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1 PREGÓN DEL CORPUS CHRISTI VILLACARRILLO 25 DE MAYO DE 2013 FRANCISCO JOSÉ MARTINEZ ESTUDILLO

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PREGÓN DEL CORPUS

CHRISTI

VILLACARRILLO

25 DE MAYO DE 2013

FRANCISCO JOSÉ MARTINEZ ESTUDILLO

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El sol ya ha caído en esta tarde de mayo, cuando nos reunimos aquí, en

nuestro querido Villacarrillo, para cantar al Amor de los amores, cantar al

Señor de nuestra vida, a la luz del mundo y pan de la tierra.

Él nos dice: “Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”1

Sabemos que Él está presente entre nosotros, en esta noche de primavera.

El Señor escucha lo que brota de nuestros corazones. En Él tenemos

puesta nuestra esperanza. Él nos conoce a cada uno, nos tiene en las

palmas de sus manos:

“Señor, tú me sondeas y me conoces; me conoces cuando me siento o me levanto, de lejos penetras mis pensamientos; distingues mi camino y mi descanso, todas mis sendas te son familiares."2

Quiere entrar una vez más en nuestras vidas. Quizá vengamos cansados

de los afanes de este día. ¡Qué lento y duro se hace a veces el camino de

la vida! Traemos nuestras preocupaciones, nuestras soledades y nuestras

heridas. Traemos también nuestra confianza y nuestra esperanza en el

Señor.

Esta noche diremos aquí muchos pregones, nacidos en cada corazón,

todos diferentes, pero cada uno de ellos será único para Aquel que nos

ama y nos conoce por nuestro nombre.

No serán mis pobres palabras las que más resuenen en esta noche. Serán

las vuestras, queridos amigos, las que Dios espera.

                                                            1 Mt. 18,20 2 Sal 138 

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Tejamos entre todos este pregón, hecho de pequeñas oraciones, trenzadas

en una inmensa plegaria de alabanza y ofrenda al Señor al caer de la

tarde.

Y ahora, pongamos en Él nuestras vidas y dejémonos hacer, que Él se

ocupe de nuestras cosas:

“Quedéme y olvidéme el rostro recliné sobre el Amado; cesó todo y dejéme, dejando mi cuidado entre las azucenas olvidado."3

escribió cerca de estas tierras un místico del amor de Dios.

Ilustrísimas Autoridades, reverendos D. Andrés y D. Juan, párrocos de

Nuestra Señora de la Asunción y de San Francisco de Asís; sacerdotes,

religiosos y religiosas; Presidente y miembros de la Adoración Nocturna de

Villacarrillo, queridos paisanos, amigos todos.

Debo comenzar por agradecer a mi presentador, querido amigo José

María, su presencia en esta noche y el afecto y cariño que ha volcado en

sus generosas palabras.

También dejar constancia del más sincero agradecimiento por la invitación

de la Sección Adoradora Nocturna a través de su presidente D. Francisco

Navarrete para pronunciar el pregón del Corpus Christi de este año.

Cuando recibí su llamada hace unos meses, os confieso que la primera

sensación fue de sorpresa, pues nunca hubiera imaginado este honor

inmerecido. Desde entonces lo he vivido como gracia y regalo.

Tras el asombro inicial, fueron muchos los sentimientos que afloraron en

mí.

                                                            3 San Juan de la Cruz, Noche oscura, o Canciones en que canta el alma la dichosa ventura que tuvo en pasar por la oscura noche de la fe a la unión con el Amado, n. 8. 

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En primer lugar, se despertaron innumerables recuerdos de mi infancia y

mi juventud, memoria agradecida de lo vivido y de las personas que han

configurado gran parte de lo que soy. De mis padres que me transmitieron

su fe y me regalan su amor; de la presencia imborrable de mis abuelos; de

mis hermanos y hermanas y de todos los suyos que son también los míos;

y de los amigos de aquí y de allí, de ahora y de siempre. Pero

especialmente, de mi esposa, con la que he ido caminando desde aquellos

años de juventud y de nuestra hija que es el regalo más preciado que Dios

nos ha hecho.

Sobre todo, sentí la enorme responsabilidad por el encargo. Sé de primera

mano lo que significa el Corpus Christi para nuestro pueblo. He vivido

desde pequeño el cariño, la dedicación y la devoción con la que se prepara

y se cuida la Festividad del Corpus, expresión de un profundo amor a la

Eucaristía. He seguido, unas veces sentado en esas butacas como

vosotros, y otras a distancia, a los pregoneros que hicieron de Villacarrillo

un altar en el que ofrecer a Cristo Eucaristía sus mejores versos y

oraciones como regalo. Poetas y hombres y mujeres de Dios que nos

emocionaron con su experiencia de fe y su amor a la Eucaristía.

Y aquí estoy yo, ¡qué atrevimiento!, asomado a este balcón a hablaros de

lo que vosotros conocéis mejor que yo. Ligero de equipaje, sin más título

que el de ser un villacarrillense de a pie, que dejó su tierra hace ya treinta

años, aunque haya seguido vibrando con ella, porque alguien no deja

nunca del todo la patria íntima que son las primeras palabras, los primeros

amigos, los recuerdos y sueños de juventud.

Sin embargo, la mayor responsabilidad de la que os hablaba no proviene

de la altura de las personalidades, tanto literarias como eclesiásticas que, a

lo largo de tantos años de tradición de nuestro Corpus, han ocupado el

lugar que hoy ocupo yo. Cuento con vuestra comprensión. Ya sabéis que

no soy ni escritor ni orador ni poeta y mis palabras no podrán resonar esta

noche con el esplendor de las que pronunciaron las voces que me

precedieron.

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Lo que realmente me sobrecoge es que yo, pobre caminante en la fe, he

de hablaros de Dios, de Cristo vivo en la Eucaristía. Y es que ante el

Misterio, ante Jesús Sacramentado, solo cabe arrodillarse y quedar en

silencio.

En este año que la Iglesia ha querido llamar “año de la fe”, que el Papa

convocó con un bello texto “Porta fidei”4, si me permitís, podemos juntos

abrir la puerta de la fe. Al final de la escritura leemos: Mirad que estoy a la

puerta y llamo. El Señor está a la puerta. ¿Queréis abrir esa puerta de la

fe?, ¿queréis que la traspasemos juntos?

Señor, yo nunca sabré decirte palabras bellas, solo sé intentar quererte y

seguirte.

Así, con estas humildes alforjas, me dispongo a iniciar este pregón que

hemos de tejer entre todos. Serán vuestras palabras pronunciadas en

silencio las que Dios espera esta noche aquí.

Quiero contaros una historia, muchas veces contada.5 Ya la conocéis, pero

prestad atención porque es diferente cada vez que se escucha con los

oídos del corazón. Es la historia de dos discípulos que iban de camino a

Emaús y regresaron a Jerusalén. Es la historia de un encuentro, el de

Jesús Resucitado que sale al paso de dos caminantes; es la historia de

Cristo Eucaristía que se acerca al hombre. Es parte de la historia de Dios

mismo y su amor a la Humanidad. Pero es también la historia de cada uno

de nosotros y del encuentro con Aquél que se nos acerca en el camino de

la vida y de la fe. Es una historia que vivimos y actualizamos en cada

Eucaristía, en donde Dios se hace presente y nos invita a una nueva vida

en Él.

                                                            4 Carta apostólica en forma de motu proprio Porta fidei de Benedicto XVI con la que se convoca el año de la fe, 11‐X‐2011. 5 Lc, 24, 13‐34. 

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El relato nos habla de pérdida y de presencia, de invitación y de acogida,

de comunión y de misión.6 El acontecimiento eucarístico se revela en las

más profundas experiencias humanas, como el amor, la tristeza, la

intimidad o el compromiso. La vida que estamos llamados a vivir se

descubre en la Eucaristía. En ella descubrimos la verdad de lo que somos,

de nuestro origen y de nuestro fin.

Si fuéramos conscientes de la profunda relación que existe entre la

Eucaristía y nuestra vida, entonces se produciría el milagro: la Eucaristía

se haría vida y nuestra vida sería eucarística.

El relato de Emaús tiene tres partes: “se puso a caminar con ellos”, es

decir, la que nos habla del encuentro; “lo reconocieron al partir el pan”, la

que nos dirige la mirada a la Eucaristía y a la vida compartida; y “se

volvieron a Jerusalén” en la que da comienzo la misión.

Pero me pregunto: ¿puede el relato de Emaús ser nuestro relato?, ¿es

posible vivir hoy en nuestras vidas la experiencia de aquellos caminantes?

Madre Teresa de Calcuta,7 con la sabiduría de la santidad, y la profunda

experiencia de una fe auténtica hecha vida entre los más pobres, escribe:

“El fruto del silencio es la oración. El fruto de la oración es la fe. El fruto de la fe es el amor. El fruto del amor es el servicio. Y el fruto del servicio es la paz.”8

Estas palabras marcan un camino espiritual, que puede ayudarnos a vivir la

experiencia de los discípulos de Emaús.

El silencio interior, la oración y la escucha de la palabra hacen posible el

encuentro; la cena eucarística es acto de amor del mismo Dios y es

                                                            6 Inspirado en Henri J. M. Nouwen, Con el corazón en ascuas. Meditación sobre la vida eucarística. Orbis Books, New York, 1994. 7 Agnes Gonxha Bojaxhiu (Uskub, actual Skopie, Macedonia, 26 de agosto de 1910‐Calcuta, India, 5 de septiembre de 1997), llamada Madre Teresa de Calcuta, religiosa de las Hermanas de Señora de Loreto, premio Nobel de la Paz en el año 1979 por su dedicación a los más necesitados y fundadora de la Congregación "Misioneras de la Caridad", fue beatificada en 2003. 8  Madre Teresa de Calcuta, El amor más grande, Ed. Urbano, 2010. 

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alimento para una vida entregada; y el anuncio de lo vivido, que se

convierte en misión.

Acompañemos en esta noche a los discípulos de Emaús en su camino y

recorramos también el nuestro. Un camino, que desde el silencio de la

oración, culmine en la paz y la alegría del corazón. No es un camino fácil

de andar, pues es a veces empedrado y empinado. Pero no estamos solos,

vamos acompañados por quien camina a nuestro lado y se hace palabra y

cena que enamora.

Se puso a caminar con ellos (El encuentro)

Dos personas caminan juntas. Por su manera de andar parece que no son

felices. Habían conocido a un carpintero de Nazaret que cambió sus vidas.

Abandonaron su aldea para seguir a aquel extraño que les mostró una vida

nueva, en la que el perdón, la entrega y el amor no solo eran palabras, sino

fuerzas que tocaban el centro de sus vidas.

El extraño de Nazaret lo había hecho todo nuevo: había traído la paz y la

esperanza a los que le rodeaban.

Ahora, Él había sido torturado y condenado a morir en la cruz. Todo había

quedado en nada, en un triste y oscuro recuerdo.

“Iban llorándole como si estuviera muerto, ignorando que había resucitado”9.

Le habían perdido y con él se habían perdido a sí mismos. De alguna

forma nosotros nos parecemos a ellos. Lo comprendemos cuando nos

atrevemos a mirar en el centro mismo de nuestro ser y descubrimos

nuestro extravío, ¿no estamos también nosotros perdidos?, ¿no vivimos a

veces la sensación de que la vida es una serie interminable de pérdidas: de

nuestros sueños de adolescencia y juventud, del optimismo de los primeros

años, de la salud, de la convicción de que la vida tenga un sentido; y sobre

todo, la más dolorosa, la ausencia de las personas amadas?,…

                                                            9 S. Agustín, Sermón 232 

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Mientras los dos viajeros caminan, Jesús se acerca y se pone a caminar

con ellos; pero sus ojos son incapaces de reconocerlo.

“La vida caminaba con ellos pero en sus corazones aún no residía la vida”10.

De pronto algo empieza a cambiar, sus ojos ya no miran al suelo, sino a los

ojos del extraño que se les ha unido en el camino y que les pregunta: ¿De qué vais conversando por el camino?

Y es que Jesús sabe todo de nosotros, pero quiere que se lo contemos.

Tras escuchar, comienza a hablarles, y lo que parecía tan confuso,

empieza a clarear en nuevos horizontes, lo que parecía acabado ha

empezado a tener sentido. A medida que Él les habla, ellos van

comprendiendo que sus pequeñas vidas son parte de un gran misterio que

incluye a todas las generaciones, que transciende los límites del tiempo y

se extiende a la eternidad. El desconocido no niega la tristeza que sienten

por la pérdida del amigo que les había traído una nueva esperanza. Sabe y

comprende que esa tristeza es real, pero esta pérdida va a hacer posible

un encuentro muy superior a cualquier amistad de la que jamás hubieran

gozado.

En el camino de nuestras dudas, inquietudes o bloqueos, y a veces de

nuestras amargas desilusiones, el divino Caminante sigue haciéndose

nuestro compañero y, con la interpretación de las escrituras, nos acerca a

la comprensión de los misterios de Dios. Jesús se une a nosotros mientras

caminamos, nos abre los ojos y los oídos para vivir la vida de una forma

diferente y descubrir qué significa estar verdaderamente vivos. Su

misteriosa presencia nos sale al paso a través de la Palabra y hace que

arda nuestro corazón.

La Palabra de Dios transforma la vida y guía nuestra búsqueda del amor

con que ha sido habitada la creación, como cantaba San Juan de la Cruz:

                                                            10 S. Agustín, Sermón 235 

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Mil gracias derramando pasó por estos sotos con presura, e, yéndolos mirando, con su sola figura, vestidos los dejó con su hermosura11

En el camino de Emaús, Jesús se hizo presente y su palabra transformó la

tristeza en alegría, y el llanto en danza. Eso mismo nos sucede cuando

llegamos a la Eucaristía con el corazón roto por muchas pérdidas, las

nuestras y las del mundo. Cada vez que celebramos la Eucaristía, Jesús se

une a nosotros, nos explica las escrituras y se produce el milagro: el

resentimiento se transforma en agradecimiento, el corazón endurecido en

corazón agradecido. Porque Dios desea hacerse presente y transformar

nuestros pobres corazones. Él nos acoge como somos y puede transfigurar

nuestras vidas. Con nuestras espinas enciende un fuego y en nuestras

heridas hace surgir una flor del desierto, una flor de alegría. La palabra

Eucaristía significa “Acción de Gracias”. Celebrar la Eucaristía,

arrodillarnos ante Jesús Sacramentado y vivir una vida eucarística son

actos que tienen mucho que ver con el agradecimiento. Vivir

eucarísticamente es vivir la vida como don, un regalo maravilloso por el

que hemos de estar agradecidos, incluso a pesar de las angosturas del

camino y de la pena por nuestras pérdidas.

EL SILENCIO

Al igual que los discípulos de Emaús, vivimos encerrados en nuestros

pequeños mundos, incapaces de ver y de oír, de reconocer la presencia de

la Verdad.

En este ruidoso mundo, el primer paso para el encuentro ha de ser el

silencio interior y exterior. Dios nos habla en el silencio del corazón.

“Si estamos frente a Dios en silencio, Él nos hablará; entonces sabremos que no somos nada. Y sólo cuando comprendamos nuestra nada, Dios podrá llenarnos de Sí mismo”12.

                                                            11 San Juan de la Cruz, Cántico espiritual (Canciones entre el alma y el esposo), canción 5. 

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10 

El silencio nos da una nueva perspectiva para mirar la vida. Necesitamos el

silencio para llegar al fondo de nuestro ser. Porque lo esencial no es lo que

decimos, sino lo que Dios nos dice y luego lo que dice a los demás a través

de nosotros.

En ese silencio, Él nos escucha; en ese silencio, Él habla al alma; en ese

silencio, escuchamos su voz.

Silencio de los ojos, Silencio de la boca, Silencio de los oídos, silencio de la mente, en el silencio del corazón Dios nos habla

En palabras de nuestro querido Papa emérito Benedicto XVI

“El silencio tiene la capacidad de abrir en la profundidad de nuestro ser un espacio interior, para que Dios habite, para que permanezca su mensaje, y nuestro amor por Él penetre la mente, el corazón, y aliente toda la existencia”.13

Adorando la Hostia Consagrada encontramos siempre la fuerza para

recomenzar. En la contemplación del Misterio Eucarístico, el Señor nos

atrae hacia sí, para transformarnos como transforma el pan y el vino, y así

llenar nuestras soledades de su presencia.

“Centrar la mirada del corazón en la contemplación del Señor es el acto más alto y pleno del espíritu”, afirmaba Pablo VI14.

Qué bien sabéis, queridos adoradores y adoradoras, del valor del silencio y

de la contemplación como paso previo al encuentro con el Señor.

                                                                                                                                                                                   12 Madre Teresa de Calcuta, El amor más grande, Ed. Urbano, 2010. 13 S.S. Benedicto XVI, Audiencia general, 6 de marzo de 2012, catequesis sobre la oración. 14 S.S. Pablo VI, Discurso del 7‐12‐1965, Sesión de Clausura del Concilio Vaticano II. 

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11 

Abro ahora el libro de la memoria y recuerdo los turnos de vela en aquellas

vigilias de oración ante el Santísimo. Recuerdo a nuestros mayores,

adoradores que nos precedieron, adoradores en Espíritu y en Verdad,

hombres recios, sencillos, con la fe arraigada en sus vidas; recuerdo la

intensidad de las miradas en el silencio de la noche, en el silencio de las

almas, con el corazón arrodillado ante el Señor de la vida.

“No el mucho saber harta y satisface el ánima, más el sentir y gustar de las cosas internamente”, dice San Ignacio en los Ejercicios

Espirituales.

En este tiempo en el que sobran tantas palabras vacías, vosotros,

adoradores y adoradoras, tenéis un inmenso tesoro: la contemplación

silenciosa de Cristo Eucaristía en la custodia o en el sagrario. La adoración

al Santísimo manifiesta el “sentir y gustar” que es experiencia interior del

alma en compañía del Señor, fuente de luz y de vida verdadera.

Con el tiempo he comprendido el valor y el significado de aquellos turnos

de vela, arrodillados ante el Santísimo, con aquellos silencios que se

hacían largos a los jóvenes que nos incorporábamos a la Adoración

Nocturna, al pasar de ser “tarsicios” a adoradores. Esta noche doy gracias

a Dios por la experiencia que viví, por la herencia recibida y la semilla que

sembrasteis en mi interior. Gracias queridos adoradores.

“El fruto del silencio es la oración. El fruto de la oración es la fe. El fruto de la fe es el amor. El fruto del amor es el servicio. Y el fruto del servicio es la paz.”

Las almas de oración son almas de gran silencio.

LA ORACIÓN Y LA FE

En el evangelio de Marcos leemos: “Muy de madrugada se retiró a orar”15 Jesús se levantaba antes del amanecer para nutrirse de la Fuente

                                                            15 Mc. 1,35 

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12 

que manaba de lo hondo de su persona. Él nos dice: “Yo hablo lo que he visto junto al Padre”.16

Orar implica cambiar de perspectiva y tomar empuje para actuar bajo la luz

que se ha recibido, tomar distancia respecto de la inmediatez de los

acontecimientos para percibirlos desde su fondo, para ver con los ojos de

Dios y con el sentido profundo que Dios quiere mostrar. La oración nos

cambia la mirada, nos cambia la vida.

“Mira que estoy a la puerta y llamo; si uno escucha mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo”.17

¿Habéis abierto ya la puerta de la fe?

En el coloquio con Jesús Sacramentado, como aquellos dos caminantes en

el camino de Emaús, le adoramos, le alabamos, le contemplamos,

pidiéndole que nos purifique y nos haga semejantes a Él. Es un silencio

preñado de latidos, adoración desde la verdad y ofrenda de lo que somos.

Y canta Fray Juan de la Cruz:

“La noche sosegada en par de los levantes de la aurora, la música callada, la soledad sonora, la cena que recrea y enamora”18

canción del místico a la orilla misma de Dios.

La fe hace arder nuestro corazón al saber que nos acercamos al Señor. La

fe nos hace salir de nosotros para descubrir nuestro centro en Aquel que

nos ama y nos guía. La fe nos lleva al Señor y nos impulsa a decirle, como

los discípulos de Emaús, con un corazón agradecido, “quédate con nosotros que la tarde está cayendo”. La fe nos dispone para

                                                            16 Jn. 8,37 17 Ap. 3,20 18 San Juan de la cruz, Cántico Espiritual, canción 14. 

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13 

reconocerle. Pues como escribía la santa andariega que también pasó por

nuestras tierras: “oración mental no es otra cosa que tratar de amistad estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama”.19

Lo reconocieron al partir el pan (La Eucaristía)

EL AMOR Y EL SERVICIO

Cuando Jesús entra en aquella posada del camino, el invitado se convierte

en anfitrión. Los dos caminantes que confiaron en el extraño abriéndole su

interior, son ahora conducidos a la intimidad de su anfitrión.

El caminante repite el gesto de aquella última cena con sus amigos. El

evangelista escribe:

“Y mientras estaba con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio” (Lc. 24,30)

Así de sencillo, como sucede a diario en muchos hogares, aunque también

así de diferente, de profundo, tocando la esencia de la vida, como son las

cosas de Dios.

La Eucaristía es el gesto más humano y a la vez más divino que hemos

conocido. Como Jesús, tan humano y tan divino; tan cercano y tan

misterioso; tan sencillo y, a la vez, tan inasible. Este es el misterio de

Jesús. Profundamente humano y todo de Dios.

Cada vez que invitamos a Jesús a nuestras casas, le dejamos entrar en

nuestras vidas y le ofrecemos el lugar de honor presidiendo la mesa de

nuestra existencia, Él toma el pan y la copa y nos lo ofrece diciendo:

“Tomad y comed, esto es mi cuerpo. Tomad y bebed ésta es mi sangre. Haced esto en conmemoración mía”.

Un gesto hecho de tres verbos: tomar, partir y repartir. Tres verbos con un

significado profundo que puede cambiar nuestro ser:                                                             19 Santa Teresa de Jesús, Vida, 8,2. 

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14 

Tomar el pan implica asumirse y aceptar la propia vida. Cada cual debe

hacer suya la porción de existencia que le ha sido confiada. El pan

sabemos que contiene costra y miga, duricia y blandura, todo un rico

relieve hecho de barrancos y frondosas espesuras, abismos y cimas.20

Es el paisaje de nuestro caminar que hemos de aprender a reconocer, a

asumir y a recorrer. Se trata de aceptar de forma agradecida los dones y

las aptitudes recibidas, así como nuestras limitaciones, dolores y heridas,

con todo lo que implican y posibilitan. Asumirlo es el punto de partida. Solo

así podremos darnos.

El segundo verbo es partir. El pan llega a ser plenamente pan cuando se

abre y desprende todo su recio olor. Un pan sin partir queda encerrado y

aislado en su propio contorno; olvidado en un cajón, se reseca y acaba

haciéndose incomible. Del mismo modo puede pasar con nuestras vidas. Si

enterramos nuestros talentos, cada uno con los suyos, entonces quedan

estériles; son como el grano de trigo que no muere.

Somos para darnos, esa es la razón de existir. Pero partirse no es dividirse.

En cada trozo sigue habiendo la misma calidad de pan, así como Cristo

está plenamente en cada fragmento. Partirse no es desintegrarse, sino

desplegarse, compartir el ser.

El tercer verbo es repartir. El darse expande el ser. La fractura de la

partición alcanza a los demás haciendo que ya no vivamos encerrados en

nosotros mismos sino para y hacia los otros. ¡Qué bien saben esto

nuestras madres al partirse y repartir amor entre sus hijos, entregándose

plenamente a cada uno de ellos!

Participar en la Eucaristía implica adentrarse en este proceso: asumirse,

entregarse y expandirse. Ir llenándonos de Dios para después darnos a los

demás. Y así, junto a la transustanciación del pan y el vino en el cuerpo y

sangre de Cristo, nuestras vidas se transforman en hogazas y copas de

donación.

                                                            20 Adaptado del libro de J.Melloni, El Cristo Interior, Barcelona, 2011, Ed. Herder. 

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15 

Sobrepasados, pero sintiéndonos convocados una y otra vez, seguimos

celebrando la Cena del Señor dos mil años después, con la esperanza de

ser configurados por él. Mientras, Cristo se va formando en nosotros.21

Cierro los ojos y recuerdo ahora el día en el que me acerqué por primera

vez a la Eucaristía y quiero de nuevo soñar los sueños que soñé. Aquel

primer encuentro, preludio de muchos otros que vinieron después e inicio

de una amistad. Las manos firmes de mis padres y la compañía de mis

abuelos me daban seguridad. La inocencia y el sobrecogimiento al

acercarme a recibir a Jesús. Volver a los primeros brotes de la fe es

acercarse a la verdad de lo que somos. Aun hoy, 40 años después, ante el

misterio de la Eucaristía que me supera, solo puedo decir como aquél

apóstol de fe débil: “Señor mío y Dios mío”; y remembrando versos del

poeta granadino, pienso que yo, Señor, te miraba como Dios anclado en el

amor de la carne, brisa y materia juntas, forma breve de rumor inefable,

Dios en mantillas, Cristo diminuto y eterno; te vi presente sobre tu

Sacramento, llama crepitante, muchedumbre de luces y clamor

escuchado.22 Sentí entonces que la mirada del corazón en la

contemplación del Señor es el acto más alto y pleno del espíritu con el que

podemos soñar.23

“El fruto del silencio es la oración. El fruto de la oración es la fe. El fruto de la fe es el amor. El fruto del amor es el servicio. Y el fruto del servicio es la paz.”

En aquella Bendita Noche en el Cenáculo, quiso dejarnos otro gesto como

testamento:

“Sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”

                                                            21 Gal. 4, 19 22  Inspirado  en  Federico García  Lorca,  “Oda  al  Santísimo  Sacramento del Altar. Homenaje  a Manuel de Falla”, Odas, en OO.CC, Barcelona 1996, Galaxia Gutenberg, I, p. 463. 23 Inspirado en la citada frase de Pablo VI. 

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16 

“Se levantó de la mesa, se quitó el manto, se ciñó una toalla, vertió agua en un recipiente y empezó a lavar los pies a los discípulos”24.

El maestro convertido en Siervo. El lugar del esclavo se convierte en el

lugar del rey. Alzamos la mirada y no lo vemos, porque ha descendido

hasta los pies de la humanidad. Para encontrar a Dios hay que buscarlo

por abajo, hay que decrecer, abajarse hasta lo más humilde y sencillo.

Quisiéramos postrarnos ante Él, pero ha sido Él quien se ha postrado

primero ante nosotros. “Jesús ocupó el último lugar y nadie podrá arrebatárselo”, decía Carlos de Foucauld. Al igual que en el pesebre en la

noche de Belén, volvemos a encontrar a Dios en la sencillez. Dios es el

humilde por excelencia: nos crea y se retira, para dejarnos ser. La

humildad es el vestido de Dios y al hacerse hombre, se ha revestido de

ella. Ya sabemos dónde encontrarlo si queremos buscarlo.

En sus memorias, cuenta Madre Teresa de Calcuta esta historia:

Un día recogí a un hombre de la calle; tenía el cuerpo cubierto de gusanos. Lo llevé a nuestra casa. Ni maldijo ni culpó a nadie de su situación. Simplemente dijo: “He vivido como un animal en la calle, pero voy a morir como un ángel, ¡amado y atendido!”. Tardamos tres horas en limpiarlo. Finalmente, el hombre levantó la vista hacia la hermana y dijo: “Me voy a casa a ver a Dios”. Y dicho esto murió. Jamás he visto una sonrisa tan radiante como la de aquel hombre. Se fue a casa a ver a Dios. ¡Qué cosas puede hacer el amor! Es posible que la joven hermana no se diera cuenta en esos momentos, pero estaba tocando el cuerpo de Cristo. Es lo que quiso dar a entender Jesús cuando dijo:

                                                            24 Jn. 13,1‐5 

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“Cuantas veces hicisteis eso a uno de estos mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis”25

Y añade:

Ahí es donde tú y yo entramos en el plan de Dios.

No podemos participar de la cena del Señor si nos olvidamos de los más

necesitados, si nuestro corazón es indiferente a lo que sucede en el

mundo.

“¿Deseas honrar el cuerpo de Cristo? No lo desprecies, pues, cuando lo encuentres desnudo entre los pobres, ni lo honres aquí en el templo con lienzos de seda, si al salir lo abandonas en su frío y desnudez”.26

La vida nos ofrece cada día oportunidades para el amor, la mayoría de las

ocasiones en las cosas sencillas, en la familia, en el trabajo, en los

encuentros cotidianos. Y es que el amor para ser auténtico no tiene por

qué ser extraordinario. No sabemos cómo será el encuentro con el Padre al

final de la vida, probablemente no nos preguntará: ¿cuántas cosas has

hecho, hijo mío?, sino, ¿cuánto has amado?, ¿cómo has amado?

Ya lo decía San Juan de la Cruz: “Al atardecer de la vida nos examinarán en el amor”.27

CRUZ Y EUCARISTÍA

Aquellos discípulos de Emaús habían contemplado de lejos la cruz,

escandalizados, atemorizados y defraudados. En la posada, sentados a la

mesa, empezaron a comprender el sentido de la muerte del amigo y a

vislumbrar que la Eucaristía no puede entenderse sin la Cruz, ni la Cruz sin

la Eucaristía.

“Los ojos entristecidos se llenaron de felicidad y contemplaron una visión alegre” 28

                                                            25 Madre Teresa de Calcuta, El amor más grande, Ed. Urbano, 2010. 26 San Juan Crisóstomo, Homilías sobre el Evangelio de Mateo, 50, 3‐4: PG 58, 508‐509. 27 San Juan de la Cruz, Dichos de luz y amor, n. 59 

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José Luis Martín Descalzo, que fue pregonero de nuestro Corpus, lo

expresó bellamente:

Detrás del Jueves vino el Viernes: era necesario. ¿O acaso alguien sabría llegar impunemente a la osadía de amar hasta la muerte y no muriera?

Antes del Viernes vino el Jueves: era del todo necesario. ¿Quién podría descender a esa muerte, si no había tal locura de Dios que sostuviera?

Jueves y Viernes, juntos, amarrados, como las dos muñecas de un demente, como una tierra y cielo desposados.

Dios hecho pan y muerte juntamente. Dios y la pobre gente, eternamente esposados, unidos, amasados.29

Qué bien ha entendido nuestro querido Pueblo esta unión entre la

Eucaristía y la Cruz, entre el Jueves y el Viernes, a través de sus dos

devociones: el Santísimo Cristo de la Vera Cruz y el Corpus Christi.

¡Cuántos de vosotros lleváis en vuestro corazón estos dos amores que son

el mismo amor: amor entregado, amor compartido!

La comunión con Jesús significa hacerse igual a Él, entregar la vida por los

amigos, amar hasta el extremo. Con Él estamos clavados en la cruz de

esta vida en la que se entretejen los hilos de la dicha y del dolor; luces y

oscuridades; alegrías y tristezas; con Él también yacemos en el sepulcro al

final de nuestras vidas terrenas; pero también con Él, bendita noticia,

resucitaremos y podremos disfrutar de su presencia hasta la eternidad y

acompañar a otros caminantes perdidos en su viaje.                                                                                                                                                                                    28 Efrén de Nisibi, Himno Pascual. 29 José Luis Martín Descalzo, Testamento del Pájaro Solitario, Ed. Verbo Divino, p. 82, 1991. 

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Vuelvo otra vez a ese puñado de recuerdos almacenados en la bodega

íntima de la memoria. Recuerdo la emoción de los que hemos tenido la

fortuna de llevar el trono del Corpus sobre nuestros hombros. Suenan las

campanas de nuestra torre vandelviriana, es el día de la procesión, nos

envuelve el olor a incienso y se inician los compases del Cantemos al Amor

de los Amores. Nos miramos, y en silencio, decimos con orgullo: “Llevamos

al Señor en nuestros hombros”. Horas después, terminada la procesión,

apagada ya la emoción, brota un sentimiento y una convicción más

profunda: “No somos nosotros los que te llevamos Señor, eres Tú el que

cargas con nuestras vidas”. Entendemos entonces tu promesa: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré”30

Gracias Señor.

LA SOLEDAD DE LA FE. NOCHE OSCURA

Una frase del relato de Emaús nos lleva directamente al misterio de la fe:

“…lo reconocieron; pero Él desapareció de su vista”. En el mismo

momento en el que lo reconocen, comprenden ahora que Él habita en lo

más profundo de sus vidas, que habla en ellos, que vive realmente en

ellos. Cuando comen el pan que Él les ofrece, sus vidas se transforman en

la vida de Él. Y precisamente en ese sagrado momento, Él desaparece de

su vista. Esta experiencia es vivida también cuando celebramos la

Eucaristía y nuestra vida es eucarística. Se trata de una comunión tan

íntima, tan sagrada y espiritual que escapa a nuestros sentidos. No

podemos tocarte, ni verte Señor, pero te sentimos dentro. Quizá en un

lugar tan profundo de nuestro ser que ni nosotros mismos hemos estado

allí. En aquella “soledad pensativa”, libre y cautiva, muerte y desvelo, en la

que “canta la luz herida”.31

                                                            30 Mt 11,28 31 Inspirado en “Soledad” de Federico García Lorca, Odas, en OO.CC, Barcelona 1996, Galaxia Gutenberg, I, p. 461. 

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Pero es también la soledad de la fe, la soledad de la vida espiritual. La

soledad del creyente que sabe que el Señor está a su lado, a pesar de las

oscuridades, las dudas y el silencio, o precisamente en ellas.

“En nuestra oración nos encontramos ante el silencio de Dios, en el que puede advertirse un sentido de abandono o la sensación de que Él no nos escucha, ni responde. Pero este silencio, como le sucede a Jesús, no es señal de ausencia. El cristiano sabe que el Señor está presente y escucha, aun en la oscuridad del dolor, del rechazo y de la soledad”, escribe

Benedicto XVI.32

¿Quién mejor que San Juan de la Cruz para expresar esta soledad de la

noche oscura? Preso en la cárcel de Toledo, escribe el poema que titula

“Cantar del alma que se huelga a conocer a Dios por fe” y que comienza

con estos versos:

“Que bien sé yo la fonte que mana y corre, aunque es de noche. Aquella eterna fonte está escondida, que bien sé yo do tiene su manida, aunque es de noche.”33

Y en la última estrofa, desvela el lugar en el que se encuentra la fuente que

da la vida:

“Aquesta fonte está escondida en este vivo pan por darnos vida aunque es de noche”

La Eucaristía es “misterio de fe” y al mismo tiempo “misterio de luz”. Cada

vez que nos reunimos a celebrarla, podemos revivir de alguna forma la

experiencia de los discípulos de Emaús: “Se les abrieron los ojos y lo reconocieron”.34

                                                            32 S.S. Benedicto XVI, Audiencia general, 6 de marzo de 2012, Catequesis sobre la oración. 33 San Juan de la Cruz, Cantar del alma que se huelga de conocer a Dios por fe (La fonte). 34 Lc. 24,31 

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Jesús Eucaristía, Tú eres la luz de nuestras oscuridades. ¿Qué sería la

vida sin ti Señor?

Tomo prestados de nuevo, los versos de José Luis Martín Descalzo,

sacerdote enamorado de la Eucaristía, que cantan a este misterio de fe y

de luz:

“Nada estuvo más ciego que mis ojos cuando creí mi corazón perdido en un ancho desierto sin hermanos.

Nadie estaba más ciego que mis ojos. Grité, Señor, porque te habías ido. Y Tú estabas latiendo entre mis manos”.35

Los discípulos vuelven a estar solos. Pero su soledad ahora es diferente a

la que tenían cuando empezaron el viaje. Están solos pero acompañados,

ya no miran al suelo, cabizbajos. Miran al frente, se miran a los ojos y se

dicen: “¿no ardía nuestro corazón cuando hablaba por el camino y nos explicaba las escrituras?”.36

Y entonces se produce un segundo milagro: el encuentro con Cristo crea

comunidad. Ahora se reconocen el uno al otro como miembros de una

nueva comunidad de fe, la de los testigos del Resucitado.

Y llegamos a la tercera parte de esta historia.

Se volvieron a Jerusalén (La misión)

Los dos caminantes que iniciaron su viaje con rostros abatidos por la

tristeza, se miran ahora con una nueva luz. El extraño, que acabó

convirtiéndose en un amigo, les ha entregado su Espíritu de paz, valor,

esperanza y alegría. Se han convertido en personas nuevas con un

corazón y un espíritu renovado.

                                                            35 José Luis Martín Descalzo, Testamento del Pájaro Solitario, Ed. Verbo Divino, p.82, 1991. 36 Lc. 24, 32 

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Por eso, tras la celebración de la Eucaristía, tras la oración y

contemplación del Santísimo, nuestra vida no puede ser la misma: debe

cambiar nuestra mirada al mundo y nuestra forma de relacionarnos con los

demás; han de brotar el perdón y la reconciliación cuando aparezca la

discordia; ha de cambiar la manera de afrontar el sufrimiento; y se deben

de renovar nuestras esperanzas y deseos. Así, “La Eucaristía es fuente y cumbre de toda la vida cristiana”.37

Además, los dos discípulos se han hecho amigos de una nueva manera.

Ahora les une una nueva misión, tienen que comunicar algo importante,

urgente, que no puede permanecer oculto, algo que debe ser proclamado.

El relato lo resume de forma breve: “Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén”38.

La Eucaristía concluye con una misión: “Id y contadlo”. La sagrada

intimidad con Dios no es el momento final de la vida eucarística. En la

Eucaristía se nos pide que abandonemos la mesa y que vayamos con

nuestros amigos a descubrir juntos que Jesús está realmente vivo y nos

llama a todos a formar un nuevo pueblo: el pueblo de la resurrección.

Unámonos a las personas que nos rodean y a los numerosos caminantes

solitarios, y ayudémosles a descubrir que ellos también están llamados a

compartir este regalo de amor. Les preguntaremos: ¿de qué ibais

conversando por el camino?

Y escucharemos historias de inmensa soledad, de miedo, de rechazo, de

abandono y de tristeza. Escucharemos con atención y comprensión como

lo hizo el Maestro; y les diremos que tal vez no sea posible evitar el dolor,

pero, sí somos libres para elegir el modo de vivirlo.

                                                            37 Cf. CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Constitución dogmática Lumen gentium, sobre la Iglesia, 11. 38 Lc. 24,33 

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No todos nos escucharán. Solo unos pocos nos abrirán las puertas de sus

casas, las puertas de la fe, pero siempre que se produzca un verdadero

encuentro que lleve de la desesperación a la esperanza, y de la amargura

al agradecimiento, veremos cómo la vida, una vez más, se abre paso en

las fronteras de la muerte.

Ser instrumentos de Dios para que la alegría triunfe sobre la tristeza, el

perdón y la reconciliación sobre la ofensa y la luz sobre el pesimismo, es

asistir a un milagro. Las veces en las que este milagro acontezca serán

suficientes para decir que la vida merece la pena.

Un buen amigo, compañero de trabajo en la Facultad, que nos dejó hace

unos meses y al que recuerdo ahora con emoción contenida, citaba

frecuentemente este proverbio, originario de oriente: “cuando llega la oscuridad, más vale encender una cerilla que maldecir la oscuridad”.39

Nuestra misión es encender estas cerrillas que alumbren las oscuridades

de las personas que nos rodean: en nuestras familias, en nuestros amigos

y compañeros de trabajo, en las personas que Dios pone en nuestro

camino. Quizá sean pequeñas luces, humildes llamas: una simple sonrisa,

una mirada de comprensión o un gesto sencillo de amor pueden ser

suficientes.

No se requieren grandes hechos, sino una pureza de corazón que

convierta nuestros gestos cotidianos en relaciones eucarísticas.

No tratemos de hacer grandes cosas, tratemos solo de hacer con amor y

grandeza las pequeñas cosas de cada día.

Así anunciamos al Cristo Resucitado que es luz para el mundo, así

nuestras pequeñas vidas se harán grandes y participaremos en el

misterioso trabajo de salvación de Dios.

Esta es la misión de la Iglesia de la que formamos parte. Cabe ahora

recordar, cuando se cumplen 50 años del inicio del Concilio Vaticano II, el

texto inicial de la constitución Gaudium et Spes:                                                             39 Del blog de A. C. Morales Gutiérrez, cf. Revista de Fomento Social  67 (2012) 567‐571 

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“Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo.”40

Vivimos en un mundo atravesado por el dolor y la muerte; en el que las

guerras destruyen a las personas; en el que la injusta distribución de la

riqueza es causa del hambre; un mundo en el que no se respetan los

derechos humanos y en el que el crimen y la violencia rompen la paz; un

mundo, especialmente el de los países desarrollados, que quiere prescindir

de Dios, en el que abundan vidas vacías atrapadas en una sociedad de

consumo; un mundo, en definitiva, en el que son muchos los seres

humanos que, por diversas razones, caminan abatidos y que, de una u otra

forma, se dicen unos a otros: “Nosotros esperábamos…, pero hemos

perdido la esperanza”.

Éste es el mundo al que somos enviados a vivir eucarísticamente, con el

corazón en ascuas y con los ojos y los oídos bien abiertos. Pregoneros de

la fe y de las cosas que esperamos, anunciadores del Cristo.

Aprendiendo día a día a ver la realidad y los acontecimientos con la misma

mirada del Dios que nos ama. Una mirada compasiva con el que sufre, una

mirada que transmita esperanza, que vea lo esencial, una mirada alegre.

Hacer de la tierra un lugar más habitable para todos, cerca o lejos, es una

de las bellas páginas del evangelio que estamos llamados a escribir con

nuestras vidas.

Hagamos en esta noche memoria agradecida de los caminantes que nos

han salido al encuentro en el sendero de la vida, anunciadores del

Evangelio y testigos de la fe en el Resucitado. Si repasamos nuestra

biografía encontraremos los rostros de mujeres y hombres que nos

enseñaron las primeras oraciones, que nos explicaron las escrituras, que

                                                            40 Cf. CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO  II, Constitución pastoral Gaudium  et  spes,  sobre  la  Iglesia en el mundo actual 1. 

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nos hablaron de su experiencia de Dios e hicieron que nuestro corazón

empezara a arder en la fe.

Hagamos también memoria agradecida de todos los que a lo largo de estos

años han hecho que Villacarrillo sea una escuela de Eucaristía, escuela de

comunión como quería Juan Pablo II en el alba del nuevo milenio, con

dedicación y constancia, con fe y con amor, cuidando y trasmitiendo algo

más profundo que una bella tradición, el encuentro con el Señor en la

Eucaristía.

Gracias Señor por la herencia de la fe que recibí en este pueblo y por

aquellos caminantes que nos salieron al paso y cada día siguen

acompañando nuestro caminar.

Gracias por Aquella hija fiel de Sión, modelo de santidad para la Iglesia:

María de Nazaret, mujer eucarística, como la llamó el Beato Juan Pablo II.

María es modelo de actitud espiritual y de disposición interior a la voluntad

de Dios; modelo de cómo cada uno de nosotros está llamado a recibir el

don que Jesús hace de sí mismo en la Eucaristía. Entremos en la escuela

de María y aprendamos a vivir eucarísticamente.

“El fruto del silencio es la oración. El fruto de la oración es la fe. El fruto de la fe es el amor. El fruto del amor es el servicio. Y el fruto del servicio es la paz.”

L A PAZ y LA ALEGRÍA El fruto del servicio y la misión es la paz y la alegría. “El que pierda su vida por mí, la encontrará”41 es la promesa del Señor. Una vida

eucarística es una vida plena y el regalo de Dios es la paz y la alegría.

La paz es el deseo de Dios para la Humanidad. “Mi paz os dejo, mi paz os doy”42. La paz en nuestros corazones, en nuestras familias, en nuestro

pueblo, en nuestro país y en el mundo.

                                                            41 Mt 16, 25 42 Jn 14,27 

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El Señor nos invita a interiorizar el amor recibido, a irradiar el amor vivido:

os dejo la paz, os encargo una tarea; os doy la paz, os hago un don

gratuito. Tarea y don, amor y servicio en una sola cosa.

¡Cuántas veces lo hemos cantado! con voz rota y lágrimas en los ojos:

“Cristo en todas las almas y en el mundo la paz”

“No seáis nunca hombres y mujeres tristes: un cristiano jamás puede serlo. Nunca os dejéis vencer por el desánimo. Nuestra alegría no es algo que nace de tener tantas cosas, sino de haber encontrado a una persona, Jesús; que está entre nosotros”. Nos recordaba el Papa

Francisco en la homilía del Domingo de Ramos de este año.

Llego al final de la historia que os quería contar esta noche. Ya la

conocíais, lo sé.

Sigamos contándola una y otra vez al salir de aquí, con una vida que sea

auténticamente eucarística, y como un fuego que enciende otros fuegos,

anunciemos que Cristo Eucaristía es nuestra vida. Esta historia, no

acabada, hemos de seguir escribiéndola con nuestras vidas.

Que el Señor nos acompañe en este camino de búsqueda de una vida

plena y auténtica. Un camino que se inicia en el silencio interior que nos

permite percibir la presencia de Dios en nuestra realidad. Un camino que

pasa a la oración, al encuentro y al coloquio con Aquél que sabemos nos

ama. La oración y la escucha de su palabra, alimentará nuestra fe y así

arderá nuestro corazón. Con el corazón en ascuas, como aquellos

caminantes, alimentados con su palabra y con la Eucaristía, brotará el

amor que nos llevará a una vida de entrega y servicio, y ésta forma de vivir

será el umbral de una vida rebosante de paz y alegría.

Dios quiera que tantos hombres y mujeres de nuestra tierra, tantos

nómadas, quizá sin fe, o con la fe perdida, quizá empobrecidos, quién sabe

si maltratados o excluidos, nos encuentren reunidos para partir el pan de

justicia en nuestra casa encendida. Sería bello y bueno que encontrasen la

puerta abierta, la mesa puesta, el pan caliente, envejecido el vino. Y que al

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atardecer te reconocieran al partir el pan, nos reconocieran por partir el

pan.43

No es simplemente un sueño, ni una bella historia, queridos amigos de

Villacarrillo, es la promesa de Dios mismo sobre nosotros: “Conoceréis la Verdad y la Verdad os hará libres”44, pues Jesús, el que es la Verdad es

también el Camino y la Vida45.

Creedme, “el Cristo naciente está albergado en cada corazón. Hay semillas de Dios en cada ser humano. Jesús de Nazaret vino a despertarnos y desde entonces estamos amaneciendo a pesar de nuestro adormecimiento”46.

La semana próxima, cuando Cristo Eucaristía recorra la calles de nuestro

querido pueblo de Villacarrillo, engalanadas con cariño, dedicación y

esfuerzo; cuando se asome a nuestras vidas y nos mire a los ojos, ojalá

podamos decirle: “Quédate con nosotros, la tarde está cayendo”47,

quédate en nuestras vidas, entra hasta lo más profundo de nuestro ser y

renuévanos.

Y como aquél peregrino que venía de Loyola, loco de amor por Cristo,

podremos decir:

"Tomad, Señor, y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad, todo mi haber y mi poseer, Vos me lo disteis, a Vos, Señor, lo torno. Todo es vuestro. Disponed a toda vuestra voluntad, dadme vuestro amor y gracia que ésta me basta".

                                                            43 Inspirada en un himno del Oficio divino de vísperas, debido a Joaquín Blanco Vega. 44 Jn. 8,32 45 Jn. 14,6 46 J. Melloni, El Cristo Interior, Barcelona 2011, Herder. 47 Lc. 24,29