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VISITA PRIMAVERAL a los duendes de La Peña de LARA La primavera había llegado hacía poco más de tres semanas. Durante los crudos meses de invierno, CITEREA, junto con su familia, había permanecido al cobijo dentro de su vivienda situada al píe de la Antigua Fuente que año tras año, desde hace muchos, regaba los viñedos y los campos de trigo del valle enclavado a los píes de la majestuosa Peña de Lara que - orgullosa de su pasado histórico - se erguía en medio de los campos cuál fiero mástil de noble barco. Muy atrás en el tiempo, el castillo de la Familia Lara, situado en la cima, dominaba desde tan grandiosa atalaya toda la panorámica de las tierras situadas a su alrededor. Islotes color carmesí - formados por miles de rojas amapolas - alegraban con sus llamativos tonos el color dorado de las espigas de trigo. En lo alto de una colina cercana, una vieja ermita románica se alzaba cuál "extraña nave" que de un momento a otro fuese a surcar las olas doradas de los campos de trigo a sus píes. Hasta hace pocos años, había estado bajo la advocación de “Nuestra Señora de las Viñas” pero la abuela de Citerea le había contado que a ella - su propia abuela - le había referido que mil años atrás la construcción original era un "NINFEO", es decir, un lugar consagrado a las Ninfas, a la Naturaleza, al Sol y a la Luna. Todavía perduraban restos pétreos que confirmaban la antigua tradición. Justo en el arco central de entrada al altar mayor podían verse dos bajo-relieves en piedra. En uno estaba tallada en letras la palabra "S-OL" a ambos lados de una figura con un "halo solar" alrededor de su cabeza. 1

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VISITA PRIMAVERALa los duendes de La Peña de LARA

La primavera había llegado hacía poco más de tres semanas.

Durante los crudos meses de invierno, CITEREA, junto con su familia, había permanecido al cobijo dentro de su vivienda situada al píe de la Antigua Fuente que año tras año, desde hace muchos, regaba los viñedos y los campos de trigo del valle enclavado a los píes de la majestuosa Peña de Lara que - orgullosa de su pasado histórico - se erguía en medio de los campos cuál fiero mástil de noble barco.

Muy atrás en el tiempo, el castillo de la Familia Lara, situado en la cima, dominaba desde tan grandiosa atalaya toda la panorámica de las tierras situadas a su alrededor.

Islotes color carmesí - formados por miles de rojas amapolas - alegraban con sus llamativos tonos el color dorado de las espigas de trigo.

En lo alto de una colina cercana, una vieja ermita románica se alzaba cuál "extraña nave" que de un momento a otro fuese a surcar las olas doradas de los campos de trigo a sus píes.

Hasta hace pocos años, había estado bajo la advocación de “Nuestra Señora de las Viñas” pero la abuela de Citerea le había contado que a ella - su propia abuela - le había referido que mil años atrás la construcción original era un "NINFEO", es decir, un lugar consagrado a las Ninfas, a la Naturaleza, al Sol y a la Luna.

Todavía perduraban restos pétreos que confirmaban la antigua tradición.

Justo en el arco central de entrada al altar mayor podían verse dos bajo-relieves en piedra.

En uno estaba tallada en letras la palabra "S-OL" a ambos lados de una figura con un "halo solar" alrededor de su cabeza.

En la otra piedra, se podía leer la palabra " LV-NA" tallada a ambos lados de una “figura barbuda”.

En varias culturas del mundo - le había contado su abuela materna - la LUNA está considerada una "divinidad masculina" de ahí que a veces podía ser representada "con barba".

En Peña Lara los meses de invierno eran muy fríos.

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El Viento Cierzo soplaba incansable y la nieve cubría los sufridos campos castellanos.

Rara era la noche que la “Dama Helada” no hiciera su aparición.

Ningún ser viviente la había visto "cara a cara".

Los más osados que lo intentaron, o aquellos que por negligencia se habían casualmente encontrado con ella, habían pagado con su vida la experiencia.

¡Bella sí debía ser! no había más que ver el iriscente brillo que dejaba sobre la tierra o los troncos helados pero su belleza era letal; allí dónde ponía el píe o dirigía la mirada quedaba inerte.

Esto hacía que en el Valle de Lara las actividades exteriores casi cesaban una vez pasadas las Fiestas del Solsticio de Invierno que se celebraban alrededor del día 21 de Diciembre.

Celebraban el acontecimiento reuniéndose la gente para compartir excelentes manjares y hacerse regalos para conmemorar el "Nacimiento del Sol" que a partir de esa fecha se mostraba por más horas en el cielo alargando diariamente las horas diurnas.

Dado que la fecha del solsticio es la del momento en que el sol pasa del signo zodiacal de Sagitario al de Capricornio cuyo planeta regente es Saturno, los antiguos romanos honoraban a SATURNO - Padre de todos los dioses - en unas alegres fiestas que se conocían como "Las Saturnales".

Pero aunque el sol empezaba a "crecer", sus rayos eran todavía muy débiles y la mayoría de los días no podía llegar a traspasar la gruesa cortina de nubes que le separaba de la Tierra.

Seguía pues haciendo mucho frío en el exterior y la gente permanecía ocupada en labores artesanales dentro de sus propias casas esperando la llegada del Equinocio de PRIMAVERA, día del año - junto con el correspondiente al Equinocio de Otoño - en que las horas "de día" y "de noche" se igualan en duración.

Con la llegada de la PRIMAVERA todo se había puesto en movimiento.

En casa de Citerea, al igual que en todas las casas del valle, había una gran actividad.

Era el momento de abrir todas las ventanas para que el todavía tímido sol primaveral entrase por ellas disipando las sombras melancólicas del invierno. Todos participaban en la "limpieza general" de todo.

Cortinas y visillos se descolgaban de lo alto de la pared para ser lavados junto con las colchas y las sábanas. Luego se tendían sobre la hierba del pequeño jardín para que el sol los secase y tostase bien con el fin de evitar los graves enfriamientos que se originaban por vestir o dormir con ropa

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húmeda.

Se quitaba el polvo de los muebles y se limpiaban todos los cristales. Los hombres reparaban las averías ocasionadas por el viento o por el hielo sobre la madera de los tejados, puertas, ventanas, el granero o la valla del jardín.

Al igual que cada año con la llegada de la primavera, la "Gente Menuda" ("Little People" les llama la gente inglesa) se sentía feliz, eufórica y con ganas de hacer muchas cosas pero para Citerea además aquella primavera tenía además "algo especial".

Tres días antes "HALCÓN" había llegado al valle, procedente de las Tierras del Norte.

Halcón era el mensajero encargado de traer y llevar noticias entre los pobladores del Lago Enol y los del Valle de Lara. Era algo así como un "cartero privado".

Esta vez, atado a una de sus patas, traía un mensaje para la familia de Citerea.

Estaba escrito por tía ERIGONA - hermana de su madre - que textualmente decía:

"Querida hermana Pentesilea. Este mensaje es para informarte de la próxima visita que en breve os hará mi hijo TAETON. Ha crecido mucho en estos últimos meses y se ha hecho un chico mayor. Me ha pedido permiso para iros a visitar.

Está muy ilusionado con la idea de conocer vuestro valle y al mismo tiempo pasar con vosotros el 1 de Mayo para celebrar las fiestas de "LA ROSALIA" que tan espléndidamente preparáis. Es un chico inquieto e imaginativo pero con buen corazón. No os causará problemas y os hará reír con sus ocurrencias y buen humor. Viaja a lomos de su amigo Oso PÁRDO. Un abrazo y besos de Erigona".Cuándo en la sobremesa, la mamá de Citerea leyó en voz alta, para toda la familia, el mensaje que la enviaba su hermana desde el País de los Astyres, Citerea notó que el corazón la golpeaba fuertemente dentro del pecho y que un inusitado calor enrojecía sus mejillas poniéndolas al rojo vivo.

- ¡Que sensación más extraña! - pensó. Menos mal que nadie la miraba a ella, entretenidos como estaban todos siguiendo emocionados el contenido del mensaje.

Después de comer salió al jardín y, como todas las tardes, se sentó al píe de su árbol favorito que hacía las veces de su "confidente". Su papá le había plantado justo el día en que había nacido Citerea así que ambos habían ido creciendo a la par como si "hermanos gemelos" hubiesen sido.

Era su amigo El Almendro que ya - como cada primavera - lucía con esplendor sus ramas cuajadas de delicadas flores blancas cuál si cientos de

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mariposas albinas se hubiesen posado todas a la vez sobre él para así adornarlo.

- ¿Sabes, Hermano Almendro que viene mi primo Taeton? - le susurró Citerea.

“Almendro” inclinó una de sus ramas sobre el rostro de Citerea para así hacerla saber que la escuchaba atentamente.

- ¡Nunca nos hemos visto!. ¿Cómo será? ....

La distancia que les separaba era casi de 400 kilómetros. El viaje era arriesgado, ya fuese como hacían los astyres "a lomos de un oso", ya fuese como hacían "la gente menuda" de su propio Valle de Lara que, como medio de locomoción, utilizaban la gentil ayuda de las “Águilas Reales” que habitaban en las Covas-Rubias situadas hacia el este.

El caso era que iba a llegar pronto y una desconocida pero dulce emoción, mezcla de curiosidad y timidez, embargaba el corazón de la pequeña Citerea. A Taetón solamente le había visto en fotos pero siempre le había parecido guapo y simpático.

- ¿Cómo sería en la realidad? ... y ella, ¿le gustaría a él??? ... Quizás él ya tenía su chica favorita allí dónde él vivía ? ...

Citerea por su parte tenía muchos amigos y amigas con los que jugaba y hacía frecuentes excursiones por el campo. Había sobre todo un chico que siempre hacía por estar a su lado. Se llamaba Albión. Solía regalarla ramitos de flores hechos con amapolas, margaritas y malvas. Incluso una vez la había defendido de un chico mayor que intentaba asustarla cerrándola el paso. Albión que lo vio, arreó una patada con todas sus fuerzas al chico grande y agarrando a Citerea de la mano salieron pitando en dirección contraria.

Tan ensimismada se encontraba Citerea en sus divagaciones que ni siquiera escuchó los pasos de su mamá que se acercaba. Así cuándo escuchó de repente la voz de su madre diciéndola:

- Citerea, ¿puedes venir a ayudarme?...

Ella pegó tal respingo que se quedó pasmada mirando a su madre como si fuese un ser de otro mundo. Apenas pudo balbucear: - Sí mamá, ¿qué quieres que haga?.

- Necesito que me ayudes con "los huevos de seda". Tenemos que ver que estén cómodos y cuidados ya que pronto empezarán a salir de ellos las mariposas y hay que tener todo dispuesto y preparado para la ocasión.

Precisamente, entre las muchas responsabilidades que tienen los duendes, una de las más primordiales es "cuidar de las flores y de los insectos". La fiesta del "Mayo" estaba cerca y había que procurar que tanto las flores, como las mariposas, las mariquitas, los ciempiés y los gusanos de luz estuviesen arreglados y acicalados lo mejor posible para semejante ocasión.

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Citerea se levantó y fue a mimar a los frágiles huevos que habían puesto los gusanos de seda.

Más tarde, agarrando el cubo de madera que su papá había hecho con la cáscara de una bellota, se acercó a la fuente para llenarlo de agua. A continuación lleno la jofaina - hecha con una cáscara verde de almendruco - y cogiendo un gran cepillo empezó a lavar el caparazón de los pequeños escarabajos que lo tenían manchado de tierra. Dejó su quehacer cuándo ya los últimos rayos del sol de la tarde desaparecían al poniente entre las crestas de los picos de la Sierra de la Demanda.

Después de cenar un tazón de polen de abeja mezclado con néctar de lilas, Citerea se fue a dormir. Aquella noche soñó que se encontraba con Taeton en una cueva cuyo suelo estaba cubierto de una gruesa capa de hielo que relucía con todos los colores del Arco - Iris.

Del techo pendían picudas estalactitas de diversas formas y tamaños, las cuáles, junto con las transparentes estalagmitas que surgían hacía arriba del suelo, daban a quién se háyase en la estancia la impresión de encontrarse dentro de una catedral gótica de impresionante color, tamaño y diseño.

Citerea notó que Taeton la daba la mano y tirando de ella, empezaron a caminar juntos hacia un pasillo al fondo del cuál a lo lejos, se vislumbraba una brillante luz blanca.

Poco a poco fueron acercándose a la luz. Bajo sus píes notaba el frío de las baldosas de hielo transparente.

Al final del corredor se encontraron con una gran sala, en el centro de la cuál, y sobre una columna también de hielo, había un Gran Cáliz Verde Esmeralda. Del interior del cáliz salían destellos azules y dorados.

Una voz dulce y profunda, surgida de no se sabe donde, resonó en la sagrada estancia.

- Os encontráis delante del "Cáliz de la Abundancia". Podéis pedir un deseo.

Taeton y Citerea se miraron uno a otro. Miles de pensamientos pasaron por su cabeza en fracción de un segundo, sin embargo ambos se vieron pronunciando al unísono:

- Amor y Felicidad por Todo y para Todos -

Acabadas de pronunciar estas palabras, del interior del cáliz empezó a descender por sus bordes "una delicada lluvia de pequeños corazones dorados". El líquido iba deslizándose lentamente hacia abajo de la columna ... llegó al suelo ... y empezó a cubrirlo ...

Citerea y Taeton sentían como el líquido les cubría los píes y suavemente ascendía por sus rodillas cubriéndolas. Cuándo el líquido les llegó a la altura del corazón, ambos se miraron y sus labios se acercaron ... En el momento

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en que los labios se tocaban ... ¡un fogonazo de luz!.

Citerea bruscamente se despertó y se encontró durmiendo en su propia habitación.

Los primeros rayos de sol empezaban a iluminar el cielo y la Dama ALBA adornada de suaves tintes rosas y azules se coló por la ventana, llenando la habitación de Citerea con su nacarado resplandor. En el aire flotaban "chispitas doradas" que graciosamente se balanceaban suavemente de un lado para otro.

Afuera golondrinas y vencejos se afanaban ya - revoloteando con sus alegres trinos - de un lado para otro. Unos suaves golpes en la puerta y la voz de mamá diciendo:

- ¡Buenos días!, Citerea. ¿Dormiste bien?.

- ¡Sí, mamá! - respondió Citerea - mientras saltaba de la cama y empezaba a vestirse.

Ese día, Citerea, se encargó de ayudar a su amiguita La Hormiga a arreglar su vivienda que había quedado derrumbada en algunas estancias, debido a la nieve que había penetrado por la puerta de entrada durante los meses de invierno.

El día siguiente lo pasó lustrando cada una de las botitas de su amigo El Cien-Píes. Acabó rendida pero contenta de haber visto la cara de satisfacción de su amigo una vez finalizado el trabajo.

Eran las primeras horas de la mañana del 23 de abril cuándo - estando ella agachada, ocupada en retocar, en el jardín de la parte de atrás de la casa, el color de unos lirios morados qué crecían allí junto a unas fragantes azucenas blancas - su mamá saliendo por la puerta de la cocina gritó alborozada:

- ¡Citerea! ¡Citerea! ven ... corre ... acaba de llegar TAETON! ....

A Citerea de la impresión se la cayó el pincel que sostenía en su mano derecha. Cuándo fue a ponerse en píe, con la rodilla volcó el bote de pintura y su contenido impregnó ... de un vistoso tono morado ... las medías verdes de Citerea.

Una vez totalmente de píe, comprobó aterrada que sus zapatitos rojos ya no eran rojos sino ¡morados!. Se quedó petrificada en el sitio sin poder moverse y como una sonámbula vio avanzar hacia ella a un simpático duende de pelo rubio y grandes ojos azules.

- ¡Hola, prima! - escuchó decir como en un ensueño - mientras su primo la abrazaba y la daba un beso en cada mejilla.

- Me alegro mucho de conocerte. Ya veo que eres "pintora" - continúo Taeton mientras descaradamente miraba las piernas y zapatos de su prima

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llenos de pintura de color morado.

CITEREA hubiese querido desaparecer, pero la risa alegre y desenfadada de TAETON, sin un ápice de malicia, la hizo primero dibujar una tímida sonrisa para luego enseguida unirse a las hilarantes carcajadas de su primo recién llegado.

Así riendo sin parar, como dos tontos felices, les encontró la mamá de Citerea cuándo salió al jardín. Cuando luego vio "la facha" que tenía su hija, se unió al grupo de alegres carcajadas también.

Aquella tarde, después de comer fueron paseando, agarrados de la mano, a lo largo del arroyo que nacía en La Antigua Fuente. Álamos situados a ambos lados de las orillas sombreaban tímidamente el camino al tiempo que lucían sus primeras y tiernas hojas verdes mientras remolonamente estiraban - a los tibios rayos de sol -sus ramas tratando de abrazarlo entre sus brazos pujantes de savia nueva.

Mientras paseaban primero se encontraron con un grupo de Elfos atareados en "repintar" de rojo con puntos negros, a un numeroso grupo de coquetuelas Mariquitas que reían y parloteaban sin parar contándose sus cuitas.

Por la tarde, ya de vuelta a casa, vieron con las primeras sombras del ocaso, a un grupo de Gusanos de Luz alrededor de una pequeña Hada - que sentada encima de una “amanita muscaria” de color rojo con lunares blancos - les enseñaba a practicar ejercicios de relajación y concentración para que, de este modo, el día de la fiesta mayor pudiesen brillar con sus más bellos y luminosos colores verde-dorado.

El 28 de Abril fue un día de mucho trabajo para todos. Los capullos de seda, uno por uno, habían empezado a abrirse desde primeras horas de la mañana y las recién nacidas mariposas necesitaban de los cuidados de toda la comunidad de duendes para ayudarlas a extender, suave y lentamente, sus frágiles y delicadas alas todavía húmedas. Había que extenderlas al sol con mucho esmero para que se secasen bien. De este modo se hacían más resistentes y menos vulnerables.

El día siguiente toda la Gente Menuda, con botes de pintura y brocha en mano, se lo pasaron dando rienda suelta a su imaginación mientras extraños diseños y divertidos colores cubrían las, hasta entonces, todavía blancas alas de las recién nacidas mariposas.

El día 30 - víspera de la fiesta - cada uno de la casa, estuvo haciendo los últimos preparativos de las ropas y adornos que lucirían en el gran baile del día siguiente.

CITEREA optó lo primero por un reconfortante baño. Llenó la bañera de agua templada y en ella echó bayas de enebro y hojas de romero, tomillo y eucalipto. Sumergida en el agua de la bañera, que despedía un aroma cuya fragancia la calmaba haciéndola sentir feliz, se imaginó a sí misma ya vestida con el traje de gala que para tal ocasión se había confeccionado con los pétalos de una magnolia.

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Su pelo rojo bermejo, lo llevaría adornado con una diadema blanca hecha de minúsculos "lirios del bosque". Una capa hecha con hojas de yedra, realzaría sus ojos verdes.

Citerea ronroneaba feliz como un gato, dentro del agua calentita de la bañera, imaginándose su propio aspecto y el de los demás invitados a la fiesta, ya que todo el mundo hacía incluso lo imposible con tal de que la CELEBRACIÓN en honor de la naturaleza y la vegetación, resultase lo más esplendorosa y divertida posible.

Durante la cena, todo el mundo se encontraba eufórico, dicharachero y feliz viviendo a tope la emoción de las horas precedentes a la exaltación del Árbol de Mayo.

Y por fin, el 1 de MAYO amaneció radiante.

Un deslumbrante sol, desde lo alto de la cúpula azul del cielo, derramaba sus rayos paternales sobre el valle. De este modo se unía participando de la alegría y felicidad de las criaturas terrestres.

A las 12 del mediodía, toda la Gente Menuda del Valle de Lara se encontraba ya congregada en el claro del Bosque de Robles.

Como vivían muy distanciados unos de otros, las "Fiestas de la Rosalía" eran una ocasión excelente para reencontrarse con los viejos amigos y para entablar nuevas amistades.

Sin embargo, Citerea ese año no tenía interés alguno en conocer a nadie nuevo.

Encandilada como estaba con su primo Taeton no dejaba de mirarle ni un momento, aunque fuese de reojo para que nadie se diese cuenta. ¡Uf! ¡Se sentía tan feliz!!!...

Cuándo después de la comida campestre, con postre de trufas, se fueron a descansar al píe de un viejo roble, Citerea miró al cielo e imaginó que ella y Taeton se montaban en una algodonosa y simpática nube que les transportaba a tierras lejanas. Así tranquilamente se quedó sumida en sus dulces sueños. Cuándo se despertó, el astro rey se retiraba ya a descansar después de un día feliz y entretenido.

Tan pronto como el último rayo de sol desapareció - como un brillante punto de luz verde - en el horizonte, todos los gusanos de luz, cientos y miles de ellos repartidos entre los troncos y ramas de los árboles, encendieron sus luces iluminando a todos los congregados con sus rutilantes destellos verdes y dorados.

Las llamas de las numerosas HOGUERAS formaban tres CÍRCULOS concéntricos sobre el claro del bosque. La orquesta "Kri - Kri" con un potente redoble de tambor, seguido del alegre sonido de sus instrumentos de metal, dio la señal para que empezase el baile. En ese momento, como tocados por un mágico resorte, parejas y más parejas de danzarines se pusieron a bailar.

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Como en sueños, Citerea, se sintió agarrada a la mano de Taeton que tiraba de ella en dirección al centro del círculo situado en la explanada. Toda la noche pasó como en un sueño. No se cansaba de bailar y bailar con Taeton mientras contemplaba embelesada la carita de su primo con sus rebeldes rizos rubios cayéndole sobre la frente y su amplia sonrisa que dejaba ver sus blancos dientes perfectamente alineados.

Citerea vivía cada momento como si fuese el último de su vida. Aunque todavía muy joven, sabía por experiencia que "nunca una situación se repite dos veces".

Irremediablemente todo CAMBÍA. Nunca nada es "absolutamente igual".

Así que decidió aprovechar el momento y poner todos sus siete sentidos al máximo de actividad para que siempre, siempre, en el futuro, pasara lo que pasara, siempre guardase en lo más profundo de su corazón "el más vívido recuerdo de aquellos felices e irrepetibles momentos".

Ya era muy tarde cuándo toda la familia se dispuso a regresar a casa montados en un carrito del que tiraban unas simpáticas Libélulas que gentilmente se ofrecieron a llevarlos ya que todas ellas eran un grupo de hermanas que vivían precisamente en la charca de agua que se formaba muy cerca de la vivienda de los padres de Citerea.

Se acomodaron todos en los asientos del carruaje y las Hermanas Libélulas emprendieron su grácil vuelo. Apoyando Citerea su sien contra el hombro de Taeton empezaron a surcar el espacio y juntos volaron por encima de las copas de los árboles hasta aterrizar justo delante de la puerta de su casa.

El grupo se disolvió despidiéndose cordialmente unos de otros y deseándose mutuamente "Buenas Noches".

- ¡Ah! ¡Otra vez en casa! - suspiró Citerea. Despidiéndose con un beso de su familia, Citerea se fue a su habitación. No hubiera deseado quedarse dormida aquella noche para seguir "rumiando todas su felicidad" pero el travieso dios "Morfeo" la venció sumiéndola en un plácido sueño reparador que bien necesitaba.

Las cuatro semanas siguientes al uno de mayo, pasaron velozmente ocupados en atender a los pequeños polluelos que apenas salidos del cascarón ya empezaban a piar y piar reclamando comida.

Golondrinas, aviones y vencejos iban y venían sin cesar buscando presurosamente avituallamiento para sus exigentes crías.

Un día a primeros de junio, mientras comían, Taeton les comunicó que en unos días tenía pensado marcharse pues tenía la intención de viajar hasta el Monte Anboto en el País de los Baskones pues su tía Cloelia - hermana de su padre - le había invitado a pasar con ella y su familia la noche conocida como la de "San Juan" que era cuándo celebraban el Solsticio de Verano.

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Citerea tuvo que levantarse de la mesa murmurando una excusa para evitar que los demás viesen las lágrimas que, contra su voluntad, brotaban de sus ojos por más esfuerzos que hiciese para retenerlas.

Toda la tarde la pasó dentro de su habitación alegando "un terrible dolor de cabeza". Tampoco tenía ánimos para levantarse a cenar, así que se quedó dormida tras haberse tomado una infusión calentita de hojas de mejorana, salvia y mímulo que su experta mamá la llevó a la cama.

Al día siguiente despertó apática y melancólica. Mientras se vestía consideró que con tal estado de ánimo, ella iba a sentirse mal e iba a hacer sentir mal a los demás. Eso sería "egoísta" por su parte.

Triste se sentía, éso era patente, pero tenía muy claro que lo que más la importaba era que "Taeton se llevase una buena impresión de ella". Ya no solamente como chica simpática y divertida sino también como chica valiente y noble.

Cuándo se sentó a desayunar, con su tazón de humeante de chocolate delante de ella, una amplía y sincera sonrisa iluminaba toda su cara.

Se dio cuenta que una vez hecho "el primer esfuerzo" de sinceramente desear "estar bien", el siguiente paso era más fácil y el siguiente "más fácil aún".

Decidió una vez más, aprovechar al máximo las horas que le quedaban de estar en compañía de Taeton. Si felices habían sido los días anteriores, los que restaban serían más estupendos aún.

Esa misma tarde, después de comer, invitó a Taeton a dirigirse con ella en dirección este, camino de las "Covas - Rubias" ancladas en las proximidades de los Montes de Oca. Agarrados a las plumas del cuello de una OCA emprendieron el vuelo.

Las gentes que habitaban las "covas-rubias" eran conocidos como "Los Racheles".

La palabra "rachel", explicó Citerea a Taeton, provenía de una antigua expresión utilizada por los primeros pobladores de la zona.

Implicaba un significado de "brillante - bello - bonito".

Se dirigían hacía allí porque iban a visitar al pueblo de las Águilas Reales que también habitaban en las cercanías.

La gente menuda del Valle de Lara se servía de ellas como "vehículo" cuando necesitaban desplazarse a largas distancias.

Ya próximos al lugar, el sol poniente reavivaba con sus rayos bermejos el ya de por si deslumbrante color rojo–fuego de la tierra que conformaba el magnético paisaje de las "covas" (= cuevas) "rubias" (= dorado - rojizo - rubio).

El recibimiento de las Águilas Reales a Taeton y Citerea fue magnánimo,

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demostrando una vez más ser unos magníficos anfitriones dignos de la noble fama que les caracteriza y precede.

Aquella noche ultimaron los detalles y al día siguiente, Citerea y Taeton, suspendidos en pequeños arneses - colocados a ambos lados del cuello del Águila - volaron en dirección oeste hacia la Peña de LARA.

Desde lo alto pudieron ver un exótico paraje.

Era una especie de mausoleo antiguo construido por un rey castellano a la memoria de su esposa escandinava; una princesa del lejano reino de Avalon situado en la legendaria Isla de Thule muy al norte y ya casi cerca del POLO.

La princesa había muerto muy joven.

Su esposo la dedicó un parque diseñado en forma CÍRCULAR y dividido en cuatro partes iguales.

En el centro del jardín, una colina. Encima de la colina, una estatua de la rubia princesa escandinava con su pelo peinado en dos largas trenzas. Su nombre era CRISTINA.

Desde donde estaban Taeton y Citerea, el conjunto se veía como una gran cruz de brazos iguales rodeada por un círculo.

Rosas blancas y acebo rojo enmarcaban los espacios.

Al llegar delante de la casa de Citerea, Águila Real detuvo suavemente su vuelo para que tanto Taetón como ella pudieran descender hasta el suelo.

En la puerta de la casa estaba toda la familia esperando para despedirse de Taeton que seguiría de inmediato rumbo Nor-Este.

Después de besos y abrazos a toda la familia, Taeton se acercó a Citerea y tomando suavemente las manos de ella entre las suyas, depositó un cálido y dulce beso sobre su frente mientras muy bajito le decía:

* NUNCA te OLVIDARÉ *

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