principios de la mutualidad de los géneros en las escrituras

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Principios de la mutualidad de los géneros en las Escrituras 1 Por J. Héctor Bautista Nájera Introducción Agradezco profundamente la invitación de los organizadores de este curso a participar con la presente exposición, particularmente al Pbro. José Luis Velazco Medina, por su amable comunicación y orientación en todos los detalles para poder estar presente hoy con ustedes. Soy el Pbro. José Héctor Bautista Nájera, pastor de la Iglesia Nacional Presbiteriana Salem, de la ciudad de Morelia, Michoacán, y secretario del H. Presbiterio del Sur. Estoy casado con la misionera María de Lourdes Juárez López, con quien tengo la dicha de tener tres preciosos hijos adolescentes. Mi vida ha estado rodeada de mujeres. Mi madre, desde luego, quien no sólo me llevó en su vientre, sino que ha sido para mi, a lo largo de toda mi vida y hasta el presente, una fuente de inspiración y de cobijo, de sabio consejo y de amor incondicional; brazo fuerte y tierna caricia, padre y madre que supo encaminar mis primeros pasos por la senda del valor, la responsabilidad y la fe. Mis tías, en particular mi tía Sara Nájera, quien me recibió en este mundo con sus abnegadas y serviciales manos, a causa de haber sido ella quien atendió a mi madre durante el parto, como enfermera cristiana que fue. 1 Ponencia ampliada presentada al H. Presbiterio del Estado de México, el 15 de enero de 2011, en la Iglesia Nacional Presbiteriana San Pablo, de la ciudad de Toluca, México, dentro del curso Ministerio y Ordenación de la Mujer. 1

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Principios de la mutualidad de los géneros en las Escrituras1

Por J. Héctor Bautista Nájera

IntroducciónAgradezco profundamente la invitación de los organizadores de este curso a participar con la presente exposición, particularmente al Pbro. José Luis Velazco Medina, por su amable comunicación y orientación en todos los detalles para poder estar presente hoy con ustedes.

Soy el Pbro. José Héctor Bautista Nájera, pastor de la Iglesia Nacional Presbiteriana Salem, de la ciudad de Morelia, Michoacán, y secretario del H. Presbiterio del Sur. Estoy casado con la misionera María de Lourdes Juárez López, con quien tengo la dicha de tener tres preciosos hijos adolescentes.

Mi vida ha estado rodeada de mujeres. Mi madre, desde luego, quien no sólo me llevó en su vientre, sino que ha sido para mi, a lo largo de toda mi vida y hasta el presente, una fuente de inspiración y de cobijo, de sabio consejo y de amor incondicional; brazo fuerte y tierna caricia, padre y madre que supo encaminar mis primeros pasos por la senda del valor, la responsabilidad y la fe. Mis tías, en particular mi tía Sara Nájera, quien me recibió en este mundo con sus abnegadas y serviciales manos, a causa de haber sido ella quien atendió a mi madre durante el parto, como enfermera cristiana que fue. Mi querida esposa, quien ha sido para mi una compañía invaluable, una consejera, casi siempre mis ojos y mis manos, para ver y hacer lo que ambos sentimos como privilegio y responsabilidad en nuestro hogar y en la Obra de Dios; ella es mi apoyo y mi amiga indulgente y compasiva. Tengo, además, a mis dos hermosas hijas, Diana Raquel y Laura Daniela, quienes, junto a Héctor David, son mi alegría y mi ilusión.

Dentro de la iglesia, mi ministerio como pastor y los resultados del mismo no pueden ser entendidos sin la presencia y activa participación de las mujeres. Tan sólo en este año el 53 % de los cargos de liderazgo dentro de la iglesia lo ocupan las mujeres; y esto tomando en cuenta que no es una iglesia de mayoría femenina, sino de presencia más o menos similar tanto de hombres como de mujeres. Sólo por poner algunos ejemplos, les diré que los Ministerios de Educación y de Relaciones están dirigidos totalmente por mujeres, la Escuela de Formación Cristiana tiene una directiva de mujeres, el Coro de la iglesia, siendo mixto, es presidido por mujeres, y una mujer es la secretaria permanente de la Comisión de Evaluación y Seguimiento del Plan Quinquenal de nuestra iglesia. Todo esto sin mencionar a las maestras, no sólo de niños, sino de jóvenes y de familias completas, que incluyen, obviamente, al esposo y padre. Por todas estas mujeres siento una enorme gratitud y admiración por la gracia y la sabiduría, la fuerza y la belleza, el amor y el desinterés que manifiestan generosamente de parte y en representación de Dios. Vaya para todas ellas mi humilde reconocimiento.

Por todo lo que he expresado, me siento urgido a manifestar desde ahora mi desacuerdo y total aversión hacia el maltrato y discriminación de la mujer, en cualquiera de sus formas y motivaciones. Me pronuncio en contra 1 Ponencia ampliada presentada al H. Presbiterio del Estado de México, el 15 de enero de 2011, en la Iglesia Nacional Presbiteriana San Pablo, de la ciudad de Toluca, México, dentro del curso Ministerio y Ordenación de la Mujer.

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de las actitudes machistas y misóginas que predominan en un amplio sector de la sociedad y de la iglesia; me pronuncio en contra de que se considere a la mujer únicamente como agente para la procreación y para atender los quehaceres domésticos, sin más oportunidad que ser el objeto de los deseos masculinos y quien salvaguarda la imagen del hombre; estoy en contra de que se prive a la mujer de participar, en la misma medida que el hombre, en toda oportunidad de desarrollo, capacitación y servicio dentro y fuera de la iglesia; estoy en contra de que se use la Biblia para subestimar a la mujer, para que los esposos se impongan como jefes abusivos y arbitrarios sobre ella, para que impongan sus caprichos y aficiones, sin esperar otra cosa que la abyección y aceptación servil y silenciosa de la mujer; me pronuncio totalmente opuesto a las restricciones para que la mujer predique en la iglesia, enseñe o participe activamente en el culto público a Dios, a que se le restrinjan, como sucede en muchas iglesias, algunas áreas del templo como no apropiadas para ella y sí para el varón; a que se les asignen tareas “inferiores” bajo el pretexto de que no tienen la capacidad para desempeñar labores de mayor complejidad; estoy en desacuerdo con el hecho de que las mujeres no reciban el mismo trato que los hombres en la vida cotidiana e institucional. Me pronuncio, pues, en contra de la mezquindad, del egoísmo, de la soberbia, de la ignorancia y de la pequeñez de miras de muchos hombres que, distanciados de las enseñanzas cristianas e influidos por patrones propios de la cultura machista circundante, consciente o inconscientemente, discriminan a la mujer por el solo hecho de serlo.

En las siguientes líneas les expongo mi pensamiento acerca del sentido de existencia, relación, experiencia y acción de la mujer, dentro del entendimiento más amplio e integral que las Escrituras nos dan respecto de la reciprocidad de la pareja humana (hombre y mujer). Enfocaré, por interés pastoral y coyuntural, los aspectos controversiales de la posición y ministerio de la mujer en el hogar y en la iglesia, organizando mi reflexión en torno de cinco principios articuladores, bajo el tema: Principios de la Mutualidad de los Géneros en las Escrituras. En la parte última, mencionaré algunas razones de por qué los proponentes de la ordenación de la mujer no logran el éxito en convencer a la mayoría del pueblo cristiano de su pretensión.

El principio de la mutua dignidadCon esto queremos decir, basados en la revelación bíblica, que existe una dignidad intrínseca en el ser humano tanto hombre como mujer, que debe ser reconocida, respetada y defendida por todos en tanto custodios responsables de nuestro prójimo; dignidad que se origina en la constitución misma del humano como imagen de Dios (Gén. 1:26, 27). Esto quiere decir que hay algo de divino en el hombre y en la mujer por igual (deus in nobis). Ninguno de los dos géneros es más digno que el otro, ni ninguno es inferior en valor a los ojos de su Postulador y Dios.

Pero esta dignidad no sólo otorga significación a la persona en tanto criatura humana, sino también, por extensión, a su sexo, a su espiritualidad, a su posición y a su función dentro de la relación humana. Las mujeres y los hombres son dignos, no sólo por lo que son, sino por el lugar que ocupan en la administración de su oficio como seres humanos. Ya Sócrates entre los griegos y Cicerón entre los romanos observaban este valor intrínseco y extensivo del humano. Emerson tendría que incluir por igual a todo el linaje humano, y no sólo a los pro-hombres,

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en su descripción de los Hombres Representativos, no por ser representantes de nosotros mismos, que es el planteamiento teórico del norteamericano, sino de Dios.2

“Varón y hembra”; “imagen y semejanza”. He aquí la base de esta igualdad y mutualidad de los sexos. La Declaración del Concilio para la Masculinidad y Femineidad Bíblica3 dice en su quinta afirmación: “El Antiguo Testamento, así como el Nuevo Testamento, manifiestan la igualdad en alto valor y dignidad que Dios apegó a los roles de hombres y mujeres”.

La fe reformada entiende que es la corrupción del corazón la que ha violentado tal dignidad, no únicamente la de la mujer, sino también la del hombre como criaturas cruciales, en una irrupción de la maldad en contra de la grandeza del Creador y de su obra. Doquiera miremos vulnerada dicha dignidad, encontraremos como fuente el pecado, y como fin, el oscurecimiento de la gloria de Dios. De ahí que no debamos permitir nunca la afrenta de la dignidad de ningún hombre ni de ninguna mujer.

Aunque esta imagen, y su relevancia en nosotros, es empañada por el pecado, como hemos visto, la misma es restaurada y re-creada por Dios en Cristo Jesús (Col. 3:10; Ro. 8:29; 2Co. 3:18). Nuestra valía como hombres y mujeres de Dios es rescatada y afirmada por las Escrituras. Como ejemplo tenemos al apóstol Pedro, quien dice que el marido y su esposa por igual son “coherederos de la gracia de la vida” (1Pe.3:7).

En este punto, resulta preciosa y conmovedora la presentación que hace el Pbro. José Luis Velazco de los actos de reivindicación que Jesús realiza a favor de la dignidad de la mujer, basada en los escritos de Lucas. Allí destaca Velazco: “Jesús levanta y da importancia, junto con los pobres y los enfermos, a la mujer”.4 La estéril Elizabeth, la humilde María, la mujer pecadora, la mujer sanada de flujo de sangre, la viuda pobre, y muchas más mujeres son aliviadas por la gracia del Señor y dignificadas por su amor. “El Señor Jesús en su ministerio realza a la mujer como objeto del amor de Dios, la levanta como persona hecha a la imagen de Dios y la libera de las leyes religiosas y sociales que mantenían a la mujer como si fuera una cosa, como propiedad disponible”.5

Existe, pues, una mutua dignidad en la mujer y en el hombre. Pero esta dignidad compartida no eclipsa las diferencias existentes entre ambos, más bien establece su importancia; por lo cual no deberíamos pasarlas por alto. Las Escrituras, la conciencia, el sentido común y la experiencia, nos confirman esta verdad. Octavio Paz, como ejemplo de que aun la conciencia natural observa la necesidad de reconocer y preservar las diferencias entre los sexos, escribe: “No creo que las diferencias entre los hombres y las mujeres sean meramente sociales y que dependan de la función, o como ellas dicen del role de los sexos en la sociedad. Son evidentes y están a la vista las diferencias biológicas y fisiológicas. También hay diferencias de sensibilidad y de orden espiritual. Aclaro ―dice―: hablo de diferencias, no de desigualdad. Agrego que debemos preservar esas diferencias. La civilización moderna tiende a la uniformidad pero sería fatal que la uniformidad triunfase: sería la muerte de la verdadera civilización, que es siempre creación. Y la creación nace del choque y la fusión de las diferencias”.6

2 Ralph Waldo Emerson (1803-1882), paradójicamente ex pastor puritano, con su doctrina trascendentalista del “superhombre”, ejerció poderosa influencia en Federico Nietzsche, quien ha sido uno de los más influyentes pensadores del siglo XX, y quien planteo la dignidad humana en términos de poderío y en un franco desprecio de Cristo y de los valores del cristianismo; padre, asimismo, de la “muerte de Dios” y del “eterno retorno”.3 Esta declaración fue preparada por varios líderes evangélicos en Danvers, Massachusets, en el mes de diciembre de 1987.4 Púlpito Cristiano y Justicia Social, p. 157, coeditado por El Faro y Borinquen en 1994. El libro presenta los frutos de un taller realizado por latinoamericanos y diversos ejemplos homiléticos que pretenden la renovación temática y metodológica de la Homilética tradicional.5 op. cit., p. 160.6 Pequeña Crónica de Grandes Días, p. 119, FONDO DE CULTURA ECONÓMICA, 1990. Con vigorosa inquietud intelectual, el Premio Novel analiza críticamente los grandes temas de la historia posterior a la caída del Muro de Berlín en el mundo.

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El principio de la mutua posicionalidadEs clara la Escritura al enseñar la posición que el hombre y la mujer tienen en el diseño de Dios para la familia y la iglesia. Manteniendo la dignidad personal de ambos, la Biblia señala la posición diferenciada que corresponde a cada uno ―posición también digna―, en virtud de la función específica y especial que cumple en la relación.

A veces resulta difícil conciliar estos dos conceptos (la igualdad de dignidad y la diferencia de posición); pero al igual que otros muchos asuntos escriturales, como la aparente contradicción entre predestinación divina y libertad humana, o la que existe entre la ley y la gracia, la fe y las obras, o el reino presente y el venidero, la igualdad de dignidad y la diferencia de posición se resuelven en un punto más alto donde ambos aspectos coexisten necesaria y armónicamente para el bien de los propósitos divinos y de la realización humana en Cristo.

El varón es llamado metafóricamente “cabeza” (kefalé, en griego) de la mujer. Por el contexto en que esta palabra ocurre en el Nuevo Testamento, particularmente en los escritos de Pablo, su significado está asociado con el ejercicio de la autoridad en forma de servicio amoroso, y no como significando “origen” o “fuente”, como algunos sugieren. Dejamos para otra oportunidad que los proponentes de esta última acepción del término demuestren en los escritos griegos de la antigüedad sus afirmaciones.7 Aquí nos interesa saber el sentido que el apóstol Pablo, inspirado por Dios, le da a la palabra, tomando en cuenta que, según las normas filológicas, ninguna palabra en un texto cualquiera tiene un sentido a parte del contexto en que se usa.

Veamos algunos ejemplos.

1Corintios 11:3, “Cristo es la cabeza de todo varón, y el varón es la cabeza de la mujer, y Dios la cabeza de Cristo”. Por el contexto nos damos cuenta que Pablo enseña que las mujeres deben mantener la costumbre de usar velo en la congregación (una costumbre muy local y transitoria) como señal de sometimiento voluntario, inteligente y bien motivado a la autoridad representada por el varón como cabeza suya. El v. 10 dice: “Por lo cual la mujer debe tener señal de autoridad sobre su cabeza, por causa de los ángeles” . Independientemente de que el velo como elemento simbólico de sumisión ha caído en desuso en nuestros días, el principio enseñado es de valor permanente. Lo importante aquí es resaltar la relación que existe entre la palabra “cabeza” y la autoridad (jefatura o liderazgo) del varón.

Efesios 1:22, “…y sometió todas las cosas bajo sus pies, y lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia”. El apóstol afirma en este pasaje que Cristo ha sido exaltado por el Padre a un lugar de supereminente grandeza y poder, “sentándole a su diestra en los lugares celestiales, sobre todo principado y autoridad y poder y señorío…” (v. 21), para luego decir que “sometió todas las cosas bajo sus pies, y lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia”. Del mismo modo que en el texto anterior, aquí la palabra

7 Sonia Persson, en su ponencia titulada La Mujer, el Evangelio y el Ministerio: Una Relectura Evangélica (CLADE III), presenta un estudio acerca de cuatro enfoques hermenéuticos sobre la participación ministerial de la mujer en la Iglesia; mismos que ella llama “tradicionalistas” (que enfocan con ligeras variantes la posición del hombre como cabeza de la mujer), los “pluralistas” (basados en Efesios 4:11-16) y los igualitarios (basados en Gálatas 3:28). Introduce un quinto enfoque que denomina “socio-religioso latinoamericano”. Parece que la autora se suscribe a los dos últimos. Lamentablemente, no prueba en la literatura griega antigua sus declaraciones de que al usarse la palabra “cabeza” en el Nuevo Testamento, en ninguna forma se hace referencia a la “autoridad”, sino al “origen” o “fuente” de los seres aludidos en dichos escritos; pues ése sentido, dice la autora, le dieron los griegos principalmente al término “cabeza”.

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“cabeza” implica una posición superior, que de ninguna manera denigra a los que están en subordinación (en este caso la iglesia, según el v. 22), pero que sí garantiza para ella dirección, influencia y providencial autoridad.

Colosenses 2:10, “Y vosotros estáis completos en él, que es la cabeza de todo principado y potestad”. Nuevamente resuenan la preeminencia de Cristo y el uso que se hace de la palabra “cabeza” para denotar una posición de autoridad.

Estos son tan solo unos ejemplos del sentido que Pablo le da al término “cabeza” en sus escritos. No podemos inventar otros significados, al margen de ellos, sin faltar a la integridad exegética. 8

Ahora bien, hemos dicho que entre el hombre y la mujer existe una correspondiente posicionalidad. El hombre ―llámese esposo― es cabeza de la mujer ―llámese esposa. Si esto es así, entonces el hombre ocupa una posición distinta y de autoridad con relación a la mujer; lo cual no implica en ningún modo violentar la dignidad de ésta, pues, como dice Paul A. Hamar: “La igualdad mental, moral y espiritual de los sexos es compatible con la dependencia, sumisión y obediencia de la mujer a su marido.”9 ¿Acaso alguno dirá que se siente indigno, o que su dignidad es maltratada, porque tenga que reconocer la existencia de la autoridad en su escuela, en su trabajo, en su ciudad o en el tránsito vehicular? ¿Por qué entonces se esgrime, como lo hacen los feministas, la falta de respeto a la dignidad de la mujer cuando se señala la autoridad del varón en el hogar o en la iglesia?

En esta mutua posicionalidad de la que venimos hablando, por consiguiente, la mujer se encuentra en un lugar de subordinación potestativa (no moral ni de valía personal) con respecto a su marido, y no por elección propia, ni por ambición del hombre (ya que en realidad ser cabeza es una responsabilidad tan alta que la tendencia humana es rehuirla, más que quererla), sino por designio de Dios. Otros pasajes enseñan esta correspondiente posicionalidad (Efesios 5:22-33; y a nivel de la iglesia 1 Ti. 2:12-15).

La triste realidad que apreciamos en muchos lugares, y que ha existido a través de los siglos, es que esta relación posicional es pervertida por causa del pecado, convirtiéndola en una relación de dominación y control, de supremacía masculina que desprecia la calidad y condición de la mujer; se trata de una falsificación y, en el fondo, de una negación del principio bíblico de mutua posicionalidad. Patriarcalismo, machismo, misoginia, chauvinismo, xenofobia, son algunas descripciones que se ajustan a esta realidad opresiva y opuesta al designio de Dios para la pareja humana.

Un estudio interesante que desentraña este mecanismo motivado por el deseo de dominación en la relación hombre-mujer, es el realizado por la sueca-ecuatoriana Sonia Persson en el contexto del Tercer Congreso

8 Los métodos socio-culturales de acercamiento a la Biblia (George Mendenhall, Norman Gotwald, Walter Brueggemann, Peter Berger), aunque nos ayudan a entender mejor los condicionamientos sociales y culturales de los textos bíblicos, tienden a violentar el sentido de los mismos, al superponer al intérprete y su ubicación social en la investigación hermenéutica, imponiéndose, por consiguiente, la perspectiva ideológica del intérprete sobre la intención original del escritor sagrado. Las conclusiones reflejarán más la ideología presente que la intención del mensaje en su contexto original. En América Latina, al menos en las últimas décadas, por ejemplo, la ideología dialéctica de la historia (Hegel), expresada en las diferentes teologías de la liberación (la opción por los pobres, el feminismo, la teología negra de la liberación y la teología católica de la liberación) han introducido en el texto bíblico (“eixégesis”) significados ajustados a la teoría sociológica marxista, a la que el Pbro. Bernabé Valentín Bautista Reyes, Ministro de Educación de la R. Asamblea General de la Iglesia Nacional Presbiteriana de México A. R. (2010-2014) ha llamado acertadamente “el muerto resucitado” (Las Llamadas Teologías de la Liberación, p.14). Justo L. González, en un interesante ensayo sobre la historia de la interpretación bíblica, describe muy bien este nuevo paradigma hermenéutico: “Se trata del reconocimiento de que la perspectiva del intérprete, o mejor, de la comunidad hermenéutica, determina en parte lo que ha de encontrar en el texto” (Lumbrera a Nuestro Camino, p.118, Editorial Caribe, 1994). El autor de esta ponencia se suscribe al método gramático-histórico de interpretación, que estudia gramaticalmente el texto bíblico en su trasfondo histórico; de tal modo que el texto es iluminado por su propio contexto y, como bien dijera un estudioso del tema, el texto mismo arroja su luz sobre su contexto. “Es el primero de los métodos para la práctica de una exégesis objetiva” (Martínez). Para un estudio esquemático del método, ver la tesis del autor titulada “Una Dinámica Procesal para la Invención de Sermones Bíblico-Expositivos” en su capítulo 4, titulado “Fase 2EE6: De la Exploración Exegética”.9 La Primera Epístola a los Corintios, p. 92, Editorial Vida, 1983.

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Latinoamericano de Evangelización (CLADE III), donde la autora destaca la historia, la fisonomía y la evolución de este aspecto corruptor de dicha relación, a lo que ella, siguiendo la concepción mujerista, denomina “influencia patriarcal”.10 Ciertamente, la mujer desde la caída, y a causa de ella, ha sufrido una clase de esclavitud que la ha mantenido al margen de la dignificación, de las oportunidades y del reconocimiento. El modelo de rechazo feminista, a partir de mediados del siglo XX, ha promovido precisamente esta visión de la estructura patriarcal de opresión en la Biblia, rechazándola como no autoritativa, llegando, incluso, a rechazar toda la tradición judeo-cristiana como orientada irremediablemente hacia los hombres. Ejemplo de esta manera radical de ver la Biblia y el cristianismo bíblico es Esteban García, quien en su libro ¿Es Cristiano Ser Mujer?,11 dice, avalando la expresión: “Algunas feministas piensan que en la Biblia y en el magisterio eclesiástico masculino hay una negación absoluta de los ideales salvíficos y, por lo tanto, el Dios cristiano no puede garantizar la emancipación femenina, sino todo lo contrario”.

Un enfoque más moderado de este modelo feminista (compartido por muchos teólogos de la liberación) no encuentra en el mensaje de la Biblia una razón para dejar de confiar en el cristianismo como religión liberadora, pero arraiga una profunda conciencia de chauvinismo patriarcal en la Biblia y en la historia cristiana, que lo lleva a comprometerse con una liberación humana y mujerista como tema principal de la Biblia; lo cual le impide descartar la tradición cristiana generalizada. La exégesis, la hermenéutica, la teología y el lenguaje se ven impregnados de esta orientación. En mi opinión, el Pbro. Leopoldo Cervantes Ortiz, quien es mi contrincante en este debate y uno de los promotores de la ordenación de la mujer dentro y fuera de nuestro país, junto con muchos otros, se ubica en esta línea liberacionista.12 En Dignidad, Disidencia y Disención. Espacios para la Reivindicación de la Vida y Acción de las Mujeres en el Marco del Nuevo Testamento, él dice: “De entrada habría que situarse ante el dilema de la perpetuación de la imagen ideológica de la autoridad de la Biblia y de su manipulación por el sexo masculino en casi dos mil años de cristiandad. Un sexo que ejerce el poder eclesiástico en todos sus niveles le entrega el Libro, al otro, el oprimido, y le dice que es voluntad divina su estado y condición. El otro sumisamente aprende a percibir el misterio de Dios desde la óptica del sexo dominante”.13

Es acertada la descripción analítica de la realidad enajenante que padece el género femenino, pero equivocada la apreciación de que la Biblia, supuestamente manipulada por los hombres, presente ésa relación distorsionada de género como modelo. Asimismo, fallan los liberacionistas en presentar como argumento que la sumisión de la mujer a la autoridad del varón es una relación impuesta por la caída y que debe ser rechazada, cuando en realidad esta mutua posicionalidad precede a la caída descrita en Génesis 3. Ciertamente, la Biblia nos 10 El concepto “patriarcalismo” —comúnmente “patriarcado”—, nos dice Augustus Nicodemus, surgió a finales de la década de los 60´s en los escritos de la feminista Kate Millett. Con él describía el “problema” sin nombre que afligía a las mujeres: el dominio social del macho y la inferioridad y servidumbre de las mujeres. Aunque no puede negarse la condición de abyección en que ha vivido la mujer durante muchos siglos, el término “patriarcado”, al menos en lo que observamos en la Biblia, nunca fue una institución nociva y perversa, sino todo lo contrario. “El patriarcado es el sistema en el cual los padres cuidan de sus familias. La imagen del padre en el Antiguo Testamento no es primeramente de aquel que ejerce autoridad y poder, sino de amor adoptivo, de lazos pactuales de bondad y compasión (Job). Los patriarcas reflejan la paternidad de Dios, aunque pobremente…El machismo es una versión totalmente distorsionada de algunos aspectos del patriarcado”.11 Editorial Siglo XXI, España, 1992.12 En la parte correspondiente al foro- debate de esta jornada reflexiva, el Pbro. Leopoldo Cervantes Ortiz negó reiteradamente la relación existente entre el feminismo que él representa y las teologías de la liberación, afirmando que esos calificativos son usados por los oponentes a la ordenación de la mujer en la Iglesia Nacional Presbiteriana de México, para desprestigiar la lucha y contaminar la discusión. Llegó, incluso, a negar su identidad feminista. Dada la probada capacidad del exponente, dudo mucho de que se trate de desconocimiento por su parte, pero sí de una estrategia de ocultamiento, de un “yo no soy” contrario al “yo soy” propio de la autoafirmación que se centra en las más íntimas convicciones, a la manera de los “yo soy” de Jesús. Al Pbro. Cervantes y a quienes deseen indagar sobre la relación necesaria y simbiótica existente entre las teologías de la liberación y el feminismo, recomendamos el libro publicado en España Cambio Social y Pensamiento Cristiano en América Latina, compilado por José Comblin, José I. González Faus y Jon Sobrino, EDITORIAL TROTTA, 1993. Especialmente, remitimos al lector cuidadoso al capítulo titulado “Presencia de lo Femenino en el Pensamiento Cristiano Latinoamericano”, escrito por Ivone Gebara, feminista confesa, quien destaca el lugar de las mujeres en la teología de la liberación y el proceso que el feminismo ha tenido en los círculos latinoamericanos de la teología de la liberación.13 Tiempo de Hablar: Reflexiones en Tormo a los Ministerios Femeninos, pp. 103-104, Presbiterian Woman PCUSA y Ediciones STPM, 1997.

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dice que el hombre fue colocado como líder de la relación hombre-mujer, que la caída corrompió esta relación, pero que la misma se restablece en la nueva creación que es la Iglesia. Dicho de otra manera: la caída pervierte el ejercicio de la autoridad masculina, así como la sumisión de la mujer, pero no introduce algo nuevo que no hubiera existido en el Edén.

Base de esta existencia pre-jamartogénica de la diferenciación en la posición del hombre y de la mujer la encontramos en las palabras de Pablo: “Pero quiero que sepáis que Cristo es la cabeza de todo varón, y el varón es la cabeza de la mujer, y Dios la cabeza de Cristo…porque el varón no procede de la mujer, sino la mujer del varón, y tampoco el varón fue creado por causa de la mujer, sino la mujer por causa del varón” (1 Co. 11:3, 8, 9). La mutua posicionalidad diferenciada de los géneros, pues, procede de un orden intratrinitario y creacional. El Padre es la cabeza del Hijo, el Hijo es la cabeza del varón, y el varón la cabeza de la mujer, pues ella fue creada por causa de él; “no es bueno que el hombre esté solo —dijo Dios—; le haré ayuda idónea para él”. Más allá de convencionalismos, tendencias y condicionamientos, existen razones de ser y coexistencia divinos, de obrar y de motivación divinos, de creación divina del ser (todas ellas razones ontológicas) para aceptar el principio de la mutua posicionalidad diferenciada de los géneros. Como se ve, este ordenamiento precede a toda consideración filosófica, sociológica, sicológica, cultural o eclesiástica que se haga del mismo; pues nunca se verá que la teoría y la ideología precedan a la vida y al ser íntimo de las cosas.

La teología reformada, haciendo eco de lo anterior, y en perfecta fidelidad al texto escritural, presenta a Adán, y no a Eva, como representante federal dentro del Pacto de Obras; y a otro hombre ―nótese―, Jesucristo, el segundo Adán, como el Mediador del Nuevo Pacto. Esta representatividad varonil implica posición de influencia, de liderazgo, de autoridad. No puede ser de otra manera. En ambos casos el designio divino determinó que fueran hombres, y no mujeres, quienes tuvieran dicha posición: aquél primero que Dios creó “varón”, Adán (Gén. 1:27), y el segundo, Jesús, llamado por Isaías “varón de dolores”; ambas, figuras masculinas, representativas y federales. 14

Si la ordenación de la mujer implica, mediante la imposición de las manos, delegar autoridad espiritual y eclesiástica para ejercer gobierno con sentido de representatividad, tenemos que decir entonces, que la ordenación de las mujeres está en contra del designio de Dios manifestado claramente al interior de su ser trinitario, en contra del orden mismo de la creación y en contra del curso de la historia pactual de la redención. De ahí que encontremos tal congruencia y consistencia en el Nuevo Testamento, para no dar ninguna prescripción ni ofrecer ningún ejemplo de mujeres ordenadas al obispado, al ancianato o al diaconado, aunque este último oficio no implica el ejercicio del gobierno en la Iglesia.15

El Ministerio ordenado corresponde al varón, por su implicación representativa y de autoridad. Por lo que afirmar la ordenación del hombre al ministerio pastoral escapa al discurso de las intenciones, competencias y

14 Para un estudio breve de la teología federal, véase el Nuevo Diccionario de Teología, de Sinclair B. Ferguson, CBP, 1992.15 El caso de Junias, mencionado en Ro. 16:7 y que los mujeristas usan para sustentar la existencia en tiempos apostólicos de una “apóstola”, tiene, evidentemente, una explicación. La diferencia entre el hecho de que se trate de un apelativo de hombre (Junias), como aparece en la revisión RV de 1960, o uno de mujer (Junia), como se encuentra en la versión RV de 1909, lo establece un simple acento, “Іουνιάν”, “Іουνίαν”. Cervantes Ortiz, en Teología y Ordenación de las Mujeres en la Iglesia: Tradición, Conversión y Cambio (enero de 2011), cita a Cristina Conti para, supuestamente, demostrar cómo, mediante un acto ideológico de “trasnsexuación” en contra de la mujer, realizado en la redacción y canonización del Nuevo Testamento (argumento que, de hecho, ya pone en duda la inspiración y dirección del Espíritu Santo en la formación del cánon del Nuevo Testamento); pretende demostrar, repetimos, cómo mediante un acto ideológico se cambia el nombre de una “apóstola reconocida”” por el de un hombre. Cervantes falla en nunca demostrar quién, cómo y cuándo realizó dicho cambio, y en no presentar al menos una copia facsimilar de aquel primer escrito en que sí aparecía el nombre femenino. Su argumento sólo se basa en la “autoridad” de un profesor de seminario que le dice a Conti que el nombre de Junias no existe y que, en efecto, se trata de una mujer. Muchos de los razonamientos de la Alta Crítica descansan en declaraciones o premisas que carecen de comprobación, aceptándolas sus adherentes por fe.

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habilidades de la mujer, que no por ello se desconocen. En esta misma línea se pronuncia Juan Calvino en sus Instituciones: “Jesucristo no mandó a las mujeres ni a los hombres particulares que bautizasen; sino que encomendó este oficio a los que Él había ordenado apóstoles”.16 Ulrico Zuinglio, el célebre reformador suizo, anota al respecto: “El pastor (hombre, desde luego —anotación nuestra) no debe dejarse confundir en su avance en la obra de Dios ni por los dolores del padre y de la madre ni por hijo o mujer…”.17 Finalmente, la Confesión de Fe de Westminster da por sentado el ministerio masculino, cuando señala: “El Señor Jesús, en este sacramento —la Cena del Señor—, ha designado a sus ministros que declaren al pueblo su palabra de institución, que oren y bendigan los elementos del pan y del vino…”.18

El principio de la mutua soteroexperimentalidad19

Las Escrituras enseñan que Jesucristo vino a redimir tanto a mujeres como a hombres de la maldición de la ley, sin tomar en cuenta sus obras, sus méritos, ni ninguna ventaja que venga como resultado de su nacionalidad, de su posición social o de su sexo; sólo mediante una fe sencilla y verdadera en Jesucristo como Libertador es que son salvos. Así, todos por igual, sin distingos de ningún tipo, gozamos en Cristo como un solo Cuerpo, de las promesas y bendiciones de la salvación. Esta es la idea que expresa Pablo en Gálatas 3:28, “Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús”.

Lo anterior conlleva el hecho de que tanto hombres como mujeres experimenten en común todo lo que la salvación envuelve. Que mujeres y hombres reciban dones para la edificación de la Iglesia; que mujeres y hombres administren la multiforme gracia de Dios; que hombres y mujeres sean hechos real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido; que mujeres y hombres puedan proclamar la Palabra del Señor, interceder por sus semejantes, ofrecer sacrificios de alabanza, servir, testificar, evangelizar; y todo en la fe, el amor y la esperanza que impregna el Espíritu en nuestros corazones. El hombre por ser hombre no tiene más de lo que el Señor promete, ni la mujer por ser mujer tiene menos de lo que la gracia depara. Ambos comparten por igual los beneficios de la redención.

Aquí es necesario decir que hay quienes ven en Gálatas 3:28 una base para la ordenación de la mujer a los Ministerios oficiales de la iglesia. Esta es una interpretación forzada y arbitraria del texto. El apóstol escribe la carta a los Gálatas para tratar de la fe como método de la justificación, en contraposición a las exigencias de la ley. En tal planteamiento, dentro de la historia de la salvación, la ley fue “ayo” para conducir a Cristo (3:23, 24). Pero venido Cristo, los que ejercen fe ya no están bajo la ley de Moisés; pertenecen a Cristo por el bautismo (3:25-27). Este es el contexto de 3:28. En un ensayo fundamental, Augustus Nicodemus comenta al respecto: “La abolición de las diferencias en 3:28 son, pues, en relación a la justificación por la fe. Todos, independientemente de su raza, posición social y sexo, son recibidos por Dios de la misma manera: por la fe en Cristo. El texto no trata de los papeles, ni de los oficios ni de los cargos dentro de la iglesia, sino de nuestra posición delante de Dios.”20

16 IV, xv, 20.17 Ulrico Zuinglio. Una Antología, p. 135; traducción y edición de René Kruger y Daniel Beros, Coedición de LA AURORA y el Instituto Universitario ISEDET, 2006.18 Capítulo XXIX, El Faro, tercera reimpresión (1993).19 De “soteria”, en griego, que significa “salvación”. Se trata del principio de la mutua experiencia de la salvación.20 La Cuestión Decisiva: ¿Qué dice la Biblia?

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Con base en este significado, quienes pugnan por la ordenación de la mujer se equivocan de base bíblica para sustentar tal pretensión. Si asumiéramos que el texto sirve para respaldar dicha postura, entonces todos en la iglesia serían candidatos a la ordenación, pues todos son “uno en Cristo Jesús”; cosa improbable y lejana a la verdad. Pero si se invoca el llamamiento divino —como en realidad es— para poder cumplir un ministerio oficial en la iglesia (Mat. 10:1; Hch. 20:28; Ro. 1:1), entonces este texto no sirve de base alguna para sostener la ordenación de la mujer.

Con todo y su acendrada vena liberacionista, tiene razón el Pbro. Leopoldo Cervantes Ortiz, cuando dice:

“En el Nuevo Testamento el Espíritu Santo manifiesta una voluntad emancipadora de todos aquellos grupos olvidados o puestos en las orillas de la humanidad. El nuevo eón del Reino permite interpretar retrospectivamente la historia de la salvación y así integrar a seres humanos marginales marcados por el estigma de su sexo, su nacionalidad y su situación personal…las mujeres de la genealogía de Jesús representan el esfuerzo divino por integrarlas en igualdad de condiciones a la historia de la salvación.” 21

Cierto, en Cristo Jesús la salvación nos arropa tanto a hombres como mujeres por igual.

El principio de la mutua sumisiónEste principio se resume así: la mujer está sujeta al liderazgo del varón, como ya se ha explicado, en tanto que el hombre está sujeto a la necesidad de la mujer (Ef. 5:22-28). Ambos se someten el uno al otro en amor y servicio redentor.

Es Verdad que el principio establece la mutua sumisión de los esposos dentro del matrimonio; sin embargo, hay resonancias para el contexto más amplio que es la Iglesia en que se desarrollan y sirven los matrimonios y las familias cristianas. ¿Tendría validez un principio familiar que en el contexto de la iglesia se contradijera? El principio es válido también en el ámbito de la Iglesia. Los pasajes que presentan esta idea de mutua sumisión, particularmente de la mujer a la autoridad del varón en la iglesia, son: 1Ti. 2:11-15; 1Co.11:1-16; 1Co. 14:33b-38.22

Ya dijimos que el pecado introdujo distorsiones en las relaciones entre el hombre y la mujer; el liderazgo amante del esposo es cambiado por dominación e intransigente imposición, y la sumisión de la esposa por

21 Tiempo de Hablar: Reflexiones en Torno a los Ministerios Femeninos, pp. 110-111, Presbyterian Women PCUSA y Ediciones STPM, 1997. En el mismo libro, Laura Taylor de Palomino escribe un ensayo titulado “Jesús y las Mujeres: las Implicaciones para la Iglesia de Hoy”. Allí, la autora destaca que la predicación de Jesucristo ha traído la realidad del Reino de Dios a las mujeres marginadas, hecho con el cual coincidimos plenamente, realizando Taylor, a continuación, un recorrido por distintos momentos del ministerio público de Jesús en los que Él manifiesta la salvación integral a muchas mujeres. Lamentablemente, como suele ocurrir con esta clase de escritos, deriva de estos pasajes y situaciones, conclusiones apriorísticas a favor de la ordenación de la mujer, cuando los textos no dicen nada al respecto. Allí dice, por ejemplo: “Un argumento en contra de la ordenación de pastoras, ancianas y otras mujeres en el ministerio de hoy sostiene que Jesús no tenía discípulas…” (p.13), etc., etc.; afirmación que, por cierto, es inexacta, pues las mujeres que siguieron a Jesús eran, claramente, sus discípulas. Mencionar este argumento sin corregirlo, y además concluir que por tener Jesús discípulas, las mujeres deben ser ordenadas, es un ajuste muy caprichoso de los textos sagrados, repetido una y otra vez en casi toda la literatura feminista.22 Para un estudio contextual de estos pasajes del Nuevo Testamento, ver “El Silencio de la Mujer en la Iglesia” del Dr. Salatiel Palomino, y “No Permito que las Mujeres Enseñen” de Rebeca Montemayor (op. cit.). Aunque la aplicación del estudio realizado por ambos autores tiende a favorecer la ordenación femenina, el análisis histórico en sí mismo es excelente.

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usurpación. Esto crea el abuso y la pasividad que vemos en muchas parejas y aun en la iglesia. Contra esto debemos estar opuestos todos. Como cristianos tenemos el deber de reformar esta relación de sumisión para que la misma sea realizada en libertad y amor mutuo y refleje la gloriosa relación entre Cristo y la Iglesia. Hemos de aprender, asimismo, a ver el lado providencial de esta sumisión; pues la existencia de la autoridad y la necesidad de estar sujeto a ella es una obra de la providencia divina. Es una manifestación de la bondad y de la sabiduría de Dios para un mundo pecaminoso y rebelde por naturaleza. La autoridad y la correspondiente sumisión evitan el caos y la destrucción. En esto es clara la fe reformada, que afirma con las Escrituras que toda autoridad, en principio, proviene de Dios.

“Tanto la libertad como la autoridad se consiguen cuando el hombre se adhiere estrechamente a la

voluntad de Dios”.23

El principio de la mutua complementariedadMucho se ha dicho acerca del servicio y la ardua labor que desempeña la mujer en la construcción del Reino de Dios. El Antiguo Testamento y sus testimonios, el ministerio de Jesús y las mujeres que le siguieron, la vida de las primeras comunidades de cristianos en Europa y sus mujeres, el testimonio de Pablo acerca del rico ministerio que desempeñaban las mujeres a la par que los hombres, la historia de la iglesia cristiana hasta nuestros días; evidencian el valor de la complementariedad de la mujer a la vida y dinámica de la iglesia; de tal forma que la Obra cristiana no puede ser entendida sin este aporte femenino vital.

Cuando el Génesis habla de “ayuda” para referirse a la mujer, no se refiere solamente al ámbito del obrar, sino también al del ser; no únicamente a que la mujer será ayuda complementaria del hombre en el desempeño de las tareas domésticas, sino, sobre todo, a que juntos administrarán la tierra (ni más, ni menos) para dar cumplimiento al mandato cultural dado por Dios. La femineidad y la masculinidad, pues, son entre sí complementarios, no sólo desde el punto de vista físico y psíquico, sino ontológico y cultural. Sólo gracias a la dualidad de lo masculino y de lo femenino lo humano se realiza plenamente dentro de las distintas esferas de la Creación de Dios: la familia, la iglesia, la ciencia, el estado, etc.

En su carta a las mujeres, Juan Pablo II, por el lado del catolicismo romano, escribe acerca de esta relación de complementariedad:

“En su reciprocidad esponsal y fecunda, en su común tarea de dominar y someter la tierra, la mujer y el hombre no reflejan una igualdad estática y uniforme, y ni siquiera una diferencia abismal e inexorablemente conflictiva: su relación más natural, de acuerdo con el designio de Dios, es la unidad de los dos, o sea una “unidualidad” relacional, que permite a cada uno sentir la relación interpersonal y recíproca como un don enriquecedor y responsabilizante.”24

23 Henry Meeter. La Iglesia y el Estado, p. 158, TELL.24p. 12, Ediciones Paulinas, S. A. DE C. V. (1995).

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Es a esta unidad de los dos a que hemos hecho mención que Dios confía no sólo la obra de procreación y de la vida de la familia, el cuidado y la transformación de la tierra, sino la construcción misma de la historia de la que Él es el conductor y destino.

Siendo, pues, la complementariedad uno de los aspectos más significativos de esta mutualidad de los géneros, como Iglesia cristiana estamos llamados a ver la compañía y colaboración entre hombres y mujeres como algo indispensable e insustituible para el logro de los propósitos de Dios en el mundo. Hombres y mujeres nos necesitamos inexorablemente para ser humanos, para ser la fiel imagen de Dios y para ser mayordomos de la Creación en plenitud de existencia, creatividad y fecundidad.

Termino mi presentación ofreciendo algunas razones de por qué los proponentes de la ordenación de la mujer no logran el convencimiento de la inmensa mayoría de la Iglesia Nacional Presbiteriana de México.

1.- Porque, como está demostrado, carecen de bases bíblicas objetivas para su argumentación.

2.- Porque tanto sus métodos hermenéuticos (socio-culturales) como los exegéticos (crítica de los textos, de las formas, de las tradiciones, y otros), aunque tienen aportes positivos para la interpretación bíblica y eso es innegable, siguiendo las presuposiciones racionalistas de la Alta Crítica, cuestionan la inspiración e inerrancia de la autógrafa bíblica; lo cual va en contra de una de las doctrinas en que se funda el cristianismo histórico.

3.- Porque con sus no reconocidas proposiciones racionalistas heredadas de la Ilustración, aceptan acríticamente una cosmovisión dualista del tipo “naturaleza-libertad”,25 contraria a la cosmovisión bíblica, cuyo motivo básico es “creación-caída-redención”. “La más profunda raíz religiosa del movimiento del Renacimiento fue la religión humanista de la personalidad humana en su libertad (de toda fe que demande lealtad) y en su autonomía (esto es, la pretensión de que la personalidad humana es ley para sí misma).26 En términos generales, los proponentes de la ordenación de la mujer se llaman a sí mismos “reformados” que confían en la revelación especial de Dios, la Biblia, pero de facto, y en su praxis teológica y pastoral, la línea de su pensamiento sigue los postulados de la razón humana27 (Kant, Hegel, Kierkegaard, Nietzsche, Marx, Graf, Wellhausen, Barth, Bulman, Bonhofer).

4.- Por su uso indiscriminado de argumentos falaces. Como cuando toman lo particular por lo general, y sacan conclusiones universales; ejemplo: hablar del machismo, que es una particularidad ciertamente nociva en el universo masculino (sin que por ellos todos los hombres tengan que ser machistas o misóginos), para decir que todo los que se oponen a la ordenación de la mujer es porque son machistas. Cuando, de hecho, en la mayoría de los casos, hay hombres y mujeres que se oponen por motivos de conciencia. Otro ejemplo: usar otras temáticas de injusticia contra la mujer (las muertas de Juárez, las mujeres abandonadas, etc.) para pretender fundamentar un acto eclesiástico como es la ordenación. Y así, la lista de argumentos embaucadores se extiende por decenas.

25 Para un estudio filosófico de los motivos espirituales que han permeado la cultura en Occidente, un libro excelente y fundamental es Las Raíces de la Cultura Occidental. Las Opciones Pagana, Secular y Cristiana, de Herman Dooyeweerd, CLIE (1998).26 Op. Cit., p. 154.27 Tiene razón el Pbro. Moisés Zapata cuando menciona en una colorida y amena exposición ante su Presbiterio, titulada “Ordenación de la Mujer en la Iglesia”, que en el fondo de estas discusiones hay un debate ideológico. Sumándome a su tesis, mi esquema de la línea teórica seguida por los promotores de la ordenación de la mujer y otros liberacionistas, es: incredulidad como compromiso precientífico – ideología humanista – hermenéutica sociológica – exégesis crítica – teología liberacionista – praxis utópica y parasitaria.

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5.- Por su acelerado apriorismo feminista. En todos lados, a priori, ven ordenación de la mujer. Aquí algunos ejemplos:

Laura Taylor de Palomino, en una exposición de la salvación obrada por Cristo en varias mujeres en el Nuevo Testamento, de buenas a primeras, sin que los pasajes aludidos le den material, recrimina el hecho de que algunos estén en contra de la ordenación de pastoras y ancianas.28

El Pbro. Salatiel Palomino López, haciendo, por cierto, un excelente análisis exegético de 1 Co. 14:33b-35; texto en que Pablo manda a las mujeres callar en las congregaciones, deriva una serie de conclusiones que le llevan a decir, sin que el texto lo autorice: “No podemos hoy impedir la ministración de la mujer al pueblo de Dios en labores de liderazgo pastoral”.29

Sin probar absolutamente nada, Eliseo Pérez Álvarez, en su ensayo titulado “Teología de la Faena; un Asomo a los Ministerios Cristianos desde la Iglesia Apostólica hasta la Iglesia Imperial”,30 presenta a Pablo como promoviendo los ministerios de obispas, presbíteras, diaconisas, apóstolas y profetizas; llama a María Magdalena apóstola, a Febe superintendenta y predicadora oficial, además mujer que impartía la eucaristía y que oficiaba en los bautismos; a Priscila y a Ninfa las presenta como jefas que bautizaban, impartían la eucaristía y cumplían responsabilidades pastorales. Llega al colmo de citar un evangelio apócrifo para justificar sus enseñanzas. Estas son las tergiversaciones apriorísticas en que incurren, con falta de pudor expositivo, demasiados feministas.

El Pbro. José Luis Velazco Medina, en un sermón basado en Isaías 54:1-8, donde metafóricamente el profeta habla de Israel como una mujer estéril que se regocijará gracias al amor eterno de Dios, obtiene, mezclándola con otras, la siguiente conclusión: “Creo que este pasaje nos sirve para hablar del lugar de la mujer cristiana, no sólo en el ministerio de la iglesia sino en la misión de la Iglesia en el mundo.”31 Más adelante, con una aplicación igualmente impuesta al texto mencionado, dice: “La mujer cristiana hoy día es llamada a ensanchar su visión, a expandir su área de acción en la misión de la Iglesia, a trabajar en todos los campos de la tarea del pueblo de Dios como misioneras, pastoras…”.32

Sonia Persson, esgrimiendo las palabras de Pablo en 2 Co. 3:17, en las que expresa el apóstol la libertad de la oscuridad y la condenación que tenemos donde está el Espíritu del Señor, afirma que es difícil entender las limitaciones ( o falta de libertad) que hay en la iglesia contra el ministerio de la mujer;33 cosa de la cual el texto no habla.

6.- Por pensar que se puede ejercer un oficio dentro de la Iglesia basándose en las habilidades y competencias de la persona. Este es un grito de batalla con el que reclaman la ordenación de las mujeres a los ministerios ordenados, bajo el argumento de que ellas sí pueden hacerlo y están capacitadas para ser pastoras, ancianas y diaconisas. Reconocemos las grandes capacidades espirituales, morales e intelectuales que tienen muchas de nuestras amadas hermanas, como también el hecho de que se requiere cierta aptitud para desempeñar un oficio dentro de la Iglesia. Sin embargo, tenemos que decir que en los asuntos del Reino de Dios las cosas no

28 Op. cit., p. 13.29 Op. cit., p. 4030 Op. cit., pp. 61-86.31 Púlpito Cristiano y Justicia Social, p. 153. El Faro y Borinquen (1994).32 Op. Cit., p. 168.33 p. 549, Documentos del Tercer Congreso Latinoamericano de Evangelización (CLADE III), publicado por la Fraternidad Teológica Latinoamericana (1993).

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son “del que quiere, ni del que corre”, y que, en realidad, es “lo vil” y “lo menospreciado” lo que escogió Dios, y “lo que no es”, para avergonzar a lo fuerte. Opuestamente a los feministas, Pablo, en un pensamiento que es un golpe al orgullo y a la pretensión de hombres y mujeres por igual, dice: “No que seamos competentes por nosotros mismos…, sino que nuestra competencia proviene de Dios, el cual asimismo nos hizo ministros competentes de un nuevo pacto…” (2Co. 3:6). Es, pues, por vocación y cualificación divinas, por mandato divino, que esta tarea de ser oficial de la iglesia puede y debe ser realizada, a veces, incluso, contra los deseos e inclinaciones de los siervos de Dios.

Por otra parte, el caso del rey Saúl (un oficial de Israel) es un ejemplo de que no bastan las buenas intenciones ni las capacidades o facilidades para hacer algo, para tener el privilegio o derecho de hacerlo. Pues ante la batalla contra los filisteos, y con el propósito de ganar el favor de Jehová —un noble propósito, sin duda—, Saúl ofreció un sacrificio que no le estaba a él permitido realizar (1Sa. 13:9), sino al profeta Samuel, quien era oficial en los asuntos religiosos.

Aquí destacan dos cosas. Primera, que aunque Saúl pudo preparar debidamente el holocausto y las ofrendas de paz, pues tenía las habilidades físicas e intelectuales para hacerlo; no obstante, carecía de la orden divina para realizarlo. Era Samuel el encargado de hacerlo; y aunque éste se demoró en estar presente (¿por impuntualidad?, ¿por falta de responsabilidad?, o mejor dicho: para probar Dios la obediencia de Saúl), el rey no debía usurpar nunca el oficio del sacerdote y profeta. Por hacerlo, se le dijo: “Locamente has hecho; no guardaste el mandamiento de Jehová tu Dios…” (v.13).

La segunda cosa que resalta aquí, es que en este desacato para asumir un oficio que no es propio, no intervienen personas de distinto sexo, sino dos hombres; lo cual demuestra que la asignación de los oficios cualificados en las Escrituras, no depende de consideraciones de género, sino de mandamiento expreso de Dios; tal como lo vemos en las páginas del Nuevo Testamento.

El argumento, pues, de las competencias, por lo antes dicho, no es base para la ordenación de la mujer.

7.- Porque el real sacerdocio al que apelan las y los mujeristas para impulsar la ordenación de la mujer, nada tiene que ver con la imposición de manos. El Pbro. Bernabé Valentín Bautista Reyes, en línea doctrinal con los reformadores, dice al respecto: “Existe una mala interpretación que dan los feministas al sacerdocio universal, sin considerar que cuando se habla de él, se refiere a la entrada libre que cada uno tiene, hombre y mujer, al trono de la Gracia de Dios y a la intercesión de los unos por los otros, sin distingo de sexos, pero no al acto de ordenación."34

8.- Porque en su frenesí por ordenar mujeres, llegan a afirmaciones tan descabelladas como decir que Dios es mujer, que Jesús es Jesusa, o que la liberación de la mujer debe ser la clave hermenéutica para entender la temática escritural, haciendo de Dios una mera proyección femenina, de Jesús una ocurrencia machista y del Pacto de Gracia (hilo conductor de las Escrituras), algo obsoleto y extra-cotidiano.

Quiera Dios que en estos tiempos de definición para la Iglesia Nacional Presbiteriana de México, las Sagradas Escrituras, y sólo ellas, sean la norma reguladora de nuestro pensar y quehacer como iglesia. Desde aquí animamos a todas las mujeres y los hombres que tienen en alta estima a la Palabra de Dios, a que practiquemos en nuestras relaciones domésticas, eclesiásticas y sociales, los principios de mutualidad entre

34 Ponencia ante la R. Asamblea General en el mes de febrero de 2006.

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hombre y mujer que nos revela el Libro Sagrado. Animamos también a todo el pueblo de Dios a defender la fe de los ataques de la sutil erudición heterodoxa que ha penetrado a la Iglesia.

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