas en las fábricas, las ruinas

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de las grandes fortunas, la miseria de la clase obrera,gran parte de la cual va ordinariamente a morir en lavía pública, en los hospitales, en las cárceles y en lospresidios.

Resumamos esta proposición:La propiedad vende al trabajador el producto más

caro de lo que por él le paga, luego es imposible.

Apéndice a la quinta proposición

I. Algunos reformadores, y la mayor parte misma delos publicistas que, sin pertenecer a ninguna escuela,se ocupan de mejorar la suerte de la clase más numero-sa y más pobre, cuentan mucho hoy sobre una mejororganización del trabajo. Los discípulos de Fourier, so-bre todo, no cesan de gritarnos: ¡Al falansterio! al mis-mo tiempo que se desencadenan contra la tontería y elridículo de las otras sectas. Son ellos una media doce-

2 Teniendo Fournier que multiplicar un número entero poruna fracción, no dejaba nunca, se dice, de hallar un producto mu-cho mayor que el multiplicando. Afirma que en armonía el mercu-rio sería solidificado a una temperatura por encima de cero; es co-mo si hubiese dicho que los armonistas harían hielo ardiente. Pre-guntaba a un falansteriano de mucho ingenio lo que pensaba deesta física: No sé —me respondió—, pero creo. El mismo personajeno creía en la presencia real.

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na de genios incomparables que han descubierto quecinco más cuatro hacen nueve, se quitan dos y quedannueve, y que lloran sobre la ceguera de Francia, que seniega a creer en esa increíble aritmética.2

En efecto, los fourieristas se anuncian, por una par-te, como conservadores de la propiedad, del derechode albarranía, que han formulado así: A cada uno se-gún su capital, su trabajo y su talento; por otra parte,quieren que el obrero llegue al goce de todos los bie-nes de la sociedad, es decir, reduciendo su expresión,al goce integral de su propio producto. ¿No es como sidijesen a ese obrero: trabaja, tendrás 3 francos por día;vivirás con 55 céntimos, darás el resto al propietario, yhabrás consumido 3 francos?

Si ese discurso no es el resumen más exacto del sis-tema de Charles Fourier, quiero firmar con mi sangretodas las locuras falansterianas.

¿Para qué reformar la industria y la agricultura, pa-ra qué trabajar, en una palabra, si la propiedad es man-tenida, si el trabajo no puede cubrir nunca los gastos?Sin la abolición de la propiedad, la organización deltrabajo no es más que una decepción más. Cuando secuadruplique la producción, lo que después de todo nocreo imposible, sería esfuerzo perdido: si el excedentedel producto no se consume, no tiene ningún valor, y

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el propietario lo rehúsa por interés; si se consume, to-dos los inconvenientes de la propiedad reaparecen. Espreciso confesar que la teoría de las atracciones pasio-nales se encuentra aquí en falta, y que, por haber que-rido armonizar la pasión de la propiedad, pasión mala,diga lo que diga Fourier, ha arrojado una viga en lasruedas de su carreta.

El absurdo de la economía falansteriana es tan bur-do que muchas gentes sospechan que Fourier, a pesarde todas sus reverencias ante los propietarios, ha sidoun adversario oculto de la propiedad. Esta opinión sepuede sostener por razones falaces; sin embargo yo nopodría compartirla. La parte del charlatanismo seríademasiado grande en este hombre, y la buena fe dema-siado pequeña. Me gusta más creer en la ignorancia,por otra parte confirmada, de Fourier, que en su do-blez. En cuanto a sus discípulos, antes de que se puedaformular ninguna opinión acerca de ellos, es necesarioque declaren de una buena vez, categóricamente, y sinrestricción mental, si entienden, sí o no, conservar lapropiedad, y lo que significa la famosa divisa: A cadauno según su capital, su trabajo y su talento.

II. Pero, observará algún propietario semiconverti-do, ¿no sería posible, al suprimir la banca, las rentas,los arriendos, los alquileres, todas las usuras, la propie-

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dad en fin, repartir los productos en proporción de lascapacidades? Ése era el pensamiento de Saint-Simon,ése fue el de Fourier, es el anhelo de la conciencia hu-mana, y no se atrevería decentemente a hacer vivir aun ministro como a un campesino.

¡Ah! ¡Midas, qué largas son tus orejas! ¡Qué! ¡nocomprenderás nunca que superioridad de salario y de-recho de albarranía es la misma cosa! Ciertamente, nofue el menor error de Saint-Simon, de Fourier y de suscorderos, el haber querido amontonar, uno la desigual-dad y la comunidad, el otro la desigualdad y la propie-dad; pero tú, hombre de cálculo, hombre de economía,hombre que sabes de memoria tus tablaslogarítmicas,¿cómo puedes equivocarte tan pesadamente? ¿No re-cuerdas ya que desde el punto de vista de la econo-mía política el producto de un hombre, cualesquieraque sean sus capacidades individuales, no vale másque el trabajo de un hombre, y que el trabajo de unhombre no vale tampoco más que el consumo de unhombre? Me recuerdas ese gran fabricante de constitu-ciones, ese pobre Pinheiro-Ferreira, el Sieyes del siglodiecinueve que, al dividir una nación en doce clasesde ciudadanos, o doce grados, como tú quieras, asig-naba a unos 100.000 francos de sueldo, a otros 80.000;después 25.000, 15.000, 10.000, etc., hasta 1.500 y 1.000

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francos, mínimo de salario de un ciudadano. Pinhei-ro amaba las distinciones, y no concebía un Estadosin grandes dignatarios como no concebía un ejérci-to sin tambores-mayores; y como también amaba ocreía amar la libertad, la igualdad, la fraternidad, ha-cía de los bienes y los males de nuestra vieja sociedadun eclecticismo con el cual componía una constitución.¡Admirable Pinheiro! Libertad hasta la obediencia pa-siva, fraternidad basta la identidad de lenguaje, igual-dad hasta el jurado y la guillotina, tal fue su ideal de larepública. Genio desconocido, de que el siglo presenteno era digno, y que la posteridad vengará.

Escucha, propietario. En realidad, la desigualdad delas facultades existe; en derecho no es admitida, no pe-sa para nada, no se supone. Basta un Newton por sigloa 30millones de hombres; el psicólogo admira la rarezade un genio tan bello, el legislador no ve más que la ra-reza de la función. Ahora bien, la rareza de la funciónno crea un privilegio en beneficio del funcionario, yeso por varias razones, todas igualmente perentorias.

1°) La rareza del genio no ha sido, en las intencionesdel creador, un motivo para que la sociedad se pusiesede rodillas ante el hombre dotado de facultades emi-nentes, sino un medio providencial para que cada fun-ción fuese cumplida para la mayor ventaja de todos.

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2°) El talento es una creación de la sociedad muchomás que un don de la naturaleza; es un capital acumu-lado, del cual el que lo recibe no es más que el depo-sitario. Sin la sociedad, sin la educación que da y susrecursos poderosos, el más hermoso natural quedaría,en el género mismo que debe constituir su gloria, pordebajo de las capacidades más mediocres. Cuanto másvasto es el saber de un mortal, más bella es su ima-ginación, más fecundo su talento, más costosa ha sidotambién su educación,más brillantes ymás numerososfueron también sus antecesores y modelos, más gran-de es su deuda. El labrador produce al salir de la cunay hasta el borde de la tumba, los frutos del arte y de laciencia son tardíos y raros, a menudo el árbol pereceantes de quemadure. La sociedad, al cultivar el talento,hace sacrificio a la esperanza.

3°) La medida de comparación no existe: la desigual-dad de los talentos no es, bajo condiciones iguales dedesarrollo, más que la especialidad de los talentos.

4°) La desigualdad de los sueldos y salarios, lo mis-mo que el derecho de albarranía, es económicamenteimposible. Supongo el caso más favorable, aquel enque todos los trabajadores han proporcionado su má-ximo de producción: para que el reparto de los produc-tos entre ellos sea equitativo, es preciso que la parte

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de cada uno sea igual al cociente de la producción di-vidido por el número de los trabajadores. Hecha estaoperación, ¿qué queda para completar los sueldos su-periores? Absolutamente nada.

¿Se dirá que hay que deducir una contribución so-bre todos los trabajadores? Pero entonces su consumono será igual a su producción, el salario no pagará elservicio productivo, el trabajador no podrá rescatar suproducto, y volveremos a incurrir en todas las mise-rias de la propiedad. No hablo de la injusticia hecha altrabajador despojado, de las rivalidades, de las ambi-ciones excitadas, de los odios encendidos: todas estasconsideraciones pueden tener su importancia, pero novan derechamente al hecho.

Por una parte, siendo corta y fácil la tarea de cadatrabajador, y siendo iguales los medios para realizarlacon éxito, ¿cómo habría grandes y pequeños producto-res? Por otra parte, siendo las funciones todas igualesentre sí, sea por la equivalencia real de los talentos y delas capacidades, sea por la cooperación social, ¿cómopodría argumentar un funcionario sobre la excelenciade su genio para reclamar un salario proporcional?

Pero ¿qué digo? en la igualdad los salarios son siem-pre proporcionales a las facultades. ¿Qué es el salarioen economía?, es lo que compone el consumo repro-

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ductivo del trabajador. El acto mismo por el cual el tra-bajador produce es pues ese consumo, igual a su pro-ducción, que se le pide: cuando el astrónomo produceobservaciones, el poeta versos, el sabio experiencias,consumen instrumentos, libros, viajes, etc., etc.; ahorabien, si la sociedad provee a ese consumo, ¿qué otraproporcionalidad de honorarios podrían exigir el as-trónomo, el sabio, el poeta? Concluyamos pues que enla igualdad, y sólo en la igualdad, halla su plena y en-tera aplicación el adagio de Saint-Simon: A cada unosegún su capacidad, a cada capacidad según sus obras.

III. La gran llaga, la llaga horrible y siempre abier-ta de la propiedad, es que con ella la población, cual-quiera que sea la cantidad en que se la reduzca, siguesiendo siempre y necesariamente superabundante. Entodos los tiempos hubo quejas sobre el exceso de po-blación; en todos los tiempos se ha encontrado la pro-piedad molestada por la presencia del pauperismo, sinapercibirse de que sólo ella era la causa del mismo: asínada más curioso que la diversidad de los medios queella ha imaginado para extinguirlo. Lo atroz y lo absur-do se disputan en eso la palma.

La exposición de los niños fue la práctica constantede la antigüedad. El exterminio en grande y en deta-lle de los esclavos, la guerra civil y extranjera, presta-

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ron también su ayuda. En Roma, donde la propiedadera fuerte e inexorable, esos tres medios fueron tan-to tiempo y tan eficazmente empleados, que al fin elimperio se encontró sin habitantes. Cuando los bárba-ros llegaron, no encontraron a nadie: los campos noeran ya cultivados; la hierba crecía en las calles de lasciudades italianas.

En China, desde tiempo inmemorial, es el hambreel que se ha encargado del barrido de los pobres. Sien-do el arroz casi la subsistencia del pueblo pequeño, unaccidente hace fracasar la cosecha y en pocos días elhambremata a los habitantes pormiríadas; y el manda-rín historiógrafo escribe en los anales del imperio delcentro que en tal año de tal emperador, una penuriallevó 2, 30, 50, 100.000 habitantes. Después se entierraa los muertos, se vuelve a hacer hijos, hasta que otrapenuria produce el mismo resultado. Tal parece habersido en todo tiempo la economía confuciana.

Tomo los siguientes detalles de un economista mo-derno:

“Desde los siglos catorce y quince, Inglaterra es de-vorada por el pauperismo; se dictan leyes de sangrecontra los mendigos” (sin embargo su población no erala cuarta parte de la que es hoy).

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“Eduardo prohíbe hacer limosnas, bajo pena de pri-sión… Las ordenanzas de 1547 y 1656 prestan disposi-ciones análogas en caso de reincidencia. Isabel ordenaque cada parroquia alimentará a sus pobres. Pero ¿quées un pobre? Carlos II decide que una residencia nopuesta en discusión de 40 días comprueba el estableci-miento en la comuna; pero se replica, y el recién lle-gado es forzado a desaparecer. Jacobo II modifica esadecisión, modificada de nuevo por Guillermo. En me-dio de los exámenes, de las relaciones, de las modifi-caciones, el pauperismo crece, el obrero languidece ymuere.

“La tasa de los pobres, en 1774, sobrepasa los 40millones de francos; en 1783, 1784, 1785, han costa-do, por cada año común, 53 millones; en 1813, más de187.500.000 francos; en 1816, 250 millones, en 1817, sesupone que cuestan 317 millones.

“En 1821, la masa de los pobres inscritos en las pa-rroquias era calculada en 4 millones, es decir, de la ter-cera a la cuarta parte de la población.

“Francia. En 1544, Enrique I instituye una tarifa delimosna para los pobres, con obligación de pagarla. En1566 y en 1586 se recuerda el principio aplicándolo atodo el reino.

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“Bajo Luis XIV, 40.000 pobres infestaban la capital(tantos, en proporción, como hoy). Ordenanzas seve-ras fueron dictadas acerca de la mendicidad. En 1740el Parlamento de París reproduce por su iniciativa lacotización forzada.

“La Constituyente, asustada de la magnitud del maly de las dificultades del remedio, ordena el statu quo.

“La Convención proclama como deuda nacional laasistencia a la pobreza. Su ley permanece sin ejecu-ción.

“Napoleón quiere también remediar el mal: el pensa-miento de su ley es la reclusión. «Por ese medio, decía,preservaré a los ricos de la importunidad de los mendi-gos y de la visión disgustante de las enfermedades dela alta miseria.»” ¡Oh, gran hombre!

De estos hechos, que podría multiplicar mucho más,resultan dos cosas: una que el pauperismo es indepen-diente de la población, otra que todos los remedios en-sayados para extinguirlo han quedado sin eficacia.

“El catolicismo fundó hospitales, conven-tos, mandó que se hiciesen limosnas, esdecir estimuló la mendicidad; su genio, alhablar por boca de sus sacerdotes, no fuemuy lejos”.

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El poder secular de las naciones cristianas ordenótanto impuestos sobre los ricos, como la expulsión yla encarcelación de los pobres, es decir, por un ladola violación del derecho de propiedad, y por otro lamuerte civil y el asesinato.

Los modernos economistas, imaginándose que lacausa del pauperismo está toda ella en la superabun-dancia de población, se han dedicado sobre todo a com-primir su florecimiento. Los unos quieren que se impi-da el matrimonio al pobre, de manera que después dehaber declamado contra el celibato religioso, se pro-pone un celibato forzado, que se convertirá necesaria-mente en un celibato libertino.

Los otros no aprueban ese medio, demasiado violen-to, y que quitan, dicen, al pobre el cínico placer queconoce en el mundo. Quisieran solamente que se le re-comendase la prudencia; es la opinión de los señoresMalthus, Sismondi, Say, Droz, Duchátel, etcétera.

Además, sería oportuno explicarse categóricamen-te sobre esa prudencia matrimonial que se recomien-da tan insistentemente al obrero; porque aquí hay quetemer el más molesto de los equívocos, y sospechoque los economistas no son entendidos perfectamen-te. “Eclesiásticos poco ilustrados se alarman cuando sehabla de llevar la prudencia al matrimonio; temen que

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ello vaya contra la orden divina: creced y multiplicaos.Para ser consecuentes, deberán dirigir la anatema a loscelibatarios.” (J. Droz, Economie politique).

El señor Droz es demasiado honesto y demasiadopoco teólogo para haber comprendido la causa de lasalarmas de los casuistas, y esa casta ignorancia es elmás bello testimonio de la pureza de su corazón. Lareligión no ha estimulado nunca la precocidad de losmatrimonios, y la especie de prudencia que ella censu-ra es la expresada en este latín de Sanchez: An licet obmetum liberorum semen extra vas ejicere.

Destutt de Tracy parece no acomodarse ni a una nia otra prudencia; dice: “Confieso que no comparto elcelo de los moralistas para disminuir y estorbar nues-tros placeres más que el de los políticos para acrecen-tar nuestra fecundidad y acelerar nuestra multiplica-ción”. Su opinión es pues que se haga el amor y se casetodo lo que se pueda. Pero las consecuencias del amory del matrimonio son el hacer pulular la miseria; nues-tro filósofo no se atormenta por ello. Fiel al dogma dela necesidad del mal, es del mal del que espera la so-lución de todos los problemas. También añade: “Conti-nuando la multiplicación de los hombres en todas lasclases de la sociedad, lo superfluo de las primeras esnecesariamente rechazado hacia las clases inferiores,

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y lo de las últimas es destruido por la miseria”. Esta fi-losofía cuenta pocos partidarios abnegados; pero tienesobre cualquier otra la ventaja innegable de ser demos-trada por la práctica. Es también lo que Francia ha que-rido profesar antes en la Cámara de Diputados: Habrásiempre pobres —tal es el aforismo político con el cualel ministro ha pulverizado la argumentación del señorArago—. Habrá siempre pobres. Sí, con la propiedad.

Los fourieristas, inventores de tantas maravillas, nopodían, en esta ocasión, mentir a su carácter. Han in-ventado pues cuatro medios para detener, a voluntad,el florecimiento de la población.

1°) El vigor de las mujeres. La experiencia les es con-traria en este punto; porque si las mujeres vigorosasno son siempre las más prontas para concebir, al me-nos son las que tienen hijos más viables, de suerte quela ventaja de maternidad es suya.

2°) El ejercicio integral, o desarrollo igual de todas lasfacultades psíquicas. Si ese desarrollo es igual, ¿cómose aminoraría la potencia de la reproducción?

3°) El régimen gastrosófico, en francés filosofía delgaznate. Los fourieristas afirman que una alimenta-ción lujuriante y copiosa haría estériles a las muje-res, como una superabundancia de savia hace las floresmás ricas y más bellas al hacerlas abortar. Pero la ana-

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logía es falsa: el aborto de las flores viene del hecho deque los estambres u órganosmachos son cambiados enpétalos, como se puede persuadir uno al inspeccionaruna rosa, y porque por el exceso de humedad el polvofecundante ha perdido su virtud prolífica. Para que elrégimen gastrosófico produzca los resultados que de élse esperan, no basta pues engordar a las hembras, hayque hacer impotentes a los machos.

4°) Las costumbres fanerógamas, o el concubinato pú-blico: yo ignoro por qué los falansterianos empleanpalabras griegas para expresar ideas que tienen buenequivalente en francés. Este medio, así como el pre-cedente, es imitado de los procedimientos civilizados:Fourier cita él mismo como prueba el ejemplo de lasprostitutas. Ahora bien, la mayor incertidumbre reinatodavía sobre los hechos que alega; es lo que dice for-malmente Parent Duchátelet, en su libro sobre la Pros-titución.

Según las informaciones que he podido recoger, losremedios al pauperismo y a la fecundidad, indicadospor el uso constante de las naciones, por la filosofía,

3 Hoc inter se differunt onanismus et manuspratio, nempequod haec a solitario exercetur, ille autem a duobos reciprocatur,masculo scilicet et faemina. Porro foedam onanismi venerem luden-tes uxoria mariti habent nunc ominum suavissimam.

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por la economía política y por los reformadores másrecientes, son comprendidos en la lista siguiente: mas-turbación, onanismo,3 pederastia, tribadismo, polian-dria,4 prostitución, castración, reclusión, aborto, infan-ticidio.5

La insuficiencia de todos estos medios ha sido pro-bada, y sólo queda su proscripción.

Por desgracia, la proscripción, al destruir a los po-bres, no haría más que acrecentar la proporción. Si elinterés obtenido por el propietario sobre el productoes solamente igual a la vigésima parte de ese producto(según la ley, es igual al vigésimo del capital), se siguede ahí que 20 trabajadores no producen más que 19,porque hay uno entre ellos que se llama propietario yque come la parte de dos. Supongamos que el trabaja-dor vigésimo, el indigente, sea muerto, la producción

4 Poliandria, pluralidad de maridos.5 El infanticidio acaba de ser pedido públicamente en Ingla-

terra, en un folleto cuyo autor se da como discípulo de Malthus.Propone una masacre anual de inocentes en todas las familias cu-ya progenie supere el número fijado por la ley: y pide que sea des-tinado a la sepultura especial de los supernumerarios un cemen-terio magnífico, adornado de estatuas, de bosquecillos, de chorrosde agua, de flores. Las madres irían a ese lugar de delicias a soñarcon la dicha de esos angelitos, y volverían consoladas para hacerotros a quienes se haría seguir la misma suerte.

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del año siguiente habrá disminuido en una vigésimaparte; por consiguiente, el decimonono tendrá que ce-der su porción y perecer. Porque, como no es el vigé-simo del producto de 19 lo que debe ser pagado al pro-pietario, sino el vigésimo del producto de 20 (véase latercera proposición), es un vigésimo más un 400 avode su producto lo que cada sobreviviente debe cerce-narse; en otros términos, es un hombre sobre 19 al quehay que matar. Por tanto, con la propiedad, cuantosmás pobres se matan, más renacen en proporción.

Malthus, que ha probado tan sabiamente que la po-blación crece en una progresión geométrica, mientrasque la producción no aumenta más que en progresiónaritmética, no ha observado esa potenciapauperizantede la propiedad. Sin esta omisión, hubiese comprendi-do que antes de tratar de reprimir nuestra fecundidad,hay que comenzar por abolir el derecho de albarranía,porque allí donde ese derecho es tolerado, cualesquie-ra que sean la extensión y la riqueza del suelo, haysiempre demasiados habitantes.

Se pedirá quizá qué medio propondría yo para man-tener el equilibrio de la población: porque tarde o tem-prano ese problema deberá ser resuelto. Estemediomepermitirá el lector que no lomencione aquí. Porque, se-gúnmi opinión, no es decir nada si no se prueba: ahora

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bien, para exponer en toda su verdad el medio de quehablo, no me haría falta menos que un tratado en lasformas. Es algo tan simple y tan grande, tan común ytan noble, tan verdadero y tan desconocido, tan santo ytan profano, que llamarlo, sin desarrollo y sin pruebas,no serviría más que para promover el desprecio y la in-credulidad. Que nos baste una cosa: establezcamos laigualdad, y veremos aparecer ese remedio; porque lasverdades se siguen del mismo modo que los errores ylos crímenes.

Sexta proposición: La propiedad esimposible, porque es madre de latiranía

¿Qué es el Gobierno? El Gobierno es la economíapública, la administración suprema de la actividad yde la riqueza de toda la nación.

Pero la nación es como una gran sociedad de la quetodos los ciudadanos son accionistas. Cada uno tienevoz en la Asamblea, y si las acciones son iguales, debeposeer un voto. Pero en el régimen de la propiedad, lasparticipaciones de los accionistas son desiguales. Hayquien tiene derecho a varios centenares de votos, mien-

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tras otros sólo tienen uno. Si yo, por ejemplo, disfrutode un millón de renta, es decir, si soy propietario deuna fortuna de 30 ó 40 millones en bienes inmuebles, yesta fortuna equivale a 1/30.000 del capital nacional, esevidente que la superior administración de la fortunaequivale a 1/30.000 parte del Gobierno, y si la nacióncuenta 34 millones de habitantes, yo solo valgo tantocomo 1.133 poseedores de una sola acción.

Así, cuandoM. Arago pide el sufragio para todos losguardias nacionales se ajusta a los buenos principios,porque a todo ciudadano corresponde, por lo menos,una acción nacional, la cual le da derecho a un voto.Pero el ilustre orador debería pedir, al mismo tiempo,que cada elector tuviera tantos sufragios como accio-nes, de la misma manera que se practica, según todossabemos, en las sociedades mercantiles. Porque lo con-trario sería pretender que la nación tuviese derecho adisponer de los bienes de los particulares sin consul-tarlos, y esto es contrario al derecho de propiedad. Enun país donde impera la propiedad, la igualdad de losderechos electorales es una violación de la propiedad.

Pero si la soberanía puede y debe atribuirse a cadaciudadano en razón de su propiedad, los pequeños ac-cionistas están a merced de los más fuertes, quienespodrán, cuando quieran, hacer de aquéllos sus escla-

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vos, casarlos a su voluntad, quitarles sus mujeres, cas-trar a sus hijos, prostituir a sus hijas, tirar al mar alos viejos, y a esto habrán de llegar forzosamente en laimposibilidad de sostener a todos sus servidores.

La propiedad es incompatible con la igualdad políti-ca y civil, luego la propiedad es imposible.

Comentario histórico. 1°) Cuando fue decretado porlos estados generales de 1789 el doblamiento del terciofue perpetrada una gran violación de la propiedad. Lanobleza y el clero poseían por sí solos los tres cuartosdel suelo francés; la nobleza y el clero debían formarlas tres cuartas partes de la representación nacional.El doblamiento del tercio era justo, se dice, porque elpueblo pagaba casi solo los impuestos. Esta razón seríabuena, si no se hubiese tratado más que de votar sobrelos impuestos; pero se hablaba de reformar el gobiernoy la constitución; por eso el doblamiento del tercio erauna usurpación y un ataque a la propiedad.

2°) Si los representantes actuales de la oposición ra-dical llegaban al poder, harían una reforma por la cualtodo guardia nacional sería elector, y todo elector ele-gible: ataque a la propiedad.

Convertirían la renta: ataque a la propiedad.Harían, en el interés general, leyes sobre la exporta-

ción de ganados y de trigos: ataque a la propiedad.

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Cambiarían gratuitamente la instrucción entre elpueblo: conjuración contra la propiedad.

Organizarían el trabajo, es decir, asegurarían el tra-bajo al obrero y le harían participar en los beneficios:abolición de la propiedad.

Ahora bien, esos mismos radicales son defensorescelosos de la propiedad, prueba radical de que no sabenni lo que hacen ni lo que quieren.

3°) Puesto que la propiedad es la gran causa del privi-legio y del despotismo, la fórmula del juramento repu-blicano debe ser cambiada. En lugar de: Juro odio a larealeza, en lo sucesivo el recipiendario de una sociedadsecreta debe decir: Juro odio a la propiedad.

Séptima proposición: La propiedad esimposible porque al consumir lo querecibe, lo pierde; al ahorrarlo,loanula y al capitalizarlo, lo empleacontra la producción.

Si consideramos, como los economistas, al trabaja-dor cual una máquina viviente, el salario que recibevendrá a representar el gasto necesario para la conser-

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vación y reparación de su máquina. Un industrial quepague a sus empleados y obreros 3, 5, 10 y 15 francospor día y que se adjudique a sí mismo 20 francos por sudirección, no cree perdidos sus desembolsos, porquesabe que reingresarán en su caja en forma de produc-tos. Así, trabajo y consumo reproductivo son unamismacosa.

¿Qué es el propietario? Una máquina que no funcio-na, o que, si funciona por gusto y según capricho, noproduce nada. ¿Qué es consumir propietariamente? Esconsumir sin trabajar, consumir sin producir. Porqueaun lo que el propietario consume como trabajador, nisiquiera es consumo productivo; pero nunca da su tra-bajo a cambio de su propiedad, ya que en ese caso deja-ría de ser propietario. Si consume como trabajador elpropietario gana, o por lo menos no pierde nada, por-que recobra lo gastado; si consume propietariamente,se empobrece. Para disfrutar la propiedad, es necesa-rio destruirla. Para ser efectivamente propietario, espreciso dejar de serlo.

El trabajador que consume su salario es una máqui-na que produce; el propietario que consume su alba-rranía es un abismo sin fondo, un arenal que se riega,una roca en la que se siembra. Todo esto es tan cierto,que el propietario, no queriendo o no sabiendo produ-

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cir, y conociendo que amedida que usa de la propiedadla destruye irreparablemente, ha tomado el partido deobligar a otros a producir en su lugar. Esto es lo que laeconomía política llama producir por su capital, produ-cir por su instrumento. Y esto es lo que hay que llamarproducir por un esclavo, producir como ladrón y como ti-rano. ¡Producir el propietario!… También el ratero bienpuede decir: —Yo produzco.

El consumo del propietario se denomina lujo, enoposición al consumo útil. Por lo dicho se compren-de que puede haber gran lujo en una nación, sin quepor ello sea más rica, y que, por el contrario, será tan-to más pobre cuanto más lujo haya. Los economistas(preciso es hacerles justicia) han inspirado tal horroral lujo que, al presente, gran número de propietarios,por no decir casi todos, avergonzados de su ociosidad,trabajan, ahorran, capitalizan. Esto es acrecentar el da-ño.

He de repetir lo que ya he dicho, aun a riesgo deser pesado. El propietario que cree justificar sus ren-tas trabajando y percibe remuneración por su trabajoes un funcionario que cobra dos veces. He aquí todala diferencia que existe entre el propietario ocioso yel propietario que trabaja. Por su trabajo, el propieta-rio sólo gana su salario, pero no sus rentas. Y como

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su condición económica le ofrece una ventaja inmen-sa para dedicarse a las funciones más lucrativas, puedeafirmarse que el trabajo del propietario es más perju-dicial que útil a la sociedad. Haga lo que haga el pro-pietario, el consumo de sus rentas es una pérdida realque sus funciones retribuidas no reparan ni justifican,y que destruiría la propiedad si no fuese necesariamen-te compensada con una producción ajena.

El propietario que consume, aniquila, por tanto, elproducto. Pero todavía es peor que se dedique al aho-rro. Las monedas que guardan sus arcas pasan a otromundo; no se las vuelve a ver jamás. Si hubiera comu-nicación con la luna y los propietarios se dedicasen allevar allí sus ahorros, al cabo de algún tiempo nuestroplaneta sería transportado por ellos a dicho satélite.

El propietario que economiza impide gozar a los de-más, sin lograr disfrute para sí mismo. Para él ni po-sesión ni propiedad. Como el avaro, guarda su tesoroy no lo usa. Por mucho que lo mire y remire, lo vigiley lo acompañe, las monedas no parirán más monedas.No hay propiedad completa sin disfrute, ni disfrute sinconsumo, ni consumo sin pérdida de la propiedad. Tales la inflexible necesidad a que por voluntad de Diostiene que someterse el propietario. ¡Maldita sea la pro-piedad!

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El propietario que capitaliza su renta, en vez de con-sumirla, la emplea contra la producción, y por esto ha-ce imposible el ejercicio de su derecho. Cuanto másaumente el importe de los intereses que ha de recibir,más tiene que disminuir los salarios, y cuanto más dis-minuya los salarios (lo que equivale a aminorar la con-servación y reparación de lasmáquinas humanas), másdisminuye la cantidad de trabajo, y con la cantidad detrabajo la cantidad del producto, y con ésta la fuentemisma de sus rentas. El siguiente ejemplo demostra-rá la verdad de esta afirmación. Supongamos que unagran posesión de tierras laborables, viñedos, casa delabor, etc., vale, con todo el material de explotación,100.000 francos, valorada al 3 por 100 de sus rentas. Sien vez de consumir éstas el propietario las aplica, noal aumento de su posesión, sino a su embellecimiento,¿podrá exigir de su colono 90 francosmás cada año porlos 3.000 que capitalizarían en otro caso? Evidentemen-te, no; porque en semejantes condiciones el colono noproducirá lo bastante y se verá muy pronto obligadoa trabajar por nada; ¿qué digo por nada?, a dar dineroencima para cumplir el contrato.

La renta no puede aumentar sino por el aumento delfondo productivo: de nada serviría cerrarlo con tapiasde mármol ni labrarlo con arados de oro. Pero como no

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siempre es posible adquirir sin cesar, añadir unas fin-cas a otras, y el propietario puede capitalizar en todocaso, resulta que el ejercicio de su derecho llega a ser,en último término, fatalmente imposible. A pesar deesta imposibilidad, la propiedad capitaliza, y al capita-lizar multiplica sus intereses; y sin detenerme a expo-ner los numerosos ejemplos particulares que ofrece elcomercio, la industria manufacturera y la banca, citaréun hecho más grave y que afecta a todos los ciudada-nos: me refiero al aumento indefinido del presupuestodel Estado.

El impuesto es mayor cada año. Sería difícil decircon exactitud en qué parte de las cargas públicas se

6 “La posición financiera del gobierno inglés ha sido puestaal descubierto en la sesión de la Cámara de los Lores el 23 de enero;no es brillante. Desde hace varios años los gastos superan a los in-gresos y el ministerio no restablece la balanza más que con ayudade empréstitos renovados todos los años. El déficit, comprobadooficialmente para 1838 y 1839, asciende él solo a 47.500.000 fran-cos. En 1840, el excedente previsto de los gastos sobre los ingresosserá de 22.500.000 francos. Fue lord Ripon el que ha dado esas ci-fras. Lord Melbourne le ha respondido: «El noble conde ha tenidodesgraciadamente razón al declarar que los gastos públicos van encontinuo crecimiento, y, como él, debo decir que no hay que espe-rar que se pueda aplicar alguna disminución o un remedio a esosgastos»” (National, 26 de enero de 1840).

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hace ese recargo, porque ¿quién se puede alabar de co-nocer al detalle un presupuesto? Todos los días vemosen desacuerdo a losmás hábiles financistas. ¿Qué creerde la ciencia de gobernar, cuando los maestros de ellano pueden entenderse? Cualesquiera que sean las cau-sas inmediatas de esta progresión del presupuesto, locierto es que los impuestos siguen aumentando de mo-do desesperante. Todo el mundo lo ve, todo el mundolo dice, pero nadie advierte cuál es la causa primera.6Yo afirmo que lo que ocurre no puede ser de otra ma-nera y que es necesario e inevitable.

Una nación es como la finca de un gran propietarioque se llama Gobierno, al cual se abona, por la explota-ción del suelo, un canon conocido con el nombre de im-puesto. Cada vez que el Gobierno sostiene una guerra,pierde o gana una batalla, cambia el material del ejér-cito, eleva un monumento, construye un canal, abreun camino o tiende una línea férrea, contrae un nue-vo préstamo, cuyos intereses pagan los contribuyen-tes. Es decir, que el Gobierno, sin acrecentar el fondode producción, aumenta su capital activo. En una pala-bra, capitaliza exactamente igual que el propietario aquien antes me he referido.

Una vez contratado el empréstito y conocido el in-terés, no hay forma de eliminar esa carga del presu-

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puesto: para ello sería necesario que los prestamistashiciesen dimisión de sus intereses, lo cual no es admi-sible sin abandono de la propiedad; o que el Gobiernose declarase en quiebra, lo que supondría una negaciónfraudulenta del principio político; o que satisficiese ladeuda, lo que no podría hacer sino mediante otro prés-tamo; o que hiciera economías, reduciendo los gastos,cosa también imposible, porque si se contrajo el présta-mo fue por ser insuficientes los ingresos ordinarios; oque el dinero gastado por el Gobierno fuese reproduc-tivo, lo cual sólo puede ocurrir acrecentando el fondode producción, acrecentamiento opuesto a nuestra hi-pótesis; o, finalmente, sería preciso que los contribu-yentes sufragasen un nuevo impuesto para reintegrarel préstamo, cosa imposible, porque si la distribuciónde este impuesto alcanza a todos los ciudadanos, la mi-tad de ellos, por lo menos, no podrían pagarlo, y si sólose exigiese a los ricos, sería una exacción forzosa, unatentado a la propiedad. Hace ya mucho tiempo que lapráctica financiera ha demostrado que el procedimien-to de los empréstitos, aunque excesivamente dañoso,es todavía el más cómodo, el más seguro y el menoscostoso. Se acude, pues, a él; es decir, se capitaliza sincesar, se aumenta el presupuesto.

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Por consiguiente, lejos de reducirse el presupuesto,cada vez será mayor: éste es un hecho tan sencillo, tannotorio, que es extraño que los economistas, a pesarde todo su talento, no lo hayan advertido. Y si lo hannotado, ¿por qué no lo han denunciado?

Comentario histórico. — Hay mucha preocupaciónhoy por una operación de las finanzas de la que seespera un gran resultado para el desgravamiento delpresupuesto; se trata de la conversión de la renta del 5por 100. Dejando de lado la cuestión político-legal pa-ra no ver más que la cuestión financiera, ¿no es verdadque, cuando se haya convertido el 5 por 100 en 4 porciento, habrá más tarde, y por las mismas razones y lasmismas necesidades, que convertir el 4 en 3, despuésel 3 en 2, luego el 2 en 1, y después, al fin, abolir todaespecie de renta? Pero eso equivaldría, de hecho, a de-cretar la igualdad de las condiciones y la abolición dela propiedad; ahora bien, me parecería digno de unanación inteligente adelantarse a una revolución inevi-table, más bien que dejarse arrastrar por el carro de lainflexible necesidad.

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Octava proposición: La propiedad esimposible, porque siendo infinito supoder de acumulación, sólo actúasobre cantidades limitadas.

Si los hombres, constituidos en estado de igualdad,hubiesen concedido a uno de ellos el derecho exclu-sivo de propiedad, y este único propietario impusierasobre la humanidad, a interés compuesto, una suma de100 francos, pagadera a sus descendientes de la vein-ticuatro generación, al cabo de 600 años ese préstamode 100 francos, al 5 por ciento de réditos, importaría107.854.010.777.600 francos, cantidad 2.696 1/3 vecesmayor que el capital de Francia, calculando este capitalen 40.000 millones, y veinte veces mayor que el valorde todo el globo terráqueo.

Con arreglo a nuestras leyes civiles, si un hombre enel reinado de San Luis hubiera recibido a préstamo lamisma cantidad de 100 francos, negándose él, y luegosus herederos, a devolverla, suponiendo que todos és-tos la poseyesen indebidamente (para poder exigirlesel interés legal del préstamo) y que la prescripción sehubiera interrumpido oportunamente, resultaría queel último heredero de este propietario podría ser con-

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denado a devolver los 100 francos más sus intereses ylos intereses de estos intereses no satisfechos; todo locual ascendería aproximadamente a 108.000 millones.

Todos los días se están viendo fortunas cuya progre-sión es incomparablementemás rápida. El ejemplo pre-cedente supone un beneficio igual a la vigésima partedel capital, y es corriente en el orden de los negociosy que se eleve a la décima, a la quinta parte, a la mitaddel capital y aun al capital mismo.

No quiero extenderme más en esos cálculos, que ca-da cual puede hacer por sí hasta el infinito, y sobrelos que sería pueril insistir más. Me limito a preguntarcon arreglo a qué ley declaran los jueces en su fallo elpago de los intereses. Y tomando la cuestión de más al-to, pregunto: el legislador, al proclamar el principio depropiedad, ¿ha previsto todas sus consecuencias? ¿Hatenido en cuenta la ley de lo posible? Si la ha conocido,¿por qué el Código no habla de ella? ¿Por qué se permi-te al propietario esa terrible latitud en el aumento de supropiedad y en la reclamación de los intereses; al juez,en la declaración y determinación del derecho de pro-piedad; al Estado, en la facultad de establecer incesan-temente nuevos impuestos? ¿Cuándo tiene el puebloderecho a no pagar el impuesto, el colono la renta y elindustrial los intereses de su capital? ¿Hasta qué punto

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puede explotar el ocioso al trabajador? ¿Dónde empie-za el derecho de expoliación y dónde acaba? ¿Cuándopuede decir el productor al propietario: “Nada te de-bo”? ¿Cuándo está la propiedad satisfecha? ¿Cuándono le es lícito robar más?…

Si el legislador ha conocido la ley de lo posible y nola ha tenido presente, ¿a qué ha quedado reducida sujusticia? Si no la ha conocido, ¿dónde está su sabidu-ría? Inicuo o imprevisor, ¿cómo hemos de reconocersu autoridad? Si nuestras constituciones y códigos só-lo tienen por principio una hipótesis absurda, ¿qué seenseña en las escuelas de Derecho? ¿Qué valor tieneuna sentencia del Tribunal Supremo? ¿Sobre qué dis-cuten y deliberan nuestros parlamentarios? ¿Qué esla política? ¿A qué llamamos hombre de Estado?¿Quésignifica jurisprudencia? ¿No deberíamos mejor decirjurisignorancia?

Si todas nuestras instituciones tienen por principioun error de cálculo, ¿no se deduce que estas institu-ciones son otras tantas mentiras? Y si todo el edificiosocial está vinculado en esta imposibilidad absoluta dela propiedad, ¿no es evidente que el gobierno que nosrige es una quimera y la actual sociedad una utopía?

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Novena proposición: <em>Lapropiedad es imposible, porque esimpotente contra la propiedad.

I. Con arreglo al corolario tercero de nuestro axio-ma, el interés corre lo mismo contra el propietario quecontra el que no lo es. Este principio de economía esuniversalmente admitido. Nada más sencillo al primergolpe de vista; sin embargo, nada hay más absurdo, nimás contradictorio en los términos, ni de más absolutaimposibilidad.

El industrial, se dice, se paga a sí mismo el alquilerde su casa y de sus capitales. Se paga, es decir, se hacepagar por el público que compra sus productos: porquesupongamos que este beneficio que él pretende obte-ner sobre su propiedad quisiera igualmente percibirlosobre sus mercancías; ¿podría en tal caso abonarse unfranco por lo que le cuesta 90 céntimos y ganar en elcambio? No; semejante operación haría pasar el dine-ro del comerciante de su mano derecha a la izquierda,pero sin ninguna utilidad para él.

Lo que es cierto tratándose de un solo individuo quetrafique consigomismo, lo es también en toda sociedadde comercio. Imaginemos una serie de quince, veinte

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productores, tan extensa como queramos. Si el produc-tor A obtiene un beneficio sobre el productor B, éste,según los principios económicos, se reintegra de C, Cde D, y así sucesivamente hasta llegar a Z. Pero ¿dequién se reintegra Z del beneficio deducido en un prin-cipio por A? Del consumidor, contesta Say. ¡Esto no esdecir nada! ¿Acaso este consumidor es otro que A, B,C, etcétera? ¿De quién se reintegrará, pues, Z? Si sereintegra del primer beneficiado A, no habrá beneficioalguno para nadie, ni, por consiguiente, propiedad. Sipor el contrario, Z paga ese beneficio, desde ese mismoinstante deja de ser parte de la sociedad, puesto que noobtiene el derecho de propiedad ni el beneficio de quedisfrutan los demás asociados.

Y como una nación, como la humanidad entera, esuna gran sociedad industrial que no puede obrar fue-ra de ella misma, queda demostrado que nadie puedeenriquecerse sin que otro se empobrezca. Porque paraque el derecho de propiedad y el derecho de albarra-nía sean respetados a A, es preciso que se le nieguea Z. De donde se deduce que la igualdad de derechopuede subsistir con independencia de la igualdad decondiciones. La iniquidad de la economía política enesta materia es flagrante. “Cuando yo, empresario deindustria, compro el servicio de un obrero, no incluyo

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su salario en el producto neto de mi empresa, sino que,por el contrario, lo deduzco de él; mas para el obreroel salario es un producto neta… (Say,Economía políti-ca.) Esto significa que todo lo que gana el obrero esproducto neto; y que, en lo que gana el empresario, só-lo es producto neto lo que excede de sus gastos. Y ¿porqué razón solamente el empresario tiene el derecho debeneficiarse? ¿Por qué causa este derecho, que en elfondo es el derecho mismo de propiedad, no se le con-cede al obrero? Según los términos de la ciencia eco-nómica, el obrero es un capital, y todo capital, apartesus gastos de reparación y conservación, debe dar uninterés. Esto es lo que el propietario procura para suscapitales y para sí mismo. ¿Por qué no se permite alobrero obtener igualmente un interés sobre su capital,que es su propia persona? La propiedad supone, pues,la desigualdad de derechos. Porque si no significase ladesigualdad de derechos, sería la igualdad de bienes, yno habría propiedad. Como la Constitución garantiza atodos la igualdad de derechos, según ella la propiedades imposible.

II. ¿El propietario de una finca A, puede, por este he-cho, apoderarse del campo B, limítrofe del suyo? “No—responden los propietarios—. Pero ¿qué tiene esto de

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común con el derecho de propiedad?” Esto es lo quevamos a ver, por una serie de proposiciones idénticas.

El industrial C, comerciante de sombreros, ¿tiene de-recho a obligar a D, su vecino, también comerciante desombreros, a cerrar su tienda y a abandonar su comer-cio? —En modo alguno. Pero C quiere ganar un francoen cada sombrero, mientras D se conforma con 50 cén-timos de beneficio; es evidente que la moderación de Dperjudica a las pretensiones de C. ¿Tiene éste derechopara impedir la venta a D? No, seguramente.

Puesto que D es dueño de vender sus sombreros a50 céntimos más baratos que C, éste, a su vez, puedetambién rebajar el precio de los suyos un franco. PeroD es pobre, mientras que C es rico; de modo que al ca-bo de dos años D está arruinado por esta concurrenciainsostenible, y C se ha apoderado de toda la venta. ¿Elpropietario D tiene algún recurso contra el propietarioC? ¿Puede ejercitar contra su rival una acción reivindi-cadora de su comercio, de su propiedad? —No, porqueD tenía el derecho de hacer lo mismo que C, si hubiesesido más rico que él.

Por la misma razón, el gran propietario A puede de-cir al pequeño propietario B: “Véndeme tu campo, por-que si no, te impediré vender el trigo”; y esto sin hacer-le el menor daño y sin que B tenga derecho a querellar-

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se. Es evidente que, como A se lo proponga, devorará aB por la sola razón de que es más poderoso que él. Asíno es, en razón del derecho de propiedad, por lo que Ay C habrán desposeído a B y D, sino por el derecho dela fuerza. Con arreglo al derecho de propiedad, los doscolindantes A y B, del mismo modo que los comercian-tes C y D, nada podrían. Jamás se hubieran desposeído,ni aniquilado, ni enriquecido unos a costa de otros: esel derecho del más fuerte el que ha consumado el actodel despojo.

También por el derecho del más fuerte, el industrialconsigue en los salarios la reducción que quiere, y elcomerciante rico y el propietario aprovisionado ven-den sus productos al precio que les place. El industrialdice al obrero: —Eres dueño de prestar en otra parte tusservicios y yo también soy libre de aceptarlos; te ofrez-co tanto. El comerciante dice a sus clientes: —Sois due-ños de vuestro dinero como yo lo soy de mi mercan-cía; o tomarla o dejarla; quiero tanto por ella. ¿Quiéncederá?

Por tanto, sin la fuerza, la propiedad sería impoten-te contra la propiedad, ya que sin la fuerza no podríaacrecentarse por la albarranía. Luego, sin la fuerza, lapropiedad es nula.

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Comentario histórico. — La cuestión de los azúcarescoloniales e indígenas nos proporciona un ejemplo no-table de esa imposibilidad de la propiedad. Abandonada sí mismas las dos industrias, y el fabricante indígenaserá arruinado por el colono. Para sostener la remola-cha es preciso gravar la caña; para mantener la propie-dad del uno, hay que lesionar la propiedad del otro. Loque hay demás notable en este asunto es precisamenteaquello a que se ha dedicado menos atención, a saber:que, de un modo u otro, la propiedad debía ser viola-da. Imponed a cada industria un derecho proporcional,de manera como para equilibrarlas sobre el mercado, ycrearéis un máximo, inferiréis a la propiedad un doblegolpe: por una parte, vuestra tasa obstruye la libertadde comercio; por otra, desconoce la igualdad de los pro-pietarios. Indemnizad la remolacha y violaréis la pro-piedad del contribuyente. Explotad, por cuenta de lanación, las dos calidades de azúcar, como se cultivandiversas calidades de tabaco, y aboliréis una especie depropiedad. Este último partido sería el más simple y elmejor; pero para inducir a la nación, es preciso un con-curso de espíritus hábiles y de voluntades generosas,que no es posible realizar hoy.

La concurrencia, o dicho de otromodo, la libertad decomercio, en una palabra, la propiedad en los cambios,

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será largo tiempo todavía el fundamento de nuestralegislación comercial, que, desde el punto de vista eco-nómico, abarca todas las leyes civiles y todo gobierno.Ahora bien, ¿qué es la concurrencia? un duelo en cam-po cerrado, en el cual el derecho se decide por las ar-mas.

¿Quién miente, el acusado o el testigo? decían nues-tros bárbaros antepasados. —Que se les haga batirse—respondía el juez todavía más bárbaro-: el más fuertetendrá razón.

¿Quién de nosotros venderá especias al vecino? —Que se las ponga en el almacén —grita el economista-:el más hábil o el más pillo será el más honesto y mejormercader.

Es todo el espíritu del Código Napoleón.

Décima proposición: La propiedad esimposible, porque es la negación dela igualdad.

El desarrollo de esta proposición será la síntesis delas precedentes:

1°) El principio del desarrollo económico es que losproductos sólo se adquieren por productos; no pudien-

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do ser defendida la propiedad sino en cuanto es pro-ductora de utilidad, y desde el momento en que nadaproduce está condenada.

2°) Es una ley económica que el trabajo debe ser com-pensado con el producto; es un hecho que, con la pro-piedad, la producción cuesta más que vale.

3°) otra ley económica: Dado un capital la produc-ción se determina, no en razón de la magnitud del ca-pital, sino de la fuerza productora. Al exigir la propie-dad que la renta sea siempre proporcionada al capital,sin consideración al trabajo, desconoce esta relaciónde igualdad del efecto a la causa.

4° y 5°) El trabajador sólo produce para sí mismo; alexigir la propiedad doble producto sin poder obtenerlo,despoja al trabajador y lo mata.

6°) La Naturaleza ha dado a cada hombre una razón,una inteligencia, una voluntad; la propiedad, al conce-der a un mismo individuo pluralidad de sufragios, leatribuye pluralidad de almas.

7°) Todo consumo que no produce utilidad es unadestrucción; la propiedad, ya consuma, ya ahorre, yacapitalice, es productora de inutilidad, causa de esteri-lidad y de muerte.

8°) Toda satisfacción de un derecho natural es unaecuación. En otros términos, el derecho a una cosa se

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realiza necesariamente por la posesión de ella. Así, en-tre el derecho y la libertad y la condición del hombrelibre hay equilibrio, ecuación. Entre el derecho de serpadre y la paternidad, ecuación.

Entre el derecho de la seguridad personal y la garan-tía social, ecuación. Pero entre el derecho de albarraníay la percepción de esta albarranía, no hay jamás ecua-ción, porque a medida que la albarranía se cobra, daderecho a otra, ésta a una tercera, y así indefinidamen-te. Y no siendo la propiedad adecuada a su objeto, esun derecho contra la Naturaleza y contra la razón.

9°) Finalmente, la propiedad no existe por sí misma.Para producirse, para obrar, tiene necesidad de unacausa extraña, que es la fuerza o el fraude. En otrostérminos, la propiedad no es igual a la propiedad, esuna negación, una mentira, es nada.

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Capítulo V. Exposiciónpsicológica de la idea de lojusto e injusto ydeterminación delprincipio de la autoridad ydel derecho

La propiedad es imposible; la igualdad no existe. Laprimera nos es odiosa, y sin embargo, la queremos; lasegunda atrae nuestros pensamientos y no sabemosrealizarla. ¿Quién sabrá explicar este profundo anta-gonismo entre nuestra conciencia y nuestra voluntad?¿Quién podrá descubrir las causas de ese error funes-to que ha llegado a ser el más sagrado principio de lajusticia y de la sociedad?

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Yome atrevo a intentarlo y espero conseguirlo. Peroantes de explicar cómo ha violado el hombre la justicia,es necesario determinar el concepto de ella.

Primera parte

I. — Del sentido moral en los hombres y en losanimales

Los filósofos han planteado con frecuencia el pro-blema de investigar cuál es la línea precisa que separala inteligencia del hombre de la de los animales. Segúnsu costumbre, han perdido el tiempo en decir tonterías,en vez de resolverse a aceptar el único elemento de jui-cio seguro y eficaz: la observación. Estaba reservado aun sabio modesto, que no se preocupase de filosofías,poner fin a interminables controversias con una senci-lla distinción, una de esas distinciones luminosas queellas solas valenmás que todo un sistema. Federico Cu-vier ha diferenciado el instinto de la inteligencia.

Pero todavía no se ha ocupado nadie de este otroproblema. El sentido moral, en el hombre y en el bruto,¿difiere por la naturaleza o solamente por el grado?

Si a alguno se le hubiese ocurrido en otro tiemposostener la segunda parte de esta proposición, su te-

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sis hubiera parecido escandalosa, blasfema, ofensiva ala moral y a la religión. Los tribunales eclesiásticos yseculares lo habrían condenado por unanimidad. ¡Concuánta arrogancia no se despreciaría esta inmoral pa-radoja! “La conciencia —se diría—, la conciencia, esagloria del hombre, sólo al hombre ha sido concedida;la noción de lo justo y de lo injusto, del mérito y del de-mérito, es su más noble privilegio. Sólo el hombre tie-ne la sublime facultad de sobreponerse a sus perversasinclinaciones, de elegir entre el bien y el mal, de apro-ximarse cada vez a Dios por la libertad y la justicia…No, la santa imagen de la virtud sólo fue grabada en elcorazón del hombre”. Palabras llenas de sentimiento,pero vacías de sentido.

“El hombre es un animal inteligente y social”, ha di-cho Aristóteles. Esta definición vale más que todas lasque después se han dado, sin exceptuar la famosa deM.de Bonald, el hombre es una inteligencia servida por ór-ganos, definición que tiene el doble defecto de explicarlo conocido por lo desconocido, es decir, el ser vivientepor la inteligencia, y de guardar silencio sobre la cua-lidad esencial del hombre, la animalidad. Quien dicesociedad dice conjunto de relaciones, en una palabra,sistema. Pero todo sistema sólo subsiste bajo determi-nadas condiciones: ¿cuáles son estas condiciones, cuá-

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les son las leyes de la sociedad humana? ¿Qué es elderecho entre los hombres? ¿Qué es la justicia?

De nada sirve decir con los filósofos de diversas es-cuelas: “Es un instinto divino, una voz celeste e inmor-tal, una norma dada por la Naturaleza, una luz revela-da a todo hombre al venir al mundo, una ley grabadaen nuestros corazones; es el grito de la conciencia, eldictado de la razón, la inspiración del sentimiento, lainclinación de la sensibilidad; es el amor al bien ajeno,el interés bien entendido; o bien es una noción inna-ta, es el imperativo categórico de la razón práctica, lacual tiene su fuente en las ideas de la razón pura; esuna atracción pasional”, etc., etc. Todo esto puede sertan cierto como hermoso, pero es perfectamente ano-dino. Aunque se emborronaran con estas frases diezpáginas más, la cuestión no avanzaría una línea.

La justicia es la utilidad común, dijo Aristóteles; estoes cierto, pero es una tautología. El principio de que elbien público debe ser el objeto del legislador, ha dichoCh. Comte en su Tratado de legislación,no puede serimpugnado en modo alguno; pero con sólo enunciarloy demostrarlo no se logra en la legislación más pro-greso que el que obtendría la medicina con decir quela curación de las enfermedades debe ser la misión delos médicos.

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Sigamos otro rumbo. El derecho es el conjunto delos principios que regulan la sociedad. La justicia, enel hombre, es el respeto y la observación de esos princi-pios. Practicar la justicia es hacer un acto de sociedad.Por tanto, si observamos la conducta de los hombresentre sí en un determinado número de circunstanciasdiferentes, nos será fácil conocer cuándo viven en so-ciedad y cuándo se apartan de ella, y tal experiencianos dará, por inducción, el conocimiento de la ley.

Comencemos por los casos más sencillos y menosdudosos. La madre que defiende a su hijo con peligrode su vida y se priva de todo por alimentarlo, hace so-ciedad con él y es una madre buena. La que, por elcontrario, abandona a su hijo, es infiel al instinto so-cial, del cual es el amormaternal una de sus numerosasformas, y es una madre desnaturalizada. Si me arrojoal agua para auxiliar a un hombre que está en peligrode perecer, soy su hermano, su asociado: si en vez desocorrerlo lo sumerjo, soy su enemigo, su asesino.

Quien practica la caridad, trata al indigente como aun asociado; no ciertamente como su asociado en to-do y por todo, pero sí por la cantidad de bien de quele hace partícipe. Quien arrebata por la fuerza o por laastucia lo que no ha producido, destruye en sí mismola sociabilidad y es un bandido. El samaritano que en-

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cuentra al caminante caído en el camino, que cura susheridas, lo anima y le da dinero, se declara asociadosuyo y es su prójimo. El sacerdote que pasa al lado delmismo caminante sin detenerse es, a su vez, insociabley enemigo.

En todos estos casos, el hombre se mueve impulsa-do por una interior inclinación hacia su semejante, poruna secreta simpatía, que lo hace amar, sentir y apenar-se por él. De suerte que para resistir a esta inclinación,es necesario un esfuerzo de la voluntad contra la Na-turaleza.

Pero todo esto no supone ninguna diferencia gran-de entre el hombre y los animales. En éstos, cuandola debilidad de los pequeños los retiene al lado de susmadres, y en tal sentido forman sociedad, se ve a ellasdefenderlos con riesgo de la vida, con un valor que re-cuerda el de los héroes que mueren por la patria. Cier-tas especies se reúnen para la caza, se buscan, se lla-man, y como diría un poeta, se invitan a participar desu presa. En el peligro se los ve auxiliarse, defenderse,prevenirse. El elefante sabe ayudar a su compañero asalir de la trampa en que ha caído; las vacas formancírculo, juntando los cuernos hacia afuera y guardan-do en el centro sus crías para rechazar los ataques delos lobos; los caballos y los puercos acuden al grito de

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angustia lanzado por uno de ellos. ¡Cuántas descrip-ciones podrían hacerse de sus uniones, del cuidado desus machos para con las hembras y de la fidelidad desus amores! Hay, sin embargo, que decir también, paraser justos en todo, que esas demostraciones tan extra-ordinarias de sociedad, fraternidad y amor al prójimono impiden a los animales querellarse, luchar y destro-zarse a dentelladas por su sustento y sus amores. Lasemejanza entre ellos y nosotros es perfecta.

El instinto social, en el hombre y en la bestia, existemás o menos; pero la naturaleza de ese instinto es lamisma. El hombre está asociado más necesaria y cons-tantemente; el animal parece más hecho a la soledad.Es en el hombre la sociedad más imperiosa, más com-pleja; en los animales parece ser menos grande, varia-da y sentida. La sociedad, en una palabra, tiene en elhombre como fin la conservación de la especie y delindividuo: en los animales, de modo preferente la con-servación de la especie.

Hasta el presente nada hay que el hombre puedareivindicar para él solo. El instinto de sociedad, el sen-tido moral, es común al bruto, y cuando aquél suponeque por alguna que otra obra de caridad, de justicia yde sacrificio se hace semejante a Dios, no advierte quesus actos obedecen simplemente a un impulso animal.

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Somos buenos, afectuosos, compasivos, en una pala-bra, justos, por lo mismo que somos iracundos, glo-tones, lujuriosos y vengativos, por simple animalidad.Nuestras más elevadas virtudes se reducen, en últimoanálisis, a las ciegas excitaciones del instinto. ¡Qué bo-nita materia de canonización y de apoteosis!

¿Hay, pues, alguna diferencia entre nosotros, bima-nobípedos, y el resto de los demás seres? De haberla,¿en qué consiste? un estudiante de filosofía se apresu-raría a contestar: “La diferencia consiste en que noso-tros tenemos conciencia de nuestra sociabilidad y losanimales no la tienen de la suya; en que nosotros re-flexionamos y razonamos sobre las manifestaciones denuestro instinto social, y nada de esto realizan los ani-males”.

Yo iría más lejos: afirmaría que por la reflexión yel razonamiento de que estamos dotados sabemos quees perjudicial, tanto a los demás como a nosotros mis-mos, resistir al instinto de sociedad que nos rige y quedenominamos justicia; que la razón nos enseña que elhombre egoísta, ladrón, asesino, traiciona a la socie-dad, infringe a la Naturaleza y se hace culpable paracon los demás y para consigo mismo cuando realiza elmal voluntariamente; y por último, que el sentimientode nuestro instinto social de una parte, y de nuestra ra-

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zón de otra, nos hace juzgar que todo semejante nues-tro debe tener responsabilidad por sus actos. Tal es elorigen del principio del remordimiento, de la venganzay de la justicia penal.

Todo esto implica entre los animales y el hombreuna diversidad de inteligencia, pero no una diversidadde afecciones, porque si es cierto que razonamos nues-tras relaciones con los semejantes, también igualmen-te razonamos nuestras más triviales acciones, comobeber, comer, la elección de mujer, de domicilio; ra-zonamos sobre todas las cosas de la tierra y del cieloy nada hay que se sustraiga a nuestra facultad de ra-zonar. Pero del mismo modo que el conocimiento queadquirimos de los fenómenos exteriores no influye ensus causas ni en sus leyes, así la reflexión, al iluminarnuestro instinto, obra sobre nuestra naturaleza sensi-ble, pero sin alterar su carácter.

Nos instruye acerca de nuestra moralidad, pero nola cambia ni la modifica. El descontento que sentimosde nosotros mismos después de cometer una falta, laindignación que nos embarga a la vista de la injusticia,la idea del castigo merecido y de la satisfacción debi-da son efectos de reflexión y no efectos inmediatos delinstinto y de las pasiones afectivas. La inteligencia (nodiré privativa del hombre, porque los animales tam-

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bién tienen el sentimiento de haber obrado mal y seirritan cuando uno de ellos es atacado), la inteligenciainfinitamente superior que tenemos de nuestros debe-res sociales, la conciencia del bien y del mal, no estable-ce, con relación a la moralidad, una diferencia esencialentre el hombre y los animales.

II. — Del primero y del segundo grado desociabilidad

Insisto en el hecho que acabo de indicar, y que con-sidero uno de los más importantes de la antropología.

El sentimiento de simpatía que nos impulsa a la so-ciedad es, por naturaleza, ciego, desordenado, siempredispuesto a seguir la impresión del momento, sin con-sideración a derechos anteriores y sin distinción demérito ni de propiedad. Se muestra en el perro calleje-ro, que atiende a cuantos lo llaman; en el niño pequeño,que toma a todos los hombres por sus papás y a cadamujer por su nodriza; en todo ser viviente que, priva-do de la sociedad de animales de su especie, acepta lacompañía de otro cualquiera. Este fundamento del ins-tinto social hace insoportable y aun odiosa la amistadde las personas frívolas, ligeras, que siguen al prime-ro que ven, oficiosas en todo, y que, por una amistad

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pasajera y accidental, desatienden las más antiguas yrespetables afecciones. La sociabilidad en este gradoes una especie de magnetismo, que se produce por lacontemplación de un semejante, pero cuya energía nose manifiesta al exterior de quien la siente, y que pue-de ser recíproca y no comunicada. Amor, benevolen-cia, piedad, simpatía, llámese ese sentimiento como sequiera, no tiene nada que merezca estimación, nadaque eleve al hombre sobre el animal.

El segundo grado de sociabilidad es la justicia, quese puede definir como reconocimiento en el prójimo deuna personalidad igual a la nuestra. En la esfera delsentimiento, este grado es común al hombre y a losanimales; en el de la inteligencia, sólo nosotros pode-mos tener idea acabada de lo justo, lo cual, como antesdecía, no altera la ciencia de la moralidad. Pronto vere-mos cómo el hombre se eleva a un tercer grado de so-ciabilidad, al que los animales son incapaces de llegar.Pero antes debo demostrar metafísicamente que socie-dad, justicia, igualdad, son tres términos equivalentes,tres expresiones sinónimas, cuya mutua sustitución essiempre legítima.

Si en la confusión de un naufragio, ocupando yo unabarca con algunas provisiones, veo a un hombre lucharcontra las olas, ¿estoy obligado a socorrerlo? Si; lo es-

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toy, bajo pena de hacerme culpable de un crimen de le-sa sociedad, de homicidio. Pero ¿estoy obligado igual-mente a partir con él mis provisiones? Para resolveresta cuestión es necesario cambiar los términos. Si lasociedad es obligatoria en cuanto a la barca, ¿lo serátambién en cuanto a los víveres? Sin duda alguna, eldeber de asociado es absoluto; la ocupación de las co-sas por parte del hombre es posterior a su naturalezasocial y está subordinado a ella. La posesión no pue-de convertirse en exclusiva, desde el momento en quela facultad de ocupación es igual para todos. Lo queobscurece las condiciones de nuestro deber es nuestramisma previsión, que, haciéndonos temer un peligroeventual, nos impulsa a la usurpación y nos hace la-drones y asesinos. Los animales no calculan el deberdel instinto, ni los inconvenientes que pueden ocasio-nárseles, y sería muy extraño que la inteligencia fuesepara el hombre, que es el más sociable de los anima-les, un motivo de desobediencia a la ley social. Ésta nodebe aplicarse en exclusivo beneficio de nadie. Seríapreferible que Dios nos quitase la prudencia, si sóloha de servir de instrumento a nuestro egoísmo.

Mas para esto, diréis, será preciso que yo parta mipan, el pan que he ganado con mi trabajo y que es mío,con un desconocido, a quien no volveré a ver y que

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quizá me pague con una ingratitud. Si al menos estepan hubiera sido ganado en común, si ese hombre hu-biese hecho algo para obtenerlo, podría pedir su parte,puesto que fundaría su derecho en la cooperación; pe-ro ¿qué relación hay entre él y yo? No lo hemos produ-cido juntos, y por tanto, tampoco lo comeremos juntos.

El defecto de ese razonamiento está en la falsa su-posición de que un productor no es necesariamente elasociado de otro. Cuando dos o varios particulares for-man sociedad con todos los requisitos legales, convi-niendo y autorizando las bases que han de regirla, nin-guna dificultad existirá desde entonces sobre las con-secuencias del contrato. Todo el mundo está de acuer-do en que asociándose dos hombres para la pesca, porejemplo, si uno de ellos no tiene éxito, no por ello per-derá su derecho a la pesca de su socio. Si dos negocian-tes forman sociedad de comercio, mientras la sociedaddure, las pérdidas y las ganancias son comunes. Ca-da uno produce, no para sí, sino para la sociedad, yal llegar el momento de repartir los beneficios, no seatiende al productor, sino al asociado. He aquí por quéel esclavo, a quien el señor da la paja y el arroz, y elobrero, a quien el capitalista paga su salario, siempreescaso, no son los asociados de sus patronos, y aunqueproducen para él, no figuran para nada en la distribu-

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ción del producto. Así el caballo que arrastra nuestroscoches y el buey que mueve nuestras carretas produ-cen con nosotros, pero no son nuestros asociados. To-mamos su producto, pero no lo partimos con ellos. Lacondición de los animales y de los obreros que nos sir-ven es igual: cuando a unos y a otros les hacemos unbien, no es por justicia, es por simple benevolencia.1

¿Pero hay aún quien sostenga que nosotros, loshombres, no estamos asociados? Recordemos lo quehemos dicho en los dos capítulos precedentes: auncuando no quisiéramos estar asociados, la fuerza de lascosas, las necesidades de nuestro consumo, las leyesde la producción, el principio matemático del cambio,nos asociarían. un solo caso de excepción tiene esta re-gla: el del propietario que al producir, por su derechode albarranía, no es asociado de nadie, ni, por consi-guiente, comparte con nadie su producto, de igual mo-do que nadie está obligado a darle parte del suyo. Ex-

1 Ejercitar un acto de beneficencia hacia el prójimo se diceen hebreo hacer justicia; en griego hacer compasión o misericordia(eleémosinen, de ahí la palabra limosna); en latín, hacer amor o ca-ridad; en francés, faire l’aumône. La degradación del principio essensible a través de esas diversas expresiones: la primera designael deber; la segunda solamente la simpatía; la tercera el afecto, vir-tud de consejo, no de obligación; la cuarta el capricho.

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cepto el propietario, todos trabajamos unos para otros,nada podemos hacer para nosotros mismos sin el au-xilio de los demás, y de continuo realizamos cambiosde productos y de servicios. ¿Y qué es todo esto sinoactos de sociedad?

Una sociedad de comercio, de industria, de agricul-tura, no puede concebirse fuera de la igualdad. Laigualdad es la condición necesaria de su existencia, detal suerte que en todas las cosas que a la sociedad con-ciernen, faltar a la sociedad, a la justicia o a la igualdad,son actos equivalentes. Aplicad este principio a todoel género humano. Después de lo dicho, os supongocon la necesaria preparación para hacerlo por cuentapropia.

Según esto, el hombre que se posesiona de un campoy dice: Este campo es mío, no comete injusticia algunamientras los demás hombres tengan la misma facultadde poseer como él; tampoco habrá injusticia alguna si,queriendo establecerse en otra parte, cambia ese cam-po por otro equivalente. Pero si en vez de trabajar per-sonalmente pone a otro hombre en su puesto y le dice:Trabaja para mí mientras yo no hago nada, entoncesse hace injusto, antisocial, viola la igualdad y es unpropietario.

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Del mismo modo el vago, el vicioso, que sin reali-zar ninguna labor disfruta como los demás, y muchasveces más que ellos, de los productos de la sociedad,debe ser perseguido como ladrón y parásito; estamosobligados con nosotros mismos a no darle nada. Perocomo, sin embargo, es preciso que viva, hay necesidadde vigilarlo y de someterlo al trabajo.

La sociabilidad es como la atracción de los seres sen-sibles. La justicia es esta misma atracción, acompaña-da de reflexión y de inteligencia. Pero ¿cuál es la ideageneral, cuál es la categoría del entendimiento en queconcebimos la justicia? La categoría de las cantidadesiguales. De ahí la antigua definición de la justicia: Jus-tum aequale est, injustum inaequale.

¿Qué es, por tanto, hacer justicia? Es dar a cada unouna parte igual de bienes, bajo la condición igual deltrabajo. Es obrar societariamente. En vano murmuranuestro egoísmo. No hay subterfugio posible contra laevidencia y la necesidad.

¿Qué es el derecho de ocupación? Un modo naturalde distribuir la tierra entre los trabajadores a medidaque existen. Este derecho desaparece ante el interésgeneral que, por ser interés social, es también el delocupante.

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¿Qué es el derecho al trabajo? El derecho de partici-par de los bienes llenando las condiciones requeridas.Es el derecho de sociedad, es el derecho de igualdad.

La justicia, producto de la combinación de una ideay de un instinto, se manifiesta en el hombre tan pron-to como es capaz de sentir y de pensar; por esto suelecreerse que es un sentimiento innato y primordial, opi-nión falsa, lógica y cronológicamente. Pero la justicia,por su composición híbrida, si se me permite la frase,la justicia nacida de una facultad afectiva y otra inte-lectual, me parece una de las pruebas más poderosasde la unidad y de la simplicidad del yo, ya que el orga-nismo no puede producir por sí mismo tales mixtifica-ciones, del mismo modo que del sentido del oído y dela vista no se forma un sentido binario, semiauditivo ysemivisual.

La justicia, por su doble naturaleza, nos confirma de-finitivamente todas las demostraciones expuestas enlos capítulos II, III y IV. De una parte, siendo idénticala idea de justicia a la de sociedad, e implicando éstanecesariamente la igualdad, debía hallarse la igualdaden el fondo de todos los sofismas inventados para de-fender la propiedad. Porque no pudiendo defenderse lapropiedad sino como justa y social, y siendo desigualla propiedad, para probar que la propiedad es confor-

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me a la sociedad, sería preciso demostrar que lo injus-to es justo, que lo desigual es igual, proposiciones porcompleto contradictorias. Por otra parte, la noción deigualdad, segundo elemento de la justicia, se opone ala propiedad, que es la distribución desigual de los bie-nes entre los trabajadores, y al destruirsemediante ellael equilibrio necesario entre el trabajo, la produccióny el consumo, debe considerarse imposible.

Todos los hombres son, pues, asociados; todos se de-ben la misma justicia; todos son iguales. Pero ¿se siguede aquí que las preferencias del amor y de la amistadsean injustas? Esto exige una explicación.

He supuesto ya el caso de un hombre en peligro,al que debiera socorrer. Imaginemos que soy ahora si-multáneamente llamado por dos hombres expuestos aperecer. ¿Me estará permitido favorecer con mi auxi-lio a aquel a quien me ligan los lazos de la sangre, de laamistad, del reconocimiento o del aprecio, a riesgo dedejar perecer al otro? Sí. ¿Por qué? Porque en el senode la universalidad social existen para cada uno de no-sotros tantas sociedades particulares como individuos,y en virtud del principio mismo de sociabilidad debe-mos llenar las obligaciones que aquéllas nos imponensegún el orden de proximidad en que se encuentrancon relación a nosotros. Según esto, debemos preferir,

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sobre todos los demás, a nuestros padres, hijos, ami-gos, etcétera. Pero ¿en qué consiste esta preferencia?Si un juez tuviera que decidir un pleito entre un ami-go y un enemigo suyos, ¿podría resolverlo en favor delprimero, su asociado próximo, en contra de la razón delúltimo, su asociado remoto? No, porque si favorecierala injusticia de ese amigo, se convertiría en cómplicede su infidelidad al pacto social, y formaría con él unaalianza en perjuicio de la masa general de los asocia-dos. La facultad de preferencia sólo puede ejercitarsetratándose de cosas que nos son propias y personales,como el amor, el aprecio, la confianza, la intimidad, yque podemos conceder a todos a la vez. Así, en casode incendio, un padre debe socorrer a su hijo antesque al del vecino; y no siendo personal y arbitrarioen un juez el reconocimiento de un derecho, no pue-de favorecer a uno en perjuicio de otro. Esta teoría delas sociedades particulares, constituidas por nosotros,a modo de círculos concéntricos del de la sociedad engeneral, es la clave para resolver todos los problemasplanteados por el aparente antagonismo de diferentesdeberes sociales, cuyos problemas constituyen la tesisde las tragedias antiguas.

La justicia de los animales es casi siempre negativa.Aparte de los casos de defensa de los pequeñuelos, de

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la caza y del merodeo en grupos, de la lucha en co-mún, y alguna vez de auxilios aislados, consiste másen no hacer mal que en hacer bien. El animal enfermoque no puede levantarse y el imprudente que ha caídoen un precipicio no reciben ayuda ni alimentos; si nopueden curarse a sí mismos ni salvar los obstáculos, suvida está en peligro; nadie los asistirá en el lecho ni losalimentará en su prisión. La apatía de sus semejantesproviene tanto de la falta de inteligencia como de la es-casez de sus recursos. Por lo demás, las diferencias deaproximación, que los hombres aprecian entre sí mis-mos, no son desconocidas a los animales. Tienen éstostambién sus amistades de trato, de vecindad, de paren-tesco y sus preferencias respectivas. Comparados connosotros, su memoria es débil, su sentimiento oscuro,su inteligencia casi nula; pero existe identidad en la co-sa, y nuestra superioridad sobre ellos en esta materiaproviene exclusivamente de nuestro entendimiento.

Por la intensidad de nuestra memoria y la penetra-ción de nuestro juicio, sabemos multiplicar y combi-nar los actos que nos inspira el instinto de sociedady aprendemos a hacerlos más eficaces y a distribuir-los según el grado y la excelencia de los derechos. Losanimales que viven en sociedad practican la injusticia,pero no la conocen ni la razonan; obedecen ciegamen-

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te a su instinto sin especulación ni filosofía. Su yo nosabe unir el sentimiento social a la noción de igualdadde que carecen, porque esta noción es abstracta. Noso-tros, por el contrario, partiendo del principio de que lasociedad implica participación y distribución igual, po-demos, por nuestra facultad de razonamiento, llegar aun acuerdo en punto a la regulación de nuestros dere-chos. Pero en todo esto nuestra conciencia desempeñaun papel insignificante, y la prueba de ello está en quela idea del derecho, que semuestra como entre sombrasen los animales de inteligencia más desarrollada, no al-canza un nivel mucho más alto en la mente de algunossalvajes, y llega a su más elevada concepción en la delos Platón y los Franklin. Sígase atentamente el desen-volvimiento del sentido moral en los individuos y elprogreso de las leyes en las naciones, y se comproba-rá que la idea de lo justo y de la perfección legislativaestán siempre en razón directa de la inteligencia. Lanoción de lo justo, que los filósofos han creído simple,resulta verdaderamente compleja. Es efecto, por unaparte, del instinto social y por otra de la idea de méri-to igual, del mismomodo que la noción de culpabilidades producto del sentimiento de la justicia violada y dela idea de la acción voluntaria.

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En resumen: el instinto no se altera por el conoci-miento que del mismo se tiene, y los hechos de socie-dad que hasta aquí hemos observado son de sociabili-dad animal. Sabemos que la justicia es la sociabilidadconcebida bajo la razón de igualdad; pero en nada nosdiferenciamos de los animales.

III. — Del tercer grado de sociabilidad

Quizá no haya olvidado el lector lo que acerca de ladivisión del trabajo y de la especialidad de las aptitu-des he dicho en el capítulo III. Entre los hombres, lasuma de talentos y de capacidades es igual, y su natu-raleza semejante. Todos, sin excepción, nacemos poe-tas, matemáticos, filósofos, artistas, artesanos, labra-dores; pero no tenemos estas aptitudes iguales, y deun hombre a otro en la sociedad, y de una facultad aotra, en unmismo hombre, las proporciones son infini-tas. Esta variedad de grados en las mismas facultades,esta preponderancia de talento para ciertos trabajos,es, según hemos dicho anteriormente, el fundamentode nuestra sociedad. La inteligencia y el genio naturalhan sido distribuidos por la Naturaleza con tan exqui-sita economía y de modo tan providencial, que en elorganismo social no puede haber jamás exceso ni falta

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de talentos especiales, y cada trabajador, limitándose asu función propia, puede siempre adquirir el grado deinstrucción necesaria para disfrutar de los trabajos ydescubrimientos de todos sus asociados. Por esta pre-visión tan sencilla como sabia de la Naturaleza, el tra-bajador no está aislado en su labor; por el contrario,se halla por el pensamiento en comunicación con sussemejantes antes de unirse a ellos por el corazón; desuerte que el amor en él nace de la inteligencia.

No sucede lo mismo en las sociedades de los anima-les. En cada especie las aptitudes, de suyo limitadas,son iguales entre los individuos; cada uno sabe hacerlo que los demás, y tan bien como ellos, y así busca sualimento, huye del enemigo, guarda su cueva, hace sunido, etcétera. Ninguno, entre ellos, espera ni solicitael concurso de su vecino, el cual, por su parte, prescin-de igualmente de toda cooperación.

Los animales asociados viven agrupados sin comer-cio de ideas, sin relación íntima. Haciendo todos lasmismas cosas y no teniendo nada que enseñarse, seven, se sienten, se tocan, pero no se compenetran ja-más. El hombre mantiene con el hombre un cambioconstante de ideas y sentimientos, de productos y ser-vicios. Todo lo que se enseña y practica en la socie-dad le es necesario; pero de esa inmensa cantidad de

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productos y de ideas, lo que cada uno puede hacer yadquirir por sí solo nada representa aisladamente, escomo un átomo comparado con el sol. El hombre noes hombre sino por la sociedad, la cual, por su parte,no se sostiene sino por el equilibrio y armonía de lasfuerzas que la componen.

He demostrado, con demasiada extensión quizá, porel espíritu de las mismas leyes que colocan la propie-dad como base del estado social y por la economíapolítica, que la desigualdad de condiciones no puedejustificarse ni por la prioridad de ocupación ni por lasuperioridad de talento, de servicio, de industria y decapacidad. Pero si la igualdad de condiciones es unaconsecuencia necesaria del derecho natural, de la liber-tad, de las leyes de producción, de las condiciones dela naturaleza física y del principio mismo de la socie-dad, esta igualdad no detiene el vuelo del sentimientosocial en el límite del debe y delhaber. El espíritu debeneficencia y de amor se extiende más allá, y cuandola economía ha establecido el equilibrio, el alma disfru-ta de su propia justicia y el corazón se expande en elinfinito de sus afecciones.

El sentimiento social toma, según las relaciones delas personas, un nuevo carácter. En el fuerte, es el pla-cer de la generosidad; entre iguales, es la franqueza y

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amistad sincera; en el débil, es la dicha de la admira-ción y de la gratitud.

El hombre superior por la fuerza, el talento o el va-lor, sabe que se debe por entero a la sociedad, sin lacual no es ni puede ser nada; sabe que tratándolo comoal último de sus individuos, la sociedad nada le debe.Pero al mismo tiempo no podrá desconocer la exce-lencia de sus facultades. No podrá por menos de tenerconciencia de su fuerza y de su grandeza, y por el ho-menaje voluntario que de tales condiciones ofrece a lahumanidad, se ennoblece a sí mismo. Por esa confe-sión simultánea del corazón y del espíritu, verdaderaadoración del Ser Supremo, el hombre se distingue, seeleva y alcanza un grado de moralidad social que labestia no puede conseguir. Hércules, abatiendo mons-truos y castigando bandidos para la salud de Grecia;Orfeo, civilizando a los Pelasgos rudos y temibles, sinpercibir remuneración alguna a cambio de sus servi-cios, son las más nobles creaciones de la poesía y laexpresión más elevada de la justicia y la virtud.

Las satisfacciones del sacrificio son inefables.Si me atreviese a comparar la sociedad humana con

el coro de las tragedias griegas, diría que la falange delos espíritus sublimes y de las grandes almas represen-ta la estrofa y que la multitud de los pequeños y de los

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humildes es la antistrofa. Encargados de los trabajospenosos y vulgares, y omnipotentes por su número ypor el conjunto armónico de sus funciones, estos últi-mos ejecutan lo que los otros imaginan. Guiados porellos, nada les deben; los admiran, sin embargo, prodi-gándoles sus aplausos y sus elogios.

El reconocimiento tiene sus adoraciones y sus entu-siasmos. Pero la igualdad satisface a mi corazón. La be-neficencia degenera en tiranía, la admiración en servi-lismo. La amistad es hija de la igualdad. Amigos míos,quiero vivir en medio de vosotros sin emulación y singloria, quiero que la igualdad nos reúna y que la suertedetermine nuestros puestos. ¡Muera yo antes de sabera quién de vosotros debo admirar!

La amistad es preciosa en el corazón de los hijos delos hombres.

La generosidad, el reconocimiento (y sólo me refie-ro al que nace de la admiración de una capacidad su-perior) y la amistad, son tres aspectos distintos de unsentimiento único, que yo llamaría equidad o proporcio-

2 Entiendo aquí por equidad lo que los latinos llamaban hu-manitas, es decir la especie de sociabilidad que es propia del hom-bre. La humanidad suave y afable para con todos, sabe distinguirsin causar injuria, los rangos, las virtudes y las capacidades: es lajusticia distributiva de la simpatía social y del amor universal.

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nalidad social.2 La equidad no altera la justicia; pero to-mando siempre la equidad por base, une a aquélla la es-timación y constituye al hombre en un tercer grado desociabilidad. Por la equidad, es para nosotros un debery una satisfacción auxiliar al débil que necesita de no-sotros y hacerlo nuestro igual; rendir al fuerte un justotributo de gratitud y admiración, sin constituirnos ensu esclavo; amar a nuestro prójimo, a nuestro amigo,a nuestro semejante, por lo que de él recibimos, aun atitulo de cambio. La equidad es la sociabilidad elevadapor la razón y la justicia hasta el ideal. Su carácter máscorriente es laeducación, que en determinados pueblosresume en sí misma casi todos los deberes de sociedad.

Pero este sentimiento es desconocido de los anima-les, los cuales aman, se juntan y sienten algunas prefe-rencias, sin comprender la mutua estimación, no exis-tiendo tampoco en ellos generosidad, ni admiración, niverdadera sociedad.

Este sentimiento no procede de la inteligencia, quepor sí misma calcula, razona, piensa, pero no ama; queve, pero no siente. Así como la justicia es un productocombinado del instinto social y de la reflexión, la equi-dad es también un producto mixto de la justicia y delsentimiento, es decir, de nuestra facultad de apreciar yde idealizar. Este producto, tercero y último grado de

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sociabilidad en el hombre, obedece a nuestro modo deasociación compuesta, en el cual la desigualdad, o me-jor dicho, la divergencia de facultades y la especialidadde funciones, en cuanto tiende a aislar a los trabajado-res, requiere ser compensada con un acrecentamientode energía en la sociabilidad.

He aquí por qué la fuerza que para proteger opri-me es execrable; por qué la ignorancia imbécil, quemira con la misma atención las maravillas del arteque los productos de la más grosera industria, des-pierta un indecible desprecio; por qué el tonto orgu-lloso que triunfa diciendo te he pagado, nada te debo,essoberanamente aborrecible.

Sociabilidad, justicia, equidad, tal es, en su tercer gra-do, la exacta definición de la facultad instintiva quenos fuerza a buscar el comercio con nuestros semejan-tes, y cuya fórmula gráfica se contiene en esta expre-sión: Igualdad en los productos de la Naturaleza y el tra-bajo.

Estos tres grados de sociabilidad se complementanunos a otros. La equidad, sin la justicia, no existe; lasociedad, sin la justicia, es un imposible. En efecto, sipara recompensar el talento tomo el producto de unopara dárselo a otro, al despojar al primero no hago desu talento el aprecio debido. Si en una sociedad me ad-

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judico una participación mayor que la de mi asociado,no estamos verdaderamente asociados. La justicia esla sociabilidad que se manifiesta por el disfrute igualde las cosas materiales, únicas susceptibles de peso yde medida. La equidad es la justicia acompañada deadmiración y de afecto, cosas que no pueden medirse.

Dedúcense de aquí varias consecuencias:1ª) Si somos libres para conceder nuestra estimación

a unos más que a otros, y en todos los grados imagina-bles, no lo somos para participar ni hacer participar aunos más que a otros de los bienes comunes, porquesiendo el deber de justicia anterior al de equidad, de-be cumplirse antes que éste. Aquella mujer, admiradapor los antiguos, que en la necesidad de elegir entre lamuerte de su hermano o de su esposo, impuesta por untirano, abandona al segundo bajo el pretexto de que po-día volver a hallar otro marido, pero no un hermano;aquella mujer, digo, al obedecer a un sentimiento deequidad, faltó a la justicia y cometió una acción censu-rable, porque la sociedad conyugal es de derecho másíntimo que la sociedad fraternal, y la vida del prójimono nos pertenece.

Conforme a este mismo principio, la desigualdad delos salarios no puede admitirse en las leyes, so pretex-to de la desigualdad de aptitudes, porque dependien-

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do de la justicia la distribución de los bienes, ésta debehacerse según la economía social, no según el criterioindividual.

3 La justicia y la equidad no han sido jamás comprendidas.“Supongamos que haya que repartir o que distribuir entre Aqui-

les y Ajax un botín de 12 tomado al enemigo. Si las dos personaseran iguales, el botín deberá ser también aritméticamente igual.Aquiles tendrá 6, Ajax 6: y si se siguiese esa igualdad aritmética,Tersites mismo tendría una parte igual a la de Aquiles, lo cual es so-beranamente injusto y repulsivo. Para evitar esta injusticia, com-paremos el valor de las personas, a fin de darles las partes propor-cionalmente a su valor. Supongamos que el valor de Aquiles seadoble del de Ajax: la parte del primero será 8, la de Ajax 4. No ha-brá igualdad aritmética sino igualdad proporcional. Es esta com-paración de los méritos, rationum, la que Aristóteles llama justi-cia distributiva; tiene lugar según la proporción geométrica.” (Tou-llier, Droit français selon l’ordre du Code.)

Aquiles y Ajax ¿son asociados o no lo son? Toda la cuestión estáahí. Si Aquiles y Ajax, lejos de estar asociados, están ellos mismosal servicio de Agamenón que no les paga, no hay nada que obje-tar a la regla de Aristóteles: el amo que manda sobre los esclavospuede permitir doble ración de aguardiente al que haga el doblede tarea. Es la ley del despotismo, es el derecho de la servidumbre.Pero si Ajax y Aquiles son asociados, son iguales. ¿Qué importaque Aquiles sea fuerte como cuatro, y Ajax solamente fuerte comodos? Éste puede siempre responder que es libre; que si Aquiles esfuerte como cuatro, cinco pueden matarlo; en fin, que al servirsede su persona, él, Ajax, corre tanto riesgo como Aquiles. El mis-mo razonamiento es aplicable a Tersites: si no sabe batirse que se

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Finalmente, en lo que se refiere a las donaciones, tes-tamentos y sucesiones, la sociedad, atendiendo a losafectos familiares y a sus propios derechos, no debepermitir que el amor y el favor destruyan nunca la jus-ticia. Aun admitiendo que el hijo, asociado por muchotiempo a los trabajos de su padre, sea más capaz queotros para proseguirlos; que el ciudadano a quien sor-prende la muerte en la realización de su obra, puedasaber, en provecho de la obra misma, quién es másapto para terminarla; aun admitiendo que el herede-ro debe optar por una de las varias herencias a que seallamado, la sociedad no puede tolerar ninguna concen-tración de capitales ni de industrias en beneficio de unsolo hombre, ningún acaparamiento del trabajo, nin-guna detentación.3

2°) La equidad, la justicia, la sociedad, no puedenexistir en ningún ser, sino con relación a los individuosde su especie.

Tales conceptos son inadaptables de una raza a otra,por ejemplo, del lobo a la cabra, de la cabra al hombre,

haga cocinero, abastecedor, sumiller ; si no vale para nada, que selo ponga en el hospital: en ninguno de esos casos puede hacérseleviolencia e imponerle leyes.

No hay para el hombre más que dos estados posibles: estar enla sociedad o fuera de la sociedad. En la sociedad, las condiciones

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del hombre a Dios, y todavía menos de Dios al hombre.La atribución, de la justicia, de la equidad, del amor, alSer Supremo, es un mero antropomorfismo, y los epí-tetos de justo, clemente, misericordioso y demás quededicamos a Dios, deben ser borrados de nuestras leta-nías. Dios no puede ser considerado como justo, equi-tativo y bueno sino en relación a otro dios; pero Dioses único, y por consiguiente, no puede sentir afeccio-nes sociales, como son la bondad, la equidad y la justi-cia. Acaso se arguya que el pastor es justo para con suscarneros y sus perros, pero esto no es exacto. Si preten-diese esquilar tanta lana en un cordero de seis mesescomo en un carnero de dos años, si quisiera que un pe-rrillo atendiese a la vigilancia del rebaño como un viejodogo, no se diría de él que era injusto, sino que estabaloco. Y es que entre el hombre y la bestia no hay socie-dad posible, aun cuando pueda haber afecciones entreellos. El hombre ama a los animales como cosas, co-mo cosas sensibles si se quiere, pero no comopersonas.La filosofía, después de haber eliminado de la idea deDios las pasiones que la superstición le ha atribuido,

son necesariamente iguales, salvo el grado de estima y de conside-ración al que cada uno puede llegar. Fuera de la sociedad, el hom-bre es materia explotable, un instrumento capitalizado, a menudoun mueble incómodo e inútil.

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tendrá forzosamente que excluir además esas virtudesque piadosa y liberalmente le otorgamos.4

Si Dios viniese al mundo a habitar entre nosotros,no podríamos amarlo si no se hiciera nuestro semejan-te; ni darle nada, si no produjera algún bien; ni creerle,si no probase que estábamos equivocados; ni adorar-lo, si no nos manifestara su omnipotencia. Todas lasleyes de nuestro ser, afectivas, económicas, intelectua-les, nos mandarían tratarle como a los demás hombres,es decir, según la razón, la justicia y la equidad. De aquídeduzco la consecuencia de que si alguna vez se poneDios en comunicación inmediata con el hombre, debe-rá hacerse hombre. También si los reyes son imágenesde Dios y ejecutores de su voluntad, no pueden recibirde nosotros amor, riquezas, obediencias ni gloria, sinoa condición de trabajar como nosotros, de asociarse

4 Entre la mujer y el hombre puede existir amor, pasión, la-zos de hábito y todo lo que se quiera, no hay verdaderamente so-ciedad. El hombre y la mujer no van en compañía. La diferenciade los sexos eleva entre ellos una separación de la misma natura-leza que la que la diferencia de razas pone entre los animales. Así,muy lejos de aplaudir lo que se llama hoy emancipación de la mu-jer, me inclinaría más bien, si hubiese que llegar a ese extremo, aponer a la mujer en reclusión. El derecho de la mujer y sus relacio-nes con el hombre han de ser determinados todavía; la legislaciónmatrimonial, lo mismo que la legislación civil, quedan por hacer.

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a nosotros, de producir en proporción a su gasto, derazonar con sus servidores y de realizar grandes em-presas. A mayor abundamiento de razón, si, como al-gunos pretenden, los reyes son simples funcionariospúblicos, el amor que se les debe ha de medirse porsu amabilidad personal; la obligación de obedecerles,por la justicia de sus órdenes; su sueldo, por la totali-dad de producción social dividida entre el número deciudadanos.

Todo corrobora la ley de igualdad: jurisprudencia,economía política, psicología. El derecho y el deber, larecompensa debida al talento y al trabajo, las ansiasdel amor y del entusiasmo, todo está de antemano re-gulado por inflexible metro, todo tiende al número y alequilibrio. La igualdad de condiciones, he ahí el prin-cipio de las sociedades; la solidaridad universal, he ahíla sanción de esta ley.

La igualdad de condiciones no ha existido jamás, porculpa de nuestras pasiones y nuestra ignorancia; pe-ro nuestra oposición a esta ley hace ver más y mássu necesidad. La historia es un constante testimoniode ello. La sociedad avanza de ecuación en ecuación;las revoluciones de los imperios ofrecen a los ojos delobservador economista, ya la reducción de cantidadesalgebraicas que recíprocamente se compensan, ya el

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esclarecimiento de una incógnita, por la operación in-falible del tiempo. Los números son la providencia dela historia. Es indudable, sin embargo, que el progre-so de la humanidad cuenta con otros elementos; peroen el sinnúmero de causas ocultas que conmueven alos pueblos no hay ninguna más potente, más regu-lar ni más significada que las explosiones periódicasdel proletariado contra la propiedad. La propiedad, ac-tuando simultáneamente por la eliminación y la deten-tación al mismo tiempo que la población se multiplica,ha sido el principio generador y la causa determinan-te de todas las revoluciones. Las guerras de religióny de conquista, cuando no llegaron hasta la extermi-nación de las razas, fueron solamente perturbacionesaccidentales, cuyo inmediato restablecimiento procu-ró el progreso natural de la vida de los pueblos. Tal esel poder de acumulación de la propiedad; tal es la leyde degradación y de muerte de las sociedades.

Ved el ejemplo de Florencia en la Edad Media, re-pública de mercaderes y negociantes, siempre agitadapor la lucha de los partidos, tan conocidos con los nom-

5 “El arca de caudales de Cosme de Médicis fue la tumba dela libertad florentina”, ha dicho en el Colegio de Francia el señorMichelet.

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bres de güelfos y gibelinos, los cuales no eran, despuésde todo, sino el pueblo bajo y la aristocracia, armadosuno contra otro. Florencia, dominada por los usureros,sucumbió, al fin, bajo el peso de sus deudas.5 Ved, enla antigüedad, a Roma, devorada desde su nacimien-to por la usura, floreciente, sin embargo, mientras to-do el mundo de entonces facilitótrabajo a sus terriblesproletarios; ensangrentada por la guerra civil en cadaperíodo de calma, y desfallecida y muerta cuando elpueblo hubo perdido con su antigua energía el últimodestello de sentido moral; Cartago, ciudad comercial yrica, dividida incesantemente por luchas intestinas; Ti-ro, Sidón, Jerusalén, Ninive, Babilonia, arruinadas porrivalidades de comercio, y, como diríamos hoy, por fal-ta de salida a los productos. Todos estos conocidísimosejemplos, ¿no indican cuál es la suerte que espera alas naciones modernas, si el pueblo, haciendo oír suvoz potente, no proclama, con gritos de reprobación,la abolición del régimen propietario?

Debería terminar aquí mi trabajo. He demostrado elderecho del pobre; he probado la usurpación del rico;he pedido justicia; la ejecución de la sentencia no meincumbe. Si para prolongar durante algunos años undisfrute ilegítimo se alegase que no basta justificar laigualdad, que es, además, necesario organizarla, que

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sobre todo es preciso establecerla sin violencias, ten-dría derecho para replicar. El derecho del proletarioes superior a las dificultades de los ministros; la igual-dad de condiciones es una ley primordial. El derechoal trabajo y a la participación igual de los bienes nopuede ceder ante las perplejidades del poder. No es elproletario el llamado a conciliar las contradicciones delos Códigos, y menos aún a compartir los errores delgobierno; es, por el contrario, el poder civil y adminis-trativo el que debe reformarse con arreglo al principiode igualdad política y económica. El mal conocido de-be ser condenado y destruido; el legislador no puedealegar en favor de la iniquidad patente su ignoranciadel orden que haya de establecerse. No se transija so-bre ello. Justicia, justicia; reconocimiento del derecho,rehabilitación del proletario; después de esto, vosotros,jueces y cónsules, cuidaréis del orden y proveeréis algobierno de la República.

Creo que ninguno de mis lectores me dirá que sédestruir, pero no edificar. Al demostrar el principio deigualdad, he colocado la primera piedra del edificio so-cial, y he hecho más todavía, he dado el ejemplo de laconducta que hay que seguir en la solución de los pro-blemas de política y legislación. En cuanto a la ciencia,declaro que de ella solamente conozco sus comienzos,

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y no sé que nadie pueda hoy jactarse de haber llegadomás allá. Hay muchos que gritan: —Venid conmigo yos enseñaré la verdad—. Esos hombres toman por ver-dad su íntima convicción, su convicción ardiente, y seequivocan por completo. La ciencia social, como todaslas ciencias humanas, estará siempre sin concluir. Lascuestiones que comprende son infinitas. Apenas esta-mos en el preliminar de esta ciencia. La prueba es queaún no hemos pasado del período de las teorías, y queseguimos aceptando la autoridad de las mayorías de-liberantes en sustitución de los hechos. Una corpora-ción académica decide sobre cuestiones de lingüísticapor pluralidad de votos; los debates de nuestras Cáma-ras, si no fueran tan funestos para el país, moverían arisa. La misión del verdadero publicista, en el tiempoen que vivimos, es imponer silencio a los inventores ya los charlatanes y acostumbrar al público a no satisfa-cerse más que con demostraciones, no con símbolos niprogramas. Antes de discutir sobre la ciencia, es preci-so determinar su objeto, hallar el método y el principio:es necesario desechar los prejuicios que la ocultan. Taldebe ser la misión del siglo XIX.

En cuanto a mí, he jurado ser fiel a mi obra de de-molición, y no cesaré de buscar la verdad, aunque seaentre ruinas y escombros. No gusto de dejar nada a

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medio hacer, y quiero que se sepa que si me he atrevi-do a poner la mano en el arca santa, no ha sido paracontentarme con tirar de su cubierta. Preciso es ya quelos misterios del santuario de la iniquidad sean escla-recidos, las tablas de la antigua alianza despedazadasy todos los objetos del culto primitivo arrojados al cu-chitril de los cerdos. Poseemos una Constitución, re-sumen de toda la ciencia política, símbolo de veinte le-gislaciones, y un Código que es orgullo de un conquis-tador y sumario de la antigua sabiduría. Pues bien; deesa Constitución y de ese Código no quedará artículosobre artículo; desde este momento pueden los doctospreparar los planes de una reconstitución general.

Como todo error destruido supone necesariamenteuna verdad contraria, no terminaré este trabajo sin ha-ber resuelto el primer problema, que es el que preocu-pa hoy a todas las inteligencias: Una vez abolida la pro-piedad, ¿cuál será la forma de la sociedad?¿Será acasola comunidad de bienes?

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Segunda parte

I. — De las causas de nuestros errores: origende la propiedad

La determinación de la verdadera forma de la socie-dad humana exige la previa solución de la cuestión si-guiente: no siendo la propiedad nuestra condición na-tural, ¿cómo ha llegado a establecerse? ¿Cómo el ins-tinto de sociedad, tan seguro entre los animales, se haextraviado en el hombre? ¿Cómo habiendo nacido elhombre para la sociedad, no está todavía asociado?

He afirmado que el hombre está asociado de modocompuesto, y aun cuando esta expresión no sea del to-do exacta, no por ello será menos cierto el hecho quecon ella quiero significar, a saber: la mutua dependen-cia y relación de los talentos y de las capacidades. Mas¿quién no ve que esos talentos y esas capacidades son asu vez, por su infinita variedad, causas de una variedadinfinita en las voluntades; que su influjo altera inevita-blemente el carácter, las inclinaciones y la forma delyo, por decirlo así, de tal suerte que en la esfera de lalibertad, lo mismo que en el orden de la inteligencia,existen tantos tipos como individuos, cuyas aficiones,

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caracteres, ideas, modificadas por opuestos conceptos,son forzosamente irreductibles?

En las sociedades de animales, todos los individuoshacen exactamente las mismas cosas. Diríase que unmismo genio los dirige, que una misma voluntad losanima. una sociedad de bestias es una agrupación deátomos redondos, cúbicos o triangulares, pero siempreperfectamente idénticos; su personalidad es uniforme;parece como que un solo yo impulsa a todos ellos. Lostrabajos que realizan los animales, bien aislados, bienen sociedad, reproducen rasgo por rasgo su carácter.Así como un enjambre de abejas se compone de unida-des abejas de la misma naturaleza e igual valor, así elpanal se forma de la unidad alvéolo, constante e inva-riablemente repetida.

Pero la inteligencia del hombre, formada para aten-der a la vez el destino social y a las necesidades indivi-duales, es de diferente factura, y a esto se debe que lavoluntad humana sea infinitamente varia. En la abeja,la voluntad es constante y uniforme, porque el instintoque la guía es inflexible, y ese instinto único constituyela vida, la felicidad y todo el ser del animal. En el hom-bre, el talento varía, la razón es indecisa, y por tanto,la voluntad múltiple e indeterminada. Busca la socie-dad, pero rehúye la violencia y la monotonía; gusta de

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la imitación, pero no abdica de sus ideas y siente afánpor sus propias obras.

Si como la abeja, tuviera todo hombre al nacer un ta-lento igual, conocimientos especiales perfectos de lasfunciones que debía realizar, y estuviese privado dela facultad de reflexionar y de razonar, la sociedad seorganizaría por sí misma. Veríase a un hombre labrarel campo, a otro construir casas, a éste forjar metales,a aquél confeccionar vestidos y a algunos almacenarlos productos y dirigir su distribución. Cada cual, sinindagar la razón de su trabajo, sin preocuparse de sihacía más o menos del debido, aportaría su producto,recibiría su salario, descansaría las horas necesarias,todo ello sin envidiar a nadie, sin proferir queja algu-na contra el repartidor, que, por su parte, no comete-ría jamás una injusticia. Los reyes gobernarían y noreinarían, porque reinar es ser propietario en grandeescala, como decía Bonaparte; y no teniendo nada quemandar, puesto que cada uno estaría en su puesto, ser-virían más bien de centros unitarios que de autorida-des. Habría en tal caso una comunidad, pero no unasociedad libremente aceptada.

Pero el hombre no es hábil sino por la observacióny la experiencia. Por consiguiente, el hombre reflexio-na, puesto que observar y experimentar es reflexionar;

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razona, porque no puede dejar de razonar. Pero al re-flexionar, es víctima muchas veces de la ilusión, y alrazonar suele equivocarse, y creyendo tener razón seobstina en su error, se aferra a su criterio y rechaza elde los demás. Entonces se aísla, porque no podría so-meterse a la mayoría sino sacrificando su voluntad ysu razón, es decir, negándose a sí mismo, lo cual es im-posible. Y este aislamiento, este egoísmo racional, es-te individualismo de opinión, subsisten en el hombremientras la observación y la experiencia no le demues-tran la verdad y rectifican el error.

Un ejemplo aclarará todos estos hechos.Si al instinto ciego, pero convergente y armónico, de

un enjambre de abejas se uniesen de repente la refle-xión y el razonamiento, la pequeña sociedad no podríasubsistir. Las abejas ensayarían en seguida algún nue-vo procedimiento industrial para construir, por ejem-plo, las celdas del panal redondas o cuadradas en sus-titución de su antigua forma hexagonal. Sucederíanselos sistemas y los inventos hasta que una larga prác-tica, auxiliada por la geometría, les demostrase que lafigura hexagonal primitiva es la más ventajosa. Ade-más, no faltarían insurrecciones. Se obligaría a los zán-ganos a procurarse su sustento y a las reinas a trabajar;se despertaría la envidia entre las obreras; no faltarían

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discordias continuas; cada cual querría producir porsu propia cuenta, y finalmente, el panal sería abando-nado y las abejas perecerían. El mal se introduciría enesa república por lo mismo que debiera hacerla feliz,por el razonamiento y la razón.

Así, el mal moral, o sea, en la cuestión que trata-mos, el desorden de la sociedad, se explica naturalmen-te por nuestra facultad de reflexión. El pauperismo, loscrímenes, las revoluciones, las guerras han tenido pormadre la desigualdad de condiciones, que es hija de lapropiedad, la cual nació del egoísmo, fue engendradapor el interés privado y desciende en línea recta de laautocracia de la razón. El hombre no empezó siendocriminal, ni salvaje, sino cándido, ignorante, inexper-to. Dotado de instintos impetuosos, aunque templadospor la razón, reflexionó poco y razonó mal en un prin-cipio. Después, a fuerza de observar sus errores, rec-tificó sus ideas y perfeccionó su razón. Es, en primertérmino, el salvaje que todo lo sacrifica por una baga-tela y después se arrepiente y llora. Es Esaú cediendosu derecho de primogenitura por un plato de lentejas,y luego deseoso de anular la venta. Es el obrero civili-zado, trabajando a título precario y pidiendo constan-temente un aumento de salario, sin comprender, ni élni su patrono, que fuera de la igualdad el salario, por

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grande que sea, siempre es insuficiente. Después es Va-lot, muriendo por defender su hacienda; Catón, desga-rrando sus entrañas para no ser esclavo; Sócrates, de-fendiendo la libertad del pensamiento hasta apurar lacopa fatal; es el tercer estado de 1789, reivindicandola libertad; será muy pronto el pueblo reclamando laigualdad en los medios de producción y en los salarios.

El hombre es sociable por naturaleza, busca en to-das sus relaciones la igualdad y la justicia; pero amatambién la independencia y el elogio. La dificultad desatisfacer a un mismo tiempo estas diversas necesida-des es la primera causa del despotismo de la volun-tad y de la apropiación, que es su consecuencia. Porotra parte, el hombre tiene constantemente precisiónde cambiar sus productos. Incapaz de justipreciar losvalores de las diferentes mercancías, se contenta confijarlos por aproximación, según su pasión y su capri-cho, y se entrega a un comercio traidor, cuyo resultadoes siempre la opulencia y la miseria. Los mayores ma-les de la humanidad provienen, pues, del mal ejerciciode la sociabilidad del hombre, de esa misma justicia deque tanto se enorgullece y aplica con tan lamentableignorancia. La práctica de lo justo es una ciencia cu-yo conocimiento acabará pronto o tarde con el desor-den social, poniendo en evidencia cuáles son nuestros

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derechos y nuestros deberes. Esta educación progresi-va y dolorosa de nuestro instinto, la lenta e insensibletransformación de nuestras percepciones espontáneasen conocimientos reflejos no se observa entre los ani-males, cuyo instinto permanece siempre igual y nuncase esclarece.

Según Federico Cuvier, que tan sabiamente ha sabi-do distinguir el instinto de la inteligencia, el “instintoes una fuerza primitiva y propia, como la sensibilidad,la irritabilidad o la inteligencia. El lobo y el zorro, queadvierten los lazos que se les preparan y los rehúyen;el perro y el caballo, que conocen la significación demuchas palabras nuestras y nos obedecen, hacen estopor inteligencia. El perro, que oculta los restos de su co-mida; la abeja, que construye su celda; el pájaro, queteje su nido, sólo obran por instinto. Hay instinto hastaen el hombre; sólo por instinto mama el recién nacido.Pero en el hombre casi todo se hace por inteligencia,y la inteligencia suple en él al instinto. Lo contrarioocurre a los animales; tienen el instinto para suplir sufalta de inteligencia”. (Flourens, Resumen analítico delas observaciones de F. Couvier.)

“No es posible dar una idea clara del instintosino admitiendo que los animales tienen en su senso-riumimágenes o sensaciones innatas y constantes que

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los mueven a obrar del mismo modo que las sensacio-nes ordinarias y accidentales. Es una especie de aluci-nación o de visión que los persigue siempre; y en todolo que hace relación a su instinto se los puede conside-rar como sonámbulos.” (F. Cuvier, Introducción al reinoanimal.)

Siendo, pues, comunes al hombre y a los animalesla inteligencia y el instinto, aunque en grados diversos,¿qué es lo que distingue a aquél? Según F. Cuvier, la re-flexión, o sea la facultad de considerar intelectualmente,volviendo sobre nosotros mismos, nuestras propias modi-ficaciones.

Conviene explicar esto con mayor claridad. Si seconcede que los animales tienen inteligencia, será pre-ciso concederles también la reflexión en un grado cual-quiera; porque la primera no existe sin la segunda, yCuvier mismo lo ha demostrado en un sinnúmero deejemplos. Pero recordemos que el ilustre observadordefinió la especie de reflexión que nos distingue delos animales como facultad de apreciar nuestras propiasmodificaciones. Esto es lo que procuraré dar a enten-der, supliendo de buen grado el laconismo del filósofonaturalista.

La inteligencia adquirida de los animales jamás leshace alterar las operaciones que realizan por instinto.

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Solamente la emplean con objeto de proveer a los ac-cidentes imprevistos que puedan dificultar esas opera-ciones. En el hombre, por el contrario, la acción ins-tintiva se transforma continuamente en acción refleja.Así, el hombre es sociable por instinto, y cada día lo es

6 El problema del origen del lenguaje es resuelto por la dis-tinción que Federico Cuvier ha hecho del instinto y de la inteli-gencia. El lenguaje no es una intervención premeditada, arbitrariao convencional; no nos viene de Dios ni por comunicación ni porrevelación: el lenguaje es una creación instintiva y no deliberadadel hombre, como la colmena es una creación instintiva y no refle-xiva de la abeja. En este sentido se puede decir que el lenguaje noes la obra del hombre, puesto que no es la obra de su razón; así elmecanismo de las lenguas parece tanto más admirable e ingenio-so cuanto que la reflexión tiene menos parte en eso. Este hecho esuno de los más curiosos y menos discutibles que la filología hayaobservado. Véase entre otras cosas una disertación latina de F. G.Bergmann, Strassburgo, 1839, en la cual el sabio autor explica có-mo se engendra por la sensación el germen fonético; cómo se desa-rrolla el lenguaje en tres períodos sucesivos; por qué el hombre,dotado al nacer de la facultad instintiva de crear su lenguaje, pier-de esa facultad a medida que la razón se desarrolla, cómo al final elestudio de las lenguas es una verdadera historia natural, una cien-cia. Francia posee hoy varios filólogos de primer orden, de un ra-ro talento y de una filosofía profunda: sabios modestos que creanla ciencia casi al margen del público, y cuya consagración a estu-dios vergonzosamente desdeñados parece escapar de los aplausoscon tanto cuidado como otros los buscan.

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más y más por razonamiento y por voluntad. Inventóen su origen la palabra instintivamente6 y fue poetapor inspiración. Hoy hace de la gramática una cienciay de la poesía un arte. Cree en Dios y en la vida fu-tura por una noción espontánea, que yo me atrevo allamar instintiva; y esta noción ha sido siempre expre-sada por él bajo formas monstruosas, extravagantes,elevadas, consoladoras o terribles. Todos estos cultosdiversos, de los que se ha burlado con frívola impiedadel siglo xviii, son la expresión del sentimiento religio-so. El hombre se explicará algún día qué es ese Diosa quien busca su pensamiento y qué es lo que puedeesperar en ese otro mundo al que aspira su alma.

No hace el hombre caso alguno, antes bien, lo des-precia, de todo cuanto realiza por instinto. Si lo admi-ra alguna vez, lo hace, no como cosa suya, sino comoobra de la Naturaleza. De ahí el misterio que oculta losnombres de los primeros inventores, de ahí nuestra in-diferencia por la religión y el ridículo en que han caídosus prácticas. El hombre sólo aprecia los productos dela reflexión y el raciocinio. Las obras admirables delinstinto no son, a sus ojos, más que felices hallazgos;en cambio, califica de descubrimientos y creaciones alas obras de la inteligencia. El instinto es la causa de

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las pasiones y del entusiasmo; la inteligencia hace elcrimen y la virtud.

Para desarrollar su inteligencia, el hombre utiliza,no sólo sus propias observaciones, sino también las delos demás; acumula las experiencias, conserva memo-ria de las mismas; de modo que el progreso de la inte-ligencia existe en las personas y en la especie. Entrelos animales no se da ninguna transmisión de conoci-mientos; los recuerdos de cada individuo mueren conél.

No bastaría decir por tanto que lo que nos distin-gue de los animales es la reflexión, si no entendiése-mos por ésta la tendencia constante de nuestro instintoa convertirse en inteligencia. Mientras el hombre estásometido al instinto no tiene la menor conciencia desus actos; no se equivocaría nunca, ni existiría para élel error, ni el mal, ni el desorden, si como los animales,fuera el instinto el único móvil de sus acciones. Pero elCreador nos ha dotado de reflexión a fin de que nues-tro instinto se convierta en inteligencia, y como estareflexión y el conocimiento que de ella resulta tienenvarios grados, ocurre que en su origen nuestro instintoes contrariado más bien que guiado por la reflexión, ypor consiguiente, nuestra facultad de pensar nos haceobrar en oposición a nuestra naturaleza y a nuestro fin.

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Al equivocarnos, realizamos un mal y somos nuestraspropias víctimas, hasta que el instinto que nos condu-ce al bien y la reflexión que nos hace caer en el mal sonreemplazados por la ciencia del bien y del mal, que nospermite con certeza buscar el uno y evitar el otro.

Así el mal, es decir, el error y sus consecuencias, esel primer hijo de la unión de dos facultades antagó-nicas, el instinto y la reflexión, y el bien o la verdaddebe ser su segundo e inevitable fruto. Sosteniendo elsímil, puede decirse que el mal es producto de un in-cesto entre dos potencias contrarias, y el bien es el hijolegítimo de su santa y misteriosa unión.

La propiedad, nacida de la facultad de razonar, sefortifica por las comparaciones. Pero así como la refle-xión y el razonamiento son posteriores a la esponta-neidad, la observación a la sensación y la experienciaal instinto, la propiedad es posterior a la comunidad.La comunidad, o asociación simple, es el fin necesario,el primer grado de la sociabilidad, el movimiento es-pontáneo por el cual se manifiesta. Para el hombre es,pues, la primera fase de civilización. En este estado desociedad, que los jurisconsultos han llamado comuni-dad negativa, el hombre se acerca al hombre, parte conél los frutos de la tierra, la leche y la carne de los ani-males. Poco a poco esta comunidad, de negativa que es,

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en cuanto el hombre nada produce, tiende a convertir-se en positiva, adaptándose al desarrollo del trabajo yde la industria. Entonces es cuando la autonomía delpensamiento y la temible facultad de razonar sobre lomejor y lo peor enseñan al hombre que si la igualdades la condición necesaria de la sociedad, la comunidades la primera clase de servidumbre.

Para decir todo esto con una fórmula hegeliana, di-ré:

La comunidad, primer modo, primera determina-ción de la sociabilidad, es el primer término del de-senvolvimiento social, la tesis; la propiedad, expresióncontradictoria de la comunidad, constituye el segundotérmino, la antítesis. Queda por descubrir el tercer tér-mino, la síntesis, y tendremos la solución pedida. Aho-ra bien, esa síntesis resulta necesariamente de la co-rrección de la tesis por la antítesis; por tanto es preci-so, por un último examen de sus caracteres, eliminar loque encierran de hostil a la sociabilidad; los dos restosformarán al reunirlos el verdaderomodo de asociaciónhumanitaria.

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II. — Caracteres de la comunidad y de lapropiedad

I. No debo ocultar que fuera de la propiedad o de lacomunidad nadie ha concebido sociedad posible. Esteerror, nunca bastante sentido, constituye toda la vidade la propiedad. Los inconvenientes de la comunidadson de tal evidencia, que los críticos no tenían necesi-dad de haber empleado toda su elocuencia en demos-trarlos. Lo irreparable de sus injusticias, la violenciaque ejerce sobre la simpatía y antipatía naturales, elyugo de hierro que impone a la voluntad, la torturamoral a que somete la conciencia, la atonía en que su-me a la sociedad y, en una palabra, la uniformidad mís-tica y estúpida con que encadena la personalidad libre,activa, razonadora e independiente del hombre, hansublevado el buen sentido general y condenado irre-vocablemente la comunidad.

Las opiniones y los ejemplos que en su favor se ale-gan, se vuelven contra ella. La república comunista dePlatón supone la esclavitud; la de Licurgo se fundabaen la explotación de los ilotas, que, encargados de pro-ducirlo todo para sus señores, dejaban a éstos en liber-tad de dedicarse exclusivamente a los ejercicios gim-násticos y a la guerra. Asimismo Rousseau, confun-

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diendo la comunidad y la igualdad, ha afirmado quesin la esclavitud no consideraba posible la igualdad decondiciones.

Las comunidades de la Iglesia primitiva no pudieronsubsistir más allá del siglo I, degeneraron bien prontoen órdenes monásticas. En las de los jesuitas del Para-guay, la condición de los negros ha parecido a todoslos viajeros tan miserable como la de los esclavos; yes un hecho que los reverendos padres se veían obliga-dos a rodearse de fosos y de murallas para impedir quelos neófitos se escaparan. Los bavoubistas, inspiradospor un horror exaltado contra la propiedad más quepor una creencia claramente formulada, han fracasa-do por la exageración de sus principios; los saintsimo-nianos, sumando la comunidad a la desigualdad, hanpasado como una mascarada. El peligro mayor para lasociedad actual es naufragar una vez más contra eseescollo.

Y cosa extraña, la comunidad sistemática, negaciónreflexiva de la propiedad, está concebida bajo la in-fluencia directa del prejuicio de la propiedad, y estoes porque la propiedad se halla siempre en el fondo detodas las teorías de los comunistas.

Los miembros de una comunidad no tienen cierta-mente nada propio; pero la comunidad es propietaria,

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no sólo de los bienes, sino también de las personas yde las voluntades. Por este principio de propiedad so-berana, el trabajo, que no debe ser para el hombre másque una condición impuesta por la Naturaleza, se con-vierte en toda comunidad en un mandato humano, ypor tanto, odioso. La obediencia pasiva, que es irrecon-ciliable con una voluntad reflexiva, es observada rigu-rosamente. La observancia de reglamentos siempre de-fectuosos, por buenos que sean, impide formular todareclamación; la vida, el talento, todas las facultades delhombre son propiedad del Estado, el cual tiene derechode hacer de ellas, en razón del interés general, el usoque le plazca. Las sociedades particulares deben ser se-veramente prohibidas, a pesar de todas las simpatíasy antipatías de talentos y caracteres, porque tolerarlassería introducir pequeñas comunidades en la sociedadgrande, y por tanto, equivaldría a consentir otras tan-tas propiedades. El fuerte debe realizar el trabajo deldébil, aunque ese deber sea puramente moral y no le-gal, de consejo y no de precepto; el diligente debe eje-cutar la tarea del perezoso, aunque esto sea injusto; elhábil la del idiota, aunque resulte absurdo; el hombre,en fin, despojado de su yo, de su espontaneidad, de sugenio, de sus afecciones, debe inclinarse humildemen-te ante la majestad y la inflexibilidad de la ley común.

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La comunidad es desigual, pero en sentido inversoque la propiedad. La propiedad es la explotación deldébil por el fuerte; la comunidad es la explotación delfuerte por el débil. En la propiedad, la desigualdad decondiciones resulta de la fuerza, cualquiera que sea elnombre con que se disfrace: fuerza física e intelectual;fuerza de los sucesos (azar, fortuna) ; fuerza de pro-piedad adquirida, etc. En la comunidad, la desigualdadviene de la inferioridad del talento y el trabajo, eleva-da al nivel de la fuerza. Esta ecuación injusta sublevala conciencia, porque si bien es deber del fuerte soco-rrer al débil, lo hará voluntariamente, por generosidad,pero no podrá tolerar que se le compare con él. Bienestá que sean iguales por las condiciones del trabajo ydel salario, pero hay que procurar que la sospecha re-cíproca de negligencia en la labor común no despiertela envidia entre ellos.

La comunidad es opresión y servidumbre. El hom-bre quiere de buen grado someterla a la ley del deber,servir a su patria, auxiliar a sus amigos, pero quieretambién trabajar en lo que le plazca, cuando le plazcay cuanto le plazca; quiere disponer de su tiempo, obe-decer sólo a la necesidad, elegir sus amistades, sus dis-tracciones, su disciplina; ser útil por el raciocinio, nopor mandato imperativo; sacrificarse por egoísmo, no

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por obligación servil. La comunidad es esencialmen-te contraria al libre ejercicio de nuestras facultades, anuestros más nobles pensamientos, a nuestros senti-mientos más íntimos. Todo lo que se imaginase paraconciliarla con las exigencias de la razón individual yde la voluntad, sólo tendería a cambiar el nombre, con-servando el sistema; pero quien busque la verdad debuena fe debe procurar no discutir palabras, sino ideas.Así, la comunidad viola la autonomía de la concienciay la igualdad. La primera, mermando la espontaneidaddel espíritu y del corazón, el libre arbitrio en la accióny en el pensamiento; la segunda, recompensando conigualdad de bienestar el trabajo y la pereza, el talento yla necedad, el vicio y la virtud. Además, si la propiedades imposible por la emulación de adquirir, la comuni-dad lo sería bien pronto por la emulación de no hacernada.

II. La propiedad, a su vez, viola la igualdad por el de-recho de exclusión y de albarranía, y el libre arbitriopor el despotismo. El primer efecto de la propiedad hasido suficientemente expuesto en los tres capítulos pre-cedentes, por lo que me limitaré a establecer aquí superfecta identidad con el robo.

Ladrón en latín es fur y latro; fur procede del griegophór, de pheró, en latín fero, yo robo; latro, delathaó,

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bandidaje, cuyo origen primitivo es léthó, en latín la-teo, yo me oculto. Los griegos tienen, además,kleptés,de kleptó, yo hurto, cuyas consonantes radicales sonlas mismas que las de kaluptó, esconderse. Con arregloa estas etimologías, la idea de robar es la de un hom-bre que oculta, distrae una cosa que no le pertenece, decualquier manera que sea. Los hebreos expresaban lamisma idea con la palabra ganab,ladrón, del verbo ga-nab, que significa poner a recaudo, robar. No hurtarás,dice el Decálogo, es decir, no retendrás, no te apode-rarás de lo ajeno. Es el acto del hombre que ingresaen una sociedad ofreciendo aportar a ella cuanto tie-ne y se reserva secretamente una parte, como hizo elcélebre discípulo Ananías.

La etimología del verbo robar (voler en francés)es aún más significativa. Robar (voler), del latín vo-la,palma de la mano, es tomar cartas en el juego; demodo que el ladrón es el que todo lo toma para sí, elque hace el reparto del león. Es probable que este ver-bo robar deba su origen al caló de los ladrones, y queluego haya pasado al lenguaje familiar, y por conse-cuencia, al texto de las leyes.

El robo se comete por infinidad de medios, que loslegisladores han distinguido y clasificado muy hábil-mente, según su grado de atrocidad o de mérito, a fin

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de que en unos el robo fuese objeto de honores y enotros causa de castigo. Se roba: 1°, con homicidio enlugar público; 2°, solo o en cuadrilla; 3°, con fractura oescalamiento; 4°, por sustracción; 5°, por quiebra frau-dulenta; 6°, por falsificación en escritura pública o pri-vada; 7°, por expendio de moneda falsa.

Esta escala comprende a todos los ladrones que ejer-cen su oficio sin más auxilio que la fuerza y el fraudedescarado: bandidos, salteadores de caminos, piratas,ladrones de mar y tierra. Los antiguos héroes se glo-riaban de llevar esos nombres honorables y conside-raban su profesión tan noble como lucrativa. Nemrod,Teseo, Jasón y sus argonautas, Jefté, David, Caco, Ró-mulo, Clovis y todos sus descendientes merovingios,Roberto Guiscard, Tancredo de Hauteville, Bohemondy la mayoría de los héroes normandos, fueron bandi-dos y ladrones. El carácter heroico del ladrón está ex-presado en este verso de Horacio, hablando de Aquiles:

Jura neget sibi nata, nihil non arroget ar-mis.7

7 Mi derecho es mi lanza y mi escudo. — El general de Bros-sard decía como Aquiles: “Tengo vino, oro y mujeres con mi lanzay mi escudo”.

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y en estas palabras de Jacob (Génesis, cap. 48), quelos judíos aplican a David y los cristianos a Cris-to:Manus ejus contra omnes; su mano hace el robo. Ennuestros días, el ladrón, el hombre fuerte de los anti-guos, es perseguido furiosamente. Su oficio, según elCódigo, se castiga con pena aflictiva e infamante, des-de la de reclusión hasta el cadalso. ¡Que triste cambiode opiniones hay en los hombres!

Se roba: 8°, por hurto; 9°, por estafa; 10°, por abusode confianza; 11°, por juegos y rifas.

Esta segunda clase de robos estaba consentida enlas leyes de Licurgo, con objeto de aguzar el ingeniode los jóvenes. La practicaron Ulises, Dolón, Sinón, losjudíos antiguos y modernos, desde Jacob hasta Dentz;los bohemios, los árabes y todos los salvajes. En tiem-po de Luis XII y Luis XIV no era deshonroso hacertrampas en el juego. Aun reglamentado éste, no fal-taban hombres de bien que sin el menor escrúpulo en-mendaban, con hábiles escamoteos, los caprichos dela fortuna. Hoy mismo, en todos los países, es un mé-rito muy estimable entre la gente, tanto en el grandecomo en el pequeño comercio, saber hacer una buenacompra, lo que quiere decir engañar al que vende. El ra-tero, el estafador, el charlatán, hacen uso, sobre todo,de la destreza de su mano, de la sutilidad de su genio,

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del prestigio de la elocuencia y de una extraordinariafecundidad de invención. A veces llegan a hacer atrac-tiva la concupiscencia. Sin duda por esto, el Códigopenal, que prefiere la inteligencia a la fuerza muscu-lar, ha comprendido estas cuatro especies de delitosen una segunda categoría, y les aplica solamente pe-nas correccionales, no infamantes. ¡Y aún se acusa a laley de materialista y atea!

Se roba: 12°, por usura.Esta especie de ganancia, tan odiosa desde la publi-

cación del Evangelio, y tan severamente castigada enél, constituye la transición entre los robos prohibidosy los robos autorizados. Da lugar, por su naturalezaequívoca, a una infinidad de contradicciones en leyesy en la moral, contradicciones hábilmente explotadaspor los poderosos. Así, en algunos países, el usureroque presta con hipoteca al 10, 12 y 15 por 100, incu-rre en un castigo severísimo cuando es descubierto. Elbanquero que percibe el mismo interés, aun cuandono a título de préstamo, pero sí al de cambio o des-cuento, es decir, de venta, es amparado por privilegiodel Estado. Pero la distinción del banquero y del usure-ro es puramente nominal; como el usurero que prestasobre muebles o inmuebles, el banquero presta sobrepapel moneda u otros valores corrientes; como el usu-

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rero, cobra su interés por anticipado; como el usurero,conserva su acción contra el prestatario, si la prendaperece, es decir, si el billete no tiene curso, circuns-tancia que hace de él precisamente un prestamista, no

8 Sería un gran tema curioso y fértil una revista de los auto-res que han tratado de la usura, o como algunos dicen, por eufe-mismo sin duda, del préstamo a interés. Los teólogos han comba-tido en todo tiempo la usura; pero como han admitido siempre lalegitimidad del arriendo o del alquiler, y como la identidad del al-quiler y del préstamo a interés es evidente, se han perdido en unlaberinto de sutilezas y de distingos, y han acabado por no saberlo que debían pensar de la usura. La Iglesia, esa maestra de moral,tan celosa y tan orgullosa de la pureza de su doctrina, ha permane-cido en una ignorancia perpetua sobre la verdadera naturaleza dela propiedad y de la usura: incluso por boca de sus pontífices haproclamado los más deplorables errores. Non potest mutuum-diceBenedicto XIV-, locationi ullo pacto comparari. “La constitución derentas, según Bossuet, está tan distante de la usura como el cielolo está de la tierra”. ¿Cómo, con tales ideas, condenar el préstamoa interés? ¿Cómo sobre todo justificar el Evangelio, que prohíbeformalmente la usura? El esfuerzo de los teólogos es extremo: nopudiendo refutar la evidencia de las demostraciones económicas,que asimilan con razón el préstamo a interés al alquiler, no se atre-ven a condenar el préstamo a interés, y son reducidos a decir que,puesto que el Evangelio prohíbe la usura, es preciso por tanto quealguna cosa sea usura. ¿Pero qué es usura? Nada es más grato quever a esos maestros de las naciones vacilar entre la autoridad delEvangelio que, dice, no puede haber hablado en vano, y la autoridadde las demostraciones económicas; nada, según mi opinión, pone

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un vendedor de dinero. Pero el banquero presta a cor-to plazo, mientras la duración del préstamo usurariopuede ser de un año, de dos, de tres, de nueve, etc.; yes claro que la diferencia en el plazo del préstamo yalgunas pequeñas variedades en la forma del acto nocambian la naturaleza del contrato. En cuanto a los ca-pitalistas que colocan sus fondos, ya en el Estado, yaen el comercio, a 3, 4 ó 5 por 100, es decir, que cobranuna usura menor que la de los banqueros o usureros,son la flor de la sociedad, la crema de los hombres debien. La moderación en el robo es toda la virtud.8

Se roba: 13°, por constitución de renta, por cobro dearrendamiento o alquiler.

más alta la gloria de ese mismo Evangelio, que esa vieja infideli-dad de sus pretendidos doctores. Saumaise, habiendo asimilado elinterés del préstamo al provecho del alquiler, fuerefutado por Gro-cio, Puffendorf, Burlamaqui, Wolf, Heineccius; y lo que es más cu-rioso todavía, Saumaise reconoció su error. En lugar de concluir deesa asimilación de Saumaise que toda albarranía es ilegítima, y deavanzar por ello a la demostración de la igualdad evangélica, se sa-ca una consecuencia del todo opuesta: que siendo el arriendo y elalquiler, según la opinión de todo el mundo, permitidos, si se con-cede que el interés del dinero no difiere de ellos, no hay nada quese pueda llamar usura y por tanto el mandamiento de Jesucristoes una ilusión, un nada, lo que no se podría admitir sin impiedad.

Si esta memoria hubiese aparecido en tiempos de Bossuet, esegran teólogo habría probado por la escritura, los padres, la tradi-

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Pascal, en su Provinciales, ha divertido extraordina-riamente a los buenos cristianos del siglo xvii, a costadel jesuita Escobar y del contrato Mohatra. “El contra-to Mohatra —decía Escobar— es aquel por el cual secompra cualquier cosa a crédito, para revenderla se-guidamente a la misma persona, al contado y a mayorprecio”. Escobar había hallado razones que justificabanesta especie de usura. Pascal y todos los jansenistas seburlaban de él. Pero yo no sé qué hubieran dicho el satí-rico Pascal, el doctor Nicole y el invencible Arnaud, siel P. Antonio Escobar de Valladolid les hubiese presen-tado este argumento: “El arrendamiento es un contratopor el cual se adquiere un inmueble, en precio elevadoy a crédito, para revenderlo al cabo de cierto tiempoa la misma persona y en mayor precio, sólo que, pa-ra simplificar la operación, el comprador se contentacon pagar la diferencia entre la primera venta y la se-gunda. O negáis la identidad del arrendamiento y delMohatra y os confundo al instante, o, si reconocéis lasemejanza, habréis de reconocer también la exactitudde mi doctrina, so pena de prescribir al propio tiempolas rentas y el arriendo”.

A esa concluyente argumentación del jesuita, el se-ñor de Montalde hubiera tocado a rebato exclamando

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que la sociedad estaba en peligro y que los jesuitas mi-naban sus cimientos.

Se roba: 14°, por el comercio, cuando el beneficiodel comerciante excede del importe legítimo de su ser-vicio. La definición del comercio es bien conocida.Artede comprar por 3 lo que vale 6, y de vender en 6 lo quevale 3. Entre el comercio así definido y la estafa, la di-ferencia está no más en la proporción relativa de losvalores cambiados; en una palabra, en la cuantía delbeneficio.

Se roba: 15°, obteniendo un lucro sobre un producto,aceptando una sinecura, percibiendo grandes salarios.

El arrendatario que vende al consumidor su trigo yen el momento de medirlo mete su mano en la fanegay saca un puñado de granos, roba. El profesor a quienel Estado paga sus lecciones y las vende al público pormediación de un librero, roba. El funcionario, el traba-jador, quienquiera que sea, que produciendo como 1se hace pagar como 4, como 100, como 1.000, roba. Eleditor de este libro y yo, que soy su autor, robamos alcobrar por él el doble de lo que vale.

ción, los concilios y los papas, que la propiedad es de derecho di-vino, mientras que la usura es una invención del diablo; y la obraherética habría sido quemada, y el autor encerrado en la Bastilla.

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En resumen: la justicia, al salir de la comunidadnegativa, llamada por los antiguos poetas edad deoro,empezó siendo el derecho de la fuerza. En una so-ciedad de imperfecta organización, la desigualdad defacultades revela la idea del mérito; la equidad sugie-re el propósito de proporcionar al mérito personal, nosólo la estimación, sino también los bienes materiales;y como el primero y casi único mérito reconocido en-tonces es la fuerza física, el más fuerte es el de mayormérito, el mejor, y tiene derecho a la mayor parte. Sino se le concediese, él naturalmente se apoderaría deella. De ahí a abrogarse el derecho de propiedad sobretodas las cosas, no hay más que un paso.

Tal fue el derecho heroico conservado, al menos portradición, entre los griegos y los romanos hasta los úl-timos tiempos de sus repúblicas. Platón, en el Gorgias,da vida a un tal Callides que defiende con mucho in-genio el derecho de la fuerza, el cual, Sócrates, defen-sor de la igualdad, refuta seriamente. Cuéntase que elgran Pompeyo, que se exasperaba fácilmente, dijo enuna ocasión: ¿Y he de respetar las leyes cuando tengo lasarmas en la mano? Este rasgo pinta al hombre luchan-do entre el sentido moral y la ambición y deseoso dejustificar su violencia con una máxima de héroe y debandido.

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Del derecho de la fuerza se derivan la explotacióndel hombre por el hombre, o dicho de otro modo, laservidumbre, la usura o el tributo impuesto por el ven-cedor al enemigo vencido, y toda esa familia tan nume-rosa de impuestos, gabelas, tributos, rentas, alquileres,etc., etc.: en una palabra, la propiedad. Al derecho dela fuerza sucedió el de la astucia, segunda manifesta-ción de la justicia; derecho detestado por los héroes,pues con él nada ganaban, y en cambio perdían dema-siado. Sigue imperando la fuerza, pero ya no vive enel orden de las facultades corporales, sino en el de laspsíquicas. La habilidad para engañar a un enemigo conproposiciones insidiosas, también parece ser digna derecompensa. Sin embargo, los fuertes elogian siemprela buena fe. En esos tiempos el respeto a la palabra da-da y al juramento hecho, era de rigor… nominalmente.Uti lingua nuncupassit, ita jus esto: como ha hablado lalengua, sea el derecho, decía la ley de las Doce Tablas.La astucia, mejor dicho, la perfidia inspiró toda la po-lítica de la antigua Roma. Entre otros ejemplos, Vicocita el siguiente, que también refiere Montesquieu: losromanos habían garantizado a los cartagineses la con-servación de sus bienes y de su ciudad, empleando apropósito la palabra civitas, es decir, la sociedad, el Es-tado. Los cartagineses, por el contrario, habían enten-

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dido la ciudad material, urbs, y cuando estaban ocupa-dos en la reedificación de susmurallas, y so pretexto deque violaban lo pactado, fueron atacados por los roma-nos que, conforme el derecho heroico, no creían haceruna guerra injusta engañando a sus enemigos con unequívoco.

En el derecho de la astucia se fundan los beneficiosde la industria, del comercio y de la banca; los fraudesmercantiles; las pretensiones, a las que suele darse elnombre de talento y de genio, y que debiera conside-rarse como el más alto grado de la trampa y de la fu-llería, y, finalmente, todas las clases de desigualdadessociales.

En el robo, tal como las leyes lo prohíben, la fuerzay el engaño se manifiestan a la luz del día, mientras enel robo autorizado se disfrazan con la máscara de unautilidad producida que sirve para despojar a la víctima.

El empleo directo de la violencia y de la astucia hasido unánimemente rechazado; pero ninguna naciónse ha desembarazado del robo unido al talento, al tra-bajo y a la posesión. De ahí todas las incertidumbresde la realidad y las innumerables contradicciones de lajurisprudencia.

El derecho de la fuerza y el derecho de la astucia,cantados por los poetas en los poemas de la Ilíada y

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laOdisea, inspiran todas las leyes griegas y romanas,que, como es sabido, han pasado a nuestras costum-bres y a nuestros Códigos. El cristianismo no ha al-terado en nada ese estado de cosas. No acusamos deello al Evangelio, que los sacerdotes, tan mal orienta-dos como los legistas, no han sabido nunca explicarni comprender. La ignorancia de los Concilios y de lospontífices, en todo lo que concierne a la moral, ha igua-lado a la del faro y a la de los pretores; y esta profundaignorancia del derecho, de la justicia, de la sociedad, eslo que mata a la Iglesia y desacredita sus enseñanzas.

9 “Yo anuncio el Evangelio, yo vivo del Evangelio”, decía elApóstol, significando por eso que vivía de su trabajo: el clero cató-lico ha preferido vivir de la propiedad. Las luchas de las comunasde la Edad Media contra los abades y los obispos grandes propieta-rios y señores son famosas: las excomuniones papales fulminadasen defensa de las albarranías eclesiásticas no lo son menos. Hoymismo, los órganos oficiales del clero galicano sostienen todavíaque el salario del clero es, no un salario, sino una indemnizaciónpor los bienes de que era antes propietario, y que el tercer estadoen 1789 le ha quitado. El clero prefiere deber subsistencia al dere-cho de albarranía que al trabajo.

Una de las más grandes causas de la miseria en que está sumer-gida Irlanda, son los inmensos ingresos del clero anglicano. Así,heréticos y ortodoxos, protestantes y papistas, no tienen nada quereprocharse: todos han errado igualmente en la justicia, todos handesconocido el octavo mandamiento del Decálogo: No robarás.

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La infidelidad de la Iglesia romana y de las demás igle-sias cristianas es manifiesta. Todas han desconocido elprecepto de Jesucristo; todas han errado en la moraly en la doctrina; todas son culpables de proposicionesfalsas, absurdas, llenas de iniquidad y de crimen. Pidaperdón a Dios y a los hombres esa Iglesia que se repu-ta infalible y que ha corrompido la moral; humíllensesus hermanas reformadas… y el pueblo, desengañado,pero religioso y clemente, las rehabilitará.9

El desenvolvimiento del derecho, en sus diversasmanifestaciones, ha seguido la misma gradación quela propiedad en sus reformas. En todas partes la justi-cia persigue el robo y lo reduce a límites cada vez másestrechos. Hasta el presente las conquistas de lo jus-to sobre lo injusto, de la equidad sobre la desigualdadse han realizado por instinto y por la misma fuerza delas cosas. El último triunfo de nuestra sociabilidad se-rá debido a la reflexión, so pena de caer de nuevo enel feudalismo. Aquella gloria está reservada a nuestrainteligencia, este abismo de miseria a nuestra indigni-dad. El segundo efecto de la propiedad es el despotis-mo. Pero como el despotismo se une necesariamenteen el pensamiento a la idea de autoridad legítima, in-vestigando las causas naturales del primero, se ponede manifiesto el principio de la segunda.

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¿Qué forma de gobierno es preferible? —¿Y aúnlo preguntáis —contestará inmediatamente cualquie-ra de mis jóvenes lectores—, ¿no sois republicano? —Republicano soy, en efecto, pero esta palabra no pre-cisa nada.Res publica es la cosa pública, y por estoquien ame la cosa pública, bajo cualquier forma de go-bierno, puede llamarse republicano. Los reyes son tam-bién republicanos. -¿Sois entonces demócrata? —No.-¿Acaso sois monárquico? —No. —¿Constitucional?—Dios me libre. -¿Aristócrata? —Todo menos eso. -¿Queréis, pues, un gobierno mixto? —Menos todavía.-¿Qué sois entonces? —Soy anarquista.

— Ahora os comprendo; os estáis mofando de la au-toridad.

— En modo alguno: acabáis de oír mi profesión defe seria y detenidamente pensada. Aunque amigo delorden, soy anarquista en toda la extensión de la pala-bra. En las especies de animales sociales, “la debilidadde los jóvenes es la causa de su desobediencia a losmayores, que poseen la fuerza. La costumbre, que enellos resulta una especie particular de conciencia, es larazón por la cual el poder es atributo siempre del demás edad, aunque no sea el más fuerte. Cuando la so-ciedad está sometida a un jefe, éste es casi siempre elmás viejo del grupo. Y digo casi siempre, porque esa

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jerarquía puede ser alterada por pasiones violentas. Enese caso, la autoridad se transmite a otro, y habiendocomenzado a ejercerse por la fuerza, se conserva luegopor el hábito. Los caballos salvajes caminan en grupos;tienen un jefe que va a la cabeza, a quien los demás si-guen confiados, y él es quien les da la señal de la fugay del ataque. El carnero que hemos criado nos sigue,pero también sigue al rebaño en que ha nacido. No veen el hombre más que el jefe de su grupo… El hombreno es para los animales domésticos más que un miem-bro de su sociedad: todo su arte se reduce a hacer quelo acepte como asociado, y pronto se convierte en sujefe por serles superior en inteligencia. El hombre noaltera, pues, el estado natural de estos animales, comoha dicho Buffon: no hace más que aprovecharse de él.En otros términos, encuentra animales sociables y losconvierte en domésticos, haciéndose él su asociado ysu jefe. La domesticidad de los animales es, por tan-to, un caso particular, una simple modificación, unaconsecuencia determinada de la sociabilidad. Todos losanimales domésticos son, por naturaleza, animales so-ciables”. (Flourens, Resumen de las observaciones de F.Cuvier.)

Los animales sociables siguen a un jefe por instin-to. Pero (y esto no lo ha dicho F. Cuvier) la función

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que este jefe desempeña es puramente intelectiva. Eljefe no enseña a los demás a asociarse, a reunirse ba-jo su dirección, a reproducirse, a huir ni a defenderse;sobre estos extremos sus subordinados saben tanto co-mo él. Pero el jefe es quien, con su mayor experiencia,atiende a lo imprevisto, y con su inteligencia suple, encircunstancias difíciles, al instinto general. Él es quiendelibera, quien decide, quien guía; él es, en una pala-bra, quien con su mayor prudencia dirige al grupo enbien de todos.

El hombre, al vivir naturalmente en sociedad, siguetambién naturalmente a un jefe. En su origen, este jefeera el padre, el patriarca, es decir, el hombre prudente,sabio, cuyas funciones son por consecuencia, de refle-xión y de inteligencia. La especie humana, como las de-más razas de animales sociales, tiene sus instintos, susfacultades innatas, sus ideas generales, sus categoríasdel sentimiento y de la razón. Los jefes, legisladoreso reyes, nunca han inventado ni ideado nada; no hanhecho otra cosa que guiar a las sociedades según su ex-periencia, pero siempre adaptándose a las opiniones ycreencias generales.

Los filósofos que, reflejando en la moral y en la his-toria su sombrío humor de demagogos, afirman queel género humano no ha tenido en su principio ni je-

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fes ni reyes, desconocen la naturaleza del hombre. Larealeza, la monarquía absoluta, es, tanto o más que lademocracia, una forma primitiva de gobierno. El he-cho de que en los tiempos más remotos no faltan hé-roes, bandidos y aventureros que conquistan tronos yse proclaman reyes, suele ser causa de que se confun-dan lamonarquía y el despotismo. Pero la primera datade la creación del hombre y subsiste en los tiempos dela comunidad negativa; el heroísmo y el despotismose inician con la primera determinación de la idea dejusticia, es decir, con el reinado de la fuerza. Desde elmomento en que por la comprobación de los méritosse reputó mejor al más fuerte, éste ocupó el lugar delmás anciano y la monarquía se constituyó en despotis-mo.

El origen espontáneo, instintivo, y por decirlo así,fisiológico de la monarquía, le presta en sus principiosun carácter sobrehumano; los pueblos la atribuyen alos dioses, de quienes, según afirmaban, descendían losprimeros reyes: de ahí las genealogías divinas de las fa-milias reales, las humanizaciones de los dioses, las fá-bulas del Mesías. De ahí la doctrina del derecho divino,que aun cuenta tan decididos campeones. La monar-quía fue en un principio electiva, porque en el tiempoen que el hombre producía poco y apenas poseía algo,

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la propiedad era demasiado débil para sugerir la ideade la herencia y para garantizar al hijo el cetro de supadre. Pero cuando se roturaron los campos y se edi-ficaron las ciudades, las funciones sociales, como lascosas, fueron apropiadas. De ahí las monarquías y lossacerdocios hereditarios; de ahí la herencia impuestahasta en las profesionesmás vulgares, cuya circunstan-cia implica la división de castas, el orgullo nobiliario,la abyección de todo trabajo físico, y confirma lo quehe dicho del principio de sucesión patrimonial, que esun medio indicado por la Naturaleza para proveer afunciones vacantes y proseguir una obra comenzada.

La ambición hizo que de tiempo en tiempo apare-ciesen usurpadores que suplantaran a los reyes, lo queobligó a distinguir a los unos como reyes de derecho,legítimos, y a los otros como tiranos. Pero no hay queatenerse exclusivamente a los nombres, porque ha ha-bido siempre reyes malos y tiranos soportables. Todamonarquía puede ser buena cuando es la única formaposible de gobierno, pero legítima no lo es jamás. Nila herencia, ni la elección, ni el sufragio universal, nila excelencia del soberano, ni la consagración de la re-ligión y del tiempo, legitiman la monarquía. Bajo cual-quier forma que se manifieste, el gobierno del hombrepor el hombre es ilegal y absurdo.

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El hombre, para conseguir la más rápida y perfec-ta satisfacción de sus necesidades, busca la regla. Ensu origen, esta regla es para él viviente, visible y tan-gible; es su padre, su amo, su rey. Cuanto más igno-rante es el hombre, más obediente es y mayor y másabsoluta la confianza que pone en quien lo dirige. Pe-ro el hombre, cuya ley es conformarse a la regla, llegaa razonar las órdenes de sus superiores, y semejanterazonamiento es ya una protesta contra la autoridad,un principio de desobediencia. Desde el momento enque el hombre trata de hallar la causa de la voluntadque manda, es un rebelde. Si obedece, no porque el reylo mande, sino porque el mandato es justo, a su juicio,puede afirmarse que no reconoce ninguna autoridad yque el individuo es rey de sí mismo. Desdichado quiense atreva a regirlo y no le ofrezca como garantía de susleyes más que los votos de una mayoría; porque, máso menos pronto, la minoría se convertiría en mayoría,y el imprudente déspota será depuesto y sus leyes ani-quiladas.

A medida que la sociedad se civiliza, la autoridadreal disminuye; es éste un hecho comprobado por lahistoria. En el origen de las naciones, los hombres noreflexionan y razonan torpemente. Sin métodos, sinprincipios, no saben ni aun hacer uso de su corazón;

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no distinguen claramente lo justo de lo injusto. Enton-ces la autoridad de los reyes es inmensa, ya que nopuede ser contradicha por los sometidos. Pero poco apoco la experiencia forma el hábito, y éste determinaluego la costumbre, la cual se traduce en máximas, enprincipios, que al fin llegan a formularse en leyes, y yael rey, la ley viva, se ve forzado a respetarlas. Llega untiempo en que las costumbres y las leyes son tan nume-rosas, que la voluntad del príncipe está como atada a lavoluntad general, en forma tal, que al tomar la coronatiene que jurar que gobernará con arreglo a ellas, sien-do ya sólo el poder ejecutivo de una sociedad cuyasleyes se establecieron sin su concurso.

Hasta ese momento todo sucede de modo instintivo,sin que los interesados se den cuenta exacta de ello; pe-ro veamos el término fatal de ese movimiento. A fuer-za de instruirse y de adquirir ideas, acaba el hombrepor adquirir la idea de ciencia, es decir, la idea de unsistema de conocimientos adecuados a la realidad delas cosas y deducidos de la observación. Investiga en-tonces en la ciencia el sistema de los cuerpos inani-mados, el de los cuerpos orgánicos, el del espíritu hu-mano, el del mundo; ¿y cómo no investigar también elsistema de la sociedad? una vez llegado a este punto,comprende que la verdad, en la ciencia política es in-

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dependiente por completo de la voluntad del soberano,de la opinión de las mayorías y de las creencias vulga-res; y que reyes, ministros, magistrados y pueblos, encuanto son voluntades, nada significan por la ciencia yno merecen consideración alguna. Comprende al mis-mo tiempo que si el hombre es sociable por naturaleza,la autoridad de su padre acaba desde el día en que, for-mada ya su razón y completada su educación, se con-vierte en su asociado; que su verdadero señor y rey esla verdad demostrada; que la política es una ciencia yno un convencionalismo, y que la función del legisla-dor se reduce, en último extremo, a la investigaciónmetódica de la verdad.

Así, en una sociedad, la autoridad del hombre so-bre el hombre está en razón inversa del desarrollo in-telectual conseguido por esa sociedad, y la duraciónprobable de esta autoridad puede calcularse en razóndirecta de la mayor o menor aspiración a un verdaderogobierno, es decir, a un gobierno establecido con arre-glo a principios científicos. Así coma el derecho de lafuerza y el de la astucia se restringen por la determina-ción cada vez mayor de la idea de justicia y acabaránpor desaparecer en la igualdad, la soberanía de la vo-luntad cede ante la soberanía de la razón y terminarápor aniquilarse en un socialismo científico. La propie-

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dad y la autoridad están amenazadas de ruina desdeel principio del mundo, y así como el hombre busca lajusticia en la igualdad, la sociedad aspira al orden enla anarquía.

Anarquía, ausencia de señor, de soberano,10 tal es laforma de gobierno, a la que nos aproximamos de díaen día, y a la que, por el ánimo inveterado de tomarel hombre por regla y su voluntad por ley, miramoscomo el colmo del desorden y la expresión del caos.Refiérese que allá por el siglo xvii un vecino de Parísoyó decir que en Venecia no había rey alguno, y talasombro causó al pobre hombre la noticia, que pensómorirse de risa al oír una cosa para él tan ridícula. Tales nuestro prejuicio. Cada uno de nosotros desea tener,sin darse a veces cuenta de ello, uno o varios jefes, nofaltando comunistas que sueñan, comoMarat, con unadictadura.

La legislación y la política son objeto de ciencia, node opinión; la facultad legislativa sólo pertenece a la ra-zónmetódicamente reconocida y demostrada. Atribuira un poder cualquiera el derecho de veto y de la san-

10 El sentido que vulgarmente se atribuye a la palabra anar-quía es ausencia de principio, ausencia de regla, y por esta razónse tiene por sinónimo de desorden.

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ción es el colmo de la tiranía. La justicia y la legalidadson tan independientes de nuestro asentimiento comola verdad matemática. Para obligar, basta que sean co-nocidas; para manifestarse al hombre, sólo requierensumeditación y su estudio. ¿Y qué representa entoncesel pueblo, si no es soberano, si no se deriva de él la fa-cultad legislativa? El pueblo es el guardián de la ley, esel poder ejecutivo. Todo ciudadano puede afirmar: “Es-to es verdadero, aquello es justo”; pero tal convicciónsólo a él lo obliga; para que la verdad se convierta enley, es preciso que sea reconocida por todos. Pero ¿quées reconocer una ley? Es realizar una operación mate-mática o metafísica, es repetir una experiencia, obser-var un fenómeno, comprobar un hecho. Solamente lanación tiene derecho a decir: Ordeno y mando.

Yo confieso que todo esto es el derrumbamiento delas ideas recibidas, y que parece que tomo ami cargo eltrastorno de la política actual; pero ruego al lector queconsidere que habiendo comenzado por una paradoja,debía, si razonaba justamente, encontrar a cada pasoparadojas. Por lo demás, no veo qué peligro correría lalibertad de los ciudadanos si, en lugar de la pluma delegislador, la cuchilla de la ley fuese puesta en manosde los ciudadanos. Perteneciendo esencialmente a lavoluntad la potencia ejecutiva, no puede ser confiada

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a demasiados mandatarios: está ahí la verdadera sobe-ranía del pueblo.11

El propietario, el ladrón, el héroe, el soberano, por-que todos estos nombres son sinónimos, imponen suvoluntad como ley y no permiten contradicción ni in-tervención, es decir, que intentan ejercer el poder le-gislativo y el ejecutivo a la vez. Por eso la sustituciónde la voluntad real por la ley científica y verdadera nopuede realizarse sin lucha encarnizada. Después de la

11 Si tales ideas penetran alguna vez en los espíritus, habráterminado el gobierno representativo y la tiranía de los habladores.En otro tiempo la ciencia, el pensamiento, la palabra, eran confun-didos bajo unamisma expresión; para designar a un hombre fuertede pensamientos y saber, se decía un hombre pronto a hablar y po-deroso en el discurso. Desde hace largo tiempo la palabra ha sidoseparada por abstracción de la ciencia y de la razón; poco a pocoesa abstracción, como dicen los lógicos, se ha realizado en la socie-dad; es verdad que hoy tenemos sabios de muchas especies que nohablan apenas, y habladores que no son siquiera sabios en la cien-cia de la palabra. Así un filósofo no es ya un sabio; es un hablador.un legislador, un poeta, fueron en otro tiempo hombres profun-dos y divinos: hoy son habladores. un hablador es un timbre sono-ro, a quien el menor choque hace dar un sonido indeterminable;en el hablador, el flujo del discurso está siempre en razón directade la pobreza del pensamiento. Los habladores gobiernan el mun-do; nos aturden, nos abruman, nos saquean, nos chupan la sangrey se burlan de nosotros: en cuanto a los sabios, ellos se callan, siquieren decir una palabra, se les corta la palabra. Que escriban.

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propiedad, tal situación es el más poderoso elementode la historia, la causa más fecunda de las alteracionespolíticas. Los ejemplos de esto son demasiado numero-sos y evidentes para que me detenga a enumerarlos.

La propiedad engendra necesariamente el despotis-mo, el gobierno de lo arbitrario, el imperio de una vo-luntad libidinosa. Tan esencial es esto en la propiedad,que para convencerse de ello basta recordar lo que lapropiedad es y fijarse en lo que ocurre a nuestro alre-dedor. La propiedad es el derecho de usar y abusar. Porconsiguiente, si el gobierno es economía, si tiene porúnico objeto la producción y el consumo, la distribu-ción de los trabajos y de los productos, ¿cómo ha deser posible con la propiedad? Si los bienes son objetode propiedad, ¿cómo no han de ser reyes los propie-tarios, y reyes despóticos, según la proporción de susderechos dominicales? Y si cada propietario es sobe-rano en la esfera de su propiedad, rey inviolable entoda la extensión de su dominio, ¿cómo no ha de serun caos y una confusión un gobierno constituido porpropietarios?

Por tanto, no es posible gobierno, ni economía polí-tica, ni administración pública que tenga la propiedadpor fundamento.

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III. — Determinación de la tercera forma social.Conclusión

La comunidad pretende la igualdad y la ley. La pro-piedad, nacida del sentimiento del mérito personal, as-pira frecuentemente a la independencia y a la propor-cionalidad.

Pero la comunidad, tomando la uniformidad por laley y la nivelación por la igualdad, llega a ser tiráni-ca e injusta, y a su vez la propiedad, por su despotis-mo y sus detentaciones, se muestra pronto opresiva einsociable. El propósito de la comunidad y de la pro-piedad es bueno; el resultado de una y otra es pésimo.¿Por qué? Porque ambas son exclusivistas y descono-cen, cada una de ellas por su parte, dos elementos dela sociedad. La comunidad rechaza la independenciay la proporcionalidad; la propiedad no satisface a laigualdad ni a la ley.

Mas si imaginamos una sociedad fundada en estoscuatro principios, igualdad, ley, independencia y pro-porcionalidad, hallaremos:

1°) Que consistiendo la igualdad únicamente en laigualdad de condiciones, es decir, de medios, no enlaigualdad de bienestar, la cual, mediante la igualdad

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de medios, debe ser obra del trabajador, no se atentaen forma alguna a la justicia ni a la equidad.

2°) Que la ley, como resultado que es de la cienciade los hechos y fundada, por tanto, en la necesidadmisma, no puede quebrantar jamás la independencia.

39)Que la independencia recíproca de los individuos,o la autonomía de la razón privada, como derivada quees de la diferencia de talentos y capacidades, puedeexistir sin peligro dentro de la ley.

4°)Que no admitiéndose la proporcionalidad sino enla esfera de la inteligencia y del sentimiento, pero noen el orden de las cosas físicas, puede observarse sinviolar la justicia o la igualdad social.

Esta tercera forma de sociedad, síntesis de la comu-nidad y de la propiedad, se llama libertad.12

Para determinar la libertad, no reunimos, pues, sindiscernimiento la comunidad y la propiedad, lo cual se-ría un eclecticismo absurdo. Investigamos por un mé-todo analítico lo que cada una de ellas contiene de ver-dadero, conforme a la voz de la Naturaleza y a las leyesde la sociabilidad, y eliminamos lo que tienen de fal-

12 Libertas, libertare, libratio, libra, libertad, liberar, libración,balance (libro), expresiones todas cuya etimología parece común.La libertad es la balanza de los derechos y de los deberes: libertar aun hombre es balancearse con los otros, es decir, ponerlo a su nivel.

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so, como elementos extraños. El resultado ofrece unaexpresión adecuada a la forma natural de la sociedadhumana; en una palabra, la libertad.

La libertad es la igualdad, porque la libertad sóloexiste en el estado social, y fuera de la igualdad nopuede haber sociedad. La libertad es la anarquía, por-que no consiente el imperio de la voluntad, sino sólo laautoridad de la ley, es decir, de la necesidad. La liber-tad afirma la independencia en términos de infinita va-riedad, porque respeta todas las voluntades dentro delos límites de la ley. La libertad es la proporcionalidad,porque ofrece plena latitud a la ambición del mérito ya la emulación de la gloria.

Podemos decir ahora lo mismo que dijo Cousin:“Nuestro principio es verdadero, es bueno, es social:no temamos deducir de él todas sus consecuencias”.

La sociabilidad en el hombre, convirtiéndose en jus-ticia por la reflexión, en equidad por la mutua depen-dencia de las capacidades, teniendo por fórmula la li-bertad, es el verdadero fundamento de la moral, el prin-cipio y la regla de todas nuestras acciones. Es el móviluniversal que la filosofía busca, que la religión corro-bora, que el egoísmo suplanta, que la razón pura nopuede suplir jamás. El deber y elderecho tienen su úni-ca fuente en la necesidad, la cual, según se considere

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en relación con los seres exteriores, es derecho, y enrelación con nosotros mismos es deber.

Es una necesidad comer y dormir; tenemos un de-recho a procurarnos las cosas necesarias al sueño y alsustento; es en nosotros un deber usar de ellas cuandola Naturaleza lo exige.

Es una necesidad trabajar para vivir; es un derechoy un deber.

Es una necesidad amar a la mujer y a los hijos; esdeber del marido ser su productor y su sostén; es underecho de ser amado por ellos con preferencia a todos.La fidelidad conyugal es de justicia; el adulterio es uncrimen de lesa sociedad.

Es una necesidad cambiar unos productos por otros:no hay derecho a exigir que este cambio sea de valoresiguales, y puesto que consumimos antes de producir,es en nosotros un deber, en cuanto de nosotros depen-da, producir con lamisma constancia que consumimos.El suicidio es una quiebra fraudulenta.

Es una necesidad realizar nuestro trabajo según lasluces de nuestra razón; es un derecho mantener nues-tro libre albedrío; es un deber respetar el de los demás.Es una necesidad ser apreciados por nuestros semejan-tes; es un deber merecer sus elogios; es un derecho serjuzgados por nuestros actos.

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La libertad no es contraria al derecho de sucesión he-reditaria; se limita a velar por que la igualdad no seaviolada por él. Optad —nos dice— entre dos herencias,pero no las acumuléis nunca. Toda la legislación rela-tiva a las transmisiones, sustituciones, las adopciones,etcétera, está por hacerse.

La libertad favorece la emulación, lejos de destruir-la. En la igualdad social, la emulación consiste en tra-bajar, en desenvolverse en condiciones iguales. Su re-

13 En una publicación mensual, cuyo primer número acabade aparecer bajo el título de l’Egalitaire se propone la abnegacióncomo principio de igualdad: es confundir todas las nociones. Laabnegación en sí misma supone la más alta desigualdad; buscar laigualdad en la abnegación es confesar que la igualdad es contra-ria a la naturaleza. La igualdad debe ser establecida sobre la jus-ticia, sobre el derecho estricto, sobre los principios invocados porel propietario mismo; de otro modo no existirá nunca. La abnega-ción, el sacrificio es superior a la justicia; no pueden ser impues-tos como ley, porque su naturaleza consiste en no tener recompen-sa. Ciertamente, habría que desear que todo el mundo reconociesela necesidad de la abnegación, y el pensamiento de l’Egálitaire esmuy buen ejemplo; desgraciadamente no me parece que conduz-ca a nada. ¿Qué responder, por ejemplo, a un hombre que os dice:“No quiero sacrificarme”? ¿Habrá que obligarlo a ello? Cuando elsacrificio, la abnegación son forzados, se llama a eso opresión, ser-vidumbre, explotación del hombre por el hombre. Es así como losproletarios son sacrificados a la propiedad.

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compensa está en sí misma; el éxito ajeno a nadie per-judicará.

La libertad elogia el sacrificio y honra a quienes lohacen; pero no necesita de él. La justicia basta para

14 De todos los socialistas modernos, los discípulos de Fourierme han parecido hace tiempo los más avanzados y acaso los úni-cos dignos de este nombre. Si hubiesen sabido comprender su tareade hablar al pueblo, despertar simpatías, callarse sobre lo que noentendían; si hubiesen presentado pretensiones menos orgullosasy mostrado más respeto hacia la razón pública, quizás la reforma,gracias a ellos, habría comenzado. Pero ¿no están esos reformado-res tan resueltos sin cesar de rodillas ante el poder y la opulencia,es decir ante aquello que hay de más antirreformista? ¿Cómo nocomprenden en un siglo razonador que el mundo quiere ser con-vertido por razón demostrativa, no por mitos y alegorías? ¿Cómoadversarios implacables de la civilización toman de ella sin embar-go lo que ha producido de más funesto: la propiedad, la desigual-dad de fortuna y de rangos, la glotonería, el concubinato, la prosti-tución, qué sé yo quémás? ¿La teurgia, la magia y la brujería? ¿Porqué esos interminables declamadores contra la moral, la metafísi-ca, la psicología, cuando esas ciencias, de las que no entienden na-da, constituyen todo su sistema? ¿Por qué esa manía de divinizara un hombre cuyo principal mérito fue desvariar sobre una multi-tud de cosas que no conocía más que de nombre, en el más extra-ño lenguaje que haya habido jamás? Cualquiera que admita la in-falibilidad de un hombre, se vuelve por eso mismo incapaz de ins-truir a los demás; el que abdica de su razón, pronto proscribirá ellibre examen. Los falansterianos no dejarían de hacerlo si fuesenlos amos. Que se dignen en fin razonar, que procedan con método,

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mantener el equilibrio social; el sacrificio es innecesa-rio. Sin embargo, dichoso aquel que puede decir: Yome sacrifico.13

La libertad es esencialmente organizadora. Para ase-gurar la igualdad entre los hombres, el equilibrio entrelas naciones, es preciso que la agricultura y la indus-tria, los centros de instrucción, de comercio y de nego-cios, se distribuyan, según las condiciones geográficasde cada país, la clase de sus productos, el carácter y lasaptitudes naturales de sus habitantes, etcétera, en pro-porciones tan justas, tan sabias, tan bien combinadas,que en ninguna parte haya exceso ni falta de pobla-ción, de consumo y de producción. Éste es el principiode la ciencia del derecho público y del derecho priva-do, la verdadera economía política. Corresponde a losjurisconsultos desembarazarlos ya del falso principiode la propiedad, redactar las nuevas leyes y pacificaral mundo. Ciencia y genio no les faltan; el punto departida ya les es conocido.14

que nos den demostraciones, no revelaciones, y los escucharemosde buena gana; después que organicen la industria, la agricultura,el comercio; que hagan atractivo el trabajo, honrosas las funcionesmás humildes, y nuestros aplausos estarán con ellos. Sobre todo,que se deshagan de ese iluminismo que les da un aire de imposto-res o de víctimas, mucho más que de creyentes y de apóstoles.

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He concluido la obra queme había propuesto; la pro-piedad está vencida: ya no se levantará jamás. En todaspartes donde este libro se lea, existirá un germen demuerte para la propiedad; y allí, más o menos pronto,desaparecerán el privilegio y la servidumbre. Al des-potismo de la voluntad sucederá al fin el reinado de larazón. ¿Qué sofismas ni qué prejuicios podrán contra-rrestar la sencillez de estas proposiciones?

I. La posesión individual15 es la condición de la vidasocial.

Cinco mil años de propiedad lo demuestran: la pro-piedad es el suicidio de la sociedad. La posesión es dederecho; la propiedad es contra el derecho. Suprimidla propiedad conservando la posesión, y con esta solamodificación habréis cambiado por completo las leyes,el gobierno, la economía, las instituciones: habréis eli-minado el mal de la tierra.

15 La posesión individual no es un obstáculo al gran cultivo ya la unidad de explotación. Si no he hablado de los inconvenientesde la parcelación, es que he creído inútil repetir después de tantosotros lo que debe ser para todo el mundo una verdad adquirida.Pero estoy sorprendido de que los economistas, que han hechodestacar tan bien las miserias del pequeño cultivo, no hayan vistoque el principio de ellas está enteramente en la propiedad, sobretodo que no hayan sentido que su proyecto de movilizar el sueloes un comienzo de abolición de la propiedad.

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II. Siendo igual para todos el derecho de ocupación,la posesión variará con el número de poseedores: lapropiedad no podrá constituirse.

III. Siendo también igual para todos el resultado deltrabajo, es imposible la formación de la propiedad porla explotación ajena y por el arriendo.

IV. Todo trabajo humano es resultado necesario deuna fuerza colectiva; la propiedad, por esa razón, debeser colectiva e indivisa. En términos más concretos, eltrabajo destruye la propiedad.

V. Siendo toda aptitud para el trabajo, lo mismo quetodo instrumento para el mismo, un capital acumula-do, una propiedad colectiva, la desigualdad de remu-neración y de fortuna, so pretexto de desigualdad decapacidades, es injusticia y robo.

VI. El comercio tiene por condiciones necesarias lalibertad de los contratantes y la equivalencia de losproductos cambiados. Pero siendo la expresión del va-lor la suma de tiempo y de gastos que cuesta cada pro-ducto y la libertad inviolable, los trabajadores han deser necesariamente iguales en salarios, como lo son enderechos y en deberes.

VII. Los productos sólo se adquieren mediante pro-ductos; pero siendo condición de todo cambio la equi-valencia de los productos, el lucro es imposible e in-

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justo. Aplicad este principio elemental de economía ydesaparecerán el pauperismo, el lujo, la opresión, elvicio, el crimen y el hambre.

VIII. Los hombres están asociados por la ley físicay matemática de la producción antes de estarlo por suasentimiento: por consiguiente, la igualdad de condi-ciones es de justicia, es decir, de derecho social, dederecho estricto; el afecto, la amistad, la gratitud, laadmiración, corresponden al derecho equitativo o pro-porcional.

XI. La asociación libre, la libertad, que se limita amantener la igualdad en los medios de producción y laequivalencia en los cambios, es la única forma posiblede sociedad, la única justa, la única verdadera.

X. La política es la ciencia de la libertad. El gobiernodel hombre por el hombre, cualquiera que sea el nom-bre con que se disfrace, es tiranía; el más alto grado deperfección de la sociedad está en la unión del orden yde la anarquía.

La antigua civilización ha llegado a su fin: la faz dela tierra va a renovarse bajo un nuevo sol. Dejemos pa-sar una generación, dejemos morir en el aislamiento alos antiguos prevaricadores: la tierra santa no cubrirásus huesos. Si la corrupción del siglo te indigna, si eldeseo de justicia te enaltece, si amas la patria, si el in-

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terés de la humanidad te afecta, abraza, lector, la causade la libertad. Abandona tu egoísmo, húndete en la olapopular de la igualdad que nace; en ella tu alma puri-ficada hallará energías desconocidas; tu carácter débilse fortalecerá con valor indomable; tu corazón rejuve-necerá. Todo cambiará de aspecto a tus ojos, ilumina-dos por la verdad; nuevos sentimientos despertarán enti ideas nuevas. Religión, moral, arte, idioma, se te re-presentarán bajo una forma más grande y más bella, yseguro de tu fe, saludarás la aurora de la regeneraciónuniversal.

Y vosotros, pobres víctimas de una ley odiosa, voso-tros a quienes unmundo estúpido despoja y ultraja, vo-sotros, cuyo trabajo fue siempre infructuoso y vuestroesperar sin esperanza, consolaos; vuestras lágrimas es-tán contadas. Los padres han sembrado en la aflicción,los hijos cosecharán en la alegría.

¡Oh, Dios de libertad! ¡Dios de igualdad! ¡Tú, quehas puesto en mi corazón el sentimiento de la justiciaantes que mi razón llegase a comprenderla, oye mi ar-diente súplica! Tú eres quien me ha inspirado cuantoacabo de escribir. Tú has formado mi pensamiento, di-rigido mi estudio, privado mi corazón de malas pasio-nes, a fin de que publique tu verdad ante el amo y anteel esclavo. He hablado según la energía y capacidad

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que tú me has concedido; a ti te corresponde acabartu obra. Tú sabes, Dios de libertad, si me ha guiadomi interés o tu gloria. ¡Perezca mi nombre y que lahumanidad sea libre! ¡Vea yo, desde un oscuro rincón,instruido al pueblo, aconsejado por leales protectores,conducido por corazones desinteresados! Acelera, si esposible, el tiempo de nuestra prueba; ahoga en la igual-dad el orgullo y la avaricia; confunde esta idolatría dela gloria que nos retiene en la abyección; enseña a es-tos pobres hijos tuyos que en el seno de la libertad nohabrá héroes ni grandes hombres.

Inspira al poderoso, al rico, a aquel cuyo nombre ja-más pronunciarán mis labios en presencia tuya, sen-timientos de horror a sus rapiñas; sean ellos los quepidan que se les admita la restitución y absuélvalos suinmediato arrepentimiento de todas sus culpas. Enton-ces, grandes y pequeños, sabios e ignorantes, ricos ypobres, se confundirán en inefable fraternidad, y to-dos juntos, entonando un himno nuevo, te erigirán elaltar, ¡oh Dios de libertad y de igualdad!

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Biblioteca anarquistaAnti-Copyright

Pierre-Joseph Proudhon¿Qué es la propiedad?

Investigaciones sobre el principio del derecho y delgobierno

1840

Recuperado el 13 de diciembre de 2013 desdelibrosdeanarres.com.ar

Título del original en francés: Qu’est-ce que lapropriété? Traducción directa: A. Gómez Pinilla.

Revisión: Diego Abad de Santillán. Con apéndices ynotas del autor, agregados a la primera versión

española.

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