psicoanÁlisis: la profesiÓn imposible

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PSICOANÁLISIS: LA PROFESIÓN IMPOSIBLE Janet Malcolm Edición no venal. © Editorial Gedisa

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Janet Malcolm

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Título del original inglés:Psychoanalysis:The Impossible Profession © by Janet Malcolm, 1980, 1981La mayor parte de este libro fue publicado originariamente en The New Yorker

Traducción:Alberto Luis Bixio

Diseño de cubierta: Sylvia Sans

Segunda edición: mayo de 2004Reimpresión: julio de 2020

Derechos reservados para todas las ediciones en castellano

ISBN: 97-84-9784-015-6 Depósito legal: B. 8009-2004

Impreso por: S e r vi c e P o i n t

Impreso en EspañaPrinted in Spain

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© Editorial Gedisa, S. A.Av. Tibidabo, 12, 3o.08022, BarcelonaTel. 93 253 09 [email protected]

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Otras obras de Janet Malcolmpublicadas por Editorial Gedisa

La mujer en silencioSylvia Plath y Ted Hughes

Janet Malcolm reconstruye la trama de recuerdos, especulacionesy habladurías que giran alrededor de Sylvia Plath.Todo ello se leecomo una novela de suspense en la que Janet Malcolm se involu-cra apasionadamente para conocer la verdad que se oculta tras elmito, construyendo una lección crítica y brillante sobre la biogra-fía como género literario que desemboca en un nuevo género:una metabiografía hilvanada como un sutil tejido de fragmentosde poemas, cartas, relatos y diálogos, que revela a una Sylvia Plathtotalmente diferente a la que hasta ahora nos han presentado.

El periodista y el asesino

«Todo periodista que no sea tan estúpido o engreído como parano ver la realidad sabe que lo que hace es moralmente indefendi-ble.El periodista es una especie de hombre de confianza,que explo-ta la vanidad, la ignorancia o la soledad de las personas, que se ganala confianza de éstas para luego traicionarlas sin remordimiento al-guno.» De esta manera tan mordaz empieza Janet Malcolm estepolémico libro que se ha convertido ya en una obra de referenciadel periodismo al analizar los entresijos de la complicada y a vecestrágica relación entre un periodista y su sujeto. Utilizando comotelón de fondo el litigio entre el periodista Joe McGuinniss, autorde un best seller sobre la historia de Jeffrey MacDonald, un médicoacusado del asesinato de su mujer y sus dos hijas, Malcolm poneen tela de juicio a toda la profesión periodística.La capacidad de aná-lisis e implacable autocrítica, el gran talento para el reportaje y lainteligente construcción de la intriga convierten la lectura de estelibro en una experiencia singular que permite profundizar en el irre-soluble dilema del periodista enfrentado a la elección entre su éti-ca y la búsqueda de la verdad.

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A mi padre

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Casi parece que el análisis fuera la tercera de esas empresas«imposibles» en las que uno puede estar seguro de antema-no de no alcanzar resultados satisfactorios. Las otras dos, quese conocen desde hace mucho más tiempo, son la educa-ción y el gobierno.

SIGMUND FREUD,«Análisis terminable e interminable» (1937)

Como psicoanalistas tenemos acabada conciencia de quenuestra profesión es no sólo extremadamente difícil, sinoimposible.

ADAM LIMENTANI,International Journal of Psycho-Analysis (1977)

Si dos personas se encuentran a solas repetidamente, se de-sarrollará entre ellas algún tipo de vínculo emocional.

PHYLLIS GREENACRE,Journal of the American Psychoanalytic Association (1954)

El alma que Dios me dio no es de la clase de las que pros-peran en el ambiente de una corte. Evidentemente no po-seo las virtudes necesarias para alcanzar el éxito. Mi gran ta-lento consiste en hablar francamente; nunca aprendí a adularo a fingir; quien sea tan estúpidamente sincero haría bien enintentar hacer carrera como cortesano.

MOLIÈRE,El misántropo

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Aaron Green (así lo llamaré) es un psicoanalista de cua-renta y seis años que ejerce su profesión en Manhattan,en los East Nineties.Tiene en análisis a cuatro pacientesque acuden al consultorio cuatro o cinco veces por se-mana para hablar tendidos en el diván y a seis pacientessometidos a psicoterapia, que lo visitan una, dos o tres ve-ces por semana y permanecen sentados en una silla.Greenles cobra entre treinta y setenta dólares por sesión (decincuenta minutos). Trabaja en la facultad de medicinalocal donde enseña y dirige a estudiantes de medicina ya médicos psiquiatras internos. Se graduó en el Insti-tuto Psicoanalítico de Nueva York y es miembro de laSociedad Psicoanalítica de Nueva York. Llegó a esta ciu-dad a estudiar en el Instituto después de haber obteni-do su diploma de médico y de haber cumplido el períodocomo interno y residente en una ciudad de Nueva In-glaterra.

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Es un hombre delgado, de rostro vivaz, impaciente yserio.Tiene el pelo negro y poco abundante y se vistecomo un profesor. Su atuendo habitual se compone deuna chaqueta de tweed de punto espigado, camisa celes-te de algodón tipo Oxford, corbata de discretos colores ypantalones grises de franela. Parece judío.Vive con su mu-jer y su hijo en un edificio de departamentos de obra vis-ta, cerca de Madison y a cuatro calles de su consultorio. Elsalón de su departamento está amueblado con modernossofás y sillones negros, alfombras de color crema, repro-ducciones de arte moderno, fotografías, libros y objetosarqueológicos y de arte folclórico; es un ambiente sobrio,extremadamente limpio y agradable, quizá un poco dema-siado estudiado. El consultorio de Green no guarda granrelación con ese salón.El diván es de moda escandinava delos años cincuenta antes que moda tipo «alta tecnologíaitaliana» de los setenta; los cuadros son reproducciones an-tiguas, y no pósteres de la Fundación Maeght; allí hay lám-paras de pie en lugar de luces instaladas. En el consultoriola iluminación es deliberadamente tenue.

El psicoanálisis que practica Aaron Green es del tipofreudiano clásico más riguroso. Sus ideas sobre teoría ytécnica fueron forjadas por Charles Brenner, el intransi-gente purista del psicoanálisis norteamericano, autor deun pesado Manual elemental de psicoanálisis y, en colabo-ración con Jacob Arlow, autor de Conceptos psicoanalíti-cos y la teoría estructural, obra en un tiempo muy contro-vertida que es ahora un texto avanzado de referencia

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obligatoria. Brenner es conocido por ser partidario deuna técnica analítica fanáticamente minuciosa y asépti-ca, y por su rigurosa posición teórica, que parte de Freud,pasa por el triunvirato de la psicología del yo representadopor Heinz Hartmann, Ernst Kris y Rudolph Loewensteiny culmina en el cuarteto compuesto por él mismo, JacobArlow, Martin Wangh y David Beres. Green desdeña casitodas las innovaciones recientes registradas en el psico-análisis y las desecha por considerarlas caprichos puestosde moda. No le impresiona en modo alguno el psicoana-lista francés, el estructuralista, Jacques Lacan, cuyos es-critos impenetrablemente oscuros han sido objeto deatención cada vez más seria en este país, pero cuya inno-vación de reducir la sesión analítica de cincuenta minu-tos a siete u ocho minutos délficos (o a veces hasta a unasola parole oracular murmurada en la sala de espera) noha sido todavía aceptada. Green se muestra igualmenteescéptico frente a las nuevas teorías de Heinz Kohut yOtto Kernberg, derivadas del trabajo con trastornos nar-cisistas y borderline; lo llena de disgusto el revuelo quelevantaron dentro y fuera del campo analítico Kohut(que es el centro de un fervoroso culto en Chicago) yKernberg (que trabaja en Nueva York y tiene un séqui-to más tranquilo). Son igualmente censurables, segúnGreen, los teóricos ingleses de las relaciones de objeto(D. W. Winnicott, W. R. D. Fairbairn, Michael Balint,Harry Guntrip y otros) que precedieron y anunciaron alos grupos de Kohut y Kernberg. Cuando se pronuncia el

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nombre «Melanie Klein», el hombre cierra los ojos yemite un leve gemido.

Green es crítico severo de su propio trabajo. Le pare-ce que lo hace bien, pero que no es tan bueno como serácuando tenga más experiencia. Considera con sentimien-to de culpabilidad y tristeza casos pasados en los que co-metió errores. Cuando un paciente mejora, Green lo atri-buye al proceso psicoanalítico; cuando no experimentamejoría él se echa la culpa a sí mismo. Si se cuentan losaños de trabajo bajo supervisión, durante su formación enel Instituto Psicoanalítico de Nueva York, ha practicadoanálisis desde hace más de una década. Él mismo estuvosometido a análisis con dos analistas durante un total dequince años. El primer análisis comenzó cuando Green seencontraba en la facultad de medicina y duró seis años;el segundo fue el análisis didáctico desarrollado en el Ins-tituto y duró nueve años.

Conocí a Aaron Green un gélido día de invierno cuan-do fui a visitarlo en su consultorio para entrevistarlo; yopreparaba un informe sobre psicoanálisis contemporá-neo y su nombre se encontraba en una lista que me habíadado un amigo psicoanalista. Recuerdo que el día era gé-lido porque recuerdo también el agradable calor de la ha-bitación de techo bajo y débilmente iluminada, en queme recibió; tuve la impresión de haber salido de un yermoy áspero bosque, para entrar en un abrigado refugio.Aho-ra sospecho que aquella sensación de bienestar y relaja-miento se debía a algo más que a la intensa calefacción.

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Ya había visitado los consultorios con calefacción exce-siva de otros analistas y, si algo había sentido, era bastan-te frío.Aquellos analistas me trataron como suelen tratara un paciente en el primer encuentro –con cortesía,neutralidad, desapego, reserva, «abstinencia»– y tambiénse mostraron un tanto cautelosos por hallarse frente a unaperiodista. Pero con Aaron Green todo fue diferente des-de el principio.Sutilmente me mostró deferencia y trató deimpresionarme. Él era el paciente y yo la doctora; él era elestudiante y yo la maestra. Para decirlo en lenguaje psico-analítico, la valencia transferencial de la periodista era allímayor que la del analista.

El fenómeno de la transferencia –la manera en que todosnosotros nos inventamos según esquemas tempranos– fueel descubrimiento más original y radical de Freud. Lasideas de la sexualidad infantil y del complejo de Edipopueden aceptarse con bastante más ecuanimidad que laidea de que la más preciosa e inviolada de las entidades–la relación personal– es en realidad un conjunto desor-denado de malas interpretaciones y, en el mejor de loscasos, una incómoda tregua entre poderosos y solitariossistemas de fantasías. Hasta el amor romántico (o espe-cialmente el amor romántico) es fundamentalmente so-litario y es profundamente impersonal en su núcleo. Elconcepto de transferencia destruye de un golpe la fe en lasrelaciones personales y explica por qué éstas son trági-

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cas: no podemos conocernos los unos a los otros. Nosbuscamos a tientas a través de una densa maleza de otrosausentes. No podemos vernos claramente. Una horribleespecie de predestinación pende sobre cada nuevo víncu-lo afectivo que formamos. «Sólo ponerse en comunica-ción», proponía E. M. Forster. Pero el psicoanalista sabeque «no podemos hacerlo».

Freud tuvo la primera evidencia de la transferencia afines de la década de 1890 durante el tratamiento «acier-tas o fallas» de un caso de histeria que llevó a cabo va-liéndose del «método catártico» de Josef Breuer; segúnese método los recuerdos de hechos que se creía que ha-bían provocado los síntomas histéricos eran evocados enestado hipnótico y, de esta manera, perdían, según era depresumir, su poder sobre el paciente. En su Presentaciónautobiográfica de 1925 Freud recuerda «una experienciaque me mostró a la más cruda luz lo que yo había sos-pechado hacía ya mucho tiempo». La experiencia se re-fería a

una de mis pacientes más condescendientes, con la cual elhipnotismo me había permitido alcanzar los más maravi-llosos resultados y a la que estaba empeñado en aliviar de sussufrimientos haciendo remontar a sus orígenes sus ataquesde dolor [...]. En una ocasión, al despertarse, la paciente meestrechó el cuello con sus brazos. La inesperada entrada deuna criada nos liberó de entablar una penosa discusión, peroa partir de ese momento estuvimos tácitamente de acuerdo enque el tratamiento hipnótico debía suspenderse.Yo era lo

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suficientemente modesto para no atribuir aquel hecho a miirresistible atracción personal y sentí que había captado lanaturaleza de ese misterioso elemento que obraba detrás delhipnotismo. Para excluirlo, o en todo caso para aislarlo, eranecesario abandonar la hipnosis.

Pero el «misterioso elemento» también estaba presente enel método que Freud adoptó a continuación –el de ejer-cer ligera presión sobre la frente del paciente mientrasse lo exhortaba a recordar– y también en el método cul-minante del psicoanálisis propiamente dicho: la libre aso-ciación. Una y otra vez, sin ninguna aparente provocaciónpor parte de Freud, las pacientes (abierta o encubiertamente)se enamoraban de su analista. «En las primeras ocasionespodría uno quizá pensar que el tratamiento analítico habíachocado con un trastorno debido a un hecho fortuito»,escribió Freud en su Introducción al psicoanálisis, de 1917.

Pero cuando se repite regularmente, en cada nuevo caso, unapego afectuoso análogo del paciente por el médico, cuan-do surge a la luz una y otra vez en las condiciones más des-favorables y cuando se dan incongruencias positivamentegrotescas, hasta en mujeres ancianas con relación a hombresde barba cana –y aun cuando a nuestro juicio no haya nin-gún tipo de atracción–, entonces debemos abandonar laidea de una perturbación fortuita y reconocer que nos ha-llamos frente a un fenómeno que está íntimamente ligado ala naturaleza de la enfermedad misma. Este nuevo hecho,

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que reconocemos contrariados, es conocido por nosotroscomo transferencia.

La «penosa discusión» ya no podía evitarse. «Está fuera decuestión que accedamos a las demandas de la paciente de-rivadas de la transferencia; y sería absurdo que las rechazá-ramos de manera poco amable y peor aún, indignada»,continuaba diciendo Freud en Introducción al psicoanálisis.En cambio, debemos «superar la transferencia haciendonotar al paciente que sus sentimientos no proceden de lasituación presente y que no se refieren a la persona del mé-dico, sino que son repeticiones de algo que le ocurrió an-tes. De esta manera lo obligamos a transformar su repeti-ción en un recuerdo».

Eso era más fácil de decir que de hacer. En un artículode 1915 titulado «Observaciones sobre el amor de transfe-rencia» (parte de una serie de artículos sobre técnica psico-analítica dirigidos a sus primeros colegas psicoanalistas),Freud describió con todo detalle la delicada y difícil tareade persuadir a una paciente para que considere el amorque siente por su analista tanto como un aspecto normaldel tratamiento («La paciente debe aceptar enamorarse delmédico como si ése fuera su destino ineludible») comoalgo irreal y alucinado, un revivir artificial de sentimien-tos anteriores que nada tienen que ver con la persona delanalista. Luego, en una de esas sorprendentes y seductorasreversiones que caracterizan sus escritos, Freud se vuelvecontra su propio argumento y dice: pero ¿no es así todo

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amor? ¿Acaso no entendemos por «enamorarse» una espe-cie de enfermedad y locura, una ilusión, una ceguera queimpide ver cómo es realmente la persona amada, un esta-do que tiene orígenes infantiles? La única diferencia entreamor de transferencia y «genuino» amor, concluye Freud,es el contexto. En la situación analítica no es lícito entre-garse al amor de la paciente; se trata de una situación derenuncia. Las dos partes deben «superar el principio deplacer» y renunciar el uno al otro en aras de una meta su-perior: el médico por ética profesional y por el progresocientífico, la paciente para «adquirir algo más de la liber-tad mental que distingue la actividad psíquica consciente–en el sentido sistemático– de la actividad inconsciente».Freud describe las tentaciones a que está sujeto el analistay que son inherentes a la situación –especialmente en elcaso de «aquellos que son todavía jóvenes y no están aúnatados por fuertes lazos»– con triste candor:

El amor sexual es indudablemente uno de los principaleselementos de la vida, de manera que la unión de la satisfac-ción mental y corporal en el goce del amor es uno de lospuntos culminantes de la vida. Salvo unos pocos fanáticosextravagantes, todo el mundo lo sabe y lleva su vida en con-secuencia; solamente la ciencia es demasiado delicada paraadmitirlo. Por lo demás, cuando una mujer solicita amor, alhombre le resulta penoso rechazarla y rehusarse; y a pesar dela neurosis y la resistencia, una mujer de elevados principiosque confiesa su pasión ejerce una fascinación incomparable.Lo que constituye la tentación no son los deseos cruda-

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mente sensuales de la paciente.Estos probablemente produz-can repulsión y demanden toda la tolerancia del médico paraconsiderarlos como fenómeno natural.Antes bien quizá seanlos deseos más sutiles y coartados en su fin de una mujer losque acarreen el peligro de que un hombre olvide su técni-ca y su misión médica para entregarse a una agradable expe-riencia.

A partir de estas primeras e inimaginables transaccionesentre mujeres orgullosas, enfermas de amor y analistas ner-viosos y abstinentes, el concepto de transferencia se am-plió más allá de la situación en que la paciente se enamo-ra de su analista (o, en el caso de un paciente masculino, elprofundo odio por el analista), para abarcar todos los as-pectos de la relación del paciente con el analista.A medi-da que el psicoanálisis iba desarrollándose, la transferen-cia fue haciéndose un tema más importante y a la vez máscomplejo.En 1936,en El yo y los mecanismos de defensa,AnnaFreud distinguía entre las transferencias de amor y odioapasionados –que ella consideraba simples «irrupciones delello»– y las transferencias más sutiles que constituyen lasprimeras maniobras defensivas del yo contra los instintos.Pero semejantes distinciones no podían hacerse en el pri-mer período del psicoanálisis al que pertenece el artículosobre el amor de transferencia.

En aquel período, la febril avalancha de descubrimien-tos realizados por Freud en la década de 1890 –sobre lossueños, el inconsciente, la represión, la sexualidad infantil,

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el complejo de Edipo, la libre asociación, la transferen-cia–, se disponía en un bello orden; todas las piezas enca-jaban y el conjunto era brillante. Cuando en 1909 Freudfue invitado a la Universidad Clark en Worcester, Massa-chusetts, dio una serie de conferencias en las cuales secelebraba con excitación el nacimiento de la nueva cien-cia del psicoanálisis. Las conferencias Clark (que Freudreconstruyó de memoria y publicó poco después de re-gresar a Viena) exhibían una animación y un brillo quequedaron atenuados en exposiciones posteriores de losmismos hechos. (Compárese las conferencias Clark con«Análisis terminable e interminable» de 1937, el últimoartículo denso y profundo de Freud. Es como compararuna bagatela de Beethoven con uno de sus últimos cuar-tetos.) Esas conferencias continúan siendo la exposiciónmás concisa y clara (tanto entre los escritos de Freud comoentre otros estudios) del nacimiento del psicoanálisis; enninguna otra parte se cuenta tan livianamente esa com-plicada historia.

Freud comienza afirmando que fue Breuer, y no él, elpadre del psicoanálisis (una afirmación de la que pocosaños después iba a retractarse con breves palabras). «Yo nohabía participado en los comienzos del psicoanálisis», diceFreud y luego continúa describiendo el tratamiento queBreuer aplicó en 1880 a una muchacha llamada Anna O.,afligida por la «enigmática dolencia, que, desde la épocade la antigua medicina griega, se conoce como “histeria”y que tiene el poder de producir imágenes ilusorias en toda

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una serie de enfermedades graves». Los síntomas histéri-cos de Anna comprendían parálisis de los miembros, vi-sión perturbada, aguda tos nerviosa, aversión por la comi-da y la bebida, pérdida de la memoria (extrañamente lapaciente se había olvidado de su lengua materna, el ale-mán, y sólo podía hablar en inglés) y una tendencia a caeren estados que Freud, influido por la terminología fran-cesa, llamaba absence. A diferencia de otros médicos de laépoca, que creían que la histeria era una forma de si-mulación y que por lo tanto trataban a sus víctimas condureza y desprecio, Breuer dedicó sus mejores esfuerzosa esa muchacha inteligente y hermosa, de veintiún años,sintió simpatía por sus sentimientos y por obra de su «be-névolo escrutinio» encontró por fin una manera de ayu-darle. Le llamó la atención la manera en que la pacientemurmuraba ciertas palabras para sí durante sus accesos deabsence y se le ocurrió la idea de hipnotizarla; usando laspalabras murmuradas como punto de partida, la persua-dió para que describiera las «fantasías profundamente me-lancólicas» que muy a menudo se concentraban en laimagen de sí misma sentada junto al lecho de su padreenfermo.Estas tristes rememoraciones hicieron que la mu-chacha se sintiera mejor –ella misma acuñó para designar-las la expresión «cura por la palabra»– y poco a poco fue-ron desapareciendo los síntomas, una vez que la paciente«llegó a recordar, en estado hipnótico, acompañada por ex-presiones de afecto, en qué ocasión y en relación con quéhabían aparecido por primera vez los síntomas». Por ejem-

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plo, uno de los síntomas más alarmantes de Anna O. –unaaversión patológica a beber agua aun cuando estuvieraterriblemente sedienta– desapareció cuando la paciente re-cordó que una vez había visto bebiendo agua de una copaa un perrito de su dama de compañía inglesa. El espec-táculo le había causado disgusto y enojo, aunque, por cor-tesía, lo había ocultado; sólo en el trance provocado porBreuer pudo expresar esos sentimientos y una vez que lohubo hecho pidió agua, bebió una buena cantidad y yanunca volvió a sentir la fobia al agua. Poco a poco fuerondesapareciendo otros síntomas,a medida que recordaba trau-mas psíquicos, de manera que «se dio por terminado eltratamiento».

Esta versión, como saben los lectores de la biografía deFreud escrita per Ernest Jones, deja de lado discretamenteel desastre que sobrevino en el caso de Anna O.y que pusobrusco fin al tratamiento. «Freud me contó con más deta-lles de los que él puso en sus escritos las circunstancias pe-culiares que rodearon el final de ese tratamiento nuevo»,nos revela Jones que continúa diciendo:

Parece que Breuer había desarrollado lo que hoy en día lla-maríamos una fuerte contratransferencia respecto de suatractiva paciente. En todo caso, Breuer se encontraba tanobsesionado por aquel asunto que su mujer se fastidió deoír hablar siempre del mismo tema y no tardó en ponersecelosa. No lo manifestó abiertamente pero se volvió triste ymalhumorada.Esto pasó mucho tiempo antes de que Breuer,

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con sus pensamientos puestos en otra parte, adivinara la sig-nificación del estado de ánimo de su mujer. Eso provocó enél una violenta reacción en la que quizá se mezclaran el amory el sentimiento de culpa, y entonces decidió poner fin altratamiento.Así se lo anunció a Anna O., que se encontrabaentonces mucho mejor, y se despidió de ella. Pero aquellamisma noche lo llamaron a verla y Breuer la encontró en unestado de gran excitación y aparentemente tan enferma comoantes. La paciente que, según Breuer, siempre le había pare-cido como un ser asexual y nunca había hecho alusión asemejante tema durante el tratamiento, se encontraba expe-rimentando los dolores de un parto histérico (seudoparto),la terminación lógica de un embarazo fantasma que se ha-bía estado desarrollando de manera invisible en respuesta alas acciones de Breuer. Aunque desagradablemente im-presionado, Breuer logró calmarla hipnotizándola y luegohuyó de aquella casa bañado en sudor frío.Al día siguien-te él y su mujer emprendieron viaje hacia Venecia para pa-sar allí una segunda luna de miel, que tuvo como resultadola concepción de una hija; esa hija nacida de tan curiosas cir-cunstancias iba a suicidarse en Nueva York casi sesenta añosdespués.1

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1. Recientemente este pasaje ha sido objeto de ataques por par-te de algunos estudiosos. Las investigaciones de Henri F. Ellenberger,George H. Pollock y Albrecht Hirschmüller mostraron que Breuerno abandonó repentinamente a Anna O., sino que la instaló en un sa-natorio; que la «huida» de Breuer a Venecia no tuvo lugar en aquelmomento; que la hija que se suponía concebida durante esa «segun-

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En un estudio reciente, La revolución terapéutica: desde Mes-mer a Freud, dos psicoanalistas franceses, Léon Chertok yRaymond de Saussure, hacen resaltar el contraste que hayentre la reacción de pánico de Breuer en el caso de AnnaO. y la frialdad con la que Freud reaccionó frente a un es-tímulo erótico similar (aquel incidente de la paciente quele echó los brazos al cuello) y exponen la interesante ideade que el descubrimiento que hizo Freud de la trans-ferencia era (independientemente de la cuestión de su va-lidez) una medida defensiva, una especie de «profilaxis»que despersonalizaba la relación de paciente y analista einterponía a una «tercera persona» entre el paciente yel médico, lo mismo que la enfermera que atisba sobre elhombro del ginecólogo durante los exámenes. «Hastael descubrimiento de Freud –dicen estos autores– lospsicoterapeutas estaban obsesionados, consciente o in-conscientemente,por la posibilidad de que surgieran com-plicaciones eróticas en la relación con los pacientes. Enadelante podían estar tranquilos.» El hecho de que Breuerinterpretara que los sentimientos eróticos de Anna ibandirigidos personalmente a él, en tanto que Freud descu-brió la transferencia como resultado de la actitud impor-tuna de su paciente, indica la diferencia que hay entre elintelecto corriente y el genio. La diferencia podría ser

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da luna de miel» –la hija menor de Breuer, Dora– ya había nacido yque se suicidó, no en Nueva York, sino en Viena cuando agentes de laGestapo llamaron a su puerta.

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también, como lo sugiere la hipótesis de Chertok y deSaussure (y esto no disminuye el genio de Freud) la dife-rencia entre un hombre seguro de su atracción sexual yun hombre que no se sintió seguro de sus atractivos, queno podía creer que una mujer lo encontrara irresistible yque, por lo tanto, buscara alguna otra explicación de laconducta de su paciente.

En 1882, Freud se enteró por Breuer del caso de AnnaO. que lo impresionó profundamente; pero hubieron depasar siete años antes de que se aventurara a emprenderel camino que el asustado proto-psicoanalista había aban-donado. En 1886, al regresar de París, donde había estu-diado con el gran neurólogo Jean Martin Charcot, quienlo convenciera de la etiología psicológica de la histeria,Freud se puso a ejercer su profesión en Viena como es-pecialista en enfermedades nerviosas. Durante veinte me-ses trató a sus pacientes con electroterapia (siguiendo lasindicaciones del manual de Wilhelm Erb) además de ba-ños, masajes y algo llamado la cura de reposo de Mitchell,aunque cada vez más sentía la ineficacia de tales recursos.A continuación, durante otros dieciséis meses, los tratóvaliéndose de la sugestión hipnótica que resultó no me-nos inútil. Por último, en 1889 probó el método catárticode Breuer y comprobó, según lo informó en las confe-rencias Clark, que «mis experiencias coincidieron com-pletamente con las suyas». Sin embargo, no pasó muchotiempo sin que Freud encontrara insatisfactorio tambiénese método. Provocar el estado hipnótico no le resultaba

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fácil –no parecía tener talento para ello– y sólo conseguíahacer entrar en el trance deseado a un ínfimo número desus pacientes.A juzgar por el siguiente relato de sus in-tentos de hipnotizar a los pacientes (pasaje pertenecientea Estudios sobre la histeria, 1895, de Breuer y de Freud), loque menos preocupaba a Freud eran las complicacioneseróticas:

Pronto comencé a cansarme de dar órdenes a los pacien-tes y de afirmar cosas como «Usted se va a quedar dor-mido... dormido» y de oír que el paciente, como ocurríaa menudo cuando el grado de hipnosis era leve, me re-plicaba: «Pero, doctor, no estoy dormido», y de tener lue-go que hacer distinciones muy peliagudas como «No merefiero al sueño corriente; me refiero a la hipnosis. Comousted ve, ahora está hipnotizado y no puede abrir losojos...»

Freud comenzó a preguntarse si no podría lograr la catar-sis sin la hipnosis y se animó a intentarlo apoyándose en loque pudo deducir de un experimento del que había sidotestigo poco antes en Nancy y que había llevado a caboun médico llamado Hippolyte Bernheim, quien tambiénaplicaba la sugestión hipnótica para tratar a enfermos his-téricos.Bernheim demostraba que una persona al despertarde un trance podía ser inducida a recordar lo que habíaocurrido durante el trance si el hipnotizador insistía fir-memente en que lo recordara, por más que el pacientealegara que realmente no recordaba nada. Freud trató de

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ejercer una análoga coacción en sus pacientes y el proce-dimiento dio resultado. «De esa manera logré, sin emplearla hipnosis, obtener de los pacientes lo necesario para es-tablecer la conexión entre las escenas patógenas que elloshabían olvidado y los síntomas que habían quedado deaquellas escenas. Pero se trataba de un procedimiento la-borioso y a la larga agotador; de manera que no era apro-piado como técnica permanente».

Sin embargo, la dificultad y la laboriosidad mismasdel procedimiento llevaron a Freud a comprender algo de-cisivo. Freud postuló que existía una fuerza que original-mente empujaba las experiencias patógenas del pacientefuera de la conciencia (Freud la llamó «represión») y quetambién había su contraparte («la resistencia») que man-tenía tales experiencias fuera de la conciencia. «Todas esasexperiencias suponían el surgimiento de un deseo impul-sivo que estaba en agudo contraste con los otros deseosdel sujeto y que era incompatible con las normas éticas yestéticas de su personalidad», de manera que tenía que ser«reprimido», según dijo Freud en las Conferencias Clark.Por ejemplo, una de sus pacientes (Elisabeth von R.) habíareprimido el recuerdo del deseo de casarse con su cuña-do, deseo que había experimentado de pronto junto allecho de muerte de su hermana; aquel deseo la horro-rizó tanto que vino a convertirse en un síntoma histérico.«Nuestros pacientes histéricos sufren de reminiscencias»,de-claró Freud en la primera Conferencia Clark. Sólo cuandosu técnica de insistir obligó a Elisabeth a llevar de nuevo a

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la conciencia aquel recuerdo,pudo la paciente liberarse desu poder patógeno.

Por último,cuando dejó de fastidiar al paciente y le per-mitió decir todo cuanto se le antojara, Freud llegó a con-cebir el método psicoanalítico (o tropezó con él) que hapermanecido inmutable hasta hoy. La palabra «permitir»(que fue la que usó Freud en las Conferencias Clark) difí-cilmente hace justicia al proceso de la libre asociación. Enun muy conocido pasaje de La interpretación de los sueños(1900), Freud compara la hazaña del paciente que suspen-de el ejercicio de sus facultades críticas y dice todo cuan-to le pasa por la cabeza, por más trivial que sea, irrelevanteo desagradable, con la hazaña del poeta durante el acto decreación. Cita una carta que Schiller escribió en 1788 enrespuesta a un amigo que se lamentaba de su magra pro-ducción literaria:

Me parece que la causa de tu queja radica en la represiónque tu razón impone a tu imaginación.Expondré de mane-ra más concreta mi idea mediante un símil. Parece malo yperjudicial para la obra creadora del espíritu que la razónhaga un examen demasiado ceñido de las ideas en el mo-mento en que éstas fluyen a borbotones por la puerta, si eslícito decirlo así. Considerado aisladamente, un pensamientopuede parecer muy trivial o muy fantástico; pero puede ha-cerse importante por obra de otro pensamiento que vienedespués, y en conjunción con otros pensamientos que pu-dieran parecer igualmente absurdos podría llegar a consti-tuir un eslabón sumamente eficaz. La razón no es capaz de

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formarse una opinión sobre todo esto si no retiene el pen-samiento el tiempo suficiente para considerarlo en conexióncon los demás. Por otro lado, cuando se trata de un espíritucreador, la razón, según me parece, relaja su vigilancia so-bre las puertas y las ideas se precipitan en tropel; sólo enton-ces la razón las considera y examina en su conjunto [...].Vosotros los críticos, o como os llaméis, os avergonzáis oespantáis de las momentáneas y transitorias extravaganciasque se encuentran en todos los espíritus verdaderamentecreadores y cuya duración más prolongada o más breve dis-tingue al artista pensante del soñador.Te quejas de tu infe-cundidad porque rechazas demasiado pronto y discriminascon demasiada severidad.

Así como hay muy pocas personas que puedan escribirpoemas como Schiller, son muy pocos los pacientes ana-líticos que pueden desarrollar con facilidad la libre asocia-ción, en el caso de que sean capaces de hacerlo. Hoy endía los analistas no esperan que el proceso de libre asocia-ción se produzca antes de una etapa avanzada de análi-sis; es más, algunos consideran la aparición de la verda-dera libre asociación como una señal para terminar elanálisis. Pero en 1900, Freud, encantado con su gran des-cubrimiento (que era nada menos que la «invención delprimer instrumento para examinar científicamente el es-píritu humano», según James Strachey, el psicoanalista yeditor inglés de la Standard Edition de las Obras Com-pletas de Freud), subestimó sus complejidades y contra-dicciones. «Relajar la vigilancia sobre las puertas de la ra-

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