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TODAS las teorías revolucionarias de la ciencia están basadas en observaciones minuciosas de porciones del Universo. En algunos casos son los astros; en otros, los seres vivos, las rocas, los minerales, etc. En un principio las observaciones fueron hechas directamente en la naturaleza que nos rodea, después, el hombre construyó telescopios para estudiar los planetas y microscopios para acercarse a las partículas menores. Actualmente, muchísimas de las observaciones son indirectas. Instrumentos complejos obtienen información y la transmiten al científico, sobre el cosmos, el fondo oceánico, el interior de la Tierra o las partículas elementales. Es el conjunto creciente de observaciones que el hombre ha hecho sobre la naturaleza lo que define el conocimiento que se tiene de la misma. En lo que se refiere tan solo a la superficie de la Tierra, en la actualidad las contribuciones originales sobre el tema suman cada año algunos miles. Cada publicación tiene un círculo determinado de lectores que varía en número, de menos de una decena de especialistas cercanos al autor, a la de todos, en la escala mundial, al grado que su lectura se convierte en obligada, incluso para los especialistas de otras áreas. Este último caso es poco frecuente. El avance normal se da a pasos cortos, pero en ocasiones se producen saltos muy grandes. En las páginas siguientes se intenta resumir la evolución de las ideas sobre la Tierra a partir de esos saltos. LA ANTIGÜEDAD La ciencia moderna tiene sus orígenes en tiempos remotos, principalmente en la Grecia de los siglos VI a II a.C. Pero sólo a partir del Renacimiento, siglos XV al XVII, puede considerarse que el pensamiento científico vuelve a surgir para mantener un desarrollo continuo hasta nuestros días. Hubo, sin embargo, una época breve y brillante que marca el esplendor del mundo árabe, entre los siglos IX y XII. Es sabido que muchísimo antes del florecimiento de la cultura griega, los chinos, los babilonios y los egipcios, entre otros pueblos, hicieron avances importantes en el conocimiento de la naturaleza. Los griegos, sin embargo,

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TODAS las teorías revolucionarias de la ciencia están basadas en observaciones minuciosas de porciones del Universo. En algunos casos son los astros; en otros, los seres vivos, las rocas, los minerales, etc. En un principio las observaciones fueron hechas directamente en la naturaleza que nos rodea, después, el hombre construyó telescopios para estudiar los planetas y microscopios para acercarse a las partículas menores. Actualmente, muchísimas de las observaciones son indirectas.

Instrumentos complejos obtienen información y la transmiten al científico, sobre el cosmos, el fondo oceánico, el interior de la Tierra o las partículas elementales.

Es el conjunto creciente de observaciones que el hombre ha hecho sobre la naturaleza lo que define el conocimiento que se tiene de la misma. En lo que se refiere tan solo a la superficie de la Tierra, en la actualidad las contribuciones originales sobre el tema suman cada año algunos miles. Cada publicación tiene un círculo determinado de lectores que varía en número, de menos de una decena de especialistas cercanos al autor, a la de todos, en la escala mundial, al grado que su lectura se convierte en obligada, incluso para los especialistas de otras áreas. Este último caso es poco frecuente. El avance normal se da a pasos cortos, pero en ocasiones se producen saltos muy grandes.

En las páginas siguientes se intenta resumir la evolución de las ideas sobre la Tierra a partir de esos saltos.

LA ANTIGÜEDAD

La ciencia moderna tiene sus orígenes en tiempos remotos, principalmente en la Grecia de los siglos VI a II a.C. Pero sólo a partir del Renacimiento, siglos XV al XVII, puede considerarse que el pensamiento científico vuelve a surgir para mantener un desarrollo continuo hasta nuestros días. Hubo, sin embargo, una época breve y brillante que marca el esplendor del mundo árabe, entre los siglos IX y XII.

Es sabido que muchísimo antes del florecimiento de la cultura griega, los chinos, los babilonios y los egipcios, entre otros pueblos, hicieron avances importantes en el conocimiento de la naturaleza. Los griegos, sin embargo, dejaron una mayor cantidad de aportaciones escritas. Las condiciones favorables se dieron en épocas de prosperidad, cuando creció el comercio con otros pueblos, paralelamente con la navegación. La historia registra como principales iniciadores del pensamiento científico a Tales de Mileto (640-547), Pitágoras (580-500), Anaximandro (611-547), Demócrito (460-370), Anaxágoras (500-428), Aristóteles (384-322), Eratóstenes (275-195) —éstos antes de nuestra era— y Estrabón (63 a.C.-20 d.C.), por citar los que más aportaron al nacimiento de las ciencias de la Tierra.

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A los griegos siguieron los romanos, continuadores de su escuela, pero pocas contribuciones hicieron al campo de la ciencia. Sin embargo, la historia de la geología hace destacar a Lucrecio (98-55 a.C.), a Séneca (4-65) y a Plinio el Viejo (23-79).

A la caída del Imperio romano se fortaleció el cristianismo en Europa, siglos III y IV. El progreso del pensamiento científico quedó estancado. El dogma y la Biblia se constituyeron en la respuesta a toda inquietud por conocer los fenómenos de la naturaleza. La ciencia se quedó en Aristóteles y Claudio Tolomeo. Sólo en lo que hoy conocemos como el Renacimiento resurgió el pensamiento científico con nuevo ímpetu.

EL RENACIMIENTO

(SIGLOS XV-XVII)

Correspondió a Copérnico (1473-1543) destruir un principio erróneo sobre el Universo, el que consideraba a la Tierra fija e inmóvil en el centro, mientras que el Sol y los planetas giraban a su alrededor, concepto resultado de las ideas de Claudio Tolomeo (siglo II) El dominio del cristianismo en Europa abarcó la ideología, la ciencia y el sistema económico. La Biblia constituyó la expresión de la verdad eterna; el pensamiento mágico, junto con la ciencia aristotélica —aunque prohibida por un papa en el siglo XIII— quedaron como las únicas posibilidades dejadas al hombre de explicar los fenómenos naturales.

La concepción de un mundo inmóvil e inmutable tiene su origen en la incomprensión de las dimensiones del tiempo y el espacio. Como han señalado varios autores, la Tierra situada en el centro del Universo era resultado del orgullo del hombre, convencido de que él es el objeto principal y definitivo de la creación realizada por un ser supremo.

Las observaciones prolongadas de Copérnico sobre los astros lo llevaron a reafirmar la vieja idea de Aristarco sobre el movimiento de la Tierra alrededor del Sol. Años más tarde, Galileo (1564-1642) aportaría pruebas en favor de esta hipótesis. Es de imaginar el impacto que tuvo en aquella época. El principal de los dogmas fue cuestionado; entró en crisis la ideología oficial, lo mismo que el sistema de poder. El hombre dejaba de ser el centro del Universo.

Copérnico y Galileo fueron condenados por la Iglesia. Las obras de este último permanecieron en el índice de lo prohibido hasta el año de 1835. Giordano Bruno (1548-1600) apoyó con entusiasmo las ideas revolucionarias sobre el Universo, se atrevió a opinar sobre dimensiones inconmensurables de éste y consideró la posibilidad de vida en otros planetas. Terminó su vida en la santa hoguera. Años después, en 1634, Galileo fue obligado por la Inquisición a rechazar la nueva hipótesis heliocéntrica.

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Es a partir de Copérnico y Galileo que se establecen las bases para el desarrollo de la ciencia. Sólo son válidas las verdades que se apoyan en la observación, son cuestionables todas aquellas heredadas y no demostrables; la naturaleza está por encima de los dogmas. El tiempo se encargaría de fundamentarlo. Si bien los estudios de ambos trataron sobre astronomía y física, sus contribuciones fueron fundamentales para el desarrollo de todas las ciencias naturales. Aun la geología, con todas las aportaciones de Leonardo da Vinci, debe mucho a las hipótesis cosmogónicas del Renacimiento. La gran mayoría de los autores que se han ocupado de la historia de la ciencia, como Bertrand Russell, John Bernal, Benjamin Farrington y muchos otros, coinciden al señalar la trascendencia de las obras mencionadas. Dos hombres cuyas ideas, o mejor dicho, los resultados de sus observaciones, cambiaron al mundo. 

Giordiano Bruno en la Plaza Roma de la ciudad de México.

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Nicolás Copérnico.

La observación, por sí misma, no conduce al desarrollo de una teoría. Es la interpretación que haga el estudioso de los datos con que cuenta lo que permite avanzar en el conocimiento de la naturaleza. La geología nació no sólo de las descripciones que hicieron muchos naturalistas, especialmente a partir de Leonardo da Vinci, sino de lo que interpretaron.

La obra de Copérnico Sobre las revoluciones de los cuerpos celestes se publicó en 1543, el año de su muerte. En 1609 Kepler (1571-1630) haría una corrección fundamental a Copérnico: los planetas no giran alrededor del Sol en órbitas circulares, sino elípticas, un paso muy grande en el conocimiento del Sistema Solar.

Una nueva etapa se inicia con Newton (1642-1727), quien en 1665 descubre el proceso de la gravitación universal y lo da a conocer años más tarde. El hombre se acercó a las leyes que rigen al cosmos. 

Galileo Galilei.

Descartes es otra de las figuras principales de la ciencia del siglo XVII. Es el primero en establecer, en 1631, los principios del método de la investigación. Tuvo también el mérito de exponer por primera vez un esquema sobre la constitución interna de la Tierra, ingenuo en nuestros días, pero notablemente revolucionario en su momento.

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EL SIGLO XVIII

El avance de la ciencia siguió en dirección contraria a los dogmas. Sin embargo, las prisiones y las hogueras fueron sustituidas por las presiones morales.

En 1755, Kant (1724-1804) propuso la primera teoría sobre el origen de la Tierra por una condensación de materia en el cosmos. En 1796, Laplace (1749-1827) dio a conocer una teoría más elaborada sobre el origen de la Tierra y el Sistema Solar. Mijail Lomonosov (1711-1765), el más grande de los científicos de la Rusia zarista, hizo aportes en muchas disciplinas, incluso la literatura; es el más importante de los geólogos de su época, con ideas evolucionistas y novedosas sobre la dinámica endógena y exógena del planeta.

Se considera a Georges Buffon (1707-1788) el más destacado de los naturalistas franceses del siglo XVIII. Es el primero que intenta calcular la edad de la Tierra en una época en que no se habían superado los 6 000 años establecidos con base en la Biblia.

AGUA Y FUEGO

El diluvio universal constituyó una verdad absoluta hasta la mitad del siglo XIX. Poco caso se hacía del concepto tan restringido de las dimensiones del mundo que sostiene la Biblia. Las leyendas de unos pueblos no son extrapolables a otros, sobre todo lejanos. Hacer nuestros los mitos de otras geografías equivale a explicar la fundación de cualquier gran ciudad del mundo de acuerdo con la mitología náhuatl: en el lago donde un águila devoraba una serpiente.

En el siglo XVIII una nueva teoría sobre el origen de las rocas de la superficie terrestre consideró que se habían formado en el fondo del océano. Su autor principal fue el germano A. G. Werner (1749-1817) y la teoría que denominó neptunismo, heredera deldiluvianismo, fue muy aceptada. Por un lado contribuyó al desarrollo de la geología de las rocas sedimentarias originadas en el océano, y por otro, representó un retroceso al incluir en el mismo grupo a las rocas volcánicas e intrusivas. Pero fueron precisamente los discípulos de Werner, entre ellos Humboldt, quienes tuvieron la oportunidad de realizar numerosas observaciones en distintas regiones, y a principios del siglo XIX surgió la escuela contraria, la del plutonismo, que daba mayor importancia al "fuego interno de la Tierra" como proceso formador de las rocas y los accidentes de la superficie terrestre.

Eran conceptos más avanzados y mejor fundamentados, pero no dejaban de caer