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See discussions, stats, and author profiles for this publication at: https://www.researchgate.net/publication/276905206 Prosodia y pragmática Article · January 2011 DOI: 10.1515/shll-2011-1096 CITATIONS 7 READS 1,594 1 author: Some of the authors of this publication are also working on these related projects: The Semantics / Pragmatics Interface and the Resolution of Interpretive Mismatches View project Victoria Escandell-Vidal National Distance Education University 70 PUBLICATIONS 945 CITATIONS SEE PROFILE All content following this page was uploaded by Victoria Escandell-Vidal on 01 June 2015. The user has requested enhancement of the downloaded file.

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Prosodia y pragmática

Article · January 2011

DOI: 10.1515/shll-2011-1096

CITATIONS

7READS

1,594

1 author:

Some of the authors of this publication are also working on these related projects:

The Semantics / Pragmatics Interface and the Resolution of Interpretive Mismatches View project

Victoria Escandell-Vidal

National Distance Education University

70 PUBLICATIONS   945 CITATIONS   

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Studies in Hispanic and Lusophone Linguistics Spring 2011

Prosodia y pragmática* Victoria Escandell-Vidal UNED 1. Introducción

Uno de los recuerdos “lingüísticos” de mi infancia que conservo con mayor nitidez –faltan, por supuesto, muchos detalles– está ligado al asombro que me producían los dibujos animados polacos. Al contrario de lo que ocurría con otras series de animación estadounidenses, que ya constituían por entonces el grueso de la programación infantil, la mayor parte de las series polacas no tenían diálogos: tenían simplemente un fondo musical y los personajes sólo emitían entonaciones emocionales que, junto con la situación y la expresión facial, hacían comprensible lo que estaba ocurriendo. En mi recuerdo, una de estas series sí tenía diálogos, pero estaban en una lengua imaginaria; sin embargo, lo que los personajes querían comunicar se entendía, en gran medida, gracias a la prosodia. Los niños perciben de inmediato la existencia de una estrecha conexión entre ciertas propiedades del sonido y la interpretación de las acciones, es decir, entre los aspectos prosódicos y los pragmáticos. El análisis científico de las relaciones entre prosodia y pragmática, sin embargo, no es en modo alguno sencillo. En este trabajo quiero reflexionar, desde la perspectiva de un pragmatista, sobre estas relaciones, y sobre los retos que el estudio de la conexión entre la prosodia y la pragmática supone para la investigación actual. Las preguntas a las que hay que tratar de dar respuesta son, entre otras, las siguientes: ¿contribuyen todas las diferencias prosódicas al mismo nivel de representación? ¿cuál es su estatuto dentro del sistema? ¿cómo podemos diferenciar los aspectos lingüísticos de los no lingüísticos?¿qué nos dice la conexión entre prosodia e interpretación sobre la arquitectura general de la facultad de lenguaje y su interacción con otros subsistemas cognitivos que entran en juego también en la producción y en la comprensión de la actividad verbal? Ninguna de estas preguntas es totalmente independiente de las demás. La manera de enfocarlas es, en parte, una cuestión empírica, pero es, sobre todo, una cuestión teórica, que requiere tomar partido con respecto a muchos aspectos; de las respuestas que ofrezcamos dependerá la capacidad explicativa del modelo. Desde un punto de vista más general, quiero proponer que una comprensión adecuada de las relaciones entre prosodia y pragmática pasa por reconocer el estatuto lingüístico, estructural y sistemático de algunos patrones prosódicos especializados en expresar contrastes que conducen, en último extremo, a los estados mentales de los hablantes. Dicho de otro modo, hay patrones que transmiten información sobre las intenciones comunicativas o las actitudes del hablante que no son simplemente síntomas de naturaleza paralingüística, sino que se han convencionalizado y forman parte de lo codificado lingüísticamente: aunque no contribuyan a establecer distinciones de naturaleza gramatical, es posible obtener generalizaciones significativas desde el punto de vista lingüístico y se pueden capturar adecuadamente desde una perspectiva pragmática.

* Este trabajo se enmarca dentro de las investigaciones del proyecto “Semántica Procedimental y Contenido Explícito II” (SPYCE II), financiado por el Ministerio de Ciencia e Innovación y los fondos FEDER (proyecto FFI-2009-07456). Quiero agradecer muy especialmente los comentarios y las valiosísimas sugerencias que Victoria Marrero, Pilar Prieto y Manuel Leonetti hicieron a una primera versión de este artículo. Por supuesto, la responsabilidad de las ideas finalmente adoptadas es solo mía.

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2. La relación entre prosodia e interpretación: ¿natural o convencional? Los niños perciben de inmediato la vinculación entre ciertas propiedades acústicas de los enunciados y la interpretación de las acciones verbales. Los rasgos prosódicos que acompañan la emisión de cualquier enunciado (es decir, el conjunto de rasgos formado por el tono, el timbre, la intensidad y la duración, y sus variaciones) condicionan de manera indiscutible la interpretación final. Si la pragmática tiene como objetivo identificar los principios generales que determinan el funcionamiento de la interacción verbal, uno de sus cometidos ha de ser el de explicar de qué modo la prosodia interviene en la interpretación. Pero ¿quiere ello decir que cualquier elemento que intervenga en la interpretación debe ser explicado de la misma manera? ¿son todos los aspectos igualmente significativos? Una manera de abordar estos problemas consiste en caracterizar con precisión cuál es el lugar que ocupan en la arquitectura general de la teoría lingüística los ámbitos que queremos conectar. Cuando un niño conecta eventos sonoros con estados emocionales lo hace porque existe un vínculo natural entre determinados movimientos vocales y determinados estados de ánimo. Las emisiones vocales asociadas a las emociones básicas parecen comunes a todos los miembros de la especie: se diría que la expresión de la risa, el llanto, la sorpresa o el enfado no conocen fronteras. Si sus manifestaciones se comprenden de manera universal, esto es debido a que existe también una conexión natural, no convencional, entre ciertas propiedades del sonido y ciertas actitudes o estados emocionales. En la medida en que la conexión es natural, la prosodia tiene carácter indicial o sintomático (es decir, no simbólico). Por esta razón, es común pensar que la prosodia, que deja traslucir las actitudes y las emociones de los hablantes, no tiene carácter propiamente lingüístico (Bolinger 1983), sino que forma parte de un conjunto más amplio de rasgos paralingüísticos (que incluyen también los gestos y la expresión facial). Pero este no es el único modo de conectar sonidos e interpretaciones. Una lengua es un sistema que permite establecer correspondencias sistemáticas entre sonidos y significados. En el fondo, toda la investigación gramatical está dirigida a dar cuenta de la conexión entre ciertos eventos sonoros y ciertas representaciones mentales, de modo que la gramática no es más que la interfaz entre estos dos polos. Cuando la relación se concibe en estos términos, al investigador le interesan aquellos aspectos de la forma fónica que contribuyen de manera sistemática y predecible a establecer las diferencias en las representaciones semántico-conceptuales, con independencia del contexto y la situación en que estas formas hayan sido producidas. Esto quiere decir que puede haber patrones suprasegmentales que funcionen como símbolos (es decir, se asocian de manera convencional a un significado) y que constituyan, por ello, un aspecto más de la gramática. Muchos investigadores han enfatizado el estatuto lingüístico de una parte de las distinciones entonativas, que se han convencionalizado plenamente –si bien son seguramente resultado de un proceso de convencionalización a partir de un origen biológico (Gussenhoven 1984, 2004). Hay, por consiguiente, dos rutas posibles para conectar la prosodia y la interpretación. En la primera la conexión se establece de manera directa, en virtud de una relación natural y motivada. En la segunda, interviene la gramática, y los patrones prosódicos tienen el estatuto de signos convencionales que forman parte de la estructura misma del sistema lingüístico. Sonido y significado forman parte de la gramática, pero representan también aspectos externos a la realidad lingüística, en conexión directa con otros sistemas indiscutiblemente distintos de la facultad del lenguaje: el sistema articulatorio-perceptivo y el sistema conceptual-intencional. Es preciso establecer una distinción básica entre patrones prosódicos naturales (indiciales o sintomáticos) y patrones prosódicos convencionalizados (simbólicos).

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La consecuencia de las reflexiones anteriores parece obvia: los aspectos prosódicos de la interpretación no pueden explicarse desde un único punto de vista. Un enfoque centrado solo en las conexiones naturales entre eventos fónicos y estados mentales no puede explicar de manera adecuada todo lo que es convencional en la prosodia de una lengua: cualquiera que haya estudiado un idioma extranjero sabe por propia experiencia que los patrones prosódicos pueden ser muy diferentes, de modo que es posible identificar convenciones específicas y particulares de cada lengua. Al mismo tiempo, un enfoque exclusivamente orientado hacia las distinciones que determinan contrastes de tipo gramatical dejaría sin explicar algunos aspectos cruciales de la interpretación. Así las cosas, los retos que se le plantean a la investigación son, al menos, dos: establecer criterios fiables para trazar la frontera entre lo natural y lo convencional, y determinar cómo se conectan estos dos ámbitos en la interpretación de los enunciados. 3. Patrones prosódicos y distinciones fonológicas: una cuestión abierta

Probablemente el problema más espinoso que deben resolver quienes investigan en la interfaz entre prosodia e interpretación es el que tiene que ver con los criterios y las condiciones que debe cumplir un patrón entonativo para ser considerado como portador de una distinción fonológica en una lengua determinada. La idea más extendida es que la prosodia tiene valor fonológico cuando da lugar a distinciones gramaticales, discretas e independientes del contexto. El caso prototípico lo constituyen los patrones en los que se cumplen a la vez los tres requisitos. El ejemplo que suele aducirse está representado por el contraste entre la entonación descendente que caracteriza en la variedad castellana a las oraciones declarativas y la entonación descendente-ascendente propia de las oraciones interrogativas totales. La diferencia entonativa se correlaciona sistemáticamente con una diferencia gramatical, discreta, por la que se establece una distinción categórica entre dos modalidades oracionales. Esta diferencia da lugar, en principio, a pares mínimos en los que la entonación se considera el único elemento perceptible que permite adscribir el enunciado a una categoría u otra (Navarro Tomás 1944, Quilis 1993, Estebas-Vilaplana y Prieto 2010).

Sistema conceptual-intencional

Representaciones semánticas

Gramática

Representaciones fónicas

Sistema articulatorio-

perceptivo

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(1) a. Ha llegado la carta. (descendente; L* L% en notación ToBI) b. ¿Ha llegado la carta? (ascendente: L* HH%)

Las manifestaciones prosódicas de la estructura informativa representan otro ejemplo clásico de contraste fonológico (Toledo 1989, de-la-Mota 1995, Face 2002). La prominencia prosódica en un constituyente marca inequívocamente su estatuto como foco contrastivo, dando lugar, de nuevo sistemáticamente, a pares mínimos: (2) a. Ha llegado la carta. (descendente: L* L%)

b. Ha llegado la CARta. (con pico tonal y final descendente: L+H* L%) La expresión del foco contrastivo puede realizarse también por medio de la combinación de la prominencia prosódica y la anteposición del constituyente focalizado (esto es, por medio de la combinación de un procedimiento fónico y otro sintáctico). Podemos tener, en consecuencia, pares mínimos como los de (3) y (4): (3) a. La carta ha llegado. b. La CARta ha llegado. (4) a. Han traído el paquete. b. El paQUEte han traído (no la carta). Ningún investigador pone en duda hoy día el carácter estructural y fonológico de estas distinciones entonativas. En todos estos casos, la aportación de la prosodia se relaciona con contrastes que en otras lenguas pueden ser indicados por medios puramente gramaticales, como por ejemplo el orden de palabras o el uso de partículas. Ahora bien, mientras que los contrastes de (1), (3) y (4) se explican como reflejo de la existencia de objetos sintácticos con propiedades estructurales diferentes, la decisión sobre si el par mínimo de (2) responde o no a dos estructuras sintácticas distintas es una cuestión fundamentalmente teórica: si se dice que son dos estructuras diferentes, hay que postular que las propiedades prosódicas tienen que estar representadas expresamente en la sintaxis y ser reflejo de una diferencia en la estructura de constituyentes misma; en cambio, si se dice que es una misma estructura, el patrón prosódico sería relativamente independiente de la organización sintáctica y se superpondría a ella. La decisión habrá de tomarse en función del rendimiento explicativo que ofrezca cada opción. En todo caso, este hecho pone de manifiesto que las decisiones no son fáciles ni siquiera en los casos aparentemente más sencillos, y que la prosodia puede contribuir de manera sistemática a la construcción de la representación semántica de una oración sin que ello tenga que suponer necesariamente diferencias en su estructura de constituyentes, Mientras que no se discute el carácter fonológico de los contrastes anteriores, la prosodia ligada a la expresión de las actitudes y las emociones se ha concebido frecuentemente como efecto de la implementación fonética de la producción y, por lo tanto, como algo no susceptible de recibir una explicación sistemática. Sin embargo, se observa un cambio de perspectiva en las investigaciones fonológicas recientes, que describen acentos tonales asociados a contenidos menos claramente gramaticales. Por ejemplo, Face y Prieto (2007) han señalado correlaciones entre las diferentes posibilidades de alineación en los acentos ascendentes y las interpretaciones en interrogativas confirmativas, peticiones y mandatos; Estebas-Vilaplana y Prieto (2010) describen acentos nucleares y tonos de frontera asociados a la sorpresa, la invitación, la obviedad o la cortesía en el español de Castilla, y el resto de los trabajos recogidos en Prieto y Roseano (2010) hacen lo mismo para otros dialectos del español; y Lee, Martínez-Gil y Beckman (2010) han analizado la incredulidad en las interrogativas del español porteño. Estos trabajos pueden constituir una muestra representativa del nuevo interés por la expresión de facetas de la interpretación no

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directamente ligadas a distinciones categoriales de naturaleza gramatical: en estos casos, no parece rentable suponer que hay diferencias en la estructura de constituyentes ligadas a la presencia de categorías representadas sintácticamente cuya única manifestación sería la prosodia. Por supuesto, la existencia de propiedades prosódicas asociadas a este tipo de contenidos no es una novedad en sí misma –había sido ya observada y descrita con minuciosidad en Navarro Tomás (1944)–, pero pone de manifiesto el interés de los fonólogos por caracterizar de manera sistemática la contribución de la prosodia a aspectos de la interpretación no directamente relacionados con la gramática. Las relaciones entre prosodia y pragmática ganan un nuevo protagonismo. Un acercamiento semejante a las relaciones entre prosodia e interpretación se ha producido también desde el ámbito de la pragmática (Clark y Lindsey 1990; Imai 1998; Fretheim 1998, 2002; Wilson y Wharton 2006; House 2006). Para el español, por ejemplo, en Escandell-Vidal (1998, 2002) se postula la existencia de patrones entonativos diferentes que restringen las posibilidades interpretativas del enunciado al que se asocian: más concretamente, hay patrones prosódicos que permiten distinguir sistemáticamente entre interrogativas neutras y varios tipos de interrogativas orientadas (las que representan pensamientos atribuidos a otros o interrogativas en las que el hablante sabe la respuesta). Estas diferencias dan lugar a tríos mínimos, como el de (5), donde sólo la entonación es diferente: (5) a. ¿Quién ha venido? (descendente: L* L%): interrogativa neutra

b. ¿Quién ha venido? (ascendente-descendente: H* L L%): interrogativa repetitiva c. ¿Quién ha venido? (ascendente: H* H%): interrogativa de adivinanza

Aunque se insertan en tradiciones científicas diferentes, los trabajos anteriores coinciden en reclamar la necesidad de explorar a fondo la contribución sistemática de la entonación que no da lugar necesariamente a contrastes de naturaleza gramatical. Pero, si esto es así, ¿dónde se sitúa este tipo de distinciones con respecto a las rutas de conexión entre la prosodia y la interpretación? Alguien podría pensar que los patrones que inducen interpretaciones de sorpresa, de incredulidad o de obviedad, de repetición o de adivinanza representan un fenómeno paralingüístico, más cercano al polo de las conexiones naturales que al de la gramática; y si, por otro lado, su significado no es de tipo gramatical, se diría que no cumplen con los requisitos necesarios para ser considerados como portadores de distinciones fonológicas. 4. Instrucciones de procesamiento y niveles de representación Es precisamente en la resolución de este problema donde las investigaciones pragmáticas pueden aportar un marco teórico diferente que proporciona nuevas herramientas de análisis. La equiparación entre distinciones fonológicas y diferencias gramaticales está basada en el supuesto de que sólo son lingüísticas las unidades que contribuyen a la construcción composicional del significado oracional. Sin embargo, esto no es cierto. Para mostrarlo, hay que hacer referencia a algunas distinciones básicas de los modelos pragmáticos de orientación cognitiva, como la Teoría de la Relevancia. Efectivamente, la Teoría de la Relevancia (Sperber y Wilson 1986/1995) ha dotado de un nuevo contenido a la distinción clásica entre significado léxico y significado gramatical (Escandell-Vidal y Leonetti 2000; Leonetti y Escandell-Vidal 2004). La idea es que no todos los elementos lingüísticos contribuyen a la interpretación del mismo modo: algunas unidades aportan representaciones conceptuales, y otras proporcionan instrucciones sobre cómo combinar estas representaciones entre sí y con otros supuestos para construir la interpretación; es decir, unas codifican conceptos (unidades conceptuales) y otras codifican instrucciones de procesamiento (unidades procedimentales).

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Las instrucciones de procesamiento operan a diferentes niveles. Los tiempos verbales y los determinantes definidos, por ejemplo, codifican, respectivamente, instrucciones sobre cómo localizar los eventos en el tiempo, y cómo localizar los referentes de las expresiones nominales: el pretérito indefinido indica que el evento se sitúa en un tiempo anterior al momento del habla; y el artículo definido indica que el referente del sintagma nominal es unívocamente accesible. Estas instrucciones de procesamiento guían al destinatario hacia la identificación del contenido que el emisor quiere comunicar explícitamente, restringiendo de modo expreso el espacio de búsqueda en el que debe construir la representación semántica básica de la oración. Solo después de haber seguido las instrucciones de procesamiento codificadas (entre otras cosas) es posible obtener una representación proposicional completa, evaluable en términos de condiciones de verdad. Los tiempos y los determinantes definidos contribuyen a la construcción del contenido proposicional básico, aportando pautas sobre cómo construir una representación semántica plenamente especificada a partir del esquema proposicional obtenido por descodificación lingüística. El nivel de representación en el que operan este tipo de unidades se denomina explicatura proposicional (o inferior). Pero la contribución de las unidades procedimentales no se limita a este nivel. Para empezar, lo que un emisor quiere comunicar de manera explícita no se reduce al contenido proposicional; incluye también la intención comunicativa con que emite su enunciado (es decir, la fuerza ilocutiva) y la actitud que manifiesta con respecto al contenido proposicional que comunica. Un enunciado como el de (1)b, por ejemplo, se puede interpretar como en (6): (6) a. El hablante quiere saber si ha llegado la carta. b. El hablante está deseoso de saber si ha llegado la carta. c. El hablante tiene dudas sobre si ha llegado la carta. Estas representaciones recogen la intención comunicativa expresa del hablante, y son el resultado de subordinar el contenido proposicional comunicado a un predicado que indica el objetivo comunicativo del hablante. La fuerza ilocutiva forma parte de lo que el hablante quiere comunicar expresamente, y la interpretación sólo es satisfactoria cuando el destinatario reconoce esta intención comunicativa. Las marcas de modalidad oracional, por ejemplo, no sólo caracterizan diferentes tipos sintácticos oracionales, sino que también expresan restricciones explícitas sobre la fuerza ilocutiva y la actitud proposicional con que el hablante emite su enunciado, como se ha visto en (6). Entre los indicadores formales que contribuyen habitualmente a este nivel se encuentran también los que codifican distinciones evidenciales (esto es, indicaciones gramaticalizadas sobre la fuente de la información; cfr. Aikhenvald 2004) Esto es lo que ocurre, por ejemplo, cuando aparece la conjunción que en oraciones independientes, como en Oye, que el Madrid ha ganado la Champions: la aparición de que obliga a entender que el hablante repite una información que ha oído de otra persona. El nivel de representación en que se recogen estos fenómenos se denomina explicatura ilocutiva (o superior). Además de codificar instrucciones que guían la identificación del contenido explícito, existen también unidades lingüísticas que indican cómo se conecta el contenido comunicado con otras informaciones contextuales. El ejemplo prototípico es el de los marcadores discursivos, que determinan el tipo de relación que es preciso construir entre los enunciados y su contexto. Los indicadores gramaticales de estructura informativa indican, igualmente, cómo hay que relacionar el contenido comunicado con el discurso previo: si se trata de información ya presente en el modelo discursivo, si es nueva, si debe remplazar información errónea… Estas unidades restringen las implicaturas, es decir, el conjunto de contenidos implícitos que resulta necesario utilizar en la interpretación de un enunciado.

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Las unidades con significado procedimental pueden actuar, por tanto, en tres niveles de representación diferentes, tal y como se recoge en el siguiente esquema:

El nivel proposicional, el ilocutivo –ambos pertenecientes al ámbito de lo comunicado de manera explícita– y el de las implicaturas representan, pues, los tres niveles a los que puede contribuir el significado codificado por las unidades procedimentales, sin que en ningún caso se ponga en duda su estatuto como unidad portadora de significado lingüístico. 5. Prosodia y codificación procedimental Si la prosodia tiene significado lingüístico, este ha de ser de naturaleza procedimental, y su contribución deberá consistir en codificar diferentes tipos de restricciones interpretativas sobre los enunciados a los que se asocia. Estas restricciones pueden operar, en principio, sobre los mismos tres niveles sobre los que opera el resto de las unidades de carácter procedimental. A partir del esquema anterior es posible plantearse nuevas preguntas como, por ejemplo, en qué nivel de representación operan los patrones prosódicos enunciativo e interrogativo: ¿determinan solo el tipo oracional? ¿determinan solo la fuerza ilocutiva? ¿operan sobre los dos niveles a la vez? Desde el punto de vista teórico, la última posibilidad parece poco deseable, ya que no parece haber otras unidades procedimentales cuya contribución se refleje en dos niveles diferentes. Entre las otras dos opciones, el análisis presentado en Escandell-Vidal (1999, 2002) defiende que la inversión del orden SV en las interrogativas totales del español es obligatorio –y los ejemplos en los que tal inversión no aparece responden a casos de topicalización del sujeto–, de modo que hay razones para preferir esta condición sintáctica como determinante de la modalidad oracional. Si esto es correcto, el patrón prosódico descendente-ascendente que asociamos por defecto con las interrogativas neutras no es realmente un indicador de modalidad oracional sino de actitud ilocutiva: el hablante presenta expresamente su actitud neutral ante la pregunta que plantea, y deja abierto todo el abanico de interpretaciones posibles. Otros patrones restringen expresamente las posibilidades interpretativas en el nivel ilocutivo: los que indican cortesía guían al destinatario hacia una interpretación compatible con la indicación explícita de su actitud cortés; y los que indican atribución a otro individuo limitan igualmente las opciones interpretativas a aquellas que son compatibles con la instrucción procedimental codificada por la prosodia. Si la propuesta anterior es correcta, tal vez en español (y, en general, en las lenguas no tonales) apenas habría distinciones gramaticales ligadas exclusivamente a la prosodia. Esta es una cuestión que requiere, de todos modos, una atención mayor que la que puedo darle en este trabajo. La distinción entre los diferentes niveles de representación sobre los que pueden actuar los contenidos procedimentales arroja también nueva luz sobre significados como los de obviedad, incredulidad o sorpresa. La incredulidad y la sorpresa son manifestaciones de la

Unidades procedimentales

Restringen las implicaturas

Restringen las explicaturas

Ilocutivas

Proposicionales

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actitud del hablante en relación con el contenido proposicional. Los contornos prosódicos que transmiten estos significados contribuyen, por tanto, a las explicaturas de nivel superior, y codifican instrucciones que podríamos parafrasear como „El hablante no cree que…‟ o „El hablante se sorprende de que…‟. En los dos casos, las actitudes están comunicadas expresamente por medio de la entonación, y contrastan sistemáticamente con los enunciados en los que el patrón prosódico es otro. En cuanto al significado de obviedad, cabe hacer reflexiones semejantes. Cuando uno considera que algo es obvio, lo que está queriendo hacer es marcar de manera explícita que ese contenido forma ya parte del fondo conversacional compartido, bien porque se ha mencionado con anterioridad, bien porque es fácilmente inferible a partir de los datos que se poseen; la entonación marca, pues, un determinado tipo de relación con el contexto discursivo. Si se contempla desde esta perspectiva, la obviedad es una distinción asociada a la estructura informativa, de la misma naturaleza que las marcas de información nueva o información conocida. Marcar algo como obvio es exactamente lo contrario de lo que se hace cuando se marca algo como información nueva. A veces se duda del estatuto lingüístico de estos significados, ya que –se dice– este tipo de contenidos parecen “demasiado subjetivos” como para ser parte de lo que las lenguas codifican. Es necesario, por tanto, distinguir con claridad los efectos de sistematicidad ligados a la existencia de un vínculo natural, de aquellos otros en los que media una convención. La comparación interlingüística (y, a veces, interdialectal) proporciona datos imprescindibles, que pondrán de relieve el carácter universal o específico de los patrones analizados. Por otro lado, conviene recordar que en algunas lenguas estos mismos contenidos se transmiten por procedimientos inequívocamente morfológicos y dan lugar a distinciones paradigmáticas dentro de categorías estables (asociadas, por ejemplo, a la flexión verbal, de modo semejante a como en español reconocemos categorías de tiempo o de modo). Las distinciones relativas al grado de certeza se denominan validacionales y existen en lenguas como el quechua (Faller 2003); las distinciones que tienen que ver con el impacto que produce la información pertenecen a la categoría de la miratividad y tienen manifestación morfológica en lenguas como el turco, el coreano o el tibetano (DeLancey 1997). Lo que estos estudios aportan a los especialistas en prosodia es un marco de referencia más amplio en el que situar patrones como los de incredulidad o sorpresa, y del que obtener criterios para determinar la manera en que proponer sus generalizaciones. Una vez que la marcación prosódica se concibe dentro de categorías organizadas de manera más sistemática, los significados cobran una nueva dimensión más estructurada, y es posible descubrir nuevas relaciones y refinar las caracterizaciones semánticas propuestas. El modelo general que acabo de esbozar proporciona un marco más articulado y preciso en el que situar las distinciones ligadas a la prosodia. Si se acepta esta propuesta, es preciso revisar los criterios para asignar estatuto fonológico a un patrón prosódico: el hecho de dar lugar o no a contrastes de categoría gramatical no puede ser el único rasgo determinante del carácter lingüístico de una unidad, ya que, como se ha indicado, muchas unidades procedimentales contribuyen a niveles diferentes del de la proposición expresada. El carácter lingüístico no viene determinado por el nivel de representación al que una unidad contribuye, ni por el tipo de restricciones que aporta, ni por el carácter gramatical (y no “actitudinal”) de las instrucciones que codifica, sino por la sistematicidad de su contribución y por el carácter convencional de la conexión entre forma y significado. Sistematicidad y convencionalización son, pues, los únicos criterios relevantes. Los patrones prosódicos que transmiten de manera sistemática y convencional una instrucción de procesamiento deben formar parte, en consecuencia, del inventario de unidades procedimentales de cada lengua.

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6. Conclusiones Aunque hay consenso sobre la importancia de la prosodia en la interpretación de los enunciados, la frontera entre las vertientes lingüística y paralingüística de la prosodia ha sido tradicionalmente objeto de litigio. Los requisitos para considerar que un patrón prosódico tiene carácter lingüístico han incluido típicamente consideraciones de tipo gramatical y han descartado habitualmente los contenidos de tipo afectivo o emocional. El propósito de este trabajo ha sido mostrar que la pragmática de orientación cognitiva dispone de instrumentos de análisis que le permiten terciar en este debate. La noción de significado procedimental (es decir, la codificación lingüística de instrucciones de procesamiento) y la distinción entre tres niveles de representación semántica (explicaturas proposicionales, explicaturas ilocutivas e implicaturas) sobre los que pueden operar las unidades procedimentales representan, a mi entender, la contribución más importante que la teoría pragmática puede ofrecer a la teoría fonológica: los patrones prosódicos convencionales codifican instrucciones que restringen las posibilidades interpretativas y guían al destinatario hacia la recuperación de las representaciones semánticas que el emisor quería comunicarle; en esta categoría se incluyen, además de las distinciones de tipo gramatical, las indicaciones sobre fuerza ilocutiva, actitud proposicional y relación con el contexto. Se ofrece, de este modo, un marco de referencia en el que situar las diversas unidades y entender su aportación sistemática a la interpretación. A partir de estas hipótesis, son muchos los aspectos que requieren atención. Sería deseable que las investigaciones futuras se orientaran a determinar el inventario de categorías y de distinciones que son susceptibles de ser expresadas por medios prosódicos, tratando de descubrir no solo significados aislados, sino las redes de distinciones que operan en cada ámbito. Por otro lado, los estudios prosódicos se han centrado de manera casi exclusiva en las variaciones de frecuencia y han considerado solo los contrastes entonativos. El resto de las propiedades la cadena fónica (duración, intensidad, timbre) tiene incidencia también en la interpretación, pero suele considerarse como una cuestión simplemente de naturaleza fonética. Es posible que las consideraciones anteriores puedan servir para abordar de nuevo este asunto. Y, por último, los rasgos prosódicos, incluidos los naturales, pueden utilizarse de manera intencional con fines comunicativos: los cambios intencionales en la frecuencia, el timbre o el ritmo pueden servir como indicadores explícitos y manifiestos, aunque no convencionales, de las intenciones comunicativas del emisor. En la medida en que son voluntarios y controlados entran de lleno en las generalizaciones pragmáticas sobre la comunicación. Todos estos aspectos no son más que una pequeña muestra de la complejidad de las conexiones entre prosodia y pragmática.

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