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CAPÍTULO 2 PROCESOS DE OCUPACIÓN DE LA AMAZONIA

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CAPÍTULO 2

PROCESOS DE OCUPACIÓNDE LA AMAZONIA

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Llegamos desde lejos a poblar las riveras. Río Amazonas.

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introduCCión

los tres conferencistas de esta sesión nos ofrecen una visión actualizada de la historia de Amazonia. Santiago Mora aborda el tema de la prehistoria amazónica, es decir, antes

del contacto con los españoles, aprovechando los avances de los métodos arqueológicos en las últimas dos décadas. Estos avances han permitido pa-sar de una visión en que se consideraba que la ocupación humana de Ama-zonia no era muy antigua, a constatar que es tal vez una de las regiones donde se dieron avances culturales desde hace por lo menos 12 milenios. El profesor Carlos Zárate trata sobre la historia de los siglos XVIII, XIX y XX, vista desde la conformación de las fronteras amazónicas. El profesor Roberto Pineda aborda la historia amazónica desde los diferentes imagi-narios que se han construido sobre la región.

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de piedraS y SemillaS: loS nómadaS amazóniCoS y Su HiStoria

Santiago Mora1

primero hablaré de las hipótesis de poblamiento del conti-nente. Espero generar un marco de referencia para contex-tualizar los tempranos cazadores-recolectores amazónicos.

Un segundo paso será hablar sobre los cazadores-recolectores en Suramé-rica. Existen serios problemas, tanto teóricos como metodológicos, para entender el poblamiento de Suramérica si asumimos que está conectado con el poblamiento de Norteamérica. Los datos muestran incongruencias que son difíciles de explicar a la luz de los conocimientos que tenemos en el momento y con los marcos de referencia que usamos. Finalmente, voy a hablar sobre las hipótesis que intentan explicar el registro arqueológico de los cazadores y recolectores en la Amazonia; contamos con una serie de hipótesis sobre cómo estos cazadores-recolectores desarrollaron su exis-tencia en esta región. Por último hablaré de los cazadores y recolectores de Peña Roja; este es un ejemplo arqueológico. Mi idea es vincular estas secciones moviéndome de lo general a lo particular. Para cerrar, presentaré unas conclusiones generales.

los primeros habitantes americanos: hipótesis de poblamiento y algunos datosComo ustedes bien saben, las teorías que desarrollamos asumen que

los primeros grupos humanos entraron al continente desplazándose por

1 Profesor del departamento de Antropología de St. Thomas University en Canadá. Antropó-logo de la Universidad de los Andes, magíster de la Universidad de Florida, Gainesville, y doctor de la Universidad de Calgary. Especialista en arqueología. [email protected]

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un sector que hoy es parte de Alaska. Esto ocurrió en un tiempo ubicado entre doce mil y catorce mil años en el pasado, durante un periodo ca-racterizado por una fuerte glaciación la cual causó un congelamiento de las aguas y por tanto una merma en los niveles del mar. De este modo se generó una nueva geografía que posibilitó el tránsito entre Asia y Améri-ca. Estos mismos cambios contribuyeron a la formación de un corredor que va paralelo a las montañas Rocosas en Estados Unidos y Canadá. Fue esta la oportunidad perfecta, teóricamente, para acceder al nuevo mundo. En teoría, hubo grupos de cazadores-recolectores, que eran cazadores es-pecializados, que entrarían al continente persiguiendo grandes animales como mastodontes y megafauna en general.

Una segunda hipótesis se basa en la idea de un desplazamiento cos-tero. Supone que estos primeros ocupantes no tuvieron que entrar por el corredor paralelo a las Rocosas, sino que se desplazaron a lo largo de la costa. Esta hipótesis tiene un buen número de problemas, particularmente de carácter empírico. En efecto, dadas las condiciones actuales de los nive-les del mar, la mayoría de los asentamientos arqueológicos correspondien-tes a esta ocupación estarían ubicados bajo el agua. Por ello resulta difícil comprobar su existencia. La aproximación empleada para “imaginar” el tipo de adaptación desarrollada, así como estos movimientos, se basa en el estudio de los grupos Inuit. El estudio de cómo los esquimales en Canadá y Estados Unidos se adaptan, y particularmente el análisis de la cacería de ballenas y borugas, es uno de los elementos fundamentales para entender esta posibilidad. En realidad, no contamos con datos arqueológicos empí-ricos muy sólidos para soportar esta hipótesis.

Una tercera posibilidad para explicar el poblamiento de América se encuentra en el posible movimiento de grupos de cazadores y recolectores desde Europa. Las bases para edificar esta hipótesis se encuentran en el estudio comparativo de los materiales líticos de Norteamérica con algunos de los materiales líticos del centro de Europa, especialmente de las regio-nes del sur de Francia y norte de España. Al realizar estas comparaciones existen evidentes semejanzas en la técnica y producción de los artefactos líticos. Adicionalmente, tenemos datos genéticos que sugieren que hay co-nexiones entre poblaciones europeas y poblaciones del Nuevo Mundo, par-ticularmente en Norteamérica. A pesar de ello, es extremadamente difícil explicar cómo se realizaron estas migraciones; si nos resulta difícil expli-car los movimientos humanos durante la glaciación entre Alaska y Cana-dá, tenemos aún más problemas para ver estos migrantes llegando desde

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Europa. Se ha sugerido que pequeños grupos de cazadores, probablemente de ballenas, se pierden en el océano o empiezan a moverse entre bloques de hielo en diferentes sectores hasta alcanzar el Nuevo Mundo. De una u otra forma, estamos hablando de cerca de cinco mil o siete mil kilómetros, en algunos sectores, distancias que no son fáciles de transitar.

Los datos arqueológicos que tenemos para Norteamérica sugieren que solo cerca de trece mil años antes del presente aparecen los humanos en el continente por primera vez. Esto crea otros problemas y limitaciones. Un problema adicional para entender la adaptación de estos grupos humanos es que, hace cerca de doce mil o trece mil años, es notoria una extinción drástica de animales en todo el continente; en la sección correspondiente a Norteamérica, la extinción de los mismos se asociaba a la aparición de los humanos. Obviamente los inmigrantes que entran al Nuevo Mundo encuentran especies animales que no han tenido contacto previo con los humanos, son un poco cándidas en su comportamiento en relación con los humanos y estos son cazadores eficientes, prestos a aprovechar esta gran ventaja. Es posible, entonces, que ello produjera una baja en la población de estas especies y posteriormente su extinción. Es importante tener en cuen-ta que en este momento también hay un cambio climático. Esto implica que hay variaciones en las condiciones ecológicas y por tanto dificultades para que estos animales puedan sobrevivir.

Los proyectiles Clovis, característicos de los líticos tempranos de Nor-teamérica, constituyen un trabajo sumamente complejo en términos de su tecnología. Los retoques laterales y sus dimensiones contribuyen a hacerlos un instrumento ideal para matar un animal del tamaño de un elefante. La idea de cualquier grupo de cazadores es aislar la presa. Ustedes todos han visto en televisión que el propósito de un grupo de lobos o un grupo de cazadores prehistóricos es seleccionar una presa −uno de los miembros del grupo, posiblemente el más débil− y tratar de apartarla de la manada moviéndola hacia un sector donde no pueda escapar; una vez arrinconado, el animal debe ser derribado, cuando cae no tiene ninguna posibilidad de escapar. Instrumentos como los proyectiles Clovis permitirían, una vez se-leccionado el animal, producir un sangrado consistente, lo cual implicaría que el animal se debilitara rápidamente. Posteriormente se podrían cortar los tendones de la parte posterior de la rodilla, si estamos hablando de un mastodonte, para derribarlo. Obviamente matar un animal de estos es una tarea muy exigente para un grupo de humanos, que implica la cooperación y la coordinación en la organización de las actividades. Una cosa curiosa

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con estos instrumentos es que, a pesar de que se han encontrado en toda Norteamérica −su distribución llega hasta el sector de Panamá−, son po-cas las asociaciones que se tienen con restos de mastodonte. Solo hay tres casos en que son claras e incontrovertibles las evidencias del uso de estos artefactos en la cacería de mastodontes. Posiblemente por ello las nuevas teorías están hablando más de un uso ritual de estos artefactos y una pro-ducción que tiene que ver con la representación de ellos mismos como ca-zadores. De forma humorística, uno de los especialistas estadounidenses en material lítico sugiere que probablemente los humanos mataron uno o dos de estos mastodontes, pero fue tan importante que hace dos mil años estamos hablando todavía del mismo tema: “¿recuerda el día que matamos el mastodonte?” Esa sería la tradición oral que estamos pasando nosotros, los arqueólogos.

Un segundo tipo de proyectiles, que obviamente están conectados o derivados estilísticamente de Clovis, son los Folson. Explicar el uso de es-tos artefactos nos confronta con problemas semejantes a los anteriormente mencionados: pocas asociaciones con animales grandes; el tamaño de es-tos proyectiles implica que fueron empleados para cazar grandes animales. Se requiere de un instrumento grande para derribar un animal grande; eventualmente servirían para matar un caballo; con animales pequeños no tendrían función alguna.

Otro problema son las ocupaciones tempranas de Suramérica. En Norteamérica existe un límite cronológico claro, trece mil años antes del presente, con una tecnología muy bien definida, caracterizada por estas puntas de proyectil gigantescas y tres hipótesis de posibles rutas que ex-plican el poblamiento. En Suramérica las cosas son bien diferentes. La distribución de los sitios y los datos que de ellos tenemos presentan un panorama un poco más confuso y contradictorio con la información que tenemos para Norteamérica.

En Taima Taima, Venezuela, tenemos una cronología de catorce mil años antes del presente; esto ya constituye un problema. Si estamos po-niendo un límite en Norteamérica de trece mil años antes del presente, estos catorce mil años AP implican que por lo menos mil años antes los hu-manos estaban en Suramérica, una incongruencia importante. Este sitio de Taima Taima está bien excavado y está bien registrado, los datos cro-nológicos obtenidos allí no se basaban en una sola fecha, sino en una secuencia de fechas importantes, es decir, son datos consistentes. En Co-lombia tenemos el Tequendama; probablemente muchos de ustedes lo

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han visitado. Para el Tequendama estamos hablando de una cronología de once mil años AP. Allí tenemos grupos sumamente bien adaptados, es decir, tienen un conocimiento de la ecología, de la migración de los animales, probablemente hay desplazamientos entre la zona andina y los valles interandinos como lo demuestran algunas de las materias primas que utilizaron para la producción de los artefactos líticos. No tenemos en el Tequendama ningún tipo de proyectil semejante a los Clovis o Folson, ni ningún instrumento grande, sino pequeños instrumentos líticos, lo mismo que en Taima Taima, pero los miembros de estos grupos saben lo que están haciendo en términos ecológicos, es decir, no están experimen-tando, ya tienen un conocimiento muy estructurado; estamos hablando de once mil años AP. En Pedra Furada, Brasil, del otro lado del continen-te, los problemas se nos agravan. Para este yacimiento estamos hablando de cronologías de diecisiete mil años AP. Las distancias entre los datos cronológicos de las primeras ocupaciones en Norteamérica y las de Sura-mérica se empiezan a ampliar. ¿Cómo vamos a producir una explicación coherente sobre la ocupación de estos sitios basados en una supuesta co-nexión de estos habitantes y los de Norteamérica? Finalmente en Monte Verde, Chile, tenemos una cronología de treinta y tres mil años AP para una ocupación. Este sitio de Monte Verde tuvo muchísimos problemas. Inicialmente los datos cronológicos sugerían una ocupación de veinte mil años, la cual fue descalificada argumentando problemas de excavación. Posteriormente se hicieron nuevas investigaciones. Se usaron métodos más rigurosos, se obtuvieron más fechas de carbono 14, e inclusive se realizó una reunión a la que se invitaron especialistas de diferentes áreas y diferentes regiones. El resultado es que las fechas obtenidas fueron re-validadas. Sin embargo, estamos viendo una diferencia cronológica entre el poblamiento de Norteamérica y el de Suramérica.

El sitio del cual yo voy a hablar, y esto va a ser hacia el final de la presentación, es Peña Roja, donde tenemos una adaptación de cazadores-recolectores a un ámbito de selva tropical. Estos cazadores-recolectores es-tán especializados para sobrevivir en este medio; para Peña Roja contamos con una cronología que ubica la ocupación hacia el nueve mil AP. Proba-blemente hay sitios mucho más tempranos en la Amazonia colombiana, probablemente hay mucha más información, pero lamentablemente son pocos los estudios que tenemos sobre el lítico temprano en la región ama-zónica. Peña Roja por ahora sigue siendo el sitio mejor documentado, aun-

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que no es el único. Se necesita mucho más trabajo, pero es un buen ejemplo para entender el problema de la ocupación al que nos hemos referido.

de los primeros habitantes amazónicos. HipótesisEn esta sección se estudiarán las ocupaciones amazónicas. Voy a

mostrar cómo se producen los datos, cómo se crean las hipótesis y cómo nos aproximamos a los problemas a partir del material empírico. Para ello tenemos que partir del espacio geográfico. Al observar un mapa de las for-mas vegetales de Suramérica, el bosque amazónico tendría una distribu-ción más amplia de la que en realidad presenta hoy en día; la selva cubriría la zona chocoana colombiana, Urabá y una parte de Panamá.

Tenemos dos hipótesis predominantes en el estudio de los primeros grupos de nómadas en la selva amazónica. La primera es la degradación cultural que es producto de una visión etnocéntrica de nuestras sociedades y de la ecología amazónica. En 1968, Donald Lathrap escribió un artículo en un libro titulado Man the Hunter (El hombre cazador). Este libro inau-gura los estudios antropológicos modernos sobre cazadores y recolectores. Allí Lathrap sugería que en la Amazonia existían dificultades ecológicas para la adaptación de los humanos; una adaptación adecuada, para él, sería la desarrollada por grupos de agricultores que llegan y utilizan las zonas de várzea. Allí se encuentran los mejores suelos para la producción agrícola. El uso de estos suelos crearía recursos y a su vez estos recursos estimula-rían el aumento de la población. Con el transcurrir del tiempo se daría una sobrepoblación de las zonas de várzea; en ese momento los grupos empie-zan a competir por el recurso básico, los mejores suelos para la agricultura. Una consecuencia de esta competencia sería la guerra, la cual implicaría el desplazamiento de los grupos más débiles hacia la zona interior. Allí desa-rrollarían una economía basada en la caza y la recolección. En este caso no se trataría de cazadores y recolectores primigenios, sino que se derivarían de los agricultores. Esta hipótesis hizo, por decir lo menos, de los estudios de cazadores-recolectores un tema poco atractivo para los investigadores, quienes sintieron la necesidad de entender a los agricultores y no a los gru-pos que habían sido desplazados y adoptaban una forma de vida diferente a la agricultura.

La segunda hipótesis, la de la dependencia de los cazadores y recolec-tores de los grupos agricultores, se la debemos al trabajo de los etnógrafos. Cuando Lathrap trabajó en la Amazonia no teníamos casi información

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sobre los cazadores-recolectores, sobre los primeros ocupantes. Sin embar-go, teníamos datos etnográficos que nos permitían contar con una visión coherente para explicar los desarrollos. En cierta forma, lo que los arqueó-logos hicieron fue crear una hipótesis para predecir la forma en la cual se comportó el pasado.

Los datos etnográficos que sirvieron para la creación del modelo vie-nen de diferentes partes. Los antropólogos habían notado que los grupos de cazadores y recolectores de las selvas tropicales tenían un comercio in-tensivo con los grupos de agricultores. Los cazadores y recolectores pro-porcionaban a los grupos agrícolas materias primas exóticas como resinas y venenos extraídos del bosque. En general los nómadas aportaban todos estos recursos a los cuales los grupos que viven cerca de las orillas de los ríos no tienen acceso; a cambio recibirían productos cultivados, como la yuca. La explicación sobre las razones que fundamentan este intercambio se basa en conocimientos médicos. Estos sugieren que sin el consumo de los aminoácidos que se producen, principalmente, a través de la agricultu-ra, es posible desarrollar problemas de desnutrición. Es en este sentido que los cazadores y recolectores son dependientes de los agricultores, necesitan estos aminoácidos, por ello no pueden existir por sí solos en el bosque. Los ejemplos etnográficos que se utilizaron para soportar esta hipótesis son di-versos. En las zonas fluviales de las Filipinas tenemos grupos políticamente muy estructurados y en continua interacción con los cazadores-recolecto-res. Los cazadores-recolectores proveían a estas organizaciones políticas con los recursos exóticos que se transformaban en objetos de prestigio; no solo los cazadores-recolectores necesitan a los agricultores para conseguir sus aminoácidos, sino que las formaciones políticas complejas necesitan los recursos exóticos que producen estos cazadores-recolectores. Un ejem-plo semejante se ha documentado en Malasia.

En Colombia han sido citados dos casos importantes. Por un lado, están los trabajos de los Morey2 quienes investigaron el comercio en los Llanos; esta investigación consideró la relación entre grupos de cazadores-recolectores y los agricultores. En este caso no es válida la analogía para entender las adaptaciones en el bosque, dado que estaríamos hablando de

2 Nancy Morey y Robert Morey, Relaciones comerciales en el pasado en los Llanos de Colom-bia y Venezuela (Caracas: Universidad Católica Andrés Bello-Instituto de Investigaciones Históricas, 1975).

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una adaptación a sabana tropical; entonces los recursos serían un poco diferentes.

Un segundo ejemplo, que nos sirve mucho más, es la relación entre los grupos Makú de la región amazónica con los agricultores. La información, en este caso, proviene de los escritos de Koch-Grünberg quien describe a los cazadores-recolectores y su relación con los grupos sedentarios. Poste-riormente, Silverwood-Cope, otro antropólogo, quien trabajó en la misma región, nos muestra que hay una dependencia de estos grupos nómadas respecto a los grupos sedentarios, aunque no hay una evaluación detallada de la dieta.

Dados los recursos de los ecosistemas de selva tropical y las relaciones documentadas entre grupos sedentarios y no sedentarios, se posibilitó la construcción de este modelo de dependencia. Tenía sentido asumir que se trataba de una generalización válida a partir de lo expuesto anteriormente. Sin embargo, los cazadores y recolectores que más se han estudiado para tratar de evaluar esta hipótesis fueron los grupos Nukak. Según los da-tos de Gustavo Politis3, en la estación seca, el intercambio y la agricultura combinados darían solo el 14% de la dieta de este grupo y para el primero solamente el 1%. Lo que deseo indicar con esto es la gran variabilidad que existe, según la estación. Estas informaciones no parecen concluyentes; adicionalmente la composición de los bosques ha variado y las condiciones sociales en que viven los Nukak son, de cierta manera, especiales.

tempranos habitantes: peña roja4

Necesitamos evaluar los datos etnográficos que tenemos, buscar da-tos paleoambientales y tratar de entender cuál es el contexto de Peña Roja dentro del debate del poblamiento de la Amazonia y la adaptación de estos primeros cazadores y recolectores.

Si tomamos en cuenta que Peña Roja tiene una fecha de nueve mil años antes del presente, y la examinamos a la luz de las hipótesis ante-riormente expuestas, nos encontramos con la necesidad de la existencia de grupos de agricultores en la región. Es decir, hacia el año nueve mil antes del presente, debería haber agricultores produciendo de una forma más o

3 Gustavo Politis, Nukak (Bogotá: Instituto Amazónico de Investigaciones, Sinchi, 1996).4 Santiago Mora, Amazonia, pasado y presente de un territorio remoto (Bogotá: Universidad

de los Andes, Fondo de Promoción a la Cultura, 2006).

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menos constante los productos que necesitan estos grupos de cazadores y recolectores para nutrirse adecuadamente. Esto es un problema serio por-que no tenemos ninguna evidencia de que algo así hubiera ocurrido. La agricultura más o menos organizada −intensiva en cierta medida− empezó hace tres mil años. Lamentablemente no tenemos ninguna evidencia de que este tipo de agricultura existiera en la Amazonia en esa época.

Otra alternativa es considerar la información de Peña Roja y con ella demostrar que estas hipótesis son nulas; es decir, demostrar que existieron cazadores-recolectores independientes de la agricultura en las selvas, par-ticularmente en la Amazonia. Para ello, en primer lugar, debemos compro-bar la distribución geográfica del bosque amazónico en el pasado. Tenemos que probar que en el sitio donde queda Peña Roja existió una selva tropical lluviosa simultánea a estos cazadores-recolectores. Ese sería el primer re-quisito. Después tendríamos que entender cómo es la subsistencia de esos grupos, cuánto de lo que consumen proviene de una actividad agrícola, cuánto proviene de la caza y la recolección.

Según los estudios de paleoecología de la selva amazónica, en el pasa-do vastas extensiones de selva tropical se convirtieron en sabanas5. Esto es lo que se ha llamado la teoría de los refugios del Pleistoceno. Estos estudios muestran que en el sitio de Peña Roja hubo siempre una selva tropical, al menos en los últimos dieciocho mil años. Si tenemos grupos de cazadores-recolectores viviendo en esa región hace nueve mil años, quiere decir que estos grupos están viviendo dentro de un medio de selva tropical. Hasta este punto esto es teórico; obviamente el nivel de resolución es gigantesco.

Aquí hay un problema adicional. Es importante mencionar que si los modelos propuestos implican que es imposible tener una adaptación de cazadores-recolectores viviendo en la selva tropical de forma independien-te de los agricultores, vamos a tener problemas para explicar la coloniza-ción del continente desde Norteamérica. Sabemos, basados en los datos paleoecológicos, que el Chocó y la zona de Panamá tuvieron una selva tro-pical más o menos durante el mismo periodo. La pregunta es ¿cómo cru-zaron estos grupos de cazadores-recolectores desde la zona de Panamá y Costa Rica hasta la zona colombiana sin adaptarse a vivir en un bosque de selva tropical? En teoría esto destruiría la conexión y la ocupación Nortea-

5 Ver H. Hooghiemstra y T. van der Hammen, “Neogene and Quaternary development of the neotropical rain forest: The forest refugia hypothesis, and a literature overview”. Earth-Science Reviews 44 (3-4, 1998): 147-183.

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mérica-Suramérica en términos de la ocupación temprana, al menos para una colonización que se movilizara en medio de la jungla.

Regresemos al problema de Peña Roja. A continuación se encuentran algunos datos ambientales de este sitio; estamos hablando de temperaturas de 25°C en promedio; 3 000mm de precipitación que genera un bosque de selva tropical. De 7 a 9 metros de variación en el nivel del río, de acuerdo con lluvias en las cabeceras y una primera ocupación de nueve mil años. Ahora necesitamos saber qué pasó hace diez mil años en el sitio y cómo estaban estos grupos de cazadores y recolectores.

Hace diez mil años se dio en el medio río Caquetá un proceso bien interesante: el inicio del Holoceno. Esto quiere decir un cambio climático global, aunque hay una tendencia en el Caquetá a ser menos lluvioso, un poco más cálido; en este momento se define el curso del río Caquetá. Du-rante el Pleistoceno el río Caquetá se comporta erráticamente, las variacio-nes en la precipitación son muy fuertes y en la región no hay estructuras fuertes que encaucen el río. Por tratarse de una planicie sedimentaria, el río está más o menos libre para cambiar su curso. Hacia el diez mil, el río empieza a tomar el curso que tiene hoy en día y es más estable.

La fecha de diez mil años coincide con un cambio importante en la vegetación. La zona negra que cambia de forma dramática hacia el diez mil corresponde con los indicadores de elementos acuáticos, algas o plantas que viven en zonas periódicamente inundadas. Es notorio cómo hacia el diez mil estas plantas tienden a desaparecer y empiezan a aparecer árboles. Esto se interpreta como un proceso a partir del cual se estabilizó el curso del río Caquetá; las plantas que crecían en zonas de inundación dieron paso a un bosque más o menos estable. Entre estas plantas se registra una que es un importante indicador del comportamiento de las aguas: la Mau-ritia flexuosa. El canangucho, como se conoce popularmente, puede crecer en zonas medianamente inundables y puede sobrevivir en zonas inunda-bles. Normalmente esta palma prefiere habitar en las zonas de frontera. En la gráfica 1 se ve que hace diez mil años el canangucho es poco frecuente, y aumenta su frecuencia hacia el presente. El canangucho es además una planta útil. La gráfica sugiere que cuando se dio este cambio ambiental los grupos humanos encontraron un lugar adecuado para iniciar la ocupación de la terraza de Peña Roja.

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GráfiCa 1. Perfil arqueológico de la excavación de Peña Roja6.

Por una parte, se encuentran las fechas de carbono 14; por otra, los estratos, como los definimos en términos de suelos. En el estrato 7 se encuentra la fecha más profunda que tenemos, 9 250 AP. A partir de ese punto, y moviéndose hacia arriba, se ve una disminución en la antigüe-dad. Es notoria una pequeña divergencia entre una fecha de 9 125 y 9 160. Realmente esta divergencia no es significativa: en fechas de 10 000 o más, el radiocarbono puede dar márgenes de error de 40 a 50 años; también depende del laboratorio y de la pureza de la muestra. En este caso tene-mos una secuencia cronológica estable. Hasta el estrato 5 se encuentran los horizonte precerámicos; es decir, no hay nada de material cerámico, todos los instrumentos son instrumentos líticos. Después, en la parte superior, tendríamos el horizonte 4. El horizonte 4 lo hemos llamado zona de tran-sición; el problema con el horizonte 4 es que presenta materiales revueltos, hay cerámica y al mismo tiempo hay una cantidad de materiales líticos. Probablemente los agricultores de los horizontes 1, 2 y 3 hicieron su trabajo

6 Tomado de Inés Cavelier, Carlos Rodríguez, Luisa F. Herrera, Gaspar Morcote y Santia-go Mora, “No sólo de caza vive el hombre. Ocupación del bosque amazónico. Holoceno temprano”, en Inés Cavelier y Santiago Mora (ed.), Ámbito y ocupaciones tempranas de la América Tropical (Bogotá, Colcultura, Fundación Erigaie, Bogotá, 1995), 27-44.

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agrícola, quitaron la vegetación, removieron la tierra y revolvieron mate-riales arqueológicos de diferentes periodos. Por esta razón los datos de este horizonte no los consideramos importantes; son el producto de un pro-fundo proceso de alteración. Del horizonte 5 hacia abajo tendríamos los grupos de cazadores-recolectores con instrumentos líticos; del horizonte 4 hacia arriba, los grupos de agricultores que tienen algunos instrumentos líticos, pero se trata de otra forma de ver la vida.

Acá se indica la cantidad de carbón recolectado, según la técnica de recolección, en el sondeo 10 de Peña Roja. Cuando excavamos recolecta-mos todo el carbón que es posible, pedazos grandes o pequeños. Esto nos da información sobre las diferentes quemas y clareas del bosque usando fuego durante el periodo cerámico y el precerámico. Como se ve, las que-mas son mucho menores en el periodo cerámico que en el precerámico. Al estudiar los materiales carbonizados obtuvimos una colección de palmas; las palmas vienen a ser básicas en la adaptación de estos cazadores y reco-lectores. Esto tiene mucho sentido, como lo demuestra su importancia, hoy en día, en contextos etnográficos.

La frecuencia y el comportamiento de estas plantas útiles son seme-jantes y comparables con los de los instrumentos líticos. La distribución, por tipo, de los artefactos líticos, basados en la función que desempeñan, permite crear categorías que contribuyen a entender la adaptación de estos cazadores-recolectores amazónicos. Los perforadores, cuñas y raspadores se destacan al revelar una división entre lo que pasó en una primera ocu-pación de cazadores y recolectores y una segunda ocupación de cazadores y recolectores. Estas diferencias no solo tienen que ver con la intensidad del uso y el desuso de los recursos líticos, sino también con las formas en las cuales estos se utilizaron, la variación en las palmas, así como el cambio de uso de materias primas. Durante la primera ocupación de cazadores y recolectores se prefiere el chert; en la segunda etapa hay un énfasis en el cuarzo. Esta selección de materia prima es cultural. Creemos que son grupos diferentes, a pesar de que son cazadores y recolectores. Se trata de un pequeño raspador, probablemente empleado para trabajar maderas y cueros. Durante la segunda ocupación de cazadores y recolectores, a través del estudio de fitolitos pudimos identificar un tipo de calabaza. Estamos hablando de manipulación de las plantas. Los fitolitos estudiados indican que no se trata de plantas silvestres sino de plantas semidomesticadas.

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de PiedrAs y semillAs: los nómAdAs AmAzónicos y su historiA

Conclusiones preliminaresLa primera conclusión es que existieron, en la zona de Araracua-

ra, en el curso medio del río Caquetá, grupos de cazadores-recolectores anteriores al desarrollo de la agricultura, quienes vivían en un bosque de selva tropical. Esto quiere decir que la hipótesis de Lathrap de la de-gradación de los agricultores no es válida; tampoco lo es la hipótesis ge-nerada a partir del estudio de material etnográfico de la dependencia de cazadores-recolectores.

La segunda conclusión es que las plantas cultivadas aparecen en la Amazonia mucho antes de lo que pensábamos. Hace 8 000 años ya se daba una manipulación de algunas calabazas y tubérculos.

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amazonia: la HiStoria deSde la frontera

carloS g. zÁratE Botía1

introducción

tanto en sentido general como en sentido estricto, la histo-ria de la gran región amazónica y también la de sus seccio-nes nacionales puede ser interpretada como una historia de

frontera o de fronteras y significa la oportunidad de abordar desde ellas los diferentes momentos y procesos por los que ha pasado la región, su transformación endógena, su articulación al mundo, su situación actual y porqué no, sus posibilidades futuras.

Siempre que hablamos de Amazonia podemos estar refiriéndonos a una multiplicidad de fenómenos que la han marcado y que pueden ser abordados desde un enfoque de fronteras: la frontera extractiva de los im-perios y de un proceso de articulación global que empezó en el siglo XVI y aún no termina; en la colonia, del espacio de lucha de los imperios hispano y lusitano por el control de los accesos fluviales a las tierras interiores sura-mericanas; la formación de una frontera misionera y de expansión de la fe cristiana y su imposición sobre los sistemas de creencias de las sociedades aborígenes; la frontera política y de los frentes de expansión de las socieda-des y de los nuevos Estados-nación después de la independencia, estamos hablando ya del siglo XIX; y entre otras cosas, de fronteras lingüísticas o incluso, en terrenos más simbólicos, de fronteras de la identidad.

La polisemia del concepto de “frontera” no debe verse como un im-pedimento sino, en el caso de la historia de esta región, como una op-ción interpretativa que requiere, sin embargo, del enriquecimiento de su

1 Sociólogo, M.Sc. en Ciencias Sociales (Estudios Amazónicos) Flacso Ecuador, Ph.D. en Historia de la Universidad Nacional de Colombia, Profesor Asociado de la Universidad Nacional de Colombia, sede Amazonia - Instituto Amazónico de Investigaciones IMANI.

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capacidad explicativa. Este enriquecimiento ha sido posible por los logros de las ciencias sociales en las décadas de tránsito del siglo XX al XXI, en su esfuerzo por entender y analizar los problemas del mundo actual y en particular los asociados de una u otra manera al derrumbe, en 1989, de una de las fronteras que dividía, tanto simbólica como físicamente, a la actual sociedad planetaria, nos referimos al muro de Berlín. Desde entonces, el concepto de frontera ha vuelto a adquirir tanta relevancia y centralidad que sabemos de conocidos académicos europeos como Pierre Vilar que han llegado incluso a plantear que la historia del mundo puede ser mejor observada desde la frontera2.

Para detenernos en otro ejemplo desde la disciplina histórica, en su trabajo La identidad de Francia3, Fernand Braudel señalo la necesidad de poner especial atención a los lugares fronterizos en tanto allí afloraban los cambios en el paisaje, los contrastes y otras evidencias de las diferencias entre sociedades y entre grupos humanos. Este historiador era consciente de la ambigüedad del concepto pero sobre todo de su utilidad: la frontera como lugar de la diferenciación y la confrontación, pero también como el espacio de encuentro. Allí hace referencia a ríos que separan y a ríos que unen o ríos “puentes”. No obstante, en su análisis solo se detuvo en la pri-mera definición, sin avanzar mayor cosa en las posibilidades de la segunda acepción.

Desde hace algunas décadas, las fronteras en las ciencias sociales se entienden no solamente como los sitios de delimitación, sino cada vez más como los escenarios de contacto entre entidades distintas, es decir como el lugar de encuentro con el otro y, por tanto, como el ámbito de fusión y creación de nuevas sociedades. Este cambio de énfasis tiene consecuencias insospechadas y por tanto poco advertidas por las disciplinas sociales pero podría permitir reconsiderar y repensar conceptos considerados inamo-vibles como el de “soberanía”. Una herencia decimonónica nos ha acos-tumbrado a entender la soberanía como un esfuerzo interno y solitario de cada Estado-nación por extender su dominio y control territorial sobre un

2 La referencia a Vilar es de Peter Sahlins en su artículo “State formation and national identity in the Catalán borderlands during the eighteenth and nineteenth centuries”, en Thomas Wil-son y Hastings Donnan (eds.), Border identities: Nation and State at international frontiers (Cambridge: New York, Cambridge University Press, 1998), 31.

3 Fernand Braudel, La identidad de Francia: El espacio y la historia, vol. I (Barcelona: Gedisa, 1993), 47.

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espacio vacío o un frente de expansión interno que invisibiliza al otro o a los otros, mientras que una concepción más amplia de frontera nos puede advertir, como sugieren Taylor y Flint que la soberanía “nunca es cuestión de un solo Estado” sino el resultado de un conflicto o un convenio interes-tatal. Según estos autores “no es posible ser soberano simplemente procla-mando la soberanía propia”4.

Lo anterior también nos lleva a ampliar la perspectiva de la historia local y regional así como los habituales enfoques retrospectivos sobre la frontera misma. Para citar solo el caso de la frontera amazónica de nuestro país con Brasil y Perú, no es posible entender la historia de poblados como Tabatinga, Leticia, Santa Rosa o Caballococha, poco relevantes para los centros de estos países, como si fueran tres procesos distintos en la cons-trucción de una frontera común5. Estos pueblos fronterizos son el resulta-do de un complejo proceso de contacto e interrelación donde el influjo de los respectivos Estados-nación apenas constituye un dato al lado de otros de escala regional y local no menos importantes.

De igual manera, cuando entendemos estos espacios fronterizos como el resultado de contactos, de encuentros o desencuentros y como procesos sui géneris de interrelaciones sociales, convertimos en inevitable la inda-gación por las sociedades de frontera, las mismas cuya existencia daban la sensación de estar en “un tercer país” de acuerdo con la referencia de Orlando Fals Borda6 o, en la versión de Anthony Giddens, otro sociólogo conocido, aquellas que expresan la existencia de sistemas intersocietarios que atraviesan “sistemas sociales discernidos como sociedades distintas”7. Uno de los rasgos de estos sistemas igualmente poco advertido por los aca-démicos, es su carácter transnacional o transfronterizo.

Finalmente, otra consecuencia de no poca monta relacionada con la reconsideración de los espacios fronterizos tiene que ver con la necesidad

4 Peter Taylor y Colin Flint, Geografía política. Economía mundo, Estado-nación y localidad (Madrid: Trama Editorial, 2002), 176.

5 Carlos Zárate, Silvícolas, siringueros y agentes estatales. El surgimiento de una sociedad transfronteriza en la Amazonia de Brasil, Perú y Colombia 1880-1932 (Leticia: Universidad Nacional de Colombia-Imani, 2008), 47.

6 Orlando Fals Borda, La insurgencia de las provincias: hacia un nuevo ordenamiento terri-torial para Colombia (Bogotá: Universidad Nacional de Colombia: Iepri-Siglo XXI Editores, 1988), 24-25.

7 Anthony Giddens, La constitución de la sociedad. Bases para la teoría de la estructuración de la sociedad (Buenos Aires: Amorrortu Editores, 1998), 28.

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de asignarles una mayor significación en los procesos aún inacabados de delimitación, constitución y consolidación de los Estados-nación. Esta es una manera de saldar la deuda que las ciencias sociales adquirieron con las fronteras nacionales en el siglo XX, al relegarlas a un lugar anodino cuando gran parte de ellas se adscribieron sin mayor reparo al dicotómico binomio conceptual de “centro” y “periferia”8. De alguna manera se trata de invertir esta dicotomía poniendo la “periferia” en el “centro” no con la pretensión ilusoria de dar vuelta a la historia sino con la más modesta de develar y res-tituir la memoria, el papel y las posibilidades futuras de los espacios margi-nados y de su gente, en la tarea de ayudar a configurar la región y la nación.

la centralidad histórica de la amazoniaEs imposible desconocer que en la actualidad la región amazónica,

por su magnitud espacial y su diversidad biológica y geográfica, está en el centro del mapa planetario y es objeto de la atención y el interés de múl-tiples y poderosas fuerzas económicas nacionales y globales, algunas de ellas en pugna, pero con capacidad para incidir en la transformación o en la eventual desaparición de la región que aún conocemos. Esto nos obliga a suponer que esta centralidad de la Amazonia, desde ciertas perspectivas no muy exploradas, en modo alguno es un asunto reciente y por el con-trario puede entenderse como un elemento constituyente de su historia. Si nos deslizamos desde la dicotomía convencional de centro y periferia, para entender procesos generales que hoy adquieren notoriedad y que al mismo tiempo son resultado del pasado, como los que se agrupan bajo el término de globalización, podremos constatar que, por lo menos desde fines del siglo XV y comienzos del siguiente, la Amazonia ha estado inmersa en un proceso de globalización que aún no concluye.

Luego de transcurridos varios siglos de las gestas exploratorias y mer-cantiles que desembocaron en la irrupción del nuevo mundo y a pesar de profundas transformaciones, la configuración actual de la Amazonia, no

8 Según James Anderson y otros autores, las ciencias sociales del siglo XX fueron presas de la sorprendente aunque explicable paradoja de que al dedicarse al estudio de la sociedad en la segunda posguerra, cuando la figura de los estados-nación se tornó preponderante, olvidaron analizar precisamente los bordes que delimitan y definen tal entidad. James An-derson, Liam O’ Dowd y Thomas Wilson, “Why Study Borders Now”, Regional and Federal Studies 12(4, 2002): 4.

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solo en el terreno político, sigue reflejando, como en una fotografía, los ecos de la cristalización de una coyuntura que condensó la correlación de fuerzas entre las potencias europeas a lo largo del siglo XVI y que simul-táneamente sancionó el comienzo de la compartimentación y repartición de un vasto espacio y un bioma, que al menos en términos biogeográficos, constituía por entonces una unidad. Si hoy vemos el mapa de la Panama-zonia, o Amazonia continental como la denominan algunos, encontramos que con la excepción, al menos formal, de escoceses o irlandeses, los des-cendientes de las demás potencias lograron establecerse y hacerse a una porción de territorio selvático, contra y sin el consentimiento de quienes lo habían venido habitando. Sin desconocer los profundos cambios por los que ha atravesado la región en los dos últimos siglos, podemos decir que la herencia colonial sigue estando presente, como lo confirman las huellas de la pervivencia del establecimiento hispano encarnado en las llamadas naciones andino-amazónicas, el preponderante legado de Portugal a tra-vés de la inmensa Amazonia brasileña, las recientemente descolonizadas posesiones inglesas y holandesas o la aún subsistente región ultramarina francesa, que conforman lo que conocemos como las Guyanas.

En una perspectiva complementaria, aunque distante de las que han orientado las interpretaciones históricas predominantes –centradas en el protagonismo de las metrópolis o de las élites que afrontaron el desafío de dar forma a los actuales estados-nación–, podemos afirmar que la re-gión amazónica ha tenido mayor significación que la que se le ha atribuido tanto en escala global como en el contexto del continente americano. La Amazonia ha puesto una cuota nada despreciable en la configuración de la fisonomía económica, cultural y ambiental del planeta. El aporte global de la región en materia económica se puede expresar en una frase: cinco siglos de extracción continua de riqueza natural transferida a Europa y al llamado primer mundo convertida en dinero, poder y opulencia de unas pocas sociedades, sin compensación ni reconocimiento por el origen de su progreso y su preeminencia actuales.

El desconocimiento y la invisibilidad de las sociedades amazónicas o, en el mejor de los casos, su distorsión e idealización, han sido la norma en el mundo moderno hasta su fase global actual. Desde las primeras entradas de los conquistadores y hasta hoy, los pobladores amazónicos han sido es-tigmatizados como la antípoda de la civilización, considerados como masa informe para la difusión o imposición de ideas religiosas surgidas en la Europa cristiana, o como mano de obra indócil e inadecuada para satis-

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facer la demanda mundial de los productos de la selva y de sus ríos. No obstante este contexto adverso, la Amazonia también ha ganado audien-cia global para su reconocimiento como espacio de otredades culturales y sociales. Las culturas amazónicas son referentes porque expresan modos singulares de relación y sociabilidad con sus semejantes, por haber desa-rrollado procesos complejos de interacción no destructiva con su entorno y por ser sujetos generadores de formas alternativas de conocimiento y pen-samiento. La importancia que el llamado mundo desarrollado está asig-nando a la región amazónica demuestra que esta sigue jugando un papel protagónico a escala global por lo cual es necesario asignarle un destino distinto al de invisibilización, subordinación y estigmatización que le ha tocado en el pasado y aún en el presente.

La Amazonia ha jugado un papel fundamental en la configuración de los Estados nación incluido el colombiano y, en buena medida, por el desconocimiento de este hecho por las élites en el poder, nuestro país y la región pagan hoy altísimos costos al no haber afrontado de manera ade-cuada y decisiva la articulación de un tercio de su territorio al resto de la nación. En la Amazonia, como en otras partes del país, el reconocimiento de la preponderancia del Estado, la legitimidad de sus actos, su capaci-dad para establecer el predominio de la legalidad de las instituciones son aún mandatos cuestionados y constituyen imperativos nacionales no re-sueltos. Como corolario de esto basta mirar solo dos hechos: la región y sus pobladores siguen siendo el escenario y las víctimas de un conflicto cincuentenario que poco inquieta al resto de la nación, mientras que sus selvas y ríos sustentan lucrativos negocios para empresas y empresarios de naciones desarrolladas, pero cuya ilegalidad significa castigo, estigmatiza-ción, violencia y pobreza a la región y a sus habitantes. En 2010 se acaba de celebrar el bicentenario de la independencia de Colombia y la ocasión debe aprovecharse para hacer una lectura y un balance de la insubsanable deuda que la sociedad nacional tiene consigo misma al desdeñar el significado de esta región y de sus fronteras.

la inconclusa invención de la frontera amazónicaEl comienzo del montaje del establecimiento imperial lusitano en la

Amazonia solo fue posible tras varias décadas de lucha contra sus competi-dores europeos, luego de confinar a holandeses e ingleses a algunos enclaves costeros donde hoy se hallan las capitales de las Guyanas. Luego de garantizar

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el control del acceso al río Amazonas, con el apoyo inicialmente de los Tupinambá, contra las pretensiones de los franceses que habían logrado establecerse en varios lugares de la costa Atlántica, se fundó en 1616 el fuerte Presepio permitiendo poner a los portugueses “el pie en la cuenca Amazónica”9. El avance luso sobre el Amazonas a pesar de que se dio bajo la unión entre 1580 y 1640 de las coronas de España y Portugal, mostró la inocuidad del Tratado de Tordesillas al pretender confinar la acción de Portugal a una pequeña franja costera cuyo límite occidental llegaba ape-nas a la isla de Marajó en la desembocadura del Amazonas (ver gráfica 1). En ese periodo se presentaron varias expediciones militares al frente de las llamadas tropas de rescate que esclavizaron y aniquilaron a buena parte de la población indígena que habitaba las cercanías del gran río, así como las expediciones fluviales del capitán Pedro de Texeira por el lado portugués y la de misioneros franciscanos provenientes de Quito entre 1637 y 1640, año en que España y Portugal volvieron a ser reinos separados y abiertamente contendientes. Hacia 1680 el alto Solimões10 cerca de la actual frontera de Colombia, Perú y Brasil se convirtió en el campo de lucha de estas dos co-ronas por el control fluvial de la parte alta del río Amazonas como se puede ilustrar en la excelente síntesis (mapa) del avance fluvial portugués en la Amazonia de John Hemming11. El botín en ambos casos estaba constituido por los recursos de la selva y por la población ribereña que los colectaba. Por el lado portugués los nativos eran perseguidos por los sertanistas12 y utilizados en las actividades de extracción de diferentes especies vegetales llamadas “drogas do sertão” apetecidas en el mercado mundial por su valor alimenticio y medicinal, con apoyo de las tropas de rescate, mientras que por el lado español los misioneros jesuitas, encabezados por Samuel Fritz, pugnaban por consolidar una frontera mediante la fundación de pueblos de misión o reducciones donde concentraban a la población de manera casi siempre compulsiva, con un apoyo militar precario proveniente de Quito. Fritz logró colocar la frontera fluvial hispana en la última década del siglo

9 Arthur Reis, Limites e demarcações na Amazonia brasileira, vol. 2 (Belem: Secult, 1993), 24.

10 Solimões es la denominación brasileña de la porción del río Amazonas desde Tabatinga, en la frontera con Colombia, hasta su confluencia con el río Negro, cerca de la actual ciudad de Manaos.

11 John Hemming, Red Gold. The conquest of the Brazilian Indians, 1500-1760 (Cambridge, Massachusetts: Harvard University Press, 1978).

12 Reis, Limites e demarcações, 51.

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XVII en cercanías de Manaos, luego de fundar siete poblados de misión y de hacer trabajo misionero en más de cuarenta asentamientos indígenas en islas del Amazonas. Hacia 1700, esta débil frontera misionera fue ocupada por las tropas portuguesas, los pueblos de misión fueron destruidos y parte de sus habitantes llevados como esclavos a Belém. Las actividades de los misioneros españoles solo pudieron rehacerse hacia 1730 con la fundación de San Joaquín, arriba de la desembocadura del río Napo, en remembranza del primer pueblo fundado por Fritz y que originalmente se situaba cerca de la actual población de Pebas. Esta población marcaba el proceso de re-tracción, en más de mil kilómetros, de la frontera misionera que sobre el Amazonas había establecido el padre Fritz cuatro décadas atrás13 en nom-bre de España.

Los intentos de las dos coronas por negociar y definir sus áreas de control y el confín de sus fronteras en la época colonial incluidas las de la Amazonia, solo se concretaron, aunque parcialmente, al promediar el siglo XVIII, mediante la negociación de los tratados de Madrid de 1750 y de Santo Ildefonso de 1777, la conformación de las comisiones de límites creadas por esos convenios y las respectivas expediciones llevadas a cabo con el propósito de reconocer las fronteras y delimitarlas sobre el terreno. Estos tratados, que pretendían remplazar el obsoleto acuerdo de Tordesi-llas de 1494, finalmente no pudieron perfeccionarse y se archivaron. La suerte de las comisiones de límites creadas bajo su amparo abunda en ejemplos de los avatares y fracasos de las empresas delimitadoras. Las co-misiones de límites del tratado de Madrid que debían empezar el trabajo de demarcación en el alto río Negro, cerca de la actual triple frontera de Colombia, Venezuela y Brasil, nunca llegaron a reunirse para trabajar en conjunto ya que los miembros de la partida española llegaron al sitio de encuentro predefinido cuatro años después que los portugueses hicieran lo propio.

Las partidas española y portuguesa de la comisión de límites del trata-do de 1777 encargadas de la delimitación de la frontera sobre el Amazonas se reunieron en Tabatinga en 1780 para iniciar las labores de demarcación bajo la orientación de Francisco Requena por el lado español y de Constantino

13 Puede consultarse una descripción detallada de este proceso de contracción y expansión de la frontera luso-hispana sobre el Amazonas en: Carlos Zárate, “Movilidad y permanencia Ticuna en la frontera amazónica colonial del siglo XVIII”, Journal de la Societé des Américanis-tes 84 (1998): 73-98.

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de Chermont, comisionado alterno designado por el lado portugués. Casi veinte años después de haber sido conformada, luego de pocos avances de reconocimiento conjunto en los ríos Amazonas, Caquetá y Apaporis logrados en los dos primeros años y al cabo de muchos problemas y des-avenencias entre unos y otros, la comisión fue disuelta sin llegar a un acuerdo que definiese los límites de las coronas de España y Portugal en la Amazonia14.

La ausencia de delimitación de las posesiones portuguesas e hispanas en la Amazonia al final del régimen colonial, no equivale a negar el proce-so de formación de una frontera que sancionó la división de la región entre Amazonia hispana y Amazonia portuguesa y consecuentemente, el surgi-miento de lo que hoy llamamos alta Amazonia. El fracaso de las comisiones de límites en sus objetivos de demarcación tampoco significa desconocer su significado y su aporte en la configuración de los actuales espacios fron-terizos. Las comisiones de límites, no solo en la época colonial sino en la republicana, constituyeron, en gran medida, la avanzada oficial de los fren-tes de colonización imperiales o nacionales y fueron las moldeadoras de las actuales fronteras. Estas comisiones, de manera directa o por procesos asociados, están en el origen de la actual red de asentamientos fronterizos nacionales y binacionales que divide la alta Amazonia o Amazonia andina de la Amazonia brasileña. Por el lado español se fundaron San Fernando de Atabapo en 1758 o San Carlos y San Felipe dos años más tarde mientras que por el lado portugués se establecieron Barcelos del alto río Negro en 1758, sobre las bases de una aldea indígena misionera, al igual que Marabi-tanas o San Gabriel en 1763. Estas aldeas constituyeron marcas no concer-tadas, dejadas por las dos partidas de la comisión de límites del tratado de Madrid. Igual sucedió con Loreto de Ticunas que fue creada en 1760 como último asentamiento misionero español y como frontera sobre el Amazo-nas, o la fundación de Tabatinga, como respuesta portuguesa en 176615.

14 Carlos Zárate, “La formación de una frontera sin límites: los antecedentes coloniales del tra-pecio amazónico colombiano”, en Carlos Franky y Carlos Zárate (ed.), Imani-Mundo: estudios en la Amazonia colombiana (Bogotá: Imani, 2001), 229-259.

15 Los portugueses eran conscientes de que Tabatinga había sido fundada en terrenos que según el tratado en mención deberían ser devueltos a España. Sin embargo, la falta de un acuerdo definitivo y otras consideraciones menores por parte de los portugueses ofrecieron la excusa para que estos retuvieran Tabatinga para sí. Lourenço Amazonas, Diccionario to-pográfico, histórico, descritivo do Alto Amazonas (Manaus: Associação Comercial do Ama-zonas, 1984), 146.

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(Gráfica 1). Incluso la fundación de Leticia (1867) en la era republicana fue el resultado del trabajo de la comisión de límites que se conformó según el tratado de navegación y límites firmado hacia 1851 entre Brasil, luego de haberse separado de Portugal empezando su vida como imperio independiente y Perú que estaba adoptando su forma republicana.

Más allá del asunto de la delimitación, la configuración de las fron-teras entre España y Portugal en la Amazonia expresa y lleva aparejada la construcción de dos mundos contrastantes, de dos maneras de ocupación, expansión y control territorial y de dos modelos diferentes de organiza-ción social y política. La fundación de Loreto de Ticunas y Tabatinga en la segunda mitad del siglo XVIII no solo expresaba dos concepciones contras-tantes sobre la frontera. No en balde el comisionado Requena se quejaba porque según él, en contraste con el apoyo recibido por Portugal en su avance expansivo, en el caso de las autoridades virreinales asentadas en Quito “se gobernó largo tiempo como si la frontera tropical careciera de

GráfiCa 1. Asentamientos en la frontera colonial

elaborado por carlos zárate. cartografía de ronald cubeo.

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valor alguno”16. Era la manera de poner de presente las consecuencias de la negativa del virreinato de enviar soldados para consolidar la frontera mi-sionera española en la Amazonia. El establecimiento de fuertes militares fronterizos del lado portugués, como el de Tabatinga, no dejaba dudas del tipo de mecanismos que se utilizaron para asegurar el control del espacio ganado. La presencia misionera en la frontera, en el modelo portugués, cumplía una función subsidiaria y complementaria.

Por lo anterior, no es extraño que la expulsión de los jesuitas de la Amazonia portuguesa en 1759 y de la Amazonia hispana ocho años des-pués, acabara perjudicando en mayor medida los avances de la corona española. El abandono de los pueblos de misión creados por los jesuitas enviados desde Quito, entre el río Napo y la actual frontera de Colombia y Perú con Brasil sobre el Amazonas, no solo significó el desmantelamiento de la frontera hispana sino que anunció, con bastante anticipación, el de-rrumbe del establecimiento colonial español en la Amazonia.

la independencia de españa en la fragmentación de la alta amazonia: a propósito del bicentenarioNo es sorprendente que la que hoy conocemos como Amazonia andi-

na o alta Amazonia no haya tenido un gran protagonismo en los procesos independentistas que hoy se conmemoran. Como se señaló atrás, el des-proporcionado peso de la misión jesuita en la organización colonial de la Amazonia hispana, que se evidenció con su expulsión, puso de presente la fragilidad con que las nuevas naciones habrían de enfrentar dos empresas que no estaban dentro de los presupuestos de las elites criollas, pero que constituían premisas que hoy se consideran inevitables en la construcción de los estados nacionales andino-amazónicos, a saber: la delimitación de los territorios amazónicos y su nacionalización. El reto de la definición de sus límites era doble debido a que, como se mencionó, el periodo colonial dejó sin resolver la separación formal de los dominios amazónicos de las dos coronas. Las nuevas entidades nacionales generadas por la desaparición del establecimiento colonial hispano tuvieron que abrir dos frentes de ac-ción al emprender no solo el reto de la delimitación entre sí, sino el de la

16 Ver Manuel Lucena G., Ilustrados y bárbaros. Diario de la exploración de límites al Amazo-nas (Madrid: Alianza-Quinto Centenario, 1991), 7.

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delimitación con el Brasil, que a diferencia de las naciones bolivarianas, mantuvo su forma de gobierno imperial aunque independiente de Portugal hasta fines del siglo XIX. Entonces, una de las consecuencias de la fragmen-tación de la Amazonia andina al comienzo del periodo republicano fue que cada nueva entidad nacional, por separado, debió iniciar procesos de negociación con un imperio que mantuvo la unidad territorial y política en su tránsito relativamente tranquilo y gradual de la colonia a la república.

La invención de estas naciones, que implicaba la adopción de sím-bolos y otros elementos diferenciadores necesitaba una delimitación que ayudase a definir los alcances, la magnitud y el tipo de herramientas que debían emplear los Estados en formación para proyectar su ámbito de actuación en una Amazonia muy poco conocida en sus dimensiones espaciales. La única referencia de delimitación que tenían las nacientes repúblicas provenía de las vagamente definidas jurisdicciones de los vi-rreinatos y de la precaria materialización de las mismas, a través de las diferentes órdenes misioneras que actuaban bajo orientación de sus au-toridades ubicadas en Bogotá, Popayán, Quito o Lima. Pero, como he-mos dicho, la expulsión de los jesuitas al final del periodo colonial dio al traste con la mayor parte de los avances misioneros en la Amazonia. Por lo anterior, no debe parecer extraño que los mapas oficiales de la Gran Colombia y luego de su disolución, los de Colombia y Ecuador o los de Perú, de manera simultánea se extendieran hasta el río Negro. Mediante esta nostalgia cartográfica, las élites criollas de Quito, Bogotá y Lima se disputaban la supuesta herencia española, reclamando de manera ana-crónica la puesta en práctica de los acuerdos consignados en los tratados de Madrid y San Ildefonso que como vimos, no fueron válidos, pasando por alto que la frontera real de ocupación y dominio espacial lusitana y luego brasileña sobre el Amazonas ya había sido firmemente establecida cien años atrás.

De aquí que la apelación a la figura del uti possidetis de 1810, median-te la cual se respetaban los anteriores dominios virreinales, como fórmula de separación de las nuevas repúblicas, sobre todo en la región amazónica, resultaba poco menos que inocua. Durante la corta vigencia de la Gran Colombia, la defensa de los límites virreinales le permitió a Bolívar decla-rar la invalidez del llamado a elecciones provinciales, en la conformación del Congreso constituyente peruano de 1822, en poblaciones situadas en la

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orilla norte del río Amazonas en el territorio de Maynas-Quijos17. La pos-terior disolución de la Gran Colombia y la insatisfacción de Perú por un arreglo que desconocía su creciente presencia en el Amazonas acabarían por enterrar los postulados y los alcances contenidos en la fórmula de 1810. Lo más notable de esto es que la respuesta que idearon las élites peruanas décadas después, para dar soporte jurídico a su avance y sus aspiraciones territoriales en el oriente, frente a las que reclamaban Colombia y Ecuador, tampoco provenía de una negociación entre naciones que surgían a la vida republicana, sino que se basaba en una real cédula expedida en 1802, en los estertores del régimen colonial.

La real cédula de 1802 fue producto de la imaginación de Francisco de Requena, un peninsular muy notable por su versátil formación, por su larga experiencia y conocimiento de la región amazónica y cuya obra fue defini-tiva en la configuración de la actual Amazonia peruana18. Primero actuó como gobernador de Maynas y luego como comisario jefe de la contraparte española de la Comisión de Límites del Tratado de San Ildefonso de 1777. Su gran reconocimiento en la corte española le facultó para proponer al rey una modificación de la organización eclesiástica y civil de la Amazonia, trasladando de Quito a Lima la jurisdicción sobre el territorio de Maynas.

La invocación a este documento colonial fue decisiva para justificar y consolidar las posteriores aspiraciones peruanas en la región amazónica. Esto se empezó a evidenciar durante los primeros intentos de los líderes republicanos peruanos por reorganizar el trabajo misionero en la Amazo-nia, a mediados del siglo XIX cuando Perú negoció con Brasil el tratado de 1851 de navegación y límites, pero sobre todo en los conflictivos procesos de negociación con Colombia en las t res primeras décadas del siglo XX y con Ecuador el resto del siglo pasado. Mediante el primer tratado el Perú y el imperio brasileño garantizaron el control absoluto de la navegación y el comercio en el río Amazonas contra las aspiraciones de las demás naciones andinas. Igualmente, este tratado fue el origen del transecto demarcato-rio que hoy divide una gran porción terrestre de la Amazonia de Brasil y Colombia: la línea Apaporis-Tabatinga. Las acciones emprendidas en la Amazonia por los gobiernos de Perú a partir de la firma de este acuerdo, entre ellas la construcción de un astillero que fue el origen de la actual

17 Enrique Olaya Herrera, Cuestiones territoriales (Bogotá: Imprenta Nacional, 1905), 5.18 Eric Beerman, Francisco Requena: la expedición de límites 1779-1795 (Madrid: Compañía

Literaria, 1996).

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ciudad de Iquitos y muchos otros emprendimientos directos del Estado en la segunda mitad del siglo XIX, colocaron a Perú en mucho mejor dispo-sición de organizar y controlar, según su criterio, gran parte del territorio amazónico empezando a dar contorno real a los confusos mapas de origen colonial. En 1867 la pretensión monopólica de Brasil y Perú sobre la na-vegación amazónica se vio truncada por la presión de los países andino-amazónicos que bajo la influencia y la decisión de Estados Unidos, como potencia emergente, obligaron a estos dos países a permitir la libre navega-ción internacional por el gran río. A la postre, la ventaja que esta apertura significó para las metrópolis y que se pudo apreciar en el paso del siglo XIX al XX durante el auge de las gomas elásticas, no modificó sustancialmente el débil estatus amazónico de las restantes naciones andinas y no fue apro-vechado por ellas, ni en términos de comercio, ni como habilitador para definir, conocer, explorar, incorporar o consolidar un territorio incierto que se reclamaba como parte de la nación.

el surgimiento de los imaginarios nacionales en la amazoniaComo sabemos, la invención de la nación en la América hispana y

portuguesa involucró muchos elementos además de los relacionados con la acción de las nuevas entidades estatales para reconocer, incorporar y dar forma al geocuerpo19 de estas naciones. Si reconocemos con König20 que al estudiar el origen del Estado-nación es necesario distinguir entre el proceso de construcción del Estado, más referido a las obligaciones de consolidar y legitimar su presencia en un territorio y el de conformar la nación, a propósito de la tarea de generar, difundir y cimentar sentidos de pertenencia e identidad nacional dentro de la población que habita ese territorio, nos podemos empezar a interrogar sobre lo que pudo significar el surgimiento de comunidades imaginadas21 nacionales en la Amazonia.

19 Este término es citado por Margarita Serje en su libro El revés de la nación (Bogotá: Uni-versidad de los Andes, 2005), 136, a propósito de un estudio de Thongchai sobre “la invención del territorio nacional en Tailandia”.

20 Ver el trabajo de Hans-Joachim König, En el camino hacia la nación: nacionalismo en el proceso de formación del Estado y de la nación de la Nueva Granada, 1750-1856 (Bogotá: Banco de la República, 1994), 41.

21 De acuerdo con el término acuñado por Benedict Anderson en su muy citado libro Comu-nidades imaginadas. Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo (México: Fondo de Cultura Económica, 1993).

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El arduo camino de delimitación de la alta Amazonia con su álter, la Amazonia portuguesa y luego brasileña o el de partición de la primera en las Amazonias nacionales de los países andinos, estuvo acompañado por un trámite no menos complejo de difusión, transacción e imposición de los símbolos e imaginarios asociados a la idea de nación, en territorios donde la presencia de agentes estatales o nacionales en las primeras dé-cadas del periodo republicano había sido muy escasa y en algunos sitios prácticamente nula. Aquí no podemos pasar por alto que el “imaginario de la república del Brasil”22 en la Amazonia fue un invento todavía más reciente y solo pudo ser posible cuando apenas en 1889 se puso fin al mo-delo imperial prevaleciente. En las últimas décadas del siglo XIX en pueblos cercanos a la frontera como Teffé, en la Amazonia brasileña, aún existía el tráfico de esclavos contra las poblaciones indígenas ribereñas. No obs-tante, esta aparente desventaja del Brasil con países que ya llevaban varias décadas de experiencia intentando forjar elementos de identidad nacional, pero que tenían grandes problemas para hacerlos realidad en su periferia amazónica, se veía compensada con una unidad territorial y una capacidad institucional forjadas durante el régimen colonial y mantenidas en un pro-longado periodo de transición no tan traumático como el conocido por los países andinos en su proceso emancipatorio. El resultado de estas ventajas por el lado brasileño, hipotéticamente hablando, significó un activo im-portante para la relativamente pronta difusión de los nuevos imaginarios republicanos en todo el territorio, incluidas las zonas fronterizas.

En el caso de la Amazonia andina la situación fue muy diferente ya que en los comienzos de la era republicana y a lo largo de todo el siglo XIX y las primeras décadas del XX la difusión de identidades nacionales fue mucho más lenta, compleja y conflictiva. Si en la separación entre la Amazonia andina y la Amazonia brasileña jugó un papel importante la lengua, este factor no pudo ser significativo en la separación de las Ama-zonias andinas. Por otra parte, las instituciones religiosas, por lo menos en las primeras décadas del siglo XIX tuvieron poco que ver en la difusión o en la diferenciación de las nuevas nacionalidades en pugna, ya que tarda-ron mucho tiempo en reconstituirse y adaptar su discurso religioso a las nuevas realidades nacionales y solo hacia el final del siglo XIX y comienzos

22 Un trabajo imprescindible sobre la formación de la identidad brasileña es de José Murilo de Carvalho, A formação das almas. O imaginário da república no Brasil (São Paulo: Compan-hia das letras, 1990).

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del siguiente la acción de la iglesia implicó su separación en unidades na-cionales y podía abonarse, siguiendo a Michel de Certeau, a la cuenta de la identidad nacional23. En todo caso, en comparación con Estados-nación donde las creencias religiosas aportaban elementos de identificación nacio-nal, aquí la acción de la iglesia no jugó un papel diferenciador en el terreno religioso que pudiese ser usado para dirimir el asunto de las nacionalida-des o para definir un ámbito espacial que ayudase a delimitar el territo-rio amazónico. Por eso las identidades nacionales en la alta Amazonia no podían provenir de diferencias de lengua o de religión y estos tampoco ayudaron a dirimir los procesos delimitadores.

El surgimiento de los imaginarios nacionales dentro de la población indígena que habitaba los territorios periféricos amazónicos fue el resul-tado de décadas de contacto y presencia, primero esporádica y luego más intensa y directa, de agentes estatales y nacionales provenientes de los cen-tros urbanos y capitales de estas nuevas entidades estatales de las regiones andinas, donde se concentraba el poder político y desde donde las élites criollas difundieron los imaginarios que permitieron empezar a hablar en el siglo XIX de Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú o Bolivia como comu-nidades imaginadas nacionales.

La difusión de los imaginarios y la conciencia nacional en la frontera amazónica parece ratificar, al menos parcialmente, la sentencia de Otto Bauer de que la conciencia nacional se expresa “en los negociantes, en los soldados y en los trabajadores que se encuentran en tierras extranjeras y tiene su mayor difusión en las regiones fronterizas donde se juntan varias naciones”24. Este papel fue realizado inicialmente por comerciantes pro-venientes de la cordillera andina y por sus competidores luso-brasileños que a lo largo del siglo XIX recorrieron los ríos amazónicos en busca de productos como la quina y el caucho y que no vacilaron en subordinar compulsivamente como mano de obra a gran parte de los pobladores ribe-reños y selváticos. A fines del siglo XIX y comienzos del XX, como producto del auge mundial de las gomas elásticas, se formó una frontera de contac-to trasnacional donde cohabitaban grupos nativos convertidos en peones, comerciantes y patrones de caucho y una creciente multitud de cuasi agentes

23 Ver Michel de Certeau. La escritura de la historia (México: Universidad Iberoamericana, 1993), 141.

24 Ver Otto Bauer, “La nación”, en Um mapa da Questão Nacional, ed. Gopal Balakrishan (Río de Janeiro: Contraponto, 2000), 67.

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estatales que, en no pocas ocasiones, eran una mezcla de comerciantes in-vestidos de funcionarios aduaneros, negociantes habilitados como agentes diplomáticos y consulares o trabajadores que según la necesidad actuaban como soldados, todos compitiendo en medio de un torbellino económico de dimensión mundial, por imponer sin mayor brújula política una noción de soberanía sustentada en difusos sentimientos de identidad nacional y, lo más desconcertante, que debía ponerse a prueba en territorios aún no negociados ni delimitados.

los retos nacionales en una amazonia delimitadaLa configuración territorial relativamente estable de las Amazonias

andinas y la difusión de los sentimientos de identificación y pertenencia nacional a ellas solo podían ser concebibles al final del auge de las gomas elásticas que se presentó intempestivamente a comienzos de la segunda década del siglo XX, cuando las plantaciones del sudeste asiático estuvieron en plena producción y cuando la demanda mundial de caucho amazónico se desplomó. Hoy parece claro que la dinámica y la fuerza de la economía basada en la extracción del llamado caucho amazónico logró subordinar o distorsionar la relativamente débil capacidad de los Estados concurrentes por hacer respetar sus aspiraciones, prerrogativas y obligaciones territo-riales. La ausencia de delimitación territorial constituyó una de las condi-ciones de la prosperidad del lucrativo negocio de extracción, transporte y comercio de caucho ya que en este periodo de cambio de siglo, cuando toda la Amazonia se incorporó a esta empresa, el escenario de los principales frentes extractivos coincidía con zonas fronterizas en disputa, que al care-cer de dueño y de jurisdicción fueron los espacios ideales para el desprecio de controles estatales casi inexistentes y por tanto para la maximización de los beneficios de los patrones, las casas comerciales y los exportadores. En cierto sentido, las borrosas fronteras donde se extraía el caucho eran tierras de todos y de nadie, propicias para la evasión fiscal, para el desco-nocimiento de los mínimos derechos de los indígenas.

A la crisis de la economía del caucho siguió un proceso de retracción demográfica, económica y social que se sintió especialmente en las zonas de frontera. Pueblos fronterizos como Remate de Males o Caballococha, cercanos a Leticia y Tabatinga, en el actual Trapecio amazónico fueron prácticamente abandonados luego de que llegaron a concentrar una po-blación flotante de más de 20 000 personas vinculadas al comercio de las

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gomas al final de la primera década del siglo XX25. Cientos de patrones, comerciantes y agentes estatales, así como varios miles de migrantes, que habían llegado a la frontera en busca de fortuna, retornaron a sus luga-res de origen, otros se ubicaron en ciudades como Manaos e Iquitos o en otros centros urbanos menores y solo una pequeña porción permaneció en asentamientos fronterizos. En estas condiciones, la población indígena, principalmente de la etnia ticuna, volvió a constituir la mayor parte de la población de esta frontera aunque, a decir verdad, estos ya no eran los mis-mos indígenas y esta tampoco era la misma frontera que se conoció antes del auge cauchero. De hecho, toda la Amazonia continental de comienzos del siglo XX ya no era la misma del siglo XIX a juzgar por el surgimiento de los mencionados centros urbanos, por la llegada a la región de más de un millón de personas y, en general, por la articulación de toda la región a la economía de un mundo en febril proceso de industrialización.

Poco a poco, a lo largo de la primera mitad del siglo XX y luego de arduos conflictos y procesos de negociación política y diplomática, las na-ciones andino amazónicas fueron estableciendo sus respectivas jurisdic-ciones sobre los territorios selváticos. Colombia y Perú firmaron el tratado Lozano-Salomón en 1922 y solo en 1928 fue ratificado por el Congreso peruano luego de aceptar el acceso de Colombia al río Amazonas en el trapecio amazónico. Este acuerdo no fue aceptado por las élites regionales de Loreto que impulsaron y dirigieron la llamada recuperación de Leticia el 1 de septiembre de 1932, hecho que originó el conflicto entre Colombia y Perú, que solo pudo superarse luego de choques armados en diferentes puntos de la frontera y de la intervención de la Sociedad de Naciones que mantuvo por unos meses el control de dicho puerto y lo devolvió a Co-lombia. También en 1928 Colombia estableció convenios de límites con Venezuela y perfeccionó los que tenía con Brasil desde 1907. En el caso de Perú y Ecuador, la espera se prolongó hasta la última década del siglo XX, cuando las cancillerías de los dos países pusieron fin a un prolongado conflicto al lograr delimitar sus territorios nacionales amazónicos en la cordillera del Cóndor.

Luego de zanjar las diferencias limítrofes con sus vecinos, los esfuer-zos de las élites nacionales se pudieron concentrar en la incorporación y

25 De acuerdo con las cifras de Anisio Jobim de su artículo “Panoramas amazónicos: Codajas”, Revista do Instituto Geographico e Historico do Amazonas 4 (1&2, 1934), 3-28.

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articulación de los territorios amazónicos, incluidas sus fronteras recién delimitadas, al resto de las entidades nacionales como inicio de un proceso de nacionalización que aún hoy no culmina. La nacionalización de la fron-tera amazónica imponía actuar en dos frentes íntimamente relacionados: la ocupación y el control por el Estado para asegurar el territorio y la im-plementación de políticas para garantizar la lealtad y la identificación de la población fronteriza con ese territorio, con ese Estado y con esa nación. Los resultados y el balance de esta empresa desde el punto de vista de cada país han sido variados y contratantes. Por lo pronto y para concluir podría-mos detenernos un poco en el caso de la Amazonia colombiana.

la amazonia colombiana y su fronteraDespués de casi ochenta años de la superación del conflicto que en-

frentó a Colombia y al Perú en el río Putumayo, la articulación de la región amazónica y sus fronteras a la sociedad nacional sigue siendo un asunto mal resuelto y la responsabilidad por esta deuda, que aún deja dudas sobre la condición de Colombia como una nación moderna, recae pesadamente sobre quienes han manejado el poder político a lo largo del siglo pasado y el comienzo de este. La región amazónica y sus pobladores, para no hablar de la nación en su conjunto, siguen pagando un altísimo precio al conver-tirse en espectadores y víctimas de uno de los principales escenarios de un conflicto armado interno que acumula más de cincuenta años, un espacio en el que la informalidad, la ilegalidad y la ingobernabilidad siguen mar-cando la pauta. El imaginario que hoy tiene buena parte de la sociedad nacional sobre la selva amazónica no es muy diferente al que construyeron los primeros conquistadores al referirse a ella como un infierno: por lo me-nos así la continúan describiendo los medios de comunicación, sobretodo cuando se refieren a los secuestrados por la guerrilla.

Los intentos desplegados por los gobiernos colombianos para nacio-nalizar la Amazonia incluyeron la implementación de políticas de ocu-pación del territorio y de colonización de las fronteras muy centradas en una presencia episódica y coyuntural de sus fuerzas armadas dentro de una concepción muy limitada de soberanía nacional. Esta fue la respuesta del Estado colombiano para remplazar, al menos parcialmente, la anterior “política” de fronteras, para decirlo en términos benévolos, que de manera espontánea encargó a religiosos españoles que gobernaban los pueblos de misión, a una policía de fronteras que a duras penas se podía desplazar

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fuera del casco urbano de las capitales de las nuevas comisarías creadas en 1912 o a unas autoridades comisariales con las mismas limitaciones de la policía pero con mayores responsabilidades, todos actuando descoordina-damente en la que se puede llamar una frontera estatal fracturada26.

A los escasos logros de la política de presencia militar en esta parte de la frontera amazónica como instrumentos de integración de la región, se sumaron las dificultades que acompañaron los intentos por difundir una mentalidad, unos imaginarios y unas lealtades propios de la nación colom-biana, dentro de una población indígena todavía numerosa y expuesta a un frecuente contacto o influenciada por instituciones, símbolos y agentes de otras naciones. La nacionalización de los territorios amazónicos recono-cidos finalmente por Perú no se pudo solventar satisfactoriamente con los costosos e infructuosos esfuerzos por importar población colombiana ve-nida del interior incluidos los miembros de la fuerza pública, por ejemplo a Leticia, como se constató cuando la cabeza de la autoridad comisarial, Alfredo Villamil no pudo constituir el concejo municipal de este poblado por no haber suficientes nacionales colombianos habilitados para garan-tizar su funcionamiento o cuando tuvo que nombrar maestros peruanos, en varias escuelas colombianas del trapecio amazónico, que difícilmente podían cumplir la misión de enseñar y transmitir a los niños los símbolos patrios y los imaginarios de una nación que no era la suya27.

A pesar de que no hay duda de que la mayor parte de la población que habita lo que hoy conocemos como Amazonia colombiana expresa una re-lativamente sólida lealtad a la nación y que existe presencia estatal, aunque esta es insuficiente y casi siempre ineficaz, no se puede pasar por alto que la región, su situación geopolítica, su diversidad biológica y su especifici-dad social y cultural, para no hablar de su importancia y posible signifi-cación futura, son características que no han podido ser adecuadamente valoradas por las generaciones de gobernantes que han estado al frente del Estado. Esta carencia se expresa hoy no solo en la inexistencia de una Ley Orgánica de Ordenamiento Territorial, problema que afronta el país entero, sino en la ausencia de una clara política de región y de fronteras que

26 Ver el apartado “Cónsules, misioneros y comisarios: el Estado colombiano en una frontera fracturada” en Carlos Zárate, Silvícolas, siringueros y agentes estatales. El surgimiento de una sociedad transfronteriza en la Amazonia de Brasil, Perú y Colombia 1880-1932 (Leti-cia: Universidad Nacional de Colombia, Imani, 2008).

27 Carlos Zárate, Silvícolas, siringueros y agentes estatales, 366.

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supere la concepción de una soberanía orientada casi exclusivamente a la derrota de la insurgencia y a una lucha antidrogas estéril, pero que no toma en cuenta opciones alternativas de construcción de región.

La Constitución de 1991 trajo a la Amazonia la promesa de la reden-ción de los antiguos “territorios nacionales”, término que sorprendente-mente se sigue escuchando con mucha frecuencia, cuando dio vida a los nuevos departamentos. No obstante, la misma constitución y los sucesivos gobiernos han olvidado dotar a esas nuevas entidades de los medios y de las estrategias que les permitirían ganar la mayoría de edad y constituirse en unidades territoriales sustentables, autónomas y decisivas para la consoli-dación de la nación. La situación de la ley de fronteras no es muy diferente. La Ley 191 expedida hace ya quince años, al igual que la que actualmente se discute en el Congreso, no resisten un mínimo análisis y muestran que Colombia y sus sectores dirigentes siguen sin saber de las especificidades de sus zonas de frontera y de su región amazónica y, sobretodo, de las so-ciedades que están asentadas en estos sitios y que sobrepasan los límites nacionales. Los conflictos recientes en las fronteras con Venezuela y Ecua-dor y las suspicaces relaciones con Brasil son el resultado de una voluble y muy poco consistente política exterior respecto de la región. La asignación de importantes presupuestos para la defensa de las fronteras y la construc-ción de bases militares, como la que actualmente se construye cerca a Le-ticia, aunada a la permanencia de las condiciones de marginalidad de esas mismas fronteras en materia económica, educativa y de salud, muestran la continuación de una muy pobre y limitada versión de soberanía, por parte de las elites colombianas, así como su reiterada negativa a tratar de enten-der las condiciones, necesidades y potencial de la gente que habita en ellas.

Conclusión: la amazonia y los retos de la globalizaciónLa Amazonia actual es producto pues de la profundización de un

largo proceso de globalización que empezó en el siglo XVI y que aún no termina, a juzgar por quienes plantean que, para bien o para mal, la región es una de las últimas fronteras extractivas del planeta y que se prepara algo así como el asalto final para intentar vincularla al circuito global de producción y comercio, el mismo que hace mucho tiempo convirtió en mercancía la diversidad biológica y que hoy lo hace con los discursos y las prácticas relacionadas con su conservación o explotación. Es notable el interés que tienen hoy los países que llamamos centrales, las grandes

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transnacionales, las agencias de cooperación así como poderosas ONG ambientalistas en los recursos de la región. Todos ellos, con la anuencia de los gobiernos, son responsables de la división de la Amazonia en blo-ques petroleros, concesiones forestales, concesiones mineras, gigantescas extensiones en producción de agrocombustibles e incluso de la creciente presencia de las transnacionales del turismo.

De igual manera, la Amazonia es escenario de megaproyectos de in-fraestructura vial y de transporte como la Iniciativa para la Integración Regional Suramericana (IIRSA) concebida no tanto para integrar o articu-lar la región, sino para crear las condiciones en la extracción y transporte de materias primas y productos hacia los mercados externos. En la tragedia de Bagua, hace apenas dos años, murieron decenas de nativos y de policías en inmediaciones de la frontera amazónica de Perú con Ecuador, como re-sultado de la respuesta del gobierno peruano a un movimiento de protesta que denunciaba el carácter inconsulto, excluyente y avasallador de uno de estos megaproyectos. Esta es apenas una muestra de lo que les puede pasar a los pobladores de las zonas donde estos proyectos se ejecutan.

La propuesta del gobierno que terminó sobre gobernabilidad para la región amazónica, que no avista mayores cambios en el que recién comien-za, establece áreas de explotación de hidrocarburos, áreas para concesiones forestales y zonas para la extracción de recursos mineros, al tiempo que impulsa una ambigua política conservacionista que por un lado amplía las áreas de conservación pero que se apuntala militar y mediáticamente bajo el pretexto de la lucha contra el narcotráfico y el terrorismo. Entonces, el epílogo inevitable es que la Amazonia colombiana también ha entrado en la subasta y lo ha hecho sin resolver aún su articulación satisfactoria a la sociedad nacional, sin una ley orgánica de ordenamiento territorial que le proporcione un marco adecuado de institucionalización, sin una seria política de fronteras y sin verdaderas propuestas, ambientalmente susten-tables, de integración económica y social. Si prevalecen estas condiciones, el futuro de la Amazonia colombiana seguirá siendo poco halagüeño.

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el río de la mar dulCe. imaGinarioS Sobre la amazonia: loS dilemaS entre un paraíSo y un infierno verde

roBErto PinEda caMacho1

El agua dulce es la verdadera agua mítica

Gaston Bachelard

los cronistas misioneros: la amazonia como paraíso

año 1541: Gonzalo Pizarro parte, en el mes de febrero, de Quito con destino al país de la Canela, al oriente de la ciu-dad, allende los páramos de las grandes montañas y neva-

dos que la rodean: allá tiene la ilusión de encontrar fabulosas cantidades de este precioso recurso, según lo advirtieran los indios.

Lo acompañan por lo menos 350 expedicionarios españoles y un gran número de indios. Ayudado por indios cargueros y las apacibles llamas, cruza la cordillera y el frío de los páramos; cuando se descuelga hacia el manto verde que se vislumbra en el horizonte, encuentra cada vez más obstáculos: pero estos no provienen de los indios infieles, que se resistirían tenazmente a su presencia, como ocurría en otras partes, sino de la dificul-tad de abrir trochas en este cada vez más denso e imbricado bosque. Pronto comprende que sus previsiones han sido, al menos, parcialmente fallidas. Sus caballos tropiezan con lianas y matorrales; sus cascos se entierran

1 Profesor del departamento de Antropología de la Sede Bogotá. Antropólogo de la Universi-dad de los Andes, magíster en Historia de la Universidad Nacional, y doctor de la Universi-dad de París III, Francia. [email protected]

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cátedra jorge eliécer gaitán | roberto Pineda camacho

entre el follaje semidescompuesto que cubre el suelo; sus mil cerdos y casi dos centenares de perros de guerra se convierten también en una pesada carga. Las llamas no pueden avanzar, a pesar de las amenazas de los perros y del látigo de los hombres.

En un momento determinado, él, Pizarro, gobernador de Quito, her-mano del gran conquistador del Perú, se enfrenta, además, a un mundo de aguas hasta entonces ignoto; decide enviar el 21 de diciembre de 1541 al capitán Francisco de Orellana −que ha empeñado toda su fortuna para participar en la empresa− a explorar río abajo para determinar los rumbos subsiguientes de su fastuosa expedición que amenaza ruina.

El avance del capitán Orellana implicó que unos hombres que no te-nían gran experiencia en construir un bergantín tuvieran que ingeniarse un barco con las puntillas y las herraduras de los caballos; uno de ellos, fabricante de santos en España, se estrena como astillero principal.

Por fin, Orellana se embarcó en el pequeño bergantín −corto de pro-visiones y con unas pocas pero milagrosas ballestas− que lo conduce por un laberinto sinuoso de aguas. Cada vez más abajo, cuando desciende, topa ríos y más ríos y una floresta igualmente densa y penetrante. También en un momento −a los cuarenta días− Orellana se enfrenta a su propio dilema: avanzar o regresar a donde ha dejado a su capitán y huestes que probable-mente lo esperan. Pero echar marcha atrás es imposible, tan difícil como reversar el curso del tiempo.

Convoca a las huestes, es decir, a los miembros de su grupo para que enfrente de un improvisado notario −como era la costumbre española, que hemos heredado nosotros− se deje constancia de esta decisión. Ya prevé que su coterráneo de Trujillo lo acusare de traición, un cargo que podría llevarlo a la horca.

Ahora el Real no tiene otra obsesión que sobrevivir, no tiene otra al-ternativa que navegar por este ignoto río, como si fuesen unos náufragos destino al Hades. Durante meses ranchearán los pueblos, y hacen la guerra a miles de indios sorprendidos por la existencia de esos seres para ellos extraños, intrigados por esa gigantesca Canoa que quizás sea una gran “Cobra” que no se asemeja a los seres maravillosos que pueblan el río, a los Hombres delfines, que señorean las aguas del Amazonas: quizás sea una Gran Boa, que lleva entre su vientre unos monstruos barbados, de lenguas ignotas, unas especies de curupiras pero de las aguas.

Para los expedicionarios también es nueva la experiencia sonora; cantos de batracios, de aves, y los rugidos de otros animales, asordinan o

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susurran, como cantos de cuna, su travesía; delatan y anuncian su paso, cual réplica de los tambores que también se oyen en la lontananza. Cuan-do no caen torrenciales aguaceros, gigantescas estrellas y constelaciones iluminan su paso; pero ellas no significan nada; son hombres de tierra, y no marineros de grandes ríos. Pero el silencio que se experimenta duran-te largas jornadas, casi como si fuese un desierto, también los desespera, acongoja, casi que los acobarda, una expresión quizás inapropiada para es-tos “héroes” forzados. Sus sueños, sin duda, se conforman de otra materia, la del río, la de los grandes ríos de agua dulce.

La expedición del río los llevará a recorrerlo durante casi nueve me-ses. Meses de hambre, de penuria, de constante guerra. Unas pocas dece-nas de hombres hambrientos, valientes y ambiciosos, descubrirían para los europeos lo que un siglo después sería descrito como el lugar mismo del Paraíso Terrenal.

Hacia 1540 ya era conocido el río de La Plata, pero este río era absolu-tamente ignoto aunque ya algunos españoles y portugueses habían obser-vado en sus viajes por el litoral atlántico, por lo que sería la tierra del Brasil, su gigantesco delta, que llevaría −a Vicente Yáñez Pinzón− a llamarlo San-ta María de la Mar Dulce.

Una vez que arriban a la desembocadura, Orellana tiene conciencia que ha descubierto uno de los grandes ríos jamás navegado y visto por mortal alguno; el trujillano se dirige a Isla Española donde se encuentra con el gran cronista de Indias, el español Gonzalo Fernández de Oviedo. Con celeridad parte directamente hacia España; en Sevilla se cruza con el cosmógrafo y geógrafo del rey, Sebastián Caboto, a quien también le cuen-ta de su descubrimiento. Con estos datos, el gran Caboto realizó uno de los primeros, si no el primero, mapas del Amazonas, que suma a sus grandes logros como descubridor y cosmógrafo.

A su vez, Fernández de Oviedo, consciente de la importancia del des-cubrimiento, escribe una famosa carta al cardenal Pietro Bembo, dándole cuenta de este río donde campean las Amazonas, “mujeres flecheras que estaban allí por gobernadoras”: destaca que ha sido un viaje similar en im-portancia al del malogrado Magallanes alrededor del orbe, que en 1519 había también conmovido al mundo europeo.

Como Orellana preveía, Pizarro lo acusa de traición; gracias proba-blemente a esas circunstancias, su capellán y acompañante, el dominico Fray Gaspar de Carvajal, escribió la primera relación del río Amazonas;

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su viaje por el río se titula “Relación del descubrimiento del río de las Amazonas”2.

Este texto −escrito bajo unas circunstancias en las cuales Carvajal se ve obligado a rememorar su experiencia− nos dará por primera vez una visión del río de las Amazonas en su totalidad, de lo que ha encontrado en términos de islas, de animales y de gente.

Esta crónica nos muestra que existía una gran cantidad de poblacio-nes nativas a lo largo de las orillas del río Amazonas; poseían grandes caci-ques que dominaban sobre extensas provincias; son señores naturales que tienen potestad sobre pueblos e incluso esclavos; tienen abundante comida, por ejemplo cercos de tortugas, donde los peninsulares saciarán a la fuerza su inagotable hambre.

El dominico nombra e identifica por primera vez el río Negro, cuyas aguas al juntarse con el río Amazonas, abajo de la actual ciudad de Ma-naos, se distinguen claramente, durante muchos kilómetros, de las de este.

También nos cuenta que en la parte baja del río Amazonas, hacia el área del río Tapajós, se enfrentan con unas aguerridas mujeres que él de-nomina Amazonas. Hasta el ilustrado Charles de la Condamine no podría, dos siglos más tarde, deshacerse de ellas.

Asimismo, encuentra una población que posee picotas con calaveras humanas; durante gran parte de la jornada viven en guerra u hostilidad con los indios; un nuevo bergantín que arman en plena travesía, quedaría un día como un puerco espín, lleno de flechas enemigas.

El capellán exalta la figura del capitán de la expedición: posee un gran don de lenguas; fue considerado, sobretodo en la parte alta del río, como Hijo del Sol, como un verdadero Dios, al contrario de las secciones río aba-jo en las cuales la guerra y el hambre serían el signo de los expedicionarios.

Aunque registra la presencia de seres maravillosos de la cosmología medieval −Amazonas, Antropófagos−, también encuentra que esos indios que le hacen la guerra −y alguna de cuyas flechas lo deja tuerto− son tam-bién hombres de carne y hueso, un poco monstruosos en ciertos casos, o por lo menos con comportamientos bizarros, como aquellos hombres que

2 Gaspar de Carvajal, Descubrimiento del Río de las Amazonas según la relación hasta ahora inédita de Fr. Gaspar de Carvajal, con otros documentos referentes a Francisco de Orellana y sus compañeros publicados a expensas del Excmo. Sr. Duque de T’serclaes de Tilly; con una introducción histórica y algunas ilustraciones por José Toribio Medina (Valencia: Estu-dios Ediciones y Medios, Edym, 1992).

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parados en canoas lanzan humo (quizás tabaco) hacia sus naves; incluso, en algunas localidades tienen grandes estatuas presuntamente represen-tantes de sus antiguas deidades.

Orellana decide retornar a América y obtiene del Rey de España, Car-los V, la gobernación de la Nueva Andalucía. Regresa en tres naves; acer-cándose a la costa de Brasil, sus marineros prueban el agua de la Mar, hasta comprobar que cada vez es más dulce, dada la fuerza con que el Amazonas se lanza al océano; ello les permite constatar la cercanía de la costa y de la Mar de agua dulce, del Gran Río.

Entretanto, una de sus naves naufraga; no obstante, Orellana penetra por una de las bocas del río Amazonas. Quizás arriba en invierno, cuando las aguas del río alcanzan su mayor altura, explayándose en grandes lagos a ambos lados del río. A pesar del ruido de los tambores, al parecer no lo-gran contacto alguno con los nativos y tampoco encuentran un buen sitio para fundar la Nueva Andalucía.

La segunda nave, acosada quizás por la desesperación de la espera incierta de su capitán, al parecer penetraría también por el río, y jamás se sabrá de su destino. ¿Habría desertado hacia un ignoto destino o sus hombres cautivados por la manigua? ¿O habría naufragado por efecto de la pororoca, las mareas que ascienden como grandes olas en contravía de las aguas del río Amazonas?

Durante el retorno hacia las islas del Caribe, Orellana muere, y que-da enterrado también el mal hado de la Nueva Andalucía. ¿Qué hubiera pasado, nos preguntamos ahora, si Orellana se hubiera logrado asentar y fundar la Nueva Andalucía, a pesar que el Tratado de Tordesillas concedía a Portugal un franja en este verdadero país de los Antípodas (América), ¡trazada por el Papa cuando aún no se sabía siquiera si América era conti-nente o era un rosario de islas!?

Dejaré de lado el viaje de Lope de Aguirre, o exactamente la expedición comandada por Pedro de Ursúa al Amazonas en el año 1561, viaje complejo y fracasado, recientemente analizado por Carlos Páramo, quien destaca, en-tre otros aspectos, la transformación del vasco en un Diablo o en una especie de Deidad que desafiaría hasta al mismísimo gran monarca y emperador, Felipe II, inaugurando el primer gran proyecto de rebeldía americana3.

3 Carlos Páramo. Lope de Aguirre o la vorágine de Occidente. Selva, mito, racionalidad (Bo-gotá: Universidad Externado de Colombia, 2009).

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Pasemos a la siguiente expedición que se hace por el río Amazonas bajo instancias de la Corona española en 1639; podríamos decir −excep-ción del viaje de Ursúa− que durante casi cien años no tenemos un co-nocimiento detallado del largo curso del río Amazonas, de sus casi 6 000 kilómetros de longitud. Este segundo viaje se efectúa desde Quito hasta la población de Belém do Pará, en la desembocadura del Amazonas, encabe-zado por el sacerdote jesuita Cristóbal de Acuña; previamente una expe-dición portuguesa, a cuyo mando estaba el capitán Pedro Texeira, había ascendido hasta Quito, y sorprendido a sus autoridades, a su vez como reacción al viaje de dos frailes españoles salidos de Quito. El Rey ordenó el reconocimiento del río, en un periodo en el cual Portugal dependía de la Casa Real española.

Acuña nos describe, como un naturalista, como un etnógrafo mo-derno, con lujo de detalles la región, las islas, la canela y los pueblos indí-genas, entre otros. Al contrario del viaje de 1541, su travesía es pacífica. Los indios, incluso, ya tienen, a través de redes, algunas herramientas de acero. Tienen también grandes corrales de tortuga, capturan los amistosos manatíes, poseen hachas del duro caparazón de las tortugas. Conformas grandes y admirables poblados. Hay gigantes, enanos, toda una plétora de seres maravillosos.

Según Acuña, los naturales son gente apta para la evangelización; su territorio debería ser objeto de las misiones jesuitas. Presenta la Amazonia como un “paraíso”, fundando una tradición a este respecto. Por esa misma época, diez y seis años después, Antonio de León Pinelo publicará un libro famoso para la época, El paraíso en el Nuevo Mundo4, y dirá que en la Ama-zonia está probablemente el paraíso.

Esta percepción de la Amazonia como paraíso y los indios del Ama-zonas como potenciales buenos cristianos −para realizar el Reino de Dios en la tierra− será promovida por los misioneros jesuitas españoles y por-tugueses, e incluso por los franciscanos, aunque esto no significa que de-jasen de percibir muchas de sus costumbres como idolatrías y prácticas demoniacas.

Pero ya desde un época muy temprana la cuenca del Amazonas, e in-cluso ciertos sectores de la alta Amazonia, eran el escenario de las redadas

4 Antonio de León Pinelo, El paraíso en el Nuevo Mundo: comentario apologético, historia natural y peregrina de las Indias Occidentales islas de tierra firme del mar océano (Lima: Imprenta Torres Aguirre, 1943).

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de esclavos portugueses, y en ciertos lugares de los españoles, quienes es-clavizaron a los indios, a través de la “guerra justa” y “las tropas de rescate”; la Amazonia portuguesa se convirtió en el coto de caza de los traficantes de esclavos luso-brasileños que crearon una verdadera hecatombe para las grandes poblaciones indígenas de las várzeas −o bajos− del río Amazonas y los habitantes del río Negro. Desaparecerían en pocas décadas, como si hubiese caído un meteorito similar al que extinguió a los dinosaurios; o se replegaron en el interior del bosque, como parece indicar la arqueología contemporánea. Los jesuitas portugueses tuvieron que convivir y legiti-mar la esclavitud, en una relación ética compleja como se pone de presente en las cartas del padre Viera.

La idea del Amazonas como un paraíso también está presente en ese fascinante escrito del padre João Daniel, misionero jesuita que viviría lar-gos años −a mediados del siglo XVIII− en la Amazonia, titulado O tesouro descoberto no máximo rio Amazonas5. El padre Daniel fue deportado, como todos los jesuitas de los territorios portugueses, hacia 1757; perma-neció recluido en las cárceles de Lisboa por veinticinco años (1757-1783) hasta su muerte; durante ese tiempo escribió, para fortuna nuestra, su ex-traordinario libro.

João Daniel también insiste con la idea de que la Amazonia es un es-pacio apto para construir el reino de Dios, que los indígenas son gente bien dispuesta y proporcionada como la europea y que no son una generación de “macacos con visos de naturaleza humana” como ya empezaba a perci-birse por la nueva generación de escritores que aparecen en el siglo XVIII, que son los científicos y los naturalistas.

Describe con gran detalle la flora, la fauna, a los indios; registra sus creencias, e incluso el lugar presumible del Paraíso. Es un hombre de su época: piensa también que el diablo acecha y que los indios están dedica-dos a las idolatrías.

Pero también este excepcional jesuita −como un hombre ilustrado− diseña artefactos y máquinas propias para el Amazonas y despliega todo un programa “moderno” para el “desarrollo” −diríamos hoy− de la región. Explica los problemas del arte de la navegación, elabora una especie de programa de colonización, entre otros aspectos.

5 Daniel João, O tesouro descoberto no máximo rio Amazonas (Belém: Contraponto Editor - Prefeitura da Cidade de Belém, 2004).

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los naturalistas ilustrados y los indios “degenerados”Bajo este acápite, me voy a referir a tres grandes expediciones en la

región. La primera es el viaje del naturalista francés Charles de La Conda-mine (enviado por la Academia de París a medir el arco del meridiano del Ecuador); hacia 1746 baja −también desde Quito− por el río Amazonas. En su relación de viaje −su comunicación en la Academia de Ciencias de París− afirmaría: “los indios de la región tienen por base la insensibilidad, dejo a vuestra elección si debe honrarse con el nombre de apatía o con el nombre de estupidez, nacida sin duda esta situación del escaso número de ideas que tienen más allá de su deseo, pasan la vida sin salir de la infancia de la que conservarán todos los defectos”6.

Pero el viaje de este naturalista, que mide y cuantifica el curso del río Amazonas, tiene un singular interés porque no solo describe la savia de ciertos árboles llamados caucho −“árboles que lloran”− por los indios Omaguas de Maynas y sus usos entre los indios del alto Amazonas, o las propiedades del veneno curare, sino que envía muestras del látex a la Aca-demia de París. Con ello anuncia la explotación de la goma elástica que invadirá a la Amazonia a partir de la segunda mitad del siglo XIX, convir-tiéndola en la fuente de este oro verde para el mundo imperial europeo y norteamericano, para las industrias de punta de neumáticos, de zepelines, de los cables eléctricos que −cual sistema nervioso− pululan en las capita-les del mundo y permiten la comunicación entre hombres y mujeres y entre las bolsas.

El segundo texto que quisiera resaltar aquí fue redactado por el gran científico brasileño del siglo XVIII, Alexandre Rodrigues Ferreira, natural de Bahía y educado en la Universidad de Coimbra en el Reino de Portugal; es uno de los grandes naturalistas americanos de todos los tiempos; por en-cargo real pasó diez años en la Amazonia, principalmente en el río Negro, y produjo otro texto fundamental titulado Viagem Filosófica ao Rio Negro7. Aunque describe con mucho mayor detalle la complejidad del río Negro y el conocimiento de los nativos, este naturalista −influido por las ideas de Bu-ffon y de los científicos europeos de su época− caracterizaba también a los naturales del Amazonas como gente degenerada, como gente de segundo

6 Charles Marie de La Condamine, Viaje a la América meridional por el río Amazonas (Quito: Ed. Abya-Yala, 1993).

7 Alexandre Rodrigues Ferreira, Viagem Filosófica ao Rio Negro (Belém: Museu Paraense Emílio Goeldi, 1983).

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orden, si bien sus acuarelistas registraron los poblados del río Negro, a los indios −incluyendo muchos del Vaupés y del Yapurá−; obtuvo una gran colección botánica, zoológica y etnográfica. Los naturalistas franceses se aprovecharán de parte de sus colecciones, cuando las tropas napoleónicas se toman Portugal y saquean asimismo sus jardines naturales y primeros gabinetes de curiosidades para llevar sus especímenes y artefactos a París.

Nuestro tercer viajero es el alemán Alexander von Humboldt; este na-turalista recorrió el río Orinoco hasta sus cabeceras y parte del alto río Ne-gro. Con Humboldt se inaugura la producción de un conocimiento en cierta medida participativo e integral de la América española, de las montañas an-dinas y de la selva, con base en la herencia del romanticismo alemán; aunque destaca y exalta la estética de las selvas tropicales, sostendría, en algunos de sus libros, que la Amazonia y en general las selvas tropicales de América no son aptas para la civilización; ella solamente se podría presentar en las mon-tañas de los Andes, equivalentes a las regiones templadas del orbe.

Este panorama es fundamental para que entendamos que llegado el siglo XIX, y estoy obviamente haciendo una síntesis muy apretada, unas grandes pinceladas o quizás brochazos de maestro de obra, el Amazo-nas y los trópicos fueron percibidos como una zona inepta incluso para el crecimiento adecuado de los animales o de los hombres. Esta sería la visión de los caucheros y de parte de los letrados de Manaos, cuya belle époque como consecuencia del ciclo del caucho −o de la siringa− aún nos impresiona y conmueve.

reto y secuencia de vivir en los trópicosA mediados del siglo XIX, nos encontramos en una especie de tran-

sición hacia una nueva visión del trópico húmedo, marcada en gran parte por la impronta del colonialismo europeo que penetraba en el interior de África y otras regiones tropicales; y que a través del Tratado de Berlín, en 1886, se dividiría el llamado continente negro.

A mediados del siglo XIX, los naturalistas europeos contarían con nuevos medios para conservar, en especies de cajas in vitro, las plantas tro-picales y trasladarlas a los grandes jardines botánicos, verdaderos jardines de plantas, cuya finalidad era en gran medida económica, como habían sido en gran parte las metas de las expediciones botánicas españolas du-rante el siglo XVIII.

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Toda una plétora de grandes científicos −entre ellos, Alfred R. Walla-ce, Henri Bates, Richard Spruce− explorarían el Amazonas, por su propia cuenta o peculio, pero con la expectativa del interés de las metrópolis por sus colecciones botánicas, de fauna o etnográfica, no solo de las autorida-des sino del público en general. Algunos de ellos vivirían de las conferen-cias públicas que presentaban −a su regreso− en las grandes capitales, a un público entusiasta por los mundos tropicales por razones intelectuales, vitales y comerciales.

El surgimiento de la fotografía, de las nuevas técnicas de grabado, y luego del fonógrafo y del cine (a finales del siglo XIX), creó un ámbito que propició un entusiasmo entre las elites y sectores cultos por los primitivos de todo orden, considerados el reflejo de su propio origen.

Con la creación de las grandes líneas de vapores mercantes −especia-lizados no solo en sus líneas según su destino sino en los tipos de produc-tos transportados− hacia las diferentes regiones del planeta se consolidaría no solo la red de comercio de los bienes europeos o de consumo de los pro-ductos tropicales, sino que muchas firmas europeas se establecerían con su propio personal, en grandes regiones tropicales de África, Asia y también en la Amazonia.

El trabajar en el mundo de ultramar era una expectativa de los jóve-nes europeos. Según sus capacidades, fungirían de capitanes o médicos, maquinistas o fogoneros, o funcionarios de las casas ancladas en el inte-rior de las selvas del Congo, del río Niger, o del Amazonas. En los vapores irían también mujeres, a destinos inciertos, con la esperanza −en muchos casos− de abrirse un espacio, un intersticio, en la vida social, aunque fuere de patronas de Casas Verdes o prostitutas, huyendo de un mundo en que la Revolución Industrial había enviado a mucha gente a las márgenes de Londres o puertos o ríos del Imperio. El Amazonas no escaparía a su des-tino: llegarían a Belém, Manaos o Iquitos, en una historia todavía invisible.

La situación de penuria económica movilizaría también grandes con-tingentes de polacos, italianos, irlandeses y de otras nacionalidades hacia Australia o América, del norte o del sur.

La difusión de la quina y de nuevas armas −fusiles de repetición− les permitió a los europeos instalarse en las riberas de los grandes ríos −como el Congo− y sujetar con las armas a los pueblos nativos. Pero el proceso no sería lineal y las enfermedades, las fiebres, los imaginarios sobre los nativos como “caníbales”, entre otros aspectos, fomentarían las ideas en torno a la

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influencia negativa del clima sobre la mentalidad europea, promoviendo incluso una especie de delirio de su mente.

La vida en los trópicos era una buena oportunidad para los frenólo-gos para investigar, de forma empírica, la transformación de los cráneos de los europeos en las tierras tropicales, dando origen a la idea de la Selva como el corazón de las tinieblas, un mundo nebuloso, que evoca los orí-genes, como se pone de presente en la gran obra del novelista y capitán de barco Joseph Conrad, habitados por hombres monstruosos cuya de-marcación respecto a los grandes antropoides −gorilas y chimpancés− no estaba totalmente delineada.

la época del caucho: infierno verdeEn 1908 un novelista brasileño, Alberto Rangel, publicaría una nove-

la −en nuestro medio poco conocida− fundamental para comprender los nuevos imaginarios que los letrados brasileños se forjaban de la Amazonia: Inferno verde8. Rangel escribe este texto con base en la experiencia que se vivía en los barracones del caucho en la Amazonia, que para entonces ca-racterizaban la economía extractiva de la región.

Es una novela dividida en once cuentos que se puede leer en su tota-lidad como novela o como cuentos. Es la historia de un ingeniero que se desplaza al río Purus como agrimensor y muere en ese viaje expresando las siguientes palabras: “Estoy en un infierno verde, estoy en un infierno verde”.

El paradigma ha cambiado: ya no es el de la Ilustración sino el de la Modernidad reciente. Al final de este último cuento, que da nombre al libro, Rangel le otorga la oportunidad a la Naturaleza de que responda y esta entonces se expresa como si fuera otro actor u otro sujeto de carne y hueso, otro agente en la vida regional y local. La Selva declara en la novela:

Perdón, comprendo el estigma que me lanzas, fui un paraíso para la raza indígena, una patria no muy buena para el caboclo. Soy hombre viril, pero tú el explorador moderno, vive este infierno verde, yo respondo a la violencia de los que me han usurpado, de los que me han violado, oh infeliz invasor.

8 Alberto Rangel, Inferno verde: cenas e cenários do Amazonas (Manaos: Editorial Valer, 2001).

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Aquí, el novelista se refiere no solamente al explorador, al ingeniero, sino a las relaciones sociales que se habían establecido a través del sirin-guero y el siringalista en el barracón del caucho (el trabajador y el patrón cauchero).

En la perspectiva del novelista, la idea del Amazonas como un “infier-no verde” no es la misma que las de los ideólogos del colonialismo africano; para Rangel esta expresión significa que las relaciones sociales entre los hombres en la época del caucho son similares metafóricamente a algunas relaciones biológicas que se dan en la selva, por ejemplo a las de ciertas plantas parásitas que terminan engullendo a sus árboles huéspedes.

Los novelistas de la selva inician una construcción del Amazonas en otro marco, en el cual la región es un actor histórico; se ha transformado, el otrora paraíso, en un Paraíso pero del Diablo del siringal.

En las páginas introductorias al libro de Rangel, Euclides da Cunha, el gran escritor brasileño, autor de Los Sertones9, describe este verdadero continente interior como un paraíso perdido, un lugar donde se escribió la última página del Edén.

Como de forma pionera ha destacado Fred Espinosa, el libro de Ran-gel es importante para nosotros porque en un día del año 1922, José Eusta-sio Rivera, miembro de la Comisión de Límites de Venezuela y Colombia, penetró al río Negro y allí recibió de monseñor Pedro Massa, como obse-quio, un ejemplar de Inferno verde que conservará en su biblioteca perso-nal; quizás sin saberlo signaba un rumbo −o reiteraba un camino− al gran novelista de la selva colombiana10.

En 1924 Rivera publica La vorágine en la editorial Cromos de Bogotá y lo hace a modo de denuncia. La crítica bogotana consideró la novela como una especie de libro biográfico o, en ciertos casos, como un texto patriótico que revelaba las pretensiones territoriales peruanas. El libro conmueve a la opinión pública nacional. Un curita incluso tocará a la puerta de su casa en Bogotá para rogarle que se case con Alicia, la protagonista que huye emba-razada de Bogotá con Arturo Cova a los “desiertos” del llano.

9 Euclides da Cunha, Los Sertones: campaña de Canudos (México: Fondo de Cultura Econó-mica, 2003).

10 Freddy Orlando, Espinosa, “La Vorágine Escrita a Dúas Maos. Imaginario entre Euclides da Chuna e José Eustasio Rivera”, tesis de maestría en Estudios Amazónicos, Universidad Nacional de Colombia, Sede Amazonia, 2010.

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En realidad, Rivera se propone denunciar la situación del indio y del cauchero, particularmente de la Casa Arana, y también de otras regiones en este nuevo infierno verde, que, insisto de nuevo, es el tercer paradigma que se forma en este contexto; aunque Rivera no escapa del todo a la dico-tomía civilización/barbarie, cara a las élites latinoamericanas del siglo XIX y a sus sucesores en la próxima centuria.

Por eso su indignación ante los comentarios del poeta Luis Trigueros −que había sido cónsul en Manaos−: lo que no puede soportar de su crítica no es tanto que se quede en trivialidades o en nimiedades frente a cómo se adjetiva, las comas, etcétera, sino que no llame la atención −él, que fue cónsul en Manaos− sobre los crímenes de la selva, que es lo que el novelista intenta mostrar, o intenta −como dije− denunciar.

Rivera, recuerden ustedes, lamentablemente muere en 1928, cuando su novela empieza a ser recibida, a ser leída o interpretada, de otra manera. La novela es leída en el mundo no como una novela de denuncia social sino como una gran parábola de la selva avasallante, como una especie de mímesis en que la violencia está dada por la selva y no por el infierno verde de las relaciones sociales. Como si triunfase, durante décadas, su lectura como “corazón de las tinieblas”, donde los blancos mismos pueden correr el signo de transformarse en salvajes.

Las fotos de las primeras ediciones de La vorágine −las imágenes de Arturo Cova y del rumbero Silva− desaparecen y son sustituidas por imá-genes de la selva. Así se inicia una construcción nacional, reiteremos, que lee la selva bajo el tema únicamente de barbarie y civilización.

Esta tercera visión del Amazonas como selva verde “social” es reto-mada en 1930 por el novelista portugués Ferreira de Castro en su novela La selva11, en la cual el autor, testigo de la vida de los barracones, y miembro del Partido Comunista, denuncia también la situación de explotación de los siringueros.

Muy joven, Ferreira de Castro migra de Portugal al Amazonas: allí se interna en un barracón en el río Madeira, a los 12 años. Después de dos años logra liberarse del barracón. En bellas páginas, el autor nos narra sus recuerdos cuando logra abandonar esta Prisión Verde: a medida que se alejaba de las pocas casas que conformaban el siringal, el farol que ilumi-naba la escalera de acceso al segundo piso −que tantas veces él cargó−, se

11 José María Ferreira de Castro, “La selva”, en Novelas escogidas (Madrid: Aguilar, 1959).

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esfuma paulatinamente hasta desaparecer. Regresaba de nuevo a Belém, con 14 años, lleno de proyectos literarios, como él confiesa, como el barco que ocupaba iba lleno de caucho y siringueros.

En la ciudad, su acudiente quiso de nuevo enviarlo a otro siringal; pero el joven se rebela, sus años en Vila Paraíso lo han en cierta forma curtido; prefiere deambular solo y desamparado por las calles de Belém que regresar a la selva, que regresar al Madeira u otros ríos selva adentro.

Desde entonces no dejará de soñar, como una pesadilla, esta posibi-lidad. Tendrían que pasar quince años para retomar el tema de la selva, para expurgar su experiencia y trágicos recuerdos. Pero en siete meses, en el año 1929, enfrentará sus demonios y dará luz a La selva. En ella, su prin-cipal protagonista, después de exiliarse en Brasil por motivos políticos (sus ideas monarquitas), también llega al siringal de Vila Paraíso, en el mismo río Madeira. Aunque se le promete el oficio de almacenista, propio de su alcurnia y formación letrada, se le envía al trabajo raso, junto con los otros siringueros. De esta forma es testigo directo de su abyecta situación. Inte-grado a las labores de almacenista, se solidariza y apoya la fuga de algunos compañeros, a quienes se captura y ejecuta. Por fin, al cabo de los años, sus ahorros y la ayuda de su madre lo liberan del barracón cuya experiencia trágica lo marcaría de por vida.

Estos paradigmas (paraíso, mundo de degeneración o infierno ver-de) siguen siendo ventanas a través de las cuales nuestros contemporáneos perciben la Amazonia. Forman puntos de vista con frecuencia traslapados, imbricados de diverso grado y naturaleza, ninguno completamente deste-rrado de la historia de los imaginarios contemporáneos de la selva.

A ellos habría que añadir otra ventana, más reciente, pero articulada con el tropos del paraíso; la de Selva Diversa y el aborigen como el Nativo Ecológico, que se expresa, por ejemplo, en la reciente novela de nuestro gran ensayista William Ospina, El país de la canela (2009), que recrea con una nueva sensibilidad la expedición de Orellana por el Amazonas, que con su fuerza poética nos hace sentir en un paraíso, mancillado por la bar-barie europea.

En síntesis, uno de los aspectos interesantes de estas crónicas y de estas novelas es que no solamente tejen relatos sino que nos construyen un imaginario geográfico y este imaginario geográfico es simultáneamente una topología moral de Colombia y de América del Sur, e influye, como una selva de símbolos, en nuestro comportamiento sobre el bosque y sus moradores pasados y presentes.

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el río de lA mAr dulce. imAginArios sobre lA AmAzoniA: los dilemAs entre un PArAíso y un infierno verde

Desde tiempos inmemoriales, desde Babilonia los bosques allende los muros de las ciudades (que suministraban leña y caza) han sido sometidos al exterminio; los europeos destruyeron sus bosques, y ya desde la Edad Media aniquilaron sus animales bestiales −los lobos− o los transformaron y protegieron como cotos de caza para las realezas, aunque aquellos no perdieron el encanto por la presencia de ermitaños, o de hombres salvajes, o de escenarios donde los caballeros podían probar y hacer valer sus virtu-des enfrentados a monstruos o toros salvajes.

El descubrimiento del Amazonas significó el encuentro con la Selva más grande del planeta, con sus “hombres” salvajes y animales bestiales. Durante casi cuatro siglos el río impuso el ritmo a la vida de sus habitantes.

Durante los últimos treinta años, como consecuencia de los delirios del desarrollo de los Generales brasileños y sus continuadores, se inició una nueva fase que amenaza con destruir sus bosques e incluso su mar de aguas.

Una civilización, cuyas metáforas fundamentales se enraízan en la vida de los pastores del Medio Oriente, implacablemente ha leído la Ama-zonia como un gran desierto e intentado transformarlo literalmente en una gran pradera, de vacas, de bueyes o de soya.

Ahora, sin duda, la amenaza no está constituida por unas pequeñas embarcaciones con un puñado de hombres hambrientos, sino es un Gigan-te, un verdadero Gigante. Pero el sistema nervioso de estos puede entrar, para utilizar la expresión de Michael Taussig, en convulsiones. ¿Quizás habría que esperar el apocalipsis ya en ciernes para que renazca de nuevo el Edén en la Amazonia? La selva, como en la novela de Rangel, ¿no se vengará de nosotros?

algunas lecturas sugeridasDa Cunha, Euclides. 1909. A Margem da historia. Rio de Janeiro: Fundação Biblioteca Nacional.Freitas, Renan. 2008. Viagem das ideias. Manaus: Editora Valer.Godim, Nydia. 2007. A invenção da Amazonas. Manaus: Editora Valer.Reis, Arthur Cezar. A Amazonia e a cobiça internacional. São Paulo: Com-panhia Editora Nacional.Souza, Marcio. 2010. A Expressão Amazonense. Manaus: Editora Valer.

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