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LA CHOMPITA AZUL PREVAED 0068 PROGRAMA PRESUPUESTAL DE REDUCCIÓN DE LA VULNERABILIDAD Y ATENCIÓN DE EMERGENCIAS POR DESASTRES

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LA CHOMPITA AZUL

PREVAED 0068PROGRAMA PRESUPUESTAL DE REDUCCIÓN DE LA VULNERABILIDAD Y

ATENCIÓN DE EMERGENCIAS POR DESASTRES

LA CHOMPITA AZUL

Le damos cualidad a la escuela

Estamos trabajando por una escuela segura, saludable y ecoeficiente que asegure el logro de los aprendizajes aun en situaciones de emergencias y desastres.

MINISTERIO DE EDUCACIÓN

Jaime Saavedra ChanduvíMinistro de Educación

Flavio Felipe Figallo RivadeneyraViceministro de Gestión Pedagógica

Juan Pablo Silva MacherViceministro de Gestión Institucional

Aurora Rubí Zegarra HuapayaDirectora de Educación Comunitaria y Ambiental

Mónica Méndez CabezasHéctor Yauri BenitesAbimael Torres RojasEquipo Técnico Responsable de la Revisión Pedagógica

Rocío ReáteguiCorrección de estilo

Copyright MINEDU, 2014Ministerio de Educación. Calle Del Comercio 193, San Borja, Lima - PerúTeléfono: (51 1) 615-5800. Teléfono directo DIECA: (51 1) 476-1846Correo electrónico: [email protected]. Página web: www.minedu.gob.pe

Primera ediciónLima, 2014

Tiraje: 4000 ejemplares

Impresión Gráfica del Norte - Rafael Ortiz Alcalde

Distribuido gratuitamente por el Ministerio de Educación.Prohibida su venta.

Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú N.° 2014-12733Impreso en el Perú - Printed in Peru

LA CHOMPITA AZUL

LA CHOMPITA AZUL

Chaska nació en la casa de sus abuelos, en un pueblito de casitas de adobe y techos con tejas de color rojizo.

Su nombre significaba “estrella” en la lengua de sus antepasados.

Una vez preguntó por qué la llamaron así. Su padre con mucha paciencia le dijo: “Chaska, hijita, es que tú eres para nosotros como esas luces que vemos siempre brillando en el fondo del

cielo por más oscura que esté la noche. Por eso debes sentirte orgullosa de tu nombre”.

Y así Chaskita fue creciendo engreída por su mamá y sus abuelos. Cuando su papá, que era profesor de la escuela, se iba a

trabajar, Chaskita decía: “¡Yo también quiero ir!”.

Cuando Chaska tenía 4 años, su papá le dijo que iban a trasladarse a otro pueblo, donde otros niños también querían aprender a leer.

—Nos vamos a vivir al monte, Chaskita.

—¿Al monte, papá? —preguntó Chaska.—Es un decir, hijita. Nos vamos a vivir a la selva. Ahí tendrás

más espacio para correr, nuevos amigos y, lo mejor de todo,

habrá bastante calor. Ya no te resfriarás tanto como aquí en

tiempo de helada.

Cuando llegó la fecha de partir, Chaska ayudó a su mamá a alistar su maleta; escogió algunos juguetes y su muñeca

favorita.

Su mamá escogió la ropita que iba a llevar y le dijo: “Llevaremos polos, shorts y prendas ligeras porque en la selva

no hace frío como aquí”.Chaska se percató de que su mamá no guardaba en su maleta

su chompita azul que con tanto cariño y, midiéndola en su cuerpecito de tanto en tanto, le había tejido su abuelita.

―No necesitarás de tanta ropa para abrigarte ―agregó su mamá, intentando convencerla.

―¿Y los abuelos irán con nosotros? ―preguntó Chaskita.―No, hijita; ellos se quedarán ―le dijo su padre.―Pero los extrañaré mucho ―dijo con tristeza.―No te preocupes ―le dijo su mamá―. Vendremos todos

los años a visitarlos.

―¿Y mi chompita azul? ―preguntó al no encontrarla.―No la llevaremos, hija. Te la llevarías puesta, pero

el ómnibus tiene calefacción. Su abuela agregó: “No te preocupes, hijita. Tu chompita ocupa mucho lugar en la maleta. Seguramente, tus papás te comprarán ropa

nueva y más liviana porque donde vas hace calor durante todo el año; no te hará falta”.

―No, abue ―dijo Chaskita―, me quiero llevar mi chompita por si hace frío. Además, así no me la ponga,

será como un recuerdo de ti y de los días en que salíamos a pasear.

Es que a Chaska le gustaba mucho esa chompita azul que con tanto cariño le tejió su abuelita.

Cuando salía a la calle, todos le decían: ―iPero qué linda estás, Chaskita!

―¡Qué linda se te ve con tu chompita!―¿Quién te tejió esa chompita tan bonita?

Y otros más avispados adivinaban y decían: “¡Seguro que te la tejió tu abuelita!”.

Por eso, finalmente, sus padres decidieron complacerla, y la chompa azul fue lo último que colocaron antes de cerrar las

maletas.

Partieron una mañana lluviosa en un ómnibus repleto de personas y maletas. Sus abuelos fueron a despedirlos y abrazaron muy fuerte a su nieta antes de que subiera al ómnibus. El primer día, el ómnibus bordeó unos inmensos

cerros y subía a duras penas unas pendientes cada vez más

empinadas; pararon para almorzar y luego sobre la marcha siguieron el camino. Chaskita se quedó dormida. Cuando despertó ya era de noche, y el ómnibus seguía subiendo y dando tumbos por los baches que las lluvias

habían formado en la carretera.

A la mañana siguiente, el ómnibus empezó a descender por una bajada llena de unos árboles frondosos con ramas tan grandes que algunas veces invadían la

carretera.

Poco a poco el camino se hizo más llano. La gente que había dormido toda la noche empezó a abrir las ventanas pues el calor los sofocaba; pero fue peor

porque al rato sintieron que unos mosquitos les picaban en los brazos.

―Ya estamos en la selva, hijita―le dijo su madre―. Mira por la ventana cómo ha

cambiado el paisaje.

Por fin el ómnibus llegó al mediodía al terminal.El conductor que solo tenía puesto un bivirí, echándose

aire con las manos se levantó y exclamó:―¡Servido, señores! Llegamos al paradero final.

Unos turistas que también viajaban en el bus le preguntaron cómo podían ir más hacia el oriente.

―Este es el paradero final, señores. Y también el final de la carretera ―contestó el conductor―. A partir de aquí, si quieren seguir viajando, tienen que hacerlo en

balsa por el río.―¡Los ríos son las carreteras de la selva! ―dijo Chaska

sonriendo.

Chaska y sus padres tomaron un mototaxi y

buscaron la casa en la que se iban a quedar. Se morían de calor. Tomaron unos chupetes de aguaje, una fruta que no habían

comido nunca y que les encantó.Encontraron la dirección. iEra una linda casita

de madera!―iQué calor hace aquí, mamá! Estoy sofocada ―se quejó Chaskita con su mamá―. Ni muerta me pongo mi chompita azul, por más que extrañe

a mi abuelita.―Ya te acostumbrarás ―le contestó su mamá

sonriendo.

Por la tarde, Chaska exploró los alrededores de su nueva vivienda.

Todo estaba cubierto de una frondosa vegetación. ¡Qué diferente era la casa de

sus abuelos en la sierra!

Al día siguiente, su papá la llevó a la escuela en la que iba a trabajar.

Algunos niños que habían acompañado a sus mamás a matricularlos conocieron a su nuevo profesor. Ya

estaba a punto de empezar el año escolar.

―¿El calor continuará así durante todo el año? ―preguntó el profesor a sus futuros alumnos.―Sí ―contestaron en coro―. Y a medida que

avance el año hará más calor aún.

―¿Más? ―dijo su padre―. ¡Si ya estamos a 26 grados!

Sin embargo, oh sorpresa, transcurridas unas semanas, amaneció el día muy frío.

―Qué raro ―pensaba la mamá de Chaskita mientras buscaba algo con que abrigarse. ―Seguramente más tarde saldrá el sol ―se decía intrigada.

Sin embargo, pasaban las horas, llegó el mediodía y después, la tarde; pero el sol nunca salió.

Entonces, la mamá de Chaskita nuevamente pensó: “Mañana tendremos un sol brillante todo el día”.

Pero nada de eso ocurrió. Pasó un día, luego dos, tres días; y el sol seguía sin salir. Por el

contrario, una densa neblina cubría toda la selva y esta recién se disipaba al mediodía.

Los padres de Chaskita tampoco tenían con que abrigarse, así que también ellos fueron

al mercado a buscar ropa. Y ningún comerciante vendía chompas. Las pocas que

quedaban se habían agotado.

Esa noche descendió la temperatura aún más. El papá de Chaskita tuvo que tapiar todos los espacios que había entre las maderas para evitar que se filtrara el frío.

Los niños de la escuela que estaban acostumbrados a ir con polo o a usar camisas con mangas cortas titiritaban de frío.

Algunos empezaron a resfriarse, a toser, a estornudar y a quejarse de dolores en la garganta. A los pocos días, muchos de ellos empezaron a faltar a clases porque tenían infecciones respiratorias.

―¿Pero qué está pasando? ―se preguntaban todos.

―¿Qué pasó con el sol que nos quemaba las espaldas desde las seis de la mañana? Ya son las nueve y seguimos muertos de frío ―escuchaba la mamá de

Chaskita comentar a un locutor en la radio.

La casita de madera donde vivían, como casi todas las demás en la selva, tampoco estaba preparada para este repentino cambio de clima. El viento entraba por las noches y se colaba por los espacios que había entre

las maderas.

La gente empezó a buscar en el mercado ropa abrigadora y, como nunca antes, mantas para dormir.

Los médicos recomendaban evitar los cambios bruscos de temperatura e incluso empezaron a hacer campañas

de vacunación para proteger a los niños de la gripe, pues el friaje iba a durar una semana y amenazaba con volver días después. Pero Chaskita no tuvo tanto frío como los otros niños del pueblo.

Desde el primer día buscó en el fondo de su maletita y encontró su querida chompita azul que le había tejido su abuelita.

La recordó y, mientras se la ponía, le agradeció a la distancia por haberle tejido tan linda chompita.

La última noche del friaje, los padres de Chaskita la felicitaron y le dijeron que esa semana habían aprendido

dos lecciones.La primera, que uno nunca deja de aprender, y que hasta de los hijos por más pequeños que sean se

aprende.

Y la segunda, que con el clima, como con cualquier otra cosa, siempre es mejor estar prevenidos.

Esa noche durmieron abrazados los tres, y al día siguiente recién apareció el sol en el horizonte.

CONOZCO MI AMBIENTE,

IDENTIFICO LAS AMENAZAS

Y GESTIONO LOS RIESGOS DE DESASTRES.