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Dos - Diciembre de 2018 Publicación Trimestral para los Ministros Extraordinarios de la Sagrada Comunión en la Arquidiócesis de Portland

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Dos - Diciembre de 2018

Publicación Trimestral para los Ministros Extraordinarios de la Sagrada Comunión en la Arquidiócesis de Portland

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La imagen en la portada del número de FyC de este mes es una representación bordada del "pelícano piadoso", lo cual es un símbolo de la Eucaristía, en que el Hijo de Dios nos alimenta con su propio Cuerpo y Sangre, para hacernos partícipes de su vida divina. En la foto, sale una capucha, bordada en los años 1860 por las hermanas dominicas en Stone, Staffordshire.

En la imagen de arriba sale el techo bellamente tallado en la Capilla del Cardo de San Gil en Edimburgo, que representa nuevamente al Pelícano y su descendencia.

Los bestiarios medievales (libros que representan animales alegóricamente) decían que “a medida que crecen los pelícanos jóvenes, comienzan a golpear a sus padres en la cara con sus picos. Aunque el pelícano tiene un gran amor por sus crías, contraataca y los mata. Después de tres días, la madre se perfora el costado o el pecho y deja que la sangre caiga sobre los pájaros muertos, y así los revive. Algunos dicen que es el pelícano macho el que mata a los jóvenes y los revive con su sangre ".

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La Imagen del Pelícano en la Piedad Eucarística

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En la piedad popular, entonces, el pelícano se convirtió en una representación alegórica de Jesucristo, tanto en su amor sacrificial como su resurrección.

El simbolismo de la madre pelícano que alimenta a los pajarillos está arraigado en una antigua leyenda que precede al cristianismo. La leyenda era que, en tiempos de hambruna, la madre pelícano se hiere y se golpea el pecho con el pico para alimentar a sus crías con su sangre para que evitasen el hambre. Otra versión de la leyenda dice que la madre alimenta a sus cachorros moribundos con su sangre para revivirlos de la muerte, pero a su vez, pierde su propia vida. Dada esta tradición, se puede ver fácilmente por qué los primeros cristianos lo adaptaron para simbolizar a nuestro Señor Jesucristo.

El pelícano simboliza a Jesús nuestro Redentor, que dio su vida por nuestra redención y la expiación que hizo a través de su pasión y muerte. Estábamos muertos al pecado y hemos encontrado una nueva vida a través de la Sangre de Cristo. Además, Jesús continúa alimentándonos con Su cuerpo y sangre en la Sagrada Eucaristía. Esta tradición y otras se encuentran en el Fisiólogo, una obra cristiana primitiva que apareció en el siglo II en Alejandría, Egipto. Escrito por un autor anónimo, el Fisiólogo describe

leyendas de animales y proporciona a cada uno una interpretación alegórica. Por ejemplo, el fénix, que se quema hasta la muerte y se levanta al tercer día de las cenizas, simboliza a Cristo que murió por nuestros pecados y resucitó al tercer día para darnos la promesa de vida eterna. El unicornio que solo se deja capturar en el regazo de una virgen pura, simboliza la encarnación. Aquí también se describe la leyenda del pelícano que alimenta a sus crías:

“El Fisiólogo dice del pelícano que ama mucho a sus hijos. Engendrados éstos, cuando crecen comienzan a golpear en el rostro a sus padres, y los padres, a su vez, hacen lo mismo. Pero los padres luego se compadecen, los lloran durante tres días, condoliéndose de aquellos a quienes mataron. Al tercer día la madre, hiriéndose el pecho, rocía con su sangre los cadáveres de los polluelos y aquella sangre los rescata de la muerte... Este pájaro significa el Hijo de Santa María; nosotros somos sus polluelos (Esto afirma el Señor por medio del profeta Isaías: “Crié hijos hasta hacerlos hombres, pero se rebelaron contra mí [Isaías 1, 2]”) que, en figura de hombres, somos rescatados de la muerte por la sangre preciosa que Dios derramó por nosotros”.

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Este trabajo fue observado por San Epifanio, San Basilio y San Pedro de Alejandría. También fue popular en la Edad Media y servía como fuente de inspiración para las diversas tallas de piedra y otras obras de arte de esa época. Claramente el pelícano se convirtió en un símbolo de la caridad. La referencia al pelícano y su significado cristiano se encuentran en l a l i te ra tura de l Renacimiento: Dante (1321) en el “Paraíso” de su Divina Comedia se refiere a Cristo como "nuestro Pelícano". John Lyly en su Euphues (1606) escribió: “El pelícano que se saca sangre de su propio cuerpo hace el b ien por los demás” . En Ha m l e t , Shakespeare (1616) escribió, “A sus buenos amigos les abro los brazos, Y como el bondadoso pelícano, que para dar la vida entrega la suya, Los alimentaré con mi sangre”. En su obra Armorie of Birds, John Skelton (1529) escribió, “Así dijo el Pelícano: Cuando mis pajarillos se mueren, rescucito a ellos con mi propia sangre. Como describe las Escrituras, el mismo Señor se murió y resucitó de la muerte a la vida”.  

El símbolo del pelícano también ha sido parte de nuestra tradición litúrgica. La representación del pelícano alimentando a sus po l lue los e s una obra de a r te comúnmente usada en un frontal del altar. En épocas tempranas, cuando a veces los

tabernáculos se suspendían sobre el altar, esos mismos tabernáculos tenían la forma de pelícanos: por ejemplo, la Catedral de Durham (que se anexaba un monasterio benedictino antes de la supresión de los monasterios por Enrique VIII en el 1538) tenía el Santísimo Sacramento reservado en un tabernáculo hecho de plata, en forma de pelícano y suspendido sobre el altar mayor.

El sexto versículo del himno Adoro Te devote (por Santo Tomás Aquino), dice: “Señor Jesús, Pelícano bueno, límpiame a mí, inmundo, con tu Sangre, de la que una sola gota puede liberar de todos los crímenes al mundo entero”.

Por lo tanto, la imagen del pelícano es un fuerte recordatorio de nuestro Señor, que sufrió y murió por nosotros para darnos vida eterna y que nos nutre en nuestro camino peregr ino con l a Sa grada Eucaristía. Que esa imagen nos mueva a most ra r l a misma car idad y amor entregándose a todos.

Este artículo fue adaptado del “The Symbolism of the Pelican” por el Padre William Saunders en la edición del Arlington Catholic Herald (20/11/2003).

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Un gran recurso para nuestros ministros extraordinarios de la Sagrada Comunión es el Catecismo de la Iglesia Católica. Las enseñanzas sobre el Sacramento de la Santa Eucaristía se puede encontrar en números 1324-1419.

Esta sección comienza, “La Eucaristía es fuente y culmen de la vida Cristiana. Los demás sacramentos, como también todos los ministerios eclesiales y las obras de apostolado, están unidos a la Eucaristía y a ella se ordenan. La sagrada Eucaristía, en efecto, contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua”. [1324]

A continuación, proporcionamos números 1382–1394 del Catecismo y animamos a nuestros lectores a leer la sección entera del Catecismo respecto a la Sagrada Eucaristía.

VI. El Banquete Pascual

1382 La misa es, a la vez e inseparablemente, el memorial sacrificial en que se perpetúa el sacrificio de la cruz, y el banquete sagrado de la comunión en el Cuerpo y la Sangre del Señor. Pero la celebración del sacrificio eucarístico está totalmente orientada hacia la unión íntima de los fieles con

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El Catecismo de la Iglesia Católica

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Cristo por medio de la comunión. Comulgar es recibir a Cristo mismo que se ofrece por nosotros.

1383 El altar, en torno al cual la Iglesia se reúne en la celebración de la Eucaristía, representa los dos aspectos de un mismo misterio: el altar del sacrificio y la mesa del Señor, y esto, tanto más cuanto que el altar cristiano es el símbolo de Cristo mismo, presente en medio de la asamblea de sus fieles, a la vez como la víctima ofrecida por nuestra reconciliación y como alimento celestial que se nos da. "¿Qué es, en efecto, el altar de Cristo sino la imagen del Cuerpo de Cristo?", dice san Ambrosio, y en otro lugar: "El altar es imagen del Cuerpo (de Cristo), y el Cuerpo de Cristo está sobre el altar". La liturgia expresa esta unidad del sacrificio y de la comunión en numerosas oraciones. Así, la Iglesia de Roma ora en su anáfora:

Te pedimos humildemente, Dios todopoderoso, que esta ofrenda sea llevada a tu presencia hasta el altar del cielo, por

manos de tu ángel, para que cuantos recibimos el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo,

al participar aquí de este altar, seamos colmados de gracia y bendición.

“Tomen y coman todos de él”

1384 El Señor nos dirige una invitación urgente a recibirle en el sacramento de la Eucaristía: "En verdad, en verdad os digo:

si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros".

1385 Para responder a esta invitación, debemos prepararnos para este momento tan grande y santo. San Pablo exhorta a un examen de conciencia: "Quien coma el pan o beba el cáliz del Señor indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Examínese, pues, cada cual, y coma entonces del pan y beba del cáliz. Pues quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propio castigo". Quien tiene conciencia de estar en pecado grave debe rec ib i r e l s ac ramento de l a Reconciliación antes de acercarse a comulgar.

1386 Ante la grandeza de este sacramento, el fiel sólo puede repetir humildemente y con fe ardiente las palabras del Centurión: “Domine, non sum dignus ut intres sub tectum meum, sed tantum dic verbo, et sanabitur anima mea” (”Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme”) En la Liturgia de san Juan Crisóstomo, los fieles oran con el mismo espíritu:

“A tomar parte en tu cena sacramental invítame hoy, Hijo de Dios: no revelaré a tus enemigos el misterio, no te  te daré el beso de Judas; antes como el ladrón te

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reconozco y te suplico: ¡Acuérdate de mí, Señor, en tu reino!”

1387 Para prepararse convenientemente a recibir este sacramento, los fieles deben observar el ayuno prescrito por la Iglesia. Por la actitud corporal (gestos, vestido) se manifiesta el respeto, la solemnidad, el gozo de ese momento en que Cristo se hace nuestro huésped.

1388 Es conforme al sentido mismo de la Eucaristía que los fieles, con las debidas d i spos ic iones , comulguen cuando participan en la misa Como nos enseña el Segundo Conc i l io Vat icano , "Se recomienda especialmente la participación más perfecta en la misa, recibiendo los fieles , después de la comunión del sacerdote, del mismo sacrificio, el cuerpo del Señor".

1389 La Iglesia obliga a los fieles "a participar los domingos y días de fiesta en la divina liturgia" y a recibir al menos una vez al año la Eucaristía, s i es posible en t iempo pascual , preparados por e l sacramento de la Reconciliación. Pero la Iglesia recomienda vivamente a los fieles recibir la santa Eucaristía los domingos y los días de fiesta, o con más frecuencia aún, incluso todos los días.

1390 Gracias a la presencia sacramental de Cristo bajo cada una de las especies, la

comunión bajo la sola especie de pan ya hace que se reciba todo el fruto de gracia propio de la Eucaristía. Por razones pastorales, esta manera de comulgar se ha establecido legítimamente como la más habitual en el rito latino. "La comunión tiene una expresión más plena por razón del signo cuando se hace bajo las dos especies. Ya que en esa forma es donde más perfectamente se manifiesta el signo del banquete eucarístico". Es la forma hab i tua l de comulgar en los r i tos orientales.

Los frutos de la comunión

1391 La comunión acrecienta nuestra unión con Cristo. Recibir la Eucaristía en la comunión da como fruto principal la unión íntima con Cristo Jesús. En efecto, el Señor dice: "Quien come mi Carne y bebe mi Sangre habita en mí y yo en él". La vida en Cristo encuentra su fundamento en el banquete eucarístico: "Lo mismo que me ha enviado el Padre, que vive, y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí":

“Cuando en las fiestas [del Señor] los fieles reciben el Cuerpo del Hijo, proclaman unos a otros la Buena Nueva, se nos han dado las arras de la vida, como cuando el ángel dijo a María [de Magdala]: ‘¡Cristo ha resucitado!’ He aquí que ahora también la vida y la resurrección son comunicadas a quien recibe a Cristo”.

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1392 Lo que el alimento material produce en nuestra vida corporal, la comunión lo realiza de manera admirable en nuestra vida espiritual. La comunión con la Carne de Cristo resucitado, "vivificada por el Espíritu Santo y vivificante", conserva, acrecienta y renueva la vida de gracia recibida en el Bautismo. Este crecimiento de la vida cristiana necesita ser alimentado por la comunión eucarística, pan de nuestra peregrinación, hasta el momento de la muerte, cuando nos sea dada como viático.

1393 La comunión nos separa del pecado. El Cuerpo de Cristo que recibimos en la comunión es "entregado por nosotros", y la Sangre que bebemos es "derramada por muchos para el perdón de los pecados". Por eso la Eucaristía no puede unirnos a Cristo sin purificarnos al mismo tiempo de los pecados cometidos y preservarnos de futuros pecados:

"Cada vez que lo recibimos, anunciamos la muerte del Señor. Si anunciamos la muerte del Señor, anunciamos también el perdón de los pecados . Si cada vez que su Sangre es derramada, lo es para el perdón de los pecados, debo recibirle siempre, para que siempre me perdone los pecados. Yo que peco siempre, debo tener siempre un remedio”.

1394 Como el alimento corporal sirve para restaurar la pérdida de fuerzas , la Eucaristía fortalece la caridad que, en la vida cotidiana, tiende a debilitarse; y esta caridad vivificada borra los pecados veniales. Dándose a nosotros, Cristo reaviva nuestro amor y nos hace capaces de romper los lazos desordenados con las criaturas y de arraigarnos en Él:

“Porque Cristo murió por nuestro amor, cuando hacemos conmemoración de su muerte en nuestro sacrificio, pedimos que venga el Espíritu Santo y nos comunique el amor; suplicamos fervorosamente que aquel mismo amor que impulsó a Cristo a dejarse crucif icar por nosotros sea infundido por el Espíritu Santo en nuestro propios corazones, con objeto de que consideremos al mundo como crucificado para nosotros, y sepamos vivir crucificados para el mundo [...] y, llenos de caridad, muertos para el pecado vivamos para Dios” [San Fulgencio de Ruspe, Contra gesta Fabiani 28, 17-19].

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No hay mejor forma de explicar la Misa y su forma que regresar a la “Sala Superior”, el lugar donde ocurrió la Última Cena. Allí tomó Cristo el pan, lo partió y se lo dio a sus discípulos, diciendo: “Tomen y coman todos de él, porque esto es mi cuerpo, que será entregado por ustedes (cf. Mc 26, 26; Lucas 22, 19; 1 Corintios 11, 24). La comida en esa sala estaba ciertamente en el contexto de la antigua cena de la Pascua, sin embargo, cuando el Señor pronunció esas palabras, todo el mundo cambió.

Ahora el Señor se ha entregado a sí mismo, su cuerpo y su sangre, como alimento espiritual para nosotros. Él instituye la Eucaristía, la Primera Misa, y de hecho nos mandó a hacer lo mismo. El papa San Juan Pablo II plantea la cuestión de si en la última cena los apóstoles presentes realmente entendieron el significado de esas palabras, sin embargo, sugiere que después de los eventos de los siguientes tres días, llegaron a la realización de que durante la Última Cena, ocurrió la institución de la Sagrada Eucaristía y el comienzo del derramamiento de su sangre

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Los orígenes de la Misa

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que cu lminó en l a c r uz . En cada celebración de la Eucaristía, somos transportados espiritualmente al Triduo Pascual: Los eventos de la vespertina del Jueves Santo, la Última Cena y lo que siguió después; porque el Sacrificio de Cristo y el sacrificio de la Eucaristía forman un sólo sacrificio.

En los Hechos de los Apóstoles, vemos la práctica de los primeros cristianos; “Eran asiduos a la enseñanza de los apóstoles, a la convivencia fraterna, a la fracción del pan y a las oraciones” (Hechos 2, 42). La “fracción del pan” en la tradición cristiana se refiere a la Eucaristía.

A lo largo de los siglos, la Iglesia ha solidificado la forma de la Misa en torno a la fórmula fundamental de las palabras de la institución de Cristo. Aunque, a lo largo de los siglos algunas cosas han cambiado, la e s t r uctura bás ica de l a Misa ha permanecido igual. “La celebración eucar í st ica comprende s iempre : la proclamación de la Palabra de Dios, la acción de gracias a Dios Padre por todos sus beneficios, sobre todo por el don de su Hijo, la consagración del pan y del vino y la participación en el banquete litúrgico por la recepción del Cuerpo y de la Sangre del Señor: estos elementos constituyen un solo y mismo acto de culto” (CCC 1408).

La Misa se celebraba en un formato más o menos estándar en el rito latino de la Iglesia católica desde los primeros días, sin embargo, no fue hasta el 1570 cuando el papa San Pío V codificó el Misal Romano y le dio a la iglesia universal una forma fija del Rito Romano.

Este misal, a veces conocido como el misal tridentino, ya que esta codificación de Pío V vino como resultado del Concilio de Trento, estaba vigente en el rito latino hasta que se emitió el nuevo rito (Novus Ordo) del papa San Pablo VI en el 1970.

Las oraciones que se encuentran tanto en el Misal de Pío V como en el de Pablo VI contienen oraciones muy antiguas tomadas de los sacramentarios que se remontan a los siglos V y VI. La noción que la Misa celebrada hoy es una invención de la década de los años 1970 es absurda. Por supuesto, hay nuevas oraciones en el misal actual y, de hecho, muchas oraciones del Misal de París de 1738.

El Ordinario de la Misa, aquellas partes que no cambian, puede identificarse con el Canon Romano, o la Plegaria Eucarística I. El Canon Romano ha permanecido más o menos igual con solo algunos cambios menores desde el pontificado de san Gregorio Magno en el siglo VI.

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El Manual Litúrgico de la Arquidiócesis fue publicado en la Solemnidad del Corpus Christi del 2018 (el 3 de junio). El objetivo del manual es servir de guía en los varios aspectos de la vida sacramental de nuestras parroquias, respecto a la celebración de la Sagrada Liturgia y el conocimiento de la fe expresada en ella.  

Durante el próximo año, la Oficina Diocesana del Culto Divino ofrecerá una serie de entrenamientos sobre el manual. Estas sesiones (solamente en inglés) serán de interés para todos los involucrados en los ministerios litúrgicos parroquiales, incluso los ministros extraordinarios de la Sagrada Comunión.

Consulte el folleto en la página siguiente para determinar una capacitación adecuada para usted y su parroquia. Luego, aproximadamente un mes antes de la capacitación, llame al número proporcionado para registrarse a usted y a su grupo.

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Sesiones de entrenamiento para el Manual Litúrgico de la Arquidiócesis

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El Ostensorio quiere decir, de acuerdo con su etimología, un recipiente designado para la exposición más conveniente de algún objeto de piedad. Tanto el nombre “ostensorio” como la palabra familiar “custodia” (monstrancia de la palabra monstrare) hicieron referencia a todo tipo de recipientes de orfebrería o platería en los que se empleaba vidrio, cristal, etc. el objeto así honrado era la Sagrada Hostia misma o solo la reliquia de algún santo. El uso moderno ha limitado ambos términos a los recipientes destinados a la exposición del Santísimo Sacramento, y es en este sentido solo que utilizamos ostensorio o custodia aquí.

Es evidente que la introducción del ostensorio ocurrió antes del periodo en lo cual la práctica de exponer al Santísimo Sacramento o llevarlo en procesión se hizo familiar en la Iglesia. Al mismo tiempo, las constituciones de Lanfranc para los monjes de la Iglesia de Cristo, Canterbury (c. 1070), indican que en la procesión del Domingo de Ramos, dos sacerdotes vestidos en albas deben llevar un santuario

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El Ostensorio

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portátil (feretrum) en el que también se deposita el Cuerpo del Señor. Aunque no se sugiere que la Hostia esté expuesta a la vista, sino todo lo contrario, aún así, encontramos que esta costumbre inglesa condujo, al menos en un caso, a la const r ucc ión de un santuar io elaboradamente decorado para llevarse al Santísimo Sacramento en esta ocasión especial. Simón, abad de san Albans (1166–83), presentó al monasterio un costoso recipiente en forma de arca adornado con esmaltes que representan escenas de la Pasión de Jesucristo para utilizarse en el Domingo de Ramos “para que los fieles puedan ver con qué honor el más sagrado Cuerpo de Cristo debe ser tratado, lo que en esta época se ofreció para ser azotado, crucificado y enterrado”. Sin embargo, esto no fue, en ningún sentido, un ostensorio que exponía la Hosta a la vista, no se establece ni puede asumirse. Al mismo tiempo, es muy probable que dicho ostensorio fue construido en el siglo XIII, y todavía existen algunos vasos sagrados de esta época. Por ejemplo, una custodia octogonal en Bari, con las siguientes palabras “Hic Corpus Domini”.

Cahier y Mar t in (Mélanges Archéo log iques , I y VII ) y o t ra s autoridades han descubierto una gran cantidad de ostensorios medievales, y aunque a menudo es difícil distinguir entre

relicarios simples y recipientes destinados a la exposición del Santísimo Sacramento, una cierta línea de desarrollo puede rastrearse en la evolución de estos últimos.

El padre Cahier sugiere con cierta probabilidad (Mélanges, VII, 271) que si bien al principio el propio copón se empleaba para l l e var a l Sant í s imo Sacramento en procesiones, etc., los lados de la copa del copón estaban compuestos de un cilindro de cristal o vidrio, y la cubierta ordinaria superpuesta. Este vaso podría haber servido para cualquier propósito, es decir, ya sea para distribuir la Sagrada Comunión o para llevar a la Hostia visiblemente en una procesión Pronto, sin embargo, la práctica de la exposición se volvió lo suficientemente común como requerir un ostensorio para ese objeto, y por eso, la vasija de cristal se mantenía vertical, a menudo con soportes de carácter arquitectónico y con trabajo de tabernáculo, nichos y estatuas. En el cilindro central se colocó una gran Hostia, manteniéndola en posición vertical por una luneta. Pronto, sin embargo, quedó claro que el ostensorio podría adaptarse mejor al objeto de atraer a todos los ojos a la Sagrada Hostia haciendo que la parte transparente de la vasija sea del tamaño requerido y rodeada, como el sol, con rayos. Las custodias de esta forma, que datan de l s i g lo XV, tampoco son

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infrecuentes, y durante varios siglos, esta ha sido la forma más común de uso práctico.

Por supuesto, la adopción del ostensorio para las procesiones del Santís imo Sacramento era un proceso gradual, y, si podemos confiar en las miniaturas que se encuentran en los libros litúrgicos de la Edad Media, la Sagrada Hostia a menudo se llevaba en tales ocasiones en un copón cerrado. Un ejemplo temprano de un barco especial construido para este propósito es un regalo hecho por el Arzobispo Robert Courtney, (m.1324), a su iglesia catedral de Reims. Legó con otros adornos "una cruz de oro con piedras preciosas y un cristal en el medio, en el que se coloca el Cuerpo de Cristo, y se lleva en procesión durante la fiesta del Santísimo Sacramento".

Los primeros inventarios medievales a menudo nos permiten formar una idea de la rápida extensión del uso de las custodias. Rara s veces se menc ionan en los inventarios del siglo XIII, pero en el siglo XV se convierten en una característica de todas las iglesias más grandes. Así, en la Catedral de san Pablo en Londres, en los años 1245 y 1298 no encontramos ninguna mención del ostensorio, sin embargo, en el año 1402 tenemos un registro de la “cruz de cristal para poner el Cuerpo de Cristo y llevarlo a la fiesta del Corpus. Christi y en

la Pascua ”. (La Solemnidad del Corpus Christ i fue instituida en la Iglesia Universal en 1264.)

En Durham nos enteramos "de un altar ordenado para ser cargado en el dia de Corpus Christi en una procesión, y llamado 'el Altar Corpus Christi ', con dorado fino, una cosa considerable para contemplar, y encima del altar había una caja hecho todo en cristal que tenía adentro el Santísimo Sacramento del Altar, cargado durante el mismo día con cuatro sacerdotes" (los Ritos de Durham, c. lvi). Pero en las iglesias mayores de Inglaterra una preferencia parece haber s ido mostrada, conectado sin duda con la ceremonia del sepulcro de Pascua, para una forma de ostensorio en la figura de Nuest ro Señor, con e l Sant í s imo Sacramento insertado detrás de una puerta de cristal en el pecho.

Sobre el continente, y particularmente en España, una moda parece haber sido introducida en el siglo XVI de construir ostensorios enormes, de seis, siete, o aveces ocho pies de altura, y pesando cientos de libras. Obviamente, en esos casos fue necesario que el altar en lo cual el Santísimo Sacramento estuviera contenido sería desmontable, para poder utilizarlo en la bendición. El gran ostensorio de la catedral de Toledo, que mida más de doce

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pies, está adornado con 260 figuras, uno de los cual es hecho con oro traído por Cristóbal Colón del Nuevo Mundo.

En el lenguaje de los manuales litúrgicos más ant iguos , e l o s tensor io e s frecuentemente llamado el tabernaculum, y es para este nombre que el “Pontificale Romanum” ofrece una bendición especial. También se usa varias otras designaciones, pero el más común es quizás “custodia”, aunque este nombre también se usa para referirse al píxide transparente en lo cual la Hostia Sagrada se guarda. En Escocia, antes de la reforma, era común llamar a un ostensorio “una eucaristía”, en Inglaterra un “monstre o "monstral”.

Hoy en día, se usa la palabra “custodia” y la puede encontrar en la mayor parte de sacristías. Aunque se puede usar un copón para l a expos ic ión de l Sant í s imo Sacramento, la manera preferida es que el Sacramento sea expuesta en una custodia sobre el altar con un mínimo de cuatro velas alumbradas.

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