principe mendigo

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Mark Twain EL PRÍNCIPE Y EL MENDIGO ÍNDICE Capítulo PREFACIO I. Nacimiento del príncipe y del mendigo II. La infancia de Tom III. Encuentro de Tom y el príncipe IV. Comienzan los problemas del príncipe V. Tom como un patricio VI. Tom recibe instruccione VII. La primera comida regia de Tom VIII. La cuestión del sello IX. El espectáculo del río X. Las penas del príncipe XI. En el Ayuntamiento XII. El príncipe y su salvador XIII. La desaparición del príncipe XIV. ¡El rey ha muerto! ¡Viva el rey! XV. Tom como rey XVI. La comida de gala XVII. Fu-Fu primero XVIII. El príncipe y los vagabundos XIX. El príncipe con los aldeanos XX. El príncipe y el ermitaño XXI. Hendon, el salvador XXII. Víctima de la traición XXIII. El príncipe prisionero XXIV. La escapatoria XXV. Hendon Hall XXVI. Repudiado XXVII. En la cárcel XXVIII. El sacrificio XXIX. A Londres XXX. El proceso de Tom XXXI. La procesión del Reconocimiento XXXII. El Día de la Coronación XXXIII. Eduardo como rey XXXIV. Conclusión ––Justicia y retribución

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ESTA OBRA PRÍNCIPE MENDIGO SU AUTOR MARK TWAINSUS CAPÍTULOS I al XXXIV

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PREFACIO

Mark Twain

EL PRNCIPE Y EL MENDIGO

NDICE

Captulo

PREFACIO

I.

Nacimiento del prncipe y del mendigo

II.

La infancia de Tom

III.

Encuentro de Tom y el prncipe

IV.

Comienzan los problemas del prncipe

V.

Tom como un patricio

VI.

Tom recibe instruccione

VII.

La primera comida regia de Tom

VIII.

La cuestin del sello

IX.

El espectculo del ro

X.

Las penas del prncipe

XI.

En el Ayuntamiento

XII.

El prncipe y su salvador

XIII.

La desaparicin del prncipe

XIV.

El rey ha muerto! Viva el rey!

XV.

Tom como rey

XVI.

La comida de gala

XVII.

Fu-Fu primero

XVIII.

El prncipe y los vagabundos

XIX.

El prncipe con los aldeanos

XX.

El prncipe y el ermitao

XXI.

Hendon, el salvador

XXII.

Vctima de la traicin

XXIII.

El prncipe prisionero

XXIV.

La escapatoria

XXV.

Hendon Hall

XXVI.

Repudiado

XXVII.

En la crcel

XXVIII. El sacrificio

XXIX.

A Londres

XXX.

El proceso de Tom

XXXI.

La procesin del Reconocimiento

XXXII.

El Da de la Coronacin

XXXIII. Eduardo como rey

XXXIV. Conclusin Justicia y retribucin

PREFACIO

Voy a poner por escrito un cuento, tal como me lo cont uno que lo saba por su padre, el cual lo supo anteriormente por su padre; este ltimo de igual manera lo haba sabido por su padre... y as sucesivamente, atrs y ms atrs, ms de trescientos aos, en que los padres se lo transmitan a los hijos y as lo iban conservando. Puede ser historia, puede ser slo leyenda, tradicin. Puede haber sucedido, puede no haber sucedido: pero podra haber sucedido. Es posible que los doctos y los eruditos de antao lo creyeran; es posible que slo a los indoctos y a los sencillos les gustara y la creyeran.

CAPITULO I

NACIMIENTO DEL PRNCIPE Y DEL MENDIGO

En la antigua ciudad de Londres, un cierto da de otoo del segundo cuarto del siglo XVI, le naci un nio a una familia pobre, de apellido Canty, que no lo deseaba. El mismo da otro nio ingls le naci a una familia rica, de apellido Tudor, que s lo deseaba. Toda Inglaterra tambin lo deseaba. Inglaterra lo haba deseado tanto tiempo, y lo haba esperado, y haba rogado tanto a Dios para que lo enviara, que, ahora que haba llegado, el pueblo se volvi casi loco de alegra. Meros conocidos se abrazaban y besaban y lloraban. Todo el mundo se tom un da de fiesta; encumbrados y humildes, ricos y pobres, festejaron, bailaron, cantaron y se hicieron ms cordiales durante das y noches. De da Londres era un espectculo digno de verse, con sus alegres banderas ondeando en cada balcn y en cada tejado y con vistosos desfiles por las calles. De noche era de nuevo otro espectculo, con sus grandes fogatas en todas las esquinas y sus grupos de parrandistas alegres alborotando en,torno de ellas. En toda Inglaterra no se hablaba sino del nuevo nio, Eduardo Tudor, Prncipe de Gales, que dorma arropado en sedas y rasos, ignorante, de todo este bullicio, sin saber que lo servan y lo cuidaban grandes lores y excelsas damas, y, sin importarle, adems. Pera no se hablaba del otro nio, Tom Canty, envuelto en andrajos, excepto entre la familia de mendigos a quienes justo haba venido a importunar con su presencia.

CAPTULO II

LA INFANCIA DE TOM

Saltemos unos cuantos aos. Londres tena mil quinientos aos de edad, y era una gran ciudad... para entonces. Tena cien mil habitantes algunos piensan que el doble.

Las calles eran muy angostas y sinuosas y sucias, especialmente en la parte en que viva Tom Canty, no lejos del Puente de Londres. Las casas eran de madera, con el segundo piso proyectndose sobre el primero, y el tercero hincando sus codos ms all del segundo. Cuanto ms altas las casas tanto ms se ensanchaban. Eran esqueletos de gruesas vigas entrecruzadas, con slidos materiales intermedios, revestidos de yeso. Las vigas estaban pintadas de rojo, o de azul o de negro, de acuerdo al gusto del dueo, y esto prestaba a las casas un aspecto muy pintoresco. Las ventanas eran chicas, con cristales pequeos en forma de diamante, y se abran hacia afuera, con bisagras, como puertas.

La casa en que viva el padre de Tom se alzaba en un inmundo callejn sin salida, llamado Offal Court, mas all de Pudding Lane. Era pequea, destartalada y casi ruinosa, pero estaba atestada de familias miserables. La tribu de Canty ocupaba una habitacin en el tercer piso. El padre y la madre tenan una especie de cama en un rincn, pero Tom, su abuela y sus dos hermanas, Bet y Nan, eran libres: tenan todo el suelo para ellos y podan dormir donde quisieran. Haba restos de una o dos mantas y algunos haces de paja vieja y sucia, que no se podan llamar con propiedad camas, pues no estaban acomodados, y a puntapis se les mandaba a formar un gran montn, en la maana, y de ese montn se hacan apartijos para el uso nocturno.

Bet y Nan, gemelas, tenan quince aos. Eran nias de buen corazn, sucias, harapientas y de profunda ignorancia. Su madre era como ellas. Mas el padre y la abuela eran un par de demonios. Se emborrachaban siempre que podan, luego se peleaban entre s o con cualquiera que se les pusiera delante; maldecan y juraban siempre, ebrios o sobrios. Juan Canty era ladrn, y su madre pordiosera. Hicieron pordioseros a los nios, mas no lograron hacerlos ladrones. Entre la desgraciada ralea pero sin formar parte de ella que habitaba la casa, haba un buen sacerdote viejo, a quien el rey haba deudo sin casa ni hogar con slo una pensin de unas cuantas monedas de cobre, que acostumbraba llamar a los nios y ensearles secretamente el buen camino. El padre Andrs tambin ense a Tom un poco de latn, y a leer y escribir; y habra hecho otro tanto con las nias, pero stas teman las burlas de sus amigas, que no habran sufrido en ellas una educacin tan especial.

Todo Offal Court era una colmena igual que la casa de Canty. Las borracheras, las rias y los alborotos eran lo normal cada noche, y casi toda la noche. Los descalabros eran tan comunes como el hambre en aquel lugar. Sin embargo, el pequeo Tom no era infeliz. La pasaba bastante mal, pero no lo saba. La pasaba enteramente lo mismo que todos los muchachos de Offal Court, y por consiguiente supona que aquella vida era la verdadera y cmoda. Cuando por las noches volva a casa con las manos vacas, saba que su padre lo maldecira y golpeara primero, y que cuando el hubiera terminado, la detestable abuela lo hara de nuevo, mejorado; y que entrada la noche, su famlica madre se deslizara furtivamente hasta l con cualquier miserable mendrugo de corteza que hubiera podido guardarle, quedndose ella misma con hambre, a despecho de que frecuentemente era sorprendida en aquella especie de traicin y golpeada por su marido.

No. La vida de Tom transcurra bastante bien, especialmente en verano. Mendigaba slo lo necesario para salvarse, pues las leyes contra la mendicidad eran estrictas, y graves las penas, y reservaba buena parte de su tiempo para escuchar los encantadores viejos cuentos y leyendas del buen padre Andrs acerca de gigantes y hadas, enanos, y genios, y castillos encantados y magnficos reyes y prncipes. Llensele la cabeza de todas estas cosas maravillosas, y ms de una noche, cuando yaca en la oscuridad, sobre su mezquina y hedionda paja, cansado, hambriento y dolorido de una paliza, daba rienda suelta a la imaginacin y pronto olvidaba sus penas y dolores, representndose deliciosamente la esplndida vida de un mimado prncipe en un palacio real. Con el tiempo un deseo vino a cautivarlo da y noche: ver a un prncipe de verdad, con sus propios ojos. Una vez les habl de ello a sus camaradas de Offal Court; pero se burlaron y escarnecieron tan despiadamente, que despus de aquello guard, gustosamente para s su sueo.

A menudo lea los viejos libros del sacerdote y le haca explicrselos y explayarse. Poco a poco, sus sueos y lecturas operaron ciertos cambios en l. Sus personas ensoadas eran tan refinadas, que l empez a lamentar sus andrajos y su suciedad, y a desear ser limpio y mejor vestido. De todos modos sigui jugando en el lodo y divirtindose con ello, pero en vez de chapotear en el Tmesis slo por diversin, empez a encontrar un nuevo valor en l por el lavado y la limpieza que le procuraba.

Tom encontraba siempre algn suceso en torno del Mayo de Cheapside y en las ferias, y de cuando en cuando, l y el resto de Londres tenan oportunidad de presenciar una parada militar cuando algn famoso infortunado era llevado prisionero a la Torre, por tierra o en bote. Un da de verano vio quemar en la pira de Smithfield a la pobre Ana Askew y a tres hombres, y oy a un ex-obispo predicarles un sermn, que no le interes. S, la vida de Tom era variada, y, en conjunto, bastante agradable.

Poco a poco, las lecturas y los sueos de Tom sobre la vida principesca le produjeron un efecto tan fuerte que empez a hacer el prncipe, inconscientemente. Su discurso y sus modales se volvieron singularmente ceremoniosos y cortesanos, para gran admiracin y diversin de sus ntimos. Pero la influencia de Tom entre aquellos muchachos empez a crecer, ahora, de da en da, y con el tiempo vino a ser mirado por ellos con una especie de temor reverente, como a un ser superior. Pareca saber tanto, y saba hacer y decir tantas cosas maravillosas, y adems era tan profundo y tan sabio!

Las observaciones de Tom y los actos de Tom eran reportados por los nios a sus mayores, y stos tambin empezaron a hablar de Tom Canty y a considerarlo como una criatura extraordinaria y de grandes dotes. Gente madura le llevaba sus dudas a Tom para que se las solucionara, y a menudo quedaba pasmada ante el ingenio y la sabidura de sus decisiones. De hecho se torn un verdadero hroe para todos cuantos le conocan, excepto para su propia familia; sta, en realidad, no vea nada en l.

Poco despus, privadamente Tom organiz una corte real. l era el prncipe; sus ms cercanos camaradas eran guardas, chambelanes, escuderos, lores, damas de la corte y familia real. A diario el prncipe fingido era recibido con elaborados ceremoniales copiados por Tom de sus lecturas novelescas; a diario, los graves sucesos del imaginario reino se discutan en el consejo real, y a diario Su fingida Alteza promulgaba decretos para sus imaginarios ejrcitos, armadas y virreyes. Despus de lo cual seguira adelante con sus andrajos y mendigara unos cuantos ardites, comera su pobre corteza, recibira sus acostumbradas golpizas e insultos y luego se tendera en su puado de sucia paja, y reanudara en sus sueos sus vanas grandezas.

Y aun su deseo de ver una sola vez a un prncipe de carne y hueso creca en l da con da, semana con semana, hasta que por fin absorbi todos sus dems deseos y lleg a ser la pasin nica de su vida.

Cierto da de enero, en su habitual recorrido de pordiosero, vagaba desalentado por el sitio que rodea Mincing Lane, y Little East Cheap, hora tras hora, descalzo y con fro, mirando los escaparates de los figones y anhelando las formidables empanadas de cerdo y otros inventos letales ah exhibidos, porque, para l, todas aquellas eran golosinas dignas de ngeles, a juzgar por su olor, ya que nunca haba tenido la buena suerte de comer alguna. Caa una fra llovizna, la atmsfera estaba sombra, era un da melanclico. Por la noche lleg Tom a su casa tan mojado, rendido y hambriento, que su padre y su abuela no pudieron observar su desamparo sin sentirse conmovidos a su estilo; de ah que le dieran una bofetada de una vez y lo mandaran a la cama. Largo rato le mantuvieron despierto el dolor y el hambre, y las blasfemias y golpes que continuaban en el edificio; mas al fin sus pensamientos flotaron hacia lejanas tierras imaginarias, y se durmi en compaa de enjoyados y lustrosos prncipes que vivan en grandes palacios y tenan criados zalameros ante ellos o volando para ejecutar sus rdenes. Luego, como de costumbre, so que l mismo era prncipe. Durante toda la noche las glorias de su regio estado brillaron sobre l. Se mova entre grandes seores y damas, en una atmsfera de luz, aspirando perfumes, escuchando deliciosa msica y respondiendo a las reverentes cortesas de la resplandeciente muchedumbre que se separaba para abrirle paso, aqu con una sonrisa y all con un movimiento de su principesca cabeza. Y cuando despert por la maana y contempl la miseria que le rodeaba, su sueo surti su efecto habitual: haba intensificado mil veces la sordidez de su ambiente. Despus vino la amargura, el dolor y las lgrimas.

CAPTULO III

ENCUENTRO DE TOM Y EL PRNCIPE

Tom se levant hambriento, y hambriento vag, pero con el pensamiento ocupado en las sombras esplendorosas de sus sueos nocturnos. Anduvo aqu y all por la ciudad, casi sin saber a dnde iba o lo que suceda a su alrededor. La gente lo atropellaba y algunos lo injuriaban, pero todo ello era indiferente para el meditabundo muchacho. De pronto se encontr en Temple Bar, lo ms lejos de su casa que haba llegado nunca en aquella direccin. Detvose a reflexionar un momento y en seguida volvi a sus imaginaciones y atraves las murallas de Londres. El Strand haba cesado de ser camino real en aquel entonces y se consideraba como calle, aunque de construccin desigual, pues si bien haba una hilera bastante compacta de casas a un lado, al otra slo se vean unos cuantos edificios grandes desperdigados: palacios de ricos nobles con amplios y hermosos parques que se extendan hasta el ro; parques que ahora estn encajonados por horrendas fincas de ladrillo y piedra.

Tom descubri Charing Village y descans ante la hermosa cruz construida all por un afligido rey de antao; luego descendi por un camino hermoso y tranquilo, ms all del magnfico palacio del gran cardenal, hacia otro palacio mucho ms grande y majestuoso: el de Westminster. Tom miraba azorado la gran mole de mampostera, las extensas alas, los amenazadores bastiones y torrecillas, la gran entrada de piedra con sus verjas doradas y su magnfico arreo de colosales leones de granito, y los otros signos y emblemas de la realeza inglesa. Iba a satisfacer, al, fin, el anhelo de su alma? Aqu estaba, en efecto, el palacio de un rey. No podra ser que viera a un prncipe a un prncipe de carne y hueso si lo quera el cielo?

A cada lado de la dorada verja se levantaba una estatua viviente, es decir, un centinela erguido, impnente e inmvil, cubierto de pies a cabeza con bruida armadura de acero. A respetuosa distancia estaban muchos hombres del campo y de la ciudad, esperando cualquier destello de realeza que pudiera ofrecerse. Magnficos carruajes, con principalsimas personas dentro, y no menos esplndidos lacayos fuera, llegaban y partan por otras soberbias puertas que daban paso al real recinto. El pobre pequeo Tom, cubierto de andrajos, se acerc con el corazn palpitante y mayores esperanzas empezaba a escurrirse lenta y cautamente por delante de los centinelas, cuando de pronto divis, a travs de las doradas verjas, un espectculo que casi lo hizo gritar de alegra. Dentro se hallaba un apuesto muchacho, curtido y moreno por los ejercicios y juegos al aire libre, cuya ropa era toda de seda y raso, resplandeciente de joyas. Al cinto traa espada y daga ornadas de piedras preciosas, en los pies finos zapatos de tacones rojos y en la cabeza una airosa gorra carmes con plumas sujetas por un cintillo grande y reluciente. Cerca estaban varios caballeros de elegantes trajes, seguramente sus criados. Oh!, era un prncipe un prncipe, un prncipe de verdad, un prncipe viviente, sin sombra de duda! Al fin haba respondido el cielo a las preces del corazn del nio mendigo!

El aliento se le aceleraba y entrecortaba de entusiasmo, y se le agrandaban los ojos de pasmo y deleite.

Todo en su mente abri paso al instante a un deseo, el de acercarse al prncipe y echarle una mirada larga y devoradora. Antes de darse cuenta ya estaba con la cara pegada a las barras de la verja. Al momento, uno de los soldados lo arranc violentamente de all y lo mand dando vueltas contra la muchedumbre de campesinos boquiabiertos y de londinenses ociosas. El soldado dijo:

Cuidado con los modales, t, pordioserillo!

La multitud, se burl y rompi en carcajadas; mas el joven prncipe salt hacia la verja, con el rostro encendido, sus ojos fulgurando de indignacin, y exclam:

Cmo osas tratar as a un pobre chico! Cmo osas tratar as aun al ms humilde vasallo del rey mi padre! Abre las verjas y djale entrar!

Deberais de haber visto entonces a aquella veleidosa muchedumbre arrancarse el sombrero de la cabeza. La deberais de haber odo aplaudir y gritar: Viva el Prncipe de Gales!

Los soldados presentaron armas con sus alabardas, abrieron las verjas y volvieron a presentar armas cuando el pequeo Prncipe de la Pobreza entr con sus andrajos ondulando, a estrechar la mano del Prncipe de la Abundancia Ilimitada.

Eduardo Tudor dijo:

Parcesete cansado y hambriento. Te han tratado injustamente. Ven conmigo.

Media docena de circunstantes se abalanzaron a no s qu..., sin duda a interferir. Mas fueron apartados mediante regio ademn, y se quedaron clavados inmviles donde estaban, como otras tantas estatuas. Eduardo se llev a Tom a una rica estancia en el palacio, que llamaba su gabinete. A su mandato trajeron una colacin como Tom no haba encontrado jams, salvo en los libros. El prncipe, con delicadeza y maneras principescas, despidi a los criados para que su humilde husped no se sintiera cohibido con su presencia criticona; luego se sent cerca de Tom a hacer preguntas mientras aqul coma:

Cul es tu nombre, muchacho? Tom Canty, para serviros, seor.

Raro es. Dnde vives?

En la ciudad, seor, para serviros. En Offal Court, ms all de Pudding Lane.

En Offal Court! Raro es tambin este otro. Tienes padres?

Padres tengo, seor, y una abuela, adems, a la que quiero poco, Dios me perdone si es ofensa decirlo, tambin hermanas gemelas, Nan y Bet.

De manera que tu abuela no es muy bondadosa contigo.

Ni con nadie, para que sea servida Vuestra Merced. Tiene un corazn perverso y maquina siempre la maldad.

Te maltrata?

Hay veces que detiene la mano, estando dormida o vencida por la bebida; pero en cuanto tiene claro el juicio me lo compensa, con buenas palizas.

Una fiera mirada asom a los ojos del principito, y exclam:

Cmo! Palizas?

Por cierto que s, si os place, seor.

Palizas! Y t tan frgil y pequeo. Escucha: al caer la noche tu abuela entrar a la Torre. El rey, mi padre...

En verdad, seor, olvidis su baja condicin. La Torre es slo para los grandes.

Cierto. No haba pensado en eso. Considerar su castigo. Es bueno tu padre para contigo?

No ms que la abuela Canty, seor.

Tal vez los padres sean parecidos. El mo no tiene dulce temperamento. Golpea con mano pesada pero conmigo se refrena. A decir verdad, no siempre me perdona su lengua. Cmo te trata tu madre?

Ella es buena, seor, y no me causa amarguras ni sufrimientos de ninguna clase. En eso Nan y Bet son como ella.

Qu edad tienen?

Quince aos, que os plazca, seor.

Lady Isabel, mi hermana, tiene catorce, y lady Juana Grey, mi prima, es de mi misma edad, y gentil y graciosa, adems, pero mi hermana lady Mara, con su semblante triste y... Oye: Prohben tus hermanas a sus criadas que sonran para que no destruya sus almas el pecado?

Ellas? Oh! Creis que ellas tienen criadas?

El pequeo prncipe contempl al pequeo mendigo con gravedad un momento; luego dijo:

Por qu no? Quin las ayuda a desvestirse por la noche? Quin las viste cuando se levantan?

Nadie, seor. Querras que se quitaran su vestido y durmieran sin l, como los animales?

Su vestido? Slo tienen uno?

Oh!, buen seor, qu haran con ms? En verdad no tienen dos cuerpos cada una.

Esa es una idea curiosa y maravillosa. Perdname, no he tenido intencin de rerme. Pero tus buenas Nan y Bet tendrn sin tardar ropas y sirvientes, y ahora mismo. Mi mayordomo cuidar de ello. No, no me lo agradezcas; no es nada. Hablas bien; con gracia natural. Eres instruido?

No s si lo soy o no, seor. El buen sacerdote que se llama padre Andrs, me ense, bondadosamente, en sus libros.

Sabes el latn?

Escasamente, seor.

Aprndelo, muchacho: slo es difcil al principio. El griego es ms difcil, pero ni stas ni otras lenguas son difciles, creo, para lady Isabel y para mi prima. Tendras que orlo a estas damiselas! Pero cuntame de tu Offal Court. Es agradable tu vida all?

En verdad, s, seor, salvo cuando uno tiene hambre. Hay tteres y monos oh, qu criaturas tan travieras y qu gallardas van vestidas!, y hay comedias en que los comediantes gritan y pelean hasta caer muertos todos; es tan agradable de ver, y cuesta slo una blanca aunque es muy difcil conseguir la blanca.

Cuntame ms.

Nosotros, los muchachos de Offal Court, luchamos unos con otros con un garrote, al modo de aprendices, seor.

Los ojos del prncipe centellearon. Dijo:

A fe ma, esto no me desagradara. Cuntame ms.

Jugamos carreras, seor, para ver quin de nosotros ser el ms veloz.

Tambin esto me gustara. Sigue.

En verano, seor, vadeamos y nadamos en los canales y en el ro, y cada uno chapuza a su vecino, y lo salpica de agua, y se sumerge, y grita, y se revuelca, y...

Valdra el reino de mi padre disfrutarlo aunque fuera una vez. Te ruego que prosigas.

Danzamos y cantamos en torno al mayo en Cheapside; jugamos en la arena, cada uno cubriendo a su vecino; a veces hacemos pasteles de barro ah, el hermoso barro, no tiene par en el mundo para divertirse; nos revolcamos primorosamente en el seor, con perdn de Vuestra Merced.

Oh!, te ruego que no digas ms. Es maravilloso! Si pudiera vestir ropa como la tuya, desnudar mis pies y gozar en el barro una vez tan solo, sin nadie que me censure y me lo prohba, me parece que renunciara a la corona.

Y si yo pudiera vestirme una vez, dulce seor, como vos vais vestido; tan slo una vez...

Ah! Te gustara? Pues as ser. Qutate tus andrajos y ponte estas galas, muchacho. Es una dicha breve, pero no por ello menos viva. Lo haremos mientras podamos y nos volveremos a cambiar antes de que alguien venga a molestamos.

Pocos minutos ms tarde, el pequeo Prncipe de Gales estaba ataviado con los confusos andrajos de Tom, y el pequeo Prncipe de la Indigencia estaba ataviado con el vistoso plumaje de la realeza. Los dos fueron hacia un espejo y se pararon uno junto al otro, y, hete aqu, un milagro: no pareca que se hubiera hecho cambio alguno! Se miraron mutuamente con asombro, luego al espejo, luego otra vez uno al otro. Por fin, el perplejo principillo dijo:

Qu dices a esto?

Ah, Vuestra Merced, no me pidis que os conteste! No es conveniente que uno de mi condicin lo diga.

Entonces lo dir yo. Tienes el mismo pelo, los mismos ojos, la misma voz y porte, la misma figura y estatura, el mismo rostro y continente que yo. Si saliramos desnudos pblicamente, no habra nadie que pudiera decir quin eras t y quin el Prncipe de Gales. Y ahora que estoy vestido como t estabas vestido, me parece que podra sentir casi lo que sentiste cuando ese brutal soldado... Espera no es un golpe lo que tienes en la mano?

S, pero es cosa ligera, y Vuestra Merced sabe muy bien que el pobre soldado...

Silencio! Ha sido algo vergonzoso .y cruel exclam el pequeo prncipe golpeando con su pie desnudo. Si el rey... No des un paso hasta que yo vuelva! Es una orden!

En un instante agarr y guard un objeto de importancia nacional que estaba sobre la mesa, y atraves la puerta, volando por los jardines del palacio, con sus andrajos tremolando, con el rostro encendido y los ojos fulgurantes: Tan pronto lleg a la verja, asi los barrotes e intent sacudirlos gritando:

Abrid! Desatrancad las verjas!

El soldado que haba maltratado a Tom obedeci prontamente; cuando el prncipe se precipit a travs de la puerta, medio sofocado de regia ira, el soldado le asest una sonora bofetada en la oreja, que lo mand rodando al camino.

Toma eso le dijo, t, pordiosero, por lo que me ganaste de Su Alteza.

La turba rugi de risa. El prncipe se levanto del lodo y se abalanz al centinela, gritando:

Soy el Prncipe de Gales, mi persona es sagrada. Sers colgado por poner tu mano sobre m.

El soldado present armas con la alabarda y dijo burlonamente:

Saludo a Vuestra graciosa Alteza. Y colrico: Lrgate, basura demente!

Entonces la regocijada turba rode al pobre principito y lo empuj camino abajo, acosndolo y gritando: Paso a Su Alteza Real!, paso al Prncipe de Gales!

CAPTULO IV

COMIENZAN LOS PROBLEMAS DEL PRNCIPE

Despus de horas de constante acoso y persecucin, el pequeo prncipe fue al fin abandonado por la chusma y qued solo. Mientras haba podido bramar contra el populacho, y amenazarlo regiamente, y proferir mandatos que eran materia de risa fue muy entretenido pero cuando la fatiga lo oblig finalmente al silencio, ya no les sirvi a sus atormentadores, que buscaron diversin en otra parte. Ahora mir a su alrededor, mas no pudo reconocer el lugar. Estaba en la ciudad de Londres: eso era todo lo que saba. Se puso en marcha, a la ventura, y al poco rato las casas se estrecharon y los transentes fueron menos frecuentes. Ba sus pies ensangrentados en el arroyo que corra entonces adonde hoy est la calle Farrington; descans breves momentos, continu su camino y pronto lleg a un gran espacio abierto con slo unas cuantas casas dispersas y una iglesia maravillosa. Reconoci esta iglesia. Haba andamios por doquier, y enjambres de obreros, porque estaba siendo sometida a elaboradas reparaciones. El prncipe se anim de inmediato, sinti que sus problemas tocaban a su fin. Se dijo: Es la antigua iglesia de los frailes franciscanos, que el rey mi padre quit a los frailes y ha donado como asilo perpetuo de nios pobres y desamparados, rebautizada con el nombre de Iglesia de Cristo. De buen grado servirn al hijo de aquel que tan generoso ha sido para ellos, tanto ms cuanto que ese hijo es tan pobre y tan abandonado como cualquiera que se ampare aqu hoy y siempre.

Pronto estuvo en medio de una multitud de nios que corran, saltaban, jugaban a la pelota y a saltar cabrillas o que se divertan de otro modo, y muy ruidosamente. Todos vestan igual y a la moda que en aquellos tiempos prevaleca entre los criados y los aprendices1, es decir, que cada uno llevaba en la coronilla una gorra negra plana, como del tamao de un plato, que no serva para protegerse, por sus escasas dimensiones, ni tampoco de adorno. Por debajo de ella raa el pelo, sin raya, hasta el medio de la frente y bien recortado a lo redondo; un alzacuello de clrigo; una toga azul ceida que caa hasta las rodillas o ms abajo; mangas largas; ancho cinturn rojo; medias de color amarillo subido con la liga arriba de las rodillas; zapatos bajos con grandes hebillas de metal. Era un traje asaz feo.

1. LA INDUMENTARIA DE LOS ASILADOS EN EL HOSPITAL DE CRISTO Se trataba en realidad de un traje copiado del que usaban las habitantes del Londres de aquella poca, cuando un largo gabn azul era la vestimenta corriente de los aprendices y de dos criados, y se usaban por lo general medias amr llas. El gabn se ajustaba al cuerpo, pero tena mangis holgadas, y bajo todo ello se llevaba un chaleco sin mangas, de color amarillo; y la cintura se delineaba con un cinturn de cuero rojo. El chaleco se cerraba con un alzacuello, y la indumentaria se completaba con una gorra plana, del tamao de un plato de postre. Timbs, Curiosidades de Londres.

Los nios dejaron sus juegos y se agruparon en torno al prncipe, que dijo con ingnita dignidad:

Buenos nios, decid a vuestro seor que Eduardo, el Prncipe de Gales, desea hablar con l.

Ante esto, se alz una enorme gritera, y un chico grosero dijo:

Por ventura eres t mensajero de Su Gracia, mendigo?

El rostro del prncipe se sonroj de ira y su gil mano se dirigi veloz a la cadera, pero no haba nada all. Se desat una tempestad de risas y un muchacho dijo:

Advertisteis? Se figur que tena una espada. Quiz sea el mismo prncipe.

Esta salida trajo ms risasEl pobre Eduardo se irgui altivamente y dijo:

Soy el prncipe y mal os sienta a vosotros, que vivs de la bondad de mi padre, tratarme as.

Esto lo disfrutaron mucho, segn lo testificaron las risas. El joven que haba hablado el primero grit a sus compaeros:

Basta, cerdos, esclavos, pensionistas del regio padre de Su Gracia!, dnde estn vuestros modales? De rodillas, todos vosotros, y haced reverencia a su regio porte y a sus reales andrajos!

Con ruidosa alegra cayeron de rodillas como uno solo e hicieron a su presa burln homenaje. El prncipe pate al muchacho mas prximo y dijo fieramente:

Toma eso, mientras llega la maana y te levanto una horca.

Ah, pero esto no era ya una broma, esto iba pasando de diversin! Cesaron al instante las risas, y tom su lugar la furia. Una docena grit: Cogedle! Al abrevadero de los caballos! Al abrevadero de los caballos! Dnde estn los perros? Eh, Len! Eh, Colmillos!

Sigui luego algo que Inglaterra no haba visto jamas: la sagrada persona del heredero del trono abofeteada por manos plebeyas y atacada y mordida por perros.

Ese da cuando cerr la noche, el prncipe se encontr metido en la parte ms edificada de la ciudad. Su cuerpo estaba golpeado, sus manos sangraban y sus andrajos estaban sucios de lodo. Vag ms y ms, cada vez ms aturdido, y tan cansado y dbil que apenas poda levantar los pies. Haba cesado de hacer cualquier pregunta, puesto que slo le ganaban insultos en lugar de informacin. Continuaba diciendo entre dientes: Offal Court, se es el nombre. Si tan slo pudiera encontrarlo antes de que mi fuerza se agote por completo y me derrumbe, estar salvado, porque su gente me llevar al palacio y probara que no soy de los suyos, sino el verdadero prncipe; y tendr de nuevo lo que es mo. Y de cuando en cuando su mente recordaba el trato que le haban dado los groseros muchachos del Hospital de Cristo, y deca: Cuando sea rey, no slo tendrn pan y albergue, sino enseanza con libros, porque la barriga llena vale poco cuando mueren de hambre la mente y el corazn. Guardar esto muy bien en mi memoria: que la leccin de este da no se pierda y por ello sufra mi pueblo; porque el aprender suaviza el corazn y presta gentileza y caridad.2

2. Segn parece, el Hospital de Cristo no fue fundado originalmente como escuela; su finalidad era la de rescatar a los nios de das calles, darles techo, alimentacin, vestido, etc. Timbs, Curiosidades de Londres.

Comenzaron a parpadear las luces, empez a llover, se alz el viento y cerr la noche cruda y tempestuosa. El prncipe sin hogar, el desamparado heredero del trono de Inglaterra, sigui adelante, hundindose en lo profundo de un laberinto de callejones esculidos en que se apiaban las hacinadas colmenas de pobreza y miseria.

De pronto un enorme rufin borracho lo agarr del cuello y le dijo:

Otra vez en la calle a estas horas de la noche y no traes ni una blanca a casa, lo aseguro! Si as es, y no te rompo todos los huesos de tu flaco cuerpo, entonces no soy Juan Canty, sino algn otro!

El prncipe se retorci para librarse, sacudi el hombro inconscientemente y dijo de inmediato:

Ah! Eres su padre? De veras? Quiera el cielo que sea as, pues entonces irs por l y me devolvers.

Su padre? No s qu quieres decir. Lo que s s es que soy tu padre, como no tardars en verlo.

Oh! No te burles, no te mofes, no te demores! Estoy herido, no puedo resistir ms. Llvame al rey mi padre y l te har rico como no has podido soar jams. Creme, creme: no digo mentira, sino la verdad pura. Retira tu mano y slvame. Soy realmente el Prncipe de Gales.

El hombre lo mir, estupefacto, luego mene la cabeza y refunfu:

Est loco de remate como cualquier fulano del manicomio! Lo agarr de nuevo por el cuello, y dijo con una grosera carcajada y un juramento: Pero loco o no loco, yo y tu abuela Canty encontraremos muy pronto dnde est lo ms blando de tus huesos, o no soy hombre verdadero.

Con esto arrastr al enfurecido y forcejeante prncipe, que no dejaba de resistirse, y desapareci por una callejuela, seguido por un turbulento y regocijado enjambre de sabandijas humanas.

CAPTULO V

TOM COMO UN PATRICIO

Tom Canty, solo en el gabinete del prncipe, hizo buen uso de la ocasin. Volvise de este y del otro lado ante el gran espejo, admirando sus galas;. luego dio unos pasos imitando el porte altivo del prncipe y sin dejar de observar los resultados en el espejo. Sac despus la hermosa espada y se inclin, besando la hoja y cruzndola sobre el pecho, como haba visto hacer a un caballero noble, por va de saludo al lugarteniente de la Torre, cinco o seis semanas atrs, al poner en sus manos a los grandes lores de Norfolk y de Surrey, en calidad de prisioneros. Jug Tom con la daga engastada en joyas que penda de su cadera; examin el valioso y bello decorado del aposento; prob cada una de las suntuosas sillas, y pens cun orgulloso se sentira si el rebao de Offal Court pudiera asomarse y verlo en esta grandeza. Preguntse si creeran el maravilloso suceso que les contara al volver a casa, o si menearan la cabeza diciendo que su desmedida imaginacin haba por fin trastornado su razn.

Al cabo de media hora se le ocurri de pronto que el prncipe llevaba mucho tiempo ausente, y al instante comenz a sentirse solo. Pronto se dio a escuchar anheloso y ces de entretenerse con las preciosas cosas que lo rodeaban. Se incomod, luego se sinti desazonado e inquieto. Si apareciera alguien y lo sorprendiera con las ropas del prncipe, sin que ste se hallara present para dar explicaciones, no lo ahorcaran primero, para averiguar despus lo ocurrido? Haba odo decir que los grandes eran muy estrictos con las cosas pequeas. Sus temores fueron creciendo ms y ms; al fin abri temblando la puerta de la antecmara, resuelto a huir en busca del prncipe, y, con l, de proteccin y libertad. Seis magnficos caballeros de servicio y dos jvenes pajes de elevada condicin, vestidos como mariposas, se pusieron en pie al punto y le hicieran grandes reverencias. El nio retrocedi velozmente y cerr la puerta dicindose:

Oh! Se burlan de m. Ahora irn a contarlo. Por qu habr venido aqu a que me quiten la vida?

Empez a pasear de un lado a otro, lleno de temores innumbrables, escuchando y sobresaltndose con el ms leve ruido. De pronto se abri la puerta y un paje vestido de seda anunci:

Lady Juana Grey.

Cerrse la puerta y una encantadora joven ricamente vestida se lleg a l corriendo, pero se detuvo de sbita y dijo con afliccin:

Qu te aqueja, mi seor?

A Tom casi le falt el aliento, pero lo recuper para tartamudear:

Ah! Ten piedad de m. No soy tu seor, sino el pobre Tom Canty, de Offal Court. Ruegote que me dejes ver al prncipe, que l de buena gana me devolver mis andrajos y me dejar salir sin dao. Oh! Ten piedad de m y slvame.

Al decir esto estaba el nio de rodillas, suplicando tanto con los ojos y las manos levantadas como con sus palabras. La doncella pareca horrorizada, y exclam:

Oh, mi seor! De rodillas? Y ante m?

Dicho esto, huy temerosa, y Tom, rendido por la desesperacin, se dej caer al suelo balbuceando:

No hay auxilio, no hay esperanza! Ahora vendrn y me prendern!

Mientras permaneca all, paralizado de terror, por el palacio circulaban espantosas noticias. El susurro porque era siempre susurro vol de lacayo en lacayo, de caballera en dama, por los extensos corredores, de piso en piso, de saln en saln: El prncipe se ha vuelto loco! El prncipe se ha vuelto loco! Muy pronto cada sala, cada vestbulo de mrmol vio grupos de engalanados caballeros y damas, y otros grupos de gente de menor alcurnia, pero tambin deslumbrante, charlando a media voz, y todos con muestras de pesar. Pronto apareci por entre ellos un pomposo oficial, haciendo esta solemne proclamacin:

En nombre del rey! Nadie preste odos a esa falsa y necia calumnia, so pena de muerte, ni hable de la misma ni la divulgue! En nombre del rey!.

Los cuchicheos cesaron tan al punto como si los murmuradores hubieran enmudecido.

No tard en correr un murmullo general por los pasillos: El prncipe! Mirad, viene el prncipe!

El pobre Tom avanz lentamente entre los grupos de personajes que lo saludaban, tratando de contestarles y mirando humildemente el extrao cuadro con asombrados y patticos ojos. Lo flanqueaban dos nobles que lo hacan apoyarse en ellos y as afirmaban sus pasos. En pos del nio venan los mdicos de la corte y algunos criados.

Pronto se encontr en una suntuosa estancia del palacio, cuya puerta se cerr tras l. Rodebanle los que lo acompaaban. Ante l, a poca distancia, se hallaba recostado un hombre muy alto y, muy grueso, de cara ancha y abotagada y de severa expresin. Tena la gran cabeza muy canosa, y las barbas, que como un marco le cercaban el rostro, eran grises tambin. Sus ropas eran de ricos gneros, pero ya deterioradas y un tanto radas a trechos. Una de sus hinchadas piernas reposaba sobre un almohadn y estaba envuelta en vendas. Rein el silencio, y no hubo cabeza que no se inclinara reverente, excepto la de aquel hombre. Este invlido de rostro tranquilo era el terrible Enrique VIII, que dijo, suavizando la expresin al comenzar a hablar:

Cmo va, milord Eduardo, prncipe mo? Te has propuesto engaarme a m, el buen rey tu padre que tanto te quiere y tan bien te trata, con una triste broma?

El pobre Tom escuch el principio de esas palabras lo mejor que le permiti su mente turbada, pero cuando percibieron sus odos las palabras el buen rey, su semblante palideci y sus rodillas dieron en el suelo, como si le hubieran hecho hincarse a viva fuerza. Alzando las manos exclam:

Eres t el rey? Entonces estoy perdido!

Estas palabras parecieron aturdir al monarca, cuyos ojos vagaron de rostro en rostro sin objeto alguno, y se quedaron clavados en el nio que tena delante. Por fin dijo con tono de profundo desencanto:

Ay! Crea yo el rumor desproporcionado a la verdad, pero me temo que no es as. Y exhalando un profundo suspiro prosigui con dulce, voz: Ven a tu padre, nio. No te encuentras bien.

Con ayuda ajena se puso. Tom en pie y se acerc humilde y tembloroso a la Majestad de Inglaterra. El rey, cogi entre sus manos el rostro asustado y lo contempl un rato, con ahnco y amorosamente, como buscando en l algn agradable signo de que le volva la razn; despus estrech la rizada cabeza contra su pecho y la acarici tiernamente. Por fin dijo:

Conoces a tu padre, nio? No rompas mi viejo corazn. Di que me conoces. Me conoces o no?

S. T eres mi venerable seor el rey, que Dios guarde.

Cierto, cierto. Eso est bien. Tranquilzate, no tiembles as. Nadie aqu te hara dao. Aqu no hay nadie que no te ame. Ahora ests mejor. Ha pasado la pesadilla, no es as? Y ahora sabes tambin quin eres t. no es as? No volvers a llamarte de otro modo, como dicen que has hecho poco ha?

Ruego a Tu Gracia que me crea. No he dicho sino la verdad, muy venerable seor, porque soy el ms humilde de tus sbditos, pues nac mendigo y estoy aqu por una triste desgracia y por accidente, aunque en ello no llevo culpa. Soy muy joven para morir y t puedes salvarme con una palabrita! Oh!, dila, seor!

Morir? No hables as, dulce prncipe. Paz, paz a tu apenado corazn! T no morirs.

Tom volvi a caer de rodillas con un grito de alegra.

Premie Dios tu bondad, oh, rey mo!, y te guarde mucho tiempo para bien de tu reino.

Ponindose en pie de un salto volvi el jubiloso rostro a los dos lores que lo acompaaban y exclam:

Lo habis odo? No voy a morir. El rey lo ha dicho.

Nadie se movi, salvo que todos se inclinaron con grave respeto; pero nadie habl. l vacil, un tanto confuso; se volvi tmidamente al rey dicindole:

Puedo irme ya?

Irte? Seguramente, si lo deseas. Pero por qu no te quedas an un poco? Dnde vas a ir?

Tom baj los prpados y respondi humildemente:

Por ventura he comprendido mal; pero me he credo libre y as me dispona a buscar el tugurio donde nac y me eduqu entre miserias, pero que cobija a mi madre y a mis hermanas, y por ello es hogar para m, al paso que esta pompa y estos esplendores a que no estoy acostumbrado... Oh, seor, ten la merced de dejarme partir!

El rey permaneci silencioso y meditabundo un momento, y su rostro denot dolor y desasosiego crecientes., Por fin dijo con algo de esperanza en su voz:

Tal vez est loco slo en cuanto a ese punto y tiene intactos los sesos en lo tocante a otros asuntos. Quiera Dios que as sea! Haremos la prueba.

Hizo despus una pregunta a Tom en latn y Tom le respondi desmayadamente en la misma lengua. El rey estaba encantado, y lo demostr. Los lores y los mdicos mostraron tambin su contento. El rey dijo:

No fue segn su instruccin y su talento, pero demuestra que su mente est slo enferma, no herida fatalmente. Qu te parece a ti, seor?

El mdico aludido hizo una gran reverencia y replic:

Mi propia conviccin, rey y seor mo, es que has adivinado la verdad.

Estas palabras parecieron agradar al monarca, por proceder de tan notoria autoridad, y lo llevaron a proseguir muy animado:

Fijaos bien ahora. Voy a examinarle ms.

Le hizo a Tom una pregunta en francs. Tom estuvo callado un momento, turbado al ver tantas miradas fijas en l, y al fin dijo tmidamente:

No tengo conocimiento de esa lengua, Su Majestad.

El rey cayo de espaldas en el divn. Los criados corrieron a atenderlo, pero los apart y dijo:

Dejadme. Esto no es ms que una debilidad sin importancia. Levantadme! As; es suficiente. Ven aqu, nio. Apoya tu pobre cabeza pertubada sobre el corazn de tu padre, y sosigate. Pronto estars bien. Esta no es ms que un desvaro pasajero. No temas, que pronto estars bien.

Volvise luego a los circunstantes, cambi su gentil actitud y en sus ojos empezaron a brillar relmpagos de mal agero. Dijo:

Escuchad todos! Este hijo mo est loco, pero no es incurable. El excesivo estudio lo ha cansado, y tal vez el excesivo encierro. Adis a los libros y a los maestros!, cuidad todos de ello. Divertidle con juegos, recreadle sanamente, para que recupere la salud. Irguise ms an, y prosigui enrgicamente: Est loco, pero es mi hijo y el heredero de Inglaterra, y, loco o cuerdo, reinar! Y escuchad ms an y proclamadlo: el que hable de esta su destemplanza, atenta contra la paz y el orden de estos reinos y ser condenado a galeras. Dadme de beber, que me abraso. Este pesar socava mis fuerzas... Basta; llevaos la copa. Sostenedme. As; est bien. Loco, decs? Aunque fuera mil veces loco, es an el Prncipe de Gales, y yo el rey lo confirmar. Esta misma maana ser instalado en su dignidad de prncipe en forma cumplida. Dad al instante las rdenes oportunas, milord Hertford.

Uno de los nobles se arrodill ante el regio divn y dijo:

El rey su Majestad sabe que el gran mariscal hereditario de Inglaterra se encuentra prisionero en la Torre. No sera bueno que un prisionero...

Basta! No ofendas mis odos con ese nombre odiado. Ha de vivir siempre ese hombre? Se han de poner trabas a mi voluntad? Ha de verse el prncipe privado de su dignidad de tal porque, vive Dios!, no hay en el reino un conde mariscal limpio de infame traicin para investirlo de sus honores? No, por la gloria de Dios! Ordenad a mi Parlamento que antes de que salga de nuevo el sol me traiga la cabeza de Norfolk, pues de lo contrario me respondern de ello lastimosamente.3

3. LA CONDENA DEL DUQUE DE NORFOLK

El rey iba acercndose ya a su fin; y con temor de que Norfolk escapase de sus manos, envi una notificacin a la Cmara de los Comunes, en la cual les manifestaba su deseo de que se apresurase el decreto, alegando que Norfolk gozaba de la dignidad de conde-mariscal, y se haca necesario nombrar a otro que pudiese desempear tal cargo en la ceremonia de la proclamacin de su hijo como Prncipe de Gales. Hume, vol. III, p. 307

La voluntad del rey es ley dijo lord Heaford, y, levantndose volvi a su puesto.

Poco a poco se borr la clera del rostro del viejo monarca, que dijo:

Dame un beso, mi prncipe. Vamos, qu temes? No soy tu amante padre?

Eres bueno para m, que soy indigno de ello, oh grande y poderso seor! En verdad lo s. Pero..., pero... me duele pensar en el que va a morir y...

Ah! Eso es digno de ti, es digno de ti. Veo que tu corazn sigue siendo el mismo, aunque tu mente haya sufrido dao, porque fuiste siempre de bondadosos sentimientos. Pero ese duque se alza entre tus honores y t; pondr en su lugar a otro que no cubra de infamia su elevado cargo. Consulate, prncipe mo; no turbes tu pobre cabeza con este asunto.

Pero no soy yo el que precipita su muerte, seor? Cuanto tiempo no podra vivir si no fuera por m!

No pienses en l, prncipe, que no lo merece. Dame otro beso y ve a tus juegos y tus diversiones, porque mi dolencia me acongoja. Estoy fatigado y deseo reposar. Ve con tu to Hertford y tu squito, y vuelve otra vez cuando mi cuerpo haya descansado.

Tom, con el corazn pesaroso, fue retirado; la ltima frase fue un golpe de muerte para la esperanza que haba acariciado de verse libre. Una vez ms oy el zumbido de las voces que exclamaban: El prncipe! El prncipe viene!

Ms y ms decay su valor a medida que avanzaba entre las relucientes hileras de reverentes cortesanos; porque se dio cuenta de que era en realidad un cautivo, y de que poda permanecer para siempre encerrado en esta dorada jaula, prncipe abandonado y sin amigos, salvo que Dios en su misericordia se apiadara de l y lo dejara libre.

Y dondequiera que se volviese le pareca ver flotando en el aire la cercenada cabeza y l conocido rostro del gran duque de Norfolk, cuyos ojos se clavaban en l llenos de reproches.

Sus viejos sueos haban sido tan agradables, y era tan temible esta realidad!

CAPULO VI

TOM RECIBE INSTRUCCIONES

Tom fue conducido al principal aposento de un suntuoso apartamiento y lo hicieron sentar, cosa que repugnaba hacer, pues se vea rodeado de caballeros ancianos y de hombres de elevada condicin. Rogles que se sentaran tambin, pero slo se inclinaron agradecindolo o murmuraron las gracias, y permanecieron en pie. Tom habra insistido, pero su to el conde de Hertford susurr a su odo:

Te lo ruego, no insistas, mi seor. No es correcto que se sienten en tu presencia.

Anunciaron a lord St, John, quien, despus de hacer pleitesa a Tom, dijo:

Vengo por mandato del rey para un asunto que exige secreto. Quiere Su Alteza Real dignarse despedir a los presentes, excepto a milord el conde de Herdord?

Observando que Tom no pareca saber cmo proceder, Hertford le susurr que hiciera una sea con la mano y no se molestara en hablar a menos que as lo deseara. Cuando se retiraron los caballeros de servicio, dijo lord St. John:

Ordena Su Majestad que, por graves y poderosas razones de Estado, Su Gracia el prncipe oculte su enfermedad por todos los medios que estn a su alcance, hasta que pase y Su Gracia vuelva a estar como estaba antes; es decir, que no deber negar a nadie que es el verdadero prncipe y heredero de la grandeza de Inglaterra, que deber conservar su dignidad de prncipe y recibir, sin palabra ni signo de protesta, la reverencia y observancia que se le deben por acertada y aeja costumbre; que deber dejar de de hablarle a ninguno de ese nacimiento y vida de baja condicin que su enfermedad ha creado pn las malsanas imaginaciones de una fantasa obsesionada; que habr de procurar con diligencia traer de nuevo a su memoria los rostro que sola conocer, y cuando no lo consiga deber guardar silencio, sin revelar con gestos de sorpresa, u otras seales, que los ha olvidado; que en las ceremonias de Estado, cuando quiera que se sienta perplejo en cuanto a lo que debe hacer y las palabras que debe decir, no habr de mostrar la menor inquietud a los espectadores curiosos, sino pedir consejo en tal materia a lord Hertford, o a su humilde servidor, que tenemos mandato del rey de ponernos a su servicio atentos a su llamado, hasta que sta orden se anule. Esto dice Su Majestad el rey, que: enva sus saludos a Su Alteza Real y ruega que Dios quiera en su misericordia sanar a Vuestra Alteza prontamente y conservarle ahora y siempre en su bendita proteccin.

Lord St. John hizo una reverencia y se apart a un lado. Tom replic con resignacin:

El rey lo ha dicho. Nadie puede desobeder el mandato del rey ni acomodarlo a su gusto, cuando le enoje, con arteras evasivas. El rey ser obedecido.

Lord Hertford dijo:

Tocante a la orden de Su Majestad el rey en lo que concierne a los libros y otras cosas serias, por ventura agradara a Vuestra Alteza ocupar vuestro tiempo en plcidos entretenimientos, para no llegar fatigado al banquete y resentirse de ello.

La cara de Tom mostr sorpresa inquisitiva, y se sonroj al ver que los ojos d lord St. John se clavaban pesarosos en l. Su Seora dijo:

Te flaquea an la memoria y has demostrado sorpresa; pero no te apures, porque esto no persistir, sino que desaparecer conforme tu dolencia mejore. Milord de Hertford te habla de la fiesta de la ciudad, a la cual Su Majestad el rey prometi hace unos dos meses que asistira Tu Alteza. Lo recuerdas ahora?

Me duele confesar que se me fue de la memoria contest Tom con voz vacilante, y sonrojse de nuevo.

En este punto anunciaron a lady Isabel y a lady Juana Grey. Ambos lores se cruzaron significativas miradas, y Hertford se dirigi velozmente hacia la puerta. Cuando las doncellas pasaron por delante de l dijo en voz baja:

Os ruego, seoras, que no dis muestras de observar sus rarezas ni mostris sorpresa cuando le falte la memoria; os doler notar cmo se turba con cualquier fruslera.

Entretanto lord St. John estaba diciendo al odo de Tom:

Suplcote, seor, que conserves constantemente en la memoria el deseo de Su Majestad. Recuerda cuanto puedas y finge recordar todo lo dems. Qu no se percaten de cmo has cambiado tu modo normal anterior, pues sabes cun tiernamente te tienen en su corazn tus antiguas compaeras de juegos y cunto pesar habras de causarles. Quieres, seor, que me quede yo, y tu to tambin?

Expres Tom su asentimiento con un ademn y murmurando una palabra, porque iba aprendiendo ya, y su ingenuo, corazn estaba resuelto a salir lo ms airoso que pudiera, conforme al mandato del rey.

A pesar de las muchas precauciones, la conversacin entre los jvenes fue a veces un tanto embarazosa. Ms de una vez, en verdad, Tom se vio a punto de rendirse, y de confesarse incapaz de representar el terrible papel; pero el tacto de la princesa Isabel lo salv, o una palabra de uno u otro de los vigilantes lores, soltada al parecer por casualidad, tuvo el mismo feliz efecto. Una vez la pequea lady Juana se volvi hacia Tom y lo dej sin aliento con esta pregunta:

Has presentado hoy tus respetos a Su Majestad la reina, mi seor?

Vacil Tom, se vea desazonado, e iba a balbucir algo al azar, cuando lord St. John tom la palabra y respondi por l, con el suelto desembaraz de un cortesano acostumbrado a afrontar situaciones delicadas y a estar al punto para ellas:

S, por cierto, seora, y Su Majestad la reina le ha animado mucho en lo tocante al estado de Su Majestad, no es as, mi seor?

Balbuci Tom unas palabras que se interpretaron como asentimiento, pero sinti que estaba entrando en terreno peligroso. Poco despus se mencion que Tom no iba a estudiar ms por entonces, a lo cual exclam la pequea Lady:

Es lstima, es lstima! Hacas magnficos progresos. Pero sfrelo con paciencia, porque esto no durar mucho. Pronto gozars de la misma instruccin que tu padre, y tu lengua dominar tantas lenguas como la suya, mi buen prncipe.

Mi padre! exclam Tom, fuera de guardia en ese momento. A fe ma que no es capaz de hablar la suya para que le entiendan sino los cerdos que se revuelcan en las pocilgas; y en cuanto a instruccin de otro gnero...

1 Alz la vista y vio una solemne advertencia en los ojos de milord, St. John. Esto le hizo detenerse, sonrojarse y continuar, apagado y triste:

Ah! Me persigue de nuevo la enfermedad y mi mente desvara. No he querido mostrar irreverencia para con Su Majestad el rey.

Lo sabemos, seor dijo la princesa Isabel, tomando entre ambas manos la de su hormano, respetuosamente, pero acariciadoramente. No te preocupes por eso. La falta no es tuya, sino de tu destemplanza.

Gentil consoladora eres, dulce seora dijo Tom agradecido, y mi corazn me mueve a darte gracias por ello, si me lo permites

Una vez la atolondrada lady Juana le dispar a Tom una sencilla frase en griego. La perspicacia de lady Isabel vio, en la serena impasibilidad de la frente de Tom, que la flecha no haba dado en el blanco, por lo cual solt tranquilamente una retahla de excelente griego relativa a Tom y en seguida desvi la conversacin a otros asuntos.

En conjunto transcurri el tiempo agradablemente, y casi suavemente. Los escollos y arrecifes fueron cada vez menos frecuentes, y Tom se sinti ms y ms a sus anchas al ver, que todos estaban amorosamente inclinados a ayudarlo y a pasar por alto sus equivocaciones. Cuando sali a la conversacin que las damitas habran de acompaarle por la noche al banquete del alcalde mayor, el corazn le dio un salto de consuelo y de alegra, porque sinti que ya no se hallara sin amigos entre aquella muchedumbre de extraos, mientras que, una hora antes, la idea de que ellas fueran con l le habra causado un terror insoportable.

Los ngeles guardianes de Tom, los dos lores, haban estado menos cmodos en la entrevista que las otras partes. Parecales enteramente que conducan un enorme navo por un canal peligroso; estaban alerta constantemente y encontraron que su cargo no era luego de nios. Por tanto, cuando al fin la visita de las damas tocaba a su trmino y anunciaron a lord Guilford Dudley, no slo pensaron que su carga haba sido suficientemente gravosa, sino tambin que ellos mismos no se hallaban en el mejor estado para hacer retroceder al navo y emprender de nuevo un viaje lleno de ansiedad. As, pues, respetuosamente aconsejaron a Tom que se excusara, lo cual hizo de buena gana, aunque habra podido observarse una leve sombra de desencanto en el semblante de milady Juana cuando oy que se negaba la entrada al esplndido mozalbete.

Hubo una pausa, una especie de silencio de espera, que Tom no pudo comprender: Mir a lord Hertford, y ste le hizo un signo, pero el nio no lo entendi tampoco. Isabel acudi prontamente en su socorro, con su habitual soltura. Hizo una reverencia y dijo:

Tenemos licencia de Su Gracia el prncipe, mi hermano, para retirarnos?

Vuestras Seoras contest Tom, pueden obtener de m lo que gusten sin ms que pedirlo; pero preferira daros cualquier otra cosa que estuviera en mi poder antes que licencia para privarme de la luz y la bendicin de vuestra presencia. Dios os gue y sea con vosotras.

Al decir esto sonri por dentro, pensando: No en vano he vivido slo entre prncipes en mis lecturas y he adiestrado mi lengua en sus pulidas y graciosas palabras.

Cuando salieron las ilustres doncellas, Tom se volvi fatigado a sus guardianes y dijo:

Tendris vuestras, seoras la bondad de darme licencia para retirarme a un rincn a descansar?

Lord Hertford dijo:

A Vuestra Alteza le toca mandarnos y a nosotros obedecer. Necesario es en verdad que tomes algn reposo, ya que pronto debes emprender el viaje a la ciudad.

Toc una, campanilla y se present un paje, a quien se dio orden de solicitar la presencia de sir William Herbert. Este caballero se present al instante y condujo a Tom a un aposento interior, donde el primer movimiento del rimo fue alcanzar una copa de agua; pero la tom un servidor vestido de seda y terciopelo, que hincando una rodilla se la ofreci en una bandeja de oro.

Sentse despus el fatigado cautivo y se dispuso a quitarse las zapatillas, despus de pedir tmidamente permiso con la mirada; mas otro oficioso criada, tambin ataviado de seda y terciopelo, se arrodill y le ahorr el trabajo. Dos o tres esfuerzos ms hizo el nio por servirse a si mismo; mas, como siempre se le anticiparon vivamente, acab por ceder con un suspiro de resignacin y diciendo entre dientes: Maravillame que no se empeen tambin en respirar por mi En chinelas y envuelto en suntuosa bata se tendi por fin a reposar, pero no a dormir, porque su cabeza estaba demasiado llena de pensamientos y la estancia demasiado llena de gente. No poda desechar los primeros, as que permanecieron; no saba tampoco lo bastante para despedir a los segundos, as que tambin se quedaron, con gran pesar del prncipe y de ellos.

La partida de Tom haba dejado solos a sus dos nobles guardianes. Permanecieron un rato meditabundos, y meneando mucho la cabeza y paseando por la estancia. Entonces dijo lord St. John:

Francamente, qu piensas? Francamente, pues, esto la vida del rey toca a su fin; mi sobrino est loco, loco ascender al trono, y loco seguir. Dios proteja. a Inglaterra, que lo habr menester.

As lo parece, ciertamente, pero ..., no tienes barruntos de si... si...?

Titube el personaje y acab por detenerse. Sin duda sinti que estaba en terreno delicado. Lord Hertford se, par ante l, mirle a la cara con serenos y francos ojos y dijo:

Prosigue. Nadie sino yo te oye. Barruntos respecto a qu?

Me repugna poner en palabras lo que est en mi mente, siendo t como eres tan cercano a l en la sangre, milord. Mas, solicitando tu perdn si te ofendo, no te parece raro que la locura pueda cambiar tanto su porte y sus modales? Su porte y sus palabras son an los de un principe, pero difieren en cosas insignificantes de las que acostumbraba el prncipe anteriormente. No te parece extrao que la locura haya borrado de su memoria las mismas facciones de su padre, las costumbres y las observancias que se le deben por los que le rodean, y que, dejndole el latn, le haya quitado el griego y el francs? Milord, no te ofendas, pero libera mi mente de esta inquietud y recibe mi agradecimiento. No se me quita de la cabeza su afirmacin de que no era el prncipe y...

Calla, milord, profieres traicin. Has, olvidado el mandato del rey? Recuerda que tan slo escucharte me hago complice de tu delito.

Palideci St. John y se apresur a aadir:

He faltado, lo confieso. No me hagas traicin. Que tu cortesa me conceda esa merced y no volver ni a pensarlo ni a hablar ms de eso. No te muestres duro conmigo, seor, o estoy perdido.

Basta, milord. Si no faltas de nuevo, aqu o ante otros, ser como si no hubieras hablado. Mas no debes albergar recelos: es el hijo de mi hermana. No me son familiares desde su cuna su voz, su cara, su figura? La locura puede provocar esas cosas tan raras que t ves en l y ms an. No recuerdas cmo el viejo barn Marley, al volverse loco, olvid su propia personalidad de sesenta aos para creer que era la de otro? No recuerdas que pretenda ser el hijo de Mara Magdalena y tener la cabeza hecha de vidrio espaol? A fe ma que no sufra que nadie la tocara, por temor a que una mano atolondrada pudiera romperla. Tranquiliza tus barruntos, mi buen seor. Es el mismo prncipe, lo conozco bien, y pronto ser el rey. Te convendr tener esto en mente y pensar en ello ms que en lo otro.

Despus de un rato ms de conversacin, en la cual lord St. John enmend su yerro lo mejor fue pudo con repetidas protestas de que su fe era ya arraigada y no poda ser otra vez asaltada por la duda, lord Hertford relev a su compaero de custodia y solo se sent a vigilar y aguardar. No tard en sumirse en la meditacin, y, evidentemente, cuanto ms pensaba ms perplejo se senta. A poco empez a dar paseos y a hablar entre dientes:

Oh! Debe ser el prncipe. Habr alguien en el reino capaz de sostener que puede haber dos personas, no siendo de la misma sangre y nacimiento, tan extraordinariamente iguales? Y aunque as fuera, milagro ms extrao sera an que la casualidad pusiera a una de ellas en lugar de la otra. No. Es locura, locura, locura.

Al cabo de un rato se dijo:

Porque si fuera un impostor que se diera prncipe, eso sera muy natural; eso sera razonable; pero ha habido jams impostor alguno que, al ser llamado prncipe por el rey, prncipe por la corte, prncipe por todos, negara su dignidad y suplicara contra su exaltacin? No. Por el alma de San Jorge, no! Es el verdadero prncipe, que se ha vuelto loco.

CAPTULO VII

LA PRIMERA COMIDA REGIA DE TOM

Poco despus de la una de la tarde, Tom se someti resignado a la prueba de que le vistieran para comer. Hallse cubierto de ropas tan finas como antes, pero todo distinto, todo cambiado, desde la golilla hasta las medias. Fue conducido con mucha pompa a un aposento espacioso y adornado, donde estaba ya la mesa puesta para una persona. El servicio era todo de oro macizo, embellecido con dibujos que lo hacan casi de valor incalculable, puesto que eran obra de Benvenuto. La estancia se hallaba medio llena de nobles servidores. Un capelln bendijo la mesa, y Tom se dispona a empezar, porque el hambre en l era orgnica, cuando fue interrumpido por milord el conde de Berkeley, el cual le prendi una servilleta al cuello, porque el elevado cargo de mastelero del Prncipe de Gales era hereditario en la familia de aquel noble. Presente estaba el copero de Tom, y se anticip a todas sus tentativas de servirse vino. Tambin se hallaba presente el catador de Su Alteza el Prncipe de Gales, listo para probar, en cuanto se le pidiera, cualquier platillo sospechoso, corriendo el riesgo de envenenarse. En aquella poca no era ya sino un apndice decorativo, y rara vez se vea llamado a ejercitar su funcin; pero tiempos hubo, no muchas generaciones atrs, en que el oficio de catador tena sus peligros y no era un honor muy deseable. Parece raro que no utilizasen un perro o un villano, pero todas las cosas de la realeza son extraas. All estaba milord D'Arcy, primer paje de cmara, para hacer sabe Dios qu; pero all estaba y eso basta. El lord primer despensero se hallaba tambin presente y se mantena detrs de la silla de Tom, vigilando la ceremonia, a las rdenes del lord gran mayordomo y el lord cocinero jefe, que estaban cerca. Adems de stos contaba Tom con trescientos ochenta y cuatro criadas; pero, por supuesto, no estaban todos ellos en el aposento, ni la cuarta parte, ni Tom tena noticias de que existieran.

Todos los presentes haban sido bien advertidos a su tiempo de recordar que el prncipe haba perdido temporalmente la razn y de tener cuidado de no mostrar sorpresa ante sus desvaros. Estos desvaros pronto se exhibieron ante ellos, pero slo excitaron su compasin y su pesar, no sus burlas. Era para ellos una gran afliccin ver al amado prncipe en tan lastimoso estado.

El pobre Tom coma casi siempre con los dedos, pero nadie sonri por esto ni pareci darse cuenta. Inspeccion su servilleta con curiosidad y profundo inters, porque era una pieza de hermoso y delicadsimo gnero, y dijo ingenuamente:

Llvatela, te lo ruego, para que no la manche por distraccin.

El mantelero hereditario se la llev con reverente actitud y sin una sola palabra o protesta de ninguna suerte.

Examin Totn con inters los nabos y la lechuga y pregunt qu eran y si eran para comer, porque apenas recientemente se haban empezado a cultivar en Inglaterra, en vez de importarlos de Holanda como lujo.4 Se contesto a su pregunta con grave respeto, y sin manifestar sorpresa. Cuando hubo terminado el postre, se llen los bolsillos de nueces, pero nadie pareci reparar en ello, ni perturbarse por ello. Mas al momento fue l quien se perturb y se mostr confuso, porque era aqul el nico servicio que le haban permitido realizar con sus propian manos durante la comida, y no dud de que haba hecho algo impropio e indigno de un prncipe. En aquel instante empezaron a temblarle los msculos de la nariz, y el extremo de este rgano a levantarse y contraerse. Prosigui esta situacin, y Tom empez a dar muestras de creciente desazn. Mir suplicante, primero a uno y despus al otro de los lores que le rodeaban y las lgrimas vinieron a sus ojos. Avanzaron con la ansiedad pintada en sus rostros y le rogaron los enterara de su apuro. Tom dijo con verdadera angustia:

4. No fue sino a fines de este reinado (Enrique VIII), cuando cualquier tipo de ensalada, ya fuese de zanahorias, nabos u otra variedad de legumbres de ese gnero, se produjo en Inglaterra. Las pocas legumbres que se usaron antes de aquel periodo eran importadas de Holanda y Flandes. La reina Catalina, cuando deseaba una ensalada con aquellos elementos, se vea obligada a enviar un correo a esos lugares para poder obtenerlas. Hume, Historia de Inglaterra, vol. III, p. 314.

Solicito vuestra indulgencia, pero la nariz me pica mucho. Cul es el uso y la costumbre en este caso? Contestad pronto, os lo ruego, porque, apenas puedo soportarlo poco ms.

Nadie sonri; todos se quedaron absolutamente perplejos y se miraron unos a otros con gran afliccin, pidindose consejo. Mirad!, esto era un atolladero, y no haba nada en la historia inglesa que dijera cmo salir de l. No se hallaba presente el maestro de ceremonias; no haba nadie que se sintiera seguro para aventurarse en aquel inexplorado mar ni para arriesgarse a intentar resolver este solemne problema. Cielos! No haba rascador hereditario. Entretanto, las lagrimas haban desbordado su dique y empezaron a rodar por las mejillas de Tom. La comezn en su nariz peda alivio con ms urgencia que nunca. Finalmente, la natuealeza derrib las barreras de la etiqueta: Tom elev en su interior una plegaria de perdn por si obraba mal, y trajo consuelo a los afligidos corazones de sus cortesanos rascndose la nariz por s mismo.

Terminada su comida, se acerc un lord y le present un recipiente de oro, ancho y plano, lleno de fragante agua de rosas, para que se limpiarala boca y los dedos; y, a su lado, milord el mastelero hereditario permaneca de pie con una servilleta. Tom contempl el recipiente, perplejo por un momento, luego lo llev a sus labios y bebi un sorbo gravemente. En seguida se la devolvi al lord y dijo:

No, no me gusta, milord: su sabor es agradable, pero le falta fuerza.

Esta nueva excentricidad de la perturbada mente del prncipe dej doloridos los corazones de cuantos le rodeaban, pero el triste espectculo no movi a nadie a risa.

La prxima inconsciente torpeza de Tom fue levantarse y dejar la mesa justo cuando el capelln tom su lugar detrs de su silla, y, elevadas las manos y cerrados los ojos se dispona a comenzar la accin de gracias. Sin embargo, nadie pareci apercibirse de que el prncipe haba hecho algo inslito.

A peticin suya, nuestro amiguito fue ahora conducido a su gabinete particular, y lo dejaron solo y librado a su voluntad.

Pendientes de ganchos en el friso de madera estaban las diversas piezas de, una brillante armadura de acero, cubierta toda de bellos dibujos exquisitamente incrustados en oro. Esta marcial panoplia perteneca al verdadero prncipe, regalo reciente de la seora Parr, la reina. Tom se puso las grebes, los guanteletes, el yelmo empenachado y otras piezas tales que pudiera revestirse sin ayuda, y por un momento pens pedirla para completar el asunto, pero pens en las nueces que haba trado de la mesa, y en el, placer que sera comrselas sin nadie que le mirase y sin grandes hereditarios que le molestasen con sus servicios indeseables; as que volvi las lindas cosas, a sus diversos lugares y pronto estuvo cascando nueces, sintindose casi dichosa por primera vez, desde que Dios, en castigo de sus pecados, lo haba hecho principe. Cuando desaparecieron las nueces, dio con unos incitantes libros en un armario, entre ellos uno sobre la etiqueta de la corte inglesa. Aquello era un tesoro. Se tendi en un suntuoso divn y procedi a instruirse con verdadero afn. Dejmoslo all por ahora.

CAPTULO VIII

LA CUESTION DEL SELLO

Cerca de las cinco Enrique VIII despert de una siesta poco refrescante y se dijo entre dientes:

Malos sueos, malos sueos! Mi fin est cercana: as lo dicen estos presagios, y mi dbil pulso lo confirma. Un fulgor perverso ardi en sus ojos, y murmur: Sin embargo, no he de morir sino hasta que l vaya por delante.

Sus servidores percibieron que estaba despierto, y uno de ellos le pregunt su deseo respecto al lord canciller, que esperaba fuera.

Que entre, que entre! exclam el rey con presteza.

El lord canciller entr y se arrodill ante el lecho del rey, diciendo:

He dado orden, y, conforme al mandato del rey, los pares del reino, ataviados, se encuentran ahora en el tribunal de la Cmara, donde, habiendo confirmado la sentencia al duque de Norfolk, esperan humildemente lo que plegue a Su Majestad que se haga en este asunto.

El rostro del rey se ilumin de feroz jbilo. Dijo:

Levantadme. En persona voy a presentarme ante mi Parlamento, y con mi propia mano sellar el decreto que me libra de...

Le fall la voz; una palidez cenicienta borr el color de sus mejillas, y los servidores le recostaron sobre sus almohadas, y apresuradamente lo asistieron con tonificantes. A poco, dijo lleno de pesar:

Ah, cunto he esperado esta dulce hora!, y he que llega demasiado tarde, y me veo privado de esta ocasin tan codiciada. pero apresuraos, apresuraos!, que otros hagan este feliz oficio, ya que a m se me niega. Doy mi gran sello en comsin: elige t los lores que han de componerla, y andad a vuestro trabajo. Apresrate! Antes que salga el sol y se ponga de nuevo, treme su cabeza para que yo la vea.

Conforme al mandato del rey, as se har. Querr Vuestra Majestad ordenar, que el sello me sea devuelto, de manera que pueda llevar adelante el negocio?

El sello!Quin guarda el sello sino t?

Vuestra Majestad, hace dos das que me lo quitasteis, diciendo que no habra de utilizarse sino hasta que vuestra propia real mano lo usara sobre el decreto del duque de Norfolk.

S, en verdad as lo hice: Lo recuerdo. Qu hice de l?..: Estoy muy dbil... En estos das la memoria me es traidora tan frecuentemente... Es extrao, extrao...

El rey comenz a mascullar inarticuladamente, meneando de tiempo en tiempo su canosa cabeza dbilmente, y tratando de recordar lo que haba hecho del sello. Por fin, milord Hertford se aventur a arrodillarse y a ofrecer informacin:

Seor, si me permits la osada, varios de los presentes recuerdan como yo cmo pusisteis el gran sello en manos de Su Alteza el Prncipe de Gales para que lo guardase hasta el da que...

Cierto, ciertsimo! interrumpi el rey. Ve por l. Ve el tiempo vuela!

Lord Hertford vol hacia Tom, pero volvi ante el rey antes de mucho rato, turbado y con las manos vacas. Se expres de esta suerte:

Duleme, mi seor el rey, ser portador de tan graves y aflictivas nuevas, pero es voluntad de Dios que el prncipe permanezca trastornado, y no recuerda haber recibido el sello. As he venido al punto a decroslo, creyendo que sera perder un tiempo precioso, y adems en vano, que alguno intentara regstrar la larga serie de cmaras y salones que pertenecen a Su Alteza Real...

Un gruido del rey interrumpi al lord en este punto. Al cabo de un rato dijo Su Majestad, con acento de profunda tristeza:

No lo molestis ms, pobre nio. La mano de Dios se ha posado con fuerza sobre l, y mi corazn se deshace en amorosa compasin, y en pesar de no poder llevar su carga sobre mis propios viejos hombros cargados de dolor, y traerle la paz.

Cerr sus ojos, comenz a musitar y pronto call. A poco volvi a abrirlos y mir vagamente en torno, hasta que su mirada descans en el arrodillado lord canciller. Instantneamente su rostro se encendi de ira:

Qu? T aqu todava! Por la gloria de Dios, si no vas en seguida a lo de ese traidor, tu mitra holgar maana por falta de cabeza que adornar.

El tembloroso canciller respondi:

Imploro el perdn de Vuestra Majestad! Slo esperaba por el sello.

Has perdido el juicio, hombre? El sello pequeo, que antao sola yo llevar conmigo de viaje, est en mi tesoro. Y, puesto que el gran sello ha desaparecido, no bastar? Has perdido el juicio? Vete! Y escucha: no vuelvas aqu hasta que me traigas su cabeza.

El pobre canciller no tard en retirarse de esta peligrosa vecindad; ni perdi tiempo la comisin en dar el asenso real a la obra del esclavizado Parlamento, y designado el da siguiente para la decapitacin del primer par de Inglaterra, el desafortunado duque de Norfolk.5

5. PENA DE MUERTE PARA NORFOLK

La Cmara de los Pares, sin interrogar al prisionero, sin proceso o evidencia, decreto la pena de muerte en su contra y la pas a la Cmara de los Comunes.... Estos serviles representantes del pueblo obedecieron las indicaciones de su rey; y ste, habiendo firmado el asentimiento real del documento presentada a la gran comisin, dio rdenes para que Norfolk fuese ejecutada en la maana del 29 de enero (el da, siguiente).

CAPTULO IX

EL ESPECTCULO DEL RO

A las nueve de la noche toda la extensa ribera frente al palacio fulguraba de luces. El ro mismo, hasta donde alcanzaba la vista en direccin a la ciudad, estaba tan espesamente cubierto de botes y barcas de recreo, todos orlados con linternas de colores y suavemente agitados por las ondas, que pareca un reluciente e ilimitado jardn de flores animadas a suave movimiento por vientos estivales. La gran escalinata de peldaos de piedra que conduca a la orilla, lo bastante espaciosa para dar cabida al ejrcito de un prncipe alemn, era un cuadro digno de verse, con sus filas de alabarderos reales en pulidas armaduras y sus tropas de ataviados servidores, revoloteando de arriba abajo, y de ac para all, con la prisa de los preparativos.

De pronto se dio una orden y de inmediato toda criatura viviente se esfum de los escalones. Ahora el aire estaba cargado con el silencio del suspenso y la expectacin. Hasta donde alcanzaba la vista, poda verse a miles de personas en los botes, que se levantaban y se protegan los ojos del brillo de las lintemas y las antorchas, y miraban hacia el palacio.

Una fila de cuarenta o cincuenta barcas reales se dirigi hacia los escolones. Estaban ornadas de ricos dorados, y sus altivas proas y popas estaban laboriosamente talladas. Algunas de ellas iban decoradas con banderas y gallardetes, otras, con brocados y tapices de Arrs con escudos de armas bordados; otras con banderas de seda que tenan innumerables campanillas de plata pendientes de ellas que lanzaban una lluvia de alegre msica cada vez que las agitaba la brisa; otras, de ms altas pretensiones, puesto que pertenecan a los nobles de servicio ms cercano al prncipe, tenan los costados pintorescamente guardados con escudos suntuosamente blasonados de armas y emblemas. Cada barca real iba remolcada por un patache. Adems de los remeros, stos llevaban unos cuantos hombres de armas de relucientes yelmos y petos, y una compaa de msicos. La vanguardia de la esperada procesin hizo su aparicin en la pueda principal: una tropa de alabarderos. Iban vestidos con calzas de listas negras y leonadas, garras, de tercio pelo adornadas a los lados con rasas de plata, y jubones de pao azul y morado, bordados por delante y por detrs con las tres plumas, el blasn del prncipe, tejidas en oro. Las astas de las alabardas estaban cubiertas de terciopelo carmes, sujeto con clavos dorados y adornadas con borlas de oro. Desfilando a derecha e izquierda, formaban dos largas hileras que se extendan desde la puerta principal del palacio hasta la orilla del agua. Despus se despleg un grueso pao o tapiz rayado, y unos servidores, ataviados con las libreas de oro y carmes del prncipe, lo tendieron entre los alabarderos. Hecho esto, reson dentro un floreo de trompetas. Los msicos del ro comenzaran un animado preludio y dos ujieres con varas blancas salieron por la puerta con lento y majestuoso paso. Iban seguidos por un oficial que llevaba la maza municipal, tras el cual vena otro con la espada de la ciudad; luego varios alguaciles de la guarnicin de la ciudad, con todos sus aprestos, y con divisas en las mangas. Vena luego el rey de armas de la Jarretera, con su tabardo; lo seguan varios caballeros del Bao, cada uno can una cinta blanca en la manga; luego sus escuderos; despus los jueces, con sus togas escarlatas y sus cofias; luego el lord gran canciller de Inglaterra, con su toga escarlata, abierta por delante y, orlada de piel blanca con manchas negras; luego una comisin de regidores con sus capas escarlata, y luego los principales de las diferentes compaas cvicas en traje de ceremonia. Despus venan doce caballeros franceses, con esplndidos atavos, consistentes en jubones de damasco blanco listado de oro, capas cortas de terciopelo carmes, forradas de tafetn violeta y calzas color carne, y comenzaron a descender por la escalinata. Eran el squito del embajador francs, e iban seguidos por doce caballeros del squito del embajador espaol, vestidos de terciopelo negro sin ningn alomo. En pos de stos venan varios importantes nobles ingleses con sus servidores.

Sintise dentro floreo de trompetas, y el to del prncipe, el futuro gran duque de Somerset, sali de la verja, ataviado con un jubn de brocado negro y una capa de raso carmes con flores de oro, y ribeteada con redecillas de plata. Volvise, se quit la gorra adornada con plumas, inclin su cuerpo en profunda reverencia y empezo a retroceder de espaldas, saludando a cada escaln. Sigui prolongado son de trompetas y la proclamacin: Paso al alto y poderoso seor Eduardo Prncipe de Gales! En lo alto de los muros de palacio prorrumpi en estrpito atronador una larga hilera de rojas lenguas de fuego; la gente apiada en el ro estall en potente rugido de bienvenida, y Tom Canty, causa y hroe de todo aquello, apareci a la vista, e inclin levemente su principesca cabeza:

Iba magnficamente vestido con un justillo de raso blanco, con pachera de tis prpura, salpicado de diamantes y ribeteado de armio. Sobre esto llevaba una capa de brocado blanco con la corona de tres plumas, forrada de raso azul, adornada con perlas y piedras preciosas y sujeta con un broche de brillantes. De su cuello penda la orden de la Jarretera y varias condecoraciones reales de pases extranjeros, y cada vez que le daba la luz, las joyas resplandecan con deslumbrantes destellos. Oh, Tom Canty, nacido en un cobertizo, educado en los arroyos de Londres, familiarizado con los andrajos y la suciedad y la miseria!, qu espectculo es ste!

CAPTULO X

LAS PENAS DEL PRNCIPE

Dejamos a Juan Canty arrastrando al verdadero prncipe hacia Offal Court, con una ruidosa y regocijada turba pisndole los talones. En ella slo hubo una persona que brind una palabra rogando por el cautivo, y no le hicieron caso: tan grande era el tumulto que apenas incluso se oy. Continu el prncipe luchando por su libertad y protestando contra el tratamiento que sufra, hasta que Juan Canty perdi la poca paciencia que le quedaba y con repentino furor levant su garrote de roble sobre la cabeza del prncipe. El nico defensor del chico salt para detener el brazo del hombre, y el golpe dio en su propia mueca. Canty rugi:

Quieres entrometerte? Pues ten tu recompensa!

Su garrote se estrell en la cabeza del mediador. Se oy un gemido, una forma opaca se hundi en tierra entre los pies de la muchedumbre, y un momento despus yaca sola en la oscuridad. La turba continu, sin que su diversin fuera perturbada por este episodio.

A poco el prncipe se encontr en la morada de Juan Canty, con la puerta cerrada a los entremetidos. A la vaga luz de una vela de sebo, encajada en una botella, descubri los rasgos principales del repugnante tugurio, y tambin los de sus ocupantes: Dos desgreadas muchachas y una mujer de edad madura en cuclillas contra la pared en un rincn, con el aspecto de animales habituados a los malos tratos y en ese momento esperndolos y temindolos. De otro rincn sali una bruja seca, con el pelo canoso revuelto y perversos ojos. Juan Canty le dijo a sta:

Espera, tenemos buena mojiganga. No la estropees hasta que la hayas disfrutado; despus, que sea tu mano tan pesada como quieras. Acrcate, rapaz; ahora repite tus tonteras, si no se te han olvidado. Di tu nombre. Quin eres?

La ofendida sangre subi una vez ms a las mejillas del pequeo prncipe, y ste lanz una mirada firme e indignada al rostro del hombre y dijo:

Mala crianza es en uno coma t mandarme hablar. Te digo ahora, como te he dicho antes, soy Eduardo, Prncipe de Gales, y ningn otro.

La sorpresa apabullante de esta contestacin clav los pies de la vieja al suelo y la dej casi sin aliento. Mir al prncipe con estpido asombro, lo que divirti tanto al bandido de su hijo que lo hizo reventar en un rugido de risa. Mas el efecto fue distinto en la madre y en las hermanos de Tom Canty. Su temor a los daos corporales dio paso a una preocupacin de distinta especie. Se adelantaron con los rostros afligidos y desalentados, exclamando:

Oh, pobre Tom, pobre nio! La madre cay de rodillas ante el prncipe, puso sus manos sobre los hombros del nio y entre las lgrimas que asomaban a sus ojos mir ansiosamente su rostro. Luego dijo:

Oh, mi pobre nio! Finalmente tus necias lecturas han tenido su efecto y te han trastornado el juicio! Ay! Por qu te aferrabas a ellas cuando tanto te prevena yo en contra? Has desgarrado el corazn de tu madre!

El prncipe la mir y dijo dulcemente:

Tu hijo est bien y no ha perdido el juicio, buena mujer. Consulate. Llvame al palacio donde se halla, y el rey, mi padre, te lo devolver inmediatamente.

El rey tu padre? Oh, hijo mo! No digas esas palabras, que pueden traerte la muerte, y la ruina para todos los que estn cerca de ti. Sacude ese horrible sueo. Recobra tu pobre memoria errante. Mrame. No soy yo tu madre, la que te ha dado el ser y tanto te ha amado?

El prncipe movi la cabeza y dijo pesaroso:

Dios sabe que me duele afligir tu corazn,, pera verdaderamente nunca he visto tu cara antes.

La mujer cay sentada al suelo, y, cubrindose los ojos con las manos, abri paso a desgarradores sollozos y lamentos:

Que siga el espectculo! grit Canty. Eh, Nan! Eh, Bet! Mozuelas sin modales! Estis en pie en presencia del prncipe? De rodillas, hez de mendigas, y hacedle reverencia!

Continu esto con una grosera carcajada. Las muchachas empezaron a suplicar tmidamente por su hermano, y Nan dijo:

Djalo que se acueste, padre; que descanse, y el sueo curar su locura. Hazlo, te lo ruego.

Hazlo, padre! dijo Bet; est ms cansado que de ordinario. Maana volver a ser l mismo, y mendigar con diligencia, y no volver a casa con las manos vacas.

Esta observacin apag la jovialidad del padre, y le record el negocio. Volvise enojado al prncipe, y dijo:

Maana tenemos que pagar dos peniques al dueo de este agujero, dos peniques, advirtelo, todo este dinero por medio ao de renta, de lo contrario saldremos fuera de aqu. Muestra lo que has reunidos mendigando.

El prncipe contest:

No me ofendas con tus srdidos asuntos. Te vuelvo a decir que soy el hijo del rey.

Un recio golpe, de la ancha palma de Canty en el hombro del nio lo mand tambalendose a los brazos de la buena mujer de Canty, quien lo estrech contra su seno, y lo defendi de una violenta lluvia de puetazos y bofetadas, interponiendo su propia persona. Las asustadas muchachas se retiraron a su rincn, pero la abuela avanz muy solcita para asistir a su hijo. El prncipe se separ de la seora Canty exclamando:

No has de padecer t por mi causa, seora. Deja que esos cerdos hagan lo que quieran conmigo solo.

Estas palabras encolerizaron a los cerdos a tal grado que pusieron manos a la obra sin prdida de tiempo. Entre ambos apalearon vigorosamente al nio, y luego dieron una golpiza a las nias y a su madre por haber mostrado compasin de la vctima.

Ahora dijo Canty, a la cama todos! La diversin me ha fatigado.

Apagse la vela y se acost la familia. En cuanto los ronquidos del jefe de la casa y de su madre mostraron que estaban dormidos, las muchachas se deslizaron adonde yaca el prncipe y lo resguardaron tiernamente del fro con paja y andrajos; y su madre tambin se desliz hacia l, y le alis el pelo, y llor sobre l, mientras susurraba en sus odos entrecortadas palabras de consuelo y compasin. Haba guardado adems un bocado para que lo comiera, mas los dolores del nio le haban quitado todo apetito, por lo menos de mendrugos negros e inspidos. Estaba conmovido por la brava y costosa defensa que haba hecha de l, y por su conmiseracin, y le dio las gracias con palabras muy nobles y principescas y le rog que se fuera a dormir y tratase de olvidar sus penas. Y aadi que el rey, su padre, no dejara sin recompensa su leal benevolencia y devocin. Este retorno a su locura desgarr de nuevo el corazn de ella, que lo volvi a estrechar una y otra vez contra su pecho, y luego se volvi a su cama, ahogada en lgrimas.

Mientras yaca pensando y lamentndose empez a deslizarse en su mente la idea de que en aquel nio haba algo indefinible de que careca Tom Canty, loco o cuerdo. No podia describirlo, no poda decir exactamente qu era, y, sin embargo, su agudo instinto maternal pareca detectarlo y percibirlo. Y si el nio no fuera, despus de todo, realmente su hijo? Oh, absurdo! Casi sonri ante esta idea, a pesar de sus pesares y de sus problemas. Sin embargo, era una idea que no ceda, sino que persista en dominarla. La persegua, la hostigaba, se aferraba a ella, y se negaba a ser desechada o ignorada. Por fin, percibi que no habra sosiego para ella hasta que idease una prueba que demostrara claramente y sin duda si aquel muchacho era su hijo o no, y as desvanecer estas fatigosas y atormentadoras dudas. Ah, s!, ste era sencillamente el mejor camino para salir del problema, as que puso su mente a trabajar de inmediato para urdir la prueba. Pero era mucho ms fcil proponrselo que conseguirlo.

Dio vueltas en su cabeza una tras otra a prometedoras pruebas pero se vio obligada a desecharlas todas: ninguna de ellas era completamente segura, absolutamente perfecta; y una imperfecta no poda satisfacerla. Evidentemente, se rompa la cabeza en vano; era casi seguro que tendra que dejar el asunto. Mientras pasaba por su mente este deprimente pensamiento, su odo capt la respiracin regular del nio, y supo que se haba dormido. Y mientras escuchaba la respiracin acompasada, fue interrumpida por un leve grito de sobresalto, como el que se emite en un sueo perturbado.

Este suceso casual la arm instantneamente de un plan que vala ms que todas sus maquinaciones combinadas. Al punto se puso febrilmente, pero silenciosamente, a trabajar, a encender de nuevo su vela, dicindose: Si entonces lo hubiera visto lo habra sabido. Desde aquel da, cuando era pequeo, en que la plvora estall en su cara, no ha sido sobresaltado de pronto, ni de sus sueos ni de sus pensamientos, sin llevarse las manos a los ojos, como lo hizo aquel da, y no como lo haran otros, con las palmas hacia dentro, sino siempre con las palmas hacia fuera. Lo he visto cien veces, y no ha variado nunca ni fallado nunca. S, pronto lo sabr, ahora!

Para esto se haba escurrido haca el nio dormido con la vela tapada con la mano. Cuidadosamente, con cautela, se inclin sobre l, casi sin respirar, en su reprimida excitacin, y de pronto le acerc la luz a la cara y golpe el suelo con los nudillos junto al odo del nio. Los ojos de ste se abrieron asombrados, y dirigi una mirada perpleja en torno, pero no hizo ningn movimiento especial con sus manos.

La pobre, mujer fue herida sin compasin por la sorpresa y el dolor, pero consigui ocultar sus emociones y calmar al nio hasta dormirlo de nuevo. Luego se desliz aparte y habl consigo misma, lastimosamente, sobre el desastroso resultado de su experimento.

Trataba de creer que la locura de su Tom haba desaparecido su habitual ademn, pero no poda conseguirlo.

No se dijo; sus manos no estn locas, no podran haber olvidado en tan poco tiempo un hbito tan viejo. Oh, es un triste da para m!

No obstante, la esperanza era ahora tan pertinaz como antes lo haba sido la duda; no poda aceptar el veredicto de la prueba. Tena que intentarlo de nuevo el fracasa debe haber sido slo un accidente. As despert al nio una segunda y una tercera vez, a intervalos, con el mismo resultado que arroj la primera prueba; luego se arrastr hasta, su cama y se durmi angustiada, diciendo:

Pero no puedo renunciar a l, oh, no, no puedo, no puedo; debe ser mi hijo!

Habiendo cesada las interrupciones de la pobre madre, y habiendo perdido gradualmente lcs dolores del prncipe su poder de perturbarlo, por fin la extrema fatiga cerr sus ojos en un sueo profundo y reparador. Transcurri hora tras hora, y sigui durmiendo como un bendito. As pasaron cuatro o cinco horas. Entonces su sopor empez a aligerarse. De pronto, entre despierto y dormido, balbuce:

Sir William!

Y al cabo de un momento:

Hola, sir William Herbert! Ven ac y escucha el sueo ms raro que... Sir William! Escuchas? Vaya! He soado que me converta en mendigo, y... Hola! Guardias! Sir William! Cmo! No hay aqu ningn ayuda de cmara? Ah!... A fe ma que...

Qu te aqueja? pregunt un susurro junto l. A quin llamas?

A sir William Herbert. Quin eres t?

Yo? Quin habra de ser sino tu hermana Nan? Ah, Tom! Se