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Foto de Portada: Ignacio Manuel Altamirano

Primera edición: diciembre de 2006D.R. © Suprema Corte de Justicia de la NaciónAv. José María Pino Suárez, Núm. 2C.P. 06065, México, D.F.

Impreso en MéxicoPrinted in Mexico

Esta obra estuvo a cargo de la Dirección General de Casas de la Cultura Jurídica y Es-tudios Históricos.

Su edición y diseño estuvieron al cuidado de la Dirección General de la Coordinación deCompilación y Sistematización de Tesis de la Suprema Corte de Justicia de la Nación.

Sistema Bibliotecario de la Suprema Corte de Justicia de la NaciónCatalogación

Fernández Delgado, Miguel ÁngelIgnacio Manuel Altamirano / Miguel Ángel Fernández Delgado. - - México

: Suprema Corte de Justicia de la Nación, Dirección General de laCoordinación de Compilación y Sistematización de Tesis, 2006.

199 p. - - (Episodios y personajes del Poder Judicial de la Federación ; 4)

ISBN 970-712-697-3

1. Altamirano, Ignacio Manuel, 1834-1893 – Biografía 2. Derecho yliteratura – México 3. Suprema Corte de Justicia de la Nación. México I. t. II. ser.

POA750F374i

Suprema Corte de Justicia de la Nación

Ignacio Manuel AltamiranoLa pluma y la espada de la República

Miguel Ángel Fernández Delgado*

* Abogado egresado de la Escuela Libre de Derecho, candidato adoctor e investigador becario en el Centro de Estudios Históricosde El Colegio de México. Especialista en temas histórico-jurídi-cos del siglo XVI mexicano.

SUPREMA CORTE DE JUSTICIA DE LA NACIÓN

Ministro Mariano Azuela GüitrónPresidente

Primera Sala

Ministro José Ramón Cossío DíazPresidente

Ministro José de Jesús Gudiño PelayoMinistra Olga Sánchez Cordero de García Villegas

Ministro Juan N. Silva MezaMinistro Sergio A. Valls Hernández

Segunda Sala

Ministra Margarita Beatriz Luna RamosPresidenta

Ministro Sergio Salvador Aguirre AnguianoMinistro José Fernando Franco González Salas

Ministro Genaro David Góngora PimentelMinistro Guillermo I. Ortiz Mayagoitia

Comité de Publicaciones y Promoción Educativa

Ministro Mariano Azuela GüitrónMinistra Margarita Beatriz Luna Ramos

Ministra Olga Sánchez Cordero de García Villegas

Comité EditorialDr. Eduardo Ferrer Mac-Gregor PoisotSecretario Ejecutivo Jurídico Administrativo

Mtra. Cielito Bolívar GalindoDirectora General de la Coordinación deCompilación y Sistematización de Tesis

Lic. Laura Verónica Camacho SquiviasDirectora General de Difusión

Mtro. César de Jesús Molina SuárezDirector General de Casas de la Cultura Jurídica

y Estudios HistóricosDr. Salvador Cárdenas Gutiérrez

Director de Análisis e Investigación Histórico Documental

Contenido

Presentación .................................................... 9

I. La parábola de los talentos. ..................... 13

II. Al margen de la historia

y de la política. .............................................. 19

La aparición del Nigromante. ................ 23

El joven bibliotecario. .......................... 41

El clima se enrarece. .............................46

7

III. La patria como un castillode arena. ......................................................... 57

La Revolución de Ayutla. .................... 60A grandes males, grandes discursos. .. 70

IV. La República Restauraday la reconstrucción. ..................................... 117

Fiscal y magistrado de la SupremaCorte de Justicia de la Nación. .......... 121Secretario y Vicepresidentede la Sociedad Mexicana deGeografía y Estadística. ...................... 139El Maestro de la Juventud. .................. 158

Bibliografía. ................................................. 197

8 Episodios y Personajes del Poder Judicial de la Federación

Presentación

9

La tenacidad del personaje que ocupa las pá-ginas de este libro, lo llevaron en su momentodel peldaño más humilde de la sociedad de-cimonónica a la cúspide más alta de la consi-deración de los hombres de su tiempo. Igna-cio Manuel Altamirano constituye uno deaquellos íconos en la historiografía del sigloXIX, por su empeño y aportes a la culturajurídica de aquel momento.


La Suprema Corte de Justicia de la Na-ción ha querido reconocer a este jurista y lite-rato, la presente investigación de carácter di-vulgativo tiene la intención de difundir la vidade hombres y mujeres como Altamirano, quecon su visión, escritos y obras llevaron a la Na-ción mexicana a pensar en un futuro más hala-gador en el que las libertades y la equidad en-tre los seres humanos marcaran el rumbo denuestros destinos.

La vida y obra de Ignacio Manuel Alta-mirano es dignísimo ejemplo de personas connobles ideales que aportaron a la SupremaCorte de Justicia su trabajo y sus ideas, en dón-de el Máximo Tribunal fue una de las muchasinstituciones que se vio beneficiada con lalabor de hombres como él.

Ignacio Manuel Altamirano ... 11

Ojalá que la presente obra nutra losánimos de todos aquellos interesados en lamejoría de la administración de justicia denuestro país.

Comité de Publicaciones y Promoción Educativade la Suprema Corte de Justicia de la Nación

Ministro Mariano Azuela GüitrónMinistra Margarita Beatriz Luna Ramos

Ministra Olga Sánchez Cordero de García Villegas

13

I. La parábola delos talentos

“Luchando brazo a brazo con la suerte, sin máselemento que su clara inteligencia, ha llegadoa su edad a ser entre nosotros un hombre no-table, cuando a los diez años apenas sabía leery era tan pobre que no se había puesto nuncacalzado”. Así resumía Vicente Riva Palacio lasimprobables conquistas alcanzadas en vida porIgnacio Manuel Altamirano.

El indígena de Tixtla, cuya inteligenciaprecoz y una sabia legislación le concedieron


una beca en un instituto de Toluca, estudiólos discursos de Demóstenes (384-322 a. C.) yde Marco Tulio Cicerón (106-43 a. C.), pero susoradores modelo serían los franceses GeorgesJacques Danton (1759-1794), Léon Gambetta(1838-1882), y sobre todos ellos, el conde deMirabeau (1749-1791). Su fogosa oratoria, susaudaces concepciones, sus filípicas contra elPartido Conservador, le concedieron final-mente el título de Dantón de América, aunquea esta misma riqueza discursiva le debiera elostracismo parlamentario de los últimos añospor la facilidad con que se apoderaba de laadmiración popular.

Durante la Revolución de Ayutla, laGuerra de Reforma y la Guerra de Interven-


ción, empuñó las armas con igual maestría quelas letras, llegando a sostener que “tratándosede defender la Independencia de la patria, lapalabra imposible no es mexicana”. A pesar desus triunfos, no dejó de identificarse con losanhelos y angustias del pueblo, pues jamásrenegó de sus orígenes:

Yo puedo hablar en su nombre, porque

me identifico con él, porque traigo en

mi corazón todas sus penas, todos sus

desengaños, toda su indignación, todo

el sentimiento de su fuerza. Porque yo

soy un verdadero hombre del pueblo,

descendiente de veinte razas desgra-

ciadas, que me han legado juntamente


con su amor a la libertad, todos los

dolores de su antigua humillación.

Desde la cátedra, la columna periodís-tica, el libro y las sociedades científicas y li-terarias, continuó sembrando en la juventudel amor a la patria, en el que encontraba “elpedestal de bronce de todo altar que levantael trabajo”. Su labor incansable, en las fuerzasarmadas liberales y republicanas, el PoderLegislativo, la Suprema Corte de Justicia dela Nación, la Sociedad Mexicana de Geografíay Estadística, la Escuela Normal de Profesoresde Instrucción Pública del Distrito Federal,el Servicio Exterior Mexicano, y otras institu-ciones, le valieron por unanimidad el títulode maestro.


Altamirano, quien probablemente seael más grande prosista mexicano del sigloXIX, seguramente es el mejor ejemplo de queningún país debe menospreciar, sin conocer,el potencial de todos sus talentos.

II. Al margen de la historiay de la política

19

El filósofo español José Ortega y Gasset, al-

guna vez explicó que el ser humano, antes que

naturaleza, tiene historia. Pero, por otras razo-

nes, no a todos los seres humanos se les ha re-

conocido un lugar en el mundo histórico, sino

apenas el de actores secundarios o simples

comparsas de los protagonistas, como ocurre

en el caso de los pueblos indígenas de México.


El 13 de noviembre de 1834 nació enTixtla, distrito de Chilapa, en el entonces Es-tado de México, un niño cuya piel color debronce y su mismo nombre delataban el apegoa la tradición y al terruño de sus padres: Igna-cio Manuel Homobono Serapio AltamiranoBasilio. Ignacio Manuel, quizá por elección fa-miliar; Homobono, por haber nacido el 13 denoviembre, día de san Homobono; y Serapio,por el santo del día de su bautismo, el 14 delmismo mes. Francisco Altamirano y Juana Ger-trudis Basilio, sus padres, también de Tixtla ycuya lengua materna era el náhuatl, le here-daron sus apellidos. Ignacio Manuel, como elresto de los indígenas en su condición, parecíadestinado a vivir la existencia de un infelizjornalero, y a quedar fuera de la historia como


la conocemos, si no hubiera ocurrido un afor-tunado incidente en su vida, más allá de suprecoz inteligencia, que no es algo inusual en-tre la niñez de los nativos de nuestras tierras.

Tixtla, orgullosa población de la tierracaliente, que vio nacer a Vicente Guerrero, endonde las fuerzas insurgentes de José MaríaMorelos dejaron un destacamento al mandode Hermenegildo Galeana, sitiado por las fuer-zas realistas, luego derrotadas por el propioMorelos el 15 de agosto de 1811; y cuna de másde un aguerrido patriota, pertenecía al Es-tado de México desde la Consumación de laIndependencia Mexicana. Al abrogarse la Cons-titución de 4 de octubre de 1824, que esta-blecía un régimen federal, según el modelo de


Estados Unidos, entró en vigor la Constitu-ción de 12 de junio de 1843, apegada a otrosesquemas liberales, como el francés e inglés,cambiando a un régimen centralista, y a losEstados de la República en departamentos.Pero la situación no era tan simple como uncambio de nombres. José María Luis Mora loexpresaba diciendo que la zona en comentoera un “territorio poblado de hombres sin otrosvínculos de unión que los de su coexistenciaaccidental. Los gérmenes de la discordia sehallaban esparcidos por todas partes”. Enefecto, el liberal Juan Álvarez, originario deAtoyac, combatía a los conservadores, convir-tiéndose pronto en un influyente caciqueempeñado en formar el Departamento deAcapulco. Antes que él, otro veterano insur-


gente, el conservador Nicolás Bravo, oriundode Chilpancingo, había intentado crear el De-partamento del Sur. Aunque pertenecían acorrientes ideológicas y políticas adversas,Álvarez y Bravo se unieron para formar el De-partamento de Acapulco el 10 de octubre de1841, que ratificó una junta de notables en Chil-pancingo el 10 de noviembre, pero una rebeliónindígena frustró entonces las reivindicacionespolítico-geográficas.

La aparición del Nigromante

A mediados del siglo XIX era posible sostener,con un dejo de exageración, las palabras delcélebre político y jurisconsulto Mariano Otero:“puede asegurarse que a las tres cuartas partes


de los indios no les ha llegado tal vez la noti-cia de haberse hecho la Independencia”. Comoprueba de su aserto recordó la indiferencia ge-neralizada con que los naturales vieron la in-vasión estadounidense de 1846-1848. Si estoera así, la culpa no la tenían, ciertamente, losindios.

En Tixtla, en el barrio de Santiago, Ig-nacio Manuel Altamirano asistía a la escuelade Cayetano de la Vega, como los demás natu-rales, sólo para aprender el catecismo. Estu-diar algo más, estaba reservado a los “niñosde razón”, que podían pagar las colegiaturas yaprender conceptos más elevados, pues ni tressiglos de dominación colonial ni tres décadasde independencia habían logrado borrar tan


viejos y venerables prejuicios. Cuando Fran-cisco Altamirano, padre de nuestro personaje,fue electo alcalde de Tixtla, en 1842, tomó unadecisión que cambiaría para siempre la vida desu hijo: enviarlo a la escuela junto con los niñosblancos. Sin importarle su tez oscura, corona-da por una hirsuta cabellera, pronto demostróuna precoz inteligencia y una incomparablededicación, pues sin mayores problemas logróaprender el español, lectura, escritura y aritmé-tica, ocupando siempre los primeros lugaresde su clase.

Como sus padres no podían seguir pa-gando sus estudios, Ignacio Manuel pensó entrabajar como herrero, pero fracasó; lo mismoocurrió al intentar dedicarse a la pintura. De


cualquier modo, su vida transcurría alegre ysin problemas en Tixtla, a pesar de la invasiónestadounidense, de la que sólo se enteró porel paso eventual de algunos soldados mexicanos.

Pero la fortuna lo aguardaba bajo elpatrocinio de un Nigromante y de otros mece-nas. Francisco Modesto de Olaguíbel, go-bernador del Estado de México en 1847-1848,deseaba dispersar la población de su entidad.Una de las propuestas que atendió, consistíaen incorporar a las masas indígenas, que en-tonces constituían la mayoría demográfica, enel mundo escolar, aunque esto no podría lo-grarse de inmediato, sino en forma paulatina.En el Instituto Científico y Literario de To-luca, a cargo del maestro y abogado indígena


Felipe Sánchez Solís, una de las institucionesde estudios elementales y superiores laicascreadas en un intento por arrebatar el mono-polio educativo a la Iglesia católica, por decre-to de 9 de enero de 1849, se introdujo la figurade los “alumnos de municipalidad”, que orde-naba a cada uno de los municipios mexiquen-ses enviar escolares “entre los más pobres...que sepan leer y escribir, y tengan buenas dis-posiciones mentales” para llevar a cabo en elInstituto estudios superiores, pagando losmunicipios 16 pesos mensuales. Ignacio Ma-nuel Altamirano resultó electo para obtenerla beca por Tixtla.

Después de tres días de viaje, en dosviejos caballos de tropa que les prestó el co-


mandante Ignacio Campos, los Altamirano,padre e hijo, llegaron a Toluca. El 17 de mayode 1849 se presentó el adolescente ante lasautoridades del Instituto, mismo día en queestuvo a punto de regresar por donde había ve-nido. No solamente el año escolar iba por lamitad de su trayecto, sino que el director Sán-chez Solís se dio cuenta de que el becario deTixtla tenía ya 14 y no los 12 años señaladoscomo máximo por el decreto de 9 de enero.Sin embargo, lo aceptó por gracia y “por haberprocedido de un pueblo tan distante comopeligroso”, pero no sin condicionar su acepta-ción al pago, en doce días, de poco más de cienpesos por parte de la municipalidad de Tixtla,por los meses ya transcurridos desde el iniciode clases. Ni Altamirano ni su padre dudaban


que esta última condición sería satisfecha loantes posible por las autoridades tixtlecas. Nosospechaban que eran testigos de la formaciónde una bola de nieve que caería sobre el jovenindígena.

Durante la guerra contra Estados Uni-dos, se reunió un Congreso Constituyente enla capital mexicana que restauró la vigenciade la Constitución Federal de 1824 con algunasreformas y adiciones, con el fin de hacer frentecon menores obstáculos legislativos al invasor.Con el nombre de Acta Constitutiva y de Re-formas de 22 de abril de 1847, la nueva LeyFundamental entró en vigor y el Congreso dela Unión comenzó a sesionar bajo su amparolegal en medio de la guerra. El 14 de mayo se


presentó un proyecto para la creación de unanueva entidad federativa “con el nombre deGuerrero, compuesto de los distritos de Aca-pulco, Chilapa, Taxco y Tlapa y la munici-palidad de Coyuca”. El consenso para erigirel estado de Guerrero no se logró sino hasta el27 de octubre de 1849, pero ya desde antes dela promulgación de este último decreto, sedaba por hecho que tarde o temprano se logra-ría la autonomía de los surianos, así llamadospor pertenecer a la región otrora llamada delSur. Esto significaba que el joven Altamiranopronto quedaría en una especie de limbogeográfico en lo que a su situación escolar serefería, pues su municipio estaba por salir dela jurisdicción del Estado de México.


En cabildo extraordinario, el Ayun-tamiento de Tixtla envió una protesta al direc-tor del Instituto y al gobernador del Estado,el 30 de mayo, alegando que sólo estabanobligados a cubrir los 16 pesos que indicaba elreglamento, bajo amenaza, en caso de no acep-tarse el dinero y el alumno, de acudir “sin de-mora al Honorable Congreso”. Esto bastó porel momento.

Para su fortuna, las cosas no fueron tanterribles como pintaban. Pronto se integró algrupo de 44 becarios del año escolar en curso,quienes compartían las aulas con cerca de cienalumnos, entre los que se hallaban algunos pro-venientes de las familias más adineradas.Altamirano se conformaba con lo poco que le


daban: un modesto banco de cama con su col-chón y sábanas de manta, un pequeño estante,una bandeja, dos cepillos, un peine y un espejo;para vestir, una camisa de género; y para susestudios, una gramática latina y otra caste-llana, y apenas un lapicero.

Todos los días, se les levantaba al toquede campana pasadas las cinco de la mañana,para iniciar la jornada con ciertas oracionesrecitadas a coro. Después de asearse, oír misay desayunar, comenzaban las clases. La disci-plina para los becarios y algunos externos ypensionistas no contemplaba castigos corpo-rales severos, pero sí las temidas “hincadas”,el “vestido burdo” y el ayuno forzoso. Sóloeran expulsados del Instituto los alumnos


considerados “absolutamente incorregibles”.Sin excepciones recibían educación física a lapar de la formación académica y rudimentosde música (piano o flauta). La campana regu-laba el cambio de actividades en el transcursodel día. En los recreos se podía beber choco-late, aunque la mayoría de los niños preferíajugar, pero algunos “que amaban la lecturasacaban entonces algunos librillos sabrosospara devorarlos”. Entre este grupo de lecto-res seguramente se encontraba Altamirano,pues es quien nos da cuenta de su vida escolaren el relato Beatriz (1873). Después de comer,venía la hora de estudio. Más tarde, asistían aotras clases; al anochecer, escuchaban en lacapilla la vida del santo del día, rezaban elrosario y, finalmente, se iban a dormir entrelas nueve y las diez de la noche.


Al concluir el año escolar de 1849, Alta-mirano obtuvo calificaciones de “sobre-saliente” en latín y francés, y aceptables en elresto de las disciplinas, a pesar de haberse in-tegrado tardíamente a los cursos. La rutina,en particular en lo referente a los ritualesreligiosos, que su escuela conservaba, no obs-tante su carácter laico, no parecía agradarledel todo, pues el encargado de la capilla re-portó que “el señor Altamirano chupa, chiflay hace desórdenes en la Santa Capilla”.

Poco después, en Iguala, primera capi-tal de Guerrero, el 30 de enero de 1850, se ins-taló la primera Legislatura y, al día siguiente,se nombró gobernador provisional a Juan Ál-varez, quien trasladó la capital a Tixtla. Las


municipalidades del Sur, como era de espe-rarse, dejaron de pagar impuestos al Estado deMéxico, ya que en el decreto de erección de laentidad, se dispuso que el nuevo gobiernoasumiría parte de la deuda de los estados quehabían aportado territorio. Como el adeudode Altamirano con el Instituto seguía crecien-do, el propio Juan Álvarez tuvo que escribir,en un par de ocasiones, a su igual en el Estadode México, Mariano Riva Palacio, para que ledieran protección.

Altamirano, quien es probable que ig-norara todavía la proporción geométrica enque aumentaba su adeudo con el Instituto, puesa los útiles, la ropa y el calzado que se le pro-veía, se sumaba además el costo del lavado de


ropa, estaba más preocupado por conocer aun maestro legendario que volvería a impartircátedra en el año escolar que comenzaba.Como ya no era un alumno de nuevo ingreso,y conocía bien las instalaciones y a las autori-dades, y seguía destacando académicamente,se sentía cada vez más como en su propia casa.Fue así que se atrevió a acercarse, como oyen-te, y se quedó en el quicio de la puerta del salónen el que el maestro Ignacio Ramírez iniciabaun curso de literatura, los domingos por lamañana, para los alumnos de filosofía y juris-prudencia. Del maestro Ramírez, catedrático dederecho, se contaban increíbles historias,magnificadas, como suele ocurrir, en las habli-llas de los alumnos. Lo cierto es que habíanacido en San Miguel el Grande, Guanajuato,


en 1818, estudió artes en el Colegio de SanGregorio de la capital mexicana, cuya biblio-teca, se decía, leyó completa, lo cual demostra-ba con su vastísima erudición que no se limi-taba al mundo de las leyes, ya que se habíatitulado como abogado por la UniversidadPontificia Nacional, sino que contaba por igualcon amplios conocimientos de ciencias na-turales, filosofía, literatura, teología y otrasdisciplinas. A su ingreso en la Academia deSan Juan de Letrán, integrada por los hombresmás ilustrados de la capital, cuando apenascontaba con 19 años, escandalizó a propios yextraños al leer un discurso titulado No hayDios, cuyas primeras líneas aseguraban que “Diosno existe, las cosas de la naturaleza se sostie-nen por sí mismas”. En 1845, junto con Guiller-


mo Prieto y Vicente Segura, fundó el periódicoDon Simplicio, y, un año más tarde, el ClubPopular. Desde estas dos plataformas divulgósus ideas de reforma política, económica y re-ligiosa, firmando sus artículos con el seudó-nimo de El Nigromante.

Todo esto llamaba la atención del jovenAltamirano, pero más aún al enterarse quehabía sido secretario de Guerra y Haciendadurante el gobierno de Olaguíbel en el Estadode México, y a él se debía el haber convencidoal gobernador sobre la urgente necesidad decrear un sistema de becas para estudiantespobres. Altamirano quería conocer a su me-cenas, que apenas volvía a ejercer la docencia.


Al percatarse el maestro Ramírez queun joven indígena de 16 años lo escuchaba tanatento o más que el resto de los alumnos ma-yores, tímidamente, desde la puerta del salón,lo mandó llamar. Pero dejemos que el propioAltamirano cuente lo sucedido entonces:

Pude convencerme, entonces, de que

los elogios que había oído no sólo eran

justos, sino que aun quedaban abajo de

lo que merecía la belleza de aquella lec-

ción dominical. No era una clase fría-

mente preceptiva y vulgar. Ramírez allí

enseñaba como no se había enseñado

antes, como no ha vuelto a enseñarse

después en México, si no es cuando él

tomaba la palabra en los liceos y en las


academias. Ni se limitaba tampoco al

estudio de los diversos géneros litera-

rios, sino que con motivo de las com-

posiciones que le presentaban, al hacer

la crítica de ellas se remontaba hasta

otras regiones, hasta las regiones de

una altísima filosofía científica y lite-

raria que nos dejaba asombrados, y que

abría nuevos horizontes a nuestro espí-

ritu. Era en toda la amplitud de la pala-

bra, una enseñanza enciclopédica, y los

que la recibimos aprendimos más en

ella, que lo que pudimos aprender en el

curso entero, de los demás estudios.

Allí se formó nuestro carácter, allí

aceptamos nuestro credo político al

que hemos sido fieles sin excepción de


una sola individualidad. Porque es de

advertirse, y es una cosa notable cierta-

mente que ni un solo discípulo de Ra-

mírez, en el Instituto, ha renegado de los

principios liberales y filosóficos que les

inculcó el maestro, sino que, al contra-

rio, todos los han sellado con su cons-

tancia y con sus obras, y algunos con

su sangre.

El joven bibliotecario

Altamirano, después de convertirse al credodel Partido Liberal, trató de emular la forma-ción académica de Ignacio Ramírez. Continuóen el cuadro de honor escolar y en 1851 co-menzó a estudiar la lengua inglesa, que llegó a


leer y a hablar con cierta facilidad, al gradode ser elegido para presentar examen públi-co del idioma. Por su buen desenvolvimientoen la ceremonia, las autoridades le obsequia-ron la novela The Vicar of Wakefield (1766) delexcéntrico escritor inglés Oliver Goldsmith(1730-1774), que en su madurez, dentro de susPaisajes y leyendas (1884), llamaría “librogracioso y bueno que fue amigo de la juven-tud”. Desde entonces se aficionó a la literaturaen lengua inglesa, como ya lo había hecho conla francesa y la española, y así se explica elartículo que le dedicó a Charles Dickens (1812-1870), de quien, puede decirse, trató de adap-tar sus novelas de costumbres con moraleja almedio nacional, pues así lo recomienda en suartículo de 1869.


Tampoco se le dificultó aprender el la-tín. Al terminar su curso de latinidad, y conayuda del maestro Francisco Clavería, podíatraducir párrafos selectos de las obras deCicerón (106-43 a. C.), Horacio (65-8 a. C.),Fedro (c. 15 a. C.- c. 50 d. C.), Plutarco (50- c.130) y Cornelio Nepote (?- 27 d. C.). Desdeluego, sería una evidente exageración afirmarque ya dominaba el francés, el inglés y el latín.Apenas había adquirido las raíces, que seguiríamadurando con largos años de estudio.

Por estas fechas debe haber comenzadoa soltar su pluma, pues se le atribuyó la autoríade unos versos obscenos. El asunto creció has-ta convertirse en una amenaza de expulsióndel Instituto. Una vez más, el gobernador Juan


Álvarez, a petición por carta de Altamirano,intercedió por él ante Riva Palacio, y el casose archivó. En estos tiempos, nuestro per-sonaje fue puesto a cargo de la biblioteca es-colar, cuyas puertas apenas se reabrían.

Los volúmenes de la biblioteca del Ins-tituto Toluca fueron incorporados el 7 de di-ciembre de 1849, pues antes, por razones po-líticas, se hallaban embodegados en algún lugarde la capital. Originalmente, sus fondos fueronimportados desde Europa por Lorenzo de Za-vala, quien ocupó en un par de ocasiones elgobierno del Estado de México (1827-1829 y1832-1833), y es muy probable, como sostieneVíctor Ruiz Meza, que en su mayor parte estu-vieran conformados por títulos de autores dela Ilustración europea.


En julio de 1851, durante una ceremoniaescolar, Altamirano declamó dos poesías desu inspiración, que luego fueron impresas enun folleto salido del nuevo taller tipográficodel Instituto. Una estaba dedicada al goberna-dor Riva Palacio y la otra al director SánchezSolís, por lo que no eran ningunas joyas, peroel hecho de haber sido el alumno más jovenen aparecer en las páginas de aquel folleto,junto a colaboraciones de estudiantes mayo-res, demostraban que Altamirano era entoncesreconocido como un adelantado, que no sólodestacó en literatura. Con sus propias manostalló un crucifijo de marfil seleccionado parala exposición realizada en la ciudad de Tolucaal final de 1851.


Estas fueron igualmente las fechas enque, junto a un compañero del colegio, decidióvisitar la ciudad de México por primera vez,pues ya tenía algunos ahorros. Lo malo fue quela diligencia que los transportaba fue asaltada.Las vacaciones hubieran sido una completadesgracia, si no hubieran tomado la precau-ción de asegurar su dinero por medio de unalibranza pagadera en su destino.

El clima se enrarece

Las clases de Ignacio Ramírez continuaron sinincidentes, por polémicas que pudieran resul-tar sus opiniones, ante el asombro y admira-ción cada vez mayor de Altamirano y el restode sus alumnos. Pero cierto día ocurrió un


suceso que llegó a oídos de algunos padres defamilia, tan elocuente, en su concepto, comopara pedir la expulsión del catedrático. En unaclase de derecho, en la que se utilizaba untexto –que no logramos identificar– del juristaalemán Heinecius o Heinecio (1681-1741),Ramírez alteró la exposición de los capítulosrelativos al derecho canónico, con el fin deadaptarlos a su ideario reformista. La queja ele-vada al director del plantel no pedía explica-ciones sino la salida inmediata de Ramírez delcuerpo de profesores. Como Sánchez Solís eratambién simpatizante de la ideología liberal,le dio largas al asunto. Los padres inconformesacudieron entonces al gobernador Riva Pala-cio. No sabemos lo que haya resuelto. El casoes que, poco tiempo después, Sánchez Solís

abandonó la dirección del Instituto de Tolucaal resultar electo diputado federal. El nuevodirector, Francisco de la Fuente Maldonado,de ideología conservadora, se presentó enenero de 1852, y la suerte, al igual que el Nigro-mante y otros profesores liberales, fueronechados.


Ignacio Manuel Altamirano

Ignacio Ramírez “El Nigromante”

Francisco de Olaguibel

Mariano Riva Palacio

Altamirano todavía era uno de los me-jores alumnos de la institución, aunque porestas fechas ya adeudaba 455 pesos. Pero laimpronta que había recibido de Ramírez re-sultaba ya imborrable y, junto con Juan A. Ma-teos, cuñado de El Nigromante, en el propiotaller escolar, lanzó un folleto de filiación libe-ral, titulado Los Papachos, dedicado a “lospedantes habladores, ya sean viejos o mucha-chos”, a quienes, no sin ironía, decían, espera-ban “darles mil [a]papachos”. Su publicaciónbuscaba el enfrentamiento abierto contra losideólogos conservadores, en el mismo colegio,que se expresaban en otro papel titulado Pipelet(portero, en francés). Por eso, el subtítulo dela obra de Altamirano y Mateos era Contra-Pipelet. Su primer número apareció el 20 de



julio de 1852, con el siguiente manifiesto y plande actividades: al principio, decían en singu-lar, “me ocupo exclusivamente de Pipelet; peromás adelante tomaré interés por cosas de másutilidad, insertaré algunas composiciones dejóvenes que se dedican a la literatura y defen-deré la libertad, la unión, la República”. Susautores fueron expulsados once días mástarde. El 31 de julio, Altamirano “borró cole-giatura y venció”, con una deuda acumuladade 567 pesos y 6 centavos. Aunque un amigoespañol lo ayudó a pagar una parte, despuésde Los Papachos, ya nada pudo evitar su sa-lida del plantel.

A sus 17 años, no pensaba regresar a vi-vir en Tixtla. Probó suerte en Yautepec y en


Cuautla, dando clases de francés y como maes-tro de primaria, a cambio de casa y alimento.La situación no era tan dura como podríasuponerse, pues él mismo confiesa que enton-ces frecuentaba a ciertas amigas y montó unaobra de teatro de su autoría: Morelos en Cuautla,que dejó de presentarse el día de su estreno.También se hizo amigo de la familia del em-presario vasco Luis Rovalo, propietario de lahacienda cañera de Santa Inés. Gracias a suintermediación, Altamirano fue aceptado en elColegio de San Juan de Letrán de la capital,donde estudió derecho a partir de 1855.

III. La patria como uncastillo de arena

57

Luego de la consolidación de la Independencianacional, comenzaron a surgir, primero con-fusa y después claramente, un par de tendenciaspolíticas con visiones contrapuestas sobre laforma más conveniente de asumir el gobier-no para el nuevo país. Liberales y conservado-res fueron sus nombres más comunes. Losprimeros, proclives a la imitación de mode-los contemporáneos de gobierno, deseabanemancipar a los ciudadanos de cualquier


restricción proveniente de las dos institu-ciones que mejor representaban el antiguorégimen: la Iglesia y el ejército. Los segundos,poco amigos de innovaciones, apoyaban el po-der eclesiástico y militar precisamente porquelos veían como sinónimos de continuidad enla vida del país.

Durante los gobiernos de José Joaquínde Herrera y Mariano Arista, se preparó el re-greso del hombre imprescindible para losconservadores, Antonio López de Santa Anna,quien ya había ocupado la silla presidencialen diez ocasiones en los últimos catorce años,porque así había convenido a los intereses depolíticos, militares, agiotistas, eclesiásticos yterratenientes. El golpe de Estado que en-


cabezó el general Manuel María Lombardini,el 7 de febrero de 1853, permitió el regreso deLópez de Santa Anna, quien, después de huiren plena guerra con Estados Unidos, se habíaexiliado en Turbaco, Colombia. Tomó pose-sión el 20 de abril. La coronación de su “AltezaSerenísima”, como acordó nombrarlo el Con-greso en diciembre de 1853, y las facultadesextraordinarias que le concedieron, pronto de-sembocaron en un sistema totalitario. IgnacioRamírez, que volvió a trabajar con SánchezSolís en el Colegio Políglota de la capital, fueuna de las víctimas de su ley de imprenta,pasando, por once meses, “de la cátedra a lamazmorra de los presos, y sus libros le fueroncambiados por los grillos que llegaron a ha-cerle profundas heridas”, como apunta subiógrafo Francisco Sosa. Fueron más de qui-


nientas personas, en su mayoría liberales, lasque fueron encarceladas o exiliadas del país,como ocurrió con Benito Juárez, MelchorOcampo, Ponciano Arriaga y José María Mata.

En apenas ocho meses, los nuevos y des-medidos impuestos, y otras extravagancias deLópez de Santa Anna, quien no tuvo empachoen vender La Mesilla a Estados Unidos, ya noeran del agrado ni siquiera de quienes lo ha-bían encumbrado, pues temían que el enormedescontento social muy pronto iba a estallar.

La Revolución de Ayutla

El movimiento armado contra el últimogobierno de López de Santa Anna, fue con-


cebido e iniciado en Guerrero. El coronel Flo-rencio Villarreal proclamó el Plan de Ayutlael primer día de marzo de 1854. Muy prontose le unieron Juan Álvarez e Ignacio Comon-fort, administrador de la aduana de Acapulco,quien reformó el plan original, el 11 de marzo,para desconocer a su “Alteza Serenísima” comoPresidente y al resto de las autoridades que ledieran apoyo, se restablecería la RepúblicaFederal y se prometía que, a más tardar cuatromeses después de la publicación de la convoca-toria, se realizaría un congreso extraordinario.

Ignacio Manuel Altamirano no podíaser indiferente ni a la represión santanista nial movimiento rebelde que nacía en su te-rruño. Sería la primera, pero no la última vez


que dejaría la plácida vida de civil, para tomarlas armas y luchar por sus ideales. Todos losbiógrafos de nuestro personaje afirman que seunió al ejército de Juan Álvarez, pero Jesús So-telo Inclán lo niega. Lo cierto es que el restode 1854 y parte de 1855, hasta la caída del ré-gimen conservador, la entidad guerrerense fueescenario de batallas y guerrillas.

El ejército de cinco mil hombres co-mandados por López de Santa Anna, tampococombatió con entusiasmo por un líder nadacarismático, y el 9 de agosto, sin alteza y me-nos aún serenidad, se vio obligado a huir denuevo a Colombia. Altamirano se enteró deltriunfo de su partido en Cuautla, donde de-sempeñaba comisiones especiales. Entonces


dio inicio a la tradición de pronunciar oracionescívicas, al resultar electo orador por la JuntaPatriótica, para el discurso del 16 de sep-tiembre, dedicado, como era de esperarse, altriunfo de “los generosos hombres de Ayutla”.De él extraemos estas líneas, que no dejan desorprender en un joven de escasos veintiúnaños:

Ten respeto a la autoridad que tú mis-

mo eliges; pero sin adularla, sin come-

ter bajezas, porque muchas veces los

pueblos con su degradación, vuelven

despóticos a los gobernantes. Distin-

gue entre la ley y el que la ejecuta, y si

tienes que ser esclavo, es mejor que lo

seas de aquélla y no de éste, porque quien


baja la frente ante la ley se honra, quien

la inclina ante un hombre se degrada.

Juan Álvarez llegó a Cuernavaca enoctubre de 1855, con intenciones de crear ungobierno de transición. Una junta de repre-sentantes lo nombró presidente interino pormayoría de votos. Entre el 4 de octubre y el 11de diciembre gobernó a la nación mexicana.Luego le cedió el poder a Comonfort, por mo-tivos de salud, el 11 de diciembre de 1855, noantes de haber promulgado la legislación másimportante de su periodo: la Ley sobre Admi-nistración de Justicia y Orgánica de los Tribu-nales de la Nación, de 25 de noviembre, tambiénllamada Ley Juárez, en reconocimiento a suautor, que suprimía los tribunales especiales


y restringía el fuero eclesiástico y militar. Co-monfort continuó la reforma legislativa conla Ley Lerdo o Ley de Desamortización deFincas Rústicas y Urbanas de CorporacionesCiviles y Religiosas (25 de junio de 1856), laLey Orgánica del Registro del Estado Civil (27de enero de 1857), y la Ley de ObvencionesParroquiales (11 de abril de 1857), por otronombre conocida como Ley Iglesias, por ha-ber sido su autor José María Iglesias, Ministrode Justicia. Las protestas conservadoras no sehicieron esperar.

En diciembre de 1855, Altamirano re-gresó a concluir los estudios de jurisprudenciaen el Colegio de San Juan de Letrán, dondellegó a dictar clases de latín. Con gran aplica-


ción se dedicó a los estudios de los dos últimosaños de la carrera, que terminó con califica-ciones de excelencia, pero sin alejarse de losdebates políticos del día. Su habitación estu-diantil pronto se vio convertida, como él mis-mo la describe, en redacción de periódico,club reformista y centro literario. En dicholugar o en otros más adecuados, se celebra-ban animadas tertulias con el poeta Juan DíazCovarrubias, estudiante de medicina, al igualque Manuel Mateos; también concurrían Flo-rencio María del Castillo, José Rivera y Río,Alfredo Chavero, Manuel Flores e, incluso, jóve-nes de ideas conservadoras como MarcosArróniz. Al iniciar las sesiones del CongresoConstituyente, el 18 de febrero de 1856, Alta-mirano y sus contertulios escuchaban atentos


desde las galerías del Palacio Legislativo. Tam-bién leían la crónica de Francisco Zarco queaparecía en El Siglo XIX. En este mismo dia-rio, Altamirano se vio por vez primera enletras de imprenta, aunque sin firmar suscolaboraciones; pero el 8 de noviembre de 1857aparece por fin su nombre, en el “Discursopronunciado por el alumno del Colegio Nacio-nal de San Juan de Letrán, D. Ignacio ManuelAltamirano, el día dos de noviembre de 1857,al sustentar el acto público del tercer año deJurisprudencia”.

La nueva Constitución liberal, promul-gada el 5 de febrero de 1857, estaba por desataruna nueva guerra civil. La Iglesia CatólicaMexicana, por mucho el grupo más incon-


forme, condenó de inmediato la afirmaciónque se hacía en el texto constitucional,diciendo que el poder público no provenía deDios, sino del pueblo; quería que la educacióncontinuara siendo exclusivamente católica;que se reconocieran legalmente los votosreligiosos; que continuara la censura en laexpresión de las ideas; que se le devolviera elfuero eclesiástico; que en su calidad decorporación, se le permitiera adquirir yadministrar bienes raíces, y que el Estado notuviera facultad legislativa en materia de culto.En Puebla, un grupo de sacerdotes y militaresse mantuvieron en pie de guerra desde que co-menzó el gobierno surgido de la Revoluciónde Ayutla, y en el resto del país se encendie-ron otras señales de alarma. El problema ad-quirió dimensiones nacionales cuando el


Presidente Comonfort, en el peor momento,se dio cuenta de que no era tan liberal como lohabía supuesto. Algunas amistades y, sobretodo su madre, hicieron surgir el conservadorque había en su interior, por lo que desconocióla Constitución de 1857 y se adhirió al Plan deTacubaya, que lo mantendría en el poder hastadarle al país una Carta Magna verdaderamente“conforme con la voluntad nacional”. Sin embar-go, su actuar vacilante, que no cesó entonces,lo dejó pronto fuera del juego político, y supuesto lo tomó el general Félix Zuloaga, quienfue nombrado Presidente de México por elPartido Conservador, el 23 de enero de 1858.

El Partido Liberal tenía también un asbajo la manga. A Benito Juárez, Presidente de


la Suprema Corte de Justicia desde el 1o. dediciembre de 1857, le correspondía, por man-dato constitucional, ocupar interinamente elPoder Ejecutivo a falta de titular. Como tuvoque huir de la capital, tomada por el enemigo,asumió la presidencia de la República enGuanajuato, el 19 de enero de 1858. Un go-bierno con dos cabezas no podía sino desataruna guerra civil. En efecto, había comenzadola Guerra de Reforma o Guerra de los TresAños.

A grandes males, grandes discursos

Antes de que nuestro personaje se involucraraen el conflicto, por las mañanas, trabajaba comopasante en el despacho Covarrubias y, por lastardes, asistía a las clases de la Academia de


Jurisprudencia Teórico-Práctica, a cargo delIlustre y Nacional Colegio de Abogados, dondese formaban los candidatos para el examende abogado con el fin de poder actuar antelos tribunales. Consta, por otro lado, que al caerla capital en manos de los conservadores,publicó unos “atroces dísticos contra el go-bierno reaccionario”. Tan populares se hicie-ron, según cuentan, que pronto se recitabande memoria, como una especie de himno libe-ral. Otro tanto hacían Díaz Covarrubias, Ri-vera y Del Castillo, quienes, además, repartíanpanfletos liberales salidos de una imprentaclandestina.

Durante el primer año de esta guerracivil, casi todos los triunfos favorecieron a la


bandera conservadora. Los generales LuisGonzaga Osollo, Leonardo Márquez, TomásMejía y Miguel Miramón, llamado “el jovenMacabeo” por su destreza militar, derrotaronsin problemas a los improvisados, en su mayo-ría, líderes militares del enemigo: Jesús Gonzá-lez Ortega y Santos Degollado, a quien apo-daban “el general derrotas”. Miramón sustituyóa Zuloaga en la silla presidencial capitalina del1o. de febrero de 1859 al 13 de agosto de 1860.Bajo su gobierno, Márquez derrotó en Tacu-baya a Degollado, un funesto 11 de abril de1859. El mismo día, por órdenes de Miramón,fusiló a oficiales y jefes prisioneros. Ya comen-zada la orgía de sangre, Márquez, por iniciati-va propia, mandó ejecutar entonces a losmédicos y enfermeros que servían al ejército


liberal, los cuales fueron un total de 53 víctimas.Entre ellos estaban Juan Díaz Covarrubias yManuel Mateos. Desde entonces, a estos ino-centes se les conoce como los Mártires deTacubaya. Al día siguiente, Altamirano llegó abuscarlos acompañado de algunos contertulios:

Allí los vimos nosotros el día doce

cuando, mezclados a la muchedumbre,

pudimos buscar a nuestros amigos que

apenas podían reconocerse, despeda-

zados como estaban por las balas.

Mateos tenía deshecho el cráneo y

saltado el ojo derecho; Díaz Covarru-

bias destrozado también el cráneo y un

ojo y parte de la mejilla, y hecha trizas

una mano. La cabeza de los demás era


un conjunto informe de polvo y de san-

gre. Junto a esos cadáveres los soldados

bebían y fumaban indiferentes, y las as-

querosas soldaderas, avezadas a esos

espectáculos, reían y retozaban como

una banda de arpías.

No había más excusas. Altamirano vol-vería a tomar las armas contra los conserva-dores. Le tomó poco más de dos meses arre-glar sus asuntos antes de regresar al sur, paraservir en el ejército de Juan Álvarez y VicenteJiménez, pero antes de hacerlo tenía que cum-plir una importante promesa.

En la primavera de 1859, Altamiranoresultó electo para pronunciar una oración lí-


rica en el Colegio de San Ignacio de Loyola,mejor conocido como Las Vizcaínas, en el Dis-trito Federal. Una de las alumnas que lo escu-charon declamar, Margarita Pérez Gavilán, eratambién de Tixtla y bisnieta de Vicente Gue-rrero. Altamirano se acercó a la quinceañeradespués del recital y siguieron frecuentándoseen el locutorio del colegio. Con una ventanareforzada por tres rejas y una escucha comochambelán, nuestro biografiado le recitabaversos en francés y le componía canciones enespañol; mientras ella le mostraba sus acua-relas. Sabemos que “Altamirano, cuya faz noes precisamente la de una estatua griega, diser-tando sobre historia, sobre literatura y aunsobre ciencias, aparece embellecido por laaureola que rodea y prestigia a los hombres


de saber”, como puede leerse en una pequeñabiografía que se publicó durante su vida (Loshombres prominentes de México, 1888), conquistóde este modo a Margarita, quien accedió a ca-sarse con él, aunque sus amigas trataron dedisuadirla de enamorarse de un “indio tan feo”.La boda religiosa se celebró en la Iglesia Me-tropolitana de México, el 5 de junio de 1859, alas cinco de la mañana, hora a la que solíancasarse los pobres, no de corazón, sino de re-cursos; y la boda civil se realizó ocho días mástarde.

En el mes de julio, el gobierno de Juárezen su repliegue de Veracruz, promulgó las lla-madas Leyes de Reforma: la Ley de Nacio-nalización de los Bienes Eclesiásticos (el día


12), la Ley del Matrimonio Civil y la nueva LeyOrgánica del Registro Civil (ambas del 23), asícomo el decreto de 31 de julio, para la seculari-zación de todos los cementerios y campo-santos del país.

Junto con su esposa, Altamirano marchóa su tierra natal. Estaba dispuesto, sin duda, atomar el fusil, pero, para tranquilidad de Mar-garita, los líderes liberales de la región teníanotros planes para él. Sus conocimientos reco-mendaban que serviría mejor como infor-mante. Así lo hizo, y todo el segundo semestrede 1859 y parte de 1860, le envió al generalJiménez las noticias que pudieran ser de utili-dad. Como debía mantener a su esposa y ayudara sus padres, obtuvo del mismo líder autori-


zación para ejercer la abogacía en la entidad,a partir del 7 de septiembre de 1859. Igualmen-te conseguía un pequeño ingreso colaborandoen el diario El Eco de la Reforma. Aprovechan-do que ya era conocida su fama como orador,pronunció un discurso en el aniversario de laIndependencia en la ciudad de Guerrero, enel que intentó borrar la creencia popular de quelos liberales eran contrarios a la religión católica:

El Partido Liberal es el verdadero ob-

servador del Evangelio, tal como lo

predicó Jesús, y no tal como lo enseña

un sacerdocio lleno de ambición y de

siniestras miras. Los que creen que el

progreso está reñido con el cristianis-

mo tienen ojos, como decía Cristo, y no


ven; tienen oídos y no oyen, porque la

Democracia es la emancipación más pura

y más legítima de aquella doctrina que

elevó a dogma la fraternidad humana.

El segundo año de la guerra, ambos ban-dos se repartieron victorias. Ansioso por ser-vir a la causa liberal no nada más desde un es-critorio, Altamirano se unió al ejército deVicente Jiménez, y participó en el sitio de Chi-lapa. En 1860, las fuerzas conservadoras co-menzaron a fragmentarse, hasta que el generalGonzález Ortega derrotó a Miramón en Silaoy Calpulalpan, haciendo su entrada victoriosaen la capital el primer día del año 1861. Juárezllegó con todo su gabinete, diez días más tarde.Pero los generales derrotados continuaron su


lucha en gavillas al interior de la República.Uno de ellos, Leonardo Márquez, capturó aMelchor Ocampo en su hacienda de Pomoca,Michoacán, y lo mandó colgar el 6 de juniode 1861. Al enterarse, Santos Degollado pi-dió su reincorporación a filas, pero murió en LaMarquesa al enfrentar a los hombres de Már-quez, el 15 de junio. Lo mismo le sucedió algeneral Leandro Valle, en el monte de LasCruces, ocho días después.

Benito Juárez fue reelecto Presidentede México, tomando posesión para dar inicioa su segundo mandato el 11 de junio. El PoderLegislativo, conformado solamente por la Cá-mara de Diputados por disposición constitu-cional, se instaló un mes atrás. Altamirano ha-


bía conseguido un lugar por el distrito de Aca-pulco. Uno de los primeros asuntos de la agen-da legislativa era el trato que se debía dar a losderrotados. En la sesión del 14 de mayo se habíapresentado un proyecto de amnistía, es decir,para otorgar el perdón, facultad exclusiva delLegislativo, que contaba con el respaldo deJuárez. Exactamente un mes después, eldiputado Manuel Ruiz defendió el proyecto yAltamirano, en su primera intervención par-lamentaria, lo rechazó. Amnistía proviene deuna palabra griega que significa olvido, peronuestro personaje no podía olvidar a los már-tires de Tacubaya, ni a los recién muertos porvenganza de los conservadores. Por eso, al dis-cutirse el dictamen, el 10 de julio, Altamiranopronunció uno de sus discursos más célebres,


Contra la amnistía: “Yo os ruego, legisladores,que pongáis la mano en vuestro corazón, y queme digáis: ¿podrá haber amistad alguna entreel Partido Liberal y el reaccionario? ¿Se uniránlos hombres del siglo XV con los del sigloXIX? ¿Los hombres y las fieras? No: ellos onosotros; no hay medio”.

Solamente se había expedido un decre-to, el 4 de junio, por el que se suspendían lasgarantías individuales y se ofrecía una recom-pensa de diez mil pesos por la captura, vivoso muertos, de Félix Zuloaga, Leonardo Már-quez, Tomás Mejía, José María Cobos, JuanVicario, Lindoro Cajigas y Manuel Lozada.También se expulsó a los embajadores deEspaña, Francia, Ecuador, Guatemala y El


Vaticano, por el apoyo ofrecido a los conser-vadores. La misma suerte corrieron variosobispos, y el arzobispo de México, Lázaro dela Garza y Ballesteros.

Aunque Altamirano fue apodado “el Ma-rat de los puros”, en alusión a Jean-Paul Marat(1743-1793), quien solicitó la muerte de laaristocracia antes de que intentara cebarse conel pueblo, luego de la Revolución Francesa,mantuvo su postura sin importarle los reclamos.

La mayor parte de los diputados se opu-so a los deseos de Altamirano, pero volvió ainsistir el 22 de julio, cuando el Legislativo seerigió en Gran Jurado para someter a juicio aManuel Payno, Ministro de Hacienda de Co-


monfort, por haberlo asistido en el descono-cimiento de la Constitución, pidiendo su ca-beza para la horca: “¿Con que Payno es infeliz?,¿con que Payno sufre? y la patria a quien éltraicionara, ¿está acaso en un lecho de rosas?”Casi increíble resulta saber que Payno y Alta-mirano serían grandes amigos hasta el fin desus días. Pero ese 22 de julio de 1861, cuandoalguien le recomendó a Payno retirarse de ladiscusión en la que estaba en juego su vida,quizá bajo la errónea impresión de que Alta-mirano se lanzaba contra él en espera dealguna dádiva, contestó: “¡Bah, deje usted! Loque pasa es que este indito habla de hambre”.Cuando llegaron a su oponente estas palabras,recordó que al llegar a su casa, efectivamente,su esposa le dijo que, como los salarios de los


diputados eran escasos e irregulares, al díasiguiente no tendrían nada para comer.

La economía nacional estaba en ban-carrota. La Ley de Nacionalización de BienesEclesiásticos se hizo efectiva, pero no fuesuficiente. El Presidente Juárez decretó, el 17de julio, la suspensión de la deuda exterior porun par de años. Los ministros de los prin-cipales países acreedores, Inglaterra, Españay Francia, solicitaron que se derogara lamedida, pero como no era posible dar marchaatrás, rompieron sus relaciones con México.

El 31 de octubre, en Londres, losacreedores decidieron cobrarle al país bajoamenaza de intervención militar, apareciendo


las primeras tropas en las costas de Veracruz,entre diciembre de 1861 y enero de 1862. Setrataba, además, de un nuevo intento del Par-tido Conservador por hacerse de las riendasdel país, creando una monarquía. Desde an-tes de la guerra con Estados Unidos, José Ma-ría Gutiérrez Estrada, José Manuel HidalgoEsnaurrizar, el propio general López de SantaAnna y Tomás Murphy, ex ministro de Méxicoen Londres, buscaron en Europa, por dos dé-cadas, un pretendiente al trono mexicano,pues creían que sólo un monarca europeopodría salvar al país de sus desgracias y de serengullido por el vecino país del norte. Murphyconvenció a Napoleón III de Francia, quienvio la mejor oportunidad de crear un imperioazteca cuando estalló la Guerra de Secesión


en Estados Unidos (1861-1865). Por lo mismo,su país fue el único que se negó a cumplir losConvenios de La Soledad (19 de febrero de 1862),pues ingleses y españoles retiraron entoncesa sus ejércitos, luego de negociar el pago desus deudas.

El gobierno de Juárez, previendo unaguerra internacional, tomó diferentes medi-das. El 29 de noviembre de 1861 promulgó unaley de amnistía, con algunas limitantes, lo cualsirvió para que varios conservadores se suma-ran a las fuerzas armadas nacionales; y la leyde 25 de enero de 1862, que imponía penas muyseveras, incluyendo la muerte, a quienesapoyaran la intervención, por considerarlostraidores a la patria.


El 19 de abril, se escucharon las prime-ras descargas enemigas, en El Fortín, Veracruz,porque el ejército francés había iniciado sumarcha hacia la capital mexicana. El 5 demayo, en Puebla, el general Ignacio Zaragozales propinó una histórica derrota, por lo queel general conde de Lorencez, fue destituidopara dejar su lugar a alguien con mayor expe-riencia como el mariscal Forey.

Altamirano, mientras tanto, aprovechóla escasa actividad legislativa para coronar susestudios de abogacía, siéndole concedido sutítulo el 21 de enero de 1862. Antes de combatircon la espada y el fusil al invasor, lo hizo conla pluma. El 5 de agosto, en las páginas de ElMonitor Republicano, publicó un artículo en el


que refuta al barón Heinrich Wagner, MinistroPlenipotenciario de Prusia en México, a quiencorrespondió, desde el 25 de julio de 1861,asumir en forma interina los negocios de In-glaterra y Francia, cuando sus representantessalieron del país. Wagner divulgó en Europala especie de que el apoyo a un monarca dedicho continente en nuestro suelo iba ganandoterreno día con día entre los mexicanos, y quelo mismo ocurría en lo relativo a la interven-ción francesa. Altamirano combatió estas pa-labras, y acusó a quienes con sus “cortosalcances”, “su poquedad de inteligencia diplo-mática, con sus ruines pasiones de mercadero con su total ignorancia de nuestras cosas”,mentían para “fomentar con su influencianuestros odios intestinos... y todo para


favorecer bastardas miras, o por hacerse in-teresante para con sus gobiernos y aun paracon los extraños”.

Después retó a Wagner a que confesara“¿de dónde y por qué ha inferido que el pueblomexicano acoge con placer la idea de una mo-narquía y la Intervención Francesa? ¿Quién selo ha dicho? ¿Qué acontecimiento se lo ha de-mostrado? ¿Qué oráculo popular consultadopor él le ha hecho semejante revelación?” Alta-mirano le aseguró que, en lo que se refiere alImperio Mexicano, solamente las “sabandi-jas... suspiran por un rey”, y que “éstos son losúnicos aliados que tendrán en México esos sol-dados franceses”; pues “¿cree acaso Mr. Wagnerque habrá un digno hijo de esta patria que


no esté pronto a sacrificar su vida por laindependencia?”

A los seis días, al llegar Altamirano asu casa, su criado y ahijado, Vicente Bufeda,le dijo que lo aguardaban el secretario KarlWagner, sobrino del barón, y un oficial de laLegación Prusiana en México. Cuando seidentificó ante ellos, el secretario le gritó ame-nazante: “¿Con qué derecho se ha permitidousted insultar al señor Wagner?” Altamiranocontestó: “Con el derecho que tiene todomexicano para defender a su patria, y lo quehe escrito en ese folleto lo he de sostenercomo caballero”, pensando que lo retarían aun duelo. Pero no fue así. El secretario sacóun boxeador de bronce, especie de argolla para


cuatro dedos con la que puede golpearse conel puño cerrado, e intentó atacar a nuestropersonaje, tan torpemente, que la mesa de lasala se lo impidió. El criado, al enterarse, trajoun instrumento típicamente mexicano: unmachete suriano, con el cual los hizo retroce-der, en lo que Altamirano buscaba a la policía.Después de un breve combate en el que elcriado recibió un golpe con el boxeador en lacabeza, y el secretario un machetazo en la mu-ñeca, llegaron las autoridades a detener a lospresuntos delincuentes.

A solicitud expresa del barón, se abrie-ron dos procedimientos criminales, uno pordelitos con arreglo a la Ley de Imprenta de 28de diciembre de 1855 –una ley santanista– que,


al parecer, fue pasada por alto durante la in-vasión; y otro por lesiones contra VicenteBufeda, de quien se declaró que había actuadoen legítima defensa y fue absuelto, el 16 demarzo de 1863. Los provocadores de “una riñapremeditada”, como llamó el juez a los oficia-les prusianos, quedaron impunes como losdemás extranjeros que invadían el territorionacional.

Altamirano volvió a la carga en el dis-curso con motivo de las fiestas patrias de 1862,en la Alameda de México, reclamando a “Fran-cia, el pueblo de la Ilustración y del culto cris-tiano puro”, por venir al país “a proteger a lospartidarios de la Inquisición, del oscurantismoy de la relajación monástica”. Aunque contaba


ya con autorización del Ejecutivo, concedidaen mayo, para “formar guerrillas en el rumbode Cuernavaca o en el que más le convenga”,parece ser que permaneció en la capital elresto del año.

El Presidente Juárez, consciente de quetendría que salir del Distrito Federal de unmomento a otro, recomendó a los jefes mili-tares alejados del mando central republicano,consultar con Juan Álvarez sobre sus opera-ciones, si bien el mandamás en Guerrero, a lasazón, era su hijo, Diego Álvarez, quien daríaa Altamirano el nombramiento de coronel dela Guardia Nacional del Estado.

Altamirano, reelecto diputado en 1863,salió junto con el ejército republicano hacia


Toluca, con una escala en Cuernavaca, parafinalmente reunirse en Iguala con el grueso delas tropas surianas. Los invasores habían asig-nado al coronel Aquille Dupin la organizaciónde las contraguerrillas en Tierra Caliente. PeroAltamirano y sus hombres antes tuvieron quederrotar al tedio, pues muy pronto corrió elrumor de que Diego Álvarez prefería tenerlosen La Providencia para proteger a su familia ya su peculio. Sabemos, aunque casi no quedanrastros, que Altamirano descargó su ira escri-biendo páginas antiimperialistas en La Voz delPueblo y El Eco de la Reforma, ambos diarios desu natal Tixtla, y que también en 1863 comen-zó sus Diarios, antes de ser convocado, en oc-tubre, para asistir a las sesiones de la diputaciónpermanente en la ciudad de San Luis, donde


se habían refugiado los poderes federales. Elviaje fue en vano, porque el avance de la miliciafrancesa y los conservadores que se les habíanunido, aconsejaban buscar nuevo refugio. An-tes de que regresara a Guerrero, Juárez le en-tregó a Altamirano algunos comunicados paraJuan Álvarez. Largo fue el rodeo de vuelta acasa para no toparse con el enemigo: San LuisPotosí-Zacatecas-Durango-Sinaloa-Colima.En Manzanillo, la embarcación donde viajabaacompañado de otros liberales, fue intercep-tada por la marina francesa, que los hizodesembarcar en las costas de Jalisco. De algúnmodo escapó, refugiándose en Colima, hastaque, a lomo de caballo, reapareció en Gue-rrero, en marzo de 1864.


En junio, un batallón de tiradores arge-linos y de “cazadores de África”, como nombróAltamirano en sus Diarios a los negros de Su-dán, Nubia y Abisinia que el sultán de Egiptoenvió a Napoleón III, tomaron la plaza deAcapulco. El ejército republicano en Guerreroentró en acción, sin permitir el avance del ene-migo, hasta el mes de diciembre. En la en-tidad, fue común que Acapulco y otras plazasfueran tomadas en más de una ocasión, paraser recuperadas una vez más por la resistencia.Las notas del diario de Altamirano en aque-llos días, reflejan la complejidad de su mente,pues no se concentraba nada más en combatiral imperio, el mismo día podía reflexionarsobre asuntos de su profesión jurídica,describir una planta que le resultaba des-


conocida, valiéndose de un dibujo, y recordarun libro de arqueología sumeria.

También aprovechó para convivir consus padres y los medio hermanos de su esposa.Margarita era hija del juez de Tixtla AgustínPérez Gavilán y de Dolores Catalán Guerrero.Su padre murió hacia 1850, y su madre vivióen concubinato con un hombre de Ometepec,a quien sólo quiso recordar por su apellido,Guillén, pues ni ella ni los cuatro hijos queprocrearon, Catalina, Palma, Guadalupe yAurelio, sentían afecto por él. Altamirano y suesposa, que no tuvieron hijos propios, adop-taron a los cuatro. Nuestro personaje pudo asi-mismo compartir, en medio de la guerra, losúltimos días junto a su padre, quien murió en1865.


El 28 de mayo de 1864, el EmperadorFernando Maximiliano de Habsburgo, electopor la mayoría del pueblo mexicano en vota-ción contabilizada a punta de bayonetas, rea-lizó su entrada triunfal en la Ciudad de México.El 14 de junio, un poeta anónimo escribió unacuarteta de bienvenida en los muros de la capi-tal, sin duda vulgar, pero también ingeniosa yprofética:

Viniste Maximiliano

y te irás Maximilí

pues lo que trajiste de ano

lo vas a dejar aquí.

El título de Emperador, los conserva-dores se lo cambiaron por el de empeorador,


cuando, entre enero y febrero de 1865, ratificólas Leyes de Reforma y se enemistó con elclero. Poco después, el 3 de octubre, promulgóuna ley que condenaba a muerte a los que lu-charan a favor de los republicanos y a todosaquellos que les proporcionaran auxilio decualquier especie, pero ni esto evitó que variosconservadores desencantados pasaran a engro-sar las filas de la resistencia.

Entre el 31 de mayo y el 14 de agosto, elPresidente Juárez, viajando en compañía dealgunos ministros incondicionales, unos cuan-tos soldados y unos carruajes cuyas ruedastransportaban el archivo nacional, había pere-grinado por San Luis Potosí, Saltillo, Monte-


rrey, Chihuahua y Paso del Norte (hoy CiudadJuárez). Estaba decidido a no abandonar el te-rritorio nacional, a diferencia de lo ocurridodurante la Guerra de Reforma.

En Guerrero, Altamirano había rotodefinitivamente con Diego Álvarez, quien in-sistía en que la mejor defensa era el juego delas escondidas. Desde Acapulco y el cam-pamento de La Sabana, el 5 de mayo y el 16 deseptiembre de 1865, Altamirano exhortó a losindecisos con su oratoria para tomar las armascontra el imperio. El 12 de octubre, por susservicios a la patria, desde Paso del Norte,Juárez envió a Ignacio Manuel Altamiranoel nombramiento de coronel de auxiliares delejército.


Pero antes de demostrar en el campode batalla que era digno de un título semejan-te, desbarató en las páginas de La Voz delPueblo, en febrero de 1866, los argumentos dela prensa imperialista que afirmaban que laoposición había sido aniquilada. Muy pocosconocen el importante papel que jugó el perio-dismo en el triunfo contra el imperio, pues yadesde aquel entonces la información y la des-información se contaban como algunas de lasarmas secretas de los contrincantes. Los dia-rios imperialistas siempre trataron de engañaracerca de las buenas relaciones entre Maximi-liano y El Vaticano; sobre los beneficios queobtendría el país; y en cuanto al reconocimien-to concedido por Estados Unidos al imperio.Altamirano no se conformó con desenmasca-


rarlos; igualmente descargó sus baterías deimprenta contra la prensa enemiga extranjera,“que no teniendo ni voz ni voto en nuestroasunto, no pueden formar opinión, y por esose ocupan siempre que les viene en antojo enzurrarnos por mayor a todos los mexicanos,sin importarles un pito nuestras instituciones”.Apoyó también la estrategia contra el enemigopor vía epistolar e informando al Presidenteen el exilio. Sus críticas contra Diego Álvarez,que llegaron a escucharse en sus discursos, levalieron una orden de destierro de su entidad,que nunca se hizo válida.

En diciembre de 1866, el general Vi-cente Jiménez le ordenó acompañarlo, al man-do de una columna de caballería fuerte de 500


hombres, para salir de Tixtla a combatir juntocon la primera brigada de la División del Sur,al norte de Guerrero. El 12 de diciembre, Alta-mirano y sus hombres doblegaron al coronelAbraham Ortiz de la Peña, jefe de la DivisiónImperialista en Guerrero. A los dos días, vinoel contraataque, en Los Hornos, cerca de Joju-tla, pero el ejército de Altamirano repitió sutriunfo, dando muerte, incluso, a un coronelimperialista, y derrotando, por segunda oca-sión, a Ortiz de la Peña. Junto con el generalFrancisco Leyva, jefe del Tercer Distrito delEstado de México, Altamirano ocupó ense-guida la plaza de Morelos, evacuada por elcoronel imperialista José Mariano Salas. Igual-mente al lado de Leyva, cerca de Cuautla, lepropinó su tercera caída, la definitiva, a Ortiz


de la Peña, victoria con la que Guerrero quedóa salvo de las fuerzas imperialistas.

Desde el otoño del mismo año, las tro-pas francesas habían comenzado su retiradadel país, a pesar de los ruegos de Maximiliano,alegando su incumplimiento de los Tratados deMiramar, lo que equivalía a decir que no le fueposible pagar el costo económico de la inter-vención militar en México. En realidad, Napo-león III llamó a sus soldados de regreso antela amenaza de guerra con Prusia y prevenidopor el gobierno de Estados Unidos, cuya Gue-rra de Secesión concluyó, de que, en cum-plimiento de la doctrina Monroe, no permiti-rían más aventuras colonizadoras de ningúnpaís europeo en el continente. Los repu-


blicanos, enterados de estas noticias, abando-naron la táctica de guerra de guerrillas y, desdejunio, comenzaron a ganar batallas en seriecontra el ejército imperial, conformado en sumayoría por las fuerzas conservadoras de laGuerra de Reforma.

Todavía con el general Leyva, Altami-rano, ahora con mil hombres a su cargo, par-ticipó con éxito en el sitio de Cuernavaca,donde ordenó tres asaltos y desalojó al ene-migo de posiciones importantes, en enero de1867. Al llegar los refuerzos a las órdenes delgeneral imperialista Tomás O’Horan, el sitiose levantó. Una columna de caballería bajo elmando del coronel Paulino Lamadrid, se batióen sangrienta lucha con las tropas de Altami-


rano, en Chipitlán, y nuestro personaje sumóun triunfo más a su cuenta.

Viajó a Iguala para encontrarse con elgeneral Jiménez. Juntos partieron de nuevo aCuernavaca, ya en poder del general Leyva.Se dirigieron entonces hacia Tlalpan, que to-maron sin dificultad. Reunidos en Toluca,como parte de la división que dirigía el gene-ral Vicente Riva Palacio, Altamirano em-prendió la marcha, en marzo, hacia el últimoreducto de los imperialistas y de su empera-dor: Querétaro.

Mariano Escobedo era el jefe de opera-ciones del ejército republicano en la ciudadde Querétaro. Altamirano participó “con sere-


nidad y bizarría”, junto con Jiménez, quienescribió la relación de sus servicios militares,en el difícil combate de la plaza sitiada sobrela posición del cerro del Cimatario, al surestede la capital, el 27 de abril. Una vez rechazadoel enemigo, Jiménez lo envió, a la cabeza de laprimera brigada, a practicar un reconocimien-to del Cimatario. Hubo entonces otra refriegacon la caballería imperialista, pero no cambiósu fortuna. Su última acción militar tuvo lugarel 1o. de mayo, cuando las desesperadas fuer-zas enemigas resistieron, en la Garita de México,las embestidas republicanas. Altamiranovolvió a desempeñar un papel decisivo en laconclusión del sitio. Finalmente, el 15 de mayo,después de 71 días de resistencia, el sueño im-perial murió. Maximiliano y sus generales


Miguel Miramón y Tomás Mejía, junto convarios oficiales y soldados, fueron hechosprisioneros. El Presidente Juárez ordenó quefueran juzgados conforme a la ley de 25 deenero de 1862.

Mariano Escobedo deseaba que Altami-rano actuara como fiscal en el juicio de Maxi-miliano, Miramón y Mejía, pero esta labor lecorrespondió al teniente coronel y licenciadoManuel Azpíroz, porque Altamirano, al igualque muchos otros de los que participaron enel sitio de Querétaro, padecía severos pro-blemas digestivos. Nunca habría imaginadoque cierto alivio a sus males le vendría porconsejo del propio Maximiliano, con quien seentrevistó brevemente, el 16 de mayo, cuando


ya era prisionero en el convento de la Cruz.Como él padecía de idéntico mal, le reco-mendó beber en la comida agua de Seltz, aguacarbónica natural de Selters, en Hesse, Ale-mania. Desde ese día, Altamirano asegurabaque no podía hacer la digestión sin tomar unfrasco disuelto en agua con este producto.

Cuando llegó a Viena la noticia de queMaximiliano estaba por caer en manos delejército de Juárez, su hermano solicitó la inter-vención de Estados Unidos para evitar que lefuera aplicada la pena capital. El 6 de abril de1867, el embajador de dicho país en México,Lewis Campbell, desde Nueva Orleáns, adonde lo había llevado a refugiarse la Guerrade Intervención, escribió a Sebastián Lerdo de


Tejada, Ministro de Gobernación, unas pala-bras indignantes, copiadas del documentoenviado desde Austria a William H. Seward,secretario de Estado, quien no se molestó encorregirlas: “...no sólo tenemos confianza en laamistad del gobierno americano, sino porqueeste gobierno parece tener derecho de pedir aJuárez que respete a los prisioneros de guerra, puestoque en gran parte son debidos al apoyo moral delgobierno americano los triunfos del Partido Liberalen México”.

Altamirano en El Ahuizote, 2.


Las anteriores palabras en cursivas lasincluyó Altamirano en “La nota Campbell”(1867), en la que también alude a la indeci-sión estadounidense de someter a juicio aJefferson Davis, derrotado Presidente de losEstados Confederados:

¿Qué diría el gobierno americano si el

nuestro le hubiese exigido que deca-

pitase a Jefferson Davis y cómplices,

fundándose en que la facción separa-

tista procuró reconocer el imperio,

simpatizó con la intervención europea

e hizo la guerra al partido republicano

de México? Querríamos ver la contes-

tación de mister Seward.


Huelga decir que el gobierno mexicanono tomó en cuenta tan ridículo consejo es-tadounidense, y es de dudarse que ellos mis-mos lo hayan tomado en serio. El 19 de juniode 1867, Maximiliano, Miramón y Mejía fueronfusilados en el cerro de las Campanas. Despuésdel derramamiento de sangre, la República ha-bía triunfado.

117

IV. La RepúblicaRestaurada y la reconstrucción

El 15 de julio de 1867, el Presidente Benito

Juárez hizo su entrada triunfal en la ciudad de

México. Pero antes que a él, le habían rendido

homenajes, entregándole una espada de honor,

a un militar que consideraba que el triunfo

sobre el Imperio, se debía ante todo a las armas

nacionales. Se trataba del general Porfirio

Díaz, quien consiguió una impresionante

cadena de victorias desde 1865.


Juárez ganó fácilmente las eleccionespresidenciales de septiembre sobre sus doscontendientes: Sebastián Lerdo de Tejada yel general Díaz; pero no consiguió que se apro-baran las reformas constitucionales que de-seaba: dividir al Legislativo en dos cámaras yconcederle al Ejecutivo el derecho de veto so-bre las disposiciones emanadas de los legisla-dores, lo cual había solicitado vía plebiscito,pasando por alto el proceso previsto en laConstitución. En cambio, fue muy celoso delrespeto a la libertad de expresión, y sus ene-migos muy pronto le tomaron la medida,llegando a ridiculizarlo en forma cotidiana, ya tacharlo de tirano y déspota. Más de uno desus incondicionales en los tiempos difíciles,se alejó de él. Ignacio Ramírez, Guillermo


Prieto, Ignacio Manuel Altamirano y otros li-berales antijuaristas, lanzaron El Correo deMéxico con recursos de Porfirio Díaz, para cri-ticar al gobierno. Según Moisés Ochoa Cam-pos, con esta nueva actitud, se cierra la pri-mera etapa del pensamiento político de nues-tro personaje, la del liberal romántico, que noabandonaría del todo a lo largo de su vida.Ahora comenzaba la etapa del liberal científico.

Como los redactores de El Correo deMéxico eran profesionales y no panfletistas,criticaban sin hacer proselitismo abierto a fa-vor de Porfirio Díaz o de cualquier otro candi-dato. Pero no pensaban ni hacían lo mismosus similares de otros periódicos. “El escritorpolítico tiene derecho sólo a combatir ideas;


pero nunca a zaherir a la persona que las emite”,escribió Altamirano, agregando que los colum-nistas que no firmaban o insultaban carecíandel perfil moral para ocupar un lugar en laprensa; y quienes firmaban con su nombre oseudónimo –tan comunes en la época; Alta-mirano usó los de Espinel, Merlín, Próspero yLuciano–, tenían el compromiso de respetar yhacerse respetar por los otros.

Cansado de que el periodismo políticono se hiciera conforme a su ideal, el 14 de di-ciembre de 1867 anunció su despedida en ElCorreo de México. Sería apenas una tregua,como lo atestiguan los dos volúmenes (XVIIIy XIX) que contienen los cientos de páginasque dedicó al periodismo político, en susObras completas. A partir del 26 de abril de


1868, en El Monitor Republicano, se involucró enun nada cordial enfrentamiento con DiegoÁlvarez, cuando éste ordenó fusilar a su amigo,el teniente coronel Juan Antonio Cano, enHuamuxtitlán, Guerrero.

Altamirano deseaba volver a trabajarcomo legislador y a tal fin contendió por elestado de Oaxaca. El 7 de febrero de 1868 re-sultó electo, pero no al Poder Legislativo, sinoal Judicial.

Fiscal y Magistrado de la Suprema Corte deJusticia de la Nación

En la Constitución de 1857, la elección deMagistrados y otros cargos principales de la


Corte quedaba confiada a la votación popu-lar, pues para ello bastaba ser “instruido en laciencia del derecho, a juicio de los electores,ser mayor de 35 años y ciudadano mexicanopor nacimiento en ejercicio de sus derechos”,y cada uno duraba en su encargo seis años. ElMáximo Tribunal de la nación se componía deonce Magistrados –hoy llamados Ministros–propietarios, cuatro supernumerarios, un fis-cal y un procurador general.

El puesto de fiscal de nuestro personajele requería actuar en beneficio “de la prontaadministración de justicia”, en los casos que,a su juicio, se “interese la autoridad del Tribu-nal y las demás de la Federación, o que porcualquier capítulo afecte a la causa pública en


materia de justicia”. También le correspondíael control de las listas de los negocios civilesy criminales pendientes. Era el trabajo ideal paraesta etapa de su vida que fue, ciertamente, detransición y desilusión. No estaba obligado apresentarse a diario en la Corte, sólo cuandofuera convocado o deseara “promover unpunto en razón de su ministerio”. En 1869,todavía era capaz de soportar su pobreza conorgullo: “Estoy pobre porque no he queridorobar. Otros me ven desde lo alto de sus ca-rruajes tirados por frisones, pero me ven convergüenza. Yo los veo desde lo alto de mi honra-dez y de mi legítimo orgullo”; pero un añodespués, se deterioró su salud y su optimismo:“Dios me dé salud para escribir, pues estoyenfermo y temo morir este año... Estoy pobre


como nunca. El gobierno no paga, mis acree-dores me asedian y yo me desespero”.

A la Suprema Corte de Justicia durantela República Restaurada, lo que le faltaba enrecursos económicos, lo compensaba con el ta-lento de sus miembros. Además de sus facul-tades de siempre, contaba con otras que hacíanrecordar a la Real Audiencia y Chancillería deMéxico, su antecedente colonial directo, yasimismo al Tribunal de Casación francés, su mo-delo hasta la llegada de Ignacio L. Vallarta, porlo que puede decirse que, como los otros po-deres federales, asumía funciones de índolepolítica, que Lucio Cabrera Acevedo enumeraasí: 1) contar con dos funcionarios de natu-raleza ejecutiva: el fiscal y el procurador gene-


ral, ambos con voz y, por lo general, con voto;2) autorizar o rechazar licencias al Presidentede la Corte o a sus Magistrados para ocuparcargos en el gabinete; 3) el juicio de amparopodía convertirse en un juicio político puesera capaz de invalidar leyes y reglamentos esta-tales y federales, y fue utilizado, de hecho, parareinstalar en su cargo a diputados locales; 4)la Suprema Corte fungía como jurado de sen-tencia cuando el Legislativo consignaba funcio-narios de alta jerarquía como jurado de acusa-ción; y, no olvidemos que, 5) el Presidente dela Corte era el vicepresidente del país, aunquesin este título oficial.

Sólo así se entiende que en uno de losprimeros pedimentos como fiscal de nuestro


personaje, el 22 de agosto de 1868, haya opi-nado por declarar la inocencia del gobernadorde Jalisco, Antonio Gómez Cuervo, quien habíamandado fusilar a unos bandoleros que con-taban con amparo judicial. Al año siguiente,el 22 de noviembre, en el caso del gobernadorde Querétaro, Julio María Cervantes, acusa-do de asumir atribuciones que no le corres-pondían, Altamirano se opone al criterio delprocurador, quien creía aplicable una ley delas Cortes españolas de 17 de abril de 1821,pero nuestro biografiado opinó que al no exis-tir pena prevista en ley, la Corte debía de-clararlo así, porque “no estaba en sus faculta-des inventar una”.

Altamirano tenía tiempo libre, por loque hemos dicho, para alternar su trabajo ju-


dicial con muchas otras actividades. De susprimeros años en la Corte, rescatamos una no-ticia que nos lo presenta como un buen de-portista y, a la vez, como un romántico sinremedio. El 15 de agosto de 1869 fue heridode un balazo en el estómago a las puertas delTeatro Nacional. Los diarios lo atribuyeron asu intervención, como padrino, en el duelo enel que murió José Riva Palacio, víctima del pe-riodista Vicente García Torres. En sus Diarios,explicó que su intención estaba muy lejos deapadrinar a alguien, quería disuadir a RivaPalacio de batirse en duelo.

El duelo en nuestro país, ejemplo per-fecto de costumbre contra legem, fue una insti-tución con reglas importadas de Francia y los


Estados alemanes. Tan socorrido llegó a seren la segunda mitad del siglo XIX, que se tratóde legalizar su práctica en un par de códigosad hoc, de 1886 y 1891. Por duelo se entiendeel encuentro armado entre dos personas, pre-vias estipulaciones del reto, en sitio y horadeterminados, asistidos por sus respectivospadrinos. Altamirano negó participar como pa-drino en el duelo que segó la vida de supariente, pero cuenta que participó en otros,como duelista o como padrino. El 15 dediciembre de 1870, por ejemplo, se batió enduelo de honor con espada, aunque no amuerte, con Pedro Peón Regil.

Como fiscal, Altamirano entregó pare-ceres sobre conflictos de jurisdicción y com-


petencia entre jueces de diversas entidades yjerarquías. Igualmente participó en asuntos deíndole penal por diferentes delitos de rebelióncometidos por ex combatientes nostálgicosdel tiempo en que bastaba encañonar a alguienpara hacer su voluntad, efecto colateral de to-das las guerras. De acuerdo con el reglamentode 29 de julio de 1862, el fiscal y el procuradorgeneral “se suplirán mutuamente, despachan-do cada uno de ellos todos los asuntos que to-quen al otro”. Por ello, Altamirano y el procu-rador León Guzmán realizaron en más de unaocasión las funciones de su contraparte, aunqueera Guzmán el que más se ausentaba. El procu-rador general tenía como función primordialla defensa de los intereses de la Hacienda Pú-blica. En carácter de procurador, Altamirano


intervino en varios casos de falsificación demoneda.

Durante la Restauración de la Repú-blica comenzó a publicarse el Semanario Judi-cial de la Federación, creado mediante decretode 8 de diciembre de 1870, esta publicaciónsurgió con el propósito de difundir todas lassentencias definitivas pronunciadas por los Tri-bunales Federales. También, en esta época seeditaron varias obras doctrinales para el estu-dio del derecho constitucional mexicano, lamayoría de ellas pensadas como libros de textoa nivel universitario. Para nuestro biografiado,el estudio del derecho constitucional era“vastísimo, inagotable, necesario como que talderecho es la base de toda nuestra legislación”,y por eso celebró la aparición de las Lecciones


elementales de derecho constitucional (1882) deLuis Velasco Ruz y Manuel Ortega Espinosa,pues cumplía su deseo de enseñar desde laprimaria a los niños “las primeras nociones dela democracia”. En el artículo que le dedicó a“La Constitución de 1857” (El Federalista, 6 defebrero de 1871), anunciaba una “serie de estu-dios sobre derecho constitucional, que publicarédentro de poco tiempo”, pero que, a la fecha,se desconoce si alguna vez aparecieron.

Benito Juárez volvió a presentarse comocandidato Presidencial en 1871, derrotando denuevo a Lerdo de Tejada y Porfirio Díaz, peroahora con métodos fraudulentos. Este último,se pronunció el 1o. de octubre contra el presi-dente. Antes de que la situación empeorara,el 18 de julio de 1872, Juárez falleció de un mal


cardiaco. Lerdo de Tejada, presidente de la Su-prema Corte, ocupó la silla presidencial comolo ordenaba la Constitución. En el Máximo Tri-bunal, la presidencia fue para José María Igle-sias. Lerdo concluyó su interinato en el Ejecu-tivo el 30 de noviembre, pero, para disgustode Díaz y de muchos otros, repitió como can-didato al mismo puesto y ganó la presidenciaconstitucional, que ocupó hasta el 20 de no-viembre de 1876. Ya estaba listo para continuaren el cargo durante otro periodo, cuando elgeneral Díaz se levantó en armas, lanzó el Plande Tuxtepec y lo derrocó. Antes de que estoocurriera, Lerdo incorporó las Leyes de Re-forma a la Constitución (25 de septiembre de1873) y reinstaló la Cámara de Senadores (13de noviembre de 1874), porque sentía que un


Poder Legislativo con una sola cámara, lo man-tenía atado de manos. José María Iglesias, quedesconoció la última reelección de Lerdo, enun claro intento por hacerse de la presidencia,negó su adhesión al Plan de Tuxtepec, perotuvo que salir a Estados Unidos.

Altamirano escuchaba y aun escribíasobre las virtudes democráticas de la Consti-tución de 1857, que tanta sangre, vidas y gue-rras había costado para imponer, para que seviolara, en la búsqueda de inconfesables ambi-ciones personales, por los primeros que estabanllamados a observarla. Esta es la razón princi-pal por la que sentía vivir dentro de una trage-dia. En un discurso de 1869, contra su posturade antaño, trató de llamar a la reconciliación na-


cional: “Es tiempo de que cese la tradición delodio y la venganza. Quizás se extrañe que yo,que hace nueve años en la tribuna de la Repre-sentación Nacional he pedido cadalsos y san-gre, venga hoy a alzar mi humilde voz pidiendoabsolutamente lo contrario”.

El 9 de diciembre de 1873, ya no el pue-blo, sino la Cámara de Diputados, por reformaconstitucional, lo eligió Magistrado de la Cor-te, por otros seis años. Durante su segundoperiodo en el Máximo Tribunal, concluyó elreglamento de la Biblioteca de la SupremaCorte de Justicia de la Nación (1o. de mayo de1878), que se le había encargado desde 1870.

Entre las sentencias en las que aparecela firma de Altamirano junto con las demás


del Pleno, se lee la que desterró la práctica deluso del grillete y la cadena en los presidios.También votó en forma colectiva contra el ser-vicio forzoso en el ejército y a favor de la sobe-ranía legislativa de los Estados y de la libertadde expresión. Ocupó interinamente la pre-sidencia de la Corte, del 24 de junio de 1877 al18 de junio de 1878, mientras Ignacio L. Va-llarta terminaba su importante misión en elministerio de Relaciones Exteriores.

Fue bajo la presidencia de Vallarta(1878-1882), cuando las funciones políticas delPoder Judicial comenzaron a cancelarse, debi-do a la orientación que le dio al Máximo Tri-bunal, para que siguiera el modelo de la CorteSuprema de Estados Unidos. El canto de cisne


llegó con el famoso rechazo de la tesis de laincompetencia de origen, por la cual se negabaa la Corte la facultad de juzgar la legitimidadde las autoridades, porque Vallarta veía en ellauna subversión del principio de la división depoderes y de la autonomía estatal, pues con-vertía al Poder Judicial en algo similar al mal-hadado Supremo Poder Conservador de laConstitución de 1836. Aunque en un principioAltamirano favoreció la facultad judicial dedeclarar la incompetencia de origen, final-mente secundó el criterio de Vallarta. El 31 deoctubre de 1882, el mismo líder del Poder Ju-dicial consiguió la reforma a la Constituciónpara que el presidente de la Corte dejara deser, de facto, el vicepresidente de la República.


Los últimos años de Ignacio Ramírezlos pasó trabajando al lado de Vallarta y de sualumno dilecto, como nos cuenta el propioAltamirano:

Allí en la Corte, Ramírez tomó parte

día a día en tan arduos asuntos, con

Lerdo, Cardoso, Iglesias, León Guz-

mán, Montes, Lozano y Vallarta.

Recuerdo a este propósito, que un día,

discutiendo con este último ilustra-

dísimo Presidente de la Corte sobre un

negocio de los más difíciles, y en el que

diferían en ideas, Ramírez tomó la

palabra, y su discurso fue tan profundo,


tan razonado, tan convincente, que

Vallarta, a cuyo lado estaba yo, con sin-

gular sinceridad me dijo admirado:

–Es lástima que este hombre no quiera

escribir sobre derecho constitucional;

sería el Kent de México.

Al final del pasaje, Vallarta aludía a Ja-mes Kent (1763-1847) uno de los juristas quelogró hacer efectiva la jurisprudencia de laequidad en Estados Unidos, quien, junto conel Associate Justice de la Corte, Joseph Story(1779-1845), y los franceses Alexis de Tocque-ville (1805-1859) y Édouard René Lefevre deLaboulaye (1811-1883), eran los autores másleídos por los juristas liberales de la época.


El 18 de junio de 1879, Altamirano, enuna de sus últimas actuaciones a nombre dela Suprema Corte de Justicia de la Nación, leyóel discurso fúnebre en las exequias de IgnacioRamírez, dentro del salón de actos de la Cá-mara de Diputados: “Señores: el dolor no eselocuente, y yo estoy sintiendo uno de los másgrandes dolores que han nublado mi espíritu,desde el instante en que he visto exhalar elúltimo aliento al maestro sublime a quienamaba como a un padre, desde mi niñez”.

Secretario y Vicepresidente de la SociedadMexicana de Geografía y Estadística

“Se necesita la sombra de la paz para que loshombres puedan entregarse a los trabajos del


espíritu”, apuntó Altamirano al restable-cimiento de la República, antes de lanzarse auna nueva empresa bélica, haciendo suyas laspalabras de Johannes Gutenberg (¿1400?-1468): “La imprenta es un ejército de 26 sol-dados de plomo con el que se puede conquis-tar el mundo”.

Antes de hablar de su bien conocida la-bor literaria y pedagógica, si bien no desvincu-lada de este último aspecto, haremos un breverepaso del trabajo como divulgador científicode Ignacio Manuel Altamirano, pues, como a-firma Carlos Monsiváis, “todo en Altamiranoes, sin pedantería ni dogmatismo, instruccióncivil y cultural”.


La mayoría de sus biógrafos ignoran o,en el mejor de los casos, marginan la impor-tante labor divulgadora de nuestro personaje.En el tomo XVI de sus Obras completas puedenencontrarse la mayor parte de sus escritos dela presente faceta. El 15 de mayo de 1869 se creópor decreto la Academia Nacional de Cienciay Literatura, siguiendo el modelo de la Acade-mia Imperial de Ciencias y Literatura (1865-1866), del Segundo Imperio Mexicano, comocuerpo de consulta gubernamental. Su presi-dente era el Ministro de Justicia e InstrucciónPública en turno, comenzando por Blas Bal-cárcel, y su primer vicepresidente electo,Ignacio Manuel Altamirano. Lamentable-mente, no contamos con mayor informaciónacerca de su desempeño en este cargo.


En el ámbito de la difusión de ideas,no necesariamente científicas, Altamirano fuesocio fundador y presidente de la Sociedad deLibres Pensadores y del periódico El Libre Pen-sador, ambos de mayo de 1870, “para combatiral partido jesuítico que pretende levantarse”,como escribió nuestro personaje en la notarespectiva. No favorecían el ateísmo o el anti-clericalismo; simplemente se oponían al fana-tismo, pues para ellos no podía existir visiónmoral que no atendiera el bien común. Sa-bemos que Altamirano entró en contacto conlogias masónicas desde 1874, y que tres añosmás tarde ya ostentaba el grado 33, máximonivel dentro de la masonería. Pero que –si-guiendo la costumbre de los liberales de suépoca y de muchos políticos del presente–, era


devoto de la Virgen de Guadalupe, a la que de-dicó un largo estudio: La Fiesta de Guadalupe(publicado como folletín en 1870 y luego enforma de libro, en 1880), llegando a decir que“el día que no se adore a la Virgen del Tepeyac,es seguro que habrá desaparecido no sólo lanacionalidad mexicana, sino hasta el recuerdode los moradores del México actual”.

El 14 de septiembre de 1869, la Socie-dad Mexicana de Geografía y Estadística(SMGE) organizó una ceremonia especial paraconmemorar el centenario del natalicio delbarón Alexander von Humboldt (1769-1859),quien fuera llamado “el segundo Colón”, aunqueinfinitamente más estimado que el almirantegenovés, pues de su Ensayo político sobre el reino


de la Nueva España (1807-1811), producto de laexpedición científica realizada por nuestrastierras entre marzo de 1803 y marzo de 1804,en compañía del no menos ilustre Aimé JacquesAlexandre Bonpland (1773-1858), llegó a decir-se que fue “la fuente estadística e informativamás confiable para reorganizar el país”, pordeclaración oficial del Poder Legislativo na-cional, en julio de 1824, con lo que se oficializa-ba también el amor platónico entre Humboldty México. Lucas Alamán lo invitó entonces aregresar al país. Como no lo hizo, el gober-nador del Estado de México, Lorenzo de Za-vala, por decreto de 29 de septiembre de 1827,nombró a Humboldt y a Bonpland ciudadanoshonorarios de su entidad. El general López deSanta Anna le concedió al autor del Ensayopolítico, en 1854, la Orden de Guadalupe; Igna-


cio Comonfort, por decreto de 14 de septiem-bre de 1857, dispuso la fundación de una ciudaden el Istmo de Tehuantepec con el nombre deHumboldt. Puede notarse que, sin importar laorientación política, en México se admirabaal científico prusiano. Pero el homenaje mássentido se lo rindió el presidente Juárez enplena Guerra de Reforma y desde Veracruz.Al enterarse de su muerte en Berlín, el 6 demayo de 1859, declaró a Humboldt Benemé-rito de la Patria, el 29 de junio del mismo año,ordenando igualmente la erección de una esta-tua para el Seminario de Minería de la Ciudadde México.

En el homenaje de la SMGE de 1869,pronunciaron discursos Gabino Barreda, di-


rector de la Escuela Nacional Preparatoria y re-presentante de la Sociedad Humboldt; PedroLópez Monroy, de la Sociedad de Historia Na-tural; José Bustamante, de la Escuela de Inge-nieros; e Ignacio Ramírez, magistrado de laCorte y socio de la institución anfitriona. Des-de las páginas de su revista El Renacimiento,Altamirano le dedicó al evento un par de rese-ñas, el 18 y el 25 de septiembre del mismo año,calificándolo de “uno de los más grandes acon-tecimientos que registran los anales de laciencia mexicana”.

Quizá este interés, poco común en loshombres de letras de entonces y de ahora, porel acontecer del mundo científico, lo llevó aser electo secretario de la SMGE, el 8 de enero


de 1872. La SMGE y sus antecedentes directos,el Instituto Nacional de Geografía y Estadís-tica (1833-1839) y la Comisión de EstadísticaMilitar (1839-1851), es una sociedad científicade las más antiguas en el orbe dentro de su área,incluyendo la National Geographic Society(1888) de Estados Unidos. Desde su creación,por decreto de 30 de mayo de 1833, se concibiócomo un organismo especializado en estudiosgeográficos y estadísticos con miras al estable-cimiento de contribuciones, apertura de puer-tos y vías de comunicación terrestre, defensadel territorio, etcétera. A los fundadores se lesnombró socios de número, a los gobernado-res de los estados, socios honorarios corres-ponsales, y también se aceptaron las categoríasde socios honorarios y corresponsales, sin im-


portar su nacionalidad. Entre los extranjerosdestacaron el barón de Humboldt y el astró-nomo francés Dominique François de Arago(1786-1853). Para cumplir sus funciones, lainstitución se dividió en las secciones de geo-grafía, estadística, observaciones astronómi-cas y meteorológicas, y de adquisicionesmateriales.

Desde marzo de 1839, las precursorasde la SMGE publicaron un Boletín que, apesar de sus interrupciones por falta de re-cursos, nunca ha dejado de aparecer. Pordecreto de 28 de abril de 1851, la SMGE ad-quirió su nombre actual, bajo la dependenciasucesiva del Ministerio de Relaciones Inte-riores (1851-1853) y de Fomento (1863-1867). En


este periodo y con enormes dificultades, seconcluyeron la Carta General de la República(reformada), el Atlas y el Portulano (colecciónde planos de puertos). La difusión y el inter-cambio de estas obras a nivel nacional e in-ternacional resultó fructífera, pues dejaron depublicarse colaboraciones periodísticas comolas de Michel Chevalier (1806-1879), econo-mista y consejero de Napoleón III, que nosretrataba como un pueblo de salvajes; o errorescomo el de la Encyclopédie des gens du monde, enla que aparecía Tacubaya en el Istmo de Pa-namá, o el de la Geografía Universal de Aldrada,donde se leía que en “México abunda tanto eloro que es más barato que la plata, que hay enesta ciudad edificios de porcelana, y casas quetienen el jardín en la azotea”.


La anterior relación la llevó a cabo Alta-mirano en sus artículos sobre “Las SociedadesCientíficas de México” para El Siglo XIX (2 y19 de junio de 1872) y en su “Brevísima historiade la Sociedad Mexicana de Geografía y Esta-dística” (1887). También refiere que duranteel Segundo Imperio, la SMGE sobrevivió, peroal triunfo del gobierno republicano, suspendiósus actividades por más de nueve meses. Luegode expulsar a los socios que sirvieron a Maxi-miliano, fue reorganizada y reanudó sus ac-tividades el 26 de marzo de 1868, en el antiguoHospital de Terceros de San Francisco.

La época en que Altamirano trabajó enla SMGE pertenece ya al periodo de la reformapositivista que brindó un impulso formidable


a la enseñanza y estableció en nuestro país lascondiciones elementales para el cultivo de laciencia moderna. Nuestro autor participó enlas comisiones de publicación del Boletín, dehistoria del país, sobre las variaciones queexperimenta el idioma español en México, es-tadística criminal y de correspondencia consociedades extranjeras. Con respecto a estoúltimo, en su informe de 1880 anotó con orgu-llo que mantenían comunicación e intercam-bio de publicaciones “regular y constante”,“con todas las sociedades científicas del mun-do, y con la circunstancia honrosísima de quela Sociedad Mexicana de Geografía y Esta-dística ocupa, por su antigüedad, el tercerlugar entre las de su género”. Realizó un inven-tario de los fondos antiguos de la biblioteca y


un catálogo general por autores y por coloca-ción en los estantes, y colaboró en el nuevoorden de la colección de cartas, planos y en elarchivo.

Altamirano participó como orador enel homenaje póstumo que la SMGE organizóa su socio honorario Samuel Finlay BreeseMorse (1791-1872), inventor del telégrafo eléc-trico de un solo hilo y del alfabeto Morse, el21 de diciembre de 1872. Gran expectaciónocasionaron entre el auditorio ciertas declara-ciones que hizo sobre un meteorito que seprecipitó en nuestro suelo, como se lee en lanota “El aerolito de la Descubridora”, apare-cido en El Federalista, el 25 de enero de 1873:


El día que se celebró por la Sociedad

de Geografía y Estadística una sesión

extraordinaria en honor de Morse, dijo

el señor don Ignacio M. Altamirano,

primer secretario de la corporación,

que al hacerse la división del aerolito

se había encontrado dentro del mismo

una cavidad, y en esa cavidad una sus-

tancia extraña, que según todas las

apariencias era tierra. Esto lo dijo el

señor Altamirano delante de varias per-

sonas, después de concluida la sesión...

La noticia quizá despertó temorescomo los que después explotaría magistral-mente H. G. Wells (1866-1946) en La guerrade los mundos (1898), pero no tenía en realidad


nada de extraordinario. En décadas recientes,el bioquímico cingalés Cyril Ponnamperumaexaminó un meteorito que cayó en Australiael 28 de septiembre de 1969, en el cual encon-tró vestigios de cinco aminoácidos.

El interés de Altamirano por las nove-dades científicas y geográficas no se confinabaa su trabajo dentro de la SMGE. Sirva de ejem-plo la “Revista Literaria”, que aparecía sema-nalmente en La República, del 19 de agosto de1883, dedicada a las nuevas teorías sobre elorigen del nombre de América. Lo entu-siasmaban las noticias que sostenían “que losindígenas de las islas Caribes que vieron los es-pañoles que acompañaban a Colón, designa-ban a las montañas con el nombre de Améric”;


o el estudio de un tal Mr. Lambert, quien hizo“derivar el nombre de América de Amarca, nom-bre peruano, cuya pronunciación fue adulte-rándose por las razones que explica largamente”.Aunque la historia más aceptada hasta ahoradel nombre de nuestro continente, la podemosleer en Amerigo y el Nuevo Mundo (1990) deGermán Arciniegas.

El 8 de enero de 1884, Altamirano fueelecto vicepresidente de la SMGE, y así se de-sempeñó hasta el 17 de agosto de 1889, fechaen que se separó del título, con motivo de suaceptación del cargo de cónsul general en Es-paña, pero sin dejar de ser socio de la SMGE.En su carácter de cónsul general de Méxicoen París y de delegado de la SMGE, participó


en el Octavo Congreso Internacional de Ame-ricanistas, celebrado en la capital francesa, enoctubre de 1890. El 14 de octubre, a nombrede Vicente Reyes, segundo secretario de laSMGE, leyó una conferencia sobre su lenguamaterna: “Orígenes de las terminaciones delplural en el náhuatl y en algunos idiomas con-géneres”; y el 19 del mismo mes, a nombrepropio, presentó su traducción parcial del in-glés al español del trabajo del estadounidenseM. A. F. Bandelier, El arte de la guerra entre losantiguos mexicanos. Altamirano no sólo consi-guió la autorización del autor para publicarla,sino que le agregó unas estampas iluminadas re-presentando guerreros mexicanos y armasantiguas.


A partir de este congreso se hizo granamigo de Jean Louis de Quatrefages de Breau(1810-1882), antropólogo y zoólogo francés querealizó importantes trabajos sobre el origendel hombre y de los vertebrados. En sus últi-mos años, también cultivó la amistad del as-trónomo Nicholas Camille Flammarion (1842-1925), el Carl Sagan del siglo XIX, suscri-biéndose a su Astronomía Popular desde 1892.

Igualmente participó en el Congreso deCiencias Geográficas de Berna (10-15 de a-gosto de 1891), en la reunión de mexicanos enParís, en el Pavillon d’Armenomville (16 de sep-tiembre de 1891), y en el Congreso de Geogra-fía de Francia, celebrado en Lille (1-8 de agostode 1892).


El Maestro de la Juventud

Según Altamirano, Ignacio Ramírez fue lla-mado en su generación “por antonomasia elmaestro”; sin embargo, existe un consenso deque el título de maestro de la juventud le co-rrespondía precisamente a él, quizá porque fueun infatigable forjador de la estructura moraldel país, de nuestra identidad patriótica y delderecho a tener una nacionalidad literaria.

La Constitución de 1857 había consa-grado la libertad de cultos y, como corolario,declaró que la educación sería libre. Peroningún proyecto educativo fue posible desdeentonces. Por eso fue inútil la Ley sobreInstrucción Pública de 15 de abril de 1861,


debida a Ignacio Ramírez, que ordenaba la en-señanza primaria federal gratuita, mientrasque las entidades federativas, facultadas paradirigir la materia en comento, trataban de ha-cer lo propio. La legislación pedía que “la ins-trucción de las mujeres debe ser igual a la delos hombres”, y en cuanto a los indígenas, nodebían ser excluidos de las aulas escolares,porque ellos eran “la base de la verdadera edu-cación pública”. Criticó severamente los librosde texto obsoletos en ideas y en didáctica, ysubrayó la urgencia de publicar esta clase deobras en el país, y la creación de una escuelapara formar maestros de primeras letras. Pero,no obstante los buenos deseos del Nigromante,la falta de una metodología pedagógica abríaun vacío de saber que se llenaba con el viejo


método religioso, cuya presencia ya resultabaindeseable en el salón de clases.

Pocos recuerdan que la legislación edu-cativa del Segundo Imperio fue incluso avaladay admirada por los liberales más radicales.Altamirano destaca particularmente la funda-ción de la escuela para sordomudos: “este Ins-tituto se debe al difunto Maximiliano y a suesposa, que tuvieron especial predilección porél. Que la historia los condene por otras causas;pero la caridad debe hacer que conste estehecho, y los que hemos sido enemigos lealesdel imperio no podemos negarle, ni dejarle deapuntar”.

Al triunfo de la República, una comi-sión encabezada por el Ministro de Justicia e


Instrucción Pública, Antonio Martínez deCastro, entre cuyos miembros destacó GabinoBarreda, profeta de la filosofía positivista deAuguste Comte (1798-1857), presentó el pro-yecto que se convertiría en la Ley Orgánica deInstrucción Pública en el Distrito Federal, el 2 dediciembre de 1867. De acuerdo con ella, el plande estudios de primaria se enriquecería conrudimentos de ciencias, estilo epistolar, dibujoy artes, urbanidad, nociones de derecho cons-titucional y “de historia y geografía, especial-mente de México”; las niñas aprenderían,además de lo anterior, higiene práctica y la-bores manuales, pero menos conceptos dearitmética. A este nivel, la educación seríalibre y gratuita para quienes carecieran derecursos, y obligatoria desde los cinco años.


Dicha legislación se reformó el 14 deenero de 1869, aclaró algunos aspectos de laeducación media y superior, pero, además, encuanto a la primaria, borró del plan de estudioslos rudimentos de ciencias a las niñas y de his-toria de México, para todos los niños. Altami-rano, quien ya publicaba boletines bibliográ-ficos con fines didácticos desde 1867, se lanzóentonces a la recuperación de los ideales deIgnacio Ramírez. Por medio de una larga seriede artículos, notas periodísticas y un proyec-to de ley, y combatió además las viejas prácticaspedagógicas. Concepción Jiménez Alarcón, enel prólogo al tomo XV de sus Obras completas,resume sus propuestas de la siguiente manera.

Modernización de la enseñanza. Altami-rano siempre reprobó el método de la escuela


antigua, que había sufrido en su infancia y ado-lescencia, pero que se resistía a morir a pesarde todo: “¡La escuela antigua! Hubiera debidollamarse mejor El ensayo de la abyección, porqueallí se mataba el sentimiento de la dignidadque expiraba palpitante en medio de mil tor-mentos ignominiosos”. Con ello hacía referen-cia al arraigado uso de la disciplina de cáñamoo de alambre, con la que se castigaban las gran-des culpas de los niños. También criticaba condureza que se siguiera utilizando en las aulasel catecismo del padre Ripalda: “Yo no sé cómotodavía las prensas de un pueblo republicanoy culto se ocupan de multiplicar los ejemplaresde ese librillo odioso, que siembra en nuestrasclases atrasadas, principios de tiranía y de

164 Episodios y Personajes del Poder Judicial de la Federación164 Episodios y Personajes del Poder Judicial de la Federación

superstición, incompatibles con nuestrasinstituciones”.

La educación como arma para el progreso.Pueblos como Suiza, Alemania, Dinamarca,Francia, Holanda y Estados Unidos, habíanconquistado el progreso educando a su gente.En México, según Altamirano, la educaciónserviría además para conservar al país, pues “se-remos juguete de los vecinos si el niño perma-nece como ahora: analfabeto, triste y abatido”;e igualmente para su desarrollo interno: “la es-cuela es la garantía de la democracia... porqueella es el valladar más fuerte alzado contra lasfalacias de la ambición, y contra los amagosde la tiranía”.


La tendencia nacionalista en la educación yel papel protagónico del maestro. Obviamenterelacionado con el aspecto anterior, se hallabael deseo de Altamirano de que “la patria debesentirse en la escuela, antes que todo”, que elEstado debería suplir, por medio de la educa-ción, al poder político de la Iglesia y que elmaestro fuera el equivalente de un sacerdotede la racionalidad. “En la escuela nacional deeste tiempo, la Historia de México debe ense-ñar al niño que la Patria es antes que Roma,que la ley es antes que el cura, y que comiencea levantar en la conciencia infantil un altar ala memoria de los padres de la Independencia;esa religión es la que da fuerza a los pueblos”.Y ya desde entonces pedía que se cumpliera


el sueño irrealizado hasta la actualidad, de quese le diera buena paga a los maestros.

La lucha por la libertad, laicidad y la gra-tuidad de la enseñanza. Nuestro autor estabacierto de que la educación, si además de libre,laica y gratuita en la práctica y no nada másen la teoría, fuera también obligatoria, ten-dríamos un país con menos desigualdades. Suslecturas del historiador francés Jules Michelet(1798-1874), confirman lo que sufrió en carnepropia en sus días de estudiante en Tixtla yToluca: la escuela es una comunidad en pe-queño, y por lo mismo “la escuela libre, nopagada por el Estado, es justamente lo queconviene más a los padres ricos e importantes.Es un terreno previo en que comienza la de-


sigualdad”. El remedio sería la instrucciónpública “difundida en las masas, extendidahasta a las clases más infelices, comunicada dela ciudad populosa al pueblo pequeño, a la al-dea humilde, a la cabaña más insignificante yescondida entre los bosques”.

La educación de la mujer. Como lo habíasubrayado Ignacio Ramírez, Altamirano insis-tió en que las mujeres tuvieran la misma edu-cación que los varones, así se evitaría quefueran las eternas esclavas de éstos y que huelan“tan sólo a incienso y a cebollas”.

La educación del indígena. Al igual que enel caso de la mujer, y como no podía olvidarsus propias raíces, Altamirano incluyó en sus


escritos pedagógicos consejos para integrar ala población aborigen al desarrollo nacional,por medio de la educación. Su propuesta prin-cipal consistía en la enseñanza del español alos indios, sin menosprecio de su dialecto ma-terno, en el cual debían capacitarse tambiénlos maestros, no para enseñar con él, “como lopracticaban los misioneros del siglo XVI ylo practican hoy los curas, sino simplementepara facilitar el aprendizaje del español a losindígenas”.

La necesidad de unificar la educación y defundar una escuela normal. Durante el periodode Joaquín Baranda como Ministro de Justiciae Instrucción Pública (1882-1884), Altamiranopropuso que el gobierno federal unificara los


métodos de enseñanza, pues la escuela prima-ria, confiada a los municipios, escaso progresolograría. Igualmente pidió la creación de unaEscuela Normal de Profesores de InstrucciónPrimaria en la capital, a la cual todas las enti-dades tendrían derecho de enviar estudiantes.El ministro Baranda invitó entonces a nuestropersonaje a concretar su máxima aportacióneducativa: presentar un proyecto de ley quetrajera dicha escuela a la realidad. Dos añosde trabajo le llevó, contando con la ayuda deocho comentaristas, hasta dejar en papel elesquema de una escuela gratuita, donde se es-tudiarían, entre otras materias, pedagogía,inglés, francés, “mexicano” (náhuatl), tenedu-ría de libros, higiene y medicina doméstica,para lo cual comparó sistemas de educación


básica de Estados Unidos y Europa, elaboróun diagnóstico de la situación nacional y re-visó a fondo la legislación en la materia. Elproyecto fue sometido al Legislativo durantesu primer periodo de sesiones de 1885. La Es-cuela Normal fue inaugurada en febrero de1887, y Altamirano se unió al cuerpo docenteen las asignaturas de historia patria y general,gramática, lectura superior, ejercicios de reci-tación y composición.

Aunque su preocupación principal fuela escuela primaria, no dejó de escribir sobre laeducación superior. Así lo demuestran loscomentarios que publicó en La República (1o.de enero de 1880) sobre su reglamento;asimismo, apoyó la huelga de los estudiantes


de la Escuela Nacional Preparatoria (El SigloXIX, 3 de mayo de 1875), en protesta por laexpulsión de tres de ellos, porque su re-glamento aún preveía la salida del plantel porinasistencias.

Aparte de las clases que impartió en sujuventud, también fue profesor interino de ge-nealogía e historia en la Escuela Superior deNiñas (1872); de la misma cátedra, en la Escue-la Nacional Preparatoria (1877); del cursoteórico-práctico de oratoria en la Escuela Na-cional de Jurisprudencia, en la que simultánea-mente dio clases de historia de la filosofía(1879); dos años después volvió a la misma ins-titución como maestro de literatura y elo-cuencia. Fue propuesto como titular de la


materia de historia en el Colegio Militar, sinque llegara a ocuparla, porque no estaba vacan-te, pero participó como jurado en los exáme-nes de la cátedra en el mismo Colegio (1883).Por último, en la Escuela Teórico Práctica Mi-litar fue profesor de geografía e historia (1885).

Altamirano ocupó además otras cáte-dras menos solemnes que llegaban a un públi-co más amplio y sobre una variedad inmensade materias. En noviembre de 1867, en casa delpoeta Luis Gonzaga Ortiz, inició las veladasliterarias, en un claro afán por reunir a escri-tores de diferentes orientaciones políticaspara fundar una literatura de indudable im-pronta mexicana. Las veladas terminaron enel mes de abril siguiente, por diferencias entre


algunos contertulios, pero pronto continuaronen casa de Rosario de la Peña Llerena, inmor-talizada en el Nocturno a Rosario de ManuelAcuña, que, literalmente, le costó la vida; yen la Sociedad Netzahualcóyotl. El maestroAltamirano también participó en la reinaugura-ción de los trabajos del Liceo Hidalgo (1872); dela Sociedad Literaria La Concordia (1872);presidió la Sociedad Mutualista de Escritores(1875), creada para asistir a los autores enfer-mos o menesterosos; y formó parte de laSociedad de Escritores Dramáticos ManuelEduardo de Gorostiza (1875), entre otras.

En el periodo 1868-1883, Altamiranopublicó sus Revistas literarias de México, especiede panorama histórico de la literatura nacional


desde 1821, y se dedicó a la crítica teatral bajoel seudónimo de Próspero. Pero su mayor con-tribución dentro del periodismo cultural fuela revista El Renacimiento, que comenzó susentregas semanales el 2 de enero de 1869, conuna portada de Hesiquio Iriarte en la que apa-recía el ave fénix de las letras nacionales re-naciendo de sus cenizas, y buscando curar lasviejas heridas históricas. “Muy felices seríamossi lográsemos por este medio apagar completa-mente los rencores que dividen todavía, pordesgracia, a los hijos de la madre común”, es-cribió Altamirano en la presentación. El Rena-cimiento no era una revista literaria sino másbien literario-cultural, miscelánea y didáctica,en cuyas páginas podían leerse cuento, poe-


sía, crítica social y literaria, historia, arqueolo-gía, arte en general, teatro, divulgación cientí-fica y novedades bibliográficas. También sedieron a conocer obras de literatura inglesa,alemana, estadounidense e hispanoamericana.Entre sus principales colaboradores, aparte deAltamirano, estaban Manuel Peredo, Francis-co Pimentel, José María Roa Bárcena, ManuelOrozco y Berra, Alfredo Chavero, EduardoRuiz, José Tomás de Cuéllar, Gonzalo y Ro-berto Esteva, Santiago y Justo Sierra, RamónAldana, José Rosas Moreno, Gertrudis Teno-rio Zavala, Rita Cetina Gutiérrez, ManuelAcuña, Manuel M. Flores e Isabel Prieto. De-sapareció en diciembre de 1869, cuando suspáginas se cargaron de política y de dificulta-des económicas.


El cierre de El Renacimiento fue otro delos motivos de la depresión de Altamiranode aquellos años. En sus Diarios se encuentrancasi exclusivamente recortes periodísticos quealaban su obra escrita y, sólo de vez en cuando,reflexiones como la siguiente:

Amo la libertad y no la encuentro, no

siendo los hombres que me rodean más

que déspotas o esclavos.

Amo la ciencia y la veo desconocida y

calumniada por pedantes o despreciada

por imbéciles.

Amo la moral y no veo más que católi-

cos infames y especuladores, predican-


do la mentira y explotando la imbecili-

dad de los pueblos.

Amo la literatura y veo que la miseria

la hace imposible.

Como último recurso para evitar la de-saparición de El Renacimiento, Altamiranopublicó en sus páginas su primera novela, Cle-mencia, ambientada en Guadalajara durante laGuerra de Intervención. Desde entonces mos-tró claramente que, incluso en la ficción litera-ria, su intención, antes que entretener, era mo-ralizar. Aquí, en concreto, para no dejarsellevar por las apariencias o, según la interpre-tación de Eric Iversen, Clemencia simboliza algobierno mexicano, el cual debe ser tolerante


o clemente frente a los partidarios del vencidoimperio. La Navidad en las montañas (Álbum deNavidad, 1871), se desarrolla en la Guerra delos Tres Años, y en ella expone cómo la Iglesiay el gobierno liberal podrían cooperar por laauténtica reforma del país. María del CarmenMillán ha descubierto que esta última novelaestá inspirada en otra utopía mexicana máselaborada, El monedero (1861) de Nicolás Piza-rro, particularmente la sociedad comunitariadonde se abrazan la tecnología y la cienciaagrícola con el credo católico, como lo des-cribe el protagonista de La Navidad en las mon-tañas: “comprendí de súbito que lo que yo habíacreído difícil, largo y peligroso, no era sinofácil, breve y seguro, siempre que un cleroilustrado y que comprendiese los verdaderos


intereses cristianos, viniese en ayuda delgobernante”.

El mismo afán didáctico se encuentraen las narraciones semiautobiográficas Antonia(1872) y Beatriz (1873), característica que no de-saparece en sus textos costumbristas, dondese siente además la nostalgia de las ricas tradi-ciones de su infancia. Su poesía la reunió enun solo volumen titulado Rimas (1871), que de-dicó a su mecenas, Agustín, hijo de Luis Rovalo.Nuestro autor pedía a los narradores quepoblaran su ficción literaria con cápsulas dehistoria, moral, política, crítica social, en unapalabra, que trataran de mejorar a la patria yal género humano con sus escritos. Para él lanovela era “el monumento literario del siglo


XIX”, “el libro de las masas”, capaz de forjarla conciencia nacional; ideas por demás ro-mánticas en un país en el que el público alfabe-tizado no alcanzaba el 10% de la población.

Después de 1873, nuestro biografiadoconoció a la famosa actriz italiana AdelaidaRistori (1822-1909), cuya presentación enMéxico aprovechó también el Liceo Hidalgopara nombrarla “socia de mérito”, oportuni-dad en la que Altamirano, aparte de dirigirlesus “encendidos elogios”, la acompañó durantealgunas horas de su viaje de salida. Volvió aencontrarla en Roma, el 5 de febrero de 1891,y se cree que fue la musa que inspiró su frag-mento inconcluso titulado Atenea (1935). Enlos Cuentos de invierno (1880), recopiló sus


traducciones y adaptaciones de cuentosextranjeros, y demás obra propia dispersa.

Sus escritos sobre arte privilegiaron porigual temas y motivos nacionales, como se leeen La pintura histórica en México (1874) y en susdos largos estudios, El Salón en 1879-1880: Im-presiones de un aficionado (1880), que dedicó a laexposición presentada en la Academia de SanCarlos por alumnos y maestros de la EscuelaNacional de Bellas Artes; y la Revista Artísticay Monumental (1883), en la que trató de haceruna historia general del arte mexicano. Su des-precio, con ciertas excepciones, del arte reli-gioso, y su conocimiento limitado del arte pre-hispánico, hacen que su aportación adolezcade graves omisiones y parcialidad. Se entusias-


ma con obras como La invención del pulque(1869) de José Obregón, El senado de Tlaxca-la (1875) de Rodrigo Gutiérrez, Fray Bartoloméde las Casas (1876) y la Matanza de Cholula (1877)de Félix Parra, a quien juzgaba “el primer pin-tor de México”, pero mostraba un moderadoentusiasmo por las telas de los paisajistas Eu-genio Landesio y José María Velasco. En cam-bio, fue uno de los primeros en llamar la atenciónsobre los escultores Juan y Manuel Islas,Miguel Noreña y Pedro Patiño Ixtolinque.

Durante el periodo presidencial de Ma-nuel González (1880-1884), compadre de Por-firio Díaz, Altamirano volvió a ser electo dipu-tado, ahora por San Luis Potosí. De inmediatopercibió un cambio de atmósfera en el Palacio


Legislativo: “Ya el público no asiste a las deli-beraciones del Congreso con el objeto de ins-truirse en los negocios públicos, sino con el dedivertirse en un espectáculo gratuito, en el quepueda vociferar, injuriar, silbar y abandonar-se a toda clase de manifestaciones indignas”,escribió en su crónica para La República, el 21de mayo de 1880. En el mismo diario combatiólos rumores de quienes aseguraban que el ge-neral Díaz deseaba volver a ocupar la sillapresidencial, y provocó un debate con los re-dactores de La Libertad, que dirigía Justo Sierra,uno de sus discípulos predilectos, porque seatrevieron a llamar “la vieja guardia de los tresaños”, a los liberales que se oponían a la intro-ducción del nuevo libro de lógica positivistaen la Escuela Nacional Preparatoria. Altami-


rano predijo lo que podía aguardar al país “conla cría de estos tiernos elefantillos” ensoberbe-cidos de ideas comtianas.

Al concluir su último periodo legisla-tivo, a mediados de 1882, inicia la tercera etapadel pensamiento de nuestro autor, la del socia-lista-liberal, pues ya es posible percibir en susescritos la huella del filósofo Karl Marx (1818-1883). En efecto, en su “Revista histórica y mo-numental (1821-1882)”, incluida en el PrimerAlmanaque Histórico, Artístico y Monumental dela República Mexicana, editado por Manuel Ca-ballero (Nueva York, 1883), interpreta la histo-ria nacional como una lucha de clases. Publicóotras notas y estudios históricos con fines doc-trinarios, según su costumbre, insistiendo en


tres personajes: Cuauhtémoc, al que dedicólas páginas introductorias al poema del mismonombre (1887) de Eduardo del Valle; Hidalgo,personaje de una biografía (1884); y Morelos,héroe nacional al que dedicó tres trabajos (Mo-relos en Zacatula, 1880; Morelos en el Vela-dero: El paso a la eternidad, 1883; y Morelosen Tixtla, póstumo, 1910). Su obra histórica sehalla reunida en el tomo II de sus Obrascompletas.

En las elecciones presidenciales de 1884,sin que se hubiera lanzado como candidato,Altamirano recibió 26 votos, que lo colocarondebajo de Ramón Corona y del vencedor, elimbatible general Díaz. El mismo año, el ta-basqueño Joaquín D. Casasus se dio a conocer


en el Liceo Hidalgo, al leer algunos pasajes desu traducción de Evangelina (1847) de HenryWadsworth Longfellow (1807-1882). Casasusllegaría a ser alumno privilegiado y yerno denuestro personaje, al casarse con su hijaCatalina.

Las dificultades económicas regresaronotra vez a la vida de Altamirano. En 1885 co-menzó a escribir la que sería su principal nove-la, El Zarco, cuyos trece primeros capítulosleyó un año más tarde, en el Liceo Hidalgo.En febrero de 1887, Francisco Sosa encontróa su maestro afligido porque no tenía dineropara obsequiar a su esposa en su santo. Eldiscípulo ofreció entonces al editor SantiagoBallescá, la edición íntegra de El Zarco, por la


que consiguió a su autor un adelanto, y Alta-mirano se comprometió a concluirla, aunquepor un error de la imprenta no vería la luz sinohasta 1901, en Barcelona. La novela transcurre,igual que su antecesora, durante la Guerra deReforma, cuando los bandidos de Tierra Ca-liente asolaban a los pueblos de la región,donde reitera su advertencia de no dejarsearrastrar por engañosas apariencias.

El primer tramo ininterrumpido dePorfirio Díaz al mando del país, llamado por-firismo, se caracteriza por la adhesión de lasmasas al presidente, antes de decaer en porfi-riato, cuando, a decir de Luis González, Por-firio Díaz se adhiere a la presidencia. Paraconservar la paz y el poder, el general creyó


indispensable callar la voz de la prensa deoposición y deshacerse de contrincantes po-tenciales. A nuestro biografiado, como hizocon otros, lo nombró cónsul general en España.Altamirano, quien jamás se enemistó conDíaz, vio en el cargo una oportunidad para via-jar antes que un exilio político. En una de suscartas previas a su salida del país, se congratulade que nuestro país finalmente pertenecieraal concierto de las naciones modernas, graciasa la acción del general, que gobierna “con tan-to acierto y la ha elevado a una altura de pros-peridad que todo el mundo la contempla consatisfacción”.

Diabético y con más padecimientos di-gestivos, Altamirano, su esposa y su hijo Au-


relio, partieron de México en barco, el 21 deagosto de 1889. Permanecieron en Barcelona,enfermos, salvo Aurelio, hasta el 18 de febrerode 1890, cuando por medio de permuta autori-zada con Manuel Payno, cónsul general deMéxico en Francia, los Altamirano se instala-ron en París.

El cambio de clima los ayudó a recupe-rarse y a realizar su labor diplomática, y a es-cribir muchas cartas para paliar la nostalgiade la tierra natal y de la familia. Un buen día de1891 recibió en su domicilio, ubicado en el nú-mero 61 de la calle La Fayette, a un joven dequince años, Juan Sánchez Azcona, sobrinode su amigo de juventud, el malogrado JuanDíaz Covarrubias, quien llegaría a convertirse


en su pariente político, en 1894, al casarse con suhija Guadalupe. A Juanito lo presentó conotros estudiantes mexicanos, amigos de su hijo,los Madero, uno de los cuales se llamaba Fran-cisco Ignacio, quien era alumno de la Escuelade Altos Estudios Comerciales de París. JuanSánchez Azcona, al igual que los Madero, vie-ron en nuestro personaje a su tutor y maestro,y en una de sus habituales conversacionesacerca de los problemas que aquejaban a lamadre patria, Altamirano llegó a decirles: “Siustedes siguen con esas preocupaciones pa-trióticas, serán algo grande en el futuro deMéxico”. Su augurio se haría verdad.

En el verano de 1892, a los males de Al-tamirano se sumó la tuberculosis. Sólo comía


fideos y apenas podía recorrer las dos cuadrasque separaban su hogar de la oficina. Al fin,recibió una buena noticia, Joaquín Casasus fuenombrado delegado ante la Conferencia Inter-nacional de Asuntos Monetarios, por lo quepodría tener a su hija y yerno cerca de él. Perono se encontraron en Francia, sino en Italia,en diciembre, con la esperanza de que el climamediterráneo lograra lo que la medicina nopodía. Los Casasus encontraron a sus padresen la Pensión Suiza de San Remo, famosa ciu-dad turística de la Riviera di Ponente. De allílos llevaron a la casa que tenían en la villa Gar-barino, cuyo jardín poblado de naranjos, colin-daba con el del inventor y filántropo AlfredBernhard Nobel (1833-1896). Altamirano tuvoentonces un médico de cabecera con el que se


identificó muy pronto, Vio Bonatto, viejo re-volucionario italiano.

El 13 de febrero de 1893, a pesar de loscuidados médicos, Altamirano falleció. En cum-plimiento de su voluntad, su cadáver fue cre-mado –lo que escandalizó a la sociedad mexi-cana de entonces– y el primer homenajepóstumo se lo rindió la Sociedad de Librepen-sadores de San Remo. El 21 de febrero, laSMGE le dedicó el segundo. Sus cenizasllegaron a la capital mexicana en mayo, yfueron depositadas en la capilla que CatalinaAltamirano ordenó construir en el PanteónFrancés de La Piedad. El 6 de mayo de 1897,su viuda recibió la medalla por su partici-pación en el sitio de Querétaro. Al cumplirse


el centenario de su nacimiento, sus restos fue-ron trasladados, con diversos homenajes depor medio, a la Rotonda de los Hombres Ilus-tres. Gracias a las gestiones de Moisés OchoaCampos, se levantó una estatua en su honor enSan Remo, obra del famoso escultor JoaquínOlaguíbel Rosenzweig, el 13 de febrero de1960. Por último, el 29 de diciembre de 1992,se inscribió su nombre con letras de oro en elsitio de honor de la Cámara de Diputados.

Concluye así la historia de un gran pa-triota y ciudadano del mundo, cuya biografíajamás se hubiera escrito de no habérsele con-cedido la oportunidad de compartir el salónde clases, junto a la “gente de razón”.

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Esta obra se terminó de impri-mir y encuadernar en julio de2007 en los talleres de EditorialColor, S.A. de C.V., Naranjo,núm. 96-Bis. Col. Santa María laRibera, Delegación Cuauhté-moc, C.P. 09420, México, D.F.Se utilizaron tipos Hoefler Texten 8, 10, 12 y 18 puntos. La edi-ción consta de 2,000 ejemplaresimpresos en papel bond de 75 grs.

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