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PROVOCACIONES PEDAGÓGICAS SOBRE EL CAMBIO DOCENTE Para quien haya leído El Caballero de la Armadura Oxidada Diego H. Arias Gómez Ilustraciones: Maria Fernanda Vinueza 1. EL DILEMA DEL CABALLERO Descubrir las caretas En el libro original de El Caballero de la Armadura Oxidada, este capítulo nos narra la historia de un hombre de buen reconocimiento en el reino, que mataba dragones y liberaba damiselas. De las dificultades que empezó a afrontar por culpa de su armadura. Ella le empezó a alejar de las personas que amaba pues no mostraba su verdadero rostro. Luego de una difícil decisión decide emprender el camino para deshacerse de ella. Como el Caballero “que pensaba que era bueno, generoso y amoroso”, muchos maestros ejercemos nuestra profesión convencidos que hacemos un loable aporte a la sociedad y a las familias, y que la escuela, por nuestro intermedio, cumple la importante misión de garantizarle a las nuevas generaciones su incorporación a la sociedad y la cultura. Mal que bien, los cientos de estudiantes que han pasado por nuestras aulas, han asimilado las habilidades básicas para defenderse en la vida. Incluso, con razón, muchas veces nos quejamos porque la relevancia de la misión que desempeñamos no es suficientemente compensada ni económica ni socialmente. Sin embargo podemos caer en una sobrevaloración equivocada al afirmar que si así las cosas hasta ahora han funcionado, ¿para qué cambiar? El peligro de la autocomplacencia genera inmovilidad y aletargamiento. Como el Caballero que justifica su incapacidad para emprender cambio, muchos maestros nos amparamos en la antigüedad, en los títulos, en la experiencia, en el dinero o en la inercia de la escuela para no embarcarnos en nuevas aventuras pedagógicas. 1

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PROVOCACIONES PEDAGÓGICAS SOBRE EL CAMBIO DOCENTE

Para quien haya leído El Caballero de la Armadura Oxidada

Diego H. Arias GómezIlustraciones: Maria Fernanda Vinueza

1. EL DILEMA DEL CABALLERODescubrir las caretas

En el libro original de El Caballero de la Armadura Oxidada, este capítulo nos narra la historia de un hombre de buen reconocimiento en el reino, que mataba dragones y liberaba damiselas. De las dificultades que empezó a afrontar por culpa de su armadura. Ella le empezó a alejar de las personas que amaba pues no mostraba su verdadero rostro. Luego de una difícil decisión decide emprender el camino para deshacerse de ella.

Como el Caballero “que pensaba que era bueno, generoso y amoroso”, muchos maestros ejercemos nuestra profesión convencidos que hacemos un loable aporte a la sociedad y a las familias, y que la escuela, por nuestro intermedio, cumple la importante misión de garantizarle a las nuevas generaciones su incorporación a la sociedad y la cultura. Mal que bien, los cientos de estudiantes que han pasado por nuestras aulas, han asimilado las habilidades básicas para defenderse en la vida. Incluso, con razón, muchas veces nos quejamos porque la relevancia de la misión que desempeñamos no es suficientemente compensada ni económica ni socialmente. Sin embargo podemos caer en una sobrevaloración equivocada al afirmar que si así las cosas hasta ahora han funcionado, ¿para qué cambiar?

El peligro de la autocomplacencia genera inmovilidad y aletargamiento. Como el Caballero que justifica su incapacidad para emprender cambio, muchos maestros nos amparamos en la antigüedad, en los títulos, en la experiencia, en el dinero o en la inercia de la escuela para no embarcarnos en nuevas aventuras pedagógicas.

Provocando el mismo resultado, pero con otro argumento, está el extremo opuesto de docentes que se “autoflagelan” permanentemente, que despotrican y lamentan su función, que no soñaron con ser educadores o que asumen su rol con la certeza de que es una ocupación transitoria.

Por otro lado, la lucha cotidiana de los maestros en medio de las condiciones más adversas como aulas saturadas, profundos desniveles cognitivos y actitudinales en sus niños y jóvenes, remuneraciones bajas, jefaturas autoritarias e ignorantes, presiones hacia logros estandarizados desconocedores de los contextos... hacen creíble la metáfora del Caballer en su lucha contra “enemigos mezquinos y odiosos” y su batallas cotidianas por matar “dragones y rescatar damiselas en apuros”. Esta idea resume bien la intención educativa de muchos educadores de aportar a niños/as y jóvenes elementos para abrir perspectivas de vida que los rescaten de la

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violencia, la ignorancia y la miseria, al que de otra manera estarían condenados. En este sentido la tarea educadora es también liberadora.

Incluso como el Caballero que “tenía la mala costumbre de rescatar damiselas cuando ellas no deseaban ser rescatadas”, los docentes enfrentamos el reto de emprender una labor, que muchas veces no es deseable por parte de quien la recibe. Somos testigos de la paradoja social de desarrollar la mala costumbre de hacer un bien a quien cree que es un mal. Quizá a diferencia de otros tiempos, la certeza de que la educación es una garantía de bienestar futuro, no es tal (miles de desempleos profesionales lo confirman).

Si “nuestro Caballero era famoso por su armadura”, de igual manera nuestros maestros son famosos por su ser y su quehacer. No en vano se les endilga la socialización de las nuevas generaciones y se les pone al frente de periódicas “batallas” de acuerdo a las necesidades sociales: que si hay crisis de valores, pues los maestros a enseñarlos; que si faltan trabajadores, pues los educadores a capacitar laboralmente; que si hay embarazos precoces, los educadores a prevenirlos; que no hay electores, pues en las escuelas y colegios a simular la democracia...

“Ante la mera mención de una cruzada, el Caballero se ponía la armadura entusiasmado, montaba su caballo y cabalgaba en cualquier dirección. Su entusiasmo era tal que a veces partía en varias direcciones a la vez”. Sin beneficio de inventario, los maestros, por voluntad propia y ajena, caemos muchas veces en el activismo obnubilados por la pasión del hacer, del estar aquí y allá, de obedecer y de cumplir sin preguntarnos para qué o por qué. Vaciamos el sentido de la escuela llenándola con miles de actividades. Hacemos lo que manda la Ley, aplicamos juiciosamente las políticas oficiales, tomamos los estándares, seguimos al pie de la letra el texto-guía, incorporamos las recomendaciones que hacen las instituciones locales, nos sumamos a lo propuesto en el proyecto educativo institucional, se aplica lo que exige el jefe de departamento, o el coordinador, se ejecutan las evaluaciones que solicita la rectoría, se siguen las indicaciones del prefecto del Ministerio, se llenan la listas de asistencia, se diseña y aplica la guía que se necesita para cerrar período, se revisan las recuperaciones del período pasado, se revisa el uniforme, y separan dos niños que se agreden... Son sólo algunas de las direcciones hacia las que entusiasmados o no -como el Caballero-, cabalgamos diariamente.

Ante la pregunta por quiénes somos, respondemos por lo que hacemos. De esta manera confundimos nuestro ser con nuestro quehacer. A fuerza de años y de costumbre nuestra humanidad -como la del Caballero- a veces se ve diluida en una profesión en el mejor de los casos, pero en otros, en una mera ocupación mecánica que no tiene escapatoria. Como el hábito de nuestro protagonista –el Caballero– que se “enamoró hasta tal punto de su armadura que se la empezó a poner para cenar y, a menudo, para dormir”, nos es difícil despojarnos del rol social que se nos impone para relacionarnos humanamente en las interacciones más elementales y básicas de la vida.

A diferencia de otras profesiones los maestros hacemos de nuestra práctica, nuestra vida. No es causalidad que la mayor parte de los maestros cuando se reúnen en escenarios extraescolares hablen casi exclusivamente de lo que han vivido en las horas de trabajo, incluso cuando se proponen hablar de otra cosa, los temas de escuela inevitablemente se atraviesan y terminan consumiendo los espacios y los tiempos. El Caballero “cuando paraba en casa y no estaba absolutamente pendiente de su armadura, solía recitar monólogos sobre sus hazañas”. Los

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estudiantes, las dificultades, las comidas del descanso, el conflicto con los compañeros, se convierten de a poco en los monólogos recurrentes a propósito de nuestra hazaña escolar, en la escuela y fuera de ella.

Algunos maestros, cansados de la monotonía, o de pronto deseosos de nuevos horizontes son tocados por una voz interna o externa que les interpela y les dice, como la esposa del Caballero: “¡quítate esa armadura para que pueda ver quién eres en realidad!”. Emprender el camino hacia el encuentro con el verdadero sentido de lo que hacemos, que no es otra cosa que el encuentro con nosotros mismos no es tarea fácil y es entendible que no todos estén dispuestos a emprenderla. Aventurarse a inventar, sugerir, proponer es más complicado que sobrevivir con las ventajas de la rutina y del camino cierto. Una armadura construida a lo largo de tantos años, tantas experiencias, tantas teorías y justificaciones constituye el referente esencial de imagen para los demás y para sí mismo. Si termino por creer que mi armadura soy yo, ¿qué sería de mí sin mi armadura?

De allí que el peso de la tradición y la seguridad de la obediencia se impongan para muchos, sean su armadura, y para otros, quizá puede constituirse en aquella postura que posa de alterativa o diferente, que confunde las ideas con las personas, que desconoce las motivaciones de los demás y que hacen de su crítica una nueva cadena apertrechada en dogmas de otro tinte. Cambia el color de la armadura, quizá la textura y el peso, pero al final el resultado es el mismo: no se sabe quién está en su interior, no conocemos al hombre o a la mujer que existe tras esas latas.

Pero como el Caballero, muchos maestros deciden averiguar, o recordar la imagen de su rostro y tratar de emprender el camino para encontrarse. Tarea difícil y dolorosa que no se sabe a ciencia cierta qué resultados arrojará.

El herrero intenta zafarle la armadura del Caballero, el especialista o perito en el asunto de metales parece el más indicado para tan encomiable misión. Antes como ahora resulta tan atractiva la receta, la fórmula, el falso salvador que con sus pócimas soluciona los problemas. Amantes del camino más corto, como docentes gustamos de las charlas providenciales que nos abran de una vez y para siempre los ojos. Añoramos librillos y manuales que dan todo al pie de la letra. Cuando la receta no aparece, reaccionamos con comentarios frente a actividades formativas: muy interesante todo pero al final no se concretó nada; o la pregunta: muy bonito todo lo que usted dice, pero ¿qué es lo que debemos hacer aquí? Cuando algún gurú en educación, el experto –el herrero del Caballero– comparte sus reflexiones y no nos sentimos satisfechos porque no da respuestas exactas, podríamos afirmar, si él, “el hombre más fuerte del reino. Si él no podía sacar al Caballero de su armadura, ¿quién podría?”. Si él, el sabio, no sabe la salida del laberinto, nadie podrá. Otra razón más para no buscar nada nuevo.

Palabras que a unos impactan y mueven, realidades que a otros enternecen e inquietan, golpes que a otros movilizan y arrastran, muchas veces a nosotros ni nos tocan. Nos hemos acostumbrado tanto al hambre, a la injusticia y a la violencia en el mundo grande y en el mundo pequeño que es nuestra escuela o nuestra aula, que todo nos resbala. Efecto teflón le llaman. Como el Caballero que “tampoco había sentido el martillo del herrero aquella tarde. De hecho, ahora que lo pensaba, su armadura no le dejaba sentir apenas nada, y la había llevado durante tanto tiempo que había olvidado cómo se sentían las cosas sin ella”. La armadura es tal en tanto caparazón que nos aísla del mundo, que no deja sentir, y salvo ciertas fisuras que nos conectan con el exterior, puede estallar una bomba y no darnos cuenta. Como la comida que empieza a ser

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suministrada por los agujeros del casco al Caballero, filtramos cuidadosamente la información del medio, moldeamos los influjos del medio para no ser afectados, deformamos lo que proviene del exterior para asimilarlo de acuerdo al diámetro exacto de lo que pensamos.

De todas maneras nos justificamos diciendo que no es tan mala la armadura. Ella no sólo nos da identidad, también nos protege y nos permite sobrevivir, nos da el sustento y la comida. “¿De qué otra manera, si no, hubiera podido comprar bonitos castillos y caballos para ti y para Cristóbal?” Le dice el Caballero a su amada. Por ello es entendible que muchos maestros continuemos con nuestra armadura, mal que bien nos ha permitido subsistir. Otros, con el único horizonte de lo que no quieren ser, sin certezas absolutas, llegan a la convicción de que “tienen que quitarse la armadura, aunque no sepan cómo”. Es la insatisfacción personal frente a lo que siempre se ha hecho lo que permite avizorar nuevos caminos.

Las búsquedas por nuevas perspectivas de ser y hacer, si bien nacen inicialmente del profundo descontento intelectual por lo que se hace, pueden ser fruto de serios malestares personales o colectivos por lo que se es, y sólo serán posibles en travesías individuales (aunque la caminata sea en grupo, cada quien debe andar por sí mismo) pues en el tema que nos ocupa, la honestidad consigo mismos es la que permite ubicar las armaduras particulares. Es el maestro el que construye escuela. La bondad o la perversión de la escuela se hace realidad en el salón con treinta, cuarenta o cincuenta niños/as frente a un/a maestro/a, no en los discursos ni en los peis. Allí reside el poder emancipador u opresor de la acción educativa. Sin desconocer la importancia de las interacciones en los otros espacios como pasillos, patio, salas de profesores, el asunto es la proyección de ser humano que captan los escolares.

Como el viaje del Caballero fuera de su reino en búsqueda de algo o de alguien que dé pistas para deshacerse de la armadura, los docentes nos ponemos frente al dilema de salir de nuestras certezas, esquemas, privilegios y seguridades. “El Caballero tenía que irse, así que una mañana, muy temprano, montó en su caballo y se alejó cabalgando. No osó mirar atrás por miedo a cambiar de idea”. Montados en lo que tenemos, siendo lo que somos, haciendo lo que hacemos podemos emprender el viaje. Esto quiere decir que el cambio no es de un día para otro. Nos fuimos el viernes y el lunes llegamos nuevos, así no es la cosa. No es una cirugía plástica. Es un gradual y sincero viraje con una tenaz motivación interior que cada vez más se expresa hacia el exterior, sabiendo que la tentación de mirar atrás para cambiar de idea es permanente. ¿Qué se quiere? ¿Qué se busca exactamente? No se sabe. No hay certezas. Sólo la convicción de dejar de hacer lo que se hacía, para hacer otras cosas, que se espera sean mejores.

Bolsalegre, el bufón que el Caballero encontrara accidentalmente antes de despedirse del rey tiene unos consejos que enriquecen nuestra reflexión. “Llevaba sobre su hombro una bolsa con los colores del arco iris, llena de artilugios para hacer reír o sonreír a la gente”.

Todos sabemos que el éxito y la felicidad no siempre coinciden, sin embargo aunque en teoría perseguimos la felicidad y por ella luchamos, estudiamos y trabajamos, el tener es en la práctica el que canaliza nuestras energías. El capitalismo enseña que en las cosas está el sentido de la vida. Si bien en esta sociedad somos lo que tenemos, vale la pena tener en cuenta que la vida y sus trozos de felicidad, de encuentro, de amistad, de alegría, pueden ser fuente de conocimiento y sabiduría. Hay personas, que como el arco iris, miran la vida desde múltiples prismas, condensan la sabiduría de la naturaleza, irradian luz y buena energía, aunque no autorizadas, no tituladas, o

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invisibilizadas, tienen muchas cosas que decir, pueden ser un buen referente, dicen cosas trascendentales: “A todos, alguna armadura nos tiene atrapados. Sólo que la vuestra ya la habéis encontrado... Hay alguien que puede ayudaros, Caballero, a sacar a la luz vuestro yo verdadero... Cuando la armadura desaparezca y estéis bien, sentiréis el dolor de los otros también”. Estos escasos personajes, faros en medio de la oscuridad, enseñan que el sentimiento del dolor de los otros es un importante indicador que nos estamos encontrando.

2. EN LOS BOSQUES DE MERLÍNLas causas de la armadura

En la historia del Caballero, en este capítulo se narra el primer encuentro de con Merlín, el mago que le habría de ayudar; sus diálogos y sus conflictos. De los deseos del protagonista por volverse al castillo y de sus conversaciones con los animales.

“El Caballero mientras cabalgaba en solitario... se dio cuenta de que había muchas cosas que no sabía”. Se pone de nuevo en claro que sólo aquel que es consciente de lo que le falta por aprender, desarrolla la humildad y la apertura del aprendiz. Sólo una auténtica postura de aprendizaje frente a la naturaleza, frente a lo positivo de las teorías, frente a los estudiantes y los compañeros docentes, permite una construcción real. Lo más nocivo como maestros es la arrogancia de conocimiento, la indigestión de saber, la llenura ideológica, la sensación de que nos la sabemos todas.

El peligro cuando se está en búsqueda es aferrarse obsesivamente a una doctrina, a una idea, a una persona o ingenuamente a una nueva fuente. El hecho que el Caballero en su caminar casi se ahogara dos veces tratando de colmar su sed, nos hace pensar que como docentes, no podemos abrazar ciegamente un dogma tratando de reemplazar el que se acaba de dejar. No todas las fuentes son saludables para calmar la sed. Contrario a quien no se deja interpelar por nada ni por nadie, es común escuchar en reuniones cuán fácilmente nos matriculamos con corrientes pedagógicas de moda: que soy constructivista, que de la pedagogía conceptual, que lo mejor es el aprendizaje significativo, que enseñanza para la comprensión, que mi ídolo es Maturana, que Vigotsky dice…, que soy de la pedagogía crítica... cuando en realidad manejamos sólo algunas nociones de las teorías, o puede que se manejen muchas, pero no hay una adecuada aplicación a otros contextos, o puede que la haya, pero no es válida para todas las personas, o puede que la sean, pero los conceptos nunca podrán atrapar la desbordante realidad. Es decir, sin encontrar aún un norte, una dirección clara a la cual llegar, mal haríamos en hacer de un claro en el camino, de una flecha indicadora, de una antorcha para la oscuridad, el centro de nuestras búsquedas. Las teorías no son fines en sí mismas, validan su pertinencia en la medida que ilustran la complejidad de los fenómenos que nos interesan, nos ayudan a entenderlos y a intervenir sobre ellos.

Los conceptos, que son abstracciones de la realidad, que son herramientas que nos ayudan a entenderla, tendrán cosas buenas y otras no tanto, y de adaptan a los intereses de nuestra búsqueda, pero ¿ya sabemos a dónde llegar? ¿Tenemos claro el sentido de nuestra meta? ¿Busco mejorar mi quehacer, me busco yo mismo, busco en mi quehacer la plenificación de mi ser, quiero mejores metodologías, algunas técnicas?

En esta búsqueda puede venir el desánimo, la desesperanza. Siempre será más cómodo, rentable y entendible repetir que buscar. Los riesgos de un viaje incierto hacen que muchos viajeros

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regresen para tomar un tour dirigido, vayan a lugares comunes. La soledad de la búsqueda vivida en lo cotidiano es una de las más duras pruebas en el camino hacia el encuentro con uno mismo. Sobre todo porque ese itinerario afecta lo laboral, lo afectivo, lo intelectivo... todo.

Cuando el Caballero encuentra a Merlín rodeado de animales y hablando con ellos, esto quiere decir que la magia para sensibilizarse se encuentra en desarrollar la capacidad para observar el mundo y lo que en él sucede con nuevos ojos, con otra lógica. Para el Caballero no era claro que los animales hablaran pues no estaba dentro de sus esquemas. Pensó que se estaba volviendo loco. “Reconocer al mago” implica un cambio de paradigma, entendiendo por paradigma toda la estructura de verdades que llevan a entender el orden de cosas de una determinada manera. Lo que está en juego es la cosmovisión como docentes frente a la escuela, pero también el tipo de hombre y de sociedad que queremos para nosotros y para los menores con los que a diario nos topamos. Respondernos por el tipo de hombre y de sociedad que soñamos rebotará necesariamente en el tipo de escuela y, por tanto, en el sentido de la enseñanza de nuestra asignatura en ese contexto. Cuestión no trivial, porque como docentes somos parte de un sistema más grande, que a su vez se halla inmerso en una estructura mayor que lo determina.

Desmontar el modelo de hombre y de sociedad (o pulirlos, o reforzarlos) no es tarea fácil y rápida, requiere de tiempo y discusión grupal. Muchas veces los maestros se reúnen para discutir la legislación educativa, programar la semana cultural, el día del idioma o decidir sobre estudiantes problema, pero pocas veces se reflexiona sobre el modelo de hombre y mujer y de cultura que se quisiera, y mucho menos a revisar de qué manera aquello que se hace contribuye a que ese futuro se vaya haciendo palpable.

“Una persona no puede correr y aprender a la vez”, le dice el mago al Caballero. En nuestra labor docente esto es frecuente. Si no se puede aprender y correr a la vez, y sólo se corre, por tanto no se aprende. Por eso nuestra escuela pocas veces es un escenario para pensar. Reflexión permanente sobre su práctica debería ser la característica del docente. Toda tarea debe obedecer a un propósito. ¿Cuántas oportunidades preciosas no desperdiciamos los docentes en jornadas pedagógicas densas y aburridas dedicadas a planear cómo correr, qué hacer, cómo hacerlo, etc., y no a aprender? ¿Por qué producen tanto fastidio reuniones de profesores entre los mismos profesores? ¿Por qué ellas se consideran pérdida de tiempo?

Cuando más estaba débil el Caballero, la Vida le devolvió el aliento, sorbida de una elemental manera, demasiado trivial para alguien acostumbrado a esquemas, fórmulas y formalismos. La Vida, sus goces y disfrutes elementales parecen un buen medio para devolvernos el aliento en esta búsqueda por ser nosotros mismos. Muchos maestros sueñan con hacer en un futuro algo distinto a lo que hacen en la actualidad. Se proyectan en un escenario ajeno al del presente. El hoy se convierte en un obstáculo para el propósito futuro. La educación no es un proyecto de vida sino un escampadero, un trampolín para otra cosa. Por eso no se disfruta ni se busca la Vida en ese presente cotidiano e inmediato. Se encuentran más razones para ser infeliz y desdichado que pleno y auténtico, en un presente que no se desea, porque el corazón está en otro tiempo y en otro lugar.

Asambleas de maestros tienen como constantes el hablar de los estudiantes como perezosos, haraganes, desmotivados, sin proyecto, indisciplinados y sin deseos de estar en el colegio.

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Muchas veces lo que dicen habla más de ellos mismos que de sus estudiantes. Para quien no está feliz en un espacio, siempre resaltarán sus vacíos e inconsistencias.

Supongo que aceptarse en verdad, pasa por querer lo que se hace, vivirlo intensamente, transmitir gusto y pasión por aquello a lo que se dedica. Sin dejar de pensar en el futuro, el cuerpo está en el presente y son ese cuerpo y esa palabra las que existen y están. Estudiar, viajar, ahorrar son incentivos para vivir mejor, pero si en cada segundo no hay una entrega generosa, el futuro siempre será un fantasma borroso que vaciará la existencia de sentido, un no-ser y no-estar permanentes, que no se sabe si llegará. En este sentido probablemente pregunta la ardilla al Caballero “¿nunca aceptáis nada tal como es, simplemente porque es?”.

Toda transformación, como los cambios que enseña la naturaleza, es lenta y real, si quiere ser profunda. “¡Paciencia! Habéis llevado esa armadura durante mucho tiempo. No podéis salir de ella así como así” escucha el Caballero. Esto probablemente quiere decir, para los maestros, no solamente que hay que ir paso a paso, sino que no sucederá que un día seamos una cosa y al siguiente otra, o que un día hagamos una cosa y al siguiente otra. Seguramente tendremos que ser y hacer lo mismo de siempre, pero con conciencia, de manera que una nueva mentalidad vaya desplazando gradualmente a la vieja, no por decreto o a la fuerza, sino por convicción y certeza de que lo que se es y lo que se hace no satisfacen.

Tras el diálogo del mago con el Caballero sobre la importancia o no de demostrar aquello que se es, resuenan la pregunta “si realmente érais bueno, generoso y amoroso, ¿por qué teníais que demostrarlo?”. Hay un llamado a la autenticidad, a ser y hacer lo que surge desde lo profundo del interior. No a aparentar y actuar. Ser auténtico, actuar de acuerdo a las convicciones personales, son principios pero caros de practicar.

Entramos a clase para impartir una enseñanza, para cumplir las actividades programadas para el día, para llenar la secuencia del mes, para cumplir las metas de la unidad, para cumplir el objetivo del plan de estudios, para enseñar tal o cual disciplina, para que no nos digan que no cumplimos con el deber, para que nos paguen, para comer, pagar servicios, comprar cosas y para poder sobre-vivir, pasear o gozar. De manera que lo primero no es más que la excusa para lo último. ¿Y dónde quedan los estudiantes en esta cadena de necesidades? ¿Son un medio para acceder a otras cosas? Volvemos a la relevancia del sentido del presente. De allí la importancia de desarrollar en nosotros las primeras sensaciones del Caballero en su crisis, cuando un animal le dice: “Os estáis volviendo lo suficientemente sensible como para sentir las vibraciones de otros”. ¿Cuántas veces se sobrepone el interés académico por encima de tal o cual problema existencial o estomacal a los estudiantes? ¿Cuántas veces, algunos maestros, sin sonrojarse, reducen todo el universo que es un ser humano, a una letra o a un número al final de un período? ¿Qué pasaría su fuéramos sensibles a las vibraciones de nuestros estudiantes?

En su cansancio por no encontrar salidas rápidas y definitivas, el Caballero añora a los suyos, expresa su deseo de volver a su familia, entregarse a ella. Por su parte el mago le recuerda que aún carga una armadura y que “un don, para ser don, debe ser aceptado. De no ser así es como una carga para las personas”. El maestro está convencido que aquello que enseña es conveniente para el futuro del estudiante. Asume sus enseñanzas como un regalo, un don. Sin embargo muchos de los estudiantes no lo ven como tal, al contrario, las imposiciones son una carga, un peso y una obligación que les roba el tiempo del goce y del disfrute. Mientras no hagamos de

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nuestra enseñanza un don y no preparemos el ambiente para que éste sea aceptado, lo que hagamos no sólo será parte de nuestra carga académica, sino también la de ellos. Y hay cargas ligeras y llevaderas, pero las hay también pesadas e insoportables, y es sintomático el festín que se arma cuando los estudiantes saben que no hay clase.

3. EL SENDERO DE LA VERDADCaminar en despojarse

Este capítulo narra la indicación que le da Merlín al Caballero para que continúe su camino por el Sendero de la Verdad. Las aventuras que vive y de cómo perdió parte de su armadura a causa de las lágrimas que derramara por un mensaje de su hijo Cristóbal.

Justo cuando el Caballero estaba empezando a sentirse a gusto, debe proseguir su camino. La búsqueda continúa, parece que la meta es el camino. El maestro siembra aquí y allá. Meterle la ficha a un curso y el otro año a otro. No ceder a la tentación de instalarse en un curso o con unos niños. Jugársela en cada instante sin esperar recompensas. No acomodarse, ni en lugar, ni en grupo, ni en teoría, ni con personas algunas. Hay que proseguir el recorrido.

“No podéis continuar viviendo y pensando como lo habéis hecho hasta ahora”, le dice Merlín al Caballero. Si la búsqueda sigue, otras zonas geográficas y teóricas hay que explorar. Cuando la meta es el camino, éste es “más estrecho que el primero y muy empinado”, y “se vuelve más empinado a medida que se acerca a la cima de una lejana montaña”. Hay costos inevitables de pagar por ser honestos.

En una sociedad que valora el éxito y la fama, la tentación de los caminos fáciles y los atajos hacen mirar con desconfianza los senderos empinados. En la dimensión docente sólo es posible la construcción de alternativas si hay tiempos disponibles, lecturas intensas, discusiones y acuerdos, producción y escritura, revisión y evaluación, trabajo y recursos, disciplina y voluntad. Emprender el camino de la transformación docente pensado que es fácil es una ingenuidad porque siempre será más cómodo repetir que innovar, y no siempre se verán las retribuciones.

Por otro lado, la compañía de viaje del Caballero por el Sendero de la Verdad llama la atención, no anda con el fuerte e imponente caballo que hasta el momento le acompañó, sino unas pequeñas y frágiles ardilla y paloma. Se me ocurre que en la andadura de los maestros más valen las pequeñas y cotidianas convicciones que ayudan a sentir las vibraciones del momento, que no hacen olvidar la meta ni el sueño por el que se lucha. La grandeza de la brújula también radica en su pequeñez.

El mago le indica que debe atravesar tres castillos y el Caballero sugiere inteligentemente que es mejor rodearlos. Sin embargo “la única manera de llegar a la cima de la montaña es atravesando los castillos”. Como maestros y seres humanos siempre nos asalta el gusto de esquivar los obstáculos y hacerle el quite a los problemas que surjan. Es mejor rodearlos se diría con el Caballero. Pero el afrontarlos, atravesarlos, superarlos desde dentro, permiten el crecimiento, la formación del carácter y ayudan a la consecución de la meta. En una sociedad que niega el conflicto, la actitud pedagógica debe ser el afrontamiento, la negociación y el diálogo. Son las subidas la que fortalecen los músculos y es el esfuerzo el que pule el espíritu.

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“Si os encontráis con algo con lo que no podáis lidiar, llamadme, y yo acudiré”, le repite el mago al Caballero. En educación, como en la vida, el temor a pedir ayuda nos desgasta e inutiliza. Personas, grupos, fuentes que van delante nos pueden dar luces en momentos de dificultad.

Fruto de la búsqueda, de los avatares del camino, de la experiencia, de la discusión y del roce con otros, se ven algunas cosas claras porque parte de los esquemas anteriores se han debilitado en esta interacción. Una verdad que parecía irrefutable, “se ha oxidado y se ha caído”. Las lágrimas, en el caso del Caballero, han debilitado su armadura. Los sentimientos, la vivencia fuerte que se vuelve experiencia, algo profundo e interno, la compasión, un choque intenso, permiten abrir fisuras en nuestros viejos esquemas, abren la puerta hacia nuevos vientos.

Percibió el Caballero los haces de luz y los detalles de los pájaros. “Estáis empezando a ver las diferencias en otras formas de vida porque estáis empezando a ver las diferencias en vuestro interior”. Cuando, como maestros, empezamos a ser conscientes de la manifestación de detalles, particularidades, sentires, colores, olores y sabores, que antes nos eran desconocidos, podemos descubrir que hay avances en el camino hacia ser nosotros mismos, que parte de nuestra armadura está empezando a caerse, que hay diferencia entre un antes y un después. Ver con nuevo corazón a nuestros compañeros y estudiantes, como seres humanos, llenos de inquietudes, sueños e ilusiones, como sujetos, capaces de autonomía y libertad, nos implicaría una nueva relación con ellos.

El Castillo del silencio decepcionó al Caballero que esperaba algo más elegante, más ostentoso. Como docentes, dentro de nuestra insistencia por ubicarnos en el grupo de los buscadores, también nos puede asaltar la arrogancia de los instalados. Muchos maestros, luego de un encuentro o una charla se limitan a decir esperaba más, a señalar puntillosamente las inconsistencias ideológicas manifiestas, a precisar en detalle los elementos que consideran débiles en una exposición determinada. Y si bien no se trata de tragar entero, hay problemas cuando ningún plato agrada porque todo menú se evalúa desde la comida familiar. Hemos perdido la capacidad de degustar platillos distintos.

“Cuando aprendáis a aceptar en lugar de esperar, tendréis menos decepciones”. Aceptar. No esperar. En nuestra labor docente, esperamos mejores estudiantes, mejores resultados, mejores salarios, mejores compañeros de trabajo. Y si no los tenemos, renegamos, nos frustramos, nos lamentamos y nos inmovilizamos. Aceptar a los demás es no presionar su cambio para que parezcan más agradables ante mí. Es dejar que los otros sean, sin lamentaciones ni quejas. Es respetar profundamente la integridad y ser de los otros. Es no imponer modos o maneras de pensar. Tal aceptación no se debe entender como conformismo porque hay cosas que no se pueden tolerar, entre otras, la formación del carácter de nuestros estudiantes es una misión irrenunciable. Tampoco se trata de silenciarse ante las injusticias o las malas condiciones laborales, pero que ello no sea lo único que despierta la indignación, porque sufriremos muchas decepciones.

Entiendo que aceptar las cosas tal cual son, significa no obnubilarse con un estado ideal que no existe, o que está en otros lugares, que para el caso es lo mismo. Sino partir de esta realidad y estas condiciones actuales para crecer y potenciar. Se dice que los niños deberían portarse mejor, ser más educados, más inteligentes, más generosos, más respetuosos. Pero no se asumen proyectos serios, programaciones contundentes, actividades sistemáticas, líneas trasversales y

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estrategias secuenciales que pretendan por tal la situación, porque no se parte de la realidad sino que se añora lo que no se tiene. No se establecen puentes, mediaciones, vínculos que hagan posible el cruce entre lo que se tiene y lo que se quiere.

4. EL CASTILLO DEL SILENCIOEvitar los “ruidos” en ciertos momentos

En el texto original, el Caballero, por instrucción de Merlín entra en el Castillo del silencio, donde se encuentra con su rey y donde después de una búsqueda desesperada por hallar salidas, se empieza a encontrar consigo mismo en medio del silencio.

Estas palabras que le dijera el rey al Caballero hablan por sí solas: “Ponemos barreras para protegernos de quienes creemos que somos. Luego un día quedamos atrapados tras las barreras y ya no podemos salir”. Como maestros, a veces, actuamos más de acuerdo a la imagen que debemos proyectar que de acuerdo a lo que creemos justo o verdadero. De manera que terminamos atrapados en una armadura y no podemos salir. La frontera entre el deber y el querer no siempre es clara y encuentra mil justificaciones para resolverse.

Llama la atención que un rey, tan aparentemente sabio, sienta la necesidad de hacer algo periódicamente para aprender más de sí mismo. Por muy claras que estén las cosas conviene estar alerta, ser reflexivos y nunca desechar la idea de buscar espacios para revisar el camino, para autoevaluarnos.

“Uno debe estar solo para poder dejar caer su armadura”, escucha el Caballero. El castillo del silencio reitera que pese a construir complicidades con otros y otras en el camino del cambio, la brega no elude la responsabilidad individual. Los acuerdos colectivos deben ser refrendados por cada uno, porque mal que bien, es en solitario que los docentes nos internamos en el aula. El grupo no me cambia, cambio yo, entre otras cosas gracias al grupo.

El rey de este singular castillo comparte algo curioso con el Caballero: que cada vez que camina por el sendero de la verdad, a medida que comprende más, encuentra “nuevas puertas”. Nuevas puertas es un mensaje importante porque cuando la comprensión de la escuela se da, las opciones se abren más y más, el camino no es único y las posibilidades de crear, proponer y construir se multiplican y amplían. Cuando se ama se busca y cualquier obstáculo es una oportunidad para crecer, lo que es una barrera para algunos, puede ser una oportunidad para otros. Esto explica que el Caballero no pudiera salir por la misma puerta que el rey. Él tenía que construir su salida. Cada maestro encuentra sus propios recursos y sus métodos: con los que se siente a gusto y sirven para su necesidad. No hay corriente o estrategia a prueba de sujetos.

Para el Caballero las puertas fueron apareciendo en la medida que hablaba consigo mismo y sobre todo en la medida que empezó a caer en cuenta que “durante la mayor parte de su vida, no había escuchado realmente a nada ni a nadie. El sonido del viento, de la lluvia, el sonido del agua que corre por los arroyos habían estado siempre ahí, pero en realidad nunca los había oído”. Como docentes hacemos uso diario de la palabra y escuchamos a los estudiantes casi siempre para pedir la lección, que no es otra cosa que escuchar lo que deseamos escuchar. Pero oír, al estilo del Caballero, es dejarse impactar por la novedad de ese sonido, tan particular y único que parece absolutamente inédito.

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El Caballero pudo salir del Castillo del silencio porque de nuevo lloró, y lloró al constatar su sordera e ignorancia. Ese llanto no es fruto de una actitud postiza de quien sin más se cree impactado por lo que sucede. Todos sabemos que las lágrimas incontenibles del alma son escasas de derramar y sólo provienen del fondo del corazón. Y para esto no hay pasos fijos. ¿Qué es lo que más nos conmueve como educadores? ¿Hay algo que remueva nuestra existencia?

Gracias a su encuentro consigo mismo, el Caballero perdió también parte de su armadura. Momentos, ratos, instantes, días o semanas alejados del ruido que nos bota fuera de nosotros mismos para volver sobre sí mismos, parece que ayuda a encontrar el camino. ¿Cuántos días al año sacamos para pensar sobre lo que somos y hacemos en forma individual? ¿Cuántos fines de semana revisamos nuestro yo interno o lo dejamos hablar? ¿Si mi yo verdadero fuera distinto que yo, qué me diría?

Probar otras personalidades, mostrar otras facetas, utilizar otros vestidos, imaginarnos de otra forma, rondar otros grupos, acercarse a otras personas, acceder a lecturas inesperadas, escuchar de otra forma, pueden ser fuentes de valiosas experiencias. ¿Qué pasaría si le hiciera preguntas distintas a mis estudiantes? ¿Qué preguntas me gustaría hacerles?

EL CASTILLO DEL CONOCIMIENTOValorar las cualidades y descubrir los vacíos

Según el cuento, en este Castillo, el Caballero profundiza su encuentro consigo mismo, descubre el valor del amor y del conocimiento. Reflexiona sobre la diferencia entre el ser y el tener.

El Caballero piensa profundamente una vez interno en el Castillo del conocimiento sobre la inscripción “¿Habéis confundido la necesidad con el amor?”. En esta parte la clave es el amor. Reconoce que a sus seres queridos los había necesitado más de lo que los había amado. Y lloró de nuevo. Concluye que en últimas esa necesidad surge de una falta de amor hacia sí mismo. No en vano se le aparece el mago y le recuerda el principio cristiano: “sólo podéis amar a otros en la medida en que os amáis a vos mismo”.

En educación, probablemente muchos maestros ofuscados contra el mundo y en desquite permanente contra sus estudiantes, carecen de amor por sí mismos, tienen desdibujada su autoimagen y no tienen mucho que dar porque poco tienen para sí mismos. En tal sentido la tarea inicial consiste en valorarse y quererse como persona. Nadie da de lo que no tiene.

En el cuento, la luz que empieza a iluminar el Castillo del conocimiento proviene del interior del Caballero, porque va adquiriendo pequeñas claridades. Las verdades que tan afanosamente buscamos fuera de nosotros mismos, no están tan lejos. Las convicciones, las certezas, la guía, la fuerza o la claridad sólo serán tales cuando florezcan en el interior de cada uno, y sólo cada quien sabe de su construcción interna. Nadie se engaña a sí mismo. ¿Qué convicciones animan mi cotidianidad?

El mayor conocimiento en estos días de atomización y saturación, vuelve a ser -como diría Sócrates- el conocimiento sobre sí mismo.

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Por otro parte, también aparece en la aventura del Caballero la lección de la naturaleza del corazón que es más en la medida que se da más. La generosidad es el termómetro de la esencia del ser humano. Por ello bajo está lógica el tiempo va de prisa o se hace eterno, dependiendo de la espera a que otras personas o cosas lo llenen.

Como maestros, la vocación se pone a prueba en la cotidianidad escolar, en las relaciones diarias, en las palabras y los gestos que liberan, dignifican y enaltecen a quien nos escucha. Por ello cabría preguntarse, ¿cuánta vida he sembrado hoy?¿A cuántos niños que venían tristes, desanimados o desesperanzados, logré levantar?¿Cuántas ideas erradas o concepciones confusas sobre el mundo, he logrado realmente cuestionar? ¿Qué tanto he contribuido a hacer más inteligentes y más felices a aquellos niños que lo necesitan?

CASTILLO DE LA VOLUNTAD Y LA OSADÍAReconocer los miedos y las dudas, y superarlos

Este capítulo narra la aventura del Caballero en el último castillo de su prueba, de su batalla con un dragón, de sus miedos y sus dudas.

El Caballero se enfrenta en este castillo al dragón del miedo y de la duda, que le dice: “Estoy aquí para acabar con todos los listillos que piensan que pueden derrotar a cualquiera simplemente porque han pasado por el castillo del conocimiento”. Y aunque el Caballero lo venció, gracias a la confianza en sí mismo, el dragón prometió asaltarlo una y otra vez. Nunca nos libraremos de que el miedo y la duda nos asalten en la construcción por otra manera de ser maestros.

Este capítulo deja la moraleja que sólo el conocimiento de uno mismo puede matar al dragón del miedo y la duda, pues volvemos al planteamiento anterior, donde de nada valen las recetas externas, los expertos o las muletas si no hay convicción interior frente a lo que se quiere y hace. Y como el Caballero que no se amilana ante el sendero aparentemente más empinado, los conflictos, para un verdadero maestro, no traen más que la certeza de que al final de ellos habrá crecimiento y mejores amigos, o despidos, nuevas oportunidades y mejores trabajos.

En este castillo Merlín no aparece ante la llamada del Caballero. Su tutor le ha dejado solo. Hay realidades sociales y escolares frente a las cuales los paradigmas familiares que sirvieron para emprender la búsqueda y el cambio se presentan como inútiles. Es hora de nuevas búsquedas. También es indicativa la moraleja que resalta que la esencia del educador es formar que para se prescinda de él. He aquí su mayor fortaleza pero a la vez su mayor ingratitud: garantizar que los otros sean, que niños, niñas y jóvenes que comparten con nosotros se valgan algún día por sí mismos, que no necesitan de nuestra tutoría ni consejo.

“El miedo y la duda son ilusiones” escucha una y otra vez el Caballero. Muchas limitaciones están en los esquemas que nosotros mismos nos imponemos, algunas limitaciones también están en las estructuras que nos rodean, pero es bueno distinguir unas y otras para canalizar esfuerzos y emprender eficaces batallas. El problema no es sentir miedo y duda, la cuestión es la capacidad de maniobra que nos permitimos con ellos. ¿Nos inmovilizan? ¿Nos activan y nos abren a nuevas posibilidades?

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5. LA CIMA DE LA VERDADApertura a lo nuevo

Cuando ya casi había llegado a la cima, el Caballero se encontró con un roca que bloqueaba su camino. Como siempre, había una inscripción sobre él: aunque este Universo poseo, nada poseo, pues no puedo conocer lo desconocido si me aferro a lo conocido.

Dura prueba para nuestro Caballero porque se le imponía soltarse de la roca que lo sostenía al mundo, que le permitía estar con vida. Abandonó los juicios, su identidad y sus creencias para poder caer en su corazón y asumir su vida. “Había soltado todo aquello que había temido y todo aquello que había sabido y poseído. Su voluntad de abarcar lo desconocido le había liberado”. La historia termina como empezó, invitando a lanzarse a lo desconocido, a asumir la aventura. En la docencia, explorar nuevas rutas, abrirse a nuevas propuestas, probar nuevos caminos. Y no por un gusto radical del cambio por el cambio, sino por un deber social que pide estar actualizado para unas generaciones que hace poco irrumpieron en el mundo. No podemos ser dinosaurios educando colibríes, y si bien no podemos renunciar totalmente a los que somos, la mente es uno de los pocos órganos con capacidad de renovarse, de adaptarse, de cuestionarse, de ampliarse. Allí está nuestra fortaleza: en la habilidad que desarrollemos para renovar nuestro mensaje y hacerlo pertinente en estos tiempos. La importancia de los tesoros que transmitimos no reposa en títulos, en el estatus o en el espacio que la historia nos otorgó, sino en la vigencia para responder a las preguntas que aún se hacen las nuevas generaciones, en que pueden ser linternas para alumbrar en la noche, para guiarnos y escoger diferentes senderos.

Lanzarse a lo desconocido pues lo conocido no libera. Desconocido en el sentido que no hay alguien por delante que señale el camino, que lidere. No hay escuela modelo, ni maestro absolutamente ejemplar. El llamado a guiar es cada uno y cada una. La luz debe provenir de sí mismo. La consigna es ¿si no soy yo, entonces quién? Y el motor: el amor. Nada más pleno ni transparente que el amor para generar paz y decir lo que hay que decir. No son posibles recetas pedagógicas ni metodologías a prueba de contextos. Es hora de propuestas, de inventivas y de conquistas particulares que trasciendan a lo colectivo. En esta parte del proceso, se puede enunciar la palabra, se debe levantar la voz y se tienen que movilizar las voluntades.

Dice Paulo Freire: “Si la educación sola no transforma la sociedad, sin ella tampoco cambia la sociedad...

BIBLIOGRAFÍA

FREIRE, Paulo. Pedagogía de la indignación. Morata. Madrid, 2001.FISHER, Robert. El Caballero de la Armadura Oxidada. Obelisco. Buenos Aires, 1994.GIMENO, José; PEREZ, Ángel. Comprender y transformar la enseñanza. Morata. Madrid, 1993. VALLÉS, Carlos. Al andar se hace camino. San Pablo. Bogotá, 1998.AVATER, Fernando. Las preguntas de la vida. Ariel. Barcelona, 1999.

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