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PROFUNDIZACIÓN DE LA CRISIS EUROPEA Y (DES) INTEGRACIÓN Claudio Lara Cortés Economista. Chile La Unión Europea atraviesa su peor crisis histórica, provocando la caída de numerosos gobiernos. El euro cada vez se muestra más incapaz de competir orbitalmente. Las autoridades europeas en vez de desafiar a los capitales financieros, continúan imponiendo políticas de austeridad. Alemania y Francia aumentan el poder de las instituciones europeas centralizadas a costa de los Estados-naciones. Los salarios y condiciones laborales siguen deteriorándose para asegurar la competitividad del capital europeo en la economía mundial. www.reddigitaltc.com-www.lanacion.com.py editada 09 Crisis Nuevo.indd 50 10/10/2012 06:23:09 p.m.

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Profundización de la crisis euroPea

y (des) integración

Claudio Lara CortésEconomista. Chile

La Unión Europea atraviesa su peor crisis histórica, provocando la caída de numerosos gobiernos. El euro cada vez se muestra más incapaz de competir

orbitalmente. Las autoridades europeas en vez de desafiar a los capitales financieros, continúan imponiendo políticas de austeridad. Alemania y Francia aumentan el poder de las instituciones europeas centralizadas a costa de los Estados-naciones. Los salarios y condiciones laborales siguen deteriorándose para asegurar la competitividad del capital europeo en la economía mundial.

www.reddigitaltc.com-www.lanacion.com.py editada

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La Unión Europea (UE) está sufriendo la cri-sis más grave y dramática de su historia. En este año 2012 ha entrado definitivamente a una nueva recesión, incluso antes de alcanzar el nivel máxi-mo del Producto Interno Bruto (PIB) de hace cua-tro años atrás. Esta segunda caída deja en eviden-cia que las soluciones ortodoxas adoptadas para abordar la crisis de la zona han fracasado estrepi-tosamente.

Hasta ahora, la defensa del euro se ha convertido en el principal objetivo de quienes defienden la inte-gración europea a toda cos-ta, incluso contra la propia democracia y los derechos ciudadanos. Pero es cada vez más claro que el diseño de la moneda común, en particu-lar la forma en que acentuó las desigualdades sociales así como los desequilibrios entre los países ‘centrales’ y los ‘periféricos’, ha jugado un rol clave en el desarrollo de la crisis y su profundización.

Cuanto más se repite el discurso de la irre-versibilidad del euro, más cercana se nos hace la posibilidad de una Europa sin euro y un mundo sin Unión Europea, al menos tal cual existe hasta ahora. Más aún si el euro no es capaz de mantener un nivel sustentable para competir en los merca-dos mundiales. De allí que la discusión sobre una eventual salida de algunos países de la moneda común o de la UE siga intensificándose, al igual que la idea de una ‘Europa federal’ o de una zona euro conformada sólo por los países del ‘centro’.

Asimismo, conviene considerar que para mu-chos el proceso progresivo de unidad europea se constituyó también en el ‘paradigma’ de la integración latinoamericana y en el parámetro “incuestionable” (ortodoxo) para juzgar sus expe-riencias más recientes, como el Mercosur.Recesión de doble caída y profundización de la crisis

La nueva recesión y la consecuente profundi-zación de la crisis amenazan todavía más la inte-gración europea. Ante esta situación, las autori-dades europeas en vez de desafiar a los capitales financieros que están en el origen de la debacle,

o introducir estímulos para la producción, han continuado imponiendo políticas de austeridad que implican durísimos costos para la inmensa ma-yoría de los ciudadanos europeos. Estas políticas no sólo han empeorado la situación social y han provo-cado una nueva recesión económica, sino que la for-ma autoritaria y antidemocrática con las que se están imponiendo –incluyendo el derrocamiento de dos

gobiernos democráticamen-te elegidos y su sustitución por dos ‘tecnócratas’, ‘Super Mario Monti’ en Italia y Lu-cas Papademos en Grecia– puede socavar definitiva-mente la escasa legitimidad que mantiene el proyecto de integración europea.

El resultado es que la Unión Europea (UE) está sufriendo una recesión de ‘doble caída’, contrayéndo-se –al igual que los países del

euro– un 0,2% en el segundo trimestre del año comparado con los tres primeros meses de 2012, cuando el crecimiento fue nulo, según la oficina estadística comunitaria Eurostat. En términos in-teranuales, el PIB de la eurozona cayó 0,4% en el segundo trimestre comparado con el mismo pe-ríodo de 2011 y el conjunto de la UE, un 0,2%.

En el segundo trimestre del año estaban en recesión ‘técnica’ al menos diez países del bloque, entre ellos España, con cuatro trimestres de caída consecutiva, e Italia con tres. De los países resca-tados, Grecia sufrió el mayor descenso interanual del segundo trimestre (-6,2%), cumpliendo la triste marca de cinco años consecutivos de depresión económica. También el Reino Unido está en crisis, dado que su PIB se contrajo un 0,7% en el período de referencia, con lo que lleva ya tres trimestres consecutivos con una evolución negativa. La con-tracción de la economía europea es generalizada, siendo influida por el frenazo en el crecimiento de las economías de Francia (0%) y Alemania (0,1%).

Este segundo ciclo recesivo se produce sin haber alcanzado siquiera el nivel máximo del producto de cuatro años atrás. En efecto, el PIB total de la UE está un 2,1% por debajo de aquél; mientras que las economías de los gobiernos que han aplicado medidas de austeridad registran di-

Las autoridades europeas en vez de desafiar a los capitales financieros,

han continuado imponiendo políticas de austeridad que implican durísimos costos para la inmensa mayoría de los ciudadanos europeos.

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ferencias mucho mayores que el prome-dio señalado. Así, el gobierno de Cameron, que implementó por convicción ideológica este tipo de medidas, ha lleva-do a que el Reino Unido aún esté 4,5% por debajo de su más alto nivel del producto previo a la cri-sis; mientras que Irlanda lo está en 8,8%, Portugal 5,2%, España 4,7% y Gre-cia nada menos que 13%.

De acuerdo con las proyecciones, la zona euro-pea y la zona euro seguirán en recesión la mayor parte de 2012 y para los próximos cuatro años el crecimiento fluctuaría apenas entre 0,4% y 1,5%.

La nueva contracción económica que convul-siona a las economías de la zona euro y a la eu-ropea en general, ocurre en un escenario de una prolongada crisis estructural que tiende a pro-fundizarse. No se trata en absoluto de la simple repetición del ciclo recesivo anterior; hoy exis-tirían al menos cinco aspectos importantes que marcan una enorme diferencia.

El primero es que actualmente se estaría en medio de una profunda crisis de deuda sobera-na provocada por la crisis financiera del sector privado y por la ‘Gran Recesión’. En octubre de 2011, el expresidente del BCE, Jean-Claude Tri-chet, pidió a los políticos que tomaran medidas inmediatas advirtiéndoles que la crisis de la deu-da había alcanzado ahora “unas dimensiones sis-témicas” que la situaban en pie de igualdad con el desmoronamiento de Lehman Brothers en 2008.

En segundo lugar, vinculado con lo anterior, hoy estarían enfrentándose a la bancarrota, apar-te de Grecia, otros dos o quizás tres países: Irlan-da, Portugal y posiblemente España. Incluso, la situación griega es extremadamente frágil ante la evidencia de que el ‘rescate’ no funcionó, sin po-der haber cumplido la mayoría de sus objetivos de ‘austeridad’. Por lo tanto, Europa se vio obli-gada a repetirlo, pero a comienzos de mayo el go-bierno griego reconoció que será necesario otro gran rescate para poder cumplir con los pagos de

la deuda del próximo año. A estas alturas es claro que una devaluación o el

impago griego desencadenarían eventos similares en Irlanda

y Portugal. Por su parte, Es-paña e Italia serían extre-

madamente vulnerables si las tres primeras fichas del dominó cayeran.

En tercer lugar, al entrar las economías en una nueva recesión,

gran parte de la deuda privada y pública se con-

vierte en insostenible y una mayor proporción del ingreso

nacional es requerida para pagar los intereses de los préstamos ban-

carios o de los bonos soberanos. El costo total de los rescates y medidas de estímulo serán mucho más elevados de lo que parecía el año pa-sado. La Comisión Europea confirmó a fines de septiembre que estudia cuadriplicar el fondo de rescate a US $2,6 billones.

En cuarto lugar, la oposición social y política a otra ronda de rescates y a las políticas de aus-teridad que conllevan será aún más intensa que la del año pasado, no sólo en Alemania, Finlan-dia, Austria y Países Bajos, sino también entre los deudores. Los rescates de 2010 han fomentado un poderoso sentimiento antieuropeo tanto en los países acreedores como en los deudores, pro-vocando la caída de numerosos gobiernos.

Y por último, la situación de la economía glo-bal continúa empeorando en el curso del año 2012, pese a las históricas intervenciones de los bancos centrales. El Economist Intelligence Unit ha vuel-to en septiembre a rebajar las perspectivas para el crecimiento de varios países, particularmen-te China, cuyo PIB caería en 2012 por debajo de 8% por primera vez desde 1999. El crecimiento de Estados Unidos se frenó por segundo trimestre consecutivo en abril-junio y ahora está creciendo a menos de la mitad del ritmo del año pasado. En tanto América Latina está en camino de su segun-do año de enfriamiento consecutivo. Peor aún, la OMC ha proyectado para este año un nuevo ba-jón del comercio mundial, que apenas aumentaría 2,5%. Estas son malas noticias para la UE, que dada

También el Reino Unido está en

crisis, lleva ya tres trimestres consecutivos con una evolución negativa. La

contracción de la economía europea es generalizada,

siendo influida por el frenazo en el crecimiento de las

economías de Francia (0%) y Alemania (0,1%).

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la fuerte contracción de los mercados internos, ha buscado recuperarse con base al fomento de las exportaciones y la salida de capitales.

La moneda común como catalizador de la integración y desintegración

Todos los problemas señalados han sido exa-cerbados por la moneda única. Existiría un am-plio consenso entre los economistas heterodoxos en torno a que se utilizó la integración monetaria como un catalizador para la unificación política del bloque europeo. Esto es, una integración re-gional en clave monetarista, fundada sobre los principios de la libre movilidad del capital, la independencia estricta del Banco Central y la re-nuncia a la soberanía monetaria y parcialmente a la fiscal (Pacto de Estabilidad y Crecimiento).

Pero el intento era claro y lógicamente in-consistente. La integración monetaria sin una ‘fiscalidad común’ (ausencia de una autoridad conjunta sobre el poder presupuestario) y una balanza de pagos común, dañaría más que mejo-rar la cohesión de la Unión Europea, debido al impacto diferencial de la política monetaria so-bre los miembros. Además, impondría políticas restrictivas obligatorias para mantener el nuevo esquema institucional, con evidentes perjuicios para algunos países.

Dicha inconsistencia había sido enmascarada desde los inicios del euro por bajas tasas de inte-rés para préstamos cada vez más masivos a los paí-ses del sur europeo (e Irlanda), destinados en par-te importante a la especulación inmobiliaria. Este creciente endeudamiento, que tenía por acreedo-res a bancos del norte, principalmente de Alema-nia y Francia, permitió a estos países mostrar por varios años elevadas tasas de crecimiento.

Sin embargo, cuando la crisis financiera mun-dial se agudizó tras la caída de Lehman Brothers en septiem-bre de 2008, los principales bancos de Estados Unidos y Europa se vieron amenazados de quiebra. Sólo pudieron ser rescatados con una interven-ción gubernamental a gran es-cala. La crisis bancaria, a su vez condujo a un colapso del crédi-to y a una caída importante del

producto a partir del último trimestre de 2008. Sólo pudo prevenirse una depresión similar a la de los años 30 con medidas gubernamentales que aumentaron el gasto fiscal y redujeron los im-puestos.

El gran incremento de la deuda pública no es, por tanto, la causa de la crisis estructural, como sostiene el discurso neoliberal del BCE y la Co-misión Europea, sino más bien el resultado de las medidas adoptadas para rescatar a los bancos pri-vados, las políticas de estímulo para contrarrestar la crisis, y una fuerte disminución de los ingresos fiscales resultante del ciclo recesivo.

Claro que no por ello la creciente deuda pú-blica deja de generar otro tipo de problemas igualmente graves. Sin preocuparse los capitales financieros del riesgo de devaluación de monedas gracias al euro, crecía casi inadvertido otro ries-go: la probabilidad de que los gobiernos, despro-vistos del respaldo de sus bancos centrales, caye-ran en cesación de pagos. Los primeros indicios en este sentido provenían de países –sobre todo Irlanda y Grecia– que cargaban con inmensas e impagables deudas soberanas, amenazando a su vez la solvencia de los bancos acreedores. Luego a esos países fueron sumándose otros.

Conforme aumentaba el recelo sobre la capa-cidad de pago de aquellos países, las inquietudes de los acreedores se propagaron inusitadamente, sobre todo después de que los bancos europeos aceptaran ‘quitas’, esto es, un abandono de la deu-da del Estado griego (managed default). Bancos, compañías de seguros y fondos de pensiones que antes facilitaron el endeudamiento masivo de los gobiernos, al proveer crédito abundante a tasas de interés bajas, redujeron sus préstamos a países excesivamente endeudados para resguardar su di-nero, así como para cumplir las exigencias de sus

propios gobiernos de elevar las reservas. Muchas de estas insti-tuciones sólo están dispuestas a invertir en sus países o en los mercados más seguros como Alemania.

El reverso de ese fenómeno es precisamente la compra por los bancos de Europa del Sur de esas mismas obligaciones del Estado que abandonaron los

Bruselas y Frankfurt están aumentado

enormemente el poder de las instituciones

europeas centralizadas a costa de los Estados-

naciones.

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inversores extranjeros. Lo hacen bajo la presión de sus gobiernos, pero también porque ésto les permite ob-tener grandes utilidades, más aún si aprovecharon los créditos baratos (a un tipo de interés del 1%) por valor de un billón de euros concedidos por el BCE para mantener los intercambios de préstamos europeos. Esto parece ser la solución, pero provoca una dinámica nefasta: los bancos y los gobiernos se vuelven tan interdependientes que se debilitan mutuamente, revelando las tendencias centrífugas que domi-nan hoy en la zona monetaria.

Dicho fenómeno de dos caras está acompaña-do por otro no menos nefasto: una acentuación de la ‘fuga de capitales’ o ‘corridas bancarias’. A modo de ejemplo puede citarse la salida desde España de US $400 mil millones (igual al 30% del PIB) realizada durante este primer semestre por inversionistas locales y extranjeros.

Obviamente, las responsabilidades del enorme endeudamiento y sus consecuencias desastrosas no pueden explicarse simplemente con una refe-rencia a la demanda irresponsable de préstamos. Sin pretender exculpar a los gobiernos periféri-cos, debe reconocerse que parte importante de estos préstamos eran ‘necesarios’ para reducir el ensanchamiento de la brecha de competitividad entre estos países y los del norte, donde sobresale Alemania. Es precisamente la banca alemana la que más créditos de riesgo tiene en el sur de Eu-ropa, seguida por la francesa e inglesa.

Esta desigual competitividad de los Estados miembros –expresada por los excedentes en las cuentas corrientes de los países del norte y el dé-ficit en los del sur– resulta en último término de la forma que asumió la implantación de la mone-da única: 1 ECU = 1 euro y una política moneta-ria que tenía como meta evitar la inflación. Ello benefició abiertamente a Alemania, pues obtiene una moneda mundial, manejada en su interés, que podría convertirse en rival del dólar. En par-ticular, esto facilitó la continuación de sus ex-portaciones masivas, no sólo al resto de Europa

sino también a los países de Asia y América Latina.

Por cierto, el BCE, con-trolado por el Bundesbank alemán y en menor medi-da por el French National Bank, no busca eliminar tales desbalances estructu-rales. Su única preocupa-ción es salvaguardar a los bancos de su exposición a la deuda periférica y el dinero de los tenedores de bonos soberanos. De esta

manera, el euro actúa como el patrón-oro que dominaba previo a la Segunda Guerra Mundial cuando las monedas estaban atadas al precio del oro. En verdad, el actual sistema de administra-ción de crisis requiere que los países endeudados se ajusten, pero no los países con superávit.

Irónicamente, estamos observando una rever-sión del histórico proceso de integración finan-ciera que dio vida al proyecto de la Unión Euro-pea. Esta verdadera ‘desintegración’, atizada por un nuevo ciclo recesivo, adquiere ribetes dramá-ticos al colocarla en el contexto global.

La progresión tortuosa hacia el federalismo europeo

Después de varios años de sucesivos compro-misos a corto plazo para enfrentar la crisis, que han ido de fracaso en fracaso, los dirigentes eu-ropeos han tomado en serio el riesgo de hundi-miento de la moneda única y con él, el de la pro-pia Unión Europea. Existiría el reconocimiento de que una deuda impagable, pública o privada, puede ser socializada por el Estado soberano imponiendo la necesaria carga tributaria sobre los ciudadanos. Pero desde la introducción del euro no podría funcionar de esa manera ante la ausencia de un Estado central, así como de una autoridad fiscal europea única y un presupuesto consolidado. Los líderes europeos han termina-do por convencerse de que en estas condiciones es casi imposible que el euro se convierta en una alternativa real al dólar como una moneda de re-serva.

En ese sentido podrían inscribirse las posturas

Los rescates de 2010 han fomentado un poderoso

sentimiento anti-europeo tanto en los países

acreedores como en los deudores, provocando la caída de numerosos

gobiernos.

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cada vez más insistentes a favor de la creación de una nueva federación europea, que para algunos debe estar basada en el modelo de los Estados Unidos de América. Estas posturas pretenden ganar terreno de facto, aprovechando la deuda soberana y los rescates condicionados impuestos a ciertos países periféricos por el BCE junto a la Comisión Europea y el Fondo Monetario Inter-nacional (FMI), la llamada ‘Troika’.

Con respecto a lo primero, habría que decir que la noción de los Estados Unidos de Europa vuelve al debate político, al menos para la euro-zona. De esto se ha encargado el autoproclamado ‘grupo del futuro’, conformado por 10 ministros de Asuntos Exteriores, quienes anunciaron la preparación de un “Plan de transformación para un Estado europeo”. El 19 de junio, presenta-ron un primer informe donde proponen restar-le poder a los Jefes de Estado y de Gobierno, al tiempo que incrementaría el del presidente de la Comisión. Este último se elegiría directamente por sufragio universal y tendría derecho a cons-tituir un “equipo gubernamental”. El grupo tam-bién propone sustituir los Consejos de ministros y de dirigentes europeos mediante la creación

de una segunda cámara –“de los Estados”– en el Parlamento Europeo. Diversas competencias na-cionales, como gestión de fronteras, defensa o presupuesto, se cederían a esta federación para concretamente “hacer del euro un modelo irre-versible”.

La progresión de la unión monetaria al federa-lismo europeo y, en última instancia, a una unión política superior, la predijeron los euro-escépti-cos y los eurofederalistas en 1989, cuando Jacques Delors planteó por primera vez la moneda única y de nuevo en 1999, cuando se creó el euro. Sin embargo, el recorrido desde la moneda única has-ta el federalismo político está tomando una ruta algo distinta a la esperada. Ahora se hace a nom-bre del ‘europeísmo’ y entiende el federalismo como una construcción ‘universalista’ que busca la eventual desaparición del Estado-nación para remplazarlo por una matriz de estructuras tecnó-cratas centralizadas, inmunes a la influencia po-pular.

Por otro lado, debe tenerse en cuenta que las severas políticas de austeridad suponen forzar la disciplina presupuestaria. Es cierto que los resca-tes no han funcionado, incluso se repiten en el

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caso griego, pero con ellos convierten a países como Grecia, Irlanda y Portugal –y eventualmen-te España– en deudores permanentes del BCE y los diferentes fondos de rescate de la UE. De este modo, Bruselas y Frankfurt están aumen-tado enormemente el poder de las instituciones europeas centralizadas a costa de los Estados-na-ciones. Aunque el control sin precedentes en la política fiscal, el gasto y las políticas sociales na-cionales que ejercen el BCE y la Comisión hasta ahora se limitan a Grecia e Irlanda, el ejercicio del rescate ha sentado precedentes y ha creado capacidades institucionales que pueden exten-derse poco a poco a toda la zona euro. En pocas palabras, la austeridad debe consagrarse como principio constitucional.

El actual “déficit democrático”, citado hasta la saciedad al referirse al modo con el que se diri-ge la UE, aumentaría exponencialmente en caso de imponerse el federalismo y nuevos programas de rescate. No será fácil; las multitudinarias ma-nifestaciones acaecidas durante este año en las principales ciudades del continente han conver-tido a la democracia en una cuestión candente. Además, el ‘pacto fiscal’ y la ‘unión política’ apa-recen para ciertos países como excesivos (Fran-cia) y para otros como un completo disparate. Será un proceso tortuoso.

Sin ir más lejos, durante la reciente cumbre de la UE (fines de junio), en medio de una acalorada disputa sobre quién debe asumir la responsabilidad de salvar la moneda única y con qué con-diciones, los líderes del bloque acordaron dar más pasos ha-cia una unión fiscal, bancaria y política. Además, en la reu-nión del Eurogrupo al mes si-guiente, decidieron entregar recursos a la banca española por hasta 100 mil millones de euros a través de los fondos de rescate.

Parecía una discusión cerrada, pero volvió a reabrirse a fines de septiem-bre cuando la línea dura del euro, encabezada por Alemania, Holanda y Finlandia, cuestionó la ayuda. Estos países instaron a que las even-tuales pérdidas de los activos rescatados (en su

mayoría inmobiliarios), tanto en España como en otras naciones con problemas, deben ser asumi-dos no por los Fondos de Estabilización Finan-ciera, como se había acordado, sino por la deuda pública de los Estados. Este cuestionamiento se suma a las diferencias entre Francia y Alemania a cuándo aplicar la supervisión única de la banca regional.

En términos más amplios, deben tenerse en cuenta las grandes diferencias existentes entre Gran Bretaña y el resto de la UE, quienes pare-cieran avanzar en direcciones diametralmente opuestas. Baste decir que el país del norte no apoya en absoluto la propuesta de crear una eu-rozona federalizada ni aquélla que desea conver-tir al BCE en el vigilante del sector bancario de la eurozona. Tampoco Londres apoya la idea del ministro alemán de Exteriores de ampliar la polí-tica económica federalista a la política exterior y a la defensa. En síntesis, el aislamiento de Gran Bretaña es cada vez más patente, mientras que el distanciamiento entre ambas partes aumenta y cada vez es más insalvable.

No todo se limita a intentos que buscan re-mediar el defecto de nacimiento del euro (una moneda única sin fiscalidad común), también la cuestión laboral asume un papel sustancial. Cabe destacar que con la adopción del euro, du-rante los períodos de crisis y de bajas rentabili-

dades, la manipulación monetaria (inflación, devaluación) está descartada, al igual

que el ajuste de las tasas de interés para ganar ventajas competitivas

en pro de sus propios sectores empresariales. Sólo queda una posibilidad: buscar mejorar las productividades y renta-bilidades, ya sea a través de la renovación tecnológica

de sus bases productivas y/o haciendo que los trabajadores

trabajen más, con mayor intensi-dad y por menos, al mismo tiempo

que recortando los costos al capital en el financiamiento estatal en los sistemas de

beneficio social.Esto explica la constante presión sobre los sa-

larios de los trabajadores y sus condiciones labo-rales para asegurar la competitividad del capital

Esto explica la constante presión

sobre los salarios de los trabajadores y sus condiciones laborales

para asegurar la competitividad del

capital europeo en la economía mundial.

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europeo en la economía mundial. Tal presión ha sido más intensa en los países centrales, especial-mente en Alemania, donde las rondas de Hartz sobre ‘reformas’ al mercado laboral, y la estrecha cooperación –cualquiera sea la retórica– de los sindicatos, permitió a Alemania recuperar y lue-go incrementar su ventaja competitiva. La propia canciller Merkel señala que el éxito de la compe-titividad alemana se basa en la ‘moderación sala-rial’.

Aquella historia exitosa se ha convertido en Europa en el equivalente del Consenso de Wash-ington que fuera impuesto en décadas anteriores en los países subdesarrollados. La flexibilidad laboral, los ataques a las pensiones, la desregula-ción de las profesiones y la privatización de los servicios públicos, han pasado a ocupar un lugar clave en los programas de austeridad implanta-dos a los países periféricos de la zona europea.

Tales cambios no han sido suficientes para contener el espectacular deterioro de la UE en la economía mundial durante los últimos cuatro años. Debe recordarse que el principal objetivo de la creación del euro era convertirlo en una mo-

neda de reserva o dinero mundial capaz de com-petir con el dólar y el yen. No obstante, en toda su trayectoria el euro nunca ha podido superar el 30% del stock global de reservas de divisas, ubi-cándose sin mayores variaciones en torno al 27% en los años de crisis.

Las medidas que han tomado las otras po-tencias económicas –la manipulación del yuan en China o los relajamientos cuantitativos en Estados Unidos– están dejando a la economía europea con una moneda que definitivamente no está a un nivel sustentable para competir en los mercados mundiales. De allí la obsesión del bloque por suscribir tratados de libre comercio (TLC), particularmente en América Latina, pero tal vez no con el propósito primario de ganar ac-ceso a los mercados regionales y operar en ellos con seguridad (“Una Europa Global: Competir en el Mundo”, 2006), sino de protegerse de la creciente competencia estadounidense y, sobre todo, china. Los TLC aparecen como instrumen-tos de último recurso, ya que poco podrían decir los gobiernos europeos acerca de cooperación y democracia. DESLINDE

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