protesta de los trece; la universidad popular josé martí; la liga … · 2019-12-21 · bailado...

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8 CULTURA DICIEMBRE 2019 SÁBADO 21 Alicia Alonso baila en mi cabeza Este cuento, del que hoy compartimos fragmentos con nuestros lectores, es uno de los iniciales de su au- tor. Narra el descubrimiento de los teatros habaneros en los años 70 por parte de David, el personaje que conocemos por diversos textos de Senel y las películas Una novia para David y Fresa y chocolate, de las que ha sido guionista. Acompañado por su amigo Mi- guel, asisten al Teatro Martí, donde se ofrece la obra musical del bufo cubano La isla de las cotorras, de Jorge Anckerman y Federico Villoch. La experiencia es satisfactoria para ambos y decide repetir. La segunda ocasión en que fuimos al teatro, sin em- bargo, no resultó tan buena. Andábamos por la misma zona y pasamos por la acera del Centro Gallego. Es un edificio bellísimo. Visto desde el Parque Central o el portal del Cine Payret, la fachada parece que se mue- ve. En cada esquina tiene una torre, rematada por una cúpula, encima hay un ángel con las alas desplegadas, apoyado en la punta del pie, a punto de alzar vuelo. De algún modo deben estar bien fijos, porque a esa altura y siendo, como son, de bronce, representan un peligro para quien pase por la calle. Yo sabía que el edificio albergaba un teatro, entre numerosas instalaciones, y le propuse a Miguel entrar también a este y así serían dos los que nos apuntábamos para darnos balijú fren- te a los demás. «Pero aquí no hay cotorras», me dijo él cuando estuvimos frente a los anuncios, «aquí lo que hay es la bailarina esa que baila, Alicia Alonso». El señor de la puerta, en vez de tomar nuestras en- tradas y darnos paso, nos apartó a un lado y se dedicó a recibir con sonrisas y reverencias a los demás, y solo cuando le vino en gana, tras echarnos una mirada de arriba a abajo, nos mandó a entrar con una adverten- cia: «Aquí no se viene a jugar; a la primera que hagan llamo a la policía y los saco, están advertidos». «¿Qué le pasa a este», dijo Miguel cuando nos alejamos, «¿querrá que regrese y le parta la cara?, ¿no se ha en- terado de que el teatro no es suyo sino del pueblo?». De nuevo estaba yo en la sala de un teatro y mi- raba las lámparas, el techo, los palcos, las mismas viejas de la otra vez. Todo era más lujoso y bello. Enseguida apagaron las luces, volví a escuchar el telón que se corría, y comenzó la representación. Apenas habían trascurrido unos minutos, cuan- do toda la gente se levantó a un tiempo y empezó a aplaudir, a rabiar. «¿Qué pasa?», preguntó Mi- guel, «¿llegó Fidel?» Miramos a los lados y no vi- mos movimientos de escoltas. No se trataba de eso, era Alicia Alonso que estaba a punto de aparecer. No la anunciaron, pero lo supe porque aunque uno nunca haya asistido al ballet la presiente y, en efec- to, entró por un lateral. Fue recibida con gritos de «¡Bravooo!, ¡Bravooo!, ¡Bravooo!», a pesar de que no hizo nada, solo aparecer. Miguel me miró y si se lo propongo nos paramos y nos marchamos en ese instante. Pero yo no me quería ir. Al contrario, no podía apartar los ojos de Alicia. Aguardó paciente a que el público se calmara, y cuando sucedió, mo- vió un brazo y con esto el escenario se convirtió en un lago y ella en un cisne y empezó a bailar. A mí me parecía que no era posible, que no podía estar viendo lo que veía, que nadie puede bailar así, ni ella aunque lo estuviera haciendo. Se desplazaba sin tocar el piso, permanecía en el aire tanto tiem- po como deseaba y descendía en cámara lenta, se posaba sobre el tablado y avanzaba o retrocedía o giraba y movía las alas. Sufría por alguna razón que yo no alcanzaba a comprender, pues en el ballet no hablan, y amaba al príncipe que permanecía junto a ella sosteniéndola por el talle, elevándola sin es- fuerzo alguno porque Alicia Alonso no pesa nada, y ella no sabía si quedarse con él o marcharse, y se ofrecía o lo rechazaba, extendía o recogía el cuerpo, y todo esto en la puntiquita de los pies que es lo que tiene valor y hace del ballet un arte. Los demás cisnes -porque había muchísimos-, la rodeaban, la protegían, inquietos, siempre uno a continuación del otro, como si fuera uno solo desdoblado, y con ciertos compases de la música daban unos salticos muy graciosos que nunca se me olvidarán. Miguel se había dormido. Dejé que apoyara la cabeza sobre mi hombro para que no cabeceara y continué mirando y mirando. Quería saber qué le pasaba a Alicia Alonso. Un muchacho delgado a mi lado me dio un codazo y exclamó: «¡Esta no- che está genial, deja que venga el cisne negro!» ¿El cisne negro?, me pregunté para mis adentros; ¿qué cisne negro?, ¿acaso la obra trata de algún problema racial, como el poema Balada de los dos abuelos, de Nicolás Guillén, y yo no me había dado cuenta? Claro, no podía preguntar. Me eché hacia delante y me esforcé en captar los detalles, el con- tenido del ballet, y debido al esfuerzo, o por la mú- sica que escuchaba sin darme cuenta de que la oía, se me empezaron a cerrar los ojos. Yo no quería, quería permanecer alerta, pero la figura de Alicia se me desdibujaba, sus contornos se difuminaban, hasta que se dividió en dos y una Alicia se fue a la pata del escenario, bailando, y la otra perma- neció en su sitio, bailando también. Solo con mucho esfuerzo lograba juntarlas: cerrando un ojo, achicándolos, abriéndolos bien, mo- jándomelos con saliva, y luego ni con esto y ya no sabía si estaba viendo a Alicia o la soñaba, si la música me llevaba por las nu- bes o por el bosque o el lago o donde esta- ba yo, y fue así hasta que un estruendo de la orquesta me despertó, pegué un salto y quedé ante un brujo. «¿Qué pasa?», al- canzó a preguntar Miguel que también se despertaba. Algo nos habíamos per- dido. El brujo estaba en la escena y se había apoderado de Alicia Alonso. La rodeaba con sus brazos larguísimos y se la llevaba consigo y el príncipe ni sus amigos podían hacer nada para evitar- lo. Alicia Alonso aleteaba desconsolada y, muy triste, muy triste, se perdió con el brujo entre los árboles y la bruma del fondo. Inmediatamente, como siguiendo una orden, los del público se pusieron de pie y comenzaron a aplaudir y gritar diez, 15, 20 veces más que al principio, total- mente fuera de sí, con las venas del cuello hinchadas, a punto de tirarse de los pelos o encaramarse en las butacas. «¡Bravooo, bra- vooo Alicia, bravíiiisimo!», chillaban, hasta que reapareció, supongo que para calmarlos y pedirles que guardaran la compostura y cuida- ran las butacas, pero fue peor, porque al verla, la gente se volvió loca y aplaudió como yo nun- ca hubiera creído que los seres humanos podían aplaudir. Alicia Alonso les correspondía con reve- rencias y ellos la bombardeaban con flores y más vítores, y a mí me pareció que sí, que Alicia había bailado bien, pero que no era para tanto. «¡Vámo- nos!», dijo Miguel rotundo, y salimos atropellando gente, a la que poco le importaba, los podías matar que seguirían aplaudiendo. «A ti se te ocurren cada cosas» me dijo ya en la calle, mientras nos alejába- mos a toda prisa. «La isla de las cotorras, El lago de los cisnes: a mí no me vuelvas a invitar a una obra de aves; ¡qué tiempo y dinero perdidos!; y por si no te diste cuenta, el 90 % de los que estaban allí eran invertidos, empezando por el portero; yo no vengo más aquí». Estaba furioso y yo empecé a sentirme mal y me comenzó a salir ese odio que a veces me tengo por no saber pasear con un amigo. Miguel se dio cuenta y al rato me pasó el brazo sobre los hombros y dijo. «Pensándolo bien no estuvo tan mal, Alicia Alon- so baila bien, no va a tener la fama por gusto», y me invitó a una pizza para que olvidara el asunto. Acepté, pero no tenía deseos de comer pizza alguna y también me prometí que no volvería al ballet. Y ya me había olvidado por completo del episo- dio cuando, varias semanas después, una noche mientras buscaba el programa Nocturno en el radio portátil de Miguel, de pronto escuché una música que me hizo detener el dial. La reconocí enseguida, cerré los ojos, y no más hacerlo se me apareció Ali- cia Alonso en la mente, bailando, bailando, y bailó para mí toda la noche y me sentí feliz y con ganas de llorar. senel paz www.granma.cu Granma @Granma_Digital granmadigital Diario Granma Directora Yailin Orta Rivera Subdirectores Oscar Sánchez Serra, Karina Marrón González y Arlin Alberty Loforte (a cargo de Granma Internacional). Subdirector administrativo Claudio A. Adams George Redacción y Administración General Suárez y Territorial, Plaza de la Revolución, La Habana, Cuba. Código Postal 10699. Zona Postal La Habana 6. Apartado Postal 6187 / Teléfono 7 881-3333 Correo [email protected] / ISSN 0864-0424 / Impreso en la UEB La Habana. Empresa de Periódicos. Titulares en tu móvil: envía SMS al 8100 con el texto granma 1920 Nace Alicia Alonso (en la imagen). 1964 Muere en Cuba el sabio francés André Voisón, especialista en pastos, hierbas, entre otros alimentos para el ganado. 1964 Deja de existir el sacerdote y comandante del Ejército Rebelde, Guillermo Sardiñas. 1989 Fallece el destacado intelectual cubano José Zacarías Tallet, poeta y periodista, quien participó en la Protesta de los trece; la Universidad Popular José Martí; la Liga Minorista y en la Liga Antimperialista. HOY EN LA HISTORIA

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8Cultur aDICIEMBRE 2019 SÁBADO 21

alicia alonso baila en mi cabezaEste cuento, del que hoy compartimos fragmentos con nuestros lectores, es uno de los iniciales de su au-tor. Narra el descubrimiento de los teatros habaneros en los años 70 por parte de David, el personaje que conocemos por diversos textos de Senel y las películas una novia para David y Fresa y chocolate, de las que ha sido guionista. Acompañado por su amigo Mi-guel, asisten al Teatro Martí, donde se ofrece la obra musical del bufo cubano la isla de las cotorras, de Jorge Anckerman y Federico Villoch. La experiencia es satisfactoria para ambos y decide repetir.

la segunda ocasión en que fuimos al teatro, sin em-bargo, no resultó tan buena. andábamos por la misma zona y pasamos por la acera del Centro Gallego. Es un edificio bellísimo. Visto desde el Parque Central o el portal del Cine Payret, la fachada parece que se mue-ve. En cada esquina tiene una torre, rematada por una cúpula, encima hay un ángel con las alas desplegadas, apoyado en la punta del pie, a punto de alzar vuelo. De algún modo deben estar bien fijos, porque a esa altura y siendo, como son, de bronce, representan un peligro para quien pase por la calle. Yo sabía que el edificio albergaba un teatro, entre numerosas instalaciones, y le propuse a Miguel entrar también a este y así serían dos los que nos apuntábamos para darnos balijú fren-te a los demás. «Pero aquí no hay cotorras», me dijo él cuando estuvimos frente a los anuncios, «aquí lo que hay es la bailarina esa que baila, alicia alonso».

El señor de la puerta, en vez de tomar nuestras en-tradas y darnos paso, nos apartó a un lado y se dedicó a recibir con sonrisas y reverencias a los demás, y solo cuando le vino en gana, tras echarnos una mirada de arriba a abajo, nos mandó a entrar con una adverten-cia: «aquí no se viene a jugar; a la primera que hagan llamo a la policía y los saco, están advertidos». «¿Qué le pasa a este», dijo Miguel cuando nos alejamos, «¿querrá que regrese y le parta la cara?, ¿no se ha en-terado de que el teatro no es suyo sino del pueblo?».

De nuevo estaba yo en la sala de un teatro y mi-raba las lámparas, el techo, los palcos, las mismas viejas de la otra vez. todo era más lujoso y bello. Enseguida apagaron las luces, volví a escuchar el telón que se corría, y comenzó la representación. apenas habían trascurrido unos minutos, cuan-do toda la gente se levantó a un tiempo y empezó a aplaudir, a rabiar. «¿Qué pasa?», preguntó Mi-guel, «¿llegó Fidel?» Miramos a los lados y no vi-mos movimientos de escoltas. No se trataba de eso, era alicia alonso que estaba a punto de aparecer. No la anunciaron, pero lo supe porque aunque uno nunca haya asistido al ballet la presiente y, en efec-to, entró por un lateral. Fue recibida con gritos de «¡Bravooo!, ¡Bravooo!, ¡Bravooo!», a pesar de que no hizo nada, solo aparecer. Miguel me miró y si se lo propongo nos paramos y nos marchamos en ese instante. Pero yo no me quería ir. al contrario, no podía apartar los ojos de alicia. aguardó paciente a que el público se calmara, y cuando sucedió, mo-vió un brazo y con esto el escenario se convirtió en un lago y ella en un cisne y empezó a bailar. a mí me parecía que no era posible, que no podía estar viendo lo que veía, que nadie puede bailar así, ni ella aunque lo estuviera haciendo. Se desplazaba sin tocar el piso, permanecía en el aire tanto tiem-po como deseaba y descendía en cámara lenta, se posaba sobre el tablado y avanzaba o retrocedía o giraba y movía las alas. Sufría por alguna razón que yo no alcanzaba a comprender, pues en el ballet no

hablan, y amaba al príncipe que permanecía junto a ella sosteniéndola por el talle, elevándola sin es-fuerzo alguno porque alicia alonso no pesa nada, y ella no sabía si quedarse con él o marcharse, y se ofrecía o lo rechazaba, extendía o recogía el cuerpo, y todo esto en la puntiquita de los pies que es lo que tiene valor y hace del ballet un arte. los demás cisnes -porque había muchísimos-, la rodeaban, la protegían, inquietos, siempre uno a continuación del otro, como si fuera uno solo desdoblado, y con ciertos compases de la música daban unos salticos muy graciosos que nunca se me olvidarán.

Miguel se había dormido. Dejé que apoyara la cabeza sobre mi hombro para que no cabeceara y continué mirando y mirando. Quería saber qué le pasaba a alicia alonso. un muchacho delgado a mi lado me dio un codazo y exclamó: «¡Esta no-che está genial, deja que venga el cisne negro!» ¿El cisne negro?, me pregunté para mis adentros; ¿qué cisne negro?, ¿acaso la obra trata de algún problema racial, como el poema Balada de los dos abuelos, de Nicolás Guillén, y yo no me había dado cuenta? Claro, no podía preguntar. Me eché hacia delante y me esforcé en captar los detalles, el con-tenido del ballet, y debido al esfuerzo, o por la mú-sica que escuchaba sin darme cuenta de que la oía, se me empezaron a cerrar los ojos. Yo no quería, quería permanecer alerta, pero la figura de alicia se me desdibujaba, sus contornos se difuminaban, hasta que se dividió en dos y una alicia se fue a la pata del escenario, bailando, y la otra perma-neció en su sitio, bailando también. Solo con mucho esfuerzo lograba juntarlas: cerrando un ojo, achicándolos, abriéndolos bien, mo-jándomelos con saliva, y luego ni con esto y ya no sabía si estaba viendo a alicia o la soñaba, si la música me llevaba por las nu-bes o por el bosque o el lago o donde esta-ba yo, y fue así hasta que un estruendo de la orquesta me despertó, pegué un salto y quedé ante un brujo. «¿Qué pasa?», al-canzó a preguntar Miguel que también se despertaba. algo nos habíamos per-dido. El brujo estaba en la escena y se había apoderado de alicia alonso. la rodeaba con sus brazos larguísimos y se la llevaba consigo y el príncipe ni sus amigos podían hacer nada para evitar-lo. alicia alonso aleteaba desconsolada y, muy triste, muy triste, se perdió con el brujo entre los árboles y la bruma del fondo. Inmediatamente, como siguiendo una orden, los del público se pusieron de pie y comenzaron a aplaudir y gritar diez, 15, 20 veces más que al principio, total-mente fuera de sí, con las venas del cuello hinchadas, a punto de tirarse de los pelos o encaramarse en las butacas. «¡Bravooo, bra-vooo alicia, bravíiiisimo!», chillaban, hasta que reapareció, supongo que para calmarlos y pedirles que guardaran la compostura y cuida-ran las butacas, pero fue peor, porque al verla, la gente se volvió loca y aplaudió como yo nun-ca hubiera creído que los seres humanos podían aplaudir. alicia alonso les correspondía con reve-rencias y ellos la bombardeaban con flores y más vítores, y a mí me pareció que sí, que alicia había bailado bien, pero que no era para tanto. «¡Vámo-nos!», dijo Miguel rotundo, y salimos atropellando gente, a la que poco le importaba, los podías matar que seguirían aplaudiendo. «a ti se te ocurren cada

cosas» me dijo ya en la calle, mientras nos alejába-mos a toda prisa. «La isla de las cotorras, El lago de los cisnes: a mí no me vuelvas a invitar a una obra de aves; ¡qué tiempo y dinero perdidos!; y por si no te diste cuenta, el 90 % de los que estaban allí eran invertidos, empezando por el portero; yo no vengo más aquí».

Estaba furioso y yo empecé a sentirme mal y me comenzó a salir ese odio que a veces me tengo por no saber pasear con un amigo. Miguel se dio cuenta y al rato me pasó el brazo sobre los hombros y dijo. «Pensándolo bien no estuvo tan mal, alicia alon-so baila bien, no va a tener la fama por gusto», y me invitó a una pizza para que olvidara el asunto. acepté, pero no tenía deseos de comer pizza alguna y también me prometí que no volvería al ballet.

Y ya me había olvidado por completo del episo-dio cuando, varias semanas después, una noche mientras buscaba el programa Nocturno en el radio portátil de Miguel, de pronto escuché una música que me hizo detener el dial. la reconocí enseguida, cerré los ojos, y no más hacerlo se me apareció ali-cia alonso en la mente, bailando, bailando, y bailó para mí toda la noche y me sentí feliz y con ganas de llorar.

senel paz

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Sánchez Serra, Karina Marrón González y Arlin Al ber ty

Loforte (a cargo de Granma Internacional).

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Territorial, Plaza de la Revolución, La Habana, Cuba.

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ISSN 0864-0424 / Impreso en la UEB La Habana.

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al 8100 con el texto granma

1920 Nace Alicia Alonso (en la imagen).

1964 Muere en Cuba el sabio francés André Voisón, especialista en pastos, hierbas, entre otros alimentos

para el ganado.

1964 Deja de existir el sacerdote y comandante del Ejército Rebelde, Guillermo Sardiñas.

1989 Fallece el destacado intelectual cubano José Zacarías Tallet, poeta y periodista, quien participó en la

Protesta de los trece; la Universidad Popular José Martí; la Liga Minorista y en la Liga Antimperialista.

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