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12 UNIVERSIDAD DE MEXICO PSICOLOGIA FERROVIARIA -Saturday Rniew "fue un. verdadero hogar rodante apareció rI coche-coma" l ( "pG1"ecían. 1IIolinillos de café en. día de call/pO" vadero el trayecto. Además, se podía go- zar del intercambio de manjares. Ahora el coche-comedor ha proscrito la sana cos- tumbre de los almuerzos caseros. Quien desea comer algo suyo debe esconderse, como si cometiera un vicio vergonzoso. i Con qué lástima descubrimos a los po- bres glotones que se ocultan en un rincon, incapaces de esperar la tardía llamada del coche-comedor! El ferrocarril tiene una personalidad vigorosa que puede transformar el paisaje. Uno se pregunta, cómo es posible que un montón de hierros trepidantes deje en la naturaleza hueHas casi humanas. Las hierbas vecinas a las vías quedan cubier- ta de un polvo rojizo de cansancio; los árboles enfermos de nostalgia en poco tiempo se tornan sombríos árboles de ahorcado; los pueblos que se apegan al tren se vuelven taciturnos de tanto ver pasar rostros extraños. Son pueblos im- provisados que se levantaron de prisa temiendo perder el tren. En sus jardinci- 1I0s crecen flores asfixiadas, y pollos fla- cos, con flaqueza suprema de plumero. Pueblos que están al borde del éxodo, siempre dispuestos a la emigración en masa a la menor noticia de climas más propicios. La tripulación del tren contribuye a la amenidad del recorrido. Se contempla a la tripulación con curiosidad diverti- da: parecen seminaristas fracasados. Son hombres serios; pues la distancia marca con huellas de fatiga a los rostros. Enve- turaleza toda es dinámica. Cuando el hom- bre cree ir a la montaña es víctima de una ilusión de íos sentidos, ya que, en reali- dad, la montaña viene a él." En otras pa- labras, el hombre camina siempre en una banda sinfín. El ferrocarril demostró que aquel pen- sador estaba en lo cierto, y Mahoma equi- vocado. El tren no sólo por su forma tiene algo de telescopio, sino porque muestra la rea- lidad tal cual es: desde la ventanilla sor- prendemos bandadas de árboles en pleno vuelo. El tren no fue un verdadero hogar ro- dante hasta que apareció el coche-cama, santuario de la comodidad de los viajeros. Se cumplió el sueño del perezoso imagi- nativo: viajar sin salir del lecho. Los amantes del trabajo también encontraron la manera de hacer algo provechoso mien- tras dormían: acercarse a toda velocidad a sus ocupaciones. Y todos hallaron el fá- cil encanto de la cuna. No sería remoto poder explicar el buen éxito del coche-cama por medio de una ciencia en pañales que ofreciera la solu- ción de los misterios que atañen a la con- ducta siempre primitiva del hombre apa- rentemente sano; pero que sólo hay que rascar un poco sobre su corteza para des- cubrir luego una infancia latente fijada en las primeras impresiones que recibió siendo niño de muy tierna edad: las can- ciones interminables de cuna que la madre cantaba para dormir al hijito de su alma. Ei coche-comedor vino a destruir uno de los placeres más exquisitos del tren. Antes el viajero llevaba su almuerzo en una canasta. Cuando el hambre lo moles- taba no tenía más que meter la mano y sacar un emparedado. Era como meren- dar en el cine absorto en la película. Y si uno olvidaba el salero, cosa frecuente, ya había pretexto para entablar con ei ve- cino una conversación que hacía más lle- Por Carlos VAL DES E L POETA se resiste hasta lo último a reconocer la belleza viril de las cria- turas mecánicas. Cuando mucho arriesga tímidos elogios. Las admira con recelo, como a los leones del zoológico, pues nunca hay la seguridad de que la jaula esté bien cerrada. A pesar de la aparente mansedumbre de las máquinas una fuerza destructora parece dormir en su interior. Todo mecanismo encubre una bomba de tiempo; sólo es cuestión de es- perar que estalle. Hay poetas de alcoba, de voz asmática, que habitan en las penumbras sentimenta- les. En cambio otros cincelan sus mejores estrofas al aire libre mientras respiran a pleno pulmón la transparencia de la luz. Pero ambos desconocen los encantos inau- ditos de la locomotora, que se desgañita sin objeto en la lejanía. Ser poeta ya no es peiigroso, ya no significa jugarse la vida, como antaño, en cada palabra: el fuego se substituyó con matemáticas, la sensibilidad con fórmulas, la frescura de la gracia con ingenio bizantino, la pasión con la inteligencia. El poeta ya no es el explorador de continentes, el abanderado del pueblo, el intérprete de los dioses. Hoy los poetas duermen en sus sillones acadé- micos: a los jóvenes los mueve el escepti- cismo y no la rebeldía; a los viejos la co- modidad y no el sacerdocio. Ambos con- denan la lucha y recomiendan la pruden- cia: son los últimos en comprometerse con la justicia, y los primeros en adular a las instituciones establecidas. Si nace un soi nuevo tratan de ocultarlo con la mano. El advenimiento del ferrocarril abrió una perspectiva ilimitada a los trotamun- dos de la imaginación. Pa¡:a trasladarse de un lugar a otro cualquier medio es bueno, desde el" velo- .cí¡Jedo.hasta el aeroplano; mas si se trata de saborear el viaje, como un caramelo enorme de varios colores, el ferrocarril es insuperable. . Desde que el hombre no practica el no- madismo ha sentido nostalgia de viajar con la casa a cuestas. Sentimiento que se particularmente en los pueblos conservadores. El británico que no des- cuida el rito hogareño, los placeres del five o'c1oek tea, ni en medio del desierto, tuvo que ser fatalmente el inventor de la locomotora. Los pueblos imprimen su carácter a sus inventos. Fulton, pragmático y poco sen- sible, con su máquina de vapor les cortó para siempre a los buques sus airosas alas; Stephenson, inquieto y amante de la comodidad, con su creación impuso el principio del hogar que se desliza. Stephenson para crear el tren encerró las nubes dentro de una tetera -que los latinos por su temperamento nervioso ¡ni- ran como una cafetera-o El secreto de su maravilloso artefacto es muy simple. Au- nó los símbolos del Yiaje y del hogar: las nubes y la tetera. Desde luego que la peculiar naturaleza del paisaje inglés contribuyó al buen éx¡"- to del invento. El tren no habría podido ser inventado en el desierto. El viaje es una ilusión que requiere puntos de refe- rencia inmutables. Un antiguo filósofo afirmó: "el hom- 1:lre-es un ser mientras que la lla-

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12 UNIVERSIDAD DE MEXICO

PSICOLOGIA FERROVIARIA

-Saturday Rniew

"fue un. verdadero hogar rodante C1Ia~ldo apareció rI coche-coma"

l

(

"pG1"ecían. 1IIolinillos de café en. día de call/pO"

vadero el trayecto. Además, se podía go­zar del intercambio de manjares. Ahorael coche-comedor ha proscrito la sana cos­tumbre de los almuerzos caseros. Quiendesea comer algo suyo debe esconderse,como si cometiera un vicio vergonzoso.i Con qué lástima descubrimos a los po­bres glotones que se ocultan en un rincon,incapaces de esperar la tardía llamada delcoche-comedor!

El ferrocarril tiene una personalidadvigorosa que puede transformar el paisaje.

Uno se pregunta, cómo es posible queun montón de hierros trepidantes deje enla naturaleza hueHas casi humanas. Lashierbas vecinas a las vías quedan cubier­ta de un polvo roj izo de cansancio; losárboles enfermos de nostalgia en pocotiempo se tornan sombríos árboles deahorcado; los pueblos que se apegan altren se vuelven taciturnos de tanto verpasar rostros extraños. Son pueblos im­provisados que se levantaron de prisatemiendo perder el tren. En sus jardinci­1I0s crecen flores asfixiadas, y pollos fla­cos, con flaqueza suprema de plumero.Pueblos que están al borde del éxodo,siempre dispuestos a la emigración enmasa a la menor noticia de climas máspropicios.

La tripulación del tren contribuye ala amenidad del recorrido. Se contemplaa la tripulación con curiosidad diverti­da: parecen seminaristas fracasados. Sonhombres serios; pues la distancia marcacon huellas de fatiga a los rostros. Enve-

turaleza toda es dinámica. Cuando el hom­bre cree ir a la montaña es víctima de unailusión de íos sentidos, ya que, en reali­dad, la montaña viene a él." En otras pa­labras, el hombre camina siempre en unabanda sinfín.

El ferrocarril demostró que aquel pen­sador estaba en lo cierto, y Mahoma equi­vocado.

El tren no sólo por su forma tiene algode telescopio, sino porque muestra la rea­lidad tal cual es: desde la ventanilla sor­prendemos bandadas de árboles en plenovuelo.

El tren no fue un verdadero hogar ro­dante hasta que apareció el coche-cama,santuario de la comodidad de los viajeros.Se cumplió el sueño del perezoso imagi­nativo: viajar sin salir del lecho. Losamantes del trabajo también encontraronla manera de hacer algo provechoso mien­tras dormían: acercarse a toda velocidada sus ocupaciones. Y todos hallaron el fá­cil encanto de la cuna.

N o sería remoto poder explicar el buenéxito del coche-cama por medio de unaciencia en pañales que ofreciera la solu­ción de los misterios que atañen a la con­ducta siempre primitiva del hombre apa­rentemente sano; pero que sólo hay querascar un poco sobre su corteza para des­cubrir luego una infancia latente fijadaen las primeras impresiones que recibiósiendo niño de muy tierna edad: las can­ciones interminables de cuna que la madrecantaba para dormir al hijito de su alma.

Ei coche-comedor vino a destruir unode los placeres más exquisitos del tren.Antes el viajero llevaba su almuerzo enuna canasta. Cuando el hambre lo moles­taba no tenía más que meter la mano ysacar un emparedado. Era como meren­dar en el cine absorto en la película. Ysi uno olvidaba el salero, cosa frecuente,ya había pretexto para entablar con ei ve­cino una conversación que hacía más lle-

Por Carlos VALDESEL POETA se resiste hasta lo último areconocer la belleza viril de las cria­turas mecánicas. Cuando mucho

arriesga tímidos elogios. Las admira conrecelo, como a los leones del zoológico,pues nunca hay la seguridad de que lajaula esté bien cerrada. A pesar de laaparente mansedumbre de las máquinasuna fuerza destructora parece dormir ensu interior. Todo mecanismo encubre unabomba de tiempo; sólo es cuestión de es­perar que estalle.

Hay poetas de alcoba, de voz asmática,que habitan en las penumbras sentimenta­les. En cambio otros cincelan sus mejoresestrofas al aire libre mientras respiran apleno pulmón la transparencia de la luz.Pero ambos desconocen los encantos inau­ditos de la locomotora, que se desgañitasin objeto en la lejanía. Ser poeta ya noes peiigroso, ya no significa jugarse lavida, como antaño, en cada palabra: elfuego se substituyó con matemáticas, lasensibilidad con fórmulas, la frescura dela gracia con ingenio bizantino, la pasióncon la inteligencia. El poeta ya no es elexplorador de continentes, el abanderadodel pueblo, el intérprete de los dioses. Hoylos poetas duermen en sus sillones acadé­micos: a los jóvenes los mueve el escepti­cismo y no la rebeldía; a los viejos la co­modidad y no el sacerdocio. Ambos con­denan la lucha y recomiendan la pruden­cia: son los últimos en comprometersecon la justicia, y los primeros en adulara las instituciones establecidas. Si nace unsoi nuevo tratan de ocultarlo con la mano.

El advenimiento del ferrocarril abrióuna perspectiva ilimitada a los trotamun­dos de la imaginación.

Pa¡:a trasladarse de un lugar a otrocualquier medio es bueno, desde el" velo­

.cí¡Jedo.hasta el aeroplano; mas si se tratade saborear el viaje, como un carameloenorme de varios colores, el ferrocarril esinsuperable.

. Desde que el hombre no practica el no­madismo ha sentido nostalgia de viajarcon la casa a cuestas. Sentimiento que semanifi~sta particularmente en los pueblosconservadores. El británico que no des­cuida el rito hogareño, los placeres delfive o'c1oek tea, ni en medio del desierto,tuvo que ser fatalmente el inventor de lalocomotora.

Los pueblos imprimen su carácter a susinventos. Fulton, pragmático y poco sen­sible, con su máquina de vapor les cortópara siempre a los buques sus airosasalas; Stephenson, inquieto y amante dela comodidad, con su creación impuso elprincipio del hogar que se desliza.

Stephenson para crear el tren encerrólas nubes dentro de una tetera -que loslatinos por su temperamento nervioso ¡ni­ran como una cafetera-o El secreto de sumaravilloso artefacto es muy simple. Au­nó los símbolos del Yiaje y del hogar: lasnubes y la tetera.

Desde luego que la peculiar naturalezadel paisaje inglés contribuyó al buen éx¡"­to del invento. El tren no habría podidoser inventado en el desierto. El viaje esuna ilusión que requiere puntos de refe­rencia inmutables.

Un antiguo filósofo afirmó: "el hom­1:lre-es un ser e~tático, mientras que la lla-

UNIVERSIDAD DE MEXICO 13

"taciturno de ver pasar rostros extraños"

-Photo magazin, München

"líneas que se fuga:n canto pez resbaladizo"

- Photo magazin, München

"siempre dispuestos a emigrar"

dos cosas es fácil de realizar. Los desocu­pados, por su parte, procuran hacer máscomplicado el tráfico de los viajeros. Elmedio común y corriente es obstruir elpaso con excesos sentimentales, más es­torbosos aún que los cargadores de equi­paje. Los ociosos, como buenos sabios,parecen ignorar que para los entretenidosperder el tren significa una tragedia. ¡Quétristeza da ver las luciérnagas de nuestrotren que desaparecen en la noche!

Viajar en el día, además de ser tedio­so, demuestra ignorancia de los placeresrodantes ; en cambio, viajar de noche espropio de espíritus afectos al sibaritismo.El ferrocarril es la cuna perfecta de lanoche. Resulta anacrónico y molesto em­barcarse en la mecedora del día; pero elviaje nocturno por tren extrae hasta laúltima gota de jugo a las horas del sueño.El viajero despierta molido y ojeroso,como después de una orgía; todo placeragota. Nadie puede describir sus viajesnocturnos, porque lo que cuenta verdade­ramente en la vida es inenarrable. Ningu­no es capaz de contar su noche de bodas.El viajero nocturno cuando mucho dice:suspiré, lloré, cambié muchas veces depostura, y al despertar todo había termi­nado. Así es la existencia: vale por lo quedeja inédito, por lo que vislumbra y adi-

necesarias. para la felicidad. Se borra to­do, y se comienza una página en blanco.Viaje o vida sin túneles es insoportable.No hay nada tan vivificador coma unbaño de sombras. La monotonía del pai­saje desaparece fulminada por un rayosombrío. Los viajeros se entregan a lainconsciencia de una noche en miniatura.Basta un minuto de silencio para expiaruna hora de charla.

Muchas veces el andén es la única so­lución de un aprieto. Poner tierra engrandes cantidades entre nosotros y nues­tros enemigos ha sido una política sabia.N unca agradeceremos lo suficiente al in­ventor de las estaciones, quien tal vez nisoñó que servirían de escotillón ideal paraperderse de vista en un momento dado.

Al andén sólo concurren los ociosos ylos entretenidos. Ninguno hace nada prác­tico; pero los ocupados se distinguen porsu nerviosidad: tratan inútilmente de su­bir o de bajarse del tren, y ninguna de las

pulcro nido salen sólo para morir. Su razano se ha extinguido gracias al genio dela especie que los incuba por millares.Sólo en manos infantiles perduran comotrofeo de guerra.

A lo largo de las vías, lo mismo queen los carros, aparecen de trecho en tre­cho cifras esotéricas. Los muy enteradosen los misterios del tren conocen tal vezsu sentido; pero los viajeros nunca hanencontrado la solución del enigma. Abri­gan la sospecha de que son mensajes ci­frados con los que se comunican losmiembros de una secta de feroces anar­quistas; pero en el fondo queda la incer­tidumbre. Muy poca gente pisa terrenoseguro en matemáticas; todos desconfíande las estadísticas; al que se enfrenta conproblemas infinitesimales lo ataca el vér­tigo. Estos números misteriosos son másindescifrables que los itinerarios que rigenla caprichosa marcha del tren.

El túnel: eclipse a cien kilómetros porhora. Los túneles son la mala memoria delos ferrocarriles, las lagunas mentales

de gallina a los cristales. No hay llantomás triste que el del tren que se acercaa las curvas, ni alegría más impetuosaque la de una locomotora que llega al be­bedero.

En cada vagón hay un grifo, sin el cualel viaje resultaría monótono hasta la locu­ra, fuente que recuerda el milagro bíblicodel agua que mana de la roca. (Todavíase comprende que las piedras den agua;pero nunca se explicará que el metalofrezca refrigerio.) La empresa ha pen­sado en todo: provee a los viajeras devasos tan pequeños que sólo calman la' séadurante cinco minutos justos. Si no" há~bría el peligro de que no resistiéramos latentación de jalar el timbre de alarma.(Todo con tal de romper la monotonía).A las pocas horas de marcha los alrede­dores del surtidor de agua son un cemen­terio de pequeñas aves marinas todavíahúmedas y ya consumidas. i Pobres vasosde papel, es tan corta su carrera! Del

jecen prematuramente. Pero no se sabecon exactitud si son jóvenes avejentados,o viejos rejuvenecidos. Poseen un aireambiguo, nunca se adivinan sus intencio­nes. Ignoramos si el que revisa los bille­tes se divierte a nuestras costillas, o nospresta un servicio valiosísimo perforandoinfatigablemente las billetes. Cuando apa­rece ei mozo llamando a comer, no sabe­mos si nos hace un favor, o nos conducecomo rebaño al matadero. El vendedor derevistas parece investido con la dignidadde un distribuidor de panfletos corrosivos,y la sonrisa beatífica, agridulce, de unlibrero de la Buena Prensa. El más im­penetrable de ellos es el que alimenta lacaldera. N os gustaría conocer las faccio­nes del fogonero ocultas bajo el hollín, asísabríamos a que atenernos.

El silbato del tren es la invitación alviaje que ningún ánimo aventurero des­oye, lamento de Marco Polo que lucha poreludir el lazo de la molicie oriental. Elsilbato del tren: animal herido que bajaincendi:mc1o el monte, y le pone carne

l

PO ET AS14

vin~; no por lo que consuma Y, aca~a. LasmUJeres, el tren Y la fotografla, solo re­velan su contenido en la oscuridad.

El tediü en el ferrocarril empuja a lascOQ.fidencias. Además se habla con la con­fianza de quien está seguro de no volvera hallarse con su con fidente. Estas rela­ciones agradan a la mayoría por ser bre­ves Y superficiales: duran de una estacióna otra. En un momento nos enteramos deuna biografía, Y la olvidamos cuando elnarrador desaparece de la vista. Los ros­tros se borran de la memoria con la mis­ma facilidad que una película mediocre:apenas termina se olvida. A veces hastadeducimos que los viajeros son fantasmaspor irrecuperables.

El tren cada día se vuelve más ordina­rio e inhumano: sus lineas se fugan comopez resbaladizo. En cambio, antiguamentelos diseñadores procuraban para el ferro­carril líneas suaves Y maternales que re­cOl'daran al hogar. Hoy las rectas tedio­sas han substituído a las volutas eficacescontra el aburrimiento: han desl~udado alas paredes sin piedad de sus arabescos Ysedas. Cada día los ingenieros ofrecenproductos más fríos e insulsos. Los este­tas modernos se postran ante el water­closet inmaculado: máximo exponente dela belleza funcional.

¿En qué corral inmundo se estarán pu­driendo aquellas viéjas locomotivas queparecían molinillos de café en día de cam­po, aquellos heroicos trenes que los viaje­ros debían aliviar apeándose en las cues­tas?

Cuando un tren queda fuera de servi­cio lo mandan a los suburbios de una ciu­dad. Las orgullosas locomotoras que de­voraron distancias, que amenazaron alinfinito con morderle la cola, se ven ex­puestas a las inclemencias del dima, Y almaltrato de la chiquiHería que profanasus despojos. Por esto las locomotorasse embisten unas a otras con furia suicidacuando presienten su fin próximo. Pre­fieren cualquier cosa a terminar sus díasen esos patios que recuerdan una gransala de hospital al aire libre, donde lascarcome la lepra humillante Y dolorosade! moho.

A las locomotol'as viejas las sometena trabajos denigrantes: mover carros deuna bodega a otra. Bajo el jadeo que lesproducen estos esfuerzos, cortos pero fa­tigosos, se adivina la protesta de un ca­bailó de raza que lo dedican a sacar aguaen la noria.

Los ferroviarios jubilados que sientennostalgia del oficio se van a vivir a unvagón fuera de uso. Esto es como meter­se de antemano al féretro que los llevaráal último viaje. Pero estas moradas re­juvenecen: el inquilino se hace la ilusiónde que aún está en servicio activo. Lostrenes que pasan frente a la puerta reani­man el flujo sanguíneo: hasta parece queuno es quien parte, Y el tren el que sequeda.

Estas habitaciones de los jubilados noson más que cajas de madera adornadascon hierbajos marchitos que asoman porlas ventanillas; pero tranquilizan, ya nohay el miedo continuo de perder el tren.A veces los jubilados también asoman:parecen la fotografía amarillenta de símismos vista muchos años después de sumuerte.

TRES•

meXIcanos1 1 l. Octavio Paz

Por Fernando CHARRY LARA

Octavio Paz, "el sHeFío y la palabra"

.eU.AL ~s la condic~ón escllcial de laJ poe:la de OctavlO Paz (1914). clU sueno o la palabra, que el lector desus versos más fácilmente reconoce? ¿ Esel hallazgo de un lirismo verdadero es laaproximación al insobornable misteriopoético, o,. s?lamente, son la gracia y es­beltez del Idioma lo que llama a la admi­ración por la obra de este poeta?

La lectura de los poemas de OctavioPaz nos permite deducir, si nuestra aten­ción se dirige p.rÍJ:1el'amente a este objeto,una conseCUenCIa Importante. Merece des­tacarse en estos versos la especial noblezade su lenguaje poético. Pocas obras exis­ten que puedan s~rvirnos, como la suya,para mostrar un ejemplo actual de bellezay da,ridad del idioma. Las palabras de estapoesla son hermosas; llegaría a afirmarseque su solo resplandor es duradero. Masal revés de lo que Ocurre 'en muchos casos'el equilibrio. que las sujeta y su naturalcorrespondencia con la necesidad de ex­presión a que obedecen, no permiten la en­trega al exclusivo brillo formal del verso.. Entonces, volviendo a la pregunta ini­

CIal, podemos decir que en la obra de Oc­tavio Paz el lector fácilmente reconoce elsueño y la palabra, y que es tanto el ha­lIazg.o de un auténtico lirismo como la pre­sencI.a d~ ~1ll ma.gní fico idioma poético, loque Justifica el interés por su poesía.

*La obstinación en el sentimiento de la

soleda? humana emparenta a la poesía deOctavlO Paz con una tendencia reconoci­ble en la lírica moderna y, al mismo tiem­po, da a ella un acento personal. Esteacento expresa la angustia de ser cons­ciente e! alma, por completo, de la soledadque la rodea.

,4. la orilla del '/l/lindo (1942), librodel poeta, lleva un epígrafe de Francisco

UNIVERSIDAD DE MEXICO

de Quevedo: "Nada me désengaña - elmundo me ha hechizado". Posteriormente,en un trabajo suyo en prosa tituladoPoesía de soledad y poesía de comu,nión * (1943), se encuentra la explicaciónde por qué estas palabras aparecen coloca­das en la iniciación de aquel volumen.Quevedo, poeta esencialmente lúcido acer­ca del signi ficado de su poesía, expresaallí, nos dice, una situación verdadera­mente satánica. N o basta con afirmar,para poder entenderla, que la concienciade sí, llevada hasta el último extremo, esla esencia de la poesía de Quevedo. Estosdos versos nos mani fíestan, según 10muestra Paz, el estado del pecador que seda cuenta de la inexistencia del mundoque lo encanta Y al cual al mismo tiempose siente enlazado por el amor. La notade este poema, en la que halla Paz un an­ticipo de Baudelaire, reside en la plenaconciencia del mal. Quevedo pretende sus­tentar la conciencia del hombre en sí mis­ma, para que ella sola se sacie. Por elloescribe Octavio Paz: "La solución deQuevedo es una solución intelectual ymoderna; se abraza a la muerte, no pararecobrar la vida, para salvarse en la vidaeterna, sino como una resignación estoica.Quevedo encuentra en la resignaci6n es­toica una forma severa de la soled:lCl im­placable del hombre, a solas con su con-. ."CIenCia .

Bay mucho de resignación ·~stoica enla, poesías de A la orilla del 11lUlldv

,obrc todo en aquellas que nos revelan,reiterando el drama espiritual antes des­crito, la \'oz más profunda del poeta. Do­mina en estos versos una obsesión de lasoledad. Más que un sentimiento de cria­tura solitaria, es la obsesión de la con­ciencia ante sí misma. En esta po:sía sepide al hombre ahincadamente enfrentarseconsigo mismo: "Vuelve los ojos hacia tudiario nacimiento." Todo clama por el C'J­nacimiento de sí. El ejercicio mismo dela poesía no se entiende como un halago,ni siquiera como una compensación quela vida ofrece al poeta a cambio de su sa­crificio, sino como una manera, acaso lat:nica posible, de penetrar en la propiaconciencia. Este es el sentido del ruegoCJue el poeta formula a la poesía:

"L1évamc oolitaria,Ilévame entre los sucños,lIévamc, madre mia.despiértame del todo,unta mis ojos con tu accite,para que al conocerte, me conozca."

*Fue en el primer manifiesto de André

Dreton donde se abogó por el total aban­dono del poeta al sueño, a los tesoros delsueño. El hombre aún no se ha dado cuen­ta, ni entonces ni hoy (¿ podrá lograrlo;dgún día?) de que sus limitaciones en eldominio de la razón acaso podría supli rlasaprovechando la oculta riqueza de sus no­c11es. "Yo creo -dijo Breton- en la!'nión futura de estos dos estados, en apa­riencia tan contradictorios, que son el sue­ro y la realidad, en una especie de rea­lidad absoluta, de superrealidad, si se pu­diera decir así. Es a esta conquista a laque yo voy. seguro de no poder alcanza r-

* Publicado por ¡¡cuerdo de la re\'is(a "Mi­to", Bogotá.