pounds, n.j.g. - geografía histórica de europa (primera parte)

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EUROPA EN EL PERIODO CLASICO

A mediados del siglo v a.C. había tertninado la larga y dura prue­ba que habían supuesto las guerras médicas, y Atenas, líder triun­fante de la liga de las ciudades-estado griegas, estaba construyen­do una civilización que ha sido la envidia de la posteridad. Los grandes dramaturgos atenienses escribían sus obras, y habían co­menzado los trabajos en lo que sería la gloria de Atenas, los edifi­cios construidos en la escarpada acrópolis que dominaba la ciudad. Al mismo tiempo, las ciudades griegas habían creado colonias en el sur de Italia y en Sicilia, que seguían, cada una a su manera, el rumbo marcado por las colonias del Egeo. En ese momento, Roma era una pequeña ciudad que se extendía sobre un grupo de colinas de escasa altura a orillas del Tíber, en la Italia central. A sólo escasa distancia hacia el norte, la liga etrusca de ciudades ha­bía creado una civilización similar en algunos aspectos a la de los griegos en el Egeo. Roma había formado parte de la un tanto laxa federación etrusca y su independencia no era ni mucho menos se­gura en ese momento.

Al otro lado de los Alpes, la civilización de La Tene había sido difundida por los celtas, armados con armas de hierro y carros de guerra, a lo largo de la Europa central. No dejaron de presionar para penetrar en la Europa occiaental, la península ibérica y las Islas Británicas. Más allá de esos pueblos celtas, hacia el norte y el noreste, sobrevivía todavía una cultura de la Edad del Bronce y en las regiones del Báltico y Escandinavia, así como en los lugares más remotos de las Islas Británicas, pueblos de la Edad de la Pie­dra comenzaban a aprender los rudimentos de la agricultura. En

, el extremo septentrional, frente al Artico, cazadores y pastores eran representantes de una cultura que en el sur de Europa había ilegado a su fin diez mil años antes. Sus utensilios y sus armas de

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52 EUROPA EN EL PERÍODO CLÁSICO

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* Política, 1, 1, 8.

** Tucídides, ll, 16-17 .

hueso pertenecían a los niveles superiores del Paleolítico. En el curso de la historia europea nunca fue tan brusco el gradiente cul-

, tural existente entre el sur y el norte, entre el Atica y Finlandia, como en los años centrales del siglo v a.C .

EL MUNDO GRIEGO

La geografía política

Resulta difícil hablar de un ordenamiento político de Europa en esta época y es imposible elaborar un mapa político del continen­te. Sólo en las penínsulas de Grecia y de Italia existían estados en el sentido de territorios organizados políticamente, con unos go­biernos que ejercían un control eficaz. En los demás lugares había áreas tribales, en el mejor de los casos mal definidas y fluctuantes.

El mundo griego, que abarcaba las orillas "!J las islas del mar Egeo con puestos avanzados en lugares lejanos en Italia, Sicilia y más allá, estaba formado por ciudades-estado, poleis en griego. Es difícil calcular su número. Algunas eran tan inestables como las unidades tribales del norte de Europa. Otras se fusionaban o se se­paraban de sus vecinos. Trescientas cuarenta y tres de ellas perte­necieron en un momento u otro a la liga de Delos o ateniense. To­das afirmaban ser independientes o soberanas, pero descubrían que esa independencia se ~Veía limitada por su tamaño reducido y su debilidad política. Desde el punto de vista griego, la ciudad-es-

tado era el producto de la fusión, o sinecismo, de un número de al-deas vecinas. Como escribió Aristóteles, «cuando :varias aldeas se unen en una sola comunidad, lo bastante amplia como para ser casi o totalmente autosuficiente, aparece el Estado».~·( Esto supone racionalizar un proceso que era en casi todos los casos largo y len­to. Una ciudad, en el sentido limitado, se convertía en centro y foco de la ciudad-estado. Generalmente se levantaba en un terre-

no elevado para su protección. Por lo común estaba amurallada y é:lentro de las fortificaciones se situaban las casas de sus ciudada­nos, pegadas unas a otras. No todos los ciudadanos de una polis vivían dentro de su lugar central urbano. Muchos tenían sus ho­gares en las áreas rurales circundantes donde estaban sus granjas. Según Tucídides, los atenienses habían vivido en otro tiempo en el­campo, en aldeas y, aunque «ahora unidos en una sola ciudad», muchos, «llevados de las viejas costumbres residían en el campo donde habían nacido».** Tenían que hacerlo, pues de lo contrario

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el trayecto desde sus casas hasta los campos habría sido demasia­do largo.

Lapolis ateniense se extendía sobre unos 1.600 krn2, pero la ex­tensión de Esparta era tres veces mayor. Ahora bien, la mayor par­te de ellas eran mucho más reducidas. Corinto tenía una extensión de tan sólo 500 km2• Casi todas ellas comprendían menos de 60 krn2, y las 22 ciudades-estado de Beocia, la J?rovincia que se ex­tendía al norte de Atenas, no abarcaban, en promedio, más de 20 krn2• En tales casos, la mayor parte de los ciudadanos podían ha­ber vivido en su lugar central y haberse trasladado cada día a los campos para trabajarlos.

En gran medida, la distribución de las poleis estaba determina­da por lo abrupto y quebrado del terreno. La mayor parte ocupa­ban una reducida zona llana en la costa o en sus proximidades. No había muchas ciudades-estado en las montañas del interior ni en la abrupta costa occidental de Grecia. La frontera que separaba a cada una de las ciudades-estado de su vecina era, por lo general, una barrera montañosa, como la cadena de Citerón que separaba Atenas de las ciudades-estado de Beocia. La figura 2.1 muestra la distriBución de las poleis que constituían la liga délica. Estas eran tan sólo una fracción del número total. Las de Beocia y las del Peloponeso, por ejemplo, no eran miembros de la liga y no están representadas. En el Peloponeso y en la Grecia occidental la polis estaba en proceso de formación. Esparta, incluso, «no está cons­truida de forma continua y no tiene templos espléndidos ni otros edificios; más bien parece un grupo de aldeas, como las antiguas ciudades de Grecia». ··k

El mundo griego se extendía más allá del Egeo, incluyendo el sur de Italia y parte de Sicilia, así como las orillas del mar Negro, de Provenza e incluso de Tripolitania (figura 2.2). Allí habían emi­grado colonos de las superpobladas ciudaaes-estado de Grecia, es­tableciendo estados hijos. Eran éstos plenamente independientes, aunque ligados a sus poleis madres por lazos de lealtad filial. Has­ta qué punto podían. ser fuertes esos lazos quedó demostrado en la guerra del Peloponeso. Las colonias griegas eran mucho menos numerosas y, por lo general, mucho mayores que las poleis de Gre­cia. En Italia y Sicilia la Magna Grecia, como se llamaba se si­tuaban en la costa y su control político se extendía sobre un terri­tGrio limitado en sus hinterlands. Allí las tribus sículas e itálicas mantuvieron su forma de vida tradicional en las montañas, influi­das, pero no dominadas, por los griegos en las llanuras que se en­contraban más abajo.

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EL MUNDO GRIEGO 53

* Tucídides, I , 1 O.

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54 EUROPA EN EL PERÍODO CLÁSICO

Figura 2.1. Miembros de la liga de Delos.

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No es fácil definir Grecia Hélade tal como los griegos en­tendían e1 término. Era la zona donde vivían los griegos, pero ha­blaban una serie de dialectos distintos y en las proximidades de las fronteras del mundo griego esos dialectos dejaban paso a las lenguas diferentes del mundo «bárbaro» que se desplegaóan en su torno. A pesar de los elementos culturales comunes, los griegos no conocieron nunca la unidad política hasta que les fúe impuesta, primero por Alejandro Magno y luego por los romanos. A lo sumo constituían ligas regionales fluctuantes para la protección mutua . La más amplia y poderosa era la que se creó en torno a Atenas para derrotar a los persas. Esta liga se convirtió en un instrumen­to del engrandecimiento de Atenas y las fricciones en su seno con­tribuyeron a provocar el estallido de la guerra del Peloponeso. Otras ligas se forrnaron en Acaya, Beocia y en la península de Cal-

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Zonas principales de Colonias t influencia griega (?) cartaginesas Colonias griegas

jónicas • • • COrintiaS •

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cíclica, forn1ada por tres franjas alargadas, que estaba rodeada de poleis. Tan estrecha era la unión de las ciudades calcídicas que in­cluso acuñaban una moneda común. Fueran cuales fueren sus di­ferencias, lingüísticas, culturales y políticas, la Hélade estaba uni­da en una cosa, en su desprecio por los barbaroi o bárbaros, «seres inferiores sin ley».

No hay que concluir que los griegos fueran los únicos en crear ciudades-estado. Asentamientos muy similares surgieron en este período obra de un pueblo muy diferente, los fenicios. Procedían de las ciudades costeras del Levante. Eran navegantes, que funda­ron su primera colonia en Cartago, cerca del emplazamiento de la

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actual Túnez, en el norte de Africa. A partir de allí fundaron colo-nias hijas en la cuenca occidental del Mediterráneo. Se establecie­ron en la parte oeste de Sicilia donde fundar:on Motia y Panormo, la actual Paler1no, pero fueron excluidos por los griegos del resto de la isla. Por otra parte, parece que pudieron mantener alejados a los griegos de la mayor parte del Mediterráneo occidental, y se

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asentaron en la costa del norte de Africa, en Cerdeña y en el sur de España. Externamente, las colonias cartaginesas recordaban a las griegas, pero su orientación era de carácter comercial y la ciudad madre de Cartago mantenía sobre ellas un cierto control.

Al margen de la hostilidad de los cartagineses, los griegos de la Magna Grecia tuvieron que hacer frente a la de los etruscos y las tribus itálicas de Italia. Los etruscos ocupaban una amplia zona en la Italia central, con centro en Toscana. Comúnmente se ha considerado que su lengua, distinta de la itálica, era de origen asiático y que los etruscos eran invasores procedentes del este .

EL MUNDO GRIEGO 55

Figura 2.2. Colonización griega en el Mediterráneo.

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56 EUROPA EN EL PERÍODO CLÁSICO

Pero en los últimos años esto ha sido puesto en duda. Ahora se considera que la cultura etrusca tomó forma en Italia y su separa­ción de la de las tribus itálicas no es tan clara como antes se pen­saba. A mediados del siglo v a.C. la cultura etrusca se extendió desde la llanura de Lombardía, en el norte, hasta las proximidades de Nápoles, en el sur. Bloqueó la penetración de los griegos por el norte y envolvió a los romanos, pueblo itálico especialmente im- · portante. Las ciudades etruscas, en número de doce, se agrupaban en una federación poco estricta, muy similar a las ligas de la Hé­lade, en que el orgullo y el patriotismo de cada uno de los miem­bros impedía la subordinación a una unidad más amplia.

La desunión existente en el seno de la liga etrusca le impidió mantener el control de la región de Nápoles. Los etruscos fueron alejados de Roma y no consiguieron dominar a las tribus itálicas de las montañas del interior de Italia. Su hundimiento permitió el crecimiento de Roma. En el siglo v, Roma era tan sólo una peque­ña ciudad-estado más, que no mostraba diferencias significativas r:especto a las eiudades-estado etruscas. Estaba habitada por lati­nos procedentes de las tribus itálicas de la península. Habían ex­perimentado una especie de sinecismo, atribuido a Servio Tullo en el siglo VI. A él se atribuye el Muro de Servio construido paPa ro­dear las aldeas originales de las colinas romanas. Pero todo eso es leyenda. De hecho, el llamado Muro de Servio no fue construido hasta el siglo :rv. En los añes centrales del siglo v, la «ciudad» de Roma conocía una existencia precaria, amenazada tanto por los etruscos como por las tribus itálicas. Su importancia pertenecía por completo al futuro. En esa época, 1as tribus itálicas parecían mucho más poderosas. Habían puesto coto a la expansión de los griegos en el sur y planteaban una amenaza constante a la propia Roma. Vivían en los valles de las montañas, donde los recursos eran limitados y su población creciente les llevaba a extenderse por las llanuras costeras. Esa presión incesante desembocaría en una serie de guerras interminables con los romanos, que han sido relatadas en las páginas escritas por Tito Livio.

Más allá de la zona ocupada por los griegos, latinos y etruscos no había estados territoriales y sólo existía la más rudimentaria organización política. En estos lugares tocaba a su fin la Edad del Bronce, a medida que las culturas conocedoras del hierro se di­fundían hacía el oeste y el norte. La primera Edad del Hierro, identificada con Hallstatt, en la alta Austria, ya se había difundido por gran parte de Europa y empezaba a ser sustituida por una cul­tura del hierro más refinada y sofisticada, conocida con el nombre

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de La Tene, nombre que procede de un yacimiento situado en Sui­za. Las culturas se difundían en parte por la emigración física de la población y en parte debido al movimiento de artesanos indivi­duales, los más importantes de los cuales debían de ser los espe­cializados en el trabajo de los metales y los alfareros. Sin embar­go, no hay que exagerar el nivel de movimiento y fusión que existió entre los pueblos europeos de la Edad del Hierro. Consti­tuían culturas regionales entre las cuales no había diferencias fun­damentales, distinguiéndose más bien por detalles estilísticos en su cerámica. En el norte de Italia, más allá de los etruscos, se ha­llaban los comacinos, atestinos y vilanovianos. No podemos ni tan siquiera concluir que las pequeñas diferencias culturales existen­tes entre ellos . se reflejaran en la organización política. Tampoco podemos afirmar con ningún grado de certeza qué lengua haBla­ban, si eran itálicos, y por tanto, relacionados con los latinos, si su lengua era la de los celtas, o si ocupaba un lugar intermedio entre ambas (figura 2.3).

Al otro lado de los Alpes vivían los celtas. Tradicionalmente, su organización social se califica de tribal. De hecho constituían co-

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Figura 2.3. Mapa etnolingüístico de Europa en el siglo v a. C .

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munidades de varios centenares de individuos, con una especie-........ «rey» o jefe y un centro en su territorio tribal. Por lo general, ~~~·

último era una fortaleza circular, protegida por terraplenes, fosos, y empalizadas. Al igual que el núcleo central de la polis, probab:~ mente contenía los hogares de una parte de la población y aco·~ dación para toda ella en los momentos de peligro. Allí debía de -vir el jefe junto con los dioses tribales y se almacenaría también ~

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grano, posiblemente, como en el sur de las Islas Británicas, en zos profundos y revestidos excavados en la tierra.

Durante varios siglos los celtas habían avanzado hacia el este _ el sur desde su núcleo originario en el sur de Alemania. Se ve' ~:""!!'·

favorecidos por el hecho de poseer armas de hierro y por la u · · zación de la más temible máquina de guerra inventada hasta e tonces en Europa, el carro tirado por caballos. Al parecer, la gu...-. rra era una actividad endémica entre los celtas, así como en·~

ellos y la población precéltica. Estaba surgiendo una sociedad es­tratificada, con una elite de guerreros que eran quienes conduc:ss..o, """'--' los carros de guerra, y una masa de campesinos tributarios. En -.. siglo v a.C., los celtas ocupaban ya una parte de España, donde ,.;:!.olo.·

enfrentaron con las culturas ibéricas más primitivas, viéndose nalmente detenido su avance por la acción de los griegos y fe -cios desde sus bases de la costa.

En el norte, más allá de los celtas había pueblos germáni.~

Habitaban las zonas más meridionales de la región báltica, don,.,.,..... habían alcanzado una cultura sencilla, que conocía el uso del h.re rro. También ellos avanzaban con fuerza en dirección sur. ¿Fue los germanos los que forzaron a los celtas, a pesar de la superio -dad de su armamento, a emigrar hacia el sur y el oeste? ¿O esta­mos ante unos pueblos cuya agricultura era tan poco produc · ....... que se vieron obligados a emigrar para encontrar nuevas supe ~

cies de cultivo y que tendían a avanzar hacia los lugares donde .­contraban menor resistencia? Todo paree~ indicar que tanto l celtas como los germanos se desplazaban en el intento de enco ~ trar un suelo mejor y unas condiciones climáticas menos d-.:..~~

En el siglo v, los eslavos comenzaban a aparecer como un pue­blo con características y personalidad propias. Muy probableme·HL.. te, su lugar de origen eran las llanuras que en la actualidad cons tituyen el sureste de Polonia y el oeste de Ucrania. Probablemen~ desde allí avanzaron muy lentamente hacia las estepas y los bo·~ ques de la Rusia europea. En esencia, eran un pueblo sedentario _ agrícola. Fueron objeto de diversos ataques por parte de invasores de las estepas, siendo los más importantes y poderosos en esa épo-

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ca los escitas, que conocían el uso del caballo. Constituían un pue­blo seminómada dedicado al pastoreo que dominaba y atacaba a los agricultores sedentarios. Contra los escitas los eslavos constru­yeron y amurallaron sus «ciudades» fortificadas, como Biskupin (véase infra, en este mismo capítulo, el apartado «El asentamien­to»).

Más al norte del territorio que ocupaban los eslavos existían pueblos bálticos relacionados entre sí, y_ más allá los fino-ugros, cuyos territorios dedicados a la caza penetraban en la Rusia euro­pea hasta Siberia. Los baltos eran pueblos sencillos de agriculto­res que vivían todavía en la Edad del Bronce. Es difícil, cuando no

~

imposible, establecer una correspondencia entre la cultura mate-rial y las divisiones étnicas y, lingüísticas, pero nos sorprendería que los pueblos fino-ugros hubieran alcanzado ya la etapa de cul­tivar el suelo y de construir armas y utensilios de metal. Medio mi­lenio más tarde, Tácito describía a los fenni, ciertamente a través de datos de segunda mano, como «extraordinariamente salvajes y terriblemente pobres».

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La población

Son muy escasos los datos sobre los que basar los cálculos de la población de Europa en el siglo v a.C. o en cualquier otro período con anterioridad al siglo XVIII d.C. No existían censos y sólo es po­sible calcular su volumen a partir del tamaño de los ejércitos, del comercio de trigo, de los tributos y de las zonas habitadas o culti­vadas. Sin duda, muchos griegos consideraban que su país estaba superpoblado y las colonias griegas estaban habitadas por aque­llos para quienes no había lugar en su patria. Sin duda alguna, el tamaño máximo de una población guarda relación con su tecno­logía y su capacidad para producir alimentos, y los griegos consi­guieron escasos progresos en la ciencia de la agricultura.

" Debemos comenzar con el Atica, pues a ella hacen referencia la mayor parte de las fuentes disponibles: el número de soldados y de barcos de guerra a disposición de Atenas parece indicar que existían entre 35.000 y 60.000 guerreros, y una población total en­tre 110.000 y 180.000. A esta cifra hay que añadir los «metecos» (metoikoi) o extranjeros residentes, y a los esclavos, y respecto a ellos no poseemos datos precisos. Diversos cálculos sitúan la po-

" blación total del Atica en la era de la grandeza de Atenas entre 200.000 y 334.000 almas. La cifra real tal vez haya que situarla en

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EL MUNDO GRIEGO 59

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EUROPA EN EL PERIODO CLASICO

torno a los 300.000. Este cálculo parece verse confirmado por las /

estimaciones del consumo de grano en el Atica un. siglo más tarde. Resulta extraordinariamente difícil extrapolar los datos de Atenas a otras poleis griegas porque Atenas era excepcional en muchos sentidos. Estaba en condiciones üe soportar una densidad de po­blación mayor que la de otras ciudades-estado porque podía im­portar cereales panificables de la costa del mar .. Negro y de otros lugares. En el caso de otras poleis podemos adivinar la población a partir del área urbanizada de sus núcleos centrales, de la e~ten­sión problable de la tierra cultivable y de la cuantía de los tributos que pagaban a la liga de Delos. Para Platón la población ideal de una polis era de 5.040 hombres, cifra que se elevaba por encima de los 15.000 si contamos a la legión de dependientes. Pero en mu­chos casos, como en las ciudades microscópicas de la Calcídica, el número de habitantes debía de ser mucho menor.

La única zona de Europa que podía igualar la densidad de po­blaGión de las tierras del Egeo era la Magna Grecia, y Siracusa era la única ciudad capaz de rivalizar con Atenas. Pero el tamaño de las ciudades y la extensión probable de su zona cultivada parecen

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indicar que la población total no debía superar el medio millón. La población total de la Hélade debía de situarse en tomo a 1,5 millones.

Por lo que respecta al resto de Italia, los datos son todavía más escasos. A partir de su cementerio, que ha sido excavado, se ha es­timado la población de una ciudad-estado etrusca, Caere (Cervete­ri), en unos 25.000 habitantes, y la población urbana ele Etruria en 200.000. Ni Roma ni las ciudades cartaginesas podían ser mucho mayores.

Para realizar los cálculos de la población fuera del mundo me­diterráneo hay que recun~ir no al tamaño de los lugares habitados ni a la extensión del área cultivable, pues son muy escasos los datos que poseemos al respecto, sino al tipo de economía. En la Europa del bronce y el hierro se practicaba en todas partes una agricultu­ra itinerante. Los rendimientos eran muy pobres y la capacidad, incluso de las mejores tierras, de soportar población era muy li­mitada. A mayor abundamiento, en ese período una gran parte de Europa al norte de los Alpes no podía ser cultivada. Ello nos lleva a pensar que en los suelos de buena calidad no podrían subsistir más de 10 habitantes por km2 y que en gran parte de Europa esa cifra habría que rebajarla hasta 4 habitantes por kifi2 o menos. So­bre la base de estos datos, sería muy temerario establecer la cuan­tía total de la población europea. Se ha apuntado que poco antes

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de comenzar el imperio romano la población total de Europa era de unos 50 millones. Si esta cifra es correcta, aun aproximada­mente, habría sido muy inferior 450 años antes .

El asentamiento

En el siglo v a.€. comenzaba a difundirse por Europa la «revolu­ción urbana», en palabras de Childe. Los núcleos centrales de las

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poleis griegas fueron las primeras ciudades europeas. Muy pocas tenían una gran extensión; muchas de ellas no alcanzaban el ta­maño de aldeas grandes, pero todas ellas tenían una serie ae ras­gos que las distinguían de los asentamientos meramente rurales. Es cierto que en su mayor parte eran básicamente agrícolas y en ellas se situaban los hogares de la población que se trasladaba dia­riamente a los campos para realizar su trabajo. Pero también ha­bía en ellas artesanos, eran sede de una administración de algún tipo y proYeían entretenimiento y recreo a sus ciudadanos. La ciu­dad difer-ía de la aldea no tanto en su tamaño y en las funciones que realizaba como en los servicios que ofrecía para la vida urba­na y civilizada.

Por lo general, la ciudad griega se situaba no en la costa sino en sus proximidades. Las de mayor extensión tenían un pequeño puerto, caso de :Atenas con el Pireo, ~ Corinto con Cecreas y Le­queo. Habitualriiente, la ciudad se construía en un terreno eleva­do que le prestaba una cierta protección y en la mayor parte de los casos se hallaba dominada, como Corinto y Argos, por una acró­polis fortificada, sede del monarca en el período arcaico que pre­cedió a la época clásica. :La ciudad solía estar vallada y en algunos casos los muros eran tan largos y rodeaban una superficie tan ex­tensa que se hace difícil pensar cómo podían defenderlos en su to­talidad. Por ejemplo, las murallas de Atenas tenían una longitud de no menos de 25 kin. Hasta cierto punto, la existencia de un re­cinto tan amplio derivaba de la necesidad, especialmente en los primeros tiempos, de tener un espacio al que conducir a los ani­males en los momentos de peligro. A medida que crecía, la ciudad se extendía por un terreno menos elevado y más llano y la mayor parte de las ciudades de fundación más tardía se construían en te­rreno llano junto a un río, que proporcionaba el agua necesaria.

Las ciudades más antiguas situadas en terreno más elevado se construían sin un plano regular. Las calles eran estrechas y r-etor­cidas, con callejones y patios que surgían de ellas. Incl11so en Ate-

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* Geographi Graeci Minores, ed. C. Mü­ller, París, 1882, I , 101.

** Rodney S. Young, «An Industrial Dis­trict of Ancient Athens», Hesperia, XX (195 1), p. 139.

*** Pausanias, X, 4, I; Geographi Graeci Minores, 1, 99.

nas, en palabras que se atribuyen a un autoF del siglo IV, Dice . «las calles no son más que senderos insignificantes y las casas _ .... muy pobres, destacando entre ellas algunas ae mejor calidad•. Esto ha quedado confirmado por las excavaciones realizadas -ca del Areópago: «Una calle pequeña y callejones estrechos ... pequeñas casas, establecimientos comerciales y talleres».** ciudad era «Seca y estaba mal abastecida de agua», y las torm~.

tas invernales convertían los caminos en torrenteras. La ma ,._, parte de las casas y talleres estaban construidos con ladrillos barro sobre cimientos de piedra. Algunas tenían un piso superi pero en su mayor parte eran de una sola planta. «En la vida pri da ~ecía Demóstenes [los atenienses] eran austeros y sen -llos», y no hay razón para poner en duda sus palabras ni para poner que otras ciudades griegas eran menos primitivas.

En marcado contraste con la arquitectura doméstica, se erigí.~,

los edificios públicos. La vida en la ciudad griega se vivía en p , ~ blico; era una ciudad «cara a cara». Su centro era el agora, que · ._ bitualmente se traduce, aunque no del todo correctamente, co~ «mercado». Cerca del agora estaría el pritaneo, más parecido COlo..L

«a~ntamiento», así como templos, monumentos, la stoa o ave -­da porticada, y la fuente pública. Allí pasaba la población -~

gran parte de sus ratos de ocio, en lugar de permanecer en sus ca­sas húmedas y angostas. Pausanias, que recorrió Grecia en el sigl rr d.C., estudiando los edificios públicos como pudiera hacerlo ~ Baedeker, escribió de la ciudad de Panopo en la Fócide: «Si pu~­

llamarse ciudad a un lugar donde no existen oficinas del gobiem • ni gimnasio, ni teatro, ni plaza del mercado, ni agua conducida una fuente», en tanto que Dicearco no tenía duda sobre el estatus de Ancedón porque «el agora tiene árboles en toda su extensión _ está flanqueada por columnatas».***

La ambición de cada polis era construir ese tipo de estructu­ras, que a la vez que eran útiles reportaban prestigio. Allí era donde se encontraban y conversaban los habitantes. Sin ellas no podrían haber existido los diálogos platónicos, aunque en m u_ pocos casos esas discusiones realizadas en público podían ser tan elevadas como en el caso de Sócrates. Sin embargo, pocas ciudades alcanzaron el éxito de Atenas, pero es que muy pocas poseían sus recursos financieros y materiales. Con todo, como puso de relieve Pausanias, no había muchas ciudades que no se vieran dignificadas con edificios públicos de una cierta distin­ción arquitectónica. La tradición de construir edificios de cali­dad por motivos estéticos fue continuada por los romanos, para

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desaparecer posteriormente de Europa y no revivir hasta los tiempos modernos.

En muchos sentidos las ciudades que los griegos fundaron en la Magna Grecia eran similares a las de Grecia. En todas ellas había edificios :públicos, de los cuales se han conservado algunos frag­mentos monumentales en Siracusa, Metaponto y en otros lugares.

El proceso de desarrollo urbano en la Italia central era muy si­milar al del mundo griego. Las ciudades etruscas eran grandes. Al­gunas, como Orvieto y Perugia, estaban emplazadas en lugares elevados y todas contaban con fuertes protecciones naturales. En este sentido, Roma se adaptó al modelo urbano etrusco. En todas las ciudades las casas eran de piedra o de ladrillos de barro, con templos y bellos edificios de mamposte:r.ía y algún tipo de períme­tro defensivo, no muy diferentes de los de las poleis más humildes del Egeo.

Los cartagineses eran el único otro pueblo con un desarrollo urbano. Habían llegado procedentes del mar y sus ciudades se si­tuaban, sin excepciones, en la costa. Su ocupación era el comer­cio, por lo que para ellos era esencial contar con un buen puerto. No pocas de sus ciudades, entre las que se incluía Motya la me­jor conocida de todas ellas , en la parte occidental de Sicilia, se hallaban situadas en pequeñas islas, protegidas de sus hinterlands a menudo hostiles. Pero los escasos asentamientos griegos del Me­diterráneo occidental eran similares a los del Egeo, un emplaza­miento con protección natural y fácilmente accesible desde unas buenas tierras de cultivo.

La civilización urbana estaba limitada a la cuenca del Medite-•

rráneo e incluso en ella sólo se había desarrollado allí donde se asentaran los griegos, etruscos y cartagineses. Más allá de esos lí-

. mites se trataba de asentamientos, construidos por los iberos y los celtas, urbanos por su tamaño pero no por la complejidad de sus construcciones y edificios públicos. Es posible que algunas tuvie­ran una población permanente y sirvieran básicamente como re­fugio~ La mayor parte de ellas se hallaban emplazadas en terreno elevado y estaban protegidas por terraplenes y fosos que en los ca­sos más elaborados formaban una serie de líneas concéntricas de defensa. Ocasionalmente, sus defensas eran de mampostería, como por ejemplo en Ensérune en Provenza y en Heuneburg en el sur de Alemania. Eran muy numerosas en Francia, donde algunas de ella~ presentaron una durísima resistencia a los conquistadores romanos en el siglo 1 a.C., en el sur de las Islas Británicas y en gran parte de España.

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64 EUROPA EN EE PERÍÓDO CLÁSICO

* Oeconomicus, IX, XII.

En la llanura del norte de Europa esos asentamientos protegi­dos eran menos numerosos. Los emplazamientos que contaban con defensas naturales eran más escasos y frecuentemente los asentamientos tenían que protegerse por medio del agua y las ma­rismas. Entre éstos se hallaba Biskupin, construida en una isla de un pequeño lago en el centro de Polonia. La elevación del nivel del agua obligó a abandonar este núcleo, que quedó enterrado bajo de­pósitos de turba y del lago. Las excavaciones realizadas permitie­ron averiguar que se trataba de un emplazamiento de plano oval, con una extensión de casi 2 ha y para cuya protección contaba no sólo con el agua del lago sino también con una sólida empalizada. En su interior se situaban 13 filas de casas de madera, paralelas entre sí. En conjunto había más de 100 casas y una población de más de 500 habitantes. El asentamiento era básicamente agrícola, no poseía edificios pretenciosos ni rasgo alguno que lo distinguie­ra de otros asentamientos similares existentes en las llanuras del norte de Europa. Ahora bien, por su tamaño, por su plano ordena­do y sus defensas se aproximaba claramente a la idea de una ciu­dad. El concepto uPbano se difundía lentamente desde el mundo helénico hacia el oeste y el norte de Europa. Cuando 400 o 500 afias más tarde los romanos incorporaron a su imperio la zona occi­dental y una parte de la zona central de Europa (véase el capítulo 3) existían ya los cimientos para una auténtica expansión urbana.

No poseemos tanta información respecto a los asentamientos rurales en la cuenca mediterránea, porque las construcciones eran menos sólidas y duraderas. Aproximadamente la mitad de la po­blación de la polis ateniense debía de vivir fuera de la ciudad que era su núcleo central. La mayor parte residiría en aldeas, aunque existían también granjas y explotaciones de gran tamaño como la que menciona Jenofonte. * Había también núcleos aislados en las montañas donde vivían y trabajaban los pastores y carboneros. El modelo de asentamiento debía de ser muy similar por todo el mundo griego. Sin embargo, en sus hinterlands se situaban grandes pue­blos apiñados en emplazamientos elevados aptos para la defensa, como los que han sobrevivido hasta la actualidad en muchas par­tes de la Europa mediterránea. Una excepción la constituyen los nuraghi de Cerdeña. Eran estructuras elevadas y circulares de mampostería que dominaban núcleos de pequeñas casas circula­res de piedra. Probablemente, su objetivo era de carácter defensi­vo y la tradición de construir esas estructuras elevadas ·pudiera de­rivar de la Grecia arcaica, siendo continuada en los brochs del norte de las Islas Británicas.

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En la Europa no mediterránea el modelo de asentamiento do­minante era el de las pequeñas aldeas. Variaban notablemente por su emplazamiento, su plano~ estilo, pero carecemos de datos su­ficientes para establecer conclusiones con carácter general. Mu­chas, tal -vez la mayoría, se situaban a escasa distancia de un re­cinto fortificado que senda como núcleo central y refugio. No eran inhabituales los asentamientos dispersos, que debían de verse ex­puestos a no pocos peligros en esta época de guerras intestinas. Las chozas de los campesinos estarían construidas básicamente de madera, como las que han sido exeavadas en Biskupin. Algunas eran de turba y en algunas zonas, como en Dartmoor en el sur de Inglaterra, y en Escandinavia, se aprovechaba como material constructivo la piedra que existía en la superficie del suelo. En la mayor parte de los casos los tejados eran de ramas, y ocasional­mente estaban construidos con vigas y paja. La mayor parte de las casas tenían plano rectangular, siendo su longitud muy superior a su anchura. Ese tipo de «casas largas» corresponde a una antigua tradición europea que se remonta a los campesinos danubianos del Neolítico y que continuó hasta un pasado reciente. Por lo ge­neral, los muros eran postes hundidos en el suelo, llenándose los intersticios con palos y arcilla.

En ocasiones, las chozas se alineaban a ambos lados de lo que podía seE un camino, origen tal vez del «pueblo-calle» de épocas posteriores. En las zonas pantanosas, como Frisia, a veces se construían grupos ae casas sobre túmtilos artificiales, o terpen, que se elevaron al subir el nivel del agua en las condiciones de ma­yor humedad del período clásico. En Suiza, algunos asentamien­tos se construían sobre crannogs, islas artificiales erigidas sobre el suelo de los lagos artificiales. Pocos son las datos que nos han proporcionado las excavaciones realizadas en yacimientos de las llanuras de Polonia y R,usia. Allí, las aldeas tenían que hacer fren­te no sólo a una elevación del nivel del agua, sino también al peli­gro siempre presente de los guerreros a caballo procedentes de la estepa. La mayor parte de esos asentamientos tenían una protec­ción de algún tipo. Un buen ejemplo lo constituye Start::ykowe

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Male en el norte de Polonia. Estaba formado por 8 casas con otros edificios, dispuestas en círculo y protegidas por un doble muro de piedra. El conjunto se situaba en una península de terreno seco, con lagos o pantanos en tres de sus lados. Centenares de estas al­deas, habitadas en otro tiempo por campesinos, han aparecido en la faja de bosques ancha que se extendía hacia el este a través de Rusia hasta el Valga y los Urales.

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EUROPA EN EL PERIODO CLASICO

Más al norte, más allá de los límites de la agricultura sedenta­ria, vivían pequeñas comunidades de pescadores junto a las orillas del mar Báltico y de los fiordos noruegos. Lós habitantes de estas comunidades usaban utensilios y armas fabricadas fundamental­mente de hueso. En el interior de Escandinavia y en el norte de Rusia existía una escasa población de cazadores-pastores. Eran nómadas, pero tenían un hogar al que regresaban en el curso de sus correrías estacionales. Su economía correspondía a la Edad de la Piedra, pero es que en esas zonas la Edad de la Piedra se pro­longó hasta el período que, más al sur, se podía calificar como pe­ríodo histórico.

La agricultura

En la mayor parte de Europa se practicaba una agricultura de subsistencia y el comercio de productos alimenticios quedaba li­mitado a algunas zonas del mundo helénico. Conocemos con has-

, tante exactitud la agricultura del Atica gracias a los autores grie-gos. Los suelos eran pobres y pedregosos, pero los atenienses sabían sacar el mejor partido, construyendo terrazas en las lade­ras hasta una altura de 300 m. Sin embargo, en los niveles más elevados sólo existía pasto duro para las ovejas y bosques secos y maleza que proporcionaba combustible para cocinar. El bosque estaba en rápida regresión como consecuencia de la actividad de los carboneros y de los rebaños de cabras, y las laderas se veían cada vez más afectadas por la erosión.

Los cultivos más habituales en las tierras de menor altura eran los cereales panificables. La cebada, que permitía obtener unos rendimientos aceptables en los suelos secos y alcalinos, era el ce­real más abundante, pero el trigo ocupaba en torno a una séptima parte del área cultivada. Las verduras, incluyendo las judías y las lentejas, eran la principal fuente de proteínas. Se bebía leche fun­damentalmente de cabra y el consumo de carne era escaso. El pes­cado era un alimento importante, pero el aceite de oliva era la fuente principal del consumo de grasas. Era una dieta escasa en la que las tortas y gachas de cebada eran el elemento fundamental.

" El Atica era una tierra de cultivadores campesinos capaces de proveer su propio sustento y, sobre todo, de enviar una cierta can­tidad de aceite, vino y verduras para abastecer a la ciudacl.. Sin em­bargo, la mitad del aprovisionamiento de cereales de Atenas se im­portaba, fundamentalmente de las costas del mar Negro. Existían

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Figura 2.4. Representación en un vaso de un arado griego ligero .

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68 EUROPA EN EL PERÍODO CLÁSICO •

Etruria eran tierras más adecuadas para la agricultura que la re­gión del Egeo. La viña perdía allí importancia, desaparecía el oli­vo y el trigo comenzaba a sustituir a la cebada. Las tierras llanas del Lacio y Etruria estaban ocupadas por agricultores sedentarios, mientras q_ue el pastoreo, tal como se aprecia en las páginas de Tito Livio, prevalecía en las zonas montañosas del interior.

La agricultura mediterránea no exhibía grandes progresos con respecto a la que se practicaba en el norte de los Alpes, donde se cultivaban las mismas especies y con los mismos métodos. Pero en el norte de Europa la tierra cultivable era más abundante y el campesino podía practicar una agricultura itineFante, labrando una parcela durante unos pocos años para abandonarla y cultivar otra. Por lo general, los suelos eran ligeros y fáciles de arar. Según se desprende de los modelos «celtas» que han sobrevivido, las par­celas eran reducidas y compactas, adecuadas para el arado ligero~ o ard, que se utilizaba habitualmente. Ese tipo de arado no permi­tía voltear el suelo y las estrías que han aparecido en el subsuelo parecen indicar que los campos se araban en sentido transversal. Los cereales panificables eran más variados que en el sur de Eu­ropa. La cebada seguía siendo importante, pero comenzaba a apa­recer el centeno entre las especies cultivadas. Las variedades del trigo que se cultivaban habitualmente eran el trigo Emmer y la es­pelta, variedades que posteriormente han sido desplazadas en gran medida por otras que producen mayores rendimientos o que permiten una molienda más fácil. Incluso en este período primiti­vo, vemos que el hombre, aun inconscientemente, introducía cam­bios genéticos en las plantas que cultivaba mediante la selección de la simiente.

La ganadería era importante en toda Europa al norte de los Al­pes. La carne y la leche eran partes fundamentales de la dieta hu­mana. Los bovinos se utilizaban para el arado y los caballos se empleaban en la guerra y para tirar los carros de los celtas. Había variado el equilibrio entre las diferentes especies. Mientras que antes el número de ovejas y caballos era relativamente escaso, la situación varió en la Edad del Hierro. Comenzaron a escasear las piaras de cerdos y a aumentar el número de ovejas y el ganado bo­vino_. incrementándose muy notablemente el número de caballos. Sin duda, esto debió ser consecuencia de la destrucción del bos­que; medio natural del cerdo, y del incremento de las dehesas, adecuadas para la oveja. En términos generales, la agricultura perdía importancia hacia el norte, a medida que la ganadería tenía mayor presencia, y en Escandinavia y en la región del Báltico la

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Figura 2.5. Distribución de los campos de cultivo en un asentamiento celta en el sur de Gran Bretaña. Una serie de campos pequeños, semirrectangulares, dependían del fuerte sobre la colina, que aparece arriba a la derecha .

* Shimon Applebaum, «The Agricultu­re of the British Early Iron Age», Procee­dings of the Prehistoric Society, 1954, pp. 103-114 .

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70 EUROPA EN EL PERÍODO CLÁSICO •

existían también migraciones a larga distancia, a medida que los agricultores aprendierpn a utilizar tierra marginal durante una parte del año. En algunos casos, como en Escandinavia y en los Alpes, llevaban su ganado a las montañas durante el verano, para luego descender durante el invierno. Probablemente esa trashu­mancia derivaba de modelos de desplazamientos anteriores y pre­agrícolas y tenía vigencia en todas las zonas montañosas de Euro­pa. De hecho, en algunos lugares se ha seguido practicando hasta la actualidad.

En las estepas del sur de Rusia, los agricultores sedentarios de­jaban paso a los pastores, los escitas seminómadas, que se despla­zaban con sus ganados por las praderas, dominando a los agricul­tores de los márgenes de los bosques que les proporcionaban el grano necesario para obtener pan. Las zonas occidentales de la es­tepa, más húmeda, eran una excelente tierra de cultivo y de ellas procedía una gran parte del grano importado por Atenas y por otras poleis.

La industria y la minería

En el siglo v a.C., la industria era poco más que una artesanía do­méstica, aunque algunos historiadores afirman que existían en Atenas algunos talleres de gran tamaño explotados con mano de obra esclava. Sólo en el campo de la minería era una actividad sig-

, nificativamente más importante. Unicamente en el caso de Atenas contamos con datos de fuentes escritas y epigráficas que nos per­miten esbozar un cuadro de las actividades industriales. En su mayor parte se desarrollaban en talleres que daban a las calles y patios de la ciudad. Allí vivían los albañiles y los trabajadores del bronce, los curtidores y peleteros, bataneros, tintoreros y tejedo­res. A nosotros nos corresponde imaginar la congestión, con su calor, ruido y olores concomitantes. Algunos artesanos, en espe­oiallos albañiles, vivían fuera de la ciudad y acudían cada día a su lugar de trabajo. Algunas industrias tendían ·a concentrarse en dis­tritos concretos: kerameikos era el lugar donde desarrollaban su trabajo muchos de los alfareros. Qué duda cabe que ha dado su nombre a la «cerámica». Existía también una «calle de los traba­jadores del mármol». El tejido y el hilado se realizaban en el hogar y todas las amas de casa trabajaban constantemente, al igual que Penélope en la Odisea, aunque sin duda con mayor eficacia, con la rueca y el telar. A continuación los paños se teñían y batanaban.

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En su Cyropaedia, Jenofonte comparaba la estricta especiali­zación de los artesanos en las ciudades más importantes con la amplitud de sus actividades en las más pequeñas. En éstas, es­cribía,

el mismo trabajador trabaja sillas y puertas y arados y mesas y con frecuencia . . . casas y pese a todo puede sentirse agradecido si en­cuentra el trabajo suficiente para subsistir ... En las ciudades grandes . . . en la medida en que mucha gente plantea una demanda en cada rama de la industria, un solo oficio, y muchas veces menos de un ofi­cio completo, es suficiente para permitir subsistir a un hombre: por ejemplo, un hombre hace zapatos para hombres y otro para mujeres, y hay lugares incluso donde un hombre se gana la vida cosiendo za­patos, otro cortándolos, otro cosiéndo las partes superiores, mientras que hay otro que no realiza ninguna de esas operaciones sino que sólo une las diversas partes.*

Adam Smith no era en nada superior a Jenofonte. El nivel de la tecnología griega era bajo y no había hecho gran­

des progresos con respecto a la época de Homero. Se suele atri­buir este hecho a la existencia de la institución de la esclavitud, que mantenía bajo el coste de la mano de obra. Las pinturas de los vasos constituyen una importante fuente de información sobre los trabajos artesanos de la antigua Grecia (figuras 2.6 y 2.7). Nos muestran el trabajo del hilado en un estrecho telar vertical, la fun­dición del hierro para conseguir una masa de hierro dulce en un horno bajo y la forja sobre un yunque para obtener formas senci­llas, así como el to1no movido por el pie del alfarero para fabricar recipientes. Las operaciones del hilado y el tejido se realizaban en todas partes. El trabajo del metal estaba más localizado y algunas ciudades griegas se especializaron: espadas en Calcis, yelmos en Beocia, cuchillos en Laconia y petos en Atgos. Atenas era conoci­da por la calidad de su cerámica y entre sus exportaciones desta­caban los más bellos ejemplares. Albañiles y escultores eran nu­merosos y muy especializados pero no parece que en ning(ln momento se intentara realizar la coción de los ladrillos, aunque en los edificios públicos se utilizaban tejas de cerámica. El plomo se usaba para fabricar las espigas que mantenían unidas las piezas de mampostería, pero al parecer no en los sistemas de aprovisio­namiento de agua. Eso quedó para los romanos.

En ninguna otra ciudad existía la variedad de artesanos que en­contramos en Atenas, aunque Corinto exportaba bronce y cerámi-

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* Cyropaedia, ed. Loeb, Gambridge, Mass., 1968, 1, p. 333.

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72 EUROPA EN EL PERÍODO CLÁSICO

Figura 2.6. Un zapatero griego toma medidas para confeccionar un par de za­patos de mujer: (De un vaso griego ilustrado en H. Blumner, Technologie und Temzino­logie der Gewerbe und Kunste bei Griechen und Ronzern, Leipzig, 1912.)

ca, Calcis y Sicione productos de metal y Megara paños de escasa calidad. Cada una de las ciudades de la Magna Grecia tenía sus in­dustrias especializadas, siendo las más importantes la cerámica, el tejido y la metalistería. Pero el núcleo más importante de la anti­gua industria del hierro era Etruria. Su centro era Populonia, si­tuarla en la costa frente a la isla de Elba, de donde procedía el me­jor mineral de hierr0, situación que no había variatlo todavía en el siglo XIX. Los trabajos de fundición se desarrollaban funélamental­mente en el interior de Toscana, donde el carbón vegetal era más abundante.

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El mismo elenco de actividaaes artesanales era practicado por los pueblos celtas al norte de los Alpes. Los celtas seguían utili­zando el bronce en sus manifestaciones artísticas, pero para obje­tivos más imp0rtantes sólo se utilizaba el hierro. ~os métodos de fundición y afino eran muy similar-es a los utilizados e ilustrados por los griegos. En las excavaciones se han exhumado algunos hornos y el gran número de acumulaciones de escoria de este pe­ríodo, especialmente en las proximidades de Siegen en el noroes­te de Alemania, da idea de la importancia de esta industria.

La minería y el trabajo en las canteras eran, sin duda, impor­tantes tanto :Qara los pueblos del Mediterráneo como para los pue­blos del norte. En Grecia los minerales eran poco abundantes. En

el norte se obtenía una cierta cantidad de oro en los depósitos alu-viales y en Chipre existían filones de hierro, que rápidamente se

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agotaron, e importantes reservas de cobre. Pero las más impor­tantes eran las minas de plata y plomo de Laurion, en el extremo

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sureste del Atica. Las minas eran arrendaaas al estado ateniense por individuos que las trabajaban con mano de obra esclava. Indi­vidualmente las minas eran muy pequeñas, pero en conjunto pro­ducían grandes cantidades de plata y daban trabajo a unos 20.000 esclavos. Los métodos de producción eran muy primitivos y re­querían una gran cantidad de mano de obra. Gran parte del mine­ral se desperdiciaba y en el siglo XIX todavía era provechoso tra­bajar con los desechos de las antiguas minas por la plata que aún contenían.

El hierro se obtenía de pequeños e incontables depósitos, que muy pronto se agotaban y abandonaban. Pero el mineral variaba mucho en cuanto a su calidad e incluso ya entonces el metal pro­cedente de determinadas zonas como Toscana, el Sigeland y los Alpes orientales era muy valorado.

El cobre se extraía y fundía en los Alpes austríacos, en Kitzbü­hel, que debía de proveer inmensas cantidades de este metal. Otras minas se explotaban también en Hungría, en los Montes Metálicos de Bohemia y en el Harz. Sin una aleación de estaño era muy difícil reforzar el cobre, y el estaño era uno de los metales más escasos. Aunque había algunos depósitos en los Montes Me­tálicos, las únicas fuentes importantes de este metal se hallaban en el noroeste de España, en Bretaña y en Cornualles. Es muy pro­bable que gran parte del estaño utilizado en el siglo v a.C. proce-

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Figura 2. 7. Herrero griego representa­do en un vaso. (De H. Blumner, Techno­logie und Terminologie der Gewerbe und Kunste bei Griechen und Romern, Leipzig, 1912.)

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7 4 EUROPA EN EL PERÍODO CLÁSICO

* República, II, 370e.

diera.de Comualles. Diodoro Sículo, que escribía en el siglo I a.C., '

es muy explícito al respecto. Se separaba de la gravilla procedente del valle y se embarcaba en una isla conocida como Ictis, posible­mente el Mont Saint Michel. Es muy probable que la situación que describe fuera la misma cuatro siglos antes, pero ignoramos quiénes eran los comerciantes, griegos, cartagineses o celtas .

El comercio

En un momento en que la mayor parte de las comunidades eran en gran medida, aunque no totalmente, autosuficientes, el comer­cio a larga distancia era limitado en volumen y restringido en cuanto al número y variedad de los productos. El comercio reali­zado por las poleis griegas era con mucho el más importante y el más diverso. «Resulta casi imposible escribe Platón encontrar un Estado ... que no necesite importaciones».* Conocemos la na­turaleza de este comercio, aunque no su volumen. Este último as­pecto ha sido objeto de controversia, afirmando algunos autores que los griegos realizaban un intercambio, a escala muy impor­tante, de sus productos manufacturados con cereales y materias primas de otras regiones menos desarrolladas. El comercio· era importante para Atenas y para algunas otras ciudades-estado, pero la mayor parte de ellas no contaban con un excedente expor­table que les permitiera compensar las importaciones que pudie­ran realizar. Y, en Atenas, el único comercio a gran escala era la , importación de grano panificable. Este procedía en parte de Sici-lia, de Eubea, Tesalia y Macedonia, pero fundamentalmente de las orillas del mar Negro, a través del Bósforo y de los Dardanelos. En el extremo septentrional el comercio estaba controlado por los es­citas, que a cambio del grano obtenían algunos de los trabajos de cerámica y metal más bellos de los atenienses. La cerámica de ori­gen ático identificable que se ha encontrado en gran parte de la cuenca mediterránea demuestra la existencia de contactos comer­ciales estrechos y continuos. Es probable que esos productos se obtuvieran a cambio de cereales.

Atenas era el mayor, pero no el único, importador de cereales del mundo griego. Corinto, Sicione y Argos también tenían que sa­tisfacer una parte de sus necesidades mediante el comercio exte­rior. Parece que otras ciudades recurrían asimismo, ·al menos oca­sionalmente, al comercio para garantizar su abastecimiento ~e alimentos. Sólo las ciudades de la Magna Grecia estaban en con-

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diciones de no sentir temor por la escasez de productos alimenti­cios, en gran parte por su gran extensión de tierra cultivada. Du­rante la segunda guerra médica, Gelón de Siracusa ofreció «apro­visionar a todo el ejército griego mientras durara la guerra»,* afirmación que afortunadamente no fue puesta a prueba. Una indi­cación de la dependencia de algunas ciudades-estado de las impor­taciones de grano la da el hecho de que una parte de su estrategia en la guerra del Peloponeso consistiera en bloquear el aprovisio­namiento de alimentos de otras ciudades-estado.

Los cereales y la cerámica figuran de manera prominente en e1 comercio de la Grecia clásica, pero no eran ni mucho menos los únicos productos que se embarcaban en los puertos. Existía un comercio de vino y de aceite de oliva, de lana desde la Grecia oc­cidental y de lino desde el mar Negro, y también de pieles y cue­ros. En las orillas del Egeo se desarrollaba uHa intensa actividad pesquera y el pescado, una vez secado o en salazón, se enviaba a las ci~dades. Según Dicearco, Antedón estaba habitado básica­mente por «pescadores, que vivían de sus anzuelos, de la concha de la púrpura [murex, fuente del tinte de upúrpura"] y de las es­ponjas».**

En el siglo v a.C. Atenas era el foco de ese variado comercio. Como escribe Jenofonte, «aquel que atraviesa Grecia ... pasa por Atenas como centro de un círculo, ya viaje por mar o por tie­rra>>,*** y su puerto del Pireo era un centro comercial natural, cuya actividad intentó reforzar. Atenas contaba con la gran venta­ja de poseer un puerto profundo y abrigado en el cual se erigieron «Casas de barcos» para la construcción y reparación de los navíos. En ocasiones se construían muelles con piedras de gran tamaño, pero con frecuencia los barcos pequeños simplemente se arrastra­ban playa arriba, como en los tiempos homéricos, lejos del alcan­ce de las olas de ese mar prácticamente sin mareas.

Mucho menos conocemos acerca del comercio del Mediterrá­neo occidental que respecto al Egeo. Probablemente, el volumen de ese comercio era mucho mayor de lo que parecen indicar las fuentes históricas. Inmensas cantidades de cerámica ática han sido excavadas en la colonia griega de Massilia (Marsella), pero no sabemos con seguridad qué contenían ni cómo se pagaba su con­tenido. Pero lo cierto es que en el Mediterráneo occidental los car­tagineses acabaron por sustituir a los griegos en el dominio del co­mercio, que controlaron hasta ser relegados por los romanos. Probablemente, el control cartaginés del mar y, desde el puerto de Tartesos (el Tarshish bíblico), del estrecho de Gibraltar, permitió

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* Herodoto, VII, 158.

** Geographi Graeci Minores, I, 104.

*** Sobre los ingresos, I, 6-7.

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7 6 EUROPA EN EL PERÍODO CLÁSICO

* J. M. de Navarro, «Massilia and Early Celtic Culture», Antiquity, 2 (1928), pp. 423-442.

el desarrollo de un comercio de estaño cómico a través de Francia. Con toda seguridad, los griegos comenzaron a comerciar con la Europa central después de ser excluidos de la cuenca occidental del Mediterráneo. Parece que ese comercio no era muy intenso. Entre los productos intercambiados figuraban las pieles y cueros, pero los más importantes eran el ámbar y los metales, en especial el cobre y el hierro. Ciertamente, los etruscos participaban en esa actividad comercial ~ es posible que fueran sus protagonistas principales.

El comercio se desarrollaba en el norte de Europa a una escala mucho menor y más limitada que en el Mediterráneo. Hay que pensar que cada comunidad era autosuficiente y que no se comer­ciaba con cereales. Entre los productos de intercambio figuraban en un lugar prominente los metales hierro, cobre y estañ<r--- y otros materiales como la obsidiana, que se utilizaba para fabricar diversos utensilios. Debía de existir también un comercio de sal procedente de salinas como las de Hallstatt y, como hemos visto, el ámbar se enviaba hacia el sur, al Mediterráneo. Entre los pro­ductos que los celtas importaban del mundo mediterráneo hay que mencionar el vino y los recipientes en los que lo almacenaban y bebían. Se ha dicho que la sed de los celtas era un factor muy importante en el comercio con el mundo clásico.*

DE GRECIA A ROMA ...

En el año 431 a.C. estalló la guerra entre Atenas y Esparta, una guerra que rápidamente afectó a todo el mundo helénico. Cuando llegó a su fin 27 años más tarde, Atenas estaba agotada y Esparta gravemente debilitada. La población había disminuido y la rique­za había sido destruida. La edad de oro de la civilización griega había terminado. La época de las poleis, reducidas, celosas y pen­dencieras, era cosa del pasado y, en Grecia, la hegemonía pasó a manos de otras potencias. En un principio fue Tebas, que contro­laba toda Beocia, la que desempeñó ese papel hegemónico, pero luego la primacía pasó a Macedonia, mucho más extensa y fuerte, que comenzó a absorber a otras ciudades-estado vecinas, hasta que por último todo el mundo helénico quedó bajo su control.

La civilización griega había alcanzado sus logros ante la ame­naza de los persas. Ese peligro existía y Alejandro Magno le hizo frente de una forma que nunca hubiera estado al alcance de la Hé­lade: invadiendo el imperio persa, derrotando a sus ejércitos, y

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DE GRECIA A ROMA 77

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78 EUROPA EN EL PERÍODO CLÁSICO

* De Anima, 30.3.

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** Cartas, ed . T. Hodgkin, 1886, VIII, p . 31.

las provincias para romper sus lealtades tribales y minimizar el peligro que encarnaban.

Existía una cierta lógica en la expansión del imperio romano, viéndose cada uno de los avances condicionado por las circuns­tancias de la conquista anterior. El imperio alcanzó su mayor ex­tensión en Europa durante el siglo 11 d.C. Llegó entonces a su fin un período de más ele 300 años de crecimiento territorial, sin que se hubieran resuelto los problemas fundamentales del imperio. Eran estos la defensa ftente al mundo bárbaro situado más allá de sus fronteras y la conciliación de un gobierno imperial con una es­tructura sociopolítica que en sus principios esenciales derivaba de la polis. De hecho, los romanos nunca llegaron a conciliar la polis con el imperio.

EL IMPERIO ROMANO EN E:t SIGLO 11

Basándonos en la autoridad del historiador Edward Gil5bon pode­mos afirmar que el siglo 11 d.C., cuando el imperio fue presidido sucesivamente por los emperadores Adriano, Antonino Pío y Mar­co Aurelio, fue uno de los períodos más felices en toda la historia de la humanidad. Los cqntemporáneos habrían aceptado esa con­clusión. Arístides escribió sobre la profunda e inquebrantable paz que prevalecía y Tertüliano, al referirse a lo que llamaríamos «cre­cimiento económico», escribió que «los campos cultivados han

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sustituido a los bosques; se cultivan las zonas arenosas, se tallan las rocas y se desecan los pantanos; en la actualidad hay tantas ciudades como antes chozas».*

Sin duda, esta descripción es exagerada. La paz se quebranta­ba en las fronteras. Se producían revueltas internas contra el do­minio de Roma y el crecimiento económico era muy lento. Las técnicas de producción se desarrollaron muy poco, o en absoluto, en parte porque la mentalidad aristocrática de las clases dirigen­tes les llevaba a no preocuparse por las innovaciones y en parte porque existía una importante mano de obra esclava. Sin embar­go, lo cierto es que gran parte de Europa gozaba de una paz más duradera de la que había conocido hasta entonces y la conquista romana llevó consigo una forma de vida romana a unas regiones que hasta entonces sólo habían conocido el rudo sistema autosu-

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ficiente de la comunidad aldeana. «Los hombres deberían agru-parse en ciudades», escribió Casiodoro, ** y, pese a las expresiones literarias de amor hacia la vida rural, era el estilo de vida urbano

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el que atraía a los romanos y el que intentaban imponer sobre los pueblos sometidos.

Los romanos no abandonaron nunca por completo el concepto de polis. Las ciudades que crearon a lo largo y ancho del imperio eran centros de consumo y de administración para sus regiones locales. De hecho, el imperio se convirtió en «una gran federación de ciudades-estado».* La facilidad de desplazamiento en el inte­rior del imperio, tanto de las personas como de los bienes, permi­tió que todos los rincones quedaran abiertos a las influencias ex­temas. Si el forum de cada pequeña ciudad representaba el legado cultural de Roma, el templo de Mitra y la Iglesia cristiana refleja­ban las influencias externas que Roma recibía y asimilaba gra­dualmente. Pero las influencias culturales no se producían siem­pre en la misma dirección. El comercio precedió al progreso del imperio y existían utensilios romanos más allá de sus límites.

Geografía política •

Augusto dejó como testamento a sus sucesores el consejo de man­tener los límites del imperio existentes en ese momento. En con­junto siguieron su consejo. En Gran Bretaña, el límite se estabili­zó a lo largo del Muro de Adriano. En la Europa continental, se adoptó la línea del Rin y el Danubio, y las incursiones más allá de ese límite se restringieron a los llamados Agri Decumates, entre el curso alto de 1os dos ríos y la Dacia (Rumanía). El Rin estaba pro­tegido, como el norte de Gran Bretaña, por un muro con fuertes y torres. No era posible erigir una barrera similar en otros lugares y era difícil, entre los cambiantes canales de la desembocadura del Rin o del delta del Danubio, saber con exactitud dónde residía el límite de la autoridad de Roma.

En el inter:ior de esos límites el imperio se dividía en provincias bajo el control directo del emperador o del Senado. En cada una de las provincias había civitates o ciudades-región, el equivalente romano de la polis. Muchas se correspondían, aunque sólo de ma­nera aproximada, con las zonas tribales anteriores. El proceso ro­mano de destribalización no se completó en ningún lugar, y en muchas zonas el núcleo urbano central era heredero del centro tribal prerromano. En algunos casos se trasladaba, por ejemplo de un lugar elevado a otro de menor altu:ra. En Gran Bretaña exis­tían una docena ele esas ciudades «tribales», la mayor parte de las cuales conservaban el nombre de la tribu a la que representaban,

• EL IMPERIO ROMANO EN EL SIGLO TI 79

* M. Rostovtzeff, The Social and Econo­mic History of the Roman Empire, Ox­ford, 1926-1957, 1, p. 135.

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80 EUROPA EN E:L PERÍODO CLÁSICO

Figura 2.8. Áreas tribales de la Gran Bretaña romana y sus capitales, estable­cidas por los romanos.

* Rudi ThomsenJ «The Italic Regions», Classica et Medievalia Dissertationes, IV (Copenhague, 1974), p. 11.

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como en Isca Dumnoniorum (Exeter) y Calleva Atrebatu1n (Sil­chester), que correspondían respectivamente a los dumnoni y a los atrebates (figura 2.8). Según Tácito, en la Galia había 6~ provin­cias, aunque en realidad su número debía de ser mayor. En Es­paña había muchas más y la mayor parte de ellas eran excesi­vamente pequeñas. Por el contrario, en los Balcanes, el terreno montañoso y la población más dispersa determinaron la forma­ción de unidades más extensas y en número menor que en las pro­vincias más occidentales. La política de los romanos consistió en permitir que la ciudad fuera una expresión de la individualidad y el orgullo de la civitas local, pero también el instrumento de su ro­manización. Incluso en Italia, que estaba bajo el control de Roma desde hacía varios siglos, el legado de las tribus itálicas era evi­dente en «los varios centenares de ciudades territoriales con una notable independencia».*

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Los pueblos del imperio romano

Desde el primer momento en el imperio reinó la diversidad étnica y sus condiciones internas impulsaron el desplazamiento de las personas en su seno. En el imperio eran escasos los prejuicios ra­ciales, aunque los ciudadanos aristócratas de Roma expresaban sus recelos ante el influjo de las gentes procedentes del este. «No puedo tolerar una Roma llena de griegos», escribió Juvenal, y Sé­neca se refirió de forma despectiva a las hordas que acudían a la ciudad atraídas por la perspectiva del bienestar y los beneficios. Según escribió Juvenal, «el,[río] sirio Orontes siempre ha aporta­do sus aguas al Tíber».-/c De hecho, Roma se había ~onvertido en una ciudad grande, cosmopolita, y con toda probabilidad pode­mos hacer la misma afirinación de todos los centros urbanos im­portantes. Las inscripciones que han llegado hasta nosotros reve­lan un número cada vez mayor de nombres de origen griego o del Oriente Próximo.

En cierto sentido, el imperio era el «crisol» del mundo antiguo, en el que grupos diferentes de individuos perdían su individuali­dad y se mezclaban para constituir el pueblo romano. Este proce­so de emigración y asimilación fue continuo y nunca completo. En la porción europea del imperio, el proceso de romanización se difundió a partir de los centros urbanos. Nunca alcanzó las zonas más remotas. «Siempre había bárbaros en el imperio romano, abandonados a su suerte en montañas y desiertos remotos, o in­corporados recientemente por conquista».** La mayor parte de ellos aceptaban el dominio de Roma con tal de que no interfiriera en su estilo de vida tradicional. Valoraban la paz que les garanti­zaba y los productos que ocasionalmente podían recibir. Las figu­ras 2.9 y 2.10 ilustran en la pro:vincia de Panonia, que se corres­ponde aproximadamente con la Hungría transdanubiana, dos aspectos de la romanización: la utilización de inscripciones lati­nas y la construcción de villas rurales. En ambos casos aparecen forrnando grupos, cada uno de ellos centrado en una ciudad ro- . mana. Entre los diversos grupos se observan espacios vacíos que, si nos basamos en estos datos, apenas se habían :visto influidos .por la civilización de Roma.

Ese modelo se repite en cada provincia. En ningún lugar se produjo la equiparación de los niveles culturales, sólo pequeños islotes de progreso que se expandían lentamente, en algunos luga­res de forma imperceptible, hacia el dominio cultural de la más avanzada Edad del Hierro. Es imposible conocer en qué medida el

EL IMPERIO ROMANO EN EL SIGLO 11 81

* Sátiras, m, 62.

** Ramsay MacMullen, «Barbarían En­claves in the Northem Roman Empire», L'Antiquité Classique, 32 (1963), p. 552.

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82 EUROPA EN EL PERÍODO CLÁSICO

Figqra 2.9. Distribución de las inscrip­ciones en la Panonia romana.

* Patrología latina, XXXVI, col. 382.

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lengua celta y poseemos el testimonio de san Jerónimo de que e su época los treveri, un pueblo cuya capital tribal era la importan­te ciudad ·de Augusta Treverorum (Triere), hablaban todavía la len­gua celta. -~r: Sin duda esta lengua no había desaparecido de la zona occidental de Gran Bretaña y, probablemente, tampoco de la oriental.

Por último, una serie de pueblos, conocidos colectivamente como «bárbaros», se infiltraban continuamente en el imperio, atraídos por la posibilidad de encontrar un empleo y un nivel de vida más elevado. Algunos eran invitados por los romanos, que ne­cesitaban mano de obra. Muchos se alistaban en las legiones. A ve­ces, tribus enteras se asentaban en el imperio y el propio Marco Aurelio admitió a unos 3.000 hombres de la tribu navistae.

La línea defensiva que se extendía desde el norte de Gran Bve­taña hasta el mar Negro no era una frontera cualquiera. De hecho, separaba dos mundos distintos. El comercio atravesaba esa línea

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y productos de origen romano penetraban a gran distancia en te-rritorio bárbaro, pero el nivel de vida y de conducta difería nota­blemente en ambos lados. El Danubio y el Rin eran el Río Grande del mundo antiguo. Más allá de esta línea prevalecían el clan y la tribu como unidades de organización, pero los modelos étnicos no estaban más definidos que en el seno del imperio. Desde el punto de vista lingüístico, podemos afirmar que un pueblo celta estaba siendo invadido por un pueblo germánico, mientras que en el este los nacientes eslavos avanzaban lentamente hacia el este pene­trando en los bosque rusos. Pero ningún pueblo desplazó completa­mente a otro. Se mezclaban y fundían y en ocasiones los invasores formaban una especie de elite «feudal». Tampoco podían distin­guirse claramente las lenguas que hablaban. Sin duda, se trataba de dialectos tribales, de forma que la lengua dejó de ser una base adecuada para clasificar a los distintos pueBlos. Aunque Tácito menciona algunas tribus, raramente indica sus afinidades lingüís­ticas, pues probablemente no era consciente de ellas. La organiza­ción tribal que describe era fluida. Las tribus se fusionaban y di­vidían y algunas de las mencionadas por Tácito desaparecieron de la historia poéo después. Ahora bien, Tácito reconoce a los ger-

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EL IMPERIO ROMANO EN EL SIGLO II 83

Figura 2.1 O. Distribución de las villas en la Panonia romana .

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84 EUROPA EN EL PERÍODO CLÁSICO

* Tácito, Germanía, 46, 3-4.

manos como un grupo cultural, cuya principal característica era que vivían en asentamientos permanentes. Ciertamente se trataba de un pueblo agrícola sedentario, pero que periódicamente arran­caba sus raíces y emigraba.

Al este de los germanos vivían los eslavos, un pueblo agrícola sedentario de los bosques del norte. Con casi total seguridad, los venedi de los que habla Tácito eran eslavos y este autor los distin­gue de los germanos, aunque por razones erróneas. Sus asenta­mientos eran dispersos, lo cual permitía a los germanos que emi­graban atravesarlos como por una especie de ósmosis. Tácito menciona la existencia de una serie de tribus en la vasta zona si­tuada al norte ael Danubio. Con toda probabilidad, algunas de ellas eran parte del gran movimiento migratorio de los celtas; otras eran probablemente germánicas, antecesoras de aquellas que invadirían el imperio en el siglo v d.C. Otros pueblos, por ejemplo los iazyges de la llanura de Panonia, estaban relacionados con los escitas del sur de Rusia y eran todavía pastores seminó­madas. Aparte de estos últimos, en su mayor parte eran pueblos agricultores sedentarios, que utilizaban herramientas de hierro y labraban el suelo con arados ligeros de madera. Más al norte, y al este del mar Báltico, vivían pueblos agrícolas, antecesores de los pueblos bálticos que, en palabras de Tácito, «raramente utilizan armas de hierro». Sin duda comenzaba a alumbrar la Edad del Hierro. Más allá aún vivían los fenni. «Comen hierba, se visten con pieles y duermen en el suelo. Su única esperanza son las fle­chas, cuya punta, por carecer de hierro, es de hueso.»* Eran pue­blos preagrícolas que, desde el punto de vista cultural, pertenecían al Mesolítico y a las primeras fases del Neolítico.

La población

Sin duda ninguna, en el siglo 11 a.C. la población de Europa fue más numerosa que en ningún período anterior y, con toda proba­bilidad, mayor que en ningún momento subsiguiente hasta el final de la Edad Media. La urbanización de la sociedad romana, el in­cremento del nivel de bienestar, la expansión de 1a agricultura y el volumen de la producción especializada y del comercio son causa y efecto a un tiempo de ese incremento .

Los romanos tenían la costumbre de realizar censos periódi­cos, cuyos resultados registra en parte Tito Livio. Siq embargo, la validez; de esos censos se ve notablemente limitaaa por el hecho de

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EL IMPERIO ROMANO EN EL SIGLO 11 85

que ignoramos qué sectores de la población quedaban realmente registrados en él. La ciudad de Roma tenía la mayor concen­tración de población que había conocido Europa liasta ese mo­mento. Pero no es esa una medida aceptable de su tamaño; es me­nos lo que conocemos acerca de esta ciudad que respecto a Atenas seis siglos antes. La línea de investigación más prometedora trata de determinar la densidad de viviendas existentes en la ciudad. Ésta variaba notablemente. Zonas muy amplias estaban ocupadas por edificios públicos. El distrito situado al otro lado del Tíber ~conocido en la actualidad como el Trastévere estaba caracteri­zado por la baja densidad que determinaban las villas éle los ricos. Por contraste, bloques de viviendas, o insulae, densamente habita­dos, cubrían una zona importante, aunque difícil de determinar. Los cálculos más razonables, basados en estos datos, sitúan lapo­blación de Roma entre 800.000 y 1.200.000 habitantes. Pero sean cuales fueren los datos reales, lo cierto es que la población era lo bastante importante como para plantear extraordinarios proble­mas de alojamiento, abastecimiento de alimentos y entreteni­mientos. Más adelante, en el curso del Tíber, se levantaba Ostia, el puerto de Roma. Es más fácil encontrar datos fiables respecto a . Ostia, ya que gran parte de la ciudad ha sobrevivido, aunque en ruinas. Su población se calcula entre 27.000 y 60.000 almas.

Sobre la base de los recursos agrícolas y el nivel conocido de tecnología, se ha calculado la población de la península italiana entre 6 y 9 millones de habitantes, y la de Sicilia entre 600.000 y 1 millón, siendo esta última cifra más fiable. Los datos que posee­mos respecto a la Galia se reducen casi totálmente a los cálculos que establece Julio César respecto a la importancia de sus tribus. Una población total de entre 6 y 10 millones parece plausible, aun­que es imposible demostrar esta hip0tesis. El sur de España esta­ba densamente poblado, pero en el norte y el oeste la población era mucho más escasa. La población total de la península ibérica podría variar entre 7 y 12 millones de habitantes. La cifra más probable para Gran Bretaña es la de 2,5 millones y las provincias danubiana y balcánica tendrían cada una de ellas entre 3 y 6 mi­llones. Probablemente, la población total de la porción del impe­rio romano integrada en Europa cabría situarla entre 27 y 47 mi­llones, pero es importante resaltar que estas cifras son tan sólo aproximaciones más o menos inteligentes.

Carecemos de datos respecto al volumeq de la población fuera de los límites .del imperio. Sólo podemos establecer que los recur­sos de la tierra y el nivel de la tecnología determinan un techo por

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86 EUROPA EN EL PERíODO CLÁSICO

* Agrícola, 21.

arriba. Sobre esta base podríamos hablar de entre 3 y 5 millones en la Europa central, siendo mucho menor la población en el este y el norte de Europa.

El asentamiento

El desarrollo urbano eFa mucho más importante que seis siglos antes. En conjunto, las ciudades eran más numerosas y habían ex­tendido los límites del imperio. Existían ciudades a lo largo del Rin y del Danubio, avanzadillas urbanas en el mismo límite del mundo bárbaro. El gobierno impulsaba su fundación. Según Tá­cito, en Gran Bretaña, el gobernador Agrícola «prestó apoyo pri­vado y ayuda oficial a la construcción de templos, plazas públicas y mansiones privadas» y, según expresa con desilusión Tácito, «los britanos fueron conducidos gradualmente hacia las comodidades que hacen que el vicio resulte agradable: arcadas y banquetes sun­tuosos».* Teniendo en consideración los prejuicios de Tácito, hay que coneluir que la ciudad de Roma ejercía poco más que una función civilizadora, que no había desarrollado otras funciones económicas básicas aparte de la agricultura, función que podía habeFse desplegado fácilmente desde los asentamientos rurales.

Sin embargo, el imperio se organizó sobre la base de la exis­tencia de territoria discontinuos, cada uno de ellos con su núcleo urbano central. Estas eran las piedras angulares del imperio. Allí donde era posible, los romanos tomaron las zonas tribales como base de esas unidades (véase la figurá 2.8), variando el emplaza­miento de la ciudad central donde ello parecía conveniente, o in­cluso fundando una nueva. Ese proceso de fundación urbana con­tinuó en el siglo n d.C. y se puede considerar el período de los Antoninos como el cenit del urbanismo romano. A partir de ese momento, las ciudades dejaron de crecer en número y tamaño y, de hecho, muchas vieron disminuir su población. Su estatuto va­riaba según el origen y el grado de autogobierno. Como nosotros en la actualidad, los romanos se enfrentaban con el nroblema de definir la ciudad. En España, muchas de ellas, escribió Estrabón, «son los puntos ... desde los cuales y hacia los cuales la gente lle­va sus productos, para intercambiarlos unos con otros y también

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con el mundo exterior». Su ocupación fundamental era el comer-cio. Pero al referirse a la Meseta del centro de España· escribió que algunos «afirman que hay más de mil ciudades» (utiliza el térmi­no griego poleis), pero añade que lo hacían «llamando ciudades a

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los pueblos grandes, pues, en primer lugar, el país no puede de manera natural, debido a la pobreza de su suelo y a que es remo­to y salvaje, tener muchas ciudades y, en segundo lugar, los modos de vida y las actividades de los habitantes . . . no sugieren nada de este tipo».* Estrabón era muy perceptivo. El estatus legal no siem­pre concuerda con la función económica y nosotros, que pensa­mos que una ciudad es básicamente un escenario no rural de acti­vidades especializadas, tenemos una visión falsa de la ciudad romana. Su principal papel era su misión civilizadora. En los años postreros del imperio, ese papel fue perdiendo fuerza y en algunos casos la ciudad pasó a ser una especie de concha vacía.

No hay dudas, sin embargo, respecto a un tipo de asentamien­to urbano. La fortaleza militar, con una rígida planificación y ro­deada por una muralla, se construía con un objetivo específico y su importancia y necesidad aumentaron más que disminuir. En las proximidades de la fortaleza militar existía habitualmente un asentamiento civil, o cannaba, cuyo objetivo era satisfacer las ne­cesidades de las legiones. En algunos casos, el asentamiento civil adquiría estatus urbano por derecho propio. Así, Corstopitum (Cor­bridge), en el norte de Inglaterra, atendía las necesidades de la guarnición del muro romano, y Mogontiacum (Maguncia), Brige­tio y Aquincum (ambas en el Danubio, en la llanura húngara), así como Carnuntum (Petronell) en la baja Austria, todas ellas guar­niciones militares en un principio, llegaron a ser ciudades de ca­rácter civil.

En algunos casos, una fortaleza prerromana u oppidum era abandonada y sus habitantes y sus funciones pasaban a un em­plazamiento más accesible o menos fácil de defender. Los ejem­plos clásicos son el abandono de los emplazamientos gálicos de . Bibracte y Gergovia, en favor de Autun y Clermont respectivamen­te, y en Gran Bretaña de Maiden Castle y BagiDdon por l)urnova­ria (Dorchester) y Corinium (Cirencester). Sin embargo, la mayor parte de las ciudades romanas continuaron ocupando los emplaza-

mientas de los centros tribáles romanos y heredaron las funciones que aquéllos habían desempeñado; en el mundo griego, la mayor parte de los núcleos centrales url:Janos del siglo v a.C. siguieron es­tando ocupados, aurique el tiempo había dejado sentir su huella duramente con alguno de ellos. Su estatus serniindependiente ha­bía desaparecido y algunos se habían fusionado en un gran acto de sinecismo para crear una nueva ciudad, de la misma manera que Augusto había formado Nicópolis a partir de los restos de mu­chas poleis locales.

EL IMPERIO ROMANO EN EL SIGLO 11 87

* Estrabón, III, 2, S; 4, 13.

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88 EUROPA EN EL PERÍODO CLÁSICO

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Dado que la definición de «ciudad» es tan variable, resulta casi imposible calcular su número. El mapa de la figura 2.11 es única­mente aproximativo. Allí donde las ciudades eran numerosas, como en el sur de España, en la Italia central y en Grecia, por lo general eran muy pequeñas. Donde se atenían a un modelo abier­to y relativamente equilibrado, como en la Galia y en las provin­cias balcánicas, debían de ser de mayor tamaño y con un plano prefijado deliberadamente. En muchos casos, es posible determi­nar la extensión de la zona urban~ porque sus muros han sobrevi­vido, pero algunas defensas no se er-igieron hasta bien avanzado el período imperial, en que las condiciones eran de mayor perturba­ción, y no reflejan fielmente la amplitud del asentamiento urbano en el siglo rr d.C. En algunos casos se trataba de grandes ciudades según los parámetros aplicados en cualquier momento hasta el si- ·

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glo XIX. Nemausus (Nimes), Vienna (Vienne) y Augustodunum (Au­tun) todas ellas en la Galia tenían una superficie de 600 ha, mientras que en la Galia existían otras ciudades con una extensión inferior a 1 O ha. Con el inicio de las invasiones a finales del siglo III d.C., la superficie amurallada de las ciudades de mayor tamaño se redujo, presumiblemente para facilitar su defensa. En algunos casos, esa reducción fue drástica: en N!mes de 222 a 8 ha; en Au­tun de 200 a 10 ha. Esto demuestra hasta qué punto eran poco sig­nificativas las funciones que desempeñaban algunas de estas ciu­dades.

La supervivencia de la ciudad tenía que ser garantizada por su territorio circundante y sus edificios públicos necesitaban el exce­dente de ingresos de sus habitantes. En este sentido, reflejaban la riqueza privada de las regiones en las que se asentaban. ¿Pero qué ocun·ía si la elite local decidía no invertir o no vivir en el núcleo central? Rivet ha señalado que en Gran Bretaña las villas eran más numerosas en torno a las pequeñas ciudades que en las proximi­dades de las de mayor superficie y más importantes. ¿Cabe con­cluir de ello gue los excedentes de riqueza se invertían preferente­mente en las villas antes que en las casas de las ciudades? ¿Varió la situación en los últimos años del imperio, decidiéndose un por­eentaje más importante de la población a vivir en sus propiedades

rurales? Sin duda alguna esto fue lo que ocurrió, siendo un factor importante en la decadencia de la ciudad en la última época im­perial.

Las ciudades del imperio romano, al igual que las ciudades he­lénicas anteriormente, presentaban un contraste total entre una planificación estricta y un crecimiento carente por completo de pla­nificación. Tanto los campamentos militares como las coloniae en las que se asentaba a los veteranos se construían de manera orde­nada en tomo a dos calles principales que se cruzaban en ángulo recto. Esta idea se aplicó a no tardar a las fundaciones civiles. Pompeya es una de las primeras ciudades no griegas que mues­tran un plano de estas características. Reflejaba la disposición ro­mana hacia el orden y la disciplina y en cierto sentido se incorpo­ró al trazado de muchas ciudades importantes en Italia y en las provincias. Pero exigía el ejercicio de la autoridad y, cuando ésta no existía, la planificación de la ciudad no tardaba en verse per­turbada. Fuera de Italia, donde era mayor el número de ciudades fundadas por los romanos que el de las que se desarrollaban a par­tir de asentamientos anteriores, se imponía un plano regular en el crecimiento ur.bano. En algunos casos, cuando el emplazan1iento

EL IMPERIO ROMANO EN EL SIGLO ll 89

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90 EUROPA EN EL PERÍODO CLÁSICO

romano fue abandonado posterionnente y no fue reocupado nue­vamente, ha sido posible recuperar en gran parte el trazado de las calles, como en Venta Icenorum (Caistor-by-Norwich), Calleva Atrebatum (Silchester) y Aventicum (Avenches, en Suiza). En otras ciudades, tan alejadas entre sí como Córdoba y Ljubljana, Nímes y York, el trazado de las calles sigue siendo reconocible, aunque haya sido distorsionado, pero sería extraordinariamente difícil en­contrar un plano romano en las calles de Londres o Viena.

La ciudad romana era, antes que nada, un lugar para la vida ci­vilizada y urbana, donde los provinciales más ricos podían vivir cómodamente, participando de alguna manera en la administra­ción local pero, sobre todo, sin erigirse en una amenaza para la autoridad de Roma. Necesariamente, las ciudades de menor ta-

maño desempeñaban una serie de funciones comerciales, aunque sólo fuera porque era necesario abastecer y alimentar a sus ciuda­danos. Existirían también artesanos que trabajaban :gara una clientela local. En las ciudades de mayor tamaño, como Lyon, Ni­mes y Londres, esas funciones se desarrollaban a mayor escala y cubrían un área más extensa. En muy pocas existía una industria especializada de algún tipo, que atendiera a las necesidades de mercados distantes e invisibles.

Los edificios de las ciudades variaban enormemente en cuanto a su estilo y densidad. Algunas ciudades estaban formadas funda­mentalmente por villas espaciosas, mientras que, en otras, filas de edificios que servían como viviendas y talleres se alineaban en las calles. La planta baja se abría a la calle mediante una abertura con un amplio arco. Se trataba de las tabemae, tiendas en las que los artesanos fabricaban y vendían sus productos. Las tabernae, ape­nas alteradas en el curso de 18 siglos de historia, siguen caracteri­zando los barrios viejos de Nápoles, de Dubrovnik y de muchas otras ciudades, y sus restos pueden observarse todavía en Pompe­ya y Ostia. Los edificios urbanos rara vez tenían más de dos pisos. Sólo en Roma y en Ostia existían bloques elevados de viviendas. Por lo general la construcción se realizaba en piedra, con tejados de tejas. El ladrillo era un elemento constructivo cada vez más ge­neral, en ocasiones para formar la fachada de unos muros cons­truidos fundamentalmente con una especie de cemento. El peligro de incendios era importante y en las ciudades más densamente pobladas se evitaban las construcciones de madera. En muchas de las de menor tamaño, siendo tal vez Silchester el mejor ejemplo, muchas veces las viviendas estaban aisladas y contenían un espa­cioso atrium. Ese tipo de construcciones de lujo existía también

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en la periferia de ciudades de mayor tamaño y más congestiona­das.

Los edificios públicos eran una parte tan necesaria de la civitas romana como lo eran en la polis griega. El foro y la basílica, el templo y los baños, el anfiteatro y el gimnasio tenían como misión hacer atractiva la ciudad y permitir que se reunieran sus habitan­tes. Ocupaban una parte importante del centro de la zona urbana y en las ciudades pequeñas dominaban el conjunto. El estadio (como su descendiente, la plaza de toros española) y el teatro es­taban situados, en ocasiones, fuera de los límites de la ciudad para poder controlar más fácilmente a las multitudes que a ellos acu­dían. Cada ciudad tenía un templo dedicado al emperador deifica­do. Este culto estaba por encima de los cUltos locales y sus altares eran un símbolo ele lealtad a la unidad y al espíritu del imperio.

Un rasgo típico de las ciudades romanas era el cuidado con que se realizaban las obras de ingeniería que permitían el abasteci­miento de agua, siendo muy pocas las grandes ciudades que no se veían obligadas a obtenerla de lugares distantes. El abastecimien­to de agua de Arlés se realizaba mediante un acueducto de unos 50 km de longitud, que incluía el Pont-du-Gard, una de las obras más impresionantes de ingeniería hidráulica que han perdurado. La longitud ~otal de los acueductos que abastecían a Lyon era de 175 km e incluso el París romano tenía un acueducto de 24 km. Segovia, situada en la seca meseta española, obtenía el agua de la distante sierra de Guadarrama y las obras necesarias para trans­portarla incluían el gigantesco acueducto que todavía sigue en pie.

Por supuesto los asentamientos militares estaban protegidos por murallas defensivas y puertas fortificadas. En el siglo 11 d.C. no se consideraban necesarias en las ciudades excepto en las que se hallaban próximas a la frontera. Pero en el siglo siguiente, la amenaza de la invasión germánica determinó la construcción de murallas, realizadas frecuentemente de forma apresurada, recu­niendo a todo tipo de materiales procedentes de edificios públicos y privados.

La ciudad de Roma. Roma era una excepción en muchas de estas generalizaciones. La ciudad había crecido lentamente a lo largo de muchas centurias y no se realizó esfuerzo alguno por planificar o controlar su crecimiento. Los edificios públicos se erigían allí donde lo deseara el emperador y hubiera tierra disponible (figura 2.12). El gran tamaño de la ciudad, que carecía de un medio regu-

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92 EUROPA EN EL P,ERÍODO CLÁSICO

Figura 2.12. Roma durante el • • rmper1o.

* Sátiras, I , 3, líneas 190-198.

** Anales, XV, 38-41.

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lar de transporte, inducía a la población a aglomerarse en el centro, donde una serie de especuladores habían construido blo­ques de viviendas elevados, congestionados y, sobre todo, peligro­sos.

¿Quién preguntaba Juvenal [en Praeneste o en Tívoli] ha sen­tido alguna vez temor de que su casa se derrumbe? ... Aquí habitamos en una ciudad construida en su mayor parte sobre apoyos muy lige­ros, y los administradores mantienen de esa forma las casas que se tambalean y tratan de cerrar las grietas que se abren en los viejos mu­ros, haciendo que los inquilinos duerman tranquilamente bajo un te­cho que parece presto a hundirse en cualquier momento encima de ellos.* •

Así era la ciudad que se incendió un seco día de verano del año 64 d.C. «Las calles estrechas y serpenteantes y los bloques irregu­lares impulsaron el avanee del fuego», escribe Tácito,** y cuando terminó el incendio se limpiaron las zonas devastadas y; los es-

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EL IMPERIO ROMANO EN EL SIGLO TI 93

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Figura 2.13. Fragmento de la forma ur­bis que muestra los harrea lolliana, un gra­nero .

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94 EUROPA EN EL PERÍODO CLÁSICO

Figura 2.14. Abastecimiento de agua en Roma. El Aqua Felice es una obra del Re­nacimiento que parece haber seguido al Aqua Alexandrina, construido por el empe­rador Alejandro Severo. (Según Thomas Ashby, 11ie Aqueducts of Ro1-ne, Oxford, 1935, y Frontino, ed. Loeb.)

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acueductos muy por encima del nivel del suelo. La última gran obra, el acueducto de Claudia, transportaba el agua desde unas fuentes situadas a más de 48 km de distancia hacia el este y avan­zaba por la Campania sobre gigantescas columnas, cuyas ruinas todavía perviven. Los romanos se sentían orgullosos, lo cual no ha

de extrañamos, de su sistema de abastecimiento de agua. Era un requisito indispensable para el crecimiento de la ciudad y, desde luego, el sistema más complejo y más satisfactorio en el mundo occidental hasta el siglo XIX. No obstante, no deja de ser intere­sante destacar el hecho de que sus conocimientos de ingeniería no les indujeran a construir depósitos de agua .

Roma no habría podido crecer sin el Tíber. De hecho, era la única ciudad mediterránea de la época clásica que se levantaba junto a un río navegable. El abastecimiento se realizaba a través del río, que además prestaba protección a la ciudad en sus prime­ras etapas, al tiempo que era un vecino peligroso y turbulento y sus frecuentes desbordamientos eran desastrosos. Augusto ordenó que se retiraran los escombros y basuras que obstruían el río, así como los edificios que interrumpían su curso. De esta forma se re­dujo el peligro, aunque no se eliminó completamente, porque de­rivaba, fundamentalmente, de la denudación y erosión en el curso superior. A una distancia de 40 km río abajo desde la ciudad de Roma se levantaba Ostia, que creció al tiempo que se producía la expansión de aquélla. Los muelles que se disponían a lo largo del río no eran ya adecuados para su comercio y se construyó un gran dique flotante, todavía visible, que convirtió a Ostia «no sólo en el

• •

• •

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puerto del centro consumidor más importante del mundo, sino en un importante nudo de comunicaciones ... en la gran ruta comer­cial entre Oriente y Occidente».* Ostia llegó a ser el primer puerto del mundo por el volumen de productos que por él pasaban.

El asentamiento rural. En el estudio del asentamiento rural en- · con tramos una dicotomía entre el modelo impuesto por Roma y el de la Edad del Hierro, que había permanecido invariable. «Los na­tivos del sur de Gran Bretaña escribió O. G. S. Crawford vi­vían exactamente igual que antes.»** Sin embargo, los asenta­mientos rurales se hallaban en un proceso de cambio continuo. Los oppida nativos fueron disgregándose y su población se disper­só. La posesión de la tierra se concentraba cada vez en menos ma­nos, formándose grandes propiedades. Entre los pueblos y aldeas 'surgían la villas y, sin duda, una gran parte de la población nativa comenzó a imitar el estilo de vida de sus nuevos dominadores.

I..:a villa era un instrumento de romanización del campo. Algu­nas de ellas eran simplemente residencias campestres de lujo, des­tacando con luz propia la villa de Afuiano en Tívoli. Sin embargo, la mayor parte de las villas eran el centro de explotación de las grandes propiedades. Probablemente, utilizaban mano de obra esclava y en muchas de ellas existían talleres, entre los que se in­cluían las tejedurías. No sabemos con certeza si esos talleres pro­ducían para el mercado o eran parte de una comunidad autosufi­ciente. Junto a esas villas existían pequeñas explotaciones de campesinos libres, aunque su número había ido disminuyendo, tal vez desde la devastación producida por las guerras contra los car­tagineses. Poseemos datos abundantes respecto al asentamiento rural en el sur de Etruria. Esta región había estado habitada du­rante largo tiempo, pero durante el imperio se incrementó nota­blemente la densidad de los asentamientos y eran numerosos los hogares de campesinos. A partir de los restos arqueológicos hay que concluir que en esta región existía un gran número de villas de recreo y villas de explotación agrícola (villae rusticae). Más al sur, sob:re todo en la zona de Nápoles, eran aún más numerosas y constituían una fuente importante de producción de vino, aceite de oliva y frutales para los mercados urbanos. Las propiedades eran grandes y las explotaciones familiares, relativamente escasas. Era esta una de las regiones de Italia donde el terrateniente rico había engullido al pequeño campesino.

El modelo de asentamiento rural mostraba en todas partes la

EL IMPERIO ROMANO EN EL SIGLO II 95

* Rusell Meiggs, Roman Ostia, Oxford, 1960, p. 61.

,'r* «Üur Debt to Rome», Antiquity , 2 (1928), pp. 173-188 y 174. .

'

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96 EUROPA EN EL PERÍODO CLÁSICO

* Germania, 16.

influencia de la autoridad, que en ningún lugar anarecía con más .

claridad que en el paisaje fragmentado de algunas zonas del norte de Italia. La tierra de propiedad pública se medía y dividía en par­celas de igual extensión, separadas por caminos o senderos, y lue­go se distribuían entre los pobladores. Este sistema se practicaba únicamente allí donde una zona escasamente poblada había pasa­do a ser controlada por el gobierno. Esto ocurría en la llanura del norte de Italia, donde son visibles todavía dos amplias fajas de te­rreno fragmentado, a ambos lados de la llanura fluvial del Po.

En una gran parte de Europa el impacto de Roma se dejaba sentir especialmente en el sistema de :villas. En algunas villas exis­tían suelos de mosaico construidos con teselas, hipocaustos y ta­lleres para el tejido y acabado de los paños. Parece que la mayor parte de ellas habían sido construidas por provinciales que goza­ban de una buena posición económica. Cer.ca de Mayen, al oeste del Rin, se ha excavado una villa que estuvo ocupada ininterrum­pidamente durante tres siglos, durante los cuales había pasado de ser una pequeña choza con techo de paja en la época prerromana de la Edad del Hierro a convertirse en una mansión compleja, si no lujosa. Carecemos de un mapa de la distribución de las villas durante el imperio, pero allí donde se ha realizado un examen completo de la tierra se ha encontrado que se agrupaban cerca de los centros urbanos más importantes, que probablemente servían como mercados para sus excedentes.

Poco es lo que sabemos acerca de los asentamientos de los pe­queños campesinos de las provincias romanas. Sin duda, algunos aspectos de la cultura romana habrían dejado sentir su influencia sobre ellos, pero su situación no variaba fundamentalmente res­pecto a la de los campesinos de la Edad del Hierro prerromana y a la de los asentamientos contemporáneos situados al otro lado de la frontera romana. Respecto a estos últimos, Tácito escribió que «viven aparte, dispersos aquí y allá ... Sus pueblos no están traza­dos de acuerdo con el estilo romano, con edificios adyacentes y comunicados entre sí. Cada individuo deja un espacio abierto en torno a su casa».·k En su mayor parte, las casas eran de madera y barro. Hemos de pensar en asentamientos pequeños, dispersos por los bosques, los más permanentes de ellos rodeados por una empalizada y un foso.

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••

LiL agricultura

La agricultura tenía una importancia vital en el imperio romano. «La parte más sustancial, con mucho, de su renta nacional es­cribió A. H. Jones se obtenía de la agricultura»,* y, a pesar del número de villas de explotación, el pequeño campesino era funda­mental. Roma, algunas grandes ciudades y las guarniciones esta­cionadas a lo largo de la frontera se abastecían en lugares distan­tes, pero en el resto del imperio las comunidades locales eran básicamente independientes.

Los cereales constituían la parte esencial de la dieta de la ma­yor parte de la población. El trigo era el principal cereal panifica­ble en Italia, mientras que la cebada lo era en los Balcanes y en gran parte de Europa al norte de [os Alpes. El centeno y la avena no eran ya sólo malas hierbas que crecían en los campos de trigo, sino que empezaban a ser cultivados por su importancia. Las le­gumbres se cultivaban profusamente y eran una fuente de proteí­nas. Además, se cultivaban también el nabo y las plantas forraje­ras, así como el lino y el cáñamo para tejer y fabricar cuerda.

El vino y el aceite de oliva figuraban entre los productos de pri­mera necesidad en el Mediterráneo. Entonces, como en la actuali­dad, el vino y el aceite de calidad normal se producían para el con­sumo loeal, reseiVándose el de mayor calidad para el mercado. Los escritores latinos y sus lectores eran muy selectivos en sus gustos ~los mejores vinos y aceites alcanzaban un alto precio. Ne­cesariamente existía un comercio del aceite de oliva, porque sólo se producía en torno a las orillas del Mediterráneo. El vino tenía un área de producción más amplia, pero fueron los propios roma-

nos los que adelantaron la frontera de la viticultura a lo largo y an-cho de la Galia, hasta que en el siglo rn alcanzó Paris y los valles del Mosela y el Rin. Esta iba a ser la frontera de la vid hasta el si­glo XIX.

La ganadería tenía una importancia limitada en la región me­diterránea debido a la dificultad de mantener al ganado durante el verano. No existían plantas forrajeras que pudieran almacenarse para ser utilizadas en el futuro y la trashumancia era el único me­dio de utilizar diversas zonas de la región,. La práctica de trasladar animales durante las diversas estaciones había comenzado mu­chos siglos antes y sigue practicándose a escala limitada. Una ley romana del año 111 a.C. se refería al mantenimiento de los trattu­ri o cañadas, aunque poseemos numerosos datos en el sentido de que los rebaños de ovejas y tal vez sus pastores se mostraban

EL IMPERIO ROMANO EN EL SIGLO ll 97

* The l.Ater Roman Empire, Cambridge, 1964, TI, p. 770.

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renuentes, en ocasiones, a transitar por ellas. El problema funda­mental era la falta de pastos. La cabaña estaba formada fundamen­talmente por ovejas y cabras. Los bovinos eran menos importan­tes, pero se utilizaban como animales de tiro y los asnos y mulas servían para el transporte. Al norte de los Alpes la ganadería era más importante en la economía agrícola y el ganado bovino y el cerdo eran relativamente más abundantes.

Sin duda, el área cultivada aumentó durante el período clásico con el crecimiento demográfico. Ese incremento fue, con toda probabilidad, más importante en las regiones fronterizas, donde se necesitaba grano par:a alimentar a las guarniciones militares. Por otra parte, es probable que la tierra cultivada disminuyera en Italia con la formación de grandes propiedades. Es aún objeto de debate el tamaño y el número de esas grandes propiedades. Segu­ramente habían ido aumentando desde las guerras del siglo 11 a.C. , que devastaron una gran parte del sur. Plinio consideraba que eran la «ruina de Italia». Se trabajaban con mano de obra esclava y parece que se reservaban amplias zonas para el ganado trashu­mante. Tanto en Italia como en la mayor parte de las provincias se produjo una disminución del número de campesinos propietarios y todo parece indicar que amplias zonas fueron absorbidas por aquellas propiedades que practicaban una agricultura más o me­nos especializada para el mercado. No sabemos hasta qué punto esto era consecuencia de la importación de cereales de Egipto y del Oriente Próximo. Indudablemente se produjo una «huida» de la tierra, determinada por el hechizo de las ciudades. Tal vez lapo­lítica romana de urbanizar el imperio tuvo demasiado éxito, atra­yendo hacia las ciudades a una población campesina que hubiera gozado de una mejor situación en sus pequeñas propiedades agrí­colas.

Los agrónomos romanos que escribieron una serie de manua­les sobre agricultura escribían para patronos acaudalados que cul­tivaban el olivo, la viña y frutos exóticos en sus tierras. Nada nos dicen respecto a los problemas esenciales del arado, la siembra y la cosecha, aspectos que no interesaban a sus lectores. Como con­secuencia, sabemos muy poco sobre los campos y los arados. No hay duda alguna de que seguía utilizándose el aratrum ligero, pero también es seguro que se introdujeron modificaciones. En ocasio­nes se añadía una cuchilla, y algunas veces era tan pesado que ne­cesitaba ser apoyado sobre unas ruedas, anticipando así el arado medieval (véase, en el capítulo 3, el apartado «La agricultura»). No sabemos hasta qué punto estaba extendido el uso del arado pe-

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sado, pero podemos estar seguros de que exigía una fuerza de tracción que no estaba al alcance del pequeño campesino. Lo mis­mo ocurría con una de las escasas innovaciones técnicas que se in­trodujeron, una especie de máquina cosechadora, un carro con dientes a lo largo de su borde anterior, que se empujaba por los campos de grano. Por otra parte, existen datos que permiten afir­mar que se realizaba la tala de bosques y, asimismo, que se lleva­ron a cabo tareas de drenaje en el valle del Po, en el norte de Ita­lia, así como en los pantanos del sureste de Roma.

Desde luego existía una notable diferencia entre la agricultura que se practicaba en los fundi, o grandes propiedades, a la que hace referencia Columela, y la que practicaba el pequeño propie­tario. Pero no sabemos prácticamente nada de esta última. Cono­cemos, con certeza, que al otro lado de la frontera del imperio pre­valecía una agricultura sencilla, de mera subsistencia. Germanía, escribe Tácito, era «fértil en granos», pero, y en esto reflejaba Tá­cito su procedencia mediterránea, «desfavorable para los árboles frutales». Los gern1anos practicaban una agricultura itinerante, cambiando con frecuencia los campos cultivados. Probablemente, utilizaban un arado ligero, no muy diferente al que se utilizaba más hacia el sur. Las plantas que cultivaban eran los cereales pa­nificables básicos, los diferentes tipos de trigo y la cebada y, cada vez a mayor escala, el centeno. La tierra era «rica en ganados>>, y los yacimientos que han sido excavados confirman que la carne de bovino, de cordero y de cerdo era abundante en la dieta.

La industria y la minería

En el imperio adquirió cada vez mayor importancia la industria y la minería, y la arqueología aporta un elocuente testimonio del vo­lumen creciente de consumo. Pero las industrias artesanales se asentaban más bien en el campo que en las ciudades, debido en parte a lo voluminoso de las materias primas que utilizaban: arci­lla, diversos minerales, hierro dulce y lana. Eran escasas las in­dustrias específicamente urbanas, aparte de la molienda del grano y la preparación de los alimentos.

La más conocida de las industrias artesanales romanas era la cerámica y nada ilustra más claramente la elevación del nivel de vida material que el uso generalizado de una cerámica de mayor calidad. La más notable es la llamada cerámica samiana o aretina. Su fabricación se extendió por Italia y la Galia y la producción de

EL IMPERIO ROMANO EN EL SIGLO TI 99

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100 EUROPA EN EL PERÍODO CLÁSICO

... .

sus diseños estandarizados fue inmensa. Pero fuera de Italia no se interrumpió en ningún momento la demanda de una cerámica más tosca según la tradición nativa celta, y, avanzado el imperio, se incrementó la demanda de ese tipo de cerámica. La manufac­tura del vidrio se introdujo desde el Oriente Próximo y se difundió por las provincias occidentales. En relación con la industria de la cerámica se hallaba la manufactura de ladrillos y tejas, utilizados de forma casi universal en los edificios de mayor calidad.

La minería, la fundición y el trabajo de los metales eran im­portantes, aunque muy localizados. Por regla general, los yaci­mientos pertenecían al estado, que arrendaba las minas a indivi­duos privados. La mayor parte de la mano de obra que trabajaba en las minas era esclava. Las condiciones en ellas eran, al parecer, muy duras y la tasa de mortalidad entre los mineros muy elevada. Los romanos no realizaron progresos significativos en la tecnolo­gía de la minería. El hierro era el mineral que más se trabajaba y se fundía. La industria toscana, que obtenía el mineral de la isla de Elba, era muy activa, pero la fuente principal de hierro para Italia era la rica región del Noricum, que en la actualidad conser­va su importancia. Según afirma Casiodoro, Dalmacia también abastecía de armas. Otras fuentes importantes de mineral de hie­rro y de hierro refinado eran la España central, la zona del curso bajo del Rin y algunas zonas de las provincias balcánicas (figura 2.15).

Los romanos trabajaban todos los metales .no férricos conoci­dos en ese momento. El más importante era el plomo, mineral del que existía una importante demanda para las obras de ingeniería hidráulica que se relizaban en la mayor parte de las ciudades. Gran Bretaña era una de las principales suministradoras de plo­mo, pero también se trabajaba en España y en los Balcanes. El co­bre, que procedía fundamentalmente de España, se utilizaba para la fundición del bronce y cabe pensar que el estaño utilizado en aleación con el cobre procedía de Cornualles. Sin embargo, pose­emos pocos testimonios respecto al trabajo del estaño a gran es­cala. Los metales preciosos se trabajaban y utilizaban para la de­coración y la orfebrería. Continuaban explotándose las minas de plata de Laurion, pero su producción era escasa. La mayor parte del mineral de plata procedía de las montañas del sur de España. El oro, en gran parte aluvial, se encontraba también en España, en los Alpes, y en los Balcanes, así como en las profundas minas del centro de Gales.

Los metales no férricos se fundían en la proximidad de ias mi-

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nas, ya que en el proceso perdían una gran parte de su masa. Los metales refinados, especialmente el cobre, el plomo y los metales preciosos, se enviaban ya refinados para ser utilizados por losar­tesanos urbanos. Algunas ciudades, en especial Roma, Capua y Corinto, eran centros de trabajo del bronce y existían orfebres allí ... donde hubiera una clientela adinerada dispuesta a darles trabajo.

La artesanía de los metales se practicaba a menor escala y de manera menos sofisticada más allá de la frontera imperial. La ac­tividad más desarrollada era la de la fundición del hierro y existía un importante complejo de fundición en las montañas de la Santa Cruz en el sur de Polonia.

El con1ercio

En el siglo rr d. C., Arístides se refería a Roma como el foco delco­mercio en el mundo conocido. Todos los productos del mundo po­dían verse en sus mercados. Lo que no señaló es que los barcos que transportaban las mercancías hasta Ostia zarpaban de vacío, por cuanto Roma no tenía prácticamente nada que exportar. Era

EL IMPERIO ROMANO EN EL SIGLO II 1 0 1

Figura 2.15. Relieve procedente de Li­nares, España, con representación de mi­neros romanos.

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102 EUROPA EN EL PERÍODO CLÁSICO

un gran consumidor, un parásito del resto del imperio. Al margen del tráfico de Roma el comercio a larga distancia del imperio era muy escaso. En efecto, el mundo imperial estaba formado básica­mente por comunidades autosuficientes y en cada zona local la mayor parte del comercio era un comercio interno.

En ocasiones se concluye que, dado que los romanos constru­yeron un sistema unificado de caminos que se extendía por toda la zona europea de su imperio, debía de existir un tráfico de mer­cancías rápido y regular. Pero eso no era así. Los caminos eran construidos por las legiones para satisfacer necesidades militares. Su trazado no se ajustaba a las necesidades civiles y, desde luego, posteriormente demostrarían ser de escaso valor comercial. La mayor parte de los caminos existentes para el comercio local no debían de ser otra cosa que meras sendas y, de hecho, se utiliza­ban fundamentalmente los ríos, especialmente en la Galia y en la zona del Rin. Los ríos italianos, con la excepción del Po, eran de escaso valor en este sentido e incluso, al sur de Roma, las aguas del Tíber sólo eran surcadas, de for1na regular, por pequeñas bar­cazas. El tráfico terrestre se realizaba por medio de vehículos de cuatro ruedas cuando era posible, y a lomos de los animales cuan­do el terreno era más abrupto. Numerosos bajorrelieves muestran el transporte terrestre y fluvial, siendo las barcazas remolcadas a lo largo del río por los bar~ueros cuando era necesario.

Mucho se ha escrito acerca de la unidad de la cuenca medite­rránea y de la supuesta facilidad con que se mantenían el comer­cio y las comunicaciones entre las dos orillas. Desde luego existía un intenso tráfico que se desarrollaba fundamentalmente a bordo de pequeñas embarcaciones, muy pocas de las cuales desplazaban más de 50 toneladas y la navegación se realizaba, en su mayor parte, en los seis meses del año en los que la temperatura era más elevada. Las importaciones de Roma procedían en su mayor parte de un número reducido de puertos importantes, de entre los cua­les Alejandría y Cartago eran los más destacados. En el mar Egeo y en las costas de Italia y de Sicilia, y, probablemente también de España, existía un tráfico local de una a otra cala, de un pequeño puerto a otro, como de hecho siguió sucediendo hasta los tiempos modernos en que la aparición de mejores carreteras atrajo el trá­fico comercial.

Los productos alimenticios, y en especial los cereales, consti­tuían el objeto principal del tráfico comercial en el imperio roma­no, situándose en segundo lugar los productos manufacturados, en su mayor parte ligeros y de un valor relativamente alto. Los ce-

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reales se transportaban a Roma y a otras grandes ciudades, así como a las guarniciones militares situadas a lo largo de la fronte­ra. También el aceite de oliva y el vino eran objeto del comercio de larga distancia. Pero los testimonios que poseemos ya sean lite­rarios, epigráficos o arqueológicos sólo pueden llevarnos a la conclusión de que el volumen total del comercio era reducido. Si exceptuamos el abastecimiento de productos alimenticios a Roma y a las guarniciones militares, el comercio satisfacía únicamente los caprichos y deseos de una minoría reducida y acomodada. Las excavaciones realizadas en Silchester, abandonada en las postri­merías del imperio y que no volvió a ser habitada, sólo permitie­ron sacar a la luz un puñado de productos procedentes de más allá del área local. ·

No poseemos datos cuantitativos para el estudio del comercio romano. Parece, sin embargo, que aparte del comercio de cerea­les, el mayor volumen del comercio a larga distancia se desarro­llaba entre Italia y el sur de España, ocupando la Galia el segundo lugar en importancia. Si la actividad comercial en el seno del im­perio se centraba fundamentalmente en los productos de lujo, éstos era casi con exclusividad el objeto del tráfico comercial desarro­llado entre el imperio y el mundo bárbaro situado más allá de su frontera septentrional. Bronce, plata, vidrio y grandes cantidades de cerámica marrón aretina se han encontrado en la llanura de Alemania y Polonia y en peq.ueñas cantidades en lugares tan aleja­dos como Escandinavia y el Báltico oriental. Probablemente de esta manera pagaban los romanos el ganado bovino, los productos forestales y los esclavos que obtenían más allá de sus fronteras .

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